Marco Aurelio MARCo AURELio - alcalagrupo.es · mente en el bachillerato, pero que nadie sabe muy...

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LA FRASE DEL FILÓSOFO H oy día se concibe la filosofía como una disciplina teórica que solo trata de cues- tiones abstractas sin ninguna relación con nuestra vida diaria, como una ma- teria que hay que estudiar obligatoria- mente en el bachillerato, pero que nadie sabe muy bien cuál puede ser su verda- dera utilidad. Sin embargo, para los antiguos griegos y romanos la filoso- fía era un saber que implica también un fuerte compromiso personal: el filósofo era aquella persona que se comprometía a llevar una vida filosó- fica, a vivir en todo momento de manera filosófica. La filosofía era sobre todo un modo de vida que implicaba una “conversión” profunda y que influía en todos los aspectos de la vida del filósofo, desde los más tras- cendentales –como la profesión, el matrimonio– hasta los más nimios –la forma de vestirse, de hablar o de comer–, y todas las horas del día; desde que uno se levantaba por la mañana hasta la hora de dormir. Como muy bien ha explicado Pierre Hadot en sus libros, especialmen- te en Ejercicios espirituales y filosofía antigua (Siruela, 2006) y La filoso- fía como forma de vida (Alpha Decay, 2009), y Michel Foucault en La hermenéutica del sujeto (Akal, 2005), la filosofía en la Antigüedad con- sistía en una serie de “ejercicios espirituales” que había que practicar una y otra vez para conseguir el autodominio y la perfección. Los ejercicios eran de muchos tipos y abarcaban tanto los aspectos cognitivos como los emocio- nales (más adelante comentaremos algunos). Para que podamos entenderlo, podríamos de- cir que la filosofía en aquellos tiempos ocupaba el lugar que hoy se reserva a las psicoterapias y que hace un tiempo desarrollaban los confeso- res y los directores espirituales. La filosofía era una especie de “medicina del alma” o de terapia que servía para curar las “enfermedades del espíritu” (y que hoy llamaríamos emociones nega- tivas). Martha Nussbaum explica este fenómeno de manera magistral en su libro La terapia del deseo: Teoría y práctica en la ética helenística (Paidós, 2003): “Todas las escuelas filosóficas helenísticas de Grecia y Roma –epicúreos, escépticos y estoicos– concibieron la filosofía como un medio para afrontar las dificultades más penosas de la vida huma- na. Veían al filósofo como un médico compasivo cuyas artes po- dían curar muchos y abundantes tipos de sufrimiento humano. Practicaban la filosofía no como una técnica intelectual elitista, sino como un arte comprometido cuyo fin era luchar contra la desdicha hu- mana. Centraban, por tanto, su atención en cuestiones de importancia cotidiana y urgente para el ser humano: el temor a la muerte, el amor y la sexualidad, la cólera y la agresión”. Un arte de vivir Según esta autora, experta en filosofía antigua, los pensadores de aquella época “no se dedicaban tanto a mostrar cómo acabar con la in- justicia como a enseñar al discípulo a ser indiferente a la injusticia que sufre”. Y recuerda a este respecto uno de los aforismos más célebres de Epicuro: “Vacío es el argumento de aquel filósofo que no permite curar ningún sufrimiento humano. Pues de la misma manera que de nada sirve un médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tam- poco hay utilidad ninguna en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma”. Entre las escuelas filosóficas de la Antigüedad más conoci- das por seguir este enfoque se encuentra el estoicismo, y especialmente Epícteto, el filósofo romano que había sido esclavo. La filosofía era “algo parecido a un arte que tomara por materia la vida de cada cual”, explica Javier Campos. O como le gustaba decir a Plotino: “haz como el escultor de una estatua que debe ser bella; […] quita lo superfluo, endereza lo que es oblicuo, limpia lo que es oscuro para hacerlo brillante, y no dejes de esculpir tu propia estatua, hasta que el resplandor divino de la virtud se manifieste”. La filosofía se con- vierte entonces en un arte de vivir. Tradición que, a pesar de ir a contracorriente con la con- cepción dominante, ha pervivido en ciertos filó- sofos minoritarios o marginales que han hecho hincapié en esa dimensión práctica y existencial de la filosofía y a los que se les valora más como escritores que como filósofos: nos referimos a Montaigne, Pascal, Schopenhauer, Nietzsche, Kierkegaard, Thoreau o incluso Wittgenstein. Hadot, por ejemplo, ha reivindicado reciente- mente la figura filosófica de Goethe en No te olvides de vivir: Goethe y la tradición de los ejer- cicios espirituales (Siruela, 2010). Y Nehamas hizo algo similar con Montaigne, Nietzsche y Foucault en El arte de vivir: reflexiones socráticas de Platón a Foucault (Pre-textos, 2005). Para sí mismo Marco Aurelio se encuadra en esta tradición y solo desde estas coordenadas puede enten- derse su pensamiento e interpretarse adecua- damente sus Meditaciones. Esa es la tesis que defiende Pierre Hadot en La citadelle intérieure: Introduction aux Pensées de Marc Aurèle (Fa- yard, 1992) y en Marco Aurelio (Alpha Decay, 2012 [en prensa]). Según este autor, para ser filósofo en la Antigüedad no era necesario escribir una obra filosófica original ni crear un sistema filosófico propio –a diferencia de lo que sucederá después en la época moderna–, sino que bastaba con adhe- rirse a los principios de una de las seis tradiciones filosóficas existentes –platónicos, aristotélicos, estoicos, epicúreos, cínicos y escépticos– y esforzarse por vivir en coherencia con estas doctrinas. Por eso Marco Aurelio fue considerado en su tiempo como un filósofo, a pesar de no haber publicado nada durante su vida. De hecho, las Meditaciones no es un libro en sentido estricto, sino que se trata más bien de los apuntes personales que Marco Aurelio tomó en los últimos diez años de su vida para su propio uso mientras guerreaba por diversas regiones del Imperio. Estas notas personales que el emperador escri- bió en griego (pues el griego era la lengua de la cultura y de la filosofía, a pesar de los esfuerzos titánicos de Cicerón y Séneca para que el latín se convirtiese también en lengua filosófica), tenían el propósito de recordarle las máximas fundamentes del estoicismo –especialmente los de Epícteto, al que cita continuamente–, de ayudarle a aplicarlas en su vida diaria, para no desviarse de su objetivo fundamental: ser mejor persona. Los hypomnemata (pues ése era el tér- mino griego por el que se conocían este tipo de escritos) no estaban destinados a ser publica- dos ni leídos por otras personas, y no eran otra cosa más que una especie de “cuadernos de ejercicios”, el resultado de un ejercicio espiritual continuado que este aprendiz de filósofo mantuvo consigo mismo durante muchos años. De ahí su carácter fragmentario, aforístico, críptico en ocasiones que se desprende del texto. Las Meditaciones de Marco Aurelio nunca pretendieron ser un libro, por eso no tienen carácter sistemático, pero sí son uno de los mejores ejemplos del tipo de ejercicios espirituales que los filósofos debían prac- ticar para poder vivir filosóficamente, una muestra excelente de cómo vivir la filosofía un filósofo estoico en su vida diaria y un recordatorio de que esta era en sus inicios algo muy práctico, y también –¿por qué no?– que hoy ese enfoque podría tener su sentido. Esa es la razón, por ejemplo, de que el “libro” del emperador que se entrenaba para ser fi- lósofo –o para seguir siéndolo, o para no dejar de serlo– haya conocido tantos títulos diferentes a lo largo de la historia: Meditaciones (el más conocido en nuestro país), Pensamientos (siguiendo el influjo de Pascal), Soliloquios (el primero que recibió en nuestra lengua), Escritos para sí mismo (como prefiere llamarlo Hadot) o A sí mismo (que es el título que ha elegido Edaf para su edición), etc. Ejercicios filosóficos ¿Y qué tipos de ejercicios filosóficos aparecen en estos apuntes?, se pre- guntará el lector. Los hay de varios tipos. Según Javier Campos, los ejer- cicios espirituales se clasifican en ejercicios reflexivos, ejercicios preparatorios, autoexámenes, lecturas edificantes y ejercicios vita- les. El más conocido es la praemediatio malorum –tal como la bautizó Séneca–, es decir, la imaginación de los males futuros –no sólo de los más frecuentes, sino también de los menos probables– para prepararse mejor frente a las futuras adversidades de la fortuna. Entre ellos se en- cuentra también la praemeditatio mortis, que consiste en imaginarse de diversas formas la propia muerte y la de nuestros seres queridos para perderle el miedo, convertirla en algo más manejable y ser más cons- LAS CLAVES Las Meditaciones de Marco Aurelio es uno de los libros de filosofía más leídos de todos los tiempos, un clásico imperecedero que, por sus aforismos memorables, puede leerse como un libro de autoayuda filosófica > Marco Aurelio, nacido en el año 121 y que murió en 180, fue uno de los mejores emperadores del Imperio Romano, junto con Adriano, Trajano y Antonino Pío, y uno de los mejores representantes del estoicismo romano, junto con Séneca y Epícteto. > El libro que escribió para sí mismo, Meditaciones, es una de las obras fundamentales de la cultura occidental, un clásico inmarcesible de la filosofía que siempre aparece en cualquier lista de los cien mejo- res libros de la cultura universal. > Las Meditaciones no son sólo las primeras “confesiones filosóficas” que se han conservado (casi tres siglos antes de las de san Agustín) y las primeras “consolaciones filosóficas” (casi cuatro siglos de las de Boecio), sino también el primer libro de psicología aplicada (casi mil años antes de la invención del psicoanálisis). MARCO AURELIO: “¿Qué puede guiar a un hombre? Las Meditaciones tenían el propósito de recordarle las máximas del estoicismo y de aplicarlas para no desviarse del objetivo: ser mejor persona Marco Aurelio se encuadra en una tradición filosófica que hace hincapié en su dimensión práctica y existencial, en la línea de Montaigne, Pascal, Nietzsche o Thoreau 38 FilosofíaHoy FilosofíaHoy 39 Una única cosa, la filosofía.” MEDITACIONES (II, 17) Marco Aurelio: la biografía definitiva Anthony Birley Gredos Madrid 2009 Marco Aurelio Pierre Grimal FCE Madrid 1997 El ejercicio según Marco Aurelio Maite Larrauri Tándem Valencia, 2009 Ejercicios espirituales y filosofía antigua Pierre Hadot Siruela Madrid 2006 La terapia del deseo: Teoría y práctica en la ética helenística Martha C. Nussbaum Paidós Barcelona 2003 + sobre Marco Aurelio FILO11-LA FRASE.indd 46-47 28/2/12 09:32:48

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LA frAse deL fiLósofo

Hoy día se concibe la fi losofía como una disciplina teórica que solo trata de cues-tiones abstractas sin ninguna relación con nuestra vida diaria, como una ma-teria que hay que estudiar obligatoria-mente en el bachillerato, pero que nadie sabe muy bien cuál puede ser su verda-dera utilidad. Sin embargo, para los antiguos griegos y romanos la fi loso-fía era un saber que implica también un fuerte compromiso personal: el

fi lósofo era aquella persona que se comprometía a llevar una vida fi losó-fi ca, a vivir en todo momento de manera fi losófi ca. La fi losofía era sobre todo un modo de vida que implicaba una “conversión” profunda y que infl uía en todos los aspectos de la vida del fi lósofo, desde los más tras-cendentales –como la profesión, el matrimonio – hasta los más nimios –la forma de vestirse, de hablar o de comer–, y todas las horas del día; desde que uno se levantaba por la mañana hasta la hora de dormir.

Como muy bien ha explicado Pierre Hadot en sus libros, especialmen-te en Ejercicios espirituales y fi losofía antigua (Siruela, 2006) y La fi loso-fía como forma de vida (Alpha Decay, 2009), y Michel Foucault en La hermenéutica del sujeto (Akal, 2005), la fi losofía en la Antigüedad con-sistía en una serie de “ejercicios espirituales” que había que practicar una y otra vez para conseguir el autodominio y la perfección. Los ejercicios eran de muchos tipos y abarcaban tanto los aspectos cognitivos como los emocio-nales (más adelante comentaremos algunos). Para que podamos entenderlo, podríamos de-cir que la fi losofía en aquellos tiempos ocupaba el lugar que hoy se reserva a las psicoterapias y que hace un tiempo desarrollaban los confeso-res y los directores espirituales.

La fi losofía era una especie de “medicina del alma” o de terapia que servía para curar las

“enfermedades del espíritu” (y que hoy llamaríamos emociones nega-tivas). Martha nussbaum explica este fenómeno de manera magistral en su libro La terapia del deseo: Teoría y práctica en la ética helenística (Paidós, 2003): “todas las escuelas fi losófi cas helenísticas de grecia y Roma –epicúreos, escépticos y estoicos– concibieron la fi losofía como un medio para afrontar las difi cultades más penosas de la vida huma-na. Veían al fi lósofo como un médico compasivo cuyas artes po-dían curar muchos y abundantes tipos de sufrimiento humano. Practicaban la fi losofía no como una técnica intelectual elitista, sino como un arte comprometido cuyo fi n era luchar contra la desdicha hu-mana. Centraban, por tanto, su atención en cuestiones de importancia cotidiana y urgente para el ser humano: el temor a la muerte, el amor y la sexualidad, la cólera y la agresión”.

Un arte de vivirSegún esta autora, experta en fi losofía antigua, los pensadores de

aquella época “no se dedicaban tanto a mostrar cómo acabar con la in-justicia como a enseñar al discípulo a ser indiferente a la injusticia que sufre”. Y recuerda a este respecto uno de los aforismos más célebres de Epicuro: “Vacío es el argumento de aquel fi lósofo que no permite curar ningún sufrimiento humano. Pues de la misma manera que de nada sirve un médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tam-poco hay utilidad ninguna en la fi losofía si no erradica el sufrimiento del alma”. Entre las escuelas fi losófi cas de la Antigüedad más conoci-das por seguir este enfoque se encuentra el estoicismo, y especialmente Epícteto, el fi lósofo romano que había sido esclavo.

La fi losofía era “algo parecido a un arte que tomara por materia la vida de cada cual”, explica Javier Campos. O como le gustaba decir a Plotino: “haz como el escultor de una estatua que debe ser bella; […] quita lo superfl uo, endereza lo que es oblicuo, limpia lo que es oscuro

para hacerlo brillante, y no dejes de esculpir tu propia estatua, hasta que el resplandor divino de la virtud se manifi este”. La fi losofía se con-vierte entonces en un arte de vivir. tradición que, a pesar de ir a contracorriente con la con-cepción dominante, ha pervivido en ciertos fi ló-sofos minoritarios o marginales que han hecho hincapié en esa dimensión práctica y existencial de la fi losofía y a los que se les valora más como escritores que como fi lósofos: nos referimos a Montaigne, Pascal, Schopenhauer, nietzsche, Kierkegaard, thoreau o incluso Wittgenstein. Hadot, por ejemplo, ha reivindicado reciente-mente la fi gura fi losófi ca de goethe en No te olvides de vivir: Goethe y la tradición de los ejer-cicios espirituales (Siruela, 2010). Y nehamas

hizo algo similar con Montaigne, nietzsche y Foucault en El arte de vivir: refl exiones socráticas de Platón a Foucault (Pre-textos, 2005).

Para sí mismoMarco Aurelio se encuadra en esta tradición y solo desde estas coordenadas puede enten-derse su pensamiento e interpretarse adecua-damente sus Meditaciones. Esa es la tesis que defi ende Pierre Hadot en La citadelle intérieure: Introduction aux Pensées de Marc Aurèle (Fa-yard, 1992) y en Marco Aurelio (Alpha Decay, 2012 [en prensa]). Según este autor, para ser fi lósofo en la Antigüedad no era necesario escribir una obra fi losófi ca original ni crear un sistema fi losófi co propio –a diferencia de lo que sucederá después en la época moderna–, sino que bastaba con adhe-rirse a los principios de una de las seis tradiciones fi losófi cas existentes –platónicos, aristotélicos, estoicos, epicúreos, cínicos y escépticos– y esforzarse por vivir en coherencia con estas doctrinas. Por eso Marco Aurelio fue considerado en su tiempo como un fi lósofo, a pesar de no haber publicado nada durante su vida.

De hecho, las Meditaciones no es un libro en sentido estricto, sino que se trata más bien de los apuntes personales que Marco Aurelio tomó en los últimos diez años de su vida para su propio uso mientras

guerreaba por diversas regiones del Imperio. Estas notas personales que el emperador escri-bió en griego (pues el griego era la lengua de la cultura y de la fi losofía, a pesar de los esfuerzos titánicos de Cicerón y Séneca para que el latín se convirtiese también en lengua fi losófi ca), tenían el propósito de recordarle las máximas fundamentes del estoicismo –especialmente los de Epícteto, al que cita continuamente–, de ayudarle a aplicarlas en su vida diaria, para no desviarse de su objetivo fundamental: ser mejor persona. Los hypomnemata (pues ése era el tér-mino griego por el que se conocían este tipo de escritos) no estaban destinados a ser publica-dos ni leídos por otras personas, y no eran otra

cosa más que una especie de “cuadernos de ejercicios”, el resultado de un ejercicio espiritual continuado que este aprendiz de fi lósofo mantuvo consigo mismo durante muchos años. De ahí su carácter fragmentario, aforístico, críptico en ocasiones que se desprende del texto.

Las Meditaciones de Marco Aurelio nunca pretendieron ser un libro, por eso no tienen carácter sistemático, pero sí son uno de los mejores ejemplos del tipo de ejercicios espirituales que los fi lósofos debían prac-ticar para poder vivir fi losófi camente, una muestra excelente de cómo vivir la fi losofía un fi lósofo estoico en su vida diaria y un recordatorio de que esta era en sus inicios algo muy práctico, y también –¿por qué no?– que hoy ese enfoque podría tener su sentido. Esa es la razón, por ejemplo, de que el “libro” del emperador que se entrenaba para ser fi -lósofo –o para seguir siéndolo, o para no dejar de serlo– haya conocido tantos títulos diferentes a lo largo de la historia: Meditaciones (el más conocido en nuestro país ), Pensamientos (siguiendo el infl ujo de Pascal), Soliloquios (el primero que recibió en nuestra lengua), Escritos para sí mismo (como prefi ere llamarlo Hadot) o A sí mismo (que es el título que ha elegido Edaf para su edición), etc.

Ejercicios fi losófi cos¿Y qué tipos de ejercicios fi losófi cos aparecen en estos apuntes?, se pre-guntará el lector. Los hay de varios tipos. Según Javier Campos, los ejer-cicios espirituales se clasifi can en ejercicios refl exivos, ejercicios preparatorios, autoexámenes, lecturas edifi cantes y ejercicios vita-les. El más conocido es la praemediatio malorum –tal como la bautizó Séneca–, es decir, la imaginación de los males futuros –no sólo de los más frecuentes, sino también de los menos probables– para prepararse mejor frente a las futuras adversidades de la fortuna. Entre ellos se en-cuentra también la praemeditatio mortis, que consiste en imaginarse de diversas formas la propia muerte y la de nuestros seres queridos para perderle el miedo, convertirla en algo más manejable y ser más cons-

lAs ClAVes

Las Meditaciones de Marco Aurelio es uno de los libros

de fi losofía más leídos de todos los tiempos, un clásico

imperecedero que, por sus aforismos memorables, puede

leerse como un libro de autoayuda fi losófi ca

> Marco Aurelio, nacido en el año 121 y que murió en 180, fue uno de los mejores emperadores del Imperio Romano, junto con Adriano, Trajano y Antonino Pío, y uno de los mejores representantes del estoicismo romano, junto con Séneca y Epícteto.

> El libro que escribió para sí mismo, Meditaciones, es una de las obras fundamentales de la cultura occidental, un clásico inmarcesible de la fi losofía que siempre aparece en cualquier lista de los cien mejo-res libros de la cultura universal.

> Las Meditaciones no son sólo las primeras “confesiones fi losófi cas” que se han conservado (casi tres siglos antes de las de san Agustín) y las primeras “consolaciones fi losófi cas” (casi cuatro siglos de las de Boecio), sino también el primer libro de psicología aplicada (casi mil años antes de la invención del psicoanálisis).

MARCo AURELio:

“¿Qué puede guiar a un hombre?

Las Meditaciones tenían el propósito de recordarle las

máximas del estoicismo y de aplicarlas para no

desviarse del objetivo: ser mejor persona

Marco Aurelio se encuadra en una tradición fi losófi ca

que hace hincapié en su dimensión práctica

y existencial, en la línea de Montaigne, Pascal, nietzsche o thoreau

38 ✤ FilosofíaHoy FilosofíaHoy ✤ 39

Una única cosa, la fi losofía.” MeDiTACioNes (ii, 17)

Marco Aurelio:la biografía defi nitivaAnthony BirleyGredosMadrid 2009

Marco AurelioPierre GrimalFCEMadrid 1997

El ejercicio según Marco AurelioMaite LarrauriTándemValencia, 2009

Ejercicios espirituales y fi losofía antiguaPierre HadotSiruelaMadrid 2006

La terapia del deseo: teoría y práctica en la ética helenísticaMartha C. NussbaumPaidósBarcelona 2003

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cientes de nuestra finitud. Uno de los mejores ejemplos de este ejercicio que utiliza el emperador dice: “No desdeñes la muerte; antes bien, acógela gustosamente, en la convicción de que esta también es una de las cosas que la naturaleza quiere. Porque cual es la juventud, la vejez, el crecimiento, la plenitud de la vida, el salir los dientes, la barba, las canas, la fecundación, la preñez, el alumbramiento y las demás activi-dades naturales que llevan las estaciones de la vida, tal es también tu propia disolución. Por consiguiente, es propio de un hombre dotado de razón comportarse ante la muerte no con hostilidad, ni con vehemen-cia, ni con orgullo, sino aguardarla como una más de las actividades naturales. Y, al igual que tú aguardas el momento en que salga del vien-tre de tu mujer el recién nacido, así también aguarda la hora en que tu alma se desprenderá de esa envoltura” (IX, 3).

Otro de los ejercicios más conocidos consiste en mirar las cosas humanas desde una altura considerable, como si uno fuese un dios o un extraterrestre (Spinoza dirá más tarde que hay que ver las cosas sub specie aeternitatis, desde el punto de vista de la eternidad). Marco Aurelio hace uso de él varias veces a lo largo del libro. “Contempla desde lo alto el espectáculo de rebaños infinitos, de ceremonias infi-nitas, de viajes por mar con tempestad y con buen tiempo, de todas las variedades de seres que nacen, viven juntos y desaparecen. Piensa también en la vida vivida hace tiempo por otros, y de la que existirá después de ti y de la que viven hoy en día pueblos extranjeros. Piensa en cuántos ignoran tu nombre, cuántos te olvidarán pronto, cuántos de los que hoy te alaban muy pronto te denostarán. Piensa en cómo el recuerdo que se deja, la fama o cualquier otra cosa ni siquie-ra vale la pena mencionarlos” (IX.30).

Para Marco Aurelio, la filosofía debe servirnos para construir en nuestro interior una fortaleza, un refugio sosegado que nos proteja de las agresiones del exterior, de los vaivenes de la fortuna y de los peligros de las pasiones (ira, temor, celos, etc.). Para el emperador, hay que “ser semejante a un promontorio contra el que se estrellan las olas inin-terrumpidamente y él se mantiene inmóvil” (IV, 49). En conclusión, los estoicos, pues, han sido los primeros psicólogos de Occidente años muchos siglos antes de que Freud inventase el psicoanálisis, y ésa es la opinión también Albert Ellis, el creador de la terapia racional emotiva y autor de numerosos libros de autoayuda que se han convertido en superventas, como Usted puede ser feliz (Paidós, 2007), Cómo controlar la ansiedad (Paidós, 2000) o Controle su ira antes que ella le controle a usted (Paidós, 2007), quien considera a Epícteto como el padre funda-dor de su enfoque. Los filósofos como Séneca, Epícteto o Marco Aure-lio, en contra de lo que se nos ha hecho creer, no eran personas tristes, pesimistas y deprimentes, sino grandes conocedores del alma humana que utilizaban unas técnicas muy poderosas (que entonces se conside-raban filosóficas pero que suelen llamarse psicológicas) para modificar los aspectos más negativos de la vida cotidiana –la ansiedad, la depre-sión, la ira o los celos, etc.– y poder llevar así una vida más plena y satisfactoria. Así que se puede leer el último libro de autoyuda que más se esté vendiendo ahora –como El arte de no amargarse la vida (Oniro, 2011) de Rafael Santandreu– o probar con un clásico de la sabiduría que nunca pasará de moda. A su elección.❖ Gabriel Arnaiz

El arte de vivir:Reflexiones socráticas de Platón a FoucaultAlexander NehamasEditorial Pre-Textos2005

Los romanos: Marco AurelioMax GalloAlianzaMadrid 2010

La hermenéutica del sujetoMichel FoucaultAkal2005

Filosofía como forma de vidaPierre HadotAlpha Decay2009

el libro

el FilósoFo

> De todas las traduccio-nes disponibles del texto, nos hemos decantado por la edición más reciente y completa: la traducción de Javier Campos para Tec-nos (2004) –recientemente reeditada–, por el exhaus-tivo estudio preliminar de ochenta páginas y porque incluye también las seis cartas que Marco Aure-lio escribió a su maestro Frontón y otra serie de testimonios. En segundo lugar, recomendamos la cuidadosa edición de Fran-cisco Cortés para Cátedra (2001) por la esclarecedora introducción de Manuel

Gervás y porque también incorpora numerosas notas aclaratorias, una cronología, un árbol genealógico, un ín-dice de los autores citados en el libro (con breves explica-ciones sobre quienes eran cada uno de ellos) y un índice temático con el que poder localizar fácilmente aquellos fragmentos del libro donde se habla de tal o cual tema. En tercer lugar, destacamos la edición de Ramón Bach para Gredos (1977) —recientemente reeditada a un pre-cio bastante más asequible—, que incluye un magnífico prólogo de García Gual y que suele considerarse una de las más fiables, aunque no tiene en cuenta las aportacio-nes más recientes de las últimas décadas. Por último, des-tacamos la traducción de Bartolomé Segura para Alianza (1985), que tanto por su estilo directo y también por su precio quizás sea la más accesible al lector.

> Marco Aurelio nace a mediados del siglo II después de Cristo, exactamente en el año 121, dentro de una fami-lia de la clase senatorial. Su padre muere cuando él tiene apenas tres años y es su abuelo Marco Annio Vero quien se hace cargo de su educación. El emperador Adriano se queda impactado por el autocontrol que demuestra el joven Marco Aurelio a los seis años, en un sacrificio a la diosa Venus. Parece que fue entonces cuando Adria-no decidió que Marco Aurelio sería su sucesor, pero co-mo a su muerte él era todavía muy joven, ordenó que mientras tanto fuese emperador Antonino Pío, con la condición de que este lo adoptase y de que Marco Au-relio se casase con su hija Faustina, como así sucedió. Cuando muere Antonino, Marco Aurelio es nombrado el decimosexto emperador del Imperio Romano, con 39 años. Se le suele recordar como uno de los cinco mejores emperadores que jamás tuvo Roma. Muere en el año 180 en Viena, probablemente a causa de la peste, cuando contaba con 58 años, mientras guerrea-ba en el frente de Germania. Marco Aurelio vivió una vida “de película” en una de las épocas más turbulentas y cruciales de la historia (el final del paganismo y el ascenso del cristianismo), por eso se han escrito últimamente varias novelas sobre su figura histórica: Los romanos: Marco Aurelio (Alianza, 2010), de Max Gallo, que forma parte de una saga de cinco volú-menes sobre el Imperio Romano; El emperador impasi-ble (Alcalá, 2009), de Alberto Monterroso, que narra con gran maestría la vida y hazañas de este hombre ejem-plar; y Marco Aurelio (Esquilo, 2009), de Mario de Sousa.

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38 ✤ FilosofíaHoy

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“Es el Marco Aurelio aforístico, el que dispensa dichos, adagios y apotegmas que pueden ser apreciados por personas sin ningún conocimiento o interés en el estoicismo el que se ha asegurado la popularidad a través de los tiempos. Algunas de esas máximas son tan concisas y expresivas como sorprendentes”, comenta Frank McLynn en su magnífico libro Marco Aurelio: guerrero, filósofo y emperador publicado en Esfera de los Libros, el año pasado. Esta es una selección de los más impactantes:

➔ Elimina tu opinión y eliminarás la queja «me han ofendido». Elimina la queja «me han ofendido» y la ofensa desaparecerá.➔ La vida de un hombre es lo que sus pensamientos hacen de ella.➔ Conténtate con lo que te sucede.➔ Tanto la tristeza como la cólera son signos de debilidad.➔ Deja de ser tu propio rival.➔ Si no está bien, no lo hagas. Si no es verdad, no lo digas.➔ Que los impulsos te manejen como si fueras una marioneta es propio de fieras, no de hombres.➔ Quien no sabe para qué vive no sabe quién es.➔ Tus desasosiegos dependen sólo de ti.➔ Retírate al jardín de tu propio interior.➔ ¿Cuál es tu oficio? Ser bueno.

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