Marshal Rosenberg - Comunicación asertiva

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TRADUCCIÓN LIBRE DEL TEXTO “NON-VIOLENT COMMUNICATION” DE MARSHALL ROSENBERG Prefacio.- Arun Gandhi Fundador/Presidente del Instituto M. K. Gandhi para la No Violencia. Siendo una persona de color creciendo durante la época del apartheid en Sudáfrica en los 1940s. no era algo en lo que alguien se pudiera deleitar. Especialmente no, si eras, en todo momento de cada día, llamado a recordar el color de tu piel. Tener que acostumbrarme entonces, a partir de los diez años, a recibir palizas de los chicos blancos porque consideraban mi color muy oscuro y entonces me daban las palizas los chicos negros porque me encontraban demasiado blanco fue una experiencia muy humillante que hubiera llevado a cualquiera a una violencia vengadora. Estaba tan furioso continuamente, que mis padres decidieron enviarme a la India y dejarme allí un tiempo al cuidado de mi abuelo, el legendario M. K. Gandhi, a ver si podía aprender de el como manejar la ira, la frustración, la discriminación y la humillación que los violentos prejuicios podían evocar en mí. Aquellos 18 meses me enseñaron mucho más de lo que había previsto. Mi única pena ahora es que tenía tan solo 13 años y era un estudiante mediocre por entonces. Si tan solo hubiera sido un poco mayor, y un poco más sensato hubiera podido aprender mucho más. Pero uno debe ser feliz con lo que ha recibido, no ser avaricioso, una lección fundamental en la Vida No Violenta. ¿Cómo podía olvidarme de eso? Una de las muchas cosas que aprendí del abuelo es a entender la profundidad y la anchura de la No Violencia y a reconocer que uno es violento y que uno necesita traer a la superficie un cualitativo cambio de actitud. Solemos no reconocer nuestra violencia porque somos ignorantes de ella. Asumimos que somos no violentos porque nuestra visión de la violencia es una basada en peleas, asesinatos, guerras del tipo de las que la gente promedio no emprende. Para hacer evidente esto ante mí, el abuelo me encargó que hiciera un “árbol familiar de la violencia”, usando los mismos principios

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TRADUCCIÓN LIBRE DEL TEXTO “NON-VIOLENT COMMUNICATION” DE MARSHALL ROSENBERG

Prefacio.-

Arun GandhiFundador/Presidente del Instituto M. K. Gandhi para la No Violencia.

Siendo una persona de color creciendo durante la época del apartheid en Sudáfrica en los 1940s. no era algo en lo que alguien se pudiera deleitar. Especialmente no, si eras, en todo momento de cada día, llamado a recordar el color de tu piel. Tener que acostumbrarme entonces, a partir de los diez años, a recibir palizas de los chicos blancos porque consideraban mi color muy oscuro y entonces me daban las palizas los chicos negros porque me encontraban demasiado blanco fue una experiencia muy humillante que hubiera llevado a cualquiera a una violencia vengadora.

Estaba tan furioso continuamente, que mis padres decidieron enviarme a la India y dejarme allí un tiempo al cuidado de mi abuelo, el legendario M. K. Gandhi, a ver si podía aprender de el como manejar la ira, la frustración, la discriminación y la humillación que los violentos prejuicios podían evocar en mí. Aquellos 18 meses me enseñaron mucho más de lo que había previsto.

Mi única pena ahora es que tenía tan solo 13 años y era un estudiante mediocre por entonces. Si tan solo hubiera sido un poco mayor, y un poco más sensato hubiera podido aprender mucho más. Pero uno debe ser feliz con lo que ha recibido, no ser avaricioso, una lección fundamental en la Vida No Violenta. ¿Cómo podía olvidarme de eso?

Una de las muchas cosas que aprendí del abuelo es a entender la profundidad y la anchura de la No Violencia y a reconocer que uno es violento y que uno necesita traer a la superficie un cualitativo cambio de actitud. Solemos no reconocer nuestra violencia porque somos ignorantes de ella. Asumimos que somos no violentos porque nuestra visión de la violencia es una basada en peleas, asesinatos, guerras del tipo de las que la gente promedio no emprende.

Para hacer evidente esto ante mí, el abuelo me encargó que hiciera un “árbol familiar de la violencia”, usando los mismos principios que los que empleamos al confeccionar un árbol genealógico. Su argumento era que obtendría una mejor apreciación de la No Violencia si entendía y reconocía la violencia que existe en el mundo. Él me asistía cada tarde en el análisis los sucesos del día – todo aquello que había experimentado, sobre lo que había leído, visto o hecho a otros – y situarlos en el árbol bien bajo “física”, si había habido fuerza física empleada, o bien bajo “pasiva”, si era del tipo de violencia en que la herida era más emocional.

En unos pocos meses cubrí una pared de mi cuarto con actos de violencia pasiva, la cual era descrita por el abuelo como más insidiosa que la violencia física. Me explicó, entonces, que la violencia pasiva acaba generando la ira en la víctima, quién, como miembro individual o como miembro de un colectivo, responderá violentamente. En otras palabras, es la violencia pasiva la que enciende el fuego de la violencia física. Es porque no entendemos o apreciamos que todos nuestros esfuerzos para trabajar por la paz, o bien no han fructificado o bien que la paz ha nacido con fecha de caducidad. ¿Cómo podemos extinguir un fuego si no cerramos primero la espita del combustible que desata el infierno?

El abuelo siempre proclamó a voz en cuello la perentoria necesidad de la no violencia en la comunicación. Esto es algo que Marshall Rosenberg ha venido haciendo admirablemente bien en los muchos años de escritos y seminarios centrados en este tema. He leído con gran interés la obra del Sr. Rosenberg, “La Comunicación No Violenta. Un Lenguaje De Vida” y he quedado totalmente

impresionado por la profundidad de su trabajo y la simplicidad de las soluciones que ofrece.

Como hubiera dicho el abuelo, “A menos que nos convirtamos en el cambio que deseamos ver en el mundo, ningún cambio tendrá lugar”. Desafortunadamente, todos estamos esperando que el que cambie primero sea el otro.

La No Violencia no es una estrategia que puede ser usada hoy y descartada mañana; la No Violencia no es algo que te convierte en un pusilánime o un cobarde; la No Violencia versa sobre el inculcar actitudes positivas que reemplacen las actitudes negativas que nos dominan. Todo lo que hacemos está condicionado por motivos egoístas – al menos en lo que a mí concierne. Más aún en una sociedad agobiantemente materialista que bulle en los fuegos del individualismo. Ninguno de estos conceptos negativos conducirán a la construcción de familias, comunidades, sociedades o naciones homogéneas.

No es importante que nos unamos en un momento de crisis y que mostremos nuestro patriotismo ondeando la bandera. No es suficiente que nos convirtamos en una superpotencia mediante el almacenamiento de un arsenal que puede destruir completamente este mundo, varias veces. No es suficiente que subyuguemos al resto del mundo a través de nuestro poder militar, porque la paz no puede ser construida sobre los cimientos del miedo.

La No Violencia significa permitir que lo positivo en tu interior, emerja. Ser dominado por el amor, el respeto, la comprensión, el aprecio, la compasión y la preocupación por otros, antes que las actitudes egoístas, egocéntricas, avaras, odiosas, prejuiciosas, sospechosas y agresivas que dominan nuestro pensamiento. Muchas veces, escuchamos a la gente decir: “Este mundo no tiene piedad, y si quieres sobrevivir tienes que olvidarte de la piedad tú también”. Humildemente discrepo de este concepto.

Este mundo es aquello en lo que lo hemos convertido. Si es inmisericorde hoy es porque lo hemos convertido en eso con nuestras actitudes. Si cambiamos en nuestro interior, podemos cambiar el mundo. Y cambiando nosotros mismos comienza cambiando nuestro lenguaje y los métodos de comunicación. Recomiendo de todo corazón la lectura de esta obra, y el aplicar el proceso de Comunicación No Violenta que enseña. Es un significativo primer paso hacia el cambio de nuestra comunicación y la creación de un mundo de compasión.

Arun Gandhi.-

CAPÍTULO 1

Dando desde el corazón.-

“Lo que deseo en mi vida es compasión, un fluir entre los demás y yo mismo,basado en una entrega mutua desde el corazón”.

Marshall Rosenberg

Anclado en la creencia de que es nuestra naturaleza la de disfrutar dando y recibiendo de modo compasivo, he vivido entregado la mayor parte de mi vida a responder a dos preguntas esenciales: ¿Qué puede llegar a ocurrir para que desconectemos nuestra naturaleza compasiva, y nos conduce a un comportamiento violento y explosivo? Y, por otro lado ¿Qué es lo que permite que ciertas personas sean capaces de permanecer conectados a su naturaleza compasiva incluso en las circunstancias más difíciles?

Mi preocupación con estas cuestiones comenzó durante mi niñez, probablemente cercano al verano de 1943, cuando nuestra familia se mudó a Detroit, Michigan. Durante la segunda semana desde nuestra llegada una revuelta racista explotó a raíz de un incidente en un parque público. En las jornadas inmediatamente posteriores, alrededor de cuarenta personas fueron muertas violentamente. Nuestro vecindario estaba en el centro del estallido, lo que nos obligó a permanecer recluidos en nuestra casa por espacio de tres días. Cuando se calmó la revuelta y comenzó el curso escolar, descubrí que un apellido puede ser tan peligroso como el color de la piel. Cuando el profesor dijo mi nombre al pasar lista, dos niños fijaron su mirada en mi y me sisearon: ¿Eres judío?. La palabra que usaron para referirse a la condición racial no la conocía, así como el hecho de que haya gente que la usa peyorativamente al referirse a los judíos. A la salida de la escuela me esperaban agazapados. Me arrojaron al suelo y me dieron entre ambos una buena paliza.

Desde ese suceso, la respuesta a las preguntas planteadas más arriba ha sido el objetivo de mi búsqueda personal. ¿Qué nos da fuerzas para seguir en conexión directa con nuestra naturaleza compasiva aún cuando nos encontremos en la peor de las circunstancias? Etty Hillesum, sometida a la degradación del hacinamiento de los campos de concentración alemanes, se mantuvo compasiva en todo momento. En su Diario dejó escrito:

“No me asusto con facilidad. No es que sea especialmente valiente, sino porque se que estoy tratando con seres humanos, y que debo tratar por todos los medios de entender los actos de cada persona en cada momento. Y esa fue la lección de esta mañana: no por el hecho de que un joven oficial de la Gestapo me gritara, sino por el hecho de que no sentí indignación alguna, antes al contrario, sentí una tremenda compasión y hubiera gustado de poder preguntarle - ¿Has tenido una infancia infeliz? ¿Te ha abandonado tu novia? Sí, de pronto pareció azorado, abrumado, débil.- Me hubiera gustado charlar con él de vez en cuando, porque sé que un hombre joven agobiado por la pena se puede convertir en alguien muy peligroso si se deja llevar por malas influencias”.

Etty Hillesum: A Diary.-

Mientras estudiaba los factores que afectan a nuestra habilidad para permanecer compasivos, me sorprendí del rol crucial que desempeña el lenguaje y el uso que le damos a las palabras. Desde entonces he identificado un modo especifico de entregarse a la comunicación -en la escucha y en la respuesta- que nos conduce a dar de corazón, conectándonos interiormente y con los demás de forma que permite que florezca nuestra natural compasión. Este método lo he denominado “Comunicación No Violenta” entendiendo la no violencia como lo hizo Gandhi al referirse al estado permanente de compasión cuando la violencia ha sido apeada del corazón. En tanto no consideramos “violento” el modo en que nos comunicamos, nuestras palabras a menudo hieren o

causan molestia a los demás y a nosotros mismos. En algunas comunidades se refieren a la comunicación descrita anteriormente como “comunicación compasiva”. La abreviatura CNV la encontraremos a menudo a partir de aquí para referirse a la Comunicación No Violenta o Compasiva.

Un modo de centrar la atención.-

La CNV está basada en el lenguaje y los patrones de comunicación que refuerzan nuestra capacidad para permanecer “humanos”, incluso en las circunstancias más desfavorables. No hay nada nuevo en lo que describo a continuación; todo lo que comprende la técnica de comunicación no violenta se conoce desde hace siglos. La intención, primeramente, es la de recordarnos a nosotros mismos lo que ya sabemos perfectamente, sobre como los seres humanos estamos supuestos a relacionarnos. También trata de guiarnos para que nos situemos en un modo de vida que manifieste concretamente este conocimiento.

La CNV nos guía en el proceso de redimensionar el modo de expresarnos y escuchar a otros. En lugar de dejarnos llevar por el hábito o el instinto, delegando en los automatismos de la rutina, nuestras palabras se transforman en respuestas conscientes basadas en la certeza de lo que percibimos, sentimos y deseamos. Nos impulsará a expresarnos con total honestidad y claridad. Simultáneamente prestaremos total atención a los demás desde el máximo respeto y la máxima empatía. Con ello aprenderemos a identificar nuestras más acuciantes necesidades y las de los demás. La CNV es un entrenamiento en la observación cuidadosa y en la capacitación para identificar comportamientos y condiciones que nos afectan. Aprenderemos a identificar y articular claramente lo que queremos en una situación determinada. La fórmula es simple aún cuando su poder transformador es enorme.

En tanto la CNV sustituye nuestros viejos patrones de “defensa-ataque” desde el punto de vista de la crítica y el juicio, nos llevará a percibirnos a nosotros mismos y a los demás, así como intenciones y modos de relación, desde un ángulo completamente distinto. La resistencia, las actitudes defensivas y las reacciones violentas se minimizan. Cuando nos enfoquemos en clarificar que es lo que observo, siento y necesito en lugar de diagnosticar y juzgar, descubriremos la profundidad de nuestra compasión. Haciendo énfasis en una profunda capacidad de escucha – a nosotros mismos como a los demás – la CNV estimula el respeto mutuo, la capacidad de atender y la capacidad para empatizar, y engendra un deseo mutuo de dar desde el corazón.

A pesar de que me refiero a la CNV como un “proceso de comunicación” o un “lenguaje compasivo”, es mucho más que eso. En un nivel más profundo, la CNV es un recuerdo permanente de mantener nuestra atención concentrada en el lugar donde existen más probabilidades de hallar lo que buscamos.

Es conocida la historia de un hombre que buscaba, puesto a gatas, algo bajo la luz de una farola en la calle. Un policía que basaba por allí le preguntó por lo que hacía, a lo que el hombre respondió: “busco las llaves de mi coche”, aparentando a la vez un estado de ligera embriaguez. “¿Las ha perdido por aquí?” le preguntó el policía. “No, se me han caído en el callejón” fue la respuesta del transeúnte. Al ver la expresión de sorna en la cara del policía se apresuró a explicar: “Es que la luz es mucho más clara aquí para poder buscar...”.

Encuentro que mis condicionamientos culturales me conducen a concentrar mi atención en los puntos en los que es poco probable que encuentre aquello que busco. Desarrollé la CNV como un método para entrenar mi atención – para que brille en la luz de la consciencia – en los lugares que tienen el potencial para custodiar las respuestas que busco. Lo que deseo en mi vida es compasión,

una corriente continua entre los demás y yo, basada en una dádiva mutua desde el corazón.

Esta calidad de compasión, a la que me refiero como “dando desde el corazón”, se expresa en los versos de mi amiga Ruth Bebermeyer:

Nunca sentí una mayor capacidad de darque cuando tomas de mí - cuando entiendes la felicidad que sientodándote.

Y tú sabes que mi dádiva no está hechapara anotarte una deuda,sino porque quiero vivir el amor que siento por ti.Recibir con agradecimientopuede convertirse en la mayor de las dádivas.No puedes separar los dos conceptos.

Cuando te me entregaste entrego mi mejor recibimiento.Cuando tomas de mi, me sientotan entregada.

“Given To”(1978) Ruth Bebermeyer.-

Cuando damos de corazón, lo hacemos desde la felicidad que salpica a todas partes cada vez que enriquecemos voluntariamente la vida de otra persona. Este modo de dar beneficia tanto al que da como a quien recibe. El receptor disfruta el regalo despreocupado por las posibles consecuencias que acarrean los regalos basados en el miedo, la culpa, la vergüenza o la avaricia. El donante obtiene el beneficio de un reforzamiento de su autoestima que resulta de ver que nuestros esfuerzos contribuyen al bien de otro ser humano.

El uso de la CNV no requiere que con quienes nos comuniquemos sean seguidores de la CNV, o estén motivados a comunicarse compasivamente. Si nos anclamos en los principios de la CNV, motivados sólo por el dar y recibir compasivamente y por hacer entender a nuestro interlocutor que esa es nuestra exclusiva intención, éste acabará entrando en el juego e incluso, más adelante estará en condiciones de responder compasivamente a otras personas en lo sucesivo. No digo que esto siempre ocurra rápidamente. Mantengo, sin embargo, que la compasión inevitablemente florece cuando nos mantenemos fieles a los principios y procesos de la CNV.

El proceso de la CNV.-

Para alcanzar un estado en el que exista el deseo mutuo de dar debemos concentrar la luz de nuestra consciencia en cuatro áreas que refieren los cuatro componentes del modelo CNV.

Primeramente observemos que está ocurriendo en una determinada situación: ¿Qué extraemos de lo que otros dicen o hacen que enriquezca o no enriquezca nuestra vida? El truco está en ser capaces de articular esta observación sin introducir ningún tipo de juicio o evaluación – ciñéndonos simplemente a los hechos que nos gustan o nos disgustan. El siguiente paso nos lleva a expresar como nos sentimos cuando estudiamos la acción que nos ocupa: ¿nos sentimos heridos, irritados, asustados, felices, encantados, embelesados...? Con el tercer paso decimos que necesidades propias están conectadas con los sentimientos que hemos identificado. La consciencia clara sobre estos tres

componentes está presente cuando usamos CNV para expresar clara y honestamente como somos.

Por ejemplo, una madre puede expresar estos tres componentes ante su hijo adolescente diciéndole: “Félix, cuando veo dos bolas de calcetines usados bajo la mesita del café y otras tres al lado de la tele me siento irritada porque necesito más orden en las habitaciones que usamos en común.

Ella debería introducir inmediatamente el cuarto componente – un requerimiento específico: “¿Harías el favor de poner tus calcetines en tu cuarto o en la lavadora?”. Este cuarto componente informa a la otra persona de lo que deseamos de la otra persona, que enriquezca nuestras vidas o que haga la vida más hermosa para ambos.

Por tanto, uno de los objetivos de la CNV es expresar estas cuatro piezas de información muy claramente, tanto verbalmente como por otros medios. El otro aspecto de este tipo de comunicación consiste en recibir las mismas cuatro piezas de información de los demás. Nos conectamos con ellos sintiendo lo que observan, sienten y necesitan y entonces descubriendo qué podría enriquecer sus vidas a través de recibir por medio de la cuarta pieza de información, su requerimiento.

Mientras mantenemos nuestra atención concentrada en las áreas mencionadas, y ayudamos a otros a hacer lo mismo, establecemos una corriente continua de comunicación, en ambos sentidos, hasta que la compasión se manifiesta naturalmente: aquello que observo, siento, y necesito; aquello que estoy requiriendo para enriquecer mi vida; aquello que la otra parte observa, siente y necesita; aquello que la otra parte requiere para enriquecer su vida...

EL PROCESO CNV- Los sucesos concretos que percibimos que afectan a nuestro bienestar

- Cómo nos sentimos en relación con esta percepción

- Las necesidades, valores, deseos, etc. que están creando nuestros sentimientos

- Las acciones concretas que requerimos a fin de enriquecer nuestras vidas

Cuando usamos este proceso, podemos comenzar por expresarnos nosotros mismos o recibiendo empáticamente estas cuatro piezas de información de otros. Aún cuando aprenderemos a discernir y expresar verbalmente cada uno de estos cuatro componentes en los capítulos 3-6, es muy importante tener claro que CNV no consiste en una fórmula estricta, sino que se adapta a la situación tanto como a la personalidad y los estilos culturales. Mientras que yo me refiero a la CNV como un proceso o un lenguaje, ha de tenerse en cuenta que es posible experimentar las cuatro piezas de información sin emitir ni una palabra. La esencia de la CNV sólo se puede hallar en nuestra consciencia clara sobre estos cuatro componentes, no en las propias palabras que se intercambian en una comunicación concreta.

Aplicando la CNV en nuestras vidas y nuestro mundo.-

Cuando usamos la CNV en nuestras interacciones – con nosotros mismos, con otra persona o en grupo – pasamos a enclavarnos en nuestro estado natural de compasión. Es, por tanto, un método que puede ser aplicado efectivamente a todos los niveles de comunicación y en múltiples situaciones: relaciones íntimas, familiares, escuela, organizaciones e instituciones, terapia y consejo, diplomacia y negociaciones comerciales, disputas y conflictos de cualquier naturaleza.

Algunos usan la CNV para crear una mayor profundidad y cuidado en sus relaciones íntimas:

“Cuando aprendí como puedo recibir (escuchar), tanto como dar (expresarme) a través de la CNV fui mucho más allá sintiéndome anonadado por escuchar en realidad las palabras y extrayendo los sentimientos insertos en ellas. Descubrí a un hombre tremendamente hiriente con el que había estado casada durante 28 años. Me había pedido el divorcio justamente el fin de semana previo al Taller de Comunicación No Violenta. Para resumir, aquí estamos hoy, juntos, y tengo claro la esencial aportación de la CNV en nuestro feliz final... Aprendí a atender a los sentimientos, a expresar mis necesidades, a aceptar respuestas que no siempre quería escuchar. Entiendo que él no está aquí para hacerme feliz como yo tampoco estoy aquí para crear felicidad para él. Hemos aprendido ambos a crecer, a aceptar y a amar, de manera que cada uno por sí mismo se sienta satisfecho de su curso de vida.” Es el testimonio de una participante en un Taller de CNV en San Diego.

Otros usan la CNV para construirse relaciones laborales más efectivas. Un profesor de Chicago escribe lo siguiente:“He venido usando la CNV por espacio de un año en mi clase de educación especial. Funciona incluso con niños que sufren retraso del lenguaje, dificultades cognitivas, y problemas de comportamiento. Uno de los estudiantes de nuestra clase escupe, jura, grita y trata de clavar lápices a sus compañeros cuando se acercan a su mesa. Lo introduje en la dinámica diciéndole 'Por favor, di lo que quieres usando otro lenguaje. Usa tu lenguaje de jirafa' (se suelen usar muñecos en algunos talleres como ayuda para demostrar CNV). Él inmediatamente se levanta derecho, mira a la persona contra la que su ira está dirigida y le dice con calma 'Puedes alejarte de mi pupitre? Me siento furioso cuando te acercas tanto a mí'. Los otros estudiantes le pueden responder con algo como 'Lo siento, he olvidado que te molesta esto'.

Comencé a pensar acerca de mi frustración con este muchacho y a tratar de descubrir qué necesitaba de él (aparte de armonía y orden). Me di cuenta cuanto tiempo había invertido en planificar la lección para la clase y como mi necesidad de creatividad y contribución estaba siendo cortocircuitada tratando de controlar el comportamiento imperante. A la vez, se me alcanzó que no estaba cubriendo las necesidades educativas del resto de la clase por todo lo acontecido. Cuando retomó su actitud comencé a decirle 'Necesito que me prestes atención'. Puede que necesite cien llamadas de atención como esa al día, pero al final acaba captando el mensaje y normalmente se suma a la lección de clase”.

Un doctor escribe desde París:“Uso la CNV cada vez más en mi práctica médica. Algunos pacientes me preguntan si soy psicólogo comentando que lo normal es que los doctores no se interesen por la forma en la que viven o tratan con sus enfermedades. La CNV me ayuda a entender las necesidades del paciente y lo que necesitan oír en un momento determinado. Lo encuentro particularmente práctico en el uso con pacientes hemofílicos o con SIDA porque hay ahí mucha ira y dolor que en la relación paciente-médico se ven fácilmente estimulados. Recientemente una mujer que padece SIDA que he venido tratando los últimos cinco años me dijo que lo que más le había ayudado había sido todas las veces que había tratado de hacerle encontrar la manera para que disfrutara su diario vivir. Mi uso de la CNV me ayuda mucho a este respecto. A menudo en el pasado, cuando supe que un paciente tenía una dolencia fatal me veía envuelto a mi mismo en la prognosis, y era muy difícil animarles sinceramente a vivir sus vidas. Con la CNV he desarrollado una nueva conciencia a la par que un nuevo lenguaje. Me asombra ver lo mucho que encaja en mi práctica médica. Siento más energía y felicidad en mi trabajo a medida que me engancho crecientemente en la danza de la CNV”.

Aún otros usan este proceso en la arena política. Una miembro del gabinete Francés, visitando a su hermana comentó lo diferente que notaba la comunicación entre los miembros del matrimonio. Animada por las referencias de su hermana y el marido acerca de la CNV mencionó que tenía en agenda, para la próxima semana, una negociación sobre algunos temas delicados relacionados con

procedimientos de adopción entre Francia y Argelia. Aunque el tiempo era muy limitado, enviamos un entrenador de habla francesa a París para que trabajara con la Ministra del Gabinete. Posteriormente le atribuyó gran parte del éxito de la negociación en Argelia a sus recién aprendidas técnicas de comunicación.

En Jerusalén, en el transcurso de un Taller, al que asistían israelíes de diferentes tendencias políticas, los participantes utilizaron la CNV para expresarse entre ellos tratando el difícil tema del Sector Oeste. Muchos de los colonos israelíes ha que han establecido en el Sector Oeste creen que están cumpliendo un mandato divino al hacerlo, y se encuentran en conflicto, no sólo con los palestinos, también con los israelíes que reconocen el derecho de los palestinos a desear la soberanía nacional para esa región. Durante una de las sesiones, uno de mis entrenadores y yo mostramos el modo de escucha empática a través de la NVC e invitamos a los participantes a actuar por turnos, como si hablaran desde la postura contraria a la propia. Tras veinte minutos una mujer de entre los colonos anunció su voluntad de considerar la posibilidad de retirar sus reclamaciones para la ocupación de sus tierras y mudarse del Sector Oeste a territorio internacionalmente reconocido como israelí si sus oponentes políticos eran capaces de escucharla a ella del mismo modo en que ella había sido escuchada allí.

A nivel mundial la CNV sirve en la actualidad como un recurso valioso para las comunidades que enfrentan conflictos violentos y fuertes tensiones étnicas, religiosas o políticas. La expansión del aprendizaje de la CNV y su uso en la mediación por quienes se hallan en conflicto en Israel, la Autoridad Palestina, Nigeria, Rwanda, Sierra Leona y dondequiera que haya necesidad de ello ha sido una fuente de satisfacción para mí. Mis asociados y yo estuvimos una vez en Belgrado durante tres tensos días capacitando a ciudadanos que trabajaban por la paz. A nuestra llegada, las expresiones en los rostros de aquellas personas reflejaba tensión perfectamente visible, visto que su país se había visto envuelto en una brutal guerra entre bosnios y croatas. A medida que nuestros discípulos progresaban comenzamos a escuchar el tintineo de la risa en sus voces al tiempo que compartían con nosotros una profunda gratitud y felicidad por haber encontrado la inyección de moral que buscaban. En el transcurso de las siguientes dos semanas, durante los talleres en Croacia, Israel y Palestina, volvimos a ver a ciudadanos desesperados en países devastados por la guerra reencontrando su ánimo y autoconfianza apoyándose en el entrenamiento recibido en la CNV.

Me siento bendecido por poder viajar alrededor del mundo enseñando a la gente un proceso de comunicación que les da poder y felicidad. Ahora, con este libro, me siento a la vez encantado y excitado por poder compartir la riqueza de la Comunicación No Violenta contigo.

Sumario.-

la CNV nos ayuda a conectar entre nosotros y con cada uno desde una perspectiva que permite el florecimiento de nuestra natural compasión. Nos guía para que reformulemos la manera en que nos expresamos y escuchamos a los demás enfocando nuestra consciencia en cuatro áreas: qué estamos observando, sintiendo y necesitando y que solicitamos para que nuestra vida se enriquezca. La CNV estimula la escucha profunda, el respeto y la empatía y engendra un deseo mutuo de dar desde el corazón. Hay quienes utilizan la CNV como respuesta compasiva hacia sí mismos, otros para profundizar en sus relaciones personales, aún otros para crear óptimas relaciones en el trabajo o en el terreno político. Alrededor del mundo la NVC es utilizada para mediar en disputas y conflictos a todos los niveles.

CNV EN ACCIÓN

“Asesino, Criminal, Infanticida!!!”Intercalados en el cuerpo del texto aparecerán en el libro una serie de cajas de diálogo tituladas CNV EN ACCIÓN. Estos diálogos intentan impartir el sabor de un intercambio real, en el que un orador está aplicando los principio de la Comunicación No Violenta en la práctica. De cualquier manera, la CNV no es simplemente un lenguaje o un set de técnicas para el uso de las palabras; la consciencia y la intención que abarca puede ser muy bien expresada a través del silencio, una forma de estar presente, tanto como usando gestos y expresiones faciales y lenguaje corporal. Los diálogos CNV EN ACCIÓN son necesariamente una condensación y destilación de situaciones reales en las que los momentos de empatía silenciosa, cuentos, humor, gesticulaciones etc., contribuirían a una conexión más natural entre las partes que intervienen que lo que pueda ser aparente a través de la lectura de un resumen.Estaba en la presentación de la Comunicación No Violenta en un entoldado en el campamento de refugiados de Deheisha en Belén con un auditorio de 170 musulmanes palestinos aproximadamente. La actitud imperante hacia los norteamericanos en aquel tiempo no era muy favorable. Mientras hablaba me dí cuenta de repente de una conmoción sofocada fluyendo por la audiencia. “se susurran entre sí que es usted americano” me alertó mi traductor, justo en el momento en que un hombre de entre la concurrencia se puso en pie. Mirándome fijamente aulló a pleno pulmón “Asesino!” Inmediatamente una docena de voces se sumaron a la primera en coro: “Asesino! Infanticida! Criminal!”.Afortunadamente pude concentrar mi atención en lo que aquel hombre estaba sintiendo y necesitando. En este caso tenía algunas cuñas para introducir. En el camino hacia el campamento había podido ver algunas latas vacías de granadas de gas lacrimógeno que habían sido lanzadas en el interior del campamento la noche anterior. Claramente estampadas en cada lata estaban las palabras “Made In USA”. Yo sabía que los refugiados acumulaban un profundo odio hacia los Estados Unidos por suministrar gas lacrimógeno y otras armas a Israel.Me dirigí al hombre que me había llamado asesino:Yo: ¿Está usted enojado porque desearía que mi gobierno usara sus recursos de forma diferente? (no sabía si mi intuición era correcta pero lo que era críticamente sincero era mi sincero esfuerzo para conectar con su sentimiento y necesidad).Él: ¡Maldito si no es verdad que estoy furioso! ¿Cree usted que necesitamos el gas lacrimógeno? ¡Necesitamos alcantarillas y no su gas lacrimógeno! ¡Necesitamos viviendas! ¡Necesitamos un país propio!Yo: Por tanto, ¿Estás furioso y valorarías el apoyo para la mejora de vuestras condiciones de vida y ganar la independencia política?Él: ¿Sabe usted lo que es vivir aquí durante veintisiete años como los que hemos vivido mi familia y yo – niños incluidos? ¿Tiene usted la más leve idea de lo que ha sido para nosotros?Yo: Suena como que está usted sintiéndose desesperado y se pregunta si yo o cualquier otro es capaz de entender realmente lo que significa vivir bajo estas condiciones. ¿Le estoy interpretando correctamente?Él: ¿Querría usted poder comprenderme? Dígame, ¿Tiene usted hijos? ¿Van a la escuela? ¿Tienen parques de juegos? ¡Mi hijo está enfermo! ¡Juega en las alcantarillas reventadas! ¡En clase no tienen libros! ¿Ha visto alguna vez una escuela en la que no hayan libros?Yo: Capto lo doloroso que es para usted el criar a sus hijos aquí; me quiere hacer entender que lo que desea usted para su hijo es lo que todos los padres desean para los suyos – una buena educación, oportunidades para jugar y crecer en un ambiente sano y saludable...Él: ¡Correcto, lo más básico! Derechos Humanos ¿No es así como ustedes los americanos lo llaman? ¿Por qué no vienen más de ustedes para que vean in sito que clase de derechos humanos nos estáis trayendo aquí?Yo: ¿Desea que más americanos sean conscientes de la enormidad del sufrimiento en este lugar y

que estudiemos más detenidamente las consecuencias de nuestras acciones políticas?Nuestro diálogo continuó, él expresando su dolor por espacio de otros veinte minutos, y yo escuchando en busca de sus sentimientos y necesidades tras cada afirmación que realizaba. No estuve de acuerdo o en desacuerdo. Recibí sus palabras, no como ataques sino como regalos de un ser humano que desea compartir su alma y su vulnerabilidad conmigo.Una vez que el hombre se sintió comprendido estuvo en disposición de escucharme a mí explicarle mi propósito acudiendo al campamento. Una hora letra, el mismo hombre que me llamó asesino me invitaba a su casa para la cena de Ramadán.

CAPÍTULO 2.

La Comunicación Que Bloquea La Compasión.-

“No juzguéis y no seréis juzgados.Pues así como juzgáis a otros, así vosotros seréis juzgados...”

Mateo, 7:1

Estudiando la cuestión acerca de qué es lo que aliena nuestra mente, por lo que perdemos nuestro estado natural compasivo, he identificado formas específicas del lenguaje y la comunicación que creo que contribuyen a nuestro comportamiento violento contra los demás y contra nosotros mismos. Uso el término “comunicación alienadora de vida” para referirme a estas formas de comunicación.

Juicios morales.-

Un tipo de comunicación alienadora de vida es el uso de los juicios morales, que implica error y maldad por parte de las personas que no actúan en armonía con nuestros valores. Tales juicios se reflejan en el lenguaje de las siguientes formas: “El problema contigo es que eres muy egoísta”, “Ella es perezosa”, “Ellos tienen prejuicios”, “Eso es inapropiado”. Culpas, insultos, desdenes, críticas, comparaciones y diagnósticos son todas, formas de juicio.

El poeta sufí Rumi escribió una vez, “Mucho más allá de las ideas de corrección e incorrección existe un prado. Nos encontraremos allí”.

En el mundo de los juicios nuestro interés se centra en saber quién es qué.-

La comunicación alienadora de vida, de cualquier manera, nos atrapa en un mundo de ideas acerca del bien y el mal – un mundo de juicios; es un lenguaje rico en palabras que clasifican y fomentan la dicotomía entre las personas y sus acciones. Cuando hablamos con este lenguaje juzgamos a los demás y su comportamiento, mientras nos preocupamos nosotros mismos con temas como quién es bueno, malo, normal, anormal, responsable, irresponsable, inteligente, ignorante, etc.

Mucho antes de que alcanzara mi edad adulta aprendí a comunicarme en una forma impersonal que no requería requería de mí el revelar que ocurría en mi interior. Cuando me encontré con personas o comportamientos que, o bien no me gustaban o bien no comprendía, mi reacción estaba en consonancia con su error. Si mis profesores me asignaban una tarea que no deseaba realizar se convertían en crueles o irrazonables. Si alguien me adelantaba en el tráfico mi reacción era “¡Tú, idiota!”. Cuando hablamos con este lenguaje, pensamos y nos comunicamos en términos de qué funciona mal en los demás para hacer que se comporten de determinadas maneras, o bien qué va mal en nosotros mismos que no podemos entender o responder como quisiéramos. Nuestra atención está concentrada en analizar y determinar niveles de error en lugar de centrarse en qué es lo que los demás y nosotros mismos necesitamos y no estamos consiguiendo. Aún si mi pareja requiere más afecto que lo que le doy, se convierte en “necesitada y dependiente”. Pero si quiero yo más afecto de lo que ella me da, entonces se convierte en “fría e insensible”. Si mi colega pone más atención que yo en los detalles, es “compulsivo y puntilloso”. Por el contrario, si soy yo el detallista, él es “desorganizado y despistado”.

Es mi creencia que tales análisis de los demás seres humanos son trágicas expresiones de nuestros propios valores y necesidades. Trágicas porque cuando expresamos nuestros valores y necesidades de esta manera incrementamos la resistencia y actitud defensiva entre aquellos cuyos

comportamientos se desarrollan en nuestro ámbito. O, en el caso de que acepten actuar en armonía con nuestros valores porque coinciden con nuestro análisis de su error, lo harán desde el miedo, la culpa o la vergüenza.

Todos reaccionamos favorablemente cuando los demás responden positivamente a nuestros valores y necesidades, no desde el deseo de dar desde el corazón, sino a partir del miedo, la culpa o la vergüenza. Antes o después experimentaremos las consecuencias de una buena voluntad disminuida de parte de aquellos que se acoplan a nuestros valores desde un sentimiento de coerción interna o externa. Ellos mismos pagarán emocionalmente, porque es posible que pasen a sentir resentimiento y una baja estima cuando su respuesta provenga del miedo, la culpa o la vergüenza. Aún más, cada vez que otros nos asocien en su pensamiento con cualquiera de estos sentimientos restamos probabilidades para una respuesta compasiva a nuestras necesidades y valores en el futuro.

Es importante que no confundamos los juicios de valor y los juicios morales. Todos nosotros hacemos juicios de valor en relación con las cualidades que valoramos en nuestra vida. Por ejemplo, puede que valoremos especialmente la honestidad, la paz o la libertad. Los juicios de valores reflejan nuestras creencias sobre como podemos ser de servicio a la Vida. Hacemos juicios morales cuando las personas o sus comportamientos no encajan con nuestros juicios de valor, “la violencia es mala. La gente que mata a otros son despreciables”. Si hubiéramos crecido hablando un lenguaje que facilitara la expresión de la compasión, hubiéramos aprendido a articular nuestras necesidades y valores directamente, en lugar de señalar las contrariedades cuando no se cubren éstos. Por ejemplo, en lugar de decir “la violencia es mala” podríamos decir “me asusta el uso de la violencia para resolver los conflictos, valoro positivamente el uso de otros medios para solventar los desencuentros”.

La relación entre el lenguaje y la violencia es la investigación en curso del profesor O. J. Harvey en la Universidad de Colorado. Tomó ejemplos al azar de obras literarias de diferentes países del mundo y tabuló la frecuencia de palabras que clasifican y juzgan a las personas. Este estudio muestra una alta correlación entre la frecuencia de uso de este tipo de palabras y la incidencia de la violencia. No me sorprende escuchar que hay una incidencia sensiblemente inferior de la violencia en aquellas culturas que miden a las personas en términos de necesidades que en aquellas que etiquetan a los individuos como “buenos” o “malos” y existe la convicción de que los “malos” merecen ser castigados. En el 75% de los programas de televisión emitidos durante las horas en que los niños estarán muy probablemente frente al televisor, el héroe de la historia mata y apalea a los “malos”. Esta violencia aparece además como clímax del espectáculo que se exhibe. Los espectadores, habiendo aprendido que los “malos” merecen ser castigados, obtienen placer al contemplar esta violencia.

En gran manera, si no completamente, la violencia – tanto verbal como psicológica o física, tanto entre miembros de una familia, entre tribus o naciones – es un tipo de pensamiento que atribuye la causa de los conflictos a lo errado de nuestro adversario y, consecuentemente, la inhabilidad para poder pensar en uno mismo o en los demás en términos de lo que podemos estar sintiendo, temiendo, añorando, deseando, etc. Vimos los efectos de esta forma de pensar durante los años de la Guerra Fría. Nuestros líderes veían a Rusia como el “Imperio del Mal” empeñado en destruir el modo de vida del mundo libre. Los líderes rusos se referían a los americanos como los “opresores imperialistas” que trataban de subyugarles. Ni unos ni otros reconocieron nunca el terror que se escondía detrás de esas etiquetas.

Haciendo comparaciones.-

Otra manera de juzgar es el uso de comparaciones. En la obra “Como Hacer Para Sentirse

Miserable Uno Mismo” Dan Greenberg demuestra, a través de situaciones cómicas, el insidioso poder que el pensamiento comparativo puede ejercer sobre nosotros. Él sugiere que si los lectores tienen un sincero deseo de convertir su vida en algo miserable podrían llegar a aprender a compararse a sí mismos con las otras personas. Para aquellos que no están familiarizados con esta práctica, el autor provee de algunos ejercicios. El primero expone fotografías a tamaño natural de un hombre y una mujer que encarnan los conceptos estándar de belleza ideal en la actualidad. Los lectores son conminados a tomar las medidas de sus propios cuerpos y compararlas con aquellas que muestran las fotos de los atractivos especímenes para sacar a la luz las diferencias.

Este ejercicio produce lo que promete: empezamos a sentirnos míseros en cuanto entramos en estas comparaciones. Y para el momento en que estamos tan deprimidos, con las comparaciones establecidas, como pensábamos que era nuestro máximo, pasamos la página para descubrir que el primer ejercicio era un simple ejercicio de calentamiento. Teniendo en cuenta que la belleza física es relativamente superficial, Greenberg nos ofrece la oportunidad de compararnos entre nosotros en algo que realmente importa: los logros. Refiere al lector a la guía de teléfonos para hallar a unos pocos individuos con que se compare. El primer nombre que dice el autor que ha obtenido de la lista telefónica es el de Wolfgang Amadeus Mozart. Greenberg enumera los idiomas que hablaba Mozart y los obras maestras que había escrito cuando aún era un adolescente. En el ejercicio se instruye al lector para que rememoren sus propios logros hasta el momento presente y los comparen con lo que había conseguido Mozart a la edad de doce años. Tras esto concluye dirimiendo entre las diferencias.

Incluso aquellos lectores que nunca emergen de su estado de miseria auto-inducida, a través de este ejercicio pueden llegar a notar lo poderosamente que este tipo de pensamiento bloquea la compasión hacia los demás y hacia uno mismo.

Negación De Responsabilidad.-

Otra forma de comunicación alienadora de vida es la negación de responsabilidad. La comunicación alienadora de vida nos opaca la certeza de que cada uno es responsable de lo que hace, piensa y siente. El uso de la expresión común “tengo que” usado en un contexto como “Hay algunas cosas que tienes que hacer, te guste o no”, ilustra como la responsabilidad personal por nuestras acciones se ve oscurecida en tal discurso. La frase “me haces sentir” como en “Me haces sentir culpable”, es otro ejemplo de como el lenguaje facilita la negación de la responsabilidad personal por nuestros propios pensamientos y sentimientos.

En su libro, “Eichmann en Jerusalén”, documentado del juicio por crímenes de guerra del oficial nazi Adolph Eichmann, Hannah Arendt cita a Eichmann, quien dice que él y sus colegas oficiales tenían un nombre para la negación de responsabilidad empleada. Lo denominaban “Amtssprache”, libremente traducido al inglés como “lenguaje de oficina” o “burocracia”. Por ejemplo, si se le preguntaba porqué había acometido una acción determinada, la respuesta sería “tenía que hacerlo”. Si se le preguntaba el porqué de “tener que hacerlo”, la respuesta sería “órdenes superiores”, “política de la empresa”, “es la ley”.

Negamos nuestra responsabilidad sobre nuestras acciones cuando atribuimos su causa a:

Obligaciones vagas o impersonales: “limpié mi habitación porque tenía que hacerlo”. Nuestra condición personal, diagnóstico o la historia personal o psicológica: “Bebo

porque soy alcohólico”. Los actos de otros: “le pegué a mi hijo porque salió corriendo a la calle”. Los dictados de las autoridades: “le mentí al cliente porque mi jefe me lo ordenó.

Presión social: “empecé a fumar porque mis amigos lo hicieron”. Políticas institucionales, reglas y regulaciones: “tengo que suspenderte por tu fechoría ya

que es la política de la escuela”. Roles de género, sociales o de edad: “odio ir al trabajo pero lo hago porque soy esposo y

padre”. Impulsos incontrolables: “me sentí superado por el deseo urgente de comerme el

caramelo”.

Una vez, durante un debate entre padres y madres con los profesores acerca de los peligros de un lenguaje que implique la ausencia de elección, una mujer objetó enfadada; “¡Pero hay cosas que tienes que hacer, te guste o no! Yo no veo nada malo en decirle a mi hijo que hay cosas que ellos tienen que hacer también”. Preguntada por un ejemplo de aquello que ella “tenía que hacer obligatoriamente”, espetó “¡Fácil! Cuando me vaya de aquí esta noche tengo que ir a casa a cocinar. Odio cocinar! Lo odio con toda mi alma pero lo vengo haciendo todos los días los últimos veinte años, incluso cuando he estado enferma como una perra, porque es una de esas cosas que simplemente “tienes que hacer”. Le dije que me sentía triste de oír que ha malgastado tanto tiempo de su vida haciendo algo que odiaba porque se sentía obligada a ello y que esperaba que pudiera encontrar perspectivas más alegres tras aprender la CNV. Me complace reportar que fue una eficiente estudiante. Al término del Taller se fue a casa y anunció a su familia que no deseaba seguir cocinando. La oportunidad para la retroalimentación llegó tres semanas después cuando sus dos hijos vinieron al Taller. Fue curioso ver cómo habían reaccionado al anuncio de su madre. El hijo mayor suspiró: “Marshall, lo único que pensé fue 'Gracias a Dios'”. Viendo mi confusión me explicó “pienso que por fin no se va a estar quejando en cada comida”.

En otra ocasión, cuando asesoraba a un distrito escolar, una profesora señaló “odio poner notas. No creo que sean de ayuda y lo que sí crean es un montón de ansiedad en los estudiantes. Pero me veo obligada a ponerles notas, es la política del distrito”. Habíamos estado practicando el cómo introducir en clase un lenguaje que eleve la consciencia de la responsabilidad para las obras propias. Así, le sugerí que cambiara la afirmación “tengo que poner notas porque es la política del distrito...” por “Elijo ponerles notas a los estudiantes porque deseo...”. Ella me respondió con calma, “Elijo ponerles notas a los alumnos porque quiero conservar mi empleo”, y al momento añadió “pero no me gusta decir lo que digo porque me hace sentir muy responsable por lo que estoy haciendo”. “Por eso precisamente quiero que lo hagas de esa manera”, le contesté.

Comparto los sentimientos del novelista y periodista francés George Bernanos cuando afirma:

“He pensado durante largo tiempo que si, alguna vez, la creciente eficiencia de las técnicas de destrucción causa finalmente que nuestra especie desaparezca del planeta, no será la crueldad la responsable de nuestra extinción y aún menos lo es la indignación que esta crueldad levantara y las represalias y venganzas que traería consigo, sino la docilidad, la falta de responsabilidad del hombre moderno. Su básica aceptancia servil de todos y cada uno de las desgracias comunes. Los horrores que hemos visto, los aún mayores horrores que vendrán no son los signos de que los rebeldes, los insubordinados, los indomables crezcan en número alrededor del mundo, antes bien hay un constante crecimiento del número de ciudadanos obedientes y dóciles”.

Otras Formas De “Comunicación Alienadora De Vida”.-

Enunciar nuestros deseos como si de demandas se tratara es otra forma de lenguaje que bloquea la compasión. Una demanda, explícita o implícitamente amenaza a quien escucha con culpa o castigo en caso de no satisfacerla. Es una fórmula común de comunicación en nuestra cultura, especialmente entre aquellos que ocupan posiciones de autoridad.

Mis hijos me han dado lecciones invaluables acerca de las exigencias. De algún modo se me había metido en la cabeza que, como padre, mi trabajo consistía en exigir. Aprendí, de todos modos, que podía exigir todo lo del mundo pero aún así no conseguiría que los niños hicieran lo más mínimo. Esta es una lección de humildad en poder de aquellos de nosotros que pensamos que, porque somos padres, madres, profesores o directores, nuestro trabajo es cambiar a la gente y hacer que se comporten bien. Y aquí estaban esos dos adolescentes dejándome saber que no podía obligarlos a nada. Lo único que podía era hacerles desear haberme obedecido haciendo uso de castigos y restricciones. Con el tiempo me enseñaron que por cada vez que les imponía un castigo ellos me podían hacer desear no haberles obligado.

Volveremos sobre este tema más adelante, cuando aprendamos a diferenciar demandas de peticiones – algo de suma importancia en la CNV.

La comunicación alienadora de vida está también asociada con el concepto de que ciertas acciones merecen recompensa mientras que otras merecen castigo. Este pensamiento se expresa por medio de la palabra “merecer”, tal como en “Él merece ser castigado por lo que hizo”. Esto presume una carga de “maldad” de parte de la gente que se comporta de ciertas maneras y clama por un castigo para obligarles a arrepentirse y a cambiar su comportamiento. Pienso que es del interés de todo que las personas cambien, no a fin de evitar el castigo, sino porque vean que el cambio les es beneficioso a sí mismos.

La mayor parte de nosotros creció hablando un lenguaje que nos anima a etiquetar, comparar, demandar y pronunciar juicios en lugar de ser conscientes de lo que sentimos y necesitamos. Pienso que la comunicación alienadora de vida está arraigada en las visiones de la naturaleza humana que han expandido su influencia a lo largo de los siglos. Estos puntos de vista estimulan la maldad innata y las deficiencias propias de los seres humanos así como la necesidad de una educación para controlar nuestra inherente naturaleza indeseable. Tal educación nos deja a menudo cuestionándonos si existe algo de malo en cualquiera sentimientos y necesidades que experimentamos. Aprendemos bien pronto a ignorar lo que acontece en nuestro interior.

La comunicación alienadora de vida se alimenta y sostiene las sociedades jerárquicas o dominadoras. En los casos en que una poblada sociedad es controlada por un pequeño número de individuos para su propio beneficio, será de interés para reyes, zares, nobles, etc., que las masas sean educadas de modo que los relegue a una mentalidad de quasi-esclavitud. El lenguaje de los errores, “debo” y “tengo que” está hecho a la perfección para estos propósitos. Cuanta más población sea educada para pensar en términos de juicios morales que implican errores o maldad, más serán entrenados para mirar al exterior de sí mismos – a las autoridades externas – para encontrar la definición de lo que constituye el bien, el mal, lo correcto, lo incorrecto, etc. Cuando estamos en contacto con nuestros propios sentimientos y necesidades los humanos dejamos de ser buenos prototipos para esclavos y sirvientes.

Sumario.-

Nuestra naturaleza es la de disfrutar dando y recibiendo compasivamente. Hemos aprendido, de todas maneras, muchas formas de “comunicación alienadora de vida” que nos llevan a hablar y comportarnos en formas que hieren a los demás y a nosotros mismos. Una forma de comunicación alienadora de vida es el uso de los juicios morales que implican error o maldad de parte de quienes no actúan en armonía con nuestros valores. Otra forma de este tipo de comunicación es el uso de las comparaciones, que pueden bloquear la compasión tanto para los demás como para nosotros mismos. La comunicación alienadora de vida también oscurece la consciencia de que somos

enteramente responsables por nuestros propios pensamientos, sentimientos y acciones. Comunicar nuestros deseos en la forma de exigencias es aún otra característica del lenguaje que bloquea la compasión.

CAPÍTULO 3

Observando Sin Evaluar.-

“¡OBSERVA! Hay pocas cosas tan importantes, tan religiosas como esa”.

Frederick Buechner.-

“Puedo manejarme contigo diciéndome lo que hice y lo que no.Y puedo manejarme con tus interpretacionespero, por favor, no mezcles las dos.

Si cualquier cosa quieres confundirel cómo te lo puedo decir:mezcla juntos lo que hicecon tu reacción ante ello.

Dime que estás disgustadacon los proyectos inacabados que ves,pero llamándome irresponsableno me lograrás motivar.

Y dime que te sientes heridacuando digo no a tus acercamientos, pero llamándome frígidono incrementarás tus futuras posibilidades.

Si, puedo soportar que me digasque hice y que no,y puedo soportar tus interpretaciones,pero, por favor, no mezcles las dos”.

Marshall Rosenberg.-

El primer componente de la CNV entabla la separación de la observación y la evaluación. Necesitamos observar claramente que vemos, oímos o tocamos, que afecta a nuestra naturaleza bondadosa sin mezclarlo en ninguna evaluación.

Las observaciones son un elemento importante en la CNV, donde deseamos expresar, clara y honestamente, como somos a otras personas. Cuando combinamos observación con evaluación, de alguna manera menguamos la impresión de que los demás van a oír el mensaje correctamente. Por contra, puede que interpreten crítica y en consecuencia opongan resistencia a escuchar lo que decimos.

La CNV no ordena que nos mantengamos completamente objetivos y nos refrenemos de evaluar. Solo requiere que mantengamos una separación entre nuestras observaciones y nuestras evaluaciones. La CNV es un proceso de lenguaje que desaconseja las generalizaciones estáticas. Antes bien, las evaluaciones deben basarse en observaciones específicamente ubicadas en el lugar y el tiempo. El semántico Wendell Johnson señaló que nos creamos muchos problemas a nosotros mismos debido al uso del lenguaje estático para expresar o capturar la realidad que está en continuo cambio: “Nuestro lenguaje es un instrumento imperfecto creado por ignorantes. Es un lenguaje animista que nos invita a hablar acerca de estabilidad y constantes, acerca de similaridades y normalidades y tipos, acerca de transformaciones mágicas, curas rápidas, problemas sencillos y soluciones finales. Entre tanto, el mundo que tratamos de simbolizar con este lenguaje es un mundo en proceso, cambio, diferencias, dimensiones, funciones, relaciones, crecimientos, interacciones, desarrollo, aprendizaje, copia, complejidad. Y la imposibilidad de casar nuestro “mundo en constante cambio” con nuestras formas relativamente rígidas de lenguaje es parte de nuestro problema”.

Una colega mía, Ruth Bebermeyer, contrasta el lenguaje estático y el dinámico en una canción que ilustra la diferencia entre evaluación y observación.

Nunca vi a un hombre perezoso; he visto a un hombre que nunca corriómientras lo observé, y he vistoa un hombre que a veces durmió entreel almuerzo y la cena, y quien se quedóen casa en un día de lluvia, pero no era un hombre perezoso.Antes de que me llames loca,piensa, era un hombre perezoso osolo hacía lo que etiquetamos como “de perezosos”.

Yo nunca he visto a un muchacho estúpido,he visto a un niño que a veces hizocosas que yo no entendí,o en modos que yo no planeé.He visto a un niño que no ha vistolos mismos lugares que yo visité, pero no era un muchacho estúpido.Antes de que le llames estúpido,piensa, ¿Es realmente estúpido osólo sabe cosas diferentes de las que sabes tú?

He observado con toda mi atenciónpero nunca he visto a un cocinero,

vi a una persona que combinabaingredientes de los que cenamos.Una persona que encendió el fuegoy observó la cocinilla que cocinaba la carne. Vi todo esto, pero no a un cocinero.Dime, cuando miras,¿Es a un cocinero a quien ves o es alguienhaciendo cosas a las que denominamos cocinar?

Lo que algunos llamamos vaganciaotros lo llaman cansancio o disfrute.Lo que algunos llamamos estúpidootros lo llaman un conocimiento diferente.Así, he llegado a la conclusiónque nos evitará cualquier confusión:si no mezclamos lo que podemos ver con lo que es nuestra opinión.Porque sé que puedes decirlo, también añado yoque esta es sólo mi opinión.

Mientras que los efectos de las etiquetas negativas tales como “perezoso” y “estúpido” pueden resultar más obvios, hasta una etiqueta positiva o aparentemente neutral tal como “cocinero” limita nuestra percepción de la totalidad del ser humano al que nos referimos.

La Más Alta Forma De Inteligencia Humana.-

El filósofo indio J. Krishnamurti destacó una vez que observar sin evaluar es la más alta forma de inteligencia humana. La primera vez que leí esta aseveración, el pensamiento “¡Qué disparate!” saltó a mi mente antes de que me diera cuenta de que acababa de hacer una evaluación. Para la mayor parte de nosotros es muy difícil el realizar observaciones acerca de las personas y su comportamiento que estén libres de juicio, crítica u otras formas de análisis.

Caí claramente en la cuenta de esta dificultad mientras trabajaba en una escuela de primaria en la que el personal y el director solían reportar dificultades en la comunicación. El superintendente del distrito me solicitó que ayudara a resolver el conflicto. Primero debía hablar con el personal, y posteriormente con éstos y el director conjuntamente.

Abrí la reunión preguntándole al personal: “¿Qué está haciendo el director que entra en conflicto con vuestras necesidades?”, “¡Tiene la boca demasiado grande!” fue la rápida respuesta que surgió inmediatamente. Mi pregunta esperaba una respuesta acompañada de observaciones pero, mientras que “boca demasiado grande” me dio información sobre como evaluaba aquel profesor al director, falló en el objetivo de describir qué hizo o dijo el director que ocasionó una evaluación tal como “boca demasiado grande” en aquel profesor.

Cuando señalé esta última observación, un segundo profesor se ofreció para explicarme: “Yo se a qué se refiere: el director habla demasiado”. En lugar de una clara descripción sobre el comportamiento del director, obtuve una segunda evaluación sobre lo mucho que hablaba el director. Un tercer profesor declaró entonces: “él piensa que sólo él tiene algo que merezca la pena ser dicho”. Les expliqué que inferir lo que otra persona piensa no es lo mismo que hacer observaciones objetivas sobre su comportamiento. Finalmente, un cuarto profesor se aventuró: “él quiere ser el centro de atención todo el tiempo”. Tras remarcarles que esto también era una

inferencia – sobre lo que otra persona está deseando – dos profesores estallaron al unísono: “¡Bueno, su pregunta es muy difícil de responder!!”.

Subsecuentemente comenzamos a trabajar juntos para crear un listado en el que se identificaban los comportamientos específicos de parte del director que les molestaban y estar seguros de que las observaciones en el listado estaban libres de evaluación. Por ejemplo, el director se dedicaba a contarles historias de su niñez y sus experiencias en la guerra durante las reuniones facultativas, con el resultado de que a veces sobrepasaban el tiempo estimado de reunión en veinte minutos. Cuando les pregunté si en cualquier caso le habían comunicado al director esta anomalía, el personal respondió que lo habían intentado, pero sólo a través de expresar evaluaciones en sus comentarios. Nunca habían tratado de hacer referencia a comportamientos específicos – tales como estas sesiones narrativas – y acordaron traerlo a colación cuando nos reuniéramos todos.

Tan pronto como la reunión general comenzó, me di cuenta de a qué se refería el personal. Sin importar que tema se discutiera, el director interrumpía con frases como “Esto me recuerda a mí los tiempos en que...” y se lanzaba a contar una historia acerca de su niñez o juventud o experiencias de guerra. Esperé que se levantaran voces de condena por parte del personal por este comportamiento del director. Sin embargo, en lugar de aplicar la Comunicación No Violenta, aplicaron la condena no verbal. Algunos pusieron los ojos en blanco, otros bostezaron ostensiblemente, otros miraban sus relojes.

Mantuve este doloroso escenario hasta que finalmente tuve que preguntar: “¿Nadie va a decir nada?”. Un silencio espeso se estableció en la sala. El profesor que primero se expresó en la primera reunión apuntó todo su coraje, alzó la vista directamente al director y dijo: “Ed, eres un bocazas”.

Como esta historia ilustra, no siempre es fácil deshacernos de nuestros hábitos y manejar con pericia la habilidad de separar la observación de la evaluación. Con el paso de los minutos, los profesores pudieron clarificar ante el principal las acciones específicas que les causaban molestia. El director escuchó impasible y al cabo les espetó: “¿Por qué ninguno de ustedes me dijo nada antes?”. Admitió que era consciente de su hábito de contar esas historias, ¡¡y en eso comenzó a contar una historia que tenía que ver con este hábito!! Le interrumpí observando, con el mejor talante, que volvía a hacer lo mismo que se le criticaba. Terminamos la reunión desarrollando métodos para el personal para hacerle entender, sin hacerle sentir mal, cuándo las historias no eran bienvenidas.

Distinguiendo Observaciones de Evaluaciones.-

La siguiente tabla distingue entre las observaciones que llevan insertas evaluaciones y aquellas libres de evaluación.

Comunicación Ejemplo de observación con evaluación inserta

Ejemplo de observación libre de evaluación

1. Uso del verbo ser o estar sin indicación de que el evaluador es responsable de la evaluación

Eres demasiado generoso Cuando te veo dar todo tu dinero para el almuerzo a otros pienso que estás siendo demasiado generoso

2. Uso de verbos con connotaciones evaluativas

Doug hace trampas Doug sólo estudia la noche antes de los exámenes

3. La certeza de que lo que inferimos acerca de los

No va a conseguir el puesto de empleo

No tengo la sensación de que vaya a conseguir el puesto de

pensamientos, sentimientos, intenciones o deseos de otros es la única opción posible

empleo, o, él ha dicho “no voy a conseguir el puesto de trabajo”

4. Confusión en la certeza de una predicción

Si no comes balanceadamente tu salud se va a ver afectada

Si no comes balanceadamente temo que pueda verse afectada tu salud

5. Fallo a la hora de ser específico acerca de las referencias

Minorities (las minorías?) no cuidan sus propiedades

No he visto que la familia minority (minoritaria?) del 1679 de la calle Ross haya quitado la nieve de su acera

6. Uso de palabras de denotan habilidades sin indicación de que conllevan una evaluación

Hank Smith es un pobre jugador de fútbol

Hank Smith no ha marcado un tanto en veinte partidos

7. Uso de adverbios y adjetivos en formas que no refieren a una evaluación llevada a cabo

Jim es feo Jim no me es atractivo

Nota: las palabras siempre, nunca, cada vez, etc. expresan observaciones cuando se usan de la siguiente manera:

Cada vez que veo que Jack usa el teléfono, ha hablado al menos por treinta minutos. No puedo recordar que me hayas escrito alguna vez.

Algunas veces, tales palabras se usan como exageraciones, en cuyo caso las observaciones y las evaluaciones se ven mezcladas:

Siempre estás ocupado. Nunca la encuentras cuando la necesitas.

Cuando estas palabras se usan de este modo provocan a menudo reacciones defensivas en lugar de compasivas.

Las palabras como frecuentemente o rara vez pueden contribuir a confundir una observación con una evaluación:

Evaluaciones Observaciones

Rara vez haces lo que yo quiero Las últimas tres veces que acometí una actividad, me negaste que quisieras hacerlo.

Suele venir frecuentemente Cuando menos, viene tres veces a la semana

Sumario.-

El primer componente de la CNV acomete la separación de la observación de la evaluación. Cuando combinamos observación con evaluación, los demás están en disposición de escuchar críticas y se resistan a lo que decimos. La CNV es un proceso lingüístico que desaconseja las generalizaciones. Antes bien, las observaciones han de ser hechas especificando el tiempo y el contexto, como en el ejemplo “Hank Smith no ha anotado un tanto en veinte partidos” en lugar de “Hank Smith es un pobre jugador de fútbol”.

CNV EN ACCIÓN

“El orador más arrogante que hemos tenido”.-

Este diálogo tuvo lugar en el transcurso de un Taller que yo llevaba a cabo. Tras una hora desde el comienzo de mi presentación, hice una pausa e invité a los participantes a expresar sus reacciones. Uno de ellos alzó una mano y declaró, “Es usted el orador más arrogante que hemos tenido aquí”.

Se abren varias opciones cuando la gente se dirige a mí de esta manera. Una de las opciones es tomar el mensaje personalmente; algo que hago cuando me urge defenderme, esquivar o presentar excusas. Otra opción (en la cual me encuentro bien entrenado) es atacar a la otra persona por lo que percibo como un ataque sobre mí. En esta ocasión, escogí una tercera obción al enfocarme sobre lo que debía estar oculto tras la afirmación de aquel hombre.

MBR: (tratando de averiguar acerca de las observaciones que me hacía) ¿Reaccionas así porque me he tomado treinta minutos para presentar mis puntos de vista antes de daros oportunidad de expresaros?Phil: No, haces que suene demasiado sencillo.MBR: (tratando de obtener más claridad) ¿Reaccionas así ante el hecho de que no haya subrayado que puede ser más complejo asumir el proceso para algunos?Phil: No, no para algunos, para usted!MBR: Así que reaccionas así porque no he señalado que el proceso puede presentar dificultades para mí algunas veces.Phil: Correcto.MBR: ¿Te sientes confuso porque preferirías algún signo de mi parte que indicara que tengo problemas para manejar el proceso yo mismo?Phil: (tras una pausa) Correcto.MBR: (más relajado ahora que estoy en contacto con el sentimiento y la necesidad de esa persona y dirijo mi atención sobre aquello que quiere solicitarme) ¿Te gustaría que admitiera ahora mismo que este proceso puede ser extenuante para mí en su aplicación?Phil: Sí.MBR: (habiendo obtenido aclarar su observación, sentimientos, necesidades y requerimientos, reflexiono sobre si deseo hacer lo que me reclama). Sí, este proceso es difícil a veces para mí.. en cuanto continuemos con el Taller probablemente me oirás contar algunos incidentes en que me he visto atascado... o incluso he perdido totalmente el contacto con el proceso, con esta consciencia, que presento ante ti. Pero lo que me mantiene en la lucha son las estrechas conexiones que establezco con la gente cuando me mantengo dentro del procedimiento.

CAPÍTULO 4.

Identificando Y Expresando Sentimientos.-

“La Máscara.-

Siempre una máscarasostenida delicadamente en la delgada manosiempre lleva ella una máscara ante su rostro.

Ciertamente la muñeca sosteniéndola levementecumplió la tarea:Sin embargo, a veces,aparece un tembloruna duda en las yemas,siempre tan quedamente - ¿Sosteniendo la máscara?

Años y años me he preguntadopero no me he atrevido a preguntar. Y entonces,irrumpí y miré tras la máscarapara descubrirnada,ella no tiene rostro.

Ella ha acabado por convertirsemeramente en una manoque sostiene una máscara con gracia”.

Autor desconocido.-

El primer componente de la CNV es la observación sin evaluación; el segundo componente es para expresar como nos sentimos. El psicoanalista Rollo May sugiere que “la persona madura adquiere la habilidad de diferenciar los sentimientos dentro de las experiencias más fuertes y apasionadas, o de las delicadas y sensibles como en los diferentes pasajes de la música en una sinfonía”. Para muchos de nosotros, sin embargo, nuestros sentimientos son, como May los describiría: “limitados, como las notas de una marcha militar”.

El Alto Coste De Los Sentimientos Inexpresados.-

Nuestro repertorio de palabras para insultar a la gente es, normalmente, mayor que el vocabulario que conocemos, que nos permite describir claramente nuestros estados emocionales. Durante 21 años he asistido a escuelas americanas y no puedo recordar que nadie, en todo ese tiempo, me preguntara nunca cómo me sentía. Los sentimientos no eran considerados importantes. Lo valuable era “la correcta manera de pensar” - como ha sido definida por aquellos que ocupan posiciones de rango y autoridad. Estamos entrenados para ser “dirigidos por otros” en lugar de estarlo para mantener el contacto con nuestro interior. Aprendemos a mantener como máxima prioridad el

pensamiento de “¿Qué pensarán los demás que es lo correcto para que yo diga o haga?”.

Una interacción que mantuve con un profesor cuando tenía alrededor de nueve años demuestra como se puede iniciar una alienación de nuestros sentimientos. Una vez me escondí tras las clases en un aula ya que algunos chicos me esperaban afuera para apalearme. Un profesor me descubrió me pidió que abandonara el recinto. Cuando le expliqué tenía miedo de irme, respondió “los hombres grandes no tienen miedo”. Algunos años después recibí un refuerzo de ese ideario al incorporarme al equipo de atletismo. Era típico por parte de los entrenadores el valorar positivamente a aquellos atletas que “daban el todo” y continuaban con el juego sin importarles cuanto dolor físico puedan estar sintiendo. Aprendí tan bien la lección que una vez estuve jugando durante un mes al baseball con una muñeca rota sin haber recibido tratamiento alguno.

Durante un Taller de la CNV un estudiante universitario habló acerca de un compañero de habitación que hacía sonar su estéreo a tal volumen que no le permitía conciliar el sueño. Cuando le pedí que expresara que sentía él cuando se encontraba en esa situación, el estudiante respondió: “Siento que no es correcto escuchar la música tan alto por la noche”. Le señalé que cuando usa el verbo sentir seguido de la partícula “que” la construcción le lleva a expresar una opinión pero sin revelar el sentimiento que la inspira. Al pedirle que intentara nuevamente expresar sus sentimientos respondió: “Siendo, cuando la gente hace algo así, que padecen una disfunción en su personalidad”. Le expliqué que esta seguía siendo una opinión mas que la expresión de un sentimiento. Hizo una pausa al tiempo que meditaba profundamente y en eso anunció con vehemencia: “No tengo sentimientos acerca de ello”.

Obviamente, este estudiante tenía fuertes sentimientos. Desafortunadamente no sabía cómo darse cuenta de qué sentimientos era los que tenía, no digamos como expresarlos. Esta dificultad para identificar y expresar sentimientos es común, y basado en mi experiencia, especialmente entre abogados, ingenieros, oficiales de policía, directores de empresa y militares de carrera, gente cuyos códigos profesionales les animan a no manifestar sus emociones. Para las familias, el problema es grave cuando entre sus miembros no existe la capacidad de comunicar sus emociones. La cantante de western y country, Reba McEntire escribió una canción después de la muerte de su padre y la tituló “El Hombre Más Grande Que He Conocido” (The Greatest Man I Never Knew). Haciéndolo, indudablemente expresó los sentimientos de mucha gente que nunca fue capaz de establecer la conexión emocional que hubieran deseado tener con sus padres.

Regularmente suelo escuchar afirmaciones como: “no quisiera que pensaras mal, estoy casada con un hombre maravilloso, pero nunca sé que siente”. Una mujer insatisfecha como ella trajo a su marido al Taller, durante el cual ella le dijo: “me siento como si estuviera casada con una pared”. El esposo hizo entonces, una magnífica imitación de una pared: se sentó callado e inmóvil. Exasperada, la mujer se volvió hacia mí y exclamó: “¿Se da cuenta? Esto es lo que ocurre todo el tiempo. Se sienta y no dice nada. Es exactamente como si viviera con una pared”.

“Me suena como que se siente sola y está deseando un mayor contacto con su esposo”, respondí. Cuando asintió, traté de mostrar cómo las afirmaciones como “me siento como si viviera con una pared” no son apropiados para llamar la atención de su esposo sobre sus sentimientos y deseos. De hecho, es más fácil que se tomen como una crítica que como una invitación a conectar con nuestros sentimientos. Abundando, tales afirmaciones suelen conducir a profecías auto-asumidas. Un marido, por ejemplo, se oye criticado por comportarse como una pared; se siente herido y desencantado y no responde, confirmando con ello la imagen que la esposa se forma de él, una pared.

Los beneficios de ampliar nuestro vocabulario referente a los sentimientos son evidentes, no sólo en las relaciones intimas, sino que también lo son en el mundo profesional. Una vez me contrataron para una consulta por parte de los miembros de un departamento tecnológico de una firma suiza de

renombre, preocupados con el descubrimiento de que los trabajadores de otros departamentos trataban de evitar el contacto con ellos. Cuando les pregunté el porqué, los empleados de los otros departamentos respondieron, “odiamos ir a hacerles consultas a esta gente, es como si hablaras con un montón de máquinas”. El problema fue superado cuando pasé un tiempo con los miembros del departamento tecnológico, animándoles a expresar más de su humanidad en sus comunicaciones con el resto de empleados.

En otra ocasión, trabajaba con los administradores de un hospital, quienes sentían ansiedad ante la perspectiva de una próxima reunión con los facultativos del centro. Buscaban apoyo para un proyecto que los mismos médicos habían desechado en una votación de 17 contra 1. Los administradores estaban expectantes deseando que les mostrara cómo debían usar la CNV para acercar la postura de los médicos.

Asumiendo la voz de un administrador en una sesión de demostración, abrí con “Me siento algo inquieto trayendo a colación el siguiente tema”. Escogí esta forma para el comienzo porque pude sentir el temor que sentían los administradores en lo que se preparaban para la confrontación con los médicos al tratar nuevamente este tópico. Antes de que pudiera continuar uno de los administradores me interrumpió para protestar, “¡No está usted siendo realista! No podemos jamás decirles a los médicos que estamos asustados”.

Cuando pregunté el porqué de que esta admisión de sus temores les parecía tan imposible, respondió sin mostrar duda alguna: “Si admitimos que estamos asustados nos harán picadillo”. Su respuesta no me sorprendió; a menudo he escuchado personas que dicen no poder imaginarse en la situación de verse expresando sus sentimientos en su centro de trabajo. De cualquier manera, me alegré de descubrir que uno de los administradores decidió asumir el riesgo de expresar su vulnerabilidad en la temida reunión. En lugar de su habitual manera de mostrarse estrictamente lógico, racional e inmutable, escogió hacer constar sus sentimientos acompañadas de las razones por las que quería que los médicos cambiaran su postura. Pudo advertir cuan diferente fue la respuesta que recibió de los médicos. Al final estaba asombrado y aliviado cuando, en lugar de ser reducido a “picadillo” por parte de los médicos, revirtieron éstos, por contra, su postura inicial votando 17 contra 1 apoyando el proyecto. Este giro dramático ayudó a los administradores a darse cuenta y apreciar el potencial del impacto que causa el que uno exprese vulnerabilidad, aún en el centro de trabajo.

Finalmente, quiero compartir un incidente personal que me mostró los efectos de esconder nuestros sentimientos. Me encontraba impartiendo un curso de la CNV a un grupo de estudiantes citadinos. Cuando entré en el aula el primer día, los estudiantes, quienes habían estado disfrutando de una animada conversación entre ellos, callaron de repente. “Buenos días” saludé. Silencio. Me sentí muy incómodo, pero me asustaba el darlo a entender. Por contra, procedí en mi más profesional estilo. “En esta clase, estudiaremos un proceso de comunicación que espero que les sirva de ayuda en sus relaciones en casa y con los amigos”.

Continué presentando información acerca de la CNV, pero ninguno parecía estar escuchando. Una chica, escarbando en su bolso logró pescar una lima y comenzó a limarse las uñas vigorosamente. Los estudiantes cercanos a las ventanas adhirieron sus rostros a los vidrios como fascinados por lo que acontecía más abajo, en la calle. Me fui sintiendo paulatinamente más y más incómodo, aunque continuaba sin decir nada. Finalmente, un estudiante que tenía ciertamente más coraje del que yo mismo estaba demostrando, soltó: “Usted odia estar con negros, ¿No?”. Me quedé de piedra, si bien me di cuenta inmediatamente de cómo había contribuido a esa percepción de parte del estudiante al tratar de esconder mi incomodidad.

“Me siento nervioso”, admití, “pero no porque seas negro. Mis sentimientos vienen dados por el

hecho de no conocer a nadie aquí y el deseo de ser bien acogido cuando entré en la habitación”. Esta expresión de mi vulnerabilidad tuvo un pronunciado efecto en los estudiantes. Empezaron a preguntarme acerca de mí, a decirme cosas acerca de ellos mismos y a mostrar curiosidad por la CNV.

Sentimientos Versus No-Sentimientos.-

Una confusión común generada por el idioma inglés es el uso de la palabra sentir sin que esta quiera expresar un sentimiento. Por ejemplo, en la frase, “Siento que no he hecho un buen negocio”, la palabra “siento” podría ser sustituida con mayor precisión por “pienso”. En general, los sentimientos no quedarán claramente expresados si la palabra sentir va seguida de:

a) Palabras como “que”, “como”, “como si”: Siento que deberías haber sabido. Me siento como un fracasado. Me siento como si viviera con una pared.

b) Los pronombres yo, tú, él, ella, ellos, eso: Siento que yo estoy siempre alerta. Siento que es inútil.

c) Los nombres y los sustantivos que refieren a personas: Siento que Amy ha sido bastante responsable. Siento que mi jefe está siendo manipulador.

Sin embargo, en el idioma inglés, no resulta necesario utilizar la palabra sentir cuando expresamos en realidad un sentimiento. Es válido decir “Yo me siento irritado” como también “Estoy irritado”. En la CNV, distinguimos entre las palabras que expresan sentimientos concretos y aquellas que describen lo que pensamos que “somos”.

a. Descripción de lo que pensamos que “somos”: Me siento inadecuado como guitarrista -.

En esta afirmación estoy refiriéndome a mi habilidad como guitarrista en lugar de expresar claramente mis sentimientos.

b. Expresiones de sentimientos reales: Me siento disgustado conmigo mismo como guitarrista. Me siento impaciente conmigo mismo como guitarrista. Me siento frustrado conmigo mismo como guitarrista.

El sentimiento real que se esconde tras mi afirmación de sentirme “inadecuado” como guitarrista bien podría ser tanto disgusto como impaciencia o frustración, o cualquier otra emoción.

De la misma manera es de ayuda el diferenciar entre las palabras que describen lo que pensamos que otros hacen a nuestro alrededor y las palabras que describen sentimientos reales. Los siguientes son ejemplos de afirmación que pueden ser fácilmente confundidas con expresiones de sentimientos: de hecho, revelan más bien “como pensamos que los demás se comportan” antes que definir cuales son nuestros sentimientos reales:

a. “Me siento poco importante para las personas con las que trabajo”. La expresión poco importante describe como yo pienso que los demás me evalúan a mí, en lugar de un sentimiento real, que en este caso podría ser: “me siento triste” o “me siento desanimado”.

b. “Me siento incomprendido”. La expresión “incomprendido” indica mi afirmación del nivel de comprensión de la otra persona en lugar de un sentimiento real. En esta situación, podría ser sentirme ansioso o aturdido o alguna otra emoción.

c. “Me siento ignorado”. Una vez más esto es más una interpretación de las acciones de los otros en lugar de una clara exposición de como nos estamos sintiendo. Sin duda han habido ocasiones en que hemos pensado que estábamos siendo ignorados y nuestro sentimiento era alivio, porque queríamos que nos dejaran en paz. Sin duda habrán habido otros momentos en que nos hemos sentido heridos cuando hemos pensado que estábamos siendo ignorados, porque hubiéramos querido participar con los demás.

Las palabras como “ignorado” expresan como nosotros interpretamos a los demás, en lugar de como nos sentimos. He aquí un ejemplo de tales palabras:

Abandonado Desacreditado Rebajado

Abusado Interrumpido Rechazado

Atacado Intimidado Tomado por idiota

Traicionado Desasistido Amenazado

Encajonado Manipulado Inapreciado

Vejado Incomprendido No escuchado

Engañado Negado No visto

Coaccionado Esclavizado Sin apoyo

Patroneado Despreciado Arrinconado

Presionado Usado Menospreciado

Provocado

Construyendo Un Vocabulario Para Los Sentimientos.-

Al expresar nuestros sentimientos, ayuda el uso de palabras que refieren a emociones específicas, en lugar de palabras vagas o generales. Por ejemplo, si decimos “Me siento bien acerca de eso”, la palabra “bien” podría significar alegre, excitado, aliviado o tantas otras emociones. Palabras como “bien” y “mal” evitan que el oyente conecte con facilidad con aquello que podemos estar sintiendo realmente.

La siguiente lista ha sido compilada para ayudarte a ampliar tu poder para articular sentimientos y claramente describir todo un abanico de estados emocionales.

Cómo se supone que nos sentimos cuando nuestras necesidades se están satisfaciendo

Absorto Satisfecho Conmovido

Aventurero Aliviado Optimista

Entusiasta Encantado Alerta

Excitado Superado Vivo

Pacífico Asombrado Expansivo

Entretenido Expectante Placentero

Animado Exultante Complacido

Apreciativo Fascinado Orgulloso

Ardiente Libre Quedo

Ruborizado Amistoso Radiante

Atónito Lleno Plácido

Refrescado Sin aliento Relajado

Boyante Glorioso Descargado

Calmo Brillante Satisfecho

Descuidado De buen humor Seguro

Alegre Grato Sensible

Confortable Gratificado Sereno

Complaciente Feliz Compuesto

Esperanzado Estimulado Confidente

Inquisitivo Sorprendido Contento

Inspirado Fresco Intenso

Agradecido Curioso Interesado

Erizado Conmocionado Intrigado

Afectado Complacido Vigorizado

Tranquilo Deseoso Participativo

Confiado Placentero Extático

Jubiloso Cálido Efervescente

Despierto Atraído Enamorado

Hermoso Fascinado Tierno

Energético

Cómo se supone que nos sentimos cuando nuestras necesidades no se están satisfaciendo

Asustados Disgustados Intensos

Agraviados Descorazonados Airados

Agitados Desmayados Alarmados

Desagradados Irritados Inquietos

Celosos Enfadados Perturbados

Angustiados Estorbados Anonadados

Desanimados Perezosos Ansiosos

Apáticos Indulgentes Letárgicos

Aprensivos Distraídos Avergonzados

Solos Coartados Amargados

Locos Agresivos Exasperados

Ruines Salvajes Exhaustos

Miserables Amargos Fatigados

Arrastrados Miedosos Morosos

Melancólicos Hipocondríacos Aburridos

Nerviosos Con el corazón roto Aterrados

Enredados Frustrados Nulos

Fríos Furiosos Sobrepasados

Implicados En pánico Confusos

Culpables Pasivos Perplejos

Cruzados Pesados Pesimistas

Dejados Desamparados Liados

Deprimidos Desesperados Rencorosos

Desencantados Horrorizados Despectivos

Horribles Repelidos Repulsivos

Despachados Hostiles Resentidos

Desafectados Calientes Desasosegados

Desencantados Tristes Disgustados

Heridos Aterrados Desanimados

Impacientes Sensibles Indiferente

Tembloroso Paralizados Miedosos

Inabordables Escépticos Cansados

Ahogados Aburridos Molestos

Vejados Apenados Incómodos

No concernidos Sin espíritu Desinquietos

Infelices Preocupados

Sumario.-

El segundo componente necesario para poder expresarnos son los sentimientos. Desarrollando un lenguaje de sentimientos que nos permita nombrar o identificar clara y específicamente nuestras emociones, podemos conectar más fácilmente entre nosotros. Permitiendo mostrarnos vulnerables a través de la expresión de nuestros sentimientos reales puede ayudar a resolver conflictos. La CNV distingue la expresión de los sentimientos reales de aquellas palabras y expresiones que denotan en realidad pensamientos, afirmaciones e interpretaciones.

CAPÍTULO 5.

Tomando Responsabilidad De Nuestros Propios Sentimientos.-

“La gente no es molestada por las cosas, sino por la visión que tienen de ellas”.

Epícteto.-

Escuchando Un Mensaje Negativo: Cuatro Opciones.-

El tercer componente de la CNV conlleva el reconocimiento de la raíz de nuestros sentimientos. La CNV eleva a nuestra consciencia que lo que otros dicen y hacen puede ser el estímulo, pero nunca la causa de nuestros sentimientos. Vemos que nuestros sentimientos son el resultado de cómo nosotros elegimos recibir lo que los demás dicen y hacen, así como de nuestras necesidades y expectativas en aquel momento. Con el tercer componente, somos conducidos a aceptar la responsabilidad por lo que hacemos para generar nuestros propios sentimientos.

Cuando alguien nos participa un mensaje negativo, bien verbal o no verbalmente, tenemos cuatro opciones de cómo recibirlo. Uno es el tomarlo personalmente escuchando culpa y crítica. Por ejemplo, alguien está enfadado y dice, “eres el tipo más egocéntrico que he conocido”. Si elegimos tomarlo personalmente, podríamos reaccionar: “Oh, debería haber sido más sensible”. Aceptamos el juicio de la otra persona y nos culpamos a nosotros mismos. Tomamos esta opción con gran coste para nuestra autoestima, porque nos inclinaría hacia sentimientos como la culpa, vergüenza y depresión.

Una segunda opción es desacreditar a la otra persona diciéndole “Tú no tienes derecho a decir eso. Siempre soy consciente de tus necesidades. Tú eres ahora quien actúa como un egocéntrico. Cuando recibimos mensajes como este y culpamos a nuestro interlocutor tendemos a sentir ira.

La tercera opción sería iluminar la luz de la consciencia acerca de nuestras necesidades y sentimientos. Así, podríamos responder, “Cuando te oigo decir que soy la persona más egocéntrica que conoces me siento herido, porque necesitaría también algo de reconocimiento a mis esfuerzos para ser considerado con tus preferencias. Enfocando nuestra atención en nuestras propias necesidades y sentimientos llegamos a ser conscientes de nuestro actual sentimiento de dolor derivado de la necesidad de que nuestros esfuerzos sean reconocidos.

Por último, la cuarta opción sería la de iluminar la luz de la consciencia de la otra persona sobre sus necesidades y sentimientos al tiempo que son expresadas. Por ejemplo, podríamos decir: “¿Te sientes herido porque necesitas más consideración por mi parte hacia tus preferencias?”. Aceptamos responsabilidad en lugar de culpar a otras personas por nuestros sentimientos al tomar consciencia de nuestras propias necesidades, deseos, expectativas, valores o pensamientos. Nótese la diferencia entre las siguientes expresiones de disgusto:

Ejemplo 1.-A: Me disgustaste no viniendo anoche.B: Me sentí disgustado cuando no viniste anoche porque quería hablar sobre algunas cosas que me preocupan.

El orador A atribuye toda la responsabilidad del disgusto sólo a la acción de la otra persona. El orador B hace saber que el sentimiento de disgusto viene causado por el deseo no satisfecho de hablar con la otra persona.

Ejemplo 2.-

A: La cancelación del contrato por parte de ellos realmente me ha irritado.B: Cuando ellos cancelaron el contrato me sentí realmente irritado porque tengo para mí que hacerlo es algo terriblemente irresponsable .

El orador A atribuye su irritación sólo al comportamiento de la otra parte, en tanto que el orador B acepta la responsabilidad de su sentimiento reconociendo el pensamiento tras éste. Ella reconoce que la manera acusadora en que ha pensado le ha generado irritación. En la CNV, como quiera, trataríamos de animar a este orador a avanzar un paso más identificando que es lo que ella quiere: qué necesidad, deseo, expectativa, esperanza o valor de los suyos no ha sido satisfecho. Como veremos, cuanto más seamos capaces de conectar con sentimientos para nuestras propias necesidades más fácil es para otros el responder con compasión. Para relacionar sus sentimientos con lo que ella esta queriendo, la oradora B debería haber dicho: “Cuando cancelaron el contrato, me sentí realmente irritada porque esperaba una oportunidad así para volver a contratar a los trabajadores que hubimos de despedir el año pasado”.

El mecanismo básico para motivar a través de la culpa es la de atribuir la responsabilidad por nuestros propios sentimientos a otros. Cuando los padres y madres dicen “Le haces daño a mamá y a papá cuando obtienes malas notas en el colegio” están cargando la responsabilidad de la felicidad o infelicidad a las acciones de su hijo. En la superficie, sentirse responsable por los sentimientos de otros puede ser fácilmente confundido con una genuina entrega preocupada de nuestros cuidados. Parecería que el niño se preocupara por sus padres y se siente mal porque sus progenitores sufren. Como quiera que los niños que asumen este tipo de responsabilidad cambian sus comportamientos de acuerdo a la voluntad de sus padres no están actuando desde el corazón, sino tratando de evadir la culpa.

Es útil reconocer un número de patrones de discurso común que tienden a enmascarar la realidad de nuestros propios sentimientos:

1) Uso de pronombres impersonales tales como “ello”, “lo”, “eso” y “aquello”: “Lo que más me hace enfadar es cuando errores tipográficos aparecen en nuestros panfletos”, “Eso me molesta mucho”.

2) Afirmaciones que señalan exclusivamente a las acciones de otros: “Cuando no me llamas en mi cumpleaños, me siento herida”, “Mamá se disgusta cuando no te terminas la comida”.

3) El uso de la expresión “Me siento (emoción) porque...”, seguido del nombre de una persona o un pronombre personal sin que sea “Yo”: “Me siento herido porque dijiste que no me amabas”. “Me siento enfadada porque la supervisora rompió su promesa”.

En cada uno de estos ejemplos podemos profundizar en la consciencia de nuestra propia responsabilidad introduciendo el concepto “Me siento... porque yo...”:

1) “Me siento realmente furioso cuando aparecen errores tipográficos en nuestros panfletos porque yo quiero que nuestra compañía proyecte una imagen profesional”.

2) “Mamá (Yo) se siente disgustada cuando no te terminas la comida porque yo quiero que crezcas sano y fuerte”.

3) “Me siento enfadado de que la supervisora rompió su promesa, porque yo estaba contando con ese fin de semana largo para ir a visitar a mi hermano”.

Las Necesidades En La Raíz De Los Sentimientos.-

Juicios, críticas, diagnósticos e interpretaciones de los demás son todas expresiones alienadas de nuestras propias necesidades. Si alguien dice “tú nunca me entiendes”, esta diciéndonos que su necesidad de ser entendido no está siendo satisfecha. Si una esposa dice “Has estado trabajando hasta tarde todas las noches de esta semana; amas tu trabajo mas de lo que me amas a mí”, ella lo que dice en el fondo es que su necesidad de intimidad no se está viendo satisfecha.

Cuando expresamos nuestras necesidades indirectamente a través del uso de evaluaciones, interpretaciones, e imágenes, los demás captarán crítica. Y cuando la gente oye algo que se parece a una crítica, tiende a invertir su energía en defenderse o en contraatacar. Si estamos deseando una respuesta compasiva por parte de los demás, es un error el expresar nuestras necesidades a través de interpretar o diagnosticar su comportamiento. Por contra cuanto más directamente podamos conectar nuestros sentimientos con nuestras necesidades más fácil será para los demás el responder compasivamente a nuestras necesidades.

Por desgracia, la mayor parte de nosotros no ha sido educada para pensar en términos de necesidades. Estamos acostumbrados a pensar acerca de lo que está mal en los demás cuando nuestras necesidades no se ven cubiertas. Así, si queremos que los abrigos se cuelguen en el armario, somos capaces de caracterizar a nuestros hijos como vagos por dejarlos sobre el sillón. O podemos interpretar la actitud de nuestros compañeros de trabajo como de irresponsable cuando no avanzan en sus tareas del modo que desearíamos que lo hicieran.

Una vez fui invitado a mediar entre varios propietarios de tierras en el sur de California y unos trabajadores emigrantes cuyos conflictos habían crecido paulatinamente en hostilidad y violencia. Comencé la reunión haciéndoles dos preguntas: “¿Qué es aquello que necesita cada uno?” y “¿Qué querrían solicitar de los otros en relación con estas necesidades?”. “¡El problema es que esta gente son unos racistas!” gritó un aparcero. “¡El problema es que esta gente no respeta la ley y el orden!” gritó un propietario aún más alto. Como suele ocurrir en estos casos, cada grupo estaba mejor capacitado para analizar la negatividad percibida en otros que en expresar claramente sus propias necesidades.

En una situación comparable, una vez me encontré con un grupo de israelitas y palestinos que querían establecer la confianza necesaria a fin de traer la paz a sus territorios. Abrí esta reunión con las mismas dos preguntas que expresé en el párrafo anterior. En lugar de exponer sus necesidades un “mukhtar” palestino (como decir el alcalde) respondió: “están ustedes actuando como si nazis fueran”. No es precisamente un comentario como este lo más adecuado para esperar cooperación por parte de un grupo de israelitas.

Casi inmediatamente una mujer israelí saltó sobre sus pies y contraatacó “Mukhtar, decir eso es una total insensibilidad por tu parte”. He aquí un grupo de gente que vinieron juntos a construir confianza y armonía y tras un solo intercambio, las cosas estaban peor que al comienzo. Esto suele ocurrir cuando la gente está acostumbrada a analizar y culparse unos a otros en lugar de expresar con claridad lo que necesitan. En este caso, la mujer pudo haber respondido en términos de sus propias necesidades y requerimientos diciendo, por ejemplo: “Necesitaría más respeto en nuestro diálogo. En lugar de decirnos cómo piensas que actuamos, ¿Podrías decirnos que es lo que hacemos que te resulta molesto?”.

Una y otra vez, me ha ocurrido que desde el momento en que la gente comienza a comunicar sus necesidades en lugar de referirse a lo que va mal en los demás, la posibilidad de encontrar vías de encuentro para satisfacer las necesidades de otros se aumenta considerablemente. Las siguientes, son algunas de las necesidades básicas del ser humano que todos compartimos:

AUTONOMÍA: INTEGRIDAD:

Para elegir nuestros sueños, metas y valores.

Para escoger un plan que cumpla nuestros sueños, metas y valores.

Autenticidad. Creatividad. Significado. Valor propio.

CELEBRACIÓN: Para festejar la creación de la vida y los

sueños cumplidos. Para festejar las pérdidas: seres amados,

sueños, etc. (melancolía).

INTERDEPENDENCIA: Aceptación. Aprecio. Cercanía. Comunidad. Contribución al enriquecimiento de la

vida (ejercer el poder propio entregando aquello que contribuye a la vida).

Seguridad emocional. Empatía. Honestidad (el refuerzo de honestidad

que nos habilita para aprender de nuestras limitaciones).

Amor. Autoconfianza. Respeto. Apoyo. Confianza. Comprensión. Calidez.

ENTRETENIMIENTO: Diversión. Risas.

COMUNIÓN ESPIRITUAL: Belleza. Armonía. Inspiración. Orden. Paz.

MANTENIMIENTO FÍSICO: Aire. Comida. Movimiento, ejercicio. Protección ante formas de vida

amenazadoras (virus, bacterias, insectos, animales predadores).

Descanso. Expresión sexual. Cobijo. Sensibilidad. Agua.

El Dolor De Expresar Nuestras Necesidades Versus El Dolor De No Expresar Nuestras Necesidades.-

En un mundo donde somos habitualmente juzgados con dureza por identificar y revelar nuestras

necesidades, hacerlo puede ser auténticamente aterrador. Las mujeres, en particular, son susceptibles a las críticas. A lo largo de los siglos, la imagen de la mujer amante se ha asociado al sacrificio y la negación de sus necesidades para anteponer el cuidado de otros. Debido a que las mujeres han sido socializadas para contemplar el cuidado a los demás como su principal tarea, han acabado aprendiendo a menudo a ignorar sus propias necesidades.

En un Taller, discutíamos que le pasa a las mujeres que internalizan tales creencias. Estas mujeres, si piden lo que quieres, lo harán, a menudo, de manera que refleja y refuerza la creencia de que no tienen derecho genuino a tener necesidades y a que éstas son poco importantes. Por ejemplo, debido a que tiene miedo a pedir lo que necesita, una mujer puede llegar a omitir que ha tenido un día muy ocupado, que se siente cansada y quiere un poco de tiempo en la tarde para ella misma; por contra, sus palabras tendrán un sonido como: “Sabes que no he tenido un momento para mi en todo el día, planche todas las camisas, el lavado de toda la semana, llevé el perro al veterinario, preparé la comida y las meriendas, y he llamado a todos los vecinos para convocarles a la reunión de la Comunidad, así que (implorante)... que tal si tú...?”, “No” es la rápida respuesta. Su débil petición estimula la resistencia en lugar de la compasión de parte de sus oyentes. Ellos tienen dificultades para escuchar y valorar las necesidades tras los ruegos. Y más aún, reaccionarán negativamente a su pobre intento de discutirlo desde una posición de lo que ella “debería tener” o “merecería”, para obtener algo de ellos. Al final la oradora es, una vez más, persuadida de que sus necesidades no importan, no siendo conscientes de que éstas han sido expresadas en una manera que dudosamente provocará una respuesta positiva.

Una vez estaba mi madre en un Taller en el que otras mujeres discutían acerca de lo temible que les resultaba el expresar sus necesidades. De pronto, se puso en pie y salió de la habitación. Estuvo un buen rato sin volver. Al fin apareció, con un aspecto muy pálido. En presencia del grupo le pregunté: “Mamá, ¿Te pasa algo?”. “No”, me respondió, “pero acabo de darme cuenta de algo que me resulta demasiado difícil de aceptar”. “¿En qué consiste?”, le requerí. “Acabo de caer en la cuenta de que he estado 36 años enfadada con tu padre por no tener en cuenta mis necesidades, y ahora me queda claro que ni una vez le he dicho claramente lo que necesitaba”.

La revelación que había tenido mi madre era muy precisa. No puedo evocar una sola vez en que ella le comunicara claramente sus necesidades a mi padre. Ella zigzaguearía y se metería en toda clase de laberintos, pero nunca se le ocurriría reclamar directamente aquello que necesitaba.

Tratamos de entender el porqué de la alta dificultad que se le presentaba a ella para expresarse directamente. Mi madre creció en una familia pobre económicamente hablando. Ella recuerda cuando pedía algo y como le amonestaban sus hermanos y hermanas cada vez, “¡No deberías estar pidiendo eso! Sabes que somos pobres. ¿Piensas que eres la única de la familia?”. Con el paso del tiempo fue creciendo con el miedo de que pedir por aquello que necesitaba sólo conducía a la desaprobación y el juicio.

Nos contó una anécdota de la niñez acerca de una de sus hermanas que hubo de operarse del apéndice y posteriormente había recibido un precioso bolso de parte de otra de otra de ellas. Mi madre tenía unos 14 en aquellos tiempos. ¡Cuánto hubiera deseado tener un bolso tan exquisitamente decorado como el de su hermana! Pero no se atrevió a abrir la boca. Así, ¿Se imaginan lo que vino a continuación? Fingió un dolor en el costado y pasó por toda la historia. La llevaron a diferentes médicos. Ninguno fue capaz de dar un diagnóstico y por tanto optaron por la cirugía exploratoria. Había sido un farol pero funcionó – le regalaron un bolso idéntico al de su hermana. Cuando recibió el hermoso bolso mi madre estaba encantada sin importarle estar en un estado de hospitalización a causa de la cirugía. Dos enfermeras entraron en la habitación y una le puso un termómetro en la boca. Mi madre murmuró: “mmmm, mmmm” para mostrarle el bolso a la segunda enfermera, quién respondió: “¿Qué? ¿Para mí? ¡Vaya! ¡Gracias!” Y tomó el bolso. Mi

madre se vio perdida y no se figuró como explicar a la enfermera que no quería decir que se lo regalaba y que se lo devolviera. Su historia revela claramente cuán doloroso puede llegar a ser cuando la gente no reconoce abiertamente sus necesidades.

De La Esclavitud Emocional A La Liberación Emocional.-

En nuestro desarrollo en pos de un estado de liberación emocional, la mayoría de nosotros parecemos experimentar tres escenarios en la manera en que nos relacionamos con los demás.

Primer escenario: en este escenario, que denomino de Esclavitud Emocional, nos creemos responsables por los sentimientos de los otros. Pensamos que debemos luchar constantemente para mantener a todo el mundo feliz. Si no parecen felices, nos sentimos responsables y compelidos a hacer algo al respecto. Esto nos puede conducir fácilmente a ver a la gente más próxima a nosotros como rémoras.

Tomar responsabilidad de los sentimientos de otros puede ir en grave detrimento en las relaciones íntimas. Suelo escuchar, como rutina, variaciones sobre el siguiente tema: “tengo miedo a mantener una relación. Cada vez que veo a mi pareja en dolor o necesidad me siento hundido. Me siento como si estuviera preso, que me encuentro confuso – y a partir de ahí tengo que buscar una salida a la relación”. Esta respuesta es común entre quienes experimentan el amor como la negación de las necesidades propias a fin de atender a las necesidades del ser amado. Lo típico, en los primeros días de la relación es que las parejas se relacionen placentera y compasivamente desde una sensación de libertad. La relación es espontánea, hermosa. Al cabo, de cualquier modo, a medida que la relación se torna “seria”, los novios pueden comenzar a asumir responsabilidad por los sentimientos del otro.

Si yo fuera uno de los implicados, consciente de que hago esto, podría asumir la situación explicando: “No puedo soportar cuando me pierdo en las relaciones de pareja. Cuando veo el sufrimiento de mi pareja, me pierdo y busco como romper”. Sin embargo, si no he adquirido ese nivel de consciencia, probablemente culparé a mi pareja por el deterioro de la relación. Así, podría decir: “Mi pareja es tan dependiente y absorbente que realmente convierte la relación en un estrés”. En tal caso, mi pareja podría, muy bien, rechazar la noción de que exista algo erróneo en sus necesidades. Sólo lograría empeorar las cosas el hecho de admitir esa culpa. Por contra, ella podría ofrecer una respuesta empática para reconducir el dolor de mi esclavitud emocional: “Así que estás confuso. Es muy difícil para ti el mantener el cuidado profundo y el amor que hemos tenido sin que se conviertan en responsabilidades, tareas y obligaciones. Sientes su libertad menguar porque piensas que constantemente tienes que cuidar de mi”. Aún así, si en lugar de una respuesta empática ella dijera: “¿Estás tenso porque he estado reclamando demasiada atención de ti?”, entonces ambos estaríamos inmersos en la Esclavitud Emocional, haciendo mucho más difícil la supervivencia de la relación.

Segundo escenario: en el que nos hacemos conscientes de los altos costes de asumir responsabilidad por los sentimientos de los demás y tratando de acomodarles a costa de nuestro propio confort. Cuando nos damos cuenta de cuando hemos perdido de nuestras vidas y que poco hemos respondido al llamado de nuestro propio espíritu, no es difícil que nos sintamos enfadados. Me suelo referir a este escenario como el Escenario OBNOXIOUS porque tendemos a hacer comentarios del tipo: “ese es tu problema, no soy responsable de tus sentimientos”, cuando nos vemos frente al dolor de otra persona. Tenemos claro que no somos responsables “de” pero sí tenemos que aprender una manera de ser responsables “para con” los demás de un modo que no resulte emocionalmente esclavizante.

Al emerger del escenario de la “Esclavitud Emocional” puede que continuemos acarreando

remanentes de miedo y culpa acerca de tener nuestras propias necesidades. Así pues no es sorprendente que acabemos expresando esas necesidades en formas que suenan rígidas y frontales a los demás. Por ejemplo, durante un intermedio en uno de mis Talleres, una joven manifestó aprecio por el terreno que había ganado en su estado de “Esclavitud Emocional”. Cuando terminaba el Taller, sugerí una actividad al grupo. La misma joven declaró asertivamente: “Yo, incluso, haría algo más”. Sentí que se ejercitaba en su recién descubierto derecho de expresar sus necesidades, incluso si iban en contra de las de los demás.

Para animarla a que expusiera que es lo que quería, le pregunté: “¿Quieres hacer algo más aún si entra en conflicto con mis necesidades?”. Se detuvo a pensar por un momento y de repente dijo dubitativa: “Si... ehmm, quiero decir, no”. Su confusión refleja cómo, en este escenario tenemos todavía que asimilar que la liberación emocional conlleva más que simplemente afirmar nuestras necesidades.

Recuerdo un incidente durante el paso a la liberación emocional de mi hija Marla. Ella siempre fue la “perfecta niña preciosa” que negaba sus necesidades para satisfacer los deseos de los otros. Cuando me di cuenta de cuán frecuentemente suprimía sus propios deseos a fin de satisfacer los de los demás, hablé con ella acerca de lo mucho que me gustaría oírla expresar sus necesidades más a menudo. La primera vez que abordamos el asunto, Marla se echó a llorar: “Pero, papá, yo no quiero disgustar a nadie”, protestó angustiada. Traté de mostrarle como su honestidad podría llegar a ser un regalo más grande para los demás que complacerles para prevenirles de molestarse. También le aclaré caminos por los que empatizar con la gente cuando estaban molestos, sin que tuviera que tomar responsabilidad por sus sentimientos.

Poco tiempo después, vi la evidencia de que mi hija comenzaba a expresar sus necesidades más abiertamente. Recibí una llamada del director de la escuela, aparentemente molesto por una conversación que había tenido con Marla, quien llegó al colegio vistiendo overoles. “Marla” le dijo, “las señoritas no visten de esa forma”, a lo que Marla respondió, “A tomar por c..o”. Oír esto fue motivo de celebración: Marla se había graduado de su esclavitud emocional. Con el título de OBNOXIOUSNESS! Estaba aprendiendo a expresar sus necesidades y a arriesgarse a negociar con el disgusto de los otros. Por supuesto, tenía que cerciorarse de cuáles eran sus necesidades verdaderas y expresarlas de modo que respetara a su vez las necesidades de los demás, pero confié en que ocurriría con el tiempo.

Tercer escenario: nombrado “Liberación Emocional”, respondemos a las necesidades de los demás desde la compasión, nunca desde el miedo, la culpa o la vergüenza. Nuestras acciones son, por consiguiente, llenándonos al tiempo que a aquellos que reciben de nuestro esfuerzo. Aceptamos la entera responsabilidad por nuestras intenciones y acciones, pero no por los sentimientos de los demás. En este escenario, somos conscientes de que nunca podemos conectar con nuestras propias necesidades a expensas de satisfacer las de los demás. La “Liberación Emocional” comprende la afirmación clara de lo que necesitamos de forma que damos a entender que estamos igualmente preocupados de que las necesidades de los demás también se vean satisfechas. La CNV está diseñada par mantenernos en este nivel en nuestras relaciones.

Sumario.-

el tercer componente de la CNV es el reconocimiento de las necesidades que esconden nuestros sentimientos. Lo que otros dicen y hacen pueden ser el estímulo, pero nunca la causa de nuestros sentimientos. Cuando alguien se comunica negativamente tenemos cuatro opciones de cómo recibir el mensaje: 1) autoinculparnos, 2) culpar a otros, 3) identificar nuestros propios sentimientos y necesidades, 4) identificar los sentimientos y necesidades escondidos en el mensaje negativo de la

otra persona.

Juicios, críticas, diagnósticos e interpretaciones de los demás son todos las expresiones alienadas de nuestras propias necesidades y valores. Cuando los demás escuchan críticas, tienden a invertir su energía en la auto-defensa o el contraataque. Cuanto más directamente podamos conectar nuestros sentimientos con nuestras necesidades, más fácil será para los demás el responder compasivamente.

En un mundo donde, a menudo, somos juzgados duramente por identificar y revelar nuestras necesidades, hacerlo puede ser bastante temible, especialmente para las mujeres, quienes han sido socializadas para ignorar sus propias necesidades mientras cuidan de los demás.

En el curso del desarrollo de la responsabilidad emocional, la mayoría experimentamos tres escenarios: 1) “Esclavitud Emocional” en la creencia de que somos responsables por los sentimientos de los demás. 2) “El Escenario OBNOXIOUS” en el que rehusamos admitir el cuidar de lo que otro sienta o necesite. 3) “Liberación Emocional” en el momento en que aceptamos total responsabilidad por nuestros propios sentimientos pero no por los sentimientos de otros, mientras somos conscientes de que nunca debemos satisfacer nuestros necesidades a expensas de los demás.

CNV EN ACCIÓN

“Recuperar el estigma de la ilegitimidad”.-

Una estudiante de Comunicación No Violenta que trabajaba como voluntaria en un comedor social se quedó en shock cuando una compañera, mayor que ella explotó desde detrás de un periódico: “Lo que necesitamos en este país es recuperar el estigma de la ilegitimidad!”.

La reacción habitual de la estudiante ante una aseveración así, hubiera sido callar, juzgando a la otra persona con severidad pero en silencio, y eventualmente conducir sus sentimientos a salvo, fuera de la escena. En esta ocasión recordó que tenía la opción de escuchar los sentimientos y necesidades detrás de las palabras que la habían asombrado:

Estudiante: (primera pregunta para averiguar el tema concreto que apuntaba su compañera) ¿Estás leyendo en el periódico algún artículo referente a los embarazos en adolescentes?

Compañera: Sí, es increíble cuantos están ocurriendo en la actualidad.

Estudiante: (escuchando ahora en busca del sentimiento en su compañera y dilucidando qué necesidad puede estar creciendo por su impulso) ¿Te sientes alarmada porque querrías ver que los jóvenes forman familias estables?

Compañera: Por supuesto. ¿Sabes? Mi padre me hubiera matado si hubiera hecho algo así.

Estudiante: Así que estás recordando lo que era para las jóvenes de tu generación el quedar embarazada.

Compañera: ¡Seguro! Nosotros sabíamos lo que pasaría si quedábamos embarazadas. Y temíamos esas consecuencias, no como estas muchachas de ahora.

Estudiante: ¿Te sientes confusa por el hecho de que las chicas, actualmente, no parecen temer ningún castigo?

Compañera: Bueno, por lo menos el miedo y el castigo funcionaban. Estoy leyendo que las hay que se acuestan con varios, adrede, en busca de quedarse embarazadas. ¡Eso es! ¡Que tengan muchos niños, que el resto de nosotros se los mantenemos!

La estudiante captó dos sentimientos diferentes en esta última afirmación: por un lado la indignación que le causaba el saber que hay chicas que buscan deliberadamente quedarse embarazadas y por otro lado su disgusto al reconocer que los contribuyentes son quienes acaban pagando por los bebés nacidos de esta situación. Así, eligió con cual de los sentimientos quería empatizar.

Estudiante: ¿Estás asombrada por confirmar que las chicas se quedan embarazadas sin consideración alguna por su reputación, consecuencias, estabilidad financiera... en fin, sin considerar nada de aquello que tenías presente vosotras?

Compañera: (Sintiéndose escuchada en su asombro, decidió centrarse en el otro sentimiento, que no en el asombro. Pasa muy a menudo, cuando se mezclan sentimientos, que las personas volvemos sobre aquellos que no se vieron empatizados. No es necesario para el oyente sumergirse en una mezcla compleja de sentimientos, todos a la vez. La corriente de la compasión fluirá continuamente en lo que cada sentimiento brota de nuevo por turnos) Sí, y ¿Sabes quién acaba pagando todos esos gastos?

Estudiante: Pareces enfadada porque querrías ver el dinero de tus impuestos invertido en otras cosas. ¿Es eso así?

Compañera: Ciertamente. ¿Sabes que mi hijo y su esposa quieren un segundo niño y no pueden tenerlo, aún cuando ambos trabajan, porque les cuesta demasiado al mes?

Estudiante: Parecería que te entristeciera. Probablemente te hubiera gustado tener un segundo nieto.

Compañera: Sí. Y no marcaría diferencias sólo para mí...

Estudiante: … también para tu hijo para tener la familia que él desea (aún cuando la estudiante había supuesto correctamente sólo en parte, no interrumpió la corriente de empatía, permitiendo a su compañera que continuara y descubriera otra preocupación).

Compañera: Sí, pienso que es triste ser hijo único.

Estudiante: ¡Ah, ya veo! Querrías un hermanito para Katie.

Compañera: Eso sería fantástico.

A estas alturas la estudiante sintió que su compañera se había liberado de su opresión. Ocurrió un momento de silencio. La estudiante se sintió sorprendida de descubrir que, mientras aún deseaba expresar sus propios puntos de vista, la urgencia y la tensión se habían disipado porque ya no se sentía “adversaria”. Entendió los sentimientos y necesidades tras las afirmaciones de su compañera y automáticamente dejó de sentir que ambas mujeres fueran mundos aparte.

Estudiante: ¿Sabes? Cuando dijiste al principio lo de actualizar el estigma de la ilegitimidad (O) me asusté realmente (S) porque me importa en verdad el que todos cooperemos en el cuidado de las personas que necesitan de ayuda (N). Alguna gente que viene en busca de comida son padres y madres adolescentes (O) y me gustaría estar segura de que se sienten bienvenidos (N). ¿Puedes

decirme como te sientes cuando entran Dashal o Amy y su novio? (R)

La estudiante se ha expresado en términos de la CNV usando los cuatro componentes del proceso: Observación, Sentimiento, Necesidad, Requerimiento.

El diálogo continuó con varios intercambios más, hasta que la estudiante tuvo la seguridad que necesitaba al entender que su compañera iba a dispensar un trato correcto y respetuoso a cualquier padre o madre adolescente que entrara en el local. Aún más importante, lo que esta estudiante ganó fue una nueva experiencia en la forma de expresar su disconformidad de manera que satisfaga sus necesidades de honestidad y respeto mutuo.

Entretanto, su compañera se fue satisfecha de que sus objeciones al tema del embarazo juvenil hayan sido plenamente escuchadas. Ambas partes se sintieron comprendidas y su relación se benefició de haberse tenido la una ala otra compartiendo sus coincidencias y diferencias sin que exista hostilidad alguna. En ausencia de la CNV, su relación podría haber comenzado a deteriorarse desde el primer momento y el trabajo que ambas querían realizar, ayudando a los necesitados hubiera podido ser menos grato.

CAPÍTULO 6.

Pidiendo Por Aquello Que Enriquecería Nuestras Vidas.-

Hemos cubierto, hasta el momento, los tres primeros componentes de la CNV que señala lo que observamos, sentimos y necesitamos. Hemos aprendido a hacerlo sin críticas, análisis, culpas o diagnósticos sobre otros, sino más bien en una forma que inspira nuestra compasión. El cuarto y último de los componentes de este procedimiento señala la cuestión de lo que querríamos solicitar de parte de los demás a fin de enriquecer nuestras vidas. Cuando nuestras necesidades no se ven satisfechas, emitimos la expresión de nuestras observaciones, sentimientos y necesidades seguida de un requerimiento específico: pedimos acciones que puedan satisfacer nuestras necesidades. ¿Cómo expresar nuestros requerimientos de modo que la gente a nuestro alrededor se vea impulsada a responder compasivamente a nuestras necesidades?

Usando Un Lenguaje De Acción Positiva.-

Primeramente, expresamos lo que requerimos en lugar de expresar lo que NO requerimos. En una canción infantil escrita por mi amiga Ruth Bebermeyer (en inglés) reza un verso en el que utiliza por dos veces la forma afirmativa de la forma negativa con que cierra la frase: “How do you do a don't? (más o menos ¿Cómo “haces” un “no hagas”?), y continúa “sólo se que me siento negativa cuando me niegan”. Estas letras revelan dos problemas enfrentados cuando los requerimientos se solicitan mediante palabras negativas. La gente suele confundir lo que realmente se requiere y más aún los requerimientos negativos provocan resistencia en los demás.

Una mujer, en un Taller, frustrada porque su marido pasaba muchas horas en el trabajo, describía como su requerimiento se le había vuelto en contra: “Le pedí que no pasara tanto tiempo en el trabajo. Tres semanas después, anunció que se había apuntado a un torneo de golf”. Efectivamente, ella había comunicado exitosamente lo que NO QUERÍA. Animada a reformular su requerimiento, se tomó un minuto para pensar y dijo: “Me hubiera gustado haberle dicho que quería que pasara al menos una tarde a la semana en casa con los niños y conmigo”.

Durante la guerra del Vietnam fui invitado a debatir en un programa de televisión con alguien cuya postura difería de la mía. El programa era grabado así que pude verlo en casa esa tarde. Cuando me vi en la pantalla expresándome en formas en las que no quería comunicarme me sentí muy inquieto. “Si alguna vez tengo la oportunidad de otro debate”, me dije “estoy determinado a no hacer lo que hice en este programa. No voy a volver a actuar a la defensiva. No voy a permitir que me hagan lucir como un idiota”. Adviértase como reflexioné en términos de aquello que no quería antes que en términos de lo que realmente quería hacer.

Una oportunidad para redimirme vino en la siguiente semana cuando fui invitado a continuar el debate en el mismo programa. Todo el camino hacia el estudio de televisión repetí para mí todas las cosas que no quería hacer. Tan pronto como el programa comenzó, aquel hombre se lanzó en la misma estrategia de la semana anterior. Tras unos diez segundos, después de su exposición, me las arregle para no comunicarme en las formas que había venido recordándome interiormente. En realidad no dije nada. Sólo me quedé sentado allí. No bien abrí mi boca, sin embargo, encontré palabras dando tumbos en mi cabeza que sólo referían a aquello que había determinado evitar. Fue una lección dolorosa acerca de lo que puede pasar cuando solamente me centro en lo que no quiero sin tener claro en absoluto aquello que quiero.

Una vez me invitaron a trabajar con algunos estudiantes de secundaria que sufrían una larga letanía de acusaciones contra el director del Centro. Le tachaban de racista y habían buscado el modo de hacerle frente. Un ministro de la iglesia que trabajaba en el ámbito de la juventud se sintió profundamente preocupado ante la perspectiva de la violencia. Por respeto al ministro, los estudiantes accedieron a reunirse conmigo.

Comenzaron por describirme lo que veían de discriminatorio de parte del director. Tras escuchar diferentes acusaciones, sugerí que procedieran a aclarar que era lo que querían del director.

“¿Qué puede importar eso?” contestó uno de ellos disgustado. “Ya hemos ido donde él y le hemos dicho lo que queremos. Y su respuesta fue '¡Váyanse de aquí! No necesito que vosotros me digáis lo que tengo que hacer'”.

Les pedí que me especificaran lo que habían requerido del director. Recordaron haberle dicho que no querían que él les dijera cómo arreglarse el cabello. Sugerí que quizá hubieran recibido más cooperación si se hubieran expresado en términos de lo que querían en lugar de lo que no querían. También le habían exigido a director el ser tratados con justicia, ante lo que el director se había puesto a la defensiva, negando a voces el que hubiera actuado alguna vez de manera injusta. Me aventuré a sugerir que el director hubiera dado una respuesta muy distinta si le hubieran expuesto situaciones concretas en lugar de la vaga idea que encierra “un tratamiento justo”.

Trabajando juntos encontramos modos de expresar sus requerimientos en un lenguaje de acción positiva. Al final del encuentro, los estudiantes habían definido 38 acciones que deseaban que el director acometiese, incluyendo “Querríamos que aceptara una representación de estudiantes negros para las decisiones que tengan que ver con el código de vestuario” y “Querríamos que se refiriera a nosotros como “estudiantes negros” y no como “esa gente”. Al día siguiente, los estudiantes presentaron sus requerimientos ante el director usando el lenguaje de acción positiva que habíamos practicado; esa tarde recibí una jubilosa llamada de teléfono de los estudiantes: El director había aceptado los 38 requerimientos.

En adición al uso del lenguaje positivo también querremos evitar las frases vagas, ambiguas o abstractas, y a apalabrar nuestros requerimientos en la forma de acciones concretas que los demás pueden asumir. Una historieta presenta a un hombre que ha caído en un lago. En su lucha por nadar, le grita a su perro, que está en la orilla “¡Lassie, ve a buscar ayuda!”. En la siguiente viñeta el perro está acostado en el sillón de un psiquiatra. Todos sabemos que tanto pueden variar las opiniones respecto a lo que entendemos por pedir ayuda. Algunos miembros de mi familia, cuando piden ayuda con el fregado, se refieren más bien a supervisión.

Una pareja con problemas en un Taller provee una ilustración complementaria acerca de cómo las expresiones no específicas pueden dificultar la comprensión y la comunicación. “Quiero que me dejes ser yo misma”, le exigió la mujer. “Ya lo hago” fue la respuesta del esposo. “No. No lo haces”, insistió la mujer. Conminada a expresarse en un lenguaje de acción positiva, la mujer replicó, “quiero que me des la libertad de crecer y ser yo misma”. Tal declaración, de todas maneras, es tan sólo vaga y tendente a provocar una respuesta defensiva. Luchó por formular su requerimiento claramente, y entonces admitió: “es extraño, pero si quiero ser precisa, creo que lo que quiero de ti es una sonrisa y que digas que lo que yo hago está bien hecho”. Muchas veces, el uso de un lenguaje vago y abstracto puede enmascarar interacciones interpersonales opresivas.

Una falta de claridad similar ocurrió entre un padre y su hijo de 15, cuando entraron en busca de consejo. “Todo lo que quiero es que empieces a mostrar un poco de sentido de la responsabilidad”, exclamó el padre, “¿Es eso pedir demasiado?”. Sugerí que especificara que necesitaría su hijo para demostrar el sentido de responsabilidad que buscaba. Tras una breve discusión tratando de aclarar su requerimiento, el padre expuso algo cohibido: “Bueno, no es que suena demasiado bien, pero cuando digo que quiero responsabilidad, lo que realmente quiero decir es que quiero que haga lo que le digo sin cuestionarlo todo – que salte cuando le digo que salte, y que sonría cuando lo hace”. Entonces coincidió conmigo en que si su hijo hiciera como él pedía, no estaría mostrando responsabilidad, sino más bien obediencia.

Como este padre, utilizamos un lenguaje vago y abstracto para indicar como queremos que la otra persona sienta o sea sin que tengamos que nombrar una acción concreta que puedan acometer para lograr el estado que deseamos. Por ejemplo, un empresario hace un esfuerzo genuino por invitar a la retroalimentación, diciéndole a los empleados: “Quiero que se sientan libres de expresarse con toda confianza ante mí”. Esta declaración comunica el deseo por parte del empresario de que los trabajadores se sientan “libres de expresarse” ante él, pero no aclara que pueden hacer para sentirse de esta manera. Por contra, el empresario podría haber usado un lenguaje de acción positiva para hacer su requerimiento: “Me gustaría que me 'dijerais' que puedo hacer yo para facilitaros la labor de sentiros libres para expresaros con naturalidad ante mí”.

Como ilustración final, acerca de cómo el lenguaje vago contribuye a la confusión interior, me gustaría presentar una conversación que, invariablemente, acontece durante mis prácticas de psicología clínica con los muchos clientes que vienen a mi con quejas de depresión. Cuando empatizo con la profundidad de los sentimientos que un cliente me acaba de expresar, nuestros intercambios procederán, típicamente, de la siguiente manera:

MBR: ¿Qué es lo que echas en falta que no estás consiguiendo?Cliente: No se que es lo que quiero.MBR: Ya esperaba que me respondieras eso.Cliente: ¿Por qué?MBR: Mi teoría es que nos deprimimos porque no obtenemos lo que deseamos, y no obtenemos lo que deseamos porque nunca hemos sido enseñados a conseguir lo que deseamos. Al contrario, hemos sido enseñados a ser buenos niños y niñas y buenos padres y madres. Si vamos a ser una de esos buenos niños o niñas, mejor nos acostumbramos a deprimirnos. La depresión es la recompensa que obtenemos por ser “buenos”. Pero, si lo que quieres es sentirte mejor, me gustaría que me aclares que es lo que te gustaría que la gente hiciera para que tu vida luciera más atractiva para ti mismo.Cliente: Lo que quiero es a alguien que me ame. Difícilmente se puede considerar algo irracional esto, ¿No?MBR: Es un buen comienzo. Ahora me gustaría que me aclararas que te gustaría que la gente hiciera para satisfacer tu necesidad de ser amado. Por ejemplo: ¿Qué puedo hacer yo mismo ahora?Cliente: Bueno... ya usted sabe...MBR: No estoy seguro de saberlo. Me gustaría que me dijeras que querrías que yo, u otros hiciéramos para darte el amor que estás buscando.Cliente: Eso es difícil.MBR: Sí, puede ser difícil el hacer demandas claras, pero piensa lo difícil que debe ser para otros el responder a tus demandas si, ni siquiera, podemos tener claro cuáles son.Cliente: Empiezo a tener claro que es lo que quiero de los demás para satisfacer mi necesidad de amor, pero es embarazoso.MBR: Sí, muchas veces nos resulta embarazoso. Así que bien, ¿Que quieres que hagamos yo, u otros?Cliente: Si realmente me centro en lo que quiero cuando reclamo amor, supongo que quiero que imagines que es lo que yo querría incluso antes de que yo fuera consciente de ello. Y entonces, querría que siempre actuaras en consecuencia.MBR: Agradezco tu claridad. Espero que veas que no debes esperar encontrar a alguien que te ame, si lo que pides de esa persona es lo que me has explicado anteriormente.

A menudo mis clientes han podido comprobar cómo la falta de consciencia sobre lo que desean de los demás ha contribuido significativamente a sus frustraciones y depresiones.

Demandando Conscientemente.-

A veces, somos capaces de hacer demandas claramente sin tener que pedirlas de viva voz. Supón que estás en la cocina y tu hermana, quien está viendo la televisión en el salón de estar, te llama, “Tengo sed”. En este caso, puede que resulte obvio que lo que quiere es que le lleves un vaso de agua de la cocina.

Aún así, en otras instancias, podemos expresar nuestra incomodidad e, incorrectamente, asumir que el interlocutor ha interpretado correctamente la petición. Por ejemplo: una mujer podría decirle a su marido, “Me molesta que hayas olvidado las cebollas y la mantequilla que te pedí que compraras para la cena”. Mientras que puede parecer obvio para ella de que le está señalando que vaya al supermercado, el marido puede pensar que sus palabras fueron emitidas con la sola intención de hacerle sentir culpable.

Aún más frecuentemente, no somos conscientes de lo que demandamos cuando hablamos. Hablamos “a” los demás, sin saber cómo entablar un diálogo “con” ellos. Expulsamos las palabras, usando la presencia de los otros como si fueran papeleras. En tales situaciones, el oyente, incapaz de discernir una clara demanda en las palabras del orador, puede experimentar el tipo de disgusto que se ilustra con la siguiente anécdota:

Estaba sentado en un mini-tren de pasajeros entre las estaciones de Dallas y Fort Worth Airport, en la misma fila que una pareja sentada al otro lado del pasillo central. Para los pasajeros que llevan prisa para coger un vuelo, el paso de caracol del tren puede llegar a ser irritante. El hombre se volvió hacia su esposa y dijo con vehemencia, “Nunca había visto un tren tan lento en toda mi vida”. Ella no dijo nada, aparentando tensa e incómoda ante la duda de qué respuesta debía de estar esperando él de ella. Entonces él hizo lo que muchos solemos hacer cuando no obtenemos la respuesta que deseamos: se repitió a sí mismo “nunca he visto un tren tan lento en toda mi vida”.

La esposa, sin respuesta, lució aún más nerviosa. En su desesperación, ella se volvió hacia él y dijo: “Están programados electrónicamente”. No pensé que aquella porción de información fuera a satisfacer al hombre, y en efecto no lo hizo, porque repitió para sí mismo una tercera vez, aún más alto: “¡NUNCA HE VISTO UN TREN MÁS LENTO EN MI VIDA!”. La paciencia de la mujer estaba claramente agotada cuando espetó por respuesta: “¡Vale! ¿Qué quieres que haga al respecto?, ¿Me bajo y empujo?”. He aquí ahora a dos personas que sufren.

¿Qué respuesta es la que desea el esposo? Pienso que quería oír que su dolor era comprendido. Si su esposa hubiera sabido esto, ella podría haber respondido, “Suena como que te asusta la posibilidad de que perdamos nuestro vuelo y disgustado porque querrías un tren más rápido para esta línea.

En el diálogo anterior, la esposa era consciente de la frustración de su esposo pero no tenía ninguna pista de lo que él esperaba de ella. Igualmente problemática es la situación inversa – cuando la gente declara sus demandas sin antes comunicar los sentimientos y necesidades tras éstas. Esto es especialmente cierto cuando la demanda toma forma de pregunta “¿Por qué no vas y te cortas el pelo?” puede ser escuchado por los oídos de los jóvenes como una orden o un ataque a su personalidad, a no ser que sus progenitores recuerden revelar sus necesidades y sentimientos: “Estamos preocupados porque tu pelo ha crecido tanto que te puede privar de que veas las cosas, especialmente cuando vas en bici. ¿Qué tal un corte de pelo?

Es aún más común, sin embargo, el que la gente hable sin ser conscientes de lo que piden. “No estoy pidiendo nada” puede que respondan, “sólo quería decir lo que dije”. En mi creencia es que cada vez que decimos algo a otra persona, estamos demandando algo en retorno. Puede que sea simplemente una conexión empática – un reconocimiento verbal o no verbal, como pasaba con el hombre del tren, de que nuestras palabras han sido entendidas. O puede que demandemos

honestidad: deseamos conocer la honesta reacción de nuestro interlocutor ante nuestras palabras. O puede que estemos demandando una acción que esperamos que pueda satisfacer nuestras necesidades. Cuanto más claros somos respecto de lo que queremos de las demás personas, más probablemente satisfaremos nuestras necesidades.

Pedir Una Reflexión.-

Como sabemos, el mensaje que enviamos no siempre es el mensaje que se recibe. Generalmente confiamos en ciertas pistas para determinar si nuestras palabras han sido entendidas satisfactoriamente. Si, aún así, no estamos seguros de que se ha recibido como se pretendía, tenemos que ser capaces de demandar una respuesta que nos diga como fue escuchado el mensaje para estar en disposición de corregir cualquier malentendido. En algunas ocasiones, una simple pregunta como “¿Lo tienes claro?” puede bastar. Otras veces necesitamos más que un simple “Sí, te he entendido” para sentirnos confiados de que verdaderamente nos han entendido. En tales casos, podemos pedir que expresen en sus propias palabras lo que han entendido del mensaje. Entonces tenemos la oportunidad de restar partes a nuestro mensaje para señalar cualquier discrepancia u omisión que hayamos captado en su reflexión.

Por ejemplo, un profesor se acerca a un estudiante y le dice, “Pedro, me preocupé ayer, al comprobar mi libro de incidencias. Quiero estar seguro de que eres consciente de las tareas que echo a faltar en tu expediente. ¿Puedes pasarte por mi oficina al terminar las clases?”. Pedro titubea, “Sí, ya lo sé”, da media vuelta y se marcha, dejando al profesor incómodo ante la duda de que el mensaje haya sido recibido con la precisión requerida. El profesor le pide, entonces, una reflexión: “¿Podrías repetirme lo que me has oído decir?”, a lo que Pedro le responde: “Usted me ha dicho que tengo que dejar de practicar fútbol para quedarme después de clases porque no le gustó como hice mis tareas”. Confirmadas sus sospechas de que Pedro no ha recibido el mensaje según sus intenciones, el profesor trata de replicar, pero antes pone mucho cuidado en su siguiente aseveración.

Decir algo como “No me has oído”, “Eso no es lo que yo dije”, o “Me estás malinterpretando”, pueden conducir a Pedro a pensar que está siendo reprendido. Desde el momento en que el profesor percibe que Pedro ha respondido sinceramente a su demanda de una reflexión, ella podría decir, “te agradezco por decirme lo que entendiste. Me doy cuenta de que no me hice entender como hubiera querido, así que lo intentaré otra vez”.

Las primeras veces que pedimos a los demás una reflexión sobre lo que nos han entendido al decir algo, puede que nos sintamos incómodos y raros, porque tales demandas no son comunes. Cuando enfatizo en la importancia de nuestra capacidad para pedir reflexiones, la gente suele expresar reservas. Les preocupan reacciones tales como “¿Qué te crees, que soy sordo?”, o “Para ya con tus jueguitos psicológicos”. Para prevenir respuestas como estas, podemos explicar antes, a la gente, el porqué a veces les pedimos sus reflexiones a nuestras palabras. Dejamos claro que no estamos examinando su capacidad de atención, sino comprobando que nos hemos sabido expresar con claridad. Aún así, puede que nuestro interlocutor replique: “Ya oí lo que dijiste, no soy estúpido”, en cuyo caso tenemos la opción de enfocarnos en sus sentimientos y necesidades y preguntar, bien en voz alta o en voz baja, “¿Entiendo que te sientes molesto porque quieres que respete tu capacidad para entender lo que se te dice?”.

Demandando Honestidad.-

Después de que nos hemos expresado abiertamente y hemos recibido la comprensión que queríamos, solemos estar ansiosos por saber la reacción de la otra persona a lo que hemos dicho.

Usualmente la honestidad que desearíamos recibir toma una de estas tres direcciones:

A veces querríamos saber los sentimientos que han sido estimulados por lo que hemos dicho, y las razones para ello. Podemos demandar esto, pidiendo: “Me gustaría que me dijeras como te sientes acerca de lo que acabo de decir y tus razones para sentirte así”.

A veces querríamos saber algo acerca de los pensamientos de nuestro interlocutor en respuesta a nuestra demanda. En estos casos, es importante especificar qué pensamientos desearíamos que compartiera. Por ejemplo, podríamos decir: “Me gustaría que me dijeras si puedes predecir si mi propuesta va a tener éxito, y si no, que crees que puede evitarlo”, en vez de decir simplemente “Quisiera que me digas que piensas de lo que dije”. Cuando no especificamos qué pensamientos nos gustaría conocer, la otra persona puede que responda en una dirección opuesta a los pensamientos que buscábamos conocer.

A veces querríamos conocer si la persona desea acometer acciones que hemos recomendado. Tal demanda podría sonar así: “Querría que me dijeras si te gustaría que pospusiéramos nuestra reunión una semana”.

El uso de la CNV requiere que seamos conscientes de la forma específica de honestidad que deseamos de parte de los demás y que hagamos nuestras demandas en una forma concreta.

Haciendo Demandas A Un Grupo.-

Es especialmente importante, cuando nos dirigimos a un grupo, el ser claros acerca de la clase de entendimiento u honestidad deseamos de vuelta, cuando nos hemos expresado. Cuando no somos claros acerca de la respuesta que deseamos, podemos instigar a conversaciones improductivas que acaban satisfaciendo las necesidades de ninguno.

He sido invitado de vez en cuando a trabajar con grupos de ciudadanos afectados por el racismo en sus comunidades. Uno de los temas que surge frecuentemente entre estos grupos es la de que sus reuniones son tediosas e infructuosas. Esta falta de productividad conlleva un coste alto para los miembros del grupo, quienes suelen disponer de recursos limitados para pagar el transporte y el cuidado de los niños, con tal de acudir a las reuniones. Frustrados por prolongadas discusiones que no conducían a ninguna dirección, muchos miembros abandonaron el grupo, declarando que las reuniones eran una pérdida de tiempo. Más aún teniendo en cuenta que los cambios institucionales que reclaman no son de los que ocurren con facilidad ni rapidez. Por todas estas razones, cuando estos grupos se reúnen, es importante que hagan buen uso del tiempo en común.

Conozco miembros de uno de esos grupos que se habían organizado para efectuar cambios en el sistema escolar local. Su creencia era que varios de los elementos en el sistema escolar eran discriminatorios para los estudiantes desde el punto de vista racial. Porque sus reuniones eran improductivas y el grupo estaba perdiendo miembros, me invitaron a observar sus discusiones. Sugerí que condujeran su reunión de la manera habitual, y después les diría si veía cómo la CNV podía ser de utilidad.

Un hombre empezó la reunión llamando la atención del grupo sobre un artículo de un periódico reciente en el que una madre, perteneciente a una minoría, había elevado quejas y demandas a consecuencia del tratamiento que su hija recibía del director. Una mujer respondió compartiendo una situación que había vivido cuando era estudiante en la misma escuela. Uno a uno, cada miembro relató una experiencia personal similar. Después de veinte minutos le pregunté al grupo si sus necesidades estaban siendo satisfechas mediante la conversación en curso. Nadie dijo un “Sí”. “¡Esto es lo que pasa siempre en estas reuniones!”, bufó un hombre. “Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que sentarme a escuchar la misma porquería”.

Entonces me dirigí al hombre que había iniciado la conversación: “¿Podría decirme, cuando usted trajo a colación el artículo del periódico, qué respuesta estaba deseando de parte del grupo?”, “Pensé que era interesante”, me contestó. Le expliqué que lo que preguntaba era qué tipo de respuesta esperaba de la gente, no lo que pensaba acerca del artículo. Él ponderó la respuesta un momento y concedió: “No estoy seguro de lo que esperaba”.

Y por eso, pienso yo, veinte minutos del valioso tiempo del grupo había sido desperdiciado en un discurso infructuoso. Cuando nos dirigimos a un grupo sin ser claros respecto a lo que queremos recibir de vuelta, las discusiones improductivas suelen tener efecto. Aún así, si sólo uno de los miembros del grupo es consciente de la importancia de demandar la respuesta deseada, puede extender su consciencia sobre el resto del grupo. Por ejemplo, cuando este hombre en particular no definió qué respuesta quería un miembro del grupo podría haber dicho: “Estoy confuso sobre como querrías que te respondiera a tu historia. ¿Me puedes ayudar a entender qué respuesta esperas?”. Tales intervenciones pueden prevenir el desperdicio del precioso tiempo del grupo.

A veces las conversaciones profundizan más y más, satisfaciendo las necesidades de ningún miembro del grupo porque no está claro si el que ha iniciado la conversación ha obtenido lo que esperaba. En la India, cuando las personas recibieron la respuesta que querían en conversación que iniciaron, dicen “bas”. Esto significa: “No necesitas decir más. Me siento satisfecho y ya puedo pasar a otra cosa”. Aún cuando carezcamos de una palabra así en nuestra propia lengua, podemos beneficiarnos desarrollando y promoviendo la “consciencia bas” en cada una de nuestras interacciones.

Peticiones Versus Demandas.-

Las peticiones son entendidas como si demandas fueran cuando los otros creen que van a ser culpados o castigados si no cumplen con el objeto demandado. Cuando la gente nos oye hacer una demanda, se ve con dos únicas opciones: sumisión o rebelión. Cualquiera de las alternativas colocan al demandante en alguien coercitivo, y la capacidad del oyente para responder compasivamente a la petición se ve disminuida.

Cuanto más hayamos castigado, culpado, o salpicado parches de culpa a quienes no nos han respondido positivamente a nuestras peticiones, más alta la posibilidad de que nuestras peticiones actuales sean oídas como demandas. Nosotros mismos, también, acabamos pagando por el uso de esas tácticas. Hasta el grado en que las personas en nuestras vidas hayan sido castigadas, culpadas o urgidas a sentir culpa por no hacer lo que otros les han pedido, crecerán las posibilidades de que lleven ese equipaje a cada una de las subsecuentes relaciones, y de que oigan una demanda en cada petición.

Veamos dos variantes de una misma situación: Jack le dice a su amiga Jane: “Estoy solo y me gustaría pasar la tarde contigo”. ¿Es esta una demanda o una petición? La respuesta es que no lo sabremos hasta que observemos como Jack trata a Jane si ella no accede. Supongamos que ella replica, “Jack, estoy realmente cansada, si quieres algo de compañía, ¿Qué tal si buscas a alguien más para pasar la tarde?”. Si Jack reacciona diciendo “¡Qué típico de ti el ser tan egoísta?”, su petición era en realidad una demanda. En vez de empatizar con el cansancio de ella, la culpa de ser egoísta.

Consideremos un segundo escenario:

Jack: Estoy solo y me gustaría que pasaras la tarde conmigo.

Jane: Jack, estoy realmente cansada, si quieres algo de compañía, ¿Qué tal si buscas a alguien más para pasar la tarde?Jack de gira sin decir una palabra.Jane (percibiendo su enfado): ¿Algo te molesta?Jack: No.Jane: ¡Vamos, Jack! Siento que algo pasa, ¿Me lo cuentas?Sabes lo solo que me siento. Si realmente que quisieras pasarías la tarde conmigo.

Otra vez, en lugar de empatizar, Jack interpreta la respuesta de Jane en el sentido de afirmar que no le quiere y que le ha rechazado. Cuanto más interpretemos la no concesión como rechazo, más se parecerán nuestras peticiones a demandas. Esto conduce a una profecía autocumplida, ya que, cuantas más demandas oiga la gente, menos disfrutarán en nuestra compañía.

Por otro lado, sabríamos que la petición de Jack hubiera sido genuina, no una demanda, si en su respuesta a Jane hubiera expresado un reconocimiento respetuoso de sus sentimientos y necesidades. Por ejemplo si le hubiera dicho: “¿Así que te sientes gastada y necesitas descanso esta tarde?”.

Podemos ayudar a otros a que entiendan que pedimos, sin demandar, indicándoles que querríamos que la persona accediera a nuestra petición únicamente si fuera esa su voluntad. Así, podríamos decir: “¿Querrías poner la mesa?, en lugar de “Quisiera que pusieras la mesa”. De cualquier modo, la manera más poderosa de comunicar que estamos haciendo una petición genuina es empatizar con la gente, cuando no acceden a nuestra petición. Demostramos con ello que estamos haciendo una petición antes que una demanda por como respondemos cuando los demás no nos conceden lo solicitado. Si estamos preparados para mostrar una comprensión empática de lo que evita que alguien haga algo que le hemos pedido, entonces bajo mi punto de vista, hacemos peticiones y no demandas. Escoger la petición antes que la demanda no significa que nos demos por vencidos cuando alguien dice “no” a nuestra petición. Significa que no usamos la persuasión hasta que no hayamos empatizado con la razón que le previene de acceder.

Definiendo Nuestro Objetivo Cuando Hacemos Peticiones.-

Expresar peticiones genuinas requiere también de lo conscientes que seamos de nuestro objetivo. Si éste es sólo cambiar a la gente y su comportamiento o para sacar provecho propio, la CNV no es una herramienta apropiada. El proceso está diseñado por aquellos de nosotros que querríamos que los demás cambiaran de opinión y accedieran, pero sólo si es voluntaria y compasivamente. El objetivo de la CNV es establecer una relación basada en la honestidad y la empatía. Cuando otros perciben que nuestro compromiso primario es con la calidad de la relación, y que esperamos que el proceso satisfaga las necesidades de todos, pueden entonces confiar en que nuestras peticiones son realmente eso y no demandas camufladas.

Una consciencia permanente sobre este objetivo es difícil de mantener, especialmente para padres, madres, profesores, directores y aquellos cuyo trabajo se centra en influenciar a la gente y obtener control sobre el comportamiento. Una madre, que regresaba a un Taller tras el descanso del almuerzo, me anunció: “Marshall, fui a casa y probé. No funcionó”. Le pedí que me describiera lo que había hecho.

“Fui a casa y expresé mis sentimientos y necesidades, tal y como lo hemos practicado. No hice críticas, ni juicios sobre mi hijo. Simplemente dije: 'A ver, cuando veo que no has hecho el trabajo que dijiste que ibas a hacer, me siento muy disgustada. Quisiera tener la opción de llegar a casa y encontrarla en orden y tus tareas cumplidas', entonces le hice la petición: 'quiero que limpies

inmediatamente'”.

“Suena como que hubieras usado todos los componentes. ¿Qué ocurrió?” le comenté. Me respondió que no lo había hecho. “¿Qué pasó entonces?”le volví a preguntar. “Le dije que no podía ir por la vida siendo un vago y un irresponsable”.

Pude apreciar que la mujer no estaba capacitada aún para distinguir entre expresar peticiones y demandar. Seguía considerando el proceso como exitoso únicamente si conseguía sus objetivos. Durante las fases iniciales del aprendizaje del proceso, puede que nos encontremos aplicando los componentes de la CNV mecánicamente sin consciencia clara del propósito oculto.

A veces, sin embargo, aún cuando somos conscientes de nuestras intenciones y expresamos nuestra petición con cuidado, alguna gente puede seguir escuchando una demanda. Esto es particularmente cierto cuando ocupamos posiciones de mando y hablamos con aquellos que han tenido experiencias pasadas con figuras de autoridad coercitivas.

Una vez, el administrador de un Instituto me invitó a demostrarles a los profesores cómo la CNV podría ser de ayuda en la comunicación con alumnos que no eran tan cooperadores como el profesorado hubiera deseado.

Les pedí que nos reuniéramos con cuarenta estudiantes que habían sido señalados como “social y emocionalmente desajustados”. Estaba anonadado de la manera en que estas etiquetas sirven como profecías autosatisfechas. Si tú hubieras sido un estudiante que hubiera sido etiquetado así, ¿No te hubieras sentido autorizado a divertirte en el colegio resistiéndote a cualquier cosa que se te pidiera? Asignando estas etiquetas a la gente tendemos a actuar hacia ellos de forma que contribuimos al comportamiento que nos afecta, que vemos, a partir de aquí, como una confirmación al diagnóstico que habíamos expuesto. Sabiendo que estos estudiantes sabían a su vez que habían sido clasificados como “social y emocionalmente desajustados”, no me sorprendió que cuando entré, la mayoría de ellos estaban apoyados en la ventana aullando groserías a sus compañeros, que estaban en el patio. Empecé por hacer una petición: “Querría que vinierais todos a vuestros puestos y así podré deciros quién soy y lo que quisiera que hiciéramos hoy”. Aproximadamente la mitad de los alumnos hicieron lo solicitado. Sin poder estar seguro de que todos me hubieran oído, repetí mi petición. Con ello, el resto de los estudiantes tomó asiento, a excepción de dos chicos jóvenes quienes se quedaron apoyados en el alféizar de la ventana. Desafortunadamente para mí, eran los dos estudiantes más grandes de la clase.

“Excúsenme”, me dirigí a ellos, “¿Querría alguno de ustedes dos decirme lo que me han oído decir?”. Uno de ellos se giró hacia mí y soltó: “Sí, ha dicho que tenemos que tenemos que ir a sentarnos”. Pensé para mí “Uy! Ha entendido mi petición como una orden”.

En voz alta le dije: “Caballero (he aprendido a referirme de esta forma a quienes lucen estos bíceps, especialmente cuando lucen en ellos algún tatuaje), “¿Podría ilustrarme sobre cómo podría hacerle saber lo que querría de manera que no le sonara que lo estoy comandando? - “¿Eh?” respondió -. Habiendo condicionado a esperar exigencias de parte de quienes ostentaban autoridad, no estaba habituado a este nuevo modo de que se le acercaran. “Cuando le digo lo que me gustaría, no estoy diciéndole que lo tiene que hacer o que voy a tratar de hacerle la vida imposible. No se como plantearle ésto de manera que no suene como que no me importa lo que a usted le gustaría”, le repetí. “No sé” respondió tras un momento de duda.

“Lo que ocurre entre usted y yo en este momento es un buen ejemplo de lo que quiero que hablemos hoy. Pienso que la gente puede disfrutar, los unos de los otros, mucho mejor si pueden decir lo que quieren sin tener que dar órdenes a los demás de alrededor. Cuando te digo que es lo

que me gustaría, no te obligo, ni quiero hacerte infeliz. No sé como debo decirte esto de forma que te sientas en confianza”. Para mi alivio, esto pareció tener sentido para el joven, quién, junto con su amigo, se deslizaron dentro del grupo. En ciertas situaciones como la expuesta, puede tomarnos un tiempo para que nuestras peticiones sean claramente vistas según su intención original.

Cuando hacemos una petición, es también de ayuda es examinar nuestra mente en busca de pensamientos de aquella especie que transforma automáticamente las peticiones en exigencias:

Él debería limpiar por sí mismo. Ella está supuesta a hacer lo que le digo. Yo merezco un aumento de salario. Me justifico en que se han quedado hasta tarde. Tengo derecho a tener más tiempo libre.

Cuando enmarcamos nuestras necesidades de esta forma, estamos prontos a juzgar a otros cuando no hacen lo que pedimos. He tenido esta clase de pensamientos autocomplacientes en mi mente cuando mi hijo más joven no estaba sacando la basura. Cuando estábamos dividiendo las tareas de la casa, él había aceptado esta tarea, pero todos los días tenía que recordárselo. “Es tu trabajo”, “Todos tenemos un trabajo”, etc.- con el solo objetivo de que sacara la basura.

Finalmente, una noche presté atención más próximamente a las excusas que me había venido dando para no tener que sacar la basura. Escribí la siguiente canción tras la discusión de aquella tarde. Tras conseguir que mi hijo sintiera mi empatía con su postura, empezó a sacar la basura sin que tuviera que recordárselo más.

La Canción De Brett.-

Si he entendido correctamenteno intentas exigirme,por lo que usualmente te responderé.Pero si vienes en plan de grande y poderoso Jefete darás de frente con una pared.Y cuando me recuerdes, muy piadoso,todo aquello que hiciste por mí,mejor prepárate: ¡Ahí viene lo gordo!Entonces puedes gritar,puedes escupir,gemir, llorar o lanzarme dardos:pero no sacaré la basura.Aún en el caso de que cambiaras tu estilome tomará un cierto tiempoantes de que perdone y olvide.Porque parecería que túno me vieras como un ser humanoa no ser que esté a la altura de tus estándares.

Sumario.-

El cuarto componente de la CNV señala la cuestión de qué es lo que querríamos pedir a los demás

para enriquecer nuestras vidas. Tratamos de evitar construcciones vagas, abstractas o ambiguas, y recordamos usar el lenguaje de acción positiva declarando que estamos reclamando en lugar de aquello que NO reclamamos.

Cuando hablamos, cuando más claros tenemos lo que queremos recibir, más probabilidades de obtenerlo tendremos. En tanto que el mensaje que enviamos no siempre es el mensaje que se recibe, necesitamos aprender cómo confirmar que nuestro mensaje se ha recibido con precisión. Especialmente cuando nos expresamos ante un grupo, debemos ser claros acerca de la respuesta que esperamos. De otra manera podemos dar pie al inicio de conversaciones improductivas que se convierten en un desperdicio de tiempo para el grupo.

Las peticiones son recibidas como demandas cuando los oyentes creen que serán culpados o castigados si no son cumplidas. Podemos ayudar a otros a que confíen en que pedimos y no demandamos, indicándoles nuestro deseo de que cumplan nuestras peticiones, sólo si desean hacerlo voluntariamente. El objetivo de la CNV no es cambiar a la gente y su comportamiento con el fin de conseguir lo que queremos; es el de establecer relaciones basadas en la honestidad y la empatía que acabará satisfaciendo las necesidades de todos.

CNV EN ACCIÓN

Compartiendo Temores Acerca De Un Buen Amigo Fumador.-

Al y Burt han sido los mejores amigos por más de treinta años. Al, un no fumador, ha hecho lo imposible, a lo largo de los años, para persuadir a Burt de que deje su hábito de fumar dos paquetes diarios. Consciente de la creciente severidad de la tos seca que sufre su amigo, Al explotó un día con toda la energía que había estado enterrada todos estos años en su rabia y temor sin expresión.

Al: Burt, se que hemos hablado de esto docenas de veces, pero escúchame. Tengo miedo de que tus malditos cigarrillos acaben matándote. Eres mi mejor amigo, y quiero tenerte todo el tiempo que me sea posible. Or favor, no pienses que te juzgo. No lo hago, simplemente estoy preocupado. (En el pasado, cuando Al había tratado de hacer que lo dejara, Burt le había acusado de juzgarle).Burt: No, si veo tu preocupación. Hemos sido amigos por largo tiempo...Al: (haciendo una petición) ¿Querrías dejarlo?Burt: Ojalá pudiera.Al: (tratando de escuchar los sentimientos y necesidades que impiden que Burt acceda a la petición) ¿Estás asustado de dejarlo porque no querrías fracasar?Burt: Sí. Sabes cuantas veces lo he intentado anteriormente... Ya sé que la gente piensa mal de mí por no ser capaz de dejar de fumar.Al: (imaginando que podría querer pedir Burt) Yo no pienso mal de tí. Y si has intentado y fracasado antes, seguiría sin pensar mal de ti. Lo único que me gustaría es que lo intentaras.Burt: Gracias, pero no eres el único... Es todo el mundo: puedes leerlo en sus ojos – piensan que soy un fracasado.Al: (empatizando con los sentimientos de Burt) ¿Se te hace insoportable el tener que preocuparte de lo que otros puedan pensar, cuando ya es bastante difícil por sí mismo el dejar de fumar?Burt: Realmente odio la idea de que pueda ser un adicto, de darme cuenta a veces de que no puedo controlarlo...Al: (sus ojos conectando con los de Burt, mueve la cabeza afirmativamente. El interés y la atención de Al se revelan a través de sus ojos y en el silencio que sigue).Burt: Me refiero a que ya ni siquiera me gusta fumar. Es como si fueras un paria si lo haces en público. Es embarazoso.Al: (continúa empatizando) Suena como si realmente desearas dejarlo pero estuvieras asustado de

fracasar. Y cómo afectaría eso a tu imagen y tu autoconfianza.Burt: Sí, supongo que sí. Ya sabes, no pienso que nunca hablara de esto antes. Normalmente, cuando la gente me dice de dejar de fumar, simplemente los digo que me dejen en paz. Me gustaría dejarlo, pero no quiero toda esa presión a mi alrededor.Al: No querría presionarte. No sé si podría ayudarte ante tus temores de no triunfar, pero estoy convencido de querer ayudarte de cualquier modo. Si fuera lo que querrías de mí...Burt: Sí querría. Me siento conmovido por tu preocupación y voluntad. Pero, supón que no me siento preparado para intentarlo en este momento. ¿No te molesta?Al: Por supuesto que no, Burt. Te quiero igualmente. Solo que querría tenerme por largo tiempo. (Porque la petición de Al fue una petición genuina, no una demanda, mantiene consciencia de su compromiso hacia la calidad de la relación, sin tener en cuenta la respuesta de Burt. Expresa su consciencia y su respeto por la necesidad de Burt de tener autonomía a través de sus palabras “te sigo queriendo”, mientras, simultáneamente expresa su propia necesidad “te quiero tener por largo tiempo”).Burt: Bueno, pues quizá lo vuelva a intentar... pero no le digas a nadie más, ¿Vale?Al: ¡Seguro! Tú decidirás cuando estés preparado; no se lo comentaré a nadie.

CAPÍTULO 7.

Recibiendo Empáticamente.-

En los cuatro últimos capítulos describimos los cuatro componentes de la CNV: lo que observamos, sentimos, necesitamos y lo que desearíamos pedir a fin de enriquecer nuestras vidas. Ahora abandonamos la auto-expresión para aplicar estos mismos componentes para escuchar lo que otros observan, sienten, necesitan y piden. Nos referimos a esta parte del proceso de comunicación como “recibiendo empáticamente”.

Presencia: No Sólo Hagas Algo, Mantente Firme.-

La empatía es una comprensión respetuosa de lo que otros experimentan. El filósofo chino Chang-Tzu declaró que la empatía verdadera requiere de escuchar con todo el ser. “La escucha que sólo está en los oídos es una cosa. La escucha de la comprensión es otra cosa. Pero la escucha desde el espíritu no está limitada a ninguna otra facultad, ni al oído, ni a la mente. En sí requiere del vacío de todas las otras facultadas. Y cuando las facultades están vacías, es cuando todo tu ser escucha. Es, en ese momento, cuando adivinamos lo que tenemos justo delante de nuestras narices que nunca será escuchado por oídos o comprendido por la mente”.

En lo que nos relacionamos con los demás, sólo mostraremos empatía cuando nos hayamos deshecho de todas las ideas preconcebidas y juicios acerca de ellas. El filósofo israelita, nacido en Austria, Martin Buber, describe esta cualidad de presencia que la vida nos demanda: “En contra de todas las similitudes, cada situación en la vida tiene, como un recién nacido, un nuevo rostro, que nunca ha sido antes y no será nunca. Demanda de ti una reacción que no puede estar preparada de antemano. Demanda nada del pasado. Demanda presencia, responsabilidad; te reclama a ti”.

La presencia que la empatía requiere y no es fácil de mantener. “La capacidad de entregar nuestra atención a alguien que sufre es algo difícil y complejo; es casi un milagro”, asegura la escritora francesa Simone Weil. “Casi todos aquellos que piensan que tiene la capacidad, carecen en realidad de ella”. En vez de empatía, tendemos a sentir una fuerte urgencia de aconsejar o reafirmar, y a explicar nuestra postura o sentimiento. La Empatía, por otro lado, requiere el enfoque de toda nuestra atención en el mensaje de la otra persona. Damos a otros el tiempo y el espacio que necesitan para expresarse completamente y para que se sientan comprendidos. Hay un proverbio budista que describe óptimamente esta habilidad: “No tienes que hacer algo, simplemente estate ahí”.

A menudo es frustrante, para alguien que precisa de nuestra empatía, el que asumamos que lo que necesita nuestro interlocutor es una reafirmación o un consejo tipo “arréglalo tú mismo”. Recibí una lección de mi hija, que me enseño a comprobar primero si consejos o reafirmaciones son esperados, antes de ofrecerlos. Un día se miraba al espejo y dijo “soy fea como una cerda”.

“Tú eres la más maravillosa que Dios ha puesto sobre la faz de la tierra”, declaré. Me disparó una mirada de exasperación y exclamó “¡Papá, por favor!”, y dio un portazo cuando salió de la habitación. Más tarde descubrí que lo que estaba buscando era empatía. En lugar de mi “reafirmación pasada de moda”, podría haber preguntado: “¿Te sientes disconforme con tu aspecto hoy?”.

Mi amigo Holley Humphrey ha identificado algunos comportamientos comunes que nos impiden una presencia suficiente para conectar empáticamente con los demás. Los siguientes ejemplos muestran esos obstáculos:

Aconsejar: “Yo creo que deberías...”, “¿Cómo es que no hiciste...?” Protagonizar: “Eso no es nada; deja que te enteres de lo que me pasó a mi...”. Educar: “Esto se podría haber convertido en una magnífica experiencia si hubieras...”.

Consolar: “No fue tu culpa; hiciste todo lo que pudiste”. Cuenta-cuentos: “Eso me recuerdo cuando yo...”. Cortante: “Anímate. No te sientas tan mal”. Interrogante: “¿Cuándo es que empezó esto?”. Explicativo: “Debería haber llamado pero...”. Corregir: “No es así como ocurrió”.

En su libro “Cuando Cosas Malas Le Ocurren A La Gente Buena”, el rabino Harold Kushner describe lo doloroso que fue para él, cuando su hijo estaba muriendo, el oír las palabras que la gente le ofrecía con la intención de hacer que se sintiera mejor. Aún más doloroso resultó su reconocimiento de que durante veinte años él había estado diciendo las mismas cosas a otros en aquella situación.

Creyendo que tenemos que arreglar situaciones y hacer que los demás se sientan mejor nos previene de estar presentes. Aquellos de nosotros, en el papel de consejero o psicoterapeuta somos particularmente susceptibles a esta creencia. Una vez, cuando trabajaba con veinte y tres profesionales de salud mental, les peí que escribieran, palabra por palabra, como podrían responder a un cliente que dice, “Me siento muy deprimido. No encuentro ninguna razón para seguir”. Reuní las respuestas que habían escrito y anuncié, “Ahora voy a leer en voz alta qué es lo que cada uno de ustedes ha escrito. Imagínense ustedes mismos en el rol de la persona que ha expresado el sentimiento de depresión, y levanten la mano tras cada respuesta que oigan que les dé la sensación de que han sido comprendidos”. Sólo se levantaron en tres ocasiones las manos, de entre las veinte y tres respuestas leídas. Preguntas como “¿Cuándo comenzó esto?” constituían las respuestas más frecuentes. Dieron la apariencia del profesional obteniendo la información necesaria para diagnosticar y tratar el problema. De hecho, tal comprensión intelectual de un problema bloquea la clase de presencia que la empatía precisa. Cuando estamos pensando acerca de las palabras de la gente, atendiendo a como conectan con nuestras teorías, estamos mirando a la gente, no estamos con ellos. El ingrediente clave de la empatía es la presencia: estamos completamente presentes con la otra persona y con lo que experimenta. Esta cualidad de presencia distingue a la empatía de otros tipos de comprensión mental, o simpatía. Mientras que aveces escogemos simpatizar con los demás a través de compartir sus sentimientos, es de ayuda tener claro que desde el momento en que ofrecemos simpatía, no estamos empatizando.

Escuchando En Busca De Sentimientos Y Necesidades.-

En la CNV, sin importar las palabras que la gente use para expresarse, nosotros escuchamos en busca de sus observaciones, sentimientos, y necesidades y también de aquello que piden para enriquecer sus vidas. Imagina que le has prestado atención a un nuevo vecino que se te ha aproximado con una emergencia personal. Cuando tu familia lo descubre, reaccionan con intensidad, “Eres un loco por haber confiado en un extraño total”. El diálogo en la próxima página nos muestra como sintonizar los sentimientos y necesidades de los miembros de su familia en contraste con: A) culparte a ti mismo tomando el mensaje en modo personal o b)culpándoles y juzgándoles a ellos.

En esta situación, es obvio lo que la familia está observando y su reacción: el prestar atención a un extraño. En otras situaciones, no estaría tan claro. Si un colega nos dice: “No eres un buen jugador de equipo”, podemos no saber que está observando, aunque normalmente somos capaces de imaginar qué comportamiento ha provocado tal comentario.

El siguiente intercambio durante un Taller demuestra la dificultad de enfocar en los sentimientos y las necesidades de la gente cuando estamos acostumbrados a tomar responsabilidad por sus

sentimientos y a tomar los mensajes de forma personal. La mujer en este diálogo quería aprender a escuchar los sentimientos y necesidades tras ciertas afirmaciones de su esposo. Le sugerí que imaginara sus sentimientos y necesidades y que lo comprobara con él.

Una afirmación del esposo era: “¿Qué bien me puede hacer hablar contigo? Tú nunca escuchas”.

Mujer: ¿Te sientes infeliz conmigo?MBR: Cuándo dices “conmigo” infieres que sus sentimientos son el resultado de lo que hiciste. Preferiría que dijeras, “¿Eres infeliz porque necesitabas...?” y no “¿Te sientes infeliz conmigo?”. Llevaría tu atención hacia lo que está ocurriéndole a él y disminuiría la apariencia de que te tomas el mensaje personalmente.Mujer: Pero, ¿Qué le puedo decir?, ¿Eres infeliz porque tú...?, Porque tú ¿Qué?MBR: Obtén la pista del contenido del mensaje de tu esposo. ¿Qué está necesitando que dice no obtener de ti cuando hace una afirmación así?Mujer: (tratando de empatizar con las necesidades expresadas a través de las palabras de su esposo) “Te sientes infeliz porque sientes que no te comprendo?MBR: Date cuenta que ahora te enfocas en lo que piensa y no en lo que necesita. Pienso que encontraras que las personas son menos amenazadoras si escuchas lo que necesitan antes que lo que están pensando de ti. En vez de escuchar que él es infeliz porque piensa que no escuchas, enfócate en lo que necesita diciendo: “Te sientes infeliz porque necesitarías...”.Mujer: (tratando de nuevo) ¿Te sientes infeliz porque necesitas ser escuchado?MBR: Eso es lo que tenía yo en la cabeza. ¿Encuentras tú misma una diferencia prestarle atención de esta forma?Mujer: Definitivamente – una gran diferencia. Ya me doy cuenta que lo que le ocurre, sin haber querido entender que yo haya hecho algo erróneo.

Parafraseando.-

Tras enfocar nuestra atención y escuchar lo que otros observan, sienten y necesitan, así como lo que requieren para enriqueces sus vidas, podríamos querer reflexionar parafraseando lo que hemos entendido. En nuestro tema sobre las peticiones, aprendimos como solicitar una reflexión. Ahora veremos como podemos ofrecer una reflexión a los demás.

Si hemos recibido con precisión el mensaje de la otra parte, nuestro parafraseado confirmará la buena recepción ante él o ella. Si, por otra parte, nuestro parafraseado es incorrecto, el orador tiene una oportunidad para corregirnos. Otra ventaja de elegir una reflexión sobre el mensaje recibido a la otra persona es que le ofrece tiempo para reflexionar sobre lo que han dicho e indagar en su interior. La CNV sugiere que nuestro parafraseado tome la forma de preguntas que revelen nuestro entendimiento, al tiempo que descubre cualquier corrección necesaria de parte del orador. Las preguntas sobre las que enfocarnos deben ser:

a) Lo que otros observan: ¿Reaccionas por todas las tardes que he salido en la última semana?

b) Cómo se sienten los otros y las necesidades que generan estos sentimientos: ¿Te sientes herido porque hubieras deseado un mayor agradecimiento que el recibido por todos tus esfuerzos?

c) Lo que otros demandan: ¿Quieres que te diga las razones que me han impulsado a decir lo que he dicho?

Estas interrogantes requieren que sintamos qué ocurre en el interior de las otras personas, mientras invitamos a que nos corrijan los errores de interpretación que podemos haber colegido. Nótese la

diferencia entre las preguntas planteadas anteriormente y las siguientes:

a) ¿A qué hecho cometido por mí te estás refiriendo?

b) ¿Cómo te sientes? ¿Por qué te sientes así?

c)¿Qué querrías que yo hiciera al respecto?

Este segundo conjunto de preguntas busca información sin que antes hayamos tratado de sentir la realidad del orador. Aunque pueden aparentar la manera más breve de conectar con lo que tiene lugar en el interior de nuestro interlocutor, he descubierto que preguntas como esa no son la ruta más segura para obtener la información que buscamos. Muchas de estas preguntas pueden dar al orador la impresión de que hablan con el profesor de la escuela que examina al alumno o el psicoterapeuta que trabaja sobre un caso. Si decidimos, de todas formas, buscar la información de última manera, nos daremos cuenta que las personas se sienten más confidentes si antes ven la expresión de nuestros propios sentimientos, que hacen que emitamos la pregunta. Así, en lugar de preguntar “¿Qué he hecho?”, podríamos decir: “me siento frustrado porque querría estar claro acerca de lo que te refieres. ¿Querrías comentarme que he hecho que te lleva a que me consideres como lo haces?”. Mientras que este paso no es necesario, ni siquiera de ayuda, en situaciones en que nuestros sentimientos y necesidades convergen a través del contexto o el tono de la voz, yo recomendaría practicarlo particularmente en los momentos en que las preguntas que hacemos van acompañadas de emociones muy intensas.

¿Cómo determinamos si una ocasión nos llama a retroalimentar a la gente, devolviéndoles sus mensajes en forma de preguntas? Ciertamente, si no estamos seguros de que hemos recibido el mensaje con precisión, podemos usar el parafraseado a fin de obtener una corrección a nuestra intuición. Pero, aún si estamos seguros de que les hemos entendido, podemos percibir que la otra parte desea una confirmación de que el mensaje ha llegado correctamente hasta nosotros. Puede que incluso expresen este deseo preguntando ellos directamente “¿Lo entendiste?” o “¿Entiendes lo que quiero decir?”. Es en esos momentos en que un parafraseado claro va a ser mucho más afirmativo para nuestro interlocutor que un simple “Sí, te entiendo”.

Por ejemplo: Al poco de haber participado en un Taller práctico sobre el uso de la NVC, una mujer, voluntaria en un hospital, fue requerida por las enfermeras para que hablara con una paciente mayor: “Le hemos dicho a esta mujer que no está tan enferma y que se mejoraría mucho si se tomara su medicina, pero todo lo que hace es sentarse en su habitación todo el día repitiendo, “Quiero morir, quiero morir...”. La voluntaria se aproximó a la paciente y tal como le habían advertido las enfermeras, la encontró sentada en solitario, murmurando una y otra vez: “Quiero morir”.

“Así que te gustaría morir”, trató de empatizar la voluntaria. Sorprendida, la mujer rompió con su cántico y pareció aliviada. Empezó a contar como nadie entendía lo terriblemente que se sentía. La voluntaria continuó retroalimentando los sentimientos de la mujer. No pasó mucho tiempo hasta que una especie de calidez penetró en su diálogo y acabaron abrazadas la una a la otra. Aquel mismo día, más tarde, las enfermeras le preguntaron a la voluntaria acerca de su fórmula mágica. La señora mayor había comenzado a comer y a tomar su medicación, y aparentaba un mejor espíritu. Aún cuando las enfermeras habían tratado de ayudarla con consejos y reafirmaciones, no fue hasta su conversación con la voluntaria que esta mujer recibió lo que realmente necesitaba: conexión con otro humano que quisiera escuchar su profunda pena.

No hay guías infalibles referentes al parafraseado, pero por norma, es más seguro asumir que el orador que expresa intensamente mensajes emocionales puede que aprecie nuestro esfuerzo por

comprobar la exactitud de su mensaje. Cuando hablamos nosotros mismos, podemos facilitar la tarea del oyente si le indicamos al oyente cuándo, o cuándo no, desearíamos escuchar una retroalimentación.

Hay ocasiones en que escogemos no reflejar las acciones de los demás cuando se refieren a ciertas normas culturales. Por ejemplo: un participante de uno de mis Talleres, chino, deseaba aprender cómo escuchar los sentimientos y necesidades en las palabras de su padre. En tanto que no podía soportar la crítica y ataques de su padre, este hombre temía visitarle, y lo evitaba cada vez durante meses. Al cabo de diez años de su asistencia al Taller, el hombre vino a mí a reportarme que su capacidad para escuchar sentimientos y necesidades había transformado radicalmente su relación con su padre, hasta el punto de que, en la actualidad, gozaban de una cercana y amante conexión. Aún cuando escucha en busca de los sentimientos y necesidades de su padre, no lo retroalimenta. “Nunca lo digo en alto”, explicó, “en nuestra cultura, comentarle directamente a una persona acerca de los sentimientos es algo a lo que no estamos acostumbrados. Pero gracias al hecho de que yo no escucho más, aquello que mi padre me dice, como si una crítica o un ataque fueran, sino como su modo natural de expresar sus sentimientos y necesidades, nuestra relación se ha convertido en algo maravilloso”.

“Así que nunca le hablarás directamente de sentimientos, pero te resulta de ayuda el ser capaz de escucharlos” le comenté.

“No, ahora pienso que estoy preparado”. Me respondió. “Ahora que tenemos una relación tan sólida, si le dijera “Papá, me gustaría que fuéramos capaces de hablar directamente de nuestros sentimientos”, creo que él puede que esté ya preparado.

Cuando parafraseamos, el tono de la voz que usamos es muy importante. Cuando la gente se oye reflejada en nuestra voz, es probable que se pongan muy sensibles en busca de crítica o sarcasmo. También se sentirán afectados negativamente si usamos un tono en el que se implique que estamos determinando desde nuestra posición, lo que ocurre en el interior de nuestro interlocutor. Si estamos conscientemente escuchando a los sentimientos y necesidades de los demás, nuestro tono comunica que estamos preguntando para contrastar que hemos entendido, no reclamando que ya lo hemos entendido.

Asímismo, necesitamos estar preparados ante la posibilidad de que la intención que se esconde tras nuestro parafraseado pueda ser malinterpretado. “¡No me vengas con porquería de psicoanalista!”, puede que nos digan. En caso de que esto ocurra, continuaríamos con nuestro esfuerzo por sentir los sentimientos y necesidades de la otra parte. Puede que en este caso veamos que la persona con que hablamos no confíe en nuestros motivos y necesite mayor comprensión acerca de nuestras verdaderas intenciones, antes de que pueda apreciar lo genuino de nuestro parafraseado. Como hemos visto, toda crítica, ataque, insulto y juicio se evaporan cuando enfocamos nuestra atención en escuchar los sentimientos y necesidades tras un mensaje. Cuanto más practiquemos este método, más asumiremos una verdad simple: tras todos esos mensajes que hemos permitido que nos intimidaran existen personas con necesidades no satisfechas, que apelan a nosotros para que contribuyamos a su bonhomía. Cuando recibimos mensajes con esta clara consciencia, no nos sentiremos deshumanizados ante aquello que otros tengan que decirnos. Solo nos sentimos deshumanizados cuando nos vemos atrapados en imágenes degradantes de las personas o ante nuestros propios errores. Como autor y mitólogo, Joseph Campbell sugiere; “¿Lo que ellos piensan de mí?, debe ser hecho a un lado por puro encanto”. Empezamos a sentir este encanto cuando los mensajes previamente experimentados como críticas o culpas empiezan a ser vistos por los obsequios que son: oportunidades para entregarnos compasivamente a la gente que sufre.

Si nos ocurre regularmente que la gente desconfía de nuestros motivos y sinceridad cuando

parafraseamos sus palabras, puede que necesitemos examinar nuestras propias intenciones más cercanamente. Quizá estemos parafraseando y encajando los componentes de la CNV de modo mecánico, sin mantener la clara consciencia del propósito. Podemos preguntarnos interiormente, por ejemplo, si tenemos mayor intención de aplicar el procedimiento correctamente que en conectar con el ser humano que se halla frente a nosotros.. o quizá, aún cuando estamos usando la fórmula de la CNV, nuestro solo interés se centre en cambiar el comportamiento de la otra persona.

Algunas persona se resisten al parafraseado por considerarlo una pérdida de tiempo. Un administrativo del sector público me explicaba durante una sesión práctica: “Me pagan para dar resultados y soluciones, no para sentarme a hacer psicoterapia con cada uno de los que entran en mi oficina”. Este mismo trabajador, como quiera, se enfrenta a ciudadanos airados que vienen a él con sus apasionadas preocupaciones y se van insatisfechos por no haber sido escuchados. Algunos de estos ciudadanos han venido a mí luego y me han confiado: “Cuando vas a su oficina, te da un montón de datos, pero nunca sabes si te ha escuchado primero. Cuando esto pasa, comienzas a desconfiar hasta de los datos que te ofrece”. Parafrasear tiende a ahorrar, antes que desperdiciar, de nuestro tiempo. Estudios sobre la negociación laboral han demostrado que el tiempo requerido para la resolución de conflictos se reduce a la mitad cuando previamente cada negociador acuerda repetir al otro aquello que le ha oído decir, antes de dar una contestación.

Recuerdo a un hombre que, inicialmente, se mostró escéptico acerca del valor del parafraseado. Él y su esposa atendían a un Taller de la CNV durante un tiempo en el que su matrimonio estaba amenazado por serios problemas. En el transcurso del Taller, su esposa le dijo: “Nunca me escuchas”.

“Sí que te escucho”, le respondió él.

“No”, contraatacó ella.

Me dirigí al esposo: “Me temo que acaba usted de darle la razón a su esposa. No le ha respondido en un modo que le permita a ella saber que la escuchaba”.

Quedó confuso por la observación que le hice, así que le pedí permiso para simular su rol, a lo que accedió gustoso en tanto no estaba teniendo mucho éxito. Su esposa y yo, entonces, tuvimos el siguiente intercambio.

Esposa: Nunca me escuchas.

MBR: Suena como que te sientes terriblemente frustrada porque te gustaría sentir una mayor conexión entre nosotros cuando conversamos.

La esposa se deshizo en lágrimas cuando, por fin, recibió su confirmación de que ella había sido entendida. Me giré hacia el marido y le expliqué: “Creo que lo que le viene diciendo ella que necesita es una reflexión acerca de sus sentimientos y necesidades, como confirmación de que ha sido escuchada”. El esposo lucía hundido: “¿Es eso todo lo que ella quería?”, me preguntó, incrédulo de que tan simple acción pudiera haber tenido tal fuerte impacto en su esposa.

Poco tiempo después, él tuvo la satisfacción, en primera persona, cuando su esposa le retroalimentó respecto de una declaración de gran intensidad emocional que él había emitido. Saboreando su parafraseado, me miró y declaró, “Es válido”. Es una experiencia enriquecedora cuando alguien recibe evidencia concreta de que alguien ha conectado empáticamente con nosotros.

Manteniendo Presente La Empatía.-

Recomiendo que les permitamos a los demás la oportunidad de expresarse completamente, antes de que desviemos nuestra atención hacia soluciones o peticiones, para buscar alivio. Cuando procedemos demasiado rápidamente sobre lo que la gente puede estar pidiendo, puede que no converjan nuestro genuino interés y sus necesidades y sentimientos. Por contra, puede que tengan la sensación de que tenemos prisa por, o bien quitárnoslos de encima, o bien que tratemos de solucionarles el problema.

Más aún, un mensaje inicial es a menudo como la punta de un iceberg. Es posible que vaya seguido de sentimientos aún inexpresados, pero relacionados (y a menudo más potentes). Manteniendo nuestra atención en lo que está teniendo lugar en el interior de los demás les ofrecemos la posibilidad de explorar y expresar plenamente su propio ser interior. Les interrumpiremos su suave fluir si centramos nuestra atención demasiado rápido, tanto sea sobre su petición como sobre nuestro propio deseo de expresarnos.

Supongamos que una madre se nos acerca diciendo, “Mi hijo es imposible. No importa lo que le diga que haga, el no escucha”. Podemos retroalimentar sus sentimientos y necesidades diciendo, “Suena como que te sientes desesperada y te gustaría encontrar alguna manera de conectar con tu hijo”. Tal parafraseado, a menudo anima a la persona a mirar hacia su interior. Si hemos sido precisos en el reflejo de su declaración, la madre puede saltar sobre otros sentimientos: “A lo mejor es mi culpa, Siempre le estoy gritando”. Como receptores del mensaje, continuaremos anclados con los sentimientos y necesidades que se expresan y dicen, por ejemplo: “¿Te sientes culpable porque te hubiera gustado ser más comprensiva con él de lo que has sido algunas veces?”. Si la madre continúa percibiendo comprensión en nuestra reflexión, puede que se mueva más allá dentro de sus sentimientos y declare, “Soy un fracaso como madre”. Seguiremos acoplados con sus sentimientos y necesidades insertos en la última respuesta: “¿Así que te sientes desanimada y quieres relacionarte de modo diferente con él?”. Persistiremos en este método hasta que la persona haya expulsado todos los sentimientos que rodean este tema.

¿Qué evidencia tenemos de que hemos empatizado adecuadamente con la otra persona? Primero, cuando un individuo se da cuenta de que todo lo que está aconteciendo ha recibido total comprensión empática, experimentará una sensación de alivio. Nos podemos dar cuenta de este fenómeno al notar una liberación de tensión en nuestro propio ser. Segundo, y más evidente, es que la persona dejará de hablar. Si no estamos ciertos de si hemos prolongado lo suficiente el proceso, podemos preguntar siempre: “¿Te gustaría contarme alguna otra cosa?”.

Cuando El Dolor Bloquea Nuestra Capacidad Para Empatizar.-

Es imposible que le demos algo a alguien si antes no lo tenemos por nosotros mismos. De esta manera, si nos encontramos imposibilitados o sin voluntad para empatizar, sin importar nuestros esfuerzos, normalmente lo podemos tomar como un signo de que estamos tan necesitados de empatía que no somos capaces de ofrecerla a otros. A veces, si reconocemos abiertamente que nuestra propia incapacidad nos obstaculiza a la hora de responder empáticamente, la otra persona puede ponerse a la labor de empatizar con nuestras necesidades.

En otras ocasiones, será necesario proveernos íntimamente con un “Kit de Emergencias Empáticas” para escuchar lo que pasa dentro de nosotros con la misma calidad de presencia y atención que le ofrecemos a otros. El antiguo Secretario General de Naciones Unidas, Dag Hammarskjold dijo, “Cuanto más sinceramente escuchas a la voz de tu interior, mejor escucharás lo que ocurre afuera”. Si adquirimos la habilidad de darnos empáticamente, frecuentemente experimentamos en tan solo

unos segundos una liberación natural de energía que nos capacita para estar presentes con la otra persona. Si esto no ocurre, aún nos quedan un par de opciones.

Podemos chillar, no violentamente. Recuerdo pasar tres días mediando entre dos bandas que se habían venido matando entre sí. Un de las bandas se autodenominaban “Los Egipcios Negros”, la otra, el Departamento de Policía de East Saint Louis. El marcador iba dos a uno, un total de tres muertos en un mes. Tras tres tensos días tratando de atraer a ambos grupos para escucharse entre ellos y resolver sus diferencias, me encontraba conduciendo a casa, pensando cuánto deseaba no verme envuelto en un conflicto nunca más.

Lo primero que noté cuando entré por la puerta de atrás de mi casa fue que mis hijos estaban enredados en una pelea. No tenía energías para empatizar con ellos, así que grité sin violencia: “Eh, estoy muy angustiado, no tengo ganas algunas de lidiar con vuestra pelea”. ¡Necesito solamente paz y tranquilidad!”. Mi hijo mayor, nueve años en aquellos tiempos, se detuvo, me miró y preguntó: “¿Quieres que hablemos de ello? Si fuéramos capaces de hablar de nuestra pena crudamente, sin culpa, creo que la gente que incluso está sumida en la angustia se verá, a veces, capaz de escuchar nuestras necesidades. Por supuesto no deseaba chillar: “¿Qué pasa con vosotros? ¿Es que no sois capaces de comportaros bien? Llego de un día muy duro”, ni insinuar de manera alguna que su comportamiento fuera malo. Grité sin violencia para llamar la atención a mi propia y desesperada necesidad y por el dolor que sentía en ese momento.

De cualquier modo, si la otra parte se encuentra experimentando tal intensidad en sus sentimientos que no puedan escucharnos ni dejarnos solos, el tercer recurso es apartarnos físicamente por de la situación. Nos daremos tiempo y oportunidad de adquirir la empatía que necesitamos para retornar con un esquema mental diferente.

Sumario.-

La empatía es un entendimiento respetuoso de lo que otros están experimentando. En lugar de ofrecer empatía, tenemos a menudo una fuerte necesidad de dar consejo o reafirmación y a explicar nuestra propia postura o sentimiento. La empatía, sin embargo, nos llama a vaciar nuestra mente y a escuchar a los demás con todo nuestro ser.

En la CNV, no importa las palabras que otros usen para expresarse. Simplemente escucharemos tras sus observaciones, sentimientos, necesidades y peticiones. Y entonces puede que deseemos repetir las palabras que hemos escuchado, en un acto de parafraseado lo que hemos entendido. Nos establecemos en la empatía, permitiendo que otros tengan la oportunidad de expresarse completamente antes de que nos centremos en ofrecer soluciones o propuestas para aliviarles.

Necesitamos tener empatía para poder darla. Cuando sentimos que estamos a la defensiva o incapaces de empatizar, necesitamos: a) Parar, respirar, recuperar nuestra empatía, b) gritar sin violencia, o c) retirarnos físicamente de la situación en busca de control.

CNV EN ACCIÓN

Una Esposa Conecta Con Su Esposo Moribundo.-

Un paciente había sido recién diagnosticado con un cáncer de pulmón en estado avanzado. La siguiente escena en su casa, en la que figura una enfermera que viene a reconocerlo, su esposa y él, se le presenta como la última oportunidad para él de conectarse emocionalmente con su esposa y comentar su muerte antes de ser admitido en el hospital. La esposa comienza la conversación con la enfermera quejándose acerca de la fisioterapeuta quien era parte del equipo de atención domiciliaria asignado al cuidado de su esposo.

Esposa: es una pésima fisioterapeuta.Enfermera: (atenta a lo que la mujer siente y quiere) ¿Te sientes disgustada y deseas más calidad en los cuidados a tu esposo?Esposa: No hace nada. Manda a descansar a mi esposo en cuanto siente que le sube el pulso.Enfermera: (continúa escuchando los sentimientos y deseos de la esposa) ¿Será porque tu quieres que tu marido mejore, que estás asustada al ver que la terapeuta no le exige y que así no recuperará las fuerzas?Esposa: (comienza a llorar) Sí, estoy muy asustada.Enfermera: ¿Tienes miedo de perderle?Esposa: Sí, hemos estado mucho tiempo juntos.Enfermera: (buscando otros sentimientos ocultos tras el miedo) ¿Estás preocupada por cómo te vas a sentir si muere?Esposa: No puedo imaginar cómo voy a ser capaz de vivir sin él. Siempre ha estado ahí conmigo. Siempre.Enfermera: Así que te entristece pensar en la vida sin él.Esposa: No hay nadie como él. Ya sabes, es todo lo que tengo. Mi hija no me dirige la palabra.Enfermera: Parecería, cuando piensas en tu hija, que te sientes frustrada porque desearías haber tenido una relación diferente con ella.Esposa: Ojalá lo hubiera hecho, pero es una persona muy egoísta. No sé ni para qué me molesté en tener hijos. ¡Mucho bien que me hace en el presente!Enfermera: Sonaría como que de alguna manera estás enfadada y disgustada porque querrías más apoyo por parte de la familia en el proceso de la enfermedad de tu esposo.Esposa: Sí. Está muy enfermo. No se como voy a salir adelante con esto yo sola. No tengo a nadie... ni siquiera con quien hablar, excepto cuando tú vienes... ahora. Incluso él no habla de su dolencia... ¡Mírale! No dice nada.Enfermera: ¿Estás triste porque desearías que pudierais permanecer conectados y dándoos apoyo el uno al otro?Esposa: Sí (se pausa y hace una petición). Habla con él como hablas conmigo.Enfermera: (queriendo descubrir lo que se oculta tras la petición de la esposa) ¿Querrías que lo escuchara de forma que le ayude a expresar lo que siente en su interior?Esposa: Sí, es exactamente eso. Quiero que se sienta cómodo hablando y quiero saber que siente. (usando la intuición de la enfermera la esposa puede darse cuenta, por vez primera, de qué quería y por fin encontrar las palabras adecuadas para articularlo. Este es un momento clave: a menudo es difícil para la gente el identificar qué quieren en una situación determinada, incluso cuando ellos sepan lo que NO quieren. Ya vemos como una petición clara (Háblale como me hablas a mí) es un regalo que refuerza a la otra persona. La enfermera es capaz ahora de actuar en una forma que conoce para estar en armonía con los deseos de la esposa. Ésto altera la atmósfera de la habitación desde el momento en que la enfermera y la esposa “trabajan juntas”, cada una de modo compasivo.Enfermera: (dirigiéndose al esposo) ¿Cómo te sientes cuando oyes lo que tu esposa ha compartido conmigo?Esposo: Realmente la amo.Enfermera: ¿Te sientes complacido de tener la oportunidad de hablar con ella sobre ésto?Esposo: Sí. Tenemos que hablar de esto.Enfermera: ¿Quieres decirnos como te sientes respecto al cáncer?Esposo: (tras un breve silencio) No mucho (este tipo de palabras “mucho”, “poco”..., suelen ser

usadas para describir sentimientos cuando la persona tiene todavía que identificar la emoción específica que están experimentando. Expresando sus sentimientos con mayor precisión le ayudará a encontrar la conexión emocional con su esposa que andaba buscando).Enfermera: (animándole a avanzar en la precisión de la observación) ¿Tienes miedo de morir?Esposo: No, No es miedo (nótese que el error de la enfermera no espesa el fluir de la conversación).Enfermera: ¿Estás molesto porque te vas a morir? (porque el paciente no es capaz de verbalizar su experiencia interna con facilidad, la enfermera continúa apoyándolo en el proceso).Esposo: No, no es enfado.Enfermera: (En este punto, tras dos suposiciones erróneas, la enfermera decide expresar sus propios sentimientos) ¡Bueno! Ahora estoy confusa acerca de lo que debe estar sintiendo y me pregunto si me lo puede aclarar.Esposo: Reniego pensando en cómo va a hacer ella sin mí.Enfermera: ¡Oh! ¿Estás preocupado porque no sea ella capaz de manejar su vida sin ti?Esposo: Sí, me preocupa que me eche de menos.Enfermera: (es consciente de que muchos pacientes moribundos, a menudo, buscan desconectarse a fin de no preocupar a aquellos que quedan atrás. Los pacientes necesitan, a veces, la reafirmación de que los seres amados pueden aceptar su muerte antes de dejarse ir). ¿Quieres escuchar cómo se siente tu mujer cuando dices eso?Esposo: Sí.

En este punto, la esposa se une a la conversación. Permaneciendo la enfermera en el escenario, la pareja comienza a expresarse abiertamente el uno al otro. En el diálogo, la esposa comienza a quejarse acerca de la fisioterapeuta.

Como quiera, al cabo de una serie de intercambios, durante los cuales ella se sintió empáticamente recibida, se ve capaz de determinar que lo que realmente busca es una conexión aún más profunda con su marido durante esta crítica etapa de sus vidas.

CAPÍTULO 8.

El Poder De La Empatía.-

La Empatía Que Sana.-

Carl Rogers describió el impacto de la empatía en quienes la reciben: “Cuando alguien realmente te escucha sin hacerte juicio, sin tratar de tomar responsabilidad por ti, sin que trate de moldearte, se siente uno “de narices”... Cuando he sido oído y escuchado soy capaz de percibir mi mundo en una nueva forma, y continuar. Es asombroso cómo los elementos que parecen irresolubles se disuelven cuando alguien te escucha. Cómo las confusiones que parecían ser irremediables tornan en corrientes relativamente claras, que fluyen cuando eres escuchado”.

Una de mis historias favoritas acerca de la empatía viene de parte de la directora de una innovadora escuela. Un día, al retornar del descanso para el almuerzo para verse con Milly, una estudiante de Elemental, se sentó desmadejadamente a la espera de la niña. A su llegada, se sentó junto a la niña, quién empezó: “Señorita Anderson, ¿Ha tenido usted una de esas semanas en que cada cosa que hizo dañó a alguien, sin que usted hubiera tenido la menor intención de que eso pasara?”.

“Sí”, dijo la directora, “Creo que te entiendo”. Dicho esto, Milly procedió a describir su semana.

“A esas alturas”, me explicó la directora, “llevaba ya bastante retraso para una importante reunión – incluso me había dejado el abrigo puesto – y deseosa de no mantener una habitación llena de personas esperando, por lo que le pregunté, 'Milly, ¿Qué puedo hacer por ti?'. Milly se alzó, me tomó por los hombros, me miró directamente a los ojos y me dijo con firmeza, 'Señorita Anderson, no quiero que haga usted nada, sólo deseo que me escuche usted'.

Este fue uno de los momentos más significativos de aprendizaje en mi vida – ilustrada por una chiquilla – así que pensé, '¡Olvídate de la habitación llena de gente esperando por mí!'. Milly y yo fuimos a un banco que nos proveía de mayor privacidad y nos sentamos, con mi brazo por encima de sus hombros, su cabeza en mi pecho y su brazo alrededor de mi cintura mientras hablaba hasta vaciarse. Y, ¿Sabes qué?, tampoco me tomó tanto tiempo”.

Uno de los aspectos más gratificantes de mi trabajo es escuchar de cómo las personas han usado la CNV para reforzar su habilidad de conectar empáticamente con otros. Mi amiga Laurence, quien vive en Suiza, describía cómo de nerviosa había quedado cuando su hijo de seis años, muy enfadado, la había dejado plantada mientras hablaba con él. Isabelle, su hija de diez años, que la había acompañado a un reciente Taller de CNV, remarcó: “Así que estás realmente enfadada, mamá. Tú quieres que él hable cuando está enfadado y que no se levante y se vaya”. Laurence se maravilló cómo, escuchando las palabras de Isabelle, sintió una fuerte disminución de su tensión, y era, subsecuentemente, capaz de mostrar más comprensión hacia su hijo cuando eél retornó.

Un colega instructor describió cómo las relaciones entre estudiantes y profesores se había visto afectada cuando algunos miembros del profesorado aprendieron a escuchar empáticamente, a confesarse más vulnerables y a expresarse honestamente. “Los estudiantes se abrieron más y más y nos hablaron acerca de varios problemas personales que interferían con sus estudios. Cuando más hablaban acerca de ello, más trabajo estábamos en capacidad de completar. Aún cuando esta clase de escucha nos tomó mucho de nuestro tiempo, estábamos encantados de gastarlo de aquella forma. Desgraciadamente el Decano se desesperó; dijo que no eramos consejeros y que deberíamos gastar más tiempo enseñando y menos tiempo de cháchara con los estudiantes”.

Cuando le pregunté cómo había reaccionado el profesorado ante esta situación, el instructor replicó: “Empatizamos con la preocupación del Decano. Escuchamos que se sentía preocupado y quería saber que no nos estábamos viendo envueltos en cosas que no pudiéramos manejar. También le escuchamos decir que necesitaba la seguridad de que el tiempo gastado en las conversaciones no

estaba mermando nuestra responsabilidad para con la enseñanza. Pareció aliviado por la forma en que le atendimos. Continuamos hablando con los estudiantes porque podíamos ver que cuanto más les atendíamos a ellos, más mejorías mostraban en sus estudios”.

Cuando trabajamos en una institución jerárquicamente estructurada, existe la tendencia a oír órdenes y juicios de aquellos que se encuentran más arriba en la jerarquía. Mientras que nosotros podemos fácilmente empatizar con nuestros subordinados y con otros en posiciones de menor poder, puede que nos encontremos a nosotros mismos siendo defensivos o apologéticos, en lugar de empáticos, en la presencia de aquellos que identificamos como nuestros “superiores”. Por esto estaba particularmente complacido de que estos miembros del profesorado hubieran recordado empatizar con el Decano tanto como con los estudiantes.

La Empatía Y La Capacidad De Ser Vulnerables.-

Por el hecho de que estamos llamados a revelar nuestros más profundos sentimientos y necesidades, puede que algunas veces encontremos muy cuesta arriba el expresarnos mediante la CNV. La auto expresión se hace más fácil, de todas formas, después de empatizar con los otros, porque podemos haber llegado hasta su humanidad y mostrado las cualidades que tenemos en común. Cuanto más conectemos con los sentimientos de los demás menos temible nos parecerá el abrirnos nosotros mismos.

Las situaciones en que nos sentimos más entregados a mostrar vulnerabilidad son a menudo aquellas en las que querríamos mantener una imagen de fuerza por miedo a perder el control del momento.

Una vez mostré mi vulnerabilidad a algunos miembros de una banda callejera de Cleveland reconociendo el dolor que sentía y mi deseo de ser tratado con más respeto. “Míralo a él” exclamó uno de ellos, “se siente herido, ¿No es terrible?”, siendo respondido al punto por sus compañeros con un coro de carcajadas. Llegados a este punto pude interpretar su actitud como de sacar provecho de mi vulnerabilidad (opción 2 – culpar a los demás) o también podía empatizar con los sentimientos y necesidades tras su comportamiento (opción 4).

Si, de todas formas, me veo siendo humillado o abusado, puede que esté demasiado herido, furioso o asustado para ser capaz de empatizar. En un momento como ese necesitaría retirarme, físicamente, a fin de ofrecerme a mí mismo empatía o bien buscarla en una fuente fiable. Tras haber descubierto las necesidades que tan poderosamente han sido disparadas dentro de mí, y haber recibido la empatía adecuada a ellos, puedo estar en condiciones de volver y empatizar con la otra parte. En situaciones de dolor, recomiendo buscar ante todo la empatía necesaria para ir más allá de los pensamientos que ocupan nuestras cabezas para de esa manera reconocer nuestras más profundas necesidades.

Mientras escuchaba con atención los comentarios del miembro de la banda y sus posteriores risotadas, sentí que él y sus colegas estaban confusos y no queriendo verse sujetos a sentimientos de culpa o manipulación. Puede que hayan tenido que enfrentar a gente en el pasado, que haya usado frases como “Eso me ha dolido” con implicaciones desaprobatorias. En tanto no verifiqué este hecho en voz alta con ellos, no tuve manera de saber si mi suposición era ciertamente precisa. Sin embargo, al concentrar mi atención en ese tema, me privó de tomármelo personalmente o enfadarme. En vez de juzgarles por ridiculizarme o faltarme al respeto, me concentré en escuchar el dolor y las necesidades tras semejante comportamiento.

“¡Eh!”, explotó uno de ellos, “todo esto que nos ofreces es un montón de basura. Supón que hay

miembros de otra banda aquí y que ellos tienen pistolas y tú no. ¿Y me dices que me quede ahí de pie y me ponga a hablar con ellos? ¡Basura!”.

Una vez más estallaron en risas y una vez más dirigí mi atención a sus sentimientos y necesidades: “Parece que estás harto por tener que aprender algo que no tiene relevancia en esas situaciones”.

“Sí, y si tú vivieras en este barrio, tú sabrías muy bien que todo esto no es más que basura”.

“Así que, ¿Necesitas que quien te vaya a enseñar algo tenga conocimientos acerca de tu barrio?”.

“Vaya que sí. ¡Algunos de estos tipos te volarían la cabeza antes de que pudieras escupir dos palabras!”.

“¿Y necesitas, para confiar en alguien que te quiere enseñar algo, que tenga claros los peligros que acechan aquí?”. Continué escuchando de esta manera, a veces verbalizando lo que oía y a veces no. esto se prolongó cuarenta y cinco minutos y de pronto sentí un cambio: ellos sentían que de verdad estaba entendiéndoles. Un consejero del programa notó el cambio y les preguntó: “¿Que pensáis de este hombre?”. El caballero que me había estado dando la tostada todo aquel tiempo replicó: “Es el mejor interlocutor que hemos tenido nunca”.

Atónito, el consejero se volvió hacia mí y susurró: “¡Pero si no les ha dicho usted nada!”. De hecho, había dicho mucho demostrando que nada había que pudieran arrojar sobre mí que no pudiera ser traducido en sentimientos y necesidades humanas universales.

Usando La Empatía Para Disipar El Peligro.-

La capacidad para ofrecer empatía a gente en situaciones estresantes puede disipar una potencial violencia.

Un profesor de la zona centro de Saint Louis relató un incidente ocurrido cuando, conscientemente, decidió quedarse tras las clases para ayudar a un estudiante, aún cuando los profesores estaban avisados de abandonar el edificio por su propia seguridad al finalizar las clases. Un extraño entró en su clase, donde ocurrió el siguiente intercambio:

Joven: ¡Quítate la ropa!Profesora: (viendo que el joven temblaba) Parece que te asustara la situación.Joven: ¿No me has oído? ¡Maldita sea, quítate la ropa!Profesora: Me doy cuenta de que estás muy “cabreado” y que quieres que haga lo que me dices.Joven: ¡Dí que sí! Y te voy a hacer daño si no lo haces.Profesora: Me gustaría que me dijeras si podemos encontrar una manera de satisfacer tus necesidades sin que me tengas que hacer daño.Joven: ¡Te he dicho que te quites la maldita ropa!Profesora: Puedo captar cuanto deseas esto. Al mismo tiempo, quiero que sepas lo asustada y horrible que me siento y cuan agradecida estaría si se fuera sin hacerme daño.Joven: ¡Dame la cartera!La profesora le alcanzó la cartera aliviada de saber que no la iba a violar. Más tarde nos describiría cómo, cada vez que ella empatizaba con el joven, ella podía sentir que se tornaba menos terco en su intención de seguir adelante y violarme.

Un policía metropolitano que asistía a un cursillo de mantenimiento en la CNV me saludó con el siguiente comentario:

“Me alegro que nos pongas a practicar la empatía con personas malhumoradas la última vez. Unos pocos días después de la sesión, me enviaron a realizar un arresto en un proyecto público de urbanización. Cuando le tenía esposado, nos dirigimos a mi coche, que se hallaba rodeado por una multitud de al menos 60 personas, quienes comenzaron a gritarme “Déjale ir, No ha hecho nada malo. Ustedes, policía, sois una panda de cerdos racistas”. Aún cuando estaba escéptico respecto al funcionamiento de la empatía en aquel caso, tampoco es que tuviera muchas opciones. Así, comencé a retroalimentar los sentimientos que me dirigían. Dije cosas como: “¿Así que piensas que esto tiene que ver con el racismo?”, “¿No confiáis en las razones que me impulsan a tener que arrestarle?”. Tras varios minutos de intercambios el grupo se volvió menos hostil. Al final, abrieron un pasillo para que pudiéramos llegar hasta mi coche”.

Finalmente, quisiera ilustraros sobre cómo una joven mujer usó la empatía para sobrellevar los episodios violentos en su turno de noche en un Centro de Desintoxicación para Drogodependientes, en Toronto. La joven nos contó su historia en un segundo Taller, de la CNV, al que atendió.

A las 11:00, una noche, un par de semanas tras su primer cursillo de la CNV, un hombre, quién, obviamente, había estado tomando drogas, entró de la calle y demandó una habitación. La joven comenzó a explicarle que todas las habitaciones habían sido ocupadas para esa noche. Estaba a punto de pasarle una nota, donde había apuntado la dirección de otros Centro de Desintoxicación, cuando el hombre la tiró al suelo.

“Lo siguiente que recuerdo era estar tumbada, con él sentado a horcajadas sobre mi pecho y la sensación de un cuchillo sobre mi garganta mientras me gritaba: '¡Tú, perra, no me mientas!, ¡Tú también tienes una habitación aquí!'”.

Entonces comenzó a aplicar a la situación aquello que había aprendido en el Taller.

“¿Recordaste ponerlo en práctica en aquellas circunstancias?” Le pregunté impresionado.

“¿Qué otra cosa podía hacer? A veces la desesperación nos convierte en buenos comunicadores. Bien lo sabes, Marshall. Aquella chanza que nos constaste durante el Taller me ayudó realmente. Pienso que, incluso, me salvó la vida”.

“¿Qué broma?”

“¿Recuerdas cuando dijiste que nunca pongas tu “pero” (but) en la cara de una persona enfadada (“but” es usado aquí como juego de palabras en inglés, ya que suena igual but (pero) que butt (apócope de culo)? Estaba preparada para comenzar a discutir con él; estaba a punto de decir '¡Pero no tengo habitación!' cuando recordé la broma. Realmente, me acompañaba en todo momento ese recuerdo, porque justo la semana anterior, discutiendo con mi madre, me dijo: '¡Te mataría cada vez que respondes con un pero a cada comentario que hago'. Imaginate, si mi propia madre estaba lo suficientemente enfadada como para esa amenaza, por usar esa sola palabra, que no me habría hecho el hombre que me asaltaba en aquel momento. Si hubiera dicho 'Pero es que no tengo habitación' en el momento en que me estaba chillando, no tengo duda de que me hubiera rebanado la garganta.

Así que, por contra, tomé aire y dije: “Parece que está realmente enfadado y quieres que se te de una habitación”. Me gritó por respuesta: “¡Puede que sea un adicto, pero por Dios, merezco un respeto!, ¡Estoy harto de que la gente no me tenga respeto!”. Me concentré solamente en sus sentimientos y necesidades y dije, “¿Estás hasta las narices de no conseguir el respeto que buscas?”.

“¿Por cuánto tiempo se prolongó aquello?”. Le pregunté.

“Bueno, más o menos, otros 35 minutos”. Me replicó.

“Tiene que haber sido terrorífico”, comenté.

“No, tras los primeros intercambios, porque entonces, algo que también habíamos aprendido se tornó evidente. Cuando me concentré en escuchar sus sentimientos y necesidades, paré de verlo como un monstruo. Podía ver, tal y como nos explicaste, cómo la gente que parecen monstruos son simples humanos cuyo lenguaje y comportamientos a veces nos desdibuja su humanidad. Cuanto más capaz de enfocar mi atención en sus sentimientos y necesidades, más veía en él a una persona llena de rencor, cuyas necesidades no estaban siendo satisfechas. Me sentí confiada de que si sostenía mi atención sobre ese punto, no sería herida. Después de que recibió la empatía que estaba necesitando, me liberó, retiró el cuchillo y le ayudé a encontrar una habitación en otro albergue”.

Encantado de que hubiera aprendido a responder empáticamente en una situación tan extrema, le pregunté: “¿Que estás haciendo de vuelta aquí entonces? Parecería que tienes maestría en el uso de la CNV y más bien deberías estar enseñando a otros aquello que has aprendido”.

“Necesito que me ayudes con una bien gorda, ahora”, me dijo.

“Casi que me asusta el preguntártelo. ¿Qué puede haber más gordo que lo que nos contaste?”.

“Necesito que me ayudes con mi madre. Dejando a un lado todo aquello que me enseñó la interiorización del fenómeno del “no uso del pero”, ¿Sabes qué me pasó? Un par de noches después, a la hora de la cena, cuando le conté lo que me había ocurrido en el albergue, me dijo '¡Vas a causar que tu padre y yo suframos un infarto si conservas ese empleo. ¡Sólo tienes que buscar un nuevo empleo!'. ¿Adivina lo que le respondí? '¡Pero, mamá, si es toda mi vida!”.

No podría haber encontrado un ejemplo que se ajustara más a la realidad de lo difícil que nos puede resultar el dar una respuesta empática a nuestra propia familia.

Empatía A La Hora De Escuchar De Otro Un ¡No!.-

A causa de nuestra tendencia a leer rechazo en un “¡No!” o en “¡No quiero!” emitido por nuestros interlocutores, se convierten, éstos, en un importante mensaje con el que empatizar por nuestra parte. Si nos lo tomamos personalmente, podemos sentirnos heridos sin que realmente entendamos que ocurre en el interior de la orta persona. Cuando hacemos brillar la luz de la consciencia sobre los sentimientos y necesidades tras el “¡No!” de otros, nos hacemos la idea clara de cuál es la necesidad que les previene de respondernos de la forma que desearíamos.

Una vez, le pedí a una mujer, durante un intermedio en un Taller, que me acompañara, junto a otros participantes, a comprar helado en un local próximo. “¡No!”, replicó bruscamente. El tono de su voz me llevó a interpretar su respuesta como un rechazo, hasta que me recordé a mi mismo el sintonizar los sentimientos y necesidades que podría estar expresando a través de su “no”. “Siento que estás enfadada”, le dije, “¿Es eso?”.

“No” replicó, “es, simplemente, que no quiero que me corrijan cada vez que abro la boca”.

A partir de aquí, sentí que tenía más miedo que enfado. Lo comprobé preguntándole: “¿Así que te sientes asustada y quieres protegerte de verte en una situación en la que podrías ser juzgada por tu

modo de comunicarte?”

“Sí”, afirmó, “puedo imaginarme sentada en la heladería con vosotros y teneros sacando astillas de cada cosa que digo”.

Descubrí entonces, que la manera en que yo había venido dando retroalimentación en el Taller le había causado pánico. Mi empatía para su mensaje había destapado el aguijón del “no” ante mis ojos. Pude escuchar su deseo de evitar ser retroalimentada de aquel modo en público. Asegurándole que no evaluaría su comunicación en público, buscamos converger en los modos de retroalimentarla de modo que se sintiera segura. Y, sí, se unió a nuestro grupo en la heladería.

Empatía Para Revitalizar Una Conversación Moribunda.-

Todos nos hemos visto envueltos en el centro de una conversación moribunda. Quizá estemos en un evento social, escuchando palabras sin una conexión sentimental con quien las pronuncia. O estemos escuchando a un “Babble – on – ian” (conveniente juego de palabras en inglés por similitud sonora con “babilonian”, babilonio, y “babble”, chacharear, que la terminación “onian” le aporta gramática suficiente para hacerle significar “chacharero”, y que acuñó simpáticamente un amigo del autor para describir a quien hace surgir el pánico entre los oyentes a causa de la perspectiva de una conversación interminable). La vitalidad en una conversación decae cuando perdemos conexión con los sentimientos y necesidades que generan las palabras de nuestro interlocutor, y con las peticiones asociadas con aquellas necesidades. Esto es común cuando la gente habla sin consciencia de lo que están sintiendo, necesitando o pidiendo. En lugar de ser enganchados en un intercambio de energía vital con otros seres humanos, vemos como nos convertimos en papeleras para sus palabras.

¿Cómo y cuándo interrumpimos el curso de una conversación moribunda para revitalizarla? Sugiero como el mejor momento, cuando a la conversación le surge una palabra más de lo que desearíamos escuchar. Cuanto más esperemos, más duro será permanecer civilizado cuando demos el paso. Nuestra intención al interrumpir no es la de reclamar un puesto en el escenario, sino ayudar al orador a conectar con la energía vital tras las palabras que se están pronunciando.

Hacemos esto sintonizando con los posibles sentimientos y necesidades. Así, si una tía nuestra nos está repitiendo la historia acerca de cómo, hace 20 años, su esposo la abandonó con sus dos niños pequeños, podríamos interrumpir diciendo: “Así, tía, suena que sigues sintiéndote herida, deseando que hubieras sido tratada con más justicia”. La gente no es consciente de que lo que están precisando es empatía. Asímismo, tampoco se dan cuenta de que sería más fácil recibir esa empatía expresando los sentimientos y necesidades que viven en su interior en lugar de contar los mismos cuentos sobre la injusticia y dureza del pasado.

Otra manera de traer una conversación a la vida es expresar abiertamente nuestro deseo de estar más conectados, y a pedir información que nos ayudara a establecer esa conexión. Una vez, en un cocktail, me encontraba en el medio de un abundante fluir de palabras que, a mí, me parecían muertas. “Perdonen”, interrumpí, dirigiéndome al grupo de nueve personas en el que me había visto absorbido, “me siento impaciente porque me gustaría estar más conectado con vosotros, pero nuestra conversación no está creando la clase de conexión que quiero. Me gustaría saber si la conversación que estamos teniendo está satisfaciendo vuestras necesidades, y si lo hace, cuales son las necesidades que habéis satisfecho”.

Los nueve me miraron como si hubiera lanzado una rata dentro de la fuente de ponche. Afortunadamente, recordé sintonizar con los sentimientos y necesidades que eran expresados a través de su silencio. “¿Estáis anonadados por mi interrupción porque hubierais preferido continuar

la conversación?” pregunté.

Tras otro silencio, uno de los hombres replicó, “No, No estoy disgustado. Estaba pensando acerca de lo que nos preguntabas. No, no estaba disfrutando de la conversación. De hecho, estaba totalmente aburrido de ella”.

Me sorprendió la su respuesta porque había sido él , quien más había hablado. Ahora, ya no me sorprende: he llegado a la conclusión de que las conversaciones que para el oyente carecen de vitalidad alguna, carecen de ello también para el orador.

Puede que te preguntes cómo podemos reunir el suficiente coraje para interrumpir de plano a alguien en mitad de una frase. En una ocasión conduje una reunión informal de mantenimiento y refuerzo, planteando la siguiente pregunta: “Si estáis usando más palabras que las que alguien desearía oír, ¿Querríais que esa persona os interrumpiera o simulara escucharos?”. Todos menos uno respondieron que preferían ser interrumpidos. Sus respuestas me dieron el coraje y me convencieron de que es más considerado el interrumpir a la gente que hacer como que escuchamos. Todos nosotros queremos que nuestras palabras enriquezcan a los demás, no que los condenen.

Empatía Para El Silencio.-

Uno de los mensajes más difícil de empatizar para muchos de nosotros es el silencio. Esto es especialmente cierto cuando hemos expresado nuestra vulnerabilidad y necesidad para conocer cómo reaccionan los demás a nuestras palabras. En esos momentos, es fácil proyectar nuestros peores temores ante la falta de respuesta y olvidar el conectar con los sentimientos y necesidades que se expresan a través de ese silencio.

En una ocasión, cuando trabajaba con el personal de una organización de negocios. Hablaba acerca de algo profundamente emocional y comencé a llorar. Cuando levanté la vista, recibí una respuesta por parte del director de la Organización que no me fue fácil de encajar: silencio. Volvió su rostro en otra dirección con lo que interpreté como una mueca de disgusto. Afortunadamente, recordé poner mi atención sobre aquello que podía estar aconteciendo dentro de él, y dije: “Percibo en su respuesta a mi llanto que se siente disgustado, y que preferiría tener a alguien con más autocontrol para la toma de contacto con su personal”.

Si hubiera contestado “Sí”, hubiera sido capaz de aceptar que teníamos diferentes valores en cuanto al modo de expresar nuestros sentimientos, sin que, de alguna manera, hubiera pensado que me equivocaba al expresar mis sentimientos como lo hice. Pero, en lugar de “Sí”, el director replicó, “No, en absoluto. Estaba pensando solamente cuanto le gustaría a mi esposa que yo fuera capaz de llorar”. Continuó para contarnos que su esposa, que se hallaba en proceso de divorcio contra él, se quejaba de que haber estado casada con él era como haber estado casada con un pedrusco.

Durante mis prácticas como psicoterapeuta, hubo una ocasión en que me contactaron los padres de una chica de 20 años, bajo tratamiento psiquiátrico, quién, por varios meses, había estado sometida a medicación, hospitalización, y tratamientos de shock. Se había quedado muda tres meses antes de que ellos me contactaran. Cuando la trajeron a mi consultorio tenían que asistirla, porque, por sí misma no se movía.

Ya en el consultorio, se encajó en su silla, temblorosa, con los ojos clavados en el suelo. Tratando de conectar empáticamente con los sentimientos y necesidades que eran expresadas a través de su mensaje no verbal, le dije, “Siento que te encuentras asustada y que querrías estar cierta de que es seguro hablar. ¿Estoy en lo cierto?”.

No mostró reacción, así que expresé mis propios sentimientos diciendo: “Estoy muy preocupado por ti, y me gustaría que me dijeras si hay algo que yo pudiera decir o hacer para que te sientas más segura”. Aún sin respuesta. Durante los siguientes cuarenta minutos continué reflejando sus sentimientos y necesidades tanto como expresando los míos. No había respuesta visible, ni siquiera el mínimo reconocimiento de que supiera que trataba de comunicarme con ella. Finalmente expresé mi cansancio y que quería que volviera el próximo día.

Los próximos días estuvimos como al principio. Continué enfocando mi atención sobre sus sentimientos y necesidades, a veces verbalmente , reflejando que entendía yo de aquello, y a veces lo hacía en silencio. De cuando en cuando, le contaba lo que tenía lugar en mi interior. Ella se sentaba, temblorosa, en su silla, sin decir nada.

En el cuarto día, cuando aún no había respondido, me alongué hacia ella y le tomé la mano. No sabiendo si mis palabras comunicaban mi preocupación, tenía la esperanza de que el contacto físico pudiera hacerlo más efectivamente. Al primer contacto, sus músculos se tensaron y se acurrucó aún más al fondo de la silla. Estaba a punto de soltarle la mano cuando sentí como una suave oposición, así que sostuve mi apretón; tras unos minutos noté una progresiva relajación de su parte. Le sostuve su mano por varios minutos mientras le hablaba tal como había venido haciendo los días anteriores. Aún así no dijo palabra.

Cuando llegó el siguiente día, lucía más tensa que anteriormente, pero había una diferencia: extendió un puño cerrado hacia mí y apartó su vista. Al principio me confundió el gesto, pero sentí que ella tenía algo en la mano que quería que yo tomara. Tomando su puño en mi mano, me las arreglé para abrir sus dedos. En su palma estaba una arrugadísima nota con el siguiente mensaje: “Por favor, ayúdeme a decir lo que tengo dentro”.

Me encantó recibir este signo de su deseo de comunicarse. Tras otra hora de animarla incansablemente, finalmente dijo una primera frase, despacio y con temor. Cuando le reflejé aquello que le había oído decir, mostró un gran alivio y continuó entonces, despaciosa y temerosamente, a hablar. Un año después me envió una copia de las siguientes anotaciones en su diario:

“Salí del hospital, lejos de los tratamientos de shock y fuertes medicaciones. Eso fue por Abril. Los tres meses anteriores a esto están completamente en blanco en mi cabeza, así como los tres años y medio previos a ese Abril.

Me cuentan que, tras salir del hospital, pasé un tiempo en casa sin querer comer, ni hablar y queriendo estar en la cama todo el tiempo. Entonces fui enviada al Dr. Rosenberg en busca de consejo. No recuerdo mucho de esos dos o tres meses, salvo estar en el consultorio del doctor, hablando con él.

Comencé a despertar desde aquella primera sesión con él. Comencé a compartir con él lo que me oprimía – cosas que nunca hubiera soñado contarle a alguien. Y recuerdo cuanto significó para mí. Era tan difícil hablar. Pero el doctor me cuidó y mostró su aprecio y quise hablar con él. Siempre estaré agradecida de haber expulsado todo aquello. Recuerdo contar los días, incluso las horas, hasta mi próxima cita con él.

También he aprendido que enfrentar la realidad no es en absoluto malo. Me doy cuenta, cada vez más, de las cosas que debo afrontar, las cosas que necesito expulsar de mí y las cosas que necesito hacer trabajar de mí.

Asusta. Y es muy duro. Y desanima mucho que cuando estoy intentando con tanta intensidad, aún

pueda fallar tan terriblemente. Pero la mejor parte de la realidad es que he podido comprobar que también hay cosas maravillosas en ella”.

Sigo asombrándome del poder sanador de la empatía. Una y otra vez he sido testigo de gente trascendiendo los paralizantes efectos de los males psicológicos, cuando tienen suficiente contacto con alguien que pueda escucharles empáticamente. Como oyentes, no necesitamos profundizar en dinámicas psicológicas o entrenamiento en psicoterapia. Lo esencial es nuestra capacidad para estar presentes ante lo que está aconteciendo en el interior, respecto de esos sentimientos y necesidades tan únicas, que una persona está experimentando en ese preciso momento.

Sumario.-

Nuestra capacidad de ofrecer empatía puede permitirnos permanecer vulnerables, disipar violencia potencial, ayudarnos a escuchar la palabra “no” sin tener que lo tengamos que tomar como un rechazo, revitalizar una conversación moribunda, e incluso escuchar los sentimientos y necesidades expresadas a través del silencio. Una y otra vez, la gente trasciende los efectos paralizantes de las dolencias psicológicas cuando tienen suficiente contacto con alguien que realmente le escuche con empatía.

CAPÍTULO 9.

Conectando Compasivamente Con Nuestro Interior.-

“Convirtámonos en el cambio que buscamos en el mundo”.

Mahatma Gandhi.-

Hemos visto como la CNV contribuye en las relaciones con amigos y familia, en el trabajo y en la arena política. Su más crucial aplicación, sin embargo, puede estar en la manera en que nos tratamos a nosotros mismos. Cuando estamos internamente violentos contra nosotros mismos, es difícil el ser genuinamente compasivo hacia otros.

Recordando Lo Especiales Que Somos.-

En la obra, “Un Millar De Payasos”, por Herb Gardner, el protagonista rehúsa entregar a su sobrino de 12 años a las Autoridades de Protección Infantil, declarando, “Quiero que aprenda lo especial que es, de lo contrario no se percatará cuando comience a serlo. Quiero que permanezca alerta y... vean... Todas las malditas oportunidades. Quiero que sepa que valen la pena todos los costes, tan sólo para darle al mundo un poquito de brillo cuando tenga la oportunidad. Y quiero que sepa la razón sutil, escurridiza, importante, de porque fue nacido humano y no una silla”.

Me preocupa profundamente el que muchos de nosotros hayamos perdido consciencia de “la especial cosa” que somos, hemos olvidado “la razón sutil, escurridiza, importante” que el tío, tan apasionadamente, quería que su sobrino conociera. Cuando autoconceptos críticos nos previenen de ver la belleza en nosotros, perdemos la conexión con la energía divina que es nuestra fuente de alimento. Condicionados a vernos a nosotros mismos como objetos – objetos llenos de defectos - ¿Quedaría alguna duda de que nos relacionemos con nuestro interior de manera violenta?

Un área importante donde esta violencia puede ser reemplazada con compasión es en nuestra autoevaluación “minuto a minuto”. Desde el momento que deseamos todo aquello que nos conduce al enriquecimiento de la vida, es crítico el conocer cómo evaluar eventos y condiciones en formas que nos ayuden a aprender y a tomar las opciones de continuidad que sirvan a nuestros propósitos. Desafortunadamente, la manera en que hemos sido educados para autoevaluarnos suele promover más autoconmiseración que aprendizaje.

Evaluándonos A Nosotros Mismos Cuando Hemos Sido Menos Que Perfectos.-

En una actividad rutinaria de un Taller, le pedí a los participantes que rememoraran una ocasión reciente en que hicieron algo que desearían no haber hecho. Entonces observamos como hablaban consigo mismos, inmediatamente después de haber cometido aquello a que nos referimos en lenguaje común como a un “error” o una “equivocación”. Las afirmaciones típicas fueron: “Eso fue de tontos”, “¿Cómo pudiste hacer una cosa tan estúpida?”, “¿Qué marcha mal contigo?”, “Siempre tienes que liarla”, “Eso es muy egoísta”.

Estos oradores habían sido educados para juzgarse a sí mismos en formas que implicaban que aquello que ellos hicieron estaba mal o era malo. Sus auto-amonestaciones asumen implícitamente que merecen sufrir por aquello que hicieron. Es trágico que tantos de nosotros se vean atrapados en auto-desprecio antes que beneficiarse de los errores que muestran nuestras limitaciones y nos guían en nuestro crecimiento.

Aún cuando a veces aprendemos realmente de errores por los cuales nos hemos auto-juzgado con mucha dureza, me preocupa la naturaleza de la energía tras esa clase de cambio y aprendizaje. Yo, gustoso, lo cambiaría por ser estimulado por un claro deseo de enriquecer nuestras vidas, o las de

otros antes que por energías destructivas tales como la vergüenza y la culpa.

Si el modo de autoevaluarnos nos conduce a sentir vergüenza y, consecuentemente, cambiamos nuestro comportamiento, estamos permitiendo que nuestro crecimiento y aprendizaje sean guiados por el odio a uno mismo. La vergüenza es una forma de auto-desprecio, y las acciones acometidas en reacción a la vergüenza son son actos libres y gozosos. Aún cuando nuestra intención sea la de comportarnos con mayor delicadeza y sensibilidad, si la gente percibe culpa o vergüenza tras nuestros actos, es más probable que lo aprecien menos que si hubiéramos actuado motivados puramente por el deseo humano de contribuir a la vida.

En nuestro idioma hay una palabra con enorme poder para crear vergüenza y culpa. Esta violenta palabra, que usamos comúnmente para autoevaluarnos, está tan profundamente arraigada en nuestras consciencias que muchos de nosotros tendríamos problemas para imaginar cómo hacer para vivir sin ella. Esta es la palabra “deber”, tal como se usa en “debería haberlo sabido”, o “no debería haberlo hecho”. La mayor parte del tiempo, cuando usamos esta palabra con nosotros mismos, nos causa resistencia para aprender, porque “deber” implica que no hay elección. Los seres humanos, cuando escuchan cualquier tipo de exigencia, tienden a resistirse porque esto amenaza nuestra autonomía – esa fuerte necesidad que tenemos de poder elegir. Mostramos esta reacción a la tiranía, incluso cuando es tiranía interior en la forma de un “deber”.

Una expresión similar de exigencia interior ocurre en la siguiente autoevaluación: “Lo que hago es simplemente terrible. Realmente debo hacer algo al respecto”. Piensa por un momento en toda la gente que has oído diciendo: “Realmente, debería dejar de fumar”, o “En verdad que tengo que hacer algo por hacer más ejercicio”. Siguen diciendo lo que deberían hacer y siguen resistiéndose a hacerlo porque el ser humano no fue creado para la esclavitud. No estamos supuestos a sucumbir a los dictados del “deber” y del “tener que”, bien vengan de dentro de nosotros mismos o de afuera. Y si nos desarmamos y sucumbimos a estas exigencias, nuestras acciones surgen de una energía que ha sido privada del gozo de una vida de entrega.

Traduciendo Auto-Juicios Y Peticiones Interiores.-

Cuando comunicamos con nuestro interior con regularidad, a través del auto-juicio, culpa y demanda, no es sorprendente que nuestra autoconcepción permita un sentimiento de “más una silla que un ser humano”.

Una premisa básica de la CNV es que en cada ocasión en que inferimos que alguien es malo o está equivocado, lo que realmente decimos es que ella o él no está actuando en armonía con nuestras necesidades. Si la persona que juzgamos pasa que somos nosotros mismos, lo que estamos diciendo es: “Yo mismo no estoy actuando en armonía con mis propias necesidades”. Estoy convencido de que si aprendemos a evaluarnos a nosotros mismos en términos de si ocurre, y qué de bien ocurre, que estamos satisfaciendo nuestras propias necesidades, estaremos en mucha mejor disposición de aprender de la evaluación.

Nuestro reto, por tanto, cuando estamos haciendo algo que no enriquece nuestras vidas, es el de evaluarnos minuto a minuto de forma que inspire los siguientes dos cambios:

a) en la dirección de adonde querríamos llegar, yb) desde el respeto y la compasión para con nosotros mismos, en lugar de a partir del auto-

desprecio, la culpa o la vergüenza.

Añoranza Por La Comunicación No Violenta.-

Tras una vida de escolarización y socialización, es probablemente muy tarde para muchos de nosotros para entrenar nuestras mentes para que piensen puramente, en términos de lo que necesitamos o valoramos minuto a minuto. Sin embargo, tal y como hemos aprendido a traducir juicios cuando conversamos con otros, podemos entrenarnos a reconocer una autocrítica destructiva e inmediatamente centrar nuestra atención en las necesidades que esconde.

Por ejemplo, si nos encontramos a nosotros mismos reaccionando reprobatoriamente a algo que hemos hecho: “Vean, ya la volví a liar”, rápidamente podemos detenernos y preguntarnos, “¿Qué necesidad insatisfecha he expresado a través de este juicio moral?”. Cuando conectamos con la necesidad – y puede que hayan varias capas de necesidades por destapar – notaremos un cambio evidente en nuestros cuerpos. En lugar de culpa, vergüenza o depresión, que normalmente sentiríamos mediante la autocrítica por haberla “liado otra vez”, experimentaremos cualquier número de sentimientos. Aún cuando sea tristeza, frustración, disgusto, miedo, avaricia o cualquier otro sentimiento, hemos sido diseñados por la naturaleza para lidiar con estos sentimientos con un propósito: nos movilizan para la acción en pos de nuestros objetivos y nos satisfacen con lo que necesitamos y valoramos. Su impacto en nuestro espíritu y en nuestro cuerpo es sustancialmente diferente de la desconexión que nos trae la culpa, vergüenza y la depresión.

Añorar la CNV es el proceso de conectar totalmente con las necesidades y sentimientos no satisfechos que son generados cuando hemos sido poco menos que perfectos. Es una buena experiencia o motivo de arrepentimiento, pero de un arrepentimiento que nos ayuda a aprender de lo que hemos hecho sin necesidad de poner enfoque en culparnos u odiarnos a nosotros mismos. Vemos como nuestro comportamiento corre en contra de nuestras necesidades y valores y nos abrimos a sentimientos que surgen de esa consciencia. Cuando nuestra consciencia está enfocada en lo que precisamos, nos vemos estimulados naturalmente hacia posibilidades creativas de como solventar esa necesidad. En contraste, los juicios morales que usamos cuando nos culpamos a nosotros mismos, tienden a oscurecer tales posibilidades y a perpetuar un estado de auto-castigo.

Auto-Perdón.-

Seguimos con el proceso de añoranza sumando el auto-perdón. Volviendo nuestra atención a la parte de nuestro ser que ha escogido actuar en un modo que nos ha llevado a la presente situación, nos preguntamos: “Cuando me he comportado de la manera de la que me arrepiento ahora ¿Qué necesidad buscaba satisfacer?”. Creo que el ser humano está siempre actuando al servicio de sus necesidades y sus valores. Esto es una verdad, tanto si la acción satisface, o no la necesidad, o tanto si al final lo celebramos o nos arrepentimos.

Cuando escuchamos empáticamente a nosotros mismos, somos capaces de oír la necesidad oculta. El auto-perdón ocurre en el momento en que esta conexión empática se establece. Cuando somos capaces de reconocer que nuestra elección fue un intento de servir a nuestra vida, aún cuando el proceso de añoranza nos muestre como se quedó corto al satisfacer nuestras necesidades.

Un importante aspecto de la autocompasión es el ser capaz de sostener empáticamente a ambas caras de nuestro yo: aquella que representa nuestro ser arrepentido por una acción pasada, y aquella que representa al ser que acometió la acción en principio. El proceso de añoranza y de auto-perdón nos liberan en la dirección del aprendizaje y crecimiento. Conectando minuto a minuto con nuestras necesidades, incrementamos nuestra capacidad creativa para actuar en armonía con las mismas.

La Lección Del Traje Moteado.-

Me gustaría ilustrar el proceso de añoranza y auto-perdón reseñando una situación personal que viví. El día antes de un importante Taller, me compré un ligero traje gris de verano para asistir al mismo. Al final del multitudinario Taller, fui engullido por un corro de participantes preguntando por mi dirección, la de mi consultorio, y otras informaciones. Con el tiempo echándoseme encima para atender otro compromiso, me apuré para atender todas las peticiones de los participantes, firmando y escribiendo dedicatorias en trozos de papel extendidos ante mí. Al tiempo que me apuré hacia la salida, introduje el bolígrafo, destapado, en el bolsillo de mi traje. Una vez afuera, descubrí para mi horror que en lugar del maravilloso traje gris, ahora tenía un traje moteado.

Durante cerca de veinte minutos fui brutal conmigo mismo: “¿Cómo puedes ser tan descuidado?”, “¡Qué cosa más estúpida he hecho!”. Acababa de arruinar un traje recién estrenado.: si en algún momento de mi vida necesité compasión y comprensión fue en ese momento, si bien me respondía a mí mismo de tal forma que me hacía sentir peor aún.

Afortunadamente – tras tan solo cuarenta minutos – percibí lo que estaba haciendo. Paré en seco, comencé a buscar la necesidad insatisfecha que me llevó a guardar el bolígrafo destapado en el bolsillo y me pregunté: “¿Qué necesidad se esconde tras mi auto-condena por descuidado y estúpido?”.

Inmediatamente vi que debía cuidar mejor de mí mismo: para haber puesto más atención a mis propias necesidades, mientras iba a toda prisa prestando atención a las necesidades de todos los demás. Tan pronto como identifiqué esa parte de mí mismo y me conecté al profundo deseo de ser más atento y considerado con mis propias necesidades, mis sentimientos cambiaron. Hubo una relajación de la tensión en mi cuerpo al desaparecer la rabia, culpa y vergüenza que había acumulado. Me dio pena el traje arruinado y el bolígrafo destapado al abrirme a los sentimientos de tristeza que ahora surgían acompañados de la urgencia de tratarme mejor a mí mismo.

El siguiente paso fue tornar mi atención a la necesidad con que me encontré cuando deslicé el bolígrafo destapado en el bolsillo. Reconocí cuánto valoro el cuidado y la consideración que pongo atendiendo las necesidades de otros y que no me había tomado el tiempo preciso para hacer lo mismo conmigo. Pero en lugar de culpa, sentí una ola de autocompasión al darme cuenta de que incluso mi acto de apurarme y poner el bolígrafo en el bolsillo sin haber pensado, habían venido de mi propia necesidad de responder solícitamente a las necesidades de otros.

En ese lugar de compasión, me siento capaz de afrontar ambas necesidades: en una mano, el responder de forma amorosa a las necesidades de los demás; y en la otra, permanecer consciente de cuidar de mí de mejor modo. Puedo imaginar formas de comportamiento diferentes en situaciones similares y llegando a las soluciones con muchos más recursos que si pierdo esa consciencia en un mar de auto-condena.

No Hagas Nada Fuera Del Guión.-

En adición al proceso de añoranza y auto-perdón, otro aspecto de la autocompasión que enfatizo es la energía oculta tras cada acción que acometemos. Cuando anuncio “No hagas nada fuera del guión”, algunos me tomas por radical, incluso por loco. Yo creo , como quiera, que una importante forma de autocompasión es el hacer las elecciones motivados puramente por nuestro deseo de contribuir a la vida en lugar de surgir del miedo, la culpa, la vergüenza, el deber o la obligación. Cuando somos conscientes del propósito enriquecedor que se esconde tras las acciones que tomamos, cuando la sola energía que nos motiva es la de hacer la vida maravillosa para los demás y

para nosotros mismos, entonces, incluso el trabajo duro tendrá un elemento del guión contenido en él. Correspondientemente, cualquier otra actividad gozosa que ejecutemos a partir de la culpa, el miedo o la vergüenza perderá su aspecto gozoso y eventualmente engendrará resistencia.

En el capítulo 2, propusimos reemplazar el lenguaje que implica una carencia de elección por un lenguaje que reconoce las opciones. Hace muchos años me uní a una actividad que agrandaba significativamente el estanque de gozo y felicidad disponible en mi vida, al tiempo que menguaba la depresión, la culpa y la vergüenza. Lo ofrezco aquí como una vía posible para profundizar en nuestra autocompasión, para ayudarnos a vivir nuestras vidas insertos en un guión gratificante que nos ancla en la consciencia clara de la necesidad de enriquecer nuestras vidas escondida en cada cosa que hacemos.

Traduciendo “Tengo que” a “Opto por”.-

Primer paso:

¿Qué actos acometes en tu vida que no experimentas como “en el guión”? Haz una lista en un papel con todas aquellas cosas que te dices a ti mismo que tienes que hacer, cualquier actividad que temes pero que acometes de todas formas porque percibes que es tu única opción.

Cuando revisé por primera vez mi lista, viendo lo larga que era me dio la visión de porqué mucho de mi tiempo era desperdiciado sin gozar de la vida. Me di cuenta de cuantas cosas estaba haciendo en un día ordinario al engañarme a mi mismo creyendo que “tenía” que hacerlas.

El primer concepto de la lista era “escribir las historias clínicas”. Odio escribir estos reportes, si bien gastaba por lo menos una hora de agonía en ellos cada día. Mi segunda anotación era “Llevar a los niños al colegio”.

Segundo paso:

Tras completar la lista, reconocete claramente a ti mismo porque escoges hacerlas, no porque tienes que hacerlas. Introduce las palabras “Opto por” ante cada cosa que has listado.

Recuerdo mi propia resistencia ante este paso. “¡Escribir los historiales médicos” me insistía a mí mismo, “no es algo que “escoja” hacer, es algo que tengo que hacerlos porque soy psicólogo clínico”.

Tercer paso:

Después de haber reconocido que eliges hacer una actividad en particular, toma contacto con la intención tras la elección, completando la aseveración con “Opto por... porque quiero...”.

Al principio me sentí espeso a la hora de identificar lo que quería lograr escribiendo los reportes. Algunos meses antes, había determinado que los reportes no le hacían servicio suficiente a mis clientes para justificar el tiempo que me tomaban, así que ¿Porqué continuaba invirtiendo tanta energía en su preparación? Finalmente me di cuenta de que estaba optando por escribir los reportes, sólo porque quería los ingresos que me proporcionaban. Tan pronto como reconocí esto, no volví a escribir ni un solo historial clínico. No puedo explicarles lo feliz que me siento pensando en cuantos informes médicos he dejado de preparar desde aquel momento, hace 35 años. Cuando me di cuenta de que el dinero era mi motivación primaria, inmediatamente vi que podría encontrar otras maneras de cuidarme financieramente, y de hecho, prefiero escarbar en los contenedores de basura en busca

de comida que tener que escribir otro reporte.

Lo siguiente en la lista de cosas indeseadas era llevar a los niños a la escuela. Cuando examiné la razón detrás de aquella tarea, sin embargo, me di cuenta de lo que beneficiaba a mis hijos el asistir a aquella escuela. Fácilmente podrían andar el camino hasta la escuela del barrio, pero la escuela a la que asistían estaba mucho más en armonía con mis valores educacionales. Continué llevándoles, pero con una energía diferente: en lugar de “caramba, tengo que llevarles al colegio hoy”, era consciente de mi propósito, el cual era que mis hijos tuvieran la calidad de educación que me era muy apreciada. Por supuesto que a veces necesitaba recordarme a mí mismo, dos o tres veces en cada viaje, el centrar mi mente a qué propósito servía mi acto.

Cultivando La Consciencia De La Energía Detrás De Nuestros Actos.-

Al explorar la afirmación: “Opto por... porque quiero que...” puede que descubras – como lo hice yo con el traslado de los niños a la escuela – los importantes valores que se encuentran tras las elecciones que has hecho. Estoy convencido de que tras ganar claridad respecto a la necesidad que es servida por nuestras acciones, podemos experimentarlas como un juego incluso cuando impliquen trabajo duro, retos o frustraciones.

Para algunos conceptos en tu lista, en cualquier caso, puede que descubras una o varias de las motivaciones siguientes:

1. Por dinero: El dinero es una de las principales fórmulas extrínsecas de recompensa en nuestra sociedad. Las opciones impulsadas por el deseo de una recompensa económica son costosas. Nos privan del gozo vital que deviene de acciones fundamentadas en la clara intención de contribuir a cubrir una necesidad humana. El dinero no es una “necesidad” tal como la definimos en la CNV; es una de las incontables estrategias que pueden ser escogidas para señalar una necesidad.

2. Por aprobación: tal como el dinero, la aprobación de otros es una forma extrínseca de recompensa. Nuestras culturas nos han educado para estar hambrientos de recompensa. Acudimos a colegios que usaban medios extrínsecos para motivarnos al estudio, crecimos en hogares donde éramos recompensados por ser buenos niños y niñas y castigados cuando a juicio de nuestros cuidadores no lo fuimos. Así, como adultos nos engañamos creyendo que la vida consiste en hacer cosas por una recompensa. Somos adictos a recibir sonrisas, una palmadita en la espalda, y los juicios verbales de la gente que nos describen como “buena persona”, “buen padre”, “buen ciudadano”, “buen trabajador”, “buen amigo”, etc. Hacemos las cosas para conseguir gustarle a las demás personas y evitamos las cosas que pueden conducirles a castigarnos o despreciarnos. Encuentro trágico que trabajemos tan duro para comprar amor y que tengamos que negarnos a nosotros mismos y hacer por los demás con tal de ser de su gusto. De hecho, cuando hacemos las cosas con la sola motivación de potenciar la vida, encontraremos a otros que nos aprecien. Su aprecio, de todos modos, es sólo un mecanismo de retroalimentación que confirman que nuestros esfuerzos han conseguido el objetivo que perseguían. El reconocimiento que hemos escogido para usar nuestro poder para servir a la vida y haberlo hecho exitosamente nos trae la alegría genuina de celebrarnos espiritualmente en una forma que la aprobación de otros nunca igualaría.

3. Por escapar del castigo: Algunos de nosotros pagamos impuestos, primeramente para evitar el castigo. Como consecuencia estamos supuestos a esperar ese ritual anual con cierto grado de resentimiento. Recuerdo, sin embargo, en mi niñez, lo diferente que se sentían mi padre y mi abuelo al respecto. Habían emigrado desde Rusia a los Estados Unidos, y estaban deseosos de apoyar a un gobierno que creían que protegía a la gente en una forma en que el Zar no había hecho. Imaginando la mucha gente cuyo bienestar se veía asegurado por los

impuestos pagados, sentían un placer rayano la gloria cuando enviaban sus cheques al gobierno.

4. Para evitar la vergüenza: Puede que hayan algunas cosas que elegimos hacer, sólo para evitar la vergüenza. Sabemos que si no las hacemos, acabaremos sufriendo graves autocríticas, escuchando a nuestra propia voz diciéndonos como es seguro que debe haber algo mal o estúpido en nosotros. Si hacemos algo impulsados por el ansia de evitar la vergüenza, generalmente, acabaremos detestando nuestra acción.

5. Para evitar la culpa: En otras instancias, podemos pensar, “Si no hago esto, la gente de disgustará conmigo”. Estamos asustados de que acabemos sintiéndonos culpables por fallar en satisfacer las expectativas que otros tienen de nosotros. Hay un mundo de diferencias entre hacer algo por otros a fin de evitar la culpa y hacerlo desde la clara consciencia de nuestra propia necesidad de contribuir a la felicidad de otros seres humanos. La primera opción nos trae miseria. La segunda opción está llena de sublime alegría.

6. Por estar fuera de servicio: Cuando usamos un lenguaje que niega las opciones, por ejemplo palabras como “deber”, “tener que”, “no poder”, “estoy supuesto a”, etc., nuestros comportamientos surgen de una vaga sensación de culpa, obligación o deber. Considero esto como, socialmente la más peligrosa, y personalmente la más desafortunada, manera de actuar cuando somos apartados de nuestras necesidades. En el capítulo 2 vimos como el concepto de “Amtssprache” permitía a Adolf Eichmann y sus colegas el enviar a decenas de miles de gente a su ejecución sin sentirse emocionalmente afectados o personalmente responsables. Cuando hablamos un lenguaje que niega la opción, condenamos nuestras vidas al permitir que una mentalidad “robótica” nos desconecte de nuestra esencia.

Tras examinar la lista de items que has generado, puede que decidas de hacer ciertas cosas con el mismo espíritu en que yo escogí saltarme lo de los historiales clínicos. Por más radical que parezca, es posible hacer las cosas sólo desde el corazón. Creo que es el grado en que nos integramos segundo a segundo en el altruismo de enriquecer a la vida – motivados por el solo deseo de su enriquecimiento – es en ese grado, digo, en el que estamos siendo compasivos para con nosotros mismos.

Sumario.-

La más crucial aplicación de la CNV puede que sea sobre el modo en que nos auto-consideramos. Cuando cometemos errores, podemos usar el proceso de la CNV de mourning(añoranza) y auto-perdón para mostrarnos donde podemos crecer, en lugar de vernos atrapados en auto-juicios morales. Comportándonos en términos de nuestras propias necesidades no satisfechas, el ímpetu para el cambio nace, no de la culpa, o l vergüenza, la rabia o la depresión, sino del genuino deseo de contribuir a nuestro propio bienestar y el de los demás.

También cultivamos la autocompasión escogiendo conscientemente, en la vida diaria, el actuar al servicio sólo de nuestras necesidades y valores, en lugar de guiados por el deber, por recompensas extrínsecas, o por evitar la culpa, la vergüenza, y el castigo. Si revisamos los actos vacío de gozo ante los cuales nos sometemos corrientemente y hacemos la traducción desde el “tengo que” al “opto por”, descubriremos más altruismo e integridad en nuestras vidas.

CAPÍTULO 10.

Expresar Completamente La Ira.-

El tema de la ira nos da una oportunidad única para bucear más profundamente, si cabe, en la CNV. Por la razón de que trae muchos aspectos de este procedimiento a un enfoque certero, la expresión de la ira claramente demuestra la diferencia entre la CNV y otras formas de comunicarse.

Me gustaría decir que lo de matar gente es algo muy superficial. Matar, pegar, culpar, herir a otros – bien física como mentalmente – son todas expresiones superficiales de lo que esta ocurriendo en nuestro interior cuando sentimos ira. Si de verdad estamos airados, querríamos una forma mucho más poderosa de expresarnos completamente.

Este concepto sirve de alivio para muchos grupos con los que trabajo, que experimentan opresión y discriminación y quieren incrementar su poder para efectuar cambios. Tales grupos se sienten incómodos cuando escuchan conceptos como “Comunicación No Violencia” o “Comunicación Compasiva” porque a menudo han sido urgidos a contener su ira, calmarse y aceptar el status quo. Les preocupan las teorías que ven su ira como una cualidad indeseable, que debe ser purgada. El procedimientos que estamos describiendo, sin embargo, no nos anima a ignorar, diluir o tragarnos la ira, sino más bien que expresemos el núcleo de nuestra ira de corazón y totalmente.

Distinguiendo Entre El Estímulo Y La Causa.-

El primer paso para expresar completamente la ira en la CNV es divorciar a la otra persona de cualquier responsabilidad por nuestra ira. Nos llenamos de pensamientos como: “Él, ella, o ellos me pusieron furioso cuando hicieron aquello”. Esos pensamientos nos conducen a expresar nuestra ira superficialmente, culpando o castigando a la otra persona. Anteriormente hemos visto que el comportamiento de otros puede ser un “estímulo” para nuestros sentimientos, pero no la “causa” de ellos. No podemos estar furiosos por lo que otro hizo. Podemos identificar el comportamiento de la otra persona como el estímulo, pero es importante establecer una clara separación entre estímulo y causa.

Querría ilustrar esta distinción con un ejemplo de mi trabajo en una prisión en Suecia. Mi trabajo consistía en mostrar a los prisioneros que habían mostrado un comportamiento violento cómo expresar completamente su ira, antes que matar, golpear o violar a otras personas. Durante un ejercicio que les llamaba a identificar el estímulo de su ira, uno de los prisioneros escribió: “Hace tres semanas le hice una petición al los oficiales de prisiones y ellos aún no me han respondido”. Esta declaración era una clara observación de un estímulo, describiendo lo que otras personas habían hecho.

Entonces le pedí que declarara la causa de su ira: “¿Cuándo esto pasó, te sentiste furioso por qué causa?”.

“Se lo acabo de decir”, exclamó, “Me sentí furioso porque ellos no respondieron a mi petición”. Al equiparar el estímulo con la causa se engañó a sí mismo pensando que era el comportamiento de los oficiales de la prisión lo que le había airado. Este es un hábito fácil de adquirir en una cultura que usa la culpa como un medio de control sobre la gente. En tales culturas, se hace importante el engañar a la gente haciéndoles pensar que podemos “hacer sentir” a otros de una manera u otra.

En tanto la culpa es una táctica de manipulación y coerción, es de utilidad para confundir estímulo con causa. Como hemos mencionado antes, los niños que oyen “Le duele mucho a mamá y a papá cuando traes notas bajas” son conducidos a creer que su comportamiento es la causa del dolor de sus progenitores. La misma dinámica es observada entre las parejas: “Realmente me disgusta cuando no estás aquí por mi cumpleaños”. El lenguaje español facilita mucho el uso de esta táctica de inducción de culpa.

Decimos: “Me pones furioso”. “Me hieres cuando haces eso”. “Me siento triste porque hiciste esto”. Usamos nuestro lenguaje en muchas formas diferentes para engañarnos a nosotros mismos al creer que nuestros sentimientos son el resultado de lo que otros hacen. El primer paso en el proceso de expresar completamente nuestra ira es el darnos cuenta de que lo que hacen los demás no puede ser nunca la causa de lo que sentimos.

Así que, ¿Cuál es la causa de la ira? En el capítulo 5, contemplamos las cuatro opciones que podemos escoger cuando confrontamos un mensaje o comportamientos que no nos gusta. La ira está generada cuando escogemos la segunda opción: Cada vez que estamos furiosos, tenemos en la mente una falta – escogemos hacer de dios juzgando o culpando a la otra persona por estar equivocada o por merecer un castigo. Me gustaría sugerir que esta es la causa de la ira. Aún cuando no seamos, en principio, conscientes de ello, la causa de la ira está localizada en nuestra propia manera de pensar.

La tercera opción descrita en el capítulo 5 es aquella que hace brillar la luz de la consciencia en nuestros propios sentimientos y necesidades. En vez de ir a nuestra cabeza para hacer un análisis mental de lo malo hecho por otro, , escogemos conectar con la vida que se encuentra en nuestro interior. Esta energía vital es más palpable y accesible cuando nos enfocamos en lo que cada uno necesita en cada momento.

Por ejemplo. Si alguien llega tarde a una cita y necesitamos la reafirmación de que se preocupa de nosotros, podemos sentirnos heridos. Si, por contra, nuestra necesidad es la de gastar nuestro tiempo constructivamente y con un propósito, podemos llegar a sentirnos frustrados. Si, por otro lado, nuestra necesidad se reduce a treinta minutos de plácida soledad, puede que estemos agradecidos por su tardanza y que nos sintamos muy bien al respecto. Así, no es el comportamiento de la otra persona, pero nuestra propia necesidad la causa de nuestro sentimiento. Cuando nos conectamos a nuestra necesidad, tanto en busca de reafirmación, soledad o de propósitos, estamos en contacto con nuestra energía vital. Podemos tener fuertes sentimientos pero no estaremos nunca furiosos. La ira es el resultado de un pensamiento alienante que nos opaca la visión de la necesidad que tenemos en ese momento. Indica que nos hemos movido hacia nuestra cabeza para efectuar análisis y para juzgar al otro, en lugar de centrarnos en averiguar cuáles de nuestras necesidades están siendo insatisfechas.

En adición a la tercera opción, la que nos enfoca nuestras propias necesidades y sentimientos, tendremos en cuenta que la opción de hacer que la luz de la consciencia brille sobre los sentimientos y necesidades de la otra persona. Cuando escogemos esta cuarta opción, no podremos sentir nunca ira. No refrenamos la ira; veremos cómo la ira está simplemente ausente en cada momento en que estamos totalmente presentes ante los sentimientos y necesidades de los demás.

Toda Ira Tiene Un Núcleo Destinado Al Servicio De La Vida.-

“Pero”, me preguntan, “¿No existe esa circunstancia en la cual la ira está justificada? ¿No hay una 'correcta indignación' contra, por ejemplo, la descuidada y descerebrada polución del medio ambiente?”. Mi respuesta es que creo firmemente que cualquier grado de consciencia de que existe tal cosa como una “acción descuidada”, o una “acción concienzuda”, una “persona avariciosa” o una “persona moral”, hace que contribuyamos a la violencia en este planeta. En lugar de estar de acuerdo o en desacuerdo acerca de lo que “es” la gente que asesina, viola o contamina nuestro ambiente, pienso que servimos mejor a la vida si concentramos nuestra atención a lo necesitamos.

Veo todo tipo de ira como el resultado de un modo de pensar provocativo, violento y alienante.. en

el núcleo de la ira hay una necesidad que no se ve satisfecha. De este modo, la ira puede ser valorada si la usamos como un despertador para despertarnos a la comprensión de que tenemos una necesidad a la que no damos una solución y que estamos pensando en una forma que reduce las posibilidades de encontrarla.

Para expresar plenamente la ira requiere la total comprensión de nuestra necesidad. Súmese la energía que precisamos consumir para conseguir satisfacerla. La ira, como quiera, absorbe toda nuestra energía dirigiéndola hacia el castigo a las personas, antes que a la satisfacción de nuestras necesidades. En lugar de la “razonable indignación”, recomiendo la conexión empática con nuestras propias necesidades o aquellas de otros. Puede que nos requiera practicar mucho el reemplazar la frase “Estoy furioso porque ellos...” con la de “Estoy furioso porque estoy necesitando...”.

Hubo una ocasión en que aprendí una notable lección mientras trabajaba con estudiantes de una Escuela-Correccional para Menores en Winsconsin. Dos días sucesivos me golpearon en la nariz en formas marcadamente similares. El primer golpe directo a la nariz lo recibí desde el codo de uno de los dos contendientes de la discusión en la que trataba de mediar. Me puse tan furioso que apenas podía contener el deseo de devolverle el golpe. En las calles de Detroit, donde crecí, hacía falta mucho menos que un codo en mi nariz para provocarme la ira. El segundo día, la misma situación, la misma nariz (ahora con un fuerte dolor físico en ella), pero sin el mínimo asomo de ira.

Reflexionando profundamente aquella tarde sobre esta experiencia, reconocí como había etiquetado al primer chaval en mi cabeza: “malnacido”. Esa imagen estaba en mi cabeza antes que su codo me hubiera cazado la nariz, y cuando lo hizo dejó de ser un simple codo en busca apresurada de mi nariz sino que pasó a ser: “Esa rata obscena no tiene derecho a hacerme esto”. Hice otro juicio acerca del segundo chaval. Lo vi como una “criatura patética”. En tanto tenía la tendencia a preocuparme por este muchacho, aún cuando mi nariz dolía horrores y sangraba abundantemente en este segundo día, no sentí rabia ninguna. No hubiera podido recibir una lección más poderosa para ayudarme a entender de que no es lo que la otra persona hizo que me provocó en mi ira, sino las imágenes e interpretaciones en mi propia cabeza, las que la estimulan.

Estímulo Versus Causa: Implicaciones Prácticas.-

Yo enfatizo especialmente en la diferencia entre causa y estímulo, tanto en el terreno práctico como en el táctico y en el filosófico. Quisiera ilustrar este punto retornando a mi diálogo con John, el preso sueco:

John: “Hace tres semanas que hice una petición a los oficiales de prisiones y todavía no me han respondido”.MBR: “Y cuando esto pasó te sentiste furioso, ¿Por qué causa?”.John: “Se lo acabo de decir. ¡No han dado respuesta a mi petición!”.MBR: “Detente ahí. En lugar de decir 'estoy furioso porque ellos...', para y hazte consciente de lo que te estás diciendo a ti mismo que te enfurece tanto”.John: “No me digo a mi mismo nada en absoluto”.MBR: “Para, más despacio, sólo escucha a lo que está teniendo lugar en tu interior”.John: (reflexionando silenciosamente y entonces...) “Me digo a mi mismo que ellos no tienen respeto por los seres humanos; son una manada de burócratas fríos y sin rostro, que no dan lo más mínimo por nadie que no sean ellos mismos. ¡Son una manada de...”.MBR: “Gracias, suficiente. Ahora sabes porqué estás enfadado. Es esa forma de pensar”.John: “Pero ¿Qué tiene de malo pensar así?”.MBR: “No he dicho que haya nada de malo en esa forma de pensar. Date cuenta de que si digo que hay algo de malo en tu forma de pensar, estaría pensando de la misma forma acerca de tí. Yo no

digo que es “malo” juzgar a los demás, llamarles burócratas sin rostro o etiquetar sus acciones como desconsideradas o egoístas. De todas formas, es esa forma de pensar de tu parte la que te hace sentir muy furioso. Centra tu atención en tus necesidades: ¿Cuáles son tus necesidades en esta situación?”.John: (tras un largo silencio) Marshall, necesito hacer el curso que les estoy pidiendo. Si no logro hacerlo, tan seguro como que estoy sentado aquí, voy a acabar regresando aquí cuando salga de cumplir esta condena”.MBR: “Ahora que tu atención está puesta en tus necesidades, ¿Cómo te sientes?”.John: “Asustado”.MBR: “Ahora, trata de meterte en las botas de un oficial de prisiones. Si yo fuera un recluso ¿Qué crees que me facilitará más el satisfacer mis necesidades? ¿Venir a ti diciéndote: 'Realmente necesito hacer ese curso y me asusta lo que ocurrirá si no lo consigo...' o si vengo a ti mientras te veo como un burócrata sin rostro? Aún cuando mo diga esas palabras de viva voz, mis ojos revelarían esa clase de pensamiento. ¿Qué fórmula crees que me dará más posibilidades de satisfacer mi necesidad?”.(John queda en silencio mirando al suelo).MBR: “Eh, amigo, ¿Qué te pasa?”John: “No puedo hablar de ello”.

Tres horas más tarde, John se aproximó a mí para decirme: “Marshall, ojalá me hubieras enseñado hace dos años lo que me aprendido esta tarde. No hubiera tenido que matar a mi mejor amigo...”.

Toda violencia es el resultado del auto-engaño, como hizo este joven prisionero, creyendo que su dolor derivaba de otras personas y que consecuentemente esa gente merecían ser castigados.

Una vez, vi a mi hijo más joven coger una moneda de cincuenta céntimos del cuarto de su hermana. Le dije: “Brett, ¿Le preguntaste a tu hermana si podías coger esto?”, “No se lo he cogido”, me respondió. Ahora me enfrenté a mis cuatro opciones. Podría haberlo llamado mentiroso, lo que hubiera obrado en contra de satisfacer mis necesidades, en tanto todo juicio sobre otra persona disminuye la probabilidad de satisfacer nuestras necesidades. El punto en el que enfocara mi atención en aquel momento era crítico. Si lo juzgara como que mentía, me hubiera apuntado en una dirección. Si lo juzgara como que no me respetaba lo suficiente como para no mentirme, me hubiera apuntado a otra dirección. Si, como quiera, escogía empatizar con él en aquel momento, o escogía expresar crudamente lo que sentía y necesitaba, iba a aumentar las posibilidades de satisfacer mis necesidades.

La forma en la que expresé mi elección, que en esa situación se mostró de mucha ayuda, no fue mucho a través de lo que dije, sino de lo que hice. En lugar de juzgarle como mentiroso, traté de escuchar sus sentimientos: estaba asustado y su necesidad era la de protegerse ante la perspectiva de un castigo. Al empatizar con el, tuve la oportunidad de crear una conexión emocional de la cual obtener cada uno la resolución de nuestras necesidades. Aún así, si me hubiera acercado a él en la visión de que me mentía – aunque no lo hubiera dicho de viva voz – hubiera visto mermada su sensación de seguridad para poder expresarse verídicamente sobre lo que había ocurrido. Hubiera tenido, entonces, que entrar a formar parte del procedimiento: mediante el simple acto de juzgar a otra persona como mentiroso, estaré contribuyendo a crear una profecía auto-satisfecha. ¿porque querría la gente decir la verdad, sabiendo que van a ser juzgados y castigados por decirlo?

Me gustaría sugerir que cuando nuestras cabezas se llenan con juicios y análisis de que otros son malos, avariciosos, irresponsables, mentirosos, tramposos, de que contaminan el ambiente, de que valoren el beneficio más que la vida, o de que se comporten de maneras diferentes a las que debieran, muy pocos de ellos se interesarán en nuestras necesidades. Si queremos proteger el medio ambiente, y vamos a un ejecutivo corporativo con la actitud de: “¿Sabes? Estás asesinando a este planeta. No tienes derecho a abusar de la tierra de esta forma”, habremos menguado severamente

las oportunidades de obtener la satisfacción de nuestras necesidades. El raro el ser humano que puede mantener el foco en nuestras necesidades cuando nos estamos expresando acerca de él en imágenes llenas de maldad. Por supuesto, puede que tengamos éxito usando estos juicios para intimidar a la gente a fin de que satisfagan nuestras necesidades. Si se sienten lo suficientemente asustados, culpables o avergonzados como para cambiar su actitud es posible que comencemos a pensar que se puede “ganar” mediante señalar a los demás lo que hay de malo en ellos.

Con una perspectiva más amplia, sin embargo, nos damos cuenta de que cada vez que satisfacemos nuestras necesidades de esta manera, no sólo perdemos, sino que además hemos contribuido muy tangiblemente a incrementar la violencia sobre el planeta. Puede que hayamos solventado un problema inmediato, pero hemos creado otro diferente. Cuanto más oiga, la gente, culpa y juicio, más defensiva y agresiva se volverá y menos se preocuparán por nuestras necesidades en el futuro. Así que, por más que tu necesidad presente se ve satisfecha, desde la sensación de que la gente hace lo que queremos, pagaremos por ello después.

Cuatro Pasos Para La Expresión De La Ira.-

Echemos un vistazo a que cosas del procedimiento para expresar nuestra ira completamente requieren una fórmula concreta. El primer paso es detenernos y no hacer otra cosa que respirar. Refrenamos cualquier movimiento que busque culpar o castigar a la otra persona. Simplemente nos quedamos quietos. Entonces, identifiquemos qué pensamientos nos están haciendo enfadar. Por ejemplo, nos parece oír un comentario que nos lleva a creer que hemos sido excluido de una conversación por mi raza. Sentimos ira; detente y reconoce los pensamientos que giran en tu pensamiento: “Es injusto actuar así. Ella está siendo racista”. Sabemos que todo juicio como este son trágicas expresiones de necesidades no satisfechas, así que damos el siguiente paso y conectamos con las necesidades tras esos pensamientos. Si juzgo a alguien por ser racista, la necesidad será de igualdad, inclusión, respeto o conexión.

Para expresarnos plenamente abrimos ahora la boca para hablar la ira – pero teniendo en cuenta que esa ira ha sido transformada en necesidades y esas necesidades interconectadas con los sentimientos. Para articular estos sentimientos, sin embargo, es posible que nos requiera mucho coraje. Para mí es fácil ponerme furioso y decirle a la gente, “Eso ha sido de tono racista”. De hecho, puede que disfrute diciendo tales cosas, pero el bucear entre las necesidades y los sentimientos más profundos que existen tras una afirmación así, puede ser algo que meta miedo. Para expresar completamente nuestra ira, podríamos decirle a nuestro interlocutor: “cuando entraste en la habitación y empezaste a hablar con los demás y no me dijiste nada, y entonces hiciste el comentario acerca de la gente blanca, me sentí agriar el estómago, y me asusté mucho; disparó todo tipo de necesidades en mi deseo de ser tratado con igualdad. Me gustaría saber como te sientes cuando te comento esto”.

Ofreciendo Empatía Primeramente.-

En muchos casos, sin embargo, hay otro paso que debemos tomar antes de que podamos esperar que la otra parte conecte con lo que está teniendo lugar dentro de nosotros. Precisamente porque será, a menudo, muy difícil para los demás el recibir nuestros sentimientos y necesidades en una situación así, podemos precisar de empatizar con ellos, si queremos que nos escuchen. Cuanto más empatizamos con lo qué les conduce a comportarse de esa manera, más probable es que sean capaces de una reciprocidad más adelante.

En los últimos treinta años he obtenido una inmensa riqueza en experiencia aplicando la CNV con

gente que almacena fuertes creencias acerca de específicas razas y grupos étnicos. Bien temprano una mañana me recogió un taxi-bus en el aeropuerto para llevarme a la ciudad. Un mensaje de la central de control repicó fuertemente en el altavoz de la cabina: “Recoja al Sr. Fishmann en la sinagoga de Main Street”. El pasajero a mi lado masculló: “estos cochinos se levantan bien temprano para poder arrancar el dinero de las manos de la gente”.

Cerca de veinte minutos hubo de verse humo saliendo de mis orejas. En años anteriores mi primera reacción hubiera sido querer herir físicamente a esa persona. Ahora tomé un par de buenas bocanadas de aire y me entregué a mi mismo una buena dosis de empatía por el dolor, el miedo y la ira que hervían en mi interior. Atendí a mis sentimientos. Me mantuve consciente de que mi ira no provenía de aquel hombre o de la afirmación que había realizado. Su comentario había disparado en mi interior un volcán, pero sabía que mi ira y mi miedo profundo vinieron de una fuente mucho más profunda que aquellas palabras que aquel hombre había dicho. Me arrellané en mi asiento y simplemente dejé que los pensamientos violentos fueran desapareciendo por sí mismos. Incluso disfruté de la imagen de mí agarrándole la cabeza y golpeándola contra el suelo.

Dándome esta empatía me habilitó para enfocarme en la humanidad tras su mensaje, tras lo cual las primeras palabras que salieron de mi boca fueron: “¿Te sientes...?”. Traté de empatizar con él, de escuchar su dolor. ¿Por qué? Porque quería descubrir la belleza que existía en él, a la vez que quería que comprendiera lo que yo había experimentado cuando hizo tal afirmación. Supe que no iba a recibir esa calidad de comprensión si existía una tormenta cocinándose en su interior. Mi intención era la de conectar con él y mostrarle una respetuosa empatía con la energía vital en su interior con que nutrió su comentario. Mi experiencia me dijo que si era capaz de empatizar, entonces él tendría mayor capacidad de escucharme a mí en retorno. No sería sencillo pero se podría conseguir. “¿Te sientes frustrado?”, le pregunté, “parece que has tenido alguna mala experiencia con judíos”.

Me echó una mirada fugaz. “¡Sí! Esa gente es disgustante. Harían lo que fuera por el dinero”.

“¿Sientes desconfianza y la necesidad de protegerte a ti mismo cuando te ves envuelto en operaciones financieras con ellos?”.

“¡Correcto!” exclamó, continuando con su suelta de juicios, mientras yo escuchaba el sentimiento y la necesidad tras cada uno de ellos. Cuando fijamos nuestra atención en los sentimientos y necesidades de otros, se despierta nuestra humanidad común. Cuando oigo que está asustado y quiere protegerse, reconozco cómo yo mismo tengo una necesidad de protección y sé también qué se siente teniendo miedo. Cuando mi consciencia está enfocada en los sentimientos y necesidades de otros seres humanos, veo la universalidad de nuestra experiencia. Tenía un grave conflicto con lo que pasaba por la cabeza de aquel hombre, pero he aprendido que disfruto mucho más de los seres humanos si no trato de escuchar lo que piensan. Especialmente con tipos que tienen esta clase de pensamientos, he aprendido a saborear la vida mucho más centrándome en escuchar lo que ocurre en sus corazones y no dejándome atrapar por la maraña en sus cabezas.

Este hombre continuó derramando su tristeza y su frustración. Antes de que me diera cuenta, terminó con los judíos y pasó a los negros. Estaba cargado de dolor acerca de varias materias. Tras cerca de diez minutos de mi sola escucha, se detuvo: se había sentido entendido.

Entonces, le dejé saber lo que tenía lugar en mi interior:

MBR: Sabes, cuando empezaste a hablar, sentí mucha ira, frustración, tristeza y desencanto, porque he tenido experiencias muy distintas con judío de las que tú has tenido, y desearía que tuvieras muchas más experiencias de las que yo he tenido. ¿Me puedes decir lo que me has oído contarte?

Pasajero: Bueno, no estoy diciendo que son todos ellos...

MBR: Discúlpame, para, para. ¿Me podrías decir lo que me has escuchado contarte?

Pasajero: ¿De qué estás hablando?

MBR: Deja que te repita lo que estoy tratando de contarte. Realmente me gustaría que escucharas el dolor que he sentido cuando escuché tus palabras. Es realmente importante para mí que puedas escuchar esto. Estaba diciendo que sentí una verdadera tristeza, porque mis experiencias con los judíos había sido muy diferente. Sólo deseaba que tuvieras algunas experiencias diferentes a las que has vivido antes. ¿Me puedes decir lo que me has oído contarte?

Pasajero: ¿Me estás diciendo que no tengo derecho a hablar como lo hice?

MBR: No. Me gustaría que me escucharas de manera diferente. En realidad no quiero culparte. No tengo ningún deseo de culparte de nada.

Traté de bajar el ritmo de la conversación, porque en mi experiencia, en cualesquiera que sea el grado en que la gente oye culpas, han dejado de escuchar a nuestro dolor. Si este hombre hubiera dicho: “esas fueron cosas terribles que he dicho, me he mostrado como un racista”, no hubiera escuchado mi dolor asimismo. Desde el momento en que las personas piensan que lo que han hecho está mal hecho se desconectan de la escucha de nuestro dolor.

No quise que escuchara culpa, porque quería que él supiera lo que había tenido lugar en mi corazón cuando hizo su comentario. Culpar es fácil. La gente está acostumbrada a escuchar culpa; algunas veces incluso la aceptan y se odian a si mismos – lo que no les detiene a la hora de seguir comportándose de la misma forma – y algunas veces nos odian a los demás por haberles llamado racistas o cualquier otro epíteto – lo que tampoco provoca cambios en su comportamiento. Si sentimos que la culpa entra en su mente, tal como me pasó en el taxi-bus, puede que necesitemos bajar el ritmo, regresar y escuchar el dolor del otro por otro rato.

Tomándonos Nuestro Tiempo.-

Probablemente la parte más importante del aprendizaje sobre como vivir el procedimiento que hemos estado exponiendo es el tomarnos nuestro tiempo. Puede que nos sintamos desorientados desviándonos de nuestros comportamientos habituales que la rutina ha convertido en automáticos, pero si nuestra intención es la de, conscientemente, vivir la vida en armonía con nuestros valores, entonces querremos tomarnos nuestro tiempo.

Mi amigo Sam Williams plasmó los componentes básicos de este proceso en una tarjeta de un tamaño de 3 x 5 cms., la cual era usada como si de una “chuleta” para un examen se tratara. Cuando su jefe le confrontaba, Sam se detendría, se referiría a la tarjeta en su mano, y tomaría tiempo para recordar como responder. Cuando le pregunté acerca de si sus colegas no lo encontraban un poco “raro”, continuamente mirando a su mano y tomándose tanto tiempo para formar sus frases, Sam me respondió: “En realidad no toma tanto tiempo, pero aún cuando fuera así, me merece la pena. Es importante que sepa que estoy respondiéndole a la gente de la manera en que, realmente, deseo hacerlo”. En casa, él se mostraba más abierto, explicándole a su esposa e hijos porque se tomaba tanto tiempo y trabajo para consultar la tarjeta. Cada vez que se metía en una discusión familiar, sacaba la tarjeta y se tomaba su tiempo. Tras cerca de un mes así, se sintió con confianza suficiente para abandonarla. Entonces, una tarde, él y Scottie, de 4 años, estaban cocinando un conflicto con la televisión como protagonista y no estaba yendo muy bien. “¡Papá”, le urgió Scottie, “saca la

tarjeta!”.

Para aquellos de ustedes deseando aplicar la CNV, especialmente en situaciones extremas de ira, sugiero el siguiente ejercicio. Como hemos visto, nuestra ira viene de los juicios, etiquetas y pensamientos de culpa, de lo que la gente “debería” hacer y de lo que “merecen”. Haz una lista con todos los pensamientos en forma de juicio que flotan más frecuentemente en tu cabeza utilizando la clave: “No me gusta la gente que es...”. Recolecta todos esos juicios negativos y preguntate a ti mismo: “Cuando hago este juicio sobre alguien, ¿Qué estoy necesitando y no obteniendo?”. De esta manera te entrenas para encuadrar tu pensamiento en términos de necesidades insatisfechas antes que en términos de juicios sobre los demás.

La práctica es esencial, porque la mayoría de nosotros fuimos criados, si no en las calles de Detroit, en cualquier otro lugar levemente menos violento. Juzgar y culpar se han convertido en la segunda naturaleza de todos nosotros. Para practicar la CNV, necesitamos proceder despacio, pensar con cuidado antes de hablar, y a menudo, tomar una bocanada de aire bien profunda y no hablar en absoluto. Aprender el procedimiento y ponerlo en práctica toma su tiempo.

Sumario.-

Culpar y castigar a otros son expresiones superficiales de la ira. Si queremos expresar completamente nuestra ira, el primer paso consiste en divorciar a la otra persona de cualquier responsabilidad por nuestra ira. En lugar de ello hacemos brillar la luz de la consciencia en nuestros propios sentimientos y necesidades. Expresando nuestras necesidades, estamos mucho más cerca de poder satisfacerlas que juzgando, culpando o castigando a otros.

Los cuatro pasos para expresar la ira son: 1) para y respira, 2) identifica el pensamiento en forma de juicio, 3)conecta con tus necesidades, y 4)expresa tus sentimientos y necesidades insatisfechas. A veces, entre el paso 3 y el 4 podemos optar por empatizar con la otra persona de manera que él o ella estarán en mejor disposición de escucharnos cuando nos expresemos según la fórmula del paso 4.

necesitamos tomarnos nuestro tiempo tanto aprendiendo como aplicando el procedimiento de la CNV.

CNV EN ACCIÓN

Diálogo acerca de una cuestión de riesgo vital, entre un padre y su hijo de 15 años.-

La situación es la siguiente: Bill, un chico de 15, ha tomado un coche sin permiso del garaje de Jorge, un amigo de la familia. Marchó con dos amigos a una gozosa excursión y retornó el coche sin daño a su garage, de donde nadie había notado su ausencia. Sin embargo, Eva, de 14 años, e hija de Jorge, que ha ido también en el paseo, le ha contado a su padre lo que pasó. Jorge, entonces ha informado al padre de Bill, quien se acerca ahora a su hijo. El padre ha estado recientemente practicando la CNV.Padre: Oí que Eva, Dave y tú tomaron el coche de Jorge sin pedirlo.Bill: No, nosotros no hemos sido.Padre: (en voz más alta) ¡No me digas mentiras que lo vas a empeorar! (En ese momento recuerda que debe primero de conectar con sus propios sentimientos y necesidades de manera que pueda permanecer en conexión con su hijo). Sólo siéntate ahí un momento; necesito pensar. (Mirando a su interior se da cuenta lo furioso y al tiempo asustado que está. Está furioso porque se dice a sí

mismo: “Bill debería saber que eso no se hace” y también “¿En qué clase de mentiroso se ha convertido?”. Se asusta cuando piensa en todas las potenciales consecuencias de, no sólo el acto de Bill, sino su propio descuido acerca de lo que su hijo puede llegar a causar. “Eso fue algo estúpido por mi parte el pensar que Bill sabría discernir más claramente”. “Alguien pudo salir muerto en todo esto”. De repente se da cuenta de algo: “¡Vaya!, tengo que traducir las etiquetas estúpido y mentiroso a sentimientos y necesidades. Para 'estúpido' pienso que el sentimiento de disgusto hacia mí mismo; me hubiera gustado pensar que conocía a mi hijo mejor”. “Y para 'mentiroso', me siento bastante asustado porque quiero ser capaz de contar con poder obtener información precisa para poder manejar esta situación”. Silencio mientras rumia cómo iniciar la conversación). Bill, ¿Te preocupa que salgas castigado en caso de darme la información cierta?Bill: Sí. Siempre eres muy duro cuando hago algo que no te gusta.Padre: ¿Me dices que querrías más comprensión y un tratamiento más justo para lo que haces?Bill: Sí, claro, como que realmente voy a recibir un mejor tratamiento y comprensión de tu parte...Padre: (En silencio para sí “vaya, que si me cabreo cuando dice eso. ¿No se da cuenta cuánto empeño estoy poniendo en esto? Realmente necesito algo de respeto visto lo feo que está la situación y creo que algo de aprecio por lo asustado que estoy”). Suena como que estás preocupado porque digas lo que digas, no vas a ser tratado con justicia.Bill: ¿De cuándo acá te preocupas de tratarme justamente? En cuanto pasa cualquier cosa lo único que haces es buscar a alguien a quien culpar. ¿Qué tiene de justo? Aunque cogimos el coche, nadie salió herido y está donde estaba. Me refiero a que no es una ola de crímenes que se nos abalanza.Padre: ¿Te asusta que hayan consecuencias nada agradables si admites que cogiste el coche y querrías confiar en que serás tratado con justicia?Bill: Sí.Padre: (tomándose su tiempo para el silencio y la conexión para profundizar aún más) ¿Qué puedo hacer para darte la seguridad que necesitas?Bill: Promete que no me castigarás más.Padre: (consciente de que el castigo no va a ayudar a Bill a desarrollar consciencia acerca de las consecuencias potenciales de su propio comportamiento, sino que va a contribuir solamente a una mayor desconexión y resistencia, el padre expresa la voluntad de acceder a la petición de Bill). Me abriría a ese acuerdo si tu accedieras permanecer en el diálogo conmigo. Me refiero, hablamos hasta que yo quede satisfactoriamente convencido de que eres consciente de todas las consecuencias posibles de una acción como la que has emprendido. Como quiera, si en el futuro pasa que no estoy seguro que que veas el peligro potencial en aquello en lo que te has metido, puede que deba usar la fuerza, pero sólo con el fin de protegerte.Bill: ¡Caramba, magnífico! Realmente es bueno saber que soy tan estúpido que tienes que usar la fuerza para protegerme de mí mismo.Padre: (Perdiendo contacto con sus propias necesidades, dice para sí: “Vaya, hay veces que podría matar a la pequeña... me enfurece tanto cuando dice cosas como esa. No parece que le importe... ¡Maldición! ¿Qué estoy necesitando en este momento? Necesito saber, ya que me estoy esforzando tanto, que por lo menos le importe que lo haga”). (En voz alta y de malos modos)¿Sabes, Bill? Cuando dices cosas como esa realmente me cabreo mucho. Estoy tratando duro el permanecer contigo en esto, y cuando oigo las cosas que dices... Mira, necesito saber si por lo menos te apetece seguir hablando conmigo.Bill: No me importa.Padre: Bill, realmente querría escucharte en lugar de caer en mis viejos hábitos de culparte y amenazarte cada vez que hagas algo que me ponga nervioso. Pero cuando te oigo decir “Es bueno saber que soy tan estúpido” en el tono de voz que usaste, encuentro muy difícil mantener el control. Y necesito tu ayuda en esto. Esto es, si prefieres que te escuche en lugar de culparte o amenazarte. Si no, entonces supongo que mi otra opción será la de simplemente tratar esto de la manera que estoy acostumbrado a manejarlo.Bill: ¿Y esto sería?Padre: Bien, a estas alturas probablemente te estaría diciendo ya: “¡Eh, estás castigado por dos

años: sin tele, sin coche,sin dinero, sin salidas, nada!”.Bill: Bueno, supongo que querría que lo intentáramos al modo nuevo.Padre: (con humor) Me alegro de ver que su sentido de auto-preservación está intacto. Ahora necesito que me digas si deseas compartir con honestidad y vulnerabilidad.Bill: ¿A qué te refieres con “vulnerabilidad”?Padre: Me refiero a que me digas que es lo que estás sintiendo acerca de lo que estamos hablando. Y yo haré lo mismo de mi parte. (con voz firme) ¿Quieres hacerlo?Bill: Ok. Lo intentaré.Padre: (con un suspiro de alivio) Gracias. Te agradezco tu voluntad de intentarlo. ¿Te conté que Jorge ha castigado a Eva por tres meses sin permiso para hacer nada? ¿Cómo te sientes respecto a eso?Bill: Oh, vaya. ¡Qué fastidio, es muy injusto!Padre: Me gustaría oír como te sientes al respecto.Bill: Te lo acabo de decir: ¡Es totalmente injusto!Padre: (dándose cuenta de que su hijo no está en contacto con sus propios sentimientos y necesidades decide averiguar) ¿Te sientes triste porque va a tener que pagar por su error?Bill: No, no es eso. Me refiero, no fue su error realmente.Padre: Oh, así que ¿Estás disgustado porque ella está pagando por algo que fue tu idea desde el principio?Bill: Bueno, sí, ella sólo hizo lo que le dije que hiciera.Padre: Suena como que estás herido en tu interior viendo la clase de efecto que tu decisión ha tenido en Eva.Bill: Algo así.Padre: Bill, realmente necesito saber que eres capaz de ver cómo tus acciones tienen consecuencias.Bill: Bueno, no estaba pensando en lo que podría ir mal. Sí, supongo que realmente metí la pata.Padre: Preferiría que lo vieras como algo que hiciste que no terminó de la manera que querías. Y aún necesito seguridad acerca de ti, siendo consciente de las consecuencias. ¿Me dirías qué estás sintiendo ahora acerca de lo que hiciste?Bill: Me siento realmente estúpido, papá... No quería hacer daño a nadie.Padre: (traduciendo los auto-juicios de Bill a sentimientos y necesidades) Así que ¿Estás triste, y te arrepientes de lo que hiciste porque querrías que pudieran confiar en que no quieres causar daño?Bill: Sí, no quería causar tanto lío. No pensé en ello.Padre: ¿Dices que te gustaría haber pensado en ello más y haber estado más claro antes de actuar?Bill: (Reflexionando) Sí.Padre: Bien, es muy afirmante para mí oír es. Y para que hubiera algo de alivio para Jorge, me gustaría que fueras donde él y le dijeras lo que me acabas de decir a mí. ¿Querrías hacerlo?Bill: ¡Papá! Eso me da miedo. ¡Se va a poner loco!Padre: Sí, más bien sí. Esa es una de las consecuencias. ¿Deseas ser responsable de tus acciones? Me gusta Jorge, y quisiera conservar su amistad, y supongo que te gustaría mantener tu conexión con Eva. ¿Es ese el caso?Bill: Ella es una de mis mejores amigas.Padre: Así pues, ¿Vamos a verles?Bill: (asustado y acobardado) Bueno... ok. Sí, supongo.Padre: ¿Estás asustado y necesitando saber que será seguro para ti el ir allí?Bill: Sí.Padre: Iremos juntos: Yo estaré allí para ti, y contigo. Me siento muy orgulloso de que muestres esta voluntad.

CAPÍTULO 11.

El Uso Defensivo De La Fuerza.-

Cuando El Uso De La Fuerza Es Inevitable.-

Cuando dos partes en disputa tienen cada uno la oportunidad de expresarse completamente sobre lo que están observando, sintiendo, necesitando y requiriendo – y cada uno ha empatizado con el otro – usualmente, una resolución podrá ser alcanzada, que satisfaga las necesidades de ambas partes. En último término, ambos pueden coincidir, de buena fe, en que discrepan.

En algunas situaciones, in embargo, la oportunidad para tal diálogo puede no existir, y el uso de la fuerza puede ser necesario para proteger la vida o los derechos individuales. Por ejemplo, la otra parte puede no estar en disposición de comunicarse, o un peligro inminente puede no garantizar el tiempo necesario para hacerlo. En esas situaciones, podemos necesitar hacer uso de la fuerza. Si lo hacemos, la CNV requiere que diferenciemos entre el uso defensivo de la fuerza del uso punitivo de la misma.

El Pensamiento Tras El Uso De La Fuerza.-

La intención tras el uso defensivo de la fuerza es para prevenir daños o injusticias. La Intención tras el uso punitivo de la fuerza es el causar daño a las personas por nuestras diferencias. Cuando agarramos a un niño que corre hacia la calle para evitar que sea herido, estamos aplicando fuerza defensiva. El uso punitivo, por otro lado, podría envolver castigo físico o psicológico tal como azotarle o reprobarle con “¡Cómo puedes ser tan estúpido!”, “Deberías estar avergonzado”.

Cuando ejercemos el uso defensivo de la fuerza, estamos enfocando sobre la vida o los derechos que queremos proteger sin pasar juicio sobre la persona o su comportamiento. No condenamos o culpamos al niño por correr a la calle; nuestro pensamiento es solamente dirigido a la protección del niño ante un peligro. (Para aplicar esta clase de fuerza en conflictos sociales y políticos, véase la obra de Robert Irwin: Building A Peace System (Construyendo Un Sistema Pacífico). La asunción del el uso defensivo de la fuerza se basa en que la gente se comporta en formas injuriosas para sí mismos y con los demás en razón de alguna forma de ignorancia. El proceso correctivo es, por consiguiente, basado en la educación, no el castigo. La ignorancia trae aparejado: a) la falta de consciencia sobre las consecuencias de nuestros actos, b) una incapacidad para ver como nuestras necesidades pueden ser cubiertas sin necesidad de causar daño a nadie, c) la creencia de que tenemos el “derecho” a castigar o herir a otros porque lo “merecen”, y d) el ilusorio pensamiento de que hay una voz que nos induce a nuestras acciones.

Una acción punitiva, por otro lado, está basada en la presunción de que la gente comete ofensas porque son malos o perversos, y para corregir la situación, deben ser obligados a arrepentirse. Su “corrección” toma forma a través de una acción punitiva diseñada para hacer que, 1) se sufra lo suficiente para ver el error de sus formas, 2) se arrepienta, y 3) cambie, el sujeto. En la práctica, sin embargo, la acción punitiva, antes que evocar arrepentimiento y aprendizaje, más parecería que generara resentimiento y hostilidad y reforzara la propia resistencia a asumir el comportamiento que buscamos.

Tipos De Fuerza Punitiva.-

El castigo físico, tal como azotar, es un uso punitivo de la fuerza. He descubierto que el tema del castigo corporal provoca fuertes sentimientos entre los padres. Algunos defienden numantinamente

la práctica de la fuerza, refiriéndose a la Biblia: “Priva del castigo y estropea a tus hijos. Es porque los padres no sacuden la delincuencia que es ahora rampante”. Están persuadidos de que azotar a sus hijos les enseña que les amamos al dejar claros los límites. Otros padres y madres son igualmente insistentes de que azotar es odioso e inefectivo porque les enseña a los niños que cuando todo lo demás falla, siempre podemos hacer uso de la violencia física.

Mi preocupación personal es que el temor de los niños al castigo corporal puede oscurecer su consciencia de la compasión que subyace en las demandas de sus progenitores. Éstos, a menudo, me dicen que “tienen” que usar punitivamente la fuerza porque no ven otra manera de influir en sus hijos para que hagan “lo que es bueno para ellos”. Ellos apoyan esta opinión con anécdotas de los chicos expresando su aprecio por “haber visto la luz” tras haber sido castigados. Habiendo criado a cuatro chicos, empatizo profundamente con los padres y madres en cuanto a los retos diarios que enfrentan en la educación de sus hijos y en mantenerles seguros. Esto, sin embargo, no disminuye mi preocupación por el uso de la fuerza.

Primero, me pregunto si la gente que proclama el éxito de tales castigos son conscientes de las incontables cantidades de chicos que se tornan contra lo que podría ser bueno para ellos simplemente porque eligen luchar, antes que sucumbir a la coerción. Segundo, el aparente éxito del castigo corporal a fin de influenciar a un chico no significa que otros métodos de influenciar no hubieran trabajado igualmente bien. Finalmente, comparto la preocupación de muchos padres y madres acerca de las consecuencias sociales derivadas del uso del castigo físico. Cuando los padres y madres optan por el uso de la fuerza, podemos ganar la batalla de meter a los chicos en el redil, pero en el proceso, ¿No estamos perpetuando una norma social que justifica la violencia como un medio de resolverlas discrepancias?

En adición a la física, hay otros usos de la fuerza que también se califican como castigos. Uno de éstos es la utilización de la culpa para desacreditar a otra persona. Por ejemplo: un padre puede etiquetar a su hijo como “malo”, “egoísta” o “inmaduro” cuando un muchacho no se comporta de cierta forma. Otra forma de fuerza punitiva es el mantenimiento de ciertos medios de gratificación, tales como los recortes paternos en la permisividad del uso del coche. En este tipo de castigo, el exigir cuidado o respeto es una de las peores amenazas.

Los Costes Del Castigo.-

Cuando nos sometemos a hacer algo sólo por el propósito de evitar un castigo, nuestra atención está distraída de los valores de la acción por sí misma. Por contra, estamos concentrándonos en las consecuencias que podrían tener lugar si falláramos al realizar esa acción. Si el trabajo de un obrero está impulsado por el miedo al castigo, el trabajo queda hecho, pero la moral sufre. Más pronto o más tarde la productividad decrecerá. La autoestima también se verá disminuida cuando se use la fuerza punitiva. Si los chicos se cepillan los dientes porque se sienten avergonzados y ridiculizados, su salud oral puede que mejore pero su auto-respeto desarrollará caries. Aún más, todos nosotros sabemos que el castigo es costoso en términos de bondad. Cuanto más nos vean como agentes punitivos, más difícil se le hará a los demás el responder compasivamente a nuestras necesidades.

Estaba visitando un amigo, el director de una escuela, en su despacho cuando reparó a través de la ventana en un muchacho grande golpeando a uno más pequeño. “Excúsame”, me dijo en lo que se levantó y se apuró hacia el patio de juegos. Agarrando al chaval más grande le dio una colleja y le ladró: “Te voy a enseñar a no meterte con alguien menor que tú”. Cuando el director volvió a la oficina le remarqué: “No pienso que le has enseñado a ese chico lo que pensabas que le estabas enseñando. Sospecho que lo que él aprendió, por contra, fue que no debe pegarle a los menores que él cuando exista la posibilidad de que alguien aún mayor pueda verle. En cualquier caso, me parece

que has reforzado la noción de que la vía para conseguir lo que quieres de alguien es pegándole”.

En tales situaciones recomiendo primero empatizar con el chico que se comporta violentamente. Por ejemplo, si hubiera visto a un chaval golpear a alguien tras ser insultado, podría empatizar: “Siento que experimentas rabia porque querrías ser tratado con más respeto”. Si supuse correctamente, y el muchacho reconoce esto como verdadero, podría entonces continuar expresando mis propios sentimientos, necesidades y demandas en esta situación sin insinuar culpa: “Me siento triste porque quiero que encontremos vías para obtener respeto que no haga que la gente se gane enemigos. Me gustaría que me dijeras si tienes la voluntad de explorar conmigo algunas otras formas de ganarte el respeto que deseas”.

Dos Cuestiones Que Revelan Las Limitaciones Del Castigo.-

hay dos cuestiones que nos ayudarán a ver porqué no estamos supuestos a conseguir lo que queremos por el uso del castigo para conseguir el cambio de comportamiento en alguien. La primera cuestión es: ¿Qué quiero que haga esta persona que es diferente de lo que él o ella está haciendo en este instante? Si preguntamos sobre esta cuestión solamente, el castigo puede parecer efectivo porque la amenaza o el ejercicio de la punición bien puede influenciar el comportamiento de la persona. Sin embargo, con la segunda cuestión, se hace evidente que el castigo no tiene pinta de funcionar: ¿Cuáles son las razones que deseo que contemple esta persona para hacer lo que le pido?

Normalmente ignoramos esta última pregunta, pero cuando no lo hacemos, pronto nos damos cuenta de que el castigo y la recompensa interfieren con la capacidad de la gente para hacer las cosas motivados por las razones que querríamos que tuvieran. Creo que es crítico el estar al tanto de la importancia de las razones de los demás para comportarse como les pedimos. Por ejemplo, culpando o castigando no serían, obviamente, las estrategias más efectivas si queremos que los niños limpien sus habitaciones fuera del deseo de orden o del deseo de contribuir al disfrute del orden que su padre y su madre gustan. A menudo los chavales limpian sus habitaciones motivados por la obediencia a la autoridad (“Porque mamá me lo dijo”), por evitar el castigo o miedo de hacer enfadar o ser rechazados por sus padres o madres. La CNV, sin embargo, estimula un nivel de desarrollo moral basado en la autonomía y la interdependencia, donde reconocemos la responsabilidad sobre nuestras acciones y somos conscientes de que nuestra propia bonhomía y de que los otros son únicos y lo mismo que yo.

El Uso Defensivo De La Fuerza En Las Escuelas.-

Me gustaría describir ahora cómo algunos estudiantes y yo usamos la fuerza defensiva para traer el orden a una situación caótica en una escuela alternativa. Esta escuela está diseñada para estudiantes que han abandonado o han sido expulsados de las escuelas convencionales. Los administradores y yo esperábamos demostrar que una escuela basada en los principios de la CNV podría ser capaz de llegar hasta estos estudiantes. Mi trabajo era el de entrenar al profesorado en la CNV y ejercer de consultor durante el año. Con tan solo cuatro días para preparar al profesorado, no me veía capaz de clarificar suficientemente la diferencia entre CNV y permisividad. Como resultado, algunos profesores ignoraban, en lugar de intervenir, las situaciones de conflicto o comportamiento perturbador. Perseguidos por el creciente pandemónium, los administradores estaban a punto de decidir el cierre de la escuela.

Cuando requerí hablar con los estudiantes que más habían contribuido a las turbulencias , el director seleccionó ocho chicos, entre once y catorce, para que se entrevistaran conmigo. Los siguientes son

extractos del diálogo que sostuve con los estudiantes.

MBR: (Expresando mis sentimientos y necesidades sin preguntar probatoriamente) Me encuentro muy preocupado acerca de los reportes de los profesores que que las cosas se les están escapando de las manos en muchas de las clases. Deseo intensamente el éxito para esta escuela. Tengo la esperanza de que me podréis ayudar a entender los problemas que existen y lo que se podría hacer para solucionarlos.Will: Los profesores de esta escuela, están como cabras, amigo.MBR: ¿Me dices, Will, que estás disgustado con los profesores y que quieres que cambien algunas de las cosas que hacen?Will: No, amigo, están como cabras porque se quedan allí de pie y hacen absolutamente nada.MBR: ¿Te refieres a que estás disgustado porque quieres que ellos hagan más cuando los problemas aparecen? (este es un segundo intento para recibir los sentimientos y las necesidades).Will: Correcto, colega. No importa que hace cualquiera, ellos se quedan allí, de pie, sonriendo como tontos.MBR: ¿Querrías darme un ejemplo de a qué te refieres cuando dices “hacer nada”?Will: Fácil. Justo esta mañana un idiota entra llevando una botella de whisky Wild Turkey en su bolsillo, clara como el día. Todo el mundo lo vio; la profesora lo vio pero miró para otro lado.MBR: Me suena, entonces, que tú no tienes respeto por los profesores cuando están por ahí dando vueltas, haciendo nada. Querrías que hicieran algo. (Este es un intento continuado de comprender completamente).Will: Sí.MBR: Me siento disgustado, porque quiero que ellos sean capaces de sacar adelante las cosas con los estudiantes pero suena como que no fuera capaz de mostrarles a que me refiero. (Aquí la conversación se torna hacia un tema particularmente presionante: el de los estudiantes que no quieren trabajar estorbando a los que si quieren). Me siento ansioso por tratar de resolver este problema porque los profesores me dicen que es el que más les preocupa. Apreciaría que compartierais conmigo cualquier idea que tengáis.Joe: La profesora se tiene que traer a clase una fusta (en el original: rattan: varilla cubierta con cuero que era portada por algunos directores de las escuelas de San Louis para administrar los castigos).MBR: Así que me dices, Joe, que quieres que los profesores golpeen a los estudiantes cuando molestan a los demás.Joe: Es la única manera en que los estudiantes van a dejar de hacer el tonto.MBR: así que dudas de que ninguna otra fórmula vaya a funcionar. (Aún tratando de percibir los sentimientos de Joe).Joe: (mueve la cabeza asintiendo).MBR: Me disgusta que sea esa la única fórmula. Odio esa forma de arreglar las cosas y desearía aprender otras formas.Ed: ¿Por qué?MBR: Varias razones. Por ejemplo si te detengo cuando estás haciendo el burro en la escuela usando la fusta, me gustaría que me dijeras que pasaría si tres o cuatro de ustedes a quienes he pegado en clase me estuvieran esperando al lado de mi coche cuando me vaya.Ed: (sonriendo) Entonces mejor tienes un buen palo contigo, amigo.MBR: (sintiendo la certeza de haber entendido el mensaje de Ed y cierto de que él sabía que le había entendido continué sin parafrasearle) A eso me refiero. Me gustaría que vieras que me preocupa esa forma de resolver las cosas. Soy demasiado despistado para siempre acarrear un palo y aún cuando lo recordara, odiaría pegarle a alguien con él.Ed: Puedes expulsar a los gatos de la escuela.MBR: ¿Me sugieres que te gustaría que suspendiéramos o expulsáramos a los chicos de la escuela?Ed: Sí.MBR: Esa idea me disgusta también. Quiero mostraros que hay más formas de resolver las

diferencias en la escuela sin necesidad de expulsar a nadie. Me sentiría como un fracasado si eso fuera lo mejor de lo que somos capaces de hacer.Will: ¿Si un tipo no está haciendo nada, como se entiende que no lo puedas poner en un aula de “no hacer nada”?MBR: ¿Sugieres, Will, que querrías tener una habitación adonde mandar a los estudiantes que provoquen los problemas?Will: Correcto. No tiene objeto que estén en clase si no están haciendo nada.MBR: Estoy interesado en esa idea. Me gustaría escuchar como piensas que esa habitación podría funcionar.Will: A veces vienes a la escuela y simplemente te sientes ajeno. No quieres hacer nada. Así que justamente tenemos una habitación donde los estudiantes van hasta que sienten deseos de hacer cosas.MBR: Entiendo lo que dices, pero te anticipo que los profesores tendrán dudas de que los estudiantes vayan a esa habitación por voluntad propia.Will: (con confianza) Irían.

Dije que pensaba que el plan podría funcionar si pudiéramos demostrar que el propósito no era el castigo, sino el proveer de un lugar al que acudiesen aquellos que querían estudiar. También sugerí que una habitación de “no hacer nada” tendría más posibilidades de éxito si fuera conocida como el producto de una “Tormenta De Ideas” de parte de los estudiantes antes que una renuncia de los profesores a su autoridad.

Una habitación de “no hacer nada” se dispuso para los estudiantes que estaban nerviosos y no estaban en disposición de hacer trabajos escolares, o para aquellos cuyo comportamiento privaba a los demás del aprendizaje. Algunas veces los estudiantes pedían ir; algunas veces, los profesores les pedían a los estudiantes que fueran allá. Pusimos a la profesora que mejor se había manejado en el curso de la CNV, en la habitación de “no hacer nada”, donde mantuvo algunas muy productivas conversaciones con los chavales que entraban. Este arreglo fue un éxito inmenso restaurando el orden en la escuela porque los estudiantes que lo promovieron dejaron bien claro su objetivo a sus compañeros: defender el derecho de aprender de los estudiantes que así lo deseaban. Usamos el diálogo con los estudiantes para demostrar a los profesores que habían otros medios para resolver los conflictos al margen de la retirada del conflicto o el uso punitivo de la fuerza.

Sumario.-

En situaciones donde no hay oportunidad para la comunicación, tal como a instancias de un peligro inminente, puede que tengamos que usar la fuerza para la defensa. La intención tras el uso de la fuerza debe ser siempre el de prevenir daño o injusticia, nunca el de castigar o causar sufrimiento, arrepentimiento o cambio. El uso punitivo de la fuerza tiende a generar hostilidad y a reforzar la resistencia a alcanzar el mismísimo comportamiento que buscamos. El castigo daña la bonhomía y la autoestima, y cambia nuestra atención del valor intrínseco de una acción hacia las consecuencias externas. Culpando y castigando fallamos en la contribución a las motivaciones que nos gustaría inspirar en los demás.

CAPÍTULO 12.

Liberándonos Y Aconsejando A Otros.-

“La humanidadha estado durmiendo- Y aún lo hace -alucinada en el interiordel estrecho y confinante gozo de susherméticos amores”.

Teilhard de Chardin (Theologian).

Liberándonos De La Antigua Programación.-

Todos nosotros hemos aprendido cosas que nos limitan como seres humanos, sien sea de bienintencionados progenitores, clérigos, u otros. Viniendo de las generaciones, aún de los siglos, mucho de este aprendizaje cultural destructivo se encuentra tan arraigado en nuestras vidas que no somos conscientes de ello. En uno de sus guiones, el humorista Buddy Hackett, aupado por la rica cocina de su madre, clama que nunca se dio cuenta de que era posible levantarse de la mesa sin pesadez de estómago, hasta que ingresó en el ejército. De la misma manera, el dolor engendrado por los lesivos condicionantes culturales es una parte tan integral de nuestras vidas que no podemos distinguir más su presencia. Toma una tremenda energía y consciencia el reconocer estos aprendizajes destructivos y el transformarlos en pensamientos y comportamientos que son de valor y servicio a la vida.

Esto requiere una clarificación literal de las necesidades y la capacidad para entrar en contacto con nosotros mismos, siendo ambas, habilidades muy difíciles de desarrollar para la gente de nuestra cultura. No sólo, no hemos sido nunca educados para saber clarificar nuestras necesidades, sino que a menudo estamos expuestos a dinámicas culturales que bloquean nuestras consciencias en contra de ello. Como se ha indicado anteriormente, hemos heredado un lenguaje que sirvió a reyes y élites poderosas para la dominación de las sociedades. Las masas, desaconsejadas de desarrollar consciencia sobre sus propias necesidades, fueron, por contra, educadas para ser dóciles y subyugadas por la autoridad. Nuestra cultura tiene por implícito que las necesidades son negativas y destructivas. La palabra “necesitado” aplicada a una persona sugiere inadecuación o inmadurez. Cuando las personas expresan sus necesidades, son a menudo etiquetadas como “egoístas” y el uso del pronombre personal “yo” es, a veces, equiparado con egoísmo o necesidad.

Animándonos a separar observación y evaluación, para reconocer los pensamientos o necesidades que dan forma a nuestros sentimientos, y para expresar nuestras peticiones en un lenguaje activo claro, la CNV eleva nuestra consciencia ante los condicionamientos culturales que nos influencian a cada momento dado. Y evidenciando estos condicionamientos en la luz de la consciencia es un paso clave para liberarnos de su yugo.

Resolviendo Conflictos Internos.-

Podemos aplicar la CNV para resolver los conflictos internos que a menudo derivan en depresión. En su obra, “Revolución En La Psiquiatría”, Ernest Becker atribuye la depresión a las “alternativas cognitivamente condenadas”. Esto significa que cuando tomamos parte en un diálogo basado en juicios, nos vemos separados de la consciencia sobre nuestras necesidades y no podemos actuar, entonces, en pos de satisfacer las mismas. La depresión es indicativa de un estado de alienación con respecto a nuestras necesidades.

Una mujer que estudiaba la CNV, sufría un profundo bache en su depresión. Fue conminada a identificar las voces dentro de ella cuando se sentía más deprimida y a escribirlas como si un diálogo fuera, figurando que estaban hablando una con otra. Las primeras dos líneas de su diálogo fueron:

Voz 1: (Licenciada universitaria) Debo hacer algo más con mi vida. Estoy desperdiciando mi educación y mi talento.

Voz 2: (Madre responsable) Estás siendo poco realista. Eres madre de dos niños y no puedes manejar esa responsabilidad, así que ¿cómo vas a poder manejar aún más?

Nótese como estos mensajes interiores están infectados con términos acusatorios y frases tales como “debo”, “desperdiciando mi educación y talento” y “no puedes manejar”. Variaciones de este diálogo habían estado durante meses correteando en los pensamientos de esta mujer. Se le pidió, entonces, que imaginara la voz de la “Licenciada universitaria” tomándose una “píldora de CNV” a fin de que reformulara su mensaje de la siguiente manera: “Cuando (a), me siento (b), porque estoy necesitando (c.). Por consiguiente, ahora me gustaría (d)”.

Ella, subsecuentemente, tradujo “Debo hacer algo con mi vida. Estoy desperdiciando mi educación y talento”, en “Cuando paso tanto tiempo en casa como lo hago, cuidando de los niños y sin ejercer mi profesión, me siento deprimida y desanimada, porque estoy necesitando la satisfacción que una vez me dio mi profesión. Por consiguiente, ahora me gustaría encontrar un trabajo a tiempo parcial en mi área profesional”.

Entonces vino el turno de la “Madre responsable” para hacerla pasar por el mismo proceso anterior. Las frases “Estás siendo poco realista. Eres madre de dos niños y no puedes manejar esa responsabilidad, así que ¿cómo vas a poder manejar aún más?” fueron transformadas en: “Cuando me imagino yendo a trabajar, me siento asustada porque estoy necesitando tener la seguridad de que los niños van a estar bien cuidados. Por consiguiente, ahora quiero planificar el cómo proveer de unos cuidados infantiles de alta calidad mientras trabajo y cómo hallar tiempo suficiente para estar con ellos cuando no estoy cansada”.

La mujer experimentó un gran alivio tan pronto como tradujo sus mensajes interiores en el lenguaje de la CNV. Se vio capaz de entrar debajo de los mensajes alienantes que se repetía de continuo y ofrecerse a sí misma empatía. A pesar de que aún enfrentaba retos tangibles como el asegurar la calidad de los cuidados a sus hijos y obtener el apoyo de su esposo, no estuvo nunca más sujeta a los diálogos internos de orden condenatorio que la mantuvieran lejos de la consciencia de sus propias necesidades.

Cuidando De Nuestro Ambiente Interior.-

Cuando estamos enredados en críticas, culpas o pensamientos airados, es difícil establecer un ambiente interior saludable para nosotros mismos. La CNV nos ayuda a crear un estado mental más pacífico al animarnos a enfocar en lo que realmente estamos deseando en lugar de en lo que está mal con otros o con nosotros mismos.

Una mujer que participaba en un Taller de tres días reportó una profunda brecha personal. Una de sus metas para el Taller era la de cuidarse a sí misma mejor, pero se despertó a la madrugada del segundo día con el peor dolor de cabeza en su memoria reciente. “Normalmente, la primera cosa que hubiera hecho sería analizar que había hecho mal. ¿Habré comido algo en mal estado? ¿Dejé que me dominara el nerviosismo? ¿Habré hecho esto? ¿Habré dejado de hacer aquello? Pero, desde

que he estado trabajando en el uso de la CNV para brindarme mejores cuidados a mí misma, pregunté por contra: ¿Qué debo hacer en este momento, por mí misma, con este dolor de cabeza?”

“Me senté en la cama e hice rotar el cuello para relajarlo, dí paseítos, e hice algunas otras cosas para distraerme en lugar de castigarme a mí misma. Mi dolor de cabeza se relajó hasta el punto de que fui capaz de atender al Taller de aquel día. Eso es lo que denomino una brecha enorme. Lo que entendí, cuando empaticé con el dolor de cabeza fue que yo no me había dado a mi misma suficiente atención el día anterior. Y el dolor de cabeza era una forma de decir para mí “necesito más atención”. Terminé dándome la atención que necesitaba y fui capaz de asistir a todas las horas del Taller. He tenido dolores de cabeza toda mi vida, y éste ha sido un punto de inflexión en mi vida”.

En otro Taller, un participante preguntó cómo podría, la CNV, ser utilizada para liberarnos de los mensajes que provocan ira cuando vamos conduciendo por la autopista. Este era un tópico familiar para mí. Durante años mi trabajo ha implicado el viajar en coche a través del país, y ya estaba avisado y vacunado contra los mensajes que provocan ira y que pugnaban en mi cabeza. Todo aquel que no estaba conduciendo en mis estándares era un archienemigo, un villano. Los pensamientos se disparaban en mi cabeza: “¿Se puede saber en qué demonios vas pensando? ¿Sabrá lo del uso de los espejos?”. En ese estado mental, todo lo que quería era castigar al enemigo, y como no era posible hacer eso, la ira se adocenaba en mi cuerpo y esperaba agazapada a explotar a la mínima.

Eventualmente aprendí a traducir mis juicios en sentimientos y necesidades y a darme empatía: “Tío, me quedo petrificado cuando la gente conduce así; realmente me gustaría que pudieran ver el peligro en lo que hacen”. ¡Wow! Estaba asombrado cuan relajante puede tornarse una situación que puedo crear mara mí, simplemente siendo consciente de lo que estaba sintiendo y necesitando en lugar de culpar a otros.

Más tarde decidí practicar empatía con los otros conductores y fui recompensado con una gratificante primera experiencia. Estaba atrapado tras un coche que iba muy por debajo del límite de velocidad y que además reducía aún más en las intersecciones. Con el interior en ebullición: “¿Serán maneras de conducir?”, me di cuenta del nerviosismo que estaba instigando en mi interior y cambié mi pensamiento al contrario, al centrarme en lo que el conductor debía de poder sentir y necesitar. Sentí que esa persona estaba perdida, se sentía confusa y deseaba que tuvieran paciencia quienes venían detrás siguiéndole. Cuando la carretera se hizo lo suficientemente ancha para poder adelantarle, observé que la conductora era una señora en sus ochentas que llevaba cincelada una máscara de terror. Me sentí agradecido de que mi intento de empatizar me hubiera prevenido de sonarle la bocina o de poner en práctica las tácticas habituales de mostrar disgusto hacia la gente cuya conducción me molesta.

Reemplazando Los Diagnósticos Con La CNV.-

Hace muchos años, justo tras haber invertido nueve años de mi vida en el aprendizaje y obtención de diplomas necesarios para cualificarme como psicoterapeuta, entablé conversación con el filósofo israelí Martin Buber y el psicólogo americano Carl Rogers, en el que Buber planteaba que cualquiera puede ejercer la psicoterapia como si de un psicoterapeuta se tratara. Buber que se hallaba conociendo los Estados Unidos, había sido invitado conjuntamente con Carl Rogers a un debate en un hospital mental, ante un público formado por profesionales de la salud mental.

En el debate, Buber defiende que el crecimiento humano ocurre en el encuentro de dos individuos que se expresan ambos vulnerables y auténticamente en lo que el denominó relación “I-Thou” (Tú Y Yo, modo de inglés antiguo que actualmente se usa para expresar espiritualidad). El no creía que

este tipo de autenticidad fuera a tener lugar en un encuentro de los roles de psicoterapeuta y paciente. Rogers accedió que esa autenticidad era un pre-requisito para el crecimiento. El mantenía, sin embargo, que los iluminados psicoterapeutas podían escoger el trascender su propio rol y encontrarse con sus pacientes auténticamente.

Buber era escéptico. Era de la opinión de que, incluso si los psicoterapeutas se comprometían y eram capaces de relacionarse con sus pacientes en un modo auténtico, tales encuentros se harían imposibles en tanto que el cliente mantuviera la visión de sí mismo como paciente y sus psicoterapeutas como psicoterapeutas. Observó cómo el mero proceso de pedir cita para ver a alguien en su oficina, y pagar por ser “reparado”, ensombrecen la probabilidad del desarrollo de una relación auténtica entre dos personas.

Este diálogo clarificó mi propia dependencia ambivalente hacia el método clínico – una regla sacrosanta que me habían enseñado en la psicoterapia psicoanalítica. El sacar a la luz los propios sentimientos y necesidades en la psicoterapia era visto como un típico signo de patología de parte del psicoterapeuta. Los psicoterapeutas competentes debían mantenerse fuera del proceso de terapia y funcionar como espejos en que sus pacientes proyectaran sus transferencias, que luego eran trabajadas con la ayuda del psicoterapeuta. Entendí la teoría oculta tras el psicoterapeuta manteniendo su proceso interior fuera de la psicoterapia y a salvo de cualquier daño por asumir conflictos internos a consta del cliente. Sin embargo, yo siempre me había sentido incómodo manteniendo la distancia emocional requerida y, por tanto, creído en las ventajas de introducirme en el proceso.

Empecé, así pues, a experimentar reemplazando el lenguaje clínico por el lenguaje de la CNV. En lugar de interpretar lo que mis clientes me decían en línea con las teorías de la personalidad que había estudiado, me hice presente en sus palabras y atendí empáticamente. En lugar de diagnosticarles, les revelaba que tenía lugar en mi interior. Al principio resultaba temible. Me preocupaba el cómo reaccionarían mis colegas a la autenticidad con la que estaba entrando en diálogo con los pacientes. Sin embargo, los resultados eran tan gratificantes para ambos, los pacientes y yo mismo, que pronto me sobrepuse a cualquier duda. Hoy, 35 años después, el concepto de entregarme completamente no tiene nunca más forma de herejía, sino que cuando empecé practicando de esta forma, fui invitado a hablar de ello por grupos de psicoterapeutas que querían retarme a que demostrara la efectividad de este nuevo rol.

Una vez, me llamaron para una gran reunión de profesionales de la salud mental, en un hospital mental estatal, para mostrar cómo la CNV podría servir en el tratamiento con personas estresadas. Tras mi presentación, de una hora de duración, , fui requerido para que entrevistara a un paciente a fin de hacer una evaluación y recomendarle un tratamiento. Hablé con una madre de tres chicos, su edad, 29 años, alrededor de media hora. Cuando dejó la habitación, el personal encargado de su cuidado presentaron sus preguntas: “Dr. Rosenberg”, comenzó su psiquiatra, “por favor, haga un diagnóstico diferencial. En su opinión, ¿Manifiesta esta mujer una reacción esquizofrénica, o es este un caso de psicosis inducida por drogas?”.

Le dije que me sentía incómodo con tales preguntas. Aún cuando he trabajado en un hospital mental durante mi período de prácticas, nunca estuve seguro de cómo encajar a la gente en las clasificaciones diagnósticas. Desde entonces, he leído acerca de investigaciones que indican una falta de acuerdo entre los psiquiatras y psicólogos, en referencia a estas clasificaciones. Los reportes concluyen que los diagnósticos de pacientes en hospitales mentales dependían más de la escuela de psiquiatría que les entrevistaba que de las características de los pacientes mismos.

Me sentiría receloso, continué explicándole, de usar ese método de clasificación aún cuando existiera una utilidad consistente, porque fracasé al intentar entender en qué beneficiaba a los

pacientes. En la medicina física, rastreando el proceso de la infección que ha creado la enfermedad a menudo señala la dirección correcta para su tratamiento, pero no percibí esta relación en el campo que denominamos enfermedad mental. En mi experiencia, durante las reuniones de diagnóstico de casos en los hospitales, el personal pasa la mayor parte del tiempo deliberando acerca de la más correcta nomenclatura del diagnóstico. En el momento en que la hora asignada para estas reuniones está por agotarse, el psiquiatra encargado del caso puede que apele al resto para que le ayuden a establecer un plan de tratamiento. Normalmente su petición será ignorada en favor de la continuación de la discusión diagnóstica.

Le expliqué a la psiquiatra que la CNV, en lugar de pensar en términos de qué está mal con el paciente, me urge a preguntarme a mí mismo las siguientes cuestiones: ¿Qué está sintiendo esta persona?, ¿Qué está necesitando?, ¿Cómo me siento yo en respuesta a esta persona, y qué necesidades de mi persona están detrás de mis sentimientos?, ¿Qué acción o decisión le pediría a esta persona que realizara en la creencia de que podría capacitarle a vivir más felizmente?

Porque nuestras respuestas a las preguntas anteriores nos revelarán mucho acerca de nosotros mismos y nuestros valores, nos sentiremos mucho más vulnerables que si fuéramos simplemente a diagnosticar al enfermo.

En otra ocasión, fui llamado a demostrar cómo podría, la CNV, ser enseñada a personas diagnosticadas de esquizofrenia crónica. Con 80 psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, y enfermeras observando, 15 pacientes que habían sido diagnosticados con ese mal fueron convocados sobre el escenario para mí. Desde que me presenté y expliqué el propósito de la CNV, uno de los pacientes expresó una reacción que pareció irrelevante respecto de lo que yo decía. Consciente de que había sido diagnosticado como esquizofrénico crónico, sucumbí al pensamiento clínico asumiendo que mi incapacidad para entenderle se debía a su confusión. “Parece que estás teniendo problemas para seguirme cuando hablo”, le indiqué.

En eso, otro paciente intervino: “Yo entiendo lo que él está diciendo”, y procedió a explicar la relevancia de sus palabras en el contexto de mi introducción. Reconociendo entonces que el paciente que había reaccionado no estaba confuso, sino que yo, simplemente, no había establecido la conexión entre nuestros pensamientos. Me sentí desmayar por la facilidad con la que había atribuido la responsabilidad por la interrupción en la comunicación a él. Hubiera deseado ser dueño de mis propios sentimientos, diciendo en su lugar algo como: “Me siento confuso. Quisiera poder ver la conexión entre lo que digo y tu respuesta, pero no puedo. ¿Querrías explicar como tus palabras se relacionan con lo que yo decía?”.

Con la excepción de esta breve salida hacia el pensamiento clínico, la sesión con los pacientes tuvo lugar exitosamente. El personal, impresionados con las respuestas de los pacientes, se preguntaban si yo consideraría al grupo como uno inusualmente cooperador. Les respondí que cuando yo evito diagnosticar a la gente y, por contra, me mantengo conectado a la vida que tiene lugar en ellos y en mí mismo, normalmente, la gente responde muy positivamente.

Un miembro del personal pidió, entonces, una sesión similar para ser llevada como una experiencia de aprendizaje con algunos de los psicólogos y psiquiatras como participantes. Así pues, los pacientes, quienes habían permanecido sobre el escenario intercambiaron sus puestos con algunos voluntarios de entre la audiencia. Al trabajar con el personal, tuve unos momentos muy duros clarificando la diferencia entre la comprensión intelectual y la empatía de la CNV. Cada vez que alguien en el grupo expresaba sentimientos, el ofrecía su comprensión de las dinámicas psicológicas tras sus sentimientos, en lugar de empatizar con los sentimientos. Cuando esto pasó por tercera vez, uno de los pacientes, sentados entre la audiencia, explotó, “¿No te das cuenta de que lo estás haciendo igual otra vez? ¡Estás interpretando lo que ella está diciendo en lugar de empatizar con sus

sentimientos!”.

Adoptando las habilidades y la consciencia de la CNV, podemos aconsejar a otros en encuentros que son genuinos, abiertos y mutuos, en lugar de descansar en la relación profesional, caracterizada por la distancia emocional, el diagnóstico y la jerarquía.

Sumario.-

La CNV incrementa la comunicación interior al ayudarnos a traducir los mensajes negativos interiores en sentimientos y necesidades. Nuestra habilidad para distinguir nuestros propios sentimientos y necesidades y a empatizar con ellos puede liberarnos de la depresión. Al enseñarnos cómo enfocar en lo que realmente queremos en lugar de en lo que está mal con los demás o con nosotros mismos, la CNV nos da las herramientas y la comprensión para crear un estado mental mucho más pacífico. Los profesionales consejeros y psicoterapeutas pueden usar, a su vez, la CNV para engendrar relaciones con los pacientes que sean mutuas y auténticas.

CNV EN ACCIÓN

Negociando Con Resentimiento Y Auto-Juicio.-

Una estudiante de Comunicación No Violenta comparte la siguiente historia:

Acababa de volver de mi primer período de prácticas en la CNV, como residente. Un amigo, a quien no había visto en dos años me esperaba en casa. La primera vez que vi a Iris, que había sido bibliotecaria escolar durante 25 años, fue durante un intenso viaje a la salvaje naturaleza y al desgaste extremo que había culminado en un ayuno total de tres días en las Rocosas. Tras escuchar mi descripción entusiasta de la CNV, Iris reveló que aún se sentía dolida por lo que le había dicho una de las monitoras en Colorado hacía seis años. Tenía un claro recuerdo de aquella persona: Leav – mujer salvaje – sus palmas surcadas por cortes de cuerda sosteniendo con firmeza un cuerpo cultivado contra la cara de la montaña. Leía en las deposiciones de los animales, se orientaba en la oscuridad, danzaba su felicidad, clamaba su verdad, e ignoró el autobús en el que nos íbamos saludando con la mano por última vez. Lo que había oído Iris de boca de Leav, durante una de las sesiones de retroalimentación personal, fue: “Iris, no puedo soportar a la gente como tú, siempre y en todo lugar tan dulces y perfectas, constantemente la pequeña y apocada bibliotecaria que eres. ¿Por qué, simplemente, no lo dejas ya y te pones las pilas?”.

Durante seis años, Iris había estado escuchando la voz de Leav en su cabeza y durante seis años ella había estado respondiendo a Leav en su cabeza. Estábamos, ambas, ansiosas por explorar cómo una consciencia de la CNV podía haber afectado a esta situación. Yo interpreté el rol de Leav y le repetí su declaración a Iris.

Iris: (olvidándose de la CNV, escucha crítica y demérito) No tienes derecho a decirme eso. ¡Tú no sabes quien soy, o que clase de bibliotecaria soy! ¡Me tomo mi profesión con mucha seriedad, y para tu información, me considero una educadora, tal como cualquier profesor...Yo: (con la consciencia de la CNV, escuchando empáticamente, como si fuera Leav) Suena como que estuvieras furiosa porque querrías que supiera y reconociera quién eres realmente, antes de criticarte, ¿Es esto cierto?Iris: Correcto. Simplemente, no tienes ni idea de lo mucho que me ha costado incluso el reservar esta excursión. ¡Mira! Aquí estoy: lo he concluido, ¿Verdad? Me enfrenté a todos los retos de estos catorce días y los vencí todos.

Yo (como Leav): Estoy escuchando en tus palabras que te sientes herida y que hubieras querido algo de reconocimiento y aprecio por todo tu coraje y trabajo duro?

Tras algunos intercambios más, Iris muestra un cambio. Estos saltos de ánimo pueden ser normalmente vistos a nivel corporal, cuando una persona se siente “escuchada” a su entera satisfacción. Por ejemplo, una persona puede relajarse y tomar una larga bocanada de aire en ese momento. Esto, a menudo, indica que la persona ha recibido la adecuada empatía y es, en este momento, capaz de cambiar su atención a algo distinto que no sea el dolor que han estado expresando. Algunas veces están preparados para escuchar los sentimientos y necesidades de la otra persona. O, en ocasiones, otra ronda de empatía es precisa para atender otro área del dolor de aquella persona. En esta situación, con Iris, pude observar que otra pieza del puzzle necesitaba de atención antes de que ella fuera capaz de escuchar a Leav. Esto es porque Iris había dispuesto de seis años llenos de oportunidades de auto-denostarse, por no haber producido una respuesta contundente en el momento y en el lugar. Tras el sutil cambio, inmediatamente siguió:Iris: ¡Maldición, todo ésto lo debería haber dicho hace seis años!Yo: (en mi propio papel, como amiga empática)¿Estás frustrada porque desearías haber podido articularte mejor en aquella ocasión?Iris: ¡Me siento como una idiota! Sabía que no era una “pequeña y apocada bibliotecaria”, pero ¿Por qué no se lo dije?Yo: Así que, ¿Te gustaría haber estado lo suficientemente en contacto contigo misma para decírselo?Iris: Sí. Y también estoy muy enfadada conmigo. Desearía no haber permitido que me humillara.Yo: ¿Te gustaría haber sido más asertiva que lo que fuiste?Iris: Exactamente, y necesito recordar que tengo el derecho a defender lo que soy por lo que soy.

Iris guarda silencio por unos segundos. Expresa su disposición para practicar la CNV y escuchar lo que Leav le dijo, desde un punto de vista diferente.

Yo: (como Leav) Iris, no puedo soportar a la gente como tú, siempre y en todo lugar tan dulces y perfectas, constantemente la pequeña y apocada bibliotecaria que eres. ¿Por qué, simplemente, no lo dejas ya y te pones las pilas?Iris: (escuchando los sentimientos, las necesidades y las peticiones de Leav) Leav, creo entender que estás realmente frustrada... frustrada porque... porque yo... (Aquí es donde Iris se atrapa a sí misma en un error común. Usando la palabra “Yo”, se atribuye el sentimiento de Leav a sí misma, en lugar de al deseo de la parte de Leav que genera el sentimiento. Por ejemplo, no decir “Estás frustrada porque yo soy de cierta forma”, sino “Te sientes frustrada porque tu querrías algo diferente de mí”).

(Lo intenta nuevamente) Ok, Leav, suena como que estás realmente frustrada porque deseas... uhm... deseas...

En tanto yo intentaba identificarme íntegramente con Leav, sentí un súbito flash de consciencia acerca de lo que yo (como Leav) estaba hambrienta por conseguir: ¡Conexión!... Eso es lo que estoy deseando ¡Quiero estar conectada contigo, Iris! Y estoy muy frustrada con toda esa dulzura y perfección que se interpone en la forma en la que me gustaría verlas desarmadas para poder contactarte verdaderamente”.

Ambas nos sentamos un poco aturdidas tras esta explosión, y entonces Iris dijo: “Si hubiera sabido lo que ella deseaba. Si me hubiera dicho que lo que perseguía era una conexión genuina conmigo... Cielos, me refiero, se siente como si fuera amar”.

En tanto que nunca encontró a la verdadera Leav para verificar aquel presentimiento, tras esta

sesión práctica, Iris adquirió una resolución interior acerca de este triste conflicto y encontró más fácil el escuchar con nuna nueva consciencia, cuando la gente a su alrededor le decía cosas que antiguamente las hubiera interpretado como menosprecio.

CAPÍTULO 13.

Expresar Aprecio Usando La CNV.-

“… cuanto más te conviertes en conocedor de la gratitud, menos eres víctima del resentimiento,de la depresión y del desprecio. La gratitudactuará como un elixir que disolverá gradualmente la dura corazade tu ego – tu necesidad de poseery controlar – y te transformará en un ser generoso. La sensación de gratitud produce una verdadera alquimiaespiritual. Nos hace magnánimos,enormemente sólidos”.

Sam Keen.-

La Intención Detrás Del Aprecio.-

“Has hecho un buen trabajo con este reporte”.“Eres una persona muy sensible”.“Fue muy amable de tu parte el ofrecerte a llevarme a casa ayer a la tarde”.

Tales declaraciones son emitidas típicamente, como expresiones de aprecio en la comunicación alienadora de la vida. Quizá estés sorprendido de que considere las alabanzas y los cumplidos como alienadores en la vida. Nótese, sin embargo que el aprecio expresado en esta forma revela poco de lo que tiene lugar en el interior del orador y establece al orador como alguien que emite un juicio. Debino a los juicios – ambos, los positivos como los negativos – como comunicación alienante de la vida.

En los cursillos corporativos que ofrecemos, suelo encontrar directores que defienden la práctica de alabar y felicitar, clamando que “funciona”. “Las investigaciones demuestran”, defienden “que si un director felicita a sus empleados, ellos trabajan más duro. Y lo mismo ocurre con las escuelas: si los profesores alaban a sus alumnos, estudian con más ahínco”.

Aún cuando he repasado estas investigaciones, mi creencia es que los recipientes de tales alabanzas efectivamente trabajan con más empeño, pero sólo inicialmente. Una vez que sienten la manipulación tras el aprecio, su productividad cae.

Sin embargo, lo que más me confunde es que la belleza del aprecio es estropeada en cuanto la gente comienza a percibir la recóndita intención de obtener algo de ellos.

Yendo más allá, cuando usamos una retroalimentación positiva como el medio para influenciar a otros, puede que no esté claro cómo están recibiendo el mensaje. Hay una historieta en la que un nativo americano le señala a otro: “Observa cómo utilizo la psicología moderna con mi caballo”. Entonces acerca a su amigo hasta donde el caballo pudiera escuchar la conversación y comienza a exclamar: “¡Tengo el caballo más rápido, más valiente de todo el oeste!”. El caballo parece entristecerse y dice para sí: “¿Qué te parece? El tipo va y se compra otro caballo...”.

Cuando usamos la CNV para expresar aprecio, es simplemente para celebrar, no para obtener algo a cambio. Nuestra sola intención es la de celebrar el modo en el que nuestras vidas se han visto enriquecidas por los demás.

Los Tres Componentes Del Aprecio.-

La CNV distingue tres componentes en la expresión del aprecio:

1. las acciones que han contribuido a nuestra bonhomía.2. Las necesidades particulares que han sido satisfechas; y3. los sentimientos placenteros engendrados por la satisfacción de esas necesidades.

La secuencia de estos ingredientes puede variar; algunas veces los tres pueden converger con una simple sonrisa o un “gracias”. Sin embargo, si queremos estar seguros de que nuestro aprecio ha sido completamente recibido, es valorable el desarrollar la elocuencia para expresar los tres componentes verbalmente. El siguiente diálogo ilustra cómo la alabanza puede ser transformada en un aprecio que abrace los tres componentes:

Participante: (aproximándose a mí al finalizar el Taller) Marshall, ¡Eres brillante!MBR: No soy capaz de obtener mucho del aprecio que me quisieras transmitir.Participante: ¿Por qué? ¿A qué te refieres?MBR: En mi vida he sido calificado con multitud de adjetivos, sin embargo no puedo recordar haber aprendido algo seriamente cuando soy calificado como lo que soy. Me gustaría aprender algo de tu aprecio y disfrutarlo, pero necesito más información.Participante: ¿Cómo cuál?MBR: Primero, me gustaría saber que dije o hice que hace que la vida sea más hermosa para ti.Participante: Bueno, pues que eres muy inteligente.MBR: Me temo que me acabas de dar otro juicio que aún me deja preguntándome que hice para que la vida sea ahora más hermosa para ti.

El participante piensa durante un momento, pero entonces apunta a las notas que había tomado durante el Taller: “Mira a estos dos lugares. Son estas dos cosas que nos dijiste”.

MBR: ¡Ah! Así que son esas dos cosas las que aprecias.Participante: Sí.MBR: Lo siguiente que me gustaría saber es cómo te sientes en relación con migo al haber dicho esas dos cosas.Participante: Esperanzado y aliviado.MBR: Y ahora me gustaría saber que necesidades tuyas fueron satisfechas al yo decir estas dos cosas. Participante: Tengo un hijo de 18 con quien no he sido capaz de comunicarme. He estado buscando desesperadamente por alguna indicación que quizá me ayudara a relacionarme con él en un modo más amoroso, y esas dos cosas que has dicho me han proporcionado las indicaciones que buscaba.

Al escuchar estas tres piezas de información – lo que hice, cómo se sintió él, y qué necesidades suyas fueron cubiertas – pude, entonces, celebrar su aprecio “con” él. Si, inicialmente, se hubiera expresado usando la CNV hubiera podido decir: “Marshall, cuando dijiste estas dos cosas (mostrándome sus notas), me sentí muy esperanzado y aliviado, porque he estado buscando la forma de establecer conexión con mi hijo y esto me ha dado las indicaciones que perseguía”.

Recibiendo Aprecio.-

Muchos de nosotros no recibimos aprecio con gracia. Nos refrenamos ante la duda de si lo merecemos. Nos preocupa el qué se espera de nosotros – especialmente si tenemos profesores o

directores que usan el aprecio como un medio para estimular la productividad. O estamos nerviosos ante la idea de vivir dependiendo del aprecio. Acostumbrados a una cultura en la que comprar, ganar y merecer son los modos estándar de intercambio, a menudo nos sentimos incómodos sólo dando y recibiendo.

La CNV nos anima a recibir el aprecio, con la misma calidad de empatía que expresamos cuando escuchamos otros tipos de mensaje. Cuando oímos que hemos hecho algo que ha contribuido al bienestar de otros; oímos que sus sentimientos y necesidades han sido satisfechos. Tomamos en el interior de los corazones la gozosa realidad de que podemos, cada uno de nosotros, estimular la calidad de la vida de otros.

Fui enseñado a recibir aprecio con gracia por mi amigo Nafez Assailey. Era miembro de un equipo palestino quienes me habían invitado a Suiza para entrenarse en la CNV en unos tiempos en que las precauciones de seguridad hacían el entrenamiento para grupos mixtos de palestinos e israelíes, imposible en cualquiera de los dos países.. al finalizar el Taller, Nafez se acercó a mí: “Este entrenamiento será muy valuable para nosotros para trabajar por la paz en nuestro país”, reconoció. “Me gustaría agradecerte de la manera en que nosotros, los musulmanes sufíes, tenemos para expresar especial aprecio por algo. Fijando su pulgar sobre el mío, me miró a los ojos y me dijo: “Beso al Dios en ti que te permite darnos lo que nos has dado”. Y me besó la mano.

La expresión de gratitud de Nafez me mostró un camino diferente por el que recibir el aprecio. Usualmente se le recibe de una de las dos posiciones opuestas: de un lado es egolatría, creyendo que somos superiores por haber sido apreciados, de otro lado es la falsa humildad, negando la importancia del aprecio sofocándolo: “¡Oh! Si no fue nada”. Nafez me mostró que yo puedo recibir aprecio con gozo, en la consciencia de que Dios le ha dado a cada uno el poder de enriquecer la vida de los demás. Si estoy consciente de que es este poder de Dios trabajando a través de mí el que me da el poder de enriquecer la vida de los demás, quizá pueda evitar ambos, la trampa del ego y la falsa humildad.

Golda Meir, cuando era Primera Ministra de Israel, reprendió un día a uno de sus ministros: “No seas tan humilde, no eres tan grande”. Las siguientes líneas están atribuidas a la escritora contemporánea Marianne Williamson, sirven como otro recordatorio para mí para evitar caer en la falsa humildad:

“Nuestro más profundo temor no es que somos inadecuados.Nuestro más profundo temor es que somos poderosos sin medida.

Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, lo que nos atemoriza.Eres un hijo de Dios. El que mantengas un perfil bajo de ti mismono sirve a los propósitos del mundo.

No existe nada de iluminación en apocarte de tal maneraque los demás no se sientan inseguros en tu presencia.Fuimos dados a luz para manifestar la gloria de Diosque existe en nuestro interior. No en alguno de nosotros,sino en todos.

Y mientras dejemos que nuestra propia luz brille, inconscientemente autorizamos a las otras personas a hacer lo mismo.Cuando somos liberados de nuestros miedos, nuestra presenciaautomáticamente libera a otros”.

El Hambre Por El Aprecio.-

Paradójicamente, en contra de nuestra incomodidad al recibir aprecio, la mayoría de nosotros mendigamos el ser genuinamente reconocidos y apreciados. En el transcurso de una fiesta sorpresa en mi honor, un amigo mío de 12 años sugirió un juego para ayudar a presentarse a los invitados unos a otros. Debíamos escribir una pregunta, meterlas en una caja y hacer turnos, cada persona sacando una pregunta y respondiéndola en alto.

Había sido recientemente consultado por varias agencias de servicios sociales y organizaciones industriales, y me sentía anonadado por lo frecuentemente que la gente expresaba un deseo de ser apreciados en sus trabajos. “No importa lo duro que trabajes”, se quejaban “nunca oyes una buena palabra de boca de nadie. Pero comete un error y siempre va a haber alguien saltando sobre ti”. Así que para el juego, escribí la siguiente pregunta: “¿Que muestra de aprecio puede alguien ofrecerte que te deje dando brincos de gozo?”.

Una mujer sacó esta pregunta de la caja, la leyó y comenzó a llorar. Como directora de un Refugio para mujeres maltratadas, ponía una considerable energía cada mes en crear una agenda que satisficiese a la mayor cantidad de gente posible. Aún así, cada vez que la agenda era presentada, cuando menos un par de individuos se quejarán. No podía recordar alguna vez en que hubiera recibido algo de aprecio por sus esfuerzos para diseñar una agenda justa. Todo esto había surgido en su mente mientras leía la pregunta, y el hambre de aprecio hizo brotar las lágrimas de sus ojos.

Tras oír la historia de la mujer, otro amigo dijo que también él deseaba contestar a aquella pregunta. Todos, entonces, solicitaron un turno para responderla. Muchos, al hacerlo, lloraron.

En tanto el ansia por el aprecio – opuesta a los “empujones” motivadores – es particularmente evidente en el lugar de trabajo, afecta a su vez a la vida familiar. Una tarde, cuando le apunté el fallo al no cumplir una tarea doméstica, mi hijo Brett me espetó: “Papá, ¿Eres consciente de cuán a menudo traes a colación lo que ha ido mal y que, sin embargo, casi nunca sacas a relucir lo que ha ido bien?”. Su observación se quedó en mí. Me di cuenta de cómo yo estaba continuamente buscando mejoras, mientras que apenas me paraba a celebrar las cosas que estaban funcionando bien. Acababa de finalizar un Curso-Taller con más de cien participantes, todos los cuales lo habían evaluado muy estimativamente, con la excepción de un apersona. Sin embargo, lo que se había establecido en mi cabeza había sido la insatisfacción de aquella única persona.

Esa noche escribí una canción que empezaba:

“Si soy un noventa y ocho por ciento perfectoen todo aquello que hago, será el dos por ciento que he errado el que recordaré cuando todo pase”.

Se me ocurrió que podía optar por otro perfil reflejándome en la exposición de una profesora que conocí. Uno de sus alumnos, habiendo sido negligente a la hora de estudiar para un examen, se resignó a devolverlo en un papel en blanco, con su nombre en el encabezado. Se sorprendió cuando ella le devolvió el examen con una nota de 14%. “¿Qué hice yo que mereciera un 14% de nota?”, le preguntó incrédulo. “Limpieza”, le replicó. Desde que mi hijo Brett me diera aquella campanada, he tratado de ser más consciente de lo que otros a mi alrededor están haciendo que enriquece mi vida, y a destilar mis habilidades para expresar el aprecio por ello.

Sobreponerse A Las Reticencias A Expresar Aprecio.-

Quedé profundamente impresionado por un pasaje en la obra de John Powell, “El Secreto De Permanecer En El Amor”, en el cual describe su tristeza por haber sido incapaz, durante la fida de su padre, de expresarle el aprecio que sentía por él. ¡Qué grave me parece el perder la oportunidad de mostrarle nuestro aprecio a las personas que han sido la mayor influencia positiva de nuestras vidas!

Inmediatamente, un tío mío, Julius Fox, me vino a la mente. Cuando yo era un niño, el venía a diario para darle cuidados de enfermería a mi abuela, quien estaba totalmente paralítica. Mientras le proporcionaba los cuidados, siempre tenía una cálida y amante sonrisa en su rostro. No importaba lo indeseable que la tarea pudiera aparecer ante mis infantiles ojos, él la trataba como si ella le estuviera haciendo el mayor favor del mundo por permitir que la cuidara. Esto me proporcionó un hermoso modelo de fortaleza masculina – al que había recurrido muy frecuentemente desde entonces.

Me di cuenta de que nunca le expresé mi aprecio a mi tío, quien se encontraba enfermo y cercano a la muerte. Consideré hacerlo, pero sentí mi propia resistencia: “Estoy seguro de que sabe bien lo mucho que significa para mí. No necesito decirlo de viva voz; aparte de eso, puede ser embarazoso para él si lo traduzco a palabras”. Tan pronto como esos pensamientos entraron en mi cabeza, supe que no eran verdad. Demasiado frecuentemente había asumido que los demás sabían la intensidad de mi aprecio por ellos, tan sólo para descubrir lo contrario. Y aún cuando la gente se sintiera embarazada, deseaban escuchar la verbalización del aprecio.

Aún indeciso, me dije que las palabras no podrían hacer justicia ante la profundidad de lo que deseaba comunicar. Pronto pude ver también a través de este pensamiento: Sí, puede que las palabras sean pobres vehículos para exponer nuestros más íntimos sentimientos, pero como he aprendido, “Todo lo que merece la pena de ser hecho, merece ser hecho aún pobremente”.

Y pasó que, pronto, me encontré sentado al lado de tío Julius en una reunión familiar y las palabras, simplemente, fluyeron de mí. El las recibió gozosamente, sin embarazo alguno. Brillando mi interior, lleno de sentimientos relacionados con la velada, fui a casa, y compuse un poema que le envié. Me dijeron después que, cada día hasta que murió tres semanas después, pidió que le leyeran el poema.

Sumario.-

Los halagos convencionales a menudo toman la forma de juicio, aun positivos, y a veces son ofrecidos para manipular el comportamiento de otros. La CNV anima a la expresión del aprecio sólo por celebración. Dejamos claro 1) la acción que ha contribuido a nuestro bienestar, 2) la necesidad particular que ha sido satisfecha y, 3) el sentimiento de placer que se ha engendrado como resultado.

Cuando recibimos el aprecio expresado de esta manera, podemos hacerlo sin sentir superioridad, o falsa humildad al celebrarlo junto con la persona que ofrece el aprecio.

Epílogo.-

Una vez le pregunté a mi tío Julius, como había desarrollado tan apreciable capacidad para entregarse compasivamente. El pareció sentirse honrado con mi pregunta, que ponderó antes de

responder. “He sido bendecido con buenos profesores”. Cuando le pregunté quiénes eran éstos, rememoró: “tu abuela fue la mejor maestra que he tenido. Tu viviste con ella cuando ya estaba enferma, así que no supiste como fue en realidad. Por ejemplo, ¿Te dijo, alguna vez, tu madre, acerca de los tiempos de la Gran Depresión, en que se trajo a vivir a casa a un sastre con su mujer y dos niños, que vivieron con nosotros durante tres años, tras haber perdido su casa y su negocio?”. Recordaba la historia muy bien. Había dejado una profunda huella en mí cuando me la contó mi madre por primera vez, porque nunca pude figurarme como logró, la abuela, encontrar el espacio para la familia del sastre cuando estaba criando a nueve chicos suyos en una casa de talla modesta.

El tío Julius recolectó la carga de compasión de mi abuela en algunas pocas anécdotas más, todas las cuales las había oído desde niño. Entonces me dijo: “seguro que tu madre te ha hablado de Jesús”.“¿Acerca de quién?”.“De Jesús”.“No, nunca me habló de Jesús”.

La historia acerca de Jesús fue la última joya que recibí de mi tío Julius antes de morir. Es la historia verdadera de un tiempo en que un hombre vino hasta la puerta trasera de mi abuela, pidiendo algo de comida. Esto n o era inusual. A pesar de que la abuela era muy pobre, el vecindario entero sabía que ella alimentaría a cualquiera que se asomara a su puerta. El hombre tenía una barba y un enmarañado cabello negros. Sus ropas estaban hechas trizas y llevaba una cruz alrededor de su cuello hecha de ramitas atadas con cuerda. Mi abuela le invitó a su cocina a que comiera, y mientras comía, ella le preguntó su nombre.

“Mi nombre es Jesús”, le respondió el hombre.“¿Tienes algún apellido?”, le preguntó mi abuela.“Soy Jesús, el Señor” (el inglés de mi abuela no es que fuera muy bueno. Otro de mis tío, Isidor, me dijo más tarde que había entrado en la cocina, mientras el hombre comía y la abuela le había presentado como el señor “Elseñor”).

Mientras seguía comiendo, mi abuela le preguntó por su domicilio.

“No tengo un domicilio”.“Bueno, ¿Dónde te vas a quedar esta noche? Hace frío”.“No lo sé”.“¿Quieres quedarte aquí?”, le ofreció.

Se quedó siete años.

En el tema de la comunicación sin violencia, mi abuela era de lo más natural. No pensó en lo que aquel hombre “era”. Si lo hubiera hecho, probablemente lo hubiera juzgado como un loco y se hubiera deshecho de él. No, ella pensó en términos de lo que la gente siente y que necesita. Si están hambrientos, dales de comer. Si están sin techo, dales un lugar donde dormir.

Mi abuela adoraba bailar, y mi madre recuerda que decía a menudo; “Nunca camines cuando puedes bailar”. Y, así, termino este libro sobre un lenguaje basado en la compasión con una canción acerca de mi abuela, quien habló y vivió el lenguaje de la Comunicación No Violenta:

Un día, un hombre llamado Jesúsvino a la puerta de mi abuela. Pidió un poco de comida, ella le dio más.

Le dijo que era Jesús, el Mesías,pero no lo comprobó con Roma.Se quedó por algunos años,como muchos sin hogar hicieron.

Fue en su modelo judíoen que ella me enseñó lo que Jesús tenía para decir.De aquella preciosa manerame enseñó lo que Jesús había dicho.

Y esto es: “Alimenta al hambriento, sana al enfermo,entonces, descansa.Nunca camines cuando puedes bailar; haz de tu hogar un cálido nido.

Fue en su modelo judíoen que ella me enseñó lo que Jesús tenía para decir.De aquella preciosa manerame enseñó lo que Jesús había dicho.