Medicisdfsdfaasdna Diccionasdfasdfasdfasdfaaaaaasdfsdfassdfaaario Akal Del Saber Griego Legible 10

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prohíben el «paso a lo semejante- que permi- te aplicar a un órgano lo que se ha observa- do para otro, o a una droga lo que se ha ex- perimentado para otra. La influencia de la filosofía escéptica en los médicos empíricos, sea la de los pirronianos o la de la Academia escéptica de Arcesilao, ha parecido evidente a muchos comentaristas. Pero de hecho esta cuestión, muy difícil, está lejos de haberse di- lucidado como, por lo demás, muchas otras. Queda por hacer la historia de la escuela empírica, pero esta es una tarea que choca con múltiples obstáculos de los cuales el me- nor no es una prevención tenaz entre los his- toriadores modernos en contra de los médi- cos empíricos. La lectura atenta de los testimonios y espe- cialmente de los de Galeno, nos muestra dife- rencias significativas entre los médicos empí- ricos. Así Filino había adoptado una posición extrema rehusando considerar tan siquiera lo que la tradición denomina causas evidentes: heridas, excesos alimenticios... En el mismo sentido, si bien todos los empíricos estaban formalmente de acuerdo con el precepto según el cual había que rechazar el recurso a los argumentos racionales en medicina, los miembros de la secta estaban lejos de enten- derse sobre el sentido preciso de esta propo- sición. Si un médico como Serapión de Ale- jandría (siglos III-II a.C.), que Celso presenta como el fundador de la escuela empírica, con- denaba todo uso del razonamiento en cues- tiones médicas, algunos empíricos posterio- res, como Heráclides de Tárenlo (siglo i a.C.), no eran tan radicales. Preconizaban una es- pecie de razonamiento que denominaban «epilogismo» que oponían al «analogismo- de los dogmáticos. El epilogismo, además de sus virtudes refutativas cuando el médico empírico esta frente a sus adversarios, puede permitirnos descubrir fenómenos y relacio- nes ocultas, pero únicamente los fenómenos y las relaciones que, en otras circunstancias, se pueden «observar». Lo que queda es por lo tanto el rechazo a pasar por medio de la in- ferencia de la observación sensible a entida- des perceptibles exclusivamente por medio de la razón. Con Menodoto (siglos i-n de nuestra era), el empirismo llegó a un uso in- ductivo de la razón que presenta una apa- riencia muy moderna. Hay que tomar en serio a los empíricos. No son ni sofistas que pretendan llevar a cabo un pulso dialéctico -construir un sistema mé- dico que no recurra en absoluto a la razón-, ni reaccionarios que añoran la medicina ar- caica anteriora la medicina racional. Son mé- dicos que dirigen a los sistemas nosológicos anteriores o contemporáneos críticas a los acentos a la vez positivistas y bachelardia- nos. No se trata de animar a los médicos a que se componen como animales «sin razón-, sino de rehusar lo que los filósofos llaman la demostración (apodeixis). Por ejemplo, se ha criticado mucho el rechazo de la anatomía por pane de los empíricos y, especialmente, de la disección; pero en realidad se limitaron a poner el dedo en la contradicción, señala- da más arriba, entre el virtuosismo teórico de la nueva medicina y su incapacidad para ges- tionar los dividendos terapéuticos de ese vir- tuosismo. La tercera de las grandes escuelas médicas de la Antigüedad, la escuela metódica, fue fundada por médicos que, aunque eran tan antidogmáticos como los empiristas, no se contentaban con la crítica empírica del dog- matismo. Los mismos antiguos no están de acuerdo en la identidad del fundador de la escuela metódica. Para unos es Temisón de Laodicea en el siglo i a.C., para otros Tésalos de Tralles en el siglo i de la era cristiana. Pese a algunos trabajos pioneros, como el De Me- dicina Metbodica de Próspero Alpino (1611) y la Historia de la Medicina de Daniel Leclec (1723), no es hasta hoy en día que nos aper- cibimos del interés de un sistema médico que, desde la Antigüedad, ha sido objeto de recios ataques, especialmente de parte de Galeno. Por lo tanto es seguro que apare- cerán trabajos importantes pues el historia- dor de los metódicos cuenta con textos com- pletos escritos por médicos metodistas, como los de Sorano de Éfeso (siglos i - ii d.C.), Celio Aureliano (tal vez siglo v), aunque no hemos conservado una exposición autóno- ma de la doctrina de mano de un médico metódico. Al igual que los empíricos, los metódicos piensan que el médico debe prescindir de explicar los estados mórbidos infiriendo rea- lidades ocultas a partir de realidades eviden- tes. Adoptan sin embargo una actitud dife- rente ante estas realidades ocultas: mientras que los empíricos sostenían que estas reali- dades no existen, los metódicos no se pro- nuncian en este punto, y dicen que estas re- alidades ocultas, existan o no, son inútiles para el médico. Recuperan algunas nociones

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prohíben el «paso a lo semejante- que permi­te aplicar a un órgano lo que se ha observa­do para otro, o a una droga lo que se ha ex­perimentado para otra. La influencia de la filosofía escéptica en los médicos empíricos, sea la de los pirronianos o la de la Academia escéptica de Arcesilao, ha parecido evidente a muchos comentaristas. Pero de hecho esta cuestión, muy difícil, está lejos de haberse di­lucidado como, por lo demás, muchas otras. Queda por hacer la historia de la escuela empírica, pero esta es una tarea que choca con múltiples obstáculos de los cuales el me­nor no es una prevención tenaz entre los his­toriadores modernos en contra de los médi­cos empíricos.

La lectura atenta de los testimonios y espe­cialmente de los de Galeno, nos muestra dife­rencias significativas entre los médicos empí­ricos. Así Filino había adoptado una posición extrema rehusando considerar tan siquiera lo que la tradición denomina causas evidentes: heridas, excesos alimenticios... En el mismo sentido, si bien todos los empíricos estaban formalmente de acuerdo con el precepto según el cual había que rechazar el recurso a los argumentos racionales en medicina, los miembros de la secta estaban lejos de enten­derse sobre el sentido preciso de esta propo­sición. Si un médico como Serapión de Ale­jandría (siglos III-II a.C.), que Celso presenta como el fundador de la escuela empírica, con­denaba todo uso del razonamiento en cues­tiones médicas, algunos empíricos posterio­res, como Heráclides de Tárenlo (siglo i a.C.), no eran tan radicales. Preconizaban una es­pecie de razonamiento que denominaban «epilogismo» que oponían al «analogismo- de los dogmáticos. El epilogismo, además de sus virtudes refutativas cuando el médico empírico esta frente a sus adversarios, puede permitirnos descubrir fenómenos y relacio­nes ocultas, pero únicamente los fenómenos y las relaciones que, en otras circunstancias, se pueden «observar». Lo que queda es por lo tanto el rechazo a pasar por medio de la in­ferencia de la observación sensible a entida­des perceptibles exclusivamente por medio de la razón. Con Menodoto (siglos i-n de nuestra era), el empirismo llegó a un uso in­ductivo de la razón que presenta una apa­riencia muy moderna.

Hay que tomar en serio a los empíricos. No son ni sofistas que pretendan llevar a cabo un pulso dialéctico -construir un sistema mé­

dico que no recurra en absoluto a la razón-, ni reaccionarios que añoran la medicina ar­caica anteriora la medicina racional. Son mé­dicos que dirigen a los sistemas nosológicos anteriores o contemporáneos críticas a los acentos a la vez positivistas y bachelardia- nos. No se trata de animar a los médicos a que se componen como animales «sin razón-, sino de rehusar lo que los filósofos llaman la demostración (apodeixis). Por ejemplo, se ha criticado mucho el rechazo de la anatomía por pane de los empíricos y, especialmente, de la disección; pero en realidad se limitaron a poner el dedo en la contradicción, señala­da más arriba, entre el virtuosismo teórico de la nueva medicina y su incapacidad para ges­tionar los dividendos terapéuticos de ese vir­tuosismo.

La tercera de las grandes escuelas médicas de la Antigüedad, la escuela metódica, fue fundada por médicos que, aunque eran tan antidogmáticos como los empiristas, no se contentaban con la crítica empírica del dog­matismo. Los mismos antiguos no están de acuerdo en la identidad del fundador de la escuela metódica. Para unos es Temisón de Laodicea en el siglo i a.C., para otros Tésalos de Tralles en el siglo i de la era cristiana. Pese a algunos trabajos pioneros, como el De Me­dicina Metbodica de Próspero Alpino (1611) y la Historia de la Medicina de Daniel Leclec (1723), no es hasta hoy en día que nos aper­cibimos del interés de un sistema médico que, desde la Antigüedad, ha sido objeto de recios ataques, especialmente de parte de Galeno. Por lo tanto es seguro que apare­cerán trabajos importantes pues el historia­dor de los metódicos cuenta con textos com­pletos escritos por médicos metodistas, como los de Sorano de Éfeso (siglos i-ii d.C.), Celio Aureliano (tal vez siglo v), aunque no hemos conservado una exposición autóno­ma de la doctrina de mano de un médico metódico.

Al igual que los empíricos, los metódicos piensan que el médico debe prescindir de explicar los estados mórbidos infiriendo rea­lidades ocultas a partir de realidades eviden­tes. Adoptan sin embargo una actitud dife­rente ante estas realidades ocultas: mientras que los empíricos sostenían que estas reali­dades no existen, los metódicos no se pro­nuncian en este punto, y dicen que estas re­alidades ocultas, existan o no, son inútiles para el médico. Recuperan algunas nociones