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    CONSIDERACIONES SOBRE EL MATERIALISMO.(A PROPOSITO DE LOS ENSAYOS MA TERIALISTAS

    DE G. BUENO)

    Quintn Racionero

    Permtaseme que, al comenzar esta charla, y precisamente en el marco deun homenaje a la figura de G. Bueno, comience por recordar a aquella gene-

    racin la m a, cuyos estudios, cuya juventudsimpliciter, transcurrieron enlos aos finales del franquismo. Nadie tema, sin em bargo. Lo har sin nostalgiay con mucha rapidez.

    Es seguro que muy pocos de los que me escuchan, en esta sala llena deestudiantes, tienen un recuerdo directo de aquellos aos que, m uy artificialmente,podramos fechar entre 1965 y 1975. Hoy es moda que quienes los vivierontiendan a magnificarlos y que, desde las posiciones de xito que han logradoalcanzar (pues los dems no hab lan), nos los presenten como aos prodigiosos.Pero igualmente es moda que los ms jvenes los denosten y envilezcan,supuesto que han visto encaramarse a aquella generacin a puestos de poder

    a ministerios, a direcciones de em presas, a ctedras un iversitarias , sin quela situacin haya experimentado las radicales mejoras que se prometan y, algoan peor, sin que ahora escuchen de sus mayores otros discursos que, o bienaquellos que apelan a la inevitabilidad de cuanto sucede, o bien aquellos otrosque, escudndose en la derrota ante unos enemigos que resultaron demasiadopoderosos, cultivan mientras tfuito, desde las confortables atalayas que busca-ron con ahnco, la aoranza impo sible de la revolucin. N ingn grafito he ledoen los ltimos tiempos ni ms despiadado ni ms amargo que ese que se exhibeen algunas paredes de nuestra Facultad: La imaginacin ya est en el poder...Y ahora qu?. Por mi parte, creo que, formulado as el asunto, no se alcanzaninguna comprensin rigurosa y que el dilema entre la historia pica y la

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    historia negra no hace sino dejar escapar, en el cedazo de sus gruesas categori-zaciones, simplemente a la verdad.

    Pues la verdad, al menos tal como yo la recuerdo , fue m uy otra ciertamente.

    Si pueden servir de ejemplo las Facultades humansticas y no slo porqueconstituyen el espacio que ms nos interesa fijar aqu, sino, antes que nada,porque simb olizan, como un m icrocosmos representativo, el estado de las cosasque entonces se vivieron, la verdad es que los aos a los que aludo fueron,sobre todo, aos de penuria; aos de privaciones vitales e intelectuales; aos deuna infinita lejana respecto de las ideas acadmicas y mundanas que estabanvigentes ms all de nuestras fronteras. A talesideas a su literalidad y alclima de las que eran expresin slo tenan acceso quienes podan pagarseuna larga estancia en el extranjero, ya sea porque as se lo permitan suscondiciones poltico-econmicas (la nmina de hijos-progres de padres-jerarcas-del-anterior-rgimen causa sencillamente pasmo), ya sea porque de las msvariadas formas lograban seducir a quienes tenan en sus manos la concesinde becas y privilegios.

    Que todos estos juntos eran en realidad muy pocos, intil es decirlo. De losdems, unos cuantos gastaron su mocedad en cumplir consignas que en brevetiempo dieron sus autores por ociosas; los otros, la mayor parte, hicimosctedras de instituto o permanecimos largos aos atados a la cadena de las becasde investigacin o de las ayudantas de entonces 10.000 pesetas de 1974;craseme: una miseria, aprendimos deficientemente lenguas que no podamos practicar, lemos libros de fuera con cuentago tas y las ms de las veces sincriterios acertados, vivimos, en fin, ms bien siendo vividos y siempre con la

    conciencia de estar inmersos en una dinmica que nos concerna tan apasionadamente como inexorablemente nos situaba en el exterior de sus centros dedecisin.

    Nuestro horizonte no fue el Oxford de Maravall, ni la Universidad libre deBerln o la Sorbona. Nuestro horizonte era la Universidad espaola, con malasuerte la Com plutense de M adrid, y esto, queridos am igos, impone carcter. EsaUniversidad era una Universidad casi enteramente escolstica. Pero no de unescolasticismo que hubiese al menos editado las obras de Sto. Toms o decualquier otro de los eximios pensadores que aquellos profesores nuestrosdecan seguir. El de aquella Universidad era un escolasticismo de tercera mano,

    atiforrado de libros oportunistas y enteramente descredo. En rigor, no habatanto una filosofa cuanto una llave escolstica, slo con cuya posesin podanabrigarse esperanzas de triunfar en las oposiciones. Por lo mismo , la escolsticasignificaba nicamente pobre Sto. Tom s, pobre S. Alberto, pobres telogosy dialcticos medievales! un filtro ideolgico, con cuya criba rutinaria no sepretenda otra cosa que homogeneizar un profesorado, no im porta si convencido con tal que fuera dc il. Y aun si es cierto que el sistema no siempre lograbaeste objetivo y que con el transcurso de los aos fueron entrando en laUniversidad profesores menos h oscos, no menos es cierto que sobre el escenario para el que se haban escrito nuestros papeles, ni era mucho lo que podaeleg irse, ni nada aseguraba que la nuestra fuera a ser una eleccin correcta. Por

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    lo que a algunos de nosotros se refiere, bastar con decir, a los efectos dedeclarar el criterio que finalmente nos gui, que con aque llos profesores que nohacan de la escolstica una cuestin de principio y que abrieron las puertas desus Seminarios a una informacin, aun si pobre, al menos variada, con esosprofesores trabajamos. De aquellos otros, muy pocos, que plantaron cara alescolasticismo oficial, que denunciaron su talante engaosamente ideolgico yse atrevieron a nombrar los nombres nefandos (casi todos) de los que el rgimentena por enemigos, de esos profesores nos sentimos hijos y discpulos.

    De estos ltimos profesores, ninguno fue ms radical en su denuncia ni lohizo con una informacin ms amplia y contundente que Gustavo Bueno. Nopuede extraarle, pues, que, cerca ahora o lejos de sus posiciones filosficas,tantos nos sintamos mulos y familares suyos.

    Conoc a Gustavo Bueno en marzo de 1976, cuando an la transicinpoltica no haba pactado sus convenciones esenciales sas de las que ahoramalvivimos , y de nuevo volv a encontrarlo en la primavera de 1977, una yotra vez en el curso de unas Jornadas de Filosofa que por entonces organizabayo desde el I.C.E. de la madrilea Universidad A utnoma y que tuvieron lugarrespectivamente en las ciudades de Cuenca y Alicante. El objetivo de estasJomadas, que a m me procuraron el malhumor de las autoridades rectorales yque ya luego no tuvieron descendencia, era un objetivo, lo confieso ahora, quepodra calificarse de insolente. Se trataba, en efecto y recurdese la fecha,sobre todo la de las primeras Jornadas: apenas unos meses despus de que elinvicto general hubiese alcanzado finalmente el descanso que tanto nos mere-camos, se trataba, digo, de reunir en un mismo foro a todos aquellosprofesores de filosofa que se haban significado activamente por su oposicinal franquismo y a sus aparatos de propaganda oficial. No se logr reunir a todos,desde luego , pero creo sinceramente qu e s a la mayor y ms significada partede ellos, lo que, sin duda, era la primera vez en trminos absolutos que llegabaa suceder. Por lo dems, all se dieron cita lo mismo profesores ya consagradosacudieron, por ejemplo, J.L. Lpez Aranguren, E. Tierno Galvn (a quien

    luego impidi llegar un rifirrafe con la justic ia), C. Castilla del Pino, A. GarcaCalvo, E. L led, J. Muguerza, E . Daz, C. Pars, etc., adems del propio Bueno,segn he dicho , como tambin otros profesores que ya se haban hecho no tarpor sus posiciones heterodoxas, pero que en aquel entonces apenas estabancomenzando y pienso ahora en F. Savater, J. Sdaba, E. Tras, G. Albiac ytantos otros.

    Por cierto que, cuando se tuvo noticia de esta coleccin de nom bres y de quetodos ellos iban a estar juntos en el pequeo espacio de la ciudad de Cuenca,la ira del gobernador civil fue tan grande como el m iedo del pobre director dela Casa de la Cultura, donde haban de celebrarse las sesiones. Este era

    partidario y aqul se hallaba decidido a que se suspendiesen las Jom adas . Y, si

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    al final se celebraron, en parte fue porque mi mujer y yo asumimos la respon-sabilidad nica de cuanto pudiera suceder y, en parte, porque el ministro delInterior, el inefable M . Fraga, a quien se consult en persona, prefiri evitar una

    prohibicin de la que hubieran podido derivarse alteraciones en la calle, que,como se recordar, era por aquel entonces exclusivamente suya.A los profesores all y as reunidos se les pidi una cosa, hoy s que

    bastante vaga, por ms que a m me pareciese la ms concreta del mundo.Puesto que se trataba de celebrar una libertad an no concedida porel expeditivoprocedimiento de ejercerla plenamente, se les pidi, en efecto, que hablasen des mismos: que nos resumiesen su doctrina pblica, la que ya tenan publicadaen libros y artculos, y, algo ms importante, que nos hablasen tambin de sudoctrina oculta, de su enseanza esotrica, sa que todos pensbamos quealentaba sin duda en el trasfondo de un lenguaje hasta ese da necesariamentecauteloso.

    El resultado de aquel experimento fue vario y, segn caba esperar aunqueentonces no lo supiramos, no del todo reconfortante. Como con no poca gracialo expuso F. Duque, que hizo la crnica del suceso, algunos de aquellosprofesores dieron entonces la talla que han mantenido despus regularmente;otros mostraron que, en rigor, nada haban tenido que disimular por la falta delibertades y que ms bien tal falta les haba serv ido a ellos de disimulo; y otrosdejaron el testim onio, en fin, de que la libertad no significaba para ellos ningncambio de rumbo o de lenguaje, y que, usada como vehculo y no comopretexto, slo podra traducirse en la permanencia y profundizacin de unasconvicciones bsicas, sobre las que, pblicamente (cualesquiera que hubieren

    sido los peligros) y no oculta o esotricamente, haban conformado ya desde elprincipio su pensamiento. A estos profesores fieles a s mismos, seguros de loque an les quedaba po r decir y ms atentos a decirlo rigurosamente qu e a lascondiciones ambientales en que habran de decirlo a estos profesores, ensuma , para quienes la libertad social entonces slo previsible nada pod a aadira su libertad ntima, ejercida siempre bajo cualesquiera circunstancias, aestos profesores perteneca eminentemente Gustavo Bueno.

    No ser preciso que seale aqu la corriente de entusiasmo que Buenodespert en aquellos Co ngresos. Pero acaso m erezca la pena decir que logr talresultado a base de endilgamos (no me acuerdo ya si en Cuenca o en Alicante)

    una de las tesis ms bizarras y estrambticas que yo he tenido en mi vidaoportunidad de or: la de que la superioridad del sistema socialista, en su versinmaosta, se deba a que los campesinos chinos se aplicaban a sembrar sustomates pensando y supongo que ejerciendo las leyes de la dialctica.Har falta que explique el choteo que se produjo en la cena posterior a laconferencia, cuando sirvieron al maestro la ensalada de tomate? Ahora bien,que nadie juzgue aquellos raptos de entusiasmo como faltos de motivo. A lainsobornable manifestacin de sus convicciones, Gustavo Bueno una un cono-cimiento de la bibliografa contempornea que lo haca destacar de los otrosprofesores. Con l se tena siempre la sensacin de que era posible, no sloentrar en contacto con las ideas acadmicas y mundanas de nu estro tiempo, sino

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    tambin (y esta s que era una posibilidad entonces remotsima) intervenir enlos debates del momento histrico con una posicin propia, slidamente esta-blecida y nada desdeab le. Sus dicusiones con las epistemologas formalistas,sus propuestas ontolgicas para una relectura del materialismo dialctico, susincursiones en la antropologay en la filosofa de la religin,sus pronunciamientosen pro de una recuperacin del prestigio acadm ico de la filosofa ..., stas yotras tantas med itaciones sobre materias puntuales comportaban trazos de unareflexin verdaderamente contempornea sobre un contexto de problemasverdaderamente internacional. No creo equivocarme si digo que esta es la raznde que Bueno haya creado escuela en un pas donde lo normal es crearenem istades. Pero, aun si no se estuviese de acuerdo con sus an lisis, aun si sejuzgara necesario polemizar con ellos, caba esperar ms ni sentirse con m ayorfundamento agradecido en aquellas Universidades h ermticas en las que, mien-tras tanto, se hablaba, como de temas de rabiosa actualidad, de las pruebas

    tomistas de la existencia de Dios o del maridaje fecundo del Ser y la esencia?Yo pertenezco a la nmina de esos ltimos que acabo de referir, que hallandificultades y motivos de discusin en la filosofa de Gustavo Bueno y que nopor ello suspenden un punto la admiracin y el respeto que sienten por l y porsu obra. Supongo que es la constancia de esta doble verdad la que habr llevadoa los organizadores de este Congreso a pedir mi colaboracin, con la que yo mehonro. Esto quiere decir que, en los prximos minutos, intentar formularalgunos interrogantes generales al profesor Gustavo Bueno acerca de otrostantos problemas que me parece que plantean algunos aspectos de su pensa-miento. Pero querra dejar claro que, al hacerlo as, mi intencin no va a ser

    crticaab ovo

    y, menos an, refutatoria. Mi intencin ser brindarle la oportu-nidad de una respuesta que pueda hacer luz a m, antes que a nadie sobreesos mismos problemas. Y es en la posibilitacin de esta respuesta, en laapertura de un dilogo del que no puede excluirse una forma final de concor-dancia, donde me gustara situar hoy, sinceramen te, mi homenaje a su persona.

    De conformidad con el papel que se me ha asignado en este Congreso, voy

    a centrar mi exposicin en las ideas ontolgicas de Bueno, esto es, en sucaracterizacin de una Ontologa calificada de materialista y en su dobleaparato explicativo en el marco de la distincin entre una ontologa general yuna especial. No pretendo, como es obvio, pasar revista a la totalidad de suscomplejas y siempre ricas propuestas sistemticas lo que sera imposible enel escaso margen de tiempo que dispongo, sino, solamente, analizar elconcepto de materialismo que subyace a sus argumentaciones. Ahora bien,puesto que el m aterialismo engloba en la historia del pensamiento dos proble-m ticas, sin duda interferidas, pero en todo caso diferentes, y puesto que, comoluego dir, la ontologa de Bueno me parece que se sita en la estricta con-

    fluencia de esas dos problemticas de donde nace su mayor originalidad.

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    pero tambin, en mi opinin, sus ms serias dificultades, me dedicar enprimer lugar a hacer algunos comentarios detenidos, y ms que nada pedag-gicos, sobre la propia nocin del materialismo y sobre lo que llamaremos aqu

    su doble genealoga histricaNadie ignora, desde luego , que la aparicin del m aterialismo como doctrina,ms an, que la propia acuacin no ya slo del trmino sino incluso delconcepto, constituye un fenmeno reciente. Procede de Boyle y aparece porprimera vez insisto: como doctrina y como concepto en la obraTheExcellence and G round ofthe Mechanical Philosophy, que el autor publica en1674. En el modo en que Boyle utiliza este vocablo, para l inaugural, mate-rialismo equivalea un modelo o paradigma de filosofa la filosofa corpusculary mecnica, cuya aparicin como corriente efectiva en el seno del pensa-miento postcartesiano denota propiam ente. Por corpsculos se entiende aqu loselementos ltimos reales, a los que se reducen las cualidades primarias, loscuales actan conforme a leyes expresables matemticamente. Y con mate-rialismo quiere decirse, entonces, que dichos elementos ltimos, de los queninguna realidad puede excluirse, estn formados slo de materia y son ellosmismos unidades materiales. Aneja al surgimiento del materialismo se halla,pues, una configuracin metafsica atomista. Y es sobre tales tomos materialessobre los que se cumplen las leyes mecnicas de los fenmenos.

    Apenas parece necesario decir que, del hecho de que la conceptualizacindel materialismo comporte un episodio histrico reciente, no se sigue que nohaya habido con anterioridad pensamientos materialistas. Pero es muy impor-tante, en cambio, darse cuenta de que la configuracin singular con que talconceptualizacin nace, proyecta inmediatamente una imagen especfica queadopta, entre otros caracteres, tambin el de una categora historiogrfica.Quiero decir que, una vez construido este concepto de materialismo, desde l,y por reflejo, se produce una reinterpretacin del pasado, segn la cual debencalificarse como m aterialistas los sistemas que han considerado laphysis comocompuesta de tomos materiales,y solamente esos sistemas.Desde este puntode vista, materialistas seran, por lo tanto, Demcrito y Epicuro, pero noAnaxgoras o Aristteles, a quienes excluira de semejante ttulo, no ningunatesis relacionadacon el estatuto materialo no de la naturaleza, sino su interpretacincualitativa de los elementos primarios.

    Ahora bien, que esta proyeccin historiogrfica no es nada firme y, menosan, cogente en ningn m odo, resulta una afirmacin sobre la que, no obstante,hay que insistir con especial cuidado, de tan adherida como est en nuestraconciencia filosfica. Y ello porque, en rigor, la conceptualizacin del m ateria-lismo que tiene lugar en el s. XVII no nace como una tesis desligada de todocontex to, sino que se produce como resultado de una previa escisin ontolgica,slo en cuyas coordenadas cobra sentido propio. Tal escisin es la que lleva acabo Descartes con su entendimiento de lo real en tanto que ntegramentedividido y compartimentado entreres cogitans y res extensa. Slo cuando loreal se divide sustantivamente en dos, es decir, slo cuando se da autonomaplena a una regin espiritual ocogitatio, slo entonces toma tambin plena

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    autonoma la otra regin: la de una materialidad enteramente subsumible en elconcepto de extensin (y de sus divisiones o tomos). Lo caracterstico de laescisin es esto, as pues: el que cada una de las regiones tiene que ser pensada

    autnomamente; pero tambin, y por la misma razn, el que, si se entiendecomo necesario reducir la realidad a uno de esos dos constructos bsicos, el otrodebe poder hallar una descripcin adecuada en el marco explicativo del primero , y slo as.

    En el horizonte de estos terminantes posicionamientos metafsicos discurrenen buena m edida las apuestas sistemticas de la filosofa del s. XVII y son talesapuestas las que explican las proyecciones historiogrficas a que acabo dereferirme. Si la tradicin de Boyle y Gassendi requiere comprenderel pensamiento eso que en alemn se conocer, a partir de ahora, con el trmino no pococonfundente de Geist, de Espritu mediante la apelacin a tomos de materia

    sutil y a leyes mecnicas particulares, por contra, la tradicin de Malebranche oLeibniz o, ya sin matices, de Berkeley opta por hacer de la materia un fenmenode la percepcin de las almas o (como tambin se lee, y la expresin es todomenos azarosa) de los tomos espirituales. A su vez, y complementariamente,si el modelo de laextensio decide sobre el diagnstico materialista de Demcritoy Epicuro, la interpretacin de Anaxgoras y Aristteles y de cuantos quieraaadirse en esta lista; por ejemplo, de los pitagricos o Platn se ve forzada aproducirse en el paradigma de una filosofa espiritualista, segn el modelo ahorade la cogitado. No es importante, claro est, a los efectos de lo que aqu pretendo,perseguir estas distribuciones hermenuticas. Lo que trato de sealar, y esto, en

    cambio, s me parece de la mayor importancia, es quematerialismo se opone entales distribuciones aesplritualismo; o, dicho de otro modo, que, en el plano delas negaciones, el sentido fuerte de esta conceptualizacin del materialismo es laexclusin de la substancia no extensa, donde la negativa a reconocer sucarcter de ente espiritual arrastra consigo la negativa a considerarlo com o sujetode producciones cualesquiera de una naturaleza autnoma. As considerado, elmaterialismo deviene, pues, una filosofa de objetos cuerpos, cosas . No hayexcepcin a la vigencia de las leyes mecnicas naturales. El sujeto inmaterialpensante ha de ser concebido, l tambin, por referencia a las otras realidades,como un objeto material ms; y su presunta autonoma (sa en la que Pascalcifraba la libertad y la moralidad) slo puede interpretarse entonces como laexpresin de sus leyes mecnicas propias.

    A propsito de esta forma de materialismo, sorprende, desde luego, suextrao destino histrico. Pues, si bien es cierto que se ha mostrado firme ensu condicin de categora historiogrfica relevante (hasta el punto, como antendremos que ver, de auto-proyectarse tambin, reproductivamente, sobre elconjunto de la historia moderna), en cambio, como doctrina, hay que advertirque en una buena m edida slo ha podido justificarse sobre la base del mantenimiento anacrnico (y muchas veces inconsciente) del esquema de la escisincartesiana de las substancias, entendido como nico paradigma explicativo

    posible. O por decirlo de otra manera: que slo ha permanecido, en realidad,como consecuencia de su polmica con el esplritualismo y no como resultado

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    de motivaciones que derivasen del desarrollo de la ontologa. Lo cual esimportante para comprender la razn de que tal materialismo haya ocupado unpuesto tan deslucido en la historia de las Ideas filosficas, sin necesidad de

    acudir a las interpretaciones conspiratorias con que algunos historiadores seobstinan en calentarse la cabeza.Y es que, en efecto, la prolongacin de esta metafsica materialista, a la que

    de algn modo fijaron como modelode pensamiento las expeditivas cosmovisionesvulgares del cientismo y el naturalismo de la Ilustracin francesa, hall unanueva oportunidad con motivo de los debates que tuvieron lugar en el Congresode Gottingen de 1854, germen de la clebre disputa del materialismo, quems bien fue una disputa sobre el esplritualismo y de la que se me permitir quediga que ofrece todas las trazas de un tpico enredo alemn. En las sesiones dedicho Congreso, un tal Rudolf Wagner, a quien los presentes en esta sala nodeben preocuparse de no haber odo en sus vidas pues tampoco la historia haguardado apenas su memoria, ley una ponencia tituladaMenschenschpfnungund Seelensubstanz, en la que, al amparo de un lenguaje pretendidamentefilosfico, por lo dems empedrado de trminos propios de las ciencias naturales, vena a reproducir, apenas remozadas, las vetustas ideas de la teologaevangelista a propsito de la creacin del hombre y la sustancia alma. A estaponencia respondi, lleno de clera, otro pensador, que sin duda sera tanconocido como el precedente, si no fuera porque Marx dedic todo un gruesolibro a hacer su crtica. Me refiero a Karl Vogt y a su ponenciaKhlerglaubeund Wissenschaft, cuyo mayor acierto fue precisamente poner en circulacinesta metfora, muy popular hasta hoy: fe de carbonero. La tesis de Vogt se

    centraba, contra Wagner, en la recuperacin de un modelo explicativo de cortemecanicista, cuya nica preocupacin vena a ser, consecuentemente, la dehacer notar que los pensamientos eran reducibles a fenmenos materiales o, pordecirlo con sus propias palabras, que entre ellos y el cerebro haba la mismarelacin que entre la bilis y el hgado o entre la orina y los rones. Ahora bien,dejando de lado la simpleza de sta o de otras frmulas semejantes (ciertamenteextemporneas, como luego veremos, en el horizonte del pensamiento de supoca), lo importante es percibir que su polo de referencia era exclusivamentela negacin de las almas, con clara desatencin a la problemtica nicarelevante ya de las producciones sociales e histricas de la razn. No esextrao, pues, que, aunque por otros motivos, Marx tildase de ignorante ypequeoburguesa esta metafsica materialista del esforzado Vogt.

    En rigor, el materialismo metafsico del s. XIX, cuyos representantes enAlem ania, adem s del Karl Vogt de marras y de su sobrino Gustav Vogt, fueronLudwig B chner, Jakob M oleschott, o el ms famoso de todos, Em st H aeckel,cumpli un papel que no puede despreciarse: se opuso a la tradicin de lateologa luterana, que, dominante en los mbitos universitarios igual que ocurri con el escolasticismo espaol en la poca de Franco (y luego veremos queesta mencin no se hace aqu sin consecuencias) serva de freno a la libertadde pensamiento en Alemania. Siendo la mayora de estos autores cientficosprofesionales de reconocido prestigio, esta contribucin a la libertad de pensa-

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    miento se tradujo, por otra parte, en la introduccin en esferas sociales cada vezms amplias de un inters por los resultados de la investigacin cientficareciente, que, a corto plazo, permiti superar el esplndido aislamiento en queel romanticismo (bien que por un periodo muy breve) haba colocado a lafilosofa europea. Y no puede olvidarse, en fin, que el propio desarrollo de laciencia, en su necesidad de apelar a principios cada vez ms comprehensivos,fomentaba la extrapolacin de visiones fsicas y biolgicas generales, con cuyoconcurso pareca cumplirse el sueo comtiano de acabar con la minora de edadfilosfica de los hombres para dar paso a la plenitud del estadio cientfico.

    Todas estas circunstancias explican, pues, la prolongacin del m aterialismomecanicista a lo largo del s. XIX y, desde luego, nada se halla ms lejos de mipropsito que hacer de su justificacin histrica objeto de caricatura. Sinembargo, y a pesar de ello, la verdad es que el ncleo de esta forma dematerialismo se basaba en una simple tcnica de transliteracin de tesis cien-tficas, que ni aada nada esencialmente novedoso al materialismo del s. XVII,ni superaba de hecho el recurso a la escisin cartesiana como base nica de suargumentacin filosfica. En el orden de los principios mximamentecomprehensivos, a que acabo de referirme, el que ofreci ms posibilidadespara esta tcnica de simple transliteracin fue el principio de conservacin dela energa, cuya aplicacin por Bchner a los fenmenos de la conciencia hacaposible interpretar stos como transformaciones del dinamismo de la materiacorporal, al modo como la mquina de vapor transforma el carbn en movi-miento. Tambin Moleschott aplic este mismo principio, anejo ahora a unadoctrina de las funciones transformadoras, lo que le llevaba a proponer unacorrelacin estricta entre, por ejemplo, la calidad de las materias aportadas alcerebro por medio de la funcin alimenticia y la clase de pensamientosnobles o ruines de que son capaces los hombres. Con stos y otrosexpedientes anlogos el materialismo del s. XIX buscaba completar, en suma,el programa m aterialista, proporcionando enunciados concretos de leyes m ec-nicas en que pudiesen subsumirse los fenmenos particulares tenidos comopropios del espritu. Sin embargo, para dar culminacin a esa tarea, an eranecesario contar con el aditamento de una teora sistemtica que hiciese posibleponer en relacin la totalidad de los fenmenos dentro de un marco explicativonico.Y tal aditamento fue como se sabey, al menos, enla forma paradigmtica

    en que lo present H aeckel el de un darwinismo ampliado en sus d ispositivosverificacionales, por el que la absorcin de las almas en modos particulares delcomportamiento de los cuerpos hallaba por fin su imagen cientfica pertinenteen la comprensin de la historia humana como un episodio del proceso generalevolutivo de la Naturaleza. El materialismo se declaraba asmonista, por cuantono requera de ninguna dualidad para explicar los fenmenos sociales y cultu-rales. Y, por su parte, ello permita concluir en la configuracin cosm olgicade una Naturaleza investida de los atributos de Dios, en la que materiay energaservan para explicarlo todo y ellas mismas se identificaban finalmente, de unmodo inevitable, en la expresin de su desarrollo mximo. (Una cosmovisin

    sta, dicho sea de paso, que Haeckel atribuy a Spinoza, dando con ello inicio

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    a una hermenusis spinoziona de talante materialista, que despus han reela-borado de diversas m aneras Althusser y otros historiadores de n uestro tiempo).

    Naturalmente, no puedo entretenerme aqu en pasar revista a los puntosdbiles que engendra una posicin como la que acabo de presentar ni a seguirtampoco los sinuosos y no siempre interesantes debates que suscit en laprctica. Por centrarme slo en un punto, al que tendremos que volver luego,bastar con sealar que, aparte del carcter mitolgico y, en todo caso, dogmtico que tiene la suposicin de que la conversa del dualismo es siempre ynecesariamente el monismo (no, como not Nietzsche, un pluralismo de msamplia base), lo cierto es que, con la afirmacin de las referidas tesis, niquedaba criterio alguno para comprender las diferencias entre culturas lascuales deban reducirse consecuentemente a diferencias slo de medio, nitampoco caba ya pensar en ningn control de la historia que pudiera estarpuesto al margen del determinismo natural o que implicase una instanciamodificadora de ste.

    Respecto de lo primero, la necesidad precisamente de encontrar explicaciones plausibles para la peculiaridad y heterogeneidades empricas de los fenmenos culturales llev a algunos discpulos de Haeckel, como W ilhem Ostwald,Gustav Ratzenhoffer o Heinrich Schmidt, a posiciones muy lejanas de las delmaestro y, en algunos casos, a tesis francamente pluralistas. Y en cuanto a lo

    segundo, el determinismo de un proceso evolutivo, forzado a integrar losconflictos sociales en el plano esttico de las leyes mecnicas de la Naturaleza,determin la recusacin de cuantos vean (y entre ellos no slo Marx) en estaforma de materialismo no otra cosa que una invitacin a la pasividad frente alas exigencias de la eman cipacin del hom bre. No hay que decir que todas estasdificultades afectaban lo mismo a planteamientos de teora cientfica que defilosofa moral. Pero, hablando propiamente, debe insistirse en que la raiz detodas ellas se hallaba en un p unto anterior al de tales planteamientos; a saber,como ya lo he dicho, en el carcter puramente antiespiritualista del materialismo considerado como tesis metafsica y en su incapacidad subsiguiente, pesea los aadidos del mon ismo y el evolucionismo, para ofrecer respuestas adecuadas a los problemas generados por las ciencias sociales e histricas.

    Y es que, ciertamente, si se piensa el m aterialismo en trm inos de la escisinde las substancias, entonces el monismo no hace ms que incurrir en unametbasis flagrante, pues to que de la negacin de toda diferencia en tre realidadmaterial y espiritual no se sigue no se halla en el mismo nivel la tesis dela reduccin ontolgica de la cultura a un fenmeno de la Naturaleza conformea leyes mecanicistas. Esto es lo fundamental y lo que resulta del aadidomonista sobre la interpretacin puramente mecnica del materialismo dels. XVII. Ahora bien, estametbasis no queda soldada por el concurso de lateora de la evolucin. En rigor, sta slo dice que la especie homb re o, ms

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    reductivamente, el pensamiento tiene una gnesisnatural; o sea, que, paracomprenderlo como mero posible, no es necesaria la introduccin de un Dioscolocado ms all de las fronteras de la Naturaleza ni tampoco la sustantividadde un ente puramente anmico. No dice, en cambio, en absoluto que la Raznno implante leyes distintas,y n o por ello no naturales, de las leyes mecnicasde los cuerpos. Para afirmar la asimilacin completa de stas y aqullas leyes,es decir, para salvar la methasis, hay que sostener, en realidad, una tesisdiferente: hay que sostener que la historia humana no puede ser pensada desdeniguna autonom a; o, dicho de otro modo, que hablar de autonoma en el m arcode las configuraciones histrico-culturales de la razn supondra aceptar tambin la Repblica de los Espritus, en que cobraba realidad la esfera de lacogitatio, puesto que am bas cosas son unay la mism a, firmemente identificadase indistinguibles para el anlisis cientfico. Esta es la esencia del malentendidoa que antes he hecho referencia y el origen, no tanto ya o no slo de la

    prolongacin como corriente filosfica del materialismo metafsico, cuanto desu necesidadde autoalimentarse a base de errneas proyecciones historigraficas,en las que las filosofas no materialistas en el sentido dicho qu edan uncidas,vaga y confusamente, al carro del esplritualismo. Pero, sobre todo, esta es laraiz de que el materialism o se muestre tan incapaz para afrontar la prob lemticade la cultura, puesto que, en definitiva, el materialista as considerado siemprede nuevo se ve en la necesidad de creer que, si no entiende las producciones dela razn como productos mecnicos segn las leyes de los cuerpos, entoncesdeber entenderlas como producciones de una sustancia anmica inmaterial,que l no puede admitir de ningn modo.

    As, pues, el materialismo metafsico parte de la identificacin aunquesea con intenciones recusatorias entre alma(Seele) y razn productora(espritu, Gest); y slo l lo hace, juntamente con la teologa cristiana o conalgunas derivaciones de sta y p ienso ahora en Ravaisson o en algunos testasingleses, como John Henry Newmann o James Martineau, cuyo pensamiento,tan crudo como el materialista, slo se hace explicable precisamente poroposicin a l. Por eso, el materialismo discute, en rigor, y aunque l mism o nolo sepa, exclusivamentecon la teolog a, noen el seno de la filosofa. Cierto quepara esta ltima, a la altura de la segunda mitad del s. XIX, sostener unplanteamiento redu ccionista y mecnico de la historia humana tena que resultar tan rechazable como para la teologa, aunquepor motivos distintos.Pero la

    conformidad en el rechazo no hace idnticos a quienes lo suscriben; y este esel fondo de la cuestin.

    Hasta aqu lo que me propona decir sobre la esencia del materialismometafsico mecan icista. Ahora bien, si la disputa del materialismo se hubieseagotado en su polmica con los fantasmas teolgicos de Alemania o, porextensin, de otras latitudes , ni yo me habra entretenido en narrarla, aun tan

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    someram ente com o lo he hech o, ni importara en verdad nada para el asunto quenos concierne. Sin em bargo, tal disputa result a la postre im portante, bien quepor un motivo im previsible. A saber: por la participacin en ella del ma rxismo;y en una forma adems que ha equivocado obstinadamente la naturaleza dealgunos problemas b sicos, prolongando con ello hasta nuestros das el gruesode los malentendidos.

    Me ocupar inmediatamente de este nivel del problema, que aclara, meparece, aspectos importantes de la situacin actual del materialismo filosfico(a partir, sobre todo, de su reelaboracin por Lenin y de su prolongacin comosistema en las presentaciones del Diam at). Creo imp ortante hacer notar que unode los motivos que dirigen la ontologa de Bueno y tambin uno de susmayores mritos es su esfuerzo por reorientar la problemtica materialista,ponindola al margen de esta tradicin metafsica, a la que l se enfrentavehem entemente desde posiciones no reduccionistas y no monistas. Pero, antes

    de examinar estos pun tos, es imp rescindible decir algunas palabras sob re lo quems arriba llam la segunda genealoga del materialismo y sobre su capitalcontribucin como elemento configurador de la problemtica ontolgica. Por-que, aun si es verdad que el origen de esta segunda forma de materialismo noest muy distanciado de la gnesis histrica del materialismo mecanicista, suconfiguracin filosfica se apoya, en camb io, sobre una doble toma de concien-cia, que slo cobra pleno sentido en el marco justamente de una crtica a esteltimo materialismo. Tal doble toma de conciencia se expresa,primero, en laasuncin plena, com o instancia de la reflexin, de un proceso histrico decisi-vo, que el materialismo m ecanicista mantiene, sin emb argo, tercamen te olvida-do; a saber: el proceso de rpida secularizacin y superacin de la temticafilosfica del sujeto entendido como sub stancia inextensa espiritual. Y,segun-do, en la necesidad subsiguiente de reinterpretar la escisin cartesiana en lostrminos de una escisin distinta, no metafsica, sino de consecuencias estricta-mente epistemolgicas.

    La primera de estas tomas de conciencia es de particular relevancia y seofrece como un hecho histrico inocultable. Sin duda, lacogitatio cartesianahaba encontrado su ms slido apoy o metafsico en su condicin desubstantia,en su naturaleza deres, de ente real. Desde este pun to de vista, su identificacincon el alma de la tradicin religiosa resultaba tan fcil como acorde con lasnecesidades de man tener para el sujeto pensante un mbito de responsabilidadmoral. Ahora bien, la desvinculacin de lacogitatio respecto del alma ensentido cristiano constituye un hecho que se constata desde muy pronto en lafilosofa del s. XVIII. Y el sentido ltimo de tal hecho es el de que,no porabandonar la imagen de un ente inextenso espiritual, se pierde la autonomaontolgica del sujeto de la cogitatio;o, dicho de otra manera, el de que ,privadala subjetividad de una sustantividad espiritual propia, no por ello es arrastradaal plano de los cuerpos y de las leyes mecnicas.

    Ciertam ente, la introduccin de lacogitatio en un orden de con sideracionestrascenden tales, tal como en los mrgenes de un programa sistemtico lo llevaa cabo Kant, significa, en rigor, esto que acabo de decir: la desviculacin del

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    orden del pensamiento respecto de todo espiritualismo. Por una parte, elindividuo particular, propietario presunto de cada alma, no es reclamado comosujeto transcendental (de lacogitatio), sino que permanece en toda hiptesiscomo sujeto emprico. Pero, por otra parte, los conceptos puros del entendi-miento, dice Kant, como se recordar, tienen un origenepigentico, resultadode una evolucin del gnero hum ano y no de otra ninguna fuente. Y todava porotra parte, en fin, el alma misma pasa a ser un postulado de la razn, y sloprecisamente en el ejercicio de su uso prctico. Todo se dirige a dejarconstancia, pues, de que la eliminacin como horizonte del espiritualismopresupone la ubicacin del pensam iento en un orden adecuadam entematerial,sin que ello signifique la adopcin del materialismo naturalista y mecanicistaen el sentido dicho. Y esto, que es ya de suyo cierto en relacin con la formay el desarrollo inmanente de la filosofa transcendental, lo es con mayor motivoen relacin con toda la Geistphilosophie, con toda la filosofa del Espritu

    a pesar del equvoco, del que ya me he hecho eco, que conlleva este vocabloen los lenguajes latinos, tal como esa filosofa se desenvuelve en Alemania.Parece poco d iscutible, desde luego, el que la nocin de Espritu, en cuanto

    que designa la racionalidad en general, no puede tener, ni de hecho tiene, otraconcrecin posible que, en el dominio subjetivo, la razn humana inmanente;y, en el dominio objetivo, las producciones sociales e histricas. Incluso elmbito del Espritu absoluto, que todava en Fichte aparece vacilante, esreabsorbido por Hegel en los trminos de la produccin de configuracionesmateriales concretas deBildungen bajo la forma de la religin, el arte y lafilosofa. En ninguna de estas frmulas se requiere el fundamento sustantivo de

    una entidad espiritual inextensa no es casual que la palabraSeele, alma, seevite con el mayor escrpulo . Y, al contrario, el hecho de que pueda hablarseautnomamente de producciones espirituales (de la razn), no quiere decir quese les reconozca otra base sustantiva como Dilthey y Husserl lo declaranmore explcito que la que resulta de la actividad cerebral psquica. Estomuestra, en fin, que la interpretacin de lo real sigue fundada en la escisin quesobre la mera cosicidad introduce la autonoma de lacogitatio una escisinque nom bran ahora, enrgicam ente, las nociones de yo y no yo ; pero lo quela escisin introduce aqu es ya slo una duplicidadontolgica, no, como en elsistema cartesiano (y en la teologa cristiana de la que toma su origen), una

    duplicidad asimismontica. En este plano, en el plano de lo ntico, no hay lugarms que al reconocimiento del horizonte material en que se sustancian tanto larazn com o sus producciones. Y , en rigor, en qu otro horizonte cabra ponersu realidad, su sustancia, toda vez que la consideracin del alma espiritualha quedado excluida del mbito filosfico? O por decirlode facto, qufilosofa a partir del s. XVIII entendiendo por filosofa aquellos constructosmeramente en los que de alguna forma se ha cumplido el desarrollo histricode las Ideas podra no calificarse de ma terialista, en el sentido de que hayapuesto como fundamento suyo al alma o a la sustancia individual inextensa?

    Cuanto acaba de decirse abona, as pues, la conclusin de que, con indepen-

    dencia de las creencias personales de los pensadores (lo cual es una cuestin

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    dist inta) , la sustantividad material de la f i losofa moderna se halla suficiente-mente asegurada . Es to quiere deci r y creo que ha l legado la hora de acabarcon a lgunos fantasmas tan per t inaces com o gra tu i tos que , una vez suspend ida

    la vigen cia de la escisin carte siana en su significacin ntica, ningu na f i losofahay, salvo las raras excepciones a que me he referido antes, que no seamaterial is ta en un sentido r iguroso. O por enunciarlo al contrario: que, s i sesi ta la descripcin metafi losfica en el nivel de sus referencias nticas, no hayninguna especi f ic idad para e l mater ia l i smo que no se hal le comprehendida desuyo en las diversas codificaciones de la ontologa moderna. Significa esto,pues, que el concepto de material ismo no introduce ninguna significacinque es la imagen de un s imple malentendido his tr ico? Pues b ien , a lcontrario. Es precisamente en este punto, que da ya por superada la escisincartesiana de las substancias y, con el la , del propio planteamiento metafsicodel problem a, dond e hay que si tuar la gne sis de lo que aq u he l lamad o segun daforma de material ismo y la propia especif icidad temtica de su formulacin.

    Para carac ter izar es ta segunda forma del mater ia l i smo ta l vez e l cam ino m scorto sea acudir a unas palabras muy conocidas del Prefacio a laCrtica de laeconoma poltica de Marx, que dicen lo que sigue:

    En el curso de la produccin que emprenden los hombres, stos se relacio-nan entre s de modos definidos e independientes de su voluntad. Estas relacio-nes de produccin corresponden a un estado determinado del desarrollo de suspoderes materiales de produccin. La suma de estas relaciones de produccinconstituye la estructura econmica de la sociedad el verdadero fundamentosobre el cual se edifican las superestructuras legales y polticas y al cual

    corresponden formas bien definidas de conciencia social. El modo de pro-duccin en la vida material determina el carcter general de los procesossociales, polticos y espirituales de la vida.

    En este plantea mie nto, el ma terial ism o no se da ya com o una tesis en el nivelde los objetos relat iva a los cuerpos y a sus leyes, sino en el nivel de laconsti tucin de los sujetos. Y esta es precisamente su novedad y lo que loenlaza, esta vez en sentido fuerte, con el pensamiento moderno. Pues no se trataahora de preguntarse por e l fundamento metaf s ico la rea l idad mater ia l detodo lo exis tente , y por ello tamb in de la subjetividad huma na; se trata, a lainversa , de par t ir de es ta l t ima, de recono cer e l h ia to ontolgico que propo ne

    a la reflexin y, desde tal hiato, de preguntarsepor la posibilidad de unentendimiento de la constitucin transcendental en sentido materialista. Elespl r i tua l i smo se desplaza as , com o se ve , y de hecho pasa a denotar m eram en-te una forma al ienada del pen sam iento : la forma o uno de sus elemen tosintegrantes de la al ienacin rel igiosa. Por lo mismo, se ofrece a la reflexinmaterial is ta, no como una tesis que hubiera que reducir a su contraria, s inocomo una creencia constituida com o una ideologa , en med io de o t ras de o t rac lase, cuya gnes is , en e l marco de aquel la const i tuc in t ranscendenta l , hayque desvelar. Y el di lema que tal consti tucin formula ahora consiste en decidirsi es la subjet ividad del hombre la estructura formal de la razn, no ningunasubstancia anmica inex tensa quien pone las condic iones de lo rea l m ediante

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    operaciones propias ligadas a la representacin, o si, por el contrario, son lasbases materiales preexistentes, que aparecen estructuradas en relaciones sociales objetivas y que Marx interpreta, como sabe, en el sentido de relaciones

    de produccin quienes determinan y constituyen a la subjetividad.Entindase bien que, en ambos casos, el objeto del dilema refiere ya igualmente al Geist, al Espritu, en su significacin material de configuracin histricaobjetivada. Esto es lo fundamental y lo que permite transcender el puro planteamiento metafsico de la cuestin. Porque, una vez sealado esto, el ncleo delasunto se centra en si el Espritu se debe considerar comola ma terializacin deuna idea al modo como el jardn de Versalles puede entenderse como lamaterializacin de un designio de Luis XIV , o, al revs, comola representa-cin histricamen te reflejadel estado material de las relaciones productivas y desu organizacin social correspondiente al modo, ahora, como el designio deLuis XIV y las ideas polticas y estticas que le subyacen pueden interpretarsecomo reflejo de las condiciones materiales,reales, de la organizacin de la vidaen la Francia del Gran Rey . Es bien claroque, para la alternativa que introducenestas dos respuestas posibles, la cuestin metafsica de la naturaleza de las almaso de la materia resulta, no ya improcedente, sino ninguna cuestin en realidad,puesto que lo nico inte-resante del jardn de Versalles, en este nivel que nosocupa y de todos los modos que se mire, es eso que acaba de enunciarse; o sea,su carcter deconfigu racin objetivada.Decir, pues, que el rosal de este extensoparterre que se extiende ante mis ojos se rige por las leyes de la sntesis de laclorofila estn pertinente o tan impertinente como decir que aspir su aroma laamante de Watteau. Lo que hay que responder es por qu est ah donde est y

    no unos metros ms cerca; qu lo ha hecho simtrico a ese arbusto de olorosasmagnolias; quin lo ha puesto al lado de ese Marte que furtivamente mira a laVenus del estanque... La cuestin que se decide aqu es si estas configura-cionesobjetivas, materiales, pueden tener otra fuente que la produccinideal que lasprecede (y que incluye tambin los planos de Le Notre y el acopio de m rmolesy plantas y el trabajo humano empleado), o si, a la inversa, esa produccin idealpuede ponerse al margen de las condiciones ligadas al sistema productivo mismode que se vale (y a la red de relaciones sociales que tal sistema instay al desarrollotecnolgico y a la cantidad de trabajo que quedan interesados en l). Esta ltimatesis, la de ^por decirlo con una frmula consagrada la produccin de laconciencia por la realidad, y no al contrario, constituye la sea de identidad delmaterialismo crtico, no metafsico, que ahora nos ocupa y al que la tradicinmarxista designa, precisamente para denotar su carcter superador de la metafsica, como m aterialismo histrico. Y a lo que se enfrenta ste no es ya a ningnesplritualismo ntico o ni siquiera gnoseolgico , sino alidealismo: el resultado ms importante y la ms slida conquista de la filosofa clsica alemana.

    Sin duda, la problemtica que inaugura esta oposicin entre idealismo y

    materialismo no contiene ya fuera tal vez de algunos detalles irrelevantes

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    ninguna anacrona, sino que comporta uno de los trazos ms gruesos, acaso elms de todos, de la historia de la filosofa moderna. Y, sin embargo, esto noquiere decir (tampoco ahora) que sea una oposicin clara o enteramentecogente, y ms bien, para legitimarla, incluso para comprenderla en rigor, sehan de precisar algunos problemas que la simple polarizacin temtica deja enobscuridad.

    Porque, en efecto, si el materialismo se plantea, como acabamos de ver,apelando a la frmula de produccin de la conciencia por la realidad, y no alcontra rio, el idealismo queda entonces significado por ese al contrario com ola produccin de la realidad por la conciencia. Pero esto no es verdad, o no loes, por lo menos, en el sentido de lo que para el materialismo significa aquproduccin de la subjetividad. En las palabras de Marx que he citado antes,esa produccin se entiende com o determinacin(Bestimmung)de los pro

    cesos sociales, polticos y espirituales de la vida. Pero el idealismo clsico nodice que la conciencia o la razn determine la realidad, sino en el sentidode que la configura (bilden), de que la inviste {belehnen, verlehein) de unoscaracteres en los que, y slo en ellos, adquiere objetividad. La diferencia en estenivel del problema es verdaderamente decisiva y debe comprenderse a fondosi se quieren evitar las confusiones. Para el materialista crtic o, en el sentido deltexto de Marx, la produccin de la subjetividad es una consecuencia histricadel estado en que se hallan los poderes materiales de la produccin y lasrelaciones que tal estado productivo engen dra. Pero para el idealista esto ltimo es decir, el estado y las relaciones de la produccinno es una consecuenciade la subjetividad, sino slo algo para cuya plena inteligibilidad se requiere laproyeccin de la subjetividad sobre lo real dado. En este esquema, la actividadde la razn (una potencia en ltima instancia material-biolgica) encuentra loreal csico y lo estructura segn formas que proceden de ella misma. Este esel sentido en que la razn deviene conciencia. Pero, a su vez, de la interpretacin que esa conciencia hace de esta sntesis o sea, de la autointerpretacinque la conciencia hace de s misma, en cuanto que en ella est lo dado y suforma ella, la conciencia, proyecta configuraciones de lo real, que sonideales en cuanto que responden a una representacin, pero tambinmaterialesen cuanto que organizan de un determinado modo la realidad. Y es esa doblecondicin ideal y material la que pone toda y la nica objetividad posible.

    Entre el materialismo y el idealismo, entendidos como extremos polarizadosde una oposicin, hay, pues, una importante disimetra que las meras presentaciones vulgares de ambas corrientes filosficas no alcanzan a penetrar. Elidealismo no es un antimaterialismo, sino una posicin que engloba, en unmarco ampliado de la constitucin transcendental, a lo real-material dado. Encambio, el materialismo s es un antiidealismo, puesto que considera a lasubjetividad nicamente como derivada, comoproducida. Dicho ms sumariamente: para el idealismo la realidad no es un reflejo de la conciencia; parael materialismo, la conciencia s es un reflejo de la realidad. Ahora bien, estadiferencia, o esta disimetra, es determinante para entender la esencia delmaterialismo contemporneo; tal vez quizs tambin para hacerse cargo

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    hasta donde esto es posible de su destino; y, en todo caso, como lo veremosinmediatamente, para comprender y analizar el contexto de reflexin de laontologa de G. Bueno . Pues es precisam ente en esa disimetra en donde hay que

    poner las razones de la reintroduccin del materialismo metafsico en elhorizonte del materialismo crtico marxista (aunque no, probablemente, conreferencia a la obra terica de Marx) y en donde, en todo caso, se hacenpalpables las lagunas y los problemas a que una ontologa materialista se tieneque enfrentar.

    Por lo que acabamos de ver, la produccin de configuraciones aparecedesdoblada, en efecto, dentro del programa idealista, en dos instancias que noslo pueden distinguirse, sino que son en s propia y esencialmente distintas(aunque se dan dentro de un mismo marco ontolgico). Una esla forma de laasuncin de lo real-dado por la conciencia, que tiene lugar mediante categoras

    ideales abstractas que la misma conciencia pone o que de ella resultan. Talescategoras comportan el universo del entendimiento transcendental kantiano ytambin sus construcciones racionales: el universo de la lgica, de las matemticas, de las estructuras lingsticas comunes (en el sentido saussuriano de lalangue). Segn el idealista, no hay en estas categoras y construcciones, antesde su aplicacin, ninguna realidad; pero tampoco hay realidad actual alguna quepueda configurarse sin ellas. Significan, pues, aun dentro de su naturalezaabstracta, verdaderas objetividades y, desde este punto de vista, unen ladoble condicin de ser por s vlidas umversalmente y, al mismo tiempo, defuncionar como requisitos de la posibilidad de cualesquiera configuracionesconcretas. Por su parte, la otra instancia es la de la configuracin misma,objetiva, de la realidad: la de la sntesis de idealidad y materialidad o la dela asuncin de la materialidad por la idealidad que responde a la autointerpre-tacin que de s hace la conciencia y que se plasma en constructos contingentes(histricos) reales.

    El idealismo reconoce, pues, dos planos en la configuracin:uno formal yotro objetivo; e incluso se califica a s mismo desde estas dos perspectivas,segn que cargue el acento sobre una u otra de ellas. Pero el materialismo, enla presentacin que de l hace Marx, repudia esta duplicidad temtica. Todo seconsuma aqu en el plano de la produccin de la subjetividad por la realidad

    material preexistente. Marx no se pregunta, que yo sepa, y tampoco pareceinteresarle la cuestin, cul es entonces el estatuto que otorga validez a lasca tego ras/o rm a/ej desde las que los enunciados cientficos se demarcan de losenunciados ideolgicos. M s bien al contrario, parece mostrarse crtico de esteplanteamiento y remitir otra vez el problema a la produccin concreta de unaconciencia conc reta: la conciencia de clase y sus proyecciones prcticas. Ahorabien, al margen de las matizaciones que esto ltimo requiriese hacer (es decir,al margen de todo esfuerzo por caracterizar el modelo epistemolgico quepuede legitimar tal posicin y que ha sido objeto de frecuentes debates), parael asunto que ahora nos ocupa resulta histricamente indiscutible que es a lacarenc ia de lo que podra llamarse una ontologa crtico-materialista del un iverso de \& ^ formas y a la disimetra que tal carencia introduce en relacin con

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    el idealismo a lo que responde la reintroduccin del materialismo metafsico,en la forma en que se halla ya, creo, realizada en Engels y en que de hecho seda en los tericos de la II Internacional y en el (al menos) Lenin deMateria-lismo y empiriocriticismo.

    El ncleo del asunto se reduce a lo que sigue. Puesto que, en los trminosde la produccin de la subjetividad, la conciencia siempre es determ inada, deella no pueden proceder las objetividades formales contenidas en las abstracciones; pero, a la vez, puesto que tales objetividades formales no puedeninterpretarse asimismo como configuraciones histricas concretas, sino quereclaman un campo de validez universal no contingente, tampoco es posible queprocedan de los mutables sistemas productivos en que queda aprehendidomaterialmente lo real-fenomnico. Importa mucho com prender que el planteamiento de este problema no es en modo alguno secundario a la reflexin

    materialista, sino que afecta directamente al campo de legitimacin del uso desus categoras tericas. Ahora bien, resuelto a afrontar tal problema, el marxismo introduce dos aadidos fundamentales al contexto explicativo de la produccin de la subjetividad. E l primero es que el anlisis de la realidad fenomnica,en cuanto que sta es descrita adecuadamenmte por el materialismo histrico,tiene que estar fundamentado sobre la base del reconocimien to de la existenciade una materia genrica real anterior a los fenmenos o, al men os, dada conellos que garantice la validez referencial de las categoras implicadas endicho anlisis. Las objetividades formales (del tipo, por ejemplo, de las leyesde la dialctica), no pudiendo proceder de la subjetividad ni de ninguno de losestados materiales objetivados, derivarn as de la realidad misma, a la quehabr que entender entonces como conjunto absoluto, no fenomnico, de lamateria. En cuanto al otro aadido no es m s que un corolario de ste. Pues, enefecto, una vez excluida la constitucin transcendental subjetiva, las categorasde la explicacin y, positivamente, el mbito entero de las objetividadesformales no cabe ya que sean nada distinto en su esencia de aquella m ateriageneral, de modo que slo pueden ser pensadas com o propiedades inm anentes,al mismo tiempo que como categoras cientficas, de la realidad m aterial. Estosdos aadidos comportan el campo terico que el marxismo engloba bajo elrtulo de materialismo dialctico. Por su parte, tal campo terico completael programa del materialismo histrico, y en una forma adems que presupone entre ambos una relacin de fundante/fundado. Pero con ello, a su vez, elmaterialismo desborda los lmites del planteamiento crtico para extender sureflexin a un contexto de cuestiones sobre la naturaleza de la materia y susleyes propias que precisamente excluyen de su tratamiento el control de laobjetividad estructurado en el materialismo histrico.

    Es ciertamente dudoso lo he sugerido antes que esta ampliacin odesbordamiento del materialismo crtico pueda legitimarse en el pensamientomarxiano; incluso podra decirse, como lo afirma contundentemente A. Schmidt(cf. El concepto de materia en Marx,Mxico, 1977, pg. 197), que el materialismo dialctico se puede exam inar sin referirse p ara nada a la obra de Marx.

    En rigor, para este ltimo la materia no interviene nunca inmediatamente en

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    tanto que realidad de la naturaleza fsica, sino mediatamente, a travs decategoras sociales, en tanto que elemento quedetermina el proceso real de laproduccin, entendido como proceso material (no ideal) de la accin produc-

    tiva del hombre en y con la naturaleza. Dicho de otro modo: no hay en Marxninguna dialctica de la naturaleza, a propsito de la cual apenas podranencontrarse en l ms que algunas vagas aquiescencias, bien poco comprome-tidas por cierto, a los trabajos tericos de Engels. En cambio, no creo que puedadiscutirse que la referida ampliacin del materialismo histrico y precisa-mente por razones que afectan a la necesidad de fundamentacin del aparatocategorial marxiano se presenta ya como un hecho en los grandes textos deEngels, bajo la forma de unsistema global que auna el anlisis de la naturalezay de la sociedad en el marco de una concepcin generalizadora de la materia.

    Ahora bien, es justamente aqu donde comienza el malentendido a que merefera antes y sobre el que se ha prolongado, a travs de la filosofa marxista,el debate sobre el materialismo metafsico y sus implicaciones. Las palabrassolemnes de la Introduccin delAnti-Dhring se instalan decididamente en elproblema de la legitimacin de las categoras explicativas; pero el punto departida es ya la identificacin de las objetividades formales con propiedadesinmanentes de la realidad natural. La naturaleza escribe Engels es lapiedra de toque de la dialctica; para sealar despus que la dialctica es laciencia de las leyes generales del movimiento y de la evolucin de la naturaleza,de la sociedad humana y del pensamiento, por manera que comprende lascosas y las imgenes conceptuales de ellas en sus relaciones, su encadenamien-to , movimiento, nacimiento y desaparicin (Cf.Anti-Dring, Introd.; BuenosAires, 1967, pg. 30). Considerado as el problema, queda claro que materia-lismo es, de nuevo, una tesis sobre la naturaleza; que tal tesis reduce todos losfenmenos (incluidos los histricos y, desde luego, los del pensamiento) afenmenos de esa naturaleza material; y que las categoras exp licativas de todoslos procesos englobados en esa nica sustantividad matrica constituyen leyesy mecanismos comportamentales de ella. El cuadro, ya suficientemente monista,se completa, segn se sabe, con una entusiasta aceptacin del evolucionismo deDarwin (explcito en la inacabada Dialctica de la naturaleza y ms queimplcito en El origen de la familia, de 1884, que toma como base de susafirmaciones la antropologa de Morgan) y con una transformacin anloga del

    materialismo histrico en un economicismo determinista (que halla su mscabal expresin en el prlogo de 1895 aLa lucha de clases en Francia, que es,si no me equivoco, la fuente principal, junto alAnti-Dhring, de las sistematizacionesya francamente mecanicistas de Kautsky).

    Engels no es Haeckel ms dialctica. Kautsky, centrado en los problemasdel materialismo histrico y en el empeo de hallar un espacio a la praxispoltica del proletariado, probablemente tampoco. Pero el Lenin deMaterialismo y empiriocriticismo (y sin que esto prejuzgue en absoluto si el otro Lenin,el de los Cuadernos filosficos, sigue siendo el mismo o es realmente otro), elLenin, pues, de la teora del reflejo entendida como propiedad esencial de la

    materia; del materialismo presentado como afirmacin de que la teora es un

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    calco o copia de la realidad objetiva; y de las leyes de la dialctica interpretadas como leyes reales de la evolucin de la naturaleza, la sociedad y elpensamiento, ese Lenin s es seguramente Haeckel ms dialctica: la consu

    macin del malentendido d el materialismo m etafsico, del que elDiamat, mscomplejo sin duda en sus opciones tericas de lo que suele reconocerse, toma,con todo, el sesgo general de su homognea sistematizacin terica.

    Se me disculpar el que hasta ahora, y salvo por pequeas intercalacionesdispe rsas, no me haya referido an a lo que es el objeto de esta charla; es decir,al examen de las propuestas ontolgicas de G. B ueno, tal como stas aparecenrazonadas en susEnsayos materialistas. No tengo de ello ningn remordimiento , sin embargo. Ante todo, porque se trataba de mostrar que la reflexin deBueno presupone una rigurosa toma de conciencia de los problemas insertos enla tradicin del materialismo, y particularmente he aqu el sentido de misintercalaciones de aquellos puntos que han resultado cruciales para su desarrollo histrico. Pero, ms an, porque esa toma de conciencia es adems, enel caso de Bueno, completa, enciclopdica: se perfila sobre una presencia de lahistoria ntegrade la ontologa, a la que l se propone absorber, aunsi problemticamen te, en un sistema de categorizaciones ma terialistas, cuya trama y presupuestos histricos era, por ello mismo, necesario desvelar.

    Esta presuncin de la filosofa de Bueno es muy importante y, pese a queyo no lo har aqu, habra que examinarla en rigor, puesto que sobre ella osea, sobre la absorcin posible de todas las posiciones ontolgicas generadasa lo largo de la historia (incluso de las que se m anifiestan como crticas de laontologa) en el marco de unas categorizaciones, que traducen un funcionamiento m aterial-transcendental especfico de la conciencia y de las que resultanunos tipos o unas alternativas estables para el pensamiento sobre estapresuncin, digo, construye Bueno una suerte de criterio de verificacinhistrica de su teora, cuyo anlisis vendra a arrojar, efectivamente, muchaluz sobre los trasfondos hermenuticos de esta ltima. Pero, dejando esto almargen, lo que semejante presuncin muestra meramente como, por lo

    dem s, sabe todo el que se haya acercado a la obra de Bueno es que el aspectohistoriogrfico ocupa un lugar destacado y cumple un papel fundamental en laarquitectura de los Ensayos materialistas. Ahora bien, por la misma razn,ellos, los Ensayos, tienen que ser puestos tambin en el marco de una de esasalternativas del pensamiento en la alternativa materialista, como es obviocuyo modelo funciona, as, de una doble manera: intrasistemticamente, entanto que propuesta histrica de contenidos siempre revisables; y ontolgi-cam ente, en tanto que teora a la que le es obligado probar su verdad. En ambossentidos, en el histrico y en el sistemtico, losEnsayos slo cobran suverdadera significacin sobre la base de su potencia para asumir y superar entrminos veritativos la tradicin materialista. Y si esto justifica otra vez el

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    disciplina crtica (pg. 37 ). Es, pue s, sta, la disciplina crtica, acadmica, laque pone la forma de sistema, la formaescolstica de arquitectura racional, enla que las distintas y diversificadas informaciones procedentes del conocimiento mundano, en todo caso nico legislador de la razn, halla su lugarpropio de anlisis y es obligado a depurar sus componentes mitolgicos y aestructurarse segn principios y conexiones ideales. Y es para esta operacinde distanciamiento respecto de los contenidos mu ndanos nicos susceptiblesde proporcionar verdades, pero verdades siempre revisables y acumulablespara lo que Bueno reserva un concepto fuerte, pero acadmico, de verdad, queno puede ya distinguirse del programa y de la efectiva construccin de laontologa verdadera.

    Todas estas consideraciones califican muy bien, en fin, en qu consiste elproyecto o ntolgico de Bu eno. Si nos acogemos, para describirlo, a la duplicidad de objetivos dados por Aristteles segn tradicionalme nte se entiendea la metafsica, la ontologa de B ueno se desarrolla, no en el plano del exam ende la realidad (o de las realidades), sino en el plano del anlisis de losprincipios ms generales acerca de la estructura de la realidad. En el primerode estos plano s, todo el conoc imiento co rresponde a las ciencias; o, si no, casode que la realidad se tome com o algo ntica, sustantivamente existente, devieneuna cualquiera de las variadas formas de la metafsica m onista. Por el contrario,en el segundo de los planos considerados, la cuestin pasa a ser la de laconstitucin de la realidad segn principios, conforme a los planteamientosde que ya he dado cuenta m s arriba. Al situar en este plano su reflexin. Buenocoloca su proyecto ontolgico (al que, por lo mismo, quiere excluir de toda

    pregnanc ia metafsica) en una lnea historiogrfica concreta: busca, en efecto,fundamentar una filosofa materialista crtica dentro del mbito de la filosofacrtico-transcendental, de Kant en adelante. Pero, sobre todo, con ello superatambin de un golpe (o, al menos, as lo pretende) el conjunto de problemas yequvoco s que introduce en el m aterialismo la perspectiva ntica de anlisis, talcomo realmente hemos visto que acaece, sea en los modelos del materialismometafsico, sea en las diversas sistematizaciones marxistas del materialismodialctico.

    Por lo dems, esta posicin de Bueno incluye tambin consecuencias parael problema de la demarcacin de la ontologa. De una parte, segn se despren

    de de lo que acabo de decir, la eleccin de una perspectiva crtica suponeenfrentarse a las posiciones marxistas ms tradicionales delDiamat, para lasque condicionar el problema de la realidad de la materia a un problemaantecedente sobre la constitucin del conocimiento constituye una desviacinescptica e idealista en la teora. Este enfrentamiento es riguroso, por ms quecosa extraa en los pensadores occidentales, que repudian siempre condemasiada premura, tomndolo por un bloque compacto, todo lo que viene deleste se manifiesta de un modo que busca siempre com prender sus razones yasimilar sus discursos. De todas maneras, y a cambio de este enfrentamiento,la perspectiva crtica elegida lo es en forma tal que no renuncia, por ser crticadel conocim iento, a ser, en todo caso, del conocimiento-de-la-realidad. En este

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    sentido, la ontologa de Bueno se demarca, pues, no ya slo de las posicionesestrictamente neopositivistas, que tienen a las preguntas ontolgicas por intiles (por extemas a cualquier marco terico determinado, por emplear laexpresin de Camap), sino tambin de todas las posiciones analticas engeneral, incluidas aqullas que, como en el caso de Quine, reservan un papela los problemas que suscita la ontologa, pero siempre y slo en el planointradiscursivo de las condiciones de referencia (o condiciones semnticas) delos lenguajes. Y asimismo se demarca, en fin, de las corrientes fenom enolgicas,que segn la consideracin de Bueno, que no provocar seguramente elacuerdo de los exgetas de Husserl se interesan en una ontologa formal, parala que la comprensin del cam po de lo que realmente hay, estructurado segnsu materialidad en regiones ontolgicas determinadas, depende de la previacomprensin de un campo de esencias formales generalsimas, consideradaspositivamente como transfondo ltimo y fundamento universal de la organizacin de lo ntico.

    Visto a la luz de estas dem arcaciones, el de G. Bueno constituye, en sum a,un proyecto que, desde un punto de vista, pretende recuperar la concepcintradicional de la ontologa com o reflexin sobre el estatuto de las realidades entanto que transcendentes al lenguaje. Ello lo hace en el marco de una perspectiva transcendental-crtica, que recusa tanto cualquier sustantivismo (y, entreellos, tambin el sustantivismo materialista) como igualmente toda forma deesencialismo. Y esto, a su vez, dentro de un horizonte marxista de anlisis, quetoma conciencia ciertamente de la necesidad de reelaborar el eje de conexinentre el materialismo histrico y el materialismo dialctico, pero que no

    por ello deja de comprender la obligacin en que el primero se halla, segnhemos analizado, de contar para la fundamentacin de sus categoras con elexamen de los problemas ontolgicos que formula el segundo. Es en estascoordenadas donde hay que poner, me parece, la concepcin que Bueno tienedel materialismo y donde, por referencia a ste, hay que situar su proyectode ontologa. Cosas am bas a las que de un modo exclusivo (como ya anu nci),y aun as en trminos muy generales y a los efectos nicamente de plantearalgunas objeciones de fondo, voy a dedicar el resto de mi exposicin.

    Pues bien, para el anlisis de esa concepcin que Bueno nos ofrece delm aterialismo, su eleccin del punto de partida, por ms que presentado comopuramente instrumental y sujeto a la necesidad de una reexposicin ulterior, nodeja de causar sorpresa. Tal punto de partida consiste en atener la arquitecturaexpositiva de su ontologa su d ispositivoacadmico, por lo tanto al cuadrode las distribuciones ontolgicas deWolff. Esta eleccin conecta con el sentidoque Bueno otorga a la tarea ontolgica como tarea que siempre tiene lugarinmedias res. All donde no hay principio ni fin, sobre el fondo de la pluralidadno organizada ni armnica de lo real, que precede a las exposiciones tericas.

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    stas tienen que zam bullirse, por as decirlo, en cualquier punto y con cualquieraparato metdico, a la espera de que el avance del anlisis lleve a cabo lacorrespondiente ponderacin de los problemas. Desde este punto de vista, la

    clasificacin de Wolff le parece a Bueno particularmente til en la medida enque, al distinguir en tre una ontologa general, que trata del ser en cuanto ser,y una ontologa especial, que estudia los gneros especiales del ser, recogecon ello la totalidad de las cuestiones ontolgicas cualquiera que haya sidosu concrecin particular que han sido transitadas histricamente por laontologa. Y a esto hay que aadir adems el carcter escolstico, sistematiza-dor prima facie del universo ontolgico, que tiene la clasificacin de Wolff yque la hace muy provechosa a los efectos de una exposicin acadmica.

    Sin embargo, todas estas razones no suspenden enteramente la sorpresa.Pues la eleccin de las divisiones de Wolff presupone colocarse de antemanoen una perspectiva de anlisis justamente precrtica; es decir, segn la termi-nologa de Kant, dogmtica, en el sentido estricto con que el filsofo deKnigsberg califica a aquellas teoras que explican lo real deductivamente apartir de los principios de la matemtica. Ahora bien, no es lo importante aquque, con tal eleccin, parezca incumplirse el requisito crtico impuesto porBueno al anlisis ontolgico, dado que tal requisito est llamado a operar en elinterior mismo del anlisis desde el que ha de producirse la reexposicin de lasdivisiones de Wolff (o de cualesquiera que fuesen utilizadas)in med ias res. Loimportante es que, aun supuesta esta justificacin del planteamiento, las divi-siones de Wolff slo tienen sen tidosi subsisten en su perspectiva precrtica, desuerte que su reexposicin crtica o es imposible o tiene obligatoriamente que

    suspender la distincin entre una ontologa general y una ontologa espe-cial. A partir de tales divisiones , en todo caso, no resulta fcil comprender cules exactamente la nocin que Bueno ofrece de materia genrica, cuyafuncin crtica debe convivir, no obstante, con su necesidad de conservar unespacio de realidad no intradiscursiva, sino trascendente al pensamiento. Y tales, en resumen, mi objecin de fondo: la de que la convivencia de estos dosniveles de anlisis introduce, a mi parecer, aporas irresolubles, a cuya enun-ciacin voy a referirme ahora con algo ms de detalle.

    En la posicin de principio que adopta Bueno, Materia (M) sustituye aSer (pg. 50); y el anlisis ontolgico de esta nocin , presentada en su sentido

    mximamente general, constituye el objeto del primero de losEnsayos mate-

    rialistas. Sin embargo, las densas pginas que tratan este problema dejan en elaire la sospecha de que aquella substitucin es, en trminos ontolgicos, msaparente que real (o, dicho de otra manera, que nada tiene en su contra, peroque tampoco puede ofrecer nada a su favor). Todo el esfuerzo de Bueno sedirige a evitar como principio la afirmacin de la unicidad del ser, del ordeny de la armona universales y a colocar, en lugar suyo, la constancia de lapluralidad radical de los fenmenos y la inconmensurabilidad de los gnerosque discriminadamentelos recogen (o, como se dice ahora con inaudito barbarismo,los enclasan). Naturalmente, Bueno acta aqu con firme conciencia de lasaporas y m s que nada, de la anacronas que cualquier forma de monismo

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    introduce en la filosofa materialista, segn he consignado ya. Lo que trata deevitar, por tanto, es la postulacin de la existencia de o el recurso, decualquier clase que sea, a algo as como la materia , entend ida en un sentidopositivo y determinado. Pues, en efecto, un concepto semejante de materia nopodra proceder, ni de una abstraccin pacfica de los diversos significados yusos de materia (tal que suspendiese la inconmensurabilidad de los gneros),ni tampoco de la predicacin de alguna distincin ontolgica general (tal quemoviese a creer que la materia se corresponde con una realidad sustantiva trasde las materialidades concretas subsumibles en gneros determ inados, lo queno es tambin sino una abstraccin). Con ello queda claro que Bueno se haceperfectamente cargo como, por lo dems razonamore explcito de quetales planteamientos slo significan, en rigor, conversas del esplritualismo, enlos mismos trminos en que antes hemos razonado este problema; es decir queson traducciones metafsicas del esplritualismo (por ms que se revistan de unlenguaje materialista) en cuanto que presuponen la escisin de pensam iento yextensin, de cuya polaridad ntica slo se desprende el que cada una de estasnociones absorbe, siempre que niega la otra, la realidad ntegra de esta ltima.

    Con todo, estas precauciones y argumentos dejan intacta la pregunta porahora estrictamente acadmica de por qu materia en vez de ser. La nicarazn, creo, que aporta B ueno es que la idea de materia asegura la ya mentadapluralidad radical de los fenmenos (la materia, en efecto, espartes extrapartes), mientras que, al contrario, la idea de ser implica la umcidad: launicidad del orden y la armona universal que ese concepto postula, como selee en los Ensayos. As, pues, Bueno parece entender que hay una duplicidadde opciones ontolgicas, segn la cual materia significa pluralidad, y ser,en cambio, unicidad. Pero esto no es cierto en absoluto; ms an, esto slopuede afirmarse si se parte del concepto precrtico de ser en tanto queinstancia de ordeny armona reales, al modo, por ejemplo, como estas nocionesaparecen todava en Leibniz (y desde luego en Wolff). Y tal es ciertamente elprimero de los motivos por los que antes atribu importancia al hecho de queBueno eligiese com o punto de partida la divisin wolffiana de la ontologa. E staeleccin tiene consecuencias y no puede legitimarse en la necesidad de acom e-ter in medias res la temtica ontolgica; por el contrario, nos sita de lleno enel contexto de modelos sistemticos, en los que el orden y la armona que,desde el punto de vista crtico, son puestos por leyes u objetividades racionales(y que correspondera elaborar en M2 y M3, como luego veremos) resultanextrapolados acrticamente a la realidady desde all deducidos dogm ticamente(de donde dogmticamente pueden ser refutados) como si fueran (y por ello seafirma que no pueden ser) propiedades de lo real.

    Toda esta argumentacin permanece prisionera,a mi juicio, de un malentendidobsico. Y es que, en rigor, la idea de ser no introduce (no tiene por qu) ningunaunicidad y, por lo tanto, tampoco necesariamente ningn m onismo. Ante todo,habra que meditar sobre el hecho de que, incluso en el mbito de las ontologasprecrticas y de la proyeccin no condicionada de descripciones ontolgicassobre entidades reales, el modelo de launicidad el que podramos llamar

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    modelo platnico: un modelo cuya presencia en Bueno es siempre determinante no es el nico que la historia de la filosofa nos ofrece y que ms bien sehalla contrapesado por un modelo de lapluralidad real el modelo de los

    Metafsicas de Aristteles, segn se va perfilando poco a poco en la investigacin contempornea, al que diversas circunstancias histricas y, particularmen te, el peso de la tradicin cristiana han pretendido reducir obstinadamenteal prim ero, pero del que no dejamos de percibir las huellas en la obra de diversospensa dores. De todos m odos, y sea de esto lo que fuere, lo cierto y lo que nosinteresa consignar aqu es que, en todo caso, el modelo de la unicidad noreingresa en la filosofa moderna a travs de la idea de ser, sino a travs dede la unidad de la razn . Es sta, como no se ignora, quien prescribe en K ant,por medio de las categoras del entendim iento, las leyes de lanatura form aliterspectata, frente a la cual lanatura materialiter spectata aparece siempre yslo en el nivel de lo constituido. A p artir de este planteam iento, al ser no lecorreponde ya otra realidad que la propia delnomeno. Y, en rigor, permaneceya siempre (al menos, hasta la reformulacin del problema por Heidegger)sensu stricto fuera de la razn terica, puesto que la reintroduccin delnomeno,en Fichte y Hegel, tiene lugar por medio del Yo, no del ser.

    El sentido de estas referencias, por completo generales, es el siguiente.Todo el empeo de Bueno por oponerse a la idea de una idea de realidadarmoniosay clausa una ideade realidad dominada por unaarch: un cosmosse enuncia, desde la filosofa crtica, diciendo que el orden no es anterior a laintroduccin histrica del orden, o sea, a la aparicin del pensamiento considerado epigenticamente. Si Bueno habla, pues, de materia es porque quiereasignarle la funcin delnomeno: una funcin limitante y crtico-negativa,como en seguida vamos a ver. Pero entonces no slo no es necesaria lasubstitucin del ser por la materia, sino que, ms an , y hablando rigurosamente , ni siquiera es posible hacerlo desde el concepto de una materia genrica.Y ste me parece ser el punto crucial de la cuestin.

    Que Bueno piensa la materia genrica con los caracteres delnomeno, loprueban suficientemente los rasgos de su descripcin deM. El primero de elloses su crtica a la identificacin de materia con cualesquiera determinaciones y,particularmente (pues es el caso com n), con el corporesmo y su formulacinmetafsica a travs de las leyes necesarias deterministas inmanentes a loscuerpos. Bueno niega incluso, consciente de que esta tesis puede resultarescandalosa, el que sea precisa una representacin corprea de la materiaontolgico-general, representacin sta que, a su juicio, constituye slo (yentindase que, en este sentido, se autosatisface a s misma) una evidenciamun dana. Esto pone otra vez de manifiesto que la ontologa de Bueno parte dela superacin del dilema entre materialismo/espiritualismo; y ello a pesar de

    que se toma muchos trabajos intiles en desmontar la idea conversa de que la

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    desaparicindel corporesmopudiese abonar la afirmacin de ningn espiritualismo.(Por cierto que la obsesin por el espiritualismo tiene un carcter paradjico enBueno: cuanto menos la requiere, ms la somete a crtica; cuanto ms claramen

    te se le impone su no relevancia ontolgica, ms la persigue tercamente hastael punto de agrandar de un modo obtuso su significacin. Seguramente deberamos ver aqu un trazo primitivo del pensamiento de Bueno, quizs explicable,como en el caso, que antes cit, del materialismo alemn del s.XIX respecto dela teologa luterana, por el contexto polmico de la escolstica oficial y delclericalismo rampante de la Espaa franquista). Ahora bien, volviendo denuevo al asunto, lo que de la negacin de la corporeidad o de cualquier otradeterminacin positiva de la materia genrica se sigue propiamente, es sloque tal materia no pertenece al orden de los fenmenos. Pues la corporeidado el flujo de energa o lo que ms guste constituye lo que en la materia esobjeto de intuicin; es decir, la determinacin que podemos comunicar de lamateria, cuando de ella hablamos bajo las condiciones de su intuicin comocuerpo o flujo de energa, etc. Pero claro es que esto es decLxivo. Porque, enausencia de toda intuicin determinante enel nivel, porlo tanto, delnomenoslo es ya legtimo vaciar a la realidad (y por ello mismo, en su caso, a lamateria) de toda determinacin en absoluto: slo podemos referirnos a laentidad en general, al hecho de ser. A partir de aqu, nicamente el temorprecrtico a que tal entidad en general pudiera ser asim ilada al alma puede hacerpreferible hablar de materia. Pero es obvio que nada obliga a pensar en lostrminos precrticos de esta distincin.

    Por lo dems, el otro rasgo que prueba la condicinnoumnica de M es el

    carcter que Bueno le asigna como instancia negativa y limitante, es decir,crtica. La idea rectora que se persigue aqu es la de evitar cualquier cancelacin del entendimiento de la realidad por ninguna explicacin unvoca, supuesto que ninguna teora puede absorber la totalidad material entendida comopluralidad inagotable. Es lo mismo que decir que elnomeno queda siemprems all de las categorizaciones racionales, como un lmite absoluto delconocimiento. Ahora bien, tal lmite slo tiene lugar en la medida en que elnomeno carece de toda determinacin y en ese sentido es como ejerce sufuncin (puramente negativa) de impedir que cualquier sistema de determinaciones pueda ser identificado con la realidad. Bueno tiene que mantener estevalor negativo de la materia ontolgica general, que en rigor la asimila alnomeno; pues su misin es proponer a la ontologa la disolucin crtica(siquiera posible) de todos los sistemas recibidos mediante unregressus a lapluralidad indiscriminada. Sin embargo, insiste en hablar de materia, no denomeno, por un motivo que es bien distinto al de la funcin crtico-negativade M. Y es el de evitar, en todo caso, que elregressus no tenga final. O sea, quese disuelva en la nada, que precipite la ontologa por el abismo del nihilismo.

    Tamb in en este punto como mejor se comprenden las argumentaciones deBueno es por referencia a los contrarios que somete a disputa. Lo que nos dicees que carecer de toda determinacin es decir, constituir, como conocimiento , una negatividad pura no implica queM signifique negacin del conoci-

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    miento; o, dicho de otro modo, que no equivale a nada en el sentidoschopenhaueriano y nietscheano de afirmacin del irracionalismo. Este esahora, as pues, el centro del problema. Y si tal afirmacin puede evitarse esporque, en opinin de Buen o, elregressus crtico-negativo se halla, no obstan te,orientado por el progressus hacia lo que hay realmente; es decir, hacia losfenmenos, hacia las materialidades organizadas en los diversos gneros de laontologa especial. A esteprogressus lo llama Bueno, con metfora platnica,la vuelta a la caverna; y entiende que en la dialctica singular delregressus/progressus es donde toma cuerpo la prctica ms genuna de la concienciafilosfica. Sin em bargo, confieso que yo no puedo dejar de ver aqu una sutilpeticin de principio. Porque los fenmenos lo que hay estn puestos yade suyo slo por medio de las condiciones transcendentales del conocimiento,las cuales de ningn modo posible pueden servir de orientacin en el mbito

    noumnico de lo real. Lo nico que podemos decir aqu, otra vez, es que, si hayfenmenos, entonces haynomeno; o sea, que hay, en vez de que no hay; o quehay ser y no ms bien nada. Por el con