Martín Pérez Guevara

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Pequeña reseña biográfica Martín Pérez Guevara nace en un campo que sus padres arrendaban a la familia Zuberbuhler cerca del pueblo de Chimpay. Asiste a la escuela hasta 4º grado - máximo nivel educativo del lugar en esa época-. Luego, sus padres se trasladan a Gral. Roca y concluye en la escuela N° 42 sus estudios primarios. Algunos años más tarde comienza a trabajar en el diario Rio Negro como ilustrador y luego como redactor en El Tribuno. Colabora con la Biblioteca Julio A. Roca, siendo uno de los primeros bibliotecarios, lugar donde comienza a tomar contacto serio y formal con la pintura y la literatura. Pinta en este tiempo paisajes teniendo como tema las diferentes vistas del canal grande. Con el deseo de crecer en el aprendizaje del la pintura se traslada, primero a la ciudad de Córdoba, luego en Bahía Blanca y finalmente a Buenos Aires lugar donde estudia pintura en los talleres nocturnos de la Estímulo de Bellas Artes. El autor es el creador del escudo de la ciudad de General Roca, ciudad en la que ha realizado varias exposiciones de pintura. Además realizó el proyecto para la realización de la primera Fiesta Nacional de la Manzana Los libros publicados en esta ciudad por la editorial Pastor y Ezquer son: “DE ARTE Y OTROS SUEÑOS” , “HISTORIAS APRÓCRIFAS DE CHIMPAY” y el que nos convoca hoy “HOMBRE EN LA VENTANA” seleccionado para participar de una antología poética editada por el FONDO EDITORIAL RIONEGRINO, junto con otros nueve poetas de la provincia. Intentos, atentos y un poco de atentados: poesía patagónica del desvío o del final del camino. Siempre he creído, y heme aquí enunciando en primera persona, que el problema en cuestión, es precisamente saltar esta seductora y horrorizante hoja en blanco a la que todo ser humano deseoso de hablar con el alma, se enfrenta. Porque el problema del artista reside, en la mayoría de los casos, en ese debate ontológico entre henchir la palabra o henchirnos a nosotros mismos. Porque habla el alma para liberarse del yugo del raciocinio impuesto, sin dejar de ser intelectualmente correctos, por supuesto. Y viene el devanar de

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Pequeña reseña biográfica

Martín Pérez Guevara nace en un campo que sus padres arrendaban a la familia Zuberbuhler cerca del pueblo

de Chimpay. Asiste a la escuela hasta 4º grado -máximo nivel educativo del lugar en esa época-. Luego, sus

padres se trasladan a Gral. Roca y concluye en la escuela N° 42 sus estudios primarios.

Algunos años más tarde comienza a trabajar en el diario Rio Negro como ilustrador y luego como redactor en

El Tribuno.

Colabora con la Biblioteca Julio A. Roca, siendo uno de los primeros bibliotecarios, lugar donde comienza a

tomar contacto serio y formal con la pintura y la literatura. Pinta en este tiempo paisajes teniendo como tema

las diferentes vistas del canal grande.

Con el deseo de crecer en el aprendizaje del la pintura se traslada, primero a la ciudad de Córdoba, luego en

Bahía Blanca y finalmente a Buenos Aires lugar donde estudia pintura en los talleres nocturnos de la Estímulo

de Bellas Artes. El autor es el creador del escudo de la ciudad de General Roca, ciudad en la que ha realizado

varias exposiciones de pintura. Además realizó el proyecto para la realización de la primera Fiesta Nacional de

la Manzana

Los libros publicados en esta ciudad por la editorial Pastor y Ezquer son: “DE ARTE Y OTROS SUEÑOS” ,

“HISTORIAS APRÓCRIFAS DE CHIMPAY” y el que nos convoca hoy “HOMBRE EN LA VENTANA”

seleccionado para participar de una antología poética editada por el FONDO EDITORIAL RIONEGRINO, junto

con otros nueve poetas de la provincia.

Intentos, atentos y un poco de atentados: poesía patagónica del desvío o del final del camino.

Siempre he creído, y heme aquí enunciando en primera persona, que el problema en

cuestión, es precisamente saltar esta seductora y horrorizante hoja en blanco a la que todo ser

humano deseoso de hablar con el alma, se enfrenta.

Porque el problema del artista reside, en la mayoría de los casos, en ese debate ontológico

entre henchir la palabra o henchirnos a nosotros mismos. Porque habla el alma para liberarse del

yugo del raciocinio impuesto, sin dejar de ser intelectualmente correctos, por supuesto. Y viene el

devanar de sesos, la imagen rebuscada, el retorcer de lenguas pendulando de comisura en comisura

hasta el dejarse caer de espaldas en peso muerto; la “releona” coronada con ayes y sonrisas

cómplices.

O sea que, al final de cuentas, por más que nos esforcemos por librar una acérrima

competencia, el estelar de la obra no nos pertenece. Son las palabras quienes conocen el génesis de

nuestro trazo y nos conducen como Antígonas, o Antígonos –para no discriminar a nadie- en esta

descontenta, sabia, inconsciente y cómica tarea de escribir poesía. Son estas las que nos prestan, la

mayoría de las veces, ese “interlineado doble” para que algún lector – entrometido- hoce imaginarse

a ese, el autor, ese hombre que –no me cabe la menor duda- ha hecho todo lo posible por

permanecer en el más humilde de los anonimatos.

Me toca hoy hablar de la obra de Martín Pérez Guevara, digo, de su obra, que es él también,

y si todo apunta a henchirlo, porque lo autobiográfico y lo metapoético aflora y explota en la cara

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del lector, existe algo que lo contrarresta y lo equilibra. El valor de su poesía proviene precisamente

de ser uno más de esos escritores orilleros, esos de la periferia, esos del Sur, como podría haber sido

del Norte, pero no los del centro, los de estelares, los de primera plana. Pérez Guevara tiene algo

que contar, algo que está en la caja de los recuerdos, en un lugar entre lo imaginario, lo mítico y lo

real; algo que pude ser insignificante para unos, pero que resucita lugares comunes desde su propia

experiencia, y da vida también a otros que miraron desde la ventana y ahora pueden verse desde el

espejo.

Martín Pérez Guevara es pintor; es poeta; ha sido de todo un poco: un poco padre, un poco

esposo; un poco abuelo; un poco amante… en su poesía se asoman los trazos, centellas de

luminosas revelaciones, confesiones…poemas de la resistencia, del desvío ante la barranca, nos

asoma un poeta equilibrista que proclama primaveras en pasteles, tupidos follajes patagónicos como

tupidas y curvadas mujeres. Su obra toda se resiste al final, y se proclama como explosión

primaveral. Sus poemas narrativos, anecdóticos, se convierten en pequeñas gemas, cofrecillos de la

memoria que hacen de su transitar por esta vida el hedónico atajo de su subsistencia.

En “Hombre en la ventana” se hace presente nuestra Patagonia, como también la hizo

presente en “Historias apócrifas de Chimpay”. Pero, a diferencia de esta última, en “Hombre en la

ventana” hay una estética que difiere por la intencionalidad. “Historias apócrifas de Chimpay” se

presenta como pura evocación, más del corte historiográfico, la otra, ésta, la que nos congrega, no

es un ayer, sino un hoy, un deseo que se devora el recuerdo, lo tiñe de sensualidad, de sexualidad, de

mayor cuidado estético. Hay, evidentemente, un deseo de poseer el recuerdo, de un estar allí

superador.

Su poesía está enmarcada mayoritariamente en la Patagonia. No podía ser de otro modo,

pienso, mientras intento quitarme algunos suculentos y graciosos restos de erotismo de entre los

dientes. Es este lugar indómito, que por extenso le da el espacio y el silencio que el hacinamiento a

veces niega.

Acerca de la escritura en la Patagonia dirá Laura Pollastri en su artículo “El desierto letrado:

Patagonia, escritura y microrrelato” cito: “Contracara de la ciudad letrada, espacio absoluto y vacío,

pura nada atravesada de discursos y de un conjunto de significantes que urden su red: desierto,

reserva utópica, soledad, naturaleza intocada”.

La Patagonia no es la gran ciudad, y Martín lo sabe. Por eso su poesía vuelve; es

retrospectiva, un continuo. Es por una parte esa “reserva utópica” de la que habla Pollastri, el lugar

de los sueños posibles e ideales; realidades empañadas que prometen y auguran dotes sobrenatuales

porque nos acerca al estado de pureza, edénico, de esa “naturaleza intocada” de la que habla la

autora.

La Patagonia, es también, un volver aquí, a morir; volver aquí en poema; volver aquí hecho

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anciano para ver por la ventana; volver al joven, al niño que fue y que soñaba ser desde esa ventana

en la casa de la chacra, allá, en el Chimpay que fue y que el viento patagónico le trae cada tarde,

cuando sigue dotando de palabras y pensamientos el contorno de las nubes que avanzan y que ya no

lo esperan.

Silvina RepettiProfesora en Comunicación Social y

Profesora de Lengua y Literatura.Nieta política del autor.