meditaciones metafisicas

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Primera meditación “Dudar de todo” Es un llamado a dudar de todo, en especial de las cosas materiales. Descartes pone en tela de juicio nuestras percepciones y dice que los sentidos nos engañan, por tanto no es de confianza aquello que se percibe y debe ponerse en duda. Cuenta que desde su niñez había aceptado opiniones falsas como verdaderas y cuando dio inicio a sus razonamientos tuvo que liberarse de todos esos prejuicios, lo que implicaría no solo rechazarlos como verdades sino, ponerlos en cuestión. Para ilustrarnos su juicio acerca del engaño en el que nos mete los sentidos lo hace con el sueño, esto es que, difícilmente se puede diferenciar el sueño de la vigilia, aunque sea meramente ilusiones; ésta ha de estar basada en realidades a no poder inventar algo totalmente novedoso sin que nunca haya sido visto o sea el resultado de una mezcla y composición de partes diferentes. Descartes plantea que las ciencias también son dudosas e inciertas, principalmente, la física, la astronomía, la medicina, pero otras como la aritmética o la geometría, ciencias más generales y exactas, que no se preocupan mucho por si su objeto está o no en la naturaleza sino que contenga una verdad que prevalezca. Ejemplo de ello es que el cuadrado nunca tendrá más de cuatro lados. En esta primera meditación, Descartes no cuenta que, al cuestionarse todo lo que antes creía verdadero, a partir de entonces, de hallar algo cierto y seguro en las ciencias, se abstendrá de darle crédito, demostrando desconfianza hasta llegar a una afirmación de la que no pueda dudar, de la que tenga absoluta certeza, a través de la meditación y el conocimiento.

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Las meditaciones metafísicas

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Primera meditación

“Dudar de todo”

Es un llamado a dudar de todo, en especial de las cosas materiales. Descartes pone en tela de

juicio nuestras percepciones y dice que los sentidos nos engañan, por tanto no es de confianza

aquello que se percibe y debe ponerse en duda. Cuenta que desde su niñez había aceptado

opiniones falsas como verdaderas y cuando dio inicio a sus razonamientos tuvo que liberarse de

todos esos prejuicios, lo que implicaría no solo rechazarlos como verdades sino, ponerlos en

cuestión. Para ilustrarnos su juicio acerca del engaño en el que nos mete los sentidos lo hace con

el sueño, esto es que, difícilmente se puede diferenciar el sueño de la vigilia, aunque sea

meramente ilusiones; ésta ha de estar basada en realidades a no poder inventar algo totalmente

novedoso sin que nunca haya sido visto o sea el resultado de una mezcla y composición de partes

diferentes.

Descartes plantea que las ciencias también son dudosas e inciertas, principalmente, la física, la

astronomía, la medicina, pero otras como la aritmética o la geometría, ciencias más generales y

exactas, que no se preocupan mucho por si su objeto está o no en la naturaleza sino que contenga

una verdad que prevalezca. Ejemplo de ello es que el cuadrado nunca tendrá más de cuatro lados.

En esta primera meditación, Descartes no cuenta que, al cuestionarse todo lo que antes creía

verdadero, a partir de entonces, de hallar algo cierto y seguro en las ciencias, se abstendrá de

darle crédito, demostrando desconfianza hasta llegar a una afirmación de la que no pueda dudar,

de la que tenga absoluta certeza, a través de la meditación y el conocimiento.

Segunda meditación

“De la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil conocer que el cuerpo”

Una vez destruidos todos los conocimientos que había adquirido durante su vida, Descartes busca

volverlos a reconstruir mediante un patrón fiable y de mucha más solidez y para ello aplica la duda

a la propia duda, encontrando un elemento que prevalece a ésta: “si dudo que dudo puedo tener

la certeza de que estoy dudando; lo cual implica necesariamente que estoy pensando; y si estoy

pensando es indudable que estoy existiendo”. Descartes llega a la conclusión de que si piensa,

existe, siendo ésta la primera verdad absoluta a partir de la cual va a construir todo el

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conocimiento. Este pensamiento queda plasmado en su célebre la frase “cogito ergo sum” (pienso,

por lo tanto existo). Además demuestra la existencia del espíritu, distinguiendo lo que pertenece a

la naturaleza intelectual de lo que pertenece al cuerpo, siendo el cuerpo divisible mientras que el

espíritu (alma del hombre) es indivisible, siendo ambas naturalezas no sólo diversas sino incluso en

cierta forma contrarias. Para Descartes el cuerpo no es más que el medio que usa el alma para

interactuar con el mundo material creado por Dios.

En esta meditación Descartes también expone que el contenido inmediato del pensamiento es la

realidad existencial del sujeto pensante: la duda puede afectar a todos los contenidos del

pensamiento, pero no puede afectar al “yo” donde estos contenidos están. Intuimos la existencia

de un “yo” cuya esencia es ser pensamiento. En esto precisamente consiste intuir, pero para ello

las ideas han de ser simples, ya que sólo de lo simple hay verdadera intuición. El resto del

conocimiento es deducción.

Asimismo Descartes desarrolla la idea de que una cosa engendra otra cosa, y por esto concibe la

existencia de un Dios perfecto e infinito, siendo nosotros seres creados por él y causa de ello es

que podemos tener ideas acerca de lo infinito y lo inmortal. También nos dice que él tiene la idea

de Dios antes que la de sí mismo, ya que Dios posee más realidad y mayor perfección; aduciendo

que para sentirse imperfecto, ha de sentir algo más perfecto que él con lo que compararse.

Tercera meditación

“De Dios, que existe”

Para realizar esta tercera meditación, Descartes propone que primero ha de mantener apartados

sus sentidos para así sostener un coloquio consigo mismo, haciendo introspección. Por lo tanto,

establece como criterio de verdad la claridad y la distinción: todas las cosas que concebimos de

forma clara y distinta son verdaderas y se presentan al espíritu. Después examina si hay Dios, y si

es así, si éste puede ser un Dios engañador; pues, sin conocer esas dos verdades, dice no saber

cómo poder alcanzar certeza de cosa alguna.” Para el padre de la filosofía moderna, las ideas no

pueden ser falsas en sí mismas, dividiéndolas en tres clases: las que parecen innatas, las que

parecen ajenas (venidas de fuera), y las que parecen inventadas por uno mismo.

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Descarte acentúa lo anterior diciendo: “no sólo que la nada no podría producir cosa alguna, sino

que lo más perfecto, es decir, lo que contiene más realidad, no puede provenir de lo menos

perfecto... Para que una idea contenga tal realidad objetiva más bien que tal otra, debe haberla

recibido, sin duda, de alguna causa, en la cual haya tanta realidad formal, por lo menos, cuanta

realidad objetiva contiene la idea.” De ahí que concluya que si la realidad objetiva de una idea

suya es tal que pueda saber con claridad que no está en él ni formal ni eminentemente, entonces

es que no está sólo en el mundo y que existe otra cosa que es causa de esa idea. Y añade que

aunque pueda ocurrir que de una idea nazca otra idea, ese proceso no puede ser infinito, sino que

se debe llegar finalmente a una idea primera, cuya causa sea como un arquetipo el cual esté

formal y efectivamente contenida toda la realidad o perfección que en la idea está sólo de modo

objetivo o por representación. Por ello, Descartes nos dice que la idea por la que él concibe un

Dios supremo, eterno, infinito, inmutable, omnisciente, omnipotente y creador universal de todas

las cosas que están fuera de él, tiene en sí más realidad objetiva que las que le representan

substancias finitas.

Descartes demuestra la existencia de Dios diciendo que los humanos somos una sustancia que

desea, y si desea es porque le falta algo, y si le falta algo es porque hay algo mejor, completo,

perfecto. Aduce para ello que el hombre capta las cualidades de los objetos sin saber si son las

auténticas. Para ello distingue entre dos tipos de cualidades: las primarias (las que captamos a

través de la razón), claras y distintas; las secundarias (a través de los sentidos), que son las que

nos pueden llevar al error.

Pensando que fuéramos seres perfectos y autosuficientes, se nos plantearía la duda de quién nos

creó: “El cuerpo evidentemente nace de un parto y lo explica la biología; lo que nos falta es quién

crea el alma (“res cogitans”). Evidentemente debe venir de un ser superior, Dios; sólo Él es capaz

de unir al cuerpo una alma”. De esta manera Descarte argumenta la existencia de Dios. Por otro

lado la idea de la existencia de Dios no puede percibirse a través de los sentidos, sólo queda

pensar que Él mismo nos pudo introducir esa idea de forma natural, como si ese fuese el sello que

Dios nos deja al crearnos, como artífice de esa creación. Descartes basa toda la fuerza de este

argumento en reconocer que sería imposible que él tuviese la idea de Dios, si Dios no existiera

realmente.