Meira Delmar. Antología. Revista Exilio No.13-14.

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1 Meira Delmar nació en Barranquilla, Colombia, en 1922, de padres oriundos del Líbano, Medio Oriente. Su nombre de pila es Olga Chams Eljach. Estudió música en el Conservatorio Pedro Biava de la Universidad del Atlántico, donde luego tuvo a su cargo las cátedras de Historia del Arte y Literatura, estudios que adelantó en Italia. Es miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua y durante 36 años dirigió la Biblioteca Pública Departamental del Atlántico, la que hoy en su honor lleva su nombre. Colaboradora habitual de diversos periódicos, catálogos pictóricos y revistas académicas y culturales. En 1995 la Universidad de Antioquia le otorgó el Premio Nacional de Poesía, distinción que el alma máter entrega como reconocimiento a los valores más representativos de la poesía colombiana contemporánea. La obra poética de Meira Delmar, de una exquisitez y pulcritud, la ubican como una de las voces más representativas de la poesía en Lengua Castellana, obra que fue decantando con el paso del siglo XX y que ha entrado serena y elevada a este nuevo siglo que nos habita. La presente selección publicada en Exilio recoge una antología de sus siete libros publicados y representa un sencillo homenaje del programa Poesía Mar Abierto, institucionalizado en Santa Marta desde el año 1991 por la Fundación Poetas al Exilio.

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Meira Delmar.Antología "Poesía Mar Abierto" Exilio. Revista de Poesía. No.13-14. Noviembre 2004. Santa Marta. Edición impresa. Edición virtual NTC ... . Enero 23, 2011. 44 páginas. http://ntcpoesia.blogspot.com/2011_01_13_archive.html NTC ... agradece el aporte al poeta Hernán Vargascarreño, y la autorización para publicarlo.

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Meira Delmar nació en Barranquilla, Colombia, en 1922, de padres oriundos del Líbano, Medio Oriente. Su nombre de pila es Olga Chams Eljach. Estudió música en el Conservatorio Pedro Biava de la Universidad del Atlántico, donde luego tuvo a su cargo las cátedras de Historia del Arte y Literatura, estudios que adelantó en Italia. Es miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua y durante 36 años dirigió la Biblioteca Pública Departamental del Atlántico, la que hoy en su honor lleva su nombre. Colaboradora habitual de diversos periódicos, catálogos pictóricos y revistas académicas y culturales. En 1995 la Universidad de Antioquia le otorgó el Premio Nacional de Poesía, distinción que el alma máter entrega como reconocimiento a los valores más representativos de la poesía colombiana contemporánea. La obra poética de Meira Delmar, de una exquisitez y pulcritud, la ubican como una de las voces más representativas de la poesía en Lengua Castellana, obra que fue decantando con el paso del siglo XX y que ha entrado serena y elevada a este nuevo siglo que nos habita. La presente selección publicada en Exilio recoge una antología de sus siete libros publicados y representa un sencillo homenaje del programa Poesía Mar Abierto, institucionalizado en Santa Marta desde el año 1991 por la Fundación Poetas al Exilio.

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De “Alba de olvido” (1942) SOLEDAD Nada igual a esta dicha de sentirme tan sola en mitad de la tarde y en mitad del trigal; bajo el cielo de estío y en los brazos del viento, soy una espiga más. Nada tengo en el alma. Ni una pena pequeña, ni un recuerdo lejano que me hiciera soñar… Sólo tengo esta dicha de estar sola en la tarde ¡con la tarde no más! Un silencio muy largo va cayendo en el trigo, porque ya el sol se aleja y ya el viento se va; ¡quién me diera por siempre esta dicha indecible de ser, sola y serena, un milagro de paz!

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OLVIDO Ha de pasar la vida. Ha de llegar la muerte. He de quedar tendida bajo la tierra, inerte, insensible, callada, como estatua de cera, que al romperse en pedazos abandonada fuera. Ya sin brillo los ojos que te siguen ahora, con miradas que besan y que besos te imploran, y muy quieta la inquieta ambición de caminos que embriagada me tiene como mágico vino… Ha de pasar la vida. Ha de llegar el largo dolor de estar sin verte. Acaso el grito amargo de tu angustia la tierra estremezca un momento… mas, después, poco a poco callará tu lamento. Y de nuevo otro paso, no mi paso ligero, a compás con el tuyo cruzará los senderos, y otro labio -!no el mío¡- te dirá que la vida es hermosa: “...La rama que se da, florecida, el temblor del lucero, y la nube, y el canto alegría te enseñan… es inútil el llanto…!” Y una vez más el viento jugará con tu risa, y miel pura en tu boca otra boca sumisa dejará, bienamado, mientras rueda el estío…! Y tal vez cuando lleguen esos días sombríos, en que llora la lluvia su dolor lentamente, y en las sombras el paso del misterio se siente, surgiré en tu recuerdo con aquella encantada vaguedad de las cosas hace tiempo olvidadas, que retornan a veces en la luna de oro, en lo triste de un verso, en el eco sonoro de un arroyo que pasa… Y dirás: “¿Cómo era la mujer que yo quise una azul primavera en que estaban los campos aromados y llenos de rumores festivos bajo el cielo sereno…?

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¿Eran claros sus ojos? ¿Me embriagó su dulzura? ¿Sus cabellos… tenían de las mieses maduras el color milagroso? ¿Era leve su mano? ¿Sonreía? ¿Lloraba?...” !Y tu afán será vano¡ La mujer que quisiste una azul primavera y cruzó de tu brazo por caminos y eras, volverá a ti sin llanto, ni color, ni sonrisa -como un poco de bruma que deshace la brisa sobre el río cansado– imprecisa, distante, como estrella que rueda temblorosa un instante y se pierde en la noche… !Y ya nunca sabrás si me hallaste en la vida o en el sueño no más¡

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ANGUSTIA Hoy me cercan el alma muros altos de angustia… Tengo frías las manos. En mi boca está mustia la sonrisa que otrora signo fue de dulzura, viva luz de alegría, floración de ternura… Hoy las cosas amigas -sol, caminos, trigales- las pupilas me hieren como largos puñales y las piedras quebrantan el afán de mi paso, y me duele el milagro tornasol del ocaso como burla sangrienta. ¡Oh! esta tarde quisiera que ni sol, ni caminos, ni trigales hubiera sobre el haz de la tierra… Ni palabras hermosas en los labios humanos, ni campanas, ni rosas en los dulces rosales. Hoy quisiera, ¡Dios mío! yermos todos los campos, secos todos los ríos, agrio el viento que pasa y un silencio profundo sobre todos los mares y recodos del mundo… Esta tarde mi alma, gacela malherida, se desangra. ¡Cien dardos le ha clavado la vida!

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ÁNGELUS Por el camino -¡nuestro camino!- con lento paso vamos andando… Y entre nosotros, hecha silencio, la gran dulzura de amarnos tanto. Muere la tarde. No muere… Parte. -Ignore el labio voces amargas- Y sobre el sueño de los trigales vuelan y vuelan palomas blancas… Un leve polvo dorado y fino baja del cielo sobre los campos; y las espigas y las palomas se ven de oro, como mis brazos. Allá muy lejos, graves y lentas, vibran campanas cerca del río… Y en el desnudo cristal del aire prende luceros un ángel niño… El viento pasa, -mancebo rubio- todo aromado de manzanilla… Y por mirarle la noche baja ligera y sola de las colinas… El manso vuelo de las palomas se desdibuja sobre los campos… ¡Qué azul faena la de quererte mientras se apaga la voz del Ángelus!

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De “Sitio del Amor” (1944)

SONETO PARA DECIR ADIÓS AL MAR Undívago país. Ancha y dorada frente en vivo temblor de poesía. Comarca donde piensa luz el día, y sirenas la noche desvelada. Sabe a sal la blancura derramada de tu voz, donde crece la alegría, y en tu orilla de agua y melodía se detiene la tierra, enamorada. Yo grabé tu paisaje pasajero y tu canto por siempre repetido en mi altísimo escudo marinero. Y aunque ya tus perfiles he perdido, hoy te siento en mi sangre, verdadero capitán de mi sueño desmedido.

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SONETO DEL VIVO AMOR Está mi corazón tan obstinado en quererte latido por latido, que el tiempo me parece un detenido presente sin futuro ni pasado. Y está mi pensamiento tan atado a ti, por sobre el muro del olvido, que a veces se detiene sorprendido de hallarte de mis ojos desterrado. No sube hasta mi canto la amargura del largo desamor que me depara la frente que veló por mi ventura. Porque lejos de cuanto nos separa crece al viento la altiva llama pura que en su fuego, sin muerte me abrasara.

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De “Verdad del sueño” (1946) ENCUENTRO A mi orilla viajera de gaviotas y naves llegarás una tarde, amigo mío. Una tarde dorada, de jacintos abiertos, por donde irá diciembre con sus ángeles líricos. Al fondo el mar azul levantará los brazos para decir tu nombre como se dice un himno, y en las góticas torres del lejano crepúsculo encenderán de pronto los vitrales antiguos. Yo te estaré esperando de pie junto a mis sueños. Mi nostalgia de ti esperará conmigo. Tendré, para mirarte, los ojos asombrados como el niño que encuentran en un bosque, perdido, y el corazón cantando, derramado en el viento y apenas corazón por su latido. Será mi pecho una silenciosa comarca partida por la espada resonante de un río… Sobre el cristal del aire las últimas palomas dibujarán un ángelus de campanas y lirios, y en tu mirada grande -¡yo iré ciega de soles!- me encontraré contigo.

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LA TARDE Te contaré la tarde, amigo mío. La tarde de campanas y violetas que suben lentamente a su pequeño firmamento de aroma. La tarde en que no estás. El tiempo, detenido, se desborda como un dorado río, y deja ver en su lejano fondo no sé qué cosas olvidadas. El día vuelve aún en una ráfaga de sol, y fija mariposas de oro en el cristal del aire. Hay una flauta en el silencio, una melancólica boca enamorada, y en la torre teñida de crepúsculo repiten su blancura las palomas. La tarde en que no estás… La tarde en que te quiero. Alguien, que no conozco, abre secretamente los jazmines y cierra una a una las palabras.

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CANCIÓN TRISTE Una tarde, una tarde, ya no estaremos juntos bajo el cielo de mayo, sonoro de campanas. De pronto y para siempre, nos quedaremos solos, terriblemente solos y heridos de nostalgia. Tal vez la lluvia sueñe por el jardín callado tañendo los cordajes de su arpa repetida. Diremos cosas vagas, estremecidamente, huyéndonos los ojos, el alma, la sonrisa. Una tarde, una tarde, tu corazón y el mío sentirán que se rompe lo que ahora los ata. Como cuando se deja la orilla azul de un puerto nos quedarán adioses temblando en la mirada. Y un día, sin quererlo, pronunciarás mi nombre con la melancolía del que en la noche canta… En medio del crepúsculo cruzado de palomas, yo, repentinamente, me llenaré de lágrimas.

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VERDE – MAR

1 De tanto quererte, mar, el corazón se me ha vuelto marinero. Y se me pone a cantar en los mástiles de oro de la luna, sobre el viento. Aquí la voz, la canción. El corazón a lo lejos, donde tus pasos resuenan por las orillas del puerto. De tanto quererte, mar, ausente me estás doliendo casi hasta hacerme llorar…

2 ¡Mar! Y es como si, de pronto, se hiciera la claridad. Ángeles desnudos. Ángeles de brisa con luz. Cantar del agua que danza una zarabanda de cristal. Islas, olas, caracolas. Grito blanco de la sal… Y el corazón, de latido en latido, dice ¡mar!

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De “Secreta isla” (1951)

INTERLUDIO Te pierdes en tu sueño. Y yo, desde mi sueño, oigo palabras tuyas, palabras mías, como si las dijesen labios que no conozco, lejos. Un mar de niebla surge, se agita, nos arrastra, nos abandona luego distantes, separados. ¡Qué buscarán, abiertos en la tarde, tus ojos! ¡Qué comarcas, qué nubes conocerán tus ángeles! Te adivina mi frente por ignoradas rutas, en un paisaje lento de secretas memorias, donde crecen tus árboles y el eco se percibe de un río que no lleva mi rostro reflejado. Yo voy por una dulce región de nombres idos, un vago territorio de júbilos que mueven los brazos en el aire tranquilo de otro tiempo. Y vuelven de la sombra los iniciales cánticos, la lluvia en los jazmines, la dicha fiel, intacta como una copa de oro que es nuestra y no llevamos hasta los labios nunca… La estrella en la ventana. De pronto, extrañamente -tú ibas por tu sueño, yo por mi sueño- se cruzan los caminos. Naufragan en silencio el antes tuyo, mi antes, los antiguos perfiles, mi corazón antiguo. …Y nada queda en torno de la amorosa isla.

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FUTURO Vengo de la tristeza de tu olvido futuro como de alguna extraña ciudad deshabitada. Crucé tu voz de ahora, tu corazón de ahora, el cielo que comienza detrás de tus palabras, y me encontré en un tiempo donde ya no volvían tus ojos y mis ojos de una misma distancia. Y vi crecer en torno sombras de ruinas, vagos espectros de jazmines, de tardes con ventanas abiertas al arroyo de lumbre del verano y a la lluvia que el aire revestía de arpas. Y vi también tu frente de soledad, de frío. El ángel de mi nombre en ella agonizaba. Y regresé temblando de la indecible noche. Con la sangre sin júbilo. Con el rostro sin lágrimas. Como quien vuelve un día de contemplar su muerte, o como el que cruzando la primavera pasa junto al dolor pequeño de una golondrina inmóvil para siempre sobre la tierra clara. …En mis manos, lo mismo que una gota de oro, está cayendo el alba.

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RAÍZ ANTIGUA No es de ahora este amor. No es en nosotros donde empieza a sentirse enamorado este amor por amor, que nada espera. Este vago misterio que nos vuelve habitantes de niebla entre los otros. Este desposeído amor, sin tardes que nos miren juntos a través de los trigos derramados como un viento de oro por la tierra; este extraño amor, de frío y llama, de nieve y sol, que nos tomó la vida, aleve, sigiloso, a espaldas nuestras, en tanto que tú y yo, los distraídos, mirábamos pasar nubes y rosas en el torrente azul de la mañana. No es de ahora. No. De lejos viene -de un silencio de siglos, de un instante en que tuvimos otro nombre y otra sangre fugaz nos inundó las venas-, este amor por amor, este sollozo donde estamos perdidos en querernos como en un laberinto iluminado.

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LA OTRA No soy la que te ama. Es otra, que vive con su alma dentro de mí. A veces, tú lo sabes, cierro los ojos para no caer en los tuyos, y te hablo del viento que escribe la mañana en su libro de viajes, y digo sonriendo que algún día me iré. Ella, la enamorada, cruza entonces las venas y me toca de lumbre el corazón. Y te mira en silencio. A través de mis párpados, te mira olvidándose en ti. !Y de pronto te besa con mi boca, y crees que soy yo la que te besa¡

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MUERTE MÍA La muerte no es quedarme con las manos ancladas como barcos inútiles a mis propias orillas, ni tener en los ojos, tras la sombra del párpado, el último paisaje hundiéndose en sí mismo.

La muerte no es sentirme fija en la tierra oscura mientras mueve la noche su gajo de luceros, y mueve el mar profundo las naves y los peces, y el viento mueve estíos, otoños, primaveras.

¡Otra cosa es la muerte!

Decir tu nombre una y una vez en la niebla sin que tornes el rostro a mi rostro, es la muerte.

Y estar de ti lejana cuando dices: “La tarde vuela sobre las rosas como un ala de oro”.

La muerte es ir borrando caminos de regreso y llegar con mis lágrimas a un país sin nosotros, y es saber que pregunta mi corazón en vano, ya para siempre en vano, por tu melancolía.

Otra cosa es la muerte.

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CIUDAD EN EL RECUERDO Recuerdo la ciudad, recuerdo el sitio de su belleza grave, sostenida por la piedra y el sueño, por el hondo fluir de las edades que su nombre llevaron a manera de un escudo contra la muerte. Recuerdo, sí, las torres en el lienzo del aire dibujadas, el triunfo de los arcos que los siglos vieron caer, huir bajo sus mármoles hacia atrás, a lo lejos, donde el héroe su rostro esfuma en el total relámpago del mito. Antigua luz de reposados oros tiembla sobre su frente como un vuelo de angélicas criaturas. ¡Ah, su vívido tacto en los jardines, en la piel de la estatua, en la redonda plenitud de las cúpulas aéreas que navegan sus ámbitos! Yo la vi detenerse en la pausada teoría de melódicas columnas, encenderlas por dentro como tallos de vidrio, como dulces lámparas repetidas. En la ardorosa desnudez del viento las llamas de los pinos irrumpían sonoras, crepitantes de verde fuego oscuro. No me dejan sus dioses devorados por el tiempo y la fábula, su río con la quieta hermosura de los puentes reflejada, los muros

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en el azul intacto, la cambiante sonrisa del otoño entre las hojas. Recuerdo el bronce inenarrable y puro de sus claras batallas, los pasos vegetales de la hierba en los caídos torsos, las colinas tutelares.

Recuerdo un día como un pórtico de ámbar y la ciudad en él, eterna y sola.

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DEJO ESTE AMOR AQUÍ… Dejo este amor aquí, para que el viento lo deshaga y lo lleve a caminar la tierra. No quiero su daga sobre mi pecho, ni su lenta ceñidura de espinas en la frente de mis sueños. Que lo miren mis ojos vuelto nube, aire de abril, sombra de golondrina en los espejos frágiles del mar… Trémula lluvia repetida sin fin sobre los árboles. Tal vez un día, tú, que no supiste retener en las manos su júbilo perfecto, conocerás su rostro en un perfume, o en la súbita muerte de una rosa.

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HUÉSPED SIN SOMBRA Nada deja mi paso por la tierra. En el momento del callado viaje, he de llevar lo que al nacer me traje: el rostro en paz y el corazón en guerra. Ninguna voz repetirá la mía de nostálgico ardor y fiel asombro. La voz estremecida con que nombro el mar, la rosa, la melancolía. No volverán mis ojos, renacidos de la noche a la vida siempre ilesa, a beber como un vino la belleza de los mágicos cielos encendidos. Esta sangre sedienta de hermosura por otras venas no será cobrada. No habrá manos que tomen, de pasada, la viva antorcha que en mis manos dura. Ni frente que mi sueño mutilado recoja y cumpla victoriosamente. Conjuga mi existir tiempo presente sin futuro después de su pasado. Término de mí misma, me rodeo con el anillo cegador del canto. Vana marea de pasión y llanto en mí naufraga cuanto miro y creo. A nadie doy mi soledad. Conmigo vuelve a la orilla del pavor, ignota. Mido en silencio la final derrota. Tiemblo del día. Pero no lo digo.

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De “Reencuentro” (1981)

DUDA Ahora ya no somos como ayer, como antes. Ahora vamos solos, cada quien por su aire. A veces yo pregunto por tu voz, por tu nombre. Me miran y sonríen: ninguno los conoce. Pienso entonces que pudo ser mentira el encuentro. Y perderte tan sólo la otra cara del sueño.

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AYER Para Ignacio Reyes Posada

Dentro de mí, creciendo siempre, oigo un oleaje de siglos.

El tiempo errante, el olvidado tiempo, ya ceniza en el tacto de la nada, regresa de sus límites perdidos a mi reciente orilla, y en la memoria de la sangre mueve su paso de fantasma.

Y a mi nocturna frente suben días y rostros abolidos, nombres, ámbitos que supe alguna vez, antes de ahora, ecos que al fondo de mi ser golpean con inasibles, apagadas manos.

Y ven mis ojos resurgir del polvo las ciudades que el dátil convocara junto a su vaso de dulzor, navíos que el armonioso mar de los abuelos con sus velas de púrpura cruzaron, pastores que la estrella agradecían con la ternura del rabel, antiguas gentes profundas, milenarias gentes, la vieja raza donde hubo forma esta que soy, de cánticos y duelo. De labio en labio recabó su llama la sed inmemorial que entre mi boca ardiendo sigue inacabable y pura. Entregándome están voces remotas la palabra que digo; va en el viento de muchas muertes la raíz herida que comenzara a desatar mis venas. Y ya no sé, no sé si estoy viviendo en esta soledad rebelde y mía la inexorable soledad de otro.

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DERROTA Puedes llevarte toda mi riqueza. La púrpura que un día cayó sobre mis hombros, mi soledad de reina. Huestes tuyas arrasen la comarca de que me hiciste dueña. Destruye con tus manos las torres de oro, sean despojadas del viento las banderas, de alondras la mañana, la noche de estrellas. Ni espadas ni sollozos defenderán los muros de mi ciudad secreta: ha de ser de tus arcas lo que de ellas saliera. Yo el corazón aventaré en la sombra. El corazón sin ti. La sombra ciega.

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RUPTURA Apenas nos hubimos encontrado comenzó la distancia a destejernos los ojos, las palabras, el asombro, antes que se apretaran nuestras vidas en la urdimbre del tiempo. Y quedaron los hilos en el aire. Un instante en el aire, como queda un pájaro, su vuelo, en tanto que lo borra la tormenta. Después, no más, el viento. EL RESPLANDOR Nunca supe su nombre. Pudo Ser el amor, un poco de alegría, o simple- mente nada. Pero encendió de tal manera el día, que todavía dura su lumbre. Dura y quema.

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DESTINO Un día, para siempre, dejaremos la isla. Irán quedando atrás, perdiéndose en la niebla del otoño, las tardes en que ardía el sol, las noches enjoyadas, la vida. Y aquel amor que nos cayó en las manos, nunca supimos desde dónde, como una paloma de cegado vuelo. No volveremos, al partir, los ojos. Ni el corazón, herido, volveremos. El mar, al fin, recobrará lo suyo: tu camino y el mío, separados. Y otra vez nuestras naves harán la misma ruta sin jamás encontrarse.

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EL ÁNGEL Un día como este, como otros, un día desnudo de señales -la rosa en sus dominios de perfume, los pinos en el azul- en vano preguntas por el roce familiar de sus alas y alma adentro te pierdes buscando la dulzura de sus manos tranquilas, de su tranquila frente. Dices su nombre, clamas en el vacío, cruzas tu corazón llamándole, y sabes que está solo tu corazón y sabes que si vuelves el paso vas a mirar la ausencia, y tienes miedo, miedo de encontrar sus espadas. Cuántos bosques de frío, cuánta secreta sombra iluminó su lámpara, recuerdas, cuando iba contigo y te llevaba por las oscuras rutas a descubrir el júbilo más allá de tu llanto. Alguna vez la muerte halló por fin tu casa y te llenó de espinas los ojos y los sueños, de rebeldes palabras la voz y de amargura el vaso de la antigua dulcedumbre; callado, el ángel no lloraba por ti, te sostenía contra su pecho claro de amor hasta la hora en que era tuya el alba del canto nuevamente, y con sus modos puros levantaba tu rostro a su célico beso. Que te ha dejado sientes porque te sangra ahora la soledad lo mismo que herida verdadera, y la angustia te ronda con sus lobos hambrientos y nadie te acompaña si a tu lado no hay nadie. Perdida estás, perdida, desterrada del tiempo, mientras huyen y tornan los ardientes veranos, mientras crecen hogueras que no ves, que no tocan tu heredad sollozante. Y es más hondo el silencio si en la noche un lejano resplandor atraviesa la celeste comarca.

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EL DÍA No es la hora. Todavía como barcos de piedra, las ciudades hundirán en el polvo su estatura, y otra vez desde el polvo irán creciendo desnudas de su forma naufragada. Todavía estos nombres, estas manos, volverán a encontrarse, a repetirse en la niebla y el sol de los milenios lo que dura una rosa. Todavía este bosque y sus gacelas borradas en la fuga, sentirán en la savia y en la sangre la quietud del coral, y en torno suyo apagarse la voz del ancho viento en azules abismos. Y entonces ha de ser -no es esta la hora- el día verdadero. El día de llegar por dos caminos a la amorosa tierra, y entregarnos los ojos para siempre en la mirada que cruzó los siglos buscándose.

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REGRESOS Quiero volver a la que un día llamamos todos nuestra casa. Subir las viejas escaleras, abrir las puertas, las ventanas. Quiero quedarme un rato, un rato, oyendo aquella misma lluvia que nunca supe a ciencia cierta si era de agua o era música. Quiero salir a los balcones donde una niña se asomaba a ver llegar las golondrinas que con diciembre regresaban. Tal vez la encuentre todavía fijos los ojos en el tiempo, con una llama de distancias en la pequeña frente ardiendo. Quiero cruzar el patio tibio de sol y rosas y cigarras. Tocar los muros encalados, el eco ausente de las jaulas. Acaso aún estén volando en torno suyo las palomas, y me señalen el camino que va borrándose en la sombra. Quiero saber si lo que busco queda en el sueño o en la infancia. Que voy perdida y he de hallarme en otro sitio, rostro y alma.

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ELEGÍA A LEYLA KHÁLED Te rompieron la infancia, Leyla Kháled. Lo mismo que una espiga o el tallo de una flor, te rompieron los años del asombro y la ternura, y asolaron la puerta de tu casa para que entrara el viento del exilio. Y comenzaste a andar, la patria a cuestas, la patria convertida en el recuerdo de un sitio que borraron de los mapas, y dolía más hondo cada hora, y volvía más triste del silencio, y gritaba más fuerte en el castigo. Y un día, Leyla Kháled, noche pura, noche herida de estrellas, te encontraste los campos, las aldeas, los caminos, tatuados en la piel de la memoria, moviéndose en tu sangre roja y viva, llenándote los ojos de sed suya, las manos y los hombros de fusiles, de fiera rebeldía los insomnios. Y comenzaron a llamarte nombres amargos de ignominia, y te lanzaron voces como espinas desde los cuatro puntos cardinales, y marcaron tu paso con el hierro del oprobio. Tú, sorda y ciega, en medio de las ávidas zarpas enemigas, ardías en tu fuego, caminante de frontera a frontera,

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escudando tu pecho contra el odio con la incierta certeza del regreso a la tierra luctuosa de que fueras por mil manos extrañas despojada. Te vieron los desiertos, las ciudades, la prisa de los trenes, afiebrada, absorta en tu destino guerrillero, negándote el amor y los sollozos, perdiéndote por fin entre la sombra. Nadie sabe, no sé, cuál fue tu rumbo, si yaces bajo el polvo, si deambulas por los valles del mar, profunda y sola, o te mueves aún con la pisada felina de la bestia que persiguen. Nadie sabe. No sé. Pero te alzas de repente en la niebla del desvelo, iracunda y terrible, Leyla Kháled, oveja en loba convertida, rosa de dulce tacto en muerte transformada.

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SONETO EN VANO ¿A dónde iré que no me alcance el vuelo de tu mirada que en azor se muda, y la noche de sueños me desnuda con el brillo quemante del desvelo? ¿En qué sitio del aire, el mar, el cielo, encontrará mi corazón ayuda, la clara mano que mi mal acuda y en dulcedumbre me convierta el duelo? La frente pensativa me rodeas de lejanas memorias. Me recreas los rostros del amor enceguecido. Y es inútil que huya de tu acecho si te oigo vivir dentro del pecho con la vida sin muerte del olvido.

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SONETO INSISTENTE Cuando presiente el corazón la gloria de ser libre por gracia del olvido, me llega entre la noche, como el ruido del mar en la distancia, tu memoria. Con ella viene la tenaz historia de lo que pudo ser y nunca ha sido. Arduo amor ni ganado ni perdido, batalla sin derrota y sin victoria. Cada vez que en mi mano reverdece la rama del olivo y aparece después de la tormenta la alegría, algo tuyo regresa de la nada y de nuevo destruye la dorada esperanza fugaz de un claro día. DESENCUENTRO Hace mil años, un día dos que se amaban erraron el encuentro y se alejaron cada uno por su vía. Otro sol aparecía cuando de nuevo nos vimos, hallarnos por fin creímos y tampoco pudo ser: solo nos queda volver a ser lo que antes fuimos.

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DEL OTOÑO Vi por fin el otoño. Después de mucho esperarlo, después de oírlo crecer en las voces de los otros como llama que se eleva sobre el estío, el invierno, y la primavera misma con su resplandor cancela, nos encontramos. Yo iba triste, sorprendido el corazón por la pena, cruzando un país extraño entre ráfagas de miedo, entre repentinas ráfagas de frío. Y él se me mostró de pronto danzando del malva al malva más profundo, enardeciéndose en largos amarillos como soles, asomándose entre sepias, y púrpuras y castaños, para buscar rosas, rojos encendidos, algún verde perdido aún por el aire. La mirada no volvía del asombro. Su hermoso cuerpo de hojas en la luz resplandecía, y del azul de su frente

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volaba el cielo. Podré olvidar, es posible que olvide la flor, el fruto. Que la nieve… Pero no el combate aquel de mis ojos con el fuego. LA SEÑAL Pronunciaré tu nombre en la última hora. Así sabrá la muerte dónde encontrarme cuando llegue.

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LOS DÍAS IDOS Los días idos, los fragantes días, con los brazos llenos de rosas, con la copa llena de vino, ¿qué se hicieron? ¿Hacia dónde se alejaron, envueltos en la hebra de oro de las flautas, alto el sol todavía, sin aguardar la sombra? ¿Junto a quién, como antes en torno mío, tejen el armonioso friso de las antiguas ánforas, desnudos en el tiempo de su sola belleza, al aire la aromada guirnalda de su canto? Nada queda en mis manos de lo que ellos portaban, ni en la arena la forma de su danza. Me dejaron tan sólo, por olvido, la dorada memoria de sus cuerpos.

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MÁRMOL Instalado en el aire de su excelsa belleza el mancebo vigila el furor enemigo. La tersa superficie del cuerpo nos revela el salto de la sangre por las venas henchidas, el inminente golpe de la piedra que el vuelo emprenderá cortando el azul impasible. Ahora calla la tierra. Nada se mueve -hoja o nube- en el dorado ámbito del día. Lo rodea el silencio como al lirio el aroma: no se atreve a tocarlo la alabanza. RETORNOS A veces, cuando menos se espera nos asalta la memoria imprecisa de un perfume, una hora, un breve encuentro acaso, que vuelve en un abrir y cerrar del aire, apenas, para huir en seguida como agua entre los dedos. Es el ayer que nunca nos abandona y torna con el fugaz asombro de ver en el espejo otro rostro mirándonos detrás del rostro nuestro.

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CASIDAS DE LA PALABRA

1. Relampaguea, huyendo, la palabra. Oro del pez que en la espuma se desvanece, instantáneo.

2. Cae del árbol

la palabra hoja. El poeta la sigue. No la alcanza.

3. Ahora yace en la tierra

cuando pudo vivir ¡ay! en el verso.

4. Llega

la palabra. Quiere la voz asirla. Pero huye y se pierde por el envés del aire.

5. Sola, en el azul de la mañana vuela una garza. Sabe Dios qué poeta distraído dejó que se le fuera una palabra.

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AUSENCIA DE LA CASA Donde estuvo la casa queda el aire. No se sabe por qué. Nadie pudo destruir su contorno en los jardines, la sólida techumbre que impedía el vuelo de los niños tras los sueños, las rejas enhebradas de jazmines, los balcones. Otra tuvo que ser la causa de su salto hacia el vacío. Las ventanas quizá se abrieron juntas y partieron de golpe cielo arriba, aleteando las hojas de madera como antes lo hacían cuando el viento. O las puertas, tal vez fueron las puertas al forzar las dinteles y las jambas en busca del espacio contenido en las líneas estáticas del muro. Todo ha podido suceder en torno de esa huida sin rumbo de la casa. Todo menos que mano alguna hiriera su cuerpo que habitaba la alegría.

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De “Alguien pasa” (1998)

LA AHOGADA Estoy aquí, profunda, silenciosa, borrándome la tierra que dejara por este móvil tiempo descendido, este vago país donde la muerte asoma el rostro húmedo a mi rostro de quietud y de espejo. Ya se extingue en mi frente, ya se apaga, el fuego del estío, su estatura de dios entre los árboles, su paso guarnecido de ciervos y de hojas. Lentamente se hunden en mis venas los últimos colores, ya me dejan las tardes que refulgen un momento con el mágico sol de los venados, las nubes de tormenta sobre el río, el olor de la lluvia como un ángel detrás de la ventana. Ya mis ojos olvidan la mirada del cielo, mi mano la costumbre de los frutos la amistad de su dulce arquitectura. Ahora me rodean verdes muros de transparente soledad, ocultas ciudades gota a gota levantadas. Undívagas criaturas se detienen a mirarme pasar,

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la desceñida de su mundo, ceñida de secreto bajo la piel amarga de su exilio. DE PASO No es el tiempo el que pasa. Eres tú, que te alejas apresuradamente hacia la sombra, y vas dejando caer, como el que se despoja de sus bienes, todo aquello que amaste, las horas que te hicieron la dicha, amigos en quienes hubo un día refugio tu tristeza, sueños inacabados. Al final, casi vacías las manos, te preguntas en qué momento se te fue la vida, se te sigue yendo, como un hilo de agua entre los dedos.

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PALOMAS Un vuelo repentino de palomas interrumpe el silencio. Dejo el libro un instante detenido. Y mis ojos descubren en el aire la blanca estela del temblor alado. SONETO MARINERO Digo tu nombre, mar, tu nombre ardido de soles y de júbilo creciente, y el corazón enamorado siente más clara la presencia del latido. Velero que navega repetido por los quietos espejos de la frente, regresa tu paisaje lentamente como si retornara del olvido. Y surge tu comarca marinera con una trashumante primavera de espumas en la mano de cristal. Y tu voz de colores, y tu alada corona de blancura trabajada en gaviotas y pétalos de sal.

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ORFEO

I El aeda desciende cantando la colina y por oírle acallan los pájaros sus trinos, en tanto el monte aquieta sus vegetales pulsos hasta quedar estático. Dejando el bosque oscuro aparecen las fieras, sus afelpados pasos, y se tienden absortas a los pies del divino, el que trae la garganta de ruiseñores llena.

II Tal una melodía que danzara ondulan en el campo las doncellas, y el cuerpo azul de la mañana ciñen como si fuera un ánfora. El aeda las mira: una falta entre todas, de todas la más bella. Que a sus dominios la llevó la muerte.

III El canto trueca ahora en pávido lamento el joven dios amado de los dioses, y alza el ruego al Olimpo inconmovible.

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Baja luego al abismo tenebroso, donde asechan las fauces del peligro. Impreca, gime, trema, y al fin los tronos del Averno cejan y en sus manos a Eurídice confían.

IV “Te seguirá de lejos -lo conminan- y no habrás de mirarla hasta el instante de volver a la luz. Tan sólo entonces apagarás la sed de tus pupilas”.

V Mas el deseo acosa los lebreles de la sangre encendida, le susurra al oído las palabras tentadoras, le incita al desafío. Y cediendo al impulso irresistible gira el rostro al encuentro de la dicha, y al decir sin decir el nombre amado, ve cómo cae, hundiéndose en la sombra, borrándose en la sombra, su destino.

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