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Marcelo L. Imperiale – ROL ÉTICO DEL PRAGMATISMO 1 ROL ÉTICO DEL PRAGMATISMO EN EL ORDEN POLÍTICO Y ECONÓMICO Consideraciones sobre la teoría pragmática de la verdad y la moral de William James y algunas de sus proyecciones en lo político y económico. INTRODUCCIÓN Distintas son las acciones que el hombre emprende tendientes a su propia realización y plenitud. Entre ellas se cuentan aquellas orientadas a establecer un marco de convivencia ordenado conforme con el bien común (orden político) y aquellas destinadas a la producción y distribución de bienes escasos y útiles (orden económico). El éxito o el fracaso en la gestión según estos órdenes, depende en gran medida de la eficacia del sujeto actuante, la cual se sustenta en cualidades del individuo que, en un sentido amplio y general, pueden reunírselas bajo el calificativo de “practicidad”. Suele hablarse, así, pues, de “hombre práctico” refiriéndose al perfil humano adecuado para tales tareas. Contemporáneamente el uso que vemos que se hace en el lenguaje del concepto de “practicidad” y la apreciación de su valor como cualidad, se ven distorsionados por la identificación que suele hacerse entre “práctico” y “pragmático”. Dicha identificación a nuestro modo de ver constituye un equívoco inserto en gran medida en el hombre de hoy y su cultura que afecta no solo al lenguaje, sino a sus conductas y que se refleja, notablemente, en aquellas relacionadas con lo político y económico. Entendemos, asimismo, que tal equívoco no procede de una moda o simple costumbre; es resultado de una tradición de pensamiento cultivado dentro de la modernidad y que ha derivado, entre otras líneas filosóficas, en el utilitarismo (inglés) y el pragmatismo (norteamericano). La sinonimia establecida entre “práctico” y “pragmático” da lugar a una serie de connotaciones y deriva en una disociación entre la dimensión moral del hombre, entendiendo por tal aquellas acciones humanas susceptibles de una valoración moral, y la que podríamos denominar dimensión práctico-productiva, esto es, las acciones tendientes a producir resultados útiles y concretos, tanto en el contexto de lo particular y privado como en el de lo social y público. En tal sentido se considera “práctico” a aquel que es capaz de disponer, con la mayor eficiencia, los medios más eficaces para la concreción de un fin propuesto, ya sea dentro del campo inherente a lo técnico- profesional, como en cualquier otro campo o circunstancia. En la consideración de los medios más eficaces, solo se tienen en cuenta las consecuencias concretas de los mismos, es decir, los resultados, dejando fuera todo otro criterio de valoración. De este modo, la dimensión ética queda o bien al margen, o bien subordinada al “hacer” y sus reglas. Lo “útil”, entendido como lo que mayores beneficios produce con el menor empleo de recursos, se erige en parámetro de referencia e ideal legítimo a procurar en todos los casos. La corriente pragmatista, a nuestro modo de ver, ha contribuido en buena medida en la inculturación de ideas del tenor descriptas. Dentro de la corriente pragmatista se destaca William James. No siendo su fundador, sin embargo, es una de

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Marcelo L. Imperiale – ROL ÉTICO DEL PRAGMATISMO 1

ROL ÉTICO DEL PRAGMATISMO EN EL ORDEN POLÍTICO Y

ECONÓMICO Consideraciones sobre la teoría pragmática de la verdad y la moral de

William James y algunas de sus proyecciones en lo político y económico.

INTRODUCCIÓN

Distintas son las acciones que el hombre emprende tendientes a su propia realización y plenitud. Entre ellas se cuentan aquellas orientadas a establecer un marco de convivencia ordenado conforme con el bien común (orden político) y aquellas destinadas a la producción y distribución de bienes escasos y útiles (orden económico). El éxito o el fracaso en la gestión según estos órdenes, depende en gran medida de la eficacia del sujeto actuante, la cual se sustenta en cualidades del individuo que, en un sentido amplio y general, pueden reunírselas bajo el calificativo de “practicidad”. Suele hablarse, así, pues, de “hombre práctico” refiriéndose al perfil humano adecuado para tales tareas.

Contemporáneamente el uso que vemos que se hace en el lenguaje del concepto

de “practicidad” y la apreciación de su valor como cualidad, se ven distorsionados por la identificación que suele hacerse entre “práctico” y “pragmático”. Dicha identificación a nuestro modo de ver constituye un equívoco inserto en gran medida en el hombre de hoy y su cultura que afecta no solo al lenguaje, sino a sus conductas y que se refleja, notablemente, en aquellas relacionadas con lo político y económico. Entendemos, asimismo, que tal equívoco no procede de una moda o simple costumbre; es resultado de una tradición de pensamiento cultivado dentro de la modernidad y que ha derivado, entre otras líneas filosóficas, en el utilitarismo (inglés) y el pragmatismo (norteamericano).

La sinonimia establecida entre “práctico” y “pragmático” da lugar a una serie de

connotaciones y deriva en una disociación entre la dimensión moral del hombre, entendiendo por tal aquellas acciones humanas susceptibles de una valoración moral, y la que podríamos denominar dimensión práctico-productiva, esto es, las acciones tendientes a producir resultados útiles y concretos, tanto en el contexto de lo particular y privado como en el de lo social y público. En tal sentido se considera “práctico” a aquel que es capaz de disponer, con la mayor eficiencia, los medios más eficaces para la concreción de un fin propuesto, ya sea dentro del campo inherente a lo técnico- profesional, como en cualquier otro campo o circunstancia. En la consideración de los medios más eficaces, solo se tienen en cuenta las consecuencias concretas de los mismos, es decir, los resultados, dejando fuera todo otro criterio de valoración. De este modo, la dimensión ética queda o bien al margen, o bien subordinada al “hacer” y sus reglas. Lo “útil”, entendido como lo que mayores beneficios produce con el menor empleo de recursos, se erige en parámetro de referencia e ideal legítimo a procurar en todos los casos.

La corriente pragmatista, a nuestro modo de ver, ha contribuido en buena

medida en la inculturación de ideas del tenor descriptas. Dentro de la corriente pragmatista se destaca William James. No siendo su fundador, sin embargo, es una de

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las figuras más importantes de esta corriente. En las páginas que siguen, nos proponemos analizar algunos aspectos de su pensamiento a fin de destacar aquellos contenidos que han influido en la apreciación y en las conductas del hombre contemporáneo con referencia al orden práctico. A continuación de ello propondremos dos casos a modo de ejemplos; uno, perteneciente al orden político: se trata del perfil del “político contemporáneo”, un ajustado reflejo de lo que Max Weber llamaba “político profesional”. Veremos que cabe reconocer un paralelismo entre este y un antecedente histórico: el modelo de político propuesto por las enseñanzas de Maquiavelo contenidas en su obra El Príncipe, de neto corte “pragmatista”. El segundo caso, es de orden económico, tomado de un artículo de Amitai Etzioni, donde el autor reseña su paso por la Harvard Business School como profesor de Ética y donde hace una crítica al magro rol que esta disciplina tiene en las “curricula” de estudios económicos. Con todo ello, esperamos contribuir con nuestro aporte a poner en evidencia la insuficiencia del pragmatismo para explicar la conducta humana y sus órdenes.

I) EL PRAGMATISMO

Consideraremos: 1) Su origen histórico–filosófico. 2) El pragmatismo de William James, del que nos detendremos en su teoría acerca de la verdad y su teoría moral. Orígenes del Pragmatismo

El nombre “pragmatismo” nos remite a la corriente de pensamiento filosófico surgido en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. No se trata de un sistema unitario; entre sus principales exponentes, Pierce y James, discrepan tanto en la significación del término “pragmatismo” como en sus respectivos pensamientos1. Tampoco consiste en un “movimiento” propiamente dicho2. Lovejoy distingue trece 1 “El término se deriva de la palabra griega “pragma”, que quiere decir “acción”, de la que vienen nuestras palabras “práctica” y “práctico”. Fue introducido en la filosofía por Mr. Charles Peirce, en 1878 en un artículo titulado: How to make our ideas clear, en Popular Science Monthly de enero de aquel año (...) Ha pasado completamente inadvertido durante veinte años, hasta ahora que yo, en una comunicación ante la unión filosófica del profesor Howison en la Universidad de California, volví a presentarlo aplicándolo especialmente a la religión” [William James. Para el presente trabajo hemos usado la edición norteamericana: Pragmatism, a new name for some old ways of thinking. Longmans, Green and Co., New York, 1943, y la edición castellana de Hyspamerica. Referiremos nuestras citas a ésta última. Entre los meses de noviembre y diciembre de 1906, James pronunció ocho conferencias en el Lowel Institute de Boston que repitió en enero de 1907 en la Columbia University de New York. Fueron luego publicadas en su solo volumen: Pragmatismo, un nuevo nombre para algunos antiguos modos de pensar.] James discrepa con Pierce, quien concibe el pragmatismo como un método para hacer claras las ideas; su pensamiento es una teoría de la significación. (Cfr. Giuseppe Agostino Roggerone, “Il pragmatismo”, en Grande Antologia Filosofica dirigida por Michele Federico Sciacca. Editorial Marzorati, Milán, 1976, tomo 24, págs. 167-215). Esta discrepancia fue reconocida por el mismo Pierce, quien no estaba de acuerdo con la manera en que James entendía el pragmatismo y, por ello, sustituyó en su propia teoría el nombre de “pragmatismo” por el de “pragmaticismo” (Cfr. Frederik Copleston, S.I. Historia de la Filosofía, Tomo 8, Editorial Ariel, Barcelona, 1979, pág. 298).

2 James, en el prefacio de su obra Pragmatismo, se opone expresamente a la denominación de “movimiento pragmático”: “no me gusta el nombre, pero aparentemente es demasiado tarde para cambiarlo”. [Op. cit., prefacio, pág. 19]

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formas diferentes de pragmatismo3. No obstante, tienen un común origen histórico: el proceso de la modernidad.

La modernidad se ha caracterizado por lo que puede definirse, siguiendo a Max Weber, como “racionalismo occidental”. “Racional” describe un proceso de desencantamiento ocurrido en Europa, que conduce al desmoronamiento de las imágenes religiosas del mundo y su consecuente cultura profana4. Hegel, considera como primer principio de la Edad Moderna la subjetividad a la que caracteriza entre otras cosas por el individualismo, el derecho a crítica (conforme con el cual, aquello que cada cual ha de aceptar, le debe ser justificado), y la autonomía de acción. La implantación de este principio de subjetividad reconoce acontecimientos históricos claves: la Reforma Protestante, La Ilustración y la Revolución Francesa5

El complejo desarrollo que ha significado la modernidad desde sus comienzos hasta el positivismo es reseñado por Nietzsche: una primera etapa surge con la filosofía griega que colocó la verdad del mundo en un más allá metafísico; concretamente, Nietzsche está pensando en Platón y su teoría de las “Ideas” preexistentes, fuente última de toda verdad y razón ontológica de todas las cosas respecto de las cuales constituyen su arquetipo. Una segunda etapa la presenta la filosofía kantiana según la cual la verdad y razón última de las cosas, no se encuentra en el ser íntimo de ellas (“noúmeno” kantiano), el cual permanece velado al conocimiento humano, y procede, por el contrario, de las leyes inmutables a-priori de la razón; esto es: el mundo de la experiencia está constituido conjuntamente por la intervención del sujeto humano. Finalmente, una tercera etapa, opuesta a la segunda, considera que lo verdaderamente real es el hecho “positivo”, es decir, el dato verificado por la ciencia; y como “verificar” es una actividad del sujeto humano, la realidad del mundo se identifica con lo producido por la ciencia en sus experimentos; por lo tanto no nos encontramos frente a un “mundo verdadero” (verdad objetiva) sino que la verdad es lo “puesto por el hombre” (voluntad de poder) 6.

En dicho proceso, observa Rorty, ha tenido lugar una diferencia de opinión en

torno a la naturaleza de la verdad que, en el siglo XIX, se cristalizó en la oposición entre “filosofía trascendental” de un lado y “filosofía empírica” del otro, entre “Platónicos” y “Positivistas”. Si bien estos términos, señala Rorty, resultaban vagos en aquel momento de la disputa, permitían situar convenientemente a los pensadores representantes de

3 Cfr. J. Lovejoy, “The thirteen pragmatisms” en Journal of Philosophy, 1908, págs. 1-12 y 29-39. 4 Cfr. Jürgens Habermas, El Discurso Filosófico de la Modernidad, Taurus, España, 1989, págs. 11 y ss., quien cita a Weber. Por su parte, Verneaux observa que la filosofía moderna comienza en el Renacimiento con un conjunto de tendencias, doctrinas e ideas erigidas en reacción contra la Escolástica y la Iglesia. Los hechos que contribuyeron a caracterizar la modernidad son: en ciencia una nueva y revolucionaria renovación de perspectivas sobre la concepción del universo (Copérnico, Kepler, Galileo sobre un nuevo modelo de ciencia basada en la observación y el método matemático) en Teología la reforma protestante (Lutero, Calvino) con el libre examen y el rechazo a toda autoridad en materia de fe que dará lugar al individualismo y al subjetivismo. En el plano filosófico una serie de movimientos que, en gran medida, reeditaron las grandes corrientes del pensamiento griego. [Cfr. Roger Verneaux, Historia de la Filosofía Moderna, Herder, Barcelona, 1969, Introducción]. 5 J. Habermas, loc. cit.; especialmente páginas 28 y ss. 6 F. Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, citada por G. Vattimo, en Creer que se cree, Paidos, 1996, pág. 24 y ss.

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ambos movimientos. El lado “trascendental” significaba admitir una verdad más allá de las ciencias de la naturaleza. El lado empírico suponía la no admisión de verdad alguna más allá del orden espacio temporal7.

En EEUU, después de 1860 nos encontramos con un panorama filosófico

alambicado y ecléctico. De una parte, el positivismo antimetafísico y antirreligioso, que choca con una fuerte tendencia religiosa de raigambre luterana y calvinista. De otra parte, el romanticismo americano con influencias idealistas8. Por otro lado, la creciente sociedad norteamericana, con su acentuado individualismo orientado a la competencia económica, al culto de la riqueza, a la expansión, al optimismo, y el riesgo del progreso, que se compatibiliza más con un punto de vista material del mundo que con una perspectiva ético-religiosa. Es la época de la conquista del Oeste, de la fiebre del oro; del éxito como única consigna moral; de las incipientes industrias, del desarrollo del ferrocarril y el telégrafo, del asentamiento de las bases del “American way of life”.

Sobre este cuadro, surgen distintos intentos de conciliar la perspectiva progresista asentada en la confianza en la ciencia y la perspectiva espiritual, a fin de dar las bases a una nueva cultura, una nueva moral, una nueva filosofía acorde al individualismo imperante9. En tal sentido, el auge que por entonces tenía la teoría evolucionista de Darwin ofrece la ocasión para muchos pensadores norteamericanos de encontrar un camino para atacar al positivismo con su oposición “ciencia vs. religión” y “ciencia vs. moral”, buscando, de alguna forma, conciliar la una con las otras. Se trata de intentos diversos y dispares, no exentos de mucha confusión10.

7 Cfr. Richard Rorty, Consecuencias del Pragmatismo, Tecnos, Madrid, 1996, págs. 19 y ss. Es lo mismo que William James destaca con un sentido más amplio aludiendo a distintas actitudes filosóficas, procedentes del temperamento particular de cada filósofo: “En filosofía tenemos un contraste (...) expresado en el par de términos “racionalista” y “empirista”; nombrando este último al amante de los hechos en su variedad más cruda, y aquel al que es devoto de principios eternos y abstractos”. El “tipo mental” de este último corresponde a lo que James llama “espíritu delicado”, mientras que el “empirista” se corresponde con el “espíritu rudo”. [William James, “Primera conferencia: El dilema actual de la Filosofía”, en Pragmatismo, un nuevo nombre para algunos antiguos modos de pensar, Hyspamérica, Buenos Aires, 1984, pág. 26 y ss.]

8 Cfr. James, ibídem. En la mencionada conferencia primera, sintetiza el panorama filosófico de su época. 9 El individualismo exagerado, sostiene Giuseppe Agostino Roggerone (loc. cit), encuentra justificación en una teoría optimista del progreso, orientado al mencionado culto a la riqueza y la eficiencia, como medio de propulsión del desarrollo social avalado por la ciencia, sobre el punto de vista de afirmar el mundo material sobre el espiritual. 10 A modo de ejemplo puede citarse a: Benjamin Rush (1745-1813) anterior a 1860 y pionero en esta línea, quien adaptó al dominio ético la teoría de Lamark acerca de la influencia ambiental sobre la variación de las especies y de la herencia en los caracteres adquiridos, y pretendía explicar la moral como influencia de la causalidad física en la consciencia, desprendida, por tanto, de toda vinculación metafísico-religiosa. Quiso, de esta manera, abolir la oposición religión-ciencia. Asa Gray, aplicó el criterio de selección natural a lo religioso concluyendo que el Cristianismo es la forma evolutiva más perfecta de la religión. Ralph Waldo Emerson, consideraba a la naturaleza como la “expresión” de la idea divina; la naturaleza deriva de Dios y evoluciona hasta llegar al hombre. Este es el punto de inflexión en este proceso que marca el retorno de la naturaleza a Dios (religión), y, en este sentido se pretende también una conciliación entre ciencia-progreso con moral-religión. Este autor habría influido en los escritos de Henry James, padre de William James. [Cfr. Roggerone, loc. cit.]

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Estos esfuerzos que procuraban justificar la perspectiva cientificista acorde a la idea de progreso social económico y político, con el idealismo romántico, se orientaban a la concreción del alma burguesa sobre el plano meramente moral. El pragmatismo surge con la pretensión de constituirse en una filosofía que combine lo que de positivo se halla en ambas corrientes (en ambos “espíritus”, en lenguaje de James); “lo que Uds. necesitan, nos dirá James, es una filosofía que no solo ejercite sus facultades de abstracción intelectual (polo “trascendental”) sino que tenga una conexión positiva con este mundo real de vidas humanas finitas” (polo “empirista”)11. Históricamente tiene lugar dentro del círculo de científicos, filósofos y juristas de la Universidad de Harvard que solían reunirse en el estudio de Pierce o de William James para elucidar cuestiones filosóficas de la actualidad de ese momento (1870 y años siguientes).

La crítica del Pragmatismo se asienta en una cuestión epistemológica: ofrecer un modo adecuado para resolver problemas metafísicos que, de no ser así, resultarían interminables12. De esta manera, el centro de sus objeciones apunta al concepto de verdad como adecuación o correspondencia con la realidad y al concepto de conocimiento como “copia” del objeto13. Desde esta perspectiva derivan todas las consecuencias a que el pragmatismo ha dado lugar14. Rorty señala que para el pragmatismo la verdad representa el nombre de una propiedad que todos los enunciados verdaderos comparten, pero dudan que haya algo más que agregar sobre este rasgo común. Otro tanto puede decirse acerca de las conductas humanas moralmente buenas; merecen ser realizadas, pero dudan que haya algo general y útil que decir sobre lo que las hace buenas. Las discrepancias y disputas que han tenido lugar en torno a la determinación de lo que es verdadero y bueno o de lo que significa “verdad” y “bien”, torna tal disputa carente de interés, por cuanto a lo largo del tiempo no se ha dado un sentido adecuado a la noción de correspondencia entre el pensamiento, el lenguaje, y las cosas15. El pragmatismo, de esta manera, se sustenta en un relativismo, entendiendo por tal el rechazo de verdades absolutas. Se opone al racionalismo y adscribe de alguna

11 Cfr. William James, ibídem. 12 Así es formulado por James: El pragmatismo “es en primer lugar, un método para apaciguar las disputas metafísicas que de otro modo serían interminables”. William James, “Conferencia Segunda, El significado del Pragmatismo”, en Pragmatismo, pág. 46. 13 “En la frase “adecuación con al realidad”, el pragmatismo acepta la teoría tradicional de la verdad, aunque sólo en principio. Una afirmación es cierta cuando está de acuerdo con la realidad, lo mismo con objetos de la experiencia externa que con relaciones de índole mental, es decir, definiciones y principios. La diferencia es que para el pragmatista no existe un orden de verdades trascendentes” [Comentario de L. Rodríguez Aranda, en William James, Pragmatismo, Prólogo, pág. 11]. Volveremos más adelante sobre este concepto y sobre la crítica que hace James al concepto de verdad como “copia”. 14 Muy especialmente la Escolástica ha desarrollado extensamente la teoría de la verdad como adecuación. William James, reconoce la herencia escolástica en el concepto de verdad como adecuación: “La ortodoxia escolástica, en donde siempre se encontrarán conclusiones perfectamente definidas, ha edificado primorosamente esta convicción absolutista en la doctrina llamada de la evidencia objetiva (...) El fundamento final de esta evidencia objetiva, presente en ciertas proposiciones, es la adequatio intellectus nostri cum re” [W. James, La Voluntad de Creer y otros ensayos de Filosofía Popular, Daniel Jorro Editor, Madrid, 1922, pág. 20] 15 Rorty, op. cit., pág. 23

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forma al empirismo16. La verdad, como veremos en la próxima sección del presente estudio, es tal en relación con un sistema de realidades. El pragmatismo de William James

No puede reducirse la figura de James solo a su pragmatismo, de momento que su pensamiento filosófico abarca otros aspectos; tampoco, a nuestro modo de ver, se puede encuadrar convenientemente su pragmatismo sin considerar algunos de sus aportes en el campo de la Psicología17. Procuraremos en las páginas siguientes relevar algunos tópicos principales del pensamiento de James. Nos interesa especialmente su teoría de la verdad, tan íntimamente ligada a su pragmatismo, su tratamiento pragmático acerca de la cuestión de un “plan en la Naturaleza”, esto es, el problema del orden intrínseco al universo, que abre camino a una teleología, y algunas consideraciones acerca de la moral.

A) Noción pragmatista sobre la verdad.

En el prefacio de La Voluntad de Creer, James describe su actitud filosófica como “empirismo radical”18. Toma del empirismo su metodología conforme con la cual la única realidad asequible son los hechos materiales, particulares y concretos, a partir de los cuales puede arribarse a ciertas conclusiones. Estas no pueden aspirar a una universalidad absoluta, sino al rango de hipótesis sujetas a modificación en el curso de nuevas experiencias. Tampoco admite que la multiplicidad de las cosas formen una unidad inteligible. A esta concepción denomina “monismo” y opone su concepción “pluralista” del mundo.

“Prima facie, el mundo es un pluralismo; tal como se nos da su

unidad es la de una colección, encaminándose nuestros más persistentes esfuerzos a despojarle de esta forma ruda primitiva” pero “la unidad absoluta, a despecho de los más brillantes ímpetus orientados en tal sentido, persiste aún indescifrable como una frontera conceptual”.19

16 “El pragmatismo, explica James, representa una actitud perfectamente familiar en filosofía, la actitud empírica: pero la representa, a mi parecer, de un modo más radical y en una forma menos objetable (...) Se vuelva hacia lo concreto y adecuado, hacia los hechos, hacia la acción y el poder. Esto significa el predominio del temperamento empirista y el abandono de la actitud racionalista. Significa el aire libre y las posibilidades de la Naturaleza contra los dogmas, lo artificial y la pretensión de una finalidad en la verdad.” [William James, “Conferencia Segunda, El significado del Pragmatismo”, en Pragmatismo, pág. 49] En la sección siguiente abordamos más extensamente el sentido de este empirismo. 17 William James estudió medicina y también se dedicó a la psicología. En 1876 instaló el primer laboratorio psicológico de Norteamérica. Es el fundador de una corriente en Psicología: el “Funcionalismo”. Sus primeras obras publicadas fueron sobre esta materia: The Principles of Psychology, en dos volúmenes, de 1890, compendiada en el Text-Book of Psychology, Briefer Course (conocida comúnmente como Briefer Course) de 1892 [Cfr. Rodríguez Aranda, loc. cit.]. Existe una versión castellana de esta última: Compendio de Psicología, Emecé editorial, Bs. As., 1947 18 “De tener que definir esta escuetamente (su actitud filosófica), llamaríamosla empirismo radical” [Cfr. La Voluntad de Creer, y otros ensayos de filosofía popular, Daniel Jorro editor, Madrid, 1922, pág. 2] 19 Ibídem. “Monismo” (monos, del griego: uno) en James representa la actitud que supone que el conjunto de los hechos particulares y concretos son pasibles de ser explicados a partir de una ley general que los describe.

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Denomina a su empirismo “radical” pues aun éste mismo es concebido en carácter de hipótesis.

A nuestro modo de ver, hay aquí un cierto escepticismo de base que conduce a

un relativismo cuya influencia se hará notar a la hora de definir el concepto de verdad;. Para decirlo brevemente, aspiramos llegar a un principio unificador de la realidad, a lo que esta es en sí misma; pero esto es algo a lo que debemos renunciar, es un límite de nuestro conocimiento; no podemos alcanzar verdades absolutas y universales. Solo podemos “aproximarnos a ello”. En efecto:

“Agotada la capacidad de razonamiento, siguen ofreciéndose los

hechos juntos como meramente dados con su peculiar opacidad, no explicándose en su mayoría ni por sus propias condiciones ni por sus relaciones con los demás. Y en último término, no quedará otro recurso que tener en cuenta los varios puntos de vista aportados a toda discusión relativa al universo (...) Así es el pluralismo figuradamente expresado y a la ligera. Yo tengo por empírico radical a quien quiera que vea en este pluralismo la forma permanente del mundo y que admita la experiencia en toda su crudeza como elemento eterno”.20 No obstante creemos que sería indebido suscribir el pragmatismo a un mero

relativismo; pretende ser una solución a la limitación de nuestro conocimiento. El método pragmatista, de hecho, procura superar el relativismo a que conduciría la reedición del viejo argumento de la “contradicción de los filósofos”; ciertamente toma en cuenta los distintos puntos de vista y se presenta, primariamente, tal como hemos señalado más atrás, como un método para zanjar cuestiones que de otro modo serían insolubles; esto es, para disolver satisfactoriamente las contradicciones a que dan lugar los distintos puntos de vista sobre tal o cual cuestión. ¿En qué consiste este método?. Dadas dos nociones (o teorías) acerca de un cierto hecho, cada una de las cuales puede adaptarse o no a la realidad, en mayor o menor grado, se trata de interpretar cada noción, trazando sus respectivas consecuencias prácticas, es decir, se pregunta qué diferencia de orden práctico supondría, para cualquiera que fuera cierta, tal teoría en vez de su contraria. Si no se pueden trazar diferencias prácticas, entonces las alternativas opuestas significan prácticamente lo mismo y su discusión, por consiguiente, es vana21.

20 Ibídem. También leemos en El Significado del Pragmatismo: “A medida que las ciencias se fueron desarrollando, ha ganado más terreno la idea de que quizás la mayoría de nuestras leyes son tan sólo aproximaciones” [W. James, “Segunda Conferencia: El significado del Pragmatismo”, en Pragmatismo, pág. 52] 21 Cfr. El Significado del Pragmatismo, pág. 46. Pongamos un ejemplo tomado de Pierce. Existe una discrepancia entre la concepción católica de la Eucaristía y la concepción protestante. Para el católico, el pan y el vino mudan su sustancia en cuerpo y sangre de Cristo (transubstanciación); el pan y el vino conservan solamente las cualidades accidentales, pero su sustancia ya no es pan, sino Cuerpo de Cristo, y no es más vino, sino Sangre de Cristo. Para el protestantismo, el pan y el vino son Cuerpo y Sangre de Cristo en sentido traslaticio; nutren nuestra alma como la carne y su sangre nutren nuestro cuerpo. Aplicando el método pragmático a ambas concepciones vemos que las consecuencias prácticas en un caso u otro son las mismas; en efecto, lo que percibimos en todos los casos son impresiones sensibles que el pan y el vino conforme con sus propiedades –cualidades accidentales- dejan en nuestros sentidos. La discusión entre ambas concepciones, la católica y la protestante, acerca de la Eucaristía, pragmáticamente considerada es un pseudoproblema. (Cfr. Pierce: Cómo hacer claras nuestras ideas).

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En tal sentido, el pragmatismo, además, es una teoría genética de lo que se entiende por verdad22.

En su obra “Principios de Psicología”, establecerá su concepto de experiencia23.

Los datos recibidos por los sentidos son integrados en una fluencia que es nuestra conciencia. La “corriente de conciencia” (stream of consciouness) es aquélla sobre la cual opera nuestro pensamiento. Es “el flujo inmediato de vida que nos proporciona el material para una reflexión posterior con categorías conceptuales”24 Esta conciencia sufre una evolución desde una primera y primaria experiencia indiferenciada hasta la experiencia regular, en la que intervienen tanto los datos empíricos como ciertos elementos anteriores. James considera que esta experiencia primaria nos brinda noticia de que existen distintas cosas y relaciones, pero en un plano tan elemental que, propiamente, no registra las distinciones conciencia-contenido o sujeto-objeto; en este sentido es “neutra”25. En este “fluir” sucesivo de datos empíricos, la conciencia “selecciona”, “prefiere” algunas sensaciones antes que otras, relevando el elemento que le interesa. A este “interés” refiere lo que es pertinente del dato empírico, dejando de lado lo que no se estima relevante. Así, en nuestro pensamiento hay partes “sustantivas” (los aspectos que se conforman con nuestro interés y relevan los datos empíricos pertinentes) y partes “transitivas”, que no son relevantes pero que se integran a la trama que conforma la corriente de nuestra conciencia.

La experiencia, pues, es una selección de elementos del concreto fluir de la

conciencia y el proceso de inducción de los datos e hipótesis verificables que los gobiernan. Se trata de un proceso creativo condicionado (pero no determinado) por el ambiente. Notemos que los objetos son meros condicionantes, pero lo determinante en

22 Ibídem, pág. 56 23 El contexto de su análisis psicológico es expresado por el mismo James en la Introducción de su Briefer Course: “La Psicología será tratada como una ciencia natural”; entiende por tal “el conjunto provisional de proposiciones sobre los estados de consciencia y sobre las nociones que de ellos se tienen”. Sostiene la íntima conexión existente entre nuestros estados de consciencia y la actividad cerebral: “Condición inmediata de un estado de consciencia es cierta actividad en los hemisferios cerebrales (...) Difícil sería, sin embargo, establecer mediante prueba breve y perentoria la dependencia absoluta de la actividad mental de modificaciones en el sistema nervioso; pero, al menos, es innegable la existencia de una cierta dependencia general”. Reconoce que la vida mental es teleológica, pero por tal concibe la evolución de nuestros modos de sentir y pensar a causa de su “utilidad para modelar nuestras reacciones sobre el mundo exterior” [Cfr. Compendio de Psicología, pág. 45 y ss.]

24 Ensayos sobre Empirismo Radical, pág. 117, citado por Copleston, op. cit. p. 322. En el Briefer Course leemos que “la consciencia de cualquier clase, fluye. Los estados mentales se suceden unos a otros en la consciencia”. Inmediatamente señala cuatro características a la consciencia: “1)Todo estado tiende a formar parte de una consciencia personal. 2) En cada consciencia personal se hallan los estados en perpetuo cambio. 3) Toda consciencia personal es sensiblemente continua. 4) Se halla interesada en unas partes de su objeto, con exclusión de otras, que acepta o rechaza; elige de entre ellas, para decirlo sumariamente” [Cfr. Compendio de Psicología, pág. 211]. 25 Esta experiencia pura, consiste en un “monismo” psicológico, es decir, se trata de una suerte de “fondo” que “precontiene potencialmente las distinciones de la experiencia desarrollada”; así lo explica Copleston; se trata de la teoría del “monismo neutro” que James asocia con el empirismo radical. Dicho “monismo” debe interpretarse en sentido psicológico: un estado de “sentimiento” en el cual las distinciones mencionadas no se han dado todavía. Si se lo interpretara en sentido ontológico, como la “materia” de la cual emerge toda la realidad, se caería en un idealismo monista [Cfr. Copleston, op. cit. Pág. 323]

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nuestra experiencia es la “preferencia” y el “interés” que gobiernan esta “selección”. James completa su concepción de la experiencia señalando la participación de elementos provenientes del sujeto, de los que no se tiene conciencia inmediata y que operan directamente sobre nuestra mente como combinaciones no intencionales directamente ejercitadas en el tejido cerebral26. De esta manera la experiencia no es un duplicado del mundo exterior.

En cuanto al concepto de verdad, James parte de la admisión de la clásica

definición de verdad como adecuación con la realidad27. La cuestión consiste en determinar qué debemos entender por “adecuación” y por “realidad”. En primer lugar, refuta la idea que identifica la verdad con una suerte de “copia” de los hechos. En efecto; acepta que puede resultar admisible en las cosas sensibles. Las ideas verdaderas de las cosas sensibles reproducen a estas (son su “copia”). Consideremos un reloj de pared. Si cerramos los ojos y pensamos en él, inmediatamente se nos representará su figura, su cuadrante, manecillas, etc.; en nuestra idea está representado dicho reloj; nuestra idea de él es una cierta “copia” del reloj original. Sin embargo si nuestra idea versa, por ejemplo, sobre el funcionamiento del reloj: marcar la hora, salvo que “conozcamos” el mecanismo de su maquinaria como lo conoce un relojero que tiene experiencia directa de lo que es un reloj, resulta muy difícil establecer una “copia” de este fenómeno; otro tanto ocurre en casos similares. Por consiguiente, cuando nuestras ideas no pueden reproducir definitivamente el objeto, ¿qué significa “adecuación”? Ciertamente el sentido de adecuación no puede consistir en una reproducción de la realidad; tal sentido resulta insuficiente.

Para elucidar este punto, aplica el método pragmatista. Presentar la cuestión

respecto de la verdad en términos de conformidad (asimilada aquí al concepto de “copia”) nos lleva a aporías; el planteo debe ser otro: admitida una idea o creencia o idea como cierta, ¿ qué diferencia concreta se deducirá de ello para la vida real de un individuo? ¿Cómo se realiza la verdad? ¿Cuál es su valor efectivo en términos de experiencia?:

“En el momento en que el pragmatismo pregunta esta cuestión

comprende la respuesta: ideas verdaderas son las que podemos asimilar, hacer válidas, corroborar, y verificar: ideas falsas son las que no. Esta es la diferencia práctica que supone para nosotros tener ideas verdaderas, pues ello es todo lo que es conocido de la verdad”28 La verdad de una idea es el proceso de su verificación: su validez es el proceso

de su validación.

26 Cfr. Roggerone, op. cit. p. 184. Nuestra consciencia está sujeta a una evolución fisiológica debida a nuestras experiencias externas e internas. Se nota la influencia del evolucionismo de Darwin; no se da, empero, el concepto de adaptación al medio ambiente, pues el ambiente opera como condicionante. 27 “La verdad, como dicen los diccionarios, es una propiedad de algunas de nuestras ideas. Significa adecuación con la realidad, así como la falsedad significa inadecuación con ella” [W. James, “Sexta Conferencia: Concepción de la Verdad según el Pragmatismo”, en Pragmatismo, pág. 130]. Respecto del concepto pragmatista de la verdad, nos basamos en la explicación dada en esa conferencia. 28 Op. cit. pág. 131

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Ahora bien; verificación y validación en sentido pragmatista, aluden a las consecuencias prácticas de dicha idea verificada y validada. Lo que la mente tiene en cuenta cuando decimos que nuestras ideas concuerdan con la realidad (se adecuan o conforman con la realidad) son las consecuencias prácticas que tales ideas implican. Tales consecuencias nos guían hacia otros sectores de nuestra experiencia con los que sentimos que concuerdan las ideas originales29. La verificación es una función de orientación que una idea tiene. ¿En qué sentido una idea verificada nos orienta?. James nos explica que en el mundo, las realidades con que nos enfrentamos, pueden ser infinitamente útiles o infinitamente perjudiciales. Las ideas que nos señalan cuáles de estas pueden esperarse, se consideran verdaderas; esto significa que una idea verdadera permite predecir efectos que pueden producir las realidades en términos de beneficio o perjuicio. Por tanto, la verificación de una idea, su adecuación con la realidad, está en función de necesidades y tiene valor práctico-utilitario. En efecto:

“La posesión de la verdad, lejos de ser aquí un fin en sí mismo, es

solamente un medio preliminar hacia otras satisfacciones vitales.” Pone inmediatamente un ejemplo elocuentemente aclaratorio:

“Si me hallo perdido en un bosque, y hambriento, y encuentro una senda de ganado, será de la mayor importancia que piense que existe un lugar con seres humanos al final del sendero, pues si lo hago así y sigo el sendero, salvaré mi vida.”30

La verificación de que realmente existe tal lugar, una casa, resulta de la mayor

utilidad. Dicha verificación es el proceso práctico de recorrer dicho sendero. De no recorrerlo, nunca podríamos constatar que realmente existe tal casa; no sabríamos, por consiguiente, si nuestro pensamiento acerca de su existencia es verdadero o no. Pero, dicho proceso de verificación, tuvo lugar en función de una necesidad, el hallarnos perdidos en un bosque; dicha necesidad, nos movió a la verificación de nuestra idea y ello, porque su objeto representaba algo útil para nosotros31. De allí concluye James el principio de que una idea es útil porque es verdadera y es verdadera porque es útil32. La teoría general de la verdad pragmatista, en palabras de James “se liga con el

29 Ibídem. Nótese que hemos dicho: “sentimos que concuerdan con las ideas originales”; así lo expone James; consideramos que el concepto de “sentimiento” aquí expuesto es el que define en una obra suya posterior, de 1909: “El significado de la verdad”; en efecto, allí leemos: “Me estoy sirviendo, en todo momento, de la palabra “sentimiento” como término general para designar todos los estados de consciencia considerados subjetivamente, y sin tener en cuenta su función posible (...) puede finalmente reemplazarse por la palabra pensamiento” [El presente texto ha sido tomado de la edición francesa de esta obra y en referencia a ella hacemos las citas. L’idée de Vérité, Felix Alcan, Paris, 1913, cap. 1, pág. 2. Las traducciones nos pertenecen] 30 Cfr. “Conferencia sexta: Concepción de la Verdad según el Pragmatismo” en, Pragmatismo, pág. 132. La verdad tiene un sentido instrumental. Otro tanto puede decirse de las teorías (especialmente filosóficas): “llegan a ser instrumentos, no respuestas a enigmas, en los que podamos descansar” [Pragmatismo, pág. 50] 31 “El pensamiento verdadero, en este caso, es útil, porque la casa, que es su objeto, es útil. El valor práctico de las ideas verdaderas se deriva, pues, primariamente de la importancia práctica de sus objetos para todo momento” [Op. cit., pág. 132] 32 “ “Verdadera” es el nombre para la idea que inicia el proceso de verificación; “útil” es el calificativo de su completa función en la experiencia” [Op. cit., pág. 133]

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modo en el que un momento de nuestra experiencia puede conducirnos hacia otros momentos a los que vale la pena de ser conducidos”33.

La verdad es una propiedad de las ideas, pero no una propiedad “fija”, “estática”,

sino sujeta a un dinamismo, el propio de las vivencias humanas y sus necesidades. No hay una correspondencia entre la idea y la realidad, más allá de la ocurrida a partir de su constatación empírica en los hechos particulares y concretos en el contexto de las necesidades humanas, según se ha señalado. En El Significado de la Verdad, encontramos una confirmación expresa de lo aquí afirmado:

“No se hace una distinción suficiente entre las dos nociones, la de

verdad y la de realidad. Las realidades no son verdaderas, simplemente son”34

La “confusión” entre idea y realidad, observa James, conlleva a un ilegítimo intercambio recíproco de atributos; frente a tal actitud, el pragmatismo destaca su imposibilidad.

“Temo que la realidad misma es tratada como si ella fuera verdadera e inversamente. Quienquiera de nosotros que habla acerca de una de ellas, debe forzosamente, se supone entonces, hablar igualmente de la otra; y una idea verdadera debe ser, de alguna manera, o al menos debe donar (...) la realidad que se encuentra en su posesión cognitiva. A esta exigencia dimanada de un idealismo absoluto, el pragmatismo opone simplemente su non possumus (no podemos)”35

La aclaración del contexto idealista dentro del cual, según explica James, tendría lugar la confusión idea-realidad, a nuestro juicio, contribuye a ubicar su interpretación del concepto de adecuación. En la tradición escolástica, la verdad es interpretada como adecuación entre las cosas y el intelecto36. El término “adecuación”, deriva del Latín, “adaecuatio”, que, etimológicamente, se relaciona con el verbo “adaequare” cuyo

33 Ibídem. Vemos la misma idea expresada en El Significado del Pragmatismo: “Cualquier idea sobre la que podamos cabalgar, por así decirlo, cualquier idea que nos conduzca prósperamente de una parte de nuestra experiencia a otra, enlazando las cosas satisfactoriamente, laborando con seguridad, simplificándolas, ahorrando trabajo es verdadera; esto es “verdadera instrumentalmente”” [Cfr. “Segunda Conferencia: El significado del Pragmatismo”, en Pragmatismo, pág. 53] 34 Cfr. op. cit. pág. Cap. VIII, pág. 171. Encontraremos la misma afirmación relacionada con el bien. Las cosas no son ni buenas ni malas en sí, simplemente son. [Cfr. Los Moralistas y la vida Moral, en La Voluntad de Creer y otros ensayos de Filosofía Popular, pág. 182 y ss.] Volveremos sobre este punto más adelante. 35 Ibídem. 36 Cfr. Santo Tomás, De Veritate, Q. 1, a.1, corpus. También en Comentario al Primer Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, Distinción 19, Q. 5, a. 1; Suma Teológica, I, Q. 16 y 17. El origen de esta definición se remonta, según Santo Tomás, a Isaac Israeli, pensador judío medieval que vivió durante la segunda mitad del siglo IX y primeras décadas del siglo X, en Egipto (El Cairo). Famoso en su época por su Liber Definitionum (Libro de las Definiciones), en sus obras, manifiesta influencia aristotélica. Anota al respecto Jesús García López que tal definición no se encuentra en Isaac Israeli y que, tal vez, quien primero la propuso equivalentemente fue Avicena en su Metafísica, Tratado 1, cap. 9 [Cf. Jesús García López, Doctrina de Santo Tomás sobre la verdad, EUNSA, Pamplona, 1967, pág. 159].

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primer significado es “igualar”, “hacer igual”. Nada se “iguala” consigo mismo sino con otro, por lo cual la “adecuación” supone la alteridad de los términos que se igualan. Lo propio del entendimiento es “conocer” y esto ocurre cuando, en lenguaje de la Escuela, posee la presencia intencional del objeto (lo cual significa la presencia de una cierta “semejanza” – “similitudo” – del objeto). Pero no basta con estar en posesión de esta semejanza (el objeto entendido), sino que también se debe conocer la conformidad del objeto entendido con la cosa. De no ser así, estaríamos en posesión de una verdad, pero sin conocerla.37 Debe conocerse el objeto en cuanto representado en nuestra inteligencia y conocer la conformidad de dicha representación con la realidad concreta de donde procede dicha representación. Esto tiene lugar en el acto de juicio de la inteligencia. Cuando la inteligencia afirma o niega conoce la conformidad de tal afirmación o negación con la realidad concreta extramental; esta conformidad es la adecuación entre el intelecto y la cosa.

Esta teoría de la verdad se sustenta en una metafísica realista-objetiva de base; en la adecuación entre la inteligencia y las cosas, es la inteligencia humana la que, por decir así, se “acomoda” a lo que la realidad extramental es en sí. Esto supone: a) que hay un orden intrínseco, extramental, en las cosas, independiente del sujeto capaz de conocerlo: la naturaleza o esencia de las mismas; b) que el hombre, con su intelecto es capaz de conocer dicho orden (es capaz de conocer las esencias de las cosas).

Si, en cambio, negamos al hombre la capacidad de alcanzar lo que las cosas son en sí (su esencia o naturaleza), la verdad queda resuelta como una adecuación de la razón del hombre consigo misma, con sus propias “categorías”; el contexto es kantiano. Las cosas, por su parte, o bien permanecen esencialmente ocultas al entendimiento (la “cosa en sí” – Kant –) o, suprimida su realidad extramental, éstas son identificadas con la razón.

En la filosofía de James, no cabe el concepto de adecuación en el primer sentido de momento que la admisión de un orden extramental en la naturaleza (la existencia de un “plan” en la naturaleza) es rechazada pragmatísticamente38; la segunda alternativa y sus consecuencias también son imposibles; de allí que, en el texto citado más arriba, se refiere a un idealismo absoluto39 el cual es rechazado. De esta manera, entendemos que cierra toda posibilidad a una conformidad intelectual entre sujeto y objeto (entre la idea y la realidad); la propuesta a cambio es una constatación (empírica) motivada por la voluntad según el orden de la necesidad y utilidad del sujeto.

Algunas ideas son verificadas en armonía con otras previamente verificadas o proceden de una verificación indirecta, es decir, hecha por otros. James utiliza el término “creencia” para referirse a nuestras ideas (indistintamente aplicado a teorías o hipótesis científicas, o ideas éticas o religiosas). “La verdad descansa, en la mayoría de 37 Como quien tuviese en mente y repitiera que “en un triángulo rectángulo, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa” (teorema de Pitágoras) pero no tuviera la menor idea de lo que esto significa, es decir no conoce la conformidad de esta idea con la cosa (en este caso, un ente matemático). Nótese que decimos “semejanza” y no “copia”. Se trata de una representación del objeto en tanto es entendido. 38 Cfr. nuestra siguiente sección. 39 Además, como señalamos, James admite que la adecuación como copia solo cabe en el plano de la sensibilidad. Una “copia” de la realidad como una “representación” de la razón, sería tenida, a los ojos de James, como idealismo.

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los casos, en un sistema de crédito”40; es decir que por encima de toda verificación fáctica, hay una instancia dominante, que determina nuestras creencias y es la fe. Es oportuno aclarar que para James la “fe” pertenece al orden de la “voluntad”. En “La Voluntad de creer” llega a afirmar que nuestra naturaleza pasional puede y debe, legítimamente, decidir en la selección de ciertas proposiciones, cuáles son selecciones verdaderas, toda vez que por su naturaleza no puedan decidirse intelectualmente41. La validez de esta fe tiene un valor netamente práctico, cuya relevancia se hará más evidente en el orden moral42.

El sistema de creencias de un individuo particular, se integra en sistemas de

creencias más vastos, comunes a una sociedad, o una época. En este contexto: ¿cabe hablar de una verdad absoluta, de un principio o de un fin que impida caer en un mero relativismo de acuerdo al cual cada sistema de creencias sería independiente e igualmente válido?; Solo como un ideal al que imaginamos que convergen nuestras verdades temporales43. El fondo religioso de James le impide dejar su pensamiento en este punto; máxime, cuando encuentra “razones pragmáticas” para aceptar la “creencia” en Dios. En tal sentido, cedamos nuevamente la palabra al mismo James:

“Esta noción reguladora de una verdad potencial mejor, se

establecerá más tarde, posiblemente se establecerá algún día, con carácter absoluto y con poderes de legislación retroactiva, y volverá su rostro, como todas las nociones pragmatistas, hacia los hechos concretos y hacia el futuro. Como todas las verdades a medias, la verdad absoluta tendrá que hacerse, y ha de ser hecha como una relación incidental al desarrollo de una masa de experiencias de verificación a las que contribuyen con su cuota las ideas semiverdaderas”44.

40 Op. cit. pág. 134. 41 “Hay, pues, hechos cuya existencia depende, en absoluto, de la fe en su advenimiento. Y si la fe en un hecho puede crear el hecho, atrevida es y pretenciosa la lógica mantenedora de que la fe sin completa evidencia científica es la más detestable inmoralidad en que pueda caer un ser pensante” [La Voluntad de Creer, pág. 31] 42 “Para las verdades dependientes de nuestra acción personal, es necesaria, casi indispensable, la fe basada en el deseo” [La Voluntad de Creer, pág. 31]. De esta forma, James quería también encontrar la manera de integrar ciencia y religión. Negando validez a la intuición y a la evidencia, conecta la verdad a la creencia y concibe el mundo como pluralidad de universos particulares entre los que se cuenta el universo divino. El devenir de este mundo pluralístico se resuelve como colaboración entre los hombres (sociedad) y colaboración de los hombres con Dios. Dios no es objeto de la ciencia, pero el mundo de la ciencia es uno de los “universos” propios del hombre. Religión y ciencia, proceden de distintos tipos de creencias, justificados pragmáticamente. 43 “Lo “absolutamente” verdadero, es decir, lo que ninguna experiencia ulterior alterará nunca, es ese punto ideal hacia el que nos imaginamos que convergerán algún día todas nuestras verdades temporales. Equivale al hombre perfectamente sabio y a la experiencia absolutamente completa; y si estos ideales se realizan algún día, se realizarán conjuntamente. Entretanto, tendremos que vivir hoy con arreglo a la verdad que podamos obtener hoy y estar dispuestos a llamarla falsedad mañana” [Cfr. “Conferencia Sexta: Concepción de la verdad según el pragmatismo” en Pragmatismo, pág. 142] 44 Ibídem.

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Es decir que se puede hablar de una verdad absoluta como de un “ideal” a ser realizado concretamente y de forma plena en un futuro y respecto del cual, cada verdad-experiencia-verificación contribuyen a su realización.

B) El problema del orden intrínseco del Universo

Entre las distintas cuestiones metafísicas que William James aborda aplicando el

método pragmatista, nos importa la relativa al orden teleológico del Universo. La razón de su relevancia radica en que un contexto que admita un orden intrínseco a las cosas, orientado a un fin, permite justificar racionalmente el orden de las conductas del hombre. En tal caso, resultará posible una ciencia acerca de lo moral. James, rechaza la asequibilidad racional de tal orden.

En efecto, en Algunos problemas metafísicos considerados pragmáticamente,

plantea la cuestión acerca de un “plan” en la Naturaleza. Observa que históricamente se ha pretendido probar la existencia de Dios partiendo de los hechos naturales, muchos de los cuales parecen manifestarse como “planeados unos en vista de otros”45, es decir, ordenados unos respecto de otros (unos, erigiéndose en fines de otros). Tal adecuación mutua de cosas, observa James, se atribuía a un “plan” creado por la divinidad, amante del hombre. Ahora bien, en el mundo no solo encontramos bienes, sino también males; más aún, lo que resulta bueno para unos, resulta un mal para otros46. Por tanto, no parece comprensible el carácter de una mente cósmica cuyos designios se revelan dentro de una mezcla de bienes y males, tal como se constata en el mundo de los hechos concretos y particulares. En consecuencia el concepto de “plan” carece de consecuencias y no explica nada. Más aún; la misma cuestión acerca de si existe tal “plan” es inútil. James, se manifiesta abiertamente despectivo ante la suposición de tal orden o plan teleológico47. Opuestamente, la cuestión real consiste en develar qué es este Mundo, sea o no resultado de un plan. Esto solo cabe hacerse empíricamente, estudiando todos los hechos particulares de la naturaleza.

Sin embargo, restaurará la vigencia de la idea de un “plan” finalista para el

Universo desde el plano de la fe. Solo desde este punto de vista, el de la fe y la esperanza, cobra sentido, como una “vaga confianza en el futuro”48

45 Cfr. W. James, “Conferencia Tercera: Algunos problemas metafísicos considerados pragmáticamente”, en Pragmatismo, pág. 79 y ss. 46 “Es extraño observar, comenta James, considerando lo unánimemente que nuestros antepasados aceptaron la fuerza de este argumento, lo poco que significa desde el triunfo de la teoría darwinista. Darwin (...) puso de relieve las numerosas adaptaciones que, de estar planeadas, supondrían más bien un mal designador que uno bueno. Aquí, todo depende del punto de vista. Para el gorgojo bajo la corteza la admirable adecuación del organismo del pájaro carpintero para extraerlo ciertamente implica un designador diabólico” [Ibídem]. Esta posición escéptica y relativista, no constituye un argumento sólido. 47 “Es el más estéril de los principios. La vieja cuestión de si existe un plan es inútil (...) Pragmáticamente, pues, la palabra abstracta “plan” es un cartucho vacío. Carece de consecuencias y de ejecución.” [Ibídem] 48 “El plan, a pesar de su escaso valor como principio meramente racionalista puesto detrás o sobre las cosas para admiración nuestra, se convierte, si nuestra fe lo concreta, en algo teísta, en un término de promesa (...) Esta vaga confianza en el futuro es el único significado pragmático discernible actualmente en los términos plan y designador” [Ibídem]

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C) Consideraciones sobre la moral en términos pragmatistas.

James reconoce que no toda idea es de suyo verificada. Las ideas e hipótesis de

las ciencias, se caracterizan por ser verificables; las ideas propias de la ética y estética, en cambio, se erigen en contradicción con los datos empíricos y revisten el carácter de utopía que nos esforzamos con tenacidad en realizar49. En consecuencia, todo sistema moral, no pasa de ser más que una mera construcción racional. En Los Moralistas y la Vida Moral, se propone probar la imposibilidad de establecer un dogma moral50. Cada hombre, sostiene, contribuye a fijar el contenido de la Ética en la medida en que participa en la vida moral de una comunidad. Como no hay una verdad final en el campo de lo físico, tampoco en el campo moral. La verdad absoluta no se corresponde a nada objetivo, sino que es resultado del acopio de las experiencias particulares de cada hombre; una suerte de “experiencia empírica colectiva”51. El filósofo moralista pretende unificar en un sistema, un conjunto de proposiciones por medio de las cuales se han de explicar las relaciones morales. Trata de “hacer de este mundo lo que podría llamarse un universo perfecto desde el punto de vista ético”52. Dicho intento, a los ojos de James, resulta estéril, de momento que no es posible reducir a una unidad la realidad53; por tanto, toda proposición ética resulta inestable.

Para probar su tesis, procede a analizar tres cosas: 1) Cuál es el origen de

nuestros juicios morales; 2) en qué consiste el “bien”, el “mal”, y qué debemos entender por “obligación” y 3) El valor de las apreciaciones del hombre acerca de lo que es bueno, malo y lo que es una obligación. La conclusión a la que arribará significará la reducción de la moral a un subjetivismo que difícilmente puede evitar el relativismo54. James atribuye el origen de nuestros juicios morales a complejos procesos psicológicos. Critica por simplista la explicación empirista que sostiene que la inteligencia interpreta como bien a un objeto en cuanto está asociado a una alegría55,

49 “Las cuestiones morales hemos de resolverlas, porque así lo exige su planteamiento, sin pruebas sensibles. Un cuestión moral no atañe a nada de cuanto hiere nuestros sentidos, sino a lo que es bueno o lo sería si existiera. De lo primero es la ciencia quien se encarga de hablarnos; mas para justipreciar los valores comparados de lo que existe y de lo que no, debemos consultar a lo que Pascal llamaba nuestro corazón, porque la ciencia nada nos resolvería” [La Voluntad de Creer, pág. 28]. 50 Cfr. “Los Moralistas y la Vida Moral” en, La Voluntad de Creer, pág. 177 y ss. 51 “Propóngome en este ensayo hacer ver la imposibilidad de establecer un dogma moral. Cada uno de nosotros contribuye a fijar el contenido de la Ética en la medida en que le es dado participar de la vida moral de la raza; en otros términos: no existe verdad final así en el dominio físico como en el moral mientras no finalice con el último hombre la individual experiencia” [op. cit., pág. 177] 52 Op. cit. pág. 177 – 178 53 Ya hemos referido páginas atrás que James rechaza la posibilidad de alcanzar una explicación unificadora de la realidad a la que entiende por “monismo”. 54 Como veremos, James propone en el campo de la moral una solución semejante a la que aporta en el campo del conocimiento: la verdad absoluta es un ideal a ser realizado, “evolutivamente”, por todos los hombres. Semejantemente ocurre con el bien y el ideal moral. 55 Op. cit. pág. 179

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pero no abandona dicho contexto en la medida que atribuye tales procesos a nuestra actividad cerebral56. Se trata, pues, de una reducción de la Ética a la Psicología. Respecto del concepto de “bien”, en primer lugar, rechaza su fundamentación objetiva; ocurre con el bien lo mismo que con la verdad: Los hechos no son verdaderos, explica James, tal como hemos visto, sino que simplemente son; del mismo modo, los hechos no son buenos, sino que son:

“Desde el punto de vista puramente material, una cosa no podrá ser buena o mala, ni agradable ni penosa. (...) Los hechos físicos son o no son sencillamente, y no se puede suponer que ni por presentes o ausentes exijan nada de su parte”57 Como no existen cosas en sí mismas buenas o malas, tal condición procede del

hecho de que existe una conciencia que las concibe (las “hace”) buenas o malas58. En efecto; supongamos la hipótesis de que en el universo existiera una sola conciencia (un juez inapelable, Dios). En este universo de “soledad moral”, como James califica, no habría obligación exterior alguna; por tanto, fuera de esta conciencia las cosas estarían desprovistas de todo carácter moral59. Consideremos ahora un universo moralmente dualista, esto es, en donde existen dos conciencias; si ambas conciencias son indiferentes entre sí, no cabrá formulación de juicio de valor alguno; por cierto, el sistema de valores de una de ellas sobre las cosas tendrá la misma validez que el sistema de valores de la otra; además, ambos sistemas resultarán totalmente independientes entre sí. Si, por último, multiplicamos el número de sujetos conscientes, nos hallaríamos ante el universo ético propio “de los escépticos griegos, en el que el individuo es la medida de todas las cosas y en que la muchedumbre de las opiniones subjetivas hállase sustituida por la verdad objetiva única”60.

De lo expuesto, James saca una primera conclusión:

56 Bueno es aquel “objeto asociado a ciertas lejanas alegrías” [op. cit. pág. 179]. Las asociaciones, empero, no son tan simples: “La pasión por la embriaguez, el terror de las alturas (...) la emoción ante un espectáculo cómico, la pasión por la poesía, la matemática y la metafísica; ninguna de tales cosas puede ser completamente explicada ni por asociación ni por utilidad” [ibídem]. En éste último texto pareciera abandonar el utilitarismo como “móvil” central de toda actividad humana, pero inmediatamente lo retoma; en efecto, las mencionadas “pasiones” corresponden a otros estados “algunos entre ellos son hasta proféticos de futuras utilidades, dado que nada existe en nosotros que no implique algún uso” [loc. cit. pág. 180]. En el ensayo que estamos estudiando James no ofrece mayor explicación acerca de los procesos cerebrales que cita. 57 Cfr. op. cit. pág. 182 58 “No pueden existir sino en un espíritu que tiene consciencia” y completa diciendo “desde el momento en que un ser consciente forma parte del universo, el bien y el mal adquieren probabilidad de existencia real”. La consciencia da status a las relaciones morales, “hace buena a alguna cosa en la medida que (...) siente que es así” [Op. cit. pág. 183]. 59 “Claro es que una soledad moral no da lugar a obligaciones exteriores, siendo la única preocupación de tan divino personaje la de hacer concordar entre sí sus diferentes ideales” [op. cit. pág. 183] 60 Op. Cit. pág. 184. La postulación de una verdad objetiva única, a nuestro entender, obedecería, en este contexto, a la hipótesis de una normativa moral única aplicable universalmente, a efectos de ordenar las conductas del hombre en relación a sus pares, como solución al planteo escéptico. La tesis de James es que tal solución es inaceptable en términos práctico-concretos.

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“Resulta hasta aquí de nuestra discusión, que una cosa no es buena y

justa sino en la medida en que cierta conciencia la cree buena y justa; concíbese, en consecuencia, que la superioridad y la autoridad reales que acuerda el filósofo a ciertas opiniones, lo propio que la inferioridad que asigna a otras, no podrían explicarse por una pretendida naturaleza moral de las cosas que existiría abstractamente y con anterioridad al sujeto pensante y a su ideal”61 En esta primera parte de su razonamiento, James ha abordado la cuestión

considerando una independencia entre las conciencias y sus sistemas de valores. Si comparamos ahora un sistema de valor con otro, cobran sentido los conceptos de “mejor” y “peor”; un juicio de valor podrá ser calificado de “mejor” o “peor” que otro. Pero un juicio ideal es “objetivamente” mejor que otro en función de las percepciones actuales del individuo que juzga62. ¿Cómo puede nacer, sobre estos supuestos, la idea de “obligación moral”?. Tal idea exige la certeza de la justeza de un juicio de valor moral ideal y, por tanto, la exigencia de una conciencia que “haga” justo tal ideal, mientras toda otra conciencia solo percibe su justeza. Esta conciencia podría ser asimilada a la conciencia divina, pero ello no resuelve aún el problema de fondo63, pues todavía nos quedaría por determinar cómo cada conciencia particular fundamenta la obligación moral con arreglo a dicha conciencia rectora.

La solución histórica que se ha puesto a este planteo consiste en admitir un orden

moral “abstracto” fundado en una verdad objetiva; frente a esta posibilidad James recurre al viejo argumento escéptico de “la contradicción de los filósofos”: cada pensador se esfuerza por mostrar que es en su concepción teórica donde más exactamente se refleja el orden objetivo; por este camino, no hay solución posible64.

A partir de aquí, James propone una solución con la que procurará evitar el

escepticismo al que, a su juicio, conlleva toda Ética racional; tal solución encuadra perfectamente en el contexto de su pragmatismo. Podemos resumirla de la siguiente manera:

En el orden de las acciones particulares y concretas, la obligación tiene lugar

ante una demanda; pongamos un ejemplo: si alguien me pide un favor, solidariamente me puedo “sentir” obligado a responderle según lo que me pide. Esta “obligación” tiene 61 Op. cit. pág. 184 – 185 62 Por cierto; si se ha partido de que no hay ningún hecho extrasubjetivo que en sí mismo revista bondad alguna, la valoración de un sistema de juicios morales como “mejor” que otro solo puede descansar en la consciencia de quien valora; nuevamente caemos en el escepticismo moral y en la conclusión a que lleva: la invalidez de toda teoría moral y su pretensión de implantar un sistema normativo universalmente válido. 63 “Si uno de los sujetos pensantes fuese notoriamente divino, y los demás humanos, la discusión no tendría razón de ser, pues el pensamiento divino sería el modelo al cual habrían de ajustarse los otros; a pesar de lo cual no desaparecería la cuestión teórica y cabría seguir preguntando ¿cuál es el fundamento de la obligación?” [Op. cit. pág. 185] 64 Más adelante, en el mismo ensayo que ahora nos ocupa llegará a afirmar que “El motivo capital de que una Moral concreta no pueda ser definitiva, es el hallarse ligada a creencias metafísicas y teológicas” [Op. cit. pág. 200]

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efecto a partir de tal demanda; por ello James dice que “hay obligación dondequiera que hay reivindicación. Reivindicación y obligación constituyen de hecho dos términos coextensivos que se superponen exactamente”65. La mera demanda, crea el ámbito de la obligación. La demanda, supone otra conciencia, otro yo, otra “vida” a la que la demanda me obliga. Toda demanda, por insignificante que sea y por más insignificante que sea quien la emite, exige por sí misma su satisfacción. No satisfacerla no puede justificarse por ninguna razón teórica; solo correspondería a la expresa voluntad de parte de alguien de no satisfacerla66. “Todo deseo es imperativo en la extensión de su dominio y crea su propia validez por el hecho mismo de su existencia”67. La normatividad, no procede de un orden universal objetivo; en la práctica es consecuencia de un acuerdo de voluntades sobre hechos concretos. Más aún; la actitud por la cual nos sentimos sujetos a un sistema de relaciones morales consideradas como verdaderas en sí, procede del hecho de que hacemos abstracción provisional del “Pensador” a cuyo juicio estamos exigidos a ajustar el nuestro. Lo que James trata de establecer es que una idea abstracta en cuanto tal (un ideal moral y su normativa consecuente) no interpela a una conciencia imponiéndose como una obligación; nadie obedece a “una idea” por ser tal o cual idea, es decir, por sí misma, sino, o bien porque ha sido impuesta por “otro” cuya autoridad reconocemos, o bien porque encarna para nosotros una significación especial en orden a una cierta aspiración (por ejemplo, llegar a la “plenitud” o a la “felicidad”), pero el término de esta aspiración no es, tampoco, la “mera idea” sino lo significado por ella68. Ciertamente, no hay aquí nada objetable en principio; pero lo que James rechaza, es que las exigencias de un juez universal divino puedan ser asequibles en términos racionales y puedan ser sistematizadas en un orden normativo objetivo aplicable a todo hombre, es decir, puedan dar lugar a una ética racional (no “racionalista”); y rechaza esto en virtud de la posición escéptica adoptada frente a tales racionalizaciones. Esto último no puede ser compartido sin más.

¿Dónde, finalmente, radica el origen de nuestra conciencia de “obligación”?.

Nos ofrece una respuesta de neto corte “pascaliano”:

“La apelación que se podría dirigirnos tanto por un Dios vivo como por un orden ideal abstracto, sólo tiene la fuerza que tome en “las eternas rojas bóvedas”del humano corazón, cuyos latidos responden o no al supremo deseo. Y cuando el corazón percibe un deseo que emana de una conciencia viva, es que la

65 Op. cit. pág. 186 66 “Piénsese en una petición por insignificante que sea, realizada por una débil criatura. ¿No habría de ser satisfecha en atención a sí misma y aparte de cualquier otra razón?. En caso contrario, dígaseme por qué no. El único argumento posible, sería mostrarme otra criatura animada de una volición contraria.” [Op. cit. pág. 187] 67 Ibídem. 68 James está objetando especialmente toda concepción moral “apriorista” de carácter racionalista o idealista. Nuestra sumisión a una norma no es el resultado de un orden universal que se expresa a través de las demandas de las criaturas: “Es preferible no personificar el universo en tanto que no admitamos la existencia actual de una consciencia universal y divina; y de admitirla, es indudable que sus exigencias entrañarían una obligación (...) Pero, aún en tal caso, nuestra sumisión en tal respecto, no podría ser calificada de abstractamente buena, sino solo como concretamente; sería bueno, posteriormente, el cumplido hecho y en virtud del propio hecho”. Y si transgredimos una norma “¿En qué consiste la mayor aceptabilidad de nuestra querella – se pregunta – en la violación de un orden ideal a priori o en la infracción contra la voluntad de un Dios personal y vivo?” [op. cit. pág. 187]

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vida responde a la vida. La reivindicación reconocida de modo tan intenso adquiere solidez y plenitud tan completas como si se basase en un “orden ideal””69.

En consecuencia, “bien”, “mal” y “obligación” no denotan caracteres absolutos;

son objetos de sentimiento y de deseo cuya realidad tiene lugar en la medida en que se encarnan en el hombre particular y concreto70.

En cuanto a nuestras apreciaciones respecto de lo que es bueno o malo y lo que

constituye una obligación, tampoco puede resolverse en términos teóricos. No hay razones para considerar alguna de tales apreciaciones mejores que otras71. No hay, podría decirse, un sistema moral más calificado que otro. En este contexto el sistema moral de una cultura, o una época no tiene mayor validez que el de otra; o bien, tiene la validez que dicha época o cultura lo otorga. “De modo general, afirma James, podemos decir que no es posible Ética alguna en el sentido absoluto y anticuado de la palabra”72. Este “pluralismo” moral, difícilmente puede soslayar el relativismo pese a los esfuerzos que, entendemos, el mismo James hace por evitarlo. En tal sentido consideramos que debe entenderse su optimismo respecto de la búsqueda de un “ideal moral” por parte del hombre. En efecto, James considera que cada hombre, cada cultura y cada época, con sus acciones concretas y las valoraciones morales en ellas encarnadas, contribuye a la tendencia hacia un mayor bienestar:

“De hecho, no existen males absolutos ni bienes amorales, y la vida

moral más elevada (...) consiste en todo tiempo en romper con las reglas establecidas cuando se han hecho demasiado estrechas para las necesidades presentes. No hay más que un mandamiento incondicional: el que nos incita a dirigirnos trémulos con palabras y actos hacia la producción de un universo en el que se contenga la mayor suma de bienes”73 Por ende, todo sistema moral debe estar sujeto a periódicas revisiones en un

proceso de evolución hacia formas de vida humana mejores que han de procurarse de modo efectivo. Este es el sentido del hombre y de su historia: el ir paulatinamente encontrando los medios de realizar sus aspiraciones satisfaciendo a la vez las necesidades de su prójimo74.

69 Op. cit., pág. 188 70 Ibídem. 71 “No hay más razón para suponer que todas nuestras exigencias puedan ser dictadas por un motivo universal subyacente, que para creer que todos los fenómenos físicos sean manifestaciones de una ley” [Op. cit., pág. 192] 72 Ibídem. 73 Op. cit., pág. 198 74 “El curso de la historia no es otra cosa que el desarrollo de luchas entre sucesivas generaciones por hallar un orden cada vez más comprensivo. El modo de llegar a una armonía, sería encontrar un medio de realizar los propios ideales satisfaciendo, además, las aspiraciones del prójimo. Tal es la vía seguida por la sociedad a medida que los descubrimientos sociales, que pudieran ser comparados a los científicos, hanla hecho pasar de uno en otro equilibrio. La poliandria, la poligamia, la esclavitud, el combate singular, la libertad de matar, la tortura, el absolutismo monárquico, han ido sucumbiendo lentamente a las quejas y daños ocasionados por cada uno de ellos; y aunque todo ideal particular sea,

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D) Conclusiones sobre el pragmatismo de James

Pese a los intentos conciliatorios entre ciencia y una filosofía que dé cabida a la moral y la religión, James nos ofrece un sistema que nos parece encuadrarse dentro de un positivismo voluntarista que se resuelve lógicamente en un utilitarismo75. En este marco, el sentido y el fin de la moral y de la religión se presentan como un “ideal” a perseguir socialmente. La vigencia que actualmente tiene el pragmatismo, responde a su costado utilitarista. Con este trasfondo, la idea de verdad como correspondencia entre la inteligencia y el ser real de las cosas, desaparece. También, y con ella, la posibilidad de reconocer a estas una naturaleza76. Negar la existencia de una naturaleza constitutiva de las cosas, conlleva al rechazo de toda teleología objetiva. En este contexto las conductas humanas, bajo el principio imperativo de la “utilidad”, se resuelven, en lo concreto, en un mero “cálculo”, avalado moralmente por un “consenso” social, sostenido en una ciencia reducida a “instrumento para la acción”77.

Asimismo, reducido el orden moral a un relativismo subjetivista (pese a los esfuerzos por superar sus consecuencias, lo que James intenta con su optimismo en el ideal de verdad absoluta y bienestar), no hay lugar para una normativa objetiva y universal; las acciones humanas, por tanto, quedan sujetas a reglas eficaces de orden práctico – productivo. De hecho, tal como se ha destacado en las páginas precedentes, toda conducta es valorada en términos de resultados útiles, con lo que, no solo se produce una escisión entre el orden del obrar y del hacer, como ya anticipáramos en la hipótesis de nuestra introducción, sino que el orden mismo del obrar es subordinado al orden el hacer y sus propias normas. Se trata de una “utilitarismo” gnoseológico y moral.

Veremos a continuación dos aplicaciones del pragmatismo donde se hace patente su utilitarismo.

indiscutiblemente, nocivo al progreso, es mayor la suma de los admitidos por nuestra sociedad actual, que los de las épocas de la humanidad primitiva” [Op. cit. pág. 195] 75 Rorty observa que, superada la crítica pragmatista sobre el concepto de verdad como correspondencia con las cosas – concepto reivindicado por las actuales corrientes de filosofía del lenguaje -, el triunfo pragmatista se refleja en su costado utilitarista. La cultura pragmatista, consistiría en el paso de un objetivismo científico – contemplar y aprehender cómo son las cosas en sí mismas - a una carrera en pos de una mayor felicidad humana (bienestar) -. En tal sentido el aporte de la ciencia y la ética se entendería “en términos de proyectos participativos encaminados a desarrollar concepciones que fomenten la felicidad general por medio de mejoras tecnológicas o de costumbres sociales más tolerantes y magnánimas”. Rorty, op. cit. p. 13.

76 Rorty expresa esta idea, señalando que la doctrina central del pragmatismo consiste en reemplazar la distinción entre apariencia y realidad, entre naturaleza íntima y características (sustancia y accidentes, diríamos nosotros), por la distinción entre descripciones más útiles y descripciones menos útiles de las cosas. 77 Por la misma razón, la misma ciencia adquirirá consistencia en la medida en que sea “ciencia práctica”.

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II) ALGUNAS CONSECUENCIAS EN LO POLÍTICO Y EN LO

ECONÓMICO.

Ofrecemos, a continuación, dos ejemplos con los que intentamos ilustrar la

“actitud pragmática” presente en la cultura occidental contemporánea y donde estimamos reflejar las consecuencias señaladas en la conclusión anterior. El primero, pertenece al ámbito de la política; el segundo al económico. El pragmatismo en la política.

A) Política: ¿al “servicio” del bien común o al “servicio” del poder? .

En un artículo de Jorge Martínez Barrera publicado en la “Revista Chilena de Derecho”78 encontramos al comienzo la siguiente nota, de la cual transcribimos un breve fragmento:

“La Política real, no aquélla que se lee y se escribe, se piensa y se

imagina -la única que yo conocía-, sino la que se practica día a día, tiene poco que ver con las ideas, los valores y la imaginación, con las visiones teleológicas -la sociedad ideal que quisiéramos construir-, y, para decirlo con crudeza, con la generosidad, la solidaridad y el idealismo. Está hecha casi exclusivamente de maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos paranoicos, traiciones, mucho cálculo, no poco cinismo y toda clase de malabares. Porque al político profesional, sea de centro, de izquierda o de derecha, lo que en verdad lo moviliza, excita y mantiene en actividad es el poder: llegar a él, quedarse en él o volver a ocuparlo cuanto antes.”

El autor del texto de la cita es Mario Vargas Llosa79. Nos hacemos eco de dicho

texto porque entendemos que manifiesta la manera de pensar de muchos hombres y mujeres que miran con escepticismo a políticos, dirigentes y todo aquello que, de algún modo, pertenece a ese “universo” que denominamos “política”80. ¿Qué es lo que

78 Vol. 24, N° 2, pág. 253-262, 1997. 79 La cita corresponde a la obra El pez en el agua, Barcelona, Seix Barral, 1993, p. 90. 80 La afirmación aquí formulada exige un juicioso y prudente análisis propio del campo de la Ciencia Política, no exento de pertinentes consideraciones sociológicas atinentes a desbrozar por lo menos dos cuestiones aquí implicadas, conexas entre sí: 1) el desenvolvimiento de la política contemporánea en relación a los fines que persigue y los medios que implementa (especialmente la conducta concreta de los actores políticos), y 2) la impresión que el ciudadano corriente tiene de la política y los políticos. No es el momento ni el lugar para desarrollar un estudio semejante. Nos basta, para este ejemplo, por un lado, la evidencia más o menos inmediata que surge de una simple constatación de la opinión del hombre común, según la cual la política, hoy, parecería obedecer más a la descripción del texto de Vargas Llosa que a la actitud de quien se consagra al servicio del bien común. Por otro lado, la fuerte reforma que está sufriendo el Estado como Institución en Occidente durante los últimos veinte años, la cual está orientada a una desburocratización del aparato estatal que incluye una disminución del número de “funcionarios” (profesionales políticos), con el fin de ganar eficacia y disminuir el fenómeno de la corrupción [Cfr. Elaine Ciulia Kamarck, “La Reforma del Estado en América Latina en un contexto global”, en Hacia un Estado en América Latina, CIPPEC, Grupo Columbus, Bs. As., 2001, págs. 301 – 330]. El tan difundido fenómeno de la “corrupción”, que impacta especialmente en el orden político y económico, parecería

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representa contemporáneamente la figura del “político profesional”?. Comencemos aclarando qué entendemos por tal. Nos referimos a todo aquel que abraza la política, no movido principal y necesariamente por una vocación de servicio en orden al bien común de una comunidad, sino aquel que orienta su vida laboral y profesional al ejercicio de la función política – pública. Se trata de alguien que “trabaja” de político, más que alguien que se encuentra “llamado” a la política. Considerado de esta manera, cabe cuestionarse si los motivos que guían a tal “político” son aquellos que idealmente caracterizan el buen ejercicio de la política, a saber, contribuir al bien común de la comunidad en la que se actúa, o si imperan motivos de realización personal–profesional81.

¿Cuál podría ser la respuesta a este planteo en términos pragmatistas?.

Permítasenos ensayar tal respuesta. El método pragmatista deberá considerar las consecuencias prácticas a que conduciría el ejercicio de la política en uno y otro caso. Quien abrace la política como una “profesión” sin duda buscará ejercer adecuadamente sus “obligaciones” políticas a fin de realizarse en tal profesión. ¿Cuáles son los parámetros para medir tal realización?: La eficacia en su gestión, que se verá reflejada, principalmente, en la conservación de su puesto. En un régimen democrático, esto puede significar principalmente su re-elección en el cargo, debida a que el sector social afectado por la gestión del funcionario en cuestión, entiende que ha recibido los beneficios esperados del mismo. Por su parte, el político “por vocación” es movido por una disposición a servir a la comunidad; en virtud de ella procurará el bien de tal comunidad; podemos presumir, por tanto, que procurará la mayor eficacia en el ejercicio de sus funciones; en consecuencia, es altamente probable que sea re-elegido en su cargo, en caso de postularse nuevamente para él; conservará, así, su puesto. No hay, pues, diferencias prácticas apreciables en la hipótesis de uno u otro caso, por lo que estamos frente a un pseudoproblema. No importa, entonces, cuál sea la motivación que lleva a una persona a ejercer la actividad política; el “buen político”, ya sea por vocación o por interés de realización personal, actuará diligentemente y con la mayor precisión en su cargo82.

corroborar suficientemente el “sentir” antes mencionado del hombre común respecto de la política. [Sobre algunas de las implicancias del fenómeno de la corrupción política y económica contemporáneos sugerimos la Revista Contribuciones, nº 4, octubre-diciembre de 1995, CIEDLA, Fundación Konrad Adenauer, que dedicó todo este ejemplar al estudio de la corrupción]. 81 No tiene porqué haber necesariamente una dicotomía entre ambas “motivaciones”; pero a nuestro entender, se corre el riesgo de ver el ejercicio de la política como una “profesión” más, sujeta a reglas inherentes a dicha profesión, en donde la dimensión ética de las conductas políticas puedan quedar fuera de consideración por no estar contempladas en dichas “reglas”. Una consideración tal de la política puede dar lugar y/o ser originada en una actitud “pragmática”. Nótese además que el concepto de “político profesional” no es nuevo. Max Weber en una conferencia pronunciada para la Asociación Libre de Estudiantes de Munich, durante el invierno de 1919, y que fuera publicada bajo el título “La política como vocación” Editada en El político y el científico, Madrid, Alianza editorial, 1967, reimpreso en 1998, págs. 81-180, analiza el fenómeno del Estado moderno y observa que la concentración de poder en una estructura que podríamos denominar “piramidal” y la consiguiente burocratización que esto conlleva, han dado lugar a la aparición, junto a la autoridad, de lo que él denomina “políticos profesionales”, quienes, no gobernando formalmente, actúan al servicio de los jefes políticos. Estos profesionales o viven “para” la política, es decir, la política constituye el sentido íntimo de sus vidas, o viven “de” la política; esto es, hacen de ella una fuente duradera de ingresos. 82 El planteo que acabamos de ofrecer, sin duda, puede objetarse de muchas maneras; peca, seguramente, de simplismo; somos conscientes de ello; deja de lado muchos factores a considerar; no obstante, pensamos que es una forma válida en la que podría encararse “pragmáticamente” esta cuestión. De hecho, consideramos que refleja la manera de pensar de muchos que, en alguna medida, son proclives a no

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Ahora bien; ¿esto es así?. ¿Es exactamente lo mismo aquel que persigue la

política para su propia realización que quien la busca por vocación? ¿Qué nos garantiza que el “profesional” no hará imperar su deseo de permanecer en su cargo por encima de toda otra cosa? ¿Acaso el ejemplo no presupone la honestidad moral en ambos casos? ¿La conservación del “puesto”, o, dicho con más precisión, la conservación del poder, es testimonio suficiente de la honestidad del funcionario83? ¿Legitima cualquier conducta para su logro?. La simple consideración de las consecuencias prácticas no resulta suficiente para explicar el buen ejercicio de la política; más aún; los parámetros de la conservación del poder y la satisfacción suficiente de la comunidad pueden conllevar a un ejercicio de la política totalmente diferente del “ideal” o de lo “aceptable”. El ejercicio “pragmático” de la política no incluye adecuadamente (o excluye) la dimensión ética de la conducta del político. A nuestro juicio, permite justificar, además, un indebido uso de la política que los “resultados” prácticos, “prima facie” no pueden poner de manifiesto. Resulta pertinente recordar, aquí, las conocidas enseñanzas de Maquiavelo.

B) Los consejos de Maquiavelo.

Unos cuantos siglos antes de que el pragmatismo soñara con ser una filosofía, Nicolás Maquiavelo caracterizó en su forma más pura el perfil de político que puede generar el ejercicio pragmático de la política, orientado a medir la legitimidad de los medios en función de los resultados perseguidos.

Conocida es su obra El príncipe, que dedicara a Lorenzo de Médicis, hijo de Pietro de Médicis y nieto del Papa León X, donde vuelca su experiencia pública y sus concepciones sobre el poder político. Sus consejos nos sorprenden por la aplicación que hoy tienen en nuestro mundo contemporáneo.

El criterio pragmatista y utilitario lo expresa en el contenido de toda su obra, pero especialmente cuando describe las cualidades que hacen a un buen príncipe (cap. XV y siguientes). Señala expresamente:

“Pero siendo mi intención escribir una cosa útil para quien está en grado de entenderla, me ha parecido más conveniente perseguir la realidad efectual antes que la imagen artificial (...) y es que hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo habría que vivir, que el que no se ocupa de lo que se hace para

contemplar la condición moral de sus gobernantes (o, incluso a aceptar su inmoralidad) mientras tales gobernantes realicen obras beneficiosas para la comunidad. 83 Es común acuerdo de los distintos autores que enfocan el tema de la corrupción pública que un excesivo y complicado aparato burocrático favorece la perpetuación de elementos corruptos porque permite disimular ciertas acciones dolosas que no necesariamente impactan en la comunidad con lo cual la gestión del funcionario corrupto aparece, en términos generales, “prolija” y no objetable. Por otra parte “no es real que políticos y burócratas, cuyo accionar está enfocado fundamentalmente a la redistribución y a la preservación del poder, establezcan una estructura de alicientes adecuados para el crecimiento económico y el desarrollo social” [Cfr. Rupert F. J. Pritzl, “La corrupción pública: una forma dinámica e ilegal de rentismo o rent-seeking en la lucha distributiva de los grupos de interés organizados”, en Contribuciones, nº 4, CIEDLA, 1995, págs. 127 – 162; la cita corresponde a las págs. 153 – 154]

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preocuparse de lo que habría que hacer, aprende antes a fracasar que a sobrevivir”84

Pretende, pues, brindar consejos útiles que respondan (se verifiquen) en el modo en que se vive realmente. En tal sentido, observa que “es inevitable que un hombre que quiera hacer en todas partes profesión de bueno, se hunda entre tantos que no lo son”85. Sin duda que virtudes tales como la generosidad, piedad, fidelidad, lealtad, castidad, severidad y religiosidad, son dignas de tener y especialmente en quienes ejercen la autoridad o cumplen alguna función pública; pero tales virtudes, observa Maquiavelo, no se hallan, en la realidad, todas juntas en un hombre; por lo tanto,

“es necesario que el príncipe sepa evitar con su prudencia la infamia de aquellos vicios que le quitarían el Estado, y sepa guardarse, en lo posible, de los que no se lo quitarían; no obstante, si no es capaz, puede dejarse llevar por ellos sin incurrir en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado”.86

Un rasgo común a todo político, especialmente quien aspira a ocupar la autoridad, es anunciar y prometer a sus pares, a ciertos sectores de la sociedad y a todo el pueblo, la obra que piensa realizar cuando ocupe el poder. Sobre este particular, Maquiavelo ofrece el siguiente consejo: es loable mantener la palabra dada, pero, observa que en la Historia, los príncipes que han realizado grandes obras lejos de dar importancia al empeño de su palabra, por el contrario han hecho uso de la astucia para embaucar, superando a quienes han actuado con lealtad. Justifica su afirmación de esta manera:

“hay dos formas de combatir: con las leyes y con la fuerza. La primera es propia del hombre, la segunda de los animales; pero, puesto que muchas veces la primera no es suficiente, conviene recurrir a la segunda. Por tanto, un príncipe debe hacer uso tanto del animal como del hombre”87.

Es decir, tanto de la ley, la moral, la justicia, como de la violencia y la fuerza opresiva. De aquí concluye lo afirmado previamente:

“Por tanto, un Señor que actúa con prudencia no puede ni debe observar la palabra dada cuando vea que va a volverse en su contra y que ya no existen las razones que motivaron su promesa”88.

84 Nicolás Maquiavelo, El príncipe, Colección Milenio, Planeta De Agostini, 1995, cap. XV, p. 109.

85 Loc. cit. 86 Op. cit. p. 110. “No es necesario que un príncipe posea de verdad todas esas cualidades (se refiere especialmente a la piedad, fidelidad, humanidad, integridad y religiosidad). Es más, me atrevería incluso a decir que poseerlas y observarlas siempre es perjudicial, mientras que fingir que se poseen es útil”; “tiene que tener mucho cuidado de que (...) parezca, al verle y al oírle, que es todo piedad, todo lealtad, todo integridad, todo humanidad y todo religión, y no hay cosa más necesaria que aparentar que se posee esta última cualidad” [Loc. cit., pág. 121] 87 Loc. cit. 88 Loc. cit.

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Viene aquí legitimada toda traición y garantizado su éxito por razón de la debilidad humana89.

Maquiavelo justifica la hipocresía y el cinismo como modelos de conducta política; a alguien que ha hecho un culto de la mentira, y capaz de conculcar en pos de sus intereses, aun los valores más esenciales del hombre, como son la lealtad, integridad y religiosidad. Así se comprenden las siguientes afirmaciones que leemos en “El Príncipe”:

“ Es necesario que un príncipe que se quiera mantener aprenda a no

ser bueno, y a utilizar esa capacidad según la necesidad”90, y “Por eso tiene que tener el ánimo dispuesto a cambiar según le indiquen los vientos de la suerte y los cambios de las cosas y (...) no separarse del bien, si puede, pero saber entrar en el mal si es necesario”91, pues “para conservar el Estado, a menudo necesita obrar contra la lealtad, contra la caridad, contra la humanidad y contra la religión”92.

El pragmatismo en la economía.

El siguiente ejemplo lo tomamos de un artículo de Amitai Etzioni93, publicado en la edición de The Washington Post, del 4 de agosto de 200294. En dicho artículo, Etzioni advierte el poco crédito que presenta la Ética como una asignatura estimable en las principales Escuelas de Negocios de los EE.UU., amén del rechazo explícito por parte de muchos alumnos y académicos; la consecuencia resultante es que no parece considerarse posible la compatibilización entre Ética y negocios, ni en el plano teórico, ni en el orden práctico. El artículo focaliza el tema en torno a la experiencia personal vivida por el autor en su paso como docente por la Harvard Business School (HBS) - una de las principales Escuelas de Negocios en el mundo – durante los años 1987 a 1989. Reseñamos los tópicos principales.

En 1987, John S. R. Shad, chairman a cargo de la Securitie and Exchange

Comission de la mencionada Escuela, impulsó, mediante una donación de U$S 20.000.000, la enseñanza de la Ética en dicha Institución. Esto provocó extensos debates en donde primaban reacciones que oscilaban desde la desconfianza a la hostilidad sobre 89 “...los hombres son tan ingenuos, y responden tanto a la necesidad del momento, que quien engaña siempre encuentra a alguien que se deje engañar” [Loc. cit.] 90 Op. cit. cap. XV, p. 109 91 Op. cit. cap. XVIII, p. 121 92 Loc. cit. 93 Doctor en Sociología por la universidad de California y profesor de la Universidad de George Washington, Amitai Etzioni se enrola entre aquellos que actualmente plantean serias críticas a la interpretación contemporánea de la economía y de la moderna ciencia económica [Cfr. Mario Bunge, Las ciencias sociales en discusión, Sudamericana, Bs. As., 1999, pág. 118.] Sobre este punto merece especial mención su obra: The Moral dimension; Toward a New Economics, New York, Free Press, 1988 (reimpreso en 1990) 94 Amitai Etzioni, “When it comes to Ethics, B-Schools get a F”, The Washington Post, 4/8/2002.

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tal proyecto. Entre los argumentos, destaca Etzioni, se sostenía que, en cuanto a la educación ética, debía confiarse en la que cada alumno poseía por su propia educación moral adquirida de sus familias y en la Iglesia, lo cual nos permite entrever una posición subjetivista sobre la cuestión: no resulta necesaria la Ética como disciplina, pues la moral es cosa de las “creencias”de cada uno. El proyecto, finalmente, fue rechazado. Los debates, sin embargo continuaron. Posteriormente, fueron dictados cursos de Ética en la HBS, pero de contenidos muy acotados y poco concurridos por parte del alumnado.

Etzioni observa que lo allí ocurrido resulta moneda corriente en las Escuelas de

Negocios en donde la enseñanza de la Ética ocupa un reducido lugar y con marcada resistencia por parte de los receptores. En sus propias clases en la HBS, los alumnos sostenían, según lo que se les había enseñado en materia económica, la incompatibilidad entre la toma de decisiones de un ejecutivo de empresa y la moral; consideraban que una compañía focalizada enteramente a la eficiencia (esto es, a la optimización de los resultados) dejaría fuera de mercado a otra preocupada por cuestiones éticas. Los valores éticos solo podían ser afrontados en la medida que derivaran en beneficios para la corporación, con valores que pudiesen calcularse y demostrarse. Es decir, los valores éticos solo podían ser considerados y “validados” en orden a sus consecuencias prácticas, verificables empíricamente.

En cuanto a los profesores de las Escuelas de Negocios, observa el artículo que

muchos prefieren abstenerse de dictar clases de moralidad. Las razones son: la Economía y sus leyes son claras, mientras que lo “ético” se aleja de lo obvio. Más aún; lo que para algunos resulta moralmente ilícito, para otros, no, y lo que es ético bajo ciertas circunstancias, puede no serlo bajo otras. Destaca Etzioni que hay quienes adoptan una línea netamente utilitarista: no existen valores absolutos, sino que lo moral depende de las consecuencias de las acciones que cada uno toma y de sus utilidades o beneficios95.

Finalmente, Etzioni, alude a estudios llevados a cabo por el Aspen Institute sobre

2000 graduados de las principales 13 escuelas de negocios. Se les consultaba si, dado un 1% de probabilidad de ser atrapados y enviados a prisión por un año, igualmente ellos intentarían realizar un acto ilegal, con tal que esto les reportara una ganancia de U$S 100.000 a ellos o a su Compañía. Más de un tercio de los consultados respondió que sí.

95 Cita el caso de un profesor que presenta a su clase una situación real para su discusión. La Compañía aérea Braniff estaba en problemas financieros; un cliente de dicha empresa, necesitaba adquirir una gran cantidad de pasajes; consulta, entonces, al Presidente de la empresa a fin de saber si esta prestaría servicios aéreos en los próximos meses; el Presidente de Braniff, responde que no está seguro de ello. Frente a este caso, los estudiantes argumentaron que el Presidente debió mentirle al cliente, de momento que, a causa de su “amabilidad”, había puesto en peligro a los accionistas, a quienes verdaderamente representaba y estaba obligado (y no a los clientes). El profesor transmite este mismo problema al Decano de la Facultad, quien resuelve hacerlo motivo de una conferencia. Quienes asistieron, convalidaron la idea de que se debía haber mentido, para lo cual ofrecieron numerosos argumentos entre los que se contaba el mencionado en nuestro texto. El planteo es claramente pragmatista. Nótese la semejanza de estos argumentos con algunas de las tesis de James vistas más arriba.

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CONCLUSIÓN.

Conforme con lo visto, entendemos que el pragmatismo resulta insuficiente para explicar convenientemente la acción humana. No permite integrar la dinámica de la actividad técnico – científico – profesional del hombre con la del orden moral, que solo queda reservada al fuero interno. El trasfondo empirista impide sustentar una Ética como ciencia y, en tal sentido, toda acción del hombre queda sujeta, en cuanto a la explicación de sus principios y fines, a las reglas científico-técnicas tenidas con carácter instrumental, orientadas a la satisfacción de sus necesidades.

En cuanto a las acciones políticas, el pragmatismo no brinda un marco

conceptual que posibilite una adecuada valoración de las mismas; no cabe el concepto de bien común como ordenador del quehacer político, porque, en última instancia, como hemos visto, la idea de un orden en el mundo y en el hombre (un “plan” que incluye la idea de un fin) es rechazada por el pragmatismo96 y solo aceptada por la utilidad de una fe religiosa. Además, la actividad política concreta, por las mismas razones anteriores, queda al margen del ámbito privado de la moral y solo es regida por reglas de eficacia97.

En cuanto al orden económico, no está probado el principio según el cual los

agentes económicos siempre actúan con el fin de maximizar sus utilidades (brutas o esperadas). 98 Dicha “máxima” del comportamiento humano en lo económico, hoy día está puesta ampliamente en duda, como así también las teorías económicas que la sostienen99.

Lic. Marcelo L. Imperiale

96 Al menos en la versión pragmatista que parece tener mayor relevancia y de la cual James, como hemos expuesto, es su principal origen. 97 En cuanto al significado de la acción política, recomendamos Johannes Messner, Ética Social, Política y Económica a la luz del Derecho Natural, Rialp, Madrid, 1967, págs. 811 y ss, donde se refiere a la naturaleza y finalidad del Estado. 98 De hecho, en economía, por ejemplo,. [Cfr. Mario Bunge, op. cit. pág. 148 y ss. este autor, cita estudios de campo sociológicos en donde se muestra que muchas veces el hombre actúa movido por sentimientos de solidaridad o por otras razones y no por la búsqueda de maximización de utilidades. También Etzioni, en el artículo antes reseñado, menciona el estudio de Gerald Marwell y Ruth E. Ames. Dicho estudio sometió a doce grupos humanos a una situación en la que se daban las condiciones donde se podía “sacar ventaja” – la actitud “racional” de esperar, según el principio de maximización de utilidades – . Once de estos grupos no siguieron en su comportamiento el mencionado principio; un solo grupo lo hizo; curiosamente este grupo estaba integrado por graduados en Economía. Más que un principio “natural” podría decirse que se trata de un “criterio” aprendido, fundado en una determinada concepción del hombre y de la Economía] 99 Actualmente, existe un fuerte debate en torno a la concepción de la Economía y como ciencia. Las críticas apuntan especialmente a la teoría Neoclásica, célebre por la influencia que ha tenido en la economía contemporánea, y se centran tanto en cuestiones epistemológicas como en sus contenidos fundamentales. Al respecto de este debate recomendamos: Mario Bunge, op. cit.; las siguientes obras de Ricardo Crespo: La Economía como Ciencia Moral, EDUCA, Bs.As., 1997, La crisis de las teorías económicas liberales, Fundación Banco de Boston, Bs. As., 1998 y Liberalismo económico y libertad, Rialp, Madrid, 2000. Francesco Vito, por su parte, sostiene que “la identificación de la actividad económica con la acción humana conexionada a la satisfacción de necesidades materiales o al valor moneda ...” implica “una noción (del problema económico) totalmente arbitraria” [Cfr. Francesco Vito, Economía Política, Tesoro, Madrid, 1959, pág. 17]