Medianoche en Lisboa - ForuQ

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MedianocheenLisboaPabloPoveda

2017©

PortadaydiseñoporPedroTarancón

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Índicedecontenido

CoverTítuloCitaCapítulo1Capítulo2Capítulo3Capítulo4Capítulo5Capítulo6Capítulo7Capítulo8Capítulo9Capítulo10Capítulo11Capítulo12Capítulo13Capítulo14Capítulo15Capítulo16Capítulo17Capítulo18Capítulo19Capítulo20Capítulo21Capítulo22Capítulo23Capítulo24Capítulo25Capítulo26Sobreelautor

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"Esprobablequecomenzaraconlapoesía;casitodocomienzaenella."—RaymondChandler.

Ati,porleermeyhacerlosiempreposible,gracias.

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CAPÍTULO1

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Sólojuntoalaguapodíasentirlopequeñosqueéramosenestavida.Sólojuntoal agua podía apreciar que no era más, ni mejor, que las gaviotas quesobrevolabanmi cabeza.Allí, frente al final del ríoTajo y bajo la estatua delantiguomonarca José I de Portugal, montado a caballo y con la punta de suespada apuntando ami cabeza,me encontré rodeado de turistas despistados ycarteristas ávidos en la histórica y espléndida praça doComércio, una bella ycuidadaexplanadacuadrangularbordeadadeedificiosconfachadasamarillasdeampliosventanales,columnasarqueadas,tejadosdecolorrojizoyungranarcoalotroladodelmonumento,quedabapasoalentresijodecallesempinadasquedabanvidaalcascoviejodelacapital.Eltaxista,unhombredespeinadodepocaconversaciónyalvolantedeunviejoMercedesdecolorvainilla,comomuchosdelosquecirculabanporallí,mellevóhastalaPousadadeLisboa,elcéntricohotelquehabíanreservadoparamivisitayqueseubicabatrasunadeaquellasfachadasllamativas.Alparecer,unlugarhistóricoreformadoyaptoparaquienesteníanelbolsilloholgado.Despuésdedejarmiligeroequipajeyobservarquenohabíanadieesperándomeenlahabitación,salíacruzarmeconeldestino.Sin sabermuybiencómoy trasun largopaseo, la intuiciónperiodísticame

arrastró hasta la barra del Palácio Chiado, un distinguido edificio del sigloXVIII,desalonescentenarios,decoraciónaristócratayporelquehabíanpasadotodoslosvividoresdelahistoria.Aunquenomeconsiderabaunpersonajedelaélite, no pude resistirme a cruzar la alfombra roja cuando escuchéFilidia deColtraneinterpretadoporunabandadejazzqueactuabaenelinterior.Antemí,unaenormeentradaprincipalconvertidaenbarycomedor,dondelosinvitadostomaban cócteles y charlaban. Al fondo, mis ojos se cruzaron con los de lasaxofonistadelabanda,unachicadetezoscuraycabellonegrocomoelcarbónquemovía losdedosconuna solturaangelical.Leesbocéuna sonrisa,peronisiquiera estaba seguro de que era a mí a quienmiraba. Lamúsica llenaba elpalacioylasescalerasdemármolsubíanhastaunaprimeraplanta.Seguíelritmodelasnotasymeescabullícuriosoconelfindesacarpartidodemiexperiencia.Cuandoalcancéelpisosuperior,encontré lafiguradeunmonstruoso leónconalas que colgaba de la cúpula del palacio. De color rosáceo, la sala estabaocupadapormesasdecolormaderayunaentradadabapasoaotrocomedorconvistasalbalcón.Bajoelfelinoencontréunabarra,adoscamarerosjóvenes,unchicoyunachica,ydiporfinalizadomiperiploporellugar.Hipnotizadoporlasnotasdelmaestro,meacerquéalabarray,sinmiraralacarta,pedíeninglésuncombinadodeginebracontónica.Lachicasonrió,yoforcéelhoyueloquesalíade mi mejilla derecha y nuestro amor se desvaneció tan pronto como hubepagadomiconsumición.Mefijéenellugar,ensusvisitantesyenquienesrondabanporallí:mujeres,

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hombres, parejas de jóvenes, de adultos, niños… Todos bien vestidos, todosocultos bajo sus máscaras de bienestar y vidas plenas. Todos con el teléfonoentresusmanos,incapacesdedisfrutardelaspiezasmusicalesqueunapandadelocostalentososhabíandejadoparalaposteridad.Sinmásánimoqueeldegozarde lacompañíademibrebaje,unadulce rubia,deposibleorigenescandinavo,cruzó un pestañeo conmigo. Esta vez, estaba seguro de que era amí a quiénobservaba.Sonreíyalcémicopasinmáspretensiónqueladeseramable.Ellamedevolviólamuecaycaminóhastaunadelasmesas.Ibajuntoadoschicasyunchico.Élparecíaportuguésodeorigenmediterráneo.Ellasnoerandeallí,nohabía más que verlas. A veces, me preguntaba qué había al otro lado de lasfronterascuandoobservabalamiradadelosturistas,sorprendidosporcualquiercosayencualquierlugar.Enocasiones,envidiabaesasensaciónyaque,siendotan joven,habíaperdidoel interéspor lonovedoso.Laschicassesentaron,uncamarerolasatendióyapoyadoenlabarradisfrutédelconciertoydesusojoscuandoavistélaentradadeunjoven.Yo,queeraelprimeroalquetodosveríanal subir las escaleras, percibí algoextrañoen su formade actuar.Era apuesto,másaltoqueyoeibabienpeinadoyvestido,enfundadoenuntrajedecolorgrisarayas,camisablancayzapatosdecolorburdeos.Conesabarbadevariosdías,quetodosloshombressehabíanpuestodeacuerdoparaluciralmismotiempo,yunademánseductor,seabrochóelprimerbotóndelachaquetamientrassusojossedirigíanalbolsodelachica.Curioso,caviléquéharía.Decidídejarmelosprejuiciosfuera,yaqueestabaal

otro lado de la frontera. El chico se dio cuenta de que lo estaba vigilando ycaminó hasta el salón fingiendo que buscaba a alguien. Tal vez fuesen cosasmías, que el cóctel seme hubiera subido a la cabeza demasiado rápido, quisepensar.Asíquemedilavueltaconelfindeolvidarmedeaquello.Conlosojospuestosenelgrifodecervezaplateado,videnuevosusilueta.Elchicoalargólamano al pasar junto a lamesa, sacó elmonedero de la chica y se lo echó albolsillo.Lo quemásme fastidiaba de aquello, era que no terminaría de escuchar el

concierto.Derepente,megiréyloencontréconlosojos.—¡Eh!—Gritéyseñaléconeldedo.Nadamásverme,saliódisparadocomo

unperdigónporlasescaleras,echandoalagenteaunlado.Fuitrasélpeldañosabajo empujando al público y derramando sus copas al grito de disculpa. Alllegaral salón, losguardiasde seguridadya sehabíanpuestoenmarchahaciamí,peronoquedabarastrodeltipo.Miréhaciaunladoyhaciaotro.Losmúsicosparecíanmalhumoradosytodosmeseñalabanconeldedo.Porelrabillodelojo,atisbé aunagacelahumanabajounode los arcosqueconectaban los salones.

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Corrí a zancadas en sentido contrario y me situé en la esquina. Cuando unhombrecorpulentoconunpinganilloenelbrazoestabaapuntodedetenerme,lehice una señal de silencio con el índice y se quedó de piedra. Acto seguido,escuché los pasos del ladrón, su respiración, parecía agotado e intentabarelajarse.Cuandonoté lapuntadesuzapatocruzarelumbralde laesquina, losorprendíconunpuñetazoenlabocadelestómago.Sinapenasderrumbarse,medevolvióunmandobleenelpómulo, seescuchóungemidoyelgrandullónseabalanzósobrenosotros.—¡Es un ladrón! ¡Ladrão!—Exclamé con las manos en alto, ahogándome

paralizado y mezclando la astucia con mi escasa noción del idioma vecino.Antes de que me asfixiara, señalé al ladrón antes de que se complicara lasituación.Elgrandullónnotardóenecharmanoasuropa.Enelbolsillode lachaqueta,elchicollevabaunteléfonomóvilyelfinomonederodelahermosarubia.

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Minutosdespués,cuandotodoestabaresuelto,aguantabauncubitodehieloenuna bolsa de plástico sobre mi rostro. La policía se había hecho cargo deldelincuenteque,alparecer,noeralaprimeravezqueactuabaporallí.Elpillajey las ganas de aprovecharse de los despistes ajenos. No importaba dóndeestuvieras, que nunca te librarías de ellos.Tras una disculpa y una copa en labarraacuentadellocal,todoelmundoregresóalanormalidad,lamúsicavolvióasonaryyomesentírealizado.Nosémuybienporquélohice.Puedequelavidallamaraamipuerta,queloestuvierahaciendotantotiempoquemehabíahartadodeignorarsusgolpes.Decualquiermodo,habíahecholocorrectoyesoera loqueimportabaenesasituación.Alguiendijounavezqueelfin justificalosmedios,peronosiempreestabadeacuerdoconesafrase.Comorecompensa,frenteamíaparecieronlosojosazulesdeaquelladoncelladelnorteconcabellorubioyvestidorojo.—Ha sido muy valiente, gracias —dijo ofreciéndome su mano con sus

acompañantesdetrás—.MinombreesElina.—¿Sueca?—Finlandesa—dijoymicuerpotembló.Tuveunmalpresentimientodetodo

aquello—.¿Cuáleseltuyo?—Gabriel —respondí y solté su mano. Comencé a sudar nervioso. Sólo

pensabaenterminarlacopaylargarmedeallí.Penséquequizámimalestarsedebieraacausadelgolpequemehabíandado—.GabrielCaballero.—¿Cómo puedo agradecerte el favor, Gabriel?—Preguntó distante aunque

amablebajounagestocargadoyvacíodeintencionesalmismotiempo.SusojoseranazulescomoelTajoymellevabanaunainfinidaddeideasimposiblesderealizar.En cuestión de segundos, olí el champúde su pelo yme imaginé losderroterosdelpeligro.Diuntragolargo,vaciéelvasoylopusesobrelabarra.—Losiento,nopuedes.Ypenséenella.Esofueloúnicoquemesalvó.

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Prontocomencéaentenderquelavidaeracomountiovivodesubidasybajadas,deciclosintermitentesydepasajesqueserepetíanunayotravez,sabiendoqueya había estado allí, como quien lee un libro por segunda vez; disfrutando lavistaconotrofiltro,viendolasfachadasdelosedificiosdesdeotroperfil.Y,undía,sinmás,cuandocreíasentendercómofuncionabaaquello,alguientocabalacampana y te obligaba a apearte para dar paso a los nuevos. Sin embargo, adiferenciadeltiovivo,alcarruseldelavidasólosepodíasubirunavez.ElLorenzogolpeabaconfuerzacontraloscristalesdemisgafasdesol.Allí,

enelbarriodeChiado,bajoelesplendordeunsolbrillanteyuncieloraso,unLuísdeCamõesdebronce, fiel a su imageny juntoa suespada,dominaba laplazaportuguesaquellevabasunombre.SincompañíayconunNegronien lamano para hacer frente al frenesí que acompañaba a la capital lusa, meencontraba cómodo en un viaje atípico pero agradable. El asunto no habíaempezado mal del todo. Mi última novela, de la cual no había vendidodemasiado, había sido finalista en la final de un certamen literario enLisboa.Viajarhastaallímesentiríabien.Enciertomodo, lonecesitaba.ApenashabíatranscurridounañodesdelosmacabrossucesosenElche.Pocoapoco,lavidavolvíaalanormalidad,peroamímecostabaconciliarelsueño.Lacaradeaqueljoven, DavidMiralles, seguía apareciéndose durante mis pesadillas. Lo habíaintentado todo: Soledad, Coltrane, los ansiolíticos… pero nada funcionaba.Después,coneltiempo,medicuentadequehabíainterpretadomallasseñales.Miproblemanoera lapresenciadeeseperturbadosino lasexcusasqueponíapara sentarme frente a la página en blanco. Una verdad a medias por la queempezaréacontar,dejandolaotramitad,paramástarde.Tanprontocomodecidíplantarlecaraalasunto,notardémásdeunosmeses

en darle cera al primer borrador del manuscrito. Estaba inspirado, me sentíapletórico, cargado de las palabras perfectas para volver a esa experienciamaldita. Supuse que sería la continuación de mi carrera, el bofetón a lasreprimendas de mi agente editorial y la razón para pasar, un año más, devacaciones con el cinturón holgado. La historia se repetía. Unas llamadas aSempere, el abogado fanáticode suciudad,y la colaboracióndeSoledad,queseguía trabajando en la comisaría ilicitana, fueron suficientes paramontar unanovelanegrasobreunasesinolocal.Prácticamente,nohicemásquedevolverlovivido, como una mala digestión de recuerdos de mi puño y letra, paraconvertirlo,nuevamente,enuntomoapiladoyllenodepolvoenlasestacionesdetrenesyaeropuertos.Como siempre, entre página y página, los personajes de mi entorno real

desaparecieron.Todosexceptoella:Soledad.Loquehabíacomenzadocomounromance de verano, se convirtió en algo más serio. Puede que estuviese

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preparado para empezar una relación. No lo sé. Nunca lo he sabido. Ni conSoledad,niconBlanca,ni tampococonPatricia.Nuncaseestápreparadoparaesascosas,peroelcontactofrecuentegeneravínculosentrelaspersonasquedanpie a suposiciones, a cepillos de dientes en tu apartamento, a noches que seconvierten en mañanas y, finalmente, un día despiertas y te han cambiado lacervezaporunabebidaenergética.Peroasíeralavida.Comopersonas,estamospreparadosydispuestosparaello,paraelcambioyparadejarnoscambiar,paraquerer y para que nos quieran, aunque sea un poquito, y yo lo necesitababastante.El trabajodeSoledadmepermitióencontrarmiespaciosinqueellacruzara

las líneas rojas que lo marcaban. Dejé a un lado la bebida y a las malascompañías, aunque nunca cesé de deambular como un perro sin amo por lascalles de la ciudad. Era un lobo solitario, de siempre. Me asustaba elcompromiso por defecto, la necesidad de etiquetar las cosas de otra manera,porque vivíamos un momento lleno de cláusulas, libertades y permisos.Aborrecía todoaquelloySoledadparecíapensar igual.Elúnico temoreraquecambiasedeidea.Nuestra relación fue aflorando con lentitud. Durante nuestro viaje por la

RepúblicaCheca,ellamehabíatransmitidosusdeseosdeformarunafamiliaenun futuro y llevar una vida como el resto de parejas.Deseos que no eran losmíos,peroque, tardeo temprano, si todoseguíaasí, terminarían siéndolo,pormucho rechazo que me produjeran. Al principio, tanto ella como yo, nohacíamosmásqueevitarlaspreguntasquerondabanpornuestrascabezas.Eralomás lógicoy lomásprácticoparaevitarconversacionesque terminaríanenunacantilado, aunque no hacía falta ser muy inteligente para entender laincertidumbre de nuestrasmiradas. No nos conocíamos lo suficiente, pensabayo,aunquedesconocíacuantotiemposenecesitabaparacasarseconalguien.Alfinal, las personas cambian y toman direcciones en su día a día. Yo era elprimero, así que nome quedabamás remedio que vivir bajo la certeza demiinstinto. Cada jornada, bajo las sábanas y alumbrados por la luz de la calle,estábamos a punto de naufragar. Así que, como Leonardo DiCaprio y KateWinslet, nos acurrucábamos con fuerza escuchando los latidos de nuestroscorazones.Entonces, una mañana fresca de junio, los rayos entraban por la ventana y

Soledad,lachicamorena,deahoramelenalarga,medespertóconelsuavetactodesusmanosylapistolaguardadaenelcinto.—Hola, mi amor—dijo mirándome con sus ojos de chocolate. Ella estaba

sentadajuntoamí,amediovestir,conlacamisetainteriorceñidamarcandoesafiguradelgadaperotrabajadayquetantomegustaba.Yoteníaelpeloalborotado

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como una fregona vieja y hacía un esfuerzo por entender lo que intentabadecirme.Agarrélasmonturasylamirédesdeabajo.—¿Quéocurre?—Preguntéconfundido—.¿Novasatrabajarhoy?Estúpidodemí,meesperabalopeor.—Sí—respondióconunasonrisa—.Estoyapuntodeirme.—¿Vatodobien?—Sí, claro—respondió. Su sonrisa parecía estática—.He estado pensando,

Gabri.Las conversaciones de pareja antes o después de que se pusiera el sol, era

comojugaralajedrezcontraalguienquenohabíavistountableroensuvida,y,enesaocasión,esapersonaerayo.—Te escucho, Sol… —contesté sujetando su mano. Las sensaciones eran

buenas,inclusoaesashoras.—Quierovivircontigo—dijoypusolascartassobreeltapete.Así,sinmás,

conunarmabajolaaxilaporsiteníaquellenarmeeltorsodeplomoallímismo.Pero ella no era así.Yo lo sabía. Por primera vez, a pesar de su carácter y laactitud distante de unamujer que se había ganado el respeto en unmundo dehombres, era consciente de que ella era diferente, pormuy tópico que sonara.Puede que tuviera aquello que había buscado donde no debía.No siempre lostesorosseencuentrandondelacruzindicaenelmapa.—Yalohacemos.—Oficialmente,digo…Noté su voz resquebrajarse, pero no iba a dejar que eso sucediera. Me

incorporé,laabracéyrocésuorejaconmislabios.Sentí los latidosdesucorazón.Eraungranpaso.Algodesconocido.Estaba

casitannerviosacomoyo.—Anda,llamaatucaseroydilequesebusqueaotrainquilina.

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La razónpor laquemeencontrabaenLisboa solo, sinSoledadami lado, eraúnicamentelaboral,almenos,hablandodeformalegal.Graciasalaresolucióndel certamen y nuestra particular agenda, tuve la oportunidad de llegar a laciudadunanocheantesqueella.Así,deesemodo,tendríatiemposuficienteparair ami aire y husmear por los rincones sórdidos de la ciudad sinmeterme enproblemas.Conella,nohabríasidolomismo,yaqueeraincapazdedejaraunladosuinstintolegal,undetallequemeproporcionabaseguridadaunquevolvíamisjornadasligeramentemonótonas.Lisboasehabíaconvertidoenunaciudadatractivaparaelturismoespañolpor

suspreciosycercaníayparaloseuropeosquebuscabanunpocodesolyalgomásquejamónserrano,voceríoytortilladepatatas.Abiertoalasmaravillasdeloslocales,caminéunosmetrosporelculturalChiadohastallegaralafamosaesculturadePessoa,unaestatuadebroncedelbustosentadoenunamesajuntoaunodeloslocalesmásfamososdelacapital:elcaféABrasileira,emblemáticolugarde reuniónde intelectualesypuntodeencuentropara losmásavispadosentretantoturistacurioso.BajomisgafasdesolyelsemblantedePessoainerteyclavadoenlabocademetroquehabíaaescasosmetros,mepreguntésialgúndía harían eso por mí en mi tierra. Si algún alcalde, con amor a las letras,mandaríaaesculpirmicaraenunbustodebronce.Lodudé,peronomeimportóenabsoluto.Era a lo que cualquier escritor aspiraba: su nombre en el de una calle, un

monumento,unbusto,unhimno.Despuéscontempléaquelcuadrodegentequeentrabaysalíadelcafé,conla

certezadequenosehabíanleídoniunversodelportugués.Unavezenterrado,paraesoquedabantodos,paraunbustodebronce.Allí, petrificado casi como el poeta luso, sentí una mano queme apretó el

brazo desde atrás. En un primer instante, pensé que era uno de esos locosladronesytenséelbíceps.Entonces,escuchéunavoz.—¿Caballero?—Dijoconunapronunciaciónagudaymisteriosa,lejosdeser

española—.¿GabrielCaballero?

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CAPÍTULO2

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Entrelamuchedumbreyelbulliciodelmediodía,unhombreesbeltodecabellocorto, castaño como una avellana y peinado hacia atrás con brillantina, memirabaconatención.Lucíaunbigotefrondoso,untrajeentalladopropiodelosañosveinteyunasgafas redondasque lohacíanúnicoy reconocible.AntemíteníaaJean-LucMoreau,unescritorfrancésdeLyonafincadoenParísyquesellevabalamedalladeorodebonvivantcontemporáneo.Eralaprimeravezquenosconocíamosenpersonayestábamosallíporlomismo:disputarunpremio,pasar unos días a gastos pagados y probar todo el vino portugués que nosdejaran. Aunque su obra era diferente a la mía, teníamos gustos parecidosrelacionados con el buen comer, el buen beber y el jazz de los cincuenta.Demirada cálida y seductora, con una cicatriz que caía como una lágrima en elpárpadodesuojoderecho,no tardéenconectarconesamentiraque todos losengañadorestienentraslaspupilas:Moreaueraunborrachoreconocido.—Oui—dijeenunfrancésdefolleto—.Jesuis.Ellionéssonrióymeestrechólamano.—¡Gabriel Caballero! —Exclamó de nuevo dándome palmadas en el

antebrazo.Empezabaasonarcontundente—.¡Teníaganasdeconocerte!Paramisorpresa,suespañoleramejorquemifrancés.—Lomismodigo—respondíconunasonrisa—.Soyungranadmiradordetu

obra.Por supuesto, un hombre de fama internacional como él, que jugaba en las

grandesligas,nuncaestabasolo.Unamujerdecabellooscuro,comolamayoríade las que caminaban por allí, y con la figura de unamodelo de pasarela, seacercóalfrancésyloagarróporelhombro.—Bruna, tepresentoaGabrielCaballero…—dijoelhombreextendiendoel

brazo.Meacerquéaellayno tardóenclavarel codoen sucostillar comounmaniquí,evitandoasíquelebesaralamano.—Unplacer,señorita…—Pereira.—Vaya,comoelprotagonistadeesapelículaitaliana…—dijeylamujerme

mirósinexpresarmueca.Despuéscomprobésusmanos.Entendíquenoestabancasados.—Brunaesmiasistentaytraductora—explicóJean-Luc—.Elportuguésnose

medatanbienalescucharlo…—¿Por qué yo no tengo traductora?—Pregunté bromeando—. Tampoco sé

muchodeidiomas…—Moreausólohayuno—interrumpiólamujer—,señorCaballero.—Seráqueeltópicohacialosvecinosescierto…—dijeconresentimiento.Moreau parecía nervioso. La conversación estaba tensando la situación.Me

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agarródenuevoporelantebrazoamododecercanía.—Gabriel—comentó acercándose amioreja—,nosveremosmás tarde, los

dos…Yameentiendes.—Descuida —repliqué quitándole hierro al momento—, es que ya he

empezadoabeber.Elfrancésrioycaminóhacialavíapordondepasabanloscoches.Laseñorita

Pereira,casimásaltaqueél,vestidaconunospantalonesdetelaquemarcabansusatributostraseros,melanzóunamiradainfernal.Comorespuesta,fingíconmímicaqueunaflechameatravesabaelcorazón,pero tampoco lehizogracia.Untaxidecolorvainillasedetuvoentrebocinazosdecochesyelalaridodelosviandantes. El francés y la portuguesa se metieron dentro del vehículo ydesaparecieroncuestaarriba.

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Seguí la estela de ese taxi como quien sigue el aleteo de una mariposa. Sinrumboniganasderegresaralhotel,crucélacalleycaminéporlaruadeLoreto,dejandoatrásalosviejostranvíasblancosyamarilloscargadosdeviajerosquesubíanalmirador.Lascallesseempinabanydebíacaminarconcuidado,pueslosadoquineshacíanresbalarmiszapatos.Conintencionesdedarbocado,miréalrededoryencontrécallesquesubíanhaciaelBairroAltoyotrasquebajabanhaciaDios sabe dónde.En la distancia corta, contemplé una vitrina de cristal.Eraunrestaurantedepescadosymarisco.Elagujerodemistripasseconvirtióenun túnelyesque,Lisboa,eraungran lugarpara saborear losmanjaresdelocéano. Me detuve ante el escaparate, decorado por botellas de champaña,básculas de lonja y figuras marinas. Sin dudarlo, crucé la puerta de cristal yencontréunlugaracogedoraunqueruidoso.Mesentícomoencasa.Lasparedesde falso ladrillo,pintadasdeblancoycontrastadascon ladecoraciónazul,merecordabatodoaesasestampasdelacostasureñaespañola.Unabarraalargada,doscamarerosquetrabajabansinpausayunmontóndecomensalesalaesperadesumesa.Sibien,todavíanomehabíaacostumbradoalosbaresdemoda,eldineromehabíaacercadoaloslugaresdebuenpaladaryaqueleraunodeellos.Al fondo, se podía ver una gran nevera de pescados y mariscos frescos. Medetuveenlarecepciónyunachicamásjovenqueyo,yconunasonrisaperfecta,me pidió que esperara. El lugar estaba lleno de parejas demediana edad quecomían en función de sus estómagos y cuentas corrientes. Sin duda, pensé enSoledad.Eraunbuenrestauranteparallevarla,aunquenotuviéramosdemasiadaintimidad.Minutosmás tarde, sostenía una copa de vino. Le había pedido unlugarenlabarrapuestoquenoibaaprecisardecompañía.Extrañada,meinvitóasentarmeenunlugarquehabíaquedadovacío.Lotomécomounelogio.Sinmás dilación, eché un vistazo a la carta, pedí pulpo con patatas y acelgas,navajas y un poquito de gamba roja.Mientras esperaba vaciandomi copa devino, agarréunejemplardelDiáriodeNotícias, una de las gacetas locales derenombre,ypasélaspáginassininterésningunohastaqueencontréuntitularyuna foto. Aunque estuviera en portugués, no era complicado entender sucontenido. La noticia anunciaba la celebración del Lisboa Preto, el nuevoconcurso literario a nivel europeo que buscaba reunir a las promesascontemporáneas de la novela negra. Como solía suceder en este tipo decertámenes, los organizadores se las apañaban para contar con financiaciónestatal a cambio de popularidad y prestigio para la ciudad y el continente.Europa seguíabuscando esaunidad tandifícil de encontrar en los ciudadanos.Algunospensabanque,atravésdelacultura,lograríandespertarunsentimientoquecojeaba.Dadoquemuchasobras,entreellaslamía,habíansidotraducidas,las posibilidades de que un escritor de otro lugar estuviera en la final eran

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amplias.Sinembargo, seguía sinentendercómomi librohabía terminadoallí.Imaginéque,porello,alguienhabríaterminadoenvenenado.Sicincoéramoslosfinalistas,enlafotoaparecíandosdeellos.Alaizquierda,

unamujerderostrojoven,tezpálida,ojoscaféymelenacorta:SabrinaMoretti,unaescritoraromanafamosaporsusrelatoscargadosdeoscuridadyporhaberseganado el nombre de la nueva Agatha Christie italiana. Cabe mencionar queestabacasadaconunmillonarioitalianoalquetodosrelacionabanconlamafiapero, ya se sabía, era el cliché más repetido de la historia. Sabrina tenía unsemblanteinteresante.Mepreguntécómoseríasuvoz.Asulado,NunoBarbosa,elPaulAusterluso,depárpadoscaídos,cabellocanosoypómulososcuros.Unhombre con un gesto apenado pero viril, como salido de un fado tras haberestranguladoaalguien.Tambiénundesconocidoantemisojos,peronoparamisoídos.Soledaderaunagranlectoradesuprosayesonosconvertíaendirectoscompetidores. Me fijé en ellos, en los labios carnosos de la italiana y leí lanoticiaporencimahastaquediconminombre,elcualnoserepetíaenmásdeunafrase.Finalmente,quedabaJackWhite,uninglésalopécicodelquenohabíafotoperoalqueconocíaporsuslibrosyporunaturbiahistoriadeasesinatoensu historial. Muchos eran los rumores que alimentaban la figura de aquelbritánico,originaldeManchester,mayorque todos loscandidatosyconciertomagnetismopara las trifulcas. JackWhite, el escritormaldito, elBukowskideentonces, el inglés que se emborrachaba cada verano en Benidorm mientrasescribía una novela. Las malas lenguas decían que había estrangulado a unapersona con sus propias manos, al parecer, un hombre de mediana edad quehabíaintentadoasaltarleamedianoche.Lasentenciahabíasidootra,dejandoaWhite inocente y dictando que el fallecimiento había sido producido por unaparadacardíacanatural.Sinembargo,lanieblaengrandecíalaleyenda.Aunque no me había leído ninguna de las novelas presentadas, todas las

críticas apuntaban a que el ganador de aquella primera edición sería Jean-LucMoreauoNunoBarbosa.Eralonormalenaqueltipodesaraos.Encuantoamí,loúnicoquemeimportabaerahincarleeldienteaesepulpocosteroque tantotardabaen llegar.Elcamareropareció leerme las ideasyno tardóenservirunsuculentoplatotalycomolohabíaimaginado.Unmanjarentodareglaquenotardé en aliñar con otra copa de vino. A medida que saboreaba el marisco yllenabalastripas,mefijéenunhombrequehabíasentadoenunadelasmesas.Ibaacompañadodeunamujerdecabellorubioypiellechosaquenocesabadereírydeotrohombreconsobrepesoydeaspectolocal.Eraexcéntrico,teníalaspupilasvacíasycontabaunahistoriadelaquesólopodíapercibirsuintensidadreflejadaenlaspupilas.Notardéenreconoceralquintocandidato,elquefaltabaenlafoto.JackWhite,tanlejos,tancerca.Comolector,memoríadeganaspor

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preguntarlemuchascosas,enespecial, lodeesanochefatídica.Comoescritor,debía mantener las distancias. Era la única forma de que no te pisaran en elgremio.—¿Todo en orden, señor?—Preguntó el camarero con educación. Miré de

nuevoalamesa,elinglésnodejabadebeber—.¿Deseaalgomás?—¿Esesehombrealguienaquienconozcas?—Preguntéseñalandoalescritor.

Elcamareromemiróconfundido.—¿Loesusted?—Buenarespuesta—dijeysonreí.Noentendísuintención,peronolefaltaba

razón. Los escritores éramos un grupo de narcisistas que nos quejábamos delacosoalmismotiempoqueesperábamosseragasajadosporlascámarascomoelmismísimoMaradona—.Uncaféylacuenta.—Preto?—Pueseso.El camarero sirvió el café, me lo bebí de un trago. Entonces, mi teléfono

comenzóasonar.Saquéelaparato.Lassorpresasnodejabandellegar:eraRojo.Elbulliciodellocaleratanaltoquenopodíaescucharapenassuvoz.Hiceunaseñalalempleadoyledijequeregresabaenunminuto.—¿Rojo?—Pregunté—.¿Erestú?—Caballero—dijoconmalestar—.¿Dóndediablosteescondes?—¿Desde cuándo importa eso? —Pregunté sorprendido por la llamada—.

Penséquemeteníaslocalizado…—Yasíera—respondió—,hastaqueBeltránsedeshizodellocalizadordetu

teléfono.Hayquefastidiarse,¿eh,amigo?Tunoviaponiéndotelospañales…—Nohaymalqueporbiennovenga.—Loquetúdigas—dijoeloficial—.Nosoyyoquienduermecontigo.—Yotambiénteechabademenos…—Bueno,qué,¿mevasadecirdóndeestás?—En Lisboa —respondí a regañadientes. Sabía que podía presentarse en

cualquiermomento.Enelfondodemicorazón,echabademenosaesegruñón—.Portrabajo.—Venga, hombre, pero si tú no trabajas…—dijo con sorna—. Espera un

momento,¿quéeseseruidodefondo?¿Estásenunbar?—Mehaspilladocomiendo.—Adaptándotealentorno,yaveo.—Ahora, en serio, Rojo —contesté con un amago de seriedad—. ¿Ocurre

algo?—No, en absoluto—dijo con neutralidad—.Bueno, sí…queme aburro un

pocoúltimamente.

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—Setedamuymalmentir.—Queríasabersiestabasbien.—Estoysegurodequeyalosabías—dijesonriendoalcristal—.Túsiempre

losabestodo.Sentí la brisa de la puerta y vi la silueta deWhite y sus dos acompañantes

abandonarellugar.Elinglésbalbuceabaebrioydesbocadoaunospasosdemí.—¿Gabriel?—Preguntóelpolicía.—¡EseestúpidodeMoreau!—Bramóconuncigarrilloentreloslabios—.¡Lo

poníabajotierra!—¿Pasaalgoahí?—RepitióRojoporelaltavoz.Hiceunesfuerzoenescuchar

laspalabrasdelescritor,peroresultabacomplicado.—Cálmate, White, lo arruinarás todo… —decía el hombre rechoncho—.

Cualquierapuedeescuchartusbarbaridades…—Conmismanos,así…—decíaysimulabaarrancarlelacabezaaunatrucha

—.Malditohijode…¡Ah!¡Yquierounahabitaciónsinventanas!—Tengoquedejarte,tellamomástarde—contestéycortéconbrusquedad.El

artistahabíapasadopordelantedemicara,peroseguíasumidoensumonólogo.Entré al restaurante, pagué y abandoné el local con la rapidez suficiente paraseguirleslapista,perolleguétarde.Loshabíaperdido.MepreguntéquétendríacontraMoreauyporquéhablabaasídeél.

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CAPÍTULO3

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La brisa del mar refrescaba una calurosa tarde que parecía dirigirse hacia elocaso.Miréalreloj,teníatiempoparadormirunratoenlugardeahogarmeenlabarra de cualquier bar desconocido. Eran otros tiempos, en mi interior, algohabíacambiado.Levantéelbrazoydetuveunodeesostaxisdecolorvainillaymesubí.Minutosdespués,meencontrabaenlapuertadelhotel,bajounlargopasadizo

de arcos y de transeúntes obsesionados por fotografiarlo todo. Los tranvíaspasabanamiespalda,elLorenzopicabaconsañaylosvisitantesocupabanlasmesasdelasterrazasparaaprovecharlashorasdeluz.AdiferenciadeloquesesentíaenlascallesdeEspaña,losportugueseseranmásreservadosalahoradetransmitir su euforia en público. Un detalle inconcebible para mí, aunqueverdadero.Para mi sorpresa, no tuve más que cruzar la entrada del edificio cuando

encontré de espaldas una silueta que me resultaba familiar. Nada más entrar,contempléunaréplicamáspequeñadelmonarcadelaplazasituadaenelpasillo.El salónprincipal estabaocupadoporuna seccióncondosescritoriosyvariassillas,dondelosrecepcionistasseencargabandeacomodarasushuéspedes.Elpasillocontinuabacomosifueraelcorredordeuncastillo.Alotrolado,unsalónqueimaginéqueseusaríacomosaladeespera.Deespaldasysentadafrenteaunodelosescritorios,avistéellomodeunamujerdetezblanquecinaydelgada.Llevaba un vestido negro que dejaba a la vista sus costillas y la columnavertebral.Porsucortedepeloyelacentoitalianoimpregnadosobrelaspalabrasanglosajonas, deduje que esamujer era SabrinaMoretti y su acompañante, elmisteriosomarido.Adiferenciade losotrosdoscasosanteriores,preferípasarinadvertido. Desconocía por completo a esa mujer y, aunque ya tendríamostiempopara entablar conversación, la presencia de sumarido nome inspirabaconfianza.Decidido,caminéporelpasillocuandollamélaatencióndelservicioderecepción.—¿Está disfrutando de su estancia, señor Caballero? —Preguntó un

recepcionista—.¿LegustaLisboa?Derepente,despertéelinterésdelmatrimonioitaliano.Lassiestaslascargaba

elmismísimoDiablo.—Sí,muitoobrigado—respondí.Eraloúnicoquesabíaylorepetíaamenudo

—.Muitoobrigado…Agora…Siesta.Terminé mi explicación con un gesto de manos fingiendo dormirme sobre

ellascuandovialamujerlevantándosedesuasiento.—¿Caballero?—Preguntóellaconunfuerteacentoensupronunciación—.Lo

scrittorespagnolo?—¿Eh?—Respondí.MesentíacomoPeterSellersenesapelículasobreuna

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fiesta—.Sí,eseesminombre.Meacerquéaellay,directaysinpreámbulos,meofreciósumano.Congusto,

laacepté.Teníalapieltansuavequemecuestionésuedad.Asulado,elhombredecabellooscurocontezmorena.Debíadeserdelsurdelpaís.Eracorpulentoyllevaba un traje blanco y una camisa de color azul celeste debajo. Un pocohorteraparamigusto,conlaqueestabacayendoenlaciudad,peroquiénerayopara juzgar a nadie. Aunque ella estaba mucho más pálida que él, tenían elaspecto de una pareja que había interrumpido sus vacaciones en barco paraasistiralfinaldelcertamen.Sieraciertoloquelaslenguasdecían,mepreguntéquésecretoesconderíaesaragazzaparahaberlerobadoelcorazóndepiedraasumarido,quemeobservabaserioconaltivez.—Ilpiacereèmio—dijoélfingiendoentusiasmoyensuidiomamaterno.Ella

parecíamáscontenta, tanto,quepensésiyoera laprimerapersonacon laquehablabadurantesuviaje.—¿También ha llegado un día antes? —Preguntó ella en castellano—.

Giancarloteníanegociosenlaciudadyporesoestamosaquí.Giancarlo.Negocios.Nomepodía quitar la palabramafia de encimaymás

viendolassolapasdeaqueltraje.—¿Negocios?—Pregunté como el buen periodista metomentodo que había

bajomipiel—.Interesante.—¿Legustaríatomaruncaféconnosotros?—Preguntóella.Peseasufrágily

distante apariencia, esamujer cautivaba con su presencia—.Estoy segura quetienemuchascosasquecontarnos…Giancarlosehaleídotodossuslibros.Elhombreserioaunosmetros.—Specialmente…Oh, nonmi ricordo ora—dijo poniéndose lamano en la

frente—.Mammamia!Oh,sì…GranchieMafia.Noséporqué,nomesorprendióquelegustaralahistoriadeloscangrejosde

aquel verano, mi más preciado superventas. Aún recordaba las imágenes delpobreBordonado en la bañera, Rojo arrodillado y lamirada de Eettafel en elrestaurante de verano. El tiempo pasaba y dejaba huella en el interior de loscorazones, comopequeñasmarcas sobreel troncodeunárbol: tandifícilesdeveralolejosytanapreciablesdecerca.Hacíanunaparejadivertida.Esa fue la impresiónquemedieron tras cruzar

unasfrases.Sinembargo,algonoencajabaenesaescena.Másquesumarido,parecía un guardaespaldas, un perro faldero. No era la primera vez queencontrabaaunaparejaconrolesdefinidos,perodebíaandarconcuidadosinoqueríaterminarconunapatadaenlaentrepierna.SabrinaMorettinoeraloqueaparentaba.Aunque,claro.

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¿Quiénsí?—Necesito ir a la habitación un minuto —dijo ella mirándonos a los dos

varones—.Notardo,¿vale?Después intercambióunaspalabras con sumaridoy acarició su torsopor el

interiordelachaqueta.Mirédereojoporsiguardabaunrevólverallídentroperonovimásqueunforrodecolorgris.Ensilencio,caminamoshastalaentrada.—Sigarette?—Preguntóofreciéndomeuncigarrillo.Minivelde italianoera

tanintuitivoquedesconocíaenquéidiomasedirigíaamí.—No,grazie.—Yo tampoco debería—dijo y se guardó el paquete. Por suerte, no había

dichoningunaestupidezhastaelmomento—.Sinoesto,temataráotracosa.—Sí,sinduda—contesté.Mearrepentídehaberrechazadolainvitación.Ambosmirábamos al frente y teníamos la praça doComércio ante nuestras

miradas.—¿Qué tal la primera impresión? —Preguntó con voz masculina—. ¿Te

gusta?—Porsupuesto…—Amítambién—contestómeneandoelmentón—.¿Ylaciudad?Porunmomento,nosupequéresponder.Esetipomeestabatomandoelpelo.—Buena,esa…Elhombrerio.—Relájate, hombre —añadió mostrándome los dientes al reír—. Sólo

bromeaba. Sé queSabrina pierde los vientos contigo, pero eres un hombre dehonor,¿verdad?Dicenquelosespañoleslosois…—Esodicen.—Nocomolosfranceses…—dijoconciertoresquemorensuspalabras,como

silabromahubiesetenidounasegundaintención—.Porcierto,¿nohabrásvistoaeseMoreauporaquí?—¿Elescritor?—Respondífingiendosorpresa.—Il cazzo… —contestó juntando los dedos y moviendo la mano como

mandabaeltópico—.Noesdefiaresehombre.—No le conozco—repliqué—,pero ya veoque algunos de vosotros habéis

coincididoantes.—¿Porquédiceseso?—MeheencontradoaJackWhite,elinglés,haceunrato…—¿Yesequiénes?—Otroescritor—dijeconfundido—.Éltambiénesfinalista.—Yosólomeleoloslibrosdemimujer—dijonegandoconlamano—,ylos

tuyos,claro.

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—Entiendo.—Noesdefiar,Caballero.Mis plegarias se escucharon y, de la nada, apareció esa hermosa doncella

romana.—Yaestoyaquí—dijoconsuvozdelicada—.Sientohaberoshechoesperar

demás.—Tutto bene—añadí calmando los ánimos de su marido. El cansancio del

torbellinodeemocionesmeacusabaloshuesos—.¿Habéiscomido?—No —dijo ella—. La verdad es que me muero de ganas de probar el

merluzzo.—Entonces os alcanzaré más tarde —insinué y la escritora me agarró del

brazo.Nuestrasmiradassetocaron.EracomounasirenasalidadelTajo—.Paraelcafé.—¿Está seguro?—Insistió. Sumarido no parecía sorprendido—. Luego no

tendremostiempo.—Deverdad.Ellamesoltóymantuvolasonrisa.Eraunagladiadorainnata,lollevabaenla

sangre.Unaseductoraquemetratabaconrespetoalaparquemeagarraba.Unadeesaspersonasquesiempreconseguíaloquedeseaba.Mepreguntésienelloincluíaelpremioliterario.Antesdemarcharme,segiródenuevo.—¿Gabriel?—¿Sí?—Por casualidad…—dijo dando un paso al frente. Perdía los ojos en su

cuerpo—.¿NohabrávistoaJean-LucMoreau?Miréasumarido,alaestatuadelmonarcalusoyregreséalosojosdecolor

cafédelaescritora.Esbocéunasonrisa.—¿Lehavistousted?

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El encuentro con la escritora y sumaridome habían dejado fatigado. Inclusopensé que el poeta Camões tenía razón y esa ciudad guardaba un halo demisterio,unmonstruoimaginarioquedormíaenlasprofundidadesdelTajoyunimánparalosproblemasqueintentabaevitar.RegreséalinteriordelaPousadadeLisboa,caminéporunaalfombradecolor

moradoqueprotegíaelmármoldelaspisadasylosescalonesdepinturadorada.Alllegaralpasillodelaprimeraplanta,vilafiguradeunhombre,juntoaunadelaspuertasdel final.Unhuéspedmás,penséycontinuéacercándome.Cuandoestabafrenteamipuerta,elmisteriosohombremepropinóunrepasovisual.Unchequeomatador.—Boatarde—dije e introduje lamano en bolsillo.Despuésme fijé en una

parte de su cabello. Su rostro me sonaba de algo, pero no supe el qué.Finalmente, harto de mí, deduje que era un engaño más de la mente y sutestarudezporencasillartodoloqueprocesaencategorías.—Boa tarde—respondió con un pulcro acento local y caminó hacia la otra

puntadelpasillo.Lahabitaciónolíaasábanaslimpiasyjabónfresco.Noerademasiadogrande

aunque tenía unas vistas de envidia. Ambas ventanas daban a la praça doComércioyunadeellasteníabalcón.Entrelosmarcos,unatelevisiónplana,unapinturaminimalistayunmuebleconminibar.El suelodeparquéme invitóadescalzarmeydejarlaamericanaaunlado.Luegocaírendidosobreuncolchóndeespumaquemeacogíacondeseo.Laimagensevolvióoscura.Elvino,elpulpoyelcúmulodesensacionesme

ayudaronacolocarmesobreunanube.Todoparecíaformarunadensanebulosaen mi cabeza que me llevaría por un rato con Morfeo… hasta que sonó elteléfono.Recétodoloquesupeparaquesedetuviera,perocontinuabasonando.Podía ser cualquiera. Podía ser Soledad diciendo que su vuelo se había

cancelado,larecepcionistaadvirtiéndomequeelhotelestabaardiendooRojoenunadesusbromas.Mearrastrécomounababosahastaelmuebleydescolgué.—¿Sí?—¡Gabriel!—Escuchéconansiasalotrolado—.¡Gabriel!No tardé en reconocer esa voz. Demasiados acentos en muy pocas horas.

Demasiadaspersonasdesconocidasenmiagenda.—Jean-Luc,quépasa…—dijeconvozronca—.¿Cómotienesminúmero?—Hepreguntado—dijoy se riode supropiabroma—. ¡Despierta,Gabriel!

¡Reúneteconmigo,monami!Miréalreloj.Seescuchabamúsicadefondoconairesdebossa-nova.Eranlas

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seisdelatarde.Demasiadoprontoodemasiadotardeparaempezarabeber.Sóloimportaba quién lo preguntara. El sol seguía brillando aunque cada vez conmenosfuerza.—¿Dóndedemoniosestás?—¿Dónde estoy?—Preguntó ofendido. Entendí que se habría bebido unas

copassinmí—.¡EnelmiradourodasPortasdoSol!Me froté los ojos.Unmirador.Sonaba alto.Entendí que se encontrababien

lejosdelhotel.Sinpreguntarlecómohabíallegadohastaallíyquéhabíapasadoconesamodeloqueleasistía,dudéenaceptaronosupropuesta.—Noconozcolaciudad,Jean-Luc.—¡Ni falta que hace! —Exclamó y volvió a reír—. ¡Vamos! Ya dormirás

cuandoestésmuerto.¡Pideuntaxiyreúnete!¡Diossabecuándovolveréaestarsolo!

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Sin darme cuenta, me encontré en el interior de uno de esos Mercedesamarillentos. La rua daMadalena era una calle empinada y estrecha no muylejanaa lapuertadelhotel.El taxista llevaba lasgafasempañadasacausadelcaloryelinteriordelvehículoalemánparecíadeplástico.Graciasaltráficodelos coches, los viandantes cruzaban sin importarles las señales y las obras dealgunosedificios.Tuve tiempoparadespejarmeycontemplarpor laventanillalasfachadasdelviejoyemblemáticobarriodelaAlfama,fachadasamarillentasque todavía llevabanelcolorde la revolución.Loscoloressecombinabancontonos azules pastel y verdes oliva y las aceras, aunque estrechas, estabanformadasdeadoquines.LaruadaMadalenateníasuencanto,comoelcentrodetodaslasciudades.Altosventanales,bajosocupadosportiendasyrestauraciónyportones propios de cincuenta años atrás. Lamodernidad y la decadencia.Unvistazoaunpasadoquepintabamejorqueelpresente.Lahistoriaseguíaenpie,a falta de una buena inyección económica que enluciera aquel rostroarquitectónico cargado de melancolía. El taxista, silencioso y rápido, hizo unvirajeyseincorporóaunapendientedeadoquinesdondelostranvíascirculabanensendasdirecciones.Eltapónerainevitableyelcocheapenassemovía.Porlaradio sonaba una canción en portugués que el conductor acompañaba con elritmodesusdedossobreelvolante.NotardémuchoenapreciarlabellezadelacatedraldeLisboa,lamásantiguadelaciudad,condoscampanariosalosladosy un rosetón en el centro. El taxista murmuraba maldiciendo a los que seinterponían en nuestro camino.Cuesta abajo y en dirección contraria, un «tuktuk»,pilotadoporun joven, cargabacondospasajerosen laparte trasera.Eracomovolveraveresaspelículassobre laguerradeVietnam.Jamáspenséqueaquellos cacharros hubieran llegado a Europa. Finalmente, dejamos atrás otraiglesia, un puñado de bares escondidos y a una multitud de turistas, yalcanzamosunllanodecasonesdedosplantasconlasfachadasencarnadas.Micompañerofrancésnodeberíadeestarmuylejos,asíquepaguéaltaxistaysalíen dirección a un hermoso mirador por el que se podía apreciar parte de laciudady la infinidaddel río.Entre laconfusión,encontréunos toldos trasunarampa que bajaba hacia otra superficie. Un grupo de jubilados con gorra, yvestidosdeformasimilar,charlabanapoyadossobreunmuroblanco.Laimagende una ciudad que buscaba, a toda costa, el turismomasivo con ganas de veralgonuevo,elinterésporloslugaresqueyanoofrecíanlasrevistassinolaredde redes. Un ejemplo claro de lo que le había sucedido a ciudades comoBarcelona y que, poco a poco, los propios ciudadanos comenzaban a detestar.Con la cabeza todavía algo espesa por los nubarrones que habían dejado lostragosdelmediodía,encontréenunamesaaJean-Lucdisfrutandodeunacopadevinoblancoylaestampadepostalqueleofrecíaelhermosomirador.

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—¿No existía un lugar más cercano para emborracharte? —Pregunté. Laspupilasdelhombresedilataronalverme.—Todoesfuerzotienesurecompensa,monami—dijolevantandoelíndice—.

¿Quérazóndepesotehatraídohastaaquíenlugardedejarteenlacama?—Laquesujetasenlamano—dijeehiceunaseñalalcamarero.—Si hay algo que une a los pueblos—explicó—, es la bebida, el idioma

universaldelserhumano.—Boatarde—dijounchicomulatodeespaldaanchayconelpelomuycorto.—Desculpe…—arranquéenunatisbodesentirmeintegrado—.¿Vermú?—Sim.—Ehm…—balbuceé—.Envasoanchoycorto…—Como?—Preguntódesorientado—.Nãoentendo,senhor.—¿Conmuchohielo?—Sintomuito,senhor—insistióensuidioma—.Nãofaloespanhol.Entoncesseñaléalacopadevinoquesujetabamiacompañanteyelcamarero

loentendióa laprimera.Talvez,estuvieradiciendo laverdad, talvezno.Losespañolesnoshabíamosganadounamala famadurante losañosynoeraparamenos. Después de haber molestado durante siglos, una vez llegada lademocracia,noshabíamosdedicadoapasearporelpaísvecinohablandonuestroidioma. Pormuy cercano que pareciera, existían palabras difíciles de conectarconlalenguamaterna.Noobstante,sialgoteníaclaroeraqueaqueljoven,conaires de superioridad en todos los aspectos, no tenía la menor idea en cómoprepararunvermú.—Mehapasadoalgosimilar—dijoelfrancés—,poresohepedidovino,que

loentiendetodoelmundo.—¿Y tú asistenta?—Pregunté intrigado—.Ella nospodría haber ayudado a

losdos.Elhombremiróalosladosyseacercóamí.—Sitedigolaverdad…—susurrófingiendoquenolevieran—.Nolosé.Yrompióenunacarcajada.PeroéleraJean-LucMoreauyaquellaescenaformabapartedesudisfrazde

escritor.Elchicoapareciódenuevoconlacopadevinoenunabandeja.Melaentregó

yelfrancésyyobrindamos.—Queganeelmejor.—No, no… —dijo mirando hacia abajo, pensativo—. Brindemos por otra

cosa…Todoelmundosabequevoyaganaryo.—Vaya —contesté con la copa en alto—. Entonces brindemos por la

humildad.

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—Sí,porlahumildad—dijo,sonrióydiounlargotrago—.Yporquenoseenterenlosamericanosqueelvinodeaquíesmejorymásbarato.Jean-Luc era un tipo extraño, excéntrico, como todos los escritores.

Rápidamenteentendíquelosjuntaletrasconlosquemeibaareunirjugabanenotrasligas.Elloseranelreferenteyyounsimpleredactorquesehabíapuestodemoda.Mesentaríajuntoapersonasquelohabíandejadotodoparadedicarseaunadisciplina.Seresqueescribíancondolor,dispuestosapasarpor lospeorescaminosdelavidaynuncarecuperadosdeéstos.Enpocaspalabras,mehabíancolocado junto a ungrupode infelices y Jean-Luc tenía la imagenprecisa delenfant terrible, del buen vividor y del hombre de corazón partido por unadoncellaensujuventud.UnintentodeSergeGainsbourg,másguapoyconairesdeburgués francés.Aunquenosdiferenciabanquinceaños, suobrahabía sidoprolífica: varios libros de ensayo al año, una decena de novelas de misteriorelacionadas con asuntos gubernamentales y distopías contemporáneas quecriticabanalosreligiososyalosmasones.Losrumoresdecíanquesuposiciónlehabíapermitidoentrevistaraoficialesde la inteligenciaamericana,soldadosdelasguerrillasyihadistasyteneraccesopersonalalosinformesclasificadosdesupaís.PalabreríoqueengrandecíaeiluminabaelauradeuntipodelgadoconaspectodepersonajedeTruffautquenohacíamásqueemborracharse.—ResultagraciosoqueLisboasehayaconvertidoenunescenariodenovela

de Hemingway —expliqué impresionado por su presencia—. No estoy muyacostumbradoatratarconescritores.Lomíoeslacalle…—Precisamente por eso te he llamado, Gabriel—explicó tranquilizándome

con su acento francés pegado—. ¿Acaso te crees que yo sí? Me aburren losescritores.Vayamundomásaburrido.De pronto sonó el teléfono del francés. No sabía cómo deshacerse de la

llamadaytampocoparecíainteresarseporlatecnología.—¿Puedopreguntartealgo?Éldeslizabaeldedoporlapantallaypulsabalosbotoneslaterales.—Siantesmeayudasacolgarestallamada.Pasélamanoypulséelbotónrojo.—Yalotienes.—Eso es, silencio… —dijo agitado—. Maldita sea, creo que he activado

algo…Enfin,quémásda,¿quédecías?Elfrancésguardóelteléfonoensuchaqueta.—Llevo unas horas en la ciudad y he coincidido con la mayoría de los

finalistas—expliquédandounsorboamicopa—.Tengolasensacióndequeyaosconocéisenlamesa…Todos…menosyo,claro.—Esaeslasegundarazónporlaquetehellamado.

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—Sí,nomesorprende…—Si lodicesporBarbosa—argumentómirandoaungrupode chicasyme

sugirióquehiciera lomismo—,él teníaal juradode suparte,peroprefirierondarme el premio a mí… Insistí en que se lo dieran. Tiene alma de perdedor.Aunquesutrabajoesbueno,entretúyyo,élnoesSaramago…—¿Oshabíaisvistoenotrocertamen?—Cuandotrabajasconeditorialesgrandes—contestó—.Tuvidadependede

loscertámenes,yanoporelreconocimiento,sinoporlacantidaddedineroquesemueve.Digamosqueunpremiotellevaaotro,queeldineroatraealdinero,yquetúnohasestadoenmuchos…¿Verdad?—Digamosquealomejorterminashoyenentrelasrocasdeahíabajo.—¡Esa bravura del toro que corre por tus venas! —Dijo y me agarró del

antebrazocomohabíahechoporlamañana—.¡Sólobromeaba!—Eresuntipoextraño,Jean-Luc.—Ytúhablascomolaboladelpénduloquevadeunladoaotro—replicócon

sulenguaafilada—.Ahora,yosoyelraroporserdemasiadoraro,despuéssonellos,elresto,porserdemasiadoignorantes.—Adecirverdad—dijeconciertarisa—,ahoraestássiendoadivino.—¡Claro, Gabriel!—Exclamó y carcajeó llamando la atención del resto—.

¡No somos tan distintos! Es la historia de nuestras vidas…Mira al frente, elpuertodeLisboa,¿sabíasquefueunnidodeespíasdurantelaSegundaGuerraMundial?—¿CuáleslahistoriadeMoretti?—Nolosé,dímelatú—dijoconunasonrisadesafiante.Suintentohabíasido

fallido—.¿Cuáldelosdos?Nomeextrañabaqueaquelhombretuvieraenemigosyadmiradoresapartes

iguales.Supersonalidadeclipsabauobligabaadetestarle.Yo seguía siendoelpéndulodelquemehabíahabladoymedebatíaenquélugardetenerme.—Ambosteníaninterésensaberdóndeestabas.—Esosíqueesinteresante.—¿QuélehicisteaWhite?—Túsabesdemasiado,Caballero…—Loencontrédecasualidad—expliqué—.Estabaenfadado,ibaalgobebido,

comotú,yestabahablandodeti,noprecisamentebien…Elfrancésdiountragoasucopaehizounaseñalparaquesirvieranotrasdos.—White es un pirado—contestó algo irritado—. Mató a ese tipo con sus

manos,losabías,¿no?—No,nosabíanada…—Puessí—insistiócondolor—.Ynomeextrañaquequierahacerseconmi

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cuello.Total,todoporquedicequelerobéunaidea…—Lasideasnovalennada—comenté—.Loqueimportaessuejecución.—Sí,bueno…algomásqueunaidea.Mibateríadepreguntashabíadejadosinánimosamiadversario.Alcéunavez

máslacopayleinvitéabrindar.Susojossevolvieronaabrir.Sóloélsabíadequéestabaalimentadoelmitoyyoyamehabíacansadodeaveriguarlo.Loquesísupefuequevendríanunosdíasmuyentretenidosencompañíadetodos.—Pornosotros—dijeybebimos—.Poresteencuentro.—Esoes—añadió—.¿Sabes?Mañana seráungrandía.El rumbode todos

cambiarádedirección.Éltragóymemirópensativo.Yomemoricésuspalabras.—¿Sabesalgoqueodio?—Preguntómirándomedearribaaabajo.—Notengolamásmínimaidea.—Elcolorrojoylosentrometidos.Levantélasmanos.—Noeramiintenciónmolestarte.—Me caes bien, Gabriel —respondió—, aunque preguntas demasiado.

Supongoqueeresperiodistadeprofesión,¿verdad?—Supones bien… —dije y observé, a lo lejos, cómo el sol se ponía por

nuestraderecha.Sentíqueprontodiríademarcharnosylaconversacióntomaríaotrosderroteros—.¿Tepuedohacerunaúltimapregunta?—Reventarássinolohaces.—Sedicende timuchascosas…—proseguí inseguro—.¿Quéhaydecierto

enellas?Élsuspiró,meagarróelantebrazoporenésimavezycarraspeó.—Plantéateloasí…—dijoyseechóhaciaatrásguiñandounojo—.¿Quéhay

deciertoenlasquenosemencionan?—Entiendo.—Ciertamente, no has entendido nada, pero ya que hemos terminado y el

ocaso llega a su fin…—concluyómirando su reloj ymi copa—. Termina tubebida y vayámonos a un local de jazz que conozco donde ponen unoscombinadosestupendos.—¿Jazz?—¡Tercera razónpor laque tehe llamado!—Exclamóenmediode la calle

deteniendoeltráficoenbuscadeun«tuktuk»libre—.¡Taxi!¡Taxi!Yasí fuecomoconocí a Jean-LucMoreau, el escritor enbogaque sehabía

devorado a símismo.Unmisterioso personaje del queme costaría separarmemásdeloimaginado.

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CAPÍTULO4

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Medolíalamandíbula,comosillevaraunlargoratoapretandolosdientes.Unamanomeciómicabelloyfueentoncescuandolevantélospárpados.—¿Quién eres?—Pregunté en la penumbra.Me sentía desorientadoyhabía

dormidoconlaropapuesta.Escuchélarisitadeunamujerymellegóelaromadesuperfume.Mesentíencasa.Eraella.—Y yo que pensaba que irías a recogerme…—dijo Soledad sentada en el

bordedelacama—.Suertequeyanosconocemos.—¿Dóndeestoy?Ella siguió riéndose. Parami fortuna, Soledad era unamujer con suficiente

correa como para vivir con un escritor demi altura, o demi bajeza.Aunque,visto lovisto,nomeveíadentrode la categoríadepersonajes comoJean-LucMoreauoJackWhite,deboreconocerquemegustabademasiadolafarándulayme dejaba engatusar con mucha facilidad. Sin embargo, los años de facultadhabían quedado atrás y, con ellos, mi vitalidad. Salir era un ejercicio deresistenciaquemematabapordentro,noporelalcohol,sinoporeldesgastedeloshuesos.Moverelesqueleto,danzaraaltashorasdelamadruga,bebercomosi no hubiera un mañana. Un gasto de salud y de dinero que agravaba miexistencia.Soledadselevantóycaminóhastalasventanas.Corriólascortinasyunrayo

desolpotentemegolpeódelleno.Sentícómolaluzmederretíasobrelacama,comoenesaspelículasdecienciaficciónquetanpocomegustaban.—ConunSolenestahabitaciónyaessuficiente—dijedándomemediavuelta

—.Cincominutosmás,telosuplico…—Eresadorableinclusocuandonosirvesdemucho…—respondióellaaunos

metros—.Pégateunaducha, anda,y compensaa estamujerqueesperabaunabienvenidaconrosasynoaunjabalíadormecido.Incluso en las peores situaciones, dondemis ganas por vivir pendían de un

hilo, ella siempre ganaba. No existía arma devastadora contra la dulzura queSoledaddesprendíaconcadagesto,cadapalabra.Rodéhastaelotroextremodelacamaymemetíenelbaño.Obviélaescenaenlaquememirabaalespejoymearrepentíadehabertrasnochadoysaltédesnudoaladucha.Prontollegaríanlaspreguntas,nolasdeella,quenoeramuyentrometidayconfiabaenmí,sinolasmías.Teníaunalagunaquellenabaelespaciotiempodelanocheanterior.Lopocoquerecordabaeraaesefrancésparandoalostaxistaslusosyganándoselosbocinazosdelosconductores.Después,todosevolvíaborroso,comounanubedehumo.Unchorrodeaguafríacayósobremicabezaycomencéa tiritar.Divariosgritosymedijeamímismoquemecomportaracomoelhombrequeera.Hacía tiempo que no me duchaba con agua caliente. Lo había leído en unarevistayaquellomehabíahechopensarenlastropasespartanas,ensucondición

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deguerreros.Talvez,pensé, simeduchabaconaguahelada,empezaríaeldíasiendounpocomáshombre.Yasílamemezseconvirtióenunhábito.Amedida que me acostumbraba al frío, volví a pensar en lo ocurrido. Por

suerte,laresacafuedesapareciendo.Noeradelaspeoresynosdabaunmargen,amí y amimente, para pensar con cierta claridad.Recordé a unas chicas decabello rubio y oscuro que hablaban portugués, a un hombre de gabardina, alescritor francés mover los pies a ritmo de Miles Davis. Copas y más copas.Empezaba a sentirme mal conmigo mismo y no físicamente hablando.Finalmente,nosmetimosenuntaxi.Esofuetodo.Salídeladucha,meacicaléyencontréaSoledadobservandolaplaza.Erala

muchacha de Dalí que miraba por la ventana, pero más bonita y arreglada.Soledad vestía unos vaqueros rotos por las rodillas y unos náuticos de colormarrón. Encima, llevaba una camisa con transparencias de color crema y suinconfundiblechaquetadecueronegra,comobuenaseguidoradeLedZeppelinqueera, algoquemeencantaba.Apoyadacon losbrazos sobreelmarcode laventana,mirabalapraçadoComérciocontranquilidad.Parecíafeliz,allí,enlamismahabitación,yesomehacíafelizamítambién,verladeesemodo.—¿Has resucitado? —Preguntó mirándome a los ojos. Caminé hasta ella

envueltoenunatoalla,laagarréporlacinturayfuiabesarla.Entonces,ellasedespegódemirostroybloqueómislabiosconsumano—.¿Creesqueconunaduchalosolucionastodo?—Nomedigasqueestásenfadada.—No lo estoy —dijo y sonrió—. Pero más te vale compensarme por el

serviciodeasistenta.Sinunarazóndepeso,suspalabrasmehicieronpensarenJean-Lucyenesa

mujer.Mepreguntocómohabríaterminadoelfrancés.Soledad estaba bromeando, de buen humor por la mañana pese a mi

inconsciencia,asíquemedeslicéporsucuelloprovocándolecosquillasconminariz.Supongoquecuandotrabajascazandocriminales,loscontratiemposdelavidanormalsonrelativos.Ellasoltóunarisitaymoviólacabezahaciaabajo.—Alfinaldeldía—murmuréjugandoconsupiel—,tevasaolvidardeesto.—Muyaltoapuestastú—respondióconguasa—.Venga,llévameadesayunar

quesólotengouncaféenelcuerpo.—¿Quéhoraes?—Sonlanueve—dijo—.Horademidesayuno.—Ytanto…—contesté—.Acaboderecordarquehoyeselalmuerzooficial,

yasabes,paralaprensa.—Memuerodeganasporverteentucirco,hacetiempoquenolohago.

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—Estavezsuperarátusexpectativas—respondí—.Créeme.Finalmente,nosbesamosenesaventana,traslaestatuadeJoséIydelantede

lasdecenasdeturistasque,comocadadía,fotografiabanlaplazayatodoaquelquesemoviera.

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Vestidodecamisablancayamericanaazul,abandonamoslahabitacióndelhotely caminamos hacia el final del pasillo. Entonces, al girar la esquina,encontramosalmatrimonioitalianoregresandoasuhabitación.SabrinaMorettiibavestidadeformamuycasual.Todolesentababienaesamujer.Asulado,sumarido, con un traje de color crema con un porte similar al del día anterior,parecíaalgoagitado.—Buongiorno —dije con intención de romper la tensión entre los dos—.

¿Listosparaelencuentro? —No del todo —respondió el corpulento Giancarlo con su tono de voz

fúnebre—.¿Tuesposa?SabrinalevantólascejasySoledadenrojeció.—Oh,menudocretino—comentédesprevenido—.Nooshepresentado.Ella

esSoledad.—Mucho gusto—dijo Sabrina ofreciéndole lamano y, después, sumarido.

Poruninstante,lamiradadeesehombreylamíaserasparon.DespuéslamíayladeSabrinay,finalmente,Soledadmeclavólasuya.Midestrezaparasentirelpeligro me informaba de que permanecer allí podía generarme más de unproblema—.Eresunamujermuybella.—Gracias—dijoSoledadyseencogiódehombros.Despuésmeagarródela

manoymetocóelhombro—.Hasidounplacer,peroacabode llegarynohedesayunadonadatodavía.Estoyseguradequepodremoshablarmástarde.—Nosveremosluego—agregué.—Claro—dijo la italiana regalándome una sonrisa misteriosa—. Dígale al

señorMoreauquesetomeotro,anochedebieronpasarlobienustedesdos.Despuéssegiróycaminóhaciaelfondo.Elmaridorepetíalapalabracosay

nosotrosllegamoshastalasescalerasquebajabanalarecepción.—¿Quiénesesamujer?—PreguntóSol—.¿Porquétetratadeusted?Elturnodepreguntas,tardeotemprano,llegaba.—EsSabrinaMoretti—expliqué—,laescritoraitaliana.Elguardaespaldases

sumarido.—Ajá…—dijopensativa—.¿Dequéosconocéis?—Denada.Nosconocimosayerenlapuerta—contesté—.¿Estáscelosa?—Enabsoluto—sentenciósumidaensuspensamientos—.Mepreocupamás

eseMoreau…—Nodebería—dijeconafándedespreocuparla—.Sugradodeperversiónes

demasiadoparamí.Estoysegurodequeintentaráseducirtecuandotevea…—Entoncesdeberíamosllamaralapolicía—dijoellaysoltóunacarcajada—.

¿Cómoes?—Mejorlovescontuspropiosojos—respondíacuandonosacercábamosal

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salóncomedor—.Enocasiones,laspalabrasnosonsuficientes.

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AlcruzarellargopasilloqueconectabalaPousadadeLisboa,vimosaungrupodeperiodistasconcámarasdefotosalcuello,cuadernosyganasdecuchichear.Elchismorreodelaprensa,elpanycircodelosbecarios.Cuandounoempiezaen la profesión, no quiere saber nada de los rumores que circulan. Después,alguientedicequeesimportante,queesbuenollevarsebien.Alfinal,notefíasdeningunosabiendoquebuscan lomismoque tú:el rumor, laexclusiva,algoconquellenarlapáginaenblanco.Elsalóneragrandeyespacioso,consuelodemaderayunalargaalfombrade

colorverdeamarillentoqueocupabatodoelespacio.Cuatroenormesventanalesdel tamaño de una puerta, protegidos por un telón que funcionaba de cortina,dabanalexteriorypermitíanentraraunsolvivoqueiluminabalamañana.Alotro lado, otros tres portones blancos se mantenían cerrados. Todo el techoestaba decorado por ornamentación dorada y de éste colgaba una enormelámparadevidrio almáspuroestilo sigloXIX.Aquel lugarme recordóa eseverano fatídico, en la planta superior del ayuntamiento de Alicante. Tan sólodeseéquenoterminaracomoesanoche.Varioscamarerosofrecíancanapésalosinvitados.Sobreunamesaalargadade

mantel blanco, tres empleados preparaban café, infusiones y zumos. Sobre lasbandejashabíatodotipodepastelesdulces,unadelasdebilidadesdeSoledad.Asabiendasdequenoeraelfavoritoaqueldía,estabaexpectanteporencontrarmedenuevoconelrestodecandidatos,enespecial,conelfrancés.Nadiesabíadequéguinda aparecería, peropara eso estábamosallí reunidos.Losportugueseshabíanhechodelencuentroalgoinformalconelfindeacercarlaliteraturaalagente.Unaazafatanosindicóquelaponenciaseríaenunadelassalascontiguas,quepermanecíantodavíacerradas.Nosacercamosaunadelasmesascargadasdereposteríaypedídoscaféspara

nosotros.SoledadmirabaindecisaaunpasteldeBelémyaotrodenaranja.Depronto,alguienseacercóaella.Reconocíesavoz.—O bolo de Belém émelhor…—sugirió señalando al pastelito de crema y

sonriendoamicompañera.Unlatigazoeléctricomerecorriólazonalumbar.—Oh,gracias—dijoellasorprendida.Nerviosapornoentenderelidioma,le

regalóunasonrisaycogióeldulce—.Muyamable.—Yustedmuy linda—dijo en español y ofreció sumano.Giré el rostro y

atisbé al tipo que me había cruzado en el pasillo. El mismo portuguésmelancólico y vigoroso demás altura que yo—. ¿Nos hemos conocido antes?NunoBarbosa.—Creo que no…—respondió sonriente—. Aunque yo a usted sí, por sus

libros.Soyunagranlectoradesusnovelas.—Ademásdelindatienesbuengusto—dijoagachandounpocolacabeza.El

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portugués era más alto que ella, que yo, y que casi todos los presentes,exceptuandoalmaridodelaitaliana—.¿Eresreportera?—Eh…,no…—contestóSoledadasediadaporelejerciciodeseduccióndel

escritor. En el fondo, ella disfrutaba con ello. La conocía y sabía que podíadespacharaunhombresinusarelidioma—.Soyacompañante.Harto,desistídeloscafésymeacerquéalcoloquio.—¿Dequién?—Demí—dijeacercándolelamano—.GabrielCaballero.El portugués me agarró la mano con firmeza, la giró y buscó una sortija.

Despuéssemofó.—Encantado,NunoBarbosa—comentó ymiró a Soledad con guasa—.No

podíasserperfectadeltodo.Nadieloes.—Vaya,asíqueeres túelhombredelpasillo—dije interrumpiendoel juego

depestañeos—.No tehabía reconocido sin, ya sabes, elmechónde canasdelcabello.—Nosédequémehablas,laverdad.—Ya…—contesté.Estaba seguro de que era él. Puede que hubiera tomado

algunas copas, pero no iba tan borracho—. A todo esto, el señor Moreau temandarecuerdos.Mehahabladomuybiendeti.Mi comentario pareció rechinar en su cabeza.Un buen luchador debe saber

dóndegolpearconcerteza.—Ojalámelosdéél—dijorecuperandolaseriedad—,enpersona…siesque

logralevantarse.—No esperáismucho de él—contesté en defensa del francés—.Ni que os

hubiesequitadoalgodevalor.—Muchosquerríanverlodurmiendo…enunacaja.Una pareja de periodistas se acercaron al escritor y éste se disculpó

despidiéndosedeSoledad.Cogínuestrastazasquehabíansidoapartadasporlosempleados.—Menudoimbécil—dijeyleofrecílatazadecafé—.Sabedesobraquenos

vimos…—Deboreconocerqueesunhombreapuesto.Nomeextrañaqueteacuerdes

—Preguntóellaregocijándoseenlasituación—.¿Estásceloso?—¿Debería?—Respondí tajante.Adiferencia de ella, yo no sabía gestionar

tanbienmisemociones—.Esunresentido,nadamásqueeso.—¿A qué viene eso? —Preguntó casi molesta—. Conmigo ha sido muy

amable.—Atitegustaquetebailenelagua…—dije—.Esoesotracosa.Moreaume

comentóquelearrebatóunpremioensupropiacara.Nosabeperderperonoes

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másqueeso,unperdedor.Poresonoletengomiedo.—GabrielCaballeroentodosuesplendor,¿eh?—¿Porquénolehasdichoqueestábamosjuntos?—Al ver comome presentabas a tu amiga italiana—explicó y se acercó al

lóbulo de mi oreja derecha—, supuse que vamos de incógnito… No tepreocupes,séquetusadmiradorasloprefierenasí.—Noseas tonta, sabesquenoescierto—respondí—.Ysi loera, fuehasta

queteconocí.Desdenuestroángulo,observamosalolejos,alaparejaitalianaquehablaba

conotros invitadosquenosotrosdesconocíamos.Sinceramente, lopreferíaasí.Salir de España nos venía bien, tanto a Soledad como a mí. Los escritoreséramos ese tipo de personas, con el ego tan grande y la moral tan baja, quecaminábamos a diario con el miedo de ser reconocidos por la calle y lainsatisfaccióndenohaberlosidojamás.Nuestraexistenciaenunadicotomía.Por laentrada, aparecióelpaliduchoJackWhitevestidode trajedecuadros

entallado,gafasredondasyconelcabellobienaplastadoporlabrillantina.Asulado,estavezaparecíalaseñoritaPereira,queleabríapasoentrelospresentesylellevabahastanosotros.—Aquíhayalgoraro—dijefrotándomeelmentón—.Esamujer…—¿También la conoces?—Preguntó Soledad con el dulce de Belém en las

manos—.Notepuedodejarsoloniveinticuatrohoras.—AyereralaasistentadeMoreauyhoyestáconelinglés.Soledadmeabrazótapándomelavista.—¿Porquénoteolvidasunpocodetodos?—Preguntómirándomealosojos.

Buscabaalgodeatención—.Séqueestásnervioso,perotodovaairbien,yaloverás.Lamorena asistenta de cuerpo escultural estaba cerca de nosotros, junto al

escritoringlés.Élparecíareciénlevantadoysólobalbuceabapalabraseninglés.—Sientointerrumpirle,señorCaballero—dijolachica—,peromepreguntaba

sisabedóndeestáelseñorMoreau.Soledad,molesta,seechóaunladoymiróconsañaalaportuguesa.—¿Yo?—Preguntéconfundido—.¿Porquéibaasaberlo?Nosoysuniñera,

además,suriesgofuedejarlosolo.—Conusted—recriminóella.Semostrabaagobiadapor la situación.White

parecíahaberbebidomásdelacuentalanocheanterior.Aquellonohacíamásquecomplicarse—.Poreso lepregunto…Veoquenoha tardadoenencontrarasistenta.—Noesmiasistenta—respondíirritado—.BrunaPereira,ellaesSoledad,mi

pareja.

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Lasdosmujeresestrecharonlasmanos.—Vaya,quésorpresa—murmurólaportuguesamirándomecondeseo.—¿Yustedquiénes?—Preguntóelinglésinterrumpiendo.Parecíasalirdesu

burbujamatinal—. ¿Trabaja en la recepción?Noentiendoporqué elminibarestávacío…¿Sehacecargodeeso?—Mi nombre es Gabriel Caballero —contesté obviando su comentario.

Apestaba a colonia barata, aunque tal vez fuera el hedor de las copas que sehabíatomadoparacomenzarlamañana.Whiteteníaunaadicciónyestarcercadeélseconvertíaenunproblemaparatodos.Estrechamoslamanoymemirópensativo—.Elescritor.—¿Portugués?—Español.—Un momento, ese acento, ahora lo recuerdo… —comentó todavía

sujetándomelamanoconfirmeza.Comenzabaaserincómodo—.Anoche,elbardejazz,esecretinodeMoreaumehizoinvitarosaunacopa.Losojosdelaasistentasetorcieron.Elinglésserio.Miréamialrededor.Soledadpasabadelarisaalavergüenzaajena.—Fueunanochemuyentretenida,sí.—Debemosmarcharnos, señorWhite—dijo ella evitando el desastre—. La

tertuliavaacomenzaryprontoserviránlasbebidas.Mejorqueestéalejadodeellas…—Volveremosavernos,señor…Monedero.—Porfavor,hágamelosabersiencuentraaMoreau—insistióPereira—.Me

juegoeltrabajo.—Porsupuesto—respondíycaminaron,nuevamente,hacialaentrada.—Esta es la última vez que viajas solo—añadió Soledad irónica cuando la

parejasehabíaperdidodenuestrocampodevisión—.¿Tantobebisteayer?—No,dudoquebebieramásdelohabitual—argumentéincrédulo—.Moreau

esuntiposimpático,peroestoysegurodequeesotrodesusnumeritos.Esunloconarcisista.—No lo pongo en duda, amor—replicómirando cómoWhite semarchaba

tambaleándose—.Aquíereselmásnormalitodetodos.Después nos reímos como una pareja que disfruta el chiste que el resto no

entiende.Y,sinesperarlo,lascámarasseencendieron,laslucessedispararonylos reporteros se apelotonaron como perros hambrientos en la puerta de lacantina. En la distancia y junto a la entrada, Jean-LucMoreau saludaba a lospresentes vestido de traje burdeos, camisa blanca y corbata negra. Lúcido,espabilado,estrechólamanoconelalcaldedelaciudadantelosperiodistasylos

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organizadoresdelevento.Después,todalamuchedumbrecaminóhastalasaladeconferencias.—MesorprendequeWhitedijeraesodeMoreau…—comenté—.Ayermismo

loescuchéescupiendoculebrassobreél.—Gabri,estuturno—dijoSoledadmarcándomeelcaminoymediounbeso

enlamejilla—.Sétúmismoynocorras.

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CAPÍTULO5

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Precisamente eso era lo último que deseaba: correr. Me adentré en la salacontiguayencontrévariasfilasdereporterosconcámaras, teléfonosmóvilesyequipodeúltima tecnologíapara recoger lasdeclaracionesde los finalistas.Alfinaldelahabitación,sobreunatarimaytrasunamesa,deizquierdaaderechaestabansentadostodos,menosyo.Micompañerofrancéssesituabaenelcentro,entre la bellísima SabrinaMoretti y el anodinoNunoBarbosa. Alguien habíatenido laamabilidaddeponerminombreenelextremode laderecha.Enestavida,siempreexistiríaladiferenciadeclasesyentrelosescritoresnopodíaserdeotraforma.EllánguidodeJackWhitemesaludónuevamenteconungestodecabeza.Nos

habían puesto dos botellas de agua junto a los carteles que llevaban nuestrosnombres.Elbulliciollenabalasala.Diuntrago.Estabanerviosoynosabíamuybienporqué.Quizáporsalirenlafotoconellos.Noeramihábitat,mesentíapequeñoantenombrestangrandes.Miréalpúblico,encontrélamiradadeBrunaPereiraenunextremo,seductora,peligrosa.Estabasentadadepiernascruzadas,embutidaenotrovestidodetuboyconunasgafasdepastanegra.DespuésviaSoledad,alfondo,juntoalapuerta,orgullosademí,esoquisepensar,ytambiénalasiluetadeeseMoretti,hablandoporteléfonoenfadadoyacercándoseamicompañerahaciendopequeñoscírculos.—Odioestamierda—dijoWhitecarrasposoabriendolabotelladeaguaycon

unaaspirinaenlamano—.Total,siyatienenunganador…—¿Dequéestáshablando?—PreguntéymirédereojoaJean-Luc,quehacía

breves comentarios ante la italiana yme ignoraba por completo.Me sentí unpocodecepcionado.Talveznofuésemosamigos,perocreíahaberconectadoconél.Eralaprimeravezquemesentíacercanoaunartistadeverdad.Malditasea,le había idealizado demasiado pronto. Luego pensé que sería una de esaspersonas amigables de noche e insoportables de día. Las mismas que seemborrachan y te dicen que han olvidado la billetera. Lo pasé por alto ymeconcentréenWhite.—Va a ganar el gabacho otra vez —respondió malhumorado—. El resto,

somos decorado de relleno. ¿Qué te pensabas? ¿Que alguien se había leído tuobra?—LehabéisechadoelojoaMoreau,porloqueparece…—dijemetiéndome

consucomentario—.Amímeimportamásbienpoco.—Pues mejor así, chico —respondió el inglés sacando el pañuelo de su

bolsilloparalimpiarlasgafas—.Cuantoantesteacostumbres,mejor.El silencio llenó la sala y las cámaras apuntaron hacia nosotros. Tras una

aburridapresentacióndel certamenyuna introduccióna los finalistas, llegóelturno de preguntas. Todas iban dirigidas a los dos hombres que se habían

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enfrentadoanteriormente,aunquenadiesabíaquiéndaríalasorpresa.—Señor Moreau —dijo una reportera—. ¿Qué le atrae de Lisboa? ¿Ha

visitadolaciudad?—Esmiprimeravez—respondióconuntonoeducado—.Nopuedoesperarla

oportunidadparadisfrutardeestahistóricacapital.Estabamintiendo.Noloera,conocía laciudaddesobra.Supusequequerría

quedarbienconlaprensa.—¿Qué hay de cierto y qué hay de ficción en la obra finalista?—Preguntó

otro periodista—. ¿Es verdad que vivió durante semanas con un grupo deyihadistas?—Escierto,asíhice—respondiósinexplicaciones.MeacerquéaWhiteylesusurréaloído.—¿Nocreesqueestáactuandodeunmodoextraño?—Preguntéconfundido

—.Lonormaldeélhubierasidocontestarconalgomás…elaborado.—Quizálaabsentalehayaformadouncoáguloenelcerebro—contestócon

vozgrave—.Mejorasí,nosiremossinesperaralaspreguntas.Antesdellegar,sólohabíaconocidoalfrancésporsuobraysusapariciones

públicas.Unidiota,comotodosnosotros.Pero,dejandoaunladolasopiniones,miintuicióndeaventurerosabíadecirmecuándolaspiezasnoencajabanyéstaeraunaseñaldealerta.Estabademasiadotranquilo,fueradesí.—Señor Barbosa—preguntó un hombre con barba de varios días—. ¿Cree

queseharájusticiadeunavezparausted?NunoBarbosa no expresó lamenor emoción ante la pregunta. Se acercó al

micrófono,miróalfrancésyrespondió.—Sólo el jurado decidirá eso—contestó con voz pesada—. Estoy feliz de

estardondeestoy.Elpúblicomurmuró.Finalmente,llegómiturno.—Una pregunta para el señor Caballero —dijo un reportero portugués—.

¿Cree que está aquí por la repentina enfermedad que ha alejado de la imagenpúblicaalconocidoescritorJohnWilliams?Alparecer,eraquienibaaocuparsupuesto.Elsilenciosehizoentrelassillas,lasangremehervía.Esehombremeestaba

poniendoaprueba.Miréalfondoymeencontréconella,conSoledad.Mehizouna señal con el pulgar mofándose de la situación. Ella y yo. Y todo sedesvaneció.Despuésmeacerquéalmicrófonoymedirigíaesehombre.—No teníani idea—respondíconseguridad—,peroestoysegurodequeel

señorWilliamssealegradequealguiencomoyohayaocupadosulugar.Seescucharonalgunosmurmullos.Elhombrefruncióelceño.Lehabíasalido

eltiroporlaculata.Sibuscabaprovocaciones,yonoestabadispuestaadárselas,

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no,almenos,delantedetantagente.Eleditormelohabíadejadoclaro:nomepodíameter en líos. Los periodistas, esas pirañas hambrientas en busca de untrozodecarnequeengullir.¡Quémeibanacontarquenosupiera!Mealegrabade haberme quedado tan lejos de ellas. Sin embargo, por mucho que meavergonzara,yoseguíasiendouna.Laspreguntas terminaron,elbullicio sehizodenuevoy losdestellosde las

cámarasllenaronelcentrodelsalón.Antesdequesemarchara,melevantédelasilla yme acerqué al francés por detrás, que se encontraba hablando con otroreportero.—Parecesotro,niquehubierasresucitado—soltéconhumorperoparecióno

hacerlegracia.Moreaumedioapretóndemanos—.¿Cómoestás?—Bien,gracias—dijomirándomecomoquienobservaaalguienporprimera

vez. Entendí que no tenía ganas de conversar, aunque resultaba todo muysospechoso.Esareacciónlodecíatodo.Nadierespondíadeesamanera,pormuymaloavergonzadoqueseencontrara—.¿Quétalestás?Tratoeducado.Esosíquemehizoenloquecer.Sucomportamientosobrepasó

loslímitesdelamentira,ynosóloconmigo,aunqueparecíaserelúnicoquesedaba cuenta de ello. Me fijé en su figura, algo cambiada. Podía ser el traje.Tampocoviesacicatrizenelpárpadoquelehacíatancaracterístico.Quisesaberquédemonioslesucedíaparacambiardeformatanrepentina.Depronto,laasistentaseacercóaél.—Leesperanfuera,señor—dijoella—.Vamos.Entonces,Whiteapareciópordetrás.—¿Ves como es un imbécil?—Me dijo burlándose con su voz de tubo de

escape—.Nisiquieraseacuerdadeti.Esotepasaporprimo.Esomepasaporinvitarosaunacopa.Laportuguesaescuchóloscomentarios,agarródelbrazoasuclienteylosacó

deallí.—Yotampocomeacuerdodemucho,laverdad.Whitecomenzóareírse.—¿Estás de broma, españolito? —Preguntó alejándome de la mesa. No le

importábamos a nadie—. Demonios, qué flojo eres… Ayer ese mamarrachomontóunabuena…Ysino,laotra.—LaseñoritaBarbosa.—Qué leches, la italiana—replicó—.Nomedigasqueno teacuerdasde la

escenadelacalle.—No,peroayúdame.Depronto,NunoBarbosaseacercóanosotros.—Criticad,esloúnicoaloquehabéisvenido—dijodirigiéndoseanosotrosy

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saliójuntoalresto.—¿Yaéstequélehapicado?JackWhitemeagarródelpescuezo.—Novuelvasabeber,muchacho—dijoconsuacentoingléstoscodefactoría

—.Graciasati,elitalianoseconfundióylediounpuñetazoenlosmorros.—¿ABarbosa?—Sí.—Mejornopregunto.—Mejor—dijoysevolvióatronchar—.Nomereíatantodesdehacíamucho

tiempo…Luego se volvieron las cosasmás tensas…Esa chica perdiendo losnerviosporelgabachoenmediode lacalle,elotrohablandoenfrancés…Undisparatedignodeolvidar…Micabezatampocolotienedeltodoclaro…perolopasamosbien,¿eh?Supongoqueyaestoyenpazconesecretino.Eshoradepasarpágina.—Noentiendoquépasó—dijeaturdido.El tonodel ingléshabíacambiado,

tomandouncarizserioypreocupado.Encuantoamí,mecontabaunahistoriainexistente.GiancarloMorettiseguíaalfondo,observándonosenladistancia—.Lamentonorecordarnada…¿Adóndefuimos?—Olvídalo,chico…—dijoapretandolascejas—.Quémásda…Entonces,alguiennosllamólaatención.—¿Esanosotros?—Sí,tira.Yasíhicimos.Unbar,SabrinayJean-Luc,elmaridopropinándoleunsopapo

en la cara al luso, el rostro de éste sinmarcas.Demasiados rompecabezas sinaclarar y yo, presente en cuerpo, aunque inconsciente. Se estaban quedandoconmigo.—Damemásdetalles,White.—Meencantaría—farfulló—,peronopuedo,ahoratengoalgoquehacer.Yserpenteóentreelaforoencuantovioquelagentesedispersaba.Nohacía

faltasermuylistoparaentenderqueibaenbuscadeunbarquelesirvieraaesashorasyleaguantaralasinsolencias.La incontinencia del artista. Desapareció en cuestión de segundos y sin

despedirse.Pronto,noquedabanadieallí.Pormiparte,nomecreíadeltodoloqueestabasucediendo,siesqueestabapasandoalgoynoerandeliriospropiosde una mala resaca. De ser así, ¿por qué actuaban como si nada hubierasucedido? Las azafatas nos invitaron a abandonar el salón principal y yoaprovechéelmomentoparabuscaraSoledadydespejarlasideas.Tenía que entender qué estaba cociéndose. Tenía que averiguar qué sucedía

conJean-LucMoreau,quélehabíanhecho,ysieraéloactuababajolosefectos

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delosnarcóticos.Eraabsurdo,habíabebidomásdelacuenta,peromiinstintomeconfirmabalapeordelassospechas.Deunmodouotro,debíaaclararquéhabíaocurridolanocheanterior.

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Unavezmehubedeshechodelaprensaydelosorganizadores,caminéhacialasalidadelrecintoatomarunpocodeaire.Soledad,preocupada,caminabaapasoligero tras de mí, pero yo era más rápido. Al llegar a la salida, encontré aGiancarloMorettifumandouncigarrilloconelsemblantetiesoypocohablador.Me saludó asintiendo con la cabeza y regresó a su pitillo. El almuerzo habíaterminado y la resolución del fallo no se anunciaría hasta el día siguiente. LagalasecelebraríaenelCentrodeCongressosdeLisboa,unmodernoygiganteedificio hecho a medida para los grandes eventos que se encontraba a mediocamino entre la capital y Belém. Puesto que tenía el día por delante y lacompañíademiamada,leagarrédelamuñecaytirédeellaalgunosmetrosparaevitarqueMorettinosescuchara.—¿Quétepasa,Gabri?—PreguntóSoledadcogiéndomedelacara—.¿Estás

bien?Nosabíaqueestascosastealterabantanto…—Sol,séloquehevisto…—dijeyseñaléalapuertaextendiendoelbrazo—.

Algomuyextrañohapasadoahídentro.Ellasecruzódebrazosrelajadayechólacolumnahaciaatrás.—¿Hasidoeseentrevistador?—¿Qué?—Pregunté. No siempre el mundo giraba a mi alrededor—. ¡No!

HablodeMoreau…—Piensasmásenélqueenmí…—Deverdad,Soledad—dijeymeacerquéaella,expectantedeescucharmi

explicación—.CreoqueesapersonanoeraJean-LucMoreau.Continuamos caminando bajo la ruaAugusta, una calle turística y peatonal,

llena de comercios, restaurantes y turistas que llenaban las terrazas del sueloformadodeazulejos.—Y si no era él, Gabriel —respondió fingiendo sorpresa y misterio—.

¿Entoncesquién?—¿Ves?Nomecrees.Ellamediounapalmadaenelbrazoamododemofa.Pasamos el museo de diseño y dejamos atrás las grandes fachadas con

ventanales.—Claroquesí,idiota—dijoconcariño—.Quépocohumortienes…—Teestoyhablandoenserio—proseguí—.Esehombrenoeraelfrancés,es

decir,nosésieraél,peroactuabadeunmodomuyextraño…—¿Cómopuedesestartanseguro?—Cuestionó.Lagentesecruzabaentodas

las direcciones. La calle parecía un hervidero propio de persecución.Malabaristas,músicosdefado…Elambienteportuguéseradiferentealnuestro,sepodíasentirenlascalles.Sinembargo,laglobalizaciónsehabíaencargadodearrancar los viejos locales de las calles más céntricas para convertirlos en

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franquiciasmultinacionales.Elturismo,delresto.Alfinal,todoresultabaserunacopiadeunacopiaquenoshacíasentirlafalsapercepcióndehaberestadoallíantes.—Tengopruebasirrefutables,Soledad—Dijelevantandoelgritodelaverdad

—.Teolvidasquiénestupareja.—Descuida, lo tengo muy presente—contestó. Era mejor que yo—. ¿Qué

pruebassonesas?—Paraempezar, lacicatrizdesupárpado,enel lateraldesuojoderecho—

argumentéconvencido—.Hoynolatenía.Yasabescómomefijoenlosdetalles.—Quizáestéacomplejadoylahayaocultadoconmaquillaje—replicó—.Ya

sabescómosonlosfamosos.—Pruebanúmerodos,nomehareconocidoestamañana.—Noeselúnicoquenorecuerdamuchodeayer—dijoSoledad—.¿Mevasa

explicarquébebisteis?—Pruebanúmerotres,Moreaumedijoqueodiabaelcolorrojo.—¿Yesoquétienequévercontodoesto?—¿No te has fijado en su traje? —Pregunté horrorizado—. ¡Era de color

burdeos!—EstabapendientedeeseBarbosa…Nomequitabaelojo.—Porfavor,Soledad—supliquéhastiado,caminéhastaunportalymeapoyé

enlapared—.Teestoyhablandoenserio.Nisiquieramecreoqueestomeestéocurriendoamí.Ellasediocuentadequenoteníaganasdeentrarensujuego.Entendióque

mi preocupación era real y no un delirio provocado por la noche. Pudecomprobarloensusojos,ensumaneradereaccionar.Nosupeversimecreíadeltodo,puesconSoledadsiempreeracomplicado.Noobstante, lacasualidaddeque nos hubiéramos conocido en medio de la caza de un asesino macabro,ayudabaaquenosapoyásemossindudardelotro.—Está bien, tú ganas, te creo…—dijo agarrándome de la mano—. Tienes

pruebas,peroesonodemuestranada.Yotengoactos,Gabriel.Diossabecuántascopas os beberíais después de haberos conocido. Ante mí, resulta todo muyobvioycuestionable.Noquieropensarenunacomisaría.—Siteestoycontandoesto—agregué—,esprecisamenteporquenecesitotu

apoyo,noeldeuninspectorportuguésmandándomeaescribirnovelasalacostamediterránea.—Notelotomestododemaneratanpersonal—dijoella—.Reconozcoque

esagenteesbastanteextraña,apesardesusaparienciasdeescritoresricos.—Unapandadeinfelices.—Loquesea,peroestoyseguradequetodotieneunaexplicación.

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Por supuestoque la tenía, una explicaciónoficial queno contrastaría con laverdad.AunqueSoledadnocreyeraloquehabíavisto,estabaconvencidodequeJean-LucMoreaunoeraelhombrequesehabíasentadoenlamismamesaqueyo, pormucho que intentaran engañarme, pormucho que nadie se atreviera apreguntarsieraél.Nomeparecíaunplandescabellado.Alguienpodríahaberlehecho desaparecer, incluso él mismo. ¿Un clon? Eso era demasiadodescabellado, pero no descartaba que hubiese enviado a un actor. Después detodo,siemprecabía laposibilidaddequehubiesesidootradesuspantomimaspero, entonces, recordé sus palabras.Algo cambiaría el rumbo de todos ymeplanteéquéhabríaqueridodecirmeconello.

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Paseamosendirección rectayobservamosdesde la calle el elevadordeSantaJusta,unascensoraltísimoqueuníaelbarriodeChiadoconlaBaixaPombalina.Eralaprimeravezqueveíamosalgoasíynodejódeparecermeanecdótico.Alllegara lapraçadaFigueira,chocamosanteunagranestatuadeDonJoao Iacaballo y los tranvías antiguos que subían hacia el cielo. Continuamos elplacenteropaseovolviendohaciaatráshastaquedimosconotraplaza.Soledadmirabalosescaparates,elsolradiabaennuestrascarasyyoseguíaabsortoentrecavilaciones.Laplazaestaba rodeadadeedificiosantiguoscon tejados rojosyantiguosventanalesrectangulares,unaestampabonitaypropiadelastiendasdeobsequios. En lo alto de la montaña, se veía el castillo de Saõ Jorge, y fueentoncescuandorecordéalgosinformarunaimagenmental.—Tenemosquetomareltranvía28—dijoella—.Eselquenosllevaalbarrio

delaAlfama.—¿La Alfama? —Pregunté. Ese nombre me resultaba demasiado familiar.

Hacíaesfuerzosmentalesporavivarmis recuerdos—.Comoquieras,¿quéhayallí?Soledadsacóunaguíadepapeldebolsilloymelaestampóenelpecho.—Yatevale,tío—bromeó—.LaAlfamaeselantiguobarriodepescadores,

lacunadelfadoyeldistritomásantiguodelaciudad.—Unbarriodejadoasusuerteenlosañostreinta…—leíaenvozaltamirando

las páginas de la guía—, al abandono y la degradación, la criminalidad en eldistritoaumentóprogresivamente…¿Sehamarchitadoyaelromanticismo?Unviejotranvíadecoloramarillollegóalaparada.—Eselnuestro—dijoseñalandoalvagón—.Sinovienes,iréyosola.Soledad caminó hacia la cola de viajeros y yo tras ella. En el interior, un

pelotón de turistas con mapas, locales y algún que otro pillo con la miradaviciadayatentaenlosbolsillosdelospasajeros.—No dejaré que una damisela como tú vaya sola—respondí siguiendo su

paso—.¡Espera!Pero ella ya estaba dentro. Mis comentarios de novela de caballerías le

resbalabanyesomegustabadeella.Eraunamujersensata,valienteysabíaloque quería, algo tan difícil de encontrar en una persona en los tiempos quecorrían.Aveces,mepreguntabaquéveríaellaenmíparaseguirconmigo,yanopor amor, sino porque era consciente de lo insoportable que llegaba a ser enocasiones,siempresinllegaralaalturadelosescritoresquehabíaconocido.Me subí al vagón yme agarré a una barra de hierro. Las ventanas estaban

abiertas,labrisadelTajonospegabaenlacara.Ellasonreíaavarioscentímetrosdemí. Estaba contenta y yo también. Intenté desconectar mi mente por unosinstantes,dejardepensarenquienmerodeaba.Echélamanoenelinteriordemi

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chaquetaparaasegurarmedequetodoestabaenordenydiconalgo,unpequeñotrozo de cartón.No sabía cómodemonios había llegado hasta allí.Delante demisojos, comprobéqueera la tarjetaarrugadadeunbarcon la imagendeungallonegroconlacrestarojayelnombredeOgalofeliz.Derepente,mevinounfotogramamentalymegolpeólafrente.NunoBarbosaenfadado,unvasodecristal rotoyMoreau riéndose.Di lavueltaa la tarjetayestabaenblanco, sindirecciónninúmerodeteléfono.Extraño,penséylavolvíaguardarantesdequeSoledadmepreguntaradenuevo.Subimosporunacuestaymeacordédelviajedeldíaanterior.Adecirverdad,

hubiese preferido un taxi, pero aquel era un viaje en pareja y los taxis de laciudad no ofrecían ningún tipo de romanticismo. Nos abrazamos y nosentregamoselunoalotroconunsuavebesoenloslabios.Estoyaquíparati,ledije con la mirada. Esperé que lo entendiera y me perdonara por tantaabstracción.Medicuentadequemeestabaolvidandodelomásimportante.Elvagón tomó la cuesta, no cesaba de vibrar y moverse por las turbulenciasocasionadas por la vía de adoquines. Algunos valientes se subían desde elexteriorparaevitarpagarsubillete.Lisboaestaballenadebachesy,despuésdeunrato,eraagotador.Finalmente,nosapeamosdejandolacatedralatrásyserpenteamosporvarias

de las callejuelasque formabanel entramadodelbarrio.Tenía la sensacióndeque, por arte de magia y en los últimos años, todas esas calzadas habíancambiado losalmacenesy las tiendasdeultramarinospor la restauracióny lospuestos de recuerdos. Lugares y más lugares para comer, sitios a los quellamabanconencantolasrevistasdeviajes,cuandoéstesereducíaaunmanteldehule, escasa iluminaciónyunescueto localde sospechosahigiene.Peronosiempre tenía la razón.Tambiénexistían losotros, lossitios recónditoscon lasneverasenlacalleyelpescadofrescoentremontonesdehielo.Unamujerponíaaremojolaverdurasobreunacuestadeadoquinesalaentradadeunmesón.Unaparejadeturistasfotografiabalaescena.Fachadasdecoloresvivos,depinturasdesconchadasporelpasodeltiempoylahumedad.Callessumamenteestrechas,debalconesporlosquecaíaelaguadelasropastendidas.Vehículosaparcadosen plazas imposibles. Las ancianas gritaban a viva voz, sentadas junto a unamesa en plena calle y ofreciendo un chupito de ginja por unas monedas, elaguardientedecerezatípicodelpaís.Soledadmesujetabalosdedospordebajodelacintura.CorrimosporruadeSãoMiguelybajamosescalerasdepiedraqueconectaban con otra calle. Era fácil enamorarse entre la decadencia de loscartelesdescoloridos,unacopadevinoylamelancolíadelfadoquesalíaporlapuertadealgunosbares.SiEspañaerasinónimodealegría,ruidobrutoyfiestasinmañana,loslusosrepresentabanelfinaldeunatardedeverano,lacalmade

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unanochecerradaeneljardínyeltactodealguienquesedespideparasiempre.Finalmente, entramos en un restaurante en el que una señora nos invitó a

pasar.Teníahambre,estabaalgocansadoporlacaminataynecesitabaunapausa.Soledadparecíarelajada.Noeramuyhabladoracuandobuscabaladesconexión,y la entendía. Yo podía hablar demás y no siempre era necesario. Habíamosllevado un año intenso por ambas partes y venir conmigo era una bolsa deoxígeno.Noqueríaestropearlo.Nos sentamos en una mesa de madera con mantel de tela y velas blancas.

Resultabaextraño,comosiyahubieseestadoallí,peroeraimposible,asíquemedicuentadequeestabaperdiendoelnorte.Elrestauranteteníaunaluzcálidaysuespecialidaderan lospescados.Pedíbacalaoconpatatasyella lopidióconunasalsaquenorecuerdobien.Acompañamoslacomidaconunaensalada,unabotelladevinhoverdeyunosquesostípicosdelazona.—Sé que sigues dándole vueltas a lo mismo…—dijo ella en uno de los

silencios—.Quieroquesepas,queyotecreo…—¿Pero?—Tambiénpuedesestarconfundido,esoestodo.—Me alegra que estés aquí—dije acariciando su mano—. Todo tiene más

sentido.—Lo sé, me encanta estar contigo —respondió mostrándome su bella

dentadura—, aunque una parte de ti esté elucubrando todo el tiempo en otradimensión.—Graciaspor ser comoeres—dijeycambiédeconversación—.Hablécon

Rojo,ayer.Mellamómientrascomía.—Vaya, el inspector —respondió con la boca llena y mirando a su plato.

Siempre sedirigíaa éldesdeel respeto. Inclusodespuésde loocurrido,no sehabíanvueltoaver,almenos,conmigodelante—.¿Quéquería?—Nolosé,sitedigolaverdad—contesté—.Tuvequecortarencuantovia

White.—Ajá,bueno…puedesllamarledenuevo,¿no?—Nocreoquehagafalta—dijepensativo—.Élesquienllama.Memoríadeganasporcontarlesobrelatarjetademichaqueta,peronoquería

continuarconeltema.—Sigue detrás de esa mujer, ¿verdad? —Preguntó ella. Nunca habíamos

habladodeltemaenprofundidad.Emeeraunasuntoclasificado,tantoparaRojocomo paramí—.No debe ser fácil pasar página. Sabiendo lo que le hizo, yotampocodudaríaendispararlesilatuvieradelante.—¿Loharías?Ella me miró a los ojos. Por su expresión, capté que sabía más de lo que

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confesabaconpalabras.Unasuntocomplicado.Mecuestionécuántoconoceríadeél,deellaysiRojolehabríacontadolosdetalles.—Por lo que sé —respondió mirando a su copa—, es capaz de todo por

conseguirloqueledesea.—Másomenos…comotú.Soledadpensabadistraída.—Sóloesperoquenuncasecruceentucamino—respondióconvozsuavey

conlosojosbrillantes—.Noeslaúnicaquesabeloquequiere.Nosupebiencómotomaraquello,aunquesurespuestamerelajó.Traselcafé

y el bajónde la digestión, paguéy salimosde allí calle abajopor las difícilescalles llenas de adoquines que no hacían más que deslizar mis pies hacia eldesastre. Acaramelados, dejamos los acertijos a un lado, el vino me ayudó adisipar la tensión del evento y olvidarme del francés por unas horas. Soledadtambién colaboró. Tomamos fotografías con el teléfono dejando la mejor denuestrassonrisas.Nosabrazamosfrentealmirador,observandocomoelrestodeparejas el sol que se encaminaba lentamente hacia el oeste. Bajamos a pie,probamosunade aquellos licoresde aguardientey entre sonrisasy coqueteos,llegamosdenuevoalapraçadoComércio.—Necesitounasiesta—comentéquitándomelasgafasdesol—.Elcuerpome

tiembla.—Vaya, yo que esperaba reanimarte —dijo con tanta picardía que estaba

dispuestoa renunciaraldescanso.Entonces,alguiende la recepciónmencionóminombreyambosnosgiramos—.Teesperoarriba,notardes.Yconunguiñocaminóhacialasescalerasrecogidaensuchaquetadecueroy

esospantalonesrotosqueestilizabansuspiernas.Meacerquéhastalarecepciónytoméasiento.—SeñorCaballero—dijo la recepcionista jovendecabellocastaño.Tenía la

cararedondayunlunarbajoelojoizquierdo.Suexpresióneraamableypercibíque,aunqueuntrabajodeesecalibrerequeríapaciencia,esachicadisfrutabaconloquehacía.Todavíaquedabaesperanzaenesteplaneta—.Noolvidequeestanoche es el cóctel oficial. La organización espera que esté disfrutando de suestancia.—¿Aquéhora?—A las ocho ymedia—respondió la chica—. ¿Desea que le avisemos una

horaantes?.Noentendíaquéveníatantoorden.Puedequefueraalgoportugués.—Gracias por la información, no es necesario —dije y comprobé la hora.

Todavíaerapronto,aunquenodescartabadormirlasiesta.Saquélatarjetayselamostréalachica—.Porcierto…¿Conoceestelugar?

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Ellamirólatarjeta.—Nolohevistoenmivida—explicóconvencida—.¿Quierequelobusque

eninternet?Talvezhayaunadirección.—No,nosemoleste—respondí.Puedequefuesemejorguardarelsecreto—.

¿HavistoalseñorWhiteporaquí?—Haráunahoraquesaliódelhotel—dijoellaordenandolosdocumentosque

teníasobrelamesa—,talvezdos.—¿Podríadarmesunúmerodeteléfono?—Preguntébajandolavoz—.Esun

asuntoimportante…Ella miró de reojo y accedió. Le entregué la tarjeta y escribió su número

detrás.—Yonosénada,noquieroperdermitrabajo.—Gracias—dije y suspiré—. Es ustedmuy amable…Si hay algomás, no

dudenenllamarme.—Así haré, señorCaballero—contestó la chica actuando con normalidad y

melevantédeallí.Comprobé,denuevo,elnúmerodelatarjeta.Saquéelaparato,miréamialrededorymeapartéhaciaun rincón.Después

marqué.—¿Quién?—PreguntóWhitealotrolado—.¿Quiénllama?.—White,soyCaballero—contestéconfundido—.Elespañol.—¿Qué quieres ahora? —Cuestionó confiado, casi desafiante. Parecía

ocupado, nervioso por alguna razón—.Escucha, creo que he descubierto algosobreanoche…—¿QueMoreaunoesMoreau?—¡Qué diablos! No digas estupideces… —respondió ofendido. No era

posible.Nopodíasercierto,peroyoyahabíamordidoelanzuelo—.Escucha,ventecagandoleches.—¿Dóndeestás?—contestémirandoamialrededor—.Semedamuymalla

cartografía.Whiteparecíacaminarbuscandoalgo.—Apunta…—ordenó—. Rua da Bica deDuarte Belo número 51, segunda

planta…Yrecuerda,nadadetimbres.—¿Peroquéhasencontrado?—Nohaytiempoparapreguntas,ven.—Estábien,allíestaré—dijeycolgué.Unsudorfríomerecorriólaespalda.

Caviléqueseríadelaireacondicionadoperoeranlosnerviosdelaverdad.Ironoir,esaeralacuestión.Laintuiciónmedecíaquesiguieraesapistaynopodíahacer nada contra ello.Algunas personas, aprendían a controlar sus impulsos.Porsuerteopordesgracia,losperiodistascomoyo,decalleygrava,estuvieran

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dentro o fuera del oficio, eran incapaces de negarse a la verdad tras verle lapunta del zapato. A la verdad y a la voluntad de uno mismo. Desbloqueé lapantalla,busquéelnúmerodeSoledadymarquésunúmero.—¿Dóndeestás?—Preguntóellasomnolienta.—Sol, mi amor…—dije excusándome—, me temo que tardaré un par de

horas.Mehanllamadodelaorganización,yasabes…losensayos.—¿Qué? —Preguntó recelosa—. Diles que has bebido demasiado, eres un

escritor.—No puedo…—respondí avergonzado por la mentira—. Te prometo que

volveré,nopermitasqueseenfríalacama.—Noloharé,suerteconello.Colgué, salí a la calle y levanté la mano en busca de un taxi. Segundos

después,elrebotedelosadoquinesgolpeabaenmitrasero.

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CAPÍTULO6

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Cruzamos la praça Luís de Camões y tomamos la calle que subía. Entonces,recordé haber estado allí antes. Segundos después, veía el escaparate de lamarisquería donde me había cruzado con White. El taxista estacionó en unaentradade aparcamientoymedijo enportuguésquenopodía cruzaryque lacalleseencontrabaalotrolado,señalandounaempinadacuestadondehabíaunviejoelevadorparadoconformadetranvíaquesubíaybajabalacalle.LaruadaBicadeDuarteBelo eraunapendientede larga longitudque recordabaa esaspelículas americanas ambientadas en el SanFrancisco de los años setenta.Unestrechocallejónporelqueloscochessufríanalsubirlascuestasyundecoradopropiodelaciudadvieja:tejadosymástejadoscoloridos,balconespintadosdeverde,farolasyunentramadoeléctricodecablesquesubíanybajabanlostrenescargadosdepasajeros.Lascuerdasdeuncontrabajosonaronen lasparedesdemicabeza.Poralgúnmotivo,estabateniendoundeja-vu,unrecuerdoinconexo,lasensacióndehabervividoyaantesaquelinstante.Ynoexistepeorsensaciónqueesa,ladesentiralgoporsegundavezsinllegararecordarlo.Lapesadumbremeobligóacontinuaryescabullirmeentreotrogrupodepersonasquesehabíadetenidoenmediode lacalleparahacerse fotosen lapendiente.Caminécalleabajoyencontré losrostrosdelosvecinosquemirabanconsospecha.Paramisuerte, no era muy diferente a ellos, al menos, en la apariencia, aunque noresultabacomplicado reconocerqueera forasteroporcómomirabaa todos losnúmeros. Finalmente, llegué a un portal, era el número cincuenta y uno, tal ycomomehabíaindicadoesemisteriosohombre.Enlaentrada,habíaunbardevinosycomida.Teníabuenapintaymehubiesequedadoallísinofueraporquela intrigamecorroía lasentrañas.Consigiloyasegurándomedequenadiemeviera,empujélapuertaverdedemaderaquehabíajuntoalbar.Alguienlahabíadejadoabierta,asíquecrucéyunfuerteolorahumedadllegóamí.Lasescaleraserandeazulejo,viejasyestabandesconchadas.Esamalditaciudadnecesitabaunarreglo.Alcélavista,trespisosmás.Eraunacasadeviviendasporloquededujequeelfrancésmehabíallevadoaunburdeloaunclubprivado.Noquedabaotraopción.Subíhastaelsegundopisoydiconotrapuertaaltaygrandedemaderaycolormarrón.Ésta,sinembargo,eramásrígida.Aladerecha,habíauntimbredebotón sujeto a la pared, con un cable que subía hasta el techo. Si lo viejofunciona,paraquécambiarlo,pensé.Cuando estuve a punto de tocar el botón por instinto, recordé las palabras.

Nadadellamarlaatención.Cogíunabocanadadeaire,mepreguntéquéhacíaallíyexpiré.Apretéelpuñoytoquélapuertaconlosnudillos.Tresgolpes.Nohuborespuesta.Creíquenomehabíanescuchado.Salíalasescalerasymiréenambasdirecciones.Nada.

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Regresédenuevoalapuerta.Tresgolpes.Yescuchéunligeroruido.Empujélapuerta,estabaabiertaymedispuseaentrar.

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CAPÍTULO7

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La entrada daba a un amplio salón que conectaba con una cocina y unahabitación con la puerta cerrada. El suelo era de madera vieja y lo habíanpintado de un color granate que le daba un aspecto gelatinoso. Las ventanasdaban a un patio comunitario por el que se podían ver las ventanas de lasviviendascontiguas.Enelsuelo,unaalfombradecolormarrónviejaytiesa.Lacasateníaunolordulce,comosialguienhubieracocinado.Elaireestabaviciadoy del techo colgaba una vieja lámpara de cristales corroída por el tiempo.Observé desde mi posición, pero no encontré a nadie, tan sólo a un viejotocadiscos con un vinilo girando que había llegado a su fin y un sofá deterciopelomarrónfrenteamisojos.—¿Hola?—Preguntéenvozalta,peronadiecontestó.Diunpasoalfrentey

encontréaunhombresentadotraslapared,deespaldasamí.Paramisorpresa,noeraunhombrecualquiera,sinoalguienqueyahabíaconocido.Estabaenunasilla demadera, junto a unamesa delmismomaterial en la que sostenía unabotella de aguardiente portugués y un vaso chato de cristal. Frente a él, unatelevisiónviejaencendidaysilenciada.—¿White?—Preguntéenvozalta.Parecíadormidoydedujequeelolordulce

seríaelhedordesucuerpo,unmejunjedealcoholysudordestilado.Cuidadoso,divariospasoshastaverledefrente—.Eresunborracho…Al ver que no se inmutaba, que el disco se había detenido y que el inglés

estaba allí, sospeché algoquenomegustó en absoluto.Empujé el hombrodeaquel delgaducho inglés pálido hacia atrás, pero no reaccionaba, ni siquieraparecía respirar.Accedí a darle una ligera bofetada y fue como golpear a unabarradeembutido.—Oh,mierda…—comentéenvozalta.Whiteeraun fiambre.Allí sentado,

comosisehubieraquedadodormidoenunsueñoeterno.Levantélasolapadesuchaquetayviunamanchadesangrequecubríasucostado.Lehabíanasestadounapuñalada.Mehorroricé,nopodíasercierto—.Mecagoenlaleche,White…Pronto entendí que había sido una trampa de la que me había salvado por

segundos. Dudé de las bromas de mal gusto y de que aquello hubiese sidotambiéncosadeMoreau.Laspreguntassedispararonenmicabeza.Puedequeélhubiesellegadoantesqueyoy,porende,recibidountrágicofinal.Puedequelasuertemeacompañaradenuevo,queSoledadmehubiesesalvadoelpellejodeforma indirecta con aquel paseo. Era consciente del riesgo que corríaquedándome allí pero no pude evitar rebuscar en sus bolsillos. Encontré otratarjeta como lamía, con ese gallo dibujado en ella. Volteé la tarjeta y leí unnombre: Catarina. Lo memoricé. Pobre White, se la habían colado con unamujer. Inspeccioné sus bolsillos, le habían robado la documentación y noencontrémásqueunasmonedasdeeuro.Loprimeroquesemeocurriófuesalir

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deallí.Asíquemeasegurédequenadiemevieseysalípordondehabíaentrado.Una vez hube alcanzado la escaleras, corrí como un galgo hacia la entrada.Cálmate, Gabriel, me decía convenciéndome de que había sido un truco, unabromademasiadoreal,comoenesapelículadeMichaelDouglas.Yuncuerno.Nomelocreía,nopodíasucederdenuevo.Estabatannerviosoquelaspiernasmetemblabanysemeolvidóllamaralapolicíaopedirayuda.Nadiemehabríacreído. Al salir a la calle, las miradas de los vecinos continuaban ahí. Lasituaciónempeoraba.Caminéhaciaabajoporerror,enlugardevolveraloaltodelavíaytoméunadelascallejuelasquesedirigíanalapraçaLuísdeCamões.El callejón estaba sucio, llenode cajasyde losbalcones colgabanprendasdevestirreciénlavadas.Olíaacebollafritayaaceite.Nadamáscruzar,escuchéelruido de unmotor de coche.Aceleré el paso sin llamar la atención y el ruidoaumentaba.Nopudeevitarmirar atrás cuandoviunviejoBMW324decolorgris vibrando entre adoquines. Se dirigía a mí dispuesto a arrollarme. Corríescuchando las revoluciones del interior y giré por una de las bocacalles quebajaban.Losvecinosseescondíanensuscasas.Seoyóunafuertefrenadayelvehículo chocó contra las cajas apiladas. Todas las calles parecían iguales,similaresyvacíasamedidaquememovía,comosicargaraunamaldiciónsobremí.Caminé todo lo rápidoque pudepor una de las cuestas y vi a un hombreportugués,conbigoteypelooscuro,demedianaedadydelgado,quecaminabahaciamí.—¡Disculpa!—Exclamé—.¿PraçaLuísdeCamões?Peroelhombrenorespondióyencendiólaexpresión.Sedirigíahaciamísin

hablayentendíquenomeindicaríanada.Cuandoquisedarmecuenta,lafruteríaquehabíaamiderechabajabalapersiana.—¡No!¡Espere!—Gritéaunviejotenderoquehacíaestragosporbajarlatela

metálica. El hombre del bigote, delante de mí, sacó una navaja e intentóatacarme.Atento,me eché hacia atrás y esquivé la hoja afilada. Si corría,mealcanzaba.Lasnaranjassalíanporlapersianayrodabanporlosadoquinescuestaabajo. Ese hombre estaba dispuesto a atacarme. Varias calles atrás, el motorarrancabadenuevo.Teníaque ser rápido, sólo teníaunaoportunidad.Asíqueagarréunanaranjadelsueloyselalancéalacara.Elmatónseprotegióconunamano pero, parami fortuna, la fruta golpeó en su nariz. Tras el momento deconfusión, él retrocedió,me agaché y le propiné una patada en el tobillo.Miadversario intentó defenderse pero el golpe lo derribó de dolor. Sabía que, siregresaba, el vehículome arrollaría, así que, en un último esfuerzo, apreté laspiernas y subí lo más rápido que pude sin mirar atrás. Hastiado, una placaindicabaquemesituabaenellargodoCalhariz,lanormalidadyelbulliciodeundíanormalregresabanalacalleyamivida.Unamujersonreíadesdeunpuesto

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de helados y un hombre pedía limosna en la puerta de un supermercado. Elcorazónseguíalatiéndomeatodaprisa.Levantéelbrazoalveruntaxinegroconlapartesuperiorpintadadeverdeturquesaymemetíenélencuantosedetuvo.Cuandogiré lacabezaparaasegurarmedeque leshabíadadoesquinazo,vi elrostro del hombre que había intentado matarme, persiguiéndome con la vistadesdeladistancia.Whitesabíaalgoyporesolehabíanhechocallar.Lomismosupusequepensaríandemí,aunqueestuvieranequivocados.Mehabíalibradodeellos,aunquefueunmilagro.Pero,losmilagros,nosiempresucedencuandomássenecesitan.Yyoteníala

sensacióndequeibaanecesitarunoscuantos.

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CAPÍTULO8

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Cuandoabrílapuertadelahabitación,todoestabaoscuro.Enlapenumbra,vielcuerpodeSoledaden lacama,cubiertoporunasábana.Sehabíacambiadoderopayllevabaunacamisetadetirantes.Busquéelteléfonoenmichaqueta,peronoloencontré.Probablemente,semehabríacaídomientrashuíadeladesgracia.Lasituaciónsecomplicaba.Estabasediento.Elvinoylaingestadecomidamehabíanproducidosequedadenlaboca.Cerrélapuertaconsigilo,alteradoymequedépegadoaella.—¿Gabriel?¿Erestú?—Preguntóadormecida—.¿Estásbien,amor?—Duerme,Sol—dijemientrasmeacercabaaunmuebleyabríaunabotella

deaguaquehabíadejadoelserviciodehabitaciones—.Duerme…Ellaabriólosojosymeencontróperdido,pálidoyconelcabellohumedecido

porelsudor.Seincorporósorprendidayrodóporelcolchónhastamí.—¿Quétehapasado?—Notelovasacreer,Sol.—Bueno, ese esmi trabajo—respondió atenta—. ¿Qué te handicho en esa

reunión?¿HasucedidoalgoconMoreau?—Nohahabidoningunareunión…—Ajá,melotemía.—Porfavor,necesitoquemeentiendas—dijeinquietodandopequeñostragos

de la botella y paseandopor la habitación—.Noquieroqueme tomespor unlunático,Soledad,yasabesaloquemerefiero.—Haz el favor y comienza a hablar ya—rechistó sentada en la cama. Iba

vestida hasta la cintura, mostrando su ropa interior negra—. A veces, medesesperas,Gabriel…Nohabíaningunallamada,eseso,¿verdad?—Sí, sí que la había —respondí—, pero he sido yo quien ha llamado a

White…Yasabes,estabadesesperadoporrecordarquéhabíasucedido.Cuandohabléconél,medijoquehabíadescubiertoalgosobrelanocheanterior,aunquenomequisodecirqué.—¿Por qué tanto interés?—Preguntó intrigada. Había olvidado que era un

secreto—. Ni que fuese la primera vez que te emborrachas, por el amor deDios…—Sol, te prometo que no esperaba que esto ocurriera… —expliqué

avergonzado—.Sóloqueríahablarconél.—Ymehasdejadoaquí,enlugardecontarmelaverdad.—Nosabíaloqueibaaencontrar—repliquéexcusándome—.Nisiquierayo

melocreo…Estoesuncompletodisparate.—Eresuncabezón,esunapérdidadetiempodiscutircontigo…—lamentó—.

Enfin,sigue…¿Cómohasdadoconél?—Alllegarallí,nohabíanadie,sóloWhite,elinglés—relatéponiéndomeen

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escena,buscandolosoloresquemellevaranhastalosucedido.Laspalabrasseapelmazabanenmigargantaamedidaquereproducíalasimágenes.Unonuncaseacostumbraavercadáveresamenosquepaguenporello—.¡Estabamuerto,sinvida,fiambre,tieso!—¡Nogrites!Teheentendidoalaprimera…—rogómoviendolasmanospara

que bajara el volumen—. Espera un momento, Gabri… No tan rápido. ¿Esehombreestabaallísinvida?¿Tehavistoalguien?¿Algúnvecino?—Esonoestodo…—advertí—.Todavíanotehecontadolopeor…—Esperoquenohayasdejadohuellas.—¡Malditasea!¡Lehabíanclavadounpuñalenlacostilla,mujer!—Respondí

alterado—.Loúnicoquesemehaocurridohasidocorrercomouncobarde.—Propiodeti,nomesorprende…—comentóyseriodesuspalabras—.¿Por

quénomehasllamado?Sabesquepodíascontarconmigo.—Yo qué sé, habría sido demasiado tarde —proseguí moviéndome por la

habitación—.Alasalida,hanintentadoatropellarmeydespuésapuñalarmeconunanavaja…¡Enplenacalle!Malditamisuerte,casilogrosalirdeallí.De pronto, sus pupilas cambiaron de tamaño. Si había algo que ella no

toleraba,era la ideadeperdermeparasiempre,dequealguienmehiriera.Esome ponía en una situación desequilibrada. Yo sentía lomismo por Soledad ytampoco quería que nadie le hiciera daño pero, en su caso, era un impulsointernoimplantadodesdelaniñez.Sutezcambióylosmúsculosdesuespaldasetensaron.Sepusoenpieyseechóelcabellohaciaatrás.Pudeverlasnubesdelatormentasobresucabeza.—Eres un imbécil,Gabriel—dijo con voz seria ymalhumorada—. ¿Te das

cuentadeloquepodríahaberpasadosinollegasasalirdeésta?¿Porquénomehasavisadoantesdemarcharte?¿Dóndequedalaconfianza?—Noqueríaponerteenpeligro.—Yotampocoquieroquetepongastú,¿esquenoloentiendes?—Respondió

cabreada.Caminóhastalaventana,corriólacortinaydejóquepasaraelaire—.Debemosllamaralapolicía.—¡Nipensarlo!—Contesté—.¿Estásloca?¿Paraqué?—Para buscar ayuda, denunciar lo que ha pasado, ¿para qué te crees que

estamos?—Hayunhombremuerto,Soledad—dijerecortandodistancias—,unhombre

importante. Lo hanmatado porque había descubierto algo, al igual que puedequehayanhecholomismoconMoreau.—No,otravez,lodeldobleno…—¿Tan disparatado te parece que ese hombre sea un actor? —Pregunté

ofendido—.¿Ylallamada?¿Quémedicesdeella?

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—Hanpodidoserunosmaleantes,queeseborrachosehayapuestoviolentoylo hayan callado de la forma más vieja que existe… Ni te imaginas la dediscusionesqueacabanasí,pordesgracia.—¿Yyoqué?—Túerestonto,Gabriel—contestó.Fueungolpeescucharaquello—.Nohay

más,yconvivoconello,peronopuedes irmetiéndoteen todos los líosque tebuscan…Parecementira,tío.¿Acasonotedascuentadequelagentesabequetienesdinero?—Bueno,esoescuestionable…Meacerquéaellaylaabracéporloshombros.—Loquemásmeduele es no habértelo contado, ¿sabes?—Ledije al oído

mientraslaenvolvíaconmibrazoizquierdo—.Meimportasdemasiado.—Amí loquemásme jode es quepodría haberteperdido—respondió ella

recriminándomelosucedido—.Nolovuelvasahacer,¿vale?—Perosiyonohehechonada…Sedioporvencidaconmigo.Erauncuentistaprofesional.Después guardó silencio y miró a la plaza. Todo parecía seguir con

normalidad.—¿Estás segurodequeWhite estabamuertoyno inconsciente?—Preguntó

dubitativa—.Dequenoeraotrabromadisparatada…—Completamente tieso…—confirmé—. Vi la sangre y lo toqué… Estaba

reciocomounabutifarra.—¿Ylagentedelacalle?—Yatehedichoquenohabíanadiemás—dijederrotado—.Noleencuentro

elsentido.—Seguramente siga allí el cadáver… —comentó mirando al horizonte—.

¿Sabríasregresarallugar?—¿Estásdeguasa?Novamosavolveraesesitio.Quienjuegaconfuego,ya

sabescómotermina.Solsedespegódemíycaminóhaciasuequipaje.Despuéssecolocóconlos

brazosenjarra.—Gabriel—dijohartademí,delahistoria,detodo—.Túeliges,lapolicíao

solos,perovamosairaesesitio.

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Eltaxinosdejójuntoaunobeliscoblanco,alargadodegrantamañoyrodeadode figuras de bronce y oro.Unmonumento que representaba la liberación delpaísdelimperioespañolenelsigloXVII.JuntoalapraçadosRestauradoresseubicabalacomisaríaparaturistasquelaciudadteníadesbordadaatodashoras.Casualidadesdelavida,dije.Cuandollegónuestroturno,unaagenteportuguesanosentregóunformulario.—¿Dinero, teléfono, documentación? —Preguntó con una voz lineal con

acentoportugués.—Teléfono…—dijemirandodereojo.—Disculpe, ¿podemos hablar con un inspector? —Intervino Soledad sin

importarlelomásmínimoelformulario.Enlaoficinahabíaturistasdetodoslospaíses, todos unidos por unamisma causa.Al final, las desgracias terminabanjuntandoalaspersonas.—Relleneelformularioysepondráladenuncia.Soledadseacercóalaventanillayenseñósuplaca.—Es un crimen, oficial —dijo ella—. No creo que se solucione con una

denuncia.—Yotampococreoqueganenadamostrándomeeso.—Calma,lasdos…—mediécomoelárbitrodeuncuadriláteroqueseparaa

losboxeadores—.Loúltimoquedeseamosesbuscarnosunproblema.Dejé el papel y se lo entregué en blanco. La gente susurraba, Soledad me

mirabaalosojosyyoasentíadándolelarazón.—Unmomento…—dijo la agente y llamó por teléfono.Después de hablar

conalguienensuidioma,nosindicóqueesperáramosaunladomientraselrestode personas seguían el orden de la cola. Al terminar la llamada, salió de lacabinayseacercóanosotros—.Hadichouncrimen.—Sí—respondió.Lasdosmujeressedebatíanenunduelosilencioso.Jamás

entenderíaaquello.Noparecíanestardispuestasaayudarse,ycreoquelaguerraibamásalládeunacuestiónfemenina.Loquelemolestabaaesamujereraqueunaagentedelpaísvecinovinieraainterrumpirsutrabajo—.Hayunapersonamuerta.—Cuéntenmequéhasucedido.—Escuche, oficial —rogué terminando con aquello. Me estaba poniendo

nervioso—.Hayunescritor famoso sinvida, enunaviviendadel centro.Otrodesaparecido,yamímehan intentadoabrirencanal.¿No leparecesuficienteparasermiprimeravezenlaciudad?—Noexageres,Gabriel…—¿GabrielCaballero?—Preguntólaoficialyseleiluminaronlosojos.Sentí

lamano de Soledad enmimuslo clavándome las uñas—.Es usted el escritor

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finalistaespañol,¿cierto?—Eh…Asíes,oficial.—Costa—dijoella—.SoylaoficialCosta.Megustanmuchossusnovelas.GiréelrostroconunasonrisaparaverlareaccióndeSoledadperonoencontré

másqueaunamujerposeídaporelmismísimoLucifer.—Muchas gracias… Está bien, agente Costa, necesitamos su ayuda —

expliquémásrelajado—.Hesidovíctimadeunasaltoamanoarmada,hayunhombre sin vida y, como ya he dicho, otro desaparecido. Temo por nuestraintegridad.—Entiendo…—dijolapolicíauntantoincrédula.Fantaseabaconsumiraday

no llegaba a tomarme en serio—. Escuchen, no puedo ayudarles ahora, peroprontovendráuninspectoraatenderles.Sientoquetendránqueesperar.—Gracias—murmuróSoledadconsequedad.—Seloagradecemos—contestéylaagentecaminódevueltaasucabina—.

¿Essiempreasídeamablelapolicíaportuguesa?Lamujersonrió,moviólamelenaoscuraydespuéscaminóhaciasupuestode

trabajo.Almismotiempo,sentí losnudillosdeunpuñoquemegolpeabanpordetrás.Eldoloraumentabaporsegundos.—Yatevale—añadióSoledadasureprimenda.—Esohadolido…Unhombrejovenconbarbacerradaycejasfrondosasaparecióenescena.La

agenteCostanosseñalóyelpolicíaseacercóanosotros.—SouooficialRamiro.Poraquí,porfavor—Indicóen"portuñol",esaforma

dehablarmezclandopalabrasdeambosidiomas—.Tudoreto.Caminamoshastaundespacho.Laoficinaestabaviejayolíaapolvoygrasa.

Unarchivadormetálicode trescajones,unabanderadelpaís,unordenadordemesa polvoriento sobre el escritorio y un tablero con fotos de presuntosdesaparecidos. Vamos, como cualquier comisaría antigua. Me recordó a mistiemposeneldespachodeRojoenAlicante,cuandonosuníanotrascosas.Unrecuerdoqueparecíalejano.—Oqueacontece?—Preguntómirándonosseriamente—.Umassassinato?—Y un intento —dije y le repetí la historia al policía. Tras sopesar lo

escuchado, llamóa alguiende laorganizaciónpor el teléfonoquehabía en suescritorio.—Euentendi—dijoy colgóel teléfono—.Muitobem, señorCaballero.Me

confirmanqueelseñorJackWhiteestáensuhabitacióndehotel…¿Algoqueañadir?Medesplacéhaciaatrás.Debíadeserunabroma.—Esimposibleloquedice,leestánmintiendo.

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—¿Bebe usted, señor Caballero? —Preguntaba con su acento marcado—.¿Estababebido?¿Loestáahora?—No,esdecir…—rectifiquénervioso—.Algohetomadohoy,perounparde

copasdevinoyaguardiente…Ellaestabaconmigo.—Ginjaportuguesa—dijomofándoseconunaligerarisitaquesonabacomo

elgalopedeuncaballo—.Muitoboaemuitodoce.—Escuche, inspector… —aclaré levantando cogiendo aire. Él parecía

demasiado tranquilo en su silla. Soledad guardaba silencio ami lado—.Sé loquehevisto,noestabaebrio.Unhombrehaintentadoatropellarmeyotromehaatacado.Podríareconocerelvehículoyaesetipejo.EstoysegurodequehevistoaWhitesinvida,eneselugar.Noestoyaquíporgusto,¿sabe?Elpolicíatoqueteabalamesadandopequeñosgolpecitosconlosdedos.—Estábien,estábien…—respondió,garabateóalgoenuncuaderno,levantó

las cejas y me enseñó el morro—. Mejor será que vayamos al sitio ycomprobemosquetodoestáenorden.—¿Lodiceenserio?—Esunabuenaidea—añadióSoledad—.Aclaremosestodeunavez.—Tieneustedsuertedequeelalcaldey todaesagentede lacomisiónestén

por aquí —finalizó el policía poniéndose en pie—. De lo contrario, estaconversaciónhabríaterminadohaceunbuenrato.

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SubimosenunAudiA8patrullaquenosllevóembaladoalaruadoLoreto,lacallequesubíadelaplazayporlaqueentantasocasioneshabíacaminadoenlasúltimasveinticuatrohoras.Reconocí el supermercadode la esquina, aunqueelmendigohabíadesaparecido.EloficialRamiroseapeódelvehículoyelcochese perdió cuesta abajo. Le indiqué dónde se encontraba el lugar, pero parecíahaberentendidoalaprimera.—¿Estásbien?—PreguntéaSoledadqueteníalaexpresióntensadesdehacía

unbuenrato—.Tevoyademostrarquenomentía…Ellamediounbesoenlamejillaymefrotóelrostroconlamano,comouna

cariciaconciliadoraquemedaba la razónparaquedejarael asuntoatrás.Nosdetuvimosfrentealportal,losvecinosmirarondesdelosbalcones.—¿Esaquí?—Preguntóelpolicía.Asentíconlacabeza—.¿Ycómoentró?—Estabaabierto.—¿Estáseguro?—¿Meveconcaradenoestarlo?Eloficialresoplóyempujólapuerta,peroestabacerrada.Volvióaresoplary

empujóconfuerza.Lacerraduracedió.—Nomeextraña…—murmuróy entramosen el portal.El olor ahumedad

seguía presente. Subimos las escaleras y alcanzamos la entrada de la plantasuperior—.¿Yahora?¿Esaquí?—Sí—dijeseñalandoalavivienda—.Lapuertatambiénestabaabierta.—Échense a un lado —dijo con parsimonia e intentó abrir, pero estaba

bloqueada—.Puesparecequeno…Probaréconeltimbre.—¡No,espere!—Exclamé—.¿Ysiescondenelcadáver?ElpolicíamemirócomosifueraunestúpidoySoledadmetocóelantebrazo

paraquemecallara.Despuéspulsóelbotóndeplásticoquehabíaaladerechaysonóuntimbreviejodecampanas.Segundosmástarde,alguienmovíalacerradura.Lapuertaseentreabrióyuna

mujer gruesa de piel morena, con un lunar en la nariz y pelo descuidado,aparecióalotroladodelapuerta.Musitó algo en portugués. Parecía una de esas mujeres que salían en las

películas dando gritos cuando pasaba alguien por delante de su tienda. Lasituacióneraabsurda.El oficial y ella comenzaron una conversación que subía de tono en un

portuguéscerradodelquenoentendíanada.Lamujermovíalasmanosynegabaconelrostro.—Estaseñoradicequeviveaquí—tradujoelhombre—,quehaestadotodoel

díayquenohavenidonadie,ymenosusted.—Ellanoestabacuandoentré.

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Lamujerseguíagritandofrasesenportugués.—Dicequenolehavistoensuvidayquenoleconocedenada—añadióy

volvieronahablar—.Tampocohaescuchadoningúnaccidentedecoche.Meacerquéalapuertaydiunpequeñopuntapiéparaverloquehabíadentro.—Quieto—dijoelagenteponiéndomelamanoenelpechoeimpidiéndomeel

paso—.EstonoesEspaña…Aquílascosas,concalma.Miréporencimadelhombrodelamujer,perolahabitaciónestabacambiada.

No había tocadiscos, sino un mueble con un montón de botes de comida.Tampoco quedaba rastro de lamesa en la queWhite sostenía la botella, ni lasuya y, por ende, el propio escritor inglés.Era como si, en cuestión de horas,alguien hubiera limpiado y cambiado todo el decorado. Tal vez estuvieradelirando,peronopodíasercierto,habíasidodemasiadorealy,quédemonios,habíaestadoapuntodemorir.—¿Quésucede,Gabriel?—PreguntóSoledadacercándosepordetrás—.¿Hay

algoquenoencaja?—¿Melopreguntasenbromaoenserio?—Telodigoenserio,tonto.—Sitesoysincero…—dijeychasqueélalengua—.Todoparecehabersido

unainvención…Noentiendonada.—¿Haterminadoya?—Preguntóelagente—.¿Nospodemosmarcharydejar

deperdereltiempo,señorCaballero?—¡Unmomento!—Dijepidiendounúltimoactodefe—.Ledemostraréque

nomiento.Habíauntestigoenlacallecuandomeatacaron,verácómodigolaverdad.Salimos de allí, callejeamos y reconstruí los hechos como un niño pequeño

que juega a ser astronauta. Al llegar a la frutería, todo parecía funcionar connormalidad.Elhombremayoryarrugado,quehabíabajadolapersianaenlugardeayudarme,estabatraselmostradordeverduras.Memiróconmiedoyluegoobservóalpolicía.El oficial Ramiro se acercó con su paso lento y cansado y le hizo algunas

preguntasmientrasjugabaconunanaranja.—Estehombredicequeeslaprimeravezqueleve—dijomirándonos—,que

noleconocedenada.Meacerquéaltenderoyleseñaléconeldedo.—¡Miente, sabe quemiente!—dije con el dedo acusador—. ¡Nome quiso

ayudar!—Venga,yavale—contestóelpolicíadándomeenlamanoparaquequitarael

dedo—.Bastaporhoy,señorCaballero…Noleconoceypunto.Dejedealteraralpersonalytómeseunavaleriana.

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—¿Así, sinmás?—Pregunté indignado—. ¿Y si me vuelven a sorprender?¿Quéhagoyoahora?Elpolicíasedespidiódelvendedorycaminamosvariosmetrosparaalejarnos

deél.—Ahora,ustedysupareja—explicóconlamanoenmihombro—,sevanair

alhotel,atomarunvino,escribirunanuevanovelaoahacerloquelesalgadelcaralho,¿comprende?—Estonovaaquedarasí—dijeirritado—.Laverdadsaldráalaluz.—Vai se foder! —Exclamó harto—. A lo mejor prefiere dormir en la

comisaría,caralho.—Déjalo,Gabri—intervino Soledad agarrándome de nuevo—.Tiene razón,

oficial.Ahoraquehaquedadoclaro,mejorseráquenosmarchemos.—Pero…—rechisté comobuengallode corral.Siempre caía en el errorde

dejarmellevarporlosdeliriosdemiego.—Ya le he dicho antes que tiene suerte—repitió el policíamirándome con

desprecio—,peronotientedemasiadoa lascasualidades,noseaquelapierda,¿meoye?

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CAPÍTULO9

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Una absoluta pérdida de tiempo. El mal cuerpo con el que cargaba se habíaduplicado. Además de volver a ese lugar y darme de bruces con un embusteinexplicable, había quedado en ridículo delante del oficial y, sobre todo, deSoledad.Regresamos al hotel y caminamos en silencio hasta la habitación.Al llegar,

me dejé caer sobre el colchón, abatido y afectado como el estudiante que hasuspendidounexamenfinal.—Enunashoraseselcócteloficial—dijoSoledadmirandoporlaventanay

comprobandosuteléfonomóvil—.¿Quieresir?—Sólo simeacompañas—dijecon lacaraaplastadaen laalmohada—.No

tengoalmaparaenfrentarmeatodaesagenteahora.Escuché una ligera risa. A Soledad le gustaba mi humor, incluso cuando

hablabaenserio.—Te acompañaré—dijo abandonando el aparato sobre lamesilla—, sólo si

dejaslafiestaenpazytecentrasendisfrutarunpoco.—¿Nomeloechasencara?—Preguntélevantandolacabeza—.Mesorprende

tuactitud.—Enabsoluto—contestóconvozdulce—.Reconozcoque,despuésdetodo,

hasidodivertido…Sinesto,noseríastú.—Vaya, eso me consuela—dije con ironía—. Creo que voy a dormir una

siesta…Nomedespierteshastaquetodoelmundosehayaido.Ella se volvió a reír y se quitó la blusa. Soledad tenía una espalda fina y

perfecta.Supielanaranjadaporloscoletazosdelveranolahacíamásdeseableyesamelenalisa,alaalturadeloshombros,lesentabamuybien.—Túverás, yo voy a darmeunbaño—respondió tirándome la blusa y, por

tanto,esparciendosuplacenterafraganciapormirostro.—¿Puedoircontigo?—Síque te recuperas tú pronto…—contestó de espaldas—.Descansa y no

lloresdemasiado…Seteirritaránlosojos.Entróenelbañoydejó lapuertaentornada.Despuésabrióelgrifo.Cuando

escuché que estaba dentro, cogí su teléfonomóvil. Sabía que no era correctohacerlo sin preguntar, pero no pretendía invadir su intimidad. Desbloqueé lapantalla y busqué el navegador de internet. Torpemente, pulsé el botón dellamadas y apareció el registro de las últimas conversaciones.Mamá,Gabriel,oficina…Nada fuera de lo cotidiano. Sumadre la había llamadomientras yoestaba fuera. Sin embargo, el número que aparecía debajo del nombre erafamiliar.No,noeraeldesumadre.EraelnúmerodeRojo.Sentíunescalofríorepentinoportodoelcuerpo.¿Rojo?Quédemonios,pensé.Noentendíporquénome había comentado nada al respecto, perome sentía incapaz de sacar el

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tema.Puedequeel inspector la llamara tras lapérdidademi teléfono.Yoquésabía,esenoeraelmotivoporelqueestabaallí.Retrocedí,abríelnavegadoryescribíelnombredeJean-LucMoreauenelbuscador.Cientosderesultadosquehablabandesuslibros.Nadainteresantequéleer.Soledadtarareabaunacancióndesdeelbaño,debíadarmeprisa.Añadí lapalabraproblemasa labúsquedaysólodiconresultadosconectadosconlabebida.Malditasea,nolespodíadarlarazón. Finalmente, tecleé el nombre del francés y la palabra secretos. Unmovimientopocointeligente,losé,pero…¿Acasonoerainternetellugardondealbergabanlossecretosajenos?Sialgohabíaaprendidodurantelosúltimosdiezaños,eraquelaspersonasteníanunespecialinterésensacaralaluzlostrapossucios de otros.No importaba si eran famosos, novias o vecinos.La reddabacabidaa todo tipodehorroresconel findeprovocarburla,malestarogeneraringresosacostadelaspenuriaspersonales.Para mi sorpresa, aparecieron resultados conectados con otros tipos de

secretos,másbien,secretosdeEstado.Asuntosquenoerantanrelevantescomouna infidelidad, pero que podían causar estragos a escala mundial. EncontrénoticiasdelosdiariosnacionalesmásimportantesqueanunciabanqueJean-LucMoreau había sido acusado de trabajar para el Gobierno francés e inglés. Undisparate,medije.Alparecer,elprocesodedocumentacióndesusobrasnoeramás que una excusa para informar a las diferentes organizaciones deinteligenciasestatales.Hicealgoquemeprohibíaamímismo,quenoeraotracosa que leer los comentarios anónimos que había bajo las noticias. Todosacusaban a Moreau de desertor, traidor a la patria y mercenario. Algunoshablaban de teorías conspiradoras y otros afirmaban que el francés trabajabapara la Comisión Europea. Le lectura me llevó a reflexionar sobre la nocheolvidadaysiWhitesabíaalgoacercadeesetema,pormuyborrachoylocoqueestuviera.Enciertomodo,laspiezasencajaban.Moreauguardabaunsecretoy,poresamismarazón,mehabíallamadoamí:elúnicocontactoanónimodelquenadiesospecharía.Maldijesusangreporuninstanteydespuésmecalmé.DeahíqueWhiteyyo tuviéramosesa tarjeta,o talvezno.Nohabíapordóndehilaraquello.Dejéelteléfonoaunladoyrespiréhondo.Melevanté,abríelminibary encontré una botella pequeña de whisky. Soledad seguía cantando. Volví amirarlabotella,mequitélacamisa,despuéslospantalonesymedecantéporlamujerquehabíaallídentrocantandocomolassirenasqueinducíanaldesastre.Abrílapuerta,elvapormeempañóycontempléelespejo.EnelreflejoencontréaSoledadenladucha,desnudayconelcabellollenodechampú.Surespuesta,una mirada sugerente y silenciosa. No hubo palabras, ni permisos. No lasnecesitábamos.Latensiónentrenosotrossehabíatrasladadoanuestroscuerpos.Y,allí,desvestidoysintiendoelcalorqueemanabaelaguacaliente,nonecesité

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másparaentenderqueenaquelladuchahabíaunhuecoparamí.

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Unhombredebeaprenderaestarcalladoaunquesustripaslediganlocontrario.Paramí, eraunejercicio tandifícil comoelde levantarunapesadecincuentakilos,perolaexperienciaylosdesencuentrosdelavida,mehabíanenseñadoatragarme las palabras cuando tenía a Soledad delante. Empapados, nuestroslabios se encontraron ardientes de deseo. Nos besamos como adolescentesenamorados en la parte trasera de un colegio e hicimos el amorapasionadamente,desatados,coordinadoscomounaparejadepatinajeartístico,como si fuera el reencuentrodenuestrasvidas, como si todo terminara con elúltimodenuestrosalientos.Una hora más tarde, ella me agarraba del brazo. Habíamos recuperado la

energíaesfumada.Era increíblede loqueeracapaz lapasiónhumana.Nomehabía olvidado de la White y Moreau, aunque me limitara a disimular conesmero.Soledadllevabaunceñidovestidodenochedecolornegroquenolellegabaa

las rodillas.Unapiezaqueestilizabasu figuray transparentabasuplexosolar,dejandoentreverelescote.Teníapecho,aunquenoeraexagerado.Sudelgadezserepartíaportodoelcuerpo.Sehabíapintadoloslabiosdecolorrojointensoylos tacones la hacían casi más alta que yo, algo que no terminaba deincomodarme. En cuanto amí,me había vestido de etiqueta por una vez.Notodoslosdíasmellamabanantelosfocosyesoeradignodecelebrar.Comoenloslibros,sinuninteriorexcelso,nadieterecordaba,perosinunabuenaportada,nadie semolestabaen leerte.Lomismosucedíacon laspersonas: sinunbuenprimerimpacto,lagentenoestabadispuestaaescucharloqueteníasquedecir,pormuyinteligentequefuera.Yesqueéramosseresemocionalesqueponíamoslosestímulosylassensacionespordelantedeljuicio.Negarseaaquello,suponíauncrasoerror.Asíquemecoloquéuntrajeazuloscuroentalladoconunacamisablancadebajoyunpañuelodetonospúrpurasenelbolsillodelachaqueta.Loconjuntéconunoszapatosmarronesysupequeseríamoslaparejamáshermosadetodoelbanquete.El cóctel se celebraba en el salón de recepción. Al parecer, allí había

personalidadesfamosasydiplomáticasdelascualesnohabíaoídohablarenmivida. Soledad no era la única que brillaba en esa habitación. SabrinaMorettilucía un vestido de color blanco tirando a crema.Una sola pieza que unía suespaldaconunafinacremallera.Todoeltiempopermanecíaacompañadadesumarido,quehabíaoptadoporunclásico trajenegroyunpañueloblancoen lachaqueta. Él le sacaba dos cabezas de altura y formaban una pareja extrañaaunque cómica. Con una copa de champaña en la mano, el matrimonio nosencontróconlamiradaynotardóenacercarseanosotros.—Qué alegría de veros —dijo Sabrina con su sonrisa ensayada—. Al fin

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conocemosaalguienenestafiesta.—Podríamosdecirlomismo—respondíalzandolacopa—.Pornosotros.Brindamos los cuatro y advertí aGiancarloMorettimás inquieto de lo que

acostumbrabaaestar.—Me pregunto dónde estará el resto de finalistas—dijo Sabrina—. Es una

faltaderespeto,aúnsabiendoquiénvaaganar…—¿Porquéteinteresatanto?—Preguntóelmarido.—¿Aquéterefieresconeso?—Intervineconfundido—.Debodeserelúnico

quenosehaenterado…CreíqueSabrinamedaríaunapistaconlaqueavanzar.—¿Notesorprendequesealaúnicamujerentrelosfinalistas?Peromedicuentadequesólohablabadeella.—Mimujeresmuyambiciosa—dijoelitaliano—.Nosabeperder.—Dudo que eso interfiera en el resultado final—dije y ella me miró con

rechazo.Noconcebíalaposibilidaddesalirdeallíconlasmanosvacías—.Detodosmodos,yosíséquiénnoganará…—¿Quétalvuestroviaje?—PreguntóSoledadpararomperelhieloydesviar

laconversación—.Lisboatienesuencanto,aunquenohemostenidotiempoparavertodalaciudad.Laitalianateníarazón.Ellatampocosabíadóndeestabaelresto.—Simedisculpáis—dijeytoquéporlazonalumbaraSoledad—,necesitoir

unmomentoalbaño.Dejé la copa, abandoné el salón por un arco que conectaba con la entrada

principal,caminéhastalarecepciónybusquéalachicaquemehabíaatendido.Ensulugar,habíaunhombre.—Buenas noches —dije y el empleado levantó la mirada—. ¿Sigue su

compañeratrabajando?—Noloséseñor—respondió—.Aquítrabajamuchagente.—Estábien,noimporta…—dijeyvacilé—.¿Podría llamaralseñorWhite?

Nohallegadotodavía.—Losiento,señor…—Caballero.—Ajá, señor Caballero—rectificó con voz robótica—. Lo siento. El señor

Whitepidióquenoselemolestara.—Esoesimposible,hablaréconél,soysuamigo.—Me temoquenopuedohacer eso—contestó el chico algomolesto—.Ni

ustedtampoco.Puedotomarnotaydejarleelmensaje.—¿Enquéhabitaciónsehospeda?—Preguntéyélmemiróconcaradepocos

amigos—.Estábien,olvídelo.

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Intenté recordar con las burbujas de la champaña en mi cabeza. Subí lasescalerasehicememoria.Whitehabíamencionadoquedeseabaunahabitaciónsinventanas,porloquededujequesuhabitacióndaríaanuestrolado.Continuécomoquienolvidaalgoylleguéalpasilloquesedividíaendosmitades.Conunpoco de suerte, daría con la habitación del inglés. Revisé los pomos de laspuertasyencontréunatarjetaparaquenomolestaran.Teníaqueserallí.Cuandoestaba frentea lamanivela,puse lamanoyalguienmealcanzópordetrás.Mireacción,propiadelespanto,fueladegolpearalapresencia.—Cazzo!—ExclamóGiancarloMorettideteniéndomeconunamano—.Cosa

staifacendo?—¿Tú?—Cuestionéhorrorizadoymeechéhaciaatrás.Estábamosalfinaldel

corredorypalpécon lasmanosel alféizar interiorde laventana.Almirarporencimadesuhombro,descubríquenohabíanadiequenospudieraver.Entoncessupequemifinalllegabadenuevo,quelasuertenoestabademiladoyque,sinadienosdetenía,elitalianomelanzaríaporlaventanasinresistencia.—Calma, calma—repitióvariasveces—.Memiras como si fuera ahacerte

daño.—¿Meequivoco?—Demomento…sí.—¿Mehasseguido?—Sóloporcuriosidad—dijoél—.¿DóndeestáMoreau?Teníalasensacióndequebuscábamoscosasdiferentes.—¿Mecreeríassitecontaraunahistoriaquepareceinverosímilperoescierta?

—Preguntédesesperado.Talvez,nofueratanestúpidoaquelhombre.—¿Por qué habría de hacerlo?—Respondió y chasqueó los dedos—. ¿Has

vistoaMoreau?¿Síono?—Parasertesincero…—comentéapartándomedelaventana—.Yanosénilo

queveo.No podía forzar la puerta de White con él delante. El italiano me había

estropeado el plan. Entonces, se escucharon unos pasos procedentes de otrahabitación.Giraronlamaniveladelapuertadesdeelinteriorysevioelfondodeunacamadeshecha.Giancarloyyovolteamoselrostroconatenciónparaverdequién se trataba. De repente, unas finas piernas abandonaban la habitación.Bruna Pereira, espectacular, con un vestido rojo y el cabello suelto y algorevuelto,intentabacolocarseunzapato.Peroesonoeratodo.Conella,salíadelahabitaciónNunoBarbosavestidodetrajenegro,camisablancaycorbataazul,conelcabelloperfectamentefijadoporelgel.—Mammamia…—murmuróelitalianoobservandolaimagen—.Estoesuna

bacanal.

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—¿Empezandolaveladaporelfinal?Lamujer,quesecolocabaelsujetador,nosmiróavergonzadaycaminóenla

direcciónopuestasinmentarpalabra.Barbosa,desafiante,manteníaelsemblantecomosifueraunganador,algoquenoentendímuybien.—¿Nodeberíasestarlamiéndoleelculoatuamiguitofrancés?—Uy…—dijoMoretticonmofa.—Vaya, Barbosa—respondí acercándome un metro—. Parece que te guste

coleccionarmamporrosajenos.ElportuguésseencendióyMorettiintervinocogiéndomeporlosbrazos.—¡Calma, calma!—Exclamómientras Barbosa se reía enmi cara a varios

metros—.Omangiarquellaminestraosaltarquellafinestra…—Loque túdigas,Moretti—contesté y salí de allí espantadodejando a los

otros atrás. Visto que me resultaba imposible hablar con nadie, mi plansecundarioeraeldeencontraraalguienquepudieracontrastarlaexistenciadelinglés.

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Cuandoregreséalcóctel,doshombressehabíanencargadodeocuparnuestrasposiciones y hacer compañía a las dos hermosas mujeres. Soledad y Sabrinareían, brindaban y se miraban con complicidad ante los comentarios y lapresenciadedosportuguesesdebarbacuidadaypelocanosoquelasagasajaban.Noevitéguardarmiscelos,puesellosleestabandandoamiparejaloqueyonohabíalogradohastaentonces:entretenimiento,misterioyolvidarlosproblemasdiarios.Dispuestoaentrarenlaconversacióncomounamáquinadedemolición,escuchéunostaconesquemealcanzaronsinesperarlomientrastomabaotracopadechampañaenladistancia.—SeñorCaballero—dijo lavoz,ahoramás relajaday tímida,de laseñorita

Pereira. Obvié lo presenciado y le entregué una silenciosa sonrisa decomplicidadcomoguardiándesusecreto.Elgestopareciódisiparlosnerviosdeambosy sentí su respiraciónmáspausada.Talvez, de estoúltimo, se encargóBarbosa—.Necesitoquemeacompañe,quierenconocerle losconcejalesde laciudad.Antesdequearrancaraaandar,laagarréporelbrazoysentísupielsuaveen

misdedos.Ellamemirósorprendida.—¿DóndeestáWhite?—Preguntéfirme—.Tútehacíascargodeél.Nuna retrocedió y se acercó a mí. Pude imaginar el rostro de Soledad, en

algunaparte, recreando algo ficticio, así comoyohabía pensadode ella y susacompañantes.—El señor White ha abandonado el hotel —susurró evitando que nos

escucharan—. Al parecer, su agente se lo ha llevado de aquí… Estaba… yasabe…indispuesto.Ustedeslosescritores…—¿Bromeas? —Pregunté. No sabía a quién creer—. ¿Desde cuándo eso

importa?Haceunosminutoshepreguntadoenrecepción…—Ya, es lo que han pedido… —explicó asegurándose de que nadie la

escuchaba—.SupongoqueeraconscientedelproblemaqueelseñorWhitetieneconlabebida…—Enestecertamentodostienenproblemas,Nuna—contestédesconfiado—.

¿AcasonohasobservadoelrepentinocambiodeMoreau?—¿Cómo?—Preguntólamujer—.¿Quétipodecambio?—Lacicatriz,sualtura…¿Cómoesquenotehasdadocuenta?—Puesahoraquelopienso…—dijodubitativa—,lohenotadomásfrío,más

distante,peroyaconocesupersonalidad.—Ati,sinembargo,tenotomáscálidaymáscercana—respondícoqueto—.

Lástimaquetengastanmalgusto.—Nome gusta romper parejas, ¿sabe?—Replicó atrevidamirándome a los

labios y las palabras se esfumaron de mi boca—. Ahora, si no le importa,

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acompáñeme…Seguí losmovimientosdecaderadelaportuguesaentreelpúblicoyalcancé

un grupo de hombres que estaban de espaldas. La traductora tocó a un señorcanosodepieloscuraybienvestido.Éstesegiróarecibirme.—Señor Caballero —dijo ella presentándonos—. Éste es João Cortés, el

concejaldeculturadelaciudad.—Muchogusto—dijeynosdimosunapretóndemanos—.Esunplacerestar

aquí.—Elplaceresnuestro—dijoelhombreymepresentóaotroseñorquehabía

juntoaél.Teníalapielmásclara,elrostroarrugadoyalargadoyestabaflacuchocomo un espárrago. También vestido de traje, lucía el tupé brillante y algocanoso—.LepresentoalseñorGonçalves,MinistrodeCulturaportuguésyungranadmiradordelaliteratura.Unministroenlareunióneralagotaquecolmabaelvaso,unrecipientequese

desbordaba como la desembocadura del Tajo. Estrechamos la mano y laconversación giró en torno a la ciudad y lo bueno que era para ésta que secelebraraneventosasí.—Sobretodo—intervine—,conpersonajescomoMoreau,quesoncapacesde

cualquiercosa…hastadedesaparecer.—¿A qué se refiere? —Preguntó el ministro intrigado. Los hombres me

mirabanconfundidospormispalabras—.¿Esunaespeciedemagooalgoporelestilo?Meacerquéaellos.Lasburbujasdelachampañaibancargadasdepeligro.—Señores, no quiero ser un agorero, pero están sucediendo cosas muy

extrañasenestecertamen—dijeenvozbajaconrostrocómplice—.Alfinal,elLisboaPretoquedaráenunaanécdota…—¿De qué está hablando, señor Caballero? —Preguntó el concejal—.

Explíquese…¿Esestealgunodesusacertijos?—¿NohannotadonadaextrañoenlaexpresióndelseñorMoreau?—Pregunté

encendido—.¡Noparecequeseaél!—Ahora que lo dice… —añadió el concejal. El ministro parecía

malhumorarseconmi insolencia—.Puedequeel señorMoreau tengacambiosdeánimo,yaconocesutrayectoriaytodoloquehavivido,pero…¿Quiénnolostienealgunavez?—¿Y si fuera un actor?—Agregué—. ¿Y si a alguien le interesara hacerlo

desaparecer?—Señor Caballero… —dijo Gonçalves—. Es usted muy chistoso, pero la

bromanotienemuchagracia...—Esoesridículoypocoprobable—contestóelconcejalquemirabadereojo

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alministro.Me estaba dejando llevar por las burbujas y éxtasis demi propiahipótesis, ignorando que tenía a uno de los hombres más poderosos del paísfrente amí—, pero debo reconocer que tiene un talento para buscarle los trespiesalgato,¿verdad,señorministro?—Enmiopinión—respondióserio.Estabahartodemipresencia—,creoque

elseñorCaballerohabebidomásdelacuenta.—Hebebido—dijearrogante—,perotodavíanodemasiado.El concejal se puso incómodo, como si una hoguera le quemara el trasero.

BuscóalaseñoritaPereira,perohabíadesaparecido.—Esustedunimpresentable,señorCaballero—disparóelMinistrodeCultura

con la vista gacha y el rostro tieso—, con todo mi respecto hacia su calidadcomoescritor,algoqueempiezoaponerenduda…—Señores, se me ocurre una forma de solucionar todo esto—intervino el

concejal—.AquívieneelseñorMoreau,élnossacarádedudas.Elfrancésseacercóanosotros.IbaacompañadodeBrunaysujetabaunacopa

dechampañaensumano.Quiennoestuvieraebrioenesafiesta,eraporquenohabía sido invitado.Al fin, todoeseenredoquedaríaen ridículo internacional.Estabadispuestoadestaparlamentiraquehabíatrasél.—Buenastardes,señores—dijoelfrancéseninglésyestrechólasmanosde

ambos—.Vaya,ustedtambién,Caballero.—Parecequenoseacuerdedemí.—¿Porquénoibaahacerlo?—Respondióconcalidezyunasonrisaentrenada

—.Noshemosvistohaceunashoras…—ElseñorCaballerointentahacernoscreerqueustednoesquienes—dijoel

ministro con sorna—.Por tanto, nomequedamás remedioquepreguntarle sitienerazón.—Bueno… —dijo mirando al techo—. Tal vez, el señor Caballero tenga

razón. ¿Pero acaso somos quienes creemos ser? ¿O quienes quieren otros queseamos?—Muyagudo—dije irritado—.Es la típica respuestade alguienqueoculta

algo.—Quizá podría empezar por ocultar su copa—dijo elministro—.Me temo

quealgunostoleranmuymallabebida.Debíhacercasoalpolítico..MiréalosojosdeMoreau.Lacicatrizhabíadesaparecido.—El mismo señor Moreau —añadí a la conversación—, me confesó que

odiabaelcolorrojo…¿Existeunaexplicaciónasutraje?—El vino lo cambia todo, señor Caballero —replicó tranquilo—.

Lamentablemente,locambiaaúnmássicaesobrelachaquetadeuntraje.

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Lospolíticosrieron.—¿Yquéhaydesucicatrizenelojo?—Insistí.Meestabaponiendonervioso.

Aquelhombrede lenguacortante tenía respuestaspara todo—.ElMoreauqueconocí,nolatenía.—¿Deverdad?¿Estamosdispuestosasacarlostrapossuciosdecadauno?—

Dijo abochornado y se frotó la pequeña parte del ojo. De repente, la cicatrizquedó al descubierto—. ¿De verdad cree que usted es PaulNewman en elElPremio?Un hormigueo inundó mis extremidades. Era la sensación del ridículo

actuandobajolosefectosdelespumoso.Endefinitiva,Moreaunoeraunactor,sino que se había aplicado una base de polvo en la piel para disimular surasguño.Elcastillodenaipessedesmoronabadeunsoplidoy,conél,todasmisteoríassobresucambiodehumor.Puedequemecostaradigerirlosgolpes,queno fuese tan bueno como creía aceptando que la gente se olvidaba demí tanpronto. Lo peor de todo era que nadie me volvería a tomar en serio por unabuenatemporaday,conalgodesuerte,apublicarunlibro.—Pero…—balbuceé—.Nopuedeser…—Sí, sí que puede—contestó molesto limpiándose los dedos—. Según mi

agente,paralasfotos,mejorunpocodemaquillaje…Noesalgodeloquemeenorgullezca, pero… algún día lo entenderá, cuando su libro llegue a algunaparte,siesquelohace.—Vaya, lamento su decepción —dijo el ministro—. Supongo que… caso

resuelto… Espero que, a partir de ahora, elabore mejor sus… llamémosleshipótesis…antesdejuzgaraalguien.Todos secachondeabandemíyme lohabíamerecidopor completo.Seme

quitaronlaspocasganasquemequedabandecontinuaresabatalladialéctica,depreguntarporWhiteydemetermedondenomellamaban.AlomejortodoeraunmalsueñoyWhiteestabadecaminoasuGranBretaña.Mepreguntéquémehabíapasado,quéhabíahechoparaconvertirmeenalguienasíyrecordéaesosactores, lamayoríadeellos acabados,que recorrían losplatósy los teatrosenbusca de un poco de alimento que llenara las tripas de sus egos. Todo lo quesubía,bajaba,ylafamayelreconocimientonoeranunaexcepción.Levantélacopa delante de esos tres hombres, de la asistenta, que me miraba conmisericordia,ybebí.Después,ladejéjuntoaunamesa.—Simedisculpan—dijeparafinalizar—,creoquehallegadoelmomentode

marcharme.Yasíhice,cargadodepenayderrotadoporenfrentarmealosfantasmasdemi

propia estupidez. Otra lección aprendida que tardaría en olvidar. Creí que lanochenopodíaempeorar,peroestabaequivocado.

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CAPÍTULO10

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Despuésde sopesarlo,mecuestioné sihabíaperdidoelolfatoperiodísticoqueme caracterizaba. La vidame había entregadomuchas satisfacciones: el éxitoliterario,unarelaciónestable, laposibilidaddelevantarmeadeshorassintenerquedarexplicacionesaunsuperior.Alobueno,todosnosacostumbrábamossindificultad. No obstante, como humano, el aburguesamiento desmesurado meconvertíaenunserdócilyfueradecombateantelasdesavenenciasdelavida.Todoel tiemposubesobajas.Laestabilidadnuncaexistey, si lohace,esunafalsa sensación. El dinero y un estilo de vida cómodo, libre de necesidadeseconómicasyajetreolaboral,habíanatrofiadoporcompletoelapetitoporllegarhastalaverdad.Atrásquedabanlosdíascuandomineverateníamásespacioqueelarmariode laropa,díasen losquesabíacuándoentrabaperonuncacuándoabandonaba la redacción. Atrás quedaban los rotos en los portales, lasdiscusiones de barrio con la lengua torcida y los bocadillos de calamaresrecalentadosalascincodelamañana.Eranotrostiemposynimiestómagoniyoéramoslosmismos.Habíapasadodeserunfelinoaconvertirmeenunratónenelinteriordeunarueda.Porque,nonosengañemos:enestavidanoesorotodolo que reluce ni la gente tan estupenda como parece en los programas detelevisión. Sin embargo, por mucha etiqueta que llevara y muy bien que mesentara lachaquetadel traje,noencontrabami lugarentreaquellasparedesdecolormentaclaro,entreesosrostrosdecomplacenciayfalsaeducación.Esomehacía sentir preocupado, incómodo y descontento. Una rebeldía que, con losaños,cabíaenelbolsillodemiamericana.Allíperdido,paseabaentreunbailede máscaras que no se diferenciaba demasiado a los carnavales de antaño.Abriéndome paso, me cruzaba con semblantes refinados, mujeres vestidas degala y con peinados de peluquería; hombres trajeados expertos en cualquiermateria y de opiniones férreas según qué asuntos. Una falacia que, como decostumbre, terminabaentrepuñalesverbalesyvomiterasdedesprecioajenoalllegaracasa.Mecuestionabaquésentidoteníanesasruedasdeprensaalasqueacudíamos todos sin el más mínimo interés por asistir. Pero, como siempre,alguienteníaquehacerloysalirenlafoto.Esaeralarealidadqueseparabaalaverdaddelanoticia.ArrastrélospieshastaelrincóndondeSoledadmostrabadeespaldassusiluetayvi,asuvera,alescritorportuguésagasajandoamiparejayaSabrinaMoretti.—Ya estoy de vuelta—dije dándole un beso inesperado en lamejilla ami

pareja.Despuéshiceunamuecaalrestocomoquienllegatardeaunabroma—.Esperonohabermeperdidonada.—Nunonosestabasugiriendoquéverenlaciudad—dijoSabrina—,antesde

quenosmarchemos.Nadamejorqueelconsejodeunautóctono.—En efecto —dijo él sonriendo e ignoré sus palabras. Lo último que

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necesitabaeraescucharaotroescritor.Sentíaelalcoholcorrerpormicabeza,asíqueentendíquelomejoreramantenermecallado.Creíquenopodíahacermásel ridículo esa noche y lo último que buscaba era avergonzar a Soledad porpartida doble—. De hecho, se me ocurre una idea estupenda… Podríamos irtodosacenar juntosaun lugarqueconozco, tomarunbuenvino,escucharunpocodefadoydesconectardetantaformalidad…¿Osparece?Barbosaderrochabalamismaenergíaqueunfuneral.Soltéunsoplidoytodosmemiraron.—Disculpad—aclaréconlasmanos—,demasiadasburbujas…—Mepareceunaideaestupenda—respondióSoledadentusiasmada—.Tengo

curiosidadporverloendirecto.—Estoyconella—añadiólaitaliana.Porunmomento,elportuguéssehabía

ganadolaaprobacióndelasdosdamas.Todoibasobreruedas—.ImaginoqueGiancarloestarádeacuerdo.—Asíes—contestóapareciendodelanadaporsuespalda—.Memueropor

tomarunvino.Las dos mujeres y el portugués continuaron hablando y no supe muy bien

hacia dónde se dirigía todo aquello. Encontré los grises ojos de GiancarloMoretti,queparecíaalgomosqueado,didospasoshaciaatrásymeacerquéaél.—¿Todoenorden?—Preguntébajoelbulliciodelasala—.Notehevistoen

unbuenrato.—Llamadasdeteléfono.—Entiendo…—dijeycerrólospárpadosparaquenoindagaramás.Faltode

motivación,volvíal temaquemeincomodaba—.Oye,Giancarlo…¿Quépasóanoche?—¿Anoche?—Sí —murmuré mirando a los otros tres—. Bebí más de la cuenta y no

recuerdomucho.Whitemedijoque…—Anochenopasónada,queyorecuerde—respondióconsuacentomarcado

ysinápicedeinterésencontinuarporahí—.¿Túrecuerdasalgo?—Mencionóalgosobre…—¿Loestáspasandobien,Caballero?—Interrumpióyaceptésurespuesta.Si

volvía a insistir, podía encontrarme conmás problemas—.Creo que iré a porotracopa.Abandonélaconversaciónycaminéhastaunadelasmesasdondeservíanlas

bebidas. Allí, entre los invitados, vi el perfil deMoreau en la distancia. Nosvolvimosamirar comodosdesconocidos.Nodabacrédito.Noentendíanada.Despuésmeacerquéaél,ilusodemí.—Nodeberíasbeber tanto—comentóalcanzándomeunacopadechampaña

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—.Tepierdelaboca.—Eresuncretino,Moreau—respondímolestoconsuactuación—.Ayereras

otrapersona,hoytecomportascomounestirado.—El ayer es pasado—contestó sinmostrarse ofendido, aunque tenso en su

formadeactuar.Mipresencia leponíanerviosoyesomeentregófuerzasparaseguirinsistiendo.Unavezmás,laintuiciónmedecíaqueibabienencaminado.Aunque las apariencias nos intentaran engañar a todos, todavía podía vermásalládesusojos—.Unaborracheramás…¿Porquénodisfrutasdelaveladaytededicasatusasuntos?Bebeycalla,tuchicateloagradecerá.—Ambossabemosquehayalgopodridoaquídentro—dijeacercándomeun

pocomás—.Piensodescubrirquéesysacarloalaluz.—Lavidaesalgomásqueescribirenunperiódico—comentócondesaire—.

Supongoquetemueresdeganasporvolveraesediarioregional,¿meequivoco?—Vaya,vuelvesasertú…—Recula, Caballero…Yo que tú, no lo haría—dijo a regañadientes—. Te

quedademasiadograndeesto.—¿Cómodices?—Pregunté.Porlabocamoríaelpez,hastaelmásgordo.La

altivezlehabíatraicionado.—¿Elqué?—Respondió—.Nosédequémeestáshablandoahora.Meacerquéunpocomás.Podíaolersuincomodidad.—Sabesdeloquehablo,Moreau.—Empiezasacansarme,Gabriel—dijo llamándomeporminombredepila.

Ese hombre ocultaba algo atemorizado—. No me obligues a llamar a los deseguridad.Rostroconrostro,medespeguéyabandonéalescritordejándoloaunlado.De

nuevo,ensilencio,mehacíapropietariodelaverdad,aunquenadiemecreyera.Una nueva pista. Quizá la hipótesis de que Moreau no era él sino un doblecarecieradesentido,peroestabaen locierto,White tambiénhabíadescubiertoalgo relacionado con la noche anterior.Y estaba convencido de que no era elúnico.Sinembargo,eltiempocorríayapenasquedabanveinticuatrohorasparaque toda esa gente volviera a su domicilio y desapareciera para siempre. Unobjeto,unapersona.Noimaginabaquétendríatantovalorcomoparaarrebatarlela vida a un escritor conocido.Nadie, en su sano juicio, haría algo así por larepercusiónquetendríamástarde.Nadie,almenos,queleyeraalgomásquelosdiariosdeportivos.Portanto,debíaserrápido,reconstruirloshechos,entrevistara losposibles testigosyelaborarunaconclusióndepeso.Llegadoaesepunto,nopodíaconfiarennadie,nisiquieraenSoledad.Contárselo,traselestrepitosoridículoquehabíahechodelantedesusnarices,nosólocuestionaríamiverdadyla pondría en ridículo, sino que abriría un vórtice de problemas interminables

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capacesdeminarnuestrarelación.Próximoamí,avistéalescritorportugués.Habíadejadodeladoalaitaliana

para concentrar sus energías en la española. Elmacho acechaba Salvando lasdistancias entreBarbosayyo, encontré enelportuguésalgoquehacía tiempoque había apagado en mí, esa chispa de la que muchos hablan cuando unarelaciónsentimentalseevapora.Barbosamesuplantabayyo,pensandoenotrascosas,memarchitabaapenadoviendocómolamujerdemisdíasseibaconotro.Laemocióndeleventoseevaporabaconlentitud.La intencióndelcóctelno

eraotraqueladereforzarlasamistadesentrelosinvitadosycrearotrasnuevas.En lo que a mí concernía, había destruido toda posibilidad de empezar algoprovechoso.Ignoradoysolitario,caminéhastaunpilaryviaunaempleadaqueme observaba con lástima. Entonces, escuché el eco de unos zapatos que seacercaban.Noledilamenorimportancia.Supusequeseríaalgúnmiembrodelafiesta.Depronto,lospasossesilenciaronyloszapatossedetuvieronjustodetrásdemiespalda.

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Estabatannervioso,yabrumadoalmismotiempo,quefuiincapazdegirarme.Allí, junto al redondo pilar, divisé el infinito mientras las pulsaciones de micorazónsedisparaban.Podíasentirel latirenmigargantayel temblordemismanosalsujetarlacopa.Reconozcoquesobreactué,peroelexcesodebebidayel traumaporelataquematinal todavíamemanteníanalterado.Durantevariossegundos, se formó un silencio ami alrededor. Un campomagnético quemeseparaba de la realidad. Frente a mí, todo seguía su curso: los invitadoshablaban,reíanyhacíanchisteseninglésyportuguésquecarecíandecualquiertipodegracia.Enunrincón,GiancarloMoretticomprobabasuteléfonoyNunoBarbosa observaba indeciso sin determinar a quién iba seducir esa noche.Erademasiado tarde, cualquier movimiento extraño no habría hecho más quedificultarlo todo.Siesapresenciahabíavenidoacallarme,allíestabayocomouncorderoapuntodesersacrificado.—¿Así es como te lo pasas en las fiestas ahora? —Preguntó una voz

masculinacontonoguasón—.Conloquetúhassido…Eltimbreinconfundibledelaluz.Lavozdeunhombrequesemarcaafuego

entusoídos.Eraél,Rojo,elinspector,elpolicía,miamigoymisombracuandoasí lo creía conveniente. Como quien ve un espejismo, me quedé helado,paralizado por la sorpresa del momento. Hacía más de un año que no nosveíamos, a pesar de vivir en la misma ciudad. La pérdida de ese hombre,Gutiérrez,lehabíahundido.—¿Tehasquedadodepiedraoqué?—Preguntóyseadelantóhastaponersea

milado.Conocíaeseperfil.Despuésmequitólacopadechampañadelasmanosylediountrago—.Tieneslosmofletesencarnados…Síqueaguantastúpoco.

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CAPÍTULO11

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Unamágicasonrisaseesbozóenmirostro.Nosdimosunabrazoacompañadodevariaspalmadasen laespalda.Rojoolíaacueroycoloniamasculina,de laquemarcaimpresión.Adiferenciadelresto,ibavestidocomosiempre,comoaélledabalagana:unachaquetadepielnegra,vaquerosybotas.Sufacharompíacon la estética del cóctel.Aunque no todos los invitados habían entendido lasreglas de un evento de tal calibre, la presencia informal del oficial no pasabadesapercibida. Salimos al exterior del hotel y disfruté de una plaza iluminadabajo el cielo negro y cerrado, propio del fin del verano, que permitía ver losluceros con claridad.Labrisa soplabay, aunquenohacía frío, sí que sehacíanotarentreloshuesos.Enlapuertadeledificiohabíaunaparejadeamericanosfumandouncigarrillo.Saludéconungestosinimportarsimeconocíanonoynosapartamosbajoelsoportaldearcosparaconversar.—¿Qué haces aquí?—Pregunté sorprendido.Me alegraba de verle, pero su

presencia siempre escondía algo detrás. Cada paso, cada palabra. Rojo eraintencional—.¿Hasidoella?Él contemplaba la belleza de la plaza, que se había despejado de turistas y

ahora sólo quedaban viandantes que la cruzaban o aquellos que buscaban unpaseobajolaluzamarillenta.—Parecementira,Caballero—dijo afectado—.Hevenidoaverte a ti, ¿qué

haydemaloeneso?—Nada—respondíincrédulo—,sinofueraporquenosconocemosdesdehace

unosaños.—¿Y todavía me cuestionas?—Respondió—. No todos los días le dan un

premioaunamigo,hombre…—Venga,Rojo, nome toques lamoral…—rechisté.Me estaba tomando el

pelo—.¿Hasidoella?—Digamosque, enparte, sí—dijoparco enpalabras.No era consciente de

cuántohabíaechadodemenosaesetipo,peronoseloibaaconfesar—.Perdistetuteléfono,sepusonerviosa,mellamó…Podríaspensarenponerteuncascabel,comolosgatos…Chistosoaligualqueenantaño,Rojomeocultabainformación.Esonohabía

sido así precisamente. Soledad le había llamadomientras, supuestamente, ellaesperabaenelhotelyyoponíamividaenpeligro.Decidíseguirleeljuego.—¿Meestáscontandolaverdad,Rojo?—Tepuedocontarotra,silodeseas…Nosreímos,peseaqueintentaraevadirmispreguntas.Hablarconéleracomo

golpear a un muro de ladrillo. Rojo era una de esas personas que sabíamantenersealmargensinpasarsedelaraya.Estarcalladocuandotocaba,algoqueyo llevabamuymalyque,pesea tropezarnumerosasvecescon lamisma

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piedra,seguíahaciéndolo.—¿Sabe ella que has venido?—Pregunté y le miré a la cara. El oficial se

mostrabatranquilo.Noparecíahabercambiadoenabsoluto—.Nomehadichonadaalrespecto.—No,nolosabe…—respondióconvozseca—.Ledijequeapareceríastarde

otemprano.Siemprelohaces,¿no?—Másomenos.—¿En qué lío te has metido esta vez? —Preguntó con tono paternal—.

Despuésdeuntiempo,nosoyquiénparametermeentuvida,perotedijeque…—Sí,yaséloquemedijistesobreella—contestéinterrumpiendosusermón

—.Parecementiraqueseasmiamigo,deberíasestardemilado.—Y lo estoy, atontao —contestó dándome una palmada en el hombro—.

Simplemente, si tú te mantienes quieto, el resto se mantiene en orden.Matemáticapura.—Puesestaveznoesasí.—Sorpréndeme,listillo…—Eres laúltimapersonaa laque levoyacontaresto—contestéapuntando

conel índice.Lo reconozco,noestaba enmishorasmás altas—.Despuésdelridículo,sinomecrees,saltarédesdeloalto.—Menoslobos,Caperucita…—Rojo—dijeymeacerquéaélparaquenonosoyeran—.Esteconcursoes

unamalditafarsa.Sehanlimpiadoaunextranjeroyhanintentadomatarmeamítambién…Y,lopeordetodo,esquenadiemecree.Elpolicíasecruzódebrazosyechólaespaldahaciaatrás.—Explícatemejor,anda.—Anoche me fui a tomar unas copas con uno de los finalistas—continué

excitadoconlahistoria—.Jean-LucMoreau,elreporteroyescritorfrancés,nosésitesonará…—Claroquemesuena—dijointerrumpiendo—.Estárelacionadoporsacara

laluzinformacióncomprometidadelanteriorPrimerMinistrofrancés…Untipoquesejuntaconyihadistasnoestrigolimpio.—Nosabíaqueestuvierastanpuestoenestostemas.—Nomehagasreírycontinúa…—Pues,durantelanoche,algosucedió—expliquécomopude—,algoqueno

logro recordar…Sólo sé que hubo testigos…y que tuvo que ocurrir algo tangrave que esta mañana nadie quería hablar de ello… La única persona querecordabaunpocoeraWhite…yloheencontradosinvida.—Unmomento,unmomento,ponelfreno…—dijomostrándomelasmanos

para que retrocediera—. ¿Qué clase de cogorza agarraste anoche para no

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recordarnada?—Nolosé—contesté—.Empiezoapensarquemedrogaron.—Esoyalosabeshacertúsolo…—replicóysequedópensativoduranteunos

segundos.Nosupeverensurostrosimecreíaobuscabalaformademandarmealcarajo—.¿Hashabladoconelfrancés?—Sí,yhayalgodetrásqueintentaocultar.—¿Cómo lo sabes? —Preguntó serio—. Desenfunda, Caballero. Dame

detalles.—Malditasea,Rojo—reprochéagitado—.Nolostengo…Mehadichoque

memantuvieraalmargencuandoleheamenazadoconquesacaríalaverdadalaluz.—Tehedichomilvecesquenohagas eso, zoquete…Esa frasedagrima…

Porcierto,heleídoquetambiénestáporaquíGiancarloMoretti,¿escierto?—Preguntóydespertómicuriosidad—.Esuntipobastanteturbio.Loscarabinerositalianosllevanañosbuscandopruebasparameterloentrerejas.—Esunpocoreservado,peronoparecemaltipo.—¿Quépintaaquí?—Su mujer es escritora —expliqué—. Ha sido finalista del concurso. En

cuantolaveas,sabrásquiénes.—¿Esbonita?—Muybonita.—Bueno…—rectificó—, qué importa eso… ¿No te has planteado que ese

hombrehayaintentadolimpiarseaWhite?—Pues…no—contestédesorientado—.¿Porquéhabríadehacerlo?—Porque es un mafioso —asintió rotundo—, y los pistoleros hacen eso,

limpiarseatodoelquemolesta.Teníaquedarlelarazón.Apesardesuestrambóticayllamativaapariencia,en

ningúnmomentomehabíaplanteadounateoríaasí.Quizánofueseunadeesaspersonasquejuzgabaalrestoporsuaparienciaoelhistorialquecolgabandetrás.Siempre había pensado que quien estuviera libre de pecado, debería tirar laprimerapiedra,yésenoibaaseryo.—Hombre,esunpocoarriesgadopensardeesaforma…—Peor me lo pones —continuó el policía—. Esta gente hace esas cosas.

Aprovechaelpoderparacallaraotrosymanipularlosresultados.Notedigoqueelfrancésestémetidoenotrosasuntosigualdeturbios…peronodescartesqueese inglés supiera algo sobre sumujer y el italiano temieraque se fuerade lalengua.—Cómonolehayaescritoellibrounescritorasueldo…—Piensaloquequieras,peronodescartesloinverosímil.

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Lasemillagerminóenunabanicodeposibilidades.Apartirdeentonces,nopodríamiraralosojosdelitalianocomohabíahechohastaelmomentoy,todo,porqueRojomehabíaconvencidodeello.Despuésnosacogióunsilenciotenso.—¿Cómo tevaconella?—Preguntó reanudando la conversación—.¿Cómo

llevaslaconvivencia?—Losegundo,bien—contestéconlasmanosenlosbolsillos—.Loprimero,

notanbien…Tengolasensacióndequevoyamandarlotodoaltraste,unavezmás.—Ellaesunabuenachica.—Sí, tambiénme lo dijiste—volví a repetir—. Eso no significa que no se

hartedemí.Todaslohacen,tardeotemprano.—Algo habrás hecho,Caballero, no seas tan cenizo…—recriminó con una

mueca—. Tú siempre siendo un culo inquieto… Es una buena chica, convaloresyquesabeloquequiere…¿Quémásbuscas?Primeromeextrañóquesefijaraenti,peronoerestancretinocomofingesseraveces.Supongoqueellatambiénsehadadocuentadeestoúltimo.—Joder,Rojo…—dijey lediunapalmadaenelbrazo—.Lavida sin ti es

muyaburrida.—Nopuedodecirlomismodeti—contestóconburla—.Heganadoalgunos

añosdesalud…Antesdequeterminaralabroma,Soledadaparecióporlapuertadelaentrada

principal.Untriángulodetensióneclipsóalostresdejándonossinpalabras.EllacaminóhacianosotrosyRojomantuvoloslabiossellados.Viqueteníafríoenlosbrazosy,antesdequedijeraalgo,mequitélachaquetadeltrajeyselapuseporencimadeloshombros.Ellaloagradecióconunasonrisasilenciosaymiróaloficial.—Buenas noches, Francisco —dijo con un tono de voz extraño. Sentí

curiosidadporsaber lacantidaddepensamientosquecirculabanporsucabezaenesemomento.—¿Quéhay,Soledad?—Dijoélmeticulosoensuspalabras—.Cuántotiempo

sinvernos.

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Untriánguloincómodoenelquemesentíadesplazado.Ambos,compartíanunaserie de recuerdos que ninguno de los dos se había esforzado en profundizardelante de mí. Conocía sus pasados, el papel que el padre de Soledad habíatenidoensuadolescenciaycómohabíafallecidoenuntiroteojuntoaRojo.Unepisodiotrágico,unavenganzaarticuladaporeloficialyunsilencioperpetuo.Y,comosiempre,Rojodesaparecíadesuvidasindejarrastro.Sinduda,lahistoriade aquellos dos no era para mí. La brisa de la calle me había despejado lasneuronasylosefectosdelalcoholempezabanaaclararmelacabeza.Peseaquemealegrara de ello, no entendíamuybienquéhacía allíRojo, y tampocomehabíatragadolaexcusaquemehabíapuesto.Porelcontrario,saberquelosdosestaban cerca, me daba seguridad, una sensación de protección que no sentíadesdehacíatiempo.—Ha pasado un poco desde la última vez que nos vimos—dijo el policía

dirigiéndose aSoledad que, lejos de ser la adolescente que conocía, ahora eraunamujerhermosayatractiva—.Erasunachicamás…joven.Rojo era entrañable.Su ausenciade tacto con lasmujeres le impedíahablar

comoaunapersonanormal.—Tú no has cambiado, Francisco —dijo ella. Era extraño que Soledad le

llamaraporsunombre.Sonabafamiliar—,siesquepuedollamarteasí…—Claro,claro…—dijoconunarisitanerviosa—.Noestamosdeservicioytú

yanoeresunachiquilla.—Hablascomounviejo,Rojo…—añadíyo.Ambosmemiraronextrañados

—.¿Porquénoosrelajáisunpoco?—MadredeDios,ladevueltasquedalavida…—murmuróRojo—.Hayque

ver…quedespuésdetodo,hayasencontradoalmendrugoeste.—Creoqueestanochehetenidosuficiente.—Como todo mendrugo —dijo Soledad mirándome con cariño. Con ella,

siempre había un halo de esperanza—, sólo necesita reblandecerse de vez encuando…¿PuedopreguntarquéhacesaquíenLisboa?—Havenidoaverme—intervine.Vayapregunta,ellamismalehabíallamado.

AunqueSoledadsabíaquenoeraciertoloquehabíadicho,losinteresesdeRojodistabande los suyos.Él erami amigoy ellami pareja.SiSoledaddescubríacómo Rojo lidiaba con algunos aspectos de su vida, descarrilaríamos los tresjuntos—.¿Telopuedescreer?—Eso sí que es una sorpresa—contestó ella estirando los labios—. Sobre

todo,despuésdenohaberdadoseñalesdurantemásdeunaño…Gabriel,estaspersonasnoshaninvitadoacenaryquierenquevayamosentaxi…¿Porquénovienesconnosotros?Elcomentariollegóafiladocomolapuntadeunalanza.

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—¿Quién,yo?—Preguntóelpolicíaehizounamueca—.Nienbroma,no,no,intelectualesno…porfavor.DosMercedesnegrosyantiguossedetuvieronenlapuertadelhotel.Nunose

subía en uno de ellos y, con él, el matrimonio Moretti. En la distancia,observamos el perfil de Giancarlo, tieso, repeinado y con su intermitentesemblantedesospecha.—No creo que haya problema por uno más —insistió ella con ironía—.

Además,lasaparienciasengañan.—Deverdad,osloagradezco—dijocomplacienteymiródereojoalaplaza

—.Mihotelnoestámuylejosdeaquíyhellamadoaunamigoparaponernosaldía,yasabéis,decuandoenEspañayPortugalexistíanlasfronteras…—Comoquieras—sentencióellaalgodecepcionada—.Nosveremosmañana,

entonces.Soledadsedespidióycaminéhastaelsegundocoche.Antesdemarcharme,meacerquéadespedirmedemiamigo.—¿Está enfadada?—Musitó Rojo agarrándome del brazo—. Parece que le

hayasentadomal.—Hasidoundíamuy largo—dijequitándole importancia—.Llevacuidado

conlaginja.—Cuida de tu sombra —respondió él riéndose nuevamente de mí—. No

puedesquejarte…Ahoratienesdosniñeras.RojocontinuósupaseohacialaruaAugustayyomesubíalsedán.Elinteriorestabaoscuroyporlosaltavocessonabamúsicaclásica.Soltéairey

mesentérelajadoalolerelperfumedeSoledad.Elconductorsepusoenmarchay tomamos laprimeracalleendirección,unavezmás,albarriode laAlfama.Las luces de los semáforos semezclaban con los faros de los coches. Estabacansado,necesitabaunrespiroycomeralgo,aunquerechazabaabandonar.Ilusodemí, consideréque, tal vez, el enigmaque envolvía aMoreaupodía esperarunashoras.

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CAPÍTULO12

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Lisboasevestíadenoche,lascallesseabarrotabandejóvenesquebebíanenlasacerasyadultosquepaseabanollenabanlasterrazasdelosrestaurantes.Hacíaunanocheespléndida,nomuycalurosaytampocodemasiadofresca.ElPuente25deAbrilbrillabauniendolacapitalconAlmada.Eraidénticoalqueaparecíaenlosanunciosdesegurosdevida,alaconstrucciónrojaqueidentificabaaSanFranciscocomolaciudaddelascuestasydelaspersecuciones.Lacapitallusateníaalgodeeseaura,yeraconsideradacomoelSanFranciscoeuropeo,quizáporsuentramadodecallejuelasyelambientequeserespiraba.Laexperienciamáscercanaquehabíatenidoconlaciudadcaliforniana,habíasidograciasalaliteraturayalcine.RecordéaSteveMcQueenconelcintodelapistolacolocadoyamanosdesuFordMustangverde.Subimos una pendiente y nos detuvimos en un paso de peatones. El taxista

seguía el rumbo del coche que iba delante. Soledad parecíamolesta por algo.Preguntar, era peligroso. Puede que fuera yo,Rojo omi afán por destrozar lavelada.Charlarenlacalle,mehabíasentadocomounaduchafría.Lasburbujasse desvanecieron y parecía recobrar la tranquilidad en la dialéctica.Mimanoposaba en el espacio que había entre los dos asientos, a la espera de que ellaaprovecharasuturnoymostraraunacercamiento,peronosemovióyesohizosaltarmistemores.Si,porunlado,eraunamujerpacienteyférrea,porotro,nole gustaban las sorpresas inesperadas, al menos, las que estaban relacionadasconmigoyconelinspector.—¿Qué casualidad que Rojo haya venido a Lisboa, verdad? —Preguntó

mirando por el cristal. A nuestro lado, fachadas de edificios, bares, pequeñosrestaurantesenlosquedeclararunamorprohibido,jóvenesquemandolanocheyalborotodesmesurado—.Supongoqueyaestarásmástranquilo.Sentíciertoresquemorensuspalabras.Acerquémimanoasumusloylatoquéconcuidado.Supielestabafríayella

nisiquieraosómirarme.—No quiero que te enfades, Sol—dije con voz culpable—.Yo tampoco le

esperaba.Notendríasquehaberlellamado…—Mepreguntositútambiénlecuentasnuestrossecretos—contestóresentida

—.Enfin,medaigual,Gabriel.Hacedloqueosdélagana.Retirélamano.—Estás siendo algo injusta conmigo —recriminé—. Las diferencias

personalesquetútengasconél,soncosavuestra.—A veces, toda tu inteligencia se derrama por un agujero… —contestó

insolente—.¿Acasocreesquetuamigohavenidoaquíaverte?¿Quesehaleídoalgunode tus libros?Despiertadeunavez, siesquepuedessalirde tupropianebulosa.

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—¿Aqué viene todo esto?—Cuestioné irritado.No entendí qué sucedía, niporquémehablabaasí.Soledadestabadescargandosusfrustracionesallídentro—.Siesporlodelfrancés…Enfin,sientohabertearruinadoelfindesemana…pero te dije que te quedaras en Alicante y descansaras…Ya sabes cómo sonestosviajes.—Serámejor que te calles, Gabriel—contestó tajante. Losmúsculos de su

rostro se tensaron—, si no quieres seguir cagándola… Se supone que soy tupareja,tunovia,tuamigaytuconfidente…yteapoyoenloquehaces,megustahacerloyestaratuladoenlosmomentosimportantes…Nomevengasconesasahora… Tan sólo intento decirte que Rojo no está aquí por ti, sino detrás dealgo…Ynotardaráenusarte,comolohahechosiempre.Respiré profundamente antes de provocar una combustión que incendiara el

interior del vehículo. Soledad acusándome de ser un pardillo, un primo, dedejarmeutilizar.Eltaxistamirabaporelespejoretrovisorbuscandoelmomentoparadecirnosqueestábamosllegando.Yometragabalaspalabrasy,lopeordetodo,estabaapuntodesentarmeconungrupodegentequemeproducíaardorenelestómago.Elvehículosedetuvofrentealapuertadeunrestaurante.Estábamosenloalto

de la Alfama, una vez más, aunque en una calle que todavía no habíamosvisitado.Cordelesconbombillaspequeñasdecolorescolgabandelosbalcones.Lavíaestaba,dentrodesusposibilidades,cuidadayreformada.Eraunlugardetránsito.LosMoretti abandonabanel coche junto alportugués,que liderabaaltrío.—Creesquesoyunegocéntrico,eseso,quesólobuscollamarlaatención…

—dijemirándoladereojo.Ellaseguíasingirarelrostro—.Dimelaverdad.Apretólosojosylospuñosylosmoviódearribaaabajo.—¡Basta, Gabriel! ¡Por Dios! —Explotó dando una palmada contra sus

rodillasyfinalmentemepenetróconlamirada—.¿Peroquécoñotepasahoy?¡No lo arruines más, por favor! De verdad… Estoy teniendo demasiadapacienciaestanochecontigo.Tansólotepidoquenomeestropeesloquequedadeella.Guardé silencio, le di un billete de diez euros al conductor y me bajé del

coche. Me hubiese gustado decirle que haría todo lo posible y que lecompensaríaporlosdañosmoralesdelajornada.Peronofuicapaz,ynolofuipor una simple razón. Pormucho que lo deseara, pormás que quisiera actuarcomoelhombrecándidoytempladoquenuncasemeteenlíos,eraincapazdehacerlo,deunmodouotro.Habíaalgoenmiinterior,algoquesolucionar,algorotoqueno respetaba lasnormas.Habíacrecidocreyendoen loscódigosyenunaformadeterminadadeactuar.Y,puedequefuesemuchascosas,unasbuenas

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yotrasno tanto,pero siemprecumplíaconmipalabra.Faltaraella, eracomofaltaramisprincipios.PrometerleaSoledadqueestaríaquieto,comounniñoenunasilla,eraprometerloimposible,aunqueesoterminaraconnuestrarelación.

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Elcochenoshabíadejadoenelnúmero176delaruadosRemédios,unaruinosay estrecha calledel viejobarriode laAlfama,que sehabía convertido enunazona de visita heterogénea para turistas y locales. Fachadas coloridas ydesgastadasconlosaños.Antenasparabólicasdetelevisiónclavadasjuntoalasventanas y ropa tendida en plena calle. Necesidades a dos velocidades. Amialrededor,tiendasdevino,deultramarinosyminúsculoslocalesquefuncionabancomocafeteríasyrestaurantesdemalamuerte.Tuvelasensacióndequetodoslosbaresdefadoseencontrabanenlamismacalle,pueseraunodelosbarriosemblemáticosdel folcloreportugués,asíqueentendíqueel lusonos llevaríaauno de losmejores, dispuesto a sorprender a lasmujeres ymarcarse un tantoante losvarones.En realidad, loquehicieraonoese cretinome importaba lomás mínimo. No tenía fuerzas ni ganas para pensar en mi relación. Eraconscientedequeno le estabadandoelviajequeSoledadesperaba,yesomeremovía las tripas. Pero de nada servía lamentarse por lo ocurrido. Si habíatranscurrido así, era por una razón. Lamerse las heridas era lo que hacían losperdedores. Por tanto, quise interpretarlo como un enfado que mi compañeraentenderíaalalarga,aunquequéibaasaberyo:ensituacionesmásfavorableslohabíaperdidotodo.Aesasalturasdelavida,ypormuchoqueamaraaSoledad,nielamorsedecidíaenunanochenimisnerviospodíandependerdeloqueunsabuesoportuguéshiciera.Afortunadamente,Soledaderamásinteligentequeyoparanodejarse embaucar por los trucosbaratosdeotro escritor soltero, o esoansiabacreeryo.Sólomequedabarezaryatenderasusplegarias.La discusión del coche provocó que ella nome esperara y entrara junto al

resto.Echéunojoalacalleynomegustóloquevi,peroerademasiadotardeparavolverylostaxisyasehabíanmarchado.ElSenhorFadoeraunrestauranteclásicoquerecordabaalastabernasespañolasensuciertamedida:guitarrasdediferentestamañoscolgadasdelasparedes,mosaicosdeazulejosenlasparedes,mueblesdemadera,unabarracerradaalfondoyladrilloenelarcodelaspuertasquellevabanalosbañosyalacocina.Lasmesasestabanabarrotadasdegente,ensumayoríaforánea,quebebíavinoydisfrutabadelosplatoslocalesabasedemarisco, patatas asadas, pescado y arroz.El fado, como el flamenco, se habíaquedado para un reducto de locales que seguían manteniendo las tradicionesfolclóricasdelpasadoyparaunamasavisitanteansiosaporconocertodoaquellodeloquecarecíaensupaís.Comopartedeestesegundogrupo,teníacuriosidade interés por conocer la cultura de un pueblo vecino con el que poco habíatratado.Sinembargo,meresultabadescabelladocomprobarcómoviajarsehabíatransformadoenunaactividaddeconsumoexacerbado,desesperadoportenerlafoto,visitarellugarycomerlomismoqueotrasmilesdepersonas,conelfindepoder hablar de ello más tarde, olvidándose de disfrutar, por un pequeño

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instante, de los placeres de la existencia y las maravillas del ser humano. Laestupidezensuestadopuro.En la entrada del restaurante me topé con un pequeño hombrecillo de

decoración, calvo y vestido de traje.Una entrada sin puerta y con un arco deladrilloenloaltoy, juntoaésta,SabrinaMoretti,quemirabalapantalladesuteléfono. Acaricié su codo como gesto de camaradería y esbocé una muecalevantando ligeramente loshombros.Ellamerespondióconunasonrisa,comosolía hacer, mostrando la dentadura blanca y perfecta que hacía juego con elcolordesupiel.Sabrinameacaricióelbrazoyguardósuteléfono.—¿Es bonito, verdad? —Preguntó refiriéndose al local—. Me muero de

hambre,sitesoysincera.—Ya somos dos…—dije y avisté al portugués al fondo, junto a Soledad y

Giancarlo Moretti, con intenciones de sentarse en la última mesa vacía quequedabaenelrestaurante—.Sientohaberosdejadoasolastantotiempo…—Oh, descuida—respondió con gracia—. Soledad esmuy simpática y ese

Nuno…unpocopesado.Pareceque,porfin,tenemosunmomentoasolasparaconversar.Me temí el peor de los pronósticos. El italiano terminaría chafándome la

cabezacontraunbordillosimequedabaallípormuchotiempo.—Esoprecisamentequeríayohacer…—dijepuselamanoensucinturapara

dirigirlahacialamesamientrasconversábamos.Ellaaccedióyparecióapreciarelgesto.Sumaridoapenaslatocaba—.¿Quésucedióanoche,Sabrina?Laescritorasoltóunacarcajadaligera.—Anoche sucedieron muchas cosas, Gabriel—contestó tuteándome. Había

rotolasdistancias—.Nomeextrañaquenopuedasrecordar…Teníaslamiradanublada.—Quizá,simeayudaras…—sugerí—,podríadeshacermedeestemalestar.—Tododependedepordóndeycuándoquieresqueteayudearecordar.—Maldita sea, Sabrina —rechisté caminando despacio para no llegar a la

mesa—.Empiezaporelprincipio,comosiempresehahecho…WhitemedijoquetumaridogolpeóaBarbosa.¿Esesocierto?Lamujerseechóunamanoalrostro.—Lamentablemente, así fue—explicó abochornada—.Ahora entiendes que

noquieraestaraquí.Surespuestamepareciódelomáshipócrita.—¿Por qué razón? —Pregunté intrigado. Y lo mejor de todo: Barbosa no

presentabaniunrasguño—.Tumaridopareceunhombretranquilo…—Mimarido protege sus intereses—dijo ella—. Está claro que Barbosa y

Moreauteníanunadeudapendiente,perofuerondemasiadogroserosconmigo…

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—Unmomento,yonorecuerdohaberestadoconvosotros…—En realidad, no estabas—aclaró—. Tú estabas bebiendo, ahogado en un

vasodecristal…Giancarloyyoentramos,porequivocación,enesebar…—¿Québar?—Norecuerdoelnombre,noeranadaespecial—prosiguióbuscandoenmis

recuerdos—. Estabais tú, White y Moreau… Luego llegó Barbosa, con esaasistenta…—Almenos,algoempiezaacobrarsentido.—¿Sabes,Gabriel?—Medijo acercándose amis labios—.Tú eres el único

hombre de verdad que había allí…Lesmandaste callar en varias ocasiones yBarbosacasitegolpeapormí…—¿Yquépasó?—Giancarloregresódelabarrayseencargódelresto—contestóella—.Ese

imbéciltuvosumerecido.—Sigosinentenderporquédiscutíais—respondíyentendíeldesprecioqueel

portuguésmostrabahaciamí—.¿Cuáleralarazón?—¡Ay! ¡Ya vale! —Exclamó resentida. Parecía molestarle más que a mí

recordarlosdetalles—,pero,queconstequeyonotehedichonada.—Soy una tumba, Sabrina —respondí asintiendo con la cabeza. Desde la

mesa,elrestonosmirabaconrecelo—.Sabesquepuedesconfiarenmí.—Moreau y Barbosa estaban convencidos de que uno de ellos ganará el

certamen—susurró a centímetros demí sin cambiar de expresión—.Les dijequeestabanequivocados,peromedespreciaronconsuspalabras…hastaqueeseflacodeWhite,borrachoydesatado,dijoalgodesconcertante…—Algo… ¿Como qué, Sabrina? —Pregunté desesperado—. ¿Qué sabía

White?Eltiempocorreynosestánesperando.—Norepetirésuspalabras,Gabriel,todossabemoscómofuncionanestetipo

de concursos…—sentenció conungestodemano—,pero te diré una cosa…Mealegrodesuindisposición…Suausenciaequilibralapartidaydiounavueltaaltablero.Sabrinadiounpasoalfrenteylaagarrédelbrazoconunaligerapresiónenel

músculo.Ellamemiró,estavezconrechazo.—DimequédijoWhite.—Suéltame,Gabriel.EnlamesaquedabandossillaslibresyjuntasquedejabanaunladoaSoledad

y al otro, a Giancarlo. No era una casualidad. Tomamos nuestros respectivoslugares y guardamos silencio por unos segundos. Nuno Barbosa empezó amezclar el inglés con vocablos portugueses y a leernos la carta en voz alta.Menudopersonaje,pensé,peroyohabríahechoalgosimilarsihubieseestadoen

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su posición. Los hombres tendemos a menospreciar a otros, sin importar lacondición, en el momento que reciben más atención que nosotros. Era algoinstintivo,biológico.Unsíntomatribal.Mehubiesegustadoromperlelosdientesallí mismo pero, ahora que conocía parte de la noche anterior, entendí sustemores y complejos. Barbosa pidió vino portugués y el italiano lo miró conrepulsión. Todos pidieron pescado y yo, que no fui menos, opté por unacataplana,unplatotípicodelaregióndeAlgarveformadoporgambas,almejas,mejillonesypescado,todoellobañadoenunasalsayservidoenunasarténconformadepaellero.Bebimos,brindamosconengañoydejéquelaconversaciónllegaraalospostres,paraponerfinalavelada.Elcoqueteoconelportuguéseracada vez más notable. Sin descaro alguno, se dirigía a Soledad evitando quenadiepudiera interferiren laconversación.Ella,queno leamargabaundulce,seguía los comentarios del escritor luso. Al otro lado, Sabrina y Giancarlocomíanybebíanenelmásabsolutodelossilencios.Labreveconversaciónmellevó a pensar varias cosas, teorías que no había tenido en cuenta hasta elmomentoymalospresagiosparaloquequedabadevelada.Sieraciertoloqueesamujermehabíacontado,lahistoriadeMoreaucobrabasentido,asícomolade White, pero tomando otro rumbo. En lugar de pensar en secretos yconspiraciones, se reducía a un homicidio rutinario, propio de un matónprofesional.EntrelíneasentendíqueWhite,quienlasmatabacallando,conocíaque él iba a ser el ganador. Tal vez, por esa razón, fuese tan pesimista, unafachadaparadesmarcarsedel resto.Adiferenciade losotrosescritores,queríadarlapatadaenelactofinal.Elexcesodewhiskypusosulenguaenjaque,yelitaliano debió de encargarse toque de gracia, o tal vez no y puede que todoestuvierapactadoporelrestodeescritores,todos…menosyo,unavezmás.Deserasí,nomehabría importado.Moviendo lacucharillaenel interiordelcafépretoquemehabíanservido,mecuestionévariasvecessiesaeralarazónporlaqueMoreaumehabíallevadoaquellanoche,elmotivonecesarioparatenerunacoartadaencasodequesedescubrieraelcrimen.Lospuntosconectabanylaspiezasencajabandemasiadobiencomoparaque

fuesenciertas.¿Deverdadhabíanplaneadodeshacersedel inglésa todacosta?¿Tan grandes eran sus egos como para llegar a ese extremo? Pensándolo aconciencia, eran escritores, personas que vivían de sus libros y de la opiniónpública. Seres humanos capaces de hundirse y transformarse en seresdespreciables por una mala crítica en el periódico. A fin de cuentas, artistasdébiles y pasionales. No era de extrañar que todos presentaran dependencias,adiccionesyconductasextravagantes.Lacabezamediounvuelcoysentíqueperdíaelequilibrioporunsegundo.

Demasiadosrazonamientosenpocossegundos.Unconjuntodefadosecolocóa

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varias mesas de nosotros y comenzó a tocar la música melancólica ydesgarradora,tantípicayporlaquehabíamospagado.Unamujersearrancabaacantaraplenopulmón.Laslágrimasdealgunossederramabanporsusmejillas.Para ser sincero,habríapreferidodejarlo enuncrimencallejero,olvidarmedetodoyquedarmedormidoenelhotel.PobreWhite,pensémirandoaesamujerdepelooscuroquecantaba,ypobredemísinomealejabadeellos.Debidoalvino,elcalordelasala,elruidodeguitarrasylaabsorcióndemispensamientos,apoyémisdedosenlaespaldadeSoledadparaencontrarunpuntodeapoyo.Derepente, por debajo de lamesa y junto a su rodilla, vi lamano del portuguésacariciandolosdedosdemipareja.Sentíungritointernoquemepusoenpiedeunsalto.Nopudecontrolarmi reacción,ni ladeSoledad.MenudomamonazoeseBarbosa.Enuninstante,meolvidédelfado,delavisita,delcertamenydeloque estaba ocurriendo ami alrededor.A tomar viento, pensé.Un pitido fuerteatravesómistímpanos.Estabafurioso,conganasderomperalgo.Vilasonrisadel portugués, el rostro estupefacto de Soledad y, sin pensarlo un segundo, lesolté un puñetazo directo en la cara a Barbosa. Algo crujió. El golpe fue tancerteroquesecayódelasillaalsueloy,conél,losplatillosylastazasquehabíasobre lamesa.Ruidoyestupor.Lamúsica sedetuvoyunbullicionacióde lanada.Yoestabadepie,desorientadoycon intencionesdepatearleel traseroaese cretino.Mehabía sacado laversiónmásmacarraque tenía.Humillado, selevantóconcaradevíctimaymeesputóalgoenportuguésqueentendíquenoseríademiagrado.GiancarloMorettiaplaudíadesdesuasientodisfrutandodelespectáculo y Sabrinamantenía el rostro frío que había guardado tras nuestraconversación.—¡Gabriel!—Gritóellalevantándosedesusitio—.¡Espera!Alcuernocontodo,pensé,agarrémichaquetaysalídeallísinmiraratrás.En

estavidahayquesabercuándodarungolpeenlamesa,levantarseydecirbasta.Yohabíaesperadodemasiadoyaquellafueunadelasconsecuenciasdemierror.Quien no se preocupa de sí mismo, es incapaz de mirar a los demás contransparencia.Abandoné el mesón y caminé cuesta abajo por una calle que, lejos de ser

transitada, parecía un suburbio silencioso y peligroso. Puede que la Alfamatuviera su encanto de día, pero lo perdía todo durante la noche. Desde lasventanas, sentía las miradas de los curiosos, que aguardaban tras el visillo.Comprobélahora,quedabanalgunosminutosparalamedianoche.Continuéendirecciónrecta,conlaesperanzadesalirdeallípronto.Noteníamiedo,puesenlosbolsillosnoguardabamásquelabilletera,limpiayconmenosdecieneurosensuinterior,unacantidadsuficienteparaahogarmeenlabarradealgúnbarydar por finalizada la velada. Las cosas no habían salido bien desde el primer

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momento.Nomearrepentídegolpearaeseidiota.ABarbosalegustabamorderelpolvo.Enocasiones, lavidanohacemásqueponernosaprueba,yéstaeraunadeellas.Alpasarpordelantedeunatienda,crucéunasescalerasquesubíanhacia otra calzada. En la oscuridad, advertí a un hombre en el suelo y a dossombras.—Ajuda!—Gritabadolorido.Enunprimerinstante,ignoréloquehabíavisto

puestoqueyahabíatenidosuficiente.Sinembargo,peseatodo,noexistenadamejorqueveraalguienmásjodidoquetúparaolvidartedelotuyo.Yasíhice,dejandoatrásmiscontratiempos,meacerquéa socorreraunhombreapaleadoquesealzabadelpavimentocondificultad.Subílosescalonesjadeando.Cuandomeacerquéaél,desaparecióporunade

lasescaleras.—¡Eh!—Gritéenlanoche—.¡Espera!Desprevenido,recibíunfuertegolpeenelcostadoycaíalsuelo.Alpuñetazo,

lo acompañaronvarias patadas por ambos lados del cuerpo.Ahora, el hombreapaleadoerayo.Me tapéel rostrocon lasmanosyentendíquenohabía sidobuenaidea.

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CAPÍTULO13

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Cuando los puntapiés hubieron cesado, me alegré, afligido, de que no mehubiesenpartidolacara.Elrostroeralapartemásimportantedelcuerpocuandoserecibíaunapaliza,lacartadepresentación,laúnicaformadeentraradondequisiese sin que me pidieran explicaciones. Un rostro manchado de sangresiempre arrastraría problemas, dramas y policías. Abrí los ojos y divisé lassombrasdedos tiposvestidos con ropa informal aunquecostosa.No tenían elaspectodelostípicoscacosdemadrugada.Girécomounchorizoporelsueloymelamentéenvozalta.—No tengo nada, os lo juro… —murmuré en español cubriéndome el

estómagoconelbrazo—.Nomehagáisdaño…Elreflejodelafarolameimpedíaverlosconclaridad.Eranhombres,morenos

ycorpulentos,peroesonosignificabanadaenunaciudaddondelosrubioserantodosturistas.—¡Este es un mensaje para ti!—Dijo uno de los hombres en 'portuñol'—.

¡Mantentealejado!Despuésmevolvieron a patear y se perdieron en la oscuridad.Un coche se

detuvoenlabocadelacalle.Comohabíaimaginado,noerandelincuentessinomatones de quien estaba detrás de lamuerte deWhite y elmisterio de aquelcertamen.Elvehículoeraunapatrulladepolicía.—Tudobem?—Dijoelagente.Melevantéycaminéhastaellos.Despuésme

esforcé por explicar lo que había sucedido. Con amabilidad, los agentes meinvitaron a subir en el coche e insistieron en llevarme a un hospital paracomprobarlascontusiones.Terco,meneguéysupliquéquecondujeranhastaelhotel en el quemehospedaba.Agradecido, les di las buenasnochesy caminécojeandohacialapuerta.Paramás inri, no tenía intenciones de retroceder enmis pesquisas ymucho

menos de descansar, aunque mi cuerpo suplicara lo contrario. Si existía unapersonaquepodíaaclarar algoen todoeseembrollo,noeraRojo,niSoledad,sino Jean-Luc Moreau. Estaba harto. Terminaría por donde había comenzadotodo, en aquella posada. No me importaba lo que hubiese ocurrido antes odespués.Elfrancésacabaríacantando,porsubienoporelmío.Meacerquéalarecepción y pregunté por su paradero. El chico que trabajabame explicó queMoreau no estaba en su habitación, pero que lo encontraría con facilidad enalguno de los bares que había por la praça Luís de Camões, lugar que habíavisitado antes y que no estaba muy lejos de allí. Tanto en Portugal como enEspaña, pasada la medianoche empezaba la fiesta en los bares nocturnos.Cuando llegué al primer lugar que me había indicado el empleado del hotel,vislumbré a una multitud de gente y, en el fondo, al francés sentado en un

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taburetejuntoadoschicasrubias.Elbarteníaunlocalespacioso,conmueblesdemaderay tapicería antigua.Estabapermitido fumar en el interiory exhibíauna completa biblioteca física con tomos en portugués principalmente. Unpinchadiscos poníamúsica de los ochenta junto a la barra y un joven barmanpreparabaloscombinados.CaminédesvalidohastaMoreau,quenoesperabamipresencia,yloalcancéporelhombro.—¿Tú?—Preguntópasandode la felicidadalultraje—.¿Quécojoneshaces

aquí?Cuando quise saludar a las chicas, encontré un detalle familiar. Esos ojos

azulescomoelTajonoseolvidabanenunfindesemana.Eralachicadelbolso,vestida de noche, junto a una de sus amigas y preparada para pasar unaagradablevelada.Sucabellodoradocasialbino,propiodelasmujeresdelnorte,combinabaconel tonodepiel tostadoporelexcesodehorasalsol.Por fin lavidamedabaunrespiro.—Estosíqueesunacoincidencia—dijeestrechándoleslamano—.Penséque

nuncatevolveríaaver.—Lavidadamuchasvueltas…—dijoellaenseñándomesudentaduraperfecta

—,casitantascomounanoria.—¿Hasvenidootraveza joderme lanoche?—PreguntómolestoMoreau—.

Antesnotehepartidolacarapordecencia,peroahoranonosvenadie.—Sé lo de White, lo que sucedió anoche—contesté tranquilo y confiado.

Tenía la verdad, el testimonio de esa chica italiana y a Moreau por lasmismísimaspelotas—.Sabrinamelohacontadotodo.Elfrancéssequedópensativoporuninstante.—Chicas,hacedmeunfavor—dijoysacóunbilletedecincuentaeurosdesu

cartera—.Idalabarraypedidotroscuatromartinis…Necesitounosminutosasolas.Las escandinavas agarraron el papel y nos dejaron en paz. Estaba

impresionado.Deseryo,nohabríafuncionado.—Eresmuymalo jugandoaldespiste,Moreau—dijeconvozgrave.Estaba

secoylazurramehabíadejadosinfuerzas—.Mehassubestimado.—La verdad es que sí —respondió asintiendo—. Has demostrado ser más

estúpidodeloquehabíallegadoapensar.Enhorabuena,supongo…—Notepasesdelisto,nomeconocesdenada.—Nitúamí,Caballero—contestódesafiante—.Mecaesbien,notengonada

entucontra,perositedigoquetemantengasalmargen,esporalgo…Noséquéospasaalosespañoles,quesoisincapacesdeentenderlascosasalaprimera.Nodescartabapropinarleelmismofinalquealportugués,aunquetuvieraotras

razonesparahacerlo.

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—Me das pena,Moreau—interrumpí—. Todavía no entiendo cómo te hasmetido en algo así… Limpiarte a White para ganar un premio literario…Supongoque,afaltadedinero,yasóloosmueveelego.ElpobreWhitesefuede la lengua, otro ávido en cuantohayque contar lasmedallasque tiene cadauno… Pero esto no quedará así, por mucha vergüenza que me hayáis hechopasar, por muchos matones que me envíe el tal Moretti… A diferencia devosotros,mehecriadoenlacalle,anteelpeligro,mientrasvosotrosestudiabaisentrealgodones.—Corta el rollo, bocazas—respondiómirándome con cara de asco—. ¿De

quécarajoestáshablandoahora?YonotengonadaqueverconlodeWhite…Nisiquierasabíaqueestabamuerto.Porunmomentodudédesupalabra.ElrostrodeMoreauseencogió,comosi

lanoticialehubieseafectadodeverdad.—Esdemasiadotardeya—añadíconmisericordia—.Estosaldráalaluzyos

iréistodosaltrullo…Soyunhombredepalabra.—¿Quiereshacerelfavordecallartedeunavez?—Exigióconlasmanosen

lacabeza—.MonDieu!Estoesunalocura…—Y tanto… —repliqué afligido—. Lo que no entiendo es por qué todas

terminan por involucrarme… Incluirme era parte del plan, ¿verdad? Siestábamos todos, la policía lo habría tenidomás complicado para encontrar alasesino…Porquenohabríauno,sinocuatrosospechosos.Loquenocontabaiseraconqueelespañolitotuvieralamoscadetrásdelaoreja.—No,noyno…—interrumpiódenuevo—.Nohabíaningúnplan.Nosépor

quésigueshablandodeeso.Cierraelpicodeunavez.—Whitemedijoquehabíadescubiertoalgo.—Malditasea,telorepito,Gabriel…Lárgateydejaelasuntoenpaz.Estote

quedagrandeysaldrásperjudicado,teloadvierto.—Altoro,cuandolocalientan,lecuestarelajarse,¿sabes?—Hastaque leclavanelestoque—contestóel francés—.Noquierasacabar

olvidadoenunaplaza…ocomoWhite.Las dos chicas de cabello rubio angelical regresaron con las bebidas. Una

ráfagadeairefrescoentródelacalle.Elperfumeembriagadordelasmujeresmerecorrió el rostro. Sostuvimos las copas y brindamos con furor sin sabermuybienporqué,niporquién.Puedequefueseporelfinaldetodo,elmío,elsuyooeldeesecertamenalqueyalehabíacogidotirria.—La vida es fácil, Caballero —dijo el francés sosteniendo la copa y

mirándome condescendiente—.Come buenos platos, bebe buenos vinos, bailahasta que te agotes, disfruta en buena compañía y haz el amor todo lo quepuedas…Undía,tardeotemprano,tearrepentirásdenohaberlohechoasí.

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Aplícateelcuento,respondíensilenciodandounsorboalcombinado,porqueprontoestaríadurmiendoenuncolchónbaratoycomiendogachasvestidoconunpijamaderayas.Entonces, como parte de una jugada de equipo ensayada, las dos chicas

intercambiaron sus posiciones y la joven, a quien había salvado de perder suspertenencias,seacercóamíchocandosucopaconlamía.Mirarlaalosojoseracomosumergirseenunfondomarino.—Gabriel,sinorecuerdomal—dijocontimidezenespañol—.Mihéroe.Reconozcoquemehizosonreír.Estabavulnerable.—Sabesidiomasytodo…Ojalátodoelmundopensaracomotú,sólocumplí

conmideber—respondíyalcélacopa—.Portubolso.Lachicasemecióelcabelloaunlado.Porsulenguajecorporal,interpretéque

queríadecirmealgo.—Vitufotoenuncartel—explicóinsegura.Elvalorsocialhacíamilagrosen

laopiniónajena—.Sabíaqueerasunhombre…atípico,inusual.—Lotomarécomounelogio—respondíyreímos.Teníaunaexpresióndulce

yesomellevóapensarenSoledad,endóndeestaríaysihabríacaídobajolasgarrasdeesetruhán.Noobstante,milugarnoeraese,juntoaunamujercitaqueardíaendeseosdellevarmealacama.Milugarestabaconella,conmipareja,ennuestrahabitacióndehotel,dondesupusequemeesperaría,otalvezno,peroeseeraunmisterioque resolveríamás tarde—.Eresunachicamuysimpática,pero…—¿Fumas?—Preguntóacercándoselosdedosaloslabios.Lohabíadejado.A

diferencia de lo quedijeran losmédicos, no llevaba la cuenta de los días.Meresultaba inútil y banal, aunque funcionaba psicológicamente para muchaspersonas.Alparecer,llevarlacuentadealgo,ledabaunusoprácticoalcerebro.Apuntodedeclinarsuoferta,reculéyaprovechélaocasiónparadespedirmedelfrancés,dejarlodisfrutardesusúltimashorasdegloriaypedirun taxiquemellevarahasta lacama.Lachicameagarródelbrazoyyomedejé llevarporelmovimiento de sus caderas. Paseamos hasta la salida y me sugirió quecaminásemosunosmetrosparaalejarnosdelamultitud.Ellaencendióunfiltroyyorechacésuoferta.—¿Sabes?—Dijesoltandounbufidopor lanariz—.Simehubieraquedado

contigoatomarunacopa…nadadeestohabríapasado.Parecequehayapasadounasemanayapenashansidoveinticuatrohoras…Observélaluna,casillenaeiluminada.Elladabaunacaladaasucigarrilloconelegancia.Llevabaunvestidoajustado

decolorazulquelemarcabalascurvasdeltraseroyterminabaensusrodillas.Nadaespecial,nadaespectacular.Simplemente,bonito.

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—¿Creesenlascasualidades?—Preguntóreflexiva.—Sí,claro—dijeconunamueca—.¿Quiénno?—Yo, por ejemplo—contestó ella, dio la última calada y tiró la colilla al

suelo. Después la aplastó con la suela del zapato—. Normalmente, lo quecreemosfrutodelacasualidad,noesmásquepartedelplanpactadoporotros...Señales, símbolos, objetos… incluso personas. Un amor, un trabajo, unaccidente…Todoloquecreemosquevaasuceder,yahasucedido…Comosiestuvieraescritoenelguióndeunaobradeteatro.—Interesante teoría—respondí escuchando su sermón trascendental. Existía

gentequenecesitabacompartiresaclasedepensamientosparaconvencersedeque,enellos,tambiénalbergabaunpocodeprofundidad,algomásqueunacarabonita—.¿Quépruebastienes?—Simplemente,losé…Gabriel.Un coche francés de color negro se acercó hasta ella y se detuvo frente a

nosotros. Las luces de emergencia se encendieron y entendí que habríaencargadountaxiprivadoatravésdesuteléfono.—Esmitaxi—indicóella—.Sube,tellevaréatuhotel.—Notemolestes—respondíaregañadientes.Laofertaeratentadora,aunque

noestabaporlalabordehacernadaquemeperjudicara—.Pediréunoparamí.—Por favor, Gabriel —insistió fingiendo que se enfadaba como una cría

adolescente—.Déjamepagarlacarrera…porloquehiciste.Soplé de nuevo.Esa chicamehabía convencidoy yono estabadispuesto a

discutir.Memontéenelvehículoydi lasbuenasnochesaunchófervestidodetraje

oscuro. El coche eramoderno y tenía la tapicería de cuero. El interior olía anuevoyloscristalestraserosparecíantintados.El taxi arrancó y se dirigió a la costa.La bella escandinava comprobaba su

maquillajemirándoseenunespejo.Despuésvicómoelcochetomabalaavenidaprincipalynosalejábamosdelcentrodelaciudad.—Un segundo, creo que vamos en la dirección contraria—dije nervioso al

acercarnos cada vezmás al famoso puente rojo. El cierre de la puerta estababloqueado—.Vamosenladirecciónquenoes…Ellapusosumanoenmimusloyapretóconsuavidad.—Relájate,Gabriel—respondióconsosiego—.Notepasaránadasisiguesel

guión…Disfrutadeltrayecto.

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CAPÍTULO14

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Habíasidopresadeuncepo,unamerecidatrampa.Laamabilidad,eldeseootalvezlafantasíadesubirme,aunquefueseporunosminutos,conesadamaenlaparte trasera de un coche, me había transportado al abismo. El viaje erasilencioso.Alaizquierda,pormiventana,teníaelpuertoylaslucesdelpuentequeloiluminabandurantelanoche.Eraunalindapostalparaelrecuerdosinofueraporquedesconocíamidestino.Lasituaciónmesobrepasóalnointuirnada.La chica,Moreau, el cubodeRubikmental al queme enfrentaba,Soledad, elportugués… Después de los años de experiencia acumulada, de nada habríaservidotumbaralconductorconelpropósitodehuir.Eramásqueprobablequemiacompañantefuesearmada,sinoibanlosdos.Asíquemelimitéapensar,aanticiparmealoshechos,peroeracomplicadodeadivinar.Elcochetomóunasalidaysedetuvotraspasarunoshangaresreconvertidos

en restaurantes y bares nocturnos. Acobardado, tensé los músculos contra elasiento,aunquetemíquesefueranadeshacerdemíallí.Elsegurodelapuertasedesbloqueóyalguienabriódesdeelexterior.Entonces,lachicamesujetódelbrazoporúltimavezyseacercóami rostrodejandosucuelloa lavista.Olíaextremadamente bien y le hubiera dado un bocado allí mismo bajo lapronunciadamandíbula,sinofueraporqueestabanapuntodematarme.—Esperoquevolvamosaencontrarnos…—susurróymebesóen lamejilla

pegandosuslabioscomounanubeesponjosa—.Adiós,Gabriel.Miréalfrenteyviaunhombrecorpulentodeltamañodeunarmario,vestido

denegroyconsemblanteserio.Mebajédelcochesingirarelrostroytopéconotrovehículo,estavez,unomásgrandeydefabricacióninglesa.Elhombremecacheóel cuerpoynoencontrónada.Despuésabrió lapuertadelautomóvilyme invitó a que pasara.Vacilé en resistirme, pero el arma que asomaba de sucinturónfrenómisintenciones.Sielcorazónmepalpitabaconfrenesí,elritmocontinuócreciendoamedida

quecruzabaelumbralde laparte traseradelvehículo.Me ibaadarunataqueallímismo.Primeroviunaspiernasfinas,bronceadasydelgadas,yunoszapatosde tacón negro. Las piernas eran largas, estaban cuidadas y parecían suaves,comoparaperderseenellasdurantehoras.Elvestidoeraligero,denocheydeverano.Conformesubíalavista,veíapartesdeunmapaqueyahabíarecorridoconmismanos.Finalmente,estabadentro.Lapuertasecerrósinavisaryvisurostro,susojosysucabellodeángel, rubioy laciocomosiempre.Esos labiosencarnados, atrevidos y seductores. Unos labios capaces de convencer acualquiera.Nopodíacreerlo,peroeracierto.Sabíaquevolveríaaocurrir,sabíaquevolveríamosavernos,aunquedesconocíacuándo.—Hola, Gabriel —dijo Eme con el dedo índice apoyado en su rostro,

formando una ele con el pulgar, donde posaba su barbilla—. ¿Te alegras de

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verme?

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Elvehículosepusoenmarcha,devueltaalaciudad.Nomeimportabaadóndefuéramos,no teníaescapatoria.En lapartedelantera,doshombrescorpulentosvestidosdenegrosupervisabannuestraconversación.Estabanervioso,sentíaunligerocosquilleoenelestómagoyfríoen laparte inferiorde laspiernas.Emeparecía tranquila, relajada, esperando a que respondiera a su pregunta. Latapiceríadel cocheeradepielde colorvainilla.Elvehículo era tan silenciosoqueparecíaqueestuviéramosparados.Miréporlaventanilla,vilaslucesdelosfarolillosdelacalleypenséenlopequeñoqueeraelmundoylocortaquepodíaser, aveces, lavida.Mientras algunos escuchaban fadoy tomabanvinoenunrincónde laAlfama,alguienmoríayera tiradoal ríoyotrapersonaperdíasucarteraamanosdeunosrateros.Eme se mostraba inmortal. Los años no pasaban para ella, haciéndola tan

deseable como el primer día que la vi. No obstante, mis sentimientos habíancambiado,asícomomi formadepensar.Ellaeracomounadeesas relacionesque se idealizan con el tiempo hasta que un episodio nefasto lo arruina todo.Eme representaba todas mis debilidades, mis pasiones y mis errores máspersonales. Supuse que no era el único de su lista, que ya tendría muchacarreteracomoparadominarelartedelengaño.Elhombre,pordefecto,siemprese creíamás listo que lamujer y, cuantamás belleza exterior presentara,másfragilidadinternapadecería.Sinembargo,noeramásqueotroclichéimperfectoy desafortunado. Un fallo que entregaba una ventaja abismal al otro sexo encuantoestudiabanuestraformadepensar.Enmicaso,nomeconsiderabamáslistoquenadie,fuesehombreomujer,y

mucho menos que Eme. Por ende, debía pisar firme y con cuidado. Meenfrentaba a una damaqueme había traicionado en el pasado y la traición seperdona,peronoseolvida.—Pensé que estaba resolviendo un puzle —contesté apaciguando mi

respiración—,cuandosejugabaunapartidadeajedrez.Ellamostrósusdientes.—Túsiempretanafiladoconesalengua—dijoymiróalaluna—.Comoves,

nuestroscaminosseunen,queramosono.—Hastaqueunodelosdoslossepara…—contestéhaciendoreferenciaa la

noche que me abandonó, dejándome a la suerte en aquella cama junto a lospolicías—.Esachicadeantes…Dimequefueunacasualidad.—Siesloquequieresescuchar,notengoproblema.Vi cómo los edificios se desplomaban sobre mi cabeza. Una trampa, un

malditolaberintoderoedores.Esoesloquehabíasidoelviajedurantetodamiestancia.Yojugándomelavida,creyendoquelohacía,mientrasellamovíaloshilos,desdeloalto,comosituvieraunamaquetadecartónapequeñaescalade

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laciudadyyofueraunodesusratones.—¿Tuviste algo que ver con la muerte deWhite?—Pregunté temeroso de

conocer la verdad. Si ella estaba relacionada con el crimen, todomi esfuerzohabríasidoenvano—.Dimequeesoformapartedeotrahistoria…—Moreau tenía razón cuando me dijo que eras un terco y que no pararías

hasta que te clavaran una estaca en el pecho…—explicó la mujer con vozpausada—.Peroeraalgoqueyoyasabía.—¿PorquéWhite?—Creo que te echaron demasiada escopolamina—explicó Eme—. Les dije

quenoabusaran.—¿Escopolamina?—En España lo conocéis como ‘burundanga’—prosiguió. La ‘burundanga’

erauna sustanciausadapara secuestros, robosyviolaciones, donde la víctimaingeríaelnarcóticoyolvidabatodolosucedidoaldíasiguiente—.Esciertoqueexisten hombres y hombres… En tu caso, no se te puede comparar con elaguantedeWhite.—¿Medrogaste?—Tenía que protegerte, Gabriel —dijo ella con voz maternal—. De lo

contrario,lohubiesesarruinadotodo.—¿Quéestápasando,Eme?Ella soltó una ligera risita. Los esbirros se mantenían con el semblante

congelado.—Jean-LucMoreaunoeselescritorquetodoscreéisquees—aclarógirando

laspiernashaciamí—.Ahídonde loves, con sus trajesde sastrey el cabelloondulado, Moreau es un traficante de información que ha servido a lainteligencia francesa, inglesa y alemana durantemuchos años, actuando comoespíayusandosuimagenpúblicadeescritorcomotapadera.—Noséporqué,perotodoencaja.—El certamen no es más que un evento accidental que Moreau estaba

dispuesto a aprovechar para dinamitar al gobierno portugués—continuó, hizounapausay seajustó lapartebajadelvestido—.El francés tieneen supoderunosdocumentosquepuedenponerenjaquealpaís,devolverloaotracrisis,nosólo económica, y hacer temblar los cimientos de Europa… Por supuesto,beneficiandodenuevoaFrancia.—White lo sabía—intervine—.Sabíaque estaba amañadoyque él sería el

ganador.Poresolomató.—Noexactamente…—rectificóEme—.TantotúcomoMoreauhabéisestado

bajovigilanciadesdequepisasteissueloportugués…Él,porlasrazonesquetehedicho,ytú,paraevitardesencuentros…Alparecer,elfrancéstevioconcara

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denovicioenestosasuntosylecaísteengracia…Yasabes,Gabriel,túirradiassimpatía…Reconozcoque fueuna jugada inteligente,pero fácilde resolver…hastaqueseentrometióesepálidoinglés.—Ynosdrogasteis.—Mis hombres no tuvieron opción—justificó segura de sus palabras y sin

remordimientos—. Habíais bebido más de la cuenta, pero mis empleados nopodíanpermitirseellujodequerecordaraissuscaras.Osinvitaronaunacopa,aceptasteis y nos llevamos aMoreau…Por desgracia, al contrario que a ti, ladosisnofuesuficienteparaeseinglés.—Poresolomatasteis.—¿Quéesperabas?—Nada, la verdad—dije desanimado.No le pregunté por el hombre al que

socorrí,nilosdosquemepatearoneltrasero.Ellaloteníatodobajocontrol.Erasuestiloyyosujuguete—.¿QuépasaconMoreauahora?—Eso no es asunto tuyo, Gabriel —respondió molesta—. Como

comprenderás, ahora que conoces la verdad, nopuedopermitir que regreses yentorpezcasmásmisplanes.Lasalivaespesanobajabapormigarganta.—Nomemates,Eme—pedíasustadoymeagarréalatapiceríadelvehículo

—.Prometodejartetranquila.Ellamemiró,seacercóysentísuperfume.Despuésmeacaricióelrostrocon

cariñoymebesóenloslabioscondelicadeza,esoscarnososlabiosqueparecíandosesponjascelestiales.—Espero que a tu novia no le importe—susurró con la palma de lamano

todavíaenmirostro—.Tedevolverédeunapieza,teloprometo.Despuésseapartóyelvehículosedetuvo.Alguienabriólapuertadesulado.

Intenté empujar la mía, pero estaba bloqueada. Eme salió al exterior y unhombreleofrecióelabrigo.Nosabíadóndeestábamos,peronoimportó.Apenaspudeverellugar.Unhombresubióalcoche.Parecíanclones.Nosmiramosysuexpresiónnoeramuyamigable.—He perdido con el cambio—bromeé, pero no causó ningún efecto en su

estadodeánimo—.¿Adóndevamos?—Prontoloverás.Tomamos una cuesta en plena noche. Los edificios eran antiguos y apenas

transitabagenteporlacalle.Eraunazonadesconocidaquesealejabadelcentrodelaciudad.Nosabríacómoregresar,peroquémásdabaeso,esperabaelpeordelosfinales.AhoraqueconocíaloquesecocíaentreMoreauyelcertamen,mivida corría auténtico peligro.Sinmóvil, incomunicadoy condosmujeres quedesconfiabandemí.Bravo,mehabíaganadoelpanesefindesemana.Llegamos

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auncallejónhechodeadoquinesyviunacallejuelasimilaraladelrestauranteenelquehabíamoscenado.—Baja—ordenóeltipoapuntándomeconunapistolanegra.Nomeresistí.Acompañadodetreshombres,entréporunviejoportalysubílasescalerasde

unedificioque se caía apedazos.Finalmente, llegamosa la cuartaplanta conesfuerzo.Medolía todo, apenas lograba caminar yme faltaba el aire.Miré elreloj,eranlastresdelamañana.Mequedabandocehorasparallegaralaentregade premios y salvar a Moreau o, por lo menos, salvarme a mí. Era unapartamentooscuroypequeño.Habíaunpasillo,dosdormitoriosyunasaladeestar.Olíaacebollahervidaylasparedesteníanuncoloramarillentoporelpasodel tiempo. También había algunos cuadros de imitación colgados por lasparedesparataparlosagujerosdelaluz.Entendíqueeraunpisofranco,unodeesoslugarescompradosparaescondersesinllamarlaatención,enlosquemetenarehenesycargamentosdedroga.Allílotendríacomplicadoparaescaparmeynomegustabalaideadeesperarhastaquetodohubieseacabadoparasalirconvida.LoshombresdeEmemeobligaronacaminarhastauncuartodelpasillo.—Entra—dijoelmismoquemehabíaordenadoquebajaradelcoche.Elarma

seguíaapuntandohaciamí.Dudésiseríacapazdedispararmeaunque,viniendodeEme,podíasucedercualquiercosa.Giréelpomodelapuertaycomprobéqueteníaunacerraduraenél.—Necesito ir al baño antes—dije antes de entrar—.He bebido demasiado

estanoche.Elesbirrochasqueólalenguaydespuéssoltóairecomountubodeescape.—Estábien, camina—ordenóymedesplacéunosmetroshastaotra puerta.

Entréenelbañoyviunaventanaquedabaaunpatiocuadradoysucioconropacolgada en él.Almirar, la altura de las cuatro plantasme produjo un vértigohorroroso y me aparté. No obstante, era mi única salida, aunque, en caso desaltar, no llegaría entero al suelo. Hice mis necesidades y tiré de la cisternacuandoescuchéalgo.—Qui est-ce?—Dijo una voz en francés, pero no entendí bien. Parecía una

niña—.Salut?Aquello fue de lo más misterioso. Los nudillos del hombre golpearon la

puerta.—Sí,yava,joder…A la salida, encontré al tipo haciendo guardia.Después abrí la puerta de la

habitación que me habían asignado y pasé. Había un colchón viejo y unapequeñaventanaquedabatambiénalpatio.Estabaoscuroynoentrabaapenasluz.Probéaencenderelinterruptor,perotampocofuncionaba.Eloloracebollahabíainundadoelcuarto,asíquemequitéloszapatosymeacurruquésobreel

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colchón.PenséenRojoyenSoledad,comosiunúltimo intento telepáticomefueseasalvar.Dicenqueelcerebrofuncionacomounaantenaquesecomunicaconotros sereshermanos.Alguiendebió robarme lamía.Después recé loquesupe y tirité a causa del frío que entraba por la rendija. Tenía un aspectodeplorable. Si Soledad me hubiese visto así, se habría puesto muy triste. Sinduda,medijeamímismoque,silograbasalirdeaquella,noregresaríajamásaLisboa.

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CAPÍTULO15

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Despertéacurrucadoyvestido.NomehabíadadocuentadecuándohabíacaídoenlasredesdeMorfeo.Meardíalacabeza,comolaplanchadeunrestaurantedecomida rápida. Tenía la garganta seca y las dolencias musculares se habíanamplificadoenmitorso.Quisequedarmeallíparasiempreymorirlentamente.Esa maldita sensación del día siguiente, cuando nos negamos a abandonar,pidiendounosminutosmásdeclemencia,peronopodía,nodebíaseguirallí.Nohabía tiempo para los lloriqueos de mi yo más quejica. Me incorporé concuidadodeno sufrir demasiadoy caminéhasta laventana.Despuéshiceunosestiramientosparaquecircularalasangre.Mecostabasudoryesfuerzoactivarmi cuerpo, pero tenía que estar preparado si iba a salir corriendo en algúnmomento.Mirépor lacristaleraycomprobéquepodíaalcanzar laventanadelcuartodebaño.Volvíamirarhaciaabajo,estavezsinmareos.Cuatropisoseraunaalturarespetableparapensárselodosveces.Podíadeshacermedelmatónquevigilabamipuerta, suponiendoque seguía ahí,pero teníaque llevarlohasta laventana,yesoeramáscomplicadodebidoasucorpulencia.Busquéunasegundaalternativa.Hubiesematadoporuncafébienfuerteyuncigarrillo,sí,aunquelohubiese dejado. Supongo que existen ciertas cosas que, por mucho que seintenten cambiar, son intrínsecas a las personas. La segunda opción era fingirque necesitaba ir al baño. Era la hora adecuada. Desde allí, debía ser rápido,regresar a mi habitación y sorprender al tipo. Si salía mal o me demoraba,terminaríacondosbalasdeplomoenelestómago.Por último, recordé la voz que me había hablado desde el otro cuarto.

Reflexionandosobreello,esefinohilosonoroeralavozdeunaniñafrancófona.TodoapuntabaaMoreau.Noteníasentidoocultaraunapequeñafrancesaenunapartamento, no, siempre y cuando, tu padre no se dedicara a traficar consecretosdeEstado.Si ella era la hijadeMoreau,Emehabía sabidomuybiencómo agarrarle de las alas al francés. Empero, su presencia en la casacomplicaba la situación:nome ibaa largardejandoauna inocentecriaturaenmanosdeesossicarios.Por unmomento, imaginé qué habría hechoRojo en una situación así, y la

conclusiónnomeayudó:élsehabríaenfrentadodecarayamamporrosconesagente. Por desgracia, una opción que ya había descartado. Después pensé enSoledad,quenoeratanviolentacomoRojo,perosímásestratega.Volvíamirarhaciaelpatiodeluces,peronoencontréunarazóncontundenteparasaltardesdelo alto.Ni rebotando contra los tenderetes de ropa,me salvaría de una fuertecaída.Elresplandordelamanecerentrabaporlapartesuperior,loquemeobligóalevantarlavistaymiraralcielo.Allíencontréunaescaleradeemergenciasquellevaba al tejado. En realidad, era un viejo hierro con forma de peldaños quealguienhabría instaladoen sudíaparaproteger las tejas rojasde sudeterioro.

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Miréfijamenteentornandolosojosylaseguridadquemeprodujofuenula.Lapared agrietada y el hierro oxidado no me daban confianza para pensar quesoportaríamipeso.Siqueríaaccederalaescalera,debíasaltardesdeelcuartodebaño.Noexistíaotravía.Silohacíadesdemicristalera,nollegabaconelsalto.Respiréhondoycomprobédenuevoelpatio,laventanaylaescaleracorroída

porelóxido.Eraunplanarriesgadoymuyaventurado,peromiotraopcióneraladequedarmeesperandoaquealguienvinierayesonoibaasuceder.Preparado, di dos pasos hasta la puerta e intenté girar el pomo, todavía

bloqueadoporlacerradura.Despuésgolpeélamadera.Toc,toc.Escuchécómoalguiensedespertaba.Emeteníaquepagarbien.Esetipohabía

dormidoenelpasillo.—¿Quéquieres?—Preguntómolestoyconvozronca.—Necesitoiralbaño.—¿Nopuedesesperar?—Mevoyamearencimasilohago.—Joder…—gruñó,sacólallaveylaintrodujoenlacerradura.Seescuchóunligerochasquido.Lafiestaacababadeempezar.

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Adormilado,memiróde reojoyabrió lapuertadelcuartodebaño.Preparadoparaentrar,meagarródelhombroyhundiósurígidopulgarenmiclavícula.—¡Eh!—Bramóronco—.Notardes.Crucéelumbralycerré.Nohabíapestillo,porloqueeseanimalpodíaentrar

encualquiermomento.Abríelgrifodellavaboytoquélaparedconlosnudillos.Nadierespondió.—¿Hola? —Susurré en español con el ruido del agua cayendo. Volví a

golpear.Escuchéunospiesmoverse—.¿Estásahí?—Salut?—Dijolaniña—.Quiest-ce?Aidez!Aidez!Yonoteníanilamásmínimaideadehablarenfrancés,peroentendíquepedía

quelasocorrieran.—¿Cómotellamas?Lavozsecallóporunossegundos.—ColetteMoreau—dijoconunsuavetonoangelical—.Ettoi?—JesuisGabriel…—respondídiciendotodoloquesabía.—Quiestu,Gabriel?Mearrepentídenohaberseleccionadofrancéscomooptativaenlaescuela.—Notemuevas,Colette…¿Vale?—Dijealazulejoblanco,conesperanzade

que lacriaturameentendiera.Unareacciónquehabíavistoamenudo,cuandolosespañolesgritabanalosturistascreyendoqueasílesibanaentendermejor.Siempreme había preguntado en qué idioma se le habla a alguien cuando nocompartesunalengua.Yallíobtuvelarespuesta.Resultóesclarecedor…Eneltuyo,elúnicoqueconoces—.Volverépronto,tesacarédeahí,teloprometo…Laniñarepetíapalabrasenfrancésconlaalegríadeunruiseñor.Eltiempose

agotaba,asíqueabrí laventanayavisté laescalera.Elvacío imponía,peroyahabíaperdidodemasiadasoportunidades.Loquehubieraalotroladodeltejado,eraotrocantar.Pulséelbotónde la cisterna fingiendoquehaberlausadoyabrí elmarco la

ventana.Mepuseenpiesobreelalféizarysentíunapérdidadeequilibrio.Loodiaba, seme daban fatal las alturas. En un primer intento, quise saltar, perogolpeéelcristalsinquererylamaderadelaventana,abiertadeparenpar,chocócontralaesquinadelcristal.Provoquéunfuerteestruendoyalarméalgorilaqueaguardabaalotrolado.Sinmediarpalabra,abriódegolpeymeencontrósubidoalbordillo.Lovitancerca,quenoreflexioné.Cuandointentóabalanzarsesobremíparaagarrarmeporlaspiernas,saltécontralapared,sinpensarenelagujeroymeagarréaunodeloshierrosquefuncionabancomopeldaños.Lasmanosmeardieronychoquécontraunareja.Eltipo,confundido,buscósupistola,perolahabíadejadoenotrahabitación.—¡Vuelve!—Gritófurioso—.¡Vuelve!

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Suslargosdedosestabanaunmetrodemicuerpo.Alcancéotropeldañoymesubíapulso.Porunmomento,creíquemisbrazosestabanapuntoderompersemientrasmecolgaba.Finalmente,alcancévariospeldañosypudeapoyarelpieenunodeellos.Almirar atrás, el hombrehabíadesaparecido,probablemente,pararegresarybajarmeatiros.Mediprisa,todalaquepudeylleguéauntejadodepizarrarojaconformadecanaleta.Eledificiohacíaparedconla terrazadeotro bloque, un poco más moderno aunque también deteriorado. Caminé conmiramientosdenoabrirunagujeroycaerporél.Eldíaamanecíacon fuerza,podíaverelsolalolejos,tambiénlaciudadyelríoTajo,asíquecomprendíqueestaba en la parte alta deLisboa.Confiado por creer haber dejado atrás a esabestiaingrata,calculémispasoscomoIndianaJones.Peronotodoibaaseruncamino de rosas, nunca lo era. Dicen que las victorias saben mejor consufrimientodetrás,peroyohubiesepreferidodisfrutarlaconunacopadevinoenlamano. Junto amis pasos, escuché los suyos. El esbirro, vestido de camisaoscuraypantalonesdetraje,searrastrabaporeltejadoconunarmaenlamano.Loquenoentendíeracómolapareddelpatiohabíaaguantadoelsaltodeesemorlaco.Escuché susgruñidosymeconcentréenalcanzar la azoteacontigua.Despertarleantesdelamanecer,nolehabíasentadobien.Lapendientedeltejadoimpedía que caminara más rápido. De repente, una ráfaga acarició mi orejaderecha.Seescuchóundisparoyelimpactofallócontraunadelastejas.Apretélaspiernasycaminéhastalaterraza.Yahabíavividounasituaciónasíantes.Elresultado, desastroso. Giré la cabeza. El hombre me seguía lento peroconvencido.Siteníalicenciaparamatar,significabaqueEmemehabíavueltoamentir de nuevo, una de las razones por las que jamás creía en las segundasoportunidadesdelavidacuandosereferíaaella.Alguien había dejado la puerta que comunicaba el terrado con el edificio.

Corríporunaescaleradecaracolcuadrangularalritmodecorazón,sufriendounfuertedolorenlascostillasconcadapasoquedaba.Eltaconeodeloszapatosdeesetipomeperseguíacomounfantasmaenlaoscuridad.Respirarsevolvíamásdifícil. Temí queme alcanzara antes de lo imprevisto, pues yo tampoco teníafuerzasparaseguircorriendoaeseritmo.Cuandolleguéalaentradadelbloque,salíalexterior.Lacalleestabatranquila

yelsolyaalumbrabalasfachadas.Eraunavíaestrecha,concochesaparcadosycontenedoresdebasura.Unhombresubidoenunamotocicletadestartalada,defabricación italiana y color verde, paró frente a la entrada del edificio deviviendas.Eltenderodelatiendadecomestiblescargabaconunacajadecoles.Unamujerintrigadapormipresenciapaseabaconsuperro.Variosportalesatrás,unBMWantiguodecolor rojoarrancóelmotoryde la tiendadecomestiblesaparecióunhombrealtoyconbigote.

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Teníarazónesachicaescandinava.Algunascasualidadesnoexistían,sinoqueeranpartedeunguiónpensadopor

otros.

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CAPÍTULO16

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Las pisadas se detuvieron a unos metros de mi posición. El corazón dejó depalpitar.Mifrentecaliente,comounprocesador informáticorevolucionado.Oíelsoplidodesuexhalación,elrumorde lafatiga.Estavez,nohabíasalida,nicalles por las que correr, ni rincones en los que esconderme.Me había creídomáslistoqueella,másperspicazqueesapandadematonesasueldo.ElhombredelbigotememiróconganasdehacermelomismoquehabríahechoaWhite.Calculélasdistancias,contélossegundos.Notuvemásremedio.Empujéaesehombre desconocido que estacionaba su Vespa de color verde militar con elmotor aún encendido. Sintiéndolo lo justo, salté sobre él y lo tiré al suelo.Sobrecogido,cayóenelasfaltojuntoalamoto.Nadielovioveniryelaccidentegeneró unmomento de confusión. Entre gruñidos e insultos en portugués, loshombresdeEmeseecharonatrás.Podíacorrer,peromealcanzarían.Levantélamoto por el manillar. Batallé contra los intentos de su dueño por evitar ladebacle.Memonté sobre el sillín, apreté el puño yme deshice de él con unacelerón. No calculé, me dejé llevar por el instinto de supervivencia. Con elcorazónencogido,laaceleradameimpulsócomouncohetehastaelfinaldelacalle, sintiendo un cosquilleo en la parte interior de las nalgas. El motor delBMWrojorugióytomóvelocidadenlamismadirección.Ibadirectoamiruedatrasera para arrollarme, así que apuré almáximo elmotor y escuché cómo lamotocicleta zumbó como un insecto a punto de inmolarse. En lo alto de lacuesta, me incorporé a una avenida de dos direcciones que terminaba en unaplazadondehabíaunaestatuadelMarquésdePombal.Frutodelaimprovisaciónyde la suerteque solía acompañarme, la avenidaestabaatestadadevehículosque formabanuna largacola.El tráficode lamañana,esoera loqueme ibaasalvar de aquellos secuaces de Eme. Ingeniándomelas parameterme entre loscoches,saquéunlargotramodedistanciaalvehículoquemeperseguía.Estabatan espantado que no planeé mirar atrás. Cuando lo hice, el coche habíadesaparecido. Tenía que darme más prisa, no les daría esquinazo por muchotiempo.Sin sabermuybiendóndemeencontraba, busqué las indicaciones sinéxito.Al llegar a la entrada de la glorieta, encontré algomuy extraño: varioscarriles que cruzaban la rotonda por el interior y otros que la bordeaban.Miintencióneradirigirmehaciaelmar.Unavezallí,daríaconalgunalocalizaciónconocida. La praça do Marquês de Pombal era espléndida y bonita, con unaestatua gigante en el centro y palmeras alrededor de ésta.Disparado, crucé laplazaenesadestartaladavespaytomélaavenidadaLiberdade,otragranvíadediez carriles llenos de coches y cubierta de una verde arbolada, donde lasgrandesmarcasyloshotelesmáscarosocupabanlasacerascolmandolaavenidade lujoyestrellas.Porunmomento,disfrutédelpaisaje,conel soldecara,elruidodeltubodeescapeyvestidoconuntrajebonitoaunquedestartalado.Allí,

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bajolasramasdelosárbolesyeltráficodelamañanaportuguesa,medicuentadequeyoeraeso,unfugitivo,alguienquenuncacesabadecorrer.Durantemivida, había pasado tanto tiempo huyendo de mis responsabilidades, delcompromiso,demispropiasconsecuenciasque,tardeotemprano,eraprevisibleque terminarasumidoenproblemaspara justificarsuausencia.Lavidapasabaentre algodones y lo que todos anhelaban en mi éxito, yo no hacía más quedespreciarlo.Nomegustabanlasreuniones,niloscafésliterarios.Tampocomegustabahablardeliteraturaacadahora.Laprensa,losmedios,ellosmehabíanconvertidoenunacaricaturaalejadadeloqueyoera.Demí,habíanformadounpersonaje a sumedida que, como el tropel de escritores que se había reunidoparaelcertamen,habíaterminadocreyéndome.Eranlosmomentoscomoaquel,enlosquemesentíacompletamenteintegradoconmicuerpo;momentos,comomuchosotrosanteriores,queterminaríansilenciadosoenunanoveladeficción.Allí,entrelosneumáticosdeloscoches,descubríque,sinimportarlasvecesquehayamos errado, siempre habrá otra oportunidad para empezar de nuevo, parahacerlascosasbiendesdeelprincipioyrematarlasconesefinalfelizquetodosbuscamosalgunavezdurantenuestraexistencia.Laluzsepusoenverde,seguíeltrayectoyviporelespejoretrovisorcómoel

coche rojo de esos esbirros se incorporaba al carril. Cargado de coraje, hiceeslalonentrelosvehículos.Elmotordelcochealemánrugíaconloscambiosdemarcha.Estabanmuycercaylosotrosconductorestocabanelclaxon.Entonces,frente amis ojos, vi la columna alargada de la praça dosRestauradores en elcentrode lavía.Laagujadelcuentakilómetrosmarcaba lossetentaporhorayme costabamantener la estabilidad del manillar. Como un perdigón, crucé laplazayllamélaatencióndeuncochepatrullaquenotardóenencenderlasirena.Tras demí, el coche rojo embistió la rueda trasera de lamotocicleta. Perdí elcontrol, el equilibrio y vi pasarmi vida a cámara lenta. Había oído en tantasocasiones aquello, que nunca me lo llegué a creer. Sin embargo, era cierto.Quizá, el segundo y medio más largo e inexacto de mi vida. Vi un paso depeatones,unabocademetroyaunamuchedumbresaliendodeellacomoratasenunincendio.Íbamosdirectoscontralafachadadeunviejoedificioconformadehotel antiguoynohabíamodode frenarnos.Lamoto tumbóhaciaun ladoarrastrándosehastaelescaparatedeunatiendadefotografía.Micuerpovolóycaí sobre el toldo de un restaurante que había junto al establecimiento. Seescuchóungranestruendodecristalesymesasdealuminio.Laspersonasquedesayunaban en el restaurante corrían despavoridas. Un segundo después, elvehículoseempotrabacontraelmurodelaestacióndemetroyvolcabadellenocontraelasfalto.Antesdequelapolicíallegara,comprobémispiernas.Todavíafuncionaban.Teníaunpequeñorotoenelpantalóndeltraje,peroesoeratodo,

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sin olvidar las dolencias del día anterior, detalle que la adrenalina se habíaencargadodeborrardemisistemanervioso.Entregritosyconfusión,salídeallípor mi propio pie mientras algunos me miraban atónitos por desconocer quéocurría. Vi el coche bocabajo y a otros automóviles detenidos alrededor.Quedarmeallínome interesaba.Enesaocasión,nome importabaserelactorsecundario. Tomé las escaleras del metro y me perdí en el anonimatosubterráneo.

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Detodoslosviajeros,noeraelquepeoribavestido,aunquesíelquetransmitíaunanotable lástima.Elmetro llegó, abrió laspuertasyme subí enunode losvagones.Rodeadodedesconocidos,pusemimanosobreunabarradehierroparaevitar la caída por el arrastre.Algunas personasmemiraban extrañadas, otrasdirectamentemeignoraban.Lasmujerescontemplabanmipresenciaconascoy,hastaalgunas,parecíantemerme.Laotracaradelamoneda.Siemprejuzgamossinponernosenel lugarde laotrapersona,nisiquieracuestionarunporqué.Porelmodoenelquemejuzgaban,podíanpensarencualquierdesgraciamenosenlaquerealmentehabíasucedido.Demasiadashorassindormir,sincomernibeber, demasiadas horas sin descansar bajo los brazos de Soledad. Un fin desemana trágico que todavía no había terminado. Vi mi reflejo en uno de loscristales:labarbamehabíacrecidoyteníaelcabellodespeinado.Consombrasenlosojosyelaspectodealguienquehapasadolanocheenuncalabozo,noerade extrañar que la genteme repeliera. Seguir en pie, ya era bastante. Lo quehabíacomenzadocomounmisteriososucesodeunanoche,sehabíaconvertidoenunacruzadapersonal.Teníalosmotivossuficientes,aunque,parasersincero,lo único que me importaba era esa niña. Algo se incendió en mi estómagocuandorecordésuvoz.Eraestremecedora.Eltonodelainocenciaaldesconocerquéestásucediendo.Desconocíacómoalgotangraveafectaríaparasiempreensu futuro. Puede que Moreau fuese más que un escritor, y que Eme tuvierarazonessuficientesparahacerlechantaje.Porelcontrario,noerajustoqueunaniñapagaralasfacturasdesupadre.Demasiadosjuguetesrotoshabíadanzandopor las calles. Personas destruidas por decisiones desafortunadas en el ámbitofamiliar.Losadultos tratábamosconaltiveza losmáspequeños.Olvidábamosqueteníamosmásdeellos,deloqueellosjamástendríandenosotros.Malditasea,unaniña,medijesinsabermuybienencómosolucionartodoese

asunto. Un fuerte dolor de cabeza, producto de golpe y el desconcierto, meimpedíapensarconlucidez.Diunvistazoporelvagónparacerciorarmedequenadiemeseguía.Unhombrenegrovestidodetrajemediounvistazo.Temíquefuera uno de los súbditos de Eme, pero me relajé tan pronto como retiró elcontactovisual.Comprobéelrelojyobservéqueeranlasnuevedelamañana.Seishorasparaelfinaldeunapelículaquesehacíainaguantable.

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CAPÍTULO17

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Me apeé en la siguiente parada con el fin de no llamar la atención de losviajeros.Enesosmomentos,decenasdepolicíasestaríanbuscandoaunhombreconmi rostropor toda la ciudad.Meacordédeesosverdugos,de si seguiríanconvidatraselaccidente.Probablementesí,porquelamalahierbanuncamoríayellostampoco.Altomarlasalidaquemellevabaalexterior,avistélafamosaestatuadePessoa,allí,sentado,juntoalcaféque,paravariar,seguíaabarrotadodeturistas.Mehubiesegustadoconoceralportugués,enotrostiempos,enunascircunstancias distintas. El olor a cafetera y desayuno caliente me abrió elapetito,asíquemedesplacéhastalaruaAugustaparahacerunaparadaenunadeesasconfiteríastanacogedorasybiencuidadasenlasquepodíadisfrutardeunexpresoyunpasteldenata concanela.Yasíhice,bajo lavigilanciade laencargada del local, disfruté de un desayuno rápido aunque placentero en elinteriordeunadelascafeteríasquedabanalinteriordelapeatonal.Debíatomarfuerzas antes de enfrentarme a lo que estaba a punto de suceder.Elmonstruofinal. Un psicólogo lo hubiese llamado afrontar la realidad. Concebí diversosescenarios, uno posible para cada situación. Intuí cómo sería la reacción delfrancés cuando le dijera que había encontrado a su hija. ¿Sería capaz deentregarseaEme?Tuvemisdudas.DespuésdirigímispensamientoshaciaRojoySoledad.Elprimero,tambiénsabíaaloquevenía.FuiunimbécilaldesatenderlaspalabrasdeSolcuandocomentólaaparicióndeloficial.Comosiempre,Rojohabíahechosusdeberesynomehabíainformadodeello.ÉlyEmeenlamismaciudad.Elcoyotepersiguiendoalcorrecaminos.Mehabíacomportadocomouncretino. Luego razoné que debía contarle la verdad a Soledad, toda la verdad.Tarde o temprano se enteraría.No hacerlo, ponía en peligro su vida, y lamíatambién.Porelcontrario,temíaquenoselotomaratanbiencomoyoesperaba.Quizáesperarademasiado.Fuerecomofuere,debíamosvolveraeseedificioantesdequeloshombresde

Eme regresaran y se llevaran a la niña. No podía malgastar más tiempo.Necesitaba laayudade los tres,algode loquenoestabamuyconvencidoquesucedería.Finalmente, reflexionésobreel restodehechosquehabíansucedidoenlasúltimashoras,sobreSabrinaMoretti,sumaridoyeseinfamedeBarbosa.Elpasodelashorasnogerminóningúnarrepentimientodeloquehiceaunque,paraentonces,yanoteníaganasnifuerzasparapartirle lacaradenuevoaeseidiota.Tansóloesperéquelesiguieradoliendoelgolpe.ConfiabaenSoledad,tanto,queestabasegurodequenohabíahechonadaque

pusieraen riesgonuestra relacióny,de ser así,me importabauncarajoaesasalturas.Medespedídelaseñoradellocalysalíendirecciónalhotel.Agotadoaunque

satisfecho,caminéconsosiegocomoMarcelloMastroiannienSostienePereira,

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dondeelitalianoencarnabaaPereira,unperiodistadecrónicanegradedicadoalrecuerdodesumujeryalaliteratura.Elprincipioyelfinaldemisdías,comoenelfilme,pasabanporesearcohistórico.Atravesélaconstrucciónyvolvíaverconbrillolostranvíasamarillosquese

deteníanenlapraçadeLuísCamões.Undíamásenlaciudadparamuchos,conlos vendedores de hachís asaltando a los turistas masculinos y los carteristasbuscandoenbolsosajenos.Undíamásenlacapitallusa,dondeunoveíahastadondelavistalepermitía.Enlaentradadelhotel,notéunalborotoprocedentedelsalónprincipal.Puede

queestuvieranrelacionadosconlospreparativos.Enloqueamíserefería,meimportabauncomino.Meacerquéconcalmaalarecepciónyalarguéelbrazo.—Señorita…—dijechasqueandolosdedos.Larecepcionistanoteníaelrostro

simpáticodelachicaconlaquehabíahabladoantes.Llevabaelcabelloteñidode rubio.Volví a chasquear los dedos.Mimadre siempremehabía dicho queaqueleraungestodemalaeducación,peronoconocíaotromenosvulgarparallamarlaatencióndelarecepcionista—.Señorita…—Unmomento señor—respondió en español—.Por favor, respete el turno

comoelresto.—Pero yo no necesito hacer cola —respondí. Ella me miró odiosa. Mis

apariencias no ayudaban—. Soy huésped del hotel… Maldita sea, ¿cuántosrecepcionistastrabajanaquí?—Espere un instante y le atenderé —contestó y regresó a sus papeles.

Indeciso,meacerquéalamesaechandoaunladoaunaparejadejubiladosqueesperaba.—Escuche, no puedo perder más tiempo…—dije con las manos sobre la

madera—.NecesitohablarconelseñorMoreau…EsunacuestióndeEstado.Ellavolvióalevantarlosojos.Laparejadepensionistascomentaronalgoen

inglésentreellos.—Sies tan importante—dijoelhombre,canosoycon lapapadaestirada—,

podemosesperar,nosepreocupe.Laempleadasuspiróhastiadapormiinsolencia.Descolgóelteléfonoymeacechó.—Unmomento—recapacitóconfundida—.¿Quiénhadichoqueesusted?—Noselohedicho,perosoyGabrielCaballero.—¿Tienealgunaidentificación?—¿Será posible? ¡Abra el periódico!—Exclamé ofendido—. No, no tengo

nada…Melohanrobadotodo.—Ya veo… —comentó desconfiada—. ¿Número de habitación? ¿Tiene

acompañante?

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—Norecuerdoelnúmerotampoco,Diosmío…—lamentéconlamanoenlafrenteymiréhaciaarriba—.¿Esquemelovaaponermásdifícil?Porelpasillo,viunasiluetaquesedetuvoperplejaantemí.—¿Tú?—Preguntó desafiante. EraMoreau señalándome con el mentón en

mediodelsalón—.Teparecerábonito,aparecerdeesaguinda…—Necesitohablarcontigo.—Pues yo no—dijo y se puso un cigarrillo en la boca dispuesto a salir al

exterior—.Hoymeesperaundíamuylargo.—Sé lode tuhija—señaléy sedetuvoporun instante.Meacerquéa él—.

Colette.Dejéalarecepcionistaycaminéhaciaelfrancés.Losorificiosdesunarizse

abrieron.Ellabioinferiorleestiróelbigote.—No sé de qué estás hablando, Caballero —comentó mirándome con

desprecio—.Anda,dateunaducha,queapestasdelolindo.—Lo sé todo, Jean-Luc—insistí agitado—.Sé lo que pasó la otra noche…

Ahora,losétodo.Ememelohacontado.—¿Eme?—Preguntódesconcertado—.Terefieresa…—También sé quién eres y a qué te dedicas—continué y su expresión se

arrugaba.Porunavez,poníaatenciónaloquedecía—.Sédóndeestátuhijaycómosacarlaantesdequeselallevenaotrolugar.—Pero,unmomento…—Tansólo,reúneteconella—sugeríconvincente—.Entrégalelospapelesy

yomeencargarédesalvaratuhija.—¿Estásmaldelaazotea?—Preguntóencrespado—.¡Niloco!—Es tuhija, pedazodemierda…—dije apretando lamandíbula—.Dejade

mirarte el ombligo por un segundo… Esa niña está encerrada en un viejoapartamentocondoshombresarmados.Lopeordetodoesquepreguntaporsupadre.LaspupilasdeMoreausedilataron.Laniñanohabíamencionadoalescritor,

perobuscabaromperelescudodelfrancés.—¿Hashabladoconella?—Preguntónervioso—.¿Quéhadicho?—Nosémuchofrancés—expliqué—,peroséqueestáviva,demomento.Moreauseechólamanoalafrenteysemecióelpelo.—Soyunimbécil,¿verdad?—Mepreguntósinesperarunarespuesta—.Sabía

queestoiríademasiadolejos,merde!—Tienesqueentregarlelospapeles—repetídenuevo—.Eslaúnicaformade

quepodamoscogerlosdesprevenidos.—¿Dóndehasestadotodoestetiempo?—Salvandoelmundo,comoloshéroesdeverdad.

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Moreaubajólamanohastaloslabiosycambiósuexpresión.—Nopuedohacereso—respondióconvozseria—.Losiento,peronopuedo

entregarle esos documentos. Son demasiado importantes y me quedaría sinpruebas…Haydemasiadasvidasenjuego,inclusolamía.Observé losojosdel francésyvicómotodasumagiasedesvanecía.Eraun

miserable,nounhéroe,niunaleyenda.Unjodidomiserable.Quienparamuchosrepresentaba el carismade la literatura contemporáneadel sigloquevivíamos,paramínoeramásqueunegopodridoenbuscadeprotagonismo,unmalditoegoístacapazdearriesgar lavidadeunacriaturaporunashorasde televisión.Me hubiese gustado abofetearle allí, pero de nada hubiera servido. El francésolvidabaquesuúnicaresponsabilidadenestemundoeraeldedarleunainfanciafelizaesaniña,unajovenque,desobrevivir,guardaríaunamargorecuerdodesupadreparasiempre.—¡Gabriel!—Escuchédesdeelinteriordelpasillo.EralavozdeRojo.Medi

la vuelta y vi a Soledad a su lado. Parecían preocupados ymolestos. CuandovolvíparacontinuarconMoreau,suspiernaslollevabanalexteriordelhotel.

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CAPÍTULO18

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Desdelahabitacióndelhotelpodíaverdenuevolabahía,aunqueyanoeralomismo.Medi unaduchade agua fríaypreparémi atuendoparticular.Eraunhombredecostumbres:unacamisablancaodecolorazulclaro,vaquerosymiszapatos marrones. Un conjunto clásico, básico y aceptado en la mayoría delugares. Simplificar mi forma de vestir podía resultar monótono para muchaspersonas, pero me ayudaba a evitar qué pensar cada mañana. Para mí, laimportanciaresidíaenlosdetallesynoenlacantidad.Saberelegir,pulirelgustopor las cosas.Lavida erademasiado cortaparabebermalosvinosy seguir elpatróndictaminadoporotros.Encuantoalopersonal,laentregadepremioshabíaquedadoenunsegundo

plano.SalvaraesaniñaydeteneraMoreaueranlasúnicasprioridadesdeldía,siempre y cuando, no cargaran en mi cuenta los gastos causados por losdesperfectos.Primeromecepillélosdientesparaquitarmeelregustoasequedady alcohol que arrastraba.Mi boca parecía la entrada de un túnel.Despuésmeafeité labarbaoscuraycerradaquemehabíacrecidoendíaymedio.Alotroladodelapuerta,RojoySoledadesperabanunaexplicación.Portanto,enlugarde sofocarme por lo que podría venir después, relajé lamente comono habíahechoenlasúltimashorasydisfrutémirándomealespejoenvueltoenunatoallayconelrostrocubiertodeespuma.Quereralapersonaquevescadamañana,unpasovital,sobretodo,siesapersonaerestú.Ymientrastanto,tracéunplan.Lanoticia les sentaría como un duro golpe. El rastro de Rojo se confirmaría,perdería los estribos. Debía mantenerle ocupado y evitar que desaparecieracuandoescucharaelnombredeesamujer.Cualquieraqueconocieraaloficialunpoco,sabíaque,encuantotuvieraoportunidad,seevaporaríacomountrucodemagia. Respecto a Soledad, ella era la más adecuada para pararle los pies aMoreau y someterle a presión. Era una decisión por descarte: conmigo, noaccedería. Con Rojo, sólo terminaría a golpes. Sin embargo, Moreau teníadebilidades, como cualquier otra persona humana, y una de ellas era que leagasajaran.Laadulaciónseguidadeunaseduccióncontroladaeralaúnicaformadedesmontarlo.SiaesolesumábamosqueSoledaderalamujermásbellaqueseacercaríaaél, teníamosganada lapartida.Peroel francésnoeraestúpidoynoshabíavistojuntos.Empezabaahartarmederesolvertodoslosenigmasqueaparecíanenmicamino.Aclarélacuchilladeafeitarenaguatibiayterminélosúltimoscortes.Medi cuentadequeEmeno tardaría enhacerde las suyas encuantoleinformarandequehabíaescapado.Reconozcoquemetraguéamediasla pantomima protectora y, digo amedias, porque intentómatarme dos veces.¿Eraesoloquesellamabaunarelacióndeamoryodio?Abandonéelcuartodebaño,elvapordelaguasalióalaalturademispies.Vi

alosdos,cadaunoapoyadoenunaventana,ensilencio,inquietos.

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—Creo que he vuelto a nacer —dije con el cabello mojado y el torso aldescubierto—.¿Quéesesto,unfuneral?Ambossegiraronycomencéavestirme.—¿Dónde cojones has estado?—PreguntóRojo con voz seria. Las bromas,

mejorparaotromomento—.Empiezaahablar.MiréaSoledadcomouncorderoperdido,perosuexpresióneralamisma.Se

apoyaba con lasmanos en el alféizar de la ventana,muda, a la espera de unaexplicaciónverazycoherente.—No sé por dónde empezar, la verdad…—dije rascándome el mentón—.

Todohapasadomuyrápido.—Empiezaypunto—ordenóSoledad.Elambienteestabatancargadoqueunacerillavolaríaporlosaireselhotel.—Antesdenada,quieroqueescuchéisloquevoyadecirsininterrupciones—

dije mirándolos a los dos—. Por desgracia, mis malos presagios se hancumplido,siendoaúnpeordeloquehabíapronosticado…—¡Déjate de historias, Caballero! —Exclamó Rojo interrumpiendo mi

advertencia—.¡Comienzaahablardeunamalditavez!Respiré profundamente. Rojo estaba furioso. Temía que terminara por

abofetearme.—Estábien…—dijesosegandolaconversaciónycortandolasintroducciones

—,peronoosvaagustarloquetengoquecontar.

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Sin preámbulos y bajo su atentamirada, relaté con detalle, sin distorsionar elrecuerdo, lo que había sucedido tras el mandoble que le había propinado alportugués.Notécierto fastidioenel rostrodeSoledad,peroese imbécilno semereció menos. Recordé la sacudida en la calle, el encuentro con Moreau ymaquillé el reencuentro con la escandinava.Mi intención no era la dementir,puesfuisinceroconesachica,aunquetrabajaraparaEme.Sinembargo,ponerlaen el tablero, sólo habría echado más leña al fuego. Finalmente, con toda laprecisión que albergaba en mi memoria, describí el encuentro con la temibleEme,unaescenaqueprovocómásdeunareacciónenlahabitación.—Detente…—ordenóSoledadazorada.MiróaRojoyéstesevolvióhaciamí

—.Esamujer,Eme…¿Estásdiciendoqueeslapersonaqueestádetrásdetodo?—Enpocaspalabras…sí.—¿De qué os conocéis, Gabriel? —Preguntó frustrada—. ¿Por qué no me

contastelaverdadcuandotepregunté?—Noesalgoquequierarecordar,¿sabes?—Expliquépreocupado—.Ocurrió

haceunosveranos.Esamujermehahechomuchodaño.—Creoquevoyamataraesazorra…—Espera, espera, no tan rápido—intervino Rojo—. Danos más detalles…

Dóndelaviste,quécochellevaba,dóndeestáelpiso…yasabes.—Nolosé,Rojo—respondí—.Sitansólomehubierasdichoporquéestabas

aquí,puedequehubieseprestadomásatención…MiréaSoledadyencontréun‘telodije’escritoensufrente.—Nopodía,Gabriel,entiéndelo…—arguyócomosiemprehacía,conmedias

verdades—.Hubiesepuestoenpeligrovuestraintegridad,ylamía,claro…Elladesconocequeestoyaquí.—Ella tiene a un ejército de matones campando por la ciudad —contesté

enfadado—.¿Noloves?Noeresinmortal,Rojo.—Gracias por recordármelo, imbécil —contestó con sorna y miró hacia la

ventana—.Unavezmás,túytushistorias.Proseguí con la descripción demi encuentro y expliqué lo que, sin todavía

recordar, había sucedido esa nefasta velada por Lisboa. Describí cómo noshabían narcotizado para borrarnos los nuestros recuerdos. Después, el cebo aWhiteyeltrágicofinalqueleesperaba.Soledadsetapólabocaconlosdedos,símbolo de culpa y dolor por no haberme creído en sumomento. Pensándolobien, yo tampoco lo hubiera hecho. Mientras juntaba las palabras para darlecolor a mi testimonio, fui consciente de lo descabellada que era esa historia,propiadepelículadeespías.Nuncaimaginéquerecibirunpremioliterariomefueseacostarlavida.—¿QuépasaconMoreau?—PreguntóSoledadyentendíquelasdisculpasy

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losremordimientosllegaríanmástarde.Estabaconcentrada,noenmí,sinoenelsiguientepaso.Erabuenaconesoderelativizarydejaraunladoelpasado,todolocontrarioqueyo.Ensusojospudenotarquetramabaalgoensecreto.Elplanelaboradoenelcuartodebañoseesfumabacomoelvapordeaguadeladucha—.¿Quéhayenesosdocumentos?—Evidencias que podrían comprometer al Gobierno portugués y a los

dirigentes de supartido—confesé sin sabermuybien si era cierto—.MoreausóloesunmandadodelosquebuscanlafracturadeEuropa.—¿Quésentidotieneentregárselosaesamujer?—Ninguno…—respondí—.Sóloretrasarámáslascosas.Emeserigeporel

poder y el control de todo lo que orbita a su alrededor…Ninguna opción esmejorquelaotra,perosólomepreocupaesaniña.—¿Dequéhablasahora?Y les expliqué cómo conocí a Colette, la hija de Moreau. Mis palabras

reblandecieronlasrígidasposturascorporalesdemiscompañeros.Susmúsculosserelajaron.Ningunacriaturamerecíaalgoasí.—Leprometíaesaniñaquevolveríaaporella—expliquérecordandonuestra

breveconversación—.Sinolohago,noquieropensarenloqueharánconella…—¿Sabríasllegaralpiso?—PreguntóRojo.—Podría intentarlo—respondíyapreté lamandíbula,ungestoque llamó la

atencióndelpolicía.—¿Qué?—Dijointranquilo—.¿Quéhasliadoestavez?—Noseríamuyinteligentedejarmeverporahífuera,enestosmomentos…—

respondícomounniñotrasromperunplato—.Debemosactuarconcautela.—Lamadrequeteparió…—Nonosquedamuchotiempo—interrumpióSoledadantesqueelinspector

terminara—.Si queremos salvar a la niñay evitar queMoreaudé el discurso,tenemosqueelaborarunplanydejarnosdechácharas.—Vaya,laoficialponiendoorden.Soledadmiróalinspectorcondesaire.—Hasta ahora, no has aportado nada—contestó ella. Punto para la oficial.

Rojoguardósilencioyemitióunligerogruñido.Levinobienregresarasusitio—.Serámejorquenospongamosenmarcha,¿entendido?—Sí—respondióaregañadientes—.Muchomejor…Miré el reloj, por enésima vez esa mañana. Parecía no avanzar y no sabía

cómointerpretarlo.Lopeorestabaporllegar:unacuentaatrás,unaniñaraptadayevitarunescándalointernacional.Nosupequiénmeenviabaamíametermeenesosasuntos.Meperjuré,unavezmás,quenovolveríaahacerlo.Entonces,alguiengolpeólapuertaconelpuñoynuestrascabezassevolvieron

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en lamismadirección.Rojohizounaseñaldesilencioconel índiceysacóelarmadesucinto.CuandoviaSoledad,supistolaapuntabaa lapuerta.Menosmalquenoestabandeservicio.Ellameneólacabezaymeordenóqueabriera.—¿Yo?—Preguntésentadosobrelacama.Volvieronagolpearlapuerta.Rojomehundiósuspupilas.—Confía—susurrósindesviar laatencióndelmarcode laentrada—.No te

pasaránada.

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CAPÍTULO19

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Accedí,melevantéycaminéhastalapuerta.Estabanervioso.Sialgosalíamal,fin del juego. Terminaría abatido sobre un charco de sangre. La distancia erademasiado corta para echarme al suelo.En esemomento,me hubiese gustadoquelapuertatuvieraunamirillaparasaberquiénhabíadetrás.Loshotelesnuncapensabanenello.—¿Quiénes?—Preguntéconincertidumbre—.¿Quiénllama?—SoyJean-Luc—dijoelfrancés.Reconocísutono,aunquedesconocíasiiba

onoacompañado—.Abre,estoysolo.—¿Cómoséquepuedoconfiarenti?—¡Abrelamalditapuerta,imbécil!No me gustó su contestación, pero me limité a seguir órdenes. Tiré de la

manivela yme escudé en lamadera.En casode invitados,RojoySoledad seencargaríandeaguarlafiesta.Moreaulevantólasmanossorprendido.—Menudabienvenida—dijoyentrórelajado.Despuéscerrélapuerta—.¿Así

escomorecibísalosinvitadosenEspaña?—Cierra el pico, listillo—contestóRojo—.Gabriel nos lo ha contado todo

sobreti.—Metemoqueno…—negóconunasonrisapícara—.Todono.Lostresmovieronsusojoshaciamí.—¿Serásfulero?—Dijetambiénsorprendido—.¡Osestámintiendo!—Escucha, tonto del haba—dijo Rojo y le apuntó a la cabeza—. No nos

hagasperdereltiempo.Lostiposcomotú,terminanmalconmigo.—He venido buscando paz—contestóMoreau. Su grado de parsimonia era

ejemplar. Estaba seguro de que no era la primera vez que tenía un armaapuntandoasucabeza—.Bajalapistola,porfavor.—Túnomedicesloquetengoquehacer—contestóymiróaSoledad—.Si

queremosevitarquedéeldiscurso,podemosesconderloyasuntozanjado.—Mebuscarán—replicóelfrancés—.Hedejadounaviso.Sinorespondoa

miteléfonocadamediahora,vendránabuscarme.—Entonces,quémedicessiteperforolacabezacomoaunasandía—volvióa

contestar el policía.Moreau no le había caído bien—.Te aseguro que así, nohabrádiscursoalguno.—¿Quieresserunfugitivoelrestodetuvida?—Contestótranquilopróximo

alcañón—.Eso,encasodequesalgasvivo,claro.—¿Estecabróntienerespuestasparatodo?—DijoRojosindesplazarelarma

—.Tevoyacallarlaboca.—Dejaquehable—comentóSoledadysedirigióalfrancés—.Supongoque

habrásvenidoparaalgo.

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—Asíes—continuóelescritor—.CuandomereferíaaqueCaballeronooslohabíacontadotodo,eraporquehayalgoquedebéissaber.—Puedes darte prisa…—dije poniendo atención a sus palabras. Ya nome

fiaba de nadie.Quería saber si era otro farol o realmente hablaba en serio—.Apenastenemosunashoras.—Estábien…—dijoysopló—.Hevenidoporquenecesitovuestraayuda…

Estoydesesperado,quierorecuperaramihija,esloquemásmeimportaenestavida.—Notepongasallorarahoracontantoteatro…—comentóRojo.—Déjalohablar,porfavor—insistí.—Mehabíahechoalaideadequeestabamuerta,quelahabíaperdido—Dijo

justificandosureacción—.Estagentenoseandacontonterías…Sinembargo,hay algoque tenéis que saber para entender por quénopuedo entregarle esosdocumentos…LosinformesqueposeoponenenjaqueaunplanagranescalaquebuscaladesmembracióndelaUniónEuropea…—Pero…—dijeconfundido—.Ememedijomásbienlocontrario…—¿Qué esperabas, lumbrera?—Cuestionó con desprecio—. Tu amiguita te

engañócomoquiso…Nomeextraña…LaestabilidaddeEuropasetambaleayhaydemasiadosinteresesparaquesituaciónseagrave.—¿Quéeres?¿Unespía?—PreguntóSoledad—.¿Paraquiéntrabajas?Moreauserio.—No soy ningún espía, sólo un reportero, un escritor que busca la verdad

ocultadelavida…—aclaróconpasiónsinimpresionarmeenabsoluto.Conocíaya ese discurso, era el mío—. Es cierto que he tenido acceso a informaciónprivilegiada y que he realizado algunos encargos para los servicios deinteligenciafrancesa,peroosjuroquenotrabajoparanadie…Esmideberusaresta oportunidad para llamar la atención del resto de dirigentes antes deldesastre.Suspalabrasmeobligaronarecapacitar.—¿Cómo sabes que vas a ser el premiado? —Interrogué desorientado—.

TodospiensanqueloharíaWhite,deahíapensarqueoslohabríaislimpiado…—Ya te lodije elprimerdía,Caballero—contestó arrogante—.Sihayalgo

indiscutibleesqueminovelaestáporencimade lasvuestras,yno lodigoyosólo…Otroescritorconfaltadeamormaterno.—Estábien,estábien…—respondídejandoaun ladoelasuntodel libro—.

Entonces…SinoquieresentregarlelospapelesaEme…¿Quépropones?—Nolosé…Poresoestoyaquí.—Engañarla—arrancóSoledaddesdeelsilencio—.Tereunirásconella,yote

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acompañaréyfingirésertuasistenta.Rojoserio.—Nihablar—dijenegándomeasupropuesta—.Tereconocerá.—¿Lehashabladodemí?—Preguntódesdeñosa—.Conmásrazón,todavía.—Lo mejor será que vaya él solo —opinó Rojo abriéndose camino en la

conversación—.Yoleacompañaré,paraevitarsorpresas.Me enfrentaba a un conflicto de intereses, siendo el único que se quedaba

fueradelaconvocatoria.SiyoacompañabaaMoreau,nuncaencontraríamosalaniña. Observé al francés. Buscaba una respuesta en el ambiente. Sabía quetramabaalgo,peronoeraelúnico.Exceptoyo,cadaunoyahabíaelaboradoelplan a seguir en función de sus intereses. Temía por Rojo al encontrarse conEme. Sabía de lo que era capaz y podía arruinarlo todo. También temía porSoledadyelenfrentamientodeambas.Movidaporlasemocionesyelposodejusticia que habitaba en ella, haría lo posible por atrapar a esa mujer. Pordesgracia,Emenoeraunamujerpasional,almenos,enelcaraacara.Eraellaquienllegabaatiynoalrevés.SiSoledadacompañabaaMoreau,noseríatanestúpida de poner en riesgo su delicada piel. Y eso era algo que Soledad noestabadispuestaaentenderenesemomento.—Prefieroquemeacompañeél—dijoMoreauseñalandoaRojo—.Noesun

asuntopersonal,deverdad.—¿Creesquepuedeprotegertemejorporqueesunhombre?—Preguntóella.—Enabsoluto—dijoelfrancésymemiróamí—.Perotengolasensaciónde

queélmantienelacabezamástempladaenesteinstante.—Sientodecirtequeteequivocas…—señaléechandoaunladolaspalabras

delfrancés.Suinterésfuesospechoso,peroRojoeraunhuesoduroderoer.—Estoydeacuerdo,sinánimodeofenderte,Soledad—dijoRojoapoyandoal

escritor—.Llevomuchosañosdetrásdeesamujeryséaloquemeenfrento…Noharénadaquepongaenpeligroalaniña.—Ya—contestóSoledadyseformóunsilencioincómodoenlahabitación—.

Estábien,irécontigo,Gabriel.—¿Crees que aparecerá con mi hija? —Preguntó el francés—. Eso lo

cambiaríatodo.—Sitereúnesconellaenunlugarpúblico—contesté—,estoysegurodeque

no lo hará. La conozco, es demasiado arriesgado… Eso nos proporcionaríaventaja y tú tendrías algo en lo que apoyarte cuando te preguntara por lospapeles.—Entonces,¿quésugieres?—Unprimerencuentro—dijesegurodemímismo.Emeeraúnicaylamejor

forma de desmontarla era agotando su paciencia. Odiaba las esperas—.

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Formalizáislacitayllegáisaunacuerdoparaunsegundoencuentro.Comonodisponemosdemuchotiempo,tendráqueserrápido…Mientrastanto,nosotrosesperamosalrededordelacasa…Alguientendráquesacaralaniñaencoche…Ahíaprovecharemosnuestraocasión.—Tú has visto demasiadas películas, Caballero —se entrometió Rojo—.

Déjamedecirte,queesalobanoloharáasí…Nisiquieracuatrocabezaspuedenadivinarloqueestápensando.—Hablaporti—dijoSoledadyelrestolamiramos—.Puedequeosfaltealgo

deempatíaconlasmujeres…Talvezporesonoentendéisnada…Siaccedesaentregarleloquepide,hasperdidolapartidadeentrada…oesoleharáscreer.Sabe que tu hija es más importante, así que cuenta con que harás lo queordene… Limítate a seguir sus órdenes, no llames la atención ni dejes enentredicholoquedigay,porsupuesto,nopermitasquedesconfíedeti…Siellapiensaqueestásdesesperado,bajarálaguardia,aunqueseaporunossegundos…Laseguridaddetenerlotodobajocontrolpuedesernuestravulnerabilidadmásgrande.—¿Sugieres que caigamos en su trampa sin hacer nada? —Preguntó Rojo

ofendido—.¿Yquémás?—Noesunamalaidea…—comentóelfrancés—.¿Túquépiensas,Gabriel?Lostressedirigieronamí.Sentílapresióndequemirespuestadeterminaría

laejecucióndelplan.Noobstante,Soledadteníarazón.Talvezesafueralaclavequenoshabíamantenidoendesventajaconella.Pensarcomohombres,dejarnosllevarpornuestrapropianaturaleza.—Sóloséquehastaelmomento—dijebuscandolaspalabrasadecuadaspara

evitarundisgusto—,esamujersiempresehasalidoconlasuya…Quizáhayallegadoelmomentodeprobaralgodiferente.—Losabía—musitóRojo—.En fin,meda igual…Loque importaaquíes

esaniña.Eloficialsacóelteléfonoyseloofrecióalfrancés.—Llama—ordenó.—No,no…—dijoMoreaunegándoseconlasmanos—.Estonofuncionaasí.

¿Conquiéncreesquetratáis?—Créeme, listillo —contestó el policía—, sé de sobra a quién nos

enfrentamos.—Pues entonces deberías saber también que, llamando desde tu teléfono,

sabráqueestoycontigo—respondióMoreau—.Medieronunterminal,estáenmihabitación.Todaslasllamadasdebohacerlasdesdeahí.—Eslaúnicaformademantenerterastreado—dijoSoledad—.Tienesentido.—Enmarcha,entonces…—dijoRojoguardandosuarma—.Amoverelculo,

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venga…Nosotrosiremosasuhabitación,harálallamadayyoosinformaré.—Puedoirsolo.—No —sentenció el inspector—. Quiero estar delante. A partir de ahora,

haremoslascosasamimanera.—Commetuveux…—respondióel francésyse levantóde lacama.Ambos

salierondelahabitaciónensilencio.Soledadsepusoamiladoymeagarrólamanoconfuerza.

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CAPÍTULO20

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Abandonamos la habitación con la incertidumbre de lo que aconteceríamomentos más tarde. En la entrada principal, Rojo esperaba con Moreau ensilencio. Jamás sabríamos de qué habían hablado durante ese rato a solas.MoreaunomelocontaríayRojoterminaríamintiéndome.—¿Ybien?—Preguntéconunamanoenelbolsilloylaotraenlacintura—.

¿Cuáleselplan?—Metemoquehayuncambiodeplanes…—dijoMoreaudecepcionado—.

Sabequeestoyconvosotros,noshavigiladotodoestetiempo.—Esoesimposible—dijeextrañado—.Nadienoshavistoestamañana.—¿Nadie?—Preguntó el francés y levantó la vista. En la lejanía, la bella

BrunaPereirasemovíaendirecciónopuesta.Habíasidouncompletoidiota.Lamagiaocurríacuandoelespectadordesviabasuatención.Algotanobviocomouna asistenta. Eme se había burlado de nuevo en toda mi cara—. Puede quehoy…Sientodecirosesto,perolomejorseráquevayasolo.—Yuncuerno—dijoRojo—.Sinnuestraayuda,todoacabarámal.—¿Cuáleseltrato?—PreguntóSoledad—.¿Dóndeestánlosdocumentos?Elfrancéssacóunlápizdememoriadigitaldesubolsillo.—Aquí—dijo—.Esodebecreerella…El tratoesqueellosmedemuestran

quemihijaestáviva,yolesentregolamemoriayvosotrososencargáisdequemihijayyosalgamosconvida.—Unplanambicioso—dijoSoledad—,pero…¿Quépasaconesamujer?—Esaeslamejorparte—opinóRojo—.Nirastrodeella.—Teequivocasdenuevo—intervine—.Ellasiempreestápresente.Esparte

de su impronta dejarte la miel en los labios, hacerte creer que tuviste unaoportunidad para cazarla… Quizá… si la cogemos desprevenida, puede quecaigaensupropiatrampa.—¿Nunca os dais por vencidos?—Preguntó el francés fascinado—. Sois la

leche…—Nunca—contestóRojo.—Uno de sus hombres me espera en treinta minutos en la praça Luís de

Camões—explicó el escritor—. No es un lugar muy amplio, aunque sí muytransitado y con un montón de salidas alrededor. Supongo que no quieresorpresas.—Osí—replicóSoledad—.Confusión,turistas,terrazas,gentecaminandoen

distintasdirecciones…—Yaoslohedicho,serámejorquevayasolo.—Yyoyatecontestadoqueno—insistióRojo—.¿Quénoentiendes?Elfrancéssefrotóelrostroconlamano.—Estábien,haced loqueosdé lagana—dijodesistiendo—,peromásvale

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quelocalicéisamihijaencuantoleentregueellápizdememoria…Comosepanqueesunatrampa,nolavolveréaver.—Confíaennosotros—dijeponiendolamanoensuhombro—.Notequeda

otraopción.—Atodoesto…—comentóRojoconincertidumbre—.¿Túquéharáscuando

verifiquensilosdocumentosestánenlamemoria?—¿Yo?—Preguntóysonrió—.Loquemejorséhacer…Desaparecer.Soledad y el francés abandonaron la recepción cuando Rojo me detuvo

poniendosumanoenmipecho.—Caballero…—murmurómirándomecon firmeza—.Hanpasadodos años

desde lamuertedeGutiérrez…Recordarás tanbiencomoyoloqueesamujernoshahecho.—Losé,Rojo.—Puesnointentesdetenerme—dijoconuntonodevozamenazante—,telo

advierto.Noquierohacertedaño.Sus ojos atravesaron mi cabeza como un rayo de luz abrasador. Serias

palabras. Estaba dispuesto a lo que fuera por acabar con Eme. La historia serepetíadenuevo.Talvez,fueselaúltimaparaella.Talvez,no,yfuesenuestroúltimoencuentro.Teníamiedo,laspiernasmetemblabanalcaminar.Eldíaenelquemásdesasosiegoalbergabaenmi interior.Porprimeravez, tenía algoqueperder,ademásdeamímismo.Soledadcaminabaconsusgafasdesolcomolachicanormaly corrientequeera.Suprofesiónno laprivabade serunamujerpositivaconsueños,ambicionesydeseosdellevarunavidaplenayfeliz.Nomepodríaperdonarqueleocurrieranada.Desconocíaquelabocadelloboeramásgrandedeloquesuimaginaciónpodíallegaracrear.

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CAPÍTULO21

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LascampanasdelrelojdelaIgrejaDaNossaSenhoraDaEncarnaçãodabanlauna.El sol iluminaba laplaza lacalle repletadegenteque semovíacomounenjambre de abejas. Moreau caminaba solo, en la distancia. Rojo se habíadesmarcado del grupo trazando un recorrido por el perímetro de la plaza.Soledadyyofingíamosserunaparejadeenamoradosengafasdesol,agarradosde lamano, olvidándonosde todo.Porunmomento, aquello fue lomás cercaque estuvimos de unas vacaciones tranquilas. Las calles inclinadas del BaixoChiadonosllevabanlentamentehastanuestropuntodeencuentro.Conloscincosentidos en alerta, paseamospor la ruaGarrett, una calle limpiay cuidada,defachadasbonitasybalcones con rosas, donde las tiendas textiles ocupaban losbajosylascafeteríasllenabandecolorlascalles.Eraotracaradelaciudad,lamáshermosayacogedora.Sepodíapercibirlapulcritudenlaformadevestirdelosportugueses,quemarcabanuncontrasteconlaridículaaparienciadeaquellosturistas demochila y zapatos demontaña. Una de las cosas queme gustó deLisboa, a pesar demi infortunio, era la poca altura que tenían la mayoría deedificios,quenollegabanasuperarlastresocuatroplantas.UndetalleolvidadoenpartesdeEspañaacausadelosinteresespolíticosylasganasdeurbanizarlotodoconelfindeengrosarlasarcasmunicipales.Unerrorquehabíadestruidolaimagen de muchos pueblos, permitiendo auténticas barbaridades urbanísticas,generandounmejunjevisualdelomásburdo.—Sientoque todo estohaya terminado así—comentémientras caminaba al

ladodeSoledad—.Túqueríasunasvacacionesynoesjusto.—Déjaloestar,Gabri…—dijoellaanimándomeconsuspalabras.Meapretó

lamanoysuspiró—.Sibuscaraunnovionormalycorriente,yalotendría…Dehecho,yaloshetenido.Milucha,labúsquedadelaverdad,lasganasdevivirallímitecuandolavida

asílorequería,eratambiénlasuya,sudeberconlajusticia,suinclinaciónhaciaelbien.Enelfondo,noéramostandiferentescomopodíamosaparentar.Esonoshacíainvencibles.—Esoesloquesomos…¿No?Reaccionécomounidiota.Conmisaños,todavíamecostabapronunciaresa

maldita palabra. Etiquetar el compromiso, definirlo de forma tangible. Lacruzada queme perseguía durante tanto tiempo. Estudié su rostro, esperé unarespuesta. Soledad no pareció ofenderse, ni siquiera inquietarse. Esbozó unaligerasonrisapícara.—Demomento…—dijosonrienteyagachólavista—.Esoesloquesomos.Continuamosensilencioytopamosconunbonitoedificioqueteníalafachada

compuestaporazulejosdefloresazulesyblancas.Enunodelosbajos,unlugarespecial: la librería Bertrand Chiado, la más antigua del mundo, allí, frente

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nuestrosojosyconunodemisejemplaresenelescaparte,traseldeMoreauyWhite.Quizáfuera,unavezmás,unadeesascasualidadesdelavida,unapistaintencionada,untrucobaratoounasimplecoincidencia.LostresvaronesdelamedianocheenLisboa.PrimerohabíasidoWhite.Quién iríadespués,era todounenigma.Soledadmeacariciólaespalda.—Estoy orgullosa de ti —dijo y me dio un beso en la mejilla. Lo que

desconocíaeraque,traseseestante,seescondíauntrágicomensaje.Los más feligreses salían de misa de la Basílica dos Mártires, que se

encontraba pegada a la librería. Estábamos a punto de alcanzar la estatua dePessoa y el caféABrasileira.Nunca creí que terminaría tan ligado al escritorportugués.Me repetí varias veces que todo saldría bien, como un mantra sanador, e

intentétransmitírseloaSoledad.Allí,entreelagobiodelagentequeabandonabaelmetro y los viandantes cruzando por las calles, vislumbramos a lo lejos laestatuadeLuísdeCamões.Moreaucaminabaadelantadoconpasoligeroyfirme.Rojoparecíaperdidoen

unamareahumanaquelohacíaindistinguible.Soledadseparósumanodelamíay adoptó una postura defensiva, preparada para actuar. Continuando por lacalzadaqueconectabalaplazaconotraiglesia,vialgoalolejos,decasualidad,enloaltodeunedificio.Nopodíasercierto,osí,esoeraloquemásmedolía.Sieteampliasfachadasdeedificioscongrandesventanalesydiferentescolores,rodeabanlaplaza.Enloaltodeunadelasqueocupabanlavíaquecontinuabahacia el otro lado de la ciudad, atisbé, por azar, un reflejo que me cegó porsegundos.Al fijarmebien,descubríquehabía sidounacristaleraen loaltodeuno de los edificios. Observándolo bien, di con la silueta de un hombre. Supresenciano fue loqueme llamó la atención, sino el rifleque sujetaba en lasmanos. Estaba casi preparado para disparar. Tan pronto como recibiera unaseñal. Los tejados de cubierta rojiza, no tenían azoteas como las terrazascomunales de lamayoría de viviendasmásmodernas. Los apartamentos de laúltima planta poseían una gran balcón exterior. Por allí, la cabeza deldesconocidoasomaba,preparadoparaabrirfuegocuandollegaralahora.—Mierda—dijedeteniéndomeenmediode lacalzada.Algunaspersonasse

giraron al escucharmemaldecir.Cogí aSoledaddel brazonervioso—.Saca elteléfono,rápido…TienesquellamaraRojo,ahora.—¿Qué es lo que sucede? —Preguntó desprevenida—. ¿Qué has visto,

Gabriel?—Ahora entiendo por qué Eme quiere reunirse en una plaza—expliqué y

señaléalfrancotirador—.Deseatenerlotodobajocontrol.

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ElteléfonodeRojodabaseñal,peronadiecontestaba.—¡Rojo!—bramóSoledad—.¿Dóndeestás?—Merodeando por los alrededores… —dijo a regañadientes. Su posición

peligraba—.¿Quécoñopasaahora?—Tenemos un problema…—dijo ella nerviosa—. Hay un francotirador en

unodelosbalconesquedanalaplaza…Nointentesningunalocura.PorqueEmeyanoshabíadescubierto.LejosdefiarsedeMoreau,encasode

queintentaraburlarsedeella,elfrancésmoriríaallímismo,enplenocentrodelaciudadbajoelaleteodelaspalomas.—Nomejodas…—esputómolesto—.¿Dóndeexactamente?Podíaescuchar laconversaciónporelaltavozyseñaléa la fachadaamarilla

conmirostro.—EseledificioqueestáentrelasdoscallesquesubenalBairroAlto.—Vale, creo que ya lo veo—dijo el policía y se escuchó un interminable

soplido—.Lamadrequeloparió…¿Cómocojonessuboahíarriba?—No lo sé—dijo ella—,pero no hagas ninguna tontería…Sigamos con el

plan,encontremosalaniñaysaquémosladeaquí.—¿Y Moreau? —Preguntó desconcertado—. Lo van a abatir como a una

perdiz.Eshombremuerto.—Sólosemeocurreunacosa…—Ya—contestóél—.Yamí,peronoeselmomentoparaello.¡Joder!Laconexiónsecortó.RojoparecíaenfadadoyMoreauseacercabacadavez

másalaplaza.—Llamaalfrancés,dilequesedetenga—meordenóSoledadentregándome

elteléfono—.Yobuscaréalaniña.—¡Espera,mujer!—Exclamé,perosiguiócaminando.Elteléfonodiountono

yMoreausepusoalaparato—.¡SoyGabriel,tienesquedetenerte!—¿Cómo?—Preguntó confundido—. ¿Qué dices, Gabriel? No te entiendo

contantoruido.—¡Párate,nosigas!—roguéalterado—.¡Hayunfrancotiradorenlaazotea!—¿Quécojones?—¡Nomires!—Gritéporelaparato.Unamujermayormemirócondesprecio

—.Estáatuderecha,enunodelosedificios.—Merde…—maldijodesesperado—.¿Ahoraqué,Gabriel?¿Ahoraqué?—Cálmate,Jean-Luc,estamosenello…Alolejos,podíaversusiluetacercanaaunpasodecebraqueconectabacon

laplaza.Estabanervioso,semovíaagitadoentrelagenteconelteléfonopegadoalaoreja.—¡Mevaamatar!—Exclamólevantandoelbrazo—.Tengoquesalirdeaquí

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cuantoantes.—¡No! ¡No tevayas!—Pedí.Todoseestabacomplicando.Moreau,apunto

de sabotear el plan, dejar aEme plantada y arriesgar la vida de su hija. Si lohacía,sóloEmeganaría.Duranteunossegundos,odiéaesamujercontodasmisfuerzas.Noconcebíacómounapersonaeracapazdeproducirtantazozobraenlosdemás.Vivirbajoelpánicodesusombra,eltemoraservistoylacongojademorirundíacualquiera,cuandomenosseespera—.Tienesqueir,debeshacerloporella,porColette.—Pero, ¿no lo entiendes? —Preguntó titubeante—. No tengo los jodidos

documentos.Fraude,mentira,déception…Putain!Doshoraseran lasque teníamosparasolucionarelembrollo.Moreauperdía

los nervios y yo había descuidado a Soledad, que ahora se movía en lamuchedumbre, como un punto negro entre lamultitud. Si juntos hacíamos unequipo,separadosestábamosenlaruina.Temíporella,porRojo,porMoreauypormí, sobre todopormí,porquemehabíavueltovulnerableante losojosdeEme, que me observaba desde algún rincón inadvertido. Como un ingenuo,decidísentarmeajugarlamismapartidaqueEme.Unpuntapiéaltablero,comodiríaesachicafinlandesa.Quizáfueseaquelloloúnicoqueladesarmara.Sitantosepreocupabapormícomohabíarepetido,nomeharíadaño.—Escúchame, no te pasará nada —dije con voz conciliadora—. Yo te

protegeré…Estamosjuntosenesto,sicaestú,caemoslosdos.Lavozdelfrancésseapagóporunosinstantesysucuerposequedóhelado.

Caminéendirección rectahacia él cuandovislumbréelvestidoblancodeunamujer elegante. Estaba lejos, era imposible de reconocer. Junto a ella, unapequeña figura humana, una niña vestida de forma similar. Era la hija deMoreau.Apretélospuños.MientrasqueSoledadbuscabaaunesbirrodeEme,éstaesperabadeincógnito,protegidaporsusvigilantes.Nohabíamarchaatrás.Todoonada.Amedias, lascosasnunca salíanbien.

Debía apostar, jugar la última carta, comprobar si la suerte existía o era purapalabrería.

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Traslaestatuadelaplaza,unkioscoconformadebarteníadesplegadasmesasasualrededor.Allí,elhombredelbigote,conunavendaenelbrazo,yotromatón,aguardaban a la espera de Moreau. El francés debía situarse frente almonumento.Éstosleharíanunaseñalparaquelesacompañarahastalamesa.Enloalto,unrifleapuntaríaasucabezaalaesperadeunaorden.Sitodosalíamal,Moreaucaíay,después,yo.Enunadelasbocacallesquehabíadetrásdelaplazayqueservíadeparadadetranvía,Emeesperabaconlaniña,pacienteydeseosapor ver el final de su obra teatral. Le había perdido la pista a Soledad, queposiblementeestaríavagandosinrumboenbuscadeunaniñadespeinadayconlágrimas en los ojos. Pero no se podía equivocar más. Miré a lo alto y noencontré más que el reflejo del rifle que apuntaba al centro de la plaza. LasmalasnoticiasllegabanyRojonohabíasidocapazdeentrar.El tiemposenosagotaba,medijesiseríacapazysimerecíalapenatodoaquelloquehacíamos.Porunmomento,lavidapasócomounsoplo,comoelaleteodelaspalomas.Yesqueeramásfácilmantenersealmargen,vivirloshechoscomoquienpasalaspáginasdelperiódico,ajenoatodo,sininvolucrarse,sinlucharporcambiarlosacontecimientos. Pero yo no era así, ni tampoco ninguno de los que meacompañaban. El mundo era un lugar inmenso lleno de personas diferentes.Todas con el mismo derecho a pedir y demandar, aunque sin las agallassuficientes para involucrarse en el peligro. Las grandes batallas habían sidogestadas por personas de carne y hueso, de palabras y hechos. Negar queformábamospartedeesegrupo,eranegarqueseguíamosvivos.Crucé la acera y vi cómo el francés se adentraba en su camino final. Los

coches se amontonaban en la calle por la congestión del tráfico. Agaché elrostro, comoquien intenta evitar lasmiradasde la gente, yme escabullí entreautomóviles.Bordeélaplazayanduvedespacio.Alaalturademirostro,podíaver los pies de Moreau sobre la explanada. Un tranvía amarillo cargado deturistaspasópordelante.Evitéquemevieran,paranoseradvertido.Moreausemostrabanervioso,perdidoyapuntodeexplotarenungrito.Nopodíaevitarlo.Mehabríagustadosaberqueselepasaríaporlacabezaeneseinstante,aunque,posiblemente,larespuestafueranada.Depronto,unodeloshombresdelamesaseacercóaélyleanimóaqueleacompañara.Ibanarmadosynosemolestabanenocultarlo.Todopintabafatal.Habríasangreylágrimas.MeestabaacercandoaEme,queseencontrabaenmidirección,plantadacomosiesperaraaalguien.Moreaudiovariospasosynoaguantólapresión.Levantóelrostroyadvirtióalhombredelbalcón.Crasoerror,peronohabíatiempoparalaslamentaciones.Sisu cabeza explotaba como una piñata de cumpleaños, su hija estaría presentepara guardar hasta el último caramelo. Eso me enfureció aún más. Eme,calculadorahijadeperraysádicaoportunista.Poralgunarazón,laniñanoveíaa

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su padre en la distancia. Un gran árbol se interponía entre ellas y el kiosco.Recortémetros, con las palmas de lasmanos heladas y el corazón a un ritmofrenético.Penséquememoríaallí,peroteníaqueavanzar.Miritmorespiratorioseentrecortaba.Desarmado, loúnicoquepodíahacereraempujaraesamujercontra los coches, provocar un accidente o lanzarla para ser arrollada por eltranvía. Puede que no fuera elmodomás elegante de solucionar el problema,peroniellaeraunamujercomúnniyoestabaallíparacomportarmecomounnoble.Escuché una conversación en inglés a lo lejos. Querían que Moreau les

entregara el dispositivo, pero éste se negaba. Primero exigía ver a su hija.Discutieronduranteunossegundoshastaqueunodeloshombresleseñalóalaniña.Protestando,metiólamanoensubolsilloysacólamemoriaportátil.Antesdeentregarla,volvióamirarhaciaarribaconlafrentesudorosa.YomeacercabacadavezmásaEme.Ellanisiquierahabíaadvertidomipresenciatodavía.Unodeloshombressacóunordenadorportátildigitaldeunamochilaylopusosobrelamesa.Lapantallaseencendióyconectóeldispositivoalaranura.Depronto,Emegiróelrostro,dejódeladoelespectáculoymebañóensuretina.Estabatancercadeellaquenopudereaccionar.—Hola de nuevo, Gabriel —dijo con una sonrisa. Los coches bajaban

haciendounacurvayyomeencontrabaen laaceraquehabíafrentea lasdos.Emepermanecíabajoelrótulorojodeunaoficinadecorreosquehacíaesquinaentre las dos calles. Una localización perfecta para tener bajo control losacontecimientos—.Estaráscontento,¿verdad?—Damealaniña,Eme—contestérecortandodistancia.Unvehículobajópor

la calle en esemismo instante. Después,me planté enmedio de la calzada yalcancésuposición—.Nosemerecequehagas…—Espera,notemuevas—dijoellayretrocedióunospasos—.Tevasaperder

lomejor.Moreauparecíamásnerviosodelonormal,sentadoenlamesaconlosojosen

lapantalla.Contabalossegundosparaquealgosucedieraotodoterminaraparasiempre.Nodebedeexistirpeorsensaciónque ladesaberqueestásmuertoyseguir respirando. De pronto, se escuchó una riña. Los hombres empezaron amaldecirenportugués.—Já!—MurmuróEmeconfirmeza,peronosucediónada—.Atire,já!Mi corazón se detuvo y el último latido retumbó enmi cabeza. Apreté los

dientesycerrélosojosalaesperadeunestruendo,peronadasucedió.Ambosmiramos hacia arriba y vimos cómo el francotirador caía abatido por unasombra.EraRojo, lohabíaconseguido.Almismotiempo,enlaplaza,Moreauprovocó un alboroto tan fuerte que aprovechó para escabullirse sin que lo

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atraparan.—Malditocobarde…—dijeyobservéaColette.ElplandeEmehabíafallado

y ahora sólome quedaba salvar a la pequeña francesita—.Dame a la niña ylárgate.Emetiródeellaylapequeñasoltóungemidodedolor.Parecíadrogada,como

sinosupieramuybiendóndeestaba.Nomesorprendióenabsoluto.Eracapazdetodoporcuidarelúltimodetalle.—Da media vuelta, Gabriel, no me lo pongas más difícil—dijo, sacó una

pequeñapistolanegradebolsoymeapuntóalpecho—.Noquierohacertedaño,peroyameconoces…Yonoséperder.El callejón estaba desierto.A pesar de ser el centro de la ciudad, nadie nos

veía en ese momento. En la mayoría de ocasiones, vivimos tan sumidos ennuestros pensamientos que somos incapaces de contemplar lo que sucede anuestro alrededor. Recé por que algún vehículo bajara por allí, pero nadieescuchómisplegarias.Sentíeltemblordesusmanosylafrialdadensumirada.Unpasoenfalsoyunfinaldenovela.En lavidareal, losvillanosnosiemprepierden.Emenolopensaríadosvecesantesdeapretarelgatilloydesaparecercomopolvodeestrellas.—Todavíaestásatiempo,Eme…—insistíacercándomeunpocomásaella—.

Damealaniñaytedejarémarchar.Ellaserio.Teníaelarmaalaalturalascaderasyenunaposiciónfirme.Nunca

la había visto tan convencida. Su pellejo o el mío. No había más. Debíamoverme,haciadelanteohaciaatrás.Pero,quémásdaba,mellevaríaalmismofinal. Estaba encarando a mi destino, el final de un guión que había evitadotantasveces.—Es una lástima que esto termine así, Gabriel… una pena que no me

escucharascuandoteadvertíquetequedabademasiadograndeesteasunto…—dijo ella mirándome con pena—. Ay, Gabriel, Gabriel… Con lo que tú y yohemos sido…¿Será quenuestras vidas están unidas por un cordónumbilical?¿Que nuestros días carecerían de sentido si uno de los dos ya no estuviera?¿Sabes?Lohepensado tantasveces…Supongoquees la razónpor laquenopuedohacertedaño…peronojueguesconmigo,jamáshesidofielalcorazón.—Estásloca,Eme.—Puedeser…—contestóymiréalcañón.Laniñateníalamiradaperdidaen

elinfinitoyapenasbalbuceaba—.Unalocaenunmundodemuertosvivientes,dehumanosquenacen,sereproducencomoesporasymuerensinplantearseporqué estaban aquí… Una loca que se preocupa por los intereses que otrosdesatienden,mermadosporelconsumo,losmediosdemasasylasideashuecasque escuchan en boca de otros y que olvidan con facilidad… ¿Acaso no te

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sientesasí,Gabriel?¿Acasonocreestambiénqueerespartedeunacolmenaquesólo tiende al caos, a la insatisfacción, al placer rápido, a las guerras y a laautodestrucción sin preguntarse por qué? Cuando eres consciente de eso, teconviertes en un superviviente…Yyo, pormucho que discrepes, sólo intentosobrevivirenesteaburridoinfierno…—Bonito discurso, Eme —dije mofándome de sus palabras—, pero no te

saldrásconlatuyadenuevo.Ellasuspiróymeregalóunaúltimasonrisadesamparada.—Al fin y al cabo, la vida se forma a base de decisiones… —sentenció

apretandolamandíbulaylevantandoelcañóncondelicadeza.Observésudedoenelgatillo—.Túyahastomadolatuya…Adiós,Gabriel.

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CAPÍTULO22

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Elruidodeltranvíapasópormiespaldaysentíelairedelosvagonescerca.Elsolmedabadecara,desdeotroladodelacalle,dondeseencontrabaEmeconlaniña.Cerrélosojosyapretélospárpadoshastasentirdolorenlascuencas.Teníarazón, había llegado demasiado lejos. Era estúpido pensar que el pez chiquitopodíacomersealgordo.—Disparaytevolarélossesos—dijounavozfemeninaprocedentedeatrás.

EraSoledad,miestrellasalvadora,lamujerdispuestaaarriesgarsuvidapormí.Singular momento, situado entre el bien y el mal, encañonado en ambossentidos.Pensándolobien,quizá fueseyo laboladelpénduloque subeybajaalcanzandoamboslados—.¡Sueltaalaniña!Eme sonrió por un instante, mostrando una expresión atípica, desafiante y

valiente.Sudespreciohacialoshombreseraalgoqueyaconocía,peronuncalahabíavistoasídeferozanteunamujer.PuedequeSoledadfueselaprimeraquelehacíafrente,dispuestaaenfrentarseenundueloamuerte.—Teníaganasdeconocerte—dijoEmeenladistanciasujetandoelarmacon

unamanoyalaniñaconotra—.Gabrielsignificamuchoparamí.—Sueltaalaniña,tejuroquetengobuenapuntería…—No —respondió la mujer—. Esto no termina aquí. La niña se viene

conmigo.Esemamarrachopagarásuerrorconañosdesufrimiento.Aprovechandolariña,recortéunospasosparaacercarmealapequeña.Viel

cañóndeEmelevantándosehaciamíymedetuveconlasmanosenalto.—Unpasomás—dijoella—,yereshombremuerto,Gabriel.Nocometasmás

estupideces.—Noteatrevasahablarleasí—dijoSoledad.—Tú cállate—replicó con desdén. Eme perdía los estribos, aunque parecía

calmadayfríacomouninviernoruso—.Noeresmásquesutampónemocional.Cuandosepasqueteestáutilizando,tedaráscuentadequiénes…No me gustaron en absoluto sus palabras. La pequeña parecía abstraída.

Busquésuatenciónconlasmanos.Depronto,vialgodeluzensusojos.Simereconocía,podíasacarladeallí.—Nolehagascaso,Soledad—dijesinmiraratráscentrándomeenlaniña—.

Intentaconfundirteparaquecaigasensujuego…—Tardeotempranotedejará—prosiguió.Parecíadespechada,peroerafruto

del cálculo—.Lo ha hecho siempre, lo hace con todas…menos conmigo. Seaburrirádeti,créeme…¡Sédeloquehablo!Depronto,uncochealemándecolornegroentróenlacalle.Levantóelarma

ytiródelbrazodelaniña.Elcochefrenóenseco.LapuertatraseraseabrióyEmeprocedióaentrar.—Adiós,Gabriel—dijotodavíaseñalándomeconlapistola.

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Cuandoseintroducíaenelvehículo,unhombreapareciópor laotraesquinadelacalle.EraRojo,nopodíacreerquesehubiesedadotantaprisa.Unabalaimpactó contra la parte trasera del coche. Eme sacó el brazo por encimaventanilla y disparó. Todos nos asustamos. Salté sobre la niña para protegerlacon como un jugador de fútbol americano. Su brazo se despegó de ella. Lossegundos se estiraban comogomademascar.Me arrastré y rodépor el suelo.Creí haberme fracturado más de un hueso. Después se escuchó un segundoimpactoensordecedor,elcocheaceleróconfuerzayyonosentínadasobremí.Puedequeyaestuvieramuerto.

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Paramifortuna,lossegundospasaronenunafúnebreoscuridadprovocadaporelpánico.Sobremiplexosolar,sentíloslatidosdelaniña,surespiraciónbreveyasustadiza.Unospasosseacercaronamíatodaprisa.Nosabíamuybiendedóndeprocedían.Eraconfuso.—¡Mierda!—Gritó Rojo corriendo calle abajo, cuando el automóvil ya se

habíaperdidoenlascalles—.¡Mierdaymierda!Abrí mis brazos y me incorporé con dificultad, todavía dolorido por las

sacudidasrecibidasenlasúltimashoras.AllíestabaColette,algomásdespierta,tal vez por la adrenalina y el pánico. Cerca de mí, Soledad se aproximaba asocorrerme.Cuandovique tantoellacomo laniñaestabanasalvo,diungransuspiro.—¿Estásbien?—PreguntóSoledadconel rostroencogidoacariciándome la

cara—.¿Tehanherido?—No,no…—dijeymedirigíaColette,quenosobservabacomounmuerto

viviente—. Hay que llevar a la niña a un hospital, parece que está bajo losefectosdealgo…—Hola, guapa —dijo Soledad acariciando su rostro. La pequeña no había

sufrido ningún arañazo. Tenía la cara dulce y cansada y la expresiónabandonada.Nosmiraba comoun felino que observa a dos extraños: atenta ydesconfiada—.Notevaapasarnada,yaestásasalvo…Ellaseagarróamíconfuerzaysentíunfuerteescalofríodealivio.—Oùestmonpère,Gabriel?—Preguntóconvozdesvalida.—¿Meheperdidoalgo?—PreguntóSoledadcondulzura.—Graciasporarriesgartuvida—dijeconunasonrisaymirándolaalosojos.

Ella se acercó amí y nuestros labios estuvieron a punto de juntarse de nuevocuandoescuchéelgruñidodeRojo.—¡Mecagoenmicalavera!—Exclamóaplenopulmón—.¿Adóndehaido?—Yoquesé,Rojo…—contestéentregándolelaniñaaSoledadyrecuperando

elequilibrio—.Pero,sinollegaaserporti…—Esamalditazorra…—dijomolesto.Quiseentendersureacción.Eralomás

cercaquehabíaestadodeellaendosaños—.¿Estáisbien?—Sí,aunquehetenidomejoresdías…—¿YMoreau?—Huyócomouncobardecuandoderribastealpistolero.—Escritores… —dijo respirando con rapidez. Miraba a su alrededor,

elucubrabaatodavelocidad—.Escuchad,hayquelargarsedeaquíya.Cogeduntaxi,localizadalfrancésydecidlequetenemosalaniña.Después,corredhastalaentrega,noosquedamuchotiempo…—¿Ytú?—Preguntéagarrándoledelhombro—.¿Quévasahacer?

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—Notepreocupespormí.Me limité a asentir. Sabía lo que pensaba. Rojo no me iba a contar nada,

aunquenoeranecesario.Estabadispuestoaexprimirlosminutoscontaldedarcon el paradero deEme.En cuanto amí,me sentía demasiado cansado comoparairtrasella.De una callejuela, escuchamos la suela de unos zapatos aproximándose a

nosotros.Levanté lavistayaparecióel francéscorriendoennuestradirección.Alverasuhija,sumiradaseiluminóyselanzóaabrazarla.—¡Tú!—Exclamé sorprendido.Estavez erayoquien sonaba condesprecio

—.¿Dóndetehabíasmetido?Se fundió en un abrazo con la niña, que se había despegado de Soledad al

reconocerasuprogenitor.—Oh,monamour,mafille…—decíaafligido—.GraceaDieu…—¿Cómo has conseguido escapar de esos hombres? —Preguntó Soledad

acercándoseaél.Moreau,conlaspiernasflexionadas,nosmirócomosihubieraolvidadoqueestábamosallí.—Aprovechéelrevueloparaescondermeenunportaldeesacalle—Explicó

enespañolyseñalóaunafachada—.Lohevistotodo,nosabéiscuánto…Rojolepropinóunpuñetazoantesdequeterminaralafrase.Elfrancéssecayó

hacia atrás golpeándose contra las baldosas. Después se puso la mano en elrostro.—¿Estásloco?—Preguntóofendido—.¡Aquéhavenidoeso,imbécil!—Eresunmierda,Moreau—respondióRojomirandoalacalle—.Temereces

esoymásporponeratuhijaenpeligro.—¿Quéestásdiciendo,chiflado?—Insistió—.¡Novoyconunapistolaporla

calle!Soledadyyonosreímos.Elfrancésbuscóapoyoemocional.—Tienerazón—dijoSoledad—.Levántate,anda.Yahashechoelsuficiente

ridículoporhoy.Rojolevantóelbrazo.Untaxiquebajabalacallesedetuvoenunaesquina.—Largaos,nollegaréisatiempo—dijoelinspector—.Mepondréencontacto

convosotros,¿entendido?Soledad,MoreauysuhijaentraronenunviejoMercedesnegroconeltecho

decolorazulturquesa.MeacerquéaRojoyleagarrédelbrazoporúltimavez.—Gracias,amigo—dijemirándoleconcamaradería—.Notientesdemasiado

alasuerte.—Pensaréenello—contestóysonrió.Alentrarenelvehículo,vilafiguradelpolicíaaunladoydespuésseperdió

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en la distancia. En realidad, me importaba un bledo lo que ocurriera en laceremonia de premios, si íbamos a llegar a tiempoo si el ganador era yo.Milugarestabaconél,conmiamigo,enbuscadeesamujerque,denuevo,comonos tenía acostumbrados, se había burlado de nosotros. Sin embargo, habíasacado algo positivo en todo aquello. Soledad era la única mujer capaz deponerlaensusitio,dehacerlatemblarcomoRojoyyonohabíamoslogrado.

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ElvehículosaliódisparadoporlaruadoAlecrim,unalargacallequeterminabaenelprincipiodelpaseoquedabaalTajo.Vi lahora, teníamosmenosdeunahoraparallegaralCentrodeCongressosdeLisboa,irrumpirenlaceremoniayqueMoreau recogieraelpremiopara llevar a cabo suespectáculo.Apartirdeahí, ya no sería problema nuestro lo que sucediera con él. Soledad y yo nospondríamosacubiertoparaolvidarnosdetodoloocurridoyrecuperar,dentrodelo posible, el tiempo que habíamos perdido. En el vehículo, ella iba sentadadetrás, junto a la niña y el escritor francés.Yo acompañaba al conductor, queconducía con las uñas largas y sucias. En la vieja radio sonaban cancionesveraniegasenportugués.Contempléelespejolateral,peronoencontréaningúnvehículosospechoso.Nopodíafiarmedenadie,aesasalturasdelahistoria, loimpensableeramásqueposible.—Todavía no me creo que esto esté sucediendo…—murmuró Moreau en

español. Tenía el rostro encarnado por el puñetazo—. Pensar que he estado apuntodeperderla…Nosécómodaroslasgracias.—Lohemoshechoporella—dijoSoledad—.Esperoquehayasaprendidola

lección.—Ahora—añadí—,cumplecontuparte.—¿Hayunamoralejaentodoesto?—Preguntóelfrancés.—Lamayoríadeveces,enestavida—dijoSoledad—,lafamiliaimportamás

que tus intereses personales. Nos olvidamos de lo que realmente tiene unsignificado en nuestra existencia, por qué estamos aquí… A la larga, nosarrepentimos.Noentendímuybiensisereferíaasupadreyloquehabíasucedidoconaquel

eslavo.Talvez, siélyRojohubierandejadoatrás la investigación,nohubierafallecido.Tampocoentendísisereferíaamí,amiparticularvisióndelaverdad,a lo dispuesto que estaba por arriesgarlo todo sin importarme nada más,dispuesto a arrepentirme más tarde. Un montón de palabras que dabansignificadoaunavidaopodíanterminarenunadeesascitasanónimasquetodoelmundorepetía.Preferícreer loprimero.Soledad,comoelrestodemortales,teníamuchasdeudaspendientesconsigomisma.Suladomásprotector,lafacetaquelahacíadiferente,noeramásqueunreflejodealgoquepudohaberevitadoynohizoyque,ahora,poníasobremí,resignándoseaperderdosvecesantelavida.Reflexioné sobre lo que había dicho en silencio, buscando enmis adentros,

intentandoreconocer lasheridasquehabíadejadoabiertasenelpasado.Por laventanillaobservéeltrendecercaníasquesedirigíaaCascais,elrojizoGoldenGate portugués y al gigantesco Cristo Rey sobre una colina, al otro lado delpuente,acogiéndonosconlosbrazosabiertos.

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Pedíaltaxistaquesedieraprisaysorteólosvehículosylasmotocicletasqueformaban el tráfico como un esquiador profesional. Finalmente, salió de laavenidaygiró a laderecha.Bordeamosel edificiohastadejarnos en lapuertaprincipal.Eleventoparecíahabercomenzadoytodaslasazafatas,periodistasymiembrosdeseguridadseconcentrabanenlosaledañosdelaentrada.—Idvosotrosdelante—dijoSoledad—.Nosotrasosalcanzaremos.Moreaumiróatrásconrecelodeabandonardenuevoasuhija.—Nolapifiesahora—dijeenelexterior.Elfrancésmemiróycerrólapuerta.

Después,corrimoshaciaelauditorio.

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CAPÍTULO23

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Unas ochocientas personas ocupaban las butacas rojas del enormeAuditorio Idel centrodecongresos.Construidoenunapendiente, al finaldel auditorio seencontrabaunagrantarimadecolorgrisconunatrily,trasésta,unescenariodemadera.Ellugareraimponente.Laslucesdabanuntonocálidoalacelebración.Posiblemente,eraelauditoriomásgrandequehabíapisadoenmivida.Trasunbrevediscursoeninglésyportugués,vestidodetrajeyconlamismaaparienciacansadaquehabíamostradohorasantes,JoãoCortés,concejaldeculturadelacapital, se disponía a nombrar al escritor ganador del primer Lisboa Preto.Moreau y yo entramos por la parte trasera llamando la atención de algunosinvitados. Sentí cierto nerviosismo por haberlo logrado. Después de todo, lavictoria era lo queme hacía olvidar lo demás. Por un instante, deseé que esehombrepronunciaraminombre.Ingenuodemí.Enlasprimerasfilas,encontrélascabezasdelosMorettiydeBarbosa,juntoanuestrossillonesvacíos.—Es allí, vamos—dije animando al francés a sentarnos, pero élmedetuvo

consumano.—Vetu,ahoratealcanzo—contestóysequedóatrás.Respetésudecisióny

meiniciéenmicamino.Moreauteníaunagranresponsabilidad.Parasoltarunabombadeesaíndoledelantedetantagente,habíaqueteneragallas.Alllegaramibutaca,avistéaSabrinaenvueltaenunelegantevestidodecolornegroquerealzabalapalidezdesupiel.Quémujer, todolequedabacomounguante.Lamayoríadehombresllevabantrajeyyo,sucioyarrugadocomounacordeón,nohacíamásquedespertarcomentariossobremiapariencia.—Gabriel…—susurróparanolevantarlavoz.Meacomodéysentíunafuerte

sensacióndeplacerenmisglúteos.Aquellabutacaeraellugarmáscómododelmundo—.¿Dóndetehasmetido?¿Quélehapasadoaturopa?—¿Sabes, Sabrina?—Dije agotado con voz pícara—. Si te lo contara todo,

perderíamiencanto.Ellasonrióymediounaligerapalmadaenelbrazo.Sumaridocazóelgestoy

tensóelbigote.—¿DóndeestáMoreau?—¿Hapasadoalgo?—No—dijoella—.Estoesunbodrio.EntonceslavozdeCortésseamplificóconfuerzaenelauditoriosilenciando

cualquiermurmullo.Losperiodistasseagolparonenlosalrededoresdelasfilasquehabíabajoelescenario,delantedenosotros.Laprensahablaríadeello,peronuncadenosotros.—YlanovelaganadoradelLisboaPretoes…—dijoconfuerzayconfianza

—.LaverdadcristalizadadeJean-LucMoreau.SeescuchóunligeropuñetazocontraelreposabrazosyvielrostrodeBarbosa

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afectado. Acto seguido, el portugués se levantó y abandonó el gran salón.Aplaudí con las pocas fuerzas queme quedaban, como quien va al cine y seacomodatraslosquinceminutosdeanuncios.Sabrinatambiénlohizo,aunquedesolada, mientras su marido le ponía una mano sobre la pierna. Parte delpúblicoselevantódesusasientosparaaplaudiralfrancés.Juntoalatrilyenunamesita, el concejal portugués mecía su cabello canoso antes de entregar unaestatuilla de hierro con la forma del puente rojo.Moreau bajó lentamente porunodeloslateraleshastallegaralaplataforma.Estrechólamanodelportugués,sonrióylevantóelpremio.Denuevo,seformóunsilencio.Todosqueríanserél.Los periodistas inundaron el escenario con una lluvia de luz que salía de lascámarasdefotos.Eraelmomentoclave,MoreaujugabaaserDiosprovocandoelcaos.Losinvitadosaguardabanporescucharloqueteníaquedeciryyoporvercómoponíalaguindaalpasteldeaquelconcurso.—Muchísimasgracias…—comentóalaaudienciatraseldelgadomicrófono

—.Esunhonorparamírecibirestepremio,undíatanseñaladoenunaciudadtanimportantecomoLisboa,dondehansucedidotantascosas…alolargodelahistoria…Sinceramente,teníapreparadoalgoparahoy,encasodeserelegido…perolohedejadoenelhotel…Muchísimasgraciasportodo.El público se rio y aplaudió de nuevo conmás fuerza.Me sentí desinflado,

vacíopordentro.Entregóotroapretóndemanosyseretiródeallíovacionadopor la audiencia,perseguidopor losperiodistasyhabiéndonosdecepcionadoaquienesguardábamossusecreto.

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Salí del auditorio antes de que terminara la ceremonia con la intención deinterrogar a Moreau por su repentino cambio de opinión. Después de todo,estabatanconvencidodequeloharía,quemesintiócomounaofensa.Fueradeledificio, encontré a Soledad con la niña esperando bajo el sol.Un puñado depersonascomentabanalrededorde lasalida.Cuandosentíelaire,echémanoamisbolsilloscon la intencióndefumaruncigarrillo.Malaseñal,pensé.Era lasegundavezqueocurría.Unhábitoquehabíadejadoatrás,enesavidaanteriordondelascosassucedíansinunarazónaparente.Unaépocaenlaqueelrumbodemis días avanzaba comoun partido de fútbol la selección italiana, siempreconbalonazoshaciadelante.Unaépocaquequedabaatrásencuantoveíaaesamujertanbellayconfiadaalavez.Quizáfueseahí,enloscontrastesextremos,donde residía su hermosura. Me acerqué a ellas y encontré a Soledad condesánimo.—Nonoshandejadoentrar—explicósujetándolaporloshombros—.¿Aqué

vieneesacaradebesugo?—Se lohaguardado,Sol…—contestémordiéndomeel labio inferior—.No

hasidocapazdehacerlo.Suexpresióncambió.Ellatampocoloesperaba.Unapersonaseacercóanosotros.—Estáis aquí…—dijo en español. EraMoreau, con su fingida sonrisa y la

miradaturbia.Habíaalgoenélquedesprendíaresentimiento—.Vengoarecogeramihija,creoqueoshemolestadodesobraporhoy…La niña corrió hasta la pierna de su padre. Un montón de reporteros se

acercabanaél.—¿Porquéhasreculado,Moreau?—Preguntéatentoasurespuesta,nosólola

verbal—.Tetoméporunhombredepalabra.—Ylosoy,mepaganporusarlas.—Notieneningunagracia.—Suspalabras—dijoapuntandoaSoledad—,mehicieronreflexionar…Esa

mujermeescribióunmensajeantesderecibirelpremio.—¿Québuscaba?—Mejordicho,quéofrecía—rectificóconchuleríaymiróalaniña—.Dinero

ysilencio,ovivircomounfugitivo…Loquierasono,siempreteobligaatomarunadecisión.—Y tú ya la has tomado—añadí parafraseando a Eme. No podía juzgarle.

Cientosdeemocionesmezcladassemanifestaronenmicuerpo.Odioylástima.Conniñospormedio,siempreescomplicadojuzgaraalguien.—Es hora de marcharnos —dijo cogiendo a su hija en brazos—. ¿Nos

veremosenelfuturo,Caballero?¿TalvezporParís?

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—Quiénsabe…—dijedivagandoentremispensamientos—.Eltiempodirá.—Siempre lo hace —se despidió y agachó el mentón como reverencia a

Soledad. Después, caminó hacia un corro de periodistas y personalidades queestabanapuntodealimentarsuegodepreguntasrelacionadasconellibro.Otroenigma que quedaba atrás, otra historia desconocida para el mundo mientrasdecidíasicompraronoelúltimoaccesoriodetecnología.Sinlugaradudas,loslaberintosde lavidanos llevabanpordiferentes senderos.Paraalgunos, comoWhite, pasillos sin salida que terminaban en la más profunda desgracia. Paraotros,comoyo,servíandeexperienciasinsólitasacambiodeunaltoprecio:elsilencio.Soledadseacercóamíymecogióde lamano.Luegomebesóen lamejilla.VicomoMoreauseperdíaenladistanciaygiréelrostrohaciaellaconelfindebesarladenuevo.—¿Por dónde nos habíamos quedado? —Pregunté y cerré los ojos para

fundirnosenunbesocuandoescuchamosaalguieninterrumpirnosdenuevo.—¿Dóndeestálafiesta?—PreguntóRojo—.¿Yahaterminado?Soledadyyoreímos.—¿Cómolohaces?—No me jodas, Caballero —dijo el oficial riéndose delante de nosotros.

Después vio a Moreau. Rojo parecía cansado, como si hubiese corrido unmaratón.Fruncióelceñoyseñalóalfrancés—.Déjameadivinar…Sehallevadoalaniñaynohasoltadoprenda…¿Meequivoco?—Novasmalencaminado…—contestéyobservéqueestabasudado—.¿Qué

haydeti?¿Quéhasestadohaciendo?RojoobservóaSoledadydespuésvolvióamí.—El transporte de esta ciudad es demasiado lento —confesó y volvió a

mirarnosdereojo—.Senoshavueltoaescapar,Gabriel…—Ni siquiera sabía que estaba aquí…—argumenté—. ¿Qué piensas hacer

ahora?—Demomento,iralhotelydarmeunaducha…—comentópensativo—.¿Por

quénoosquedáisunanochemás?Podemosiracenarlostresjuntosestanoche.No entendía nada. Rojo proponiendo un encuetro, como una reunión de

amigos.DudésiestaríaideandoalgúnplanrelacionadoconEmeosi,talvez,sussentimientoshubiesenflorecido.—¿Lostres?—Yo tengo libre hasta elmartes…—dijoSoledad—.Meparece unabuena

idea.—Puedeserunbuenmomentoparaabrirnuestroscorazones—dijoRojocon

burla.—¿Estás segura? —Pregunté y contemplé su semblante. Ella también

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guardabaalgo.Habíallegadoelmomentodelevantarlascartasquellevábamoscadauno.—Sí, claro…Será divertido—explicó con gracia—.Además, ahora que ha

terminadotodo,megustaríaquemeprestarasalgodeatención.—Estupendo—dijoRojo—.Reservaréenunlugarqueconozcoyosllamaré

mástarde.—¿Desdecuándoconocesestaciudad?—Preguntésorprendido—.Nuncame

hablastede…—Cuanto antes dejes de hacerte preguntas —respondió sin permitir que

terminaralaoración—,antesentenderásconquiéntratas,Caballero.—Contigo,lodudo.Rojosesubióauntaxiquehabíaparadoysemarchódeallí.—¿Creesquehablabaenserio?—PreguntóSoledaddubitativo—.Esodeabrir

loscorazones…Meacerqué,laabracéycomencéabesarla.—Sitedigolaverdad,ahoraqueséquenosquedamos—susurréaloído—,lo

quedigaRojomeimportamásbienpoco…

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CAPÍTULO24

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Duranteelviajedevueltaalhotel,eltaxistaseempecinóendarnosconversaciónal ver que hablábamos en el idiomavecino.Yono tenía demasiado interés enseguir sus ocurrencias, por lo que Soledad tomó el mando e intercambióopinionesycuriosidades sobre la ciudady loque, segúnél,nos interesaríadeella.Apreciando su amabilidad, unavez le hubo explicadoqueno era nuestroprimerdíayqueyahabíamoscomprobadotodoslostópicoslisboetas,elcochenosdejóavariosmetrosdelapuertadelhotel,unlugarquehabíacambiadodecolor tras la celebraciónde la entrega.Parecía que la fiesta hubiera terminadopara siempre. Nos dirigimos hasta la recepción para asegurar que nosquedábamosunanochemásmientrascontemplábamoscómorecogíanpartedeldecoradoymuchoshuéspedesabandonabanellugarconsusequipajesdemano.Entreellos,nopodíafaltarlaparejaitalianaque,silenciosa,partíaapenadatrasnohaberrecibidoelprimerpremio.—¿Sabrina?—Preguntécuandoregresábamosanuestrahabitación—.¿Note

vasadespedir?Laescritoraitalianafingióhabermeescuchado.Suegohabíasidodañadotras

el fallo del jurado.Me hubiese gustado decirle que no se preocupara, que lospremioscarecíandevalor,almenos,losliterarios.Enunmundocorruptollenode intereses, nodebían importarle las portadasde revista, ni las entrevistas entelevisióny,muchomenos,lostrofeosotorgadosporunpuñadodehombresconelegomásgrandequeella.Losmediosdecomunicaciónjugabanconlailusiónde las personas, haciéndoles creer en cosas alcanzables, aunque raramenteposiblesparaellas.Perodecidíguardarme laspalabrasparaotromomento.Noera nadie para robarle el optimismo, las ganas de seguir intentándolo, aunquefueseenbuscadeunarcaperdidadeesperanza.—Oh, Gabriel… —dijo ella disimulando no habernos visto—. Así es…

NuestraaventuraporLisboahaterminado.Unapena,¿verdad?—Segúncómolomires…—Merefieroalpremio—dijoella—.Mepreguntocuándounamujerganará

algo.—Seguirás luchando, querida… —comentó el marido mientras miraba su

teléfono, vestido de esmoquin y con el cabello engominado—. La vita non èfacile.—Dejadedeciresafrase,¿quieres?—Respondióasumaridoyapartólamano

desucuerpo.Después,sedirigióanosotros—.Esperoquevolvamosavernos,enotraocasión,enotroconcurso,quiénsabe,Gabriel.Soledadmeagarródelbrazo.—Estaremosencantadosdeello—dijoconunasonrisafelinaapartandoasu

rival.

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—Arrivedereci,Sabrina—contesté.Ellaseacercóamíparadarmeunúltimobesoenlamejillayunfuerteabrazodedespedida.Respiréconfuerza,cerrélosojos por un segundo y absorbí la fragancia que desprendía. Sabrina era unamujerúnica,quizámásdeloquesemerecíaelhombrequelaacompañaba.Conelpasodel tiempohabíaaprendidoquenuestraexistenciaeslimitadayquenopodemosconoceratodaaquellapersonaquenosatraeenunaprimeraimpresión.Hacía tiempo que había puesto a un lado la romántica idea de las mediasnaranjasylacreenciadequetodosuAdánteníaasuEva.Preferíaverelamoryel compañerismo como a los vinos cosecheros.El caminode la vida es largo,pedregoso en muchas ocasiones y llano en otras, con subidas y bajadas, condisgustos y alegrías. Un sendero que nadie caminará por nosotros. Por tanto,mejor acompañarlo de un buen vino que, a sabiendas que jamás podremosprobarlostodos,cadaunodeellosúnicosydiferentes.Elquebebemos,sibuenoes,noshaceolvidaralresto.La pareja desapareció como dos rostros desconocidos en una estación de

metroyque,enlamayoríadeocasiones,novolvemosaver.Caminamosporelpasillohastalasescalerascuandoatisbéunapresenciamasculina.Eradeesperar,estábamosenelmismopasillo.NunoBarbosao ‘elbaboso’, como terminédeapodar, el seductor escritor portugués, abandonaba solitario su habitación conunapequeñamaleta colgandode sumano. Indignado, simulónoconocernos aninguno de los dos y se limitó a dar las buenas tardes como hubo hecho laprimeravezquenosencontramosallí.MiréaSoledadconcomplicidadyellamedevolvióunarespuestasilenciosa.Sóloellosdossabíancómohabía terminadoenaquelrestaurantedefado,unfinalque,bajomisospecha,nofuecomohubodeseadoelliterato.Finalmente,llegamosalahabitaciónyencontramoselcuartorecogidopor el serviciode limpieza.Anduvehastaunode losventanalesy loabrí permitiendo que pasara la brisa fresca de la calle.Después,me dejé caersobre la camacomoun fénixabatidocon las alas abiertas.Enseguida, sentí elcalordeSoledadacercándoseamí.Sucuerpoabrazadoalmío, sucabelloporencimademirostroysufraganciainundandomialrededor.—Voyanecesitarotrasvacaciones—dijeconlosojosabiertosclavadosenel

blancotechodenuestrahabitación.—Quedémonos aquí de por vida —respondió ella agarrándome por las

costillas y posando su rostro sobremi pecho—.Además, tú siempre estás devacaciones.Guardéunapequeñapausaysuspiré.Tenía razón,podíaquedarmeallí,para

siempre,noenesaciudad,sinoenlacama,juntoaella.Nomeimportabadóndeestuviéramos,niquelaventanasiguieraabierta.Meestabaablandando,peronohabía nada de malo en ello cuando se hacía en el lugar oportuno, con la

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compañíaperfectaylibredepeligro.Unavezmás,elcuentosehabíarepetido,aunque los años me habían ayudado a madurar. Eme, Rojo y yo y, ahora,Soledad.Temíaporella,porqueestaeraunahistoriadondelosactoressalíandeellaconunfinaltrágico.Rojoyyonoshabíamoslibradoendiversasocasiones,pero atrás quedaba gente comoWhite, Ortiz, Bordonado, los finlandeses o elpobreGutiérrez.ElnombredeEmelorelacionabaconuncharcodesangre,unasombraenplenaluzdeldía,uncallejónoscuroenunanocheperdida.Eratodoloqueveníaamimentecuandoalguienhacíareferenciaasupersona.Porello,lo último que deseaba era que Soledad formara parte de esa lista. Recapacitésobresuspalabras, loquehabíadichoantesdeentrarenelcoche.Ellaparecíasegura, allí, tan confiada con su arma apuntando hacia mí. Yo me habíacomportadocomouncretinodurantetodamiestancia,regidopormiego,elafándeprotagonismoydolidoal verquenadiemehacía caso.Mepreguntévariasveces siEme lohabríahecho, si, de contar con algunos segundosmás, habríasido capaz de terminar conmigo. Nunca lo sabría, pensé, porque, de tenerocasión,cualquiercosaquemedijeradespuésseríaunafalacia.Pensésobreesamaldita teoría de estar conectados por un cordón y me repugnó la idea.Habíamos llegado demasiado lejos y hacía tiempo que el punto de retorno sehabía quedado atrás, más allá del horizonte. La espina de Rojo, se habíatransformado en nuestra cruzada más personal. Allí tumbado, silencioso ycansado,medi cuentade lo engañosaquepuede ser lanostalgia, el creerquecualquier tiempopasado fuemejor.Nunca es así, nunca lo fue, ni tampoco loserá.Vivireldíaadía,llegarhastaelfinaldeéste,rezarporvolveradespertar.Habíasufridomuchoconella,tanto,quemiheridanosehabíacerradoenaños.Noobstante,relacionémisemocionesconelamordeaquelverano,unromanceque no fuemás que eso, pura diversión. Para Eme no había sidomás que unpasatiempoque,pocoapoco,seconvirtióenobsesión.Paramí,unatransiciónde la vida, atraído por su falta de compromiso, la capacidad para sacarmesiempreventajayconvertirseenundesafíoconstante.Pero,coneltiempo,tantodeunacomodelaotracosa,todosnoscansamos.Llegaunmomentodondeyano interesan los hombres malos, ni los chicos valientes que sobrepasan loslímitesdevelocidad.Tampocolasmujeresfatalesimposiblesdeenamorar,nilassirenasdivinasdedifícilacceso.Unmomentodondeel tablerose inviertey lapartidacontinúasinnosotros,paradejarpasoaaquellosconansiasporganarlealdestino.Nonecesitémásqueunossegundosparadarmecuentadequeesoquebuscaba en forma de felicidad, lo tenía allí: un sol brillante, la brisa de losúltimoscartuchosdelverano,buenacompañíayunacamacómoda.Elordendelosfactoresnoalterabaelproductonimiestadodeánimo.Lafelicidadenunafrase:cercadeloqueunonecesitabayagradecidoenelmomentopertinente.Y,

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yo,nonecesitabamásporque,cuandoseesfeliz,sehallegadoalametaysólosequieredar.—Megustaríahaceralgoporti—dijeacariciandosuoscuramelena—.Algo

quetehagafeliz.—Entonces no te muevas… —respondió adormilada. Podía sentir cómo

respirabaconprofundidad—.Esoestodoloquenecesitoparaserfeliz.

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Dormimosdurantedoshorascomo reciénnacidos.El frescodel atardecerquesoplaba por la ventana me despertó obligándome a cerrarla. Como una señaldivina,momentosdespués,Rojollamóporteléfonoparaindicarnosdóndehabíahecholareserva.Cenaríamossinsobresaltos,comotresamigosquesereúnenenunlugarneutralparahablardelavida.Esopensabayo,asíqueríaquesucediera.TantoSoledad comoyo,merecíamos una explicación.Dejarlo paramás tarde,sólo enfriaría las cosas. Era el momento adecuado para sincerarnos en unpequeño comité, contar viejas batallas ymarcar las líneas rojas del futuro.Encuantoaloficial,supusequecontaríahastadondeélquisiera.Cadajuegotienesusnormasyésteeraelsuyo.Sóloanhelábamosllegaralfinalpararestablecerelordenennuestrasvidas.Tomé una ducha y me vestí de la mejor forma que pude para despertar la

atención demi pareja.Al verla tumbada, somnolienta sobre el colchón, comounamodeloenunapelículadeAntonioni,decidíqueeraelmomentodedejaraun lado mis impertinencias con el ego, y volver a ser el Gabriel que habíaconocido,máspícaroqueCaballeroy, sobre todo,másdivertidode loquemehabíamostrado en lasúltimashoras.Dicenquepara conquistar aunapersonahayquehacerlareír.Todostenemoshumor,hastaquienmiente.Regresamos a las calles de Lisboa, que oscurecían amedida que llegaba el

ocaso.Ella vestía informal, bonita, con su chaqueta de cuero, unablusanegracon transparencias y los vaqueros rotos por las rodillas que había llevado elprimerdía.Lopercibí comounnuevosoplo, comosinadadeaquellohubierasucedidoyhubiésemosvueltoalcomienzo.Paseamosporelcentro.Sesentíamástranquilodebidoaldomingoytuveun

agradable presentimiento sobre la noche que iba a acontecer.Contábamos conalgunashorasantesdenuestracitaconRojo,asíquedecidimosdejarnosllevarcomolosprotagonistasdeunfilmedeWoodyAllenyexploramosnuevasrutassin dar pie a losmalos recuerdos, que tan recientes estaban en nuestra retina.Cruzamos parte deChiado dejando atrás los coches y tomando una cuesta deasfaltoquenosllevóaunpequeñoentramadodecalles,adoquines,másfachadaserosionadasporlahumedadypequeñastabernasalaesperadeclientes.Porelcamino, bromeamos, tomamos fotos,manifestamos en público nuestro amor yjugamos con el silencio, esa pausa tan necesaria en el diálogo. El paisaje semezclaba con fuertespendientes comoen laspelículas americanasypequeñaspandillasquetrapicheabanconloquepodían.LlegamosalmiradourodeSantaCatarina, un lugar desconocido para nosotros hasta entonces y por el que sepodía disfrutar deLisboa, su enormepuente, la puesta de sol y la homogéneaimagendetejadosrojizosquepintabanlaciudad.Allí,juntoanosotros,muchosjóveneslisboetassereuníanenunjardínparabeberjuntoalAdamastor,unaroca

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degrantamañoquesimbolizabaaltitánmitológicodeCamões,consumelenaalvientoyesosojossaltonesllenosdefuriaqueimpedíanaVascodaGamallegaralÍndico.Enelmirador,avistamosunpequeñobarconterrazaymesitasquepermitían

hacer una parada y disfrutar del final de la tarde. Para mi sorpresa, a losportugueseslesgustabalafiestatantocomoalosespañoles,apesardesermássilenciosos que nosotros. Tomamos asiento en una mesa de color verde dealuminioyunjovencamareroseacercóaatendernos.Pedimosdosmartinisconsus respectivas aceitunas y disfrutamos de una puesta de sol cálida querefrescabaporminutos.Todoparecíairrodadoyteníalasensacióndehabermedesechodeunapesadamochilaemocional.—Esinteresante…—dijoella—.Esaspersonas…ajenasaloquesucedetan

cerca de ellas… creen estar informadas con quince minutos diarios detelevisión…¿Noteresultaincreíble?Diuntragoamicopayaprovechéparasopesarsuspalabras.Soledadnosolía

hablar de esos temas.Me agradaba encontrar profundidad en sus reflexiones.Habíavidamásalláde larutina.Porotro lado,cabedecirquenoeraelmejormartinidelmundo,perotampocoibaarenunciaraél.—Esunaformadecomplacencia—respondídejandolacopatriangularsobre

lamesa y crucé la pierna—.Mejor así, que vivir con la sensación de que nosabemosnada,¿nocrees?Esunapartede losmecanismosdenuestramente…Resultamuy cómodo acostumbrarse a la ignorancia cuando tienes a alguien aquienculpar.—Nunca tehepreguntadoacercadeesto,pero…—dijoydioun tragoasu

bebida viendo a las personas que se fotografiaban junto a la barandilla queseparabaelsuelodelhorizonte—.¿Quéhacíaisentutrabajo?—Lo que nos dejaban —contesté melancólico sintiendo la bebida en mi

paladar—.Elmundoserigeporleyes,Sol…Eltuyo,elmío,eldetuoficina,eldetuentorno…Algunassoninquebrantables,otras…notanto…Hayquienlassigue, quien las cambia desde dentro y quien se limita a saltarlas… pero,incumplirlas,siempretraeconsecuencias.—¿Yquiéndelostreserestú?—Preguntóintrigada.—En todo caso, era…—respondí—.Ninguno.Yome limito a entenderlas,

queyaessuficiente…¿Aquévienetodoesto?—¿Sabes, Gabriel? —Dijo sentándose con la espalda recta y con una voz

inseguraquenomegustónada—.Creoquenohesidodeltodohonestacontigo.Sentíunfuertetemblorenmiestómago.—EsperoqueestonotengaqueverconBarbosayelrestaurante…—PorDios, no…—contestó como si hubiera dicho una broma. Expulsé el

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aire.Loquevinieradespués,nomeimportaba—.Nomerefieroaeso.Soledadestabaapuntodedarmelasorpresa.—Empiezo a sentirmenervioso con tantomisterio—dije y levanté lamano

parallamaralcamarero—.Creoquevoyanecesitarotromartini.—¿Recuerdas la historia demi padre, verdad?—Preguntómirándome a los

ojosconelceñofruncido—.Telahecontadotantasveces…—Sí,claro…YcómoRojoteayudó.—Precisamentedeesoqueríahablarte—explicóinsegura—.Verás,noséqué

sehablaráestanocheenlamesa,perocreoquedeberíassaberesto…Confíoenti,esoestodo.Elcamarerotrajounnuevocóctel.Laspiernasmetemblabanylaspalmasde

mismanosestabanheladas.Mesentíacomosifuesearomperconmigo,peronoloibaahacer.Odiabalasexclusivas.Cogíelsegundotrago.—Amor,serámejorqueempiecesantesdequemeemborrache…Ellaagarrólacopademimanoylapusosobrelamesa.—Mipadrenomuriócomoteconté…—dijo.Porsuexpresión, leresultaba

tortuosorecordarloshechos—.Bueno,enrealidad,sí…Recibióundisparoenlagarganta… Pero eso no es todo. El hombre al que maté, no era un simpletraficante,sinounucranianoquetrabajabaparaesamujer.

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Estupefacto,mequedéconlosojosabiertos.Esosíquefueunaexclusiva.—Unmomento…—dijelevantandolasmanos—.¿Meestásdiciendoqueun

hombredeEmematóatupadre?—Asíes.—¿Rojosabeesto?—No lo sé, tal vez —respondió dubitativa—. Seguramente sí, él lo sabe

todo…Un edificio de diez plantas se derrumbaba sobre mi cabeza. Algo en mi

interiormehizodudardetodo,inclusodeella.—¿Hacecuántoquesabesdelaexistenciadeesamujer?—Años—respondió con honestidad sin vacilar un milímetro—. Esa fue la

razón por la que entré en el cuerpo…Nunca creí que fuera unamujer quienestabadetrásdetodo.Esolohedescubiertoahora,contigo.—TúmedijistequeRojofueabuscarasumujeraFinlandia—proseguí—,

pocodespuésdeaquello…Soledadseinclinóhaciamíypusosumanosobremipiernaparaconsolarme.

Un fuerte ardor emanó de la boca demi estómago.No era elmartini. Estabaenfadado,mesentíauntantotraicionado.Nopodíaquejarmedenada.Sólomesentíautilizado.—Escucha,Gabriel—dijoellatranquilizándome—.Quieroquesepasquemis

sentimientos hacia ti son reales, que nada de esto ha sido un engaño paraacercarmeaella.Tequieroconlocuraytúlosabesdesobra.Lacabinaperdíapresión.Respirabaysoltabaelairecomopodía.Pestañeéconfundidoychasqueélalengua.—¿Por quéme lo cuentas ahora, Soledad?—Pregunté irritado—. ¿Por qué

ahora?—Porque lo habría arruinado todo —dijo compungida tras mi reacción—.

Nuestrarelación,nuestrasvidas…Todo.Yonosoycomoella,nicomoRojo…Podríahaberdisparadocuandolateníaatiro,sinimportarmequeestuvieraspormedio,sinimportarmenadamásquemisplanes…Peronolohice,porti,pormíyporelfuturoqueestáporllegar.Lavenganza,nosiempremerecelapena.Suspalabrascalaroncomounalluviaheladasobremicabeza.Mesentíidiota

alpensarque,todoesetiempo,lahabíaintentadoprotegerdealguienqueellayaconocía.Pero,dejandoaunladomisemociones,esamujerestabasiendosinceraconmigo, con todas sus consecuencias, a pesar de que podía levantarme ymarcharme de allí para siempre. Estaba arriesgando lo que teníamos por unaverdad, por continuar algo sin secretos antes de que el Adamastor de nuestrarelación irrumpieraparadestruirlo.Quisedarungolpeen lamesa,mostrarmi

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descontento,peronolohice,noeraungestocaballerosoantesuactodevalentía.—¿Crees que sabe quién eres?—Pregunté con los ojos entreabiertos—. Es

decir,queereslahijade…—No—respondió con firmeza—. Aunque nunca se sabe. Esto también es

nuevoparamí.Empecéatranquilizarme.—Mehasdejadosinpalabras.—Entiendoquemeodiesenestosmomentos.—En absoluto —contesté—. Por mucho que una parte de mí quiera, no

puedo…Debedeseresoquellamanamor,¿no?Susojosseiluminaron.Yoacerquémimanoalasuya.Sentíunfuerteapretón

porpartedesusdedos.Juntos,seguíamossiendoinvencibles.Suteléfonocomenzóasonar.—EsRojo—dijoSoledadmirandolapantalla—.Serámejorquevayamosal

restaurante.Yasíhicimos.Siloquebuscabaeraunaveladaentretenida,laibaatener.

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CAPÍTULO25

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Metidos de lleno enunanoche cerrada, regresamos al barrio deChiadoy nosdejamosllevarcuestaabajohastallegaralafamosaTabernadaRuadasFlores,que se encontraba donde su nombre indicaba. Una estrecha calle de viejosedificios restaurados donde diferentes restaurantes ocupaban sus bajos. Por elprincipiodelacalzada,loscochessalíandeunaparcamientopúblico.Trasunaestrecha y alta puerta verde, Rojo nos esperaba en el interior de una tabernaportuguesa, con el aspecto típico de los lugares que él solía frecuentar:mesaspequeñas de madera, botellas de vino como decoración, antiguos muebles,pizarras y azulejos de antaño. Un lugar de paso, apenas retocado y con dossalones, pero con el encanto que tanto añoraban los locales. Rojo esperabasentadoenunamesaconunacopadevino tino.Enel local sepodíaescucharinglés,portuguésy,porsupuesto,español.—Pensé que se os había parado el reloj—dijo echándose una aceituna a la

boca.Eloloreraagradableylosplatosvariados.Carnes,mariscos,ensaladas…Elestómagomeloagradecería.—Veo que conoces todos los tugurios de la península ibérica —contesté

dejandopasoaSoledady sentándome juntoaella—.Lanecesidadde sentirsecomoencasa,¿cierto?—Másomenos…—dijoél—.¿Oshabéisrecuperado?—Veoquetúsí.—Serásmendrugo…—respondióconunasonrisayllamóalcamarero—.Es

partedemitrabajo.Elempleadonosdijoquésóloservíanplatosfrescos,asíqueRojoseadelantó

y pidió unas anchoas de Portimao, sardinillas fritas, lenguas de bacalaorebozadas, unos callos de mar y tierra con langostinos y una cazuela demejillonesconunasalsatípicaportuguesa.Después,elcamarerodescorchóunabotelladevinotintoybrindamosalunísonomientrassepreparabanlosplatos.—Aquílodelpancontomatenosellevamucho,¿verdad?—Anda,no seascateto,Caballero—contestó—.Adonde fueres,haz loque

vieres.Soledad se rio y encontré a un Rojo de buen humor, lo que me llevó a

sospechar de que el día no había terminado para él tan mal como habíapronosticadoenunprincipio.Eraextraño,aunquenoporellodejabadeseragradable.LaúltimaqueRojoy

yonoshabíamossentadojuntoaunamujerenlamismamesa,habíasidoenElJumillano, el restaurante alicantino donde nos habíamos reunido conEme porprimeravez.UnveranofatídicoenelqueRojohabíatenidoenfrentealamujerquearruinóasufamiliaylerobóelsueñoparasiempre.Poruninstante,tuvelasensación de estar allí de nuevo, junto a ella, pero no fuemás que unamala

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pasadadelaimaginación.Rojomeentregóunamiradaquesupoapasadoypudecomprenderqueél sentíaalgosimilar.Rompíel silencioconunaanécdotadeldía relacionada con el matrimonio italiano y dejé que el vino distendiera lareuniónantesdepreguntarleporsusasuntos.Soledadjugósurol,asícomoRojoelsuyo.Parecíaunejerciciodedanzaenlosquesemovíansintocarse.Unavezlacenaempezóasaciarlosapetitosylasegundabotelladevinollenólascopasvacías,mesentímásfuerteparaahondarenelporquédesuvisita.Rojosabíaalgodesdehacíatiempoyyoqueríaquemelocontara.—¿Desde cuándo conoces la ciudad? —Pregunté curioso—. Me sorprende

cómotedesenvuelvesconelentorno.Él carraspeó y dio un trago a su copa. No supe ver si estaba nervioso o

simplemente necesitabamás vino.El calor de la taberna y la ingesta de caldoenrojecíanuestrosrostros.—Tuve una novia portuguesa…—contó apoyando su brazo en la mesa e

inclinándosecomosihicieraunaconfesiónsecreta—.Eramuyguapayyomuyjoven…Paséaquíunosmeses,pero,yasabéis…Yoconlosidiomas…Niconelportuguésentrabaenvereda.—Atiesque tegustamuchoel jamónserrano…—comentéconburla—.Y

tantotocinoteafectaalcerebro…—Tocinoelquetienestúdentrodelacabeza,graciosillo…Veniraquímetrae

buenosrecuerdos—contestóypusolaatenciónenlasuperficie,ahogadoenunpozoderecuerdosqueparecíanmezclados—.Estelugarsigueigualquecuandocumplí dieciocho años, aunque no estaba lleno de turistas ni de papanatasmodernos, ya me entendéis… Supongo que soy de otra época y me cuestaentenderalgunascosasdelostiemposquecorren.—Nohacefaltaquelojures—respondí—.¿Cómosabíasqueestabaaquí?Sus pupilas seguías clavadas en lamesa.Guardó silencio. Sentí lamano de

Soledadenmipierna.Debíaandarconcuidado.—Estabaesperandoaquemelopreguntaras,Caballero…—dijosinlevantar

losojos—.Dosañospuedendarparamucho…oparanada.Enmicaso,nuncasesabeyyotampocoheaprendidoaquedarmequieto…Penséquetodohabíaterminadoeseverano,perono…LodeGutiérrezmesentómuymal,nosabescuánto.—Notevayasporlasramas,quenosconocemos,Rojo.—No me toques los cojones, ¿quieres? —Dijo malhumorado y me miró

fijamente.LosdedosdeSoledadapretaronmimuslo—.Recibíunsoplo,no tevoyadecirdequiénpero,aefectos,tampocoserviríademucho...Moreauesunmajaderoque juegaaserJamesBondperosinarmayconunegomásgrandequeEspañaentera…Sinembargo,hizoamistadconquiennodebíayse llevó

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algoquenoerasuyo.Atodoslostontoslesdaporlomismo.—¿Así,porlacara?—PreguntóSoledad.—Másbien,por equivocación—rectificóRojo—.Siponíanel cebodelante

de él, en lugar de dejar los documentos en su sitio y nometerse donde no lellamaban,sabíanqueharíaloquefueraporbuscarprotagonismointernacional.—¿Peroquiéntendríainterésenhaceralgoasí?—Preguntéintrigado—.Esos

documentospertenecíana…—Siemprehayalguienhaciendoalgoindebido—interrumpió—.Siempre.Por

desgracia,esamujernoeralaúnicaqueestabainteresadaenellos.—¿Quétienequeverestoconella?—ElestúpidodeMoreaurecorrióelnortedeEspañaencoche—continuóel

oficial—, pernoctó en San Sebastián y Salamanca. Hasta ahí todo bien, si nofuera porque alguien rebuscó en su habitación del hotel la primera noche ydespuésregistraronsucoche.Porsupuesto, ibandetrásde loqueguardabaeseidiota.Enunprincipio,nopuselamínimaatenciónhastaqueidentificaronaunode esos tiposynos enviaronuna circular con su rostro…Adivina, unode losmatonesquepertenecíaalaorganizacióndeArvidEettafel...¿Tevasonandolahistoria?—Podía ser una casualidad—contesté buscando lamanera de no aceptar lo

contrario—.Esehombre…—Lascasualidadesnoexisten,Caballero—dijoyselimpióloslabiosconla

servilleta—.Ya,no.¿Notehasdadocuentatodavía?Lamano de Soledad perdió presión. Las palabras del oficial la pusieron en

jaque por un momento. Después pensé, por enésima vez, en lo que me dijoaquella chica finlandesa que me habían puesto de cebo nada más llegar a laciudad.—Yaunqueexistieran…—dijeaceptandoloshechos—.¿Siguesbuscandola

maneradevengarlamuertedeElsa?Soledad miraba a Rojo como una espectadora de telenovela. Él dudó en

contestarporuninstante,peroestabaacorralado.—Ya te lohedichoanteriormente…—respondióapretando lamandíbula—.

Elsasiemprefuelamujerdemivida…hastaquedejódeserlo.Unavezmás,tedigoquenohayvueltaatrás.Llegaréhastael fondodeestahistoria, cueste loquecueste.Alguientienequehacerlo.¿Nocrees?—Yanoséquécreer,Rojo…El oficial se dio cuenta del rumbo que tomaba la noche, así que rellenó las

copasconelvinorestanteyalzóelbrazo.—Anímate,hombre…—dijoinvitándonosaunbrindis—.Almenos,poresta

cálidareuniónquenoshaacogidoaquíenLisboa.

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—Esoes—dijoSoledad—.Nohaymalqueporbiennovenga.—Anda, otra literata—comentó jocoso—.Quién iba a pensar que vosotros

dosacabaríaisjuntos,¿eh?Brindamos y bebimos. Soledad sonrió por educación y el vino cruzó mi

gargantacomounbálsamo.—Y bueno… —prosiguió con la lengua acelerada. Una vez se hubo

desentendido del tema de Eme, agarró carrera para evitar que volviera a él,aunquenoteníaintencionesdehacerlo—.Contadmesobrevuestrasvidas…Séqueheestadoausenteduranteuntiempoyquenosoyquiénparainterrogaros,peroconociéndoosunpoco…¿Quédiantrespasaaquí?—Notehacíayounchismoso…—Mepreocupoporlosquemeimportan,notequejes.Ellamemiróyyohicelomismo.Rojobuscabaunaexplicaciónsincera.Sentí

sumiedo,surespetohaciaeloficialacausadelpasadoyeltemoraqueyonoestuviera de acuerdo con su respuesta después de su confesión. Me adelantéquitándoleesacargadeencima.—Somos novios—respondí con seguridad y vi cómoSoledad semordía el

labio inferior—.Vivimos juntos desde hace un tiempo y nos queremos. ¿Quémásquieressaber?Esloquehacelagentenormal,¿no?Rojoseechóhaciaatrás,sacóelmorroymeobservóduranteunossegundos.

Despuésserio.—Joder,Gabriel,loquehascambiadoparaconsiderarteunapersonanormal…

—dijoburlándosedemí—.Jamáspenséqueteescucharíadecireso…¿Cuántovinohasbebido?—Te estoy hablando en serio —respondí con seriedad—. Las personas

cambian,tútambién,aunquenoloquierasver…—Leadvertíquenojugaracontigo—dijodirigiéndoseaSoledadconsutono

paternalista—.Yasabes,mepreocupabaportodos.—Ynolohice—respondímirandoaSol—.Creoquefuelaúnicavezquele

hicecaso.—¿Deverdadquepuedesconvivirconestemendrugo?RojomiróaSoledadfingiendoincredulidad.—Sí,asíes—dijoellaconunadulcesonrisa.—Ahí va mi vieja…—contestó divirtiéndose y tapándose los ojos con la

mano—.Túsabrásloquehaces,chica…Enfin,pedidcaféyunarondadeginjaqueaestacenainvitoyo…Porfinalgoquecelebrar…Rojoselevantóycaminóenbuscadelaseo.—¿Siempresetomalasbuenasnoticiasasí?—PreguntóSoledad.—Lasbuenas,sí—contestémirandolasiluetadelpolicía—.Lasmalas,mejor

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quenolosepas.Derepente,sentíelcalordemicompañeraenlapiel.—Entonces…—susurróconvozmelosa—.¿Esoesloquesomos?—Demomento…—respondí y giré el rostro encontrando sumirada y esos

labios carnosos que los contratiemposme habían impedido besar—.Eso es loquesomos.

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Tomamoscaféy licorportuguéspara rematarunanocheplacenteraa la luzdelaslámparasdeaquellatabernaque,despuésdetodo,medejaríaconbuensabordebocayundulcerecuerdo.Miréelrelojylamedianocheseacercaba.Paramí,eseerael lugardondeestabacómodo, juntoaellosdos.Aunqueno fuesenmifamiliadesangre,eranlasdospersonasmáscercanasenesemomentoylasquemásnecesitaba,porquesí, loshombrescomoyo,pormuyvivacesy libertinosque aparentáramos ser, también necesitábamos de otros para continuardisfrutandolosamaneceres.Rojoregresó,sirvieronloscafésytomamoslaginjacomohabíasugerido.El

licor portugués era más fuerte de lo que recordaba y las copas previas noayudaronaqueentraraenmiestómagosincausarestragos.Trasunadisputaporverquiénpagabalacuenta,dejéaloficialquesehicieracargodeella.—¿Cuál es tu plan? —Pregunté a Rojo mientras sacaba los billetes de la

cartera—.¿Quéhasaveriguado?Sopesó la respuesta, por lo que deduje queme colaría otro embuste de los

suyos.—Notengoningúnplan,Gabriel—dijocontandoeldineroparaasegurarsede

quenofaltaranada—.MañanaregresaréaAlicante,esoes todo.Supongoquecomovosotros.Lavidacontinúa.—Continuar,continúa…—contestédereojoesperandoquemeaclararaalgo

—,peronodeigualmaneraparatodos.—Porsupuestoqueno—dijoindicándomequenoeraelmomentooportuno

—.Algunoslotienenmásfácilysólotienenquerellenarpáginasdeunlibro.Resopléyalcélabanderablanca.Elperrodecazamostrabasusdientes.Ami

vera,Soledadbostezabaacausadelacenayelvino.Laretiradaseacercabayyonoqueríairmesinunadelantodeloquehabíacambiadoelhumordelpolicía.Entonces,ellaselevantóparairhaciaelbaño.Nohabríamejormomentoenla

nocheparaqueeloficialmeconfesaraloqueocultaba.—¿Quésabes,Rojo?—Preguntébajandolavoz—.Séquenohablasporque

estáelladelante,peroahoraquesehaido…¿Hasidoesefrancotiradorquienhacantado?Rojodabaelúltimosorboalposoquehabíaquedadodecaféensutaza.—Noinsistas,pelmazo—respondióimpasible—.Conozcotusinterrogatorios

deperiodistacomarcal…—¡Venga,hombre!—Exclaméindignado—.Somosamigos…—Estenoesunlugarseguro,nisiquieraparamí,Gabriel—murmurófijando

suinterésenmirostro—.Teloharésabercuandollegueelmomento…Mientrastanto,disfrutadelavelada,queyahemostenidobastanteestefindesemana.Unpocodecalmanotevendrámal.

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—Esinjusto,Rojo,estássiendomuyinjustoconmigo…—¿Noirásaponerteallorarconlaedadquetienes?—Preguntóconmofa—.

Compórtate,hombre,queestanoeslacasadetuspadres.—Lo haría con tal de dejarte en ridículo—contesté. Ese mamonazo sabía

cómoencontrarme—,peroestáella,yel ridículocaeríasobremí…Enfin,noereselúnicoquehadescubiertoalgonuevo.Élmemirósilencioso,vacilante,conansiasdesabermáspero,adiferenciade

mí,podíacontrolarsusimpulsos.—Sépaciente,amigo—sentenciórecuperandoeltonoserio—.Lacuriosidad,

mataalgato.Eslaúnicamaneradeencontrarlasalidadeestelaberinto.—¿Ysinolahay,Rojo?—Siemprelahaycuandosetratadepersonas.Antes de que pudiera formular la siguiente pregunta, Soledad regresó a la

mesayseformóunligerosilencio.—¿De qué hablabais?—Preguntó rompiendo el hielo—. Si no interrumpo,

claro.—Meestabaasegurandodequetunovionotehabíamentido—dijoRojoyse

levantó de la mesa con intención de despedirse—. Es tarde, pronto serámedianocheymañanatengounlargoviajeenmoto.Abandonémisillaymeacerquéaélenmediodelataberna.Rojomeacogió

con sus brazos y me dio una fuerte palmada en la espalda como símbolo dehermandad.—Cuídate,Rojo—dijejuntoasucabeza—.Tellamarécuandoregrese.—No—contestóriendo—.Sabesbienquesoyyoquiensiempretecontacta…

Nocambieslosrituales.ComoEme,pensé.DespuésseacercóaSoledadylediodosbesos.—Allá donde esté—dijo tocándole el brazo—, tu padre estará orgulloso de

tenerunahijacomotú.—Yunfuturoyernocomoéste…—apuntéchistoso.—Conociendo a su padre —comentó Rojo—, de eso último, no estoy tan

seguro.Suspalabrassefundieronenunarisaamistosayeloficialsalióporlapuerta

delatabernaenunanochefrescaytranquilaquecerrabalasemanaenlacapitalportuguesa.Allí,ensilencio,Soledadmemirócomonolohabíahechoantesentodo el fin de semana.Nohacía falta ser un adivino para saber en qué estabapensando.—¿Sabes qué me apetece ahora? —Preguntó con voz sensual. Sus ojos

brillabancomocastañassobreunallamaradadefuego.

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—Séloquemeapeteceamí.—Llévamealhotel,Gabriel.—Sóloteníasquepedirlo.Porfin,estardespiertohastamedianochecobrabasentido.

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CAPÍTULO26

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Alamañanasiguiente,despertéconlamelenadespeinadayrevueltadeSoledadaunlado.Casidesnudosbajolassábanas.Lanocheanteriorhabíamosfundidonuestroscuerposhastaconvertirlosenuno.Laalquimiahumana.Laclaridaddellunesentrabaporlaventanaylosrayosdelsolcalentabanmispies.Perdidoenvaivén de sensacionesmatinales, donde lamente divaga entre lo onírico y loconsciente,escuchéunligerogolpealapuerta.Meditabundo,sospechéqueseríael servicio de habitaciones. Opté por guardar silencio. Al comprobar que esapersonaseguíaahí,melevantéencalzones,mepuselacamisaazuldelanocheanterioryabrílapuertaconsigiloparanodespertaramisirena.Sin esperarlo, un empleado del hotel apareció con un ramo de rosas en la

entrada.Creíquesehabríaequivocadodehabitación.—Buenos días, señor Caballero —dijo en español con un fuerte acento

portugués.Erajoven,másaltoqueyoyparecíaeducadoysimpático—.Sientohaberledespertado,peroalguienencargóqueleentregaranestasfloresalasdiez.—¿Flores?—Pregunté observando con desaire al enorme ramo de rosas—.

¿Quiénmandafloresaestashoras?¿Amí?—Asíes,señor—confirmó—.Unhuéspeddelhotellopidiódeestamanera.

Lamentolasmolestias,señor.—No, no esmolestia…—contesté yme acordé deMoreau, que tal vez se

habría disculpado, o en ese repipi de Barbosa, en una intentona por jugar suúltimacartaconmiamada.Elempleadomeentregóelenormeramoyelolordelasfloresmedespertódeunsoplo—.Graciasporsuservicio.—Quetengaunbuendía—dijoysedespidió.Puseelramosobreelalféizar

de una ventana y me aseguré de que Soledad seguía dormida. Encontré unatarjeta en el interior de un sobre plateado. Tenía curiosidad por conocer a lapersona que había sido tan amable de regalarme rosas. Si no eran para mí,cambiaríalatarjetaporunaconminombre.Alabrir el sobre,unhalodeperfume tapó la fraganciade las flores.Eraun

perfume delicado, conocido y familiar. Era el perfume de Eme y, con sólosentirlo, desperté por completo. Se me encogieron las tripas. Las manos metemblarondemiedoycuriosidad.Saquélatarjetadecolorblanco.Encontréunaslíneas a mano. Era su caligrafía, no me cupo duda. Me había dedicado unaspalabras:

AmadoGabriel,estasfloresnosonparati,sinoparaella.Loheintentadotodoestetiempo,peronohesidofuerte.Teherecordadoencadaminuto,peronohesidocapazdeolvidarte.Medueleverteconella,entresusalas.Meduelevertesinmí,enladistancia.

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Sabesqueestoydispuestaaamar,perosinsercompartida.Sabesquenoestoydispuestaaquemeamen,paraquedespuésmedenpor

perdida.Celebraelhoy,porquequizánohabrámañana.Enladistanciacuentolashoras,paraencontrarteentremissábanas.AmadoGabriel,estasfloresnosonparati,sinoparaella.Estasfloresnosonparacelebrartuamor,sinosufuneral.

Con la mente en blanco, caminé hasta el baño, destruí el poema en variospedazosylotiréporretrete.Despuésintrodujemáspapelhigiénicoparaqueselosllevaraypulséelbotóndelacisterna.Mimentenolograbasalirdeltranceque había creado. Esa mujer estaba loca, dispuesta a luchar por lo queconsiderabasuyo,aunquenoleperteneciera.ListaparaarruinarmelavidacomoaRojo.Allí, juntoa la taza, contempléaSoledadcon losojos cerradosyunasonrisa placentera. Allí, la vi dormida y la envidié. Me cuestioné si yodespertaríaalgúndía.Esoera todo.Hubiesepreferidoquese trataradeunmalsueño,deunabromapesada.Peroestabaequivocado.Lamáshorriblesdemispesadillasacababadeempezar.

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Sobreelautor

PabloPoveda(España,1989)esescritor,profesoryperiodista.AutordeotrasobrascomoElProfesor,LachicadelascancionesoMotelMalibu.HavividoenPoloniadurantecuatroañosyahoraresideenAlicante,dondeescribetodaslasmañanasjuntoalmar.Creeenlaculturasinatadurasyenlasimplicidaddelascosas.

Haescritootrasobrascomo:

SerieGabrielCaballeroCaballeroLaIsladelSilencioLaMaldicióndelCangrejoLaNochedelFuegoLosCrímenesdelMisteriMedianocheenLisboa

Todosloslibros…

SerieDonDonMiedo

SerieRojoRojo

TrilogíaElProfesorElProfesorElAprendizElMaestro

Otros:MotelMalibuSangredePepperoniLaChicadelascanciones

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Contacto:[email protected]

Sitehagustadoestelibro,teagradeceríaquedejarasuncomentariodondelocompraste.