Melis, Antonio, Mariátegui Primer Maxista AL

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UNAM COORDINACION DE HUMANIDADES CENTRO DE ESTUDIOS LATINOAMERICANOS/ Facultad de Filosofía y Letras UNION DE UNIVERSIDADES DE AMERICA LATINA ANTONIO MELIS MARIATEGUI, PRIMER MARXISTA DE AMERICA 95 LATINOAMERICA CUADERNOS DE CULTURA LATINOAMERICANA

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  • UNAM

    COORDINACION DE HUMANIDADES CENTRO DE ESTUDIOS LATINOAM ERICANOS/ Facultad de Filosofa y Letras UNION DE UNIVERSIDADES DE AMERICA LATINA

    ANTONIO MELISMARIATEGUI, PRIMER

    MARXISTA DE AMERICA

    95LATINOAMERICA

    CUADERNOS DE CULTURA LATINOAMERICANA

  • ANTONIO MELIS MARIATEGUI, PRIMER

    MARXISTA DE AMERICA

    UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MXICO

    COORDINACIN DE HUMANIDADES

    CENTRO DE ESTUDIOS LATINOAMERICANOS

    Facultad de Filosofa y Letras

    UNIN DE UNIVERSIDADES DE AMRICA LATINA

  • ANTONIO MELIS (1942) crtico de literatura latinoamericana nacido en Modena, Italia. Ha sido lector de literatura latinoamericana en la Universidad de Florida y ha colaborado en diversos trabajos sobre la literatura y la filosofa hispanoamericanas. En este trabajo publicado por la Revista de La Casa de las Amricas en la Habana, el autor hace el anlisis del pensador peruano Jos Carlos Maritegui (CF. Latinoamrica 34), mostrando sus relaciones con el pensamiento peruano que le antecedi y las influencias que recibi de diversas corrientes del pensamiento europeo. As como, la importancia que el pensamiento de Maritegui ha alcanzado en nuestros das, y lo que este representa en la corriente latinoamericana encaminada a cambiar estructuras sociales. Su propio socialismo y las influencias que lo conforman apareciendo, por ellas, como el primer marxista de Amrica.

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  • antonio melis

    MARIATEGUI,PRIMER MARXISTA DE AMERICA1. En los ltimos aos, el hecho de que en la historiografa se siga conservando un enfoque ms o menos rgidamente euro- centrista, se ha denunciado con frecuencia cada vez mayor, sobre todo bajo el impulso de los estudios etnolgicos y antropo- lgicos que revelan la falta de fundamento y la mistificacin ideolgica que estn en la base de este enfoque. Dos obras recientemente traducidas al italiano muy distintas por su orientacin y por el sustrato cultural que reflejan, demuestran la fecundidad de los intentos por responder a esas demandas criticas: la Historia universal de la Academia de Ciencias de la URSS1 V El mundo actual, de Fernand Braudel2

    Pero estas consideraciones deben extenderse, lamentablemente, a la historiografa del movimiento obrero, el cual sobre todo en Italia, sigui ignorando los desarrollos de los pases extraeuropeos por lo menos hasta que la aparicin decidida y perentoria de las masas del tercer mundo entre los protagonistas de la historia mundial impuso una rectificacin apresurada y desprovista de slidos apoyos crticos y documentacin. Hay que aadir que la Amrica Latina ha sido, entre las reas extraeuropeas, la ms olvidada tambin por esta fam osa carrera en pos de las sugestiones de la crnica: salvo pocos ensayos apreciables,3 motivados por la actualidad poltica todava no se intentado un trabajo de excavacin sistemtica en las races histricas, sociales de la situacin del continente sura- mericano.

    Falta, para entendernos, algo que corresponda, para esta zona, al importante trabajo de Enrica Collotti Pischel sobre el ltimo siglo de historia china.4

    1 Storia universale, de la Academia de Ciencias de la URSS, Miln, Edizio- ni del Calendario del popolo, 1965, I t.

    2 Fernand Braudel: II mondo attuale (El mundo actual), Turn, Einaudi, 1966, 2 t.

    3 Recuerdo en particular la asidua y seria documentacin ofrecida por Sergio de Santis en Problemi del Socialismo, Mondo Nuovo, Revue Internationale da socialisme Nouvi Argomenti, etc. El mismo autor nos ha dado una valiosa contribucin de carcter ms propiamente historiogrfico con Notas sobre el Partido Comunista cubano desde su nacimiento hasta la revolucin castris- ta (1925 a 1958) , en Rivista Storica del Socialismo, IX, 28 (mayo-agosto), pg. 182-209.

    4 Enrica Colloti Pischel: Le origini ideologiche della rivoluzione cinese (Los orgenes ideolgicos de la revolucin china), Turn, Einaudi, 1958.

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  • Slo dentro de este contexto se puede comprender el largo silencio de una figura excepcional como la de Jos Carlos Maritegui, tal vez el mayor intelectual latinoamericano de nuestro siglo, sobre todo si se piensa que su formacin est ligada de modo decisivo como veremos, a un perodo crucial de la historia nacional de Italia: el de la primera posguerra la fundacin del Partido Comunista italiano, el advenimiento del rgimen fascista

    2. Para comprender en todo su significado el itinerario poltico e ideolgico de Maritegui es necesario recorrer, aunque sea someramente, las etapas fundamentales del desarrollo del movimiento revolucionario peruano despus de la Independencia. La implicaciones econmicas y sociales de la emancipacin de la dominacin colonial espaola son sintetizadas eficazmente por Maritegui cuando afirma que mientras la conquista engendra totalmente el proceso de afirmacin de nuestra economa colonial, la Independencia est dominada y determinada por este proceso .5 O sea, la gran propiedad de la tierra haba seguido representando la fuerza poltica dominan- te, favoreciendo el fenmeno del caudillismo y la permanencia de estructuras autoritarias, que contrastaban con los enunciados liberales de la constitucin.

    Todo el siglo XIX est caracterizado por golpes de Estado militares, que hacen considerar como excepcionales los breves perodos de gobierno civil. La culminacin catastrfica del militarismo peruano es la trgica derrota en la guerra contra Chile (1879-1884) y la consiguiente prdida de los yacimientos de guano y salitre

    La explotacin de estos grandes recursos naturales, que hubiera permitido a la estructura econmica del pas cumplir un salto cualitativo, haba sido abandonada, por lo dems, en manos de particulares y especialmente de capitalistas ingleses, favorecidos por la facilidad con que podan apropiarse de estos productos que, por encontrarse prcticamente en la costa, no requera aquellas infraestructuras elementales necesarias para el transporte de los minerales preciosos del carbn y del cobre.6

    No se haba formado, pues, una clase dirigente burguesa fuerte, ya que los grupos que se haban creado con la explotacin del guano y del salitre haban quedado slidamente vin

    5 Jos Carlos Maritegui: Siete ensayos de interpretacin de la realidad peruana, Lima, Biblioteca Amauta, 1965, 10a. ed. pg. 12. (Hay una edicin cubana en la Coleccin Literatura Latinoamericana de la Casa de las Amricas, junio de 1965). Todas las citas del presente texto son tomadas de la edicin peruana, que reunir las obras completas del autor en veinte tomos (han aparecido hasta hoy 12 tomos).

    6 Siete ensayos, pg. 16.

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  • culados a los viejos ncleos feudales. El liberalismo peruano haba reflejado en su desarrollo esta situacin de atraso. Una figura como la de Flora Tristn (1803-1844), que mereci ser recordada por Marx y Engels,7 representa una personalidad excepcional, desprovista en su patria de un ambiente poltico y cultural adecuado y ligada ms bien a los desarrollos del socialismo utpico francs.

    Era casi inevitable que, en una situacin precapitalista como la peruana, la difusin de las ideas socialistas europeas adquiriera un matiz netamente anarquista, ms bacuninista y proudhoniano que marxista. Esto se pone de manifiesto sobre todo en la mayor figura de pensador poltico producida por Per antes de Maritegui, o sea, en Manuel Gonzlez Prada (1848-1918); en ella encontramos sintetizados los rasgos del movimiento progresista y democrtico que construy el substrato del que Maritegui se aliment antes de su viraje en sentido marxista.

    La personalidad de Gonzlez Prada escapa a una definicin en trminos exclusivamente polticos y presenta un notable inters en el plano literario, como iniciador de aquel profundo movimiento de renovacin de la tradicin potica del siglo XIX que tom el nombre de modernismo.9 de modo que se coloca en una completa relacin de coincidencia divergencia con respecto a la generacin espaola de 1898.10 Aparte de los aspectos ms propiamente tcnico-formales, su obra renovadora se manifest sobre todo en un vigoroso llamado acerca de la necesidad de una literatura peruana independiente, que no imitara de modo servil los modelos extranjeros.

    Es interesante recordar brevemente estas caractersticas de la figura de Gonzlez Prada porque en ellas encontramos el tpico reverso de tantos pensadores polticos hispanoamericanos, presente, por lo dems, en el propio Maritegui. En este aspecto peculiar de la situacin latinoamericana, que en gran medida sigue vigente an en nuestros das, no se puede ver, desde luego, un feliz advenimiento de los filsofos al frente del Estado, sino ms bien el reflejo ulterior de una situacin sociopoltica atrasada, carente de aquellas articulaciones y mediciones entre el mundo poltico y el mundo cultural (o mejor dicho, el mundo literario) que caracterizan las sociedades ms

    7 Carlos Marx, F. Engels: La sagrada familia.8 Vase Carlos M. Rama: L Amrique Latine, Mouvements ouvriers et so-

    cialistes (La Amrica latina. Movimiento obreros y socialistas), Pars, Les Editions ouvrires, 1959.

    9 Cfr. Max Henrquez Urea: Breve historia del modernismo, Mxico, Fondo de Cultura econmica, 1962, 2da. ed., pg. 333-5.

    10 Cfr. Guillermo Daz Plaja: Modernismo frente a Noventa y ocho, Madrid, 1951.

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  • desarrolladas: una situacin por consiguiente, caracterizada por una centralizacin anormal de las funciones, en la que la poltica tiende a matizarse de diletantismo y la literatura se vuelca en la retrica.

    Pero Gonzlez Prada reacciona precisamente contra esta condicin, ignorando la solidaridad ceremoniosa de la secta de los literatos, y lanzando en el Per reaccionario y provinciano de fines del siglo XIX el grito de batalla radical: los viejos a la tumba, los jvenes a la obra . Es precisamente su radicalismo anticlerical lo que constituye el rasgo ms llamativo de su pensamiento poltico. Profundamente influido por el positivismo y por Renan, a quien haba tenido la oportunidad de escuchar durante su estancia en Europa, Gonzlez Prada concentra su batalla, ms que en la polmica ideolgica que sin embargo est ms presente en sus pginas, en la precisa denuncia de la connivencia entre el clero peruano y la opresin de las clases dominantes.

    Pero el intento de elaborar un razonamiento poltico ms articulado choca contra los lmites moralistas de la actividad de Gonzlez Prada, quien une la denuncia del militarismo, del clericalismo, de la inepta aristocracia, a manifestaciones de desprecio tan apasionado como estril por el servilismo de las clases populares, sin comprender el ingenuo iluminismo y voluntarismo que estn en la base de su enfoque. Los intentos de emprender una accin amplia a favor de la clase obrera, que en los inicios del siglo XX se acompaan a la lectura de los textos mayores del debate socialista europeo, no alcanzan resultados concretos, y es ms bien el anarquismo lo que domina en su obra de los ltimos aos, reiterando la innata desconfianza y hostilidad hacia toda forma de estatalismo, ms o menos encubierto, que rea con su formacin tpicamente individualista.

    En sustancia, nos encontramos ante una gran figura de intelectual radical-burgus, que prepara el terreno a la sntesis superior de Maritegui.11 Esta continuacin es evidente sobre todo en la contribucin ms importante de Gonzlez Prada al desarrollo del pensamiento poltico peruano: la consideracin del problema del indio. Gracias a l, este mundo crucial para la estrategia del movimiento democrtico de los pases andinos se encara por vez primera fuera de los pretextos literarios o del sentimentalismo demaggico. Se denuncia con energa la

    11 En este sentido, es aceptable la proposicin de una lnea Gonzlez Prada- Maritegui, formulada por Eugenio Chang-Rodrguez en La literatura poltica de Gonzlez Prada, Maritegui y Haya de la Torre, Mxico, De Andrea, 1957. Pero el autor aade arbitrariamente a estos dos hombres el de Haya de la Torre, al que considera como la sntesis de Prada y Maritegui y hace con su obra una abierta apologa del APRA y de Haya.

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  • poltica de explotacin y de opresin mantenida por los propios gobiernos republicanos contra los indios, aunque falta aquella vinculacin precisa de la cuestin indgena con el problema de la reforma agraria que constituy el gran mrito histrico de Maritegui. Alrededor de Gonzlez Prada nace un movimiento intelectual que encuentra su expresin ms divulgada en la novela social de Clorinda Matto de Turner, Aves sin nido, novela que en 1889 present algo parecido a una Cabaa del to Tom peruana, pero sin el sentimentalismo quejumbroso de la Beecher Stowe.12

    Esta atmsfera poltica y cultural, profundamente influida por la personalidad de Gonzlez Prada, Maritegui la absorbe en el primer perodo de su formacin. De ella se desprende a travs del encuentro con aquella experiencia marxista que para Gonzlez Prada no pas de ser un hecho colateral.

    3. Jos Carlos Maritegui nace en Moquegua, en el sur de Per, el 14 de Junio de 1894.13 Ya en su infancia, atormentada por una grave enfermedad que lo deja lisiado, inicia sus interminables lecturas, durante su larga convalecencia. En esta pri- mersima fase sus intereses son todava exclusivamente literarios. Despus de la muerte de su padre, se acerca al mundo de la prensa, entra con funciones humildes en el diario de Lima La Prensa. Sus primeros trabajos como reportero son contemporneos a su produccin literaria del perodo de aprendizaje: poemas dramticos, sonetos, poesas lricas varias. Luego para el diario El Tiempo como reportero parlamentario, y su entrada en las vida poltica le vale una agresin por parte de un grupo de militares. Llegamos as al ao 1918, un ao central en la biografa de Maritegui, que empieza a configurar en trminos socialistas su posicin poltica, participa en el Comit organizador del Partido Socialista y funda, junto con Csar Fal- cn y Flix del Valle, su primera revista: Nuestra Epoca Un ao ms tarde funda La Razn, una publicacin decididamente poltica que se bate por la reforma universitaria14 Y las rei

    12 Cfr, en italiano, Giuseppe Bellini: La protesta nel romanzo ispanoamerica- no del Novecento (La protesta en la novela hispanoamericana del siglo XX), Miln-Varese, Cisalpino, 1957, cap. I.

    13 Esta reconstruccin de las etapas principales de la vida de Maritegui se basa sobre todo en el excelente trabajo de Guillermo Rouillon: Bio- bibliograjia de Jos Carlos Maritegui, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1963, que representa la fuente ms atendible y ms al da. Rouillon ha rectificado, entre otras cosas, los datos acerca del nacimiento del autor (que aparecan como en Lima, 1895).

    14 Maritegui dedic a la reforma universitaria un importante anlisis en su Siete ensayos, pg. 105-37. La primera parte de este trabajo ha sido presentada recientemente en francs en el tomo La rforme univresitaire en Amrique Latine. (La reforma univresitaria en Amrica Latina). Rotterdam, Publication de la Confrenc internationale des tudiants, s.a. (1959), pg. 82-9.

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  • vindicaciones obreras, tanto que provoca una intervencin del gobierno y la clausura de la revista.

    Maritegui consideraba todava inmadura la transformacin del Comit en un verdadero partido, a pesar de que las intensas luchas sociales y las huelgas de aquel ao llevaron a la constitucin de un Partido Socialista que, por el momento, slo qued en el papel. Sobre las posibilidades de incidencia efectiva de esta formacin y sobre su capacidad de vincularse con la clase obrera pesaba la tradicin anarco-sindicalista que, aunque en Maritegui no se reflejaba tal vez con intensidad particular,15 representaba sin duda alguna el elemento unifica- dor del grupo de intelectuales que haba dado vida al Partido.

    Por una de esas condiciones que a nosotros nos parecen curiosas pero que no son inslitas en la Amrica Latina de ayer ni de hoy, el gobierno de Legua envi a este opositor molesto a Italia, como propagandista del Per. Durante su viaje hacia Europa, tuvo la oportunidad de encontrarse con los dirigentes portuarios de Nueva York, en huelga.

    4. Su estancia en Europa (de 1920 a 923) y sobre todo en Italia marca un hito en su formacin poltica y cultural. Conoce a Croce, a Gobetti, a Gramsci, a Nitti, a Sturzo, a DAnnunzio, a Romain Rolland, a Barbusse, a Gorki, y a muchos otros hombres de estatura continental. El mismo afirm que en Italia despos una mujer16 y algunas ideas . Como corresponsal de El Tiempo asiste al Congreso de Liorna y a la fundacin del Partido Comunista17 Este episodio, que vivi con una participacin directa y apasionada, ejerci un influjo imborrable sobre su eleccin neta y constantemente antirreformista.

    Las correspondencias que Maritegui enva a la prensa peruana desde Italia revelan un inters agudo y meditado por el tormento que el pas vive en aquellos aos, tanto en sus manifestaciones polticas como en sus aspectos culturales. A su regreso a la patria, reelabora y sintetiza estas impresiones en aquella Biologa del fascismo 18 que todava nos sorprende

    15 V. G. Korionov sobrestima el influjo anarco-sindicalista en Maritegui, en Jos Carlos Maritegui, Plameni boretz za tohschestvo idei marksizma- leniniszma u Latinskoi Amerike; Mosc Iz. Nauka, 1966, pg. 5-20.

    16 Anna Chiappe, de Siena; vive actualmente en Lima. Fue la compaera excepcional de la vida de Maritegui, como se puede leer tambin en el libro de Mara d i e s e : Jos Carlos Maritegui. Etapas de su vida, Lima, Biblioteca Amauta, 1959, (una biografa mediocre en su conjunto, por lo dems, por su fcil sentimentalismo y su superficialidad con respecto a los problemas centrales de la vida del autor).

    17 Cfr. el artculo El cisma socialista, en El Tiempo, Lima, 12 de junio de 1921, pg. 7, citado por Rouillon; op. cit. pg. 92.18 Contenida en el volumen La escena contempornea, Lima, Biblioteca

    Amauta, 1959, 2da. ed., pg. 13-41.

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  • por la precisin con que son captadas la topologa y la colocacin de todos los componentes que contribuyen al advenimiento del rgimen. Vase su anlisis riguroso del contenido clasista del fascismo, el retrato mismo de Mussolini y de su repudio de la experiencia socialista

    El caso de Mussolini se distingue es esto del caso de Bono- mi, de Briand y otros exsocialistas. Bonomi, Briand, no se han visto nunca forzados a romper explcitamente con su origen socialista. Se han atribuido, ms bien, un socialismo mnimo, un socialismo homeoptico. Mussolini, en cambio ha llegado a decir que se ruboriza de su pasado socialista como se ruboriza un hombre maduro de sus cartas de amor de adolescente. Y ha saltado del socialismo ms extremo al conservadurismo ms extremo No ha atenuado, no ha reducido su socialismo; lo ha abandonado total e ntegramente. Sus rumbos econmicos, por ejemplo, son adversos a una poltica de intervencionismo, de estadismo, de fiscalismo. No aceptan el tipo transaccional de Estado capitalista y empresario: tienden a restaurar el tipo clsico de Estado recaudador y gendarme.19

    Maritegui subraya con vigor el componente irracionalista presente en el movimiento fascista y en su jefe, y analiza las races ideolgicas dannunzianas de movimiento. Emerge, en este cuadro, el papel importantsimo desempeado por la expedicin de Fiume y por su ideologa el fi umanismo:

    El fiumanismo se resista a descender del mundo astral y olmpico de su utopa, al mundo contingente precario y prosaico de la realidad. Se senta por encima de la lucha de clases, por encima del conflicto entre la idea individualista y la idea socialista, por encima de la economa y de sus problemas. Aislado de la tierra perdido en el ter, el fiumanismo estaba condenado a la evaporacin y a la muerte. El fascismo, en cambio, tom posicin en la lucha de clases. Y, explotando la ojeriza de la clase media contra el proletariado, la encuadr en sus filas y la llev a la batalla contra la revolucin y contra el socialismo. Todos los elementos reaccio- narios, todos los elementos conservadores, ms ansiosos de un capitn resuelto a combatir contra la revolucin que de un poltico inclinado a pactar con ella, se enrolaron y concentraron en los rasgos del fascismo. Exteriormente, el fascismo conserv sus aires dannunzianos; pero interiormente su nuevo contenido social, su nueva estructura social, desa

    19 La escena contemporneo, pg. 16 y 17.

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  • lojaron y sofocaron la gaseosa ideologa dannunziana. El fascismo ha crecido y ha vencido no como movimiento dannunziano sino como movimiento reaccionario; no como inters superior a la lucha de clases sino como inters de una de las clases beligerantes. El fiumanismo era un fenmeno literario ms que un fenmeno poltico (...) El fascismo necesita un lder listo a usar, contra el proletariado socialista, el revlver, el bastn y el aceite castor. Y la poesa y el aceite castor son dos cosas inconciliables y dismileson20

    Maritegui intuye los lmites profundos de la experiencia aventiniana, que por su mediocridad no puede sacudir a las masas, no puede exaltarlas, no puede guiarlas contra el rgimen fascista21 Slo en los comunistas entrev la fuerza capaz de organizar una oposicin de las masas al fascismo y termina diciendo: La batalla final no se librar, por esto, entre el fascismo y la democracia,22 donde por democracia se entiende precisamente el demoliberalismo tradicional con todo su escepticismo, con todo su liberalismo, con todo su criticismo .23

    Igualmente preciso es el diagnstico que Maritegui hace del socialismo italiano, en el que se reelabora el juicio dado inmediatamente despus del Congreso de Liorna en la correspondencia ya recordada, insertndolo en el contexto de una crisis europea del movimiento socialista. Es verdaderamente excepcional la capacidad de Maritegui para captar y definir las dos mentalidades, las dos nimas diversas que convivan dentro del socialismo .24 Ms all del xito formal del ala revolucionaria en el Congreso de Boloa, subraya la importancia de aquel espritu reformista de la burocracia de partido que haba de salir a flote plenamente en el curso de la experiencia fracasada de la ocupacin de las fbricas.

    Interesante y acertado es su diagnstico de las razones de la debilidad del ncleo centrista de Serrati, entre las cuales indica la falta de fuertes personalidades que abundan, en cambio, entre los reformistas. Sobre todo destaca la falta de un espacio poltico intermedio entre la decisin revolucionaria de los comunistas y la lnea del ala reformista. Se desprende de todo el artculo se admiracin por el nuevo Partido Comunista, de cuyo estado mayor Maritegui recuerda al ingeniero Bordiga, al abogado Terracini, al profesor Graziadei, al escri

    20 Ibid., pg. 19 y 20.21 Ibid., pg. 41.22 Ibid.23 Ibid., pg. 40.24 Ibid., pg: 137.

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  • to r Gramsci .25En el ncleo de Ordine Nuovo, que haba conocido perso

    nalmente, segua viendo una de las fuerzas ms vitales del socialismo europeo cuando, despus de su regreso a la patria, opona al mito de la nueva generacin26 el rigor de un razonamiento clasista que reconociera sincrnicamente, ponindolos a prueba en los momentos histricos cruciales, cules eran las fuerzas autnticamente revolucionarias y cules los abstractos furores viscerales de la vanguardia juvenilstica.

    Se han recordado a menudo, sobre todo en la histografa ms reciente,27 las profundas semejanzas entre las personalidad de Jos Carlos Maritegui y la de Antonio Gramsci. Pero falta un estudio orgnico y documentado sobre la posibilidad de relaciones directas y de influjos entre estos dos grandes marxistas. El dato positivo que ms impresiona en este sentido es su coincidencia en rechazar toda reduccin positivista o so- ciologista del marxismo, rechazo que se expensa en la polmica. comn a los dos autores, contra las tesis de Loria. No cabe duda de que la explicacin ms lgica de esta concordancia debe buscarse en la comn fuente croceana, explcitamente indicada por Maritegui; de todos modos, esta analoga en el uso marxista del idealismo es abastante significativa. Al analizar la influencia de Italia en la cultura hispanoamericana,28 Maritegui escribe:

    Una buena parte de los falaces y simplistas conceptos, en circulacin todava en Latinoamrica, sobre el materialismo histrico, se debe, por ejemplo, a las obras del seor Aquiles Loria, tenidas por muchos como una versin fidedigna de la escuela marxista, no obstante la descalificacin inmediata que encontr en Alemania y la condena inapelable que, con muy fundadas razones, mereciera de Croce, quien en cambio coment siempre con el ms justo aprecio los trabajos de Antonio Labriola, menos divulgado entre nuestros estudiosos de sociologa y economa.29

    25 Ibid., pg. 141. 26 Defensa del marxismo, Lima, Biblioteca Amauta, 1964, 2a. ed. pg. 91-5.27 Vase, entre otros, Robert Paris: Jos Carlos Maritegui: une biblio-

    graphie; quelques problmes (J. C.M.: una bibliografa; algunos problemas), en Armales XXI, 1, enero-febrero de 1966, pg. 194-200; as como, entre las poqusimas contribuciones italianas, la de Gianni Toti: Maritegui arm di una teoria il proletariato peruviano (M. arm de una teora al proletariado peruano), en II Calendario del Popolo, XX, 242, nov. de 1964, pg. 6583 y 6584.

    28 El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, Lima, Biblioteca Amauta, 1964, 3a. ed., 126-30.

    29 Ibid., pg. 129.

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  • En esta fortuna inmerecida de Loria, Maritegui vea un episodio de una condicin ms general de los intercambios culturales entre Italia y Amrica Latina, que todava actualmente est lejos de ser superada, por la cual no siempre se ha acertado en estas preferencias, que a veces nos han impuesto autoridades equvocas, a expresas del conocimiento de autoridades autnticas .30

    Otra concordancia singular e importante entre los dos autores, aunque en este caso est comprobada la absoluta independencia de las respectivas elaboraciones, se puede encontrar en el inters comn por el fordismo y el taylorismo. La serie de artculos que Maritegui publica en 1927 en el peridico Variedades31 en torno a la temtica de EE.UU, y en particular sobre la tesis de Henri Ford,32 encuentran correspondencia precisas en las notas que Antonio Gramsci reuni en la crcel, a partir de 1929, bajo el ttulo de Americanismo y fordismo .33

    A pesar de la afirmacin de Chang-Rodrguez,34 segn la cual Maritegui tom muchas ideas polticas de Croce, no se puede hablar de una verdadera influencia del filsofo napolitano en su formacin salvo en el sentido de que constituy para l un punto de referencia constante; sus continuas pruebas de aprecio siempre estn unidas al reconocimiento preciso de una calificacin ideolgica y poltica netamente divergente de la suya. No debemos olvidar, adems, que la insistencia de Maritegui en el pensamiento de Croce se debe tambin a las relaciones directas que el joven extranjero mantuvo con el filsofo, al punto de que recibi de l un juicio muy halagador expresado ante la familia Chiappe y que, segn parece,35 no dej de tener efecto sobre la feliz conclusin del matrimonio italiano de Maritegui. Un episodio fundamental de la experiencia italiana de Maritegui lo constituye la absorcin de la crtica histrica de Gobetti y una especie de traduccin de sta en trminos hispnicos. Esto es evidente sobre todo la serie de tres artculos publicados en 1929 en Mundial,36 donde hace ver una vez mas la forma errnea en que la cultura italiana se co

    30 Ibid31 Reunidos ahora en Defensa del marxismo, pg. 12539.32 El caso y la teora] de Ford, en op. c i t ., pg. 131-4.33 Cfr. Antonio Gramsci: Note sul Machiavelli, sulla poltica e sullo Stato

    moderno; Turn, Einaudi, 1955, 4a. ed., pg. 311-61, en particular las pgs. 326-42. (Hay ed. en espaol: Notas sobre Maquiavelo, sobre la poltica y el Estado moderno; Bu enos Aires, Ed. Lautaro, (N. de la R.)34 La literatura poltica, pg. 138.35 Segn la afirmacin de Mara Wiesse, en su biografa de Maritegui, pg.

    26 y 27.36 Nmeros del 12 de julio, 26 de julio, 15 de agosto. Reunidos ahora en El

    alma matinal, pg. 110-3, 113-7, 117-20.

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  • noce en Amrica Latina, y subraya cmo el fascismo haba contribuido a agravar esta situacin imponiendo por motivos polticos celebridades culturales efmeras. Contra esta visin falseada de la cultura italiana, Maritegui reivindica la importancia de la figura de Gobetti, que pone al lado de las de Adriano Tilgher, Mario Missiroli, el Papini anterior a la conversin, Guido Miglioli, Luigi Sturzo. Esta mezcla puede parecemos tal vez arbitraria, pero es significativo que precisamente sobre Cobetti se coentre la atencin crtica del autor, quien lo presenta como en filosofa, un crociano de la izquierda y en poltica, el terico de la revolucin liberal y el milite del Ordine Nuevo .37 De Gobetti, Maritegui tiende a destacar sobre todo la sagaz y constante preocupacin por lo econmico , debido no a una hermtica educacin marxista, sino a una autnoma y librrima maduracin de su pensamiento .38 Indica con precisin el alcance de la enseanza cro- ceana en la formacin de Gobetti, pero sobre todo subraya el valor decisivo de sus contactos con el movimiento obrero de Turn:

    Su investigacin se trasport, con su acercamiento a Gramsci y su colaboracin en L 'Ordine Nuovo, al terreno de la experiencia actual y directa. Gobetti comprendi, entonces, que una nueva clase dirigente no poda formarse sino en este campo social, donde su idealismo concreto se nutra normalmente de la disciplina y la dignidad del productor.39

    En la investigacin de Gobetti acerca del papel desempeado por el pauperismo, la beneficencia, el servilismo y el antiliberalismo de la plebe italiana, Maritegui ve una hiptesis de trabajo aplicable al estudio de la historia social de Espaa y de sus colonias.40 Al propio tiempo, el ensayista peruano individualiza el ncleo central de la crtica de Gobetti al Resurgimiento italiano en la denuncia del persistente dualismo del Estado unitario, en el cual el contraste entre la Italia moderna de los obreros de la FIAT y del Ordine Nuovo y la Italia provincial, ntimamente gelfa y papista41 renueva el diafragma entre las lites septentrionales y los sectores pequeoburgueses del Sur duran el perodo del Resurgimiento.

    Tal vez, y aunque este tema merecera un estudio especfico y minucioso, no sera osado incluso ver en el enfoque particular de Maritegui con respecto al anlisis del proceso de inde

    37 El alma matinal, pg. 12.38 Ibid., pg. 114.39 Ibid., pg. 115.40 Ibid., pg. 117.41 Ibid., pg. 119.

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  • pendencia de las colonias latinoamericanas el eco de la reflexin de Gobetti sobre los lmites del Resurgimiento italiano.42 Es significativo que, segn una reciente afirmacin de Estuar- do Nuez,43 la redaccin original de los Siete ensayos44 sigue en su estructura los libros postumos de Gobetti. En su revista Amauta, Maritegui dio a conocer, incluso, tres escritos del jo ven pensador turins,45 y muchas referencias a su obra estn contenidas en numerosos otros artculos.

    Entre las otras personalidades de la vida poltica y cultural italiana a las que Maritegui presta su atencin, hay que recordar por lo menos a Nitti y a Amendola, cuya accin es enfocada en el marco del contexto de la crisis europea de la democracia liberal. El eclecticismo de Nitti, fro y cerebral, Maritegui lo justifica con su pertenencia a una generacin estructuralmente adogmtica y heterodoxa46 agnstica y pragmtica que, sin embargo, tiene una fe muy slida en los destinos de la cultura y del progreso europeos. Esta amplitud continental de la lnea poltica de Nitti es invalidada por su desinters hacia los dems, pueblos:

    No le inquieta la suerte de la Humanidad con mayscula: le inquieta la suerte de la humanidad occidental, de la hum- nanidad blanca, No acepta el imperialismo de una nacin europea sobre otra; pero s acepta el imperialismo del mundo occidental sobre el mundo cafre, hind, rabe o piel roja.47

    De Amendola, Maritegui pone en evidencia la capacidad de devolver sustancia y cometividad a aquella democracia que en los polticos transformistas de la Tercera Italia48 se haba reducido a una frmula vaca. Al analizar la formacin del hombre poltico liberal, recuerda su participacin en el grupo de La Voce y la posicin original que su inquieto moralismo tom frente al- impresionismo, a la superficialidad de la divulgacin, a la inquietud meramente literaria de los protagonistas

    42 Vanse los Siete ensayos, en particular las pginas 12-5.43 Estuardo Nez: Jos Carlos Maritegui y su experiencia italiana en

    Cuadernos Americanos, XXIII 6, nov-diciembre 1964, pgs. 179-97.44 Se ha anunciado su publicacin, bajo el ttulo Peruanicemos al Per, en la

    edicin citada de las obras completas de Maritegui.45 Un perseguidor de anrquicos (se trata del ensayo sobre Donoso Co-

    rs), Nuestro protestantismo y Domenico Giuliotti publicados en el nmero 24 (junio de 1929) de Amauta. Cfr. Alberto Tauro: Amauta y su influencia; Lima, Biblioteca Amauta, 1960, que comprende un ndice muy til, aunque no exento de inexactitudes, de la revista.46 La escena contempornea, pg. 61.47 Ibid., pg. 62.48 Ibid., pg. 65.

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  • ms conocidos de la experiencia de las revistas de Florencia.49 Rinde homenaje al lder del Aventino, al hombre que tiene al menos el mrito de una consistencia ideolgica y de una arrogancia personal, muy poco frecuentes en la desvada fauna liberal ,50 pero observa que la fe honesta y militante de Amen- dola en la democracia y en el mtodo parlamentario es impotente e ilusoria:

    La nueva democracia de Amendola es tan quimrica como la nueva libertad de Wilson. Es siempre es su forma y en su fondo, a pesar de cualquier superficial apariencia, la misma democracia capitalista y burguesa que se siente crujir, envejecida, en nuestra poca. (...) La impotencia en que se debate, en Italia su partido es la impotencia en que se debate, en todo el mundo, la vieja democracia. En Amendola, es cierto, la democracia ensea el puo apretado y enrgico. Pero no por eso es menos impotente.51

    Si a los aspectos examinados hasta aqu se aaden sus observaciones sobre el movimiento catlico y en particular sobre su ala izquierda atestigua su inters en l, entre otras cosas, una crtica dedicada por Amauta al Villaggio sovitico (La aldea sovitica), de Guido Miglioli,52 tenemos una imagen global de la riqueza y articulacin del anlisis de la vida poltica italiana, y el sentido del valor decisivo que la experiencia italiana tuvo en la formacin de Maritegui.53

    Este capital de experiencias lo valor plenamente en el perodo ms intenso de su vida, cuando, de vuelta a su patria, acompa la elaboracin crtica de los hechos provisionalmente fijados en las correspondencias desde Italia, con la tra- duccin prctica en trminos nacionales y latinoamericanos de las conclusiones programticas extradas de esta reflexin.

    En marzo de 1923 regresa a su patria, reanuda los contactos con sus amigos y compaeros de lucha de los aos juveniles, y ampla el crculo de sus amistades con Vctor Ral Haya de la

    49 El juicio de Maritegui se basa en un escrito de Girolamo Lazzeri. Esta colocacin de Amendola entre los moralistas de la Voce est confirmada por la crtica ms reciente: vase, entre otros, U. Carpi: Amendola e Boine: linee di etica vociana (Amendola y Boine: lneas de tica de la Voce), en Anna/i della Scuota Normale Superiore di Pisa, Lettere, storia e filosofa, n. 3-4, 1964.50 La escena contempornea, pg. 68.51 Ibid., pgs. 68 y 69.52 Crtica de Hugo Pesce en Amauta, n. 22, abril de 1929. pgs. 98 y 99.53 Dejo para otro escrito el anlisis de los importantes estudios de Marite

    gui sobre aspectos y figuras de la literatura italiana, entre los cuales hay que sealar sobre todo los dedicados a Pirandello y a los futuristas.

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  • Torre, el fundador del APRA.56 Maritegui figura como miembro de este partido en los aos de 1926 a 1928, antes de la ruptura con Haya, quien pronto revela su oportunismo hasta llegar coherentemente, en una poca ms cercana a nosotros, a renegar de todo programa revolucionario y a alinearse dcilmente en las nutridas filas de los tteres de turno del imperialismo norteamericano. Ese mismo ao, Maritegui es detenido por el gobierno de Legua, bajo la acusacin de subversin poltica.

    Inicia en la Universidad Popular Gonzlez Prada un ciclo de conferencias sobre la situacin poltica europea, que luego reelabora para el volumen La escena contempornea (1925). En 1924, por una recada de su enfermedad infantil, sufre la amputacin de una pierna. En 1925 funda la casa editora Minerva. En 1926 publica la revista mensual Amauta. Dos aos despus proyecta la organizacin de una central sindical de los trabajadores peruanos. Es encarcelado otra vez por el rgimen de Legua, bajo la acusacin de complot comunista. Mientras tanto, acenta la polmica con los grupos apristas, y en septiembre de 1928 funda el Partido Socialista del Per (comunista), del que es designado secretario general. Funda Labor, rgano de la CGT55 peruana y ese mismo ao publica su obra maestra, Siete ensayos de interpretacin de la realidad peruana.

    En 1929 es elegido miembro del Consejo General de la Liga contra el imperialismo y para la independencia de los pueblos, en un congreso que tiene lugar en Berln. En ese mismo ao participa en el Congreso para constituir la Confederacin sindical latinoamericana, presentando en las dos oportunidades importantes ponencias sobre el movimiento obrero y revolucionario peruano.

    El ao de 1930 se abre con una serie de compromisos de trabajo y de conferencias en varios pases del subcontinente, pero el 16 de abril la muerte pone fin, con menos de 36 aos, a la prodigiosa actividad de este gran revolucionario que hasta el ltimo instante trabaj febrilmente, con plena conciencia de su fin inevitable.

    El centro poltico de estos intenssimos aos de trabajo y de lucha lo constituye sin duda alguna la opcin comunista e intemacionalista, madurada en Maritegui a travs de su progresivo alejamiento de los enfoques y praxis apristas. Una historiografa apologtica, que culmina en la obra ya citada de Chang-Rodrguez, se ha dado a la tarea de ensombrecer el sig-* nieado autntico de la relacin entre Maritegui y Haya de la Torre, entre comunismo y aprismo. Con una contraposicin

    54 Alianza Popular Revolucionaria Americana.55 Confederacin General del Trabajo.

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  • tan fcil como desprovista de bases concretas, se ha representado el conflicto y la ruptura entre los dos lderes polticos como un contraste entre el dogmatismo abstracto de Maritegui y la concrecin de la va nacional propuesta por Haya. No ha faltado, desde luego, la construccin de poltica-ficcin tendiente a explicar la separacin entre comunistas y apristas como el fruto de una orden del comunismo internacional , de un juego de los agentes soviticos que Maritegui no hubiera comprendido en todas sus implicaciones. Los escritos de los ltimos meses de su vida son definidos como el fruto de una mente alterada por las intrigas de quienes lo rodearon e hicieron precipitar su salud. En fin; con la ms absoluta arbitrariedad, se afirma:

    Hasta hoy, su libro sobre la historia del socialismo peruano no ha aparecido. Probablemente se perdi o mejor dicho, lo perdieron porque en muchos puntos concordaba con la ideologa aprista.56

    Sobra decir que el historigrafo no se preocupa en los ms mnimo por presentar pruebas positivas de estas afirmaciones gratuitas y toscamente instrumentales. En realidad, la oposicin fundamental entre Maritegui y el APRA, madurada frente a los trminos concretos de la lucha social peruana, ciene sus races en el viraje demaggico y oportunista que Haya imprimi a su partido, en la sustancia interclasista del aprismo.

    Es absurdo hablar de un dogmatismo abstracto de Maritegui cuando lo que transluce con evidencia de toda su elaboracin poltica es el continuo llamado a la dimensin especfica de la lucha de clases en la Amrica Latina y en Per, a la importancia que tienen en ella fenmenos como la presencia de un problema indgena y agrario, que requieren el enriquecimiento y la adecuacin del marxismo y del leninismo.

    Pero tambin es cierto que el Maritegui ms maduro intuye que para entender a Marx es necesario estar en condiciones de comprender todo el alcance estructural de su anlisis o sea, su propsito de situar los rasgos especficos de una formacin econmico-social en un modelo general de desarrollo histrico, lo cual es lo nico que confiere un valor autnticamente cientfico al marxismo, ms all de toda interpretacin deformadora en el sentido del historicismo idealista. Es precisamente este rigor cientfico, que constituye el necesario complemento dialctico de la sensibilidad para la articulacin concreta de los hechos histricos, lo que opone a Maritegui al empirismo barato de Haya, dispuesto a ceder; en la praxis, a cual

    56 Eugenio Chang-Rodrguez: La literatura poltica, pg. 168.

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  • quier compromiso.576. Esta actividad directamente poltica se vincula con la que

    sigue siendo hasta hoy la mayor creacin del Maritegui intelectual y organizador de cultura: La revista Amauta. Comparar a Maritegui con Gramsci ya es casi un lugar comn, como hemos visto, en la historiografa ms reciente, pero no por eso carece de puntos de apoyo concretos. En el caso de Amauta, por ejemplo, son evidentes las analogas entre la estructura de la revista realizada por Maritegui y aquella revista que Gramsci programaba en sus notas desde la crcel.58.

    Entre los colaboradores de Amauta figuran Xavier Abril, Armando Bazn, Jos Mara Eguren, Alberto Guilln, Haya de la Torre, Enrique Lpez Albjar, Luis Alberto Snchez, Csar Vallejo, etc. En la revista aparecen escritos de Germn Arciniegas, Mariano Azuela, Isaac Babel, Henri Barbusse, Jorge Luis Borges, Andr Breton, Nicolai Bujarin, Jean Coc- teau, Ilia Ehrenburg, Waldo Frank, John Galsworthy, Mximo Gorki, Jos Ingenieros, Lenin, Anatoli Lunacharski, Rosa Luxemburgo, F. T. Marinetti, Carlos Marx, Vladimir Maya- covski, Gabriela Mistral, Jorge Ortega y Gasset, Ricardo Palma, Pablo Neruda, Boris Pilniac, Plejanov, Romain Ro- lland, G. B. Shaw, Stalin, Ernst Toller, Miguel de Unamuno, etc. Entre los escritos de autores italianos aparece, adems de los mencionados ms arriba, la relacin de Palmiro Togliati en el VI Congreso de la Internacional Comunista sobre La revolucin colonial y la cuestin china .59

    La revista nace con el propsito de constituir un instrumento de debate y de investigacin sobre los problemas peruanos y subraya, ya en el propio ttulo,60 su vinculacin con una precisa realidad internacional. Pero ya desde los primeros nmeros la problemtica peruana se inserta en el contexto de un anlisis ms amplio y rico, que se extiende a una consideracin decididamente planetaria de la poltica y de la cultura.

    En lo que concierne a los intelectuales y a los grupos polticos peruanos, la revista se propone la. funcin de polarizar energas a menudo dispersas e inutilizadas, a travs de un pro-

    57 Para un primer examen de las recientes vicisitudes del APRA, ver Sergio de Santis: II Per, la questione nazionale e Haya de la Torre (El Per, la cuestin nacional y Haya de la Torre), en Mondo Nuovo, V, 10,12 de mayo de 1963, pg. 22-5.58 Gli intelletuali e l'organizzazione della cultura, Turn, Einaudi, 1949, pg.

    141-56. (Ed. en espaol: Los intelectuales y la organizacin de la cultura, Ed. Lautaro, Bu enos Aires. (N. de la R.)59 En el nmero 32 de Amauta (agosto septiembre de 1930), pg. 17-24; cfr.

    Alberto Tauro: op. cit. pg. 149, donde evidentemente no se identifica a Erco-li con Teogliatti.60 Amauta , en lengua quechua indicaba a los sabios consejeros del sobe

    rano de Estado incaico.

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  • ceso en el que el hecho de acoger voces diversas no significa nunca una debilitacin de su rigor:

    El prim er resultado que nos proponemos obtener de Amauta es el de acercarnos mejor. El trabajo de la revista nos unir ms. Al propio tiempo que atraer a otros buenos elementos, alejar a los vacilantes y perezosos que por ahora coquetean con el vanguardismo pero que en cuento ste requiera de ellos algn sacrificio, se apresurarn a abandonarlo. Amauta seleccionar los hombres de la vanguardia militantes y simpatizantes hasta separar el grano de la paja. Producir y precipitar un fenmeno de polarizacin y de concentracin.61

    Del proyecto originario de una revista literaria de vanguardia,62 quedar en Amauta el amplio espacio concedido a la poesa y a la literatura en general, tanto en sus manifestaciones creadoras como en las reseas crticas, con una acentuada predileccin por aquellas corrientes que eran ms nuevas y revolucionarias con respecto a la tradicin.

    Las secciones polticas de la revista realizan el programa contenido en la frase que Maritegui pona en su presentacin, parafraseando el dicho terenciano caro a Marx: Todo lo humano es nuestro .63 De las vicisitudes de la poltica interna de Per a las relaciones interamericanas, de la lucha contra el imperialismo norteamericano a la poltica europea y asitica, la revista nunca deja de brindar una documentacin crtica y al da, casi increble en el Per de aquellos aos.

    Entre los intentos de revistas que se proponan superar los lmites provincianos de la problemtica de los pases americanos para abrirse a un horizonte mundial. Amauta se distingua precisamente porque al analizar y elaborar los temas no perda de vista el equilibrio y la relacin entre el momento nacional y el momento mundial: en ella no encontramos la habitual fuga hacia adelante de magras lites de intelectuales de formacin cosmopolita, escindidas de las correspondientes realidades nacionales y rpidamente integradas en el mbito de la cultura europea; la dimensin mundial segua siendo, como en la poca del viaje europeo de Maritegui, el mejor instrumento para conocer a Amrica.

    Este equilibrio entre la problemtica nacional y latinoamericana y la mundial es particularmente notable en los artculos de economa, que constituyen una de las secciones ms ricas

    61 Presentacin de Amauta , en Amauta n. 1 (agosto de 1926), pg. 1.62 Cfr. Alberto Tauro: Amauta y su influencia, pg. 11.63 Presentacin de Amauta

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  • de la revista: los estudios de carcter regional y sobre sectores determinados encuentran su lugar al lado del debate sobre los grandes temas del imperialismo, la estabilizacin capitalista, el capital financiero, la racionalizacin capitalista del trabajo, y al lado de una minuciosa documentacin sobre los aspectos de la edificacin del socialismo en la URSS.64

    Entre los dems aspectos de la revista, que merecera un estudio monogrfico y una antologa me limitar a recordar el inters constante por el sicoanlisis freudiano y la importancia atribuida al tema de la reforma de la escuela y de la instruccin universitaria en particular.65

    7. Si Amauta es, en cierto sentido, la obra maestra de Maritegui, la obra orgnica en que expresa con ms originalidad su pensamiento es, sin duda alguna, Siete ensayos de interpretacin de la realidad peruana. Se trata de un libro concebido armnicamente y realizado en un altsimo nivel de pensamiento y de estilo, al punto de hacernos considerar arbitraria la operacin de aislar un aspecto de ella, aunque sea fundamental. Como me propongo demostrar en otra oportunidad, aqu Maritegui brinda una contribucin decisiva a la creacin de una prosa cientfica hispanoamericana, al repudiar todo ornamento retrico y al tratar de lograr una esencia escueta pero rica en ideas, procediendo en una forma gradual que se contrapone a toda una tradicin oratoria basada esencialmente en los reclamos de tipo emocional y que tiene su representacin ms alta en el hroe cubano Jos Mart.*

    Aunque estamos conscientes de que este procedimiento es arbitrario e instrumental, es interesante exponer el nuevo enfoque del problema indgena que emerge del segundo y del tercero de los Siete ensayos. Para comender la novedad de las proposiciones de Maritegui, es necesario volver brevemente sobre el problema indgena y analizar el debate sobre este tema despus de Gonzlez Prada. En cierto sentido, se puede afirmar que los aos veinte se haba verificado una involucin en el modo de enfrentar este problema, con un retorno a los planteamientos de sesgo literario.66 Se asiste a una verdadera inflacin terminolgica que refleja, en una curiosa mezcla de etnologa, sociologa y literatura, los diversos ngulos visuales

    64 Cfr. Alberto Tauro: op. cit., pgs. 124 y 125.65 El tema de la reforma universitaria, muy debatido en aquellos aos en va

    rios pases latinoamericanos constituye el cuarto de los Siete ensayos (pg. 105-37).*Conjeturamos que una mayor familiaridad del autor con Mart lo llevara, aqu y en otros puntos del ensayo, a planteos diferentes. (N. de la R.)

    66 Cfr. Luis Mongui La poesa postmodernista peruana, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1954, cap. III ( El nativismo literario en la poesa peruana), pg. 87-131.

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  • desde los cuales se mira la cuestin.Pero lo que une a este abigarrado ejrcito nativista es pre

    cisamente el repudio de aquel enfoque econmico del problema indgena que Gonzlez Prada ya haba esbozado, an con las limitaciones de que ya hemos hablado.67 Maritegui tiene plena conciencia de estas deformaciones literarias, y ya en las primeras lneas del ensayo El problema del indio, afirma:

    Todas las tesis sobre el problema indgena, que ignoran o eluden a ste como problema econmico-social, son otros tantos estriles ejercicios teorticos y a veces slo verbales condenados a un absoluto descrdito. No las salva a algunas su buena fe. Prcticamente, todas no han servido sino a ocultar o desfigurar la realidad del problema. La crtica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economa del pas y no en su mecanismo administrativo, jurdico o eclesistico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestin indgena arranca de nuestra economa. Tiene sus races en el rgimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administracin o polica, con mtodos de enseanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los gamonales .68,69

    Maritegui repite las palabras que haba escrito como prefacio a Tempestad en los Andes de Luis E. Valcrcel, vehemente y beligerante evangelio indigenista , en las cuales denuncia la funcin reaccionaria de los retricos del indigenismo:

    Los que no han roto todava el cerco de su educacin liberal burguesa y, colocandose en una posicin abstracta y literaria, se entretienen en barajar los aspectos raciales del problema, olvidan que la poltica y, por tanto, la economa, lo dominan fundamentalmente. Emplean un lenguaje pseudoi- dealista para escamotear la realidad disimulndola bajo sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialctica revolucionaria un confuso galimatas crtico, conforme al cual la solucin del problema indgena no puede partir de una reforma o hecho poltico porque a los efectos inmediatos de ste escapara una compleja multitud de costumbres y vicios que

    67 Es interesante la conexin que un autor insospechable como Mongui (op. cit., pg. 107) establece entre la repulsa del anlisis marxista de Maritegui por parte de los indigenistas, con la elaboracin del llamado cholismo , y la aparicin del movimiento aprista, que tena su base precisamente entre las, capas medias mestizas.

    68 Propietarios de tierra.69 Siete ensayos , pg. 29-32.

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  • slo pueden tranformarse a travs de una evolucin lenta y normal.70

    Aparte del reconocimiento explcito del papel de precursor desempeado por Gonzlez Prada en la fundamentacin materialista del problema indio,71 es interesante observar la utilizacin crtica de un estudio de Encinas del que Maritegui extrae, aun indicando sus lmites institucionales de carcter jurdico, la denuncia de los efectos del latifundismo: es un ejemplo significativo de llamamiento a los intelectuales-tcnicos, realizado al subrayar la funcin propedutica que puede tener un estudio de tipo especializado, conducido con honradez cientfica, con respecto a una concien te denuncia poltica; un ejemplo, en otras palabras, de la poltica de alianzas de Maritegui.

    Con gran vigor polmico, el autor vuelve a confirmar la distancia que lo separa del humanitarismo que se inicia, inmediatamente despus de la Conquista, con Bartolom de las Casas:72

    No nos contentamos con reivindicar el derecho del indio a la educacin, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categricamente, su derecho a la tierra. Esta reivindicacin perfectamente materialista debera bastar para que no se nos confundiese con los herederos o repetidores del verbo evanglico del gran fraile espaol, a quin, de otra parte, tanto materialismo no nos impide admirar y estimar fervorosamente.73

    Al propio tiempo, Maritegui, quien, como acabamos de ver, apreciaba sin embargo las contribuciones al problema de los especialistas, denuncia la mixtificacin tecnocrtica que tiende a ocultar la sustancia poltica de las supervivencias feudales y serviles en la economa del pas:

    Planteado as el problema agrario del Per, no se presta a deformaciones equvocas. Aparece en toda su magnitud de problema econmico-social y por tanto poltico del dominio de los hombres que actan en este plano de hechos e ideas. Y resulta vano todo empeo de convertirlo, por ejemplo, en un problema tcnico-agrcola del dominio de los agrnomos.74

    70 Ibid., pg. 33.71 Ibid., pg. 34 y 35.72 Vase, en italiano, la seleccin, realizada por Alberto Pincherle, de la

    Apologtica Historia, presentada con el ttulo La leggenda nera (La leyenda negra), Miln, Feltrinelli, 1959.73 Siete ensayos, cit., pg. 41.74 Ibid., pg. 42.

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  • El aspecto ms original del anlisis de Maritegui, cuya actualidad renuevan los recientes debates sobre el modo asitico de produccin,75 lo constituye la descripcin del comunismo agrario de la sociedad incaica. El autor establece un paralelismo entre las comunidades agrcolas de los indios peruanos y aquellas comunas rurales de Rusia que haban llamado la atencin de Marx y Engels en sus investigaciones sobre las formas precapitalistas.76

    A la luz de estas sobrevivencias comunitarias y de su conflicto con el latifundismo, se perciben los lmites del proceso de independencia, donde la incapacidad de incorporar la clase campesina de los indios a los destinos nacionales estableci una barrera en la que los motivos raciales coincidan con los clasistas. Se descubren sobre todo indicaciones precisas para la actual lucha de clases, la cual deber apoyarse en su resistencia al individualismo liberal, en la persistencia de un espritu comunitario defensivo entre los indios, cuando subraya que:

    La propiedad comunal no representa en el Per una economa primitiva a la que haya reemplazado gradualmente una economa progresiva fundada en la propiedad individual. No; las comunidades han sido despojadas de sus tierras en provecho del latifundio feudal o semifeudal, constitucionalmente incapaz de progreso tcnico.77

    Cmo estos planteamientos pudieron ser definidos como populistas por algunos estudiosos soviticos de los aos treinta,78 es un hecho que requerira un anlisis ms minucioso

    75 Vanse, en particular, los artculos y las notas bibliogrficas contenidas en los nmeros 114 y 177 (1964), 122 (1965), 127 (1966) de la revista La Pen- se. En italiano, una reciente resea, muy amplia y muy informada, de los trminos actuales del debate sobre este tema, es la de Gianni Sofri: Sul modo di produzione asiatico. Appunti per la storia di una controversia (Sobre el modo de produccin asitico. Notas para la historia de una controversia), en Critica Storica, V, 5-6, 30 de noviembre de 1966, pg. 704-810.

    76 Cfr. N. B. Ter-Akopian: Sviluppo delle concezioni di K. Marx e F. Engels sul modo asiatico di produzione e la comunit agrcola di villaggio (Desarrollo de las concepciones de Marx y Engels sobre el modo de produccin asitico y la comunidad agrcola de aldea), en Classe e Stato , n. 2, otoo 1966, pg. 62-8.77 Siete ensayos, cit., pg. 71 y 72.78 Un eco un poco tardo del debate sobre este juicio lo encontramos en V.

    Mirochevski: Papel de Maritegui en la historia del pensamiento social latino-americano, en Dialctica , La Habana, I, 1, m ayo-junio de 1942, pg.41 a 59; Jorge del Prado: Maritegui, marxista-leninista en D ialctica, II, 3, julio-agosto de 1943, pg. 33 a 56; Moiss Arroyo Posada: A propsito del artculo El populismo en Per de V. Mirochevski , en Dialctica, n. 17, enero 1946, pg. 9 a 34.

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  • y especfico, aunque ya se puede avanzar la hiptesis de que, detrs de esta interpretacin que deforma la teora de Maritegui sobre el indio, se debe ver el clima historiogrfico y poltico originado por la orientacin de la poltica de Stalin y de la Internacional comunista, en los aos que precedieron el vira je de los Frentes populares.

    Esta evolucin profundamente errnea pes por mucho tiempo sobre el conocimiento de Maritegui en la URSS y slo en poca reciente se ha sometido a un proceso de reconsideracin crtica.79

    8. El otro volumen que Maritegui logr publicar en vida es La escena contempornea (1925), ya ampliamente citado en la parte concerniente a las vicisitudes polticas italianas. Al reunir sus artculos, en los que haba resumido las ricas experiencias de su estancia en Europa, el autor siente la necesidad de justificarse, afirmando la insuficiencia de la pura y simple teora para comprender el aspecto multiforme del mundo contemporneo. Asoma, entre las breves palabras de presentacin, aquella ansiedad de documentacin precisa y concreta que, como hemos visto, anima toda la empresa de Amauta:

    Pienso que no es posible aprehender en una teora el entero panorama del mundo contemporneo. Que no es posible, sobre todo, fijar en una teora su movimiento. Tenemos que explorarlo y conocerlo, episodio por episodio, faceta por faceta. Nuestro juicio y nuestra imaginacin se sentirn siempre en retardo respecto de la totalidad del fenmeno. Por consiguiente, el mejor mtodo para explicar y traducir nuestro tiempo es, tal vez, un mtodo un poco periodstico y unpoco cinematogrfico.80En las secciones en las que estn reunidos los artculos, en

    contramos los grandes temas de la poltica europea de aquellos aos: el fascismo, la crisis de la democracia, la revolucin rusa, la crisis del socialismo, la revolucin de los intelectuales, el Medio y el Lejano Oriente, el antisemitismo.

    El mismo trazado lo encontramos en las conferencias pronunciadas en 1923 y a principios de 1924 en la Universidad Popular Gonzlez Prada y ahora reunidas bajo el ttulo Historia de la crisis mundial,81 que constituyen el precedente ms inmediato de La escena contempornea. Precisamente en la primera de estas conferencias Maritegui expresa con claridad el significado del anlisis de las vicisitudes europeas para el proletariado peruano:

    79 Vase el volumen colectivo ya citado a propsito del trabajo de V. G. Ko- rionov.

    80 La escena contempornea, pg. 11.81 Lima, Biblioteca Amauta; 1964, 2a. ed. ( 1a. ed. 1959).

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  • En el Per falta, por desgracia, una prensa docente que siga con atencin, con inteligencia y con filiacin ideolgica el desarrollo de esta gran crisis; faltan, asimismo, maestros universitarios, del tipo de Jos Ingenieros,82 capaces de apasionarse por las ideas de renovacin que actualmente transforman el mundo y de liberarse de la influencia y de los prejuicios de una cultura y de una educacin conservadoras y burguesas; faltan grupos socialistas y sindicalistas, dueos de instrumentos propios de cultura popular, y en aptitud, por tanto, de interesar al pueblo por el estudio de la crisis. La nica ctedra de educacin popular, con espritu revolucionario, es esta ctedra en formacin de la Universidad Popular. A ella le toca, por consiguiente, superando el modelo plano de su labor inicial, presentar al pueblo la realidad contempornea, explicar al pueblo que est viviendo una de las horas ms trascendentales y grandes de la historia, contagiar al pueblo de la fecunda inquietud que agita actualmente a los dems pueblos civilizados del mundo.83

    No se trata, pues, de una simple necesidad de informacin, sino de una necesidad vital, que procede del carcter propio de la poca actual:

    (...) la civilizacin capitalista ha internacionalizado la vida de la humanidad, ha creado entre todos los pueblos lazos materiales que establecen entre ellos una solidaridad inevitable. El internacionalismo no es slo un ideal; es una realidad histrica. 84

    Esta slida conviccin impide, una vez ms, la fuga al cosmopolitismo genrico, por su capacidad de situar en un razonamiento orgnico los acontecimientos ms diversos, manteniendo firmes los dos parmetros del mundo europeo y del mundo latinoamericano.

    La misma atencin aguda con que mira los acontecimientos europeos se encuentra en los artculos que enfrentan los temas del continente suramericano. En particular, en la serie dedicada al reexamen de la Revolucin mexicana, demuestra su negacin a someterse a uno de los mitos que siguen dominando en el mundo poltico y cultural latinoamericano y denuncia el rumbo desilusionador e involutivo del proceso revolucionario implcito en su precisa caracterizacin clasista:

    82 El conocido pensador argentino de tendencia socialista (1877-1925).83 Historia de la crisis mundial, pg. 15.84 Ibid, pg. 16.

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  • El movimiento poltico que en Mxico derrumb al porfirismo se ha nutrido, en lo que signific progreso y victoria sobre el feudalismo y sus oligarquas del sentimiento de las masas, se ha apoyado en sus fuerzas y ha sido impulsado por un indiscutible espritu revolucionario. Se trata, desde todos los puntos de vista, de una experiencia extraordinaria e instructiva. Pero el carcter y los objetivos de esta revolucin, por los hombres que la dirigieron, por los factores econmicos a los que obedeci y por la naturaleza de su proceso, son los de una revolucin democrtico-burguesa. El socialismo slo puede ser realizado por un partido de clase, slo puede ser el resultado de una teora y de una prctica socialista.

    9. Si tuviramos que definir ahora, en trminos ms precisos, la calificacin ideolgica y cultural de Maritegui, el significado de su marxismo, ms all de los elementos que se hacen patentes a travs de este examen sumario y antolgico de sus escritos, deberamos detenernos sobre todo en aquellos elementos vitalistas e irracionalistas que son el residuo de la formacin juvenil del autor y, al propio tiempo, la connotacin particular del ambiente marxista latinoamericano de aquellos aos. All, ms que en ninguna otra parte, el positivismo haba acabado por representar la filosofa de la mediocridad burguesa, cuando no se haba convertido incluso en la doctrina oficial de un rgimen autoritario, como en el Mxico de Porfirio Daz.

    Se comprende as cmo la reaccin antipositivista, en su catica liberacin de nuevas energas y su fcil desemboque en el mito, acabara por envolver a los propios sectores abiertos a la experiencia marxista, favoreciendo la fortuna de interpretaciones de tipo soreliano que encuentran, por lo dems, un terreno preparado por ya recordada difusin, en el siglo XIX, de las doctrinas de Proudhon y de Bakunin.

    La guerra representa para Maritegui la lnea de demarcacin que separa las ilusiones positivistas del brusco despertar de la violencia:

    La filosofa evolucionista, historicista, racionalista, unan en los tiempos posblicos, por encima de las fronteras polticas y sociales, a las dos clases antagnicas. El bienestar material, la potencia fsica de las urbes, haban engendrado un respeto supersticioso por la idea del Progreso. La humanidad pareca haber hallado una va definitiva. Conservadores y revolucionarios aceptaban prcticamente las consecuencias de la tesis evolucionista. Unos y otros coincidan

    85 Temas de nuestra Amrica, Lima, Biblioteca Amauta, 1960, pg. 69.

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  • en la misma adhesin a la idea del progreso y en la misma aversin a la violencia.86

    La burguesa capitalista recurri a la violencia fascista contra la violencia revolucionaria, pero ahora aspira a una normalizacin que le devuelva la tranquilidad anterior a la explosin postblica del neoromanticismo .

    Contra el chato racionalismo, Maritegui reivindica la necesidad de un mito, de un concepcin metafsica de la vida. Es ste el punto extremo de irracionalismo que se encuentra en los escritos del ensayista peruano, aunque es cierto que en los ltimos aos haba superado estas contradicciones. A pesar de ello, vale la pena volver a leer esa violenta arenga contra la Razn, para comprender hasta qu punto la polmica antirracio- nalista haba encontrado un eco entre los propios pensadores progresistas:

    La Razn ha extirpado del alma de la civilizacin burguesa los residuos de sus antiguos mitos. El hombre occidental ha colocado, durante algn tiempo, en el retablo de los dioses muertos, a la Razn y a la Ciencia. Pero ni la Razn ni la Ciencia pueden ser un mito. Ni la Razn ni la Ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre. (...) La historia la hacen los hombres posedos e iluminados por una creencia superior, por una esperanza super-humana; los dems hombres son el coro annimo del drama. La crisis de la civilizacin burguesa apareci evidente desde el instante en que esta civilizacin constat su carencia de un mito.87

    Sin embargo, la filosofa contempornea, que ha barrido el mediocre edificio positivista ,88 no est en condiciones de llegar hasta las masas con su lenguaje relativista. Este resultado slo se puede alcanzar con el mito:

    Lo que ms neta y claramente diferencia en esta poca a la burguesa y al proletariado es el mito. La burguesa no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrdula, escptica, nihilista. El mito liberal renacentista ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un mito: la revolucin social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa. La burguesa niega; el proletariado afirma. La inteligencia burguesa se entretiene en una crtica racionalista del mtodo, de la teora, de la tcnica de los revolucionarios. Qu incompren

    86 El alma matinal, pg. 13 y 14.87 Ibid., pg. 18 y 19.88 Ibid., pg. 21.

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  • sin! La fuerza de los revolucionarios no est en su ciencia; est en su fe, en su pasin, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mstica, espiritual. Es la fuerza del Mito.89

    Es evidente en esta revaloracin del mito, as como en las teorizaciones sobre la violencia, el influjo de Sorel que, por lo dems, est citado un poco ms adelante. Casi ciertamente Maritegui conoci al pensador francs durante su estancia en Italia, a travs de los debates iniciados sobre todo en el ambiente de La Voce.

    El acento voluntarista tambin resuena claramente en la adhesin a la frmula de Jos Vasconcelos: Pesimismo de la realidad y optimismo del Ideal,90 que presenta una estrecha semejanza con la conocida frmula de Rolland cara a Gramsci.

    Los que no nos contentamos con la mediocridad, los que menos an nos conformamos con la injusticia, somos frecuentemente designados como pesimistas. Pero, en verdad, el pesimismo domina mucho menos nuestro espritu que el optimismo. No creemos que el mundo debe ser fatal y eternamente como es. Creemos que puede y debe ser mejor. El optimismo que rechazamos es el fcil y perezoso optimismo panglosiano de los que piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles.91

    Tambin hay que sealar, en relacin con esta actitud antipositivista, la atraccin ejercida sobre Maritegui por Nietzsche. Es interesante notar que, en la advertencia de los Siete ensayos, el filsofo alemn es citado para subrayar la urgencia vital de la obra que Maritegui va a publicar:

    Mi trabajo se desenvuelve segn el querer de Nietzsche, que no amaba al autor contrado a la produccin intencional, deliberada, de un libro, sino a aquel cuyos pensamientos formaban un libro espontnea e inadvertidamente.92

    Pero el significado de esta utilizacin de Nietzsche por el Maritegui maduro lo da sobre todo un pasaje de los Siete ensayos en el que, al hablar de las empresas extranjeras, Maritegui afirma que su xito no se debe slo a sus capitales, sino tambin a su voluntad de potencia ;95 donde la

    89 Ibid., pg. 22.90 Es el ttulo de un trabajo contenido en El alma matinal, pg. 27-31.91 El alma matinal, cit., pg. 28.

    92 Siete ensayos, pg. 7.93 Ibid., pg. 27.

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  • expresin nietzschiana ya est empleada con un significado materialista, reabsorbida en el contexto de un anlisis econmico marxista.

    Maritegui define en forma explcita su interpretacin del marxismo en la polmica antirreformista contra Henri de Man. Rechaza las varias revisiones del marxismo de los Masarik, de los Bernstein, etc. y acoge como nica contribucin creadora al desarrollo del marxismo la obra de Sorel:

    Georges Sorel, en estudios que separan y distinguen lo que en Marx es esencial y sustantivo, de lo que es formal y contingente, represent en los dos primeros decenios del siglo actual, ms acaso que la reaccin del sentimiento clasista de los sindicatos, contra la degeneracin evolucionista y parlamentaria del socialismo, el retorno a la concepcin dinmica y revolucionaria de Marx y su insercin en la nueva realidad intelectual y orgnica.94 Al hablar del influjo de Sorel sobre la formacin de Lenin,

    el restaurador ms enrgico y fecundo del pensamiento marxista , Maritegui define el lugar del pensador francs de este modo:

    Sorel, esclareciendo el rol histrico de la violencia, es el continuador ms vigoroso de Marx en ese perodo de parlamentarismo social-democrtico, cuyo efecto ms evidente fue, en la crisis revolucionaria postblica, la resistencia psicolgica e intelectual de los lderes obreros a la toma del poder a que los empujaban las masas.95

    Maritegui acepta las crticas formuladas por De Man contra la mediocre praxis poltica de los partidos reformistas, pero niega que estas observaciones puedan extenderse a todo el marxismo, afirmando que esta generalizacin es fruto de una actitud subjetivista de aquellos intelectuales que con el egocentrismo peculiar a su mentalidad, se apresuran a identificar con su experiencia el juicio de la historia.96

    La alternativa real a los males del reformismo es la eleccin bolchevique, la aceptacin de la revolucin rusa como el acontecimiento dominante del socialismo contemporneo . Maritegui subraya toda la distancia del socialismo contemporneo con respecto al socialismo gaseoso y

    94 Defensa del marxismo, cit., pg. 16.95 Ibid., pg. 17.96 Ibid., pg. 18.

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  • abstracto, administrado en dosis inocuas a la neurosis de una burguesa blanda y linftica o de una aristocracia esnobista .97

    La polmica antirracionalista sirve ahora para destacar el nuevo tipo humano creado por el marxismo:

    Marx inici este tipo de hombre de accin y de pensamiento. Pero en los lderes de la revolucin rusa aparece, con rasgos ms definidos, el idelogo realizador. Lenin, Trotsky, Bujarin, Lunacharski, filosofan en la teora y la praxis. Lenin deja, al lado de sus trabajos de estratega de la lucha de clases, su Materialismo y empiriocriticismo. Trotsky, en medio del trajn de la guerra civil y de la discusin de partido, se da tiempo para sus meditaciones sobre Literatura y revolucin. Y en Rosa Luxemburgo, acaso no se unimisman, a toda hora, la combatiente y la artista?98

    Al hablar del contenido tico del socialismo, Maritegui siente la necesidad de diferenciarse de todo humanitarismo pequeoburgs. Es un pasaje muy importante, porque sirve para aclarar y limitar con precisin el sentido de aquellas acentuaciones voluntarias y vitalistas que hemos visto en el pensamiento del autor:

    El socialismo tico, pseudocristiano, que se trata anacrnicamente de oponer al socialismo marxista, puede ser un ejercicio ms o menos lrico e inocuo de una burguesa fatigada y decadente, mas no la teora de una clase que ha alcanzado su mayora de edad, superando los ms altos objetivos de la clase capitalista. El marxismo es totalmente extrao y contrario a estas mediocres especulaciones altruistas y filantrpicas. Los marxistas no creemos que la empresa de crear un nuevo orden social, superior al orden capitalista, incumba a una amorfa masa de parias y de oprimidos, guiada por evanglicos predicadores del bien. La energa revolucionaria del socialismo no se alimenta de compasin ni de envidia. En la lucha de clases, donde residen todos los elementos de lo sublime y heroico de su ascensin, el proletariado debe elevarse a una moral de productores , muy distante y distinta de la moral de esclavos , de que oficiosamente se empean en proveerlo sus gratuitos profesores de moral, horrorizados de su materialismo.99

    97 Ibid., pg. 24.98 Ibid., pg. 39 y 40.99 Ibid., pg. 60 y 61.

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  • Ms all de las conquistas prcticas en el terreno del anlisis poltico, la conclusin ideal de la reflexin de Maritegui sobre el marxismo podra resumirse en esta frase de la Defensa del marxismo:

    Lenin nos prueba, en la poltica prctica, con el testimonio irrecusable de una revolucin, que el marxismo es el nico medio de proseguir y superar a Marx.100

    10. La actitud de Maritegui hacia los intelectuales y los artistas representa otro episodio excepcional de su biografa poltica. La amplitud y la falta de prejuicios de su crtica, que no se separa nunca del rigor del anlisis, se deben sin duda alguna al influjo que tuvieron Trotsky y Lunacharski en su modo de acercarse a los problemas polticos de la cultura y del arte. Vase la simpata y la adhesin con que traza la figura de poltico-intelectual de Trotsky y con que expone sus teoras sobre el arte revolucionario,101 o bien el inters por el fervor vanguardista del arte ruso en el perodo en que Lunacharski diriga la poltica cultural del nuevo Estado sovitico:

    Los estadistas de la Rusia nueva no comparten las ilusiones de los artistas de vanguardia. No creen que la sociedad o la cultura proletarias puedan producir ya un arte propio. Mas este concepto no disminuye su inters por ayudar y estimular el trabajo impaciente de los artistas jvenes.102

    Pero Maritegui va ms all de la simple tolerancia, opta claramente por la libertad de la bsqueda intelectual y favorece con igual seguridad, en su praxis de organizador cultural, los movimientos y las expresiones de vanguardia. En las races de esta opcin estn la conciencia aguda de los daos provocados por la escisin entre la vanguardia poltica y la vanguardia cultural y la consiguiente negacin a avalar cualquier deformacin propagandista o populista de la literatura.

    Es Maritegui quien escribe uno de los primeros ensayos latinoamericanos sobre Joyce.103 quien sigue con agudeza excepcional la obra de Rilke, de Yesenin, de Breton, de Valle Incln, etc. Las pginas literarias de Amauta estn abiertas sobre todo a las voces ms nuevas de la literatura peruana y mundial. Pero siempre conserva su libertad de juicio con

    100 Ibid., pg. 105.101 La escena contempornea, pg. 92-6102 Ibid., pg. 99.103 El alma matinal, pg. 147-50.

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  • respecto a los varios movimientos de vanguardia. Si bien denuncia la muerte del realismo tradicional:

    La muerte del viejo realismo no ha perjudicado en absoluto el conocimiento de la realidad. Al contrario, lo ha facilitado. Nos ha liberado de dogmas y prejuicios que la trababan;104

    desmistifica, con igual dureza, la presuncin futurista:

    (...) falso, literario y artificial era el programa poltico del futurismo. Y ni siquiera poda llamarse legtimamente fu turista , ya que estaba saturado de sentim iento conservador, a pesar de su retrica revolucionaria.105

    11. El pensamiento de Maritegui ha conocido en los ltimos aos una fortuna renovada, sobre todo a raz del despertar poltico de la Amrica Latina. Es significativo que la Cuba socialista haya promovido una edicin popular de los Siete ensayos y que el debate sobre la experiencia de Maritegui se desenvuelva con ms intensidad donde ms viva es la lucha poltica.

    A los militantes latinoamericanos ofrece ante todo un ejemplo nico de unidad dialctica entre la especificidad nacional del anlisis y la perspectiva mundial: unidad que borra de un golpe las estriles polmicas entre cosmopolitas y nacionalistas, en las que se ha estancado por demasiado tiempo el debate poltico y cultural latinoamericano.

    En un sentido ms general, la obra de Maritegui se ofrece intacta a la reflexin de los lectores modernos en aquellas partes en que anticipa toda la problemtica del tercer mundo y viene a conectarse, a distancia de tantos aos, con las tesis de un Frantz Fanon.

    Ante el lector europeo, estos escritos se presentan con todo el encanto de la novedad y de la altura de pensamiento: y esperan de l aquella ponderada ubicacin crtica que no podr tardar en reconocer en el fundador del PC peruano a uno de los marxistas ms grandes de nuestro siglo.

    104 El artista y la poca, Lima, Biblioteca Amauta, 1959, pg. 23 y 24.105 Ibid., pg. 58.

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  • Siendo director general de Publicaciones Jos Dvalos se termin de imprimir en los talleres de Imprenta Madero, S. A.,

    Avena 102, M xico 13, D . F. en septiembre de 1979.Se tiraron 10,000 ejemplares.

  • TOMO IX:81. V c tor M assuh, HOSTOS Y EL POSITIVISM O HISPAN O AM ER IC AN O . 82. J. Natalicio Gonzlez, AM ERICA EN EL M U ND O DE AYER Y DE HOY. 83. Eduard Ka- mau B ra th w a ite , LA CRIOLLIZACION EN LAS AN TILLAS DE LENGUA INGLESA. 84. Jos de San M artin , PROCLAMAS. 85. Luis Cardoza y Aragn, G U ATEM ALA

    86. Jos Enrique Varona, C UBA CONTRA ESPAA, 87. Luis A lberto Snchez, EL PERUANO. 88. W aldo Frank, NECESITAMOS CREAR UN M U ND O NUEVO. 89. Leopoldo Zea, NEGRITUD E IN D IG EN ISM O . 90. M ariano Picn Salas, AM ER IC AS DESAVENIDAS.

    TOMO X:91. Daniel Rodrguez, LOS INTELECTUALES DEL IM PER IALIS M O NORTEAM ERICANO EN LA DECADA DE 1890. 92. A n tenor Orrego, LA CONFIGURACION HISTORICA DE LA CIRCUNSTANCIA AM ER IC ANA. 93. Ernesto Mays Vallenilla, EL PROBLEMA DE AM ERICA. 94. Bartolom M itre, LA ABDICACION DE SAN MARTIN.

    REC TO RDr. Guillerm o Sobern Acevedo S E C R E T A R IO G E N E R A L A C A D E M IC O Dr. Fernando Prez Correa S E C R E T A R IO G E N E R A L A D M IN IS T R A T IV OIng. Gerardo Ferrando BravoD IR E C T O R F A C U L T A D DE FILO SO F IA Y LETR A SDr. Abelardo VillegasCE N T R O DE E S T U D IO S L A T IN O A M E R IC A N O SDr. Leopoldo Zea.C O O R D IN A D O R DE H U M A N ID A D E SDr. Leonel Pereznieto CastroCEN T R O DE E S T U D IO S S O B R E LA U N IV E R S ID A DLic. Elena Jeannetti DvilaUNION DE U N IV E R S ID A D E S DE A M E R IC A LATIN ADr. Efrn C. del Pozo.