Mata que Dios perdona
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Mata, que Dios perdona
Cuando Olga R. perdió su trabajo hace dos años, decidió montar su propia empresa: El camino de Dios -
Servicios funerarios a domicilio. Y le va muy bien. Ha sabido detectar una demanda específica en un
mercado saturado: las funerarias, en Caracas, rechazan a los muertos a balazos. Porque muy a menudo
sucede, con este tipo de "clientela", que el velatorio acaba como el rosario de la aurora. Por ejemplo, es
costumbre que los asesinos se personen para, a su manera, despedir al difunto: abren el féretro y
vuelven a balear al muerto. De paso, si tienen cuentas pendientes con los familiares, ahí mismo las
ajustan. En una ciudad tan congestionada como Caracas, no es cuestión de perder el viaje.
Los ricos, en Caracas, son enterrados en el Cementerio del Este, o La Guairita. En el Cementerio
General del Sur -el viejo cementerio de Caracas, con túmulos funerarios decimonónicos, en plan Père-
Lachaise- entierran a los suyos los pobres. También son enterrados aquí los muertos que nadie ha
reclamado: ancianos, indigentes, asesinados. Cada vez más asesinados. En un sector con el nombre
poético, por evocador, de La Peste. La periodista Liza López cuenta: "El sector cinco de La Peste fue por
años el lugar donde se sepultaban estos cadáveres. Pero colapsó. La terraza seis cumple ahora esa
función (caben cerca de 60 ataúdes) y cuando llega otro cuerpo no identificado, se supone que se debe
enterrar en las bóvedas de cemento (antes de 2004 eran fosas de tierra). Ya no es así". Ahora se dejan
abiertos los ataúdes, oficialmente hasta que un hipotético familiar haya reconocido el cadáver. En
realidad, mientras se descompone a la intemperie, para despojarlo de sus últimas pertenencias. Eso sí,
los sepultureros de La Peste han depositado antes en el pecho una piadosa estampa de la Virgen de
Coromoto, la patrona de Venezuela.
Lejos de Caracas, en los estados limítrofes con Colombia, tampoco se muere no más. Guerrilleros de
las FARC y el ELN o la neoguerrilla bolivariana, y algún que otro Guardia Nacional, hacen pequeñas
fortunas con el contrabando de gasolina. Un litro de gasolina en Venezuela es 60 veces más barato que
un litro de agua: cuesta 0,07 centavos de bolívar, unos dos céntimos de euro. En Colombia, el precio
promedio de la gasolina es de 5.200 pesos por galón, es decir, aproximadamente 0,50 euros por litro. Y
ay del que quiera pasarse de listo y estafe (o delate) a alguna de estas bandas. El precio, claro, es la
muerte, pero una muerte, digamos, rentable. ¿Por qué matar sólo, si sólo va a enterarse el inútil
cadáver? La muerte tiene que servir, al menos, para que los vivos se enteren. Por ejemplo, no basta con
decapitar: con la cabeza se pueden hacer muchas cosas. Cosas que también reciben nombres poéticos:
"corte de mica", "corte de corbata", "florero". Cosas como ponerle la cabeza al difunto en el regazo e
introducir su pene por el cuello para que salga por la boca. Una interpretación bárbaramente poética de
las consecuencias de andar buscándole la lengua a tu enemigo.
Me vinieron a la mente estos -¿qué? ¿Hechos? ¿"Facts"?- viendo el más reciente trabajo del artista
venezolano Juan José Olavarría: Mata que Dios perdona. ¡Con ambientación musical a cargo, cómo no,
del cubanísimo Trío Matamoros!
Reciban un saludo muy cordial, desde esta tierra poética y devota.
Ana Nuño es escritora. Publicado en www.factual.es febrero 2010