Manuel Rojas y La Novela (Ponencia Sochel 2014)

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Manuel Rojas y la novela: La representación del pasado y la experiencia Este trabajo no tiene como intención dar cuenta a cabalidad de un problema que claramente necesita de un mayor espacio y tiempo: El problema de la intención representativa del proyecto narrativo de Manuel Rojas. No, esto se perfila más bien como un bosquejo, un acercamiento a su tetralogía con el fin de entender la representación del pasado presente en ella y cuales serían las potencialidades que la narrativa tiene para la construcción de ese pasado. Un pasado con una carga histórica importante –una ideología y una visión político-social–, pero que se forja además como un pasado marcado por la experiencia personal del escritor que tomó gran parte de su tiempo para escribir y recuperar esas experiencias y llevarlas a su presente en una narración que combina la ficción y la autobiografía. Siguiendo a Jaime Concha (2011), veo en la obra de Manuel Rojas una necesidad de acudir al pasado para tratar de representar un tiempo perdido, una experiencia imposible de recuperar y que arroja una lectura en la formación de un

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Exposición que intenta un acercamiento a la tetralogía de Rojas con el fin de entender la representación del pasado presente en ella y cuales serían las potencialidades que la narrativa tiene para la construcción de ese pasado.

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Manuel Rojas y la novela: La representación del pasado y la experiencia

Este trabajo no tiene como intención dar cuenta a cabalidad de un problema que

claramente necesita de un mayor espacio y tiempo: El problema de la intención

representativa del proyecto narrativo de Manuel Rojas. No, esto se perfila más bien como

un bosquejo, un acercamiento a su tetralogía con el fin de entender la representación del

pasado presente en ella y cuales serían las potencialidades que la narrativa tiene para la

construcción de ese pasado. Un pasado con una carga histórica importante –una ideología y

una visión político-social–, pero que se forja además como un pasado marcado por la

experiencia personal del escritor que tomó gran parte de su tiempo para escribir y recuperar

esas experiencias y llevarlas a su presente en una narración que combina la ficción y la

autobiografía.

Siguiendo a Jaime Concha (2011), veo en la obra de Manuel Rojas una necesidad de

acudir al pasado para tratar de representar un tiempo perdido, una experiencia imposible de

recuperar y que arroja una lectura en la formación de un sujeto –Aniceto Hevia– que se va

internando socialmente en un ambiente que le es ajeno y que necesita encontrar su lugar en

el mundo y los diferentes pasos que sigue para lograr ese acometido; y al mismo tiempo

que un pasado que se estructura como el reflejo de una colectividad marginalizada que en

su intento de posicionarse frente al discurso hegemónico modernizador nacional va

mostrando sus virtudes y defectos como proyecto social alternativo a las políticas

institucionalizadas. Desde este punto, es importante establecer que la obra de Manuel Rojas

es una ficción autobiográfica, y en esto sigo a Ignacio Álvarez (2009), en tanto se entiende

como la representación de una experiencia vívida que puede ser considera real, al mismo

tiempo que no, y que como tal es necesario dar cuenta de ella al ser un importante

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testimonio; testimonio que se apoya en la narración novelística para transmitir un saber

determinado en un presente determinado. En este caso sería el presente del narrador/autor

que se diferencia del narrador básico ‘maduro’ de la tetralogía (Aniceto Hevia/Manuel

Rojas) del personaje representado en ella (el joven Aniceto). Este presente sería el mismo

que Grinor Rojo (2014) entiende como uno de los tres cronotopos propios del relato de

Rojas: el cronotopo del espacio/tiempo futuro, el del punto de enunciación del discurso

narrativo.

Primero me es preciso señalar que para este fin se entenderá a la noción de

experiencia como el punto de contacto entre el lenguaje público y la esfera propiamente

subjetiva; en palabras de Martín Jay: “entre la dimensión compartida que se expresa a

través de la cultura y lo inefable de la interioridad individual […]” (12). Esto quiere decir,

que esa esfera netamente subjetiva es dada a conocer en espacios sociales determinados,

pues posee una carga social importante ya que acarrea diversas dimensiones tradicionales

en su construcción misma. Si se realiza un rastreo etimológico, y siguiendo en esto también

a Jay, los antecedentes de ‘experiencia’ se pueden remontar a la ‘empiría’ griega a la que se

suman otras connotaciones como la de ‘pathos’, en el sentido de aquello que nos sucede

cuando estamos en estado de pasividad, algo que sucede cuando uno no lo espera, verse

sorprendido por los hechos; algo que se obtiene como afección en términos de Ricoeur

(2010). Por su parte la ‘experientia’ latina se constituye como un antecedente más directo al

revisado aquí, anticipando su sentido como experimento, pero también vinculado con

peligro –‘peirao’, ‘experiri’–. Las variantes alemanas, por su parte, dan connotaciones de

gran riqueza y que contribuyen al sentido de experiencia manejado aquí; ‘Erfahrung’,

contiene la palabra viaje ‘Fahrt’, sugiriendo duración temporal con posibilidades narrativas

permitiendo, además, la connotación de la acumulación histórica o tradicional de sabiduría.

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La segunda palabra ‘Erlebnis’ viene de ‘Leben’ (vida) y connota inmediatez vital, una

unidad primitiva que precede a la reflexión intelectual y la diferenciación conceptual.

Entonces, desde estos diferentes sentidos experiencia puede implicar conocimiento

empírico y experimentación, puede sugerir lo que nos sucede cuando somos pasivos y

cuando estamos abiertos a los estímulos y lo que obtenemos cuando integramos esos

estímulos en el conocimiento acumulado que nos ha dado el pasado. Connota además,

viaje, travesía peligrosa con tintes dramáticos en términos de sus resultados. Esta

experiencia, con toda su carga semántica, es la que los sujetos buscan transmitir por medio

de narraciones significativas, en términos benjaminianos (2008), y que tienen lugar de

recepción en espacios sociales o comunitarios de intercambio. Sin embargo, hay que

entender que la obra de Rojas se establece como una narrativa que utiliza a la novela como

un espacio de conformación del universo, lo que se puede concebir como espacio lejos de

una esfera pública, pero, desde mi perspectiva, la novela no es un espacio cerrado, privado,

sino que se perfila como un espacio representativo y de gran amplitud temporal, que,

aunque de lectura personal, consigue transmitir y plasmar de forma importante el pasado

representado a sujetos en diferentes tiempos y sociedades.

Haciendo un pequeño paréntesis y para entender mejor la propuesta anterior, la

premisa con la que me gustaría sostener mi lectura dice relación con la importancia

representativa que posee la literatura no sólo como objeto estético, sino que también como

documento que permite dar cuenta de realidades en formas que otras discursividades no

pueden, ya sea por cierta consideración objetiva de lo que retratan o por consideraciones de

orden hegemónico que no permiten que un discurso subjetivo, aunque cultural, posea un

estatus representativo mayor. Para este acometido sigo los planteamientos de Alicia

Genovese quien desde una óptica un poco diferente a lo aquí estudiado, pero aun así

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perfectamente extrapolable desde mi punto de vista, realiza un rescate importante de la

poesía y la narrativa en tanto formas que construyen y reconstruyen el pasado y la

experiencias del mismo con un gran valor poético, metafórico y metonímico.

Alicia Genovese establece que en su origen mismo el quehacer poético está

relacionado con la necesidad de memoria frente al pasado y el olvido. Es en Mnemosine, la

musa primordial de la poesía, en quien descansa el poder evocador, la necesidad de

nombrar para mantener una mayor o menor distancia con el pasado. La creación literaria

marca su sino desde su origen, ya sea para cantar la muerte y aceptarla, como para cantar al

amante perdido y el deseo de su reencuentro. De misma forma incluso el olvido tiene

cabida dentro de la creación literaria, pues para dar cuenta de él se utilizan procedimientos

de elisión u omisión con los que de manera selectiva se construye una imagen cargada de

sensorialidad. Genovese apunta también a la capacidad que tiene la memoria, en términos

literarios por medio de la poesía y/o la narrativa, para recuperar e incluso construir a partir

de sensaciones sutiles diferentes realidades y hechos que pueden traducirse en lecturas

inéditas de circunstancias de que de otra manera no fueron o no serían percibidos. De esta

manera, lo que le interesa patentar es el poder que la construcción literaria, tiene por sobre

otro tipo de discursos establecidos socialmente como preponderantes llegando a establecer

que: “La imagen poética puede presentizar, siempre es un aquí y un ahora, un tiempo

recuperado que se proyecta, un presente que constituye una confluencia, una aleación de

pasado y futuro y un desafío a la férrea metalurgia de separación temporal.” (75). Así, la

construcción liteararia tendría el papel de sostener en el tiempo lo que no ha sido explicado,

de mantener la posición incómoda de quien no permite que el pasado sea pasado por alto y

que siga en cuestionamiento, abierto para su revisión y transmisión.

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Siguiendo aquello, hay que pensar que el quehacer literario debe combatir contra la

normalización del lenguaje; ahí donde ya no queda más que lenguaje con pretensión de

objetivo, con una finalidad avasalladoramente informadora e uniforme que quita lo

particular de la experiencia vivida por medio de la metáfora muerta y que arrastra todo al

lugar común, frente a esto el lenguaje literario debe presentar y contradecir, transformar,

incluso usar el silencio para significar y resignificar. Esto es que su fin último sea el de

arruinar la supuesta transparencia con la que carga el lenguaje y que lleva a la ilusión del

conocimiento. La intención sería entonces situarse en aquel espacio de lo indecible, aquello

que no es usado por la pulcritud informativa, usar ese espacio de silencio para negar la

convencionalidad de lo dicho y seguir provocando el extrañamiento que abrirá los sentidos

y no pasará desapercibido para nadie. Según Genovese la poesía –o bien el lenguaje

literario de alto poder metáforico– juega con la temporalidad de lo representado, pues, más

que marcar el pasado, quiere concentrar su valor en el presente mismo de la enunciación,

con lo cual lo que logra es establecer nuevas relaciones entre el sujeto y el objeto,

permitiendo, entonces, el rescate significativo bajo muchas y distintas circunstancias de lo

dicho y representado. Ahí su potencial, ahí la importancia de entender que el discurso

literario como representación del pasado cumple un rol destacado, ya que por muy

enrevesado que sea siempre cumplirá con su función de comunicación y transmisión,

aspecto principal, como ya se ha establecido, para el testigo del pasado y de suma

importancia para la conformación de la historia y de una memoria individual y colectiva

que tenga presente los hechos del pasado

Teniendo en consideración lo anteriormente planteado, y sin perder de vista la

posición del narrador básico presente en toda la tetralogía, es que establezco que en la obra

de Rojas se está en presencia del rescate de un pasado histórico que en tanto experiencia

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personal busca ser rescatado por medio de la ficción autobiográfica como forma de

representación, para lo cual la novela, se perfila como el medio necesario para dicha labor.

Desde mi perspectiva, la elección y uso del género novela es una decisión autorial que

busca hacerse cargo de no solo la representación de la vida del personaje principal, Aniceto

Hevia, sino que además busca plasmar un trozo de la historia nacional, nación en tanto

comunidad imaginada, que permita a la posteridad conocer, como testimonio y documento

de cultura, la existencia de un movimiento social y político y a los miembros de aquel

grupo que se construyó como alternativa al discurso institucional hegemónico: los

anarquistas del comienzos del siglo XX.

Dentro de la tetralogía hay múltiples espacios, personajes y formas representativas

que dan muestra de ello. Pero, para los efectos de este trabajo, he decidido concentrarme en

los inicios de cada una de las novelas que la conforman para mostrar como es que están

construidas como artefactos literarios que pretenden realizar, desde el presente del narrador,

una búsqueda personal del pasado que permita rescatarlo y traerlo por medio de la

narración y diversos usos metafóricos y/o metonímicos hacia un momento actual. La

primera novela que revisaré es, como corresponde, aquella con la que empieza la tetralogía

y hasta ahora la pieza más celebrada de ésta: Hijo de Ladrón. Ya es más que conocido su

inicio y su particular reflexión acerca de la construcción del relato:

¿Cómo y por qué llegué hasta allí? Por los mismos motivos por los que he llegado a

tantas partes. Es una historia larga y lo que es peor, confusa. La culpa es mía: nunca

he podido pensar como pudiera hacerlo un metro, línea tras línea, centímetro tras

centímetro, hasta llegar a ciento o a mil; y mi memoria no es mucho mejor: salta de

un hecho a otro y toma a veces los que aparecen primero, volviendo sobre sus pasos

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sólo cuando los otros, más perezosos o más densos, empiezan a surgir a su vez

desde el fondo de la vida pasada. Creo que, primero o después, estuve preso. (Rojas

53)

En este ya clásico inicio es donde primero se establece que quien narra, y en esto

sigo tanto a Ignacio Álvarez como a Grinor Rojo, es un narrador básico que se encuentra en

un presente lejano al del protagonista que está fuera de la cárcel, es este narrador quien se

cuestiona la forma en que se puede narrar el pasado, es él quien no puede hacerlo de forma

lineal, pues la memoria no funciona de esa forma. En este inicio es posible ver las

vicisitudes de cualquiera que se presta a dar testimonio de un pasado lejano que es

necesario ser rescatado. Este narrador no duda en establecer que es una cuestión de

memoria, y que para dar rienda suelta al relato de su memoria tiene que hacerse a su bien

con las herramientas que pueda, es decir, conformando un relato de la única manera

posible, con saltos hacia delante y regresos, con incertezas, como las que establece la

primera línea, que llaman al lector a entender que es un relato personal. Un lector de Hijo

de Ladrón bien sabe que dentro de la novela se encuentra diversos procedimientos

narrativos que van contribuyendo a la construcción del relato y que luego se repetirán en

toda la tetralogía, tales como: monólogos interior, disquisiciones sobre las cuotas,

diferentes perspectivas, narraciones enmarcadas, cambio de focalizaciones, incluso uso de

cursivas que marcan la diferencia de lo relatado. Desde mi entender, todos estos

procedimientos no solo delatan la construcción de un relato personal que busca alejarse de

la distancia de un narrador omnisciente y un supuesto relato objetivo, sino que además de

ello son herramientas que dan cuenta de cómo el discurso literario contiene un potencial

representativo que mediante todas esas y más formas puede contribuir a la riqueza de un

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relato que intenta abarcar un pasado esquivo y que necesita de todo lo que está a su alcance

para construir una imagen significativa, aunque incompleta, del pasado.

En el segundo libro de la tetralogía, su menos celebrado y para muchos esquivo,

Mejor que el vino Rojas también da cuenta de la complejidad de la representación y de las

dificultades de hacerse cargo de un discurso que aglutine a más de un sujeto, es decir, que

intente dar cuenta de lo que otros piensan, pues su discurso solo puede considerar su

experiencia personal:

Aniceto ignora como principian los días para los demás seres humanos e ignora

también como principian para él. Sabe apenas cómo terminan. Y al hablar del

principio de los días no nos referimos al hecho sideral, inexistente para el que

duerme, sino al día como acontecimiento civil y a la forma en que se hace presente

en la conciencia del que al emerger del sueño se encuentra con un nuevo y vacío

espacio de tiempo. ¿Cómo entra el hombre en el día y cómo el día en el hombre?

Hay, entre el día que retorna y el hombre que se reincorpora, una aproximación

lenta y compleja. ¿Cómo se verifica? Es lo que Aniceto no sabe. (9)

Es posible ver en estas líneas de nuevo la incerteza de lo representado, este discurso sobre

los días para los seres humanos demuestra la incapacidad del discurso literario de abarcar

una totalidad de pensamiento y que al mismo tiempo busque hacerse cargo de algo más que

de la experiencia de un sujeto. Al mismo tiempo, este párrafo da cuenta de que la historia

representada es dada a conocer por un sujeto narrador, el narrador del cronotopo futuro

según Rojo, que dará cuenta de lo que le aconteció a Aniceto, marca su distancia temporal

inmediatamente, dejando claro su rol como narrador que busca aprehender (también puede

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ser aprender) el pasado distante de Aniceto y para ello tiene que dejar constancia de la

incertidumbre que un relato de la naturaleza del que efectúa tiene.

Es importante en este punto señalar que estas dos novelas dan cuenta de una

experiencia individual que tiene como centro a Aniceto Hevia y que nos relata su formación

como sujeto desde sus vagabundeos iniciales hasta su fallida constitución como sujeto

social establecido bajo los cánones sociales imperantes. Lo que diferencia a estas novelas

de las siguientes, es que en estas se plasma el pasado del protagonista desde su

acercamiento a ámbitos comunitarios alternativos al proyecto institucional moderno y que,

aunque fallidos, dan cuenta de un intento de integración social del personaje, ya no aislado

en su constitución sino que como parte integrante de un todo mayor. Aun así los inicios de

las siguiente novelas, Sombras contra el muro y La oscura vida radiante, presentan

componentes que se encuadran más hacía el perfil de rescate de una experiencia colectiva

dentro de un marco histórico nacional más complejo que las primeras, pero siempre desde

la óptica de la experiencia de Aniceto, quien va creciendo y adentrándose en diferentes

dinámicas sociales.

Sombras contra el muro empieza así:

El agua está friísima, y las manos, heridas por la soda cáustica, duelen: las siente

enormes: así deben ser las patas de los osos polares, pero los osos habrán tenido

tiempo, en miles de años, para acostumbrar sus patas a pisar en el hielo y en las

rocas. Él no es oso y no está acostumbrado ni preparado para nada.

–¡Por la matro!

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El pintor se inclina y Aniceto ve el bigotito rubio, los ojos y su expresión de

perplejidad, pues es miope, présbite, hipermétrope y todo lo que puede ser, y la piel

rosada y el pelo dorado. (7)

Dentro de estas líneas se insiste en la lógica presente en las dos otras novelas anteriores,

hay un narrador que está relatando la experiencia de Aniceto, es él quien señala lo que el

protagonista ‘siente’, y que en este caso muestra al héroe trabajando, su pasado como pintor

de brocha gorda y como es que esta es una labor que no efectúa solo, sino que acompañado

de un personaje que evoca y representa a la clase de seres con los que Aniceto se relaciona

dentro de la narración: los anarquistas. Continuando más adelante en la narración se ve

como este personaje evoca en Aniceto un pasado anterior y a una figura de importancia en

su primera novela: el Filósofo; con lo cual se da cuenta de un procedimiento literario de

rememoración dentro del relato mismo del pasado que se está llevando a cabo. Un rasgo del

que ya Rojas muestra un manejo importante.

Finalmente en La oscura vida radiante se representa una narración que se hace

cargo de manera diferente del inicio del relato, es una narración que busca situar al lector

mucho más en un momento histórico, reflejo de una situación importante que no puede

dejar de ser rescatada y que sitúa al lector dentro de un marco narrativo en el cual el

personaje principal de la tetralogía se moverá:

–Y ahora, ¿qué hacemos?

Llegaron en barcos caleteros, amontonados, con sus pocas pilchas, sin saber a dónde

iban ni a dónde se detendrían, en qué trabajarían ni qué comerían, en qué

conventillos o ranchos o callampas tenderían los huesos, con su mujer y sus hijos

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los casados, solos y amontonados de a cuatro o cinco los solteros: había una crisis,

se vendió mucho salitre durante la guerra mundial, eso a pesar de que los alemanes

no pudieron comprarlo en los últimos tiempos –los gringos les hundían los barcos–

y se vieron obligados a sacarlo del aire; los alemanes pueden inventar cualquier

cosa, desde brutalidades hasta buena música y filósofos, y las compañías se

hincharon de plata, salitre para todo el mundo, pedir no más, ahí están los rotos […]

(7)

Este inicio en particular es increíblemente significativo, aquí el narrador cambia el foco del

relato para ya no centrarse en la figura de Aniceto desde un principio, no es su experiencia

en aquel pasado rememorado lo que se presenta al lector de entrada, sino que en este caso el

narrador busca hacerse cargo de la representación de un momento histórico que se inicia

con el cierre de las salitreras del norte y la crisis económica y social que aquello trajo,

momento en el que Aniceto se encontrará inserto. Esta crisis da pie para la conformación,

en términos de ideario, del pensamiento anarquista ya presente como forma importante de

hacer frente a los procesos sociales. Dentro de la novela se muestra a esta ideología y sus

prácticas como una forma intermediaria a las políticas institucionales del estado que van

marginalizando a las clases bajas y, por lo tanto, se constituye como una alternativa

comunitaria y social de las relaciones entre los individuos con miras a una cooperación y

construcción política importante; alternativa que como se sabe, y que dentro de la novela es

representado de muy buena forma, fracasa tanto por los integrantes que la conforman como

también por el despliegue de diferentes normas institucionales que coartan los espacios de

accionar que aquella alternativa tenía.

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De esta manera, y ya finalizando, es posible con lo tratado hasta aquí, tratar de

entender cómo es que la construcción de la tetralogía está planteada como una forma de

representación de un pasado, un pasado individual como también colectivo, que necesita de

ser rescatado conforme a un espacio de memoria que entienda la importancia de ese pasado

mismo en la formación de una identidad nacional como también en la mirada que se debe

tener del presente mismo. Este presente, si se considera el desarrollo de la tetralogía, sería

el presente del autor que finaliza su proyecto narrativo en 1971, pero que no por eso se

limita solamente a aquel momento histórico de relevancia social y popular. Así es, de mi

consideración, que la importancia del proyecto narrativo de Rojas no pierde vigencia o

acaba en ningún momento en tanto se presenta como un rescate de un pasado que tiene una

relevante cabida en cualquier momento histórico en el que sea leído. De ahí que para mí la

pertinencia y actualidad de Rojas no pueda ser puesta en cuestión en momento alguno, su

trabajo narrativo, su consideración de la literatura como vehículo de significancia

permanente y siempre reactualizable, dan muestra del papel preponderante que tiene el

discurso literario como forma textual que puede hacerse cargo de la representación de una

forma que otro tipo de discursos no pueden. En este sentido me ciño a una crítica

importante que plantea Walter Benjamin en sus tesis sobre la historia (2009) y es que no

resulta posible entender el pasado y el consecuente devenir histórico como una superación

de hechos, sino que cada presente debe verse reflejado en el pasado, debe verse reconocido

en la imagen del pasado que de lo contrario se mostraría como irrecuperable. Entonces todo

documento cultural, como sería cualquier texto literario, tiene una relación con el tiempo

donde hunde sus raíces y expresa irremediablemente el contexto donde se dio a luz, y a un

mismo tiempo posa su sombra sobre el futuro que para el lector es presente. Allí se

encuentra la particularidad de lo legado por el pasado: en su constante actualización en el

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instante presente. Estas novelas, en este sentido, se perfilan como metonimias que

resignifican en el presente el pasado, el fracaso y/o la pérdida, pero que pueden dar cuenta,

en alguna medida, de ello de una forma distinta, de una forma que en el presente se

resignificará.