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Seminario La Economía Prehispánica en Colombia. Museo del Oro. Banco de la República. Noviembre 20 de 2014 Versión Preliminar en revisión Cambios en el Paisaje Antes del 1500: Paisajes Culturales Originarios, Vistos, Inferidos e Imaginados Carlos Eduardo López Profesor Universidad Tecnológica de Pereira Facultad de Ciencias Ambientales Geólogo Michael Tistl in Memorian Introducción Los convoco a pensar por un momento en distintas formas de abordar esta conferencia. Por ejemplo los organizadores –a quienes agradezco especialmente su confianza en mis aportes- hubieran podido invitar a un pintor, a quien hubiesen solicitado una serie de cuadros relativos a distintos lugares con representaciones de diferentes épocas, recreando secuencias históricas de paisajes prehispánicos. También hubiesen podido invitar a un cineasta, quien en una sola pantalla o recuadro, con la movilidad de la película o video, hubiese mostrado cambios en los espacios, agregando la magia del movimiento de la naturaleza o de los gestos humanos. Este seguramente habría considerado un hilo conductor basado en secuencias temporales proyectadas en diferentes épocas culturales y dinámicas sociales. A un ritmo distinto, una obra de teatro, también podría escenificar momentos, movimientos y sucesos históricos, así como comportamientos y relaciones sociales. En el escenario los actores mostrarían vestimentas, utensilios y alguna recreación esquemática y simbólica de distintos entornos, donde los diálogos resaltarían el papel de la comunicación e incluso el paisaje sonoro creado por los humanos. Actualmente, los increíbles avances de la tecnología, permiten generar mundos inimaginables hace 30 años, los cuales facilitan simular, crear y recrear

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Seminario La Economía Prehispánica en Colombia. Museo del Oro. Banco de la República. Noviembre 20 de 2014

Versión Preliminar en revisión

Cambios en el Paisaje Antes del 1500: Paisajes Culturales Originarios, Vistos, Inferidos e Imaginados

Carlos Eduardo LópezProfesorUniversidad Tecnológica de PereiraFacultad de Ciencias Ambientales

Geólogo Michael Tistl in Memorian

Introducción

Los convoco a pensar por un momento en distintas formas de abordar esta conferencia. Por ejemplo los organizadores –a quienes agradezco especialmente su confianza en mis aportes- hubieran podido invitar a un pintor, a quien hubiesen solicitado una serie de cuadros relativos a distintos lugares con representaciones de diferentes épocas, recreando secuencias históricas de paisajes prehispánicos. También hubiesen podido invitar a un cineasta, quien en una sola pantalla o recuadro, con la movilidad de la película o video, hubiese mostrado cambios en los espacios, agregando la magia del movimiento de la naturaleza o de los gestos humanos. Este seguramente habría considerado un hilo conductor basado en secuencias temporales proyectadas en diferentes épocas culturales y dinámicas sociales. A un ritmo distinto, una obra de teatro, también podría escenificar momentos, movimientos y sucesos históricos, así como comportamientos y relaciones sociales. En el escenario los actores mostrarían vestimentas, utensilios y alguna recreación esquemática y simbólica de distintos entornos, donde los diálogos resaltarían el papel de la comunicación e incluso el paisaje sonoro creado por los humanos. Actualmente, los increíbles avances de la tecnología, permiten generar mundos inimaginables hace 30 años, los cuales facilitan simular, crear y recrear paisajes y situaciones virtuales en los computadores, pantallas y 3D, por lo que los paisajes del pasado o los cambios del entorno, bien podrían presentarse en esas dimensiones.

No obstante, con el antiguo y clásico método de reflexionar, imaginar y escribir –ahora en computador y ya no con pluma o lápiz…!, también es posible presentar una visión de los “paisajes” y de la complejidad de “sus cambios”, -más que del “cambio del paisaje”- antes de la llegada de los europeos en el siglo XVI. Es importante además, llamar la atención sobre el hecho que la invitación nos sugiere un límite cronológico final (sXVI), pero nos deja abierto el límite inicial, el punto de partida, el punto cero de calibración del reloj cultural e histórico. En ese sentido, es posible situarse y evocar incluso tiempos remotos, los cuales incluirían por ejemplo, los procesos de formación de distintos paisajes “naturales” en nuestro planeta tierra, considerados en millones de años – en escala geológica/paleontológica-, es decir en la amplia mirada del proceso de evolución de las especies. Ahora no es el momento ni el lugar para profundizar sobre este apasionante

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tema, pero sí proponemos calibrar nuestro reloj determinando una época cronológica y cultural, la que podemos fijar considerando el ingreso de los primeros seres humanos al vasto continente americano. Se parte del arribo inicial de las primeras oleadas o radiaciones de poblamiento, quienes secuencialmente ocuparon con distintos ritmos, diferentes ecosistemas. Posterior y paulatinamente, otros significativos desarrollos tecnológicos y socioculturales se destacarían en periodos específicos, los cuales se distribuyeron con sus particularidades en el espacio, lo que permite contar con elementos diferenciadores de lo que podrían constituirse en distintos paisajes del pasado de norte de Suramérica (Ardila y Politis 1989, Cooke 1992, Dillehay 2000, 2009, Ranere y López 2007, Reichel-Dolmatoff 1996).

Nuestra re-creación, imagen, o “película” del pasado, se constituye en una narrativa más, la cual puede ser armada o construida soportada por el método científico, por la disciplina arqueológica en particular, y otras subdisciplinas complementarias. Estas brindan elementos teóricos, metodológicos y técnicos para hacerse preguntas y recuperar datos, los cuales permiten inferir aspectos claves sobre paleoclimas, paleobotánica, paleofauna, así como de manera más integrada sobre los ámbitos de la paleoecología o los paleoambientes. Pero más allá de los ecodatos, se han desarrollado también fundamentales aportes teóricos, los cuales incentivan las formas de abordar e interrelacionar no solo las formas de ver o entender los paisajes del pasado, sino su relación directa y práctica con el presente y el futuro (Dillehay 2000, Gnecco 2000, Piazzini 2006, Politis 2003).

Apuntes Sobre Acercamientos Teóricos al Paisaje y al AmbienteVale la pena hacer una breve introducción sobre la complejidad de conceptos como “Paisaje” y “Ambiente”. En un acercamiento inicial, el primero, nos evoca los orígenes de la pintura –con distintos ritmos y cronologías en Occidente y Oriente-; en el caso europeo por ejemplo desde el Renacimiento, se destaca la evolución de las formas, colores, perspectivas, etc. que demuestran no solo cambios en técnicas, sino en formas de ver el mundo. ¿Qué y cómo se observa, cómo y por qué se representan las imágenes de la naturaleza, del mundo mítico-religioso o la vida cotidiana? Aún heredamos mucho de esos conceptos simples –o incluso reduccionistas de “Paisaje”-, ligados a un cuadro o una pintura, cuyo aire bucólico, campestre, casi natural o costumbrista, generalmente evoca la tradición propia de un pasado tranquilo y nostálgico (no muy lejano en el caso latinoamericano de nuestros aún cercanos orígenes rurales e indígenas).

Por otra parte, el concepto de “ambiente” podría extrapolarse en muchos casos a los ámbitos de la modernidad y la postmodernidad; pues por una parte, evoca los efectos del “progreso” y “desarrollo”, poniendo sobre la mesa los conflictos en torno a la contaminación, la energía nuclear, los desastres, los efectos de la incontrolable tecnología, incluso de los límites del “desarrollo” y la sustentabilidad; o también en miradas complementarias, se mueve en la complejidad de la administración territorial, de la normatividad o de la conservación de recursos, muchas veces en el lenguaje verde del prefijo eco: ecoturismo, ecocombustibles, eco-rremediación, ecoparques, etc.

En las últimas décadas, se han desarrollado numerosos acercamientos al “paisaje” y al “ambiente” desde las disciplinas humanistas, sociales y culturales, las cuales enfatizan distintos aspectos teóricos, metodológicos y técnicos respondiendo a intereses diversos y contrastantes de su estudio y gestión. Para quienes estudiamos hace algunas décadas en el colegio y la universidad, el ámbito de la Geografía, con las divisiones en geografía física y geografía humana, era suficiente para englobar ese amplio rasgo de temas y

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problemáticas. No obstante, las especializaciones en cada disciplina, y las interrelaciones entre las mismas, han generado la consolidación de distintos enfoques especializados, los cuales han abierto el campo a subdisciplinas híbridas cuyos intereses retoman las complejas relaciones entre naturaleza y cultura, o ambiente y sociedad. Hoy día son familiares nombres como, Biogeografía, Historia Ambiental, Pensamiento Ambiental, o las Ecologías Socio-Culturales que incluyen Ecología Histórica, Ecología Cultural, Ecología Social, Ecología Política, Ecología del Paisaje, Ecología Profunda, Ecología Urbana, etc.

Desde finales del siglo XIX, los alemanes y franceses aportaron importantes consideraciones geográficas. En el caso específico de la disciplina arqueológica, durante la segunda mitad del siglo XX se consolidó la New Archaeology o procesualismo (Binford 1984, Trigger 1989), en el cual jugó un rol fundamental la Arqueología del paisaje o “Landscape Archaeology”, así como la Arqueología Espacial y la Geoarqueología, así como la Paleoecología, con importantes desarrollos principalmente en Inglaterra y Estados Unidos (Trigger 1989). Se recuerdan temáticas de interés como la discusión sobre sitios y distribuciones, patrones y modelos de análisis, pautas de asentamiento, análisis de catchment, relaciones socio-económicas, etc. Estos desarrollos se dieron paralelos a significativos cambios tecnológicos, particularmente ligados al advenimiento de los computadores, las imágenes satelitales y los famosos sistemas de información geográfica. Posteriormente se destaca un importante avance de la arqueología del Paisaje en España (Criado 1993) y varios ejemplos se podrían citar de estudios en Latinoamérica (Piazzini 2006, Politis 2003).

Otras corrientes de finales del siglo XX, manifestaron aproximaciones que podrían denominarse post-procesuales, mostrando diversidad de intereses temáticos y metodológicos, enfatizando aspectos de la acción social sobre los paisajes y las formas de concebir, interpretar y actuar sobre el espacio. También se destacaron acercamientos en el ámbito fenomenológico, enfatizando expresiones personales sobre los paisajes, cargados de sentimientos, saberes y sensaciones, a partir de las experiencias históricas y políticas de las comunidades y los individuos (Curtoni 2007, Piazzini 2006, Trigger 1989).

Estas aproximaciones teóricas, metodológicas y técnicas constituyen un bagaje acumulado durante varias décadas, brindando suficientes elementos para preguntarnos ¿qué tipo de orientación o respuestas se quiere o se puede presentar cuando se indaga sobre cómo fueron los paisajes del milenario pasado precolombino?

Paisajes Como PalimpsestosEs cierto que los arqueólogos tenemos como “misión” –en el trillado lenguaje administrativo contemporáneo-, el dar un panorama, una re-creación e interpretación del pasado local, regional, continental y global, así como actuar alrededor de los usos sociales y gestión de este patrimonio. En ese sentido debemos indicar y reconocer que somos herederos de un esfuerzo académico e investigativo colectivo, el cual debe incluir, por una parte los estudios de los arqueólogos e historiadores que nos han antecedido, y por otra parte, necesita nutrirse y sustentarse en otras disciplinas de las ciencias naturales y las ciencias de la tierra. Sin el esfuerzo conjunto y acumulado de varias generaciones de científicos, sería imposible contar, no solo con la información que hoy se posee, sino con las posibilidades para interpretarla. Las narrativas producidas por los arqueólogos se proyectan más allá de alimentar un pasado a veces nostálgico, sino tienen utilidad en distintos aspectos culturales de la construcción de identidades, así como en aspectos patrimoniales, normativos y del ordenamiento y gestión del territorio, por ejemplo en el marco de la arqueología preventiva (López et al. 2010).

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Los paisajes arqueológicos concebidos de manera esquemática, permiten hacerse preguntas sobre la ocupación humana en otras temporalidades que trascienden en el tiempo los documentos escritos, cuyas fuentes se basan en la cultura material y que generalmente se proyectan siglos o milenios antes de la presencia europea en el actual territorio americano y colombiano. El trabajo del arqueólogo ha sido considerado como de lector de un palimpsesto, es decir un texto que se escribe, se borra y se re-escribe en un mismo soporte o papiro. Por su formación e intereses, el arqueólogo tiene la apertura mental para suponer que en el mismo sitio han vivido distintos grupos humanos, cuyos vestigios han sido borrados por las dinámicas naturales y culturales en sucesivos eventos por otros ocupantes en una amplia perspectiva temporal. Las consideraciones puntuales de lo sucedido en el sitio, lugar o yacimiento, hacen que el arqueólogo se pregunte por dimensiones que incluyen los cambios climáticos y ambientales con todas sus implicaciones en la formación y transformación paulatina o súbita del sitio estudiado y sus efectos e interrelaciones en un espacio mayor. De acuerdo a las variables consideradas y las escalas de análisis, así como el número de sitios, la distribución y los patrones encontrados, las interpretaciones pueden cambiar y permiten formular distintas preguntas y plantear respuestas, tal como lo evoca la metáfora del palimpsesto.

El investigador podrá destacar distintos paisajes superpuestos, o individualizar los más significativos, de acuerdo a sus criterios e intereses, al detalle de los datos disponibles y al tipo de preguntas formuladas. Podrá leerse un palimpsesto en el cual se resalten los escenarios naturales y sus cambios, pero en otra lectura podrán resaltarse con mayor fuerza las identidades humanas, buscando reconocer distintas percepciones del mundo reflejadas en la tecnología y las expresiones simbólicas, las cuales a su vez permiten destacar cambios socioculturales definiendo temporalidades y territorios.

Un caso específico muestra como surgieron otros paisajes desde la presencia y dominación española a partir del siglo XVI, cuando se asumieron los territorios americanos principalmente como entes fiscales, espacios de explotación de recursos y dominios coloniales, sin considerar realmente la integralidad de los seres humanos en su compleja dimensión. La “modernidad europea” concibió ante todo regiones económicas, donde tan solo se percibieron recursos “naturales y donde se invisibilizó sistemáticamente a ciertas colectividades nativas, sin considerar sus distintas identidades culturales, configuradas como territorios históricamente en muy larga duración (Gnecco 1999, 2006, Zambrano 2001).

En ese sentido, la perspectiva arqueológica paleoambiental, histórica y antropológica, es fundamental para comprender la complejidad de los procesos de construcción de identidades regionales en el Noroeste de Sur América, en el marco de una alta y contrastante biodiversidad, donde han interactuado complejas dinámicas socioculturales durante milenios. Para terminar este segmento, invito a los asistentes y lectores a evocar distintos posibles paisajes arqueológicos cuyos rasgos podrían encontrarse en el palimpsesto mental de nuestra milenaria historia:

-Paisaje mítico de los orígenes-Paisaje de las glaciaciones-Paisaje de los primeros poblamientos: cazadores de megafauna y recolectores -Paisajes del sedentarismo y del intercambio-Paisajes patrimoniales: manifestados en alfarería, orfebrería, la estatuaria, la arquitectura y urbanismo

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-El paisaje de los aterrazamientos y camellones-Los Paisajes de la sal: Zipaquirá, Consotá-Los Paisajes sociales, económicos y políticos de los cacicazgos-Paisaje de la conquista europea: Paisaje de la violencia, también de los nombres escritos, de las palabras y la toponimia.

Paisajes Visibles y Paisajes No-VisiblesComo lo repite reiteradamente el investigador Fabio Rincón, los paisajes son “lo que se ve”, pero además son “lo que no se ve”. En ese sentido, parte de nuestra misión es presentar aspectos visibles y materiales, como algunos de los antes evocados, pero igualmente llamar la atención sobre ámbitos no siempre a la vista, cuya existencia soporta o ha soportado lo observable. En algunos casos, el leer un palimpsesto o varios palimsestos, requiere de potentes instrumentos tecnológicos, en particular instrumentos y análisis muy especializados, incluyendo microscopios y la aplicación de otras tecnologías de punta. Así es posible conocer aspectos de los paleoclimas y paleoambientes, por ejemplo a partir de la identificación de fitolitos, polen, almidones, microzooespecies, identificación de arcillas y minerales, etc. Estas evidencias son el soporte no visible al ojo, pero que magnificado, da una lectura “relativamente” confiable de paisajes del pasado. Decimos relativamente pues la re-construcción científica resultante depende del número de datos, de las condiciones y tipos de muestras, y por supuesto de las interpretaciones y sesgos del investigador, así como de sus preguntas iniciales.

Otros paisajes que no se ven, son los que literalmente han sido borrados, por procesos naturales y antrópicos a lo largo de milenios de eventos naturales y también en numerosos casos, por intervenciones antrópicas. Reiteradamente se tiende a recrear paisajes usando el mismo escenario geomorfológico y climático actual, sin ser conscientes de los cambios pasados. No obstante, esos paisajes no visibles en la actualidad, pueden re-construirse y extrapolarse para entender las dinámicas regionales medioambientales y de las actividades de pobladores de cuyas evidencias apenas tenemos noticia. Se podrían ejemplificar algunos paleo-paisajes arqueológicos que conocemos porque han sido investigados, pero muchos otros no se conocen, ni se podrán conocer porque han sido borrados completamente por procesos naturales (ej. Precerámico y Formativo valle del Magdalena) (Bray 1990, López y Cano 2011).

Por otra parte, algunos paisajes pueden llegar a ser invisibilizados, pues, no se quiere que se vean, en muchos casos por intereses ideológicos y políticos. No siempre es importante o necesario destacar aspectos ocultos, conflictivos o poco evidentes del pasado. Aquí entra en juego la dimensión política del paisaje. A partir de las pasadas dos décadas existen distintos estudios y reivindicaciones identitarias patrimoniales, donde priman los aspectos simbólicos, sobre aspectos tecnológicos, estéticos o cronológicos (Curtoni 2007). Un importante ámbito de reconocimiento de paisajes se abre desde la perspectiva etnohistórica, considerando la cercanía temporal y física que permite seguir más de cerca los vínculos genéticos y culturales. Algunos han abierto las últimas opciones de indagar en otros paisajes poco visibles en el ámbito de la etnoarqueología (Politis 2006) con relaciones directas con poblaciones indígenas contemporáneas; cercano a estas aproximaciones, se haya el amplio campo del diálogo y la revalorización de saberes, donde allende los intereses de la arqueología, se interactúa con los campesinos, pescadores, indígenas, sobre sus percepciones y vivencias alrededor del paisaje y el ambiente (López et al. 2010).

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Zonas de Vida, Grandes Paisajes Naturales y Divisiones TemporalesUna primera división de paisajes puede corresponder a la clásica y útil caracterización por zonas de vida o regiones naturales. Una escala de análisis apropiada, permite considerar el noroccidente de Suramérica, más que el solo territorio actual de Colombia, sobrepasando las limitaciones de las actuales fronteras administrativas. Si nos referimos al territorio colombiano se destacan claras subdivisiones entre la Región Atlántica/Caribe, la Región Pacífica, la Región Andina, la Región de la Orinoquía, la Región de la Amazonía y las Regiones Insulares. Son tan marcadas y contratantes las características biofísicas que las diferencian, que tanto en la perspectiva presentista, como en las extrapolaciones al pasado, se encuentran significativas condiciones y entornos que soportaron distintos desarrollos socioculturales a lo largo del tiempo.

Al considerar como macro-unidades de análisis los paisajes naturales es posible extrapolarlos con las “regiones naturales”, como macro clasificación de zonas de vida, basada en una división climática y de relieve que se materializa en los límites de cuencas hidrográficas. Estas macro regiones pueden tener variaciones climáticas en el tiempo registradas incluso a escala planetaria (Fenómeno del Niño), así como eventos súbitos como los efectos del vulcanismo, cambios reflejados en estas grandes áreas con manifestaciones locales en los principales ecosistemas.

Aunque en la escala amplia, se puedan trazar límites teóricos entre regiones naturales, es necesario plantear que existen conexiones directas, por ejemplo entre la región amazónica y la macro cuenca de los ríos Magdalena-Cauca. Se debe señalar al sur del territorio Colombiano, el sector denominado como macizo colombiano (o nudo de Almaguer), donde se encuentran las fuentes de los ríos Magdalena y Cauca que corren hacia el Atlántico, el río Patía que desemboca en el Pacífico y el río Caquetá que vierte sus aguas al Amazonas. Este nacimiento común, implica la interconexión de valles, y posibilidades de conexiones de corredores naturales que pudieron facilitar de alguna manera relaciones culturales a través del tiempo, particularmente dinamizadas o limitadas por los efectos volcánicos producidos por el sistema volcánico del sur del territorio Colombiano y norte del Ecuador.

Por otra parte, la consideración de los paisajes culturales –en sus distintas escalas- nos remiten a los seres humanos y sus organizaciones sociales con sus variaciones a lo largo del tiempo. Los cambios, adaptaciones, evolución y co-evolución están determinados ante todo por distintos usos de tecnologías, además de sus percepciones actuaciones y decisiones sobre el entorno. Pueden darse modificaciones y cambios a ritmo lento en el tiempo, o algunos de forma súbita, por ejemplo como los impactos del choque del encuentro de dos mundos o de las invasiones protagonizadas por la cruenta conquista europea.

Para ilustrar la complejidad de tratar de combinar las dimensiones de aspectos del espacio y del tiempo, es de utilidad recordar el tipo de ejercicio de espacializaciones que se han hecho en mapas arqueológicos de Colombia y que suelen aparecer en los Atlas o textos escolares. Allí se presentan las regiones naturales y se le superponen la mayoría de culturas vistas por los conquistadores españoles (tales como la Muisca, Tayrona, Zenú, Quimbaya, Calima) y otras antecesoras como San Agustín, Tierradentro, etc.), además de petroglifos u otras evidencias de cultura material de distintas temporalidades. Estos productos proyectan una imagen plana y reduccionista de la historia originaria y mezclan aspectos distintos del proceso de ocupación del actual territorio colombiano.

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Se debe enfatizar que en cuanto a la escala temporal se refiere, las investigaciones arqueológicas y paleoecológicas aportan una perspectiva cultural de muy larga duración, demostrando una importante ocupación humana aborigen, cuya diversidad viene siendo documentada desde hace más de 12.000 años. Por milenios, se dieron en las tierras bajas tropicales y las montañas andinas, procesos de ocupación del territorio, co-adaptaciones y transformaciones culturales de variados entornos. Desde sociedades cazadoras-recolectoras, incluyendo las primeras sociedades domesticadoras de plantas, las cuales abrirían el advenimiento de la agricultura y la complejidad social en América, hasta la pléyade de sociedades tribales y cacicales que ocuparon los distintos paisajes naturales de la esquina noroccidental del continente, los cuales sufrieron significativas transformaciones como consecuencia de fenómenos climáticos y volcánicos (Bray 1990, López y Cano 2004, 2011).

Paisajes y Economías Prehispánicas: Generalidades y Casos

Para ser consecuentes con la temática central de este seminario, es posible efectuar enfoques a algunos paisajes prehispánicos representativos, analizados desde la perspectiva económica. En esta mirada se busca resaltar aspectos de la producción de alimentos, objetos y utensilios, así como dinámicas del intercambio y del consumo asociados a distintos contextos histórico-culturales en la perspectiva de larga duración. Es posible considerar cómo se han dado cambios ambientales naturales y culturales que se pueden analizar en perspectiva histórica, por ejemplo a partir de las implicaciones sobre el trabajo humano, el cual se refleja en la selección y uso de materias primas, la manufactura de objetos, sus formas de producción, apropiación e intercambio. Durante los principales periodos histórico-culturales en que ha sido dividida nuestra historia prehispánica, es posible enfatizar aspectos económicos que conllevaron a lentas o rápidas transformaciones visibles en el uso de los suelos y el espacio, tales como la especialización en la cacería, la coevolución y domesticación de plantas, la sistematización de prácticas agrícolas con la producción de excedentes alimenticios, la producción e intercambio de alfarería, estatuaria y orfebrería especializada, los distribución y mercados regionales, las obras de aterrazamiento y urbanismo, las prácticas funerarias, el surgimiento de cacicazgos y la complejidad sociopolítica, así como otros aspectos cuyo desarrollo conllevó la paulatina modificación de los paisajes.

El Caso de los Paisajes desde el Pleniglacial al Tardiglacial: Retro-Predicciones sobre los esquivos Cazadores-Recolectores PrimigeniosLos acercamientos interdisciplinarios desde la subdisciplina de la paleoecología han permitido proponer aspectos básicos de lo que fueron los paleo-paisajes predominantes a finales del Pleistoceno, en particular durante el Pleniglacial (21.000 a 14.000 A.P), los cuales pueden ser descritos parcialmente por la ciencia y recreados por la imaginación. Las consideraciones desde la geomorfología, los datos de los suelos y el registro paleobotánico, sustentan que cuando el nivel del mar estuvo muy bajo -60 m más bajo que en la actualidad-), el paleo río Magdalena –y todo el sistema-asociado, cortaba sus propios sedimentos anteriores. Como lo presentan van der Hammen (1992, 2001) y otros investigadores, en las llanuras costeras y las tierras bajas de los principales ríos, predominó una cobertura vegetal característica de climas secos, al tiempo que todas las cumbres cordilleranas con alturas superiores a 3000 m mantuvieron retenido un casquete de hielo. En algunos valles y corredores naturales predominaron pastizales que incluso

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comunicaron la secuencia en altura de distintos ecosistemas andinos. El clima era más frío – unos 4 grados más bajo que en la actualidad- y más seco, se destacaba la presencia de megafauna, particularmente en las tierras donde predominaron los pastizales o áreas semidesérticas. Las asociaciones húmedas concentradas alrededor de ciénagas y pantanos se constituyeron en azonalidades dispersas, en las cuales ocurrieron los procesos de conservación de las comunidades y pudieron mantenerse en algunos casos relictos de bosque húmedo, los cuales, milenios más tarde constituirían las franjas de bosque húmedo tropical, como las que interrumpen hoy la zona de vida de bosque seco característicos del alto y bajo Magdalena. Estas áreas atrajeron también a los primeros seres humanos que se aventuraron a lo largo de los valles y corredores naturales. Las investigaciones de Correal y Van der Hammen (1993, 2001) demostraron la convivencia y cacería de megafauna al final del Pleistoceno en la Sabana de Bogotá (hace cerca de 12.000 años) y en Pubenza en las tierras bajas del Magdalena (hace 16.000 años). Por otra parte, en el valle del Cauca, se cuenta con evidencias fortuitas que señalarían también esta interrelación (Correal y van der Hammen 1977, 1993, López y Cano 2011, Van der Hammen y Correal 2001).

La economía de subsistencia de esta primera etapa se ha caracterizado por basarse en la recolección de frutos y raíces, así como la producción sistemática de implementos o armas de cacería y desprese, que permitió la subsistencia, crecimiento y dispersión de las sociedades primigenias. A diferencia del significativo número de sitios tempranos en la costa noroocidental venezolana (sitios joboides), en Colombia, Ecuador y Panamá son tan escasos los sitios reportados que sigue abierta la pregunta con respecto al tipo de instrumentos predominantes y si hubo preferencia por la cacería de grandes animales –como lo plantea el modelo Clovis-, o si la ingesta de proteínas dependía de una economía de subsistencia generalizada que incluía animales pequeños, aspectos todos relacionados con la oferta ambiental predominante y las decisiones culturales aún no documentadas (Dillehay 2000, 2009, Dillehay et al. 1992, López y Cano 2011, Ranere y López 2007). En estos modelos de cazadores tempranos se ha planteado que el intercambio se basaba en el compartir directamente lo obtenido entre los miembros de la familia nuclear ampliada a la banda, las que posiblemente no superaban el centenar de individuos. En la medida en que se amplió la radiación y dispersión, debió ser más común el intercambio de productos comestibles, de sal, de mujeres, así como de objetos de prestigio, los que generaron las primeras dinámicas intragrupales y la colonización paulatina, haciendo presencia y teritorializando por vez primera los espacios, generando los primeros paisajes culturales. El consumo estuvo ligado a la disponibilidad estacional considerando los ciclos secos o lluviosos, así como a la facilidad de redistribución de productos provenientes de distintos climas, obtenidos en tierras escalonadas en el relieve, conectadas por corredores naturales que facilitaron la comunicación.

Otro tipo distinto de paisaje predominó durante el comienzo del Tardiglacial (aprox. 13.000 a 10.000AP) cuando se presentó un cambio rápido del clima. En las cordilleras subieron las temperaturas y aumentó la precipitación (Interestadial de Guantíva), de acuerdo con los estudios de Berrío et al. 2001, los ríos –particularmente el Magdalena- aportaron nuevamente alta cantidad de sedimentos, comenzando a predominar las ciénagas y pantanos, así como el crecimiento de la vegetación boscosa. Además, otro cambio paisajístico importante ha sido reportado, pues hace unos 11.000 años y hasta 10.000 se presentó la última fase más fría del último del último glacial: el denominado estadial El Abra (Younger Dryas de Europa). Durante este intervalo, el río Magdalena cortó los sedimentos formados durante el Interestadial Guantíva, formando terrazas tardiglaciales (van der Hammen 1992, Van der Hammen y Ortiz Troncoso 1992).

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Para esta época se cuenta con un registro material más amplio que permite efectuar inferencias basadas en muestras contextualizadas. Se destacan conjuntos de instrumentos tallados en piedra que indican que los pobladores ya desarrollaron un modelo repetido de producción compleja de armas y utensilios que sirvieron para atrapar y procesar animales de tamaño mediano. Las investigaciones arqueológicas, han permitido localizar en las tierras bajas de la cuenca media del valle interandino del río Magdalena una serie de sitios tempranos en paleoterrazas. Se han reportado conjuntos líticos, cuya dispersión temporal ha sido datada al menos a partir de 10.400 A.P., perdurando por lo menos hasta el 5.000 AP. En estos conjuntos líticos complejos se destacan instrumentos producidos con un diseño predeterminado y con una factura final finamente retocada; particularmente son comunes los instrumentos plano-convexos y las puntas de proyectil triangulares pedunculadas, desbastadas bifacialmente. Se cuenta con datos sobre los contextos técnicos como fueron producidos (materias primas, lascamientos, instrumentos asociados, variabilidad y dispersión espacial). Las variaciones en las estrategias de reducción brindan elementos para considerar significados temporales o espaciales, así como para inferir una relativa alta densidad demográfica alrededor de las ciénagas y orillas del paleo-rio Magdalena, y terrazas altas, donde estas sociedades cazadoras especializadas, pescadoras y recolectoras perduraron por milenios. Posiblemente las armas de cacería se utilizaron para capturar anfibios, manatíes y pequeños mamíferos, pues aún no se cuenta con evidencias de su uso para la cacería de megafauna, la cual ya seguramente estaba en proceso de extinción al reducirse los pastizales por el cambio climático, incrementándose la cobertura boscosa debido al predominio de humedad (López 2008, López y Realpe 2008, López y Cano 2011).

El intercambio de productos pudo ser muy activo a escala regional, particularmente a lo largo de los valles, incluso adentrándose por corredores hacia zonas más altas de las vertientes cordilleranas, interpretaciones que se basan en considerar la dispersión y densidad de conjuntos líticos e instrumentos como puntas de proyectil bifaciales aisladas halladas en distintos sitios, incluso en sectores de la cuenca del Cauca (López y Cano 2011). El consumo de carne y pescado recurrentemente, estaría representado en la complejidad y densidad de las armas e instrumentos de corte y preparación de pieles, los cuales predominan sobre utensilios ligados al consumo de plantas.

Finalmente los paleo ecodatos indican desde la transición Pleistoceno-Holoceno y durante el Holoceno ha predominado la humedad, la cual ha mantenido el crecimiento del paisaje boscoso, cuya dinámica de expansión natural se ha visto modificada de manera exponencial en el tiempo por los efectos antrópicos. En algunos casos, el desmonte y exposición de los suelos hacen que se destaquen puntualmente dinámicas erosionales, las cuales como en el caso actual del valle del Magdalena, hacen que afloren los contextos arqueológicos en superficie, o a menos de un metro de profundidad (López y Realpe 2008). No obstante, si se retoman las crónicas de conquista o relatos de los viajeros de los siglos XVIII y XIX, se reitera lo que fue hasta finales del siglo XIX el territorio de Colombia, con el predominio de bosques antes de la potrerización, paisajes que predominaron durante todo el Holoceno y que fueron el escenario donde se desarrollaron en su mayoría nuestras distintas sociedades indígenas.

Los Paisajes de la Domesticación de Plantas: La dispersión en las montañas de los Horticultores TempranosParalelamente, la información proveniente del valle del Cauca, muestra que los paisajes predominantes al final del Pleistoceno fueron modelados por la actividad volcánica

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recurrente y se caracterizan por aportes permanentes de cenizas volcánicas. Considerando la dirección noroeste predominante de los vientos alisios en la zona intertropical, las evidencias en los suelos demuestran la constante depositación de materiales llovidos del cielo, particularmente en los últimos 20.000 años. Es probable que los primeros pobladores, hace cerca de 12.000 años, habitaran incluso en un relieve un poco más suave que el actual. Los procesos tectónicos y los productos del vulcanismo han sido un factor fundamental en la conformación y evolución del paisaje, tal como se reporta en el amplio paisaje del Abanico vulcanoclástico Pereira-Armenia (Cano et al. 2013). Allí se destacan una serie de “grandes paisajes”, con relieves ondulados a planos, donde han predominado bosques perenes aprovechando la humedad y fertilidad natural de los suelos. Las recurrentes erupciones volcánicas abrieron seguramente claros y corredores los cuales fueron utilizados para su movilidad por la fauna y los seres humanos. (Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano et al. 2013, López y Cano 2011).

A diferencia de los paisajes culturales tempranos descritos para el valle del Magdalena, en la cuenca media del Cauca es reiterado el hallazgo de instrumentos que se asocian a procesos de domesticación de plantas, tales como artefactos líticos –cantos rodados y baes- con desgastes en sus caras que han sido fechados en más de 4.000 AP., una amplia variedad en tamaño y formas de paleo-palines o azadas bifaciales, conjuntos recurrentes que indican la ocupación de los bosques subtropicales de montaña. En algunos casos son claramente visibles paleosuelos enterrados que incluyen materiales líticos y artefactos trabajados, que indican manejos y aportes a los suelos, desde tempranas con ocupaciones precerámicas tempranas(Aceituno 2003, Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano et al. 2001, López y Cano 2011, Patiño et al. 1997). Se está investigando si se trata de antrosoles que hubiesen sido generados posterior a los indeseables efectos causados por las fuertes caídas de cenizas y lapillis volcánicos.

Diversidad Paisajística y Cultural de los Primeros Pobladores del Noroeste de Suramérica

Como antes se ha indicado, a partir de los datos disponibles, los instrumentos teóricos y metodológicos de subdisciplinas como la peleoecología o la ecología histórica, es posible ofrecer aproximaciones a la re-creación e interpretación de los paisajes. Los estudios paleoecológicos proveen material para interpretar cambios en la cobertura vegetal, así mismo mediante la sedimentología y la geoarqueología se pueden identificar procesos de formación de sitio y detalles de actividades cultuales que permiten acercarse a la explicación de las decisiones humanas (por ejemplo movilidad) con relación a los distintos cambios ambientales.

Cada vez se fortalecen más diferentes modelos arqueológicos para explicar la existencia de tradiciones tempranas muy distintas al modelo Clovis/Pre-Clovis. Estos proyectan cronologías más profundas ligadas a desarrollos milenarios, y vinculadas a otras formas de subsistencia, como las de los bosques tropicales de montaña (Aceituno y Loaiza 2007, Gnecco 1990). En Colombia se vienen estudiando y se han presentado de manera articulada, los estudios sobre tradiciones líticas tempranas presentes en el centro y suroccidente del país. También se vienen aportando datos hacia la cuenca del Amazonas (Archila 2005, Llanos 1997, Mora y Gnecco 2002). Además de los trabajos que arqueólogos como C. Gnecco (2000) han venido sustentando en el sector de Popayán y H. Salgado (1986) en la zona de Calima (Cordillera Occidental), los sitios milenarios encontrados en el valle del río Porce en Antioquia (cuenca del río Cauca) (Aceituno 2003)

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y ahora varios en la región del Eje Cafetero, en la Cordillera Central (Aceituno 2003, Cano 2004, Cano et al. 2001, Integral 1995, Patiño et al. 1997, Salgado y Gómez 2000), complementan un panorama de gran interés, mostrando diferencias con los contextos tempranos de la sabana de Bogotá y valle del Magdalena, más hacia el modelo de la cacería y la recolección (Correal 1981, 1993, Correal y van der Hammen 1977, van der Hammen y Correal 2001).

Los materiales arqueológicos nos acercan a las interacciones culturales con el entorno y muestran diferencias interesantes de materias primas y productos procesados. Por una parte, las materias primas sedimentarias presentes en el valle del Magdalena tienden a calidades óptimas hacia el lascamiento y obtención de filos activos, debido a su grano fino; mientras que, hacia el valle del Cauca, predominan las materias primas volcánicas de grano grueso, cuya fractura se hace irregular, siendo el pulimento y abrasión, una alternativa mejor. Así, los productos obtenidos van a permitir aplicaciones diferentes: los materiales lascados predominan donde es fundamental el procesamiento de animales; por otra parte los de grano grueso se facilitan más para procesamiento de vegetales (Aceituno 2003, Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano et al. 2001, López 2008, López y Cano 2011). Sin pretender un determinismo ni reduccionismo geográfico, se debe llamar la atención en una perspectiva desde la economía, que la oferta del tipo de materia prima disponible, la oferta de recursos biológicos, y en general el entorno ambiental, está directamente ligado a los productos, usos y actividades culturales y modos de subsistencia diferenciados.

Hacia el valle del Magdalena, si bien los recursos vegetales pueden considerarse abundantes, predominan los conjuntos de artefactos para caza y faenamiento, por lo que su economía se enfocaba hacia las apropiaciones culturales de los recursos faunísticos. La presencia de puntas de proyectil triangulares talladas bifacialmente y de raspadores planoconvexos (o lesmas), comienza a ser recurrentes en grandes ríos como el Orinoco o el Amazonas o sus principales tributarios (Sanoja y Vargas 2006, Roosevelt et al. 2002). Se plantea entonces una fuerte señal de dinámicas muy antiguas de adaptaciones ribereñas que seguramente tuvieron vínculos o identidades tecno-culturales. Estas relaciones a muy grandes distancias se observan también en épocas cerámicos, por ejemplo con la expansión de cerámica corrugada y urnas funerarias. El registro arqueológico temprano de la cuenca interandina del Cauca, muestra una amplia dispersión entre las inmediaciones de Medellín al norte y Popayán al sur de evidencias arqueológicas y paleobotánicas ligadas a la horticultura, lo que permite dibujar un paisaje cultural ligado al cuidado, dispersión y uso cultural de las plantas.

Evocando los Paisajes de las Sociedades Complejas: El Imaginario Esquivo de “La Civilización”Tanto los distintos estudios arqueológicos como los documentos escritos del siglo XVI, brindan elementos para armar imágenes y recuadros diferenciados de distintas culturas prehispánicas asentadas en variados ecosistemas con distintos grados de desarrollo material y socio-político. Así como se encuentran dispersos los vestigios arqueológicos, también sobrevivieron algunos vocablos que evocan nombres indígenas. Asociado a este universo originario estos objetos y/o contextos sobrevivientes del pasado se asocian a sitios o actividades, tales como talleres, viviendas, sepulturas, terrazas, caminos, camellones, objetos sagrados y cotidianos, que en su conjunto recuerdan actividades, paisajes y territorios con identidad propia, tanto en el tiempo como en el espacio. Estos referentes espaciales aunados a los conjuntos utilitarios y artísticos expresados en

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cerámicas, orfebrería, líticos fueron desde el siglo XIX los marcadores que podrían medirse e interpretarse como los rasgos de las controvertidas “Civilizaciones” o de las sociedades que habían alcanzado estados superiores de evolución. Esta categoría pretendía rescatar y dibujar los posibles “Paisajes Monumentales existentes en territorio colombiano.

La historia prehispánica que se ha escrito sobre el actual territorio colombiano, vela y devela distintas búsquedas e intereses, y destaca casos concretos de distintas fases de regionalización histórico-cultural. Miles de pueblos indígenas americanos, con sus lenguas y costumbres, sus cosmovisiones y sus organizaciones socioculturales fueron conformándose en un largo proceso, y fueron la materia prima que se integraría con pueblos foráneos, tras el choque de culturas durante el siglo XVI. Desde los escritos de los conquistadores europeos, se notan sus intereses y asombros alrededor de los paisajes ecuatoriales, el encuentro de tantas variedades naturales y expresiones culturales. En distinto lenguaje y tono presentan descripciones detalladas de una significativa diversidad ambiental y sociocultural. En los documentos escritos posteriores la historia ambiental indaga sobre las percepciones y las normas que impusieron los europeos para reconocer, ordenar, intervenir y por lo tanto dominar políticamente a los nuevos territorios y a sus habitantes, configurando de manera impuesta y conflictiva nuevos “paisajes domesticados”, así como forzando relaciones sociales y económicas al modo occidental (Escobar 2005, Palacio y Ulloa 2002).

A partir de la segunda mitad del siglo XIX y particularmente durante el siglo XX, los estudios en el marco de la ecología histórica y de la historia ambiental muestran que son notorias las transformaciones a consecuencia de nuevas demandas sobre el espacio, particularmente con la apertura estatal y privada al comercio internacional, en el marco de una mayor liberalización económica. Se notan nuevas “colonizaciones del paisaje” (en palabras de los historiadores ambientales), y es así como se dan las circunstancias globales de la modernidad para la sabanización o potrerización asociados al auge de la ganadería, tanto en las montañas andinas, como las llanuras costeras, en los valles interandinos y los Llanos orientales. Otro caso significativo de cambio de los paisajes originarios, se dio con el cultivo y expansión de un producto foráneo (africano) como el café, cuyos cultivos y políticas comenzaron a generar importantes cambios paisajísticos y nuevas dinámicas socioculturales (López y Cano 2004). Por lo tanto la visita actual y las imágenes contemporáneas de los valles del Magdalena y el Cauca, de las cordilleras, los llanos y las selvas remanentes, distan mucho de los diversos paleopaisajes del pasado y nos siguen cuestionando sobre las fronteras de la “civilización”.

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Carlos Eduardo López Castaño, PH.D

Es profesor de planta de la Universidad Tecnológica de Pereira, adscrito a la Facultad de Ciencias Ambientales. Con formación en Antropología obtuvo su título de Pregrado como Antropólogo en 1988 en la Universidad Nacional de Colombia (sede Bogotá) y su maestría (1998) y doctorado en Antropología (Ph.D) en Temple University, Philadelphia USA en el año 2004. Ha tenido experiencia desde 1987 en investigaciones en distintos campos de la cultura, el ambiente y el turismo cultural y cuenta con diversas publicaciones en libros de su autoría, libros en coedición y artículos en revistas nacionales e internacionales. En particular la FIAN le publicó dos libros sobre sus investigaciones en el Magdalena Medio y 3 artículos en el Boletín de Arqueología.

Fue Profesor del Departamento de Antropología y dirigió el Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Antioquia de 1998 a 2000. Ingresó como profesor de planta en el año 2001 y actualmente dirige el Departamento de Estudios Interdisciplinarios, el Grupo en Gestión de Cultura y Educación Ambiental, y, el Laboratorio de Ecología Histórica y Patrimonio Cultural de la Facultad de Ciencias Ambientales de la Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia. Es docente de la Escuela de Turismo Sostenible y miembro del Comité Curricular de este  Programa en la Universidad Tecnológica de Pereira. Es miembro activo del Observatorio para la Sostenibilidad del Patrimonio en Paisajes Cátedra UNESCO y del Comité Departamental de Risaralda de Patrimonio Cultural. Fue socio fundador y primer Presidente de la Sociedad Colombiana de Arqueología de 1998.