Meditando La Respiración (Sobre meditación y respiración) - José Manuel Martínez Sánchez

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Meditando la respiración José Manuel Martínez Sánchez

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Meditando la respiración José Manuel Martínez Sánchez

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Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra,

y sopló en su nariz aliento de vida

y fue el hombre un ser viviente.

(Génesis 2:7)

Introducción

La respiración nace de uno mismo, del interior, es el cuerpo el que inicia el soplo de vida,

tomando su alimento principal, el prana, en su manifestación de aire. El éter o prana es la raíz

de todo lo vivo, de todos los elementos, es su fundamento espiritual transmitido a la materia,

al cuerpo global de la conciencia "animada". En la filosofía taoísta se denomina "chi" al soplo

que todos los seres comparten como unidad viva. Respirar es sinónimo de vida. Meditar la

respiración es indagar en la esencia primera de nuestro estar en el mundo, es ser consciente

de un proceso -inhalación y exhalación- que comienza en el nacimiento y que nos acompaña

toda la vida. Así lo expresó Krishnamacharya: "Inhala y Dios se acerca ti. Mantén la

inhalación y Dios permanece contigo. Exhala y tú te aproximas a Dios. Mantén la exhalación,

y te entregas a Dios."

Entramos así en la dimensión espiritual de la respiración, como medio o vía de acercamiento

a lo divino, de interiorización consciente de lo sagrado. Y, ¿qué mejor medio para ello que la

observación de la respiración? El sabio hindú Ramana Maharshi apuntaba como medio para

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el conocimiento de la naturaleza real de uno mismo la indagación del Yo a través de la

pregunta: “¿Quién soy yo?”. A partir de esta pregunta el indagador reconoce de forma

inmediata y espontánea su ser. Pues el Ser es la manifestación suprema localizada en el

corazón, más allá del tiempo y del espacio. Ramana Maharshi decía que el primer

reconocimiento del ser es el pensamiento o la sensación de Yo, localizado en el lado derecho

del pecho. Sentir y saber que Yo Soy es la esencia de la manifestación individualizada. A

partir de ahí el mundo se presencia como la conciencia, sin división entre Yo y el Mundo (o

lo externo), pues todo es uno, no-dos. Cuando a Ramana Maharshi le preguntaban sobre la

respiración como medio de autoindagación del Ser, él afirmaba que también era posible

ayudarse de este método de observación de la respiración, pues no deja de ser la expresión de

la fuerza vital diciendo, en su ritmo de aire: Yo Soy, Yo Soy.

Ante la pregunta “¿quién soy yo?” no existe pensamiento alguno que pueda responderla, tan

sólo nos queda el reconocimiento Yo Soy, pero sin identificarse con "esto" o "aquello". Yo

no soy esto o aquello, simplemente Soy, y para este reconocimiento esencial no hace falta

siquiera palabra alguna, pues se sabe, se reconoce, en el silencio. A través de la magnánima

elocuencia del silencio. El Yo Soy se advierte sin palabras, sin dudas y sin dualidad. Toda

manifestación, en el hinduismo, conlleva una vibración primigenia, un sustrato, una semilla,

el mantra Om. El mantra que puede oírse en el silencio, en el corazón, en el universo. Es la

sílaba primera, el original sonido, la voz constante de la luz, la brillante palpitación de todo

canto. El Om (Aum) representa los tres estados ordinarios del ser humano: vigilia, sueño con

sueños y sueño profundo. Decir o escuchar Om equivale a unificar la trinidad, a fundirse con

el Uno Viviente.

Hay un segundo mantra que podemos traer a escena y que comparte una trascendencia

fundamental con el Om, tanto por su espontánea presencia y realidad en nosotros como por su

significado. Me refiero al Soham (Hamsa), dos sílabas que se corresponden con la

respiración, pues los yoguis afirman que es el sonido que hace la respiración en su inhalación

(SO) y exhalación (HAM) de forma natural, sin necesidad de pronunciarlo, pues se oye al

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paso y salida del aire por las fosas nasales, y que significa: Yo Soy Él. Así cuando respiramos

estamos diciendo Yo Soy Él, o yendo a las fuentes bíblicas: Yo Soy El Que Soy, que es lo

que significa Dios o Yahveh (YHWH, en hebreo). Al respirar, por tanto, escuchamos lo que

somos, sabemos, saboreamos, vemos lo que somos, lo sentimos y lo realizamos.

Indagaremos en la respiración como medio principal para la meditación. Pues, si la respiración

está presente y meditar es el arte de ser consciente o de estar presente, la conciencia de la

respiración es intrínseca a toda forma de meditación consciente.

La meditación del buda

Siddharta Gautama (también conocido como “Buda”), fue un profundo indagador del ser, fue

alguien que comprendió su verdadera naturaleza real y que trascendió los límites

autoimpuestos del “samsara” (rueda de nacimientos y muertes) por medio de la meditación.

Así se dio cuenta de que la creencia de que existe un “ego” es la causa de nuestro

sufrimiento, pues el “ego” se sustenta en el deseo de devenir y siempre estará buscando algo

que lo complete. Pero la realidad última es que no hay nadie que necesite ser completado. La

meditación, por tanto, más que ser una búsqueda se revela como la cesación de toda

búsqueda, como la clara comprensión de nuestra esencia de totalidad.

El buscador es lo buscado, el meditador es la meditación misma, no hay sujeto y objeto sino

que la conciencia impersonal clarifica la verdad de lo que somos. Por conciencia impersonal

entendemos el estado perfecto de no diferenciación de la esencia constitutiva de las almas.

Este estado, que nos acerca a lo eterno, que nos ubica en el origen de nuestra identidad

auténtica, más allá de lo fenoménico, abre las puertas de una dimensión inexplorada por la

conciencia personal, aquella que se reconoce como un ente separado del resto. Por esta razón

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se asigna a los estados de profunda meditación una cualidad unitiva, una capacidad expansiva

donde se entra en relación con fuerzas espirituales que originan una experiencia del amor sin

forma, omnipenetrante y trascendental, capaz de alimentar y hermanar toda la existencia con

su esplendor y fragancia incesante e ilimitada.

Buda, en los “Sutras”, textos que recogen sus enseñanzas, dejó claros los pasos que llevó a

cabo para la realización del ser (las cuatro nobles verdades, el óctuple sendero...), y sirvió de

ayuda a numerosos buscadores que, a través del “budismo”, se orientaron en su propia

búsqueda interior escuchando el resonante saber del asceta de Lumbini. La enseñanza más

importante, a mi entender, del buda, fue la que marcó una revolución en la comprensión de la

búsqueda misma, en tiempos en que los gurús y brahmanes eran la autoridad innegable de

toda práctica espiritual. Buda insistió una y otra vez en que la única prueba fiable de una

verdadera meditación del alma la tiene uno mismo. Uno mismo es el discípulo y su propio

maestro último. Como un buen científico del espíritu exhortaba a sus discípulos a corroborar

por sí mismos lo que les decía, pues no hay otro medio fiable para el conocimiento de uno

mismo que el que busca conocerse escuche en sí mismo la prueba de la verdad de su ser.

Buda ofreció herramientas, clarificó el “dharma” (camino espiritual), ejemplificó con su vida

el valor del desapego y el desapasionamiento, regaló enseñanzas en el silencio de una flor

entregada a Mahakashyapa y habló con la suave y dulce fragancia de los pétalos del loto más

puro y bello. Fue un espejo en el que el discípulo pudiera mirarse y reconocerse a sí mismo.

No reconocer solamente al maestro, sino ver en el maestro al maestro interior que nosotros

portamos, y que nosotros podemos tallar, como una piedra preciosa, por medio de un cultivo

compasivo, equilibrado y en armonía con la vida, con la naturaleza y con la verdad que

palpita en el verdadero vivir, esto es, el que se asienta en el instante, en el momento presente,

más allá de la ilusión que sobre imponen “maya” y su “samsara”. Una realidad, por tanto,

prístina, trasparente, es la que Buda compartió, elevando al corazón a su trono primigenio, a

su potestad definitiva, por encima del egoísmo individualista, generador de ilusorio

sufrimiento.

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Buda llegó un día, con una flor en la mano. Iba a dar un sermón. Pero no dio ningún sermón, sólo se sentó en

silencio y miró su flor. Todos se preguntaban qué hacia. Esto siguió durante diez minutos, veinte, treinta

minutos... Entonces, todos comenzaron a sentirse inquietos. Nadie era capaz de saber lo que hacía. Se habían

reunido al menos diez mil personas para escucharlo hablar. Y el sólo permanecía sentado, mirando la flor.

Mahakashyapa rió. Buda lo miró y dijo: ''Mahakashyapa, ven a mí. Le entrego la flor a Mahakashyapa y dijo:

''Todo aquello que puede decirse, se lo he dicho a todos. Y todo aquello que no puede decirse, se lo he

entregado a Mahakashyapa. (“Yo soy la puerta”, Osho).

Y así nació el zen, a través de Bodhidharma, quien se consideró un heredero del linaje de

Mahakashyapa. Nació el zen a través de un silencio, a través de una respiración consciente y

sentida. La respiración es la expresión susurrante del silencio y la vida, unificando

movimiento y quietud en callado mantra, en vivificante armonía de vacuidad danzante.

Las enseñanzas de Buda trascendieron una mera doctrina teórica porque son eminentemente

prácticas. A parte de las consideraciones sobre el karma, el dharma, el samsara, las

reencarnaciones, etc., lo que realmente hizo del budismo una escuela "liberadora" fue

precisamente la insistencia en los puntos que llevaban directamente a la práctica desnuda de

la verdad, algo que el zen simplificó todavía más, a través de Dogen y otros maestros. La

práctica del zen se reduce a sentarse y respirar, sentarse y sentirse, sentarse y ser. La vía del

zen es la vía cotidiana del ahora caminando liviana por la conciencia de presencia. Sólo así el

cielo de la conciencia ve más allá de las nubes la claridad que la unifica.

Buda decía que cuando comienza la inhalación uno se da cuenta de que comienza la

inhalación y cuando termina la inhalación uno se da cuenta de que termina la inhalación. Del

mismo modo cuando comienza la exhalación uno se da cuenta de que comienza la

exhalación, y cuando la exhalación termina se da cuenta de que la exhalación termina.

Conciencia clara, respiración consciente, visión correcta... Ese fue el camino de Buda,

recogido en el Maha Satipatthana Sutra y otros textos canónicos. El método llamado de la

meditación vipassana (visión clara) se enfoca en esta actitud de conciencia ecuánime y

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amplia. A diferencia de los métodos previos de meditación budista llamados de calma mental

(samatha) mediante la concentración (dharana), la meditación vipassana supone la plena toma

de conciencia sin objeto, totalmente desvelada por el ahora integrador.

Buda, en el sutra antes citado, enumera algunos métodos o medios para la práctica de la

atención en la respiración, medios que ya encontramos en la vasta literatura yóguica referida

al "pranayama" o control de la respiración; por ejemplo, en el famoso tratado de hatha yoga

llamado "Yoga Vasishtha", con técnicas precisas de retención de la respiración y otras

muchas; o los textos tántricos del shivaísmo de Cachemira, como el “Vijñana Bhairava

Tantra”, etc. Si bien, como luego veremos, la finalidad del yoga es la de lograr controlar la

mente con el fin de conseguir la cesación de los movimientos mentales que obstaculizan la

unión yóguica, podemos ver que para Buda esto sólo es un paso inicial o de entrenamiento

que ha de desencadenar siempre en la toma de conciencia, en una visión clara que no controla

sino que observa, que es consciente. Así, la finalidad no es controlar la mente para llegar a la

quietud sino darse cuenta de la transitoriedad de los estados mentales (impermanencia) e

incluso de la necesidad misma de querer controlar la mente para la propia autosatisfacción de

estados más placenteros.

Sin un fin de lograr algo, el ser alcanza espontáneamente su estado natural, cuando se libera de

toda necesidad de acción (karma) para lograr su felicidad. La acción fluye de forma natural, en

un hacer sin hacer (lo que nos acerca al concepto taoísta del Wu-wei: no acción). En el Karma

Yoga incluso, el yoga de la acción desinteresada, podríamos hallar un deseo que mueve a ese

tipo de acción, esto es, la liberación de karma. Buda, iba aún más allá, pues sostenía que no

hay ningún "yo" y por lo tanto ningún karma que le fuera propio. La identificación con un

"yo" es lo que genera al "yo" con sus identificaciones egoístas. El deseo de liberación es visto

así como un deseo del ego, puesto que, si no hay "yo", ¿quién se tendría que liberar?

Llegados a este punto, podemos formular una pregunta que nos invite a seguir indagando, y

es la siguiente: ¿qué aporta la respiración consciente a la meditación? Sin duda, mucho.

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Dándonos cuenta de que el estado de conciencia vital, tal y como lo percibe un individuo,

conlleva un flujo dual de inhalación y exhalación, la meditación o la contemplación aterriza,

por decirlo así, en la atestiguación de ese proceso, un proceso que como acentúan los yoguis,

se corresponde con nuestra energía vital, con el prana que respira y vivifica el cuerpo. Una

técnica recomendada por Buda era la del conteo de respiraciones, para aumentar la conciencia

del proceso respiratorio. Otra era la antes mencionada de darse cuenta de cuando se inhala y

cuando se exhala, de si la inhalación o exhalación es larga o breve, acelerada o pausada, etc.

Como un científico de sí mismo, Buda invitaba a tomar nota de esos movimientos y sus

cualidades observables y objetivas. Otra técnica interesante, también apuntada por los yoguis,

es la observación del lapso entre inhalación y exhalación y entre exhalación e inhalación. Es

decir, ese instante sin movimiento, ese punto en el vacío de donde surge el respirar y de

donde al expirar otro nuevo vacío será abrazado por un nuevo hálito viviente. Ese lapso de la

respiración carece de dualidad, como el silencio, supone el nexo entre el flujo contante del

movimiento de expansión y contracción. Un instante sin tiempo, parecido al no tiempo de lo

eterno, generador, como Brahma; y culminador, como Shiva. Es el momento del éxtasis, del

nirvana o aniquilación de gozo, que permite de nuevo la creación y su mantenimiento

(Visnú). Como se dice en el hinduísmo, Brahma crea, Visnú nutre y Shiva culmina.

Culminación como el orgasmo, como la energía kundalini ascendiendo al encuentro en la

Shiva-shakti del tantra, como la exhalación que tras la inhalación realizada, abraza el vacío y

danza con lo eterno, originando de nuevo en unión amorosa.

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Energía Kundalini

Mi noche es para ti,

es para que asciendas mientras Yo desciendo.

Y entonces, ahí, nos encontremos.

(Señor Shiva a través de Shakti Ma)

La iluminación es un destello de la conciencia. Así de sencillo, así de natural. Porque la

iluminación es un proceso natural, aunque esta palabra pueda parecer que se refiere a algo

sobrenatural. Toda vida tiene un proceso. Es un proceso de crecimiento que nos lleva a ir

madurando, aprendiendo, experimentando, sintiendo… Diversas enseñanzas son las que la

vida nos ofrece, a veces a base de dolor y sufrimiento y otras a base de alegría y dicha.

Muchas veces el sufrimiento es lo que precede a la sabiduría. Muchas veces la verdad es

recordar aquello que habíamos olvidado, porque en todo proceso de evolución espiritual es

necesario ir adquiriendo un grado de equilibrio en todos los aspectos, una compensación, un

ritmo que no deja nada de lado, que todo lo aúna en una armonía que sustenta un caminar

consciente.

El proceso de despertar de la energía Kundalini es un desarrollo íntimo, porque supone

despertar todo ese potencial nuestro que llevamos dentro y que de forma natural adquiere

nuevamente el autoconocimiento. Ese autoconocimiento es dar luz a la ignorancia, porque

ésta vela, oscurece, la verdad de la conciencia. Es decir, la ignorancia no nos indica que no

existe esa verdad, sino que la verdad está tras ella, por eso llamamos a la ignorancia el velo

de maya, esa apariencia que cubre la realidad, sin embargo la realidad está ahí, puede ser

vista claramente quitando ese velo.

Decimos que hay un ascenso en el despertar espiritual, decimos que la energía Kundalini

tiene la forma de una serpiente enroscada que, a medida que crece ese proceso de despertar

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va desenroscándose y ascendiendo en torno a los chakras, desde la base de la columna

vertebral (muladhara) hasta el séptimo chakra (sahasrara) en la cabeza. Decimos que ese

ascenso ha de ser consciente, desde el primer momento hasta su culminación, pasando por

todas las fases, adquiriendo ese conocimiento, esa verdad, que conlleva todo el proceso de

despertar. Se dice que puede haber un despertar espontáneo, pues la iluminación es un

destello espontáneo de la conciencia, o múltiples destellos espontáneos que llegan a

conformar cada momento, cada instante, cada segundo en una realidad iluminada, es decir,

consciente de la verdad que la ordena, presenta y realiza.

¿Cómo puede ocurrir ese proceso si no es, por tanto, mediante la atención, mediante la

observación directa del hecho espiritual? Un darse cuenta del espíritu quizá al cerrar los ojos,

al ver esa inmensidad sin límites que aparentemente es infinita oscuridad y que –sin embargo-

puede atisbarse como infinita luz, espaciosidad, inmensidad interior. Libertad. Hay un

destello en esa observación. Hay una chispa que enciende el proceso, una vez que nos

enfocamos ahí. Así la energía Kundalini sube con nosotros, de nuestra mano. Nos muestra el

camino y se lo mostramos a ella, y así no tiene lugar el caos ni el desbordamiento, porque hay

una continua y profunda observación del ser.

¿Qué es esta verdad espiritual? ¿A qué podemos llamar verdad espiritual? ¿Cómo podemos

nombrar aquello que no tiene forma? ¿Cómo podemos dar forma a aquello que no tiene

nombre? En el silencio hay muchas respuestas, porque el silencio no tiene nombre ni forma.

Es un lapso creativo, es un momento del no lugar, del no momento.

Empecemos pues, escuchando al silencio y dejando que el silencio nos escuche a nosotros.

En esa realidad no forzada, que simplemente ocurre. Es ahí cuando la verdad tiene lugar,

cuando no es una operación racional, deductiva o inductiva, lógica o ilógica incluso, no es

nada de eso. Es una quietud que observa el movimiento, un movimiento que se observa en la

quietud. Todo se describe así por sí mismo y en sí mismo.

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Toda experiencia espiritual es un llegar a ser lo que somos, y ese ser que somos se descubre

ahí dentro, en cada corazón, en cada conciencia abierta, receptiva a ese despertar que ha de

surgir por sí solo, como proceso que culmina y que da nueva vida, que transforma nuestra

existencia hacia un nivel distinto de comprensión más allá de lo que cualquier proceso mental

pueda intentar comprender e interpretar.

En la respiración tenemos un foco de observación, un movimiento constante del prana, del

aire vital que toma el aire del mundo, la energía universal, la shakti, para alimentar al alma

individual. Ambas son la misma cosa, igual que la inhalación y la exhalación son también

una misma cosa, un mismo proceso que llamamos respiración, donde no podría existir la una

sin la otra, al igual la energía vital y la energía espiritual o universal crean un ritmo, una

armonía que cuando nos integramos conscientemente en ella la reconocemos; y ella –al

tiempo- por sí misma, guía el proceso de reconocimiento de la Conciencia.

Prana

El movimiento de la respiración de expansión y contracción simboliza el recorrido de

Kundalini hacia su punto culminante del séptimo chakra, donde shakti (energía divina

femenina) va al encuentro de shiva (energía divina masculina) y juntos descienden de nuevo

al primer chakra, al punto vital u origen del prana (hara), unos dos dedos por debajo del

ombligo. Kundalini-shakti es la fuerza primordial de vida que constantemente va al encuentro

de Shiva para lograr el matrimonio Shiva-shakti. Es el flujo vital, el recorrido de lo individual

a lo cósmico, del alma separada hacia su unión consciente y completa con su todo amado y

buscado.

El prana no es la respiración sino la energía de vida que da lugar a la respiración, pero que

también es la causa de que haya vida en las plantas, animales, minerales, planetas, estrellas,

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etc. E incluso antes del prana está la fuerza original y misteriosa, pues como dice una famosa

upanisad: “Lo que el prana no revela, pero que es revelado por el prana, eso y sólo eso,

conócelo como el Brahman” (Ken upanisad). Este Brahman nos recuerda al misterio que se

escucha en los versos del Tao Te King. En este mismo upanisad leemos lo siguiente: “Los

ojos no pueden aproximársele, ni tampoco el habla ni la mente. Por lo tanto, no le conocemos

ni sabemos cómo enseñarlo. Es diferente de lo conocido y diferente de lo desconocido. Así lo

oímos de nuestros predecesores que nos enseñaron.” Por tanto, la respiración tiene como

causa el prana experimentado como movimiento, y el prana a su vez tiene como causa un

misterio, un origen, un tao innombrable. Como leemos en el Lie Tse, un famoso tratado

taoísta, “lo que no ha nacido es el origen de todas las cosas”, es la unidad original no nacida,

lo femenino misterioso. Lo que vemos son “las manifestaciones del Tao” pero el Tao no

puede ser visto ni oído.

Partimos de los principios de yin y yang para hablar de las cosas, para configurarlas, para

entenderlas. La calma y el movimiento, la quietud y la acción, el flujo constante de la vida es

la manifestación como sustancia que tenemos de la Unidad Original. Antes del yin y el yang

el chi o vapor original no ha sido dividido, vive en su esencia espiritual y es acaso atisbado

por el hombre en los estados de profunda contemplación y meditación, en las danzas

extáticas, en los samadhis y satoris…

El estado del sabio se corresponde con la magnánima comprensión o vivencia de ese origen

indiferenciado, y es por ello que puede transmitirlo, apuntar con su dedo a la luna del misterio

profundo que late en su corazón. En otra parte del Lie Tse se nos dice: “Si entendéis lo que

significa mantenerse sin esfuerzo, no habrá nada que no podáis hacer”. Este principio de la

espontaneidad de espíritu apunta directamente a la salud y a la armonía del ser, en su estado

natural.

Como antes dijimos, la acción sin acción o sin esfuerzo era la clave para la liberación budista

o despertar, pues suponía una clarificación de la individualidad entendida como un alguien

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que tiene que hacer algo, es decir, de un “yo” separado que ha de buscar su unidad. En el

estado eterno la unidad es realizada, la búsqueda es ya continuo encuentro presente, y la

danza entonces surge sola, está viva siempre, bella, eterna, fresca, elegante, sanadora, liviana,

inocente, transparente…

La vivencia del ego supone un gasto de energía que, cuando además ha olvidado mirar

directamente a su fuente primigenia, es constante pérdida, enfermedad y sufrimiento. Quizá

la inmortalidad radique en esa conciencia no individual que no necesita malgastar el prana

celeste que le ha sido regalado precisamente por buscarlo fuera, por creer que es limitado y

que muere. Cuando la fuente está dentro, ¿por qué agotarse buscando fuera y abandonar el

manantial interno de salud que está conectado al cielo original del espíritu?

En los “Brahma Sutras”, texto canónico del hinduísmo, leemos la siguiente anotación: “Y la

principal energía vital (prana) (es un efecto del Absoluto)” (Sutra 8). Es el prana, por tanto, lo

que alienta al espíritu por medio de la respiración, y como ese dedo que señala a la luna es la

respiración esa mirada atrás, al infinito, a su origen, al misterio de donde proviene. El prana,

a su vez, está en todas las células, todo respira en el cuerpo, y a su vez todo está sincronizado

con la naturaleza. El embrión, antes de formarse los pulmones, se alimenta del prana materno

y del universo, de las mareas, de la luna, del sol… Todas sus células están conectadas con la

vida como espíritu cósmico, pues de ahí ha nacido, pues su Madre Misteriosa, ese espíritu del

valle, ha insuflado aliento de vida a su criatura, a la flor de su creación.

La luna influye en el movimiento de las mareas, la luna inhala en su ascenso hasta llenarse,

jugando con el sol, en luz y sombra, y exhala hasta ser nueva, hasta llegar a ese punto en el

vacío donde parece que se ha ido, ese lapso de la respiración, ese ausencia que es presencia

intuida y que también podría cantar aquellos versos de San Juan de La Cruz:

¿Adónde te escondiste,

amado, y me dejaste con gemido?

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Como el ciervo huiste,

habiéndome herido;

salí tras ti, clamando, y eras ido.

El juego de los contrarios, la vivencia del absoluto y la nada, de la noche oscura y del

amanecer en “ansias inflamado”, el rayo de amor que no cesa y que nos mueve hacia la vida.

Y la mirada sosegada de la contemplación, en la quietud no nacida, testigo del movimiento,

espectador de la obra del cielo y de la tierra.

Danza de sanación

Hay una sanación del espíritu a través del movimiento, con la respiración como compás del

espíritu, que nos lleva a contemplar y a danzar mirando al Tao. Es esa mirada al origen, esa

danza que baila con lo eterno que no se puede nombrar, pero que se puede sentir, y que nos

abraza, mueve, eleva hasta su clara cumbre. “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad

asentada sobre un monte no se puede esconder”. (Mateo 5:14). Una ciudad, como habló

Jesús, en la cima de una montaña no se puede ocultar, pues resplandece por la luz del cielo,

es bañada por la verdad del espíritu y es abrazada por el amor que la alimenta y cuida. Esa

montaña representa el lugar donde tiene la comunicación con el cielo, esa mirada a lo alto

que nos vincula con nuestra ciudad original, con nuestra madre tierra y cielo.

En esa danza sanadora uno entra en el estado sin estado que los versos del Tao describen

como la esencia primordial que no puede ser nombrada. Es el Tao Te King un baile a

escondidas con el Amado Tao, un decir sin decir, un susurrar tácito, un entender sin entender.

Sólo podemos respirar este misterio, saborearlo, ser uno con Él.

Jesús dijo: “Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes

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de que el mundo fuera” (Juan 17:5). Ese antes de que el mundo fuera simboliza esa vuelta al

origen, al principio generador, a la raíz de lo manifestado, a la paz inmutable que es felicidad

y dicha sagradas. En otro versículo de San Juan, leemos: “En verdad, en verdad os digo: antes

que Abraham naciera, yo soy” (8:58). Los cabalistas establecen una relación etimológica

entre Abraham, primer patriarca de la tribu de Israel; y Brahma, generador del mundo, Dios

como manifestación creadora en el hinduismo. Todo lo que vemos es Brahman, Brahman en

la multiplicidad que genera el velo de maya o ilusión. Todas las cosas son Él, y el juego de la

creación (lila) es el sueño por el cual lo buscamos, aparece y se esconde. El yoga de la

devoción (bhakti) ve a Dios, a Krishna, en todas las cosas y canta constantemente su nombre.

Y la respiración es ese canto callado, ese mantra silente que dice Yo Soy Él, esa voz que

escuchamos en lo interior de nosotros, como aire y alimento llegado de Dios.

Qi Gong

Existe un Ser maravilloso, perfecto,

Existía antes que el Cielo y la Tierra.

¡Cuán tranquilo es! Es único e invariable,

toda la Vida proviene de él, lo envuelve todo

con su Amor como un manto y pese a todo,

no reclama para sí ningún honor.

No conozco su nombre, así que lo llamo

“Tao, el Camino”, y me regocijo en su poder.

(Lao Tse)

El Tao es humilde, no reclama nada para sí. Nosotros podemos seguir su estela mirando su no

comienzo, su poder libre de todo añadido que quisiéramos añadir, pues sólo se reconoce en

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esa humildad que no se puede agarrar, ni sostener, acaso ser sostenidos por ella vibrando en

el vacío de su unidad intangible e inocente a través del Qi Gong Li, o habilidad del soplo que

posibilita la unidad. J.L. Padilla nos da la siguiente traducción de Qi Gong Li: “El trabajo de

la respiración que posibilita el fortalecimiento de la salud” o el “Arte o la habilidad de, a

partir del soplo, mantener la fuerza”. Qi significa “soplo”, Gong, “habilidad” y Li, “unidad” o

fuerza unificadora. Volver hacia la fuerza original y para ello, vaciarse, dejarse llevar por la

fuerza, dejar que ella humildemente nos reconduzca hacia la Fuente.

El Qi Gong es el arte sanador del espíritu, es la senda de conexión con el “soplo vivificante”

y el reconocimiento de su fuerza, no nuestra, sino de su origen misterioso. Es un camino

hacia la salud y armonía de espíritu, una manera de contemplar el estado de Tao y fundirse

con él, de dejar a un lado la idea de fuerza individual y pasar a formar parte de la Fuerza,

como servidores de su Mismidad. Ella misma es la Suprema Sabiduría, la que otorga la

libertad del vuelo y la senda que la orienta, la que abre los caminos y despeja las nubes,

permitiendo la visión clara, la unicidad abierta y receptiva, y nos permite ser servidores de

una fuerza mayor que nos sostiene sin pedirnos nada a cambio, solamente que abramos los

ojos en el reconocimiento sincero de que ella es nuestra propia esencia eterna.

En la vacuidad podemos ser contenidos por la Fuerza Misteriosa, vacíos de nosotros mismos,

de esa energía entendida como fuerza individual que se separa de la Fuente. Dejando ese

espacio hueco, vacío, permitimos que lo eterno irradie y se extienda en nosotros, como el

universo y las estrellas. Toda la luz y oscuridad, el movimiento y la quietud entran en ese

espacio que está más allá de todo, inmanifestado, innombrable.

La proximidad de la “Nada” es la vacuidad, o –por decirlo en otras palabras- la vacuidad es la Fuerza

circundante de la Nada”. Ese vacío, esa “Nada”, o esa Fuerza alrededor de la “Nada” es lo que va a

permitir ser creativo, porque justamente la obra creadora, la Creación, es aquella que se sucede a partir de la

Nada. (“Qi Gong”, J.L. Padilla).

No se puede retener lo que es libre en esencia; el Amor, lo que viene del Cielo. Sólo nos

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abrimos receptivos a su escucha, le tendemos la mano con una humilde inclinación de

reverencia, para así descubrir el regalo insondable de su Realidad Creadora, de su música

callada y sensible. El Qi Gong es el arte de ese movimiento sutil que danza con la Esencia en

entrega sanadora, el movimiento de la vida, el soplo vivificante de todo lo creado. En

comunión de gozo con el soplo, el qi (chi) o prana, nos unificamos con la raíz de lo vivo y

miramos, como las ramas del árbol, al cielo que se alza sobre nosotros.

La habilidad del movimiento del Qi es, básicamente, el arte de vivir, supone la armonía y

sincronía con la Naturaleza, el regreso al hogar que creíamos haber abandonado, el Ser. “Sin

esfuerzo, de forma natural, es el estado más alto”, dijo el sabio hindú Nisargadatta. No hay

otro modo de fluir con la vida que despojándonos de todo obstáculo que nos impida ser Uno

con el fluir de la vida mismo, ser Uno con el Todo. En la vacuidad somos servidores de lo

Alto, vibramos en la nota que la Creación ha dispuesto para nosotros, y permitimos la

Armonía Universal. Un canal vacío permite el paso completo de la luz, de la energía, del

amor en consonancia con su fuerza original, con su sentido y dirección, con su causa y

destino.

Que la danza del vacío nos llene y enamore de la luz celeste vital en cada respiración,

devolviéndola al Universo, en constante y eterno Soplo de gratitud, paz y amor sincero.

 

 

José  Manuel  Martínez  Sánchez  

www.lasletrasdelaire.blogspot.com