MAS QUE NEGRAS SOMBRAS - CVC. Centro Virtual Cervantes · 2019. 8. 6. · saron las cosas que ahora...

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Los Cuadernos de Poesia MAS QUE NEGRAS SOMBRAS Alvaro Cunqueiro e oo Paul Eluard, ella podía saludar las brumosas manas con un «Buenos días, tristeza». Su compañera habitual, duran- te muchos años. Rosalía habita con plena lucidez la casa de la tristeza. Vive el enorme mis- terio de la tristeza con vivacidad. Sabe que «se lleva la tristeza». Lo dice en el prólogo de «Follas Novas», y que en cierto modo está a la moda, pero no sólo acepta la tristeza suya, sino que carga con toda la tristeza de su pueblo, con una tristeza desesperanzada, que es la dolencia radic de la gente gallega. Pero es evidente que hay algo más. Haciéndose voz de la tristeza de su pueblo, tiene que preguntarse por qué ha sido elegida pre- cisamente para ello. Lo primero que le viene a mientes es que ella no es como las demás mujeres, o mejor dicho, que ella, que ni canta las palomas ni las flores, no tiene alma de mujer. Y a conti- nuación se advierte a sí misma que no hay nada nuevo bo el sol, y que antes que ella otros pen- saron las cosas que ahora piensa, «relax que repetimos/eternamente o mesmo». Pero esto lo piensa solamente un instante, en un momento de vacilación, porque de inmediato va a declararnos que ve cosas que otros no ven, imágenes de múl- tiples rmas que pueblan el cielo, que ya asom- br, ya aclaran «o fondo sin fondo do meu pen- samento», un pensamiento de cuya anormalidad, por decio así, está consciente. Son «as ideas loucas », las locas ideas que tiene. Y así un día le parecerá la cosa más normal del mundo que las gentes digan al vea pasar: «¡Ahi vai a tola!». Ahora bien, el lector de Rosalía encuentra muchas cosas en su poesía, y en grado máximo, una exas- peración del dolor, el terror a las sombras y lo oscuro, una impaciencia iitada ante la injusticia, la desesperanza de Dios, la herida del desengaño amoroso, la apasionante y anciscana -a lo «po- vertade, poverella!», de Jacopone da Todi-, de la tristeza de las viudas de los vivos, y del hambre y la miseria de las gentes con las que convive. Pero no hay locura, no hay «ideas tolas». Lo que pasa es que Rosalía se siente dirente, apartada del comunal destino humano. Escucha voces que no escuchan los otros, y esto la asusta, la hace pen- s en si no estará loca. La verdad es que Rosalía tiene miedo. Nos lo va a decir más de una vez: «Teño medo dunha causa/que vive e que non se ve. Ella no se inventa sus ntasmas -como otros poetas, que luego terminan siendo devorados por ellos-, ni siquiera sabe a ciencia cierta en qué consisten, de qué están hechos, qué sueños repre- 30 Rosalía de Castro. sentan, qué nostalgias o qué ilusiones figuran. Todo lo más que alcanza a saber es que son som- bras, y que estas sombras la asombran, la cubren oscureciéndola, la persiguen, nota su presencia a cada instante, se burlan de ella, incansables. Rosa- lía no sabe lo que significan estas sombras que la asombran. Toda su poesía consiste en la búsqueda de este significado. Y no podrá jamás despren- derse de esta pesadumbre, que la agota y no la abandona nunca. Le ocupan tanto las alamedas de su alma, que ni siquiera tiene tiempo para la nos- tgia. Lean el poema VI de «Follas Novas». To- dos suspiran por algún bien perdido, pero ella no tiene nada, está en la más desnuda soledad, a solas con su cuerpo de tierra y su tigado espí- ritu. Adónde quiera que vaya, carne mortal y alma cansada, van con ella. El miedo es una de las constantes de la poesía rosaliana, otra es el desasosiego. Se dice a sí misma que nunca encontrará la paz, lo que es una rma radical de renunciar a ella. Tiene una vez un clavo en el corazón, y le pide a Dios erza pa arrancarlo; cuando se vio libre del clavo que tanto la hería y tanto dolor le causaba, tuvo sole-

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  • Los Cuadernos de Poesia

    MAS QUE NEGRAS SOMBRAS

    Alvaro Cunqueiro

    e orno Paul Eluard, ella podía saludar las brumosas mañanas con un «Buenos días, tristeza». Su compañera habitual, durante muchos años. Rosalía habita con plena

    lucidez la casa de la tristeza. Vive el enorme misterio de la tristeza con vivacidad. Sabe que «se lleva la tristeza». Lo dice en el prólogo de «Follas Novas», y que en cierto modo está a la moda, pero no sólo acepta la tristeza suya, sino que carga con toda la tristeza de su pueblo, con una tristeza desesperanzada, que es la dolencia radical de la gente gallega. Pero es evidente que hay algo más. Haciéndose voz de la tristeza de su pueblo, tiene que preguntarse por qué ha sido elegida precisamente para ello. Lo primero que le viene a mientes es que ella no es como las demás mujeres, o mejor dicho, que ella, que ni canta las palomasni las flores, no tiene alma de mujer. Y a continuación se advierte a sí misma que no hay nadanuevo bajo el sol, y que antes que ella otros pensaron las cosas que ahora piensa, «relax querepetimos/eternamente o mesmo». Pero esto lopiensa solamente un instante, en un momento devacilación, porque de inmediato va a declararnosque ve cosas que otros no ven, imágenes de múltiples formas que pueblan el cielo, que ya asombran, ya aclaran «o fondo sin fondo do meu pensamento», un pensamiento de cuya anormalidad,por decirlo así, está consciente. Son «as ideasloucas », las locas ideas que tiene. Y así un día leparecerá la cosa más normal del mundo que lasgentes digan al verla pasar: «¡Ahi vai a tola!».Ahora bien, el lector de Rosalía encuentra muchascosas en su poesía, y en grado máximo, una exasperación del dolor, el terror a las sombras y looscuro, una impaciencia irritada ante la injusticia,la desesperanza de Dios, la herida del desengañoamoroso, la apasionante y franciscana -a lo «povertade, poverella!», de Jacopone da Todi-, de latristeza de las viudas de los vivos, y del hambre yla miseria de las gentes con las que convive. Perono hay locura, no hay «ideas tolas». Lo que pasaes que Rosalía se siente diferente, apartada delcomunal destino humano. Escucha voces que noescuchan los otros, y esto la asusta, la hace pensar en si no estará loca. La verdad es que Rosalíatiene miedo. Nos lo va a decir más de una vez:«Teño medo dunha causa/que vive e que non seve>>. Ella no se inventa sus fantasmas -como otrospoetas, que luego terminan siendo devorados porellos-, ni siquiera sabe a ciencia cierta en quéconsisten, de qué están hechos, qué sueños repre-

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    Rosalía de Castro.

    sentan, qué nostalgias o qué ilusiones figuran. Todo lo más que alcanza a saber es que son sombras, y que estas sombras la asombran, la cubren oscureciéndola, la persiguen, nota su presencia a cada instante, se burlan de ella, incansables. Rosalía no sabe lo que significan estas sombras que la asombran. Toda su poesía consiste en la búsqueda de este significado. Y no podrá jamás desprenderse de esta pesadumbre, que la agota y no la abandona nunca. Le ocupan tanto las alamedas de su alma, que ni siquiera tiene tiempo para la nostalgia. Lean el poema VI de «Follas Novas». Todos suspiran por algún bien perdido, pero ella no tiene nada, está en la más desnuda soledad, a solas con su cuerpo de tierra y su fatigado espíritu. Adónde quiera que vaya, carne mortal y alma cansada, van con ella.

    El miedo es una de las constantes de la poesía rosaliana, otra es el desasosiego. Se dice a sí misma que nunca encontrará la paz, lo que es una forma radical de renunciar a ella. Tiene una vez un clavo en el corazón, y le pide a Dios fuerza para arrancarlo; cuando se vio libre del clavo que tanto la hería y tanto dolor le causaba, tuvo sole-

  • Los Cuadernos de Poesia

    Rosalia con su marido, Manuel Murguia, y sus hijos en 1884.

    dades de él. Ni siquiera sabe si el clavo era de oro, de hierro o de amor, ni aún ahora, cuando lo necesita y lo añora, cuando en su memoria el dolor pasado se transforma en vida y esperanza. Pero la inquietud de Rosalía no es hija de la soledad ni del dolor, ni siquiera la falta de paz que lleva consigo todo paraíso perdido, porque para Rosalía no hubo nunca una Edad de Oro. Vemos como renuncia a su posibilidad en el poema XIV: «Aquel rumor de cántigas e risas/ ... tanto mal me

    fixo que /les dixen: !lvos e non volvás ». Ha venido a este mundo a sufrir, y todo lo que la aparte de esta tarea, tiene que renunciar a ello. Rosalía en sus poemas se desnuda, humilla, miserabiliza. Y quizá ni la muerte sea suficiente medicina, el alma abandonando el «barro mortal que envolve o espiritu». Porque la incertidumbre insoslayable está en el alma, de la que nada se sabe, ni dónde se refugia cuando abandona el cuerpo. Que Rosalía ha tenido muchos momentos de innegable incredulidad religiosa -¿podríamos emplear la palabra ateísmo?-, no hay duda alguna. La que tanta dulzura encuentra en la soledad, sabe que es una cierva herida por mano humana y divina, y no lo

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    olvida. Casi me atrevo a decir que vive la ofensa con placer, pues le permite proclamar la injusticia. Hay fuentes que jamás se secan, que siempre manan. «fontes envenenadas», en las que se baña «la humildad enferme de rencor». El amor se acaba, pero el odio no conoce el río del Olvido. Siempre esa nota desgarradora del rencor, hija de no sabemos bien cuáles frustraciones, sorprenderá al lector de Rosalía, al que va a leerla habiendo oído de ella que es un campo de dolorida ternura. En cierto modo de una ternura maternal, libre de las bajezas de este mundo, tal y como la hemos mitificado los gallegos. Pero su alma ha tenido horas muy duras y ariscas, y no ha llorado tanto como se ha hecho creer.

    Ya dijimos que ha aceptado representar el dolor de su pueblo, y sin embargo se ha sentido siempre una extraña en él. Volvamos al tema de que era diferente, pero es que además su condición la lleva a renunciar a toda compañía; en definitiva, a toda salvación. Hay una autocondena en la soledad rosaliana. Imaginará, en un momento dado, una vieja baranda tapizada de hiedra y de lirios, para ver pasar desde ella el río de la vida, un río hecho de muertos, una procesión interminable, unos muertos en cuerpo no más, otros en espíritu. Los muertos eran unos sus amantes de otros días, deudos y amigos, compañeros de infancia y vecinos ... Todos son fuegos fugitivos, que van por el camino y ni la miran. Rosalía no ha podido retener más que el dolor de la ausencia y las sombras insistentes. La sensación del devoto lector rosaliano, es que está ante un alma que no tiene a dónde agarrarse, que está tan sola que ni la ven ni Dios ni los hombres. Irá sola a la muerte, que tiene ondas como el mar.

    La escuchamos todavía hoy a la cantora del Sar porque haya sido cualquiera la calidad del barro de su cuerpo, porque hayan sido los que hayan sido los desasosiegos de su alma, intuimos en Rosalía una pureza incuestionable. A todo se resiste en defensa de esa pureza hecha de miedo y de dolor. La vida es engaño y destrucción y la muerte algo irreal, que no añade nada a la peripecia humana. Son muchas las cosas que a Rosalía le piden que camine a la muerte, y entre ellas los ríos y el mar. Die.en que, moribunda, pedía que abriesen la ventana de su alcoba en el pazo de A Matanza, para que pudiese contemplar el mar al morir.. Aunque le abriesen la ventana, desde ella no vería el mar. Recordaba quizás aquellos versos suyos:

    Tomou un dia leve camiño do areal. Como naide a esperaba, ela non torno u máis. Ao cabo dos tres dias botouna Jora o mar ...

    Sola. Quizá debiera titularse así el ca-pítulo dedicado a Rosalía de Castro en las ehistorias de la literatura: SOIA. Si es que Rosalía es literatura.