Mc 0002317
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Captulo 1
ANTES DE LAS VACACIONES
Cuando en
878
Chile sostena sus derechos so
bre la Patagonia, que la Argentina tambin preten-
da, el intendente de la provincia de Valparaso, mi
ciudad natal, don Eulogio Altamirano, visit la Es-
cuela Superior en que yo era alumno; y
al
imponer-
se de que en mi seccin se estudiaba la C onstitucin
Poltica, cuyo artculo 19 como es sabido, indicaba
entonces como lmite de Chile por el oriente, la cor-
dillera de los Andes, pregunt a un alumno por ese
artc ulo , el cual lo r ecit sin fa lta alguna; pero
al
interrogarle en qu fundaba entonces Chile s u pre-
tensin
a
la Patagonia no supo responder. Hizo igual
pregunta a varios otros
y
tampoco le respondieron
satisfactoriamente, porque nada se nos haba ex-
plicado al respecto. No ob stante, cuando me la hizo
a m , respond lo que haba odo a mi padre, cuando
conversaba con sus amigos, y disert sobre el par
ticular con cierta suficiencia. Le agradaron proba-
blemente mis respuestas al intendente, pues conti-
nu examinndome sobre las atribuciones de los
diferentes poderes del Es tad o, formacin de las l e
yes, etc.,
y a
todo respond bien.
Al
retirarse de la escuela, dej constancia de
su visita, y del examen que haba hecho, en el libro
que para el efecto haba y encomiaba a la direccin
y
a
m. Llev s u gentileza y bondad a tal extremo
para conmigo, que al da siguiente me envi como
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premio especial un ejemplar de la Constitucin
co-
mentada, con una hermosa dedicatoria que hasta
ahora conservara como preciada joya, si un in-cendio en casa no lo hubiera reducido
a
cenizas.
Yo
haba ingresado a esa escuela en el ao 876
en que cumpl once aos, y
no
haba estado en nin-
guna otra. Una hermana mayo r que ha ce pocos aos
muri, me haba enseado ramos elementales.
Diriga la escuela don Jernimo Lagunas, mo-
desto
y
distinguido maestro que creo no habr sido
superado por nadie en su misin de educacionista.
Los alumnos de esa escuela aprendan casi
a
la per-
feccin leer y escribir, las cuatro operaciones de
aritmtica, en enteros, quebrados y decimales, y el
catecismo de la doctrina cristiana. Sabiendo bien
el nio de catorce a quince a os, lo que aqu enseo
de preferencia,
o
en cierta ocasin que el seor
Lagunas deca
a
mi padre, todo le ser ms fcil.
Y
despus de tantos aos estoy persuadido de ello.
Tena organizada la escuela como una compa-
a de infan ter a, un sargento del Regimiento de Ma-
rina era instructor militar, los mismos nios ele-
gan
los
oficiales y clases; a modo de verdadera
arma usbamos un riflecito de madera, y como uni-
forme una gorra especial, regalos del anterior inten-
dente don Francisco Echaurren, por ningn otro
igualado en la Repblica.
Dos o tres veces en el ao salamos a Via del
Mar o Playa Ancha en correcta formacin y all ra-
mos revistados por las autoridades. Para tales actos
se nos preparaba hacindonos ejecutar ejercicios
diarios.
En mi larga y accidentada vida,
y
juzgando
po r los resultados obtenidos po r casi todos los alum-
nos de esa escuela, muchos de los cuales salan de
ella
para
emplearse, logrando ejercer altos cargos
pblicos; creo que la educacin
e
instruccin que
all se daba
era
insuperable pa ra for m ar ciudadanos
tiles a la patria, a sus familias
y
a
s
mismos.
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De m puedo afirmar que el leer muy bien,
lo
digo sin jactancia, desarroll el deseo de leer mu-
cho , y mediante ello aprender diversidad de mate-
rias. L a buena le tra , que tambin tena, me impul-
saba a escribir , y como copiaba lo impreso desde
cierta ocasin que ms adelante dir, aprend o per-
feccion variados conocimientos; especialmente los
gramaticales necesarios para poder escribir con re-
lativa correccin.
Mis conocimientos en matemticas, no obstan-
te ser elementales, me han permitido expedirme sa-
tisfactoriamente en todas las variadas actividades
a que me he dedicado; y mi complexin robusta es-
toy cierto que la debo, en gran parte, al sistema im-
plantado en esa escuela para la educacin fsica.
Los principios religiosos inculcados por mis pa-
dres y querida hermana que se encarg de mi edu-
cacin infa ntil , fueron afirmad os en esa escuela con
el estudio del catecismo de la doctrina cristiana,
y robustecieron en m la conviccin de que soy
responsable de mis actos, y que tengo un alma que
salvar porque hay ot ra vida inm ort al, y en ella pre-
mio
o
castigo.
Y
la instruccin cvica y militar que all re-
cib, me han capacitado para servir a mi patria con
entusiasmo
y
ofrendarle mi vida.
Consigno estos recuerdos
como homenaje de
gratitud al director de esa escuela, don Jernimo
Lagunas, y al inteligente
y
celoso intendente don
Eulogio Altamirano que me alent con su especial
premio.
Y de ello hago mencin circunstanciada, para
demostrar que con razn esperaba divertidas va-
caciones en Quilpu, pueblo donde ordinariamen-
te las pasaba mi familia.
S i pensando en ellas brin cab a de alegra .
Solo una nubeci l la turbaba mi nimo: que
al
ao siguiente tendra otros maestros y otros con-
discpulos; pues mis padres haban determinado mi
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ingreso al Liceo para que fuera bachiller.. des-
pus
abogado. . y diputado.. y segn una de m s
hermanas mujer
l
fin
y
cual todas tentadora Pre-
sidente
de
la Repblica..
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Captulo
L A G U E R R A
No pas las vacaciones que esperaba .
i
No fue ese ao mi familia a Quilpu .
i
D ej de hablarse de la Patagonia .
Los diarios venan llenos de informaciones so-
bre cuestiones con Bolivia. Se deca que esta nacin
quera violar los tratados que haba suscrito.
Todas las tardes llegaba mi padre de
su
oficina
con El Mercurio, y antes de comer se reuna la
familia para or s u lectura, que la haca mi her-
mana mayor
o
yo; y los acontecimientos que se
desarrollaban, de los cuales los muchachos nos im-
ponamos con avidez, eran tema de las conversa-
ciones y relaciones familiares.
En feb rero se habl de
la
expedicin reivindi-
cadora de Antofagasta mandada por el coronel don
Emilio Sotomayor. Leamos repetidamente el relato
del desembarco de las fuerzas chilenas en ese puer-
to ,
la
fuga de los bolivianos y poco despus el com-
bate de Calama, y entre los muchachos los comen-
tbamos animadamente.
Empezaba
a
decirse que podra llegar el con-
fl icto hasta la guerra con el Per; y los aconteci-
mientos que se iban verificando producan verda-
dera fiebre patritica.
Cuando por fin se declar la guerra al Per y
Bolivia el de abr il de
1879
el entusiasmo fue in-
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descriptible y en los alumnos del Liceo y Escuela
Superior, desbordante.
Corramos en grupos de la Intendencia
a
los
cuarteles y desde stos
a
los diarios y
a
las plazas,
donde el pueblo se aglomeraba para or a improvi-
sados oradores, que eran muy aplaudidos.
Don Vctor Aquiles Bianchi era el orador fa-
vorito de los nios, y cierto da en que desde el ta-
bladillo de la Plaza de la Victoria declar que se
incorporara al Ejrcito, caus tal entusiasmo en
el incalculable pblico que lo escuchaba, que se
le tom en brazos
y
se le pase por calles y plazas.
El entusiasmo lleg al delirio algunos das despus
cuando vestido con uniforme militar areng al pue-
blo y anunci que era el abanderado del Regimien-
to Artillera de Marina.
Los que acudan
a
los cuarteles pidiendo se les
admitieran de soldados eran tantos que los centi-
nelas no podan impedir la invasin en masa de la
muchedumbre.
Mi hermano mayor, de diecisiete aos, y alum-
no del cuarto ao del Liceo, di jo un da durante
la comida que deseaba ir a la guerra, e insinu a
mi padre que le consiguiera lo nombraran subte-
niente; replicndole ste que el que deseaba de-
fender la patria no deba preocuparse de grados,
y que el puesto ms y nico que deba pretenderse
era el de soldado.
Aunque los deseos que yo tena de par ticipar
en la contienda eran grandes, no cr e prudente
manifestarlos entonces.
Algunos das despus pidi mi hermano a m i
padre su consentimiento para enrolarse de solda-
do, recibiendo por respuesta un sec o, lo pensar.
Tanto mi hermano como yo estbamos ya en el
Liceo desde mediados de marzo, l en cuarto
y
yo
en primer ao.
Poco despus de declararse la guerra el gobier-
no peruano expuls del territorio del Per
a
todos
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los chilenos que en l residan dndoles breve pla-
zo para salir del pas. Para efectuarlo tuvieron que
abandonar sus bienes y embarcarse en los vapores
que se dirigan hacia Chile, hacinados como ga-
nado.
Como al llegar
a
Valparaso muchos manifesta-
ron deseos de enrolarse en el ejrcito, el gobierno
decret el 2 de mayo de
1879
la formacin del Ba-
talln Lautaro con la base de esos repatriados; ele-
vndolo poco despus
a
regimiento en los que
quisieron enrolarse de las brigadas cvicas de San
Felipe y Limache, que se haban disuelto.
Un da oigo que un suplementero grita: Com-
ba te de Iquique .
La
Esm eralda vol la S an ta
B r b a r a .
No dir corr, vol
a
la Intendencia en busca
de informaciones.
La plaza estaba materialmente repleta de gen-
te que comentaba la noticia.
Los muchachos del Liceo
y
de las escuelas an-
daban todos por all, pues nadie asisti ese da
clases.
De vez en cuando desde los balcones de la In-
tendencia se impona al pueblo de las noticias que
llegaban,
y
oradores improvisados dirigan la
pa-
labra
a
corrillos que los rodeaban, en diez, quince
o veinte partes
a
la vez, disgregndose de unos para
incrementar otros, cuando algn orador se expre-
saba en forma ms galana o patritica.
A la tarde llegu
a
casa sin l ibros, agitadsimo,
cansado como perro perdido de
su
am o y con
un
hambre voraz.
No
fui reconvenido, ni se m e insinu tampo co en
los das siguientes que deba ir al Liceo;
y
lo que
me llen d e con tento fue que se me perm iti salir
a
oir noticias.
Mi padre comprendi sin duda, que si me orde-
naba ir a clases se expona
a
ser desobedecido, y
que era necesario abrir esa vlvula a mi entusiasmo
guerrero.
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La relacin del sublime combate de Iquique v
del heroico sacrificio de Prat, Serrano
y
Aldea, era
el
tema de todos los comentarios;
y
creo que nin-
gn nio en ese tiempo dej de aprender de me-
moria la arenga e Prat.
Algunos das despus lleg la Covadonga. Des-
de la maana yo estaba con otros nios en el mue-
l le a fin d e ver, desde bien c er ca , a Condell, oficiales
y m arinera que deban d esem barcar. Cien- veces se
nos hizo retirar
y
otras tantas estbamos en las
pri-
meras gradas del muelle.
En el trayecto que Condell deba recorrer has-
ta la Intendencia y s u casa, se erigieron hermosos
arcos.
Cuando Conde11 lleg al muelle, la emocin que
experiment no la s describir; cre que llegaba un
semidios. en ese instante resolv ser soldado, aun
contrariando
a
mi padre,
a
quien tanto respetaba,
y
a
m i madre a quien amaba hasta la veneracin.
Algunos das despus mi padre, con aire grave
y triste, nos llam a mi hermano mayor y a m , y
dirigindose a mi hermano le dijo que haba refle-
xionado sobre el pedido que le haba hecho de ser
soldado, que no habiendo cumplido todava diecio-
cho aos no estaba obligado a servir aunque la pa-
tria estuviera en guerra; pero que le daba
u
con-
sentimiento,
que
le repeta lo que ya le haba di-
ch o antes que no deban solicitarse grados, y que
aunque tena parientes y amigos que podran con-
seguirle fuera subteniente, no lo intentara; agre-
gando que poda enrolarse de soldado en el Regi-
miento Lautaro que recin se estaba formando con
repatriados del Per. Luego dirigindose
a
m con
tono severo, me di jo : T todava no has cumplido
quince aos, no debes ni pensar en ser soldado, no
te admitiran y te pondras en ridculo si lo inten-
ta ra s; debes con trae rte al estudio. recalcando las
frases, agreg: del Liceo me han informado que
te portas mal, que no quieres estudiar, que en vez
de dar tus lecciones respondes que quieres ir a la
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guerra; si sigues portndote as me ver en el caso
de castigarte duramente.
El
tono que emple severo
a
la vez que afec-
tuoso, me impresion,
y
le promet que acatara sus
rdenes.
Le ped me permitiera no ir al Liceo hasta que
mi hermano se enrolara de soldado, y lo consinti.
Esos das los aprovech para asistir a reuniones
populares, visitar los cuarteles para ver
a
los aspi-
rantes
a
solados,
ir
a
las imprentas
a
husmear n e
ticias y concurrir
a
las mil manifestaciones de deli-
ran te patriotismo que se sucedan ca da hora.
Cuando, por fin, se enrol mi hermano, qued6
desolado. .
Triste, pero resignado, volv al Liceo.
Mi padre haba impuesto al rec tor
y
profeso-
res de mis deseos
y
desistimiento.
Fui recibido afablemente por ellos;
y
los alum-
nos de todos los aos buscaban mi compaila para
que les refiriera la entrada de mi hermano al Ejr
cito; y algunos, con tono que me irritaba, me pre-
guntaban si
yo
iba imitarlo
1).
El
propsito de estudiar me dur poco.
Quera contraerme al estudio y no poda;
y
des-
pus
de algunos das volv
a
tomar la resolucin de
ser soldado.
Para conseguirlo me trac un plan: forzar, por
decirlo as, a mi padre para que me diera su con-
sentimiento, pues por nada del mundo me habra
enrolado
sin
tenerlo.
Tena muy presente lo que nos haba dicho una
vie ja sirvienta qu e hab a en c as a, de lo d esgraciados
que son los nios que salen a correr tierras sin el
permiso y bendicin de sus padres.
Intent, en fin, lo que ahora se l lamara la r e
sistencia pasiva,
o
huelga de los brazos cados, que
Y
entonces sintetizaba : porfiar con majadera.
r e n t e
cuerpos.
1) Durante la guerra 1 4 alumnos del iceo s enrolaron en
di fa
Y
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Cada vez que se me llamaba a dar leccin res-
ponda : no l
s
no quiero estudiar, deseo ser sol-
dado. Naturalmente, las notas eran psimas y es-
taba expuesto a ser expulsado.
El
cuartel del Lautaro estaba en el cerro del
Ba rn y all iba casi todos
los
das a ver a m i erma-
n o, que pronto ascendi
a
sargento 29 esas visitas
avivaban mi entusiasmo.
Una tarde de los primeros das de julio conse-
gu xito en mis esfuerzos.
Mi padre me llam y di jo: Si quieres ser sol-
dado solictalo en el Lau taro ; si no obstante tu edad
te re cibe n, yo no m e op ondr, aunque con derecho
podra ha ce rlo , pero co nfo en que si no te admiten
te resolvers a estudiar.
S e
lo
promet sin restricciones mentales; pero
resuelto a a s i s t i r tanto , que estaba seguro del xito.
Al da siguiente me encam in al cuar te l, pero
con tan mala fortuna que en el camino un perro
me mordi; y aunque Ia cosa fue sin importancia
deb volver a casa porque el perro m e destroz la
ropa.
Tuve que or los comentarios burlescos, y el
que todos me dijeran que el mordisco era aviso de
Dios
para
que d esistiera de se r soldado. Pero persist
en mi propsito
y
como haban llevado en esos das
el Regimiento a Quillota fui a esa ciudad a enro-
larme.
Me present a la mayora, y en cuanto expuse
mis deseos, el segundo jefe del Regimiento, coman-
dante don Eulogio Robles, me acept
y
destin a la
cuarta compafia del segundo batalln.
All me entregaron a un cabo para que se en-
cargara de mi instruccin militar, el cual crea que
instruir era sinnimo de reconvenir, y en todo vea
faltas y por todo me reprenda. No obstante, yo no
caba en m de gozo era al fin soldado .
Muy poco me dur la alegra .
Al
subsiguiente da fui llevado con otros ante el
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aoctor para que nos examinara, y
a
m me declar
inhbil para el servicio por ser muy nio..
Me quitaron el rifle
y
me dispidieron. .
Pero no desist, y rogu tanto
a
una ta materna
que viva en Quillota y era amiga del doctor, que
ste reconsider su dictamen fui nuevamente a c e p
tado el
22
de julio del 79.
N o
me hubiera cambiado por el hombre ms
feliz .
Cmo deseaba que mis hermanos menores,
y
los nios del Liceo y Escuela Superior me vieran
El ms glorioso general no tena seguramente,
ms amor
a
su uniforme y grado que el que yo tena
por el de soldado del Lautaro .
Mis vacaciones se prolongab an, y las imaginaba
con hermosas perspectivas .
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