MAYO 2011 Sonetos completos de Rubén Darío · (Miguel Sánchez Lima, Fernando de Herrera,...

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Mayo 2011 EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO 1 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 27 MAYO 2011 Pocos investigadores del modernismo he co- nocido con un fervor tan sincero por el maes- tro nicaragüense, que se hayan entregado con la intensidad y devoción de Ricardo Llopesa a ese empeño de acercarnos la figura y el legado de un escritor tan imprescindible para el entendi- miento de la modernidad como lo fue y sigue siendo Rubén Darío. Nadie duda, a estas altu- ras, de que su obra supuso uno de los mayores revulsivos y una auténtica conmoción para la literatura contemporánea, no sólo de habla his- pana, cuyos efectos no se han terminado de ponderar a casi un siglo de su muerte. Pocos, digo, como él han dedicado tanto tiempo y es- fuerzo para hacer realidad ese sueño de conse- guir un corpus completo de la producción del gran maestro, pendiente al día de hoy por los «problemas de selección, modificaciones, correc- ciones, acuerdos y hasta desacuerdos» en el ca- mino, como refiere en la «Introducción» de su último trabajo; un regalo impagable para cuan- tos gozamos con todo lo que tiene que ver con el autor de Azul… y de Prosas profanas. Me re- fiero a la edición de los Sonetos completos, que ha publicado recientemente en la colección Visor (Madrid, 2010) y que reúne por primera vez la totalidad de los mismos (ciento cuarenta y dos), como un paso más hacia ese proyecto de con- seguir unas Poesías completas, que nos permitan conocer en toda su dimensión el verdadero al- cance de un magisterio que ya pocos pueden poner en cuestión. Poeta y estudioso de la poesía contemporá- nea, Ricardo Llopesa (Masaya, Nicaragua, 1948), vive en España desde 1965, y desde 1967 lo hace afincado en Valencia, en donde fundó la revista Ojuebuey, de largo recorrido (1984-2003), y en donde, más tarde, puso en marcha la Asocia- ción de Estudios Modernistas y el Instituto de Ediciones Modernistas. Desde su atalaya valen- ciana ha ido dando a conocer su obra lírica y narrativa y también numerosos artículos, ensa- yos y ediciones, en su gran mayoría relaciona- dos con el modernismo, los autores modernistas y, en particular, la figura y la obra de Rubén Darío, que han visto la luz en importantes re- vistas especializadas (Ínsula, La Estafeta Litera- ria, Cuadernos Americanos o Revista Hispánica Mo- derna, por citar sólo algunas de las tribunas más relevantes). Entre sus aportaciones al esclareci- miento de la herencia rubeniana destacan: Poe- sías inéditas (Madrid, Visor, 1988); Teatros. Artí- culos desconocidos sobre Sarah Bernhardt en Chile (Aitana, Altea, 1993; y Academia Nicaragüense de la Lengua, 2002), edición a la que dediqué en su día una amplia reseña; Poesías desconocidas completas (Aitana, Altea, 1994), en colaboración con los académicos José Jirón Terán y Jorge Eduardo Arellano; Prosas profanas (Colección Austral, Espasa-Calpe, 1998, 2002 y 2008); El canto errante (2006), Azul… (Universidad León- Nicaragua, 2008 y 2010; y Universidad de Alcalá, 2008), una Biblioteca Rubén Darío (8 volúmenes, Valencia, 1996), entre otras muchas, a las que Sonetos completos de Rubén Darío JOSÉ LUPIÁÑEZ hay que sumar ahora esta edición valiosísima de los Sonetos completos, con introducción, notas a los mismos, paradigma métrico y bibliografía selecta, que aplaudirán todos los amantes de la causa rubeniana. Son tres las razones a las que alude Llopesa en su «Introducción» para justificar su labor recopilatoria: en primer lugar dar noticia del fuerte componente innovador que Darío im- prime a la arquitectura clásica del soneto, pues- to que según sus palabras «el soneto deja de ser lo que era –una estructura de catorce versos endecasilábicos– para convertirse en otro soneto, distinto, con estructura de metros diferentes». En segundo lugar, porque el soneto para Rubén Darío se convierte en un campo de pruebas y «es motivo de la más audaz experimentación», en lo que atañe a su ductilidad lingüística y a los valores musicales que sabe extraer del verso. Y en tercer lugar porque será a partir del soneto cuando comience su particular ruptura con la tradición de varios siglos para «abrir las puertas de la modernidad del siglo XX, dando paso a las vanguardias». A partir de ahí, reflexiona bre- vemente sobre la práctica poética del soneto en nuestra lengua, desde la adaptación de los mo- delos petrarquistas, llevada a cabo en sus pri- meros intentos por el Marqués de Santillana y Boscán, hasta su consolidación con Garcilaso y repasa las consideraciones de algunos tratadistas (Miguel Sánchez Lima, Fernando de Herrera, Francisco Cascales, Ignacio de Luzán, el obis- po Juan de Caramuel, Sinibaldo de Mas) y de algunos casos que rompen con la estructura clá- sica, previos a la transformación que llevará a cabo Rubén Darío, «indiscutible definidor de los ritmos modernos», en palabras de Tomás Navarro Tomás. La doble relevancia del soneto en el caso es- pecífico del nicaragüense vendría dada, en una primera instancia, por el hecho de que es a par- tir de esta fórmula estrófica cuando se inicia «la renovación métrica que, posteriormente, se ex- tiende a toda la versificación», especialmente a partir de la segunda edición de Azul… (1890), con la incorporación de nueve sonetos «que lle- van el distintivo de su personalidad revolucio- naria» y, en segundo término, porque es tam- bién desde el soneto desde donde se propiciará el tránsito a la segunda etapa modernista, «al producirse un cambio en la temática, con ten- dencia a la interiorización», es decir, el poeta atempera la sonoridad y la rima para acometer una suerte de inmersión. Ya no se mostrará tan interesado en el decorado exterior, cuanto en el viaje hacia adentro, en la línea interior, incorpo- rando al poema «lo reflexivo y filosófico, y has- ta religioso, para ahondar en la conciencia del ser», lo que ocurre también con el añadido de la serie de sonetos agrupados bajo el epígrafe de «Las ánforas de Epicuro», en la segunda edi- ción de Prosas profanas (1901), sentando las ba- ses de la grandeza y el esplendor de Cantos de vida y esperanza (1905), una de las cotas más altas de toda su obra. Como ocurre con tantos otros capítulos de nuestra literatura, el modernismo se ha enseña- do tradicionalmente mal o simplemente se ha silenciado o ninguneado en muchas de nuestras escuelas y libros de texto. No es extraño com- probar todavía las viejas reticencias que devienen de la confrontación artificial del modernismo y la generación del 98, que han dado como resul- tado una lectura viciada o sesgada de su verda- dera realidad y del alcance de sus valores y apor- taciones. Ni tan infrecuente comprobar la lige- reza, con la que se ha despachado un periodo tan esencial de nuestras letras, cuando no el pavoroso secuestro de nombres y de obras o la caricatura intencionada de rasgos y característi- cas. La edición de estos Sonetos completos de Rubén Darío nos permite no sólo meditar so- bre algunas de estas cuestiones, sino llevar a cabo un viaje, sin salirnos de los márgenes del sone- to, a través de la práctica totalidad de la trayec- toria del poeta nicaragüense y comprobar, una vez más, hasta qué punto son inciertos tales prejuicios y prevenciones, y sobre todo el genio y la fuerza poética de una voz, sin la cual sería prácticamente imposible explicar los logros de nuestra literatura del siglo XX. En efecto, siguiendo un orden cronológico podemos repasar muchos de los grandes hitos del poeta de San Pedro de Metapa, desde el pri- mero de sus textos conocido, el soneto «La fe», que escribió con doce años, en enero de 1879, y que le abriría el camino para que, un año des- pués, vieran la luz sus composiciones más pre- coces, en el diario El Termómetro, de la ciudad de Rivas, hasta el último de la serie, su «Soneto Pascual», compuesto en Nueva York, en diciem- bre de 1914. El primero de ellos –«La fe»–, y las

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 1

PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 27 MAYO 2011

Pocos investigadores del modernismo he co-nocido con un fervor tan sincero por el maes-tro nicaragüense, que se hayan entregado con laintensidad y devoción de Ricardo Llopesa a eseempeño de acercarnos la figura y el legado deun escritor tan imprescindible para el entendi-miento de la modernidad como lo fue y siguesiendo Rubén Darío. Nadie duda, a estas altu-ras, de que su obra supuso uno de los mayoresrevulsivos y una auténtica conmoción para laliteratura contemporánea, no sólo de habla his-pana, cuyos efectos no se han terminado deponderar a casi un siglo de su muerte. Pocos,digo, como él han dedicado tanto tiempo y es-fuerzo para hacer realidad ese sueño de conse-guir un corpus completo de la producción delgran maestro, pendiente al día de hoy por los«problemas de selección, modificaciones, correc-ciones, acuerdos y hasta desacuerdos» en el ca-mino, como refiere en la «Introducción» de suúltimo trabajo; un regalo impagable para cuan-tos gozamos con todo lo que tiene que ver conel autor de Azul… y de Prosas profanas. Me re-fiero a la edición de los Sonetos completos, que hapublicado recientemente en la colección Visor(Madrid, 2010) y que reúne por primera vez latotalidad de los mismos (ciento cuarenta y dos),como un paso más hacia ese proyecto de con-seguir unas Poesías completas, que nos permitanconocer en toda su dimensión el verdadero al-cance de un magisterio que ya pocos puedenponer en cuestión.

Poeta y estudioso de la poesía contemporá-nea, Ricardo Llopesa (Masaya, Nicaragua, 1948),vive en España desde 1965, y desde 1967 lo haceafincado en Valencia, en donde fundó la revistaOjuebuey, de largo recorrido (1984-2003), y endonde, más tarde, puso en marcha la Asocia-ción de Estudios Modernistas y el Instituto deEdiciones Modernistas. Desde su atalaya valen-ciana ha ido dando a conocer su obra lírica ynarrativa y también numerosos artículos, ensa-yos y ediciones, en su gran mayoría relaciona-dos con el modernismo, los autores modernistasy, en particular, la figura y la obra de RubénDarío, que han visto la luz en importantes re-vistas especializadas (Ínsula, La Estafeta Litera-ria, Cuadernos Americanos o Revista Hispánica Mo-derna, por citar sólo algunas de las tribunas másrelevantes). Entre sus aportaciones al esclareci-miento de la herencia rubeniana destacan: Poe-sías inéditas (Madrid, Visor, 1988); Teatros. Artí-culos desconocidos sobre Sarah Bernhardt en Chile(Aitana, Altea, 1993; y Academia Nicaragüensede la Lengua, 2002), edición a la que dediquéen su día una amplia reseña; Poesías desconocidascompletas (Aitana, Altea, 1994), en colaboracióncon los académicos José Jirón Terán y JorgeEduardo Arellano; Prosas profanas (ColecciónAustral, Espasa-Calpe, 1998, 2002 y 2008); Elcanto errante (2006), Azul… (Universidad León-Nicaragua, 2008 y 2010; y Universidad de Alcalá,2008), una Biblioteca Rubén Darío (8 volúmenes,Valencia, 1996), entre otras muchas, a las que

Sonetos completos de Rubén Darío

JOSÉLUPIÁÑEZ

hay que sumar ahora esta edición valiosísimade los Sonetos completos, con introducción, notasa los mismos, paradigma métrico y bibliografíaselecta, que aplaudirán todos los amantes de lacausa rubeniana.

Son tres las razones a las que alude Llopesaen su «Introducción» para justificar su laborrecopilatoria: en primer lugar dar noticia delfuerte componente innovador que Darío im-prime a la arquitectura clásica del soneto, pues-to que según sus palabras «el soneto deja de serlo que era –una estructura de catorce versosendecasilábicos– para convertirse en otro soneto,distinto, con estructura de metros diferentes».En segundo lugar, porque el soneto para RubénDarío se convierte en un campo de pruebas y«es motivo de la más audaz experimentación»,en lo que atañe a su ductilidad lingüística y a losvalores musicales que sabe extraer del verso. Yen tercer lugar porque será a partir del sonetocuando comience su particular ruptura con latradición de varios siglos para «abrir las puertasde la modernidad del siglo XX, dando paso alas vanguardias». A partir de ahí, reflexiona bre-vemente sobre la práctica poética del soneto ennuestra lengua, desde la adaptación de los mo-delos petrarquistas, llevada a cabo en sus pri-meros intentos por el Marqués de Santillana yBoscán, hasta su consolidación con Garcilaso yrepasa las consideraciones de algunos tratadistas(Miguel Sánchez Lima, Fernando de Herrera,Francisco Cascales, Ignacio de Luzán, el obis-po Juan de Caramuel, Sinibaldo de Mas) y dealgunos casos que rompen con la estructura clá-sica, previos a la transformación que llevará acabo Rubén Darío, «indiscutible definidor delos ritmos modernos», en palabras de TomásNavarro Tomás.

La doble relevancia del soneto en el caso es-pecífico del nicaragüense vendría dada, en unaprimera instancia, por el hecho de que es a par-tir de esta fórmula estrófica cuando se inicia «larenovación métrica que, posteriormente, se ex-tiende a toda la versificación», especialmente apartir de la segunda edición de Azul… (1890),con la incorporación de nueve sonetos «que lle-van el distintivo de su personalidad revolucio-naria» y, en segundo término, porque es tam-bién desde el soneto desde donde se propiciaráel tránsito a la segunda etapa modernista, «alproducirse un cambio en la temática, con ten-dencia a la interiorización», es decir, el poetaatempera la sonoridad y la rima para acometeruna suerte de inmersión. Ya no se mostrará taninteresado en el decorado exterior, cuanto en elviaje hacia adentro, en la línea interior, incorpo-rando al poema «lo reflexivo y filosófico, y has-ta religioso, para ahondar en la conciencia delser», lo que ocurre también con el añadido de laserie de sonetos agrupados bajo el epígrafe de«Las ánforas de Epicuro», en la segunda edi-ción de Prosas profanas (1901), sentando las ba-ses de la grandeza y el esplendor de Cantos devida y esperanza (1905), una de las cotas más altasde toda su obra.

Como ocurre con tantos otros capítulos denuestra literatura, el modernismo se ha enseña-do tradicionalmente mal o simplemente se hasilenciado o ninguneado en muchas de nuestrasescuelas y libros de texto. No es extraño com-probar todavía las viejas reticencias que devienende la confrontación artificial del modernismo yla generación del 98, que han dado como resul-tado una lectura viciada o sesgada de su verda-dera realidad y del alcance de sus valores y apor-taciones. Ni tan infrecuente comprobar la lige-reza, con la que se ha despachado un periodotan esencial de nuestras letras, cuando no elpavoroso secuestro de nombres y de obras o lacaricatura intencionada de rasgos y característi-cas. La edición de estos Sonetos completos deRubén Darío nos permite no sólo meditar so-bre algunas de estas cuestiones, sino llevar a caboun viaje, sin salirnos de los márgenes del sone-to, a través de la práctica totalidad de la trayec-toria del poeta nicaragüense y comprobar, unavez más, hasta qué punto son inciertos talesprejuicios y prevenciones, y sobre todo el genioy la fuerza poética de una voz, sin la cual seríaprácticamente imposible explicar los logros denuestra literatura del siglo XX.

En efecto, siguiendo un orden cronológicopodemos repasar muchos de los grandes hitosdel poeta de San Pedro de Metapa, desde el pri-mero de sus textos conocido, el soneto «La fe»,que escribió con doce años, en enero de 1879, yque le abriría el camino para que, un año des-pués, vieran la luz sus composiciones más pre-coces, en el diario El Termómetro, de la ciudadde Rivas, hasta el último de la serie, su «SonetoPascual», compuesto en Nueva York, en diciem-bre de 1914. El primero de ellos –«La fe»–, y las

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Cultura/Poesía/Narrativa

otras muestras de su cuaderno Poesías y artículosen prosa, rescatado y editado por Fidel ColomaGonzález (Universidad Autónoma de Nicara-gua, 1967) darían pie a cierta notoriedad por suprematura maestría, con la que se ganó el so-brenombre de «poeta niño», que muchos utili-zaban para saludar la sorpresa de sus tempra-nas dotes. Y no es para menos si atendemos a laperfección formal y al dominio admirables delque hace gala el niño-genio:

En medio del abismo de la duda,lleno de oscuridad, de sombra vana,hay una estrella que reflejos mana…Sublime, sí, mas silenciosa, muda.Bajo sus rayos el dolor se escuda,alienta y guía a la conciencia humana,cuando el genio del mal con furia insanagolpéala feroz, con mano ruda.¿Esa estrella brotó del germen purode la humana creación? ¿Bajó del cieloa iluminar el porvenir oscuro?...¿A servir al que llora de consuelo?No sé; mas eso que a nuestra alma inflama,ya sabéis... ya sabéis... ¡La Fe se llama!

El último, su «Soneto Pascual» –recogido porVicente García Calderón en Poesías escogidas deRubén Darío (París, 1918)–, acorde con la épocaen que lo escribe, deja entrever ya esa pesadum-bre que lo embargó en sus últimos años, cuan-do el temor a la muerte se había apoderado deél y se había convertido en una constante obse-siva en su vida: y yo, en mi pobre burro, caminandohacia Egipto/ y sin la estrella ahora, muy lejos de Be-lén. En medio de ambos extremos, el itinerarioque, gracias a su sabiduría, nos permite gozarde ese despliegue de magia y sensibilidad; deesos alardes de destreza, imaginación, color,música, gracia y trascendencia con los que suposacar a la poesía española de la época, del estan-camiento mortecino en el que languidecía,

abriendo para todos las puertas a posibilidadesexpresivas hasta entonces insospechadas. Jugócon casi todos los metros conocidos, incorporóel eneasílabo y el dodecasílabo e impuso los rit-mos del alejandrino, sobre todo a partir de la etapaposterior a Azul..., dando carta de naturaleza aesa nueva armonía, sabedor de que «cada pala-bra tiene un alma» y de que «La música es sólode la idea, muchas veces» como él mismo afir-mara.

De los ciento cuarenta y dos sonetos –nos in-dica el editor– sólo cincuenta y cuatro se publi-caron en libros conocidos del poeta; el resto, esdecir, ochenta y ocho, fueron viendo la luz endiferentes publicaciones, que más tarde «fueronagregándose a Obras poéticas completas (1932) yPoesías completas (1952) en sucesivas reediciones».A este último grupo pertenecen los catorce queincluye Llopesa con motivo de esta edición, a laque añade notas a cada uno de cuantos integrantan completa panorámica sobre el origen, fuen-tes, lugar de impresión, personajes o situaciones

que los inspiran y otros datos y aclaracionestextuales de indudable interés, amén de un apar-tado específico sobre la métrica, estableciendoun utilísimo cuadro, en función del tipo deversos utilizado en cada una de las composi-ciones. Desde los inicios liberales yanticlericales, los homenajes a los grandes crea-dores hispanos, las composiciones de circuns-tancias más o menos sentidas a amigos, artis-tas y políticos, pasando por los temas amoro-sos y mitológicos, Grecia, Roma, los raros deFrancia, el exotismo, los asuntos americanistas,los grandes patriarcas del verso, la música, lareligión, la fe, la familia, la Literatura comopatria o destino, la Historia, la muerte, ningúntema le fue ajeno y a todos supo darle, desdela disciplina del soneto o a contracorriente deella, ese toque de grandeza, de novedad, demisterio y de locura que todavía sigue alimen-tando a cuantos sienten su obra como un mi-lagro prodigioso e irrepetible de nuestras le-tras.

EL POETA NICARAGÜENSE RUBÉN DARÍO

FCO. GILCRAVIOTTO

Inmaculadamente blanco, aunque tambiénexiste en la versión rosa, con las flores en for-ma de pequeños cascabeles, que, juguetones,se columpian sobre una ramita verde y ago-biada por el peso, el muguete o lirio de losvalles, es la planta porte bonheur, (es decir, por-tadora de felicidad), de Francia. Resulta im-posible precisar qué nos seduce más en estaflor: si la inmaculada blancura de sus casca-beles o el delicioso perfume que emana deellos. Dicen que el divino Apolo cubrió elsuelo del Parnaso con una alfombra de liriosde los valles para que las musas que lo se-guían, enamoraban y seducían, no se lastima-sen los pies. Esto nos indica la ascendenciamitológica de esta deliciosa planta que, se-gún las referencias de folcloristas e historia-dores, ya se hallaba presente en todas las ce-lebraciones paganas en honor a Dionisos, lomismo que en las de los celtas y ahora conti-núa en la inolvidable fiesta del primero demayo. Una de las pocas fiestas francesas en laque no hay ningún vínculo que la relacionecon las solemnidades del catolicismo, con losvaivenes de la política o las conmemoracio-

DEL LIBROINÉDITOORILLAS

DEL SENA

El lirio de los vallesnes de revoluciones, guerras y batallas. Quizáspor eso resulta tan entrañable.

Ese día, inolvidable y fascinador, en el quetodo el mundo está autorizado a vender estaplanta, niños y chicas en flor abordan a lasgentes en la calle para ofrecerles su ramita demuguete, portadora de felicidad; pero, por loque cuentan los entendidos, las ramas másmeritorias no son las que se compran en ave-nidas y plazas, sino las que se consiguen en elbosque y de éstas –algo casi imposible–, lasque llegan a las trece flores. Familias enterasdesplegadas por los bosques y arboledas quebordean el Sena, niños que corren y juegan,felicidad del instante que peina de hermosurael sol primaveral de los inicios de mayo. ¡He-donista alegría de vivir y gozar!

Ese día, si a uno se le ocurre visitar algunode los cementerios de cualquiera de los pue-blecitos de las riberas del río –Meulan,Hardricourt, Mezy, Juziers…–, verá que el li-rio de los valles también ha llegado hasta lastumbas de los muertos. Lo mismo ocurre conlos que ese primero de mayo se marchan parael otro mundo: entre las coronas que le acom-

pañan siempre irá alguna con el lirio de losvalles. Y es que los que se fueron de entrenosotros también tienen derecho a disfrutarde la felicidad que irradian los trececascabelitos de esta peregrina flor.

Pero, en medio de la profusión de tumbasornadas con la flor de la felicidad, siemprequeda alguna que no tiene su ramita de mu-guete, lo mismo que en el agobio de gentesque circulan por las calles, también van hom-bres y mujeres que no llevan su ramita defelicidad en el ojal o en la mano. Son los ol-vidados, los despechados o acaso los quenunca han creído en que la felicidad del ins-tante puede estar en el perfume de una flor.

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Cultura/Ensayo

De la persona al personaje(Visiones de Mariana de Pineda)

Cuando, el 26 de mayo de 1831, el absolutis-mo llevó al cadalso a Mariana de Pineda, Gra-nada vivió los hechos con el mismo fatalismocon que había contemplado la expulsión demoriscos y judíos o los autos de fe en PlazaNueva: como una arbitrariedad inexorable o unainjusticia contra la que no cabe otra defensa quela memoria. Desde entonces, Mariana se con-virtió en una leyenda, una figura que concitaempatía, aquiescencia, un culto casi idólatrahacia su persona: «… la proclamaron heroínade la libertad, y con este título pasó a la historia,llenando un capítulo brillante entre las figurasespañolas más representativas y apasionantes delsiglo XIX. Su aventura voló en todas las métri-cas, anduvo en romances que circularonprofusamente y rodó en coplas de ciego. Du-rante muchas generaciones, los niños, en losatardeceres, llenaron los aires de las plazas detoda España cantando a coro los romances ylas coplas de Marianita» (Carlos Cambronero,«Cosas de Antaño», Revista Contemporánea, 1899,citado por Antonina Rodrigo).

La Granada de Mariana era una ciudad pe-queña, atrasada, pero con una potente corrien-te liberal que integraba a militares, clérigos ygente sencilla que aborrecía a Fernando VII,quien había convertido arbitrariamente en trai-dores a los héroes de la Guerra de la Indepen-dencia, derogado la Constitución de 1812 y pro-piciado una nueva invasión francesa (los Cienmil Hijos de San Luis) para sofocar los afanesliberales. Fue una época de durísima represiónrealista que llenó cárceles de liberales y maso-nes y que generó clandestinidad, exilio, socie-dades secretas y continua conspiración, al tiem-po que una odiosa legión de espías, infiltrados,delatores o Alcaldes del Crimen, como el san-guinario Ramón Pedrosa, el asesino de Marianade Pineda.

La primera biografía de Mariana (José de laPeña y Aguayo: Vida y muerte de Dª Mariana Pi-neda) se escribe en 1836. Demasiado inmediata,demasiado parcial, ya que el biógrafo había sidoamante de Mariana. Sobre la base de esta y otras

fuentes de la época, la escritora granadinaAntonina Rodrigo lleva varias décadas comple-tando la biografía más documentada y contras-tada de la heroína de la libertad (AntoninaRodrigo: Mariana de Pineda. La lucha de una mujerrevolucionaria contra la tiranía absolutista, Ed. Laesfera de los libros, Madrid, 2005), un apasio-nante retrato del personaje histórico que inclu-ye una ingente cantidad de material documen-tal, transcrito y hasta fotografiado. El rigor y laexhaustividad hacen de esta amenísima biogra-fía una fuente imprescindible. La biógrafa es

mujer y plasma muchas claves de Mariana congran sutileza, algo que no alcanzaban los pri-meros que se ocuparon de la vida de la heroína.

De su apasionante biografía, sólo me permi-tiré trazar algunas pinceladas. La primera, su fir-me convicción liberal, que la llevó a estar enplena oleada conspiratoria, con una absoluta im-plicación directa, aunque otros señalan que selimitó a recibir en su casa a numerosos conspi-radores y a hacer continuas visitas a los presosliberales, dos situaciones en las queintercambiaba correspondencia y consignas.También encargó a unas bordadorasalbayzineras la bandera que, a la postre, sería elcargo que la llevó al patíbulo. Está igualmenteclara su determinante participación en la fuga,en 1828, del también militar, Fernando Álvarezde Sotomayor. Cristina Viñes aporta un testi-monio de la viuda de Torrijos que desmiente talgrado de implicación («Mariana de Pineda y lamemoria histórica», en Mariana de Pineda. Nue-vas claves interpretativas, editado por Aurelia Mar-tín Casares y Manuel Martín García, Ed.Comares, Granada, 2008).

De un modo u otro, Mariana es sorprendidacon la bandera y cae sobre ella todo el aplastan-te peso de una ley injusta, que la llevará a morirpor garrote vil, en medio de un desgarrador cli-ma de estupor en la ciudad, pues nadie creyójamás que la sentencia fuera a cumplirse, dadala potestad de Pedrosa para conmutarle la penacapital. La negativa de Mariana a delatar a losdemás conspiradores la llevó al patíbulo y a laleyenda.

Otra nota es su intensa vida pasional, en laque aparecen varios amantes: otro militar,Casimiro Brodett, y su ya mencionado primerbiógrafo, José de la Peña y Aguayo, de quientuvo una hija el 8 de enero de 1829. Dada lasituación social de la mujer a principios del XIX,su biografía no coincide con la de una tranquilaama de casa de la burguesía granadina, sino másbien con la de una persona excepcional, muyavanzada en un tiempo y un mundo de hom-bres.

ALBERTOGRANADOS

MARIANAPINEDA

MARCHANDOAL CADALSO,

DE JUANANTONIO DEVERA (1862).CONGRESO

DE LOSDIPUTADOS.

A LA DERECHAPORTADA

DE LAOBRA DE

ANTONINARODRIGOSOBRE LAHEROÍNA

GRANADINA,ESFERA DE

LOS LIBROSMADRID, 2004

MONUMENTO A MARIANA PINEDAEN GRANADA

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Cultura/Ensayo

El personaje histórico dio paso a varios per-sonajes literarios, siendo los dos más sólidos loscreados por los dramaturgos Federico GarcíaLorca (Mariana Pineda, 1925) y José Martín Re-cuerda (Las arrecogías del Beaterio de Santa MaríaEgipcíaca, 1970).

Un García Lorca principiante en producciónteatral se enfrenta a su primera gran obra deteatro convencional y elige un enfoque poético,renunciando a la historicidad de los hechos, talcomo demuestran una serie de ideas que recojoseguidamente.

Federico crea una Mariana envuelta en unaprotectora paz doméstica que sólo se romperáen la tercera estampa, que transcurre en elbeaterio de Santa María Egipcíaca.

El tiempo escénico es dilatado (de casi dosaños y medio) y se dedica sólo al proceso inter-no de Mariana.

Lorca desdobla al personaje de FernandoÁlvarez de Sotomayor en dos: Fernando, unjoven de dieciocho años enamorado de Mariana,y don Pedro de Sotomayor, que es a quien ellaama.

Ésta dice a Amparo y Lucía, hermanas deFernando, que tiene treinta años («¡Ya pasé lostreinta!»), aunque murió con veintiséis.

La bandera se borda en la propia casa deMariana y no en la casa de las bordadoras, comodocumenta Peña y Aguayo.

Don Pedro, en una carta, dice haber escapa-do de la torre de Santa Catalina, extremo queno se corresponde con los hechos.

Al comienzo de la estampa segunda, Clavelacanturrea romances y los hijos de Mariana laacompañan, aunque la hija de Mariana y PeñaAguayo tenía dos años cuando murió su madre,por lo que difícilmente podría saber de memo-ria los romances de la sirvienta…

Lorca lo explica abiertamente: «Pero me de-cía a mí mismo también que para crear este entefabuloso [la figura de Mariana] era absolutamen-te necesario falsear la historia, y la historia es unhecho incontrovertible que no deja a la imagi-nación otro escape que el de vestirla de poesíaen la palabra y de emoción en el silencio y en lascosas que lo rodean» (Obras Completas, EditorialAguilar, p. 1617 y ss. Citado por Ignacio MartínVillena en la edición de Peña y Aguayo de 2003).En definitiva, un delicado drama de tintes deun decadente lirismo, centrado más en la parteamorosa que en el conflicto político, cuya atro-cidad queda soslayada.

Por el contrario la Mariana de José Martín Re-cuerda en Las arrecogías del Beaterio de Santa MaríaEgipcíaca (1970), pasa toda la obra rodeada de unambiente en que todo (monjas, las arrecogías, laspresas políticas) le son hostiles. La desubicaciónse ve aumentada con la lejanía de sus hijos y laincertidumbre sobre su propio futuro.

Tras el estreno (11 de febrero de 1977), re-cién muerto Franco y a las puertas de las pri-meras elecciones generales de la transición, laobra se convierte en referencia de los nuevostiempos, pues todo suena a ilusionada realidadpolítica por experimentar y los valores estéticosquedan supeditados al alegato contra todas lastiranías. La referencia al tema de las dos Españasmachadianas y las críticas a las tiranías, al siste-ma judicial y carcelario son constantes.

La escenografía rompe con la convencionaldivisión de espacios ya que todo el teatro, des-de el vestíbulo, es una especie de zambra concante y baile, de dimensión coral, y el personajede Mariana, con ser el centro de la obra, no eclip-sa la dimensión colectiva, que es el vector pre-dominante. Es la protagonista, pero sin dejar

de ser parte de un conjunto formado por unasmonjas que reprimen por obligación; por unasarrecogías, incultas y excluidas por la injusticia yla miseria; por otras presas liberales y hasta unaopositora carlista, y el beaterio es un microcos-mos, identificable con la España de la transi-ción, donde transcurre toda la obra, con la ex-cepción de una breve salida a la tienda de Lolillala del Realejo, donde una dama desea adquirirun tafetán especial (resulta ser un policía quesigue el rastro de la tela de la bandera).

Respecto al tiempo escénico, el drama trans-curre en las breves fechas que van desde queMariana está esperando la sentencia y su ejecu-ción, un período compartido con las zozobrasde las otras presas.

Las arrecogías, cada una con su propio proble-ma, tienen en común el estar presas por acusa-ciones poco concretas, sin juicios justos ni ga-rantías procesales, pues la Pragmática de Fernan-do VII permitía cosas muy parecidas a la legis-lación franquista de aquellos años: bastabansospechas, chivatazos interesados incluso el afánpor deshacerse de una esposa incómoda, comoel personaje de Paula «La Militara», cuyo espo-so, un militar realista, la denunció por masona.Junto al malestar de esa inseguridad jurídica, lle-gan las dudas, las tentaciones de abjurar del idealque las ha llevado a vivir el calvario del beaterio.

Más fiel a la realidad histórica, Las arrecogías…respeta la identidad del hombre que hizo arries-garse a Mariana: Casimiro Brodett.

Posiblemente, la clave exacta de esta obra sehalle contenida en el largo diálogo entre Marianay Pedrosa, los personajes antagonistas, víctima

y verdugo, las dos Españas. En él, Mariana acu-sa duramente al absolutismo (y, de paso, alfranquismo) a partir de las manos mutiladas deRosa «La Gitanica». Son esas torturadas manostrabajadoras de una mujer marginada las que seerigen en símbolo de la opresión, las que defi-nitivamente cierran la puerta de cualquier espe-ranza de salvación para Mariana, que al recitarel alegato ya no deja el más mínimo resquicio ala clemencia.

Una tercera visión dramática de Mariana, muybreve y de menos pretensiones, es el episodiode la serie televisiva Paisaje con figuras, firmadopor Antonio Gala. A partir del momento en queMariana es conducida en mula por la calle Elvira,hacia el cadalso, varios saltos atrás muestran subiografía. El único rasgo definitorio de esteguión es que la heroína llega al suplicio conven-cida de que los liberales jamás consentirán susacrificio: «Me van a liberar» –es el leit motiv desu último paseo.

Mariana suscita aún publicaciones, reflexio-nes, homenajes, verbenas en su plaza granadi-na, recreaciones literarias y artísticas; da nom-bre al hemiciclo del Parlamento Europeo… Fi-gura incuestionable, aún permanece muy vivaen la memoria colectiva granadina, lo que seentiende conociendo la anécdota referida porAntonina Rodrigo: los oficiales de justicia in-tentaron que entregara todo lo que supusierauna posibilidad de suicidio al quedarse en capi-lla la última noche. Transigió en entregar traje yobjetos personales, pero al llegar a las ligas, res-pondió: «Eso no, jamás consentiré ir al patíbulocon las medias caídas». Genio y figura…

IZQUIERDA:UNA DE LASPOCAS FOTOSQUE SECONSERVANDEL CONVENTODE SANTA MARÍAEGIPCÍACA.DERECHA:CRUZ YVENTANA ENLA CELDAQUE OCUPÓMARIANA ENEL BEATERIO

«MARIANA SUSCITA AÚN PUBLICACIONES, REFLEXIONES, HOMENAJES, VERBENAS ENSU PLAZA GRANADINA, RECREACIONES LITERARIAS Y ARTÍSTICAS...». VIEJA IMAGEN

DE LA PLAZA DE GRANADA, CON EL MONUMENTO EN RECUERDO A SU MEMORIA

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Cultura/Ensayo

A LA IZQUIERDA EL MAESTROSANTANDERINO GERARDODIEGO. A LA DERECHA LAPORTADA DEL VOLUMENEL PANORAMA POÉTICOESPAÑOL DE GERARDO DIEGO.RADIO Y LITERATURA EN LAESPAÑA DE LA SEGUNDA MITADDEL SIGLO XX, DONDE SERECOGEN TRABAJOS SOBREEL PROGRAMA DE DIVULGACIÓNPOÉTICA LLEVADO A CABO ENLA RADIO POR EL POETA

Crítica poética y radio en Gerardo Diego

JOSÉANTONIO

SÁEZ

Los profesores de la universidad de CádizManuel J. Ramos Ortega y José Jurado Mora-les figuran como editores al frente de una edi-ción del volumen titulado El Panorama PoéticoEspañol de Gerardo Diego. Radio y literatura en laEspaña de la segunda mitad del siglo XX, libro queedita la Fundación Gerardo Diego y el Cen-tro de Documentación de la Poesía Españoladel siglo XX en la colección «Bodega y Azo-tea», núm. 2.

Este interesante volumen se forjó a raíz deun congreso celebrado en la mencionada uni-versidad gaditana en el año 2007, el cual re-unió a un nutrido grupo de especialistas entorno al tema «El Panorama Poético Espa-ñol, un corpus de más de 2000 radiotextos, es-critos entre los años 1946 y 1978 por GerardoDiego», los cuales se retransmitieron en pri-mer lugar por Radio Exterior de España y des-pués por el Tercer Programa de Radio Nacio-nal de España.

Resulta un tanto sorprendente el que esosradiotextos no hayan sido publicados en buenaparte hasta el día de hoy, pues constituyen sinduda un documento de primera mano para co-nocer el estado de la cuestión analizado poruno de los protagonistas privilegiados de nues-tra poesía del 27, que no partió hacia el exilioy que supo mantener en buena medida su in-dependencia respecto al sistema políticoimperante durante el régimen franquista.Gerardo Diego se nos aparece, de este modo,como un escritor consciente del importantepapel que venían a desempeñar los medios decomunicación, en este caso la radio, para ladifusión de la poesía y la obra de los poetas,entre los que no faltaron ni los clásicos, ni loscontemporáneos, ni los exiliados, ni aun lospoetas más jóvenes de España e Hispanoamé-rica. Y todo ello en unos años en los que laradio había pasado a formar parte principalen los hogares españoles, por lo que se con-virtió «en una valiosísima aliada para derribarbarreras ideológicas y culturales y establecerespacios de diálogo y comunicación con susoyentes (…)».

Estos programas radiofónicos no tenían unpropósito elitista ni iban dirigidos a especia-listas, sino que su objetivo era fundamental-mente de divulgación y fueron seguidos porradioyentes de uno y otro lado del Atlántico,así como por muchos exiliados españoles y enopinión del profesor Manuel José Ramos Or-tega, investigador principal del proyectoI+D+I para la edición del corpus literario pre-sentado bajo el título de Edición, Estudio e Índi-ces del Panorama Poético Español de Gerardo Diego;y prologuista además del volumen que comen-tamos, constituyeron un puente para facilitarel regreso de los poetas exiliados.

El volumen se inicia con el radiotexto titula-do «Falla en Cádiz», cuyo facsímil mecanogra-fiado se reproduce también, y al que siguenlos valiosos trabajos de colaboración de losespecialistas, estructurados en dos bloques decontenido. Así, por ejemplo, en el primero deellos, titulado «La recuperación del PanoramaPoético Español», se integran textos tanesclarecedores como reveladores de la propiahija del poeta, Elena Diego; al que sigue un

ensayo del también profesor de la universidadde Cádiz, José Jurado Morales, en el que medetendré mínimamente, siquiera sea porque setrata de uno de los editores de este volumen.Su trabajo se titula «El Panorama Poético Es-pañol de Gerardo Diego: Radio y Literaturaen la poesía de la posguerra y la transición»,en el cual se hace referencia a distintos aspec-tos relacionados con la significación que ad-quiere la radio en los hogares españoles de laposguerra y la lucidez del poeta que vio enella un instrumento para difundir la poesía enlengua española a ambos lados del Atlántico,sin olvidar la significación del poetasantanderino en los primeros años delfranquismo, su labor como crítico, el progra-ma radiofónico Panorama Poético Español, porél escrito y dirigido, su propósito, horario yduración, su formato y estilo, la estructura ylos contenidos, para finalizar explicando elproyecto I+D+I con el objetivo de editar estecorpus de textos que forman el mencionadoPanorama… de Gerardo Diego. Siguen al suyotextos de José Luis Bernal Salgado, FranciscoJavier Díez de Revenga, Julio Neira, OlgaRendón Infante, Regina Jiménez González,Paulo Antonio Gatica Cote, Belinda RodríguezGuerrero, María Teresa Navarrete Navarrete,Ana Zarza Rondón, Nazaret Gijón Arroyo eIgnacio Pérez Pérez. Todos ellos profundizanen general en el tema propuesto o en algunosaspectos particulares del mismo, como es elcaso de Julio Neira, quien analiza la relaciónde Gerardo Diego con los poetas jóvenes o elde Olga Rendón Infante, que estudia las rela-ciones entre el poeta santanderino y el GrupoCántico de Córdoba a través de cuatro de susradiotextos y un epistolario inédito. Varios delos trabajos acotan el ámbito de su estudio paracentrarlo en años concretos o incluso en unperiodo parcial de la vigencia del Panorama.

No menos interesantes son los textos que seaglutinan en torno al segundo bloque de conte-nidos, esta vez más amplio y diverso, sobre elpoeta santanderino y su quehacer literario, el cuallleva por título «En torno a Gerardo Diego», ycuyos autores son Ana Sofía Pérez-Bustamante,Rafaela Cadenas Rivero (éste vinculado a las re-vistas señeras del 27 fundadas por el mismoDiego: Carmen y Lola), María del Carmen PonsBallesteros (sobre la presencia del autor de Alon-dra de Verdad en las revistas gaditanas La VidaLiteraria y Cauces), Blanca Flores Cueto, quienrealiza un paralelismo entre la poesía de la gene-ración del 27 y la del 50, basándose en la obra deGerardo Diego y Julio Mariscal. Cierra este inte-resante volumen de ensayos el profesor de la uni-versidad de Cádiz Manuel J. Ramos Ortega, conel trabajo titulado «Gerardo Diego: Un jándaloen Cádiz», pues no en vano los dos editores delvolumen pertenecen, como queda dicho, a la uni-versidad gaditana.

El lector interesado entenderá que no mehaya sido posible citar los títulos de todos lostrabajos que reúne el volumen en cuestión, asícomo resumir mínimamente su contenido porproblemas de espacio y las exigencias propiasde una reseña. No obstante, confío en haberacertado a proporcionar una visión global deesta obra. Sea como fuere, este comentario noha pretendido otra cosa que dar noticia de uninteresante y hasta sorprendente volumen deensayos sobre una faceta de la personalidad lite-raria de uno de los grandes poetas de la llamadapor José Carlos Mainer y otros críticos, edad deplata de nuestra poesía: la de Gerardo Diego y suquehacer como crítico literario a través de laondas radiofónicas, en un periodo especialmen-te significativo de nuestra más cercana historialiteraria, comprendido por los duros años de laposguerra y los inicios de la transición democrá-tica en nuestro país.

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Cultura/Narrativa/Poesía

El viento y la arenaNo existe en la narrativa española una tradi-

ción notable de relatos militares concebidos almodo de Capitán de mar y tierra y demás títulosde la saga marítima de Patrick O’Brian; de Beaugeste, de P.C. Wren, o Las cuatro plumas de A. E.Mason, por mencionar algunos de los títulosmás conocidos y exitosos del género. Novelasque se estructuran no tanto en consideración a«la gesta» como motivo principal del relato sinoen torno a la experiencia y la transformaciónpersonal de los protagonistas, los cuales (y estoes una constante muy característica del géne-ro), transmutan sus vidas y su ser interior enrazón de su adhesión a los valores que son pro-pios de la vida castrense.

Puede que aquí se encuentren tanto el factorde diferencia como la explicación sobre estaparquedad del género en la literatura española.Los grandes maestros del género franceses e in-gleses (sin olvidar a los americanos, comoStephen Crane en La roja insignia del valor), con-figuran su obra como difíciles senderosiniciáticos de los que surge un individuo nuevo,el cual ha de encarnar no sólo una serie de valo-res puramente milicianos sino también perfec-tamente (casi obligatoriamente) transferibles alconjunto de la sociedad. La Inglaterra imperial,la Francia colonialista, los Estados Unidos comopotencia mundial, nutren su ideario civil conelementos ideológicos que han probado su va-lidez y fortaleza en el ámbito de terribles con-frontaciones armadas. Es ese hombre nuevo, elburgués británico y francés, el moderno ameri-cano, quien, con el mismo empuje y ánimosnecesarios para vivir y contarla en el terrenomilitar, será protagonista del desarrollo y pros-peridad de sus respectivas naciones. De algunaforma, los individuos y clases dirigentes de lasociedad civil se legitiman porque han demos-trado su valía en el campo de batalla, y sus idea-les de compañerismo, fortaleza, tesón, sacrifi-cio, disciplina, arrojo, etc, son perfectamenteútiles para edificar esa sociedad (también nue-va) y sobresaliente en el equilibrio de los pue-blos y civilizaciones.

En España, por el contrario, el relato sobrehechos militares pertenece más bien al territo-

JOSÉ VICENTEPASCUAL

NOVELA PUBLICADA POR PARÉNTESIS

rio legendario de «episodios nacionales». No se«individualiza» el relato, no hay progreso perso-nal ni transformación de la conciencia en arasde objetivos aplicables a la cotidianeidad, sinoque casi todos los relatos españoles sobre he-chos de armas parecen marcados por dos im-ponderables que ejercen su omnímoda potes-tad sobre los personajes implicados en la ac-ción: la justificación de todo esfuerzo por «lagran causa», la gesta antes mencionada, la glo-ria y la fama de grandes acontecimientos queanulan el posible brillo de pequeñas vidas abo-cadas a servirla; y, por otra parte, el relato quediríamos «fatal», el destino de la patria y la justi-ficación del mismo como imposición de ciertadifusa «providencia» que marca el devenir tantode los personajes como del argumento.

El viento y la arena se sale de este esquemaanteriormente señalado. Sin ser una novela pu-ramente de iniciación, sí participameritoriamente de esa pulcra intuición literariasegún la cual toda narración épica debe conte-ner tanto los elementos de «valor colectivo» pro-pios del género como los de crecimiento indivi-dual, atesoramiento personal de la experiencia,cambio interior en crescendo de las vivencias yemociones que van conformando el carácter delpersonaje, individuo cuya voz y prioridadentreveran la estructura del relato y determi-nan, yo creo que felizmente, el tono y significa-do del mismo.

Hablamos de una novela de tema militar cuyaacción se sitúa, en líneas generales, durante laúltima aventura española en tierras de África,en las colonias del Rif y el Sáhara y en tiemposinmediatamente anteriores a la independenciade Marruecos; pero también contemplamos unanarración que detalla los conflictos interiores,espirituales y sentimentales, de un joven que haentregado su vida al ejército y a los valores per-petuos del código de conducta, honorabilidad,grandeza y autodisciplina que la vida militarexige a quienes la sirven. Son las dos coordena-das del personaje que, a la postre, devendrá enhéroe, es decir: aquella persona cuya trayectoriay final son ejemplo edificante para generacio-nes y, al mismo tiempo, constituyen en sí mis-

mas un gesto capaz de transformar la realidadde su entorno; o en todo caso, conmocionar lasconciencias acomodadas del mismo, una quie-bra en la quietud conformista de vidas sin so-bresalto y que en virtud de los hechos del héroehan de interrogarse a sí mismas sobre su res-ponsabilidad en todo lo sucedido a lo largo dela narración. La figura, vida e inquietudes deljoven Andrés, cadete en la Academia Militar,oficial destinado a África, combatiente en unaguerra (1958) de la que los libros de Historia yla literatura española han hablado muy poco, seconstituye así en elemento que decide no sóloel curso del argumento sino la consecuente con-troversia moral. Como señalaba el clásico, «me-jor extinguirse en plena juventud, en el esplen-dor de una arrebatadora pasión, que dejarseconsumir aciagamente por los años y la edad».Ese es, a mi parecer, el trasfondo de El viento yla arena. Su protagonista, Andrés, es joven, col-mado de valor y entregado sin condiciones alsuperior concepto del deber. Es joven, hermo-so, lleno de generosidad y entrega a sus princi-pios. Y va a morir. Por eso es un héroe. El vientoy la arena nos cuenta cómo lo consiguió.

El barro en carne vivade Julio Rivera

A modo de mensaje en la botella, Julio Rive-ra (Jerez de la Frontera, 1948) se dirige al poetaque lucha «contra el furor de la envidia» y laignorancia de los críticos, haciendo «surgir laflor de las cenizas», y le dedica su últimopoemario, De barro en carne viva (La Compañíade Versos Anónimos, Granada, 2010), una nue-va afirmación del ininteligible «placer de vivir».Con dicho título, el autor prosigue su indaga-ción serena y lúcida sobre el misterio incontes-table de la vida. Hay resonancias bíblicas, mu-cho existencialismo y una pasión profunda quelleva al poeta a sobrevolar los límites tempora-les, a situarse antes del tiempo para intuir algo

MAURICIOGIL CANO

más, después de todo. José Ramón Ripoll, en elprólogo, asegura que, a través de la lectura deeste libro, «uno termina cantando con el poeta,en el vacío o en la vida, que es lo más importan-te que puede ocurrirle a un lector».

Porque los poemas de Julio Rivera están atra-vesados de una vibrante pasión, que la madurezdel tiempo ha serenado, pero no extinguido, sinoarraigado aún más para florecer en lenguaje pre-ciso su rumor secreto. La poesía del autorjerezano transcurre entre dos polos: el gozo devivir y el terror de morir, que enlaza con sabiaintuición en «alianza de la vida con la muerte».Poesía cósmica e íntima a la vez, como si el poeta

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Cultura/Poesía / Cine

EL POETA JEREZANO JULIO RIVERA CROSS

se dejara poseer por «el concierto de los pájaros»,traspasado de «su silencio de estrellas», para lanzaruna pregunta cuya respuesta, como el eco de aquelcélebre poema de José Hierro, es: «Todo y Nada».

El segundo apartado del libro, «Contrapuntode sombras», reúne seis poemas donde predo-mina lo descriptivo que lleva a una honda re-flexión sobre lo efímero de la existencia, desdeel anhelo de inmortalidad frente a la cruel vi-sión de la muerte como naturalmente necesa-ria. El poeta vuelve sus ojos ante la ley de laselva y la disolución de la materia, que ofreceminuciosamente un documental de animales porsu televisor. La naturaleza se hace presente enotros textos: el que canta un tema romántico –la tristeza del jardín– o el que declara que latarde muere «como una religión». Las raíces cris-tianas aparecen en la sensualidad del ángel turi-ferario que impresionó al poeta en su infancia ycuya evocación le hace ahora comprender queun día fuimos «espíritus sin cuerpo». Tambiénalienta la certeza del verso que cierra el aparta-do: «y este mundo no es nuestro sitio».

En la tercera parte, «El ritmo de sus sílabas»,Rivera escribe sobre el mismo hecho de escri-bir. El afán por darle un sentido trascendente al

arte de poetizar le vincula con la mística, perosin abandonar el pesimismo existencial: «aun-que quien escriba sea nuestra sombra,/ perdidaya la batalla a muerte con la Muerte».

Bajo el epígrafe «El himno» reúne odas lumi-nosas, con cierta reminiscencia de Jorge Guillény la «alegría de ser/ sabiendo que la Muerte ace-cha en cada esquina». El poeta se observa ro-deado de vida, siendo vida también él, o se so-laza en el «placer sin esperanza» de la contem-plación de la belleza, para plantearse finalmen-te la posibilidad de volver a nacer. Sin embargo,en la conclusión que conforma el «Epílogo»,renuncia a la trascendencia que había entrevis-to y deseado anteriormente: «Sí basta este estarbrevemente vivos».

En definitiva, De barro en carne viva, es unapoderosa reflexión ante la contingencia, en laque su autor se debate entre la afirmación de lavida y el nihilismo de la razón, entre la carne yla tumba, entre las sensaciones de espirituali-dad y la materialidad de la muerte. Con estevolumen, Julio Rivera Cross ahonda un caminoya iniciado en otro poemario anterior, Habita-ción en la tierra, para alcanzar cimas extraordina-rias de profundidad y belleza.

JOSÉ ENRIQUESALCEDO

InsignificanceEn el Royal Court Theatre de Londres, el 8

de julio de 1982, fue puesta en escena una obra,llevada al cine en 1985, con guión de TerryJohnson, y dirigida por el británico NicolasRoeg. El título de la obra que comentamos esInsignificance.

Esta película y el drama en que se basa se reali-zaron en una época cinematográfica pletórica, contítulos como Blade Runner, Encuentros en la tercerafase, All that jazz, Sueños eléctricos, Tron, Juegos de gue-rra, Al final de la escalera, ¡Jo, qué noche!, Dune, FlashGordon, que denotaban una nueva sensibilidad,realmente postmoderna, diez o quince años antesde que los «teóricos del arte» se llenaran la bocade mucha fraseología para hablar de lopostmoderno. Esa sensibilidad entraña, sin duda,parentesco con la física cuántica, en contraste conlo «moderno», que se identifica con el positivismocientífico, como bien distingue Antonio CésarMorón.

En la película que comentamos a causa de suoriginalidad el personaje de Marilyn Monroe estratado en muchos y trascendentales aspectos.

La actriz Theresa Russel y el director de fo-tografía Peter Hannan otorgan a Marilyn undeslumbrante atractivo físico. Y la ambigüedad.Necesita que todos la miren y la toquen, y, almismo tiempo, necesita estar sola. A veces esfuerte como un niño –y aparecen retazos, esce-nas de su infancia–, pero, como dice su marido

Joe DiMaggio, tiene ella las entrañas destroza-das, sangra y no puede tener hijos, sufre desma-yos con frecuencia.

Marilyn quiere a Joe a su manera, y quiereaprovechar una noche para ofrecérsela a AlbertEinstein. La actriz mantiene el afán de supera-ción respecto del famoso marido, jugador debéisbol, algo bruto, y con Albert Einstein con-versa sobre la Teoría de la Relatividad específi-ca: «es la mejor conversación que nunca he te-nido». Ella se ha aprendido de memoria la teo-ría, pero la comprende en su planteamiento yen sus consecuencias. Por la concatenación delas imágenes fílmicas, el director Nicolas Roegtambién viene a decirnos: las impresiones eróti-cas también obedecen a la relatividad y depen-den de la calidad psíquica del observador.

Marilyn no quiere papeles de mujer objeto,sin personalidad, especialmente ahora –marzo1954– en que rueda La tentación vive arriba, y sedirige, sin obedecer los dictados de los produc-tores, al hotel de Einstein, y con coraje hacesentarse a Joe DiMaggio, que cree que el granfísico es otro psiquiatra que trata la mente (y elcuerpo) de su esposa, y con arrojo se opone alSenador que se lleva los escritos y apuntes deEinstein; con desesperación confiesa a su mari-do: «no quiero querer», «quiero irme». Quizálas técnicas de interpretación agravaron más losproblemas mentales de la actriz.

Como conciencia libre en movimientoescénico, Marilyn, intuitiva, acusa a Einstein deocultarse tras las palabras de intelectual que juz-gan de irresponsables a otros. Entonces, el cien-tífico muestra su temor y su espanto: se sientepreocupado, casi culpable, de la aplicación béli-ca de la energía atómica (el proyecto Manhattan).El Senador ahora trata de que Einstein colabo-re con el gobierno (las pruebas de Nevada) y sedeje de conferencias pacifistas. El indiocherokee, ascensorista del hotel, le dice al cien-tífico: «usted, por sus pensamientos, es uncherokee». Su canto musitado en la aurora, enlo alto del rascacielos..., así como otros momen-tos estáticos (la japonesa con su kimono po-niendo pétalos en un río) son pura poesía o men-sajes inquietantes.

El aspecto espiritual se alude simbólicamen-te al hablar de las estrellas. Marilyn dice: «lasestrellas están siempre tan lejos, que me hacensentir pequeña y solitaria», pero también le ha-cen sentirse mejor, igual que al científico. Deforma sutil tenemos en escena la afinidad espi-ritual: igual que hay campos de atracción física,hay atracciones por afinidad psíquica, razón porla que ambos se encuentran esa noche.

A través de las sugerentes imágenes fílmicas,el avisado espectador llega a intuir que existeuna íntima analogía entre el espacio cósmico yla mujer. Cuando Einstein imagina el temidoholocausto nuclear futuro, se funden los tiem-pos: la desolada ciudad de Nagasaki y la muertede Marilyn dentro de la vorágine ardiente de laexplosión futura. Como una Madre con mayús-culas, Marilyn lamenta la destrucción: «los ni-ños, los niños, los niños...», como eco de laspalabras del sabio: «hemos quemado a los ni-ños»; por eso, él tira todos sus apuntes por laventana y ríe ante el senador. Quisiera ir a unlugar tranquilo (como Calabuch, de Luis Gar-cía Berlanga). Por la biografía de Einstein sabe-mos que rehusó ser jefe del estado israelí. Esose llama una voluntad libre donde brilla la Con-ciencia.

ESCENA YCARÁTULA DELA PELÍCULAINSIGNIFICANCE

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Cultura/El Canto del Urogallo

PEDRORODRÍGUEZ

PACHECO

Cantata enJuan Ramón

… Si en una habitación -que el olvido y el tiempohospedan al vaho- un ventanal intonso suspirara…Si en este ventanal unos dedos candentes, sobre elvaho escribieran: «Dios está azul, la flauta y el tambor/ anuncian ya la cruz de primavera. / Vivan las rosas,las rosas del amor, / entre el verdor con sol de lapradera…Vámonos al campo por romero; / vámonos,vámonos / por romero y por amor…» Si así pasara yesos dedos amanuenses, al escribir sobre «la mentirailuminada», dejaran deslizar una lágrima de nostalgiapor el tiempo pasado si ya, otra vez, es «del año laestación florida», la primavera mortal de mi gata rusaque, de pronto, mientras que «de nardos y azucenas»se envanecía el jardín, sin voces agoreras –sólo eldorado de sus ojos dejándose vencer por la indolenciade la muerte–, fue aviso de sosiego para los mirlos ydominios para las mariposas…

Sí, se fue mi gata rusa a perseguir milanos,mariposas, por no sé qué imperios de perennes solesnacientes, en pleno marzo, «marzo triste, / con tu agua./–Jardín, ¡cómo tus rosas nuevas / se pudren ya en elfondo de mi alma!–»… Se fue sin saber de la muerte,antes de que la estación se enredara en la argenteríaunánime del azahar o que algunos laboriosos olivosadelantaran la trama minuciosa del verano, como sefue mi canario en pleno triunfo epilio de la primavera;se fue acaso para ir hacendando un jardín sonoro paraun día volver a reunirnos. «No, has muerto, no. /Renaces, / con las rosas en cada primavera». No, nohabéis muerto; adiós, Gatichi; adiós, Cuchi-Cuchi, «delamor y las rosas, / no ha de quedar sino los nombres.»

Y, mientras, ya ha cundido marzo, y abril vaocurriendo con sus desatados desatinos de sus aguasmil, y todo parece que es igual a los tiempos y a losnombres que, siempre, alentaron los fuegos de micorazón. Pero no, lo que era hímnica ahora es elegía yesas azucenas que abren en tersos candores ya son elrecuerdo que tengo de las que abrieron ayer… Yretorna aquel patio sanluqueño de mi infancia, consu pozo encalado en su centro («Qué bien le viene alcorazón / su primer nido»), circuncidado de alhelíes,cinerarias y lirios de agua. Sobre el cielo de «LocusSolis», las tórtolas en tránsito y en un rincón, recónditoy umbroso, el magnolio en la sensualidad ambigua desus flores blancas… Se abrirá una puerta y el niñoendiosado que juega en los arriates, adivinará a laamada centinela de sus juegos: «Te digo, al llegar,madre, / que tú eres como el mar; que aunque lasolas / de tus años se cambien y te muden, / siemprees igual tu sitio, / al paso de mi alma».

Esa puerta no se abrirá para otear al niño que juegaendiosando toritos de barro sin corazón en los torilesde albahacas y jazminillos de Italia. Y la presenciaimposible irá asociada a estas azucenas tersas,

candorosas, con sus temblorosos pistilos dorados:«!Infancia! ¡Campo verde, campanario, palmera!» Porel cielo, que hoy abril permite al azul triunfos yvértigos, no cruzan tórtolas; la idealidad cruje en cadabrote nuevo y, siendo nuevos, por ella, son los que elsentimiento tiñe con su pátina de nostalgia: ese ayerya hoy y mañana: otra primavera, otro espacio íntimoy recóndito para recobrar las entrañables preceptivasdel deseo. Y del deseo las inmolaciones, lastransformaciones: se adensa en fronda el jazminero,el cedro ansiará el surtidor de la palmera; la palmera,los sones del campanario; éste, el hondo manar delpozo… Y el que soy ahora, alentará la imagen que fuimirándose en las rosas, las que retraen aquellas otrasperseguidas por el deseo, inaccesibles al deseo,imposibles de quedar sujetas en el telar de los sueñospor mucho que el sueño dibuje los colores del triunfo,las líneas secretas del aroma: «Soñando, / le sonríohasta el fin de mi sonrisa, / y, hasta el fin, mira el niñomi sonrisa, / serio.» Y ahí estamos, ante la soñadarosa; atónitos ante el mito y el símbolo… Ante esavoz andaluza que sentencia y sella: «No le toques yamás / que así es la rosa».

EL POETA DEMOGUER YPREMIO NOBELDE LITERATURAJUAN RAMÓNJIMÉNEZ...«Y, MIENTRAS,YA HA CUNDIDOMARZO, Y ABRILVA OCURRIENDOCON SUSDESATADOSDESATINOS DESUS AGUAS MIL,Y TODO PARECEQUE ES IGUAL ALOS TIEMPOS YA LOS NOMBRESQUE, SIEMPRE,ALENTARON LOSFUEGOS DE MICORAZÓN».