Más Bien Verbosos Los Autistas

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“Más bien verbosos los autistas” p or JEAN-CLAUDE MALEVAL Resumen: Lacan sorprende en 1975 cuando indica que no es el mutismo lo que le parece lo más sorprendente entre los autistas, sino la verborrea. Ni siquiera se trata de una observación clínica, cuya pertinencia no se dudaría, sino de la orientación esencial para abordar la especificidad de un tipo clínico original. ¿Qué es la verborrea? Sino un uso de la lengua de donde la enunciación se ausentó. Ahora bien, la enunciación inscribe el goce vocal en el campo del lenguaje. La voz como objeto pulsional no es la sonoridad de la palabra [voz], sino la manifestación en el decir del ser del sujeto. Es una constante mayor del funcionamiento autístico el protegerse de toda emergencia angustiosa del objeto voz. De la suya propia, por la verborrea o el mutismo, de la del Otro, por el evitamiento de la interlocución. El autista es un sujeto que se caracteriza por no haber incorporado el objeto vocal que soporta la identificación primordial, resulta de eso una carencia de S1, en su función representativa del sujeto. Cuando el goce del viviente no se cifra en el significante, la manifestación clínica más manifiesta, subrayada por todos los autistas de alto nivel, reside en una escisión dolorosa entre los afectos y el intelecto. Las otras características del cuadro clínico son algunas de las consecuencias. Palabras-llaves: autismo, voz, goce, parloteo, lalengua. La representación más difundida del niño autista es efectivamente la de un ser mudo, de modo que Lacan sorprende, en 1975, con ocasión de una de sus raras indicaciones concernientes a estos sujetos, calificándolos de "verbosos": "Qué le cueste entender [escuchar], dar su alcance a lo que dicen, no impide que sean personajes más bien verbosos”[2] . Es verdad que más de la mitad de los niños autistas habla, y que las verbalizaciones de estos de golpe le sugieren a Kanner las nociones de "lenguaje de loro" o de "ecolalia diferida". Los padres notan a veces que adquieren con facilidad palabras nuevas, sin aprender a hablar por eso, en el sentido en que la palabra testimonia una expresividad del sujeto. Describen el fenómeno observando que el niño pronuncia palabras, pero no las utiliza. Por añadidura sabemos que el empleo correcto del "Yo" es siempre tardío, y a veces no ocurre jamás. En el otro extremo del espectro clínico, entre los autistas de alto nivel, se encuentra regularmente una voz artificial, particular, sin expresividad. Además, las palabras siguen siendo "emitidas más bien que habladas", provienen de un "repertorio mental memorizado", nada es más difícil para estos sujetos que una "expresión personal"[3] . De manera general, los especialistas del síndrome de Asperger observan que la dificultad en hablar de sí y en expresar sentimientos

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JEAN-CLAUDE MALEVAL

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“Más bien verbosos los autistas”por JEAN-CLAUDE MALEVAL

Resumen: Lacan sorprende en 1975 cuando indica que no es el mutismo lo que le parece lo más sorprendente entre los autistas, sino la verborrea. Ni siquiera se trata de una observación clínica, cuya pertinencia no se dudaría, sino de la orientación esencial para abordar la especificidad de un tipo clínico original. ¿Qué es la verborrea? Sino un uso de la lengua de donde la enunciación se ausentó. Ahora bien, la enunciación inscribe el goce vocal en el campo del lenguaje. La voz como objeto pulsional no es la sonoridad de la palabra [voz], sino la manifestación en el decir del ser del sujeto. Es una constante mayor del funcionamiento autístico el protegerse de toda emergencia angustiosa del objeto voz. De la suya propia, por la verborrea o el mutismo, de la del Otro, por el evitamiento de la interlocución. El autista es un sujeto que se caracteriza por no haber incorporado el objeto vocal que soporta la identificación primordial, resulta de eso una carencia de S1, en su función representativa del sujeto. Cuando el goce del viviente no se cifra en el significante, la manifestación clínica más manifiesta, subrayada por todos los autistas de alto nivel, reside en una escisión dolorosa entre los afectos y el intelecto. Las otras características del cuadro clínico son algunas de las consecuencias. Palabras-llaves: autismo, voz, goce, parloteo, lalengua.

La representación más difundida del niño autista es  efectivamente la de un ser mudo, de modo que Lacan sorprende, en 1975, con ocasión de una de sus raras indicaciones concernientes a estos sujetos, calificándolos de "verbosos": "Qué le cueste entender [escuchar], dar su alcance a lo que dicen, no impide que sean personajes más bien verbosos”[2].Es verdad que más de la mitad de los niños autistas habla, y que las verbalizaciones de estos de golpe le sugieren a Kanner las nociones de "lenguaje de loro" o de "ecolalia diferida". Los padres notan a veces que adquieren con facilidad palabras nuevas, sin aprender a hablar por eso, en el sentido en que la palabra testimonia una expresividad del sujeto. Describen el fenómeno observando que el niño pronuncia palabras, pero no las utiliza. Por añadidura sabemos que el empleo correcto del "Yo" es siempre tardío, y a veces no ocurre jamás. En el otro extremo del espectro clínico, entre los autistas de alto nivel, se encuentra regularmente una voz artificial, particular, sin expresividad. Además, las palabras siguen siendo "emitidas más bien que habladas", provienen de un "repertorio mental memorizado", nada es más difícil para estos sujetos que una "expresión personal"[3]. De manera general, los especialistas del síndrome de Asperger observan que la dificultad en hablar de sí y en expresar sentimientos íntimos es una de las características; mientras que estos sujetos a menudo exasperan a los allegados con conversaciones unilaterales y por preguntas incesantes[4]. "En su tema de predilección, escribe Attwood, el entusiasmo les inspira un discurso verboso, incluso una palabrería incesante"[5]. Una autista de alto nivel, tal como Temple Grandin, presentó por cierto un retraso importante en cuanto a la adquisición de la palabra, pero cuando la hubo adquirido se la apodó "molino de palabras": hacía repetitivamente la misma pregunta y esperaba con mucho placer la misma

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respuesta, pronunciaba discursos infinitos sobre temas que retenían su curiosidad, le gustaba jugar a juegos de asociaciones de palabras; más tarde en el liceo sus compañeros la nombraron "obsesión"[6]. Otros la trataron de "magnetófono", etc. Williams describe otra forma de verborrea subrayando su inexpresividad básica: "Las aserciones que no tenían relación conmigo y que no tocaban mis preocupaciones me caían de la boca como las bromas de un cómico de music-hall"[7].  Conoce de otro autista que le parece funcionar como ella porque él mismo "había dominado el arte de "hablar para librarse de las palabras" estando él mismo sordo al sentido"[8]. Joffrey Bouissac confía que le pasó de hablar "solo durante días enteros como un disco rayado […] Hablo solo, precisa, sobre todo cuando hago una fijación sobre algo, como cuando teníamos un perro Canela y no paraba de hablar solo diciendo por ejemplo: "la perra va a comer". En esa época, jugaba a los loros pues durante días enteros repetía "el gato", en otra época "la Suiza", en otra "el mar". Hubo también otro período donde hablaba solo, era cuando hubo un incendio en Sermersheim, pues vi un fuego inmenso y eso me aterrorizó. Después, hice una fijación sobre la casa quemada, no dejaba de cantar la misma frase "la pared de la barraca se abrasa" y hablaba solo sin parar"[9]. Que la representación más común del niño autista lo haga un ser mudo reposa en la presencia indudable de la carencia enunciativa que determina esta patología: ella no sería más evidente que en este silencio obstinado. Cuando el sujeto autista procura comunicar, lo hace en lo posible de una manera que no pone en juego su goce vocal, ni su presencia, ni sus afectos. Si es una constante discernible a todos los niveles del espectro del autismo, ella reside en la dificultad del sujeto en tomar una posición de enunciador. Habla de buena gana, pero con la condición de no decir nada. La verborragia del autista no es, como se le podría suponer, goce solitario de la voz; todo lo contrario trabaja en la puesta a un lado de esta, la que horroriza al sujeto. En la infancia, lo mismo que habla sin voz, el autista se tapona los oídos de buena gana. La voz en tanto que objeto pulsional no es la sonoridad de la palabra [voz], sino lo que soporta la presencia del sujeto en su decir. Es una constante mayor del funcionamiento autístico el protegerse de toda emergencia angustiosa del objeto voz.  De la suya propia, por la verborrea o el mutismo, de la del Otro, por la evitación de la interlocución. La inmensa mayoría de ellos, Asperger ya lo había observado, obedecen mejor si uno no se dirige a ellos personalmente, sino si se habla entre bastidores. La palabra puede interesarles con la condición de que no sea portadora de la voz. De donde su atractivo por el parloteo vacío y la música de la palabra. El parloteo autístico es un ejercicio tranquilizador de palabra sin voz. En cambio, la voz del autista, no sometida a la castración, no falicisada, le horroriza, es por eso que dedica tantos esfuerzos para enterrarla [esconderla]. Un fenómeno, notado por numerosos clínicos, y que les parece siempre muy enigmático, lo manifiesta claramente. A menudo ha sido comprobado que autistas mudos salen a veces un instante de su silencio, pronunciando una frase perfectamente construida, antes de regresar a su retirada muda. Ahora bien, es característico que esto se produzca en situaciones críticas que rebasan las estrategias protectoras del sujeto haciéndolo abandonar por un instante su negativa de llamamiento al Otro y su negativa de comprometer la voz en la palabra. ¿Que dicen en efecto en aquellos momentos? La primera frase pronunciada por Birger Sellin es "devuélveme mi bola" dirigida a su padre que acababa de tomarle uno de sus

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objetos autísticos[10]. Un chico de 5 años, refiere Berquez, "al que nadie jamás había escuchado pronunciar una sola palabra en su vida, se encontró molesto cuando la piel de una ciruela se pegó en su paladar; exclamó entonces distintamente: "Quíteme esto", luego recayó sobre su mutismo anterior. Otro niño mudo de 4 años que se hacía examinar por un pediatra gritó: "quiero volver" y, un año más tarde, con ocasión de una hospitalización por una bronquitis, exclamó: "quiero devolver"[11]. Todas estas frases poseen un punto común: la presencia del sujeto de la enunciación se encuentra allí netamente señalada, el llamamiento al Otro se afirma allí, su carácter imperativo testimonia del goce vocal que las sostiene. Ahora bien, nada es más desgarrador para el niño autista. Es sólo en la culminación de la angustia que él mismo puede dejar escapar tal enunciado, extraordinariamente angustioso, vivido como una mutilación, pues pone en juego, no sólo la alteridad, sino una cesión del objeto del goce vocal al goce del Otro. Muy lejos de reiterar esta experiencia angustiosa, el sujeto procura protegerse de su retorno, encerrándose en un silencio todavía más profundo. Cuando un niño autista comienza a hablar, ocurre que allegados particularmente atentos constaten un fenómeno parecido. "Hablaba, escribe T. Morar, cuando fue atrapado en cierto modo: contra su voluntad. Sorprendido por una pregunta o una afirmación falsa, la respuesta  venía a pesar de él. Volvía a empezar en seguida como si se dijera: "¡Bah! ¡Hablé!". Olíamos que tenía ganas de tragar su respuesta. Como si habría un peligro al hablar"[12]. Ahora bien no se trataba de una negativa de comunicar, pues había observado antes, cuando su hijo Pablo seguía estando mudo a pesar de sus esfuerzos, cuando ella le planteaba preguntas, él encontraba otro medio de responder que por la palabra. "Nos preguntábamos, escribe, si no hablaba a propósito"[13]. Sus intuiciones concernientes a las causas de esta negativa no carecen de pertinencia. "Aceptar hablar, era también aceptar las limitaciones del lenguaje: ser obligado a responder, a obedecer, era mucho más fastidioso que fingir no entender o no comprender, y así conservar una libertad total"[14]. Ninguno más que el autista es un sujeto libre, dolorosamente libre, de una libertad potencial que un compromiso alteraría. Rechaza toda dependencia con respecto al Otro: se niega a ceder el objeto de su goce vocal, de modo que resiste radicalmente a la alienación de su ser en el lenguaje, de ahí, más aún que para otros psicóticos, que sea pertinente de subrayar que se considera libre[15]. Sus estrategias de salida de su aislamiento que funcionan por escisiparidad, tomando apoyo sobre un doble, no lo desmienten. Pueden ir hasta darle a Joey la ilusión de "haberse empollado él mismo"[16]. El control importa más que todo, afirma Williams, ella discierne que "la sensibilidad propia de la sensación de vivir [debe] ser rechazada"[17], de donde el trabajo para que el goce quede desconectado de la palabra. La posición del sujeto autista parece caracterizarse por no querer ceder sobre el goce vocal. Resulta de eso que la incorporación de la voz del Otro, que puede ser recibida sólo sobre fondo de falta, para él no se produce. Hay que precisar que la voz, en el sentido de objeto pulsional, no es la entonación, no es del registro sonoro, ella está fuera de sentido. Lo mismo que la mirada soporta lo que falta en el campo de la visión, la voz encarna la falta en el campo verbal. "La voz, precisa Jacques-Alain Miller, es la parte de la cadena significante inasumible por el sujeto como "yo" y que subjetivamente es asignada al Otro"[18]. La castración simbólica borra la presencia de la voz en la

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realidad, ella vuelve al sujeto sordo a ésta, mientras que se vuelve apto para conectarla al decir. En cambio, para el sujeto psicótico, la voz puede hacerse oír a veces, en particular en las alucinaciones, sabemos que entonces expresa esencialmente insultos. El autista es apenas alucinado, pues nada le angustia más que el objeto vocal, de donde su horror cuando lo oye manifestarse en un imperativo que escapa de él, o cuando el otro le habla afirmando su presencia enunciativa. Su verborragia parece tener por función la de asfixiar y de contener una voz de la que teme la manifestación.La oreja del autista no está cerrada a la voz: conocemos su sensibilidad a los ruidos que ninguna enfermedad de los aparatos sensoriales explica. No dispone de ese objeto equilibrante, análogo a los granos de arena que algunos delfines se introducen en el utrículo, con el fin de regular su aparato stato-acústico, por el cual Lacan metaforiza la incorporación de la voz del Otro, cuando el Nombre-del-Padre operó. "Una voz, comenta Lacan, no se asimila, sino se incorpora"[19]. Cuando cae del órgano del habla, ella permite modelar el vacío del Otro; ahora bien para el autista éste no está pacificado, el deseo del Otro no deja de angustiarlo.                                                     La voz es un objeto pulsional que presenta la especificidad de comandar la identificación primordial, de modo que la negativa radical de ceder sobre el goce vocal atenta contra la inscripción del sujeto en el campo del  Otro. "Lo que me ata al otro, subraya Jacques-Alain Miller, es la voz en el campo del Otro"[20]. Cuando este anudamiento no se produce, S1 no cifra el goce y no representa al sujeto ante otros significantes.  Sin embargo el sujeto autista sufre de su soledad, de modo que muchos procuran entrar en comunicación, pero ¿cómo hacer sin poner en juego el goce vocal? Algunos encuentran la solución de un lenguaje de gestos, o de signos, incluso tienen que pasar por la escritura o la comunicación facilitada. No obstante la inmensa mayoría de los autistas de alto nivel hablan correctamente, pero sin decir. Se revelan regularmente bastante verbosos.La descripción notable de los mecanismos autísticos producida por la sutil Donna Williams merece ser citada bastante largamente cuando introduce a la inteligencia de este fenómeno: "A lo mejor, escribe en 1992 en «Nobody nowhere», la persona que sufre de autismo pueda hablar corrientemente a condición de engañar y de adiestrar su espíritu haciéndole creer que:1°) lo que tiene que decir no tiene ninguna importancia emocional - es decir que está charlando como si nada.2°) que el que le escucha no podrá alcanzarle ni detectar sus intenciones a través de las palabras que emplea. - es decir que deberá expresarse a través de una jerga, o a través de un "lenguaje de poeta".3°) que su discurso no está destinado directamente al interlocutor - lo que quiere decir que hablará por intermedio de los objetos, a los objetos mismos (la escritura incluso, que es un modo de hablar a través del papel).4°) que no se trata verdaderamente de un discurso - podrá pues además cantar también de modo apropiado.5°) que, en fin, la conversación no tiene ningún contenido afectivo - lo que quiere decir contentarse con tener en cuenta hechos simples o decir trivialidades o futilidades[21].Las cinco posibilidades contempladas aquí por Williams para permitirle al autista tomar la palabra sin despertar demasiado la angustia pueden finalmente

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ser relacionadas a la rápida pero esencial indicación de Lacan: el autista puede hablar a condición de seguir siendo verboso. Williams precisa diversas maneras de declaraciones verbosas efectivamente utilizadas por los sujetos autistas: 1° hablar para no decir nada, 2° hablar para no ser comprendidos, 3° hablar sin dirigirse al interlocutor, 4° cantar no es hablar (cantar no conviene a la comunicación seria, la presencia enunciativa se encuentra allí aliviada [disminuida], 5° decir sólo cosas sin importancia. Menciona aún otra posibilidad, utilizada por Willie, uno de sus dobles, "se había aprestado, nos dice, para argumentar todos los puntos de vista, pero jamás adoptaba personalmente ninguno. Para mí era sólo un modo de jugar con las palabras, pero era endiabladamente divertido". Falta en esta enumeración una de las formas más corrientes: la repetición de dichos enteros de memoria. El punto común de todos estos modos de no-expresión reside en la negativa de comprometer lo que sea  que sea íntimo: que nada se transparente allí que se parezca mucho al goce del sujeto. Si se cree en Williams, ser verboso es el comienzo de la inmensa mayoría de las tomas de palabra del autista, sugiriendo desde ahí que la indicación de Lacan se refiere, mucho más allá de una notación simple y descriptiva, a lo esencial: el autista se encuentra allí situado como el sujeto que niega la puesta en función del objeto del goce vocal. "Como resultado varios niños anteriormente mudos, refería Bettelheim, no hablaban porque esto habría vaciado su cerebro"[22]. El acto de palabra habría comprometido en el intercambio el objeto mayor de su goce y habría sido sentido como una mutilación, incluso como un cataclismo. Cuando el autista sale de su mutismo, persiste en esforzarse por no comprometer su voz en un llamamiento al Otro. En la escuela primaria, refiere Williams, "hablaba en voz alta sin cesar, indisponiendo a todo el mundo. Decía que simplemente me gustaba el sonido de mi propia voz. Era probablemente justo." Se la encontranba inteligente, posiblemente, comenta, pero apenas sensata. "Mas que hablarle a la gente les soliloquiaba por encima de sus cabezas, como si toda conversación debiera resumirse en eso"[23]. El soliloquio intenta resolver la dificultad con la cual se confronta el autista para el que la soledad se vuelve dolorosa: permite ir hacia el otro imitando el esbozo de una conversación sin comprometer la voz. La clínica más manifiesta del autismo ha señalado desde hace tiempo la importancia de las dificultades inherentes a la enunciación.Podemos invariablemente relevar anomalías de lenguaje, afirma Asperger, ahora bien, aquellas a las que pone en exergo conciernen en lo esencial a las características de la enunciación. Ellas difieren evidentemente de un caso al otro, constata él, "a veces la voz es débil y lejana, a veces es estudiada y gangosa, pero a veces es demasiado aguda hasta ser horadante. En otros casos aún, la voz es un murmullo melodioso y monótono cuyo tono no vuelve a descender incluso al final de las frases. A veces la dicción es modulada al exceso hasta el punto de parecer recitar versos declamándolos con énfasis. Por muy diversas que sean las posibilidades, todas poseen un punto común: este lenguaje parece artificial, incluso caricaturesco, hasta suscitar en el oyente ingenuo un sentimiento de ridículo. Otra de las características del lenguaje autístico reside en que no está dirigido sino que el individuo parece hablar en el vacío"[24]. En fin, hasta los autistas de alto nivel conservan dificultades en el manejo de las características prosódicas del lenguaje, tales como la entonación, la altura de la voz, la rapidez, la fluidez y el énfasis puesto a la palabra. "En

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ellos, describe U. Frith, un murmullo puede transformarse de repente en un grito, o una voz grave ceder súbitamente el sitio a una voz aguda. Todo pasa como si no lograran evaluar el volumen necesario para alcanzar a su interlocutor, y pequen pues, sea por exceso, sea por defecto. La rapidez de la elocución plantea problemas semejantes. Así, la madre de un niño autista me decía recientemente: "si solamente lograra hacerlo hablar más lentamente, posiblemente la gente lo comprendería". Por otro lado, ciertos individuos autísticos carecen totalmente de entonación; su discurso entonces es percibido como uno salmodia pedante. A la inversa,  asimismo, sucede que, con una voz aparentemente bien modulada, el individuo autístico haga un comentario absurdo o repita siempre la misma cosa"[25].Desde las primeras observaciones, Kanner supo ir a lo esencial observando que el lenguaje no les sirve para la comunicación. "Sólo uno de ocho niños parlantes tiene un lenguaje que, en el curso de los años, ha servido para conversar con otros […] Sus excelentes memorias rutinarias, acopladas con la incapacidad de utilizar el lenguaje  con no importa que sentido, a menudo conducen a los padres a atiborrarlos cada vez más de versos, de nombres botánicos o zoológicos, de títulos y composiciones de discos o de cosas semejantes. Así, desde el principio, el lenguaje - que los niños no utilizan con un sentido de comunicación - fue desviado en una medida considerable hacia una autosuficiencia sin valor semántico o de conversación, o bien hacia ejercicios de memoria groseramente deformados. Para un niño de 2 o 3 años de edad, todas estas palabras, números y poemas ("las preguntas y respuestas del catecismo presbiteriano", "el concierto para violín de Mendelssohn", "los veintitrés salmos", una nana francesa, un índice enciclopédico) podían difícilmente tener más sentido que una serie de sílabas sin sentido para un adulto"[26]. Cuando a pesar de todo el autista acepta emplear su lenguaje para la comunicación, no dejamos de observar que subsiste una carencia básica de la enunciación: "no puedo hacer esto oralmente, refiere uno de los sujetos de Asperger, enfrentarlo cabalmente"[27]. A todos los niveles de evolución del autismo persiste a grados diversos el mismo trastorno: la extrema dificultad, no a adquirir el lenguaje, sino a tomar una posición de enunciación. El lenguaje no está  investido por el goce vocal, inicialmente está vivido por estos sujetos como un objeto sonoro del que no perciben que sirve para la comunicación. "No empleé el lenguaje con el fin de comunicar antes de la edad de doce años, confió uno de ellos, esto no era porque no fuera capaz de eso, sino simplemente no sabía para que servía.Para aprender a hablar, previamente hay que saber para qué se habla"[28]. Otro explica: "Antes de que fuera conciente que la gente me hablaba y de que me diera cuenta que soy un ser humano - aunque soy un poco diferente de los otros - esto llevó muchísimo tiempo. Jamás pensé que pertenecía a la categoría de los seres humanos, porque no veía que fueran diferentes de objetos"[29]. Por no concebir que las palabras sirvan para comunicar y para expresar sus sentimientos, los autistas dan forma a una aprensión objetal tanto de los otros como de ellos mismos.Concebir al Otro como un objeto sonoro, y no como un sujeto expresivo, constituye una de las maneras autísticas de protegerse de las manifestaciones de su deseo. La disociación entre la voz y el lenguaje está al comienzo del autismo. Se trata de un trastorno que generalmente entraña deficiencias cognitivas, pero no encuentra en éstas sus determinantes. Negativa de apelar al Otro y negativa de

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alienación del ser de goce en el significante constituyen estrategias inconscientes del sujeto para protegerse de la presencia angustiosa de un Otro demasiado real. La escisión entre voz y lenguaje es experimentada como enigmática y dolorosa, pero se impone a voluntad: Un niño autista de doce años de edad, Georges, que pronuncia sólo algunas palabras ininteligibles, demuestra por la intervención de la comunicación facilitada que no deja de arder en deseos de hablar: "Me lapidaré para matarme, escribe, porque quiero hablar con mi voz. El hecho de hablar es indescriptible"[30]. "Yo también, escribe Sellin a otro autista, yo simplemente deseo como tú investir mis instrumentos bucales en el lenguaje Pero yerro aún muy lejos del lenguaje"[31]. Sin embargo, Sellin, autista mudo, pudo testimoniar lo vivido redactando dos obras notables gracias a la comunicación asistida por computadora.Williams ya había subrayado, que en ciertas condiciones el autista puede expresarse corrientemente, el punto común de estas reside en la no puesta en función de la voz, de suerte que puede "hablar por intermedio de los objetos". Aunque los autistas tengan una gran dificultad en hablar de ellos mismos, algunos pueden expresarse con elocuencia, y hasta describir con precisión su vivencia, pero deben entonces llegar a no comprometer el goce vocal en su testimonio, de donde su predilección por el pasaje por la cosa escrita. Discernimos entonces que tienen "sentimientos y sensaciones, pero que se desarrollaron en el aislamiento", de modo que "no pueden verbalizarlos de modo normal"[32], y se encuentran inundados de sus "propias emociones anónimas"[33].Deficiencia del parloteo y de la lalangue.Si es exacto que los fonemas no son percibidos por el autista como los objetos que pueden sustituirse con la pérdida del goce vocal, un déficit de su investimento  debe poder ser discernible muy temprano. Todos los estudios muestran en efecto que el parloteo de los niños autistas no posee la riqueza del de los otros niños. Nada es más importante para comprender el autismo que subrayar que es un sujeto que no se introdujo al lenguaje pasando por el parloteo. Éste está ausente, es pobre o extraño. Cuando está presente, parece la mayoría de las veces monótono (comparable al bebé que se cae de sueño), sin ánimo, sin inflexión  intencional[34]. ¿Ahora bien cuál es la función del parloteo? A diferencia de los gritos o del llanto, no se presta a la comunicación. Parece acorde con las emociones del bebé, expresando un bienestar o una falta de bienestar. Algo de eso subsiste más tarde en la expresión y la melodía de la palabra [voz] por las cuales los sentimientos del sujeto se hacen oír:el murmullo no es gemido [grito/clamor], el canturreo no es conminatorio. Cuando se produce con el parloteo la primera alienación por la cual el goce del sujeto se engancha al lenguaje, él se identifica a lo que Lacan nombra la lalengua, vocablo forjado como derivado del término lalación [laleo], con el fin de designar una materialidad significante desligada de todo significado y de toda intención de comunicación. Ella "nos afecta primero, afirma, por todo lo que comporta como efectos que son afectos”[35]. La entrada en el significante se hace con ocasión del cifrado del goce en la lalengua. Esta está constituida de significantes que no apelan a nada, de S1 sin S2. Los estudios lingüísticos atestiguan que el parloteo ya testimonia de una toma del

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sujeto en una relación al Otro del lenguaje."Desde el octavo mes el tipo de fonación, constatan los lingüistas, la organización rítmica y los estilos de entonación de los parloteos reflejan características de la lengua del entorno. Por añadidura el parloteo ya marca una gran variabilidad entre los niños. Aún no es el lenguaje, sino es un lenguaje que procura un marco  para el desarrollo de la palabra"[36]. La alienación primera en el Otro del lenguaje produce una separación traumática, una cesión del objeto del goce primordial, permitiendo localizarlo fuera-de-cuerpo. Para que la enunciación se arraigue en la lalengua hace falta que el sujeto haya aceptado ceder en cuanto al goce vocal; es la condición de "la incorporación" de la voz del Otro[37], por la cual se produce la identificación primordial. Para que la voz responda, precisa Lacan, "debemos incorporar la voz como la alteridad de lo que se dice. Es entonces por eso, y no para otra cosa, que separada de nosotros, nuestra voz nos aparece con un sonido extraño"[38]. El autista, él, no es extraño a su voz, lo cual le pone obstáculo a que tome la palabra. Desde entonces, no sólo es llevado al mutismo, al soliloquio y a la verborrea; sino que se encuentra a veces sobrecargado por un goce vocal desregulado vivido como una energía en exceso. En un autista mudo eso se manifiesta a menudo sin saberlo él por gemidos [gritos] intempestivos. Uno de ellos describe esto así: "una energía está allí pero no puedo materializarla [,] los gritos locos son unos accesos sobre los cuales no tengo motivo [,] nada me es más odioso que estos repugnantes aullidos de rabia que se hinchan y mugen"[39]. Cuando la voz del Otro se impone a un autista de alto nivel, en razón "de un mensaje demasiado directo, o lastrado de una carga emocional", se revela incapaz de conectar este goce al lenguaje, la significación fálica no adviene, los elementos enunciados se desconectan. No sólo no escucha [comprende] más el mensaje, sino que su propia palabra [voz], cuyas bases son frágiles, se encuentra alcanzada [atacada], a veces hasta una liberación del goce vocal, que rebasa los encuadres imaginarios a duras penas elaborados. En estas circunstancias, afirma Williams, cuando la articulación entre las palabras no se efectúa más, "el traumatismo es tal, que puede inducir […] a un grito "ensordecedor" que sale o no de la boca"[40]. La presencia excesiva de la voz y la deficiencia de su cifrado por el lenguaje, dan cuenta de la dificultad y de la rareza, a menudo observada, en cuanto a su aprensión ante ciertos ruidos, aunque los aparatos sensoriales no estén atacados [por una enfermedad]. Hay sujetos, refiere Grandin, que "tienen el oído tan fino que los ruidos cotidianos les son insoportables. Un autista contó así que el ruido de la lluvia se parecía a una serie de disparos; otros afirman que oyen la sangre latir en sus venas o el ruido más pequeño en una escuela. Su mundo se compone de una masa confusa de ruidos"[41]. Por no ser interpretados, estos ruidos se identifican con el objeto vocal desregulado por el que son dolorosamente molestados[42]. "Cuando era pequeña, anota Grandin, el ruido era una fuente permanente de problemas. Era como si el torno del dentista hubiera tocado uno de mis nervios. Esto provocaba un sufrimiento real [efectivo]. Tenía un miedo insuperable a los globos que estallan; el ruido parecía "explotar" en mi oreja. Los pequeños ruidos que comúnmente son evacuados fácilmente me volvían loca". A la inversa, sabemos que ciertos autistas, para protegerse del objeto vocal, montan una sordera electiva. El autismo es hoy una entidad de  límites bastante vagos, escapando sin cesar de las redes de una clínica conductista sin principio organizador[43], que coloca a

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este respecto sus esperanzas sólo en el hipotético descubrimiento de un  fenotipo, de suerte que los estudios epidemiológicos testimonian variaciones importantes en cuanto a su extensión. De hecho parece difícil de asir la característica mayor del autismo en ausencia de toda referencia a la teoría lacaniana del sujeto. Es fácil de constatar la permanencia de un menoscabo fundamental de la enunciación, pero es difícil de sacar las consecuencias cuando no se concibe que la enunciación encuentre su asiento en la mortificación del goce vocal. La cesión de este al Otro condiciona su cifrado por el significante unario. La identificación primordial resulta de eso. Enclavija el goce al lenguaje. Da al sujeto la aptitud para contarse como Uno. Desde los años 50, a propósito de Dick, Lacan observaba que este niño autista, tratado por M. Klein, "no había arribado a la primera forma de identificación, que sería ya un bosquejo de simbolismo"[44]. Esta identificación permite desprenderse de capturas imaginarias que dejan al sujeto en una dependencia transitivista a dobles más o menos invasores. Concebimos por qué estos últimos están en primer plano en la clínica del autismo. La pobreza o la ausencia de parloteo de los sujetos autistas atestiguan de una carencia indudable en la mortificación del goce del viviente operada por el lenguaje; lo que experimentan como una dificultad en anudar los afectos y la palabra.  De golpe Asperger comprueba que se trata allí de lo esencial: carecen "ante todo, señala, de armonía entre el afecto y el intelecto"[45]. Williams señala que no podía expresar simultáneamente emociones y palabras[46], y refiere haber oído una voz interior decirle "las emociones son ilegales"[47]. Para Sellin, el autismo es "la separación [corte] del hombre de las primeras experiencias simples como las experiencias esenciales e importantes, por ejemplo llorar"[48]. Williams cree poder precisar que "en el caso del autismo, es el mecanismo que controla la afectividad el que no funciona correctamente. El cuerpo no está afectado, y las capacidades intelectuales quedan normales, aunque éstas no puedan expresarse con la profundidad deseada"[49]. Grandin confirma que le falta esta "profundidad" conferida por la captura del goce por el significante. "Mis decisiones, afirma, no son comandadas por mis emociones, nacen del cálculo"[50]. Lacan llamaba la atención sobre el mismo fenómeno en Dick observando: "ya tiene una aprehensión evidente de los vocablos, pero de estos vocablos no hizo la Bejahung - no los asume"[51]. La dificultad para expresar su sentir incita a Grandin a comparar su manera de pensar a la de una computadora. "Recientemente asistí, refiere en 1995, a una conferencia donde una socióloga afirmó que los seres humanos no hablaban como computadores. La misma tarde, en el momento de la cena, le conté a esta socióloga y a sus amigos que mi modo de pensamiento se parecía al funcionamiento de una computadora y que podía explicar el proceso, etapa por etapa. He estado un poco turbada cuando me respondió que era personalmente incapaz de decir cómo sus pensamientos y sus emociones se enlazaban. Cuando ella pensaba en algo, los datos objetivos y las emociones formaban un todo. […]En mi espíritu, siempre están separados"[52]. La aproximación efectuada por Grandin entre su pensamiento y el funcionamiento de una computadora no es sin alguna pertinencia, si se concibe que lo que caracteriza el "pensamiento" de una computadora reside en su ausencia de afectos. "Qué una computadora piense, observa Lacan, yo [moi] yo [je] lo acepto. ¿Pero que ella sepa, quién lo va a decir? Porque la fundación de un saber es que el goce de su ejercicio es lo

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mismo que su adquisición."[53]. Entonces es precisamente tal adquisición de saber, producida con ocasión del cifrado del goce por la lalengua, la que hace falta a los autistas. El "pensamiento" de la computadora se desarrolla en un desierto absoluto de goce, él constituye un ideal autístico. De ahí que no le esté dado de golpe al niño autista saber que los sonidos pronunciados por las personas que le rodean están en conexión con un sentir emocional. No lo sabe, porque no hizo la prueba. La inmensa mayoría de los trastornos de la comprensión del lenguaje del otro [prójimo] propios del sujeto autista, la literalidad, la ausencia de humor, la dificultad de lectura de la entonación y de las mímicas, etc., se remiten, en espejo, a un desconocimiento en el interlocutor del enunciador presente más allá de sus enunciados. Es sorprendente que muchos autistas afirmen haber descubierto tarde que la palabra servía para expresarse. Persistir en no saberlo es una manera de protegerse del deseo enigmático del Otro. En cambio ciertos autistas tienen bastante temprano la intuición de la correlación de las palabras [voces] a la voluntad del Otro, la voluntad incomprensible y angustiosa, esos se taponan los oídos de buena gana. Las prácticas educativas que no toman en consideración esta estrategia protectora corren peligro de no tener ningún asidero: "la ortofonía, refiere Sinclair, era sólo una sucesión de ejercicios donde se repetía sonidos sin significados, todo por razones totalmente misteriosas. Yo ignoraba totalmente que era un medio de intercambiar ideas con otros"[54]. En compensación, cuando el clínico sabe borrar su presencia y su enunciación, por una indiferencia estudiada, por declaraciones indirectas, canturreadas, murmuradas, enviadas entre bastidores, grabadas sobre magnetófono, etc., le es más fácil entrar en relación. Por otra parte, muchos autistas saben leer antes de hablar. A causa de la carencia del parloteo y de la lalengua, su entrada al lenguaje se hace por la asimilación de signos[55]. Éstos constituyen primero objetos entre otros, los que ciertos autistas recogen para intentar poner orden en su mundo. "Fue en el mundo de los objetos que emergí, observa Williams, cuando comencé a saborear la vida. Me agarré entonces de una pasión por las palabras y los libros y me ensañé en compensar mi caos interior por un ordenamiento maníaco del mundo circundante"[56]. En algunas líneas, indica muy bien la articulación entre el trabajo de inmutabilidad del autista de Kanner y las elaboraciones más complejas de los que presentan el síndrome de Asperger, de modo que uno no dudaría de la existencia de un continuum entre ambos. Laborar por la conservación de su soledad, cortándose [separándose] del Otro, a menudo por medio de objetos contrainvestidos, y trabajar en la inmutabilidad de su entorno dedicándose a la conservación de referencias fijas, tales son según Kanner las dos preocupaciones principales del niño autista. La soledad testimonia de manera manifiesta una negativa de llamamiento al Otro en relación con una dificultad fundamental del autista a situarse en posición de enunciador. En cuanto a la inmutabilidad revela un sujeto trabajando para poner orden en un mundo caótico. En edad adulta algunos llegan a acrecentar estas estrategias defensivas hasta la creación de objetos autísticos complejos, que intentan a veces restaurar una posición de enunciación, por la intervención de un doble, y hasta la construcción de suplencias  de Otros, más o menos elaboradas, forjados por un trabajo notable de memorización de signos. Estos dos resultados del trabajo del sujeto autista para estabilizarse dan indicaciones mayores sobre aquello de lo que sufre y sobre lo que intenta remediar. Parece

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pues posible elevar el autismo a un tipo clínico original, situado en el campo de las psicosis, determinado a la vez por una negativa de ceder sobre el goce vocal, que atenta contra la enunciación, tanto en su puesta en acto como en su comprensión en el otro, y por dos defensas específicas, por dos maneras de tratar a un Otro desregulado, una fundada sobre objetos más o menos complejos, siempre aprehendidos como dobles, la otra que toma apoyo sobre una asimilación de signos no lastrados por los afectos que los hacen expresivos. Estas defensas intentan dar acceso a una palabra (voz) que permita el intercambio y se esfuerzan por remediar la desorganización del mundo consecutiva a la negativa inicial de llamamiento al Otro. ¿Es legítimo emplear el término de negativa? La hipótesis de una etiología neurológica sugeriría más bien la de "incapacidad", algunos, lo sabemos, consideran el autismo un handicap. El enfoque psicoanalítico orienta en cambio a postular que se trata del trabajo de un sujeto, un trabajo voluntario o involuntario. La clínica parece fuertemente confirmar la segunda hipótesis. En efecto, hasta los tres niños autistas que siguieron siendo mudos entre los once de Kanner parecen comprender perfectamente el lenguaje. Su mutismo no se arraiga en una incapacidad fisiológica sino en una elección del sujeto - probablemente inconsciente. El fenómeno referido más arriba, concerniente a autistas mudos que salen un instante de su silencio, para pronunciar una frase imperativa, en un momento de angustia intensa, confirma que su silencio no está en la dependencia de una deficiencia orgánica.La negativa de hablar es sin duda algunas veces consciente en el niño autista, pero emana de una elección del sujeto más radical, comandada por un goce imperioso, de modo que la inmensa mayoría de los autistas mudos parecen experimentar dolorosamente su ineptitud. Grandin confirma que la negativa es vivida como impuesta. Llegó en su infancia a sorprender a sus allegados pronunciando claramente la palabra "cristal" con ocasión de un accidente de auto. "Siendo un niño autista, refiere, hablar era uno de mis problemas más grandes. Aunque podía comprender todo lo que la gente decía, mis respuestas eran limitadas. Intentaba, pero, la mayoría de las veces, las palabras no llegaban. Esto se parecía a un tartamudeo. Simplemente las palabras no salían. Sin embargo, algunas veces, pronunciaba palabras, como lo había hecho para "cristal", muy claramente. Esto se producía en momentos de gran tensión como el accidente de auto, cuando el "estrés" lograba vencer la barrera que, habitualmente, me impedía hablar. Es uno de los aspectos inexplicables, frustrantes, confusos del autismo infantil que estimula a fondo a los adultos"[57]. En 1994, escribiendo con la ayuda de una computadora y con la ayuda de un facilitador, Birger Sellin señala también cuánto, esta barrera, anclada en un goce por él mismo ignorado, se experimenta como dolorosamente impuesta: "todo mi deseo tiende hacia el dominio de la palabra [voz] busco constantemente esas condiciones pero no sé que me falta siento cada día que no es la voluntad que falta y las posibilidades de expresión tal como el lenguaje existe de modo totalmente poderoso en un birger mudo pero interiormente hablo con facilidad como todos los pequeños terrícolas"[58]. Las últimas líneas confirman que, hasta mudo, el autista es un sujeto verboso.No ceder sobre el goce vocal, para confrontarse con el deseo del Otro, está al principio del ser autístico; es por eso que quebrantada esta estrategia protectora es vivida, según Williams, cuando admite en ella "una necesidad de

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comunicación", como "una traición" en lo que se refiere a si[59]. Los autistas de alto nivel son exploradores del misterioso anudamiento del goce del viviente al lenguaje, el que no deja de agarrarse en los límites, de modo que Birger Sellin sabe que "hablar verdaderamente haría olvidar con seguridad muchas preocupaciones del autismo"[60], pero no deja de percibir "la lengua como una cosa terrible"[61], porque apela a una mortificación del goce vocal. Sin embargo hay "seguramente algo que hay que decirles", como indicaba Lacan en 1973, saber borrar su propia enunciación dirigiéndoseles constituye un preámbulo.