Medita Cuadro

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MEDITACIÓN DEL CUADRO AGRIPINO GONZÁLEZ, T.C.

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Sobre los mártires amigonianos.

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  • MEDITACIN DEL CUADROAGRIPINO GONZLEZ, T.C.

    Licenciado en teologa por El Angeli-cum de Roma, posee tambin el mster en la Congregacin para las Causas de los Santos.

    En 1977 es nombrado Vicepostulador de la Causa de Beatificacin de Luis Amig. Y en 1889 Postulador General de su Congregacin.

    Ha conseguido la beatificacin de 23 Mrtires de la Familia Amigoniana, as como tambin llevar la causa de Luis Amig hasta su tramo final.

    De su pluma han salido 17 libros y opsculos, algunos en colaboracin, y ha dirigido la Hoja Informativa del Venerable Luis Amig en los ltimos cien nmeros.

    Ha impartido asimismo numerosas semanas de renovacin, a religiosos y religiosas, y es fiscal en varias causas de canonizacin de la Dicesis de Valencia.

    ALGUNAS DE SUS OBRAS

    P. Luis Amig. Biografa

    Mons. Luis Amig. Obras Completas (en colaboracin)

    Yo, Fray Luis de Masamagrell

    Venerable Luis Amig. Rasgos Espirituales

    Dilogos sobre el martirio

    Martirologio Amigoniano

    Postulador General de los Terciarios Capu-chinos, nace en Salazar de Amaya, Burgos, en 1942.

    En 1961 ingresa en religin y en 1971 es

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  • MEDITACIN DEL CUADRO

  • MEDITACIN DEL CUADROAGRIPINO GONZLEZ, T.C.

  • Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente,sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados

    Agripino Gonzlez Alcalde, T.C.

    Primera edicin: diciembre de 2002

    Depsito Legal: V-4440-2002

    Maquetacin e impresin: Martn Impresores, S.L. - Valencia

  • Presentacin............................................................................................................. 9

    Prlogo ............................................................................................................................... 13

    01. El cuadro, visin panormica ........................................ 17

    02. Fondo de palmas.................................................................................. 23

    03. El convento de Monte Sin ................................................. 29

    04. El convento de Masamagrell............................................. 35

    05. Cpula de San Pedro.................................................................... 41

    06. La cruz.................................................................................................................. 47

    07. El cortejo ........................................................................................................... 53

    08. Tres vidas Un testimonio ................................................ 59

    09. Del color de las alondras........................................................ 65

    10. Vicente Cabanes, corifeo de la causa ................ 71

    11. Domingo de Alboraya, el artista de la mi-sin............................................................................................................................. 77

    12. Gabriel de Benifay, una florecilla fran-ciscana ................................................................................................................. 85

    13. Carmen Garca, Cooperadora Parroquial ... 91

    14. Rosario, madre atenta y solcita................................. 97

    15. Francisco, el pedagogo de la obra ........................... 103

    16. Valentn, el cantaor de la pedagoga.................... 109

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    NDICE

  • 817. Serafina de Ochovi, la mujer fuerte ..................... 115

    18. Laureano, Bernardino y Benito................................... 121

    19. Tres de Madrid........................................................................................ 127

    20. Del amor y la gratitud................................................................. 135

    21. Bienvenido seas, hijo mo ..................................................... 141

    22. Los de Torrente....................................................................................... 147

    23. La virgen de la huerta ................................................................. 153

    24. Jos, Florentn y Urbano........................................................ 161

    Eplogo............................................................................................................................... 169

  • Por su naturaleza, la meditacin cristiana-mente entendida tiene, como una de suscaractersticas esenciales, la de ir transpor-tando a la persona de lo inmanente a lo trascen-dente, de la contemplacin de las criaturas a laadoracin del Espritu que les da vida y color. Ytodo ello, mediante la transformacin del propioagente de la meditacin que, de forma progresiva ycasi imperceptible para l mismo, va pasando deser un ser pensante a ser un ser amante, de pre-tender entender con la razn a acabar sintiendocon el corazn.

    Y algo de lo anterior es lo que podr ir encon-trando el lector en las pginas que siguen. Enellas, el padre Agripino Gonzlez Postulador delos mrtires amigonianos, que acompa, desdeun lugar privilegiado y como actor, el Proceso quellev a su beatificacin el 11 de marzo de 2001hace un nuevo recorrido por la vida de stos y seadentra otra vez en su testimonio martirial, par-tiendo de la contemplacin del cuadro que presidesu despacho. Un cuadro que se haba ido habi-tuando a ver todos los das, pero que en un mo-

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    PRESENTACIN

  • mento determinado le fue transportando a esadimensin que surge, cuando se empiezan a mirarlas cosas con los ojos del corazn y con la miradade la fe y se acaba descubriendo en ellas y parti-cularmente en las personas la mano y el Espritudel Seor.

    Comienza su meditacin, el padre Agripino,contemplando la panormica del propio cuadroen la que poco a poco descubre distintos deta-lles y su fondo de palmeras, que le habla funda-mentalmente de paz, de vida y, en definitiva, devictoria martirial.

    Se detiene despus a profundizar, desde el sen-timiento enriquecido por la fe, en los lugares queaparecen en el lienzo. Unos lugares que, dentrodel clima meditativo, adquieren caracteres teolgi-cos y se van transformando desde su inmanenciaen reflejo y asiento de la trascendencia. Primerocontempla, desentraa e ilumina el significado delos dos lugares amigonianos que en l aparecen:Monte-Sin y Masamagrell. Despus, el que repre-senta la unidad y centro de nuestra fe catlica:San Pedro del Vaticano.

    En un tercer momento su reflexin se detieneen los dos grandes smbolos que descubre en lapintura, que an sigue contemplando desde suconjunto: la cruz, que aparece en un primer plano,y el cortejo de hermanos y hermanas que confor-man el centro de la estampa.

    A continuacin y dejada ya la perspectiva deglobalidad, el padre Agripino centra su medita-cin en detalles ms particulares.

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  • Inmerso en esa dinmica de lo ms concreto, vadistinguiendo, en un primer momento dentro delgran cortejo, dos grupos bien definidos que aunqueconjuntados en la pintura y hermanados por elcarisma amigoniano tiene peculiaridades que losdistinguen con identidad propia: el de las HermanasTres vidas un testimonio y el de los Hermanos,al que describe Del color de las alondras.

    Posteriormente y acercndose ms todava a lapintura y centrndose en rasgos ms singulares vaidentificando y adentrndose en la personalidad deVicente, de Domingo, de Gabriel, de Carmen, deRosario, de Francisco, de Valentn, de Serafina, deBienvenido y de Francisca Javier, y va resaltando eltestimonio que ofrecen en su conjunto dos gruposmartiriales en Torrent, otros dos en Madrid y unquinto en Benaguacil.

    En su conjunto, no cabe duda, la obra consiguelo que pretende al introducir al lector en ese climade meditacin y oracin, que es el nico desde elque puede ser leda en profundidad la vida de losTestigos de la fe, que son, por excelencia, losMrtires.

    EPLA, 17 de noviembre de 2002

    Juan Antonio Vives Aguilella

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  • Ante la mesa de mi despacho pende el cua-dro Mrtires de la Familia Amigoniana.Cada vez que levanto mi vista del libro delectura, o de las cuartillas en que estoy escribien-do, siempre, necesariamente siempre, me topo conel cuadro. Lo he dotado de un marco sobrio, comose puede apreciar, pero elegante. Y lo he colocadoa la cabecera de mi estudio. l me sirve de recor-datorio. Y al mismo tiempo, y siempre si es posi-ble, espero que los mrtires me otorguen subenvola proteccin.

    Frecuentemente, como digo, contemplo el cua-dro. Lo miro detenida, despaciosamente. Y estoyen condiciones de afirmar con Ortega que cual-quier cosa se vuelve interesante en cuanto lamiramos despacio. Y de tal modo ha sido as, queel cuadro ha merecido los honores de este librito,fruto de mi observacin y del amor a mis buenoshermanos.

    Al escribir el libro, mi propsito ha sido el derecordar los Mrtires de la Familia Amigoniana. Nopoda permitir yo que cayesen pronto en el olvido,apenas concluidas las ceremonias de su beatifica-

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    PRLOGO

  • cin. Pues, si no me acuerdo yo de ellos, que lestengo en la cabecera de mi estudio quin se va arecordar! Y he credo que un libro es una buenaforma para conseguirlo o, al menos, para intentar-lo. Por m parte no va a quedar.

    Y, cmo conseguirlo o, al menos, intentarlo?

    Pues tratando de lograr que el lector vea, anali-ce y medite el cuadro juntamente conmigo. Si lacrtica literaria consiste simplemente en detener elcorazn sobre la pgina, como una abeja sobre untulipn, como dira Ortega, la visin de un cuadroest en ensear a ver el lienzo adaptando los ojosdel espectador a la intencin del pintor. Mi tcni-ca, pues, ha consistido en momentos de silenciomeditativo, contemplativo, como de espectadorpaciente, tratando de descubrir la intencin ocul-ta del artista.

    Por otro lado he titulado el libro Meditacin delCuadro. Siempre una meditacin ofrece ampliocampo para reflexionar sobre la vida y obra de mishermanas y hermanos en religin. La meditacin,como la imaginacin, es un todoterreno con mlti-ples prestaciones para circular por cualquier sen-dero, caada o vericueto por ms intransitableque se presente. La meditacin es una reflexincon autorizacin para seguir por donde uno quie-ra, sin tener que ajustarse a un orden lgico, ymenos an cronolgico, de captulos. De tal mane-ra que stos se pueden leer, meditar, y hasta orde-nar de forma diferente.

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  • Por otra parte con el pretexto de la meditacinhe ido vertiendo al libro briznas, o chispitas, defilosofa y de religin, de arte y de historia, menosconocidas pero que tal vez ayuden a mantenerpresente el recuerdo de los Mrtires de la FamiliaAmigoniana. Y hasta en alguna ocasin me he per-mitido ocuparme de la meteorologa, aunque nofuera ms que para poner punto final a un deter-minado captulo.

    En fin, el libro, como digo, tiene un doble obje-tivo: el de mantener vivo el recuerdo de mis her-manos mrtires, por una parte. Y por otra, la depresentar algunos detalles suyos tal vez inslitos yno demasiado conocidos. Ambas realidades las hevertido en un estilo literario y una veste tipogrfi-ca que, espero, haga amable y atractiva la lecturadel libro.

    Que as sea.

    Fr. Agripino G.

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  • Miguel Quesada es el autor del cuadro.Ms bien se trata de dos cuadros en uno.El primero recoge la estampa de dieci-nueve Terciarios Capuchinos de Nuestra Seora delos Dolores, mrtires, y de una cooperadora parro-quial, laica. Y el segundo, las tres mrtiresTerciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. Yuna mano maestra, amorosa, femenina, delicada-mente femenina dira yo, ha conseguido ensamblarambas telas, ha logrado la perfeccin del cuadro.Eso s, ambas telas, armadas sobre un fondo dora-do de palmas imperiales, integran el lienzo, el cua-dro, al que prestan unidad y dan una rica armonamartirial. Son los bienaventurados mrtires de laFamilia Amigoniana, beatificados por Su SantidadJuan Pablo II el 11 de marzo del 2001.

    Ambos lienzos constituyen, en s mismos y porseparado, una apoteosis del martirio. En un sololienzo, en conjunto, la glorificacin y apoteosis delos hijos espirituales del Venerable Luis Amig.

    Cuando don Miguel Quesada me entreg ellienzo, ya pintado, no pude por menos de acordar-me interiormente del gran Ortega y Gasset, y de

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    1. EL CUADRO,VISIN PANORMICA

  • su deliciosa meditacin del marco. Un cuadro,sin marco, tiene el aire de un hombre expoliado ydesnudo, asegura el filsofo. Su contenido parecederramarse por los cuatro lados del lienzo y des-hacerse en la atmsfera.

    Por lo mismo enseguida me apresur a encua-drar el lienzo, a enmarcar el cuadro. Lo fij en unmarco noble, sencillo. Que no dijera mucho, laverdad; pero que tampoco desdijera demasiado. Yque mucho menos distrajera, pues creo que elmarco tiene como finalidad primordial centrar elcuadro y la frecuentemente voluble atencin delespectador. Entonces, y slo entonces, pudedarme cuenta, como ya en su da lo hizo Ortega,de que el marco postula constantemente un cua-dro para su interior, hasta el punto de que, cuan-do le falta, tiende a convertirse en cuadro cuantose ve a su travs.

    La composicin del cuadro que nos ocupa estorganizada a lo largo de dos diagonales contra-puestas y tratada dentro de un apacible y aprecia-ble equilibrio de formas y volmenes. Y don MiguelQuesada ha conseguido dar unidad al cuadro,imprimir armona a unos hroes annimos, des-perdigados, personales, en un cortejo amigoniano.

    El cuadro est tratado diagonalmente en unanoble ascensin de personas y de edificaciones, alos que sirve de nexo de unin una cruz esbelta,desnuda, sobresaliente, a la que prestan apoyatu-ra unos signos: el humilde convento franciscanode Massamagrell y el alcantarino de NuestraSeora de Monte Sin, a los que unas nubes

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  • ingrvidas, algodonosas, blancas, cirros con pro-pensin de cmulos, separan de la grandiosacpula de San Pedro del Vaticano.

    Centra el cuadro, como digo, una delicada cruzprocesional, sencilla, esbelta, que apunta hacia loalto. Arranca del suelo y se clava en el cielo. Sobrelas cabezas de los mrtires ofrece seguridad, fir-meza y fortaleza. Siempre el patbulo de la cruzsuper la grandeza de los crucificados! A la delica-da cruz que centra el nuevo lienzo, y como sea-lando el lugar donde vio la luz el cabeza de losmrtires, padre Vicente Cabanes, acompaan nodos ciriales, como pareciera lo ms lgico y natu-ral, sino dos palmas martiriales.

    Rematan el cuadro las tres mrtires terciariascapuchinas. Atisban desde lo alto del matroneoms hermoso. Observan con intuitiva detencinfemenina, sobre el convento de Massamagrell. Del partieron un da para el suplicio, como sobre lapalma del martirio parecen partir, serenas, pacfi-cas, tranquilas, camino de la segura beatitud, sinduda morada ya de su buen Padre y Fundador.

    El lienzo, iluminado de agradables tonos rojizos,ocres y sienas, habla ya de amanecer de eternidad.Al fondo, en lo alto, tonos delicados preludian bie-nestar de eternidad. El cuadro recoge admirable-mente la teologa y espiritualidad del martirio, almismo tiempo que rene, sintetiza y resume laespiritualidad y misin de la Familia Amigoniana.

    En primer trmino la cruz desnuda del Mrtirdel Calvario a quien siguen en solemne procesin

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  • los que han lavado y blanqueado sus vestidurasen la sangre del Cordero. Seguimiento amoroso,religioso y martirial. Al fondo, en lo alto, la cpulade San Pedro, como el regazo gigante, inmenso yacogedor de una madre del ejrcito de los mrti-res. Parten de un convento pobre, humilde, alcan-tarino, estos hijos de la Iglesia, como un da nolejano partieron para el martirio.

    Las hermanas, en un plano superior, como quedesean e intentan unirse a la procesin, a la imita-cin, al seguimiento. Y todo el coro de bienaventu-rados, partiendo de conventos sobrios, cantarines,franciscanos, peregrinos trashumantes de unapatria nueva, sin nombre, en pos del Libro y delCordero.

    Hbitos franciscanos, franciscanas son barbasy capuchas, el cordn es franciscano, y el estiloperegrinante, devoto y recogido, es asimismo fran-ciscano. Y hasta franciscanos son tambin loscorazones que sobre el pecho luce el majestuosocortejo. Franciscano es el corazn que religiosos yreligiosas lucen sobre el pecho. Pero, eso s, el delos mrtires es el corazn maternal, dolorido, de laVirgen de los Dolores, la Reina de los Mrtires,traspasado por siete espadas. Es el corazn deNuestra Seora del Dolor que la maana del sba-do santo desciende a Jerusaln con serenidad yternura, llevando consigo los signos de la Pasinpor la falda del Calvario.

    El corazn que ante el pecho ostentan las her-manas es, como el de los mrtires, un corazn asi-mismo amoroso, ardiente, materno, y tambin

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  • rodeado de la corona de espinas, pero en el casoque nos ocupa sustentado en el abrazo fraterno,cordial, franciscano de la impresin de las llagasen lo alto del Alvernia.

    El lienzo, en una primera visin panormica delcuadro, recoge esa espiritualidad profundamentecristocntrica, mariana y franciscana, hecha deseguimiento, ecumenismo y eclesialidad, pobre ydesprendida, peregrinante y consoladora. Espiri-tualidad que aviv el ser y el hacer de religiosos yreligiosas en la noble misin de ir en pos de laoveja descarriada hasta devolverla al aprisco delBuen Pastor.

    El decreto de beatificacin de los hermanos aslo indica: Zagales de Cristo Buen Pastor, VicenteCabanes y 18 religiosos terciarios capuchinosgastaron su vida en el servicio de Dios y en la recu-peracin de los jvenes extraviados, movidos por lacaridad e ilusionados siempre por el ideal de quecada joven que se reeduca es una generacin quese salva La misma suerte corri Carmen GarcaMoyon, laica amigoniana, quien con los TerciariosCapuchinos comparta ideales apostlicos, traba-jando con ellos por el Reino de los Cielos.

    El decreto de beatificacin de las hermanas mr-tires, por su parte, asegura que gastaron sus vidasen su ministerio especfico de atender hospitales yorfelinatos, misiones y escuelas de correccinpaternal, es decir, en visitar al hermano enfermo,recoger al indigente y atender al necesitado.

    Cuando se leen estas expresiones a uno se leagrupan las preguntas en la mente y se siente

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  • impotente, incapaz de darles cumplida respuesta.Cmo pueden haber sido martirizados quienesinmolaron sus vidas en el ministerio misericordio-so de ensear al que no sabe, corregir al que yerrao dar buen consejo a quien lo ha menester?Cmo se puede inmolar a quienes, en seguimien-to del Cristo del Calvario, dedicaron sus vidas acurar al enfermo, visitar al preso o enterrar a losmuertos? Incomprensible!, verdad? Y es que eltestimonio del martirio, el holocausto martirial,tan slo tiene sentido dentro de un contexto de fe,en el seguimiento literal de una persona, y en elexacto cumplimiento de unos ideales apostlicos.

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  • Cuando contemplo el cielo, obra de tusmanos El salmista prorrumpe en uncanto de admiracin contenida y en unelogio completo al Creador. Idntica sensacinpercibo yo en m cuando contemplo el cuadroMrtires de la Familia Amigoniana. Pero especial-mente cuando remanso mi vista, y concentro micontemplacin, sobre ese fondo de palmas dora-das que sirven de soporte y caamazo al mismo.Son las palmas, el color de las palmas, el tono delas palmas, el que proporciona un clima de calorque armoniza y unifica el cuadro.

    Palmas, fondo de palmas, fondo de palmasdoradas No puede por menos de acudir a mimente el romancillo de Gerardo Diego: Si la palme-ra pudiera / volverse tan nia, nia / como cuandoera una nia / con cintura de pulsera / para que elNio la viera/ Si la palmera supiera / que suspalmas algn da/ Si la palmera pudiera

    Gerardo Diego seguramente insina, deja adivi-nar, tiene mucho ms presentes las palmas delMrtir del Calvario, que no las palmas de quienesle acompaaron desde Betfag a Jerusaln la

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    2. FONDO DE PALMAS

  • maana del Domingo de Ramos. Un no s qu demelancola y dolor parecen invadir el romancillodel poeta montas.

    Ante las palmas de fondo mi imaginacin vuelaasimismo al Siglo de Oro Espaol, a la Santa devila, a la inquieta y andariega Teresa de Jess.Escriba la mstica abulense: De la cruz, dice laEsposa, / a su Querido / que es una palma precio-sa / donde ha subido, / y su fruto le ha sabido / aDios del cielo. / Y ella slo es el camino / para elcielo.

    Fondo de palmas La palmera cruz, la palmerarbol de la vida, la palmera en el centro del para-so, la palmera en los oasis del desierto Tal vezde ah haya venido a convertirse la palma en elsigno ms evidente y elocuente del martirio. Talvez de ah arranca el smbolo ms claro para quie-nes entregaron su vida por la fe.

    Lo cierto es que la palma ha constituido siem-pre el signo del Israel bblico, el smbolo ms tpicoy tambin el ms popular de la Patria de Jess. Yque la primitiva iglesia de Jerusaln relacion lapalma con el martirio, como smbolo de vida.

    La palma siempre va asociada al desierto y aloasis. Y mi imaginacin tambin aqu vuelve aMachado: La palmera es el desierto, / el sol y lalejana: / la sed; una fuente fra / soada en elcampo yerto. El paraso terrenal fue un oasis en eldesierto. Y en el centro del paraso estaba el rbolde la vida. Lo cierto es que la palmera ha sido

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  • siempre el rbol de vida del Israel bblico, el mstpico y el ms popular, como digo.

    En la Patria de Jess la palmera ha tenido ytiene un especial relieve en la fuente de Eliseo. Enderredor de la fuente se ha desarrollado el oasisde Jeric, la ciudad ms antiguas del mundoconocido. Jeric es la Ciudad de las Rosas. Jerices la Ciudad de las Palmeras. Y Jerusaln es unoasis de paz, ms que por hallarse en el desierto,por abundar en provisiones de pan y de agua, yall poder disfrutar de los frutos de la palmera.

    Qu puede significar el que Betfag est situa-da en la vertiente oriental del Monte Olivete, pordonde pasaba el antiguo camino de Jeric? Losnios tomaron ramos de palmera en sus manos ysalieron al encuentro de Jess gritando: Hosannaal Hijo de David. Qu bien se percibe en Jeru-saln y en Jeric el eco de las palabras de Job!:Prolongar mis das como la palmera; se extende-rn mis races hasta las aguas y de noche caersobre mis ramas el roco.

    Palmas, fondo de palmas, palmas doradas queme trais a la mente la idea del martirio, que metrais la idea de triunfo, de victoria y de paz! La pal-mera, como la encina, es un rbol sobrio, de desa-rrollo lento, llega generalmente a longevo. Machadoles cantaba as: Encinares castellanos / en laderasy altozanos, / serrijones y colinas / llenos de oscuramaleza, / encinas, pardas encinas; / humildad yfortaleza!

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  • Por esto en la antigua Israel se reciba a los via-jeros a la sombra de la palmera o de la encina; yall, a la entrada de la tienda, se cerraban los con-tratos y se imparta justicia. Abraham recibe a lostres viajeros a la sombra de la encina de Mambr.Y Dbora imparte justicia bajo la palmera entreRam y Btel.

    En tiempo de los Macabeos los hijos de Israelvan con palmas a purificar el templo, o bien env-an una corona de oro y una palma al rey Demetriopara hacer la paz, para sellar la paz entre ambospueblos. Y en la misma poca los israelitas hacenla entrada triunfal y victoriosa con palmas, cmba-los y arpas porque el enemigo ha sido vencido yexpulsado de Israel. El pueblo ha vencido y yapuede vivir en paz.

    No otro es el significado de la entrada triunfalde Jess en Jerusaln, el Domingo de Ramos, o lavisin del Apstol Juan en el Apocalipsis: Vi unamuchedumbre grande que nadie poda contar, detoda nacin, tribu, pueblo y lengua que estabandelante del trono y del Cordero, vestidos de tnicasblancas y con palmas en sus manos. Es el cantode los mrtires. Es grupo de los vencedores que, atravs de la sangre, han llegado a la Jerusalnceleste, la ciudad amurallada de la luz y de la paz.

    Sigo contemplando el cuadro. Con profundadevocin y con gran inters por mi parte. Deseoimpregnarme bien de su profundo significado. Meacerco al cuadro con la devocin con la que meacerco a la Palabra Bblica. Mi cercana quiereseguir las mismas etapas de la oracin monstica:

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  • lectio, meditatio, contemplatio. O como me acerco ala Palabra de Dios: meditar lo que se lee; hacer felo que se medita; predicar lo que se cree.

    Palmas, fondo de palmas, palmas cenicientasy doradas; palmas de Jerusaln y de Jeric; pal-mas del Monte de los Olivos y del Monte Calvario;palmas de este lado del Jordn, palmas de IsraelPalmas que simbolizis el principio de la vida reno-vada y fecunda; palmas que me hablis de paz,triunfo y victoria; palmas que adornis monumen-tos o coronis arcos de triunfo; palmas que indi-cis tumbas de mrtires o cipos funerarios; palmasque ornis molduras y lpidas fnebres; palmassobrias, espigadas, longevas. Vosotras me hablisde triunfo, del triunfo de los mrtires del cristianis-mo, del triunfo callado, lento, de cada uno consigomismo. Palmas del Oriente, yo os venero. Palmasde mis hermanos en religin, palmas del herosmo,palmas del martirio. Como dira el poeta de los la-mos del ro: Palmas de martirio, s, conmigo vais,mi corazn os lleva!

    Palmas, fondo de palmas; palmas blancas ypalmas doradas que servs de fondo al cuadro. Quecoronis las tumbas de los mrtires. Los primerosmrtires del cristianismo eran conocidos por elpequeo arquito, el arcosolio, que se elevaba sobresu tumba. Era el arco de triunfo de los vencedores.La palma sobre la que vienen triunfantes mis her-manos, es la palma del martirio, es decir, la palmadel triunfo de quienes han muerto por la fe y des-cansan ya en la paz de los vencedores.

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  • Palmas, fondo de palmas, fondo de palmasdoradas. Vosotras prestis calor al cuadro y unifi-cis el mismo! Palmas de los vencedores quehablis de paz, de victoria, y de martirio! Yo ossaludo!

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  • Ocupa el centro del cuadro el conventito deNuestra Seora de Monte Sin, de Torren-te. No el actual, sino el primitivo, el anti-guo, maravilla de la reforma alcantarina. Es, era elconvento, pequeito, humilde, recoleto, francisca-no, realizado en pobres materiales de mamposteray segn los cnones de la estricta observancia de lareforma de San Pedro de Alcntara.

    El ncleo de la edificacin lo constituye la igle-sia monacal, con sus cupulillas forradas de cer-mica azul cielo y coronadas por la cruz. Con suespadaa al viento y su campanita cantarina. Ycompleta la estampa del convento el calvario yunos cipreses irregularmente distribuidos por laexplanada del mismo. Al fondo, una mata de ver-dor insina el jardn que un da no lejano, antesde la exclaustracin de 1835, perteneci al con-vento, dorada en el cuadro con los colores de unotoo anticipado.

    Una clara luz del medioda levantino ilumina lafachada principal.

    El convento fue levantado por los frailes de lareforma alcantarina sobre una leve colina o altoza-

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    3. EL CONVENTO DEMONTE SIN

  • no del terreno, sobre un alcor. Y en l se vivieron,vivieron sus moradores los frailes, gozosas fiestasde convento. Fiestas religiosas con sermn decannigo y motetes sacros, con mucho incienso yabundancia de revestidos, como un da dije.Tardes de domingo interminables, pero eterna-mente bellas y populares. Tardes en que, en lasbvedas del convento, sonaron las msicas ale-gres e inspiradas de Domingo de Alboraya, uno delos mrtires ya beatificados.

    He de confesar que siempre he sentido debili-dad y una devocin especial hacia este conventode Nuestra Seora de Monte Sin, de Torrente.Pero particularmente la siento cada da, al caer dela tarde en que, en la capilla de mi convento, con-templo el cuadro y en el centro observo el conven-to alcantarino, mstico, recoleto, orificado por laltima claridad del da que se ausenta como ahurtadillas.

    Y, por qu siento yo esa devocin? Por quesa mi especial debilidad hacia el convento deNuestra Seora de Monte Sin?

    Es verdad que el convento no era algo grande ysingular. No era nada del otro mundo. Pero en suclaustro pasearon la totalidad de los MrtiresAmigonianos. En sus escuelitas de pobre se for-maron en humildad. En la capilla conventual ele-varon sus plegarias a un Dios misericordioso yacogedor. Dentro de sus muros crearon fraterni-dad. Y en la llamada Capilla de los Mrtires repo-san sus venerables restos mortales.

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  • Tambin en dicha capilla se encuentran los res-tos de Carmen Garca Moyon, la cooperadoraparroquial amigoniana. Ella, a la sombra del con-vento alcantarino, fue recibiendo ese espritu fran-ciscano, hecho de fraternidad y de minoridad, desencillez y de humildad, de piedad y de gozo, ycuyo mejor smbolo es la estampa misma del con-vento.

    El convento, testigo mudo de tantas y de tandiversas efemrides populares, en los das anterio-res a la persecucin religiosa se vio molestado porlos hijos de la impiedad. Apenas proclamada laSegunda Repblica, falt tiempo a los enemigos dela religin para subir al convento y prepararse aderruir los casalicios del franciscano calvario.Fueron las jvenes antonianas, con CarmenGarca Moyon a la cabeza, quienes haran frente alas demoledoras piquetas y lo impediran. El cal-vario era la presencia y el mejor tributo que ladevocin popular levant en honor del primermrtir cristiano en la colina de Monte Sin! Y lasantonianas no iban a permitir que fuera derruido!Y no lo permitieron!

    En los das sucesivos al levantamiento militarno se pudo ya evitar. Al amanecer del domingo, 20de julio de 1936, un nutrido grupo de milicianossube al convento. Desean hacer desaparecer susencilla imagen del cerrillo de Monte Sin. Y leprenden fuego. Y encarcelan a sus moradores, loshumildes hijos de San Francisco. Entre ellos secuenta Ambrosio, Valentn, Recaredo y Modesto deTorrente, hijos tambin todos del pueblo. Su

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  • pecado mayor? Seguir la vida monacal fieles a lavoz de la campana, atender al ministerio de la igle-sia monstica, impartir la catequesis dominical,ensear en la escuelita parroquial, atender a lajuventud antoniana

    Ante el mstico convento alcantarino no puedopor menos de interrogarme: Por qu tanta prisapor apagar la luz que brilla sobre el monte? Porqu eliminar los pararrayos de la justicia divina,como dira Luis Amig? Por qu? Y viene a mimemoria, y se agolpa en mi mente, el nombre deaquel hijo del gran Lope de Vega que eleva plega-rias por su padre, aqu en el convento, como lohaca tambin Marcela cuando la comitiva fnebrepas por delante del convento en que haca peni-tencia, mientras conducan el fretro de su proge-nitor a su ltima morada.

    El convento cay a tierra derribado. No sepodr ya recuperar. Pero consuela saber que pre-cedentemente el P. Valentn haba retirado el San-tsimo. Sin embargo los versos del claustro alto,monstico, verdadera maravilla transida de piedady de uncin, recordatorios de virtud, perecieronpara siempre. Juntaban sabidura humana y divi-na espiritualidad, agudeza terrena y hlito celes-tial. Y, junto a No fes de amor humano / pues elque ms fino es / busca su propio inters, halla-mos versos como estos otros: Viva fe e ntimo amor/ son las alas con que el vuelo / se ha de levantaral cielo. Y junto a: Nunca digas del ausente/ aque-llo que no dijeras/ si presente lo tuvieras tambinSi quieres en esta vida/ vivir con paz y sosiego/

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  • hazte sordo, mudo y ciego, encontramos estosotros: Si quieres volar al cielo,/ sabe que las alasson;/ penitencia y oracin.

    Pero ms que la fbrica conventual, equilibradacatequesis de sencillez y de paz, contemplacin yfranciscana hospitalidad, me impresiona la cali-dad religiosa de sus moradores. Aqu se prepara-ron los primeros religiosos amigonianos a suministerio pastoral. Con qu fervorosas plticas elpadre Jos de Sedav les aleccionaba por lasnoches, reunidos todos cabe el altar mayor, en lasque les daba a conocer los tesoros inagotables delSagrado Corazn de Jess, su devocin predilecta!Qu imn tan poderoso eran sus palabras decelo, ilustradas muchsimas veces con lgrimas dedevocin y encendido fervor!

    Aqu se prepararon para el sacerdocio, y luegorecibieron el orden sacerdotal, los cuatro primerossacerdotes de la Familia Amigoniana.

    Aqu se prepararon para el ministerio pastoral,y de aqu partieron para la misin especfica en laEscuela de Reforma de Santa Rita, en Madrid, losprimeros hermanos.

    De aqu, al comenzar la semana, y a travs delos campos de Aldaya, Quart de Poblet, Manises yPaterna, se trasladaban los primeros hermanospara preparar la casa madre de Godella, roturarlos campos, plantar higueras y olivos, y via demoscatel

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  • De aqu partieron los novicios a la nueva casamadre a continuar su preparacin religiosa, peda-ggica y pastoral.

    Pero, sobre todo, del monstico convento parti-ran cuatro hermanos en religin, primero a suscasas familiares, camino de la prisin despus, y,finalmente, camino del martirio. Son sus nom-bres: Ambrosio, Valentn, Recaredo y Modesto, alos que la Divina Providencia vino a sumar otroscuatro amigonianos ms: los hermanos Laureanoy Benito de Burriana, Bernardino de Andjar yFrancisco de Torrente.

    El convento habla de vida religiosa, de oracin yde piedad; piedad, oracin y vida religiosa queproseguiran en la crcel del pueblo llamada LaTorre. Constitua toda su vida espiritual. Alterna-ban himnos y cnticos espirituales, salmodia ycanto, que en apretado silencio les acompaaracamino del martirio.

    El convento alcantarino de Monte Sin deTorrente, sencillo, recoleto y popular, orificado porlos ltimos rayos del sol del otoo levantino, mien-tras sus moradores recitan o cantan la salmodiavesperal, siempre fue la imagen ms bella de laalabanza divina proclamada y cantada por lenguahumana. As recordado, el convento recoge losanhelos ms profundos a que el monje puedeaspirar como ideal.

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  • Mira que habr visitado veces la casa demis hermanas en Massamagrell! S, laque se asoma al cuadro por la derecha,como de puntillas, como pidiendo permiso conpudor. La que semeja, en su rostro color siena, elde una joven a quien hay que empujar amable-mente para que se una al grupo y poder as apare-cer en la foto.

    Mira que he visitado veces la llamada Casa delCastillo! S, la que el cuadro envuelve en dos pal-mas martiriales, humilde, sencilla, franciscana,relicario de los restos mortales del Venerable LuisAmig. Relicario asimismo de su hija ms ilustre,la beata Francisca Javier de Rafelbuol, mrtir.

    Mira que habr franqueado veces su puerta deingreso! Esa portonera de madera, sobria, con olora limpio y a nuevo. Y la religiosa que tantas vecesme ha facilitado el acceso. Y que cada da siguefacilitndoselo al peregrino que, a cualquier horadel da, se llega a caer de hinojos ante el sepulcrodel Venerable Luis Amig.

    Mira que el pavimento de la plaza de la iglesiaconoce el caminar de mis pasos! Y, sin embargo,

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    4. EL CONVENTO DEMASSAMAGRELL

  • tengo que confesar que nunca, nunca, me haparecido la casa, el convento, tan elegante, amabley bello como el que se recoge en el lienzo. Nunca,como en el cuadro, he percibido esa su dimensinde casa cimiento, casa sntesis de las ms purasesencias franciscanas y amigonianas, es decir,como casa madre.

    Si de la casa noviciado de San Jos de Godella,Valencia, a la muerte de Luis Amig pudo escribirMons. Javier Lauzurica: La casa-noviciado me haparecido desde entonces como una gran abadamedieval. El convento de Massamagrell, relicariode sus restos mortales, all, a la derecha del cua-dro, me parece cada vez ms santuario amigonia-no, casa martirial y mansin de paz.

    El convento, que todava insina en lo alto desus remates las almenillas del antiguo castillo,arranca de la palma del martirio, que parece pres-tarle solidez, y otra palma del martirio recorta enel cielo su silueta y corona sus almenas: es lapalma del triunfo, la palma de los vencedores.

    Por otro lado, a la altura del puerta y a su dere-cha, se aprecia en mrmol negro la lpida, testigomudo de las tres primeras religiosas, mrtires de lacaridad, en el clera asitico de 1885. Cincuentaaos ms tarde, en 1936, otras tres hermanas cru-zaran este umbral, vereda del amable refugio pri-mero, camino del martirio despus. El convento deMassamagrell tambin a m me ha parecido siem-pre, y me sigue recordando todava hoy, all, a laderecha del cuadro, la bella imagen de una gran

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  • abada medieval, casa madre y santuario gloriosoen maana de resurreccin.

    El convento, as esbozado, me recuerda los dasprimeros de su inicial fundacin. S, das aquellosen que el Venerable Luis Amig y la hermanangela de Pego, nica superviviente del holocaustopor amor de 1885, recorran las calles de la pobla-cin. Das en que samaritanos ambos de niosinocentes y ancianos malheridos recogan ropas yenseres para dotar de lo necesario la obra del Asilode Massamagrell, que apenas comenzaba.

    Y tambin me recuerda la humilde vivienda dedon Jos Moliner, el vicario parroquial, quien lacedera a su ingreso en la cartuja del Puig con losamigonianos, al momento de tomar el hbito y,con l, el nombre de Francisco de Sueras.

    Y asimismo viene a mi mente ese inters delVenerable Padre Luis por imaginar planes, medirlos terrenos y cultivar ilusiones para levantar delimosna un templo a la Sagrada Familia, con sudelicioso matroneo y su impostacin neogtica.

    Y me trae a la memoria ese ir y venir apresura-do de las hermanas en el captulo general de laCongregacin en 1932, presente el VenerablePadre Luis. O ese sacro y piadoso recogimiento detantas y tantas promociones de novicias, gozo desu buen padre fundador y esperanza de la jovenCongregacin. O los ltimos das en que el PadreLuis, enfermo y achacoso ya, se retira a casa desus hijas en un intento supremo por recobrar suquebrantada salud. O bien cuando bajaba a des-

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  • pedir a sus religiosas que partan para las Misio-nes del Orinoco, o del Kansu Oriental en el cora-zn de la China.

    Y, entre unos y otros hechos, no puedo olvidarese entretejer de las efemrides festivas delFundador, como fueron sus bodas de plata episco-pales, o sus bodas de oro sacerdotales, o funda-cionales de la Congregacin, o de la zozobra vividaen el convento con ocasin de la proclamacin dela II Repblica en 1931.

    Pero, especialmente, la casa me recuerda losfunerales del Venerable Padre Luis en 1934 y laexpulsin de sus religiosas durante el verano de1936. Como piezazo gigante sobre indefenso hor-miguero, as son la orden de expulsin de lasreligiosas. Luego, luego ir y venir frentico dehermanas, nerviosismo y atolondramiento juvenil,traslado de objetos y enseres a casa del to Chuan,en la huertaLuego, con el declinar de la tarde,cay tambin la noche y con ella, el silencio.

    A las hermanas se les oblig a sacar los objetosreligiosos ms queridos a la plaza de la iglesiapara avivar la pira all levantada. All, sin duda,entre otras ardieron las bellas imgenes delCristo, su quitapenas, y de la Inmaculada

    El convento del cuadro me trae a la mente latristeza de la dispersin y de la dolorosa partida.Pero especialmente, porque as me lo insina yrevela el cuadro, la partida de las tres mrtires:Rosario, Serafina y Francisca. Y un fondo de pal-mas martiriales.

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  • En lo alto un cielo cuajado de negros y oscurosnubarrones. Sobre la huerta valenciana se hundeun sol bobo, abotagado y bermejo. Y las primerascasas del pueblo que luchan para que no lesenvuelva la noche. Y tambin con un fondo de pal-mas martiriales.

    Las tres mrtires se me presentan como atis-bando, desde lo alto del matroneo de la capilla neo-gtica, en un intento por presenciar el paso firme yseguro de sus hermanos, como si fueran a ofren-dar juntos su sacrificio ante la tumba de su buenpadre, que all, en el trasagrario de la iglesia con-ventual, espera el da gozoso de la resurreccin. Yasimismo sobre un fondo de palmas martiriales.

    En el rostro de las tres hermanas se apreciaserenidad y fortaleza, a la vez que su mirada se di-rige al infinito, como oteando ya das de eternidad.

    La casa sobre palmas, coronada de palmas,envuelta en palmas martiriales proclama en sulenguaje mudo y simblico las glorias del martirio.Su silueta, lugar donde reposan los restos morta-les del Venerable Padre Luis, de la beata FranciscaJavier de Rafelbuol, lugar que hollaron los piesde las mrtires de amor de 1885, proclama muchomejor que ninguna otra realidad, la fortaleza, lasolidez del cimiento, la seguridad de la construc-cin. Un da no lejano fue morada de mrtires;otro da no lejano, esperamos, ha de ser semilla devocaciones.

    La casa de Masamagrell, la del cuadro, me pa-rece templo y santuario, relicario y cimiento, pero

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  • an ms percibo el calor de lar, hogar o focolarcentral de casa solariega. Y es ara y es altar mayorde donde brotan aires de honradez, de santidad yde paz. Y es columna y es fundamento, y es Na-zareth y es Beln, y es lugar de meditacin, silen-cio y oracin; y es lugar de trabajo y de reflexinsobre un fondo de palmas martiriales.

    La casa de Masamagrell, la del lienzo, comoaquella otra casita sobre la sacra colina deMontiel, la casa de la Madre, me habla con el len-guaje de su presencia con mayor fuerza persuasi-va que ninguna otra, y me habla de sencillez yhumildad, de seguridad y fortaleza, de raz ycimiento, de raigambre y solidez, de estabilidad ypermanencia, Me habla, de totalidad.

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  • El cuadro fcilmente se puede apreciar, yas lo escrib ya est tratado diagonalmen-te en una noble ascensin de personas y deedificaciones. Y es verdad. Hemos contempladocon mirada amable, ensoadora, espiritualmente,la casa de Masamagrell y el convento alcantarinode Torrente. Vamos a centrar ahora nuestra mira-da meditativa, contemplativa, inquisitiva, sobre laltima de las construcciones. Vamos a evocar, arememorar, seguidamente la cpula de San Pedrodel Vaticano.

    En un primer momento podemos apreciar queuna amable vereda parece unir los tres edificios.Parte de una palma martirial y se va elevandolenta, progresivamente. A travs del tnel deltiempo, se eleva hasta alcanzar un cielo inmortaldonde todo es cpula, todo es redondez, todo esplenitud. Es el redondeamiento del esplendor,como dira el poeta.

    El camino martirial, camino que recorri laFamilia Amigoniana, parte de una palma. Y seeleva hasta la cpula, inmensa bveda, claveteadade puntos de luz sobre la tumba de Pedro, primer

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    5. CPULA DE SAN PEDRO

  • Vicario del Mrtir del Calvario. Y es que el mrtir,todos los mrtires, parten por el camino de lavida, en un lento proceso ascensional, hastaalcanzar lo ms alto de la cpula, donde todo escenit, todo es medioda, todo es majestad, todo esluz. Donde todo es centro, todo es adoracin, todoes perfeccin. Donde todo es accin de gracias,todo es alabanza, todo son laudes Donde todo esbveda, donde todo es completo porque todo esinmensidad, la inmensidad del Anciano y delCordero.

    Todo sube en afn contemplativo, como a tra-vs de transparencia anglica, y lo ms puro quehay en m despierta, sorbido por vorgine de altu-ra. Es el recuerdo de un himno de laudes. Es elrecuerdo de la gloria del Bernini desplazada a lainmensidad de la linterna de la bveda que se yer-gue majestuosa sobre el crucero.

    Muchas veces he contemplado la cpula de SanPedro. Pero nunca me ha parecido tan bella,jams tan hermosa y majestuosa como en loscomienzos de marzo. Es el preludio de la primave-ra entrante. Los primeros soles de la primaverametalizan su imponente dorso. Abajo, continuohormigueo de gentes que pasan o pasean por lainmensa plaza. La enorme cpula, en estasfechas, siempre me ha parecido el manto enorme,gigante, protector del ms amante de todos lospadres.

    Es el 11 de marzo del 2001. A la sombra de lainmensa cpula nos reunimos o ms bien noscobijamos una inmensidad de fieles de toda raza,

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  • lengua, pueblo y nacin. Es da de beatificaciones.Su Santidad elevar al honor de los altares a ungrupo de 233 mrtires espaoles. Entre ellos 23miembros de la Familia Amigoniana. Me dispongoa seguir la ceremonia con recogimiento y piedad, yrecuerdo:

    A la falda del Jancolo, en San Pietro in Mon-torio, fue martirizado el apstol. Sus fieles segui-dores le dieron sepultura aqu, al pie del MonteVaticano, leve espoln de Monte Mario, en el circode Nern. Pedro es tumba y es cimiento, es fe y esdevocin, es seguridad y es fortaleza.

    La tumba del apstol Pedro, como la del funda-dor en las familias patriarcales, es cimiento y escripta, es columna y es fundamento, que culminaen la solemne cpula que, cual inmensa tiara,simboliza los poderes pontificios y recoge las ple-garias de los fieles. Que piadosas oleadas deincienso se elevan hacia lo alto en solemne actitudde adoracin!

    El tabernculo de la Capilla de la Comunin enla baslica de San Pedro, es copia reducida del tem-plete que Bramante elev al Pescador de Galilea,en el lugar en que ste fue crucificado. Tambin enel templete del Bramante todo es cpula, todo encenit, todo es medioda, todo es elevacin. En laCapilla del Santsimo asimismo, en San Pedro delVaticano, todo es centro, todo es perfeccin, todoes adoracin; todo es accin de gracias, todo esalabanza, todo es oracin.

    A la cpula del Bramante, a la cpula de la Ca-pilla de la Comunin, a la cpula de Miguel ngel,

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  • sube ingrvida la nube de incienso, suben las ple-garias de los fieles, avivadas en la fe de Pedro, avi-vadas en la fortaleza de Pedro, avivadas en el arade Pedro No es esto lo que evoca la cpula dePedro, incienso, oracin, inmensidad, eternidad?

    Cuntas veces he contemplado la cpula deSan Pedro, como la contemplo ahora en el Cuadrode los Mrtires, con mirada extasiada, contemplati-va! Qu bien luce la cpula ah, en lo alto del cua-dro de Miguel Quesada! Ah en lo alto es, si cabe,ms cpula, ms redondeamiento, ms comunin.

    Qu bien luce la cpula de San Pedro comocoronamiento de la baslica!

    El ejemplo de los mrtires y de los santos esuna invitacin a la plena comunin entre los dis-cpulos de Cristo. No lo dudis, la sangre de losmrtires es en la Iglesia fuerza de renovacin y deunidad, deca Su Santidad Juan Pablo II. Y enotra ocasin: El ecumenismo de los santos, de losmrtires, es tal vez el ms convincente. La comu-nin de los santos habla con una voz ms fuerteque los elementos de divisin.

    La cpula de San Pedro me parece la ms bellaimagen de unidad y de comunin de los cristia-nos. Los mrtires de la Familia Amigoniana, losms fieles representantes de la unidad de la fami-lia espiritual del Venerable Luis Amig.

    Qu bien luce la cpula de San Pedro comocoronamiento basilical! Y sigo rememorando.

    Asegura Su Santidad Juan Pablo II que, procla-mando y venerando la santidad de sus hijos e

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  • hijas, la Iglesia rinde mximo honor a Dios mismo;en los mrtires venera a Cristo, que est al origende su martirio y de su santidad.

    Y en otra ocasin: Nunca hubiera podido ga-rantizar un desarrollo de la Iglesia como el verifica-do en el primer milenio, si no hubiera sido poraquella siembra de mrtires y por aquel patrimoniode santidad que caracterizaron a las primerasgeneraciones cristianas.

    Ah!, y su martirio posiblemente sea la explica-cin ms creble y veraz, o al menos la ms lgicay natural, a los grandes misterios del dolor huma-no, de la reparacin vicaria y de la solidaridaduniversal; y la expresin ms clara y evidente dela santidad de la Iglesia.

    Que bien luce la cpula de San Pedro comocoronamiento de la baslica! Y sigo pensando.

    Y contemplo, uno a uno, los mrtires de laFamilia Amigoniana junto a la cpula, cobijadospor la cpula. Y me doy perfecta cuenta de que losmrtires constituyen el grupo ms perfecto y com-pacto de seguidores e imitadores del Mrtir delCalvario. Su sacrificio, completo y total, nos hablacon el lenguaje convincente de los hechos, del sen-tido catlico, ecumnico y eclesial del martirio.

    Qu bien luce la cpula de San Pedro comocoronamiento de la baslica! Y concluyo:

    Unidad, santidad, catolicidad, apostolicidadMe recuerdan las notas de la Iglesia. Sobre latumba de Pedro, el altar de Cristo, sobre el altar lacpula, sobre la cpula un cielo de ngeles bendi-

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  • tos, de los mrtires que lavaron sus vestiduras enla sangre del Cordero.

    Qu bien ha representado Miguel Quesada lacpula de San Pedro! Con sobriedad de rasgos,con pobreza de colores, con matices franciscanos,ha conseguido representar la obediencia al SeorPapa, el Francisco, repara mi Iglesia, la humil-dad franciscana amparada bajo el manto acogedorde la gran cpula.

    Aqu s que todo es cpula, todo es medioda,todo es plenitud. Aqu todo es centro, todo es ado-racin, todo es perfeccin. Aqu todo es accin degracias, todo es alabanza, todo son laudes Todoes bveda, todo es completo, todo es inmensidad,la inmensidad que corona desde lo alto el altar dela confesin, del Mrtir del Calvario, de Pedro,Vicario del primer mrtir y de los Mrtires de laFamilia Amigoniana! Aqu todo es perfeccin.

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  • El primer plano del cuadro de Miguel Quesa-da lo llena la cruz. El centro del cuadro loocupa la cruz. Centra el cuadro, lo enmar-ca, la cruz. Una cruz sobria, sencilla, lineal, esbel-ta, estilizada y elegante. Una cruz que, surgiendode la tierra, alcanza un cielo que le corona de luz.Una cruz que enarbolan los mrtires como signo yestandarte. Una cruz que llevan gozosos y quesiguen triunfantes. Una cruz

    La cruz es el signo del cristiano y su mejor idealde perfeccin. La cruz es centro y es altar, es snte-sis y resumen y compendio, es ideal y es modelo,es motivo de seguimiento y signo de contradiccin.La cruz recoge el dolor del mundo y reparte piado-so consuelo. Para el fiel la cruz es todo.

    Frente al cuadro, que tan admirablemente en-cuadra la cruz, yo me pregunto: Qu sentido tienela cruz? Qu sentido tiene que un grupo de mr-tires, en actitud procesional, sigan los pasos de lacruz? Qu significado tiene el cortejo de la cruz?

    Indudablemente, y para m, quien centra elcuadro e imprime sentido al mismo, es la cruz. La

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    6. LA CRUZ

  • cruz es el distintivo propio del Crucificado y elsigno ms elocuente del martirio. Es el patbulodel Mrtir del Calvario. Y, el mrtir? Acaso no esel mrtir el seguidor ms cercano e imitador msperfecto de quien un da fuera crucificado en elCalvario? Y el suyo, su martirio, no recoge yencierra un dolor vicario, participativo, comple-mentario a la pasin del Crucificado?

    De todos modos, y mientras piadosamente con-templo y admiro el cuadro, no puedo por menosde interrogarme una vez ms: Qu sentido tienela cruz? Qu explicacin se puede dar al dolor,especialmente al de los inocentes? Por qu elsufrimiento del Hijo de Dios? Por qu el dolor delos mrtires? Ayudar, acaso, a completar lo quefalta a la pasin de Cristo? No habr sido el suyoun sufrir piadoso, expiatorio, por sus hermanos?Habr sido su morir un poner un punto finalmientras, zagales vigilantes del rebao del BuenPastor, trataban de salvar la oveja perdida, eljoven extraviado?

    Yo no puedo por menos de confesar mi admira-cin por el cuadro pero, sobre todo, por los mrti-res. No puedo por menos de admirar la calidez desu amor desinteresado, eucarstico. No puedo pormenos de contemplar el carcter de su sufrimien-to que, mejor que ninguno otro, me habla de lainterrelacin y de la fraternidad universales.

    La cruz Quien quiera seguirme tome su cruzcada da y me siga, dice el Seor, mientras seencamina a Jerusaln, donde le espera precisa-mente la cruz. Y san Pablo: Lbreme Dios de glo-

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  • riarme si no es en la cruz de Cristo y Cristo cruci-ficado! Y del serfico padre San Francisco deca elbueno de Toms de Celano: Toda la vida de estepobrecillo de Cristo se cifraba en seguir el caminode la cruz, en gustar las dulzuras de la cruz y enpredicar la gloria de la cruz. Y aada: CristoJess crucificado moraba de continuo, como hace-cillo de mirra, en la mente y corazn de Francisco.

    Y el Venerable Luis Amig, por su parte, si-guiendo la tradicin franciscano capuchina, escri-ba a sus hijos: Acojamos y estrechemos bien estatabla de salvacin, la santa cruz, que ella nos lle-var por entre el mar tempestuoso de este mundoal puerto seguro de nuestra salvacin eterna. Yobserv en vida la prctica del piadoso acompaa-miento a Jess y Mara camino del Calvario.Orden a sus religiosos que diariamente tuviesenla meditacin de la Pasin del Seor. Y diariamen-te tambin, l mismo realizaba el piadoso ejerciciodel va crucis.

    Cun bellos son sobre los montes los pies delmensajero que anuncia la paz, que trae la buenanueva, que pregona la salvacin!, deca Isaas. Elamable cortejo de hermanos que viene de lo alto,que trae palmas en sus manos, que pisa las pal-mas del camino, que sigue la cruz, es un cortejotriunfante, vencedor. Al ir iban llorando, echandola semilla, al volver vuelven cantando, trayendolas gavillas. Vuelven triunfantes despus de librarla ms encarnizada de las batallas por salvar laoveja descarriada. Vuelven triunfantes, mrtiresde la propia misin.

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  • El centro del cuadro lo ocupa la cruz. La cruzdota de equilibrio y proporcin al cuadro deMiguel Quesada. Redimensiona el cuadro. Y, a lavez, tira de la mirada del espectador hacia lo msalto del mismo. La cruz es el reclamo ms podero-so del Ms All. La cruz, al igual que el ciprs deSilos de Gerardo Diego, que acongojas al cielo contu lanza,/ flecha de fe, saeta de esperanza,/ ejem-plo de delirios verticales.

    La cruz es estandarte, es bandera, y es palmaque indica el camino. As lo entendi Santa Teresade vila. La cruz dice la Esposa/ a su Querido/que es una palma preciosa/ donde ha subido,/ ysu fruto le ha sabido/ a Dios del cielo,/ y ella solaes el camino/ para el cielo.

    Por eso la misma santa escribir a sus monjas:Abracemos bien la cruz/ y sigamos a Jess,/quees nuestro camino y luz, lleno de todo consuelo,Monjas del Carmelo. Y que el Venerable LuisAmig traduca as: Acojamos, amados hijos, yestrechemos bien esta tabla de salvacin, la santacruz, que ella nos llevar por entre el mar tempes-tuoso de este mundo al puerto seguro de nuestrasalvacin eterna.

    El Venerable Luis Amig, quien haba asegura-do ya que no dudaba de que sus hijos tuvieranpasta de mrtires, si a tanto llegase la persecu-cin, les haba formado muy bien en el difcil artede abrazarse a la cruz. Ya en otra ocasin leshaba escrito: Amemos la cruz, amados hijos,como tabla de salvacin que nos ha de librar del

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  • naufragio en el mar proceloso de este mundo yconducirnos al puerto de la salvacin eterna.

    Por otra parte saba muy bien su fundador queunos a otros nos hemos de servir de cruz, pues aslo dispone el Seor para nuestra santificacin, yhemos de llevarla con resignacin y hasta con ale-gra, pues con ella hemos de ir al cielo, pues lascrucecitas que unos a otros nos ofrecemosmuchas veces, sin quererlo ni pensarlo, son losmedios de que el Seor se vale para labrar nuestrasantificacin, pues nos quiere el Seor mrtires alos religiosos, con martirio lento que unos a otrosnos damos, y por lo regular sin quererlo ni pen-sarlo. Sea Dios bendito por todo!

    Los Mrtires Amigonianos se apian en derre-dor de la cruz. Progresan en pos de la cruz. Sabenque el camino de la cruz es camino de vida, cami-no de esperanza, camino de santificacin. Saben,y saben muy bien, que la cruz de Jess no puedesepararse de la resurreccin, de la esperanza, delgozo de la vida eterna. Los Mrtires Amigonianos,portando la cruz gloriosa, triunfadora, tienen carade resurreccin. Se presentan cristificados, trans-figurados. Oh, cruz gloriosa! La cabeza en el cieloy en la tierra los pies

    Nuestro Seor Jess, que sube con la cruzhacia el Calvario, es paradigma y clave de inter-pretacin de la existencia de todo hombre. LosMrtires Amigonianos, estrechando la cruz, abra-zados a la cruz, en pos de la cruz del Seor, sonmodelos de identificacin, como zagales del BuenPastor, en el ejercicio del propio ministerio.

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  • La cruz, signo del cristiano e ideal de perfec-cin. La cruz, centro y altar, ejemplar y modelo. Lacruz, motivo de seguimiento y signo de contradic-cin, La cruz es sntesis y compendio del segui-miento ms perfecto del Mrtir del Calvario. ConPablo de Tarso y Francisco de Ass, permtemeque tambin yo proclame: Lbreme Dios de glo-riarme sino es en la cruz de Cristo, y Cristo cruci-ficado, por quien el mundo est crucificado param y yo para el mundo!.

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  • Acerqumonos una vez ms al cuadro. Ob-servemos el cuadro. Contemplemos el cua-dro. Ya viene el cortejo!

    Ya viene el cortejo!

    Ante la comitiva de mrtires que avanza lenta,pausadamente, pero con paso firme, sereno el sem-blante, me dan ganas de cantar con Rubn Daro,el poeta nicaragense:

    Ya viene el cortejo!

    Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clari-nes

    Pero no es ste un cortejo de vencedores al modohumano. Ni cruza bajo los arcos ornados de blan-cas Minervas y Martes. Ni saludan con voces debronce las trompas de guerra que tocan la marchatriunfal. Es un squito ms modesto, ms humilde,ms sencillo. Pero su triunfo nunca es tan efmero.Es ms definitivo. Es el triunfo de la fe. Es el triun-fo de la cruz.

    En la comitiva se aprecia diversidad de caracte-res, pero una misma fe. Diversidad de estilos, pero

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    7. EL CORTEJO

  • una misma misin. Diversidad de dones, pero unmismo triunfo final. En el grupo se distinguenjvenes y ancianos. Se aprecian varones y muje-res. Destacan sacerdotes y hermanos coadjutores.Hay gentes de la Andaluca feliz, del sobrio Aragno de la bulliciosa Comunidad Valenciana.

    Todos ellos caminan unnimes, concordes, fra-ternalmente unidos. Les une una misma fe. Lesune una misma espiritualidad. Les une unamisma misin. Les une un mismo fundador. Lesune un mismo espritu. Les une la misma sangrederramada como arras de un mismo testimonio demartirio.

    Provienen de diversas fraternidades amigonia-nas: De Amurrio, Torrente, Godella, Santa Rita,Caldeiro Pero la intuicin me asegura la unidaden la diversidad. Una misma fe. Una misma for-macin religiosa. Una misma casa madre. Unamisma estamea franciscana. Un mismo interspor el joven con problemas, extraviadoUnamisma fraternidad.

    Acerqumonos una vez ms al lienzo. Fijmo-nos en el cuadro. Veamos el cuadro.

    Ya viene el cortejo!

    Ya viene el cortejo! Ya se escuchan los clarosclarines

    Este volver de los mrtires, en pos del lbaro dela cruz, me recuerda indudablemente el retornarde la Virgen de los Dolores, la maana del SbadoSanto. Desciende Mara de las cumbres del Cal-

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  • vario a la llanada del templo. Atraviesa las callejue-las de Jerusaln.

    Mara, nuestra Madre del Dolor, desciende tran-quila, pausada, serenamente. Desciende con laserenidad y firmeza con que permaneci, impertur-bable, al pie de la cruz. Los cuadros primitivostodava nos permiten divisar la perspectiva delCalvario. En lontananza las siluetas de las tres cru-ces desnudas. Campean en lo alto del Monte Santo.Estn clavadas tres cruces Y desciende serena,firme, segura, tranquila. Contra su regazo abrazalos signos del crucificado. Acerqumonos, herma-nos Trae consigo los clavos, la corona de espinas,el corazn traspasado por las siete espadasAlguna que otra lagrimilla, contenida, casi imper-ceptible, desciende de sus ojos. Y ella desciende aJerusaln lenta, meditativa, pausadamente.

    El cortejo de los mrtires amigonianos nostransmite idntica sensacin. Muestra el mismopiadoso efecto. La mayora de ellos recorri, sere-na, piadosamente, su va sacra particular. DeTorrente a Montserrat, subieron la Puch dAlt, asu calvario particular. Al ir, iban llorando, echan-do la semilla; al volver vuelven cantando trayendosus gavillas. Parecen descender procesionalmen-te de un calvario lejano, invisible. Y el cortejo tam-bin desciende lenta, silenciosamente. Desciendeasimismo con paso firme, seguro, tranquilo, abra-zados al lbaro de la cruz. Llevan consigo los sig-nos visibles del sacrificio y de la victoria. Llevanlas palmas del martirio.

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  • En perspectiva, al fondo, es verdad, no se divi-san las tras cruces desnudas, sino la cpula delVaticano. Es el smbolo tangible de la Jerusalnceleste. Es el motivo visible y ltimo de la esperan-za cristiana. Los mrtires parecen querer ser lacopia ms lograda y mejor del Mrtir del Calvario.Son la Virgen de los Dolores que desciende aJerusaln la maana del Sbado Santo.Descienden luego de dar tierra al Hijo Amado.Descienden luego de haber sido tronchadas todassus ilusiones. Y, para muchos de ellos, tronchadasen flor. Y traen consigo las reliquias, signos de lapasin clavados en corazn maternal.

    Hasta el corazn traspasado que los mrtiresamigonianos lucen sobre el pecho recuerda sutotal oblacin. Su total asociacin al sufrimientode la Virgen de los Dolores. Constituyen los signosms valiosos adquiridos en su ministerio pastoral.Constituyen las reliquias conquistadas en pos dela juventud extraviada. A ello les destin su buenpadre y fundador.

    Acerqumonos todava al cuadro. Exploremos elcuadro. Examinemos el cuadro, el lienzo de MiguelQuesada.

    Ya viene el cortejo!

    Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.

    La espada se anuncia con vivo reflejo;ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.

    Los generales romanos vencedores llegan aRoma. Ya suenan los claros clarines, timbales ytrompas de guerra. Los cascos de los caballos

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  • enjaezados hieren las piedras por las vas consula-res. Ya alcanzan los Foros Imperiales. Ya enfilan laVa Sacra. El silencio se hace contemplacin. Yhasta el tiempo hace un alto y se reposa en sucarrera. Ya alcanzan la cima del Capitolio sobrelas cumbres del Palatino. Y el corazn de la RomaImperial, toda la Ciudad Eterna, se hace un in-menso clamor. Y las guilas romanas, los estan-dartes imperiales cubren la plaza. El jbilo estallapor los cuatro costados de la Ciudad Eterna hastaalcanzar el coliseo y los foros. Es la unnime acla-macin a las tropas vencedoras. Es la apoteosisgloriosa del general triunfador.

    En aquellos gloriosos aos en la Roma Imperial,por los foros, tambin transitaron grupos de cris-tianos sealados con la cruz del martirio. Muchosde ellos subieron las gradas basilicales hastaalcanzar la sala de justicia del emperador. Y luegohubieron de descender hacia los foros imperiales,y atravesar su va sacra particular, hasta alcanzarel lugar del suplicio, el teatro del martirio, su par-ticular teatro del martirio.

    Las gentes no les comprenden. Las gentes tam-poco les aplaude. No son las tropas vencedoras.Mas bien, plice verso, piden sumaria ejecucin.El cortejo desciende tras el lbaro de la cruz. Lacomitiva desciende tranquila, despaciosamente,como quienes se dirigen al lugar del martirio.Luego sus cuerpos quedan abandonados, esparci-dos, mutilados. El cortejo se disuelve. En el mejorde los casos alguna piadosa matrona romanarecoge de noche sus cuerpos y les da cristiana

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  • sepultura en alguna catacumba, a lo largo de lasvas consulares. Fuera de la ciudad.

    Pero los mrtires nunca se ven privados de susarcos de triunfo. Para los hombres de fe es claroque son autnticos vencedores. Y cubren sussepulcros con el arcosolio. Son vencedores. Sonmrtires. Son testigos cualificados de la fe.

    Contemplemos una vez ms el cuadro. Miremospor ltima vez el cuadro.

    El cortejo, la comitiva, de los mrtires amigo-nianos sigue el lbaro de la cruz. No desciende delCalvario. No desciende de la sala de justicia. Llevasu va sacra particular. Luego, la dispersin y lamuerte martirial. De algunos de ellos ni aparecie-ron sus cuerpos mortales. Sus restos mortalesconstituyen para sus devotos preciosas reliquias.Ninguno de ellos quedar en el anonimato. No per-mitir que su memoria perezca. Su memoria sereterna. Su recuerdo ser perpetuo. Brillarn eter-namente, de edad en edad, como estrellas en elfirmamento. Y de lo hondo del corazn me brotaun cntico nuevo:

    Ya viene el cortejo!

    Ya llega el cortejo! Ya se oyen los claros clari-nes

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  • T res vidasDesde luego, no me canso de mirar el cua-dro, de observar la ejemplar composicin delcuadro. Pero, de modo especial, no me canso decontemplar el grupo de las tres hermanas mrtires.Elevadas sobre la palma del martirio se presentancomo transfiguradas, elevadas, inmateriales, levi-tantes. Pero, a la vez, serenamente graciosas. Conuna serenidad que realza su pacfica grandeza.Como elevadas sobre la suave ala de la misericordiadivina, que de la palma reciben leve apoyo.

    El fondo de la composicin, inicialmente cuaja-do de negros nubarrones amenazantes, ha sidosustituido por una graciosa celosa de fina palmaque filtra la apenas insinuada claridad, la primeraluz del nuevo da. Una luz tenue, imperceptible,naciente, que quiere iluminar tejados y azoteas dellevantino pueblo de Massamagrell. Parece insi-nuar el comienzo de una nueva vida, ms plena yms feliz. El pintor parece querer sealar el pasode las tres mrtires de los torvos das de la perse-cucin religiosa a las celestes moradas de laregin de la luz y de la paz.

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    8. TRES VIDAS,UN TESTIMONIO

  • La casa solariega del cuadro, patriarcal y ma-triarcal a un mismo tiempo, casa madre de lashermanas, es apoyo y pedestal, es peana de osten-sorio y pie de relicario, es soporte de mrtires. Essntesis de las ms bellas esencias franciscanas yamigonianas.

    He dicho casa solariega, patriarcal y matriar-cal al mismo tiempo? Pues s, ya que en loscimientos de la misma reposan los restos mortalesde su buen padre y fundador. Y tambin los restosde Francisca Javier de Rafelbunyol, la religiosams joven de las tres mrtires.

    Por otra parte al ingreso del convento, all a laderecha, en mrmol negro luculano, estn graba-dos los nombres de las tres primeras hermanasdel Instituto. Ellas, en una eclosin de amor sacri-ficado, en los das fundacionales, ya lejanos,ofrendaron sus vidas en servicio de los apestadosdel clera de 1885. Mrtires de la caridad.Sellaron y rubricaron con su sangre el ministeriopastoral que apenas iniciaban.

    Tres mrtires de la caridad. Tres mrtires de lafe. Tres sacrificios, y una misin, un compromi-so, un testimonio. Un testimonio que rubrica deforma especial y decisiva esa su funcin de casamadre del instituto religioso.

    Tres vidas Un compromiso.

    S, tres vidas y un compromiso. Tres vida y unapromesa comn. Una promesa sobre el sepulcrodel fundador, sobre la solidez de una tumba, con la

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  • solidaridad de unas promesas fraternales. Com-pro-mittere es comprometer, es juramentarse con otros,es prometer con las hermanas y apoyadas en lafraternidad. Y toda promesa es solidez y solidari-dad. Es compromiso para una misin apostlica.

    De la casa paterna partan grupos de herma-nas, fraternalmente unidas, fraternalmente com-prometidas, para una misin apostlica. Ante elVenerable Padre Luis tuvieron la despedida y elenvo, el 8 de febrero de 1905, las hermanas parala misin de Rohacha, al otro lado de la Cinaga,en Colombia. Y luego la Sierrita de Santa Marta,para despus pasar a los guajiros y motilones. Yen el envo estuvo presente la Madre Serafina deOchovi, y el Venerable Padre Luis Amig.

    Comprometidas, fraternalmente unidas, a fina-les de 1927, tuvieron el envo y despedida de lasmisioneras para la regin del Kansu Oriental, lazona ms pobre e inhspita de la China continen-tal. Y all estuvieron presentes las Madres Serafinay Rosario, Y all estuvo tambin presente elVenerable Padre Luis Amig, despidiendo a quie-nes partan para la misin, al Oriente.

    Y el 3 de noviembre de 1929, tambin en Massa-magrell, tuvieron el envo y despedida las misione-ras que partan para las misiones del Bajo Orinoco,en Venezuela. Y estuvieron presentes Serafina,Rosario y Francisca, las tres. Fraternalmente uni-das las tres. Y en el envo y despedida tambin es-tuvo presente el Venerable Padre Luis Amig.

    Cuando al atardecer del 26 de julio de 1936 lafraternidad de Massamagrell hubo de abandonar

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  • la casa paterna, se dispers la fraternidad.. Y tam-bin ellas estuvieron all presentes, pero no paradespedir la fraternidad, sino para despedirse. Y nopara partir a las misiones, sino para buscar leverefugio cerquita, muy cerca del convento. Ahorano se abra una puerta a la esperanza, sino unaventana al dolor. Era la antesala del sacrificio. Ylas tres se preparaban en silencio al martirio. Allquedaron los restos de su Padre Fundador. Unasola fe, una sola vocacin, una sola misin, unsolo padre, un solo compromiso.

    Tres vidas, un compromiso. El compromisoque les una en el amor a la misma finalidad a queles destinara su buen Padre y Fundador. Compro-meter compromete, asegura, decide, arriesga. Peroes la nica formula, totalmente cristiana, de pasarde la regin de la tiniebla al lugar de la luz y de lapaz.

    Tres vidas. Un compromiso Un testimonio.

    Tres vidas. Un compromiso, un martirio.Cmo cuesta decirlo! Cmo nos resistimos adecirlo! No quisiramos decirlo! No obstante laversin ms exacta de la palabra testimonio es lade martirio. Tres vidas, un martirio. No, ya s queno fueron sacrificadas juntas, ni siquiera en elmismo da, pero su sacrificio no poda florecersino en martirio. Las circunstancias fueron diver-sas, s, pero el final fue el mismo. El marco, lasconnotaciones, fueron otras, pero el espritu que

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  • les inspir fue el mismo. Y el mismo fue tambinsu testimonio.

    Cuando la madre de Francisca Javier deRafelbunyol, en horas precedentes a la muerte, ledeca a su hija:

    Y, cuando te pregunten, t qu les dirs?Ella responda:

    No se preocupe, madre, que el Espritu Santohablar por m. Y en el momento supremo no fuenecesario que le preguntaran nada, sino queespontneamente, instintivamente, exclam:

    Que Dios os perdone como yo os perdono.

    Cuando Rosario y Serafina partieron para elmartirio tambin llevaban grabado un compromi-so. Y en el momento supremo de entregar su vida,todava tuvieron valor para decir, con la entrega desu anillo: Toma, te lo entrego en seal de mi per-dn. Como Saturo, uno de los mrtires deCartago, estas vrgenes cristianas otorgan el per-dn y con l el anillo baada en sangre comorecuerdo y memorial de su pasin.

    Tres vidas. Un testimonio. Juntas vivieron suformacin. Unidas se prepararon para un ministe-rio. Unidas, y bajo un mismo techo, sufrieron per-secucin. Unidas sufrieron su testimonio. Unidassufrieron el martirio. Ante la grandeza de sumuerte pudiramos decir con los primeros apolo-gistas cristianos: Quienes ante la muerte mani-fiestan una tal grandeza de nimo, no puedenestar en el error. Quienes pagan con su propiavida, no pueden engaar. Quienes rubrican con el

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  • martirio su existencia, no es posible que enga-en. Seguramente que en este contexto histricotiene pleno sentido el dicho de Tertuliano: Lasangre de los mrtires es semilla de nuevos cris-tianos. Y hasta tal vez la eclosin de novicias enla casa madre, luego de cesar la persecucin reli-giosa, sea la mejor confirmacin del dicho del apo-logista cartagins.

    En alguna ocasin escrib: No s si murieronde perfil, como las heronas de Federico GarcaLorca. Ni s si fue por el fro acero de una bala.Slo s que murieron de pie, como mueren losvalientes, como mueren los buenos. Su actitud,de frente, serenas, unnimes y ecunimes a lavez, as lo proclama. Su serena grandeza as lotestimonia.

    Tres vidas. Un compromiso Un testimonio.

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  • En todo lienzo, en toda obra pictrica, elcolor y la luz constituyen como el ambien-te del que aflora el cuadro. Forman comoel microclima que da relieve y anima la escena pic-trica. Componen el modo de ser de la pintura a laque prestan vida y realismo mgico.

    Ante el lienzo de D. Miguel Quesada, inmedia-tamente uno se da cuenta de lo acertado de la luzy el color del cuadro. El pintor ha colocado el cor-tejo amigoniano, y lo mismo el grupito de las her-manas mrtires, bajo un prisma de luz y un colorfranciscanos. La luz es una luz cenital, que incidede lo alto, que ilumina de lo alto. El color es uncolor caf, castao, tpicamente franciscano. Colorque incluso llegan a reflejar las mismas palmasdel martirio. Adems el pintor ha estado acertadocon los tonos.

    Contemplemos primeramente el cortejo de loshermanos. Avanzan juntos, fraternalmente uni-dos. Avanzan como por una vereda apenas insi-nuada, terrosa, como lo es el color de las alondras,las humildes avecillas de Francisco de Ass. Lucen

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    9. DEL COLOR DELAS ALONDRAS

  • el sayal franciscano, orificados con los aos.Muestran sus oros antaones.

    Contemplemos ahora el grupo de las tres reli-giosas pardo y castao sobre blanco semejanajimeces de ensueo de un convento lejano en eltiempo y en el espacio. Da la impresin, pero slola impresin, de que su rostro se ve levemente ilu-minado en un intento supremo por presentarlascomo transfiguradas, iluminadas.

    Pasemos, a continuacin, a observar los ama-bles conventos del cuadro. Lucen su color, a vecesocre, a veces siena, pero siempre terroso como loes el color de las alondras. Sus azules cupulillasbizantinas, como bandada de palomas que seapia sobre el convento, invaden azoteas y terra-dos. Aaden, ponen una nota de color al cuadro.

    Veamos, finalmente, la cpula de San Pedro delVaticano. Cuando la hiere un sol fuerte brilla contonos, irisaciones metlicas. En cambio bajo lospinceles del autor toma en el cuadro el color de lasalondras. Es el reflejo del artista. Es el color basede la obra pictrica.

    El hbito deber recordar a los Religiososdeca Luis Amig que han muerto al mundo, asus pompas y vanidades, y que, por lo mismo,deben ya tan slo ocuparse en adornar su alma,creada a imagen y semejanza de Dios y rescatadacon su sangre, con el atavo de las virtudes.

    La tnica ser de sayal y de color castao,como lo usan los PP. Capuchinos, y cortada enforma de cruz. La tnica ser de pao pardo y la

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  • cuerda de lana blanca, con tres nudos, que repre-sentan los tres votos. Al escapulario ir pegado uncapucho del mismo color que aqul, deca elVenerable Padre Luis, para que todo en ellas pre-dique pobreza y desprendimiento del mundo.

    Qu bien ha recogido el pintor el ideal francis-cano! El hbito castao, color caf, con su capu-cha, como el que usan los PP. Capuchinos, me traeel recuerdo la devocin que el Serfico Padre SanFrancisco profesaba por las humildes alondras.

    La tarde del sbado, despus de vsperas yantes de anochecer, hora en que el bienaventura-do Francisco vol al cielo, una banda de estas ave-cillas llamadas alondras se vino sobre el techo dela celda donde yaca y, volando un poco, giraban,describiendo crculos en torno al techo, y cantan-do dulcemente parecan alabar al Seor.

    El Serfico Padre San Francisco haba dicho:Nuestra hermana la alondra tiene capucho comolos religiosos y es humilde. Su vestido, es decir, suplumaje, es de color tierra, y da ejemplo a los reli-giosos para que no se vistan de telas elegantes yde colores, sino viles por el valor y el color, ascomo la tierra es ms vil que otros elementos.

    No ignoraba Francisco de Ass que el color lespermite a las alondras mimetizarse en los surcosterrales, en los rastrojos labrantos y tras losterrones de los barbechos. El color del hbito haceal humilde franciscano el fraile ms comn y que-rido de las gentes, el ms popular, el ms cercanoy el ms humano.

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  • Adems el hbito cortado en forma de cruz. Estole indicaba a Francisco que, lo mismo l que suscompaeros, haban sido llamados y elegidos porDios para llevar la cruz de Cristo en el corazn y enlas obras y predicarla con la lengua. Parecan, y loeran, hombres crucificados en su manera de vestir,en la austeridad de vida, en sus acciones y en susobras, como aseguran las Florecillas.

    Que bien ha recogido Miguel Quesada, el pin-tor, la luz y el ambiente! La luz incide sobre el cua-dro de manera tenue. Viene filtrada, tamizada, porel entramado de palmeras, prgola de flores, yvuelve el color de los hbitos como ms sobrio yms neto. Tan slo la cruz, sencilla y majestuosa,muestra su brillo metlico.

    No s por qu pero, contemplando el cuadro,tengo la impresin de que el hbito, el color basedel cuadro, unifica. Visto en su conjunto el hbitounifica, y los religiosos y asimismo las hermanas,dan la impresin de que tienen ms claro su modode ser y su estilo de vida. Tienen identidad. Se lesnota claros, decididos, convencidos, unidos, api-ados, no ya slo en el cuadro, sino en su esprituy su misin.

    Ese color de las alondras, que constituye elcolor base del lienzo, une, amalgama e imprimeseguridad a las figuras. Los hermanos se mues-tran decididos. Tienen una ilusin y una meta. Seles ve como protendidos hacia lo alto. Tienen unaidentidad. Estn bien definidos: son religiosos yson santos.

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  • Recuerdo haber ledo que Henry Heine en pre-sencia de la catedral, creo que la de Amberes, sen-tenci: En aquel tiempo tenan fe. Nosotrostenemos opiniones, y con opiniones slo no se edi-fican catedrales. Presenciando el cuadro me inva-de idntico pensamiento: Mis hermanos tenan fe,evidentemente; nosotros tenemos opiniones, y conopiniones slo no se edifican catedrales. El sersiempre sale a flote. Mis hermanos no slo tenanopiniones, sino convicciones, y el pintor magistral-mente ha sabido extraerlas y hacrnoslas intuir.Tenan identidad y tenan densidad.

    Todos los mrtires, y cada uno a su estilo ymanera, proyectan su mirada en una mismadireccin. Todos, prcticamente todos, miran a lacruz, dirigen su mirada a la cruz. Quien, a la partesuperior, quien ms abajo. Pero todos fijan sumirada en la cruz. Mucho ms que el color de lasalondras lo que unifica a todos es la cruz, lo queda sentido a la misin de todos es la cruz. Lo queimprime sentido y presta densidad a sus vidas,como religiosos y como mrtires, es la cruz. Esacruz que es centro del lienzo y centra tambin elser y el quehacer de los hermanos.

    En todo cuadro siempre hay un objeto, un deta-lle, un algo que es centro de las miradas, y tornoal cual el artista distribuye los dems objetos est-ticamente. Y siempre tambin en todo cuadro hayun color base, predominante, prncipe, protago-nista, que define el tono del cuadro. Hay coloresfros y colores clidos; hay colores que atraen ycolores que distraen; hay colores que centran y

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  • colores que dispersan. En el cuadro de MiguelQuesada el objeto es la cruz; el tono, franciscano,como lo es el color de las alondras.

    El Cdigo de Derecho Cannico dice que losreligiosos deben llevar el hbito de su institutocomo signo de su consagracin y testimonio de supobreza. Mis hermanos y hermanas en elVenerable Padre Luis Amig, mi buen padre fun-dador, llevan el hbito, y lo llevan con gallarda,naturalmente, como lo han llevado siempre, habi-tualmente, que de ah le vino el nombre. La esta-mea franciscana es lo que da tono al cuadro,predica consagracin y predica pobreza, e identifi-ca a los seguidores de Luis Amig y del SerficoPadre San Francisco.

    El tono no es esencial. El signo no es esencial.El color no es esencial. Pero sin estos accidenteslas esencias se volatilizan, se caen y se pierden,como esencias sin soporte. El tono, la luz, el color,el tiempo, el lugar son accidentes, pero imprescin-dibles para fijar hechos, acontecimientos, senti-dos, ideales, esencias.

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  • El joven serio, y al parecer lampio, queocupa el centro del lienzo es el beatoVicente Cabanes. Se trata del corifeo, por-taestandarte, abanderado o titular de la causa. Esel que lleva la cruz. Es el que precede y abre elpiadoso cortejo de amigonianos. A m me trae a lamente la imagen fiel del Bautista de algunos cua-dros renacentistas italianos. En dichos lienzos sanJuan camina llevando y agitando el vesillo comosigno de identidad, y con el escrito: Ecce AgnusDei (he aqu el Cordero de Dios que quita lospecados del mundo). En el lienzo, a la vista est,es un religioso joven, dinmico y muy, pero quemuy, simptico.

    Pero, por qu ha sido elevado Vicente Cabanesa la categora de corifeo? Por qu fue elegido por-taestandarte, abanderado o titular de la causa?Cules han sido las razones? Por qu?

    Sencillamente, porque nos ha parecido siemprela imagen ms consumada de identidad amigonia-na. Y lo ha sido, tanto por su forma de vida, comopor el desarrollo de la misin especfica y de modoespecial por su martirio. Visto as, sobre el lienzo,

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    10. VICENTE CABANES,CORIFEO DE LA CAUSA

  • a m me parece la encarnacin ms fiel y la msdepurada imagen del joven de la Grecia clsica, laGrecia del siglo quinto de Pericles. No me cabe lamenor duda de que da la talla del joven justo, belloy bueno. Del joven corifeo capaz de llevar al grupoa la victoria en cualquier competicin, agonstica,atltica o religiosa que fuera. Evidentemente es unjoven muy bien dotado a nivel humano.

    Y a nivel de cusa de canonizacin, por qu hasido elegido? Pues, por varias razones. Primera-mente porque en Roma quieren que toda causa debeatificacin y canonizacin lleve el nombre deuna persona singular. Es el titular y corifeo de lamisma. Si integran la causa varias personas ms,como en este caso, a stas en trmino latino dedifcil traduccin al castellano se les incluye bajola denominacin de socii. Es decir, compaeros,colaboradores, colegas, personas que tienen ocorren una misma suerte o fortuna con el protago-nista.

    Por otra parte el caso del beato Vicente Caba-nes es todo un modelo, prototipo y ejemplar delmrtir cristiano. Lo mismo que la muerte del pia-doso Esteban fue una copia fiel de la pasin ymuerte de Cristo, el martirio del beato VicenteCabanes es el modelo ms fiel de que disponemos,y la copia ms literal, del Mrtir del Calvario. En lse congregan y aglutinan las caractersticas deidentidad ms representativas del verdaderoseguidor de Cristo. Es perseguido, martirizado,perdon, no delat.

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  • Por otro lado es el mejor modelo de identidad delreligioso terciario capuchino. Y lo es en sus face-tas, tanto de director espiritual de la fraternidad,como de pedagogo, amante del joven extraviado. Ylo es como permanente renovador de tcnicas parael mejor desarrollo de la misin especfica. A ms,naturalmente, de su vida profundamente sobria,sencilla, franciscana y religiosa.

    De pie ante el cuadro de Miguel Quesada, refle-xivo y meditativo como nunca, centro mi admira-cin y dirijo mi consideracin, al personaje central.Visto as, agarrado a la cruz, me parece la copia fieldel Cristo de Miguel ngel de la romana iglesia deSanta Mara de la Minerva. Visto as, abrazado a lacruz, ofrece la fortaleza de un lder, bien prepara-do, en los campos de la psicologa y de la religin.Y yo certifico que fue as. S que fue as.

    Desde los primeros aos, que pas junto alconvento de Monte Sin de Torrente, siempreestuvo en contacto con los religiosos amigonianos,con su espritu, con su religiosidad entonces decarcter conventual y con su misin especfica dela reforma de la juventud extraviada. Y all entren contacto con la misin especfica. Fue elegido,como lo fue el apstol Matas, de entre los hom-bres que anduvieron con nosotros para ser tes-tigo, como a continuacin se ver.

    Nace el Torrente, en el llamado Huerto deTrenor, del que su padre era el casero, tapia pormedio del conventito de Nuestra Seora de MonteSin y del sencillo va crucis del convento. Duranteel buen tiempo, en el rellano del va crucis, ante la

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  • puerta del convento y entre casalicios de pobremampostera, comparti sus juegos juveniles consus hermanos Jos Mara y Fernando. Y all pasa-ba ratos perdidos hasta que su buena madreCarmen, ya al caer la tarde y luego de recogidas lasaves, llamaba a sus pequeos para la cena.

    Un jueves por la tarde as narran la ancdotasus bigrafos los novicios salieron a dar su habi-tual paseo vesperal por la va del ferrocarril quelleva a Valencia. Vicente, atrado y cautivado por elsimptico modo de pasear de sus amigos los frai-les, que marchaban de tres en tres, empez acaminar silencioso tras ellos, imitando sus formasde andar e intentando cubrir con rpidos pasos eltrecho que sus amigos cubran con una sola zan-cada. Abstrado con lo que haca como suele suce-der a los nios nuestro protagonista se alej tantode sus lugares conocidos y frecuentados que,cuando quiso darse cuenta, ya no saba dndeestaba y el instinto mismo le dict que lo msseguro era continuar pisando las huellas de quie-nes le precedan. Mientras tanto tambin los novi-cios se percataron de que el pequeo les segua y loacogieron gustosos en su compaa. Pero al llegaral puente de hierro de Paiporta, que tena que cru-zarse por unas estrechas tablas, sinti vrtigo ymiedo. Y entonces, uno de los novicios, tomndoloen sus brazos, lo pas a la otra parte.

    Su bigrafo, siguiendo el relato, nos refiere quecuando son trasladados sus restos mortales deBilbao a Torrente, al pasar por el mismo lugar,recordando la ancdota, exclamar emocionado:

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  • En este puente recibi Vicente el primer abra-zo de la Congregacin y ahora recibe el definitivo.

    Contemplando el cuadro, no puedo por menosde imaginar que en aquel conventito, el que asi-mismo aparece dorado de colores antaones sobrela comitiva, el beato Vicente recibe la primeracomunin, y luego ingresar en la Real Pa Uninde San Antonio de Padua, y en la escuela apost-lica de los frailes realizar sus primeros estudios.Las mximas, de que claustros y corredores se venilustrados, sern bsicas en su formacin huma-na, religiosa y moral.

    Y en el mismo convento de Nuestra Seora deMonte Sin, en el cerro del calvario, tendr su pri-mera misa cantada. El joven Vicente Matas, queste es su verdadero nombre, da comienzo as asu ministerio apostlico. Es ya sacerdote y, a suedad, es capaz de ejercitar su ministerio apostli-co de gua espiritual de los hermanos. Durante elverano suele acudir a Blgica, a la Escuela deObservacin de Moll, para estudiar con MonsieurRouvroy sicologa experimental, tan necesariapara el progreso y desarrollo de la propia misin.

    Tambin lo recuerdo perfeccionando estudiosen la Universidad de Valencia y en el Instituto deEstudios Penales. Una vida orientada al perfeccio-namiento humano, religioso y sacerdotal, para unmejor servicio de la juventud extraviada a que hasido destinada la Congregacin.

    Posteriormente dirigir la revista AdolescensSurge, revista de sicologa experimental y dedicada,segn el pensamiento del Venerable P. Fundador,

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  • para fomento de la grande obra de la reforma dela juventud que el Seor ha encomendado a nues-tra Congregacin.

    Me gusta contemplarlo as, en sus facetas dereligioso, sacerdote y formador. Como se le ve enel cuadro, como nos le delinean sus compaeros,como sabemos que fue. En su faceta de religiosofue un constante ascender por el camino de laperfeccin. Fue sencillo, amable, franciscano.

    En su faceta de sacerdote, fue un verdaderodirector espiritual de la fraternidad. Por su talan-te juvenil fue alma y vida de las fraternidades enque estuvo. Fue cohesin entre los hermanos, fac-tor de fraternidad. Escribi su buen PadreFundador: Los sacerdotes se ocuparn de ladireccin espiritual y de auxiliar a los moribun-dos. Y as lo realiz tambin Vicente.

    Como psiclogo no ces de perfeccionarse ensus tcnicas, de visitar centros de observacin, deprepararse para ejercitar su ministerio con losjvenes con problemas. Y como mrtir, en pocosdas llen muchos aos, como dice el autor sagra-do. Como mrtir fue modelo de serenidad, deentrega, de paciencia, de fortaleza y de perdn.

    En la vida hay demasiadas situaciones en lasque se puede improvisar, y hasta hay demasiadascosas de las que no tenemos necesidad. El beatoVicente no improvis, pues que el martirio no seimprovisa, fue sencillamente la rbrica a una vidade perfeccin, selecta, santa. Su fiel imagen asme lo hace intuir, es la fiel imagen del zagal delBuen Pastor que da la vida por sus ovejas.

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  • El beato Vicente Cabanes, con cinco religio-sos amigonianos ms, comparte los hono-res de primera fila. En ella hay sacerdotes yhermanos coadjutores, misioneros y amantes de lapaz conventual. En ella podemos ver religiosos deValencia, de Andaluca y de Aragn. En ella distin-guimos hermanos en actitud de caminar, religiososque embrazan la cruz y abrazan el evangelio o lasconstituciones. Pero sobre todo se les ve haygentes seguras, con ilusin, caminantes Es lamejor sntesis paulina de la diversidad de dones,pero un mismo espritu, de la diversidad de gra-cias, pero un mismo ministerio apostlico. Es lamejor sntesis amigoniana de la unidad dentro deun gran marco de bellas individualidades.

    Vedlos cmo caminan en solemne cortejo y apre-tado haz. En el grupo podemos distinguir paladi-nes de la ciencia sagrada del espritu, de lavivencia franciscana de la fraternidad y de la cien-cia del corazn. Es la mejor sntesis de una congre-gacin, apenas nacida, pero pletrica de ilusin,con miras universales, con talante catlico, con elinmenso, el gran amor, de sentirse zagales delBuen Pastor.

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    11. DOMINGO DE ALBORAYA,EL ARTISTA DE LA MISIN

  • Centremos ahora la mirada en esta primera fila.Acerqumonos a ella de puntillas. Aproximmonoscomo quienes desean no molestar. Y observemosel primero de la izquierda, el que va tocado con elberretino oscuro, con el solideo clerical de lapoca. El que