Maza, Carlos - Cuentos de Mal Dormir

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    Cuentos de mal dormir

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    Carlos Maza

    Cuentos de mal dormir

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    Carlos Maza Composicin de interiores: Sylvia Ramos Responsable de edicin: Adriano Daz Director de la coleccin: Sandro Bossio Diseo de portada: Magaly Snchez www.magalysanchez.com

    Editorial San Marcos E. I. R. L., editor Jr. Dvalos Lissn 135, Lima Telfono: 331-1522 RUC: 20260100808 E-mail: [email protected]

    Primera edicin: 2012Tiraje: ejemplares

    Hecho el Depsito Legal en la Biblioteca Nacional del PerRegistro N. 2012-ISBN: 978-612-302-Registro de Proyecto Editorial N. 3150100

    Prohibida la reproduccin total o parcial de esta obra,sin previa autorizacin escrita del autor y el editor.

    Impreso en el Per / Printed in Peru

    Pedidos:Av. Garcilaso de la Vega 974, LimaTelfs.: 331-1535 / 331-0968 / 332-3664E-mail: [email protected]

    Composicin, diagramacin e impresin:Editorial San Marcos de Anbal Jess Paredes GalvnAv. Las Lomas 1600, Urb. Mangomarca, S. J. L.RUC 10090984344

    ... ciudad perro, ciudad famlica, suntuosa villa,ciudad lepra y clera, hundida ciudad.

    Tuna incandescente. guila sin alas.Serpiente de estrellas.

    La regin ms transparente

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    Un gato ah

    Hay un gato ah. Est sentado, pasndose la lengua porel pelo mientras espera el primer tufo de hembra enla noche. Hay un montn de basura alrededor de la basede un poste de luz. Ms all del fondo de la calle se ve elbrillo tembloroso de una fogata. A un lado, por la aberturade una pared cuarteada y despintada, se enciende la luz deun foco peln en un cuarto. El gato siente algo y se va alhueco de la noche. No se oye nada. Cualquiera dira quetodo est en paz.

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    No tuviste ms remedio

    No tuviste ms remedio que quedarte conmigo. Y quibas a hacer? De no seguirme cuando decid huir, tehubieras quedado ah, quiz para siempre, sin que nadievolviera a saber de ti a menos que yo fuera tan estpidocomo para divulgar que tuve que ver con tu muerte o tudesaparicin; que fui yo quien te arrastr a semejantesituacin, que fui yo quien te sembr la mala suerte comosemilla contaminada. Pero no. Aqu estamos para contarloporque a ti no te qued otra alternativa que venir conmigo(o a m contigo?). Yo no saba nada.

    No se me ocurri mejor idea que salir al campo ese da.Despus de tanto insistir, tocando tu puerta, envindote

    flores, acarreando toda mi capacidad de seduccin hacia tusorejas, sin que nada diera resultado; la nica posibilidad erallevarte lejos, sola, a donde no hubiera distraccin algunaentre los dos. Solo as poda ponerte en la encrucijada fatal.Yo ya no me aguantaba las ganas; t no hacas gran cosani por negarte ni por ceder a mi asedio. Al ponerte entre laespada y la pared lograra al menos una decisin negativa,con lo cual pensaba liberara o empezara a liberar micabeza de la idea fija.

    No fue cosa ma que en el momento en que cerr lapuerta de mi departamento apareciera Joaqun. Fue lacasualidad. Me estaba esperando; yo qu s. Por supuestoque desde el principio me negu a llevarlo a ningn lado,pero no solo insisti hasta el cansancio sino que, dotado deuna falta de tacto cercana al despotismo, me acompa a lapuerta del carro, se subi casi a la fuerza argumentandolo imperioso de su necesidad de un aventn urgente, y se

    meti en mi camino.Le dije le tuve que decir que iba a verte, queera importante para m estar solo contigo, que por favorme dejara. Se rio, se burl todo lo que pudo. Es de esaspersonas que no respetan nada, mucho menos cuando setrata de cuestiones de amor, que para ellos son lo ms rid-culo que pudo haber inventado el hombre o la mujer olos dioses. Y fueron de tal tamao sus carcajadas queyo, inseguro y molesto, acept llevarlo. Ni siquiera sabapara qu. Cuando estbamos en el coche me pregunt haciadnde bamos. A las lagunas de Zempoala, le dije inocente,incapaz de mentir.

    Esper un comentario burln ms algo as como: Uy,qu romntico!; pero mi sorpresa fue mayor cuando me

    respondi que le quedaba a toda madre porque l tena quellegar a Cuernavaca, y desde la carretera le sera ms fcilsubirse a un autobs.

    Quera matarlo cuando dijo eso. Ahora tendra quecargar con l a tu casa y hasta donde tuviera a bien bajarsede nuestras vidas. Detuve el coche, lo mir de frente, conseriedad, a los ojos para decirle que no poda llevarlo, queme disculpara; otra vez con todo gusto. Pero lejos de lareaccin reflexiva que yo esperaba, tom su tpica actitud

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    de nada importa tanto; vamos, hombre, no seas quisqui-lloso y avanza.

    Fue por eso que cuando llegu por ti cargaba esepaquete. El resto ya lo sabes, lo viste; por eso ests aqu,conmigo. Aunque no te diste cuenta de lo que pasaba hastaun rato despus de haber entrado a la carretera; aunqueyo mismo no me haba percatado de que nos seguan yJoaqun de repente comenzaba a guardar silencio en el

    asiento de atrs...Tuve un miedo terrible. No le quera preguntar aJoaqun enfrente de ti lo que estaba pasando, porque noquera que te pusieras nerviosa. Recuerdas el momento enque lo dijo por primera vez, mientras abrazaba su mochilitacomo a su mam? No te vayas a salir de la carretera hacialas lagunas porque nos dan en la madre.

    Debo haberme puesto lvido; seguro fuimos espejo unodel otro. En ese instante, el carro gris con tumbaburros quevena detrs de nosotros tom en el retrovisor la imagendel peligro, del miedo a lo desconocido. Quiz t recuerdesmejor que yo los pretextos de Joaqun. Algo dijo que llevabaa entregar a Cuernavaca que no le convena a ciertos judi-ciales; algo que encontr tirado en el antro que limpia en

    las maanas, despus de que la noche anterior haban hechouna redada. Seguro que los judiciales lo haban olvidadoen el fragor de su propia violencia. A Joaqun se le ocurrirecogerlo y llevrselo. O habr estado metido ms adentrodel problema? Quin sabe. El caso es que cuando nos alcan-zaron, no s si no te diste cuenta o no quisiste evitarlo, apro-vech la confusin para dejar su mochila y tomar tu bolsa.

    Tal vez yo no deb dejarlo ah. Quiz fue el mayor errorde mi vida ceder al miedo y aprovechar el momento en

    que lo golpeaban para meterte al coche, encenderlo y salirrajando el aire como tren villista, sin saber lo que haba ensu mochila. El miedo es cabrn. Yo creo que fue tambinel miedo lo que te llev, en el colmo de tu arranque defuria, a lanzar por la ventana la mochila de Joaqun, y yono me detuve a recogerla porque mi miedo me lo impidi,pensando que nos alcanzaran y no haran preguntas antesde disparar.

    Sin embargo, ahora que estamos escondidos en estehotelucho de cuarta, en este pueblo rumbo al sur que no sni cmo se llama, mientras te baas para olvidar, creo que lacasualidad me dio la oportunidad deseada. Ests conmigo yno tienes de otra. Es ms, aunque no quieras, tenemos quedormir en la misma cama prometo no acosarte, pero noprometo no intentar seducirte, porque aunque me mandesal suelo, no me ir. Ests conmigo sin remedio. Son tus datoslos que tienen en su poder, si les interesa lo que Joaqun llevabams que l mismo. Aunque hayan anotado el nmero de placade mi carro, ni siquiera est a mi nombre, as que conmigo nodarn, y adems, maana lo primero que har ser venderloo cambiarlo, y tendremos que seguir en el camino.

    Ni se te ocurra pensar que podemos enfrentarlos para

    convencerlos de que la mochila de Joaqun la aventaste enun lugar indeterminado de la carretera, all por Zempoala.Nunca la encontraran y mucho menos nos creeran. Talvez fuera algo muy valioso lo que llevaba, algo que pudimoshaber vendido. Ni modo, no nos queda ms que huir untiempo y despus volver, a ver si se enfri lo que ni siquierasabemos qu tan caliente est.

    En este momento, ya pasado el susto, solo esperoque este asunto, del que aunque parezca, yo no tengo

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    Pegadito a las paredes

    Regresaste tarde, sin dinero y encabronado, luego decaminar desde el bar en medio de esa noche tan claracomo las pocas que hubo en todo el ao. Hasta entonces,no habas vuelto a sentir aquel denso hundimiento dequien se sabe vctima de la ciudad, envuelto hasta amor-tajarte en la vida huyendo sobre las calles interminablesdel monstruo.

    Regresaste para mirarte en el espejo, para descubrirde nuevo que estabas harto y que nada se poda hacer.Abriste un cajn del ropero. Hubieras querido encontraruna pistola, pero no haba ms que unas tijeras. Volviste conellas al espejo cuando renacan en tu memoria las imgenesdel bar, del pleito del que habas salido corriendo porque,

    segn un macho celoso, molestabas a la muchacha. Y ella nisiquiera vena con el celoso, pero lo cierto era que tampocoquera estar contigo.

    Diste el primer tijeretazo tomando un mechn del fleco.Los cabellos se esparcieron sobre el lavabo, as que acercasteel basurero para no regar por todo el bao los desperdicios.El pelo cay por manojos; el bote se llen de a pocos. Nolo tenas muy largo; pero al cortarlo, pareca que algunospedazos del mundo caan irremisiblemente al vaco.

    culpa alguna, no te lleve a odiarme. No s, hasta creoque estos das que vamos a tener que pasar como vaca-ciones forzadas ayudarn para convencerte. Tal vez, siJoaqun sobrevive, algn da le agradezca el favor que meha hecho, porque gracias a l no tuviste ms remedio quequedarte conmigo.

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    Asumiste que lo que hacas era definitivo. Te detuvistepor un momento, lo pensaste, tuviste miedo; pero entonceste asaltaron todos los recuerdos de las cosas realmentegraves que son irreversibles en la historia de un hombre. Elpelo crece, con eso no haba problema. Creste que tendrasel valor para enfrentar el lapso de tiempo incmodo que teesperaba, sobre todo por lo disparejo que te haba quedadoel rape. Habas quedado con la apariencia de un recin salido

    o escapado de un sanatorio mental.Una vez terminada la operacin lo tomaste con humor.Encendiste la televisin y te pusiste a ver una vieja pelculapoliciaca. Pero el cansancio te hizo caer en un sueo muyprofundo, que te llev sin escalas hasta las tres de la tardedel domingo.

    Al despertar y descubrir frente al espejo lo que habashecho la noche anterior, tu propio reflejo te hizo caer enun estado de depresin, peor que ese que te haba llevadoa cometer aquel atentado contra la vanidad. Te restedolorosamente de ti mismo, tras contemplar los huecosy mechoncitos desordenados que te haban quedado en elcrneo, y te sentaste a pensar en nada. Ms tarde decidistesalir a la calle.

    El primer encuentro fue tena que ser con Lucha,la seora de la tienda, que no te reconoci sino hasta queescuch tu voz. Comentaste someramente con ella lo prontoque crece el cabello y, sin ms explicaciones, seguiste tucamino.

    En la primera esquina, cuando estabas a punto decruzar la calle, se interpuso un auto blanco, de modeloreciente pero bastante golpeado, con un gran letrero en lapuerta que ostentaba el espantoso logo de tres iniciales de

    la Procuradura General de Justicia y un nmero de serie.El conductor, de bigotes, lentes oscuros tipo piloto y alientoalcohlico, que se poda percibir a metros de distancia, tellam para que te asomaras a hablarle.

    A qu se dedica? te espet, autoritario.Cuando te asomabas a la cabina del auto, el judicial sac

    la gran pistola y la puso sobre sus piernas, como si fuerauna extensin de su pene.

    Ya saca, cabrn, la mota, los chochos, lo que traigas...!No te dej responderle, inocentemente, que no traasnada. Te pidi una identificacin y le diste la licencia paraconducir, que afortunadamente habas tramitado un par desemanas antes porque ibas a empezar a entregar pedidos entu trabajo. Pero en la foto tenas el pelo largo y los bigotesque te habas rasurado recientemente.

    Acrcate, que te vea bien! orden.El judicial compar con expresin incrdula. En

    lugar de devolverte la licencia amenaz con pegarte unbalazo si intentabas huir. Luego te dijo que subieras alauto. Lo rodeaste, abriste la puerta y entraste, pensabasque la culpa del altercado se la debas a tu maldita deci-sin de raparte la cabeza. El judicial arranc y entre

    amenazas, continu exigindote que le entregaras loque no tenas. Te pase durante un buen rato por las callesdel barrio, hasta que encontr una solitaria calle cerradadonde detenerse. Ya oscureca esa triste tarde de domingode noviembre. Te inform que estabas en calidad de dete-nido en investigacin; te orden que vaciaras los bolsillos.Sacaste monedas, llaves y cigarros, y la billetera que lte arrebat para encontrar solo treinta pesos y muchospapeles intiles.

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    Ibas por el conecte no? Ya sabes rebien lo que cuesta.Ahora es delito el dinero, pensaste, pero te cuidaste de

    no mostrarle al hombre una expresin de la ms pequeainconformidad. Estabas en sus manos, lo sabas; aunque a timismo te sorprenda tu propia seguridad ante los aconteci-mientos. Tenas mucho miedo, pero lograbas ocultar perfec-tamente tu nerviosismo gracias a una frialdad externa de laque t mismo no te creas capaz.

    Voltate las bolsas del pantaln! grit el hombrecasi desesperado. Mejor ya saca lo que traigas, porque site lo saco yo, te voy a chingar!

    Pero si no traigo nada respondiste con un dejo deimpaciencia.

    Al mover la chamarra para demostrar que estaba vaca,uno de sus pesados botones metlicos golpe la cubierta deplstico de la puerta y el judicial interpret el ruido comoalgo que dejabas caer para deshacerte de l. Entonces, sete fue encima. La pistola volvi a ver la luz y recibiste unfuerte cachazo en el rostro.

    rale, pendejo! Qu tiraste! A ver, levntate despa-cito, djame ver all... Quietas las manos!

    No encontr nada, por lo que se llen an ms de rabia

    y te oblig a desabrocharte el pantaln.Pero despacio, no vaya a ser que saques un cuete de ah.Te registr, lastimndote y humillndote, y dej que

    volvieras a abrochar el pantaln. Luego, con movimientoscortados, baj del auto, le dio la vuelta y abri tu puerta.

    Bjate, cabrn! A ver, el dobladillo de los pantalones...Ahora los zapatos... Los calcetines. Pinche chavo, pendejo,ya no te hagas el mosca muerta y saca la mierda! gritsacudindote por la solapa de la chamarra, completamente

    fuera de s, con la voz pastosa de una borrachera que llevabahoras de soledad y resentimiento acumulados.

    Te meti una mano cerrada a la bolsa de la chamarray la sac abierta para mostrarte el paquete que l segura-mente cargaba. Era muy pequea, pero era una bolsa demarihuana.

    Ah est, pinche mustio! Vas pa dentro!Te golpe de nuevo con la pistola, esta vez con el can,

    y corri un hilo de sangre desde tu ceja. Te empuj al inte-rior del auto y azot la puerta antes de que terminaras demeter la pierna. No pudiste contener un pequeo quejido,que solo logr provocar ms la ira del judicial.

    l subi al auto y arranc violentamente, mientraste amenazaba a gritos con los separos y las ms atrocestorturas, para que delataras a quien no conocas. El corajete permiti mantener la calma, para tratar de dominar eldolor del portazo en tu tobillo.

    Despus, todo sucedi en un instante. Aunque el judi-cial trataba de intimidarte dicindote que sus compaerosandaban cerca, te diste cuenta de que la radio de interco-municacin estaba apagada. La pistola haba quedado a unlado de la palanca de velocidades y el polica mantena una

    mano ocupada con el volante, mientras con la otra sostenauna lata de Sprite con piquete que no haba soltado entodo ese tiempo. A alta velocidad, dio vuelta en una calley la pistola, sin que l se percatara, resbal hasta el sueloy se detuvo junto a tus pies. Haciendo acopio de valor, deun solo movimiento la levantaste y se la estrellaste en lacara con toda tu fuerza, al mismo tiempo que con la otramano empujabas el volante para obligarlo a chocar contraun poste. El impacto fue aparatoso; t mismo te golpeaste

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    contra el espejo retrovisor, provocando que volviera asangrar tu ceja.

    Antes de que aparecieran los curiosos, comprobaste queel judicial se haba dado en la cabeza contra el volante y queestaba inconsciente. Tomaste mecnicamente la pistola yla metiste en una bolsa interior de la chamarra. Abriste lapuerta y saliste corriendo del auto, esperando que nadie tehubiera visto.

    Te fuiste por las calles ms pequeas del barrio, pega-dito a las paredes, protegido por la oscuridad que acababade cerrarse, hasta llegar a tu departamento. Fue en esemomento cuando te diste cuenta de lo que habas hecho. Sino tenas nada en tu contra, qu ms poda haber inten-tado el judicial? Seguramente te habra soltado, quedn-dose con tus treinta mseros pesos, despus de unas cuantasamenazas ms y varias vueltas perdidas por el barriodesierto en domingo. Pero lo habas golpeado y te habasrobado su pistola, una reglamentaria de la polica judicial.Entonces recordaste que no habas recuperado tu licencia,que tena tu direccin; que no tardaran en dar contigo.

    En el momento de hacer esa conjetura, tomaste todo eldinero que tenas; metiste algunas cosas en una mochila, sin

    pensar exactamente cules; te pusiste una sudadera, aunquehaca algo de calor, y con una gorra en la cabeza para cubrirla reciente calva a la que an no te habas acostumbrado,saliste corriendo.

    Llevabas apenas tres calles de recorrido cuando recor-daste que habas dejado la pistola del judicial sobre elropero, donde, por no tenerla, hubieras querido que estu-viera la noche anterior. Sabas que sera el colmo de la auto-condena cuando entraran a registrar el departamento y la

    encontraran ah; tenas que regresar por ella para desapa-recerla en el camino.

    Volviste tan aprisa como te lo permiti la mochila quecargabas. Te detuviste en la esquina de tu calle; an no habaseales de que estuvieran buscndote. Entraste inconscien-temente sigiloso al departamento, tomaste la pistola y lametiste entre el pantaln y tu espalda, cubrindola con lasudadera y la chamarra.

    Estabas a punto de salir de ah cuando escuchaste elruido familiar de la puerta de entrada al edificio. La habasdejado sin llave, as que quien fuera podra pasar sin tenerque tocar ningn timbre. Te quedaste congelado, ensilencio, con el corazn rebotndote violentamente dentrodel pecho. Un horrible calor interno recorri tu cuerpo.Por el ruido supiste que echaban la llave despus de cerrar,as que tena que ser uno de tus vecinos. Esperaste a quepasara, e intentaste verlo por el ojo de la cerradura, perodesde haca varios das se haba fundido el foco del pasillo yno viste sino una sombra que suba las escaleras con pasoslentos, medio arrastrados. Esperaste hasta escuchar queuna puerta del piso superior se abra y cerraba.

    Solo entonces volviste a salir. Por la prisa que te produjo

    el tiempo perdido azotaste la puerta. Corras por las esca-leras cuando el ruido de varios motores te detuvo en undescanso. Eran ellos; estabas perdido. No podras entrar atu departamento ni salir del edificio. Y como no mantenasrelacin alguna con los vecinos, sabas que nadie se atre-vera a esconderte.

    Subiste rpidamente los cuatro pisos del edificio ysaliste a la azotea, pensando en alguna alternativa paraescapar. Tenas dos opciones: tratar de escalar el piso

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    de diferencia que haba con el edificio de junto y de ahsalvar varios metros hasta la azotea de la escuela, o bajarcolgndote de las tuberas de tu propio edificio hasta eltaller mecnico de atrs, aunque ah seguramente estaransueltos los perros y en la bajada te podran ver los vecinospor alguna ventana.

    Te decidiste por la opcin de la escuela. Trepaste alos tanques de gas y, aferrndote a unas tuberas viejas y

    a los huecos que afortunadamente tena la pared, alcan-zaste el borde. Un ladrillo se solt y fue a dar sobre unode los tanques. Te pareci que tocaban las campanas de laCatedral, as que brincaste precipitadamente al otro lado,mientras la vecina del ltimo piso se asomaba a la azoteaa ver qu pasaba; la vecina argendera con la que tuvisteproblemas desde que llegaste a vivir ah.

    Te quedaste tendido a ras del suelo, inmvil, hastaque la seora se fue. Cruzaste la azotea desconocida,larga, tratando de no tropezar con los escombros que lacubran. Asustaste a un gato y el gato te asust a ti. Ambosmaullaron. Echaste un vistazo y viste tres autos detenidosfrente a tu edificio, bloqueaban la calle. Dos hombres sehaban quedado afuera; quin sabe cuntos haban entrado.

    Pensaste en que si lograbas descender los cinco pisos,hasta el patio de la escuela, lo cual era posible por la herrerade las ventanas, te veras obligado a salir por la misma calley no podras sortear la vigilancia de los que estaban afuera.No podas perder tiempo, tenas que buscar otra salida.Saltaste una reja a un lado de donde estabas y te dejastecaer un piso hasta el siguiente techo. No sin dificultadcruzaste esta nueva azotea, entre jaulas de tender la ropa, yte escondiste detrs de un tinaco cuando ya se escuchaban

    las voces de los hombres en el techo de tu edificio. Escu-chabas tambin, a lo lejos, la voz chillona de la vecina queles informaba del ruido que la haba inquietado, pero erantan comunes los ladrillos que se desprendan en esos edifi-cios viejos y que quedaban regados por ah, que los hombresno le hicieron caso y se marcharon.

    Un profundo suspiro te llen los pulmones y relaj tusmsculos cuando dejaste de escuchar sus voces. Descan-

    saste un momento y pensaste en las alternativas que tenas.Podas escapar por el otro lado de la manzana, cruzandoalgunas azoteas ms, o volver a tu edificio despus de un ratode esperar a que las cosas se calmaran. Pero los judiciales olo que fueran, podan haber dejado a alguien para atrapartecuando llegaras. Seguiste adelante. En una de las casas tesorprendi un perro desde abajo y se qued ladrando largorato, pues lo seguas escuchando cuando ya caminabas porla banqueta, tratando de internarte en la colonia, buscandonuevamente las calles ms pequeas y oscuras.

    Mientras caminabas, intentaste analizar los sucesos:verte convertido en un prfugo de la manera ms estpida,con muy poco dinero y sin saber a quin recurrir. Buscastealgn lugar donde deshacerte de la pistola del judicial, pero

    no te decidas porque creas que en cualquier parte alguienpodra encontrarla. Tus pasos errabundos te llevaron sinquerer hasta la calle en donde se haba estampado el autodel judicial, que ya no estaba ah. Quedaba el recuerdo delimpacto en el poste medio doblado. Pasaste por el lugar,pensando en la razn que tenan las viejas pelculas poli-ciacas acerca de la vuelta del criminal a la escena de susfechoras y te reste con desesperacin de sentir que eras uncriminal en esas circunstancias.

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    Recargado en la pared de una casa frente al postechocado, con la vista hacia el suelo, observaste algo quebrillaba entre el pasto sin cortar que rodeaba al poste.Era tu licencia, que deba habrsele cado al judicial en elimpacto. Pero entonces, cmo haban ido a dar a tu casa sino la encontraron? Te diste cuenta del error. No estabanbuscndote a ti, todo haba sido una estpida coincidencia.Despus de todo, caba pensar que nadie hara caso de las

    acusaciones de un judicial de baja jerarqua, en perfectoestado de ebriedad, que trataba de zafarse de la respon-sabilidad de haber chocado la unidad y perdido la pistola.Seguro pensaran que trataba de ocultar algo ms gordo,porque incluso se haba quedado con la mariguana que uspara culparte. Y hasta caba la posibilidad de que ni siquierafuera judicial sino una vil madrina.

    Te sentas mucho ms tranquilo despus de haber encon-trado tu identificacin. Quisiste volver a tu casa, pero lopensaste dos veces antes de emprender el regreso. Primerotenas que desaparecer el arma. Decidiste ir hasta el almacndonde trabajabas, a pasar el resto de la noche con el velador,aunque tuvieras que caminar dos o tres horas para llegar.

    En el camino buscaste alguna coladera fcil de abrir

    para perder la pistola, creyendo que el drenaje sera el mejorsitio. Llevabas varias calles detenindote en cada tapa yjalndolas con fuerza, pero hasta entonces no habas podidomoverlas ni un centmetro. El arma te incomodaba muchoen la espalda, as que la metiste en la mochila y caminasteapretando el paso para terminar lo ms pronto posible conesa pesadilla.

    El camino que tomaste pasaba cerca de la casa deun amigo, y aunque haca largo tiempo que no se vean,

    tocaste para pedirle asilo por la noche, para no tener queir hasta el almacn. Te abri su mujer, molesta por la hora,pero despert a tu amigo, quien se rio mucho de tu horro-roso corte de pelo. Te dieron unas sbanas para que tequedaras en el sof de la sala. T prometiste que te irasen cuanto amaneciera, luego de explicar simplemente quepor lo tarde que era preferas no irte hasta tu casa, con loinseguras que son las calles; que preferas aguardar hasta

    el da siguiente para no correr ningn riesgo. Lo de lapistola tendra que esperar.A las seis y media de la maana del lunes, te despert

    la esposa de tu amigo con un vaso de leche. Era el primeralimento que tomabas desde haca cerca de da y medio, perolo recibiste como si fuera un banquete. Te fuiste tranquilo atu departamento. Pareca que no te haba sucedido nada lanoche anterior; lo nico que te la recordaba era el peso de lapistola en tu mochila.

    Cuando llegaste a tu edificio, las seoras del tercerpiso chismeaban los sucesos de la noche. Las escuchastemencionar que haban ido a catear el departamento 12,en el cuarto piso, y que aunque haban hallado restos dedrogas, el muchacho que viva ah llevaba tal vez semanas

    sin aparecer. Lo saban porque no escuchaban sus acostum-brados escndalos desde haca tiempo.

    Tu departamento estaba intacto, nadie haba puestoun pie ah, con lo que acabaste de confirmar tus sospechasal recuperar tu licencia. Te reste de la odisea que habasemprendido por culpa del miedo, pero pensabas que nohaba estado mal como aventura, ahora que todo habapasado. Quisiste descansar, dormir todo el da, as que fuisteal telfono de la esquina para hablar a tu trabajo y pretextar

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    La traicin del ojo

    Hace cuatro das amanec con una hinchazn casi imper-ceptible en el ojo derecho. No lo habra notado de noser porque me arda un poco y eso me hizo ponerle atencinfrente al espejo. No era nada, una simple irritacin segura-mente provocada por la falta de sueo, pues en los ltimosdas haba tenido que trabajar hasta tarde, y no haba dejadode ir al bar o de desvelarme sin razn alguna.

    Al salir de casa, el ojo me ardi con ms intensidad y,segn el comentario de Ernesto cuando me vio entrar a laoficina, se me haba puesto rojo.

    Te ves cansado dijo Adriana cuando me sent enmi mesa, frente a la suya. Medio en secreto, porque reciente-mente el jefe haba pretendido indagar sobre la vida privada

    de su personal, le cont que haba ido a una fiesta y que mehaba desvelado.

    No por tener que ir a la oficina el sbado en la tardeme iba a perder una fiesta el viernes, pero era cierto queestaba cansado, me senta perfectamente crudo y lo del ojose sumaba a mis malestares.

    A qu hora llegaste? me pregunt Adriana.A las seis de la maana, pasaditas le contest para

    no parecer demasiado agresivo, pero qu le importaba?

    cualquier enfermedad. Desayunaste opparamente. Luegoescondiste la pistola en el cajn del escritorio, inclusopensaste en conservarla. Sacaste las tijeras para tratar deemparejar los mordiscos que te habas dejado en el pelo.Dormiste el resto del da.

    Por la noche, fresco, descansado, saliste a comprar ciga-rros. Al dar la vuelta a la esquina, encontraste tres autosde judiciales estacionados frente a la tienda. Tus piernas

    flaquearon cuando tus ojos se detuvieron en los de ungordo de bigotes que tena un gran parche en la frente yque casualmente miraba justo hacia donde apareciste.

    Ah est! grit, y todos se fueron detrs de ti quetropezabas con un basurero.

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    Estuvo bueno el reven, no?Ms o menos. Lo que pasa es que no tena cmo

    regresarme y tuve que esperar hasta conseguir un aventn.Aj. Y la fiesta estaba tan aburrida que la gente no

    se iba...Ya no s qu le dije. Por qu le importaba tanto? El

    hecho de que hubiramos tenido algo un simple besito,si bien apasionado, bastante inocente, despus de unas

    cervezas mientras oamos blues no implicaba nada param. Ella haba sido, adems, la primera en poner barreras; siahora lo quera tomar en serio no era bronca ma.

    Me puse a trabajar en lo que haba quedado pendienteel viernes, aunque sin muchas ganas, no solo por la crudasino porque saba que el jefe me pedira que me presentarael domingo por si algo se ofreca. Empec a reclamarmela ocurrencia de haber aceptado ese trabajo eterno, sindas y sin horarios, aunque fuera bueno el sueldo. Comoa las dos horas frente a la computadora, preparando unascomplicadas grficas de estpida informacin, el ardor delojo despert con fuerza y as sigui durante todo el da.Lo peor, sin embargo, sucedi mientras el sol caa a plomosobre el maldito invernadero que es mi oficina, cuando las

    gotas de sudor salado de la frente se me lograban meter alos ojos, obligndome a cerrarlos por momentos.

    Ernesto me dijo que seguramente estaba intoxicado.La hinchazn en los ojos solo era uno y el salpullidoen el rostro durante el sueo me haban picado unosmosquitos desnutridos, de ciudad eran para l sealesinequvocas.

    Le voy a hablar a mi esposa para que me diga qu tepuedes tomar...

    No! lo interrump, no te molestes, no es nada;me siento perfectamente.

    Era cierto, lo nico que necesitaba era irme de ah,terminar de pasar el sbado sin tener que estar frente a lacomputadora haciendo exactamente lo que menos querahacer. Por fin, como a las nueve y media de la noche, el jefedecidi terminar el tormento.

    Sal hacia mi casa con mi ojo ardoroso y la cruda

    todava a cuestas. Le un rato, pero dej el libro pues mesenta verdaderamente cansado. Me recost en la cama y,sin desvestirme, me qued dormido hasta el domingo.

    So contigo. Aparecas frente a m, era como si revivierala conversacin que tuvimos durante la fiesta. Estabassentada, con la blusa verde exhibiendo tus hermosos senos,sonriendo, girando sobre la silla para adoptar distintasposturas, dependiendo de si escuchabas o hablabas y qudecas. En el sueo, como en el recuerdo de esa noche, tusojos aparecan frente a los mos con tanta atraccin que pormomentos no me daba cuenta de lo que me decas. Peroen el sueo no hubo un final, como en la realidad. No nos

    fuimos juntos, no me diste ningn aventn a mi casa a lasseis de la maana, no trat de besarte ni tuviste que impe-dirlo con ese gesto de impaciencia. En mi sueo, te quedastesentada frente a m, con la mesita de por medio, hablandoy escuchando palabras incomprensibles por innecesariashasta que despert.

    Casi no poda abrir el ojo derecho. Tuerto, me tomun caf, y no fue sino hasta salir de la regadera que pudeseparar los prpados completamente. La hinchazn no

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    haba aumentado, segua exactamente igual, pero el ojo mearda mucho y se me haba puesto muy rojo. Me convencde que no deba darle demasiada importancia; tena variascosas que hacer durante el da, as que no dejara que un ojoirritado me detuviera.

    Fui a la oficina un rato en la maana, a sacar los docu-mentos finales para una reunin que tendra el jefe el lunestemprano, y en cuanto termin me fui a buscar a Mariana,

    mi hermana, para irme con ella y Jos a la comida decumpleaos de Armando, mi otro cuado. Era una comi-dita familiar, pero la haban organizado en San Mateo, enlas caballerizas, as que podra pasar la tarde montando acaballo.

    All sucedi algo extrao. Ensill a la Mota, la yeguams briosa de las tres que tiene Armando y me fui a daruna vuelta al bosque. Ya en la vereda, la solt a galope, y derepente el ojo me volvi a arder muy intensamente, hastaque se me nubl por completo, hacindome perder el equi-librio y caer.

    El golpe no fue muy fuerte pues fui a dar sobre unmontn de yerba, pero en mi ojo derecho haba una gransombra que oscureca la mitad de mi visin. Me senta

    mareado, sin poder levantarme. Busqu sin xito a la yegua;el ojo me impeda fijar la mirada. Al cabo de un rato, mien-tras se me pasaba el susto, la oscuridad de mi ojo comenza ceder, aunque lo extrao fue que antes de recuperar lavisin por completo, apareciste t en mi mente, como sifueras realmente t, sentada frente a m, con tu blusa verdepidiendo a gritos que te la arrancara.

    Solo te vi un instante, y lo que lleg a mi cabeza fue lapregunta de por qu te haba recordado en ese momento.

    Claro que me habas gustado, y cuando alguien llama la aten-cin de otro me parece que esto es general ese otro suelepensar en ese alguien constantemente. Pero, en realidad,sent que me suceda en el momento menos romntico.

    Todo volvi a la normalidad; recuper la vista comple-tamente, y aunque an me arda el ojo, pude ver a la Motapastar tranquilamente, no muy lejos de donde yo estaba.Volv a montar y regres a las caballerizas; ya haba sido

    suficiente. Mariana y Jos estaban a punto de irse, as quenos despedimos y salimos.En el camino de regreso, mientras platicbamos sobre

    cualquier cosa, Mariana volte a verme y me dijo que mi ojoestaba muy rojo.

    Te lo not desde que llegaste a la casa, pero ahoraest peor dijo.

    Yo tambin me di cuenta terci Jos. Deberasver al doctor.

    Quiz tengas razn acced. Tal vez vaya maana.Pero la verdad es que no soporto a los doctores, prefiero,

    por lo comn, que las molestias pasen solas. Tengo unaconfianza ciega en los mecanismos del cuerpo para defen-derse a s mismo. Cuando son cosas realmente graves, estoy

    de acuerdo con el recurso del matasanos, pero por un simpleojo irritado no cre que fuera necesario ver a un mdico.

    Trat de llamarte por telfono, pero nadie contest, y esoque marqu desde todos los telfonos pblicos que hayentre la casa de Mariana y la ma. Por fin llegu a mi casa,dispuesto a descansar a pierna suelta lo que quedaba deldomingo. La irritacin del ojo me llev hasta el espejo para

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    ver cmo iba el asunto. Era una bola de fuego; el ardorcontinuaba y la hinchazn haba aumentado notablemente.Me puse unas gotas, pero aunque el color se suaviz unpoco, la irritacin fue mucho ms violenta.

    Me tir en la cama y comenc a cabecear. Mi ltimopensamiento fue de gusto, pues si dorma desde tantemprano, seguro que llegara fresco a la oficina una maanade lunes por primera vez en no s cuntas semanas.

    El problema surgi cuando llegaba al sueo profundo:se me col de nuevo la sombra del ojo derecho; la mismaque apareci cuando montaba a la Mota. Pude saberlo auncon los ojos cerrados, aun dormido, porque fue como siuna oscuridad visible, tangible, se sobrepusiera, del ladoderecho solamente, a la nada que impera en el sueo antesde que nazcan las imgenes.

    La angustia que me produjo la sombra logr desper-tarme, y la gran sorpresa fue que solo mi ojo izquierdopudo ver algo entre las penumbras del cuarto; el derechosegua con la nube negra cubrindolo. Encend la luz y lasituacin permaneci igual. Con gran esfuerzo logr vencerun casi ataque de desesperacin, puse un disco y me echen la cama. Pensaba que cuando amaneciera mi ojo estara

    bien, que no tena por qu preocuparme; seguro que la irri-tacin se deba a la contaminacin o a cualquier otra cosa.El cansancio me sumergi en un sueo tan profundo que nisiquiera termin de escuchar la primera cancin del disco.

    Despert cansado, como si no hubiera podido dormir bien.El ojo me arda mucho y estaba irritado, pero poda vernormalmente. Conforme pasaban los minutos record las

    imgenes que haba soado durante la noche. Eras otravez t, a ratos desnuda, salida seguramente de un sueofantasioso con contenido ertico, en el que haba inven-tado tus senos y tu cintura frotndose contra mi cuerpo,sin haberlos visto nunca. Pero, a ratos, la imagen que volvaera la de haberte soado tal y como te haba conocido, contu blusa verde convertida en pura esperanza y tu sonrisaque estallaba a cada momento frente a m. Lo extrao era

    que ninguna de las imgenes que evocaba, cada vez msmientras avanzaba el da, tena el brillo que suelen tener losrecuerdos de los sueos. Eran opacas, como vistas parcialesde lo que pudo haber sido. Y de repente, se confundan,como dos diapositivas superpuestas, tu cuerpo desnudosobre el mo y la imagen real del recuerdo de aquella noche.

    El da pas como cualquier otro; la oficina, el tedio deltrabajo rutinario, las bromas cotidianas con los compaeros,todo igual que siempre. Marqu tu nmero y nuevamentenadie contest el telfono. A la hora de comer decid escon-derme de Adriana quera que comiramos juntos, salirsolo y meterme en un caf donde no encontrara a nadie.Estuve un rato mirando la calle, con dos tazas de caf conse-cutivas en la mesa, hasta que me aburr y me fui a caminar.

    Llova ligeramente, pero me gustaba caminar as, dejandoque mi cabeza se humedeciera con las finas gotas de lluviacida, observando a la gente que corra para guarecersebajo cualquier toldito.

    En esas estaba cuando me pareci verte sentada enuna fonda. Fue de reojo, y en el momento de detenermea echar un segundo vistazo, la vista se me nubl nueva-mente: resbal, perd el equilibrio y ca al suelo. Al levan-tarme, algo sumamente raro pas en mi mirada. Era como

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    si te viera sentada en la mesa de la fonda, pero vestidacon la misma blusa verde de aquel da y adoptando exac-tamente las mismas actitudes, detalle por detalle, con quete conoc.

    El ojo derecho me ardi con una intensidad inusi-tada. Al cerrarlo, casi mecnicamente por el dolor, mi ojoizquierdo vio que dentro de la fonda no estabas t. De hechono haba nadie. Entonces volv a abrir el ojo derecho y t

    apareciste de nuevo. Puedes imaginarte el susto? Estabasufriendo alucinaciones; alucinaciones graves, y no podaculparte, pues ni siquiera senta por ti algo cercano al amor.Te haba conocido, s, y me habas gustado, pero eso no erarazn suficiente para estar vindote aparecer en cada lugara donde iba. O lo era? Me habas embrujado o algo as?Era eso un verdadero mal de ojo?

    Decid no volver a la oficina, de todos modos tendra queenfrentarme con el jefe tarde o temprano, pues ya habamostenido demasiadas fricciones, y si esa ausencia injustificadahaca reventar la situacin, qu mejor.

    Durante el camino a casa, en el metro atascado, mien-tras yo me sujetaba trabajosamente de uno de los tubosjunto a la puerta, con una mujer gorda pisndome un pie y

    dos jvenes empujndome pues haba invadido su espaciopareca que el tubo les perteneca, te vi sentada habln-dole a un yo que no poda ser el que era, al yo que te conoci,no al que viajaba incmodamente a su casa. Cerraba el ojoy desaparecas, y al volverlo a abrir, en otra direccin dela que te haba visto, ah estabas de nuevo, en otro asiento,pero siempre t con la blusa verde y la risa y los giros. Ymientras tanto, mi ojo izquierdo era el nico que parecamantener la ecuanimidad.

    Antes de llegar a casa volv a marcar tu nmero, con lamisma suerte que las otras veces. Lo nico que pude haceruna vez en casa, fue sentarme en el silln y cerrar los ojospara escapar de las alucinaciones que me haban perse-guido durante los ltimos das. Me fui quedando dormido,y al despertar, los recuerdos de las imgenes de los sueosfueron muy claras esta vez. Me daba cuenta de que mi ojoizquierdo, entre sueos, inventaba fantasas maravillosas

    e imposibles con un cuerpo desnudo que tena tu cabeza,mientras que mi ojo derecho se resista, incluso en el sueo,a ver otra cosa que no fueras t en la misma situacin desiempre.

    Lo peor fue descubrir que tambin despierto te vea,aunque solo fuera con el ojo derecho, como si el muy traidorse hubiera quedado prendado de ti, intentando apresartepara siempre y obligndome a vivir con dos imgenes,distintas pero simultneas, de la realidad. Esto me producaun terrible dolor de cabeza y, para colmo, el ojo no dejabade arderme.

    Asustado, fui a ver al oculista. Aunque el consultorioestaba vaco, me hizo esperar un largo rato, durante elcual te vi otra vez, sentada en el escritorio de la secretaria.

    Durante esa espera descubr que ya ni siquiera cuandocerraba el ojo desaparecas, te quedabas ah, en medio deuna extraa oscuridad.

    Por fin el mdico me hizo pasar, y despus de hacermeuna breve revisin con esas lamparitas que usan paraexplorar las pupilas, me dijo que solo era una pequeainfeccin, probablemente causada por la contaminacin.Me recet un bao de ojos y me recomend que tomaraunas vacaciones en las montaas porque, de quedarme en la

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    ciudad, la contaminacin seguira hacindome dao. Obvia-mente, no le expliqu que aun mientras me revisaba, yo teestaba viendo, y lo nico que pude pensar fue que efectiva-mente estaba volvindome loco y te haba tomado a ti comopretexto. Volv a buscarte por telfono, planeando obligartea curar mi mal, pero no logr comunicarme. Me quedpensando en que definitivamente me diste un nmero queno existe.

    Anoche ya no pude dormir. En el sueo result peor queen la realidad la situacin de vivir dos imgenes distintasy superpuestas todo el tiempo, as que prefer quedarmedespierto y permanecer con los ojos abiertos, viendo conuno la tranquilizadora penumbra de mi habitacin y conel otro tu imagen tan eterna que haba empezado a odiar.Incluso poda ver en el fondo de tus pupilas, cuya negrurabrilla en medio de tus ojos claros, un reflejo de m mismoque no era el de ese preciso momento sino el de la noche enque te conoc. No solo te metiste para siempre en mi ojo,sino que metiste contigo un momento de mi vida. Por qume ests haciendo eso?

    El da comienza a clarear y ya no puedo soportar estaesquizofrenia. No quiero verte ms; no as, congelada enun momento del tiempo, obligndome a tenerte siempresin tenerte jams, a vivir con un insoportable dolor decabeza que no se va con nada, a sentir que la mitad de mimirada prefiere verte a ti que lo que queda del mundo. Nos. Hace un rato naci en m una necesidad incontenible dearrancarte para siempre de mi mirada. Despus de todo, nohubiera llegado nunca a tenerte.

    Qu importa? Lo importante es deshacerme de ti,cueste lo que cueste. Y si pierdo lo dems, lo que tena antesde que decidieras habitar en mi ojo, me da igual, despusde todo no hay mucho que ver en el mundo, y en realidad,cuando duerma si es que te convertiste, aunque yo noquisiera, en una profunda obsesin, prefiero que mi ojoizquierdo te imagine desnuda y amndome, que seguirviendo esa maldita imagen tuya, vestida de verde, seducin-

    dome sin realmente desearlo, riendo y hablando de no squ tantas estupideces.Ahora me tranquiliza tener este parche en el ojo. Ya

    no me arde, aunque tuve que resistir un dolor increblehace un momento. Sobre todo, ya no ests ah. Mientrascamino hacia la ventana para ver pasar a la gente con miojo izquierdo, pienso que habr de olvidarte poco a poco.Pienso que en realidad nunca te necesit porque nuncaexististe. Pienso que estar mejor, no te buscar nunca; serquien siempre he sido.

    Pero, recargado en la ventana, mi corazn casirevienta cuando te veo descender de tu auto, vestida deverde otra vez, con el escote abierto, voltear hacia arribaen busca de mi departamento, colndote esta vez en mi

    ojo izquierdo; quiz buscando meterte en mi nariz, en milengua, en mi piel.

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    Mariposa

    Desde que amaneci, las cosas empezaron a andar mal.Pero no era ella, era el da; hay das as, que desdeque nacen anuncian con un agero fro y mojado que van apasar pesados sobre la tierra.

    Desde temprano llovi tupido, con rayos y truenos quese espantaban mutuamente, como haca mucho tiempo, peromucho tiempo, que no suceda. Arcelia misma no recordabauna tormenta igual, aunque su memoria fuera apreciadapor todo el barrio como la ms exacta y til. Saba hastalas fechas de nacimiento de los ms pequeos hijos de losvecinos, aun sin poder tolerar sus costumbres, su modode hablar y pensar. Si es que lo tenan. Pero ah estaba sumemoria, empecinada en recordarlo todo y no encontraba

    en ella una tormenta como esa.El primer problema que traa la lluvia era la ropa, que

    no se iba a secar nunca. Por el contrario, se iba a apestar,malgastndose el trabajo y el tiempo puestos en ella.

    Como a las doce del da, el cielo se abri nomspara demostrar que el sol an viva detrs de las densasnubes. Sin embargo, el gris no tard en volver, recordn-dole al mundo que hay das en que reina por encima detodas las cosas. Tambin con el oscurecimiento que trajo

    el mal tiempo, su atardecer de medioda, Arcelia perdilas esperanzas de ir al centro. Y le urga. Deba ir atrsde la Catedral para comprarle sus potencias al Nio. Yahaca tiempo que se las deba. Milagros o no milagros,la imagen del Santo Nio haba permanecido durantevarias generaciones sobre el mismo mueble de la mismarecmara, y eso ya era proteccin y ayuda ms que sufi-cientes. Le haba prometido regalarle una aureola dorada,

    como la que le robaron tiempo atrs, porque quera verloms hermoso, porque tena que expresarle su fe con algoms que la eterna veladora encendida; eterna desde que,antes de los cristeros, un lejano to abuelo tall la figurasobre un palo de rosa que l mismo hizo crecer en suhuerto.

    Pero no, no le traera las potencias ese da, y esa mnimadesgracia se sumaba al temible ambiente que creaban lalluvia, los rayos y los truenos.

    Durante la maana, Arcelia se sorprendi por otraincongruencia con la rutina. Solo hasta el atardecer sedara cuenta de que tambin los gatos fueron augurio.Silenciosos, los cachorros se acurrucaron todo el da, sinmoverse, en el silln de la costura. Y la gata negra, la

    madre, que no los haba dejado solos ni un momentodurante sus dos meses de vida, no dio muestras deexistir mientras llovi. Cuando aliment a los cachorros,Arcelia busc a la gata hasta en la azotea, en todos susescondites conocidos, sin poder dar con ella. En algnmomento, los cachorros la llamaron tambin, pero ellano apareci. A Arcelia le pareci demasiado raro, porquedesde que la gata era chiquitita nunca se haba esfumadotanto tiempo.

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    Pero la gota que derram el vaso, para dejar a Arceliatumbada e inconsolable por el resto del da, fue la ausenciade don Manuel. Lo extrao fue que ni siquiera trat deesperarlo, sabiendo que a veces se retrasaba, sino que sesinti como si desde la maana hubiese sabido que Manuelno llegara.

    l nunca faltaba. Todos los das, despus de recorrerlas calles, y a su modo ganarse la vida, iba por la tarde avisitar a Arcelia. Era una relacin aeja y quiz un pocoempolvada de tan quieta. La gente del barrio miraba conun sentimiento entre la compasin y la burla a aquellasdos almas solitarias que se tenan apenas una a la otracada tarde, casi a diario.

    Arcelia, en el tedio de la espera, recordaba los tres dasque envolvieron las nicas tres ausencias imprevistas dedon Manuel en diecisiete aos. Esto no quiere decir queManuel nunca hubiera faltado, sino que cuando eso suceda,avisaba a Arcelia desde el da anterior.

    Maana me voy a pasear, Arcelita deca con unasonrisa medio torcida que no conoca los espejos.

    Arcelia haba aprendido a sentir simpata por esa formamustia de decirle que se ira a emborrachar o a buscar unaprostituta barata, dispuesta a acostarse diez minutos conun ciego. Los chamacos, divertidos, le hacan saber a Arceliaque en eso consista el paseo de don Manuel.

    Pero con ella era siempre respetuoso y confiable. Escu-chaba cada tarde, con atencin de creyente, el fluir de losmiles y miles de recuerdos de Arcelia. Solo su voz eracapaz de desvelarle el secreto de la luz y los colores. Y ella

    tambin crea que don Manuel poda ver sus recuerdos; nole caba en la imaginacin una oscuridad tan radical como laque, segn l, viva en su mirada.

    Esa tarde, la ausencia de don Manuel tena una extraacarga que se sumaba a la lluvia, a los gatos, a la imagendel Nio triste sin su regalo. Mientras esperaba, Arceliaevocaba sin querer los recuerdos de aquellos tres dasaciagos en que esper la visita de don Manuel. Trataba de

    evitarlo, pero las imgenes la inundaban con el peso de algovivo que clamaba por salir. Adems, el hecho de que el ciegohubiera evitado siempre hablar sobre las tres muertes quecoincidieron con esos das, le haca temerle, como si real-mente l hubiera tenido algo que ver.

    Es un ciego pensaba. Quin puede saber lo queve un ciego? Tal vez en su oscuridad es capaz de ver lo quenuestros ojos vivos pierden entre tanta luz.

    Cmo no iba a ponerse nerviosa? Los nervios le picabanen todos los dolores que le haba inventado un huesero enla columna vertebral. Para qu sirven tantas hierbas ybrebajes?, se quejaba por dentro, mientras esperaba quedieran las siete y media. Solo entonces dara por sentadoque don Manuel no llegara y echara la llave del zagun.

    En ese momento, le entraron unos escalofros por laentrepierna, y ya no pudo cerrar el paso a las claras imgenesde las muertes ocurridas precisamente aquellas tres vecesque el ciego no lleg sin avisar el da anterior. Recordcomo si describiera, igual que siempre, sus recuerdos a donManuel, solo que ahora las imgenes se agolpaban angus-tiosamente en su memoria.

    No s si llovi las otras veces la tormenta de suda gris la hizo empezar por ah, buscando similitudes

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    entre este y aquellos das. Creo que la primera... No! Lasegunda vez, ya me acord. Era por ah de julio, uy, hacecomo diez aos. Yo haba terminado de hacer mi quehacercuando me empezaron a dar los dolores, que ya los vengocargando desde hace bastante tiempo...

    Al revivir los recuerdos, Arcelia cambiaba su expre-sin como si realmente alguien estuviera con ella. Rea, seenfureca o caa en la melancola; exactamente igual que

    cuando narraba para el ciego.Fue el mismo da en que se larg la ingrata de laJulia y vea a la muchacha recoger sus cosas y escaparfurtivamente con nada ms que una vieja charola de plata,nico tesoro de la casa. Yo me mora con el dolor deespalda y le gritaba que me trajera el remedio, mientrasla malnacida hua como una vil ladrona. Y as me qued,sin poder moverme por el dolor. Al da siguiente, tempra-nito, empez el gritero de los chamacos que anunciabanla muerte del hijo de la partera. Decan que lo sacaron desu casa como a una rata de su agujero cuando haca unnegocio criminal, y lo mataron a balazos en la calle. Losacaron como a una rata, igual que cuando lo sac su madreal mundo; sola, encuclillada en el suelo de tierra, bajo el

    aguacero y la luna nueva. El ciego dijo una vez que sumadre lo sac de nalgas; que estaba dos veces maldito, pornacer dndole el culo a la vida, y sin que lo vieran ms ojosque los de su madre. Esa fue la vez que llovi. Las otras dosveces no llovi, pero tampoco fueron das hermosos. Nuncason hermosos los das as.

    Arcelia se contaba sus recuerdos de manera estruc-turada. El secreto de su amplia memoria consistaen acomodar sus recuerdos en alguna progresin de

    regularidades y despus repetrselos al evocarlos,variando apenas detalles insignificantes. Ahora parecahacerlo para predecir la muerte que se le anunciaba nece-saria en la ausencia del ciego, en la tristeza de los gatos,en la tormenta.

    La primera vez fue un par de aos antes de esa del hijode la partera continu. Fue cuando se muri Rosita,con esos gritos de poseda que no dejaron dormir al barrio

    entero en toda la noche. Y no se muri hasta la madrugada,cuando ya estaba clareando. Es horrible pensarlo, pero nohubo quien no se alegrara de su muerte cuando por fin seacabaron los alaridos. Manuel deca que no se muri, sinoque su alma fue reclamada por los espritus. Y no es pornada, pero esa noche los espritus anduvieron sueltos y a susanchas en el barrio. Yo ya haba cerrado la puerta del zagunpara merendar e irme a la cama. Julia estaba en su pieza, talvez ya dormida. De repente, se fue la luz, as noms, sin raznalguna. Agarrndome de la pared fui a buscar una vela. Ahfue cuando se oy un golpazo afuera, afuerita del zagun,como de algo que se caa y se rompa. Justo ese da habapuesto en la ventana una maceta con azleas que despusde esa noche amaneci tirada y rota en la puerta. Cuando

    o el golpe no quise ir a ver. Sern los gatos, pens. Perome empezaron los dolores con el susto que me di cuandoescuch claramente que tocaban a la puerta y la empujaban.Alguien andaba ah, seguro, por el fro tan tremendo que medio, y se me hace que era medio vivo y medio muerto. Entreel dolor y el susto me met a la cama, y en ese momento seescucharon los gritos de la loca. Nadie pudo dormir hastaque, entre alaridos, pas a formar parte de otro mundo. Alda siguiente, por la tarde, vino Manuel, pero se qued solo

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    un rato, sin escuchar, como si pensara en otras cosas. Dijoaquello de que a la Rosita se la haban llevado los espritusy a m me dieron escalofros de acordarme de las flores ydel fro... Luego noms se qued callado, como si su miradanegra cambiara de direccin, buscando en un abismo quinsabe qu cosas que l puede ver.

    Arcelia estaba recostada en su silln, aguantandocon imgenes manoseadas tantas y tantas veces los terri-

    bles dolores que le provocaban sus nervios en la espalda.Se haba llevado uno de los gatos al regazo, donde entresu dolor y el calor que se proporcionaban mutuamente, lodejaba ronronear.

    El recuerdo de esa muerte la haba reconciliado con donManuel, y a travs de una extraa complicidad, perdonabasu ausencia. Pero entonces mir a su Santo Nio con suveladora y sinti miedo.

    El tiempo pasaba y l no llegaba. El da estaba de malagero y el dolor en la espalda la mataba. Para no pensaren ms muertes, huy hacia un recuerdo inocente de suconversacin del da anterior con don Manuel.

    Ahora me encontr una mariposa, Arcelita habadicho despus de tomar el primer sorbo de caf. Ella haba

    sonredo, y l, como si la hubiera visto, afirmaba: No,no se ra. Nunca ha visto una de esas mariposas grandes,negras? Yo no s si es que se les oye el aleteo, pero es ciertoque la encontr.

    Arcelia pensaba ahora en la mariposa, ms que en laremota posibilidad de que el ciego la hubiese visto. Laque su imaginacin vea era aquella mariposa oscura quedurante cuatro o cinco das, cuando era una nia, le habaimpedido el paso al patio por el temor que le produca. El

    temor lo haba perdido, pero no la desconfianza.Su recuerdo inocente deriv de nuevo hacia la angustia.

    Una mariposa negra no poda ser un buen mensaje. Todoen el ambiente de ese da ola a tragedia, la provocaba. Lasimgenes de la tercera ausencia injustificada del ciego seasomaron sin ser llamadas a su pensamiento.

    Fue el da de la muerte del cura, que muri sin santosleos porque l mismo no se los pudo dar. Fue una muerte

    lenta y dolorosa. Desde la maana el cura comenz a sufrirun tremendo arrepentimiento porque so con un ngelque conoca muy bien sus pecados, que andan por el barriosin apellido. Y que el ngel lo vena a condenar al fuegoeterno. No dej de llorar de terror e intil arrepentimientohasta que se muri. No hubo ms testigos que uno quehaba sido sacristn y seguramente se haba ido de farraalguna noche con el cura en la sacrista. Su entierro no fuepresenciado ms que por los enterradores y el prroco deSan Agustn, que tena instrucciones del obispo de no dejarque nadie fuera. Lo excomulgaron ya en la tumba; seguroque se conden.

    Su dolor de espalda se haba incrementado, obligndolaa encorvarse sobre el silln. Ya eran las siete y media. Los

    recuerdos, la ausencia de don Manuel y la persistente lluviaen ese da oscuro de amenazas, la hicieron pensar en loscandidatos a una muerte ya prefigurada.

    Pens en el boticario, que haba perdido a su mujerpocos meses atrs y todos saban que no vivira mucho sinella. Pero sera necesariamente una muerte pacfica y reque-rida, y eso chocaba con el humor pesado del da.

    Tena que ser algo ms trgico. Quiz alguna de lashijas del doctor Domnguez, el notario, quienes a fuerza de

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    llegaba preocupado, desmintiendo la mala broma de losmuchachos.

    Aqu estoy, Arcelita! No les haga caso a los chamacos,aqu estoy! le gritaba desesperado, aunque para ella suvoz ya era indistinguible de la tormenta que se enfureca ensu memoria.

    Entre las ltimas imgenes claras del delirio, antes deque todo fuera nebulosa, oscuridad, ceguera; se alternaban

    el rostro sin mirada de don Manuel y una enorme mari-posa negra que ensombreca la desesperacin del ciego porvolverla en s.

    Al final, Arcelia cay en un ltimo momento de tran-quilidad pasmosa, causado por la mariposa que estaba ah,ntida y extraamente familiar, apareciendo y desapare-ciendo en diferentes lugares. Pero ese momento se volviterror cuando descubri que los lugares en donde vea ala mariposa, eran los lugares en los que su imaginacinfijaba aquellas tres muertes horribles, aquellos tres das deausencia del ciego. Crey que la mariposa haba estado ah,anuncindoles, como enviada del Ms All, el fin de su vidaprestada.

    Arcelia ya estaba exhausta de delirar. Desemboc en un

    lapso de lucidez ltima que solo le dej ver el rostro pintadode miedo del ciego y a la gata negra entrar furtiva por lapuerta del zagun en busca de sus cachorros. Detrs de ella,posada en una esquina de las paredes y el techo, desple-gando la riqueza de sus alas teidas de mil tonos de negro,la mariposa encargada de absorberle el alma del cuerpo alfinal de aquel maldito da.

    Un fuerte chifln entr desde la calle, apag la eternaveladora del Santo Nio, que se quedara para siempre sin

    el regalo de sus potencias, y se llev a la mariposa haciaafuera, como si conociera bien el camino.

    Manuel la sinti como un viento rajando la oscuridad,abrindole paso a Arcelia hacia el mundo en donde sus ojostenan entera su facultad.

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    Los apstoles del diablo

    Llevaba cerca de cuatro horas acostado, sin poderdormir, viviendo el ms grande de los martirios. Sehaba metido a la cama a la hora que siempre lo haca, perono haba podido cerrar los ojos durante todo ese tiempo yya le empezaba a pesar demasiado. Haba vaciado casi porcompleto una lata de insecticida en aerosol sin obtener nadams que una molesta irritacin en los ojos y en la garganta,que haca an ms insoportable el suplicio.

    Asquerosos insectos! Mosquitos de mierda! lesgritaba a los causantes de su agitado insomnio. Pero ellos,atareados, seguan zumbando alrededor de su cabeza,buscando el sitio y el momento exactos para clavar su suciatrompa, chupar pasmosamente la gota de sangre y engordar

    como globos que se van flotando despacito. Y, para que nohubiera duda de su malicia, le dejaban la saliva contami-nada que lentamente, cada vez ms lentamente, hacacrecer otra roncha en su piel. Entonces, l se rascaba concoraje hasta conseguir una erupcin de sangre de aquellosvolcanes que, sin embargo, no lograba matar la comezn.

    Pero no era tanto la molestia de las picaduras lo quele impeda dormir sino el constante zumbido en el odo.Por qu no podan, los imbciles, revolotear todo lo que

    quisieran cerca de sus pies o de su estmago? Por qu tenaque ser en el odo? Estaban ensaados, lo hacan a prop-sito, como si fueran conscientes de su labor de mercenariosde la noche.

    Despus de esas cuatro horas, cuatro y media, de sufri-miento, empezaba a pensar que alguna fuerza maligna losanimaba a molestarlo de aquel modo, intencionalmente; queun misterioso poder los enviaba en contra suya para buscar

    algo ms que un poco de su sangre. Su falta de sueo, aluci-nada, pretenda convertirlos en mensajeros de quin sabequ fantasma de un delirio nocturno.

    Cuando por fin perdi la paciencia y se cans de agitarla mano para tratar intilmente de alejar a los mosquitosde sus orejas o cuando menos arrancarles a jirones el sueoque le quitaban, jal las cobijas y se cubri desde los pieshasta la cabeza. Los zumbidos cesaron, pero el calor delverano, que ni siquiera con las lluvias lograba disminuir, loasfixiaba impidindole nuevamente conciliar el sueo.

    As pas cerca de dos horas ms ya eran seis y mediaen total, lo cual significaba que haba pasado la nocheen vela, dando vueltas, eligiendo entre el calor y loszumbidos, hasta que el fondo del cansancio lo sac por fin

    de sus casillas y de la cama. Tom la decisin desesperadade acabar a revistazos con sus diablicos perseguidores;pero al encender la luz, los mosquitos desaparecieron, sedesvanecieron como se desvanece un sueo. Despus demucho buscar, a punto de volver a la cama, aunque fuerapor los ltimos minutos de la noche, asumiendo la idea depasar el da entre bostezos y despertando las sospechas dela gente en la oficina, vio un mosquito posado en la pared.Estaba semioculto, a un lado del ancho marco de un cuadro,

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    mirando hacia arriba con una calma que lo haca dar laimpresin de tomar una siesta despus de un banquete.

    Al ver su abdomen oscuro y abultado sufri un ataquede rabia muy poco usual en l, hombre tranquilo, rutinario,acostumbrado a tener absolutamente todo bajo el msperfecto de los rdenes. Blandi con precisin y fuerza larevista, produciendo un golpe de sonoridad seca que bienpudo haber despertado al vecino del departamento de al

    lado. Sostuvo la revista contra la pared durante algunossegundos para cerciorarse de que el insecto no habaescapado ni podra hacerlo ya. Separ la revista y vio unpequeo manchn rojo en la pared, simtrico al que queden la mejilla del presidente de la Repblica que ocupaba,sonriente, la portada de su arma.

    Se sinti satisfecho y termin por recobrar la calma.Revis la habitacin en busca de ms mosquitos, aunquelo hizo superficialmente, pues senta que el que acababade morir sera suficiente amenaza para que el resto no seatreviera a provocar de nuevo su terrible y justa clera. Lonico que vio fue otro manchn rojo que, segn sus clculos,deba tener tres o cuatro das de antigedad.

    Gracias al cansancio, pero tambin a la satisfaccin que

    le brindaba el triunfo sobre su enemigo, logr conciliar unsueo profundo durante una hora; tan profundo que cuandodespert no pudo recordar lo que haba soado, aunque lequedaba la sensacin, sobre todo mientras desayunaba, deque haba sido de una intensidad anormal.

    El da transcurri como cualquier otro, de no ser porel desvelo que delataban sus pronunciadas ojeras. Pas susacostumbrados cuarenta y cinco minutos en el transportepblico, para depositarse en la oficina durante cinco horas,

    haciendo lo mismo que ayer y anteayer; casi disfrut sudescanso de media hora en la fonda de la esquina, y volvia su escritorio y sus telfonos durante cuatro horas ms.Al final de la jornada, sali de ah despacio, pas a unatienda para comprar cualquier comestible y, sin prisa, seencamin a casa.

    Al llegar a la puerta del edificio, sinti crecer un fuerteenojo contra s mismo pues se percat de que haba olvi-

    dado las llaves. Jams le suceda algo as. Ni siquiera le fuenecesario buscarlas en todos los bolsillos o en el portafolioporque saba que era intil, que nunca metera las llavesen otro lugar que no fuera el bolsillo derecho del pantaln;por eso mismo, no usaba llavero sino una argolla pequea,de una sola vuelta, para que no le estorbara ni le rompierael forro.

    Qu hacer ahora? Tendra que llamar al portero yenfrentar su propio mal humor con el de aquel individuoque siempre pareca estar disgustado. Y con ello solo conse-guira abrir la puerta de la calle; an faltaba la del departa-mento. Tuvo que molestar a los vecinos de al lado para quelo dejaran cruzar, con mucho cuidado, la reja circundadapor negras y peligrosas lanzas de hierro que separaba los

    dos balcones, la cual, por lo dems, demostr su inutilidadpues l consigui saltar, aunque no sin rasgar la camisa. Sesinti sumamente ridculo al entrar por la parte de atrsa su casa y ver las llaves colgadas en su lugar, como si nohubiera salido esa maana.

    Mientras atravesaba la puerta de la cocina para volvercon el vecino a recoger su portafolio, not apenas lapresencia de un mosquito flaco que lo esperaba junto a lasllaves. Al pasar cerca de l vio cmo levantaba el vuelo y

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    se recrimin a s mismo por no haberle pedido a la vecinaque le pasara el portafolio una vez que estuvo en su ladodel balcn, pues por la prisa de no hacerla esperar en elpasillo del edificio, perdi la oportunidad de deshacerse delmaldito insecto en cuanto lo vio.

    Comi en la cocina lo que haba comprado, an protes-tando contra su propio olvido. Pens en cambiar el lugarde las llaves para que no le volviera a suceder. Pero por

    qu? Por qu si siempre haban estado ah y nunca anteslas haba olvidado? Simplemente no volvera a suceder; fuealgo inexplicable pero perdonable. Fueron, tal vez, las horasde insomnio, los desesperantes mosquitos. Deba dejar dedarle importancia al asunto.

    La rutina volvi a su sitio con dificultad, despus de losinesperados acontecimientos del da. Solo hasta que apagla luz para dormir alcanz a darse cuenta de la magnituddel cansancio que le haba provocado la vigilia de la nocheanterior.

    No haba siquiera terminado de cerrar los ojos cuandolos causantes de su sufrimiento irrumpieron en su frgiltranquilidad. Al escuchar el primer zumbido de la nocherecord al mosquito posado junto a las llaves olvidadas. Lo

    imagin despegarse de la pared y desvanecerse en el vuelo.Intuy claramente su expresin hambrienta, amenazante,mientras tomaba el rumbo de su habitacin con un perfectoconocimiento del aire que surcaba, de las puertas que tenaque atravesar para llegar hasta donde la vctima agitaba lamano tratando de defenderse de l. Comenzaba, otra vez, ladoble tortura de los mosquitos y el calor.

    Esta vez, no dej que pasaran las seis horas de la nocheanterior; a los diez o quince minutos se levant. En medio de

    la oscuridad, tratando de no hacer ruido, se cercior de quetodas las puertas y ventanas de la habitacin estuvieran biencerradas para que los enemigos no pudieran escapar cuandoencendiera la lmpara. Una vez iluminado el cuarto, se armcon la misma revista victoriosa de un da antes y comenzuna nueva batalla. Estaba decidido a entablarla a muerte.No descansara hasta estar absolutamente seguro de que noquedaba un solo mosquito ms, al menos esa noche.

    La movilizacin dur casi una hora y media. Fue difcil,los enemigos se encontraban bien parapetados en loslugares ms inaccesibles del cuarto; al final, el saldo fue detres muertos solo uno de ellos dej la mancha roja queindicaba que haba logrado concretar un ataque, aunquequiz fuera en la noche anterior y un herido. Este ltimocrey que haba podido escapar, pero el golpe le cercenun ala y cay sin poder alzar de nuevo el vuelo. l decididejarlo ah y disfrutar verlo morir de cansancio, de tantomover mecnicamente el msculo de volar y no poderlevantarse ni un milmetro. Completamente satisfecho porel xito de la campaa, apag la luz y se dej caer en elsueo que aoraba desde das atrs.

    Durante el resto de esa noche de triunfo, tan solo una

    vez fue levemente molestado. A un paso de la inconscienciamovi la mano izquierda y so que con eso venca a unltimo enemigo, desbalagado y perdido por el campo debatalla. Despus durmi profundamente, y no volvi a sentirla presencia de los mosquitos hasta la maana siguiente,cuando encontr al malherido de la noche anterior dandosus ltimos aleteos infructuosos.

    Con el caf de la maana sinti de pronto el peso de unsueo extrao que habra tenido durante la noche, un sueo

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    irrecordable que se presentaba en forma de una molestiapara la consciencia, muy similar a lo que era el zumbidode los mosquitos cuando apenas empezaban a llegar. Estaligera angustia le hizo entender lo ridculo de su actitudmilitar contra esos insectos. Era necesario matarlos, s, peropor qu dejar que se convirtieran en una obsesin? Porqu no, simplemente, comprar insecticidas y repelentes, ouno de esos aparatitos elctricos que todo el mundo deca

    que eran tan buenos?Todo el da estuvo despistado, en actitud meditabunda,aunque sin pensar en nada concreto. Era la angustia aquellaque le haba nacido en la maana y que a lo largo del dahaba crecido. Era como si algo le faltara, como cuando sesale de viaje con la conciencia de que en el lugar de destinose confirmar que no est el cepillo de dientes o que faltanlas pantuflas.

    Por la noche, al salir de la oficina, despus de otrajornada cualquiera, se fue pensando que la rutina era tansemejante cada da, que ya no poda relacionar algunosacontecimientos de su vida con los momentos en quehaban sucedido. Era tan exacto el orden de lo que hacaque cualquier cosa poda haber ocurrido un siempre o un

    nunca; haba incluso muchos incidentes que casi podanno haber existido. Se dio cuenta de que se le escapaba lanocin del tiempo, porque sus recuerdos no tenan una basecronolgica en su memoria; porque su memoria ya no erala conciencia de un tiempo transcurrido. Qu era? Puracostumbre? Consista la funcin de la memoria tan soloen no olvidar las llaves, los nmeros de telfono de susclientes, la cifra de la cuenta bancaria en que depositaba sucheque de comisiones? Tuvo miedo de que sus recuerdos se

    esfumaran como se haban esfumado esos sueos extraosde las ltimas noches.

    Estos pensamientos lo sumergieron en una melancoladesconocida para l. Se olvid hasta del camino de regresoa casa, mientras su mente se desviaba hacia esa idea que aveces usaba para bromear consigo mismo: Los mosquitos,enviados de alguien que deba castigarlo por algn crimencometido en otra vida. O el mal mismo, desocupado y

    aburrido, buscando un alma propicia para realizarse. Losmosquitos....La confusin de estas conjeturas, junto a la pesadez de

    los sueos olvidados que no dejaba de angustiarlo, hicieronque se perdiera y llegara a casa mucho ms tarde de lonormal, luego de haber recorrido una serie de calles quele parecan desconocidas, nuevas, distintas. Al salir rumboal trabajo aquella maana, haba pensado en ir a comprarinsecticidas, un matamoscas resistente y hasta uno deesos papeles con pegamento, para tener el gusto de ver aun mosquito sano incapaz de despegar. Pero su estado denimo y sus extraas reflexiones lo haban hecho olvidarlo.No haba comprado nada, ni siquiera para cenar.

    Se sinti molesto. No sola dejar de lado las cosas que

    se propona hacer; no era normal que se olvidara de susobjetivos, y ahora, por divagar, por ponerse a pensar en algointil, tendra que soportar otra noche de tormento.

    Al llegar a su casa, aunque era muy tarde, se dio unbao que le produjo un gran malestar por hacer algo tanajeno a la rutina. Olvidaba demasiadas cosas y llenaba sucabeza con muchas argumentaciones obtusas. Quiso creerque era algo pasajero, provocado por la falta de sueo enalguien tan acostumbrado a no variar sus horas de descanso.

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    Y como los mosquitos eran la principal razn de que nohubiera podido dormir durante las ltimas noches, tomla decisin de visitar al portero del edificio al da siguientepara ofrecerle una buena suma por instalar mosquiteros enlas ventanas de su departamento. Ese sera el remedio msefectivo; con los mosquiteros ya no tendra que soportaraquel tormento diario y recuperara su rutina, su memoria,su tranquilidad.

    Cuando se fue a dormir no quiso ya emprender unanueva batalla contra sus verdugos; prefiri tratar de ignorartodo aquello que pudiera constituirse en un obstculo parael descanso. Se acost y la sorpresa de conciliar el sueorpidamente desapareci con el sueo mismo. Llegaronlas imgenes que no poda recordar cuando despertaba,confundidas con llaves, memoranda, relojes que marchabana la inversa y grandes latas de un insecticida que msbien pareca pintura negra en aerosol. Senta como si aundurmiendo hubiera por todos lados unos mosquitos delsueo que al picarle se llevaban algo importante de su vida.

    Aquellos mosquitos revoloteaban alrededor de sucabeza haciendo un ruido ensordecedor. Uno a uno, seposaban sobre su frente, hundan su temible aguja y extraan

    enormes gotas de algo que no era precisamente sangre,sino un lquido menos espeso y de colores diferentes porcada mosquito que lo chupaba. Despus despegaban lenta-mente, cargando con dificultad una enorme cantidad deaquel humor que los inflaba hasta volverlos burbujas trans-lcidas que salan por la ventana. Entonces, l vea cmo enel redondo abdomen de los mosquitos se proyectaban situa-ciones de su vida, rostros conocidos, lugares, recuerdos.So que se llevaban sus recuerdos, sus certezas; que le

    quitaban la facultad de acordarse, la nica facultad quehaba desarrollado en su vida de rutinas claras y sistem-ticas, de caminos rectos, de seguridades inamovibles.

    La pesadilla dur quiz toda la noche. Vio pasar, trans-portada en alas de mosquito, su vida entera. Pero no pudosaberlo porque no recordaba nada cuando despert, nisiquiera a los mosquitos que haban dejado sobre su frenteun dramtico empedrado de comezn que l se qued

    rascando mecnicamente, con la misma expresin de uninsecto al que le falta un ala y, aun as, trata de volar.

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    Botones

    La camisa se le ha comenzado a romper de tanto jalar losbotones, pero no se puede quedar quieto con ellos. Losarranca y los vuelve a coser para tener algo que hacer, y losvuelve a arrancar. Solo cuando se levanta del silln, frente ala pantalla, para servirse otra cerveza los deja en paz.

    Ve un partido de futbol; el faul dentro del reamarcado contra su favorito le hace dar un fuerte tirn.El botn se desprende y cae al suelo. De reojo entrela televisin y el suelo, ve al baln dar en el poste y albotn rodar bajo el sof. Contento porque el tiro no pasa mayores, se agacha a buscar el botn. Pero un nuevocoraje se produce cuando el aparato le informa que en elcontraataque las Chivas anotaron y l no pudo verlo por

    buscar el botn.Va de nuevo por cerveza, medio tibia y sin espuma, y

    con ella se vuelve a sumir en el silln. Se pregunta qu mspodr ver en la televisin despus del partido. Se preguntasi la espera durar ms que la cerveza caliente. Odia loscomentarios de medio tiempo, pero los deja para teneralgo que escuchar y no seguirse preguntando. Es mejor noseguirse preguntando, porque solo as logra sentir que eltiempo pasa ms rpido que en la realidad.

    Estn repitiendo la jugada del contraataque, la delbotn. La podr ver completa. Su mano, sin preguntarle,se lleva a s misma a los botones de la camisa. La repeti-cin de la jugada vuelve a crear en l la emocin de presen-ciarla y en su mano el crispamiento que nuevamente logradesprender un botn. Esta vez pierde definitivamente lapaciencia. Rabioso, lo ve rodar bajo la televisin. Tras unademn violento con las manos y la cara, que expresa una

    desesperacin mucho ms larga que la que provocaran lossimples botones arrancados, se va a la cocina.Busca algo de comer. La espera ha sido tan prolongada

    que no quedan ms que unas tortillas endurecindose yunos chiles serranos muy poco atractivos. Llena un vasocon agua y se lo vaca en la garganta. Luego va al baopara descansar la vejiga encervezada. Mientras el chorrose libera dando gusto a sus entraas, lo asaltan de nuevolas preguntas. Vuelve a pensar en salir, dejar la espera y losbotones en su lugar, olvidar todo el asunto y escapar.

    Pero si una vez afuera le da por arrepentirse yregresar? Ya no habra vuelta, no podra volver a entrar sidejara solo el departamento. Irse sera un error. Al fin, estla televisin, el segundo tiempo del partido que ya deba

    haber comenzado, y luego quizs una pelcula vieja o lasnoticias. Quedan algunas cervezas; estn el sof y el sueo.

    Abre la regadera y se quita los pantalones y la camisapara ponerse bajo el chorro. Pero como ha dejado de pregun-tarse, se tranquiliza y prefiere terminar de ver el partido.

    Cierra el agua y vuelve, ya solo con camisa y calzonci-llos. Al pasar frente a la cocina ve la lata de sopa de verdurasen la basura y no puede evitar la evocacin de un platohumeante. Se sirve ms cerveza caliente y se sienta ante la

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    de pensar ms en que hay guerra en.... Hay guerra en elmundo, en el aire, en el tiempo...

    Encuentra uno de los botones perdidos y lo cose a lacamisa. Est tan absorto que no se da cuenta de que lo hacemal: a la mitad, entre las alturas de dos ojales. Cuando lonota, casi al terminar, decide dejarlo: sabe que no tardaren volverlo a arrancar frente a la televisin, para coserlouna vez ms en su sitio. Pero la mano no se acostumbra a

    tirar del botn sin que est abrochado. Se llena de hastocuando comprueba que abrocharlo en la posicin en que locosi, deja un incmodo holn, ya del lado izquierdo, ya delderecho de la camisa; lo cual depende de si lo abrocha enel ojal que le queda arriba o en el de abajo. Finalmente,arranca el botn con despecho y se lo lleva a la boca, dondelo tritura dando a sus dientes un misterioso placer.

    Permanece as, con pedacitos de plstico duro en laboca, jugando con la lengua, sentado frente a la televisinque ya no dice nada. En el colmo del aburrimiento, la esperaregresa contundente a su cabeza. La vuelve a hacer cons-ciente, preguntndose, reclamndose una y otra vez cuntodurar, cunto tiempo ms.

    Recuerda que ya no hay ni una cerveza. Las tortillas

    estn por fin totalmente duras y los chiles solo lograranalborotar el deseo de comer con que l quiere solapar eltiempo de espera an por transcurrir.

    En la desesperacin de permanecer sentado, sntoma ycorolario de su larga espera, se acerca de nuevo al bao.Termina de desnudarse y abre la llave de la regadera.Mientras sale el agua tibia, da una vuelta por la cocina paraperder lo poco que le queda de paciencia ante el hambre quese avecina terrible.

    Ya no sabe cunto tiempo ha pasado desde que se comila sopa de verduras. Toca las tortillas y supone que dejarlaslas har cada vez ms difciles de digerir. Rompe una y semete un pedazo a la boca. Un diente despierta adoloridopor la dureza del alimento. Lo escupe con una muestra deasco. Piensa que ya es suficiente tiempo para que se calienteel agua de la regadera, as que regresa al bao, resignado adejar que el hambre se apodere, poco a poco, de su estmago.

    Pero el agua no se ha calentado. Le dan ganas dellorar. Hambre definitiva y urgente. Y preguntas, nueva-mente preguntas. Solo el ruido del agua al caer sobre elpiso de azulejos cuarteados, viejos, puede devolverle unpoco de calma. Pero cree que el sonido tranquilizador delagua puede llegar a tapar los ruidos provenientes de fuera.Cierra la llave y abre la puerta mecnicamente para encon-trar un pasillo que nadie ha pisado en mucho tiempo. Laazota al volverla a cerrar. Aprieta los dientes en una muecainfantil que termina por producir una lgrima mustia dedesesperacin.

    No hay ms remedio que seguir esperando. Recobra lacalma por un instante, avergonzado de su lgrima. Revisael calentador del agua en la cocina y comprueba que est

    apagado. Y el tanque de gas abierto le asegura que tieneuna nueva desesperacin en puerta; la falta de gas. Nisiquiera podr poner las tortillas al fuego para comrselastostadas. Se mete un pedazo a la boca y lo mantiene ahhasta que se suaviza y puede tragarlo. Toma un sorbo deagua de la llave del fregadero para ayudarse a pasar lamasa spera y desabrida.

    Se moja la cara en espera de una frescura reconfortante.Pero esta no tarda en convertirse en fro, y el fro le trae

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    preguntas. El fro siempre trae preguntas consigo. Piensaque el fro es una enorme duda en s mismo.

    La pantalla sin programacin sigue encendida. Se sientaante ella y el ruido lo adormece pausadamente. Lucha contrael sueo sin poder vencerlo, hasta que se queda dormido enel silln.

    No se da cuenta de que su mano se mueve hacia losbotones. El sueo lo ha arrimado hacia una serie de dudas

    que no se pueden expresar en palabras ni en imgenesconcretas. Son preguntas que vuelan de un lado a otro,mientras esperan respuestas cuya estela de luz desapa-rece, yndose cada vez ms lejos, hacia el fondo de lanoche.

    Despierta sobresaltado, arrancando el ltimo botnde la camisa, que vuela sin que su recin recobrada vigiliapueda localizar la trayectoria. Las preguntas por su destinose desvanecen bajo el sentimiento impaciente de haberdormido un largo rato y otra vez haber perdido la posibi-lidad de salir de ah, de terminar la espera si alguien hubierallegado a la puerta.

    En realidad, su sueo es ligero, cualquier ruido lo desper-tara; hasta los simples pasos de la gente en el corredor. Pero

    l cree que es pesado como una roca. El sentimiento de queha pasado mucho tiempo durante su sueo nace al ver porla ventana que el da comienza a clarear nuevamente. Sabeque es un nuevo amanecer en la espera, pero ya no sabecuntos han pasado desde que esta comenz. De cualquiermodo, la luz del da le trae nuevas esperanzas. Quiere estarseguro de que alguien llegar para sacarlo de ese absurdoencierro. Quiere estar seguro de que en el transcurso delsol que se asoma encontrar fin su desesperacin.

    Por un momento, ms o menos largo, olvida el hambrey pierde el fro. Se sienta una vez ms a ver la televisin enel da nuevo. Probar otros canales; tal vez encuentre unpartido de ftbol a alguna hora del da. As se queda, sinhacer caso de los botones durante un buen rato, hasta queel sol comienza a calentar la habitacin.

    Tranquilizado por el calor del da, se mete a la rega-dera para recibir el abrazo fresco del agua. Lo goza como

    una lluvia pausada y reconfortante, pero en el momento msinesperado, el agua deja de caer. Prueba la llave del lavabo ylo mismo. Corre a la cocina y encuentra el mismo resultado.La llave del fregadero se queda abierta como imagen de sudesconcierto; cae una gota miserable y resbala por la caerapara perderse junto con su calma. Es un abismo negro depreguntas, de tiempo pasado como si durara el doble.

    Siente que su espera lleva ya semanas, que su barbaha crecido y hasta encanecido. Se queda con las manosapoyadas en los bordes del fregadero y la vista clavada enla negrura del trayecto recorrido por aquella ltima gota.Siente cmo la piel de su vientre se pega a las vrtebras,creando un vaco que rompe el pedazo de tortilla que sucuestionada humanidad no ha podido digerir.

    Ya no le queda otra opcin que la de volver a perderseen la televisin. Ah sentado, sin lograr mantener su aten-cin en la pantalla, su cabeza no puede dejar de formularsepreguntas que se reproducen como botones que saltandesde camisas de miles de colores opacos y desconocidos.

    Solo despierta de este trance cuando la luz del exteriorcomienza a desvanecerse, lo que significa que ha desperdi-ciado otro da; que quizs hubiera podido escapar y dejaresa espera imbcil atrs, sola y encerrada.

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    De pronto, la televisin deja de sonar. Se apaga, dejn-dolo todo en una oscuridad que a l le parece igual a la dela ltima gota de agua al caer por la coladera del fregadero.Lo que ya no puede distinguir es si eso sucedi esa mismamaana o la maana de un da lejano y sombro.

    Las oscuridades se unen. La noche sin electricidad loencuentra desesperado. Nadie ver una luz encendida enel departamento. Nadie tocar al da siguiente, si acaso

    llegara. No habr ruido ni seales que indiquen la presenciade un esperante oscuro, desmembrado en preguntas comobotones arrancados de la camisa por un impulso mecnicodel miedo.

    Se queda perdido en una desesperacin cada vez msrotunda, transitando en un tiempo hueco que es solo laimagen de un hombre vuelto espera interminable.

    Grietas

    Volvi a venir el tipo de la delegacin... Me estsoyendo? Que ya es el ltimo aviso, que si para dentro de unasemana seguimos aqu, van a venir las mquinas a tirar eledificio con nuestras cosas adentro. Oste?, Jos! Oste?

    La respuesta es un golpazo, cuyo coraje logra desprenderalgunos pedazos de yeso alrededor del marco de la puerta.Ya desnudo, el concreto deja ver las grietas en su estruc-tura, que desde hace ya tantos aos tienen amenazada a laconstruccin.

    Las grietas, sin que nadie se d cuenta a fuerza de nomirar, han crecido poco a poco, alargndose con los mins-culos temblores que suceden todo el tiempo sin sentirse, sinser exhibidos por los diarios ni los noticieros. Han ganado

    terreno, cubriendo como telaraas las paredes condenadasdel viejo edificio, que nunca llegara a ser antiguo porqueni siquiera es bello. Han crecido hasta con las vibracionesde los camiones al pasar por la curvatura del pavimento,apoyado en ese suelo fangoso en el que las construccionestodas viejas, casi todas derruidas, lastimadas se vanhundiendo como dientes en carne blanda, desgarrndola.

    Atraviesan el edificio y se prolongan hasta el suelo,como si el vaco echara races de espacio muerto; como si

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    quisieran alcanzar el centro de la tierra. Mrgara observalas que son nuevas para ella, recin descubiertas por elportazo de Jos. Las suma a las otras; piensa que prontocrecern yerbajos y enredaderas. Piensa, casi divertida, queson adornos con que el destino decora la inseguridad de suvida. Se acerca a la puerta de la habitacin y, sin abrirla, llamaa Jos. l no responde. Se da la vuelta y regresa al sillnpara seguir con un tejido que comenz esa misma tarde. La

    radio est encendida, arrullndola, hasta que un cabeceo lehace equivocar el punto y solo deja caer el estambre sobresu regazo. Se duerme incorporando al sueo la imagen, queya no reconoce, de la bola de estambre al caer, adelgazn-dose en su camino hacia el borde de la habitacin, donde sedetiene y se borra.

    Jos tambin duerme detrs de su portazo. Una pesadillalo hace agitarse de un lado a otro de la cama, sacndole ruidosy rechinidos que en el sopor se vuelven grietas sonoras, quese abren con el temblor de su propio cuerpo, resquebrajn-dolo como si estuviera hecho de frgil concreto. Los ruidosalcanzan por fin sus huesos, delgadas varillas oxidadas que sedesmoronan hasta despertarlo en un gemido.

    En la otra habitacin, tambin despierta Mrgara en

    ese momento. Cada uno se levanta de donde est y se acercaa cada lado de la puerta. l llega antes. Abre y encuentra aMrgara con la mano a la altura de la manija. Se miran yse abrazan durante un rato largo, tratando de resanar loshuecos que todo el tiempo se atraviesan entre los dos. Comosi tuvieran remedio despus de tantos aos.

    Viste lo del departamento?Sigue ocupado, Mrgara, no se puede hacer nada

    responde Jos desviando levemente la mirada. Nadie

    puede sacarlos de ah, tienen influencias o buena suerte. Onosotros tenemos mala leche. Qu podemos hacer? Mejorvmonos de aqu, vmonos a casa de tu ta Esperanza. Aquya no hay nada.

    Sabes bien que no nos podemos ir, que la ta no mequiere volver a ver dice Mrgara, quiz comprimiendouna lgrima. Nunca me perdonar que me haya ido, nicuando se muera. Adems, cuando eso suceda, su casa se va

    a perder. Tenemos que hacer algo aqu, Jos! Tenemos queconseguir el maldito departamento!Vamos a ampararnos aqu en el edificio piensa en

    voz alta Jos. Juntamos a los vecinos y nos amparamos, ya ver quin nos saca.

    Jos, ayer se fueron los del cuatro. Y a don Matas selo llevan maana a un asilo, quin sabe dnde. Solo quedandos departamentos ocupados aparte del nuestro. Nadie no