“La parábola del hijo pródigo habla de dos hermanos que estaban cometiendo el mismo error que yo: Pensaban que el amor se podía ganar o perder en función de sus buenas o malas obras.

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Uno se sentía digno y merecedor porque se había portado, en su opinión, impecablemente bien; el otro se sentía indigno y culpable, porque se había portado muy mal. Pero el Papá los amaba a ambos solamente por lo que eran, sus hijos, sin importar lo que hacían. Yo había estado jugando ambos papeles.

Hoy entiendo que yo soy la perla de gran precio para Él, por la cual dio lo más valioso que tenía, a mi hermano Jesús, para adquirirme. Hoy mi Papá ha calzado mis pies, ha quitado mis vestiduras viles y me ha vestido con ropas de gala; también, ha puesto su anillo en mi mano. Y yo estoy gozosamente dispuesto a entrar junto con Él a la fiesta que ha preparado en mi honor y a regocijarme junto con mi hermano Jesús de la preciosa herencia que Papá ha preparado para mí.”

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Ahora, por la gracia de Dios, he entendido que Dios, mi Papá, el mejor Papá, me ama

entrañablemente simplemente por lo que soy: Su hijo.

“Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú;  yo te engendré hoy”. 

Salmo 2:7

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