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1 ADVIENTO VOCACIONAL MEDITACIONES VOCACIONALES PARA LOS DOMINGOS DE ADVIENTO - CICLO A Carlos Comendador VEN, VEN, SEÑOR, NO TARDES

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ADVIENTO VOCACIONAL MEDITACIONES VOCACIONALES

PARA LOS DOMINGOS DE ADVIENTO - CICLO A

Carlos Comendador

VEN, VEN, SEÑOR,

NO TARDES

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PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

LECTURAS

1. Comentario vocacional

Nuestro Señor Jesucristo siempre viene, nunca falla a la cita. Su venida es siempre una llamada, una invitación. Nuestro problema reside en que muchas veces no percibimos su llamada porque no estamos preparados para escucharla. Por eso la invitación de Jesús “estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”, sigue siendo de gran actualidad.

El texto de Mateo pertenece al discurso escatológico que abarca los capítulos 24 y 25.

En su lectura descubrimos que la venida del Señor trae consigo el fin del viejo mundo para comenzar un mundo nuevo, el del reinado de Dios. Su llegada será imprevisible, un kairós, una oportunidad de gracia que muchos no esperan. La comparación de los tiempos de Noé es muy clara en este sentido. La mayoría no esperaba el diluvio y se los llevó a todos. La misma historia se repitió en tiempos de Jesús cuando muchos no estaban listos y no supieron o no quisieron descubrir en él el Mesías esperado. Podríamos decir que también hoy corremos el mismo riesgo con nuestro corazón adormecido y cansado, con tantas ilusiones quemadas y olvidadas. La ignorancia sobre el momento de su venida no está reñida con la certeza de que vendrá.

Imaginemos que un hombre que ha escrito los números de la bonoloto no depositó el boleto porque le venía mal pasar por el estanco ese día. Imaginemos que los números que él había elegido son los que componen un único premio multimillonario que nadie se ha llevado. Ese hombre dejó pasar su oportunidad, su kairós. No vale ya echar el boleto la semana siguiente, es imposible que vuelvan a salir los mismos números.

Del mismo modo, hay una llamada, una invitación, que el Señor me hace y que no puedo dejar pasar de largo. Esa llamada marca un antes y un después. Es el fin de mi viejo y triste mundo que me abre al Reino de Dios que se implanta suavemente en mi vida. Definitivamente no hay vuelta atrás. Nada volverá a ser lo mismo. Pero no hay que esperar hechos extraordinarios; pues es una llamada que se da en lo cotidiano y no necesita de gestos que se salgan de lo común. El hecho de que la parábola señale que a uno se “lo lleven” del campo o del molino indica en primer lugar que unos responden y otros no; y en segundo lugar que esa llamada se da en los trabajos más cotidianos y normales.

Sin embargo para escuchar su voz no basta llevar una vida cualquiera. El Señor mismo nos invita estar preparados y en vela. Y este “estar en vela” no se

Isaías 2,1-5

Romanos 13,11-14

Mateo 24, 37-44

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fundamenta en el miedo o el temor, sino en la esperanza y en la confianza. El futuro, lo nuevo siempre es motivo de esperanza y alegría. Pero ¿cómo debemos prepararnos? Si leemos lo que queda de este discurso escatológico, encontraremos cuatro parábolas que nos darán respuesta a esta pregunta. Son parábolas bien conocidas: el criado fiel (24,45-51), las jóvenes previsoras y las descuidadas (25, 1-13), los talentos (25, 14-30) y el juicio definitivo (25, 31-46). En ellas encontramos que ese “estar en vela” no se desvincula de nuestro compromiso comunitario y social. Sin embargo en las otras dos lecturas de hoy también encontramos algo de luz que nos puede ayudar.

Isaías nos invita a “subir al monte del Señor” porque “él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”. Para escuchar su voz hay que desear ante todo escucharla, ponerse en marcha caminando a la luz del Señor. Esto es condición y posibilidad de vivir una paz interior que nos lleve a construirla a nivel social. San Pablo nos invita a lo mismo cuando grita “¡ya es hora de despertarnos del sueño!”. Y es cierto, ¿a qué espero para ponerme en marcha? ¿a qué espero para dejar las actividades de las tinieblas si lo que me aguarda es una vida en plenitud?

La llamada a una vida plena que Jesús me hace es una oportunidad de oro. El me llama, como nos ha dicho Pablo, a revestirme de él mismo, a ser portador de su salvación, a identificarme con él.

2. Preguntas para la reflexión personal o grupal.

a. ¿Cómo me encuentro viviendo mi vocación?, mis actitudes de escucha y seguimiento de Jesús ¿están adormecidas?

b. ¿Qué me estorba para escuchar su llamada? ¿Qué me hace estar dormido?

c. ¿En qué acontecimientos y circunstancias de mi vida ordinaria siento que el Señor me sigue llamando? ¿En cuáles me llama de manera más urgente?

d. ¿En qué medida soy consciente de que soy llamado como cristiano a “vestirme del Señor”? ¿Qué consecuencias debe tener para mí esta llamada?

“Confía en el Señor que Él te acogerá;

espera en Él y te allanará el camino”

(Eclo 2, 6)

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3. La esforzada y gratuita esperanza

La esforzada y gratuita esperanza bien mirado, en la espera nos gastamos todo el año. Largos ratos nos pasamos a diario en las esperas. En la espera del médico, o en la del autobús. En el metro, en la tienda, en la esquina, el butano, el cartero, el amigo que vuelve desde lejos; o el domingo, el verano, la playa, al menos en el pueblo unos días… ¡Tanto tiempo esperando! Por eso, quizá, nos aburrimos y quedamos dormidos como aquellas muchachas de las bodas, de que habla Cristo en el Evangelio. Adviento nos despierta como un grito, sirena de la fábrica de Dios, que despabila y ahuyenta nuestro sueño. Los invita al trabajo por el Reino, a desbrozar los caminos del Señor. El vendrá en todo caso. Su palabra no nos puede faltar ni traicionarse. ¡Mas tengamos cuidado! Sólo aquel que sepa prepararse lo podrá descubrir, cuando venga con sus rostros tan distintos y, a veces, oscuros, misteriosos y hasta desconcertantes. Aunque yo me prepare, su venida siempre será un regalo que no puedo con el oro del mundo comprar ni merecer. Mas, si no me preparo –con su ayuda también-, estaré ciego y sordo cuando pase; cruzará por mi vera, y entonces no sabré descubrir su presencia y poderle acoger. Como una estrella nueva, Jesús de Nazaret pasaba entre su pueblo, dándose a conocer. Era el Pueblo elegido, llamado; y sin embargo, sólo supieron verle los pobres y sencillos los pastores, José y María, su Madre, la Esclava del Señor, abierta a la Esperanza, la Esperanza de Dios. Adviento es nuestro esfuerzo. Navidad es su don.

(Alberto Iniesta)

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4. Para darle vueltas…

“Suponte que estás en tu casa, enfermo lleno de cuidados y atenciones, pero un día vieras pasar debajo de tu ventana a Jesús. Si vieras que Jesús te llamaba y te daba un puesto en su séquito, y te mirase con esos ojos divinos que desprendían amor, ternura y perdón, y te dijera: “¿Por qué no me sigues?”. ¿Qué harías? ¿Acaso le ibas a responder: Señor, te seguiría si me dieses un enfermero, te seguiría si estuviese sano y fuerte para poderme valer? No. Si hubieras visto la dulzura de los ojos de Jesús te hubieras levantado de tu lecho sin pensar en ti para nada, te hubieras unido a la comitiva de Jesús y le hubieras dicho: Voy, Señor” (Fray María Rafael)

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SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

LECTURAS

1. Comentario vocacional

El domingo pasado reflexionábamos sobre la necesidad de ponerse en camino para escuchar la voz, la llamada del Señor. Sabemos por experiencia que el caminar de la fe y del seguimiento no es fácil. Después de un comienzo alegre y vivo suele venir el estancamiento, la rutina, la mediocridad, la “normalidad”. Este peligro se hace presente tanto para el joven enamorado y los casados, los religiosos y religiosas, los sacerdotes. Para todos. Todos experimentamos el desaliento y los fracasos pastorales, familiares o laborales. Pero lo peor no es pasar por la crisis de la mediocridad sino el habituarse a ella y el pensar que no tiene salida.

Quizá no encontramos al Señor en la oración, en los demás, en los sacramentos porque nuestros caminos son tortuosos, complicados y llenos de obstáculos. En semejante estado no es posible la comunicación. “¡Convertíos!” La llamada de Juan Bautista cobra una actualidad hoy que no podemos dejar pasar. Nos invita al cambio, a la renovación dándonos un motivo: “porque está cerca el reino de los cielos”. Esto no refleja otra cosa que en el mismo origen de mi conversión ya está actuando la gracia que siempre se anticipa.

Y bien sabemos que la conversión implica un cambio radical de orientación y de mentalidad. He de pasar de estar centrado en mí mismo a centrarme en Dios y en su proyecto. Los grandes maestros espirituales no nos enseñan otra cosa que este “giro copernicano”. Y este es el trabajo más difícil que todo hombre y mujer tiene que hacer frente. Seguramente que la causa de nuestros desalientos y desánimos, de nuestras mediocridades y tibiezas, está en que estamos descentrados. Mi YO ocupa el centro, un lugar que sólo le corresponde a Dios mismo. En definitiva juego a ser el dios de mi vida, aunque normalmente sea de manera inconsciente. La predicación del Bautista insiste mucho en la urgencia de la conversión y en su radicalidad, aspectos que deberíamos considerar en nuestro caso personal.

En esta situación de mediocridad la lectura de Isaías es un oráculo de consolación que nos hace mucho bien. Los reyes descendientes de David no estaban a la altura de la Alianza, por lo que Yahveh promete un renuevo que brotará de ese tronco seco. Es algo nuevo e inesperado que brota como un regalo del Señor; lo cual nos recuerda que la conversión no es algo que se pueda conseguir con mucho voluntarismo, sino después de pedírselo mucho al Señor. Es su gracia, su don. Por ello, no hay que perder la esperanza. El cambio es posible. Aunque mi corazón

Isaías 11,1-10

Romanos 15,4-9

Mateo 3,1-12

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esté seco, aunque mi vocación esté estancada, la palabra de Dios va a hacer germinar en mí la vida, una vida nueva. Para ello Él nos dará de nuevo su espíritu: “espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor”. Mi vida está seca porque me falta este Espíritu de vida.

Podríamos decir que el Señor me llama a ser como Juan el Bautista. Mateo dedica su tiempo a describirnos su persona y su ministerio como el precursor del Mesías que invita a la conversión. Su manera de vestir y de alimentarse refleja una ruptura con la sociedad y la religiosidad de su tiempo. Y su presencia es ya un signo del Reino de Dios. El Señor nos llama a ser un signo humilde como el Bautista; un signo que invite a otros a la conversión, al encuentro con el Señor. Y para eso nos da su espíritu para que también seamos constructores de paz haciendo real el anuncio de Isaías.

“No te engañes, de Dios no se burla nadie. Lo que cada uno siembra eso cosechará” (Gal 6, 7)

2. Preguntas para la reflexión personal o grupal.

a. En mi vocación, en mi seguimiento de Jesús ¿me encuentro desanimado, frio, mediocre? ¿a qué se debe?

b. ¿Qué signos de conversión me pide hoy el Señor?

c. De los dones del Espíritu que cita Isaías, ¿cuáles necesito más?

d. ¿En qué se manifiesta que estoy más centrado en mí mismo que en Dios?

e. Si conozco a alguien de mi familia, o de entre mis amigos o compañeros de trabajo o estudio, que esté pasando por un momento de desánimo, ¿cómo le puedo ayudar?

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3. Jesús devuelve a sus apóstoles la alegría perdida.

Desde que Tú te fuiste no hemos pescado nada. Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida, y entre sus mallas sólo pescamos el vacío. Vamos quemando horas y el alma sigue seca. Nos hemos vuelto estériles lo mismo que una tierra cubierta de cemento. ¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído? ¿Quién recuerda la última vez que amamos? Y una tarde Tú vuelves y nos dices: “Echa tu red a tu derecha, atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma, saca del viejo cofre las nuevas ilusiones, dale cuerda al corazón, levántate y camina”. Y lo hacemos sólo por darte gusto. Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría, nos resucita el gozo y es tanto el peso de amor que recogemos que la red se nos rompe cargada de ciento cincuenta nuevas esperanzas. ¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla, camina sobre el agua de nuestra indiferencia, devuélvenos, Señor, tu alegría!

(José Luis Martín Descalzo)

4. Para darle vueltas…

“Quien no se lana mar adentro nada sabe del azul profundo del agua, ni del hervor de las aguas que bullen. Nada sabe de las noches tranquilas cuando el navío avanza dejando una estela de silencio. Nada sabe de la alegría de quedarse sin amarras, apoyado sólo en Dios, más seguro que el mismo océano. Desventurado aquel que se queda en la orilla y pone toda su esperanza en tierra firme, la de los hombres razonables, calculadores, seguros de sí mismos, que imaginan se ricos y están desnudos, que creen construir para siempre y sólo amontonan ruinas que siempre les acusarán” (P.Lyonnet).

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TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

LECTURAS

1. Comentario vocacional

Las lecturas de este tercer domingo de adviento también nos ofrecen una reflexión en torno a nuestra vocaión, especialmente en los momentos de crisis y obscuridad. Si el domingo pasado veíamos el estancamiento, la monotonía, la tibieza en la vida vocacional, ahora es la dramática crisis sobre el sentido existencial. Vivimos en cierto modo la misma angustia de Juan.

Su pregunta es desconcertante: “¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Él está desorientado, incluso escandalizado, pues la cuestión fundamental busca una respuesta a la identidad de Jesús.

“¿Quién es realmente Jesús?” se pregunta Juan al constatar las diferencias entre la manera de actuar del nazareno y lo que él había anunciado. ¿Dónde está ese bautismo de fuego, el hacha que tala los árboles que no dan fruto, según vimos la semana pasada? ¿Qué queda del juicio que él había anunciado? ¿Acaso estaba equivocado?

Este desconcierto es también el mío cuando descubro que mi imagen de Dios no se corresponde con Él mismo; cuando veo que mis caminos no son los suyos; cuando creía, esperaba o pensaba que mi experiencia vocacional iba a ser de una manera y resulta ser de otra; cuando mis expectativas no se cumplen; cuando vivo en mi propia carne la cruz, cuando sufro también la angustia de las cruces de tantos pobres y empobrecidos… Al final uno termina por preguntarse por la identidad de aquel que le llamó un día y por quién se dejó todo. ¿Valió la pena semejante esfuerzo? Porque si pregunto por quien me llamó, termino preguntándome por mí mismo. ¿Quién es ese que me sedujo? ¿Quién soy yo que me dejé seducir? En conocer a Jesús nos va la vida, el sentido de nuestra vocación.

Jesús nos deja hoy una bienaventuranza que no está en el sermón de la montaña: “¡Dichoso el que no se escandalice de mi!”, sobre todo en esos momentos en los que esperamos un poco de luz, una respuesta breve, un aliento de consuelo y nos parece respirar sólo la obscuridad, el silencio y la soledad. Nos escandaliza Jesús en la cruz. Nos escandaliza su misericordia con los pecadores que siempre nos cuestiona.

Isaías 35, 1-6a.10

Santiago 5,7-10

Mateo 11,2-11

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Sin embargo, las lecturas de hoy están llenas de palabras de ánimo que nos impulsan en medio de nuestra crisis vocacional. Santiago nos invita en primer lugar a ser pacientes como el labrador que aguarda el fruto. Y en esa paciencia debemos permanecer firmes ante la certeza de que el Señor está cerca. Isaías es aún más claro: “Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: “Sed fuertes, no temáis”. ¿Quién no se siente renovado y animado al escuchar estas palabras? Por eso insiste el profeta en que permanezcamos alegres porque el Señor viene en persona y nos salvará. La cercanía del Señor despierta al pueblo de su parálisis espiritual para ponerle en camino hacia Sión, la morada de Dios. Se da una liberación actual y real, a la vez que una seguridad en el destino de la marcha. Paciencia, fortaleza y alegría, se convierten en virtudes que, aun no siendo las capitales, son buenas compañeras en el propio proceso vocacional.

Que Dios es compasivo y misericordioso lo muestran los signos mesiánicos que “estamos viendo y oyendo”: “los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio!”. Todos estamos llamados a la alegría, a la grandeza, a la realización de nuestra vocación de hijos de Dios. Y a continuar estos signos del reino nos llama el mismo Señor hoy. Salimos pues de nuestra oscuridad y nuestra crisis para ser luz y ayuda para los demás.

Un último detalle esclarecedor. A pesar de la duda de Juan, Jesús ni le critica ni le echa nada en cara, sino que termina dándonos su identidad: él es “más que profeta”, el mensajero que va delante del Mesías. Sin embargo, Juan es quien cierra el antiguo testamento por eso “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”. Quizá esto me sirva para valorar la grandeza de ser creyente y seguidor de Jesús, una gracia siempre inmerecida.

“El hombre traza su camino,

pero el Señor dirige sus pasos”

(Prov 16, 9)

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2. Preguntas para la reflexión personal o grupal.

a. En mi proceso vocacional, ¿en qué sentido me siento ciego, sordo, cojo, mudo, leproso, muerto, pobre?

b. ¿Cómo es mi oración en esas circunstancias?

c. ¿Qué aspectos de la persona y enseñanza de Jesús me molestan o me cuesta aceptar?

d. ¿Qué puedo hacer yo para actualizar el mensaje salvador y liberador de Jesús?

e. En mi historia vocacional ¿quién es Jesús?

3. Tú que andas sobre la nieve

Ahora que la noche es tan pura y que no hay nadie más que Tú, dime quién eres. Dime quién eres y qué agua tan limpia tiembla en toda mi alma; dime quién soy yo también; dime quién eres y por qué me visitas, por qué bajas hasta mí, que estoy tan necesitado, y por qué te separas sin decirme tu nombre. Ahora que la noche es tan pura y que no hay nadie más que Tú. Ahora que siento mi corazón como un árbol derribado en el bosque, y aun el hacha clavada en él siento, aun el hacha y el golpe en mi alma, y la savia cortada en mi alma. Tú que andas sobre la nieve. Ahora que alzo mi corazón y lo alzo vuelto hacia Ti mi amor, y lo alzo como arrancando todas mis raíces, donde aun el peso de tu cruz se siente. Ahora que el estupor me levanta desde las plantas de los pies y alzo hacia Ti mis ojos, Señor, dime quién eres, ilumina quién eres, dime quién soy yo también, y por qué la tristeza de ser hombre. Tú que andas sobre la nieve. Tú que al tocar las estrellas las haces palidecer de hermosura; Tú que mueves el mundo tan suavemente que parece que se me va a derramar el corazón; Tú que habitas en una pequeña choza del bosque donde crece tu cruz; Tú que vives en esa soledad que se escucha en el alma como un vuelo diáfano; ahora que la noches es tan pura,

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y que no hay nadie más que Tú, dime quién eres. Ahora que siento mi memoria como un espejo roto y mi boca llena de alas. Ahora que se me pone en pie, sin oírlo, el corazón. Ahora que sin oírlo me levanta y tiembla mi ser en libertad, y que la angustia me oscurece los párpados, y que brota mi vida, y que te llamo como nunca, sostenme entres sus manos, sostenme en la tiniebla de tu nombre, sostenme en mi tristeza y en mi alma, Tú que andas sobre la nieve…

(Leopoldo Panero)

4. Para darle vueltas…

“Se ha difundido erróneamente en nuestro pueblo cristiano la opinión de que la llamada de Dios directa, irresistible, manifiesta, es la mejor vocación, la de las “almas superiores”. No es verdad. Es mucho más fino, más digno, poder decirle “no”, no acabar de saber claramente lo que Él espera y, sin embargo, lanzarse a sus brazos, fiarse de Él”. (J. Sans Vila)

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CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

LECTURAS

1. Comentario vocacional

En vísperas de la fiesta de Navidad contemplamos el misterio de la Encarnación de Dios y la relación que tiene con nuestra vocación.

Es curioso que Mateo da a José más protagonismo en los relatos de la infancia que a María. Sin embargo esto es aparente. El verdadero protagonista es Dios quien actúa detrás de los acontecimientos gracias a su Espíritu.

Sin embargo el buen José está en crisis. No entiende lo que pasa con María y no sabe cuál es su papel, lo que tiene que hacer con ella. No es capaz de descubrir la acción de Dios oculta y silenciosa. Pero Dios no le deja a un lado porque era “un hombre justo”.

El ángel del Señor le habla en sueños y le aclara que su misión será la de colaborar, simplemente colaborar, para que se cumpla la profecía, para que el “Dios con nosotros” se haga carne, se haga uno de los nuestros.

El nacimiento milagroso, sin intervención de hombre, del Hijo de Dios, nos pone en camino para entender el misterio de la gracia. La presencia de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo es un gesto totalmente gratuito por parte de Dios. Yo no tengo que hacer nada, más que estar ahí, como José cuya tarea no era otra que la de poner un nombre: el de Jesús, que significa “Dios salva”. Bonito trabajo, éste de José. Más que por ser carpintero debería ser recordado como aquel a quien le correspondía poner nombre al Hijo de Dios, dando con ello comienzo a la presencia salvífica del Reino de Dios. Hacen falta todavía muchos otros como José que al pronunciar el nombre de Jesús hagan realidad su significado. Gente que sean, en definitiva, actualizadores de su Encarnación.

Conviene también recordar el contexto de la primera lectura. El rey Acaz ante el peligro que suponía en asedio de Jerusalén, buscaba una alianza política con Asiria en lugar de poner su confianza en Yahveh. Acaz no tiene fe siquiera para pedir una señal y disfraza su respuesta con una falsa devoción. En el fondo ya tenía tomada una decisión que descartaba la confianza en Dios. Sin embargo Dios promete un hijo, y su promesa pone de manifiesto que los planes de los enemigos fracasarán y que la alianza que había hecho con su pueblo seguirá en pie a pesar de su infidelidad. El hijo de la promesa es símbolo de vida, de renacimiento, de victoria

Isaías 7, 10-14 Romanos 1, 1-7 Mateo 1, 18-24

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definitiva sobre el mal. Es símbolo de la cabezonería de Dios. Insiste en ser fiel con nosotros. Y esta promesa de fidelidad se cumple totalmente en Jesús. A pesar de las ocasiones en las que buscamos también nuestras alianzas y seguridades muy lejos de ponernos confiadamente en las manos de Dios, Él sigue estando ahí ofreciéndonos “un hijo”, es decir, fecundidad, futuro, historia, esperanza…

El Señor hoy nos vuelve a llamar como a Pablo para “ser apóstol, escogidos para anunciar el Evangelio de Dios”. Porque no se trata de anunciarnos a nosotros mismos, o de pregonar nuestras ideas, sino de proclamar que el “Enmanuel” sigue entre nosotros. Hoy volvemos a recibir “este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe”.

2. Preguntas para la reflexión personal o grupal.

a. ¿Cómo vivo el misterio de la Encarnación de Dios en mi vida? ¿a qué me llama?

b. ¿En qué medida me siento guiado y acompañado por el Espíritu de Dios?

c. ¿Cuál es la respuesta cotidiana que doy al plan que Dios tiene conmigo?

d. ¿Qué te sugieren los títulos de “Dios salva” y “Dios con nosotros”?

“El que siembra con miseria,

con miseria cosechará; el que siembra

generosamente, generosamente

cosechará” (2 Co 1, 6)

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3. Lo que vos queráis, Señor

Lo que Vos queráis, Señor; sea lo que Vos queráis. Si queréis que entre las rosas ría hacia los manantiales resplandores de la vida, sea lo que Vos queráis.

Si queréis que, entre los cardos, sangre hacia las insondables sombras de la noche eterna, sea lo que Vos queráis.

Gracias si queréis que mire, gracias si queréis cegarme; gracias por todo y por nada; sea lo que vos queráis.

Lo que Vos queráis, Señor sea lo que vos queráis.

(Juan Ramón Jiménez)

4. Para darle vueltas…

“El trabajo que Dios hace en nosotros raramente es el que nosotros esperamos. Casi siempre el Espíritu Santo parece actuar a contrapelo” (G.Bernanos)