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El Sistema Ibérico y sus áreas adyacentes constitu- yen, desde el siglo VI a. C., el substrato geográfico sobre el que se extiende el universo cultural celtibéri- co. En sus primeras fases de desarrollo encontramos pequeños núcleos de población en altura en el Alto Tajo, el Alto Jalón y la Serranía de Cuenca, pero des- de finales del siglo IV a.C. se manifiesta el abandono progresivo de los primitivos núcleos de asentamiento y la aparición de nuevas ciudades que, en la fase fi- nal del progreso de esta cultura, se convierten en grandes núcleos urbanos que conviven y comparten el protagonismo con los conquistadores romanos, quienes consideraron a los celtíberos detentadores de un elevado índice de civilización. A juzgar por la lengua que hablaban (que conoce- mos parcialmente en sus caracteres adoptados de la ibérica) y del estudio de la gran cantidad de restos de su cultura material que conservamos (armas, cerámi- cas, adornos, sepulturas, etc.) se deduce que los celtí- beros debieron ser los pueblos históricos más genui- namente celtas de nuestra península. Parece evidente que los rasgos más marcados de la cultura celtibérica (que pueden observarse ya a finales del siglo VII a. C.) dependieron de un largo desarrollo iniciado en los siglos precedentes. El problema parece encontrar- se en valorar hasta qué punto las influencias atlánti- cas y meridionales, así como las autóctonas, modela- ron la «cultura celta» para convertirla en la celtibérica. Puede pensarse que la arquitectura, el ur- banismo y la distribución territorial de la cultura eu- ropea céltica surgieron de la confluencia de las ten- dencias protocélticas y de la Edad del Bronce con las transformaciones y difusiones culturales que caracte- rizan la Edad del Hierro, en la que se potencia el «progreso» de la arquitectura y la organización urba- na, dando lugar a una serie de invariantes de carácter digamos europeo, al margen de otros matices meno- res. Estos invariantes fueron hallados en su fase avanzada de desarrollo por los conquistadores roma- nos, facilitándose así la aculturación y romanización de los pueblos célticos. Los pueblos celtas no serían en conjunto sino una de las ramas de las gentes de ascendencia indoeuro- pea que integraron la cultura europea de los Campos de Urnas. En la Península Ibérica, por su posición de enclave cultural y comercial entre Europa y el Medi- terráneo, tendrá lugar un proceso evolutivo muy inte- resante, pues no debemos perder de vista que, ade- más de la irradiación de los Campos de Urnas en la Península, se darán cita en ella por lo menos otras dos «corrientes» culturales que influyen sobre la fi- sonomía del período: la de los pueblos colonizadores que, como los fenicios, contactaron con los grupos indígenas sobre los que se desarrolla la cultura tarté- sica, de tan fuerte ascendiente hasta mediados del si- glo VI a. C. cuando la actividad cultural se desplaza hacia Andalucía oriental mientras se afianza la cultu- ra ibérica, relacionada con las nuevas oleadas de co- lonizadores griegos; y la «familia Atlántica» que re- lacionaba el Occidente de la Península Ibérica con otras regiones atlánticas y europeas en una serie de intercambios materiales y culturales que tuvieron su Materiales, técnicas y sistemas de construcción en la arquitectura celtibérica de la primera Edad del Hierro Fernando Vela Cossío Actas del Cuarto Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Cádiz, 27-29 enero 2005, ed. S. Huerta, Madrid: I. Juan de Herrera, SEdHC, Arquitectos de Cádiz, COAAT Cádiz, 2005.

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El Sistema Ibérico y sus áreas adyacentes constitu-yen, desde el siglo VI a. C., el substrato geográficosobre el que se extiende el universo cultural celtibéri-co. En sus primeras fases de desarrollo encontramospequeños núcleos de población en altura en el AltoTajo, el Alto Jalón y la Serranía de Cuenca, pero des-de finales del siglo IV a.C. se manifiesta el abandonoprogresivo de los primitivos núcleos de asentamientoy la aparición de nuevas ciudades que, en la fase fi-nal del progreso de esta cultura, se convierten engrandes núcleos urbanos que conviven y compartenel protagonismo con los conquistadores romanos,quienes consideraron a los celtíberos detentadores deun elevado índice de civilización.

A juzgar por la lengua que hablaban (que conoce-mos parcialmente en sus caracteres adoptados de laibérica) y del estudio de la gran cantidad de restos desu cultura material que conservamos (armas, cerámi-cas, adornos, sepulturas, etc.) se deduce que los celtí-beros debieron ser los pueblos históricos más genui-namente celtas de nuestra península. Parece evidenteque los rasgos más marcados de la cultura celtibérica(que pueden observarse ya a finales del siglo VII a.C.) dependieron de un largo desarrollo iniciado enlos siglos precedentes. El problema parece encontrar-se en valorar hasta qué punto las influencias atlánti-cas y meridionales, así como las autóctonas, modela-ron la «cultura celta» para convertirla en laceltibérica. Puede pensarse que la arquitectura, el ur-banismo y la distribución territorial de la cultura eu-ropea céltica surgieron de la confluencia de las ten-

dencias protocélticas y de la Edad del Bronce con lastransformaciones y difusiones culturales que caracte-rizan la Edad del Hierro, en la que se potencia el«progreso» de la arquitectura y la organización urba-na, dando lugar a una serie de invariantes de carácterdigamos europeo, al margen de otros matices meno-res. Estos invariantes fueron hallados en su faseavanzada de desarrollo por los conquistadores roma-nos, facilitándose así la aculturación y romanizaciónde los pueblos célticos.

Los pueblos celtas no serían en conjunto sino unade las ramas de las gentes de ascendencia indoeuro-pea que integraron la cultura europea de los Camposde Urnas. En la Península Ibérica, por su posición deenclave cultural y comercial entre Europa y el Medi-terráneo, tendrá lugar un proceso evolutivo muy inte-resante, pues no debemos perder de vista que, ade-más de la irradiación de los Campos de Urnas en laPenínsula, se darán cita en ella por lo menos otrasdos «corrientes» culturales que influyen sobre la fi-sonomía del período: la de los pueblos colonizadoresque, como los fenicios, contactaron con los gruposindígenas sobre los que se desarrolla la cultura tarté-sica, de tan fuerte ascendiente hasta mediados del si-glo VI a. C. cuando la actividad cultural se desplazahacia Andalucía oriental mientras se afianza la cultu-ra ibérica, relacionada con las nuevas oleadas de co-lonizadores griegos; y la «familia Atlántica» que re-lacionaba el Occidente de la Península Ibérica conotras regiones atlánticas y europeas en una serie deintercambios materiales y culturales que tuvieron su

Materiales, técnicas y sistemas de construcción en laarquitectura celtibérica de la primera Edad del Hierro

Fernando Vela Cossío

Actas del Cuarto Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Cádiz, 27-29 enero 2005, ed. S. Huerta, Madrid: I. Juan de Herrera, SEdHC, Arquitectos de Cádiz, COAAT Cádiz, 2005.

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punto álgido durante el Bronce Final, a finales delsegundo milenio, cuando en Europa se daba precisa-mente la serie de movimientos de las gentes de losCampos de Urnas que acabarían afectando a la pro-pia Península. Las gentes de los Campos de Urnasdebieron cruzar los Pirineos en torno al 1100 a. C.(Cerdeño 1999, 31). Si bien la llegada de los indoeu-ropeos no tuvo lugar necesariamente de forma masi-va, la potencia de sus aportes culturales era tal que seimpuso rápidamente por Cataluña y el Valle delEbro, y después por los territorios orientales de laMeseta. Puede que este avance estuviera determina-do por el agotamiento sucesivo del suelo, cuando nopor el aumento excesivo de la densidad de poblacióncon respecto a la explotación del mismo (Ruiz-Gál-vez 1988, 78). La aportación más significativa de es-tos grupos la constituye el rito funerario de la incine-ración del cadáver (práctica que, de hecho, danombre a su cultura) pero para nosotros resulta mu-cho más relevante resaltar el hecho de que con su lle-gada parece generalizarse un nuevo modelo de ocu-pación del territorio y los poblados comienzan aorganizarse a partir de un eje longitudinal en el que

se disponen las viviendas. Éstas son de planta rectan-gular y están divididas en dos o tres partes: un za-guán, una habitación central y ocasionalmente unadespensa, en un tipo que puede relacionarse con el deotras culturas arquitectónicas centroeuropeas con-temporáneas.

CASTROS, TERRITORIO Y VIVIENDA

La evolución de la cultura celtibérica desde el si-glo VI a. C. en adelante pone de manifiesto el nota-ble progreso de los primitivos y pequeños pobladosde carácter silvo-pastoril hasta la aparición de verda-deras ciudades que nos indicarían, siguiendo a Cer-deño (1999, 50), la consecución de una estructura decarácter pre-estatal. Pero en todo caso, la agrupaciónurbana característica que define la forma de hábitatde los celtíberos es el castro, su típica ciudadela si-tuada en altura y amurallada. Los castros suelen serde reducido tamaño y hallarse próximos entre sí, enuna red de asentamientos dispersos de reducidas di-mensiones, pues no suelen sobrepasar la hectárea de

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extensión. Para su localización debieron de buscarsezonas amesetadas que dominasen las zonas fértilesde los valles circundantes, de manera que, como ve-mos, las ventajas económicas y defensivas parecenunirse en la elección de los lugares de emplazamien-to de los castros. Una calle central organiza el territo-rio urbano y las casas aparecen adosadas unas aotras, con una pequeña prolongación de muretes decierre para retener al ganado durante la noche. Lospoblados con más densidad de población constabande varios barrios, distribuidos a su vez como se aca-ba de reflejar. Es probable que los celtíberos recogie-sen las tradiciones urbanísticas de los Campos de Ur-nas aunque demostrando predilección por lospoblados fortificados y en altura, con las vías de ac-ceso defendidas por el sistema de piedras hincadas.En el interior, las viviendas se disponían en torno auna calle principal y compartiendo medianera, ele-mentos que tomaban de la tradición indoeuropea. Elverdadero elemento diferenciador en la acepción co-rrecta de la palabra «castro» es la existencia de vi-viendas claramente individualizadas y definidas, loque distancia el urbanismo de los castros del de otrosrecintos fortificados, por un lado, y de otras agrupa-ciones urbanísticas más extensas, por el otro. Para elprofesor Almagro-Gorbea (1994, 15) «Castro es unpoblado situado en un lugar de fácil defensa reforza-da con murallas, muros externos cerrados y/o acci-dentes naturales, que defiende en su interior una plu-ralidad de viviendas de tipo familiar y que controlauna unidad elemental de territorio, con una organiza-ción social escasamente compleja y jerarquizada».

En cualquier caso debe resaltarse la relación delurbanismo y la arquitectura celtibéricas con la de losCampos de Urnas; el modelo ya descrito se mantienecasi sin variaciones durante la Edad del Hierro y par-te, evidentemente, de condiciones anteriores y latitu-des diferentes a juzgar por su dilatada extensión geo-gráfica y temporal en por Europa. De hecho, lamultitud de castros documentados en las provinciasde Guadalajara, Soria y otros lugares de la Mesetatienen relación clara con los poblados identificadosen el Valle del Ebro (Cortes de Navarra, Cabezo deMonleón) que poseen niveles antiguos que se remon-tarían al Bronce Final. El territorio del actual Aragóncontiene la mayor parte de las ciudades celtibéricasde que se tiene noticia, lo cual aludiría al papel devía de comunicación y de entrada que siempre tuvoel Valle del Ebro; el hecho de sí las ciudades celtibé-

ricas podrían equipararse a las «ciudades estado»griegas, cuya influencia no puede descartarse, mere-cería una documentación y discusión que exceden elpropósito de estos comentarios. En todo caso, y si-guiendo de nuevo a Almagro-Gorbea (1993, 150),«las fases iniciales de los castros evidencian aún lametalurgia del Bronce . . . y casas de planta redonda. . . Estas pervivencias evidencian su dependencia delcitado sustrato de transición del Bronce Final a laEdad del Hierro . . . Paralelamente, se puede advertiruna lógica evolución en la organización urbanísticade los castros. A la fase inicial, carente de «urbanis-mo», sucede posteriormente una tendencia a urbanis-mo de tipo «cerrado» . . . con casas de medianilescomunes y muro hacia el exterior a modo demuralla . . . Finalmente, la última fase de los castrosofrece ya un urbanismo con calles, que resulta carac-terístico de los oppida o grandes poblados de tipoprotourbano».

Las influencias y los contactos mediterráneos con-ferirán a los supuestos celtas hispánicos una persona-lidad rica y acusada que, cargada de elementos orien-talizantes, les acercará a la cultura clásica y lesintroducirá en la protohistoria (entendida en su senti-do cultural y no sólo cronológico) mucho antes que alos restantes pueblos célticos europeos, cuyas guerrascon los romanos y cuyo aislamiento cultural aún seprolongarán en un juego constante de avances y re-trocesos. En general, el castro se convierte en el nú-cleo esencial de población característico de la Edaddel Hierro en el cuadrante Noroccidental de la Penín-sula —desde el Valle del Ebro al Sur del Guadiana—según la comprensión amplia de la región que tieneAlmagro, «lo que equivale a la llamada HispaniaCéltica» (Almagro-Gorbea 1994, 18).

El hábitat y la arquitectura doméstica en el mundo celtibérico

Las gentes de la cultura de los Campos de Urnas de-bieron llevan entre su bagaje cultural el modelo de lavivienda de planta cuadrangular a la que hemos alu-dido. En este esquema, la vivienda se organiza bási-camente en dos partes: zaguán delantero y habitaciónprincipal (a veces con una despensa); es decir, la típi-ca disposición de mínimos característica de la Cen-troeuropa de la Edad del Hierro que responde a untipo ancestral: el Mégaron, bien conocido en el Me-

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diterráneo Oriental desde el Neolítico y a cuyo pa-trón pertenecen las viviendas micénicas y las de Tro-ya en la Edad del Bronce (Ruiz-Gálvez 1988, 78).

Hay que insistir en la importancia de la expansiónde la planta cuadrangular, que señala, en principio,un avance urbanístico y arquitectónico relacionadoquizá con un cambio en las condiciones de la organi-zación social. Sería sin embargo extremadamente di-fícil en el caso de los celtíberos precisar si la formade las viviendas derivó finalmente de los cambios es-tructurales que debieron preparar la adopción de unanueva tipología, o por el contrario vino establecidade antemano por la irradiación cultural de los Cam-pos de Urnas y precedió o acompañó desde el princi-pio los cambios sociales que poco a poco habrían dematerializarse.

Los materiales más antiguos en algunos castrosnos remiten a los siglos XVI–XIII a. C. con el com-plejo formativo previo a la cultura de Las Cogotas,en yacimientos como el propio de Las Cogotas

(Ávila), Ecce Homo (Madrid) o Cauca (Segovia): setrata de asentamientos similares a primitivos castrospero cuya organización interna y distribuciones mi-croespaciales resultan difíciles de determinar. Elcomplejo de Cogotas I se extiende por la meseta apartir del Bronce Final (XII–IX a. C.) con su panora-ma de lugares llanos (excepto algunos en zonas ele-vadas) informados por casas ovaladas de trazado in-deciso y utensilios y basureros que reflejan laexistencia de una economía ganadera-agrícola. La«etapa formativa», como debemos imprecisamentedenominarla, abonará el largo proceso de solidifica-ción de las fórmulas que llevan al hábitat castreño.Después encontramos una fase inicial (siglos VII–VIa. C.) en que los castros se generalizan por el territo-rio con su falta palpable de planificación y lasviviendas de planta circular que parecen consustan-ciales a ella y que irían transformándose progresiva-mente en cuadrangulares, a excepción de lo que ocu-rre en el noroeste peninsular, donde las casas

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circulares y ovaladas perdurarán sin evolucionar has-ta constituir el modelo regional establecido (RomeroMasiá 1976, 55–65).

MATERIALES Y SISTEMAS DE CONSTRUCCIÓN

DE LA PROTOHISTORIA EN LA PENÍNSULA

En casi todas las áreas centrales de la Península, peroespecialmente en la Meseta Norte, en las serraníasdel sistema Ibérico y en el Valle del Ebro, vamos aobservar el empleo sistemático, y combinado, de lostres materiales principales de la construcción: la pie-dra, la tierra y la madera. La arquitectura de la Edaddel Hierro que ha podido ser exhumada en los traba-jos arqueológicos llevados a cabo en estas comarcasveremos constituye un catálogo relativamente com-pleto, de manera que a los trabajos clásicos de refe-rencia general sobre el urbanismo, la arquitectura yla vivienda en la protohistoria peninsular (Almagro1952; Arribas 1959; Balil 1972; Maluquer 1951 y1982; García y Bellido 1985) se han podido ir incor-porando otras aportaciones más particularizadas quehan ido confirmando, mediante ejemplos concretos,los principales tipos edilicios y los materiales y siste-mas de construcción utilizados. En nuestro caso par-ticular, nos hemos esforzado en el estudio de la cons-trucción protohistórica con tierra en una contribuciónal estado actual de esta cuestión que ha sido publica-da en las Actas del II Seminario Iberoamericano deConstrucción con Tierra (Vela Cossío, 2004).

Construcción con tierra: tapial, adobe y barro

Sobre empleo de tapial en los yacimientos prehistóri-cos de la Península pueden destacarse las referenciasa yacimientos calcolíticos y de la Edad del Bronce.Entre los primeros se encuentran Los Millares (Al-meria) Parazuelos (Murcia) o El Cerro de la Virgen(Orce, Granada). En todos los casos se trata de refe-rencias relativas a las fortificaciones. Para el BronceAntiguo y Medio debemos destacar, sobre todo, lospoblados argáricos. Creemos que en casi todos ellos,más que de tapias debe hablarse de muros de mam-postería de piedra de dos hojas, con relleno interiorde tierra, quizá apisonada o compactada, o de barro ycantos de piedra (muy probablemente); pueden con-sultarse, además de las obras de los Siret, los trabajos

de Llul (1983) y de Pellicer (1986, 207–264). En ya-cimientos de la «cultura de las Motillas», como el deAzuer, en Daimiel, se han podido estudiar fortifica-ciones de muros de doble hoja de mampostería depiedra con relleno de barro y cantos (Maluquer 1982,18). En el estudio de yacimientos de la Edad delBronce abundan, en general, las referencias al em-pleo de «adobe y tapial» (sic) por lo que nos inclina-mos a pensar también en la posible confusión de sis-temas de construcción de tierra amasada (barro) consistemas de tierra apisonada (tapial). Podemos supo-ner que, sobre todo en la construcción de viviendas,es corriente el empleo de sistemas primitivos de en-cestado, en los que la madera juega un papel deter-minante desde el punto de vista estructural, puestoque se dispone como elemento de soporte, mientrasla tierra (que se aplica proyectada, amasada con aguaen forma de barro) sirve únicamente de revestimientoy cerramiento de dicha estructura. En el epígrafe co-rrespondiente al empleo de la madera en la construc-ción prehistórica tendremos ocasión de extendernosun poco más sobre esta cuestión.

Por lo que respecta al empleo del sistema cons-tructivo del tapial durante las etapas protohistóricas,las referencias también son escasas. Asensio Estebanse hace eco de la aparición de construcciones de ta-pial en el Valle del Ebro y se refiere a la localizaciónde ejemplos aragoneses al respecto, citándose los tu-rolenses de El Cabezo de Alcalá (Azaila), Castillejode la Romana (La Puebla de Híjar) y El Palao (Alca-ñiz), así como el de Cabezo de Miranda (Julisbol) enZaragoza (Asensio Esteban 1995, 27). Para Malu-quer (1982, 19), en yacimientos tartésicos como Ca-rambolo Bajo o el castro de Setefilla (Sevilla) «losmateriales de construcción son, naturalmente indíge-nas: piedra y barro (tapial y adobe); pero la técnicade labra de la piedra es exótica». Esto nos hace pen-sar en la confusión entre revocos o enlucidos de ba-rro con el uso de la técnica del tapial. Asensio Este-ban (1995, 25–28) y Burillo (1985, 115) señalan suaparición en el Valle del Ebro en época ibérica, perono ofrecen ejemplos concretos de su utilización. Elpropio Asensio Esteban se extiende en su trabajo enla disposición de los zócalos de piedra para aisla-miento del terreno, señalando por último que «el úni-co problema en este procedimiento constructivo . . .consiste en encontrar la proporción entre la anchuray la altura de las porciones, para conseguir así un se-cado uniforme y evitar la aparición de grietas»

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(Asensio Esteban 1995, 27), lo que pone de mani-fiesto su desconocimiento de los fundamentos de laconstrucción con la técnica del tapial, en la que elreto tecnológico principal del constructor es, precisa-mente, el del diseño correcto del sistema de encofra-dos (cajón), siendo irrelevante la aparición de grietasen la superficie exterior del paramento, sobre todo sitenemos en cuenta que se trata de un muro de granespesor (superior a los 40/60 cm).

El adobe se encuentra mucho mejor documentadopor la investigación arqueológica. Asensio Esteban(1995, 32) hace referencia a la presencia del adobeen la construcción desde el Calcolítico, sin precisar sise trata de una tradición importada de otras áreas delMediterráneo o puede decirse que conoció un desa-rrollo autónomo en la Península Ibérica. Respecto ala clasificación de los adobes según su tamaño, eltrabajo más completo de que disponemos es el ya ci-tado del mismo autor, que se extiende en la descrip-ción de distintos módulos sobre los que se detiene,además, para llevar a cabo apreciaciones de carácterterritorial en las que parece demostrar que, al menosen el Valle del Ebro, responden a una serie de gruposque se relacionan con los conocidos en el Mediterrá-neo: módulo Antiguo de 15 × 9 × 7 cm (para Asensiosin referentes en el Mediterráneo y que nos parece, de-cididamente, muy pequeño), módulo 30 × 20 × 10 cm(alejado de los módulos romanos, que no son deun pié, sino de dos o de pié y medio), módulo40 × 29 × 14 cm y módulo 50 × 30 × 10 cm.

El adobe es un material de construcción muy biendocumentado en los yacimientos españoles, sobretodo durante la protohistoria, aunque los investigado-res ofrecen referencias de su empleo desde etapasmuy anteriores. Así, la técnica del adobe es perfecta-mente conocida y comúnmente usada en muchos po-blados calcolíticos y se ha documentado, al parecer,en Almizaraque (Almeria) y Valencina de la Concep-ción (Sevilla), entre otras localizaciones. En el pobla-do argárico del Cerro de la Virgen de Orce (Granada)se han podido describir cabañas con muros de fábricade adobe sobre zócalo de mampostería aunque en lamayoría de los poblados argáricos hemos podidoconstatar que se utilizan principalmente fábricas demampostería tomada con barro, ya sean de lajas oconcertadas, como en otros muchos yacimientos deLevante y en Las Motillas de La Mancha, en los quepuede decirse que sucede de la misma forma. En Te-ruel, en el yacimiento de Castillo de Frías (Albarra-

cín) se han excavado también, según parece, estruc-turas de adobe (Pellicer 1986, 311).

Por lo que respecta a la protohistoria, el uso deladobe en muros de fábrica está bastante mejor docu-mentado. Aunque no es corriente en las áreas atlánti-cas de la Península, la presencia del adobe en elBronce Final de la Meseta parece incuestionable,tanto en poblados de llanura como en cerros. En losprimeros se han querido interpretar además los fon-dos de cabaña como el resultado de la excavación delterreno para la obtención de la propia materia primapara construir (Almagro 1986, 366). Ya entrado elprimer milenio, podremos ver el uso del adobe en ya-cimientos catalanes de la Cultura de los Campos deUrnas Recientes, como es el caso de Molá, donde sedocumentaron casas rectangulares de piedra y adobe.Durante la Edad del Hierro el adobe es material deuso común en buena parte de la Península. Está biendocumentado, como veremos, en los principales ya-cimientos del valle del Ebro, sobre todo en el de Cor-tes de Navarra (Asensio Esteban, 1995; Maluquer,1954; 1958; 1982; 1985; 1990). Asensio Esteban(1995, 49–50) ofrece referencias de tamaños de mó-dulos principalmente alavesas, como La Hoya (La-guardia), y aragonesas, como Alto Chacón, Cabezode Alcalá en Azaila, La Puebla de Híjar, La Caridady otros yacimientos de Teruel y de Zaragoza, comoHerrera de los Navarros o Los Castellazos, pero in-cluye algunas reseñas de yacimientos más meridio-nales, como Borriol (Castellón) (García y Bellido,1985), Puntal del Llops (Valencia), o el Cerro de lasCabezas en Ciudad Real. Las variaciones son tan lla-mativas (con longitudes entre 48 y 14 cm) que puededudarse de la fiabilidad de alguno de estos datos, sibien la mayor parte oscila en módulos aproximadosde 40/30 x 20/15 x 10/8 cm. En las comarcas orienta-les de la Meseta también está clara su presencia; enEl Ceremeño (Herrería, Guadalajara), un yacimientosobre el que tendremos ocasión de extendernos en laspáginas siguientes, se han podido documentar adobesdel siglo VI a. C. (Cerdeño, 1995; Cerdeño, 2002) Enla Meseta meridional, además del ya citado Cerro delas Cabezas, es bien conocido en yacimientos comoPlaza de Moros (Toledo), un poblado del siglo IV a.C. en el que se han podido estudiar con gran preci-sión las características y el tamaño de los bloquesgracias a la excelente conservación de los restos demuros de fábrica de adobe, dispuestos en paramentosde uno y dos pies de espesor aproximadamente. Se

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han documentado así piezas rectangulares (de29 × 15 × 8 cm y de 30 × 22 × 10 cm) y piezas cua-dradas (de 29 × 29 × 8 cm) (Urquijo y Urbina 2000,19). Los muros aparecen con un revoco de barro me-jorado con paja que se extendía a mano, habiendoquedado marcadas las improntas de los dedos de losindividuos que los aplicaron (Urquijo y Urbina 2000,20). El yacimiento presenta además una serie de as-pectos complementarios de gran interés, como es laconservación de paños de fábrica de adobe de granaltura (hasta 2 m) y la documentación del empleo desistemas de entramado de madera con relleno de ple-mentería de adobes colocados «a espina de pez»,bien visibles en los derrumbes que se han conservadode estas estructuras (Urquijo y Urbina 2000, 19). Elyacimiento ha dejado a la luz el empleo de enlucidosde barro y cal en paramentos verticales y pavimen-tos.

Para terminar con este somero repaso del uso deladobe en nuestra protohistoria sólo resta añadir que,por supuesto, aparece documentado en algunos yaci-mientos tartésicos, pero sobre todo, y como es natu-ral, en los principales yacimientos Ibéricos, en losque a pesar de su gran dispersión regional, predomi-nan las variables típicamente mediterráneas, que fa-vorecen el empleo de la tierra cruda en la construc-ción. En este sentido, los yacimientos mejorestudiados son los catalanes así como algunos delLevante y el Sudeste Ibérico. García y Bellido ofreceuna interesante referencia procedente de Borriol(Castellón) en la que nos informa sobre adobes de 40x 30 x 10 cm que incluyen marcas en forma de cruzen sus dos caras mayores, «incisiones hechas con unhierro, sin duda con el fin de facilitar su ligazón en laobra» (García y Bellido 1985, 248).

Por lo que se refiera a los morteros de barro sonasí utilizados de manera habitual como argamasa ycomo revestimiento de estas distintas clases de fábri-cas, y también para conformar la impermeabilizacióny el acabado, tanto interior como exterior, de muchasestructuras de cerramiento y de cubrición ejecutadascon madera o fibras vegetales trenzadas. El uso delbarro en la construcción tiene antecedentes remotos;para Asensio Esteban el «manteado» es «el procedi-miento más antiguo del empleo del barro como mate-rial de construcción» (Asensio Esteban 1995, 25). Enel Neolítico europeo lo veremos como material parala ejecución de los cerramientos en las viviendasalargadas de las zonas loéssicas. Éstas edificaciones

están ejecutadas mediante una estructura de madera abase de postes sobre la que se dispone un entretejidode elementos vegetales, a modo de encestado, quedespués se recubre con barro tanto por su cara exte-rior como por el interior del paramento. Se suponeque este tendido de barro se llevaba a cabo en variascapas de aplicación, progresivamente más delgadas,hasta conformar un cerramiento homogéneo que pro-tegiese las viviendas de la acción del agua y el vien-to. Por otra parte, los muros construidos con tierra,bien sean de tapial, de fábrica de adobe, armados oentramados de madera con plementería de adobe,pueden perdurar durante años sin necesidad de reves-timiento alguno siempre que se encuentren debida-mente protegidos, en especial del ataque del agua,pero un buen acabado exterior mediante la aplicaciónperiódica de un tendido de barro, mejorado con pajapara evitar retracciones y fisuras, garantiza una mu-cho vida más duradera. También es corriente encon-trar morteros de barro en toda nuestra prehistoriacomo revestimiento y enlucido de muros de piedra.En yacimientos de la «cultura de las Motillas», comoAzuer, se han descrito bien enlucidos de barro (Ma-luquer, 1982). En todo el área atlántica, en la quepredomina el sistema de construcción de muros me-diante fábricas de mampostería de piedra, la argama-sa es siempre de barro ocasionalmente mejorado concal, un material del que aunque aún sabemos pocosobre su empleo en tiempos protohistóricos. García yBellido se refiere a su empleo en yacimientos ibéri-cos (García y Bellido 1985, 249). El barro es tambiénuno de los materiales que más abundan en la ejecu-ción de los cerramientos y soluciones constructivasde tipo encestado. Éstos nos muestran una base es-tructural de carácter leñoso, pero se revisten poste-riormente mediante la aplicación de un tendido demortero o entortado de barro. Este sistema debió deser habitual en muchos poblados argáricos (Llul,1983) y del Bronce Final de la Meseta, en los que escorriente la presencia de estructuras de madera concerramientos ejecutados mediante la aplicación derevestimientos de barro (Almagro-Gorbea 1986,368). Para los yacimientos interiores granadinos serefiere Lull a la presencia, de suelo a techo, de «ta-pial encofrado por postes, ramas y otros materialesperecederos» (Lull 1983, 454), después de haber co-mentado que «las techumbres en todos los casos enque se han podido detectar restos, suelen estar com-puestos de ramas y barro y ocasionalmente vigas de

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madera a modo de contención» (Lull 1983, 453).También es corriente la impermeabilización de cu-biertas mediante la extensión de embarrados muy ar-cillosos, y por tanto impermeables, sobre las cubier-tas vegetales de barda. Estas soluciones son muyhabituales, como luego veremos, en el Valle delDuero. En yacimientos como el de los Tolmos deCaracena (Soria) se han estudiado casas circulares deestructura de ramaje y revestimiento de barro de gransimilitud con edificaciones de la Edad del Hierro enáreas centroeuropeas y atlánticas.

Algunos yacimientos representativos

El yacimiento de Cortes de Navarra puede decirseque constituye un caso excepcional. García y Bellidolo incluye entre las ciudades antiguas de la PenínsulaIbérica (García y Bellido 1985, 79) destacando ade-más su larguísima ocupación, entre el siglo IX y elV a.C. Balil se refiere al mismo como un tell y sehace eco de la superposición de siete niveles diferen-ciados (Balil 1972, 20–21):

Las casas fueron construidas utilizando, casi exclusiva-mente, el tapial y el adobe, puesto que el asentamiento sehalla en una extensa llanura aluvional sin otros materia-les líticos que los cantos rodados . . . No obstante, halla-mos en estas viviendas un notable uso de la madera y unconocimiento de la técnica del entramado que no tieneparalelos modernos . . . Esta familiaridad en el uso de lamadera como material constructivo no parece procederde una técnica creada in loco sino de una tradición desa-rrollada en el centro de Europa e introducida en España.La técnica de los maderos insertados en el adobe o tapial,a modo de entramado, o las complicadas armazones delos techos no pueden desarrollarse en poco tiempo. Pare-ce incluso que existe una relación entre esta técnica y lasdel adobe puesto que a medida que se perfecciona laconstrucción en este material se reduce el uso de la ma-dera.

Descubierto casualmente en 1947, fue Taracena suprimer director, encargándose posteriormente de suexcavación el profesor Maluquer de Motes, que lo haestudiado en profundidad desde mediados del sigloXX (Maluquer de Motes 1954; 1958; 1985; 1990). Elyacimiento abarca una secuencia estratigráfica muyamplia, desde la Edad del Bronce avanzado hasta laprimera Edad del Hierro, y puede decirse que es una

referencia obligada en los estudios de la prehistoriaeuropea. A las excavaciones de los años cincuenta,de las que se presentaron resultados en su día (Malu-quer 1954 y 1958), han seguido tres campañas de ex-cavación en los años ochenta (1983; 1986; 1988).

En Cortes de Navarra se han podido estudiar, muydetenidamente gracias al estado de conservación delyacimiento, distintas viviendas que corresponden almenos a tres momentos diferentes. Los detalles queel yacimiento ha facilitado para el estudio de la cons-trucción de las viviendas y de su distribución interiorhan servido para conocer el modelo de vivienda pro-tourbana del valle del Ebro y Cataluña en la épocaprotoibérica e ibérica, hasta el siglo V a.C. (Malu-quer de Motes 1982, 20). Según describe Maluquer,todas las casas del poblado son de barro, construidascon la técnica del adobe (salvo una excepción). Losmuros se levantan sobre un zócalo de piedra sin ci-mentación y están revocados con barro, revoco queen el interior presenta una capa de pintura roja. Laplanta es rectangular, alargada y estrecha, predomi-nando los ejes Norte-Sur. La anchura es variable, en-tre 2 y 6 metros, como lo es la longitud, que alcanzaen algunas casas los 16 metros o más. La planta estáorganizada en dos partes: vestíbulo delantero, abiertoa la calle, y sala interior. El primero tiene forma cua-drada y está separado de la sala mediante una paredmaestra en la que se sitúa la puerta. La sala constitu-ye el centro de la vida familiar, dispone de un hogarcolocado en el centro, a lo largo del eje del edificio,y de un banco corrido en una de las paredes lateralescon una anchura de unos 50/60 cm. Estos bancos co-rridos debieron servir de estante para guardar los en-seres y como mesa de trabajo en las tareas domésti-cas, sobre todo de preparación de los alimentos. Porencima de este banco se observan ganchos y perchasde cerámica, de madera y de cuerda, clavados o em-butidos en el propio muro, para colgar cosas. Al fon-do de la sala principal se destina a despensa, guar-dándose los alimentos en tinajas, sobre peldañosbajos o directamente sobre el suelo. Los muros,como ya hemos dicho, se encuentran revocados ypintados por su cara interior, a veces incluso con unadecoración a base de cenefas con motivos de triángu-los rellenos o vacíos o con rayados oblicuos, en laszonas próximas a la techumbre. Los pavimentos sonde tierra endurecida y abrillantada por un cuidadosoy constante barrido (Maluquer de Motes 1982,21–22).

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El otro yacimiento al que hemos querido referirnoses el castro celtibérico de El Ceremeño (Herrería,Guadalajara). Se trata de un hábitat fortificado en al-tura en el que se vienen realizando excavaciones ar-queológicas desde hace más de veinte años, a lo largode las cuales se ha conseguido dejar al descubiertouna parte importante de su superficie de manera queconstituye uno de los pocos poblados celtibéricos ex-cavados en extensión, no solo de la propia provinciade Guadalajara sino también de todo el territorio de laantigua Celtiberia. Las excavaciones efectuadas en elCeremeño ponen de manifiesto la existencia de dospoblados superpuestos, conservados en excelentescondiciones, sobre todo en los lados Oeste y Sur delcerro por donde discurre la línea de la muralla; en lazona Este, en la que se encuentra la entrada principaldel castro, ha padecido una mayor erosión por lo queel nivel superior se ha visto arrasado. Los materialesrecuperados en el primer nivel descrito en el yaci-miento no han sido demasiado abundantes ypredominan los fragmentos cerámicos mayoritaria-mente de tipo celtibérico, con más del 80% del total.Entre los escasos objetos metálicos destaca una fíbu-la anular, una de pie vuelto rematada en disco, unbroche de cinturón ibérico y numerosos fragmentosde hierro en mal estado de conservación (Cerdeño1989, 198). Se ha establecido así una cronología noposterior al siglo III a. C., en la segunda Edad delHierro. La primera ocupación del castro, que ha sidodenominada Ceremeño I, se identificó bajo un nivelintermedio de abandono. En distintos puntos del po-blado puede verse la nivelación que se hizo de losmuros antiguos, para construir sobre ellos las vivien-das descritas en la fase Ceremeño II. Este primerasentamiento fue destruido por un gran incendio cu-yas huellas se identifican en toda la superficie exca-vada, sobre todo por los numerosos tablones de ma-dera quemada procedentes del derrumbe de lascubiertas que, prácticamente, dejaron sellado el nivelde ocupación. De algunos de estos tablones quema-dos se obtuvieron muestras para realizar análisis deC-14 que han dado como resultado las fechas de530+/–80 y 430+/–200 a. C. Estas dataciones absolu-tas, a pesar de su elevada variación estadística, uni-das a los datos proporcionados por la tipología de losmateriales encontrados y a las características de lasestructuras arquitectónicas, permiten mantener unafecha del siglo VI a. C. para la primera ocupación delCeremeño (Cerdeño 1989, 98).

El conjunto de datos obtenidos en la fase I de ElCeremeño permite avanzar una fecha del siglo VI a.C. Tanto el trazado urbano como las estructuras do-mésticas responden a un modelo habitual durante elBronce Final y la primera Edad del Hierro del valledel Ebro; en concreto, la vivienda tripartita presentaclaros paralelos con el nivel PIIb de Cortes de Nava-rra. Las cerámicas a mano responden a formas clara-mente herederas de los modelos de Campos de Urnasy están presentes en todos los yacimientos del perío-do protoceltibérico y Celtibérico Inicial de la región,como los poblados de La Coronilla, El Palomar I, ElTurmielo o las necrópolis de Molina y Sigüenza I. Lafase antigua del poblado se asienta directamente so-bre las margas terciarias que forman la base geológi-ca del cerro. La superficie de los muros de las vivien-das comenzó a aparecer tras un nivel de escasapotencia, considerado como el momento de abando-no que lo separa del poblado superior, aunque en al-gunos casos los muros de las viviendas de la segundafase apoyan sobre la superficie nivelada de éstos an-tiguos. La muralla del Ceremeño fue construida du-rante la primera ocupación —su base encaja en lasmargas naturales del cerro— y los muros de las vi-viendas se apoyan sobre ella de manera que hace lasveces de testero de las mismas. La muralla sólo seconserva completa en sus lados meridional y occi-dental, mientras que en la ladera oriental sólo quedanalgunos vestigios, debido quizás a que se aprovechóla abrupta orografía de esta ladera. La fábrica es depiedra caliza, de sillares y lajas; la construcción es unmuro de dos hojas con un relleno de tierra y piedras.Su anchura varía entre los 2 y los 2,5 metros, mos-trando en algunos lugares hasta dos metros de altura.La información que nos proporciona la primera ocu-pación del cerro, Ceremeño I, se refiere a los mo-mentos iniciales de la cultura celtibérica, cuyo cono-cimiento es aún insuficiente en comparación con lasfases de plenitud o apogeo.

En la comarca de Molina de Aragón se han identi-ficado algunos hábitats en llano, como Fuente Estacaen Embid, fechados en el siglo IX–VIII a. C. y quepodrían adscribirse a la tradición de los Campos deUrnas. A partir de la Primera Edad del Hierro, co-mienzan a surgir numerosos poblados en altura quesiguen el modelo urbanístico documentado en el va-lle del Ebro desde el Bronce Final. Este modelo es elmismo que presenta el castro de El Ceremeño: vi-viendas dispuestas a lo largo del perímetro del cerro,

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adosadas entre sí, utilizando la muralla como paredtrasera y abriendo sus puertas hacia la parte interiordel cerro, a la calle o calles centrales. El espacio inte-rior de las viviendas también es muy significativopues la presencia aquí de una vivienda con distribu-ción tripartita, semejante a las de Cortes de Navarra,indica toda una serie de parentescos y relaciones cul-turales. Las viviendas del castro debieron construirseutilizando, de manera combinada, piedra, madera ytierra, empleada en forma de adobes de los que se hapodido llevar a cabo un estudio descriptivo y de ca-racterización (Vela Cossío 2002). Hemos tenido tam-bién ocasión de estudiar las posibilidades de recons-trucción hipotética de esta clase de espacios llevandoa cabo varias propuestas concretas, como las quepropusimos para el yacimiento del cerro del EcceHomo de Alcalá de Henares (Madrid) durante el Pri-mer Congreso Nacional de Historia de la Construc-

ción, que se celebró en Madrid en el año 1996 (Mal-donado y Vela 1996) y, más recientemente, para elcastro de El Ceremeño de Herrería, en la provinciade Guadalajara (Vela Cossío 2002 y 2003).

La riqueza de materiales, técnicas y procedimien-tos para la conformación de los distintos elementosconstructivos que pueden ser descritos en estas arqui-tecturas prerromanas demuestra un alto grado de de-sarrollo tecnológico. Olivier Büchsenschütz (1983 y1989) sugiere la existencia de una verdadera culturaarquitectónica de tipo céltico, una cultura edilicia enla que el empleo de sistemas de construcción basadosen la combinación de la tierra y de la madera puedeinterpretarse como la manifestación arquitectónica deun sistema cultural y socioeconómico en el que, ade-más de la agricultura, se mantienen estructuras eco-nómicas de marcado carácter silvo-pastoril, siemprepresentes en estas áreas serranas de la Meseta. En

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cambio, en buena parte de la Europa mediterránea sepercibe con mayor claridad la vigencia y el sosteni-miento de sistemas agrícolas de otra clase, y quizápor ello pudiésemos preguntarnos por qué predominaen estas regiones el uso de la tierra conformada (ado-be, pero sobre todo tapial) y de la piedra, ya sea ensillar labrado, en fábricas e incluso «en seco». En laEspaña Mediterránea vemos que la madera no siem-pre se utiliza y de hecho se documentan con ciertafrecuencia las estructuras del tipo «falsa bóveda», ose reserva casi exclusivamente para las armaduras decubierta, que además son más sencillas porque sussolicitudes estructurales son de menor relevancia,como corresponde a un marco ambiental en el que seproducen menos precipitaciones anuales, rara vez enforma de nieve, y donde la oscilación térmica (diariay estacional) es también menor.

ARQUEOLOGÍA Y PREHISTORIA DE LA CONSTRUCCIÓN

De la lectura de las páginas precedentes habremospodido deducir que uno de los principales problemasa los que puede enfrentarse la investigación arqueo-lógica es el de la correcta documentación de los sis-temas y procedimientos de construcción. Por nuestraparte, creemos que es posible realizar aproximacio-nes correctas a todos los problemas referidos partien-do del análisis y del contraste del registro del yaci-miento arqueológico con ese catálogo de tanextraordinaria riqueza argumental que nos ofrecen

las arquitecturas primitivas y populares, ejemplos deedificaciones bien adaptadas al medio físico que nossuelen mostrar, insistentemente, la pervivencia demúltiples soluciones que se mueven en los límites desu propia matriz vernácula.

En tanto que se relacionan de forma sencilla y efi-caz con el ambiente en que se inscriben y por cuantoresponden a patrones socioeconómicos, tecnológicosy culturales que podemos suponer similares a los quedebieron tener los grupos humanos en la prehistoriay la protohistoria, las que hemos propuesto llamar ar-quitecturas no históricas (Vela Cossío 1995) consti-tuyen una fuente inagotable de sugerencias que tene-mos el deber científico de aprovechar, aún a riesgode ser considerados excesivamente eclécticos. El es-tudio detenido de ese universo tan estimulante depervivencias arquitectónicas nos parece de una opor-tunidad científica ineludible, sobre todo si tenemosen cuenta que en España y en Portugal se conservan,muy probablemente, algunos de los últimos conjun-tos de arquitecturas populares verdaderamente rele-vantes de la Europa Occidental. Así, una buena partede las comarcas montañosas de la Península, tanto dela España interior como de nuestro país vecino, nosmuestran todavía ejemplos extraordinarios de cómola arquitectura se constituye en instrumento de rela-ción entre el hombre y la Naturaleza.

Por otra parte, el análisis comparativo entre las ar-quitecturas pre y protohistóricas y ese conjunto deconstrucciones no históricas, populares y vernáculas,puede concebirse además de forma bidireccional. Por

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Figuras 4

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ejemplo, la España de la casa entramada coincide enbuena medida con una parte de la España Celtibérica,lo que serviría así para explicar la fuerte pervivenciade los sistemas de construcción basados en el empleode armaduras y entramados de madera (tanto en es-tructuras portantes como en armaduras de cubierta)en la arquitectura española. Los trabajos de EnriqueNuere (2000, 29–49) ya han insistido en la posibili-dad de interpretar una parte de la carpintería de ar-mar española de forma bien distinta a cómo lo ha ve-nido haciendo la historiografía tradicional. Nuere,frente a la unívoca identificación de las tradicionesconstructivas basadas en el uso de la madera con eluniverso constructivo musulmán (por ejemplo, en elestudio del arte mudéjar) abre un nuevo cauce inter-pretativo que, a través del análisis de la casa entra-mada, que pone en relación con otras tradicionesconstructivas del mundo Atlántico y de Centroeuro-pa. Así, en su recorrido por la construcción entrama-da española (a través de la referencia a los trabajosde Feduchi (1986), concluye que ésta es frecuente enaquellas zonas donde la madera abunda o a las quepuede llegar con facilidad (como por ejemplo lacuenca del Duero) e ilustra el comentario con unmapa de dispersión de esta clase de construccionesentramadas en el que las concentraciones más impor-tantes corresponden, precisamente, a la Meseta Sep-tentrional (cuenca del Duero y cabecera del Ebro), alSistema Central y al Sistema Ibérico y los MontesUniversales. La Meseta Sur, Extremadura (exceptolas comarcas montañosas de Cáceres), Andalucía,Murcia, todo el Levante y buena parte de Cataluña yde Aragón (a excepción de las comarcas montañosasde Teruel) aparecen prácticamente vacíos. Por últi-mo, el Noroeste peninsular y la cornisa Cantábricamuestran, muy concentradamente, testimonios de lapresencia de buenos carpinteros de armar, aunque nonecesariamente de estructuras entramadas. El mapaviene a mostrarnos la península dividida en dos gran-des áreas, divididas de NE a SO aproximadamente,que vendrían a coincidir a grosso modo con las dosEspañas arquetípicas: la mediterránea y la atlántica,la España seca y la España húmeda. Se propone po-ner en relación la construcción entramada españolacon las Fachwerkhäuser alemanas o con las maisonsa colombage francesas (Nuere 2000, 33) porque,aunque las nuestras no alcancen el grado de perfec-ción de las europeas, participan de principios cons-tructivos muy semejantes (que se materializan allí en

roble y en castaño y en nuestro país, sobre todo enpino). En otro orden de cosas, pero en esta misma lí-nea argumental, al referirse al origen de las armadu-ras de pares el autor alude a la relación entre las cu-biertas de raíz constructiva céltica, en forma de Vinvertida y apoyadas sobre pequeños muros de mam-postería de lajas de piedra (Nuere 2000, 101–105).

Toda esta clase de argumentos nos remite, forzosa-mente, a reconsiderar el tema de las pervivencias y aproponer un análisis más detenido, además de más es-peculativo, sobre la forma y los cauces en que se ma-nifiestan. Podría así defenderse que los burgos medie-vales de la Europa Occidental (entramados urbanosconstituidos por grupos de casas de estructura leñosaque comparten medianerías y se disponen en hileraformando estructuras cerradas en torno a espacios oedificios públicos) no son sino la prolongación de lastradiciones típicamente prerromanas de la Europatemplada, en un proceso de mantenimiento del con-junto ancestral de costumbres que se manifiesta, congran fuerza por cierto, a partir de eso que hemos con-siderado el nacimiento de Europa, cuando el colapsodel sistema urbano romano devuelve a las regionesoccidentales del Imperio a una estructura social yeconómica ruralizada y pre-urbana que se manifiesta,como es natural, en una clase de estructura del territo-rio. Esta clase distribución territorial y la organiza-ción macroespacial de los pueblos célticos europeosnos habla de una organización jerárquica del hábitatque hace que granjas, pueblos y pequeñas ciudadescoexistan, subdividiendo el territorio, lo que no coin-cide con los hábitos de distribución territorial latinoso mediterráneos. Esta clase de organización se re-montaría al siglo V a. C. y coincide con un momentode la gran expansión agrícola que decide la división yespecialización en la explotación de los recursos agrí-colas, reagrupándose el hábitat en los lugares de inter-cambio, mientras que se dispersa en los lugares deproducción (Büchsenschütz 1983, 210). No es muydifícil enlazar este legado céltico con la Edad Media através de un arco amplio que, pasando por encima dela romanización, aún se manifiesta con firmeza entantas tradiciones constructivas europeas.

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