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I. ACERCA DEL CUERPO 1. Reflexión primera ¿Por qué, se nos podría preguntar, un artí- culo sobre el cuerpo? ¿No sería tal vez más apropiado escribir acerca de la sexualidad? Al fin y al cabo, ¿no es ella el objeto prioritario de nuestra reflexión?, 2 la sexualidad que a todos nos a-trae, nos pre-ocupa y nos lleva más allá y por encima de cualquiera otra con- sideración. Se nos podría, además, objetar que el cuerpo ha perdido interés -excepto para aquellas ciencias que se ocupan de lo pura- mente biológico-, pues pertenece al ámbito de la natural e inevitable condición orgánica; por MEMORIA, LOGOS Y METÁFORA DEL CUERPO Luis Martín-Peñasco de Merlo* La condición corpórea sexuada, modo y estructura fundamental de la existencia humana, nos aparece como la condición de posibilidad de la sexualidad: el cuerpo propio, como cuerpo vivido y modo de ser-en-el mundo, es el gran hallazgo del pensamiento contem- poráneo. Sin embargo, la memoria del cuerpo nos ofrece un cuerpo humano negado, ignorado, problematizado e instrumentalizado a lo largo de su construcción histórica, como consecuencia de las concepciones dualistas o reduccionistas del ser humano. Parecería, pues, necesario detenerse en una indagación que nos muestre la constitución del paradigma del cuerpo en los discursos de dos autores que, a primera vista, parecen ser la contrafigura el uno del otro: Platón y Nietzsche; la huida de este mundo y la nega- ción de la carne, de una parte; y la exigencia de fidelidad a la tierra, la valoración de la vida y la recuperación del cuerpo, de otra. Aunque, haciendo nuestra la sugerencia de N.O. Brown, quizá fuera mejor, ante la profanación del enigma del cuerpo y de la sexua- lidad que hoy vivimos, dejar que el cuerpo hable en silencio, para que se reencuentre de este modo en la palabra, la metáfora y la poesía. Palabras clave: Platón, Nietzsche, N.O. Brown, cuerpo propio, sexualidad MEMORY, LOGOS AND BODY METAPHOR. The condition of the sexed body, framework of human existence, appears to us as the prerequisite of the possibility of sexuality: the own body, as a lived body and as a way of being-in-the-world. This is the great conclusion of contemporary thought. Nevertheless, the body’s memory retrieves a body that has been, along its historical development, denied, ignored, considered a problem or an instrument, as a consequence of dualist or reducionist conceptions of the human being. It would appear necessary to undertake research to show the constitution of the body paradigm for two aut- hors: Plato and Nietzsche. They appear, initially, to have opposing ideas. On the one hand, the escape from this world and the denial of flesh; on the other hand, the requirement for fidelity to the earth, esteem for life, and recovery of the body. Though perhaps it would be better to follow a suggestion from N.O. Brown: given the profanation of the enigma of the body and sexuality experienced today, let us leave the body to speak silently, in order that it rediscovers itself through words, metaphor and poetry. Key words: Plato, Nietzsche, N.O. Brown, own body, sexuality * Profesor agregado de Filosofía. Profesor titular del Instituto de Sexología Ctra. de Galapagar 41, chalet 7, 28250 Torrelodones, Madrid, España Pesa un hechizo sobre nosotros, los espectros que hay en los libros, la autoridad del pasado; y exorcizar esos espectros es la gran obra de autoliberación mágica. 1 N. O. Brown

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I. ACERCA DEL CUERPO1. Reflexión primera¿Por qué, se nos podría preguntar, un artí-

culo sobre el cuerpo? ¿No sería tal vez másapropiado escribir acerca de la sexualidad? Alfin y al cabo, ¿no es ella el objeto prioritariode nuestra reflexión?,2 la sexualidad que a

todos nos a-trae, nos pre-ocupa y nos llevamás allá y por encima de cualquiera otra con-sideración. Se nos podría, además, objetar queel cuerpo ha perdido interés -excepto paraaquellas ciencias que se ocupan de lo pura-mente biológico-, pues pertenece al ámbito dela natural e inevitable condición orgánica; por

MEMORIA, LOGOS Y METÁFORA DEL CUERPOLuis Martín-Peñasco de Merlo*

La condición corpórea sexuada, modo y estructura fundamental de la existencia humana,nos aparece como la condición de posibilidad de la sexualidad: el cuerpo propio, comocuerpo vivido y modo de ser-en-el mundo, es el gran hallazgo del pensamiento contem-poráneo. Sin embargo, la memoria del cuerpo nos ofrece un cuerpo humano negado,ignorado, problematizado e instrumentalizado a lo largo de su construcción histórica,como consecuencia de las concepciones dualistas o reduccionistas del ser humano.Parecería, pues, necesario detenerse en una indagación que nos muestre la constitucióndel paradigma del cuerpo en los discursos de dos autores que, a primera vista, parecenser la contrafigura el uno del otro: Platón y Nietzsche; la huida de este mundo y la nega-ción de la carne, de una parte; y la exigencia de fidelidad a la tierra, la valoración de lavida y la recuperación del cuerpo, de otra. Aunque, haciendo nuestra la sugerencia deN.O. Brown, quizá fuera mejor, ante la profanación del enigma del cuerpo y de la sexua-lidad que hoy vivimos, dejar que el cuerpo hable en silencio, para que se reencuentre deeste modo en la palabra, la metáfora y la poesía.

Palabras clave: Platón, Nietzsche, N.O. Brown, cuerpo propio, sexualidad

MEMORY, LOGOS AND BODY METAPHOR. The condition of the sexed body, frameworkof human existence, appears to us as the prerequisite of the possibility of sexuality: the ownbody, as a lived body and as a way of being-in-the-world. This is the great conclusion ofcontemporary thought. Nevertheless, the body’s memory retrieves a body that has been,along its historical development, denied, ignored, considered a problem or an instrument,as a consequence of dualist or reducionist conceptions of the human being. It would appearnecessary to undertake research to show the constitution of the body paradigm for two aut-hors: Plato and Nietzsche. They appear, initially, to have opposing ideas. On the one hand,the escape from this world and the denial of flesh; on the other hand, the requirement forfidelity to the earth, esteem for life, and recovery of the body. Though perhaps it would bebetter to follow a suggestion from N.O. Brown: given the profanation of the enigma of thebody and sexuality experienced today, let us leave the body to speak silently, in order that itrediscovers itself through words, metaphor and poetry.

Key words: Plato, Nietzsche, N.O. Brown, own body, sexuality

* Profesor agregado de Filosofía. Profesor titular del Instituto de SexologíaCtra. de Galapagar 41, chalet 7, 28250 Torrelodones, Madrid, España

Pesa un hechizo sobre nosotros, los espectros que hay en los libros, la autoridad delpasado; y exorcizar esos espectros es la gran obra de autoliberación mágica.1

N. O. Brown

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tanto, lo que ahora nos debería interesar es laconstrucción humana y sociocultural de aque-llo que atribuimos al cuerpo. Sin embargo, apesar de todo, hemos preferido los riesgos deuna indagación que haga hablar al cuerpo, queacalle lo que sobre él se ha dicho y nos desve-le lo que se ha silenciado, a la embriaguez delos oportunismos sociales y alharacas cultura-listas. Deberemos, pues, especificar de quécuerpo hablamos, el porqué y la perspectivaen que nos situamos.

Notas, apuntes, otro discurso más; pala-bras y más palabras que, de una parte, debie-ran establecer posiciones, señalar objetivos ylímites, desvelar sentidos, recoger significa-ciones, expresar vivencias, denunciar contra-dicciones y desgarros; y, de otra, entreabrirpuertas, sugerir caminos y esbozar las condi-ciones que hagan posible un discurso cohe-rente sobre el cuerpo. ¿Notas para una arque-ología del cuerpo, para una historia del cuer-po humano? Podríamos esbozar una brevehistoria de sus representaciones conceptua-les; o, quizá mejor, narrar los modos deconstrucción del cuerpo, el que hemos ido, alo largo de su historia -de nuestra historia-construyendo y destruyendo; también -¿porqué no?- encararnos con el cuerpo vivido,existido y gozado, para poner de manifiestola contradicción entre el cuerpo como expe-riencia y el cuerpo como objeto de los másdiversos discursos. Aunque, pensándolobien, por qué no hacer nuestras las palabrasde Wittgenstein y callarnos; sí, permaneceren silencio, dejar que sea él quien hable;renunciar definitivamente a la tarea de arran-car al cuerpo sus secretos, de profanarlo consu divulgación; y, de este modo, constituiruna reflexión acerca del cuerpo desde elcuerpo mismo. ¿Sería posible, entonces, queel verbo se hiciera carne, que se identificaranlos ojos del espíritu con los del cuerpo, y queDios estuviese con nosotros, haciendo denuevo posible el entusiasmo?3

Entretanto, hagamos una primera acota-ción y señalemos algunos límites. El cuerpo yOccidente, el pensamiento griego clásico, la

cultura greco-latina y el cristianismo; raícesque han nutrido veinticinco siglos de historia,que explican lo que hemos sido y lo que esta-mos siendo; el despliegue del Logos en elespacio y en el tiempo. ¿La perspectiva epis-temológica?: la filosofía como modo de ser,como actitud de asombro y radical interroga-ción, como puesta en cuestión de lo dado,como constante disolución de apriorismos yfidelidad a las cosas; como actividad que sólotiene sentido si nos muestra de qué forma yhasta qué límites es posible pensar las cosasde manera diferente. Filosofía que, muchasveces, debe reencontrarse y reconciliarse conel mito, el símbolo, la metáfora y la poesía; yotras, permanecer en silencio.

2. Los avatares del cuerpo hasta la“resurrección de la carne”¿Adónde nos lleva nuestra memoria? ¿Qué

recuerdos guarda el cuerpo de la construcciónde sí mismo por el discurso de la razón? Loprimero que nos encontramos es una concep-ción instrumental del cuerpo, inevitable con-secuencia del dualismo antropológico que noscorroe y descoyunta desde hace siglos. Elcuerpo considerado como instrumento delalma, antagonista y enemiga suya, empeñadaen acaparar todo el protagonismo aun a costade arrojar el cuerpo a los abismos.Instrumento, pues, que nos sirve a veces; peroque otras, la mayoría, no es sino una cargapesada que nos entorpece, impuesta comonecesidad inevitable. El cuerpo, sepulcro oprisión del alma caída (orfismo, pitagóricos),que tiene necesidad de servirse de éltemporalmente. Platón continúa la tradición(vid. infra II, 1) y nos habla de la purificacióndel alma y del dominio que ésta, para reen-contrar su origen, debe ejercer sobre aquél.Alma prisionera de un cuerpo sumergido en lamateria y agitado por las pasiones, drama ycondición del ser humano caído (gnosti-cismo). Cuerpo, en fin, concebido como unreflejo del alma en el espejo de la materia(Plotino, neoplatonismo); alma que se dejaabsorber por el cuerpo que ella anima y del

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que se sirve, encerrada dentro de él.Aristóteles, desde un punto de partida diferen-te, suaviza y atenúa el dualismo, pero la con-cepción instrumental se mantiene: el hombrees una sustancia (ousía), compuesta de mate-ria (hýle) y de forma (morphe), el cuerpo es lamateria; el alma, la forma sustancial, actuali-zación que hace que el organismo sea actual-mente viviente y principio de toda actividaddel compuesto hilemórfico. El cuerpo es, porconsiguiente, el “instrumento natural” delalma, como lo es el hacha del cortar(Aristóteles, De an.). Más adelante, la filo-sofía medieval no va a variar sustancialmentede postura. Por otro lado, ni tan siquiera desdeuna perspectiva materialista (Epicuro,Hobbes, materialismos del siglo XIX), seabandonará la concepción del cuerpo comoinstrumento. Así pues, bien sea el alma laforma y razón del cuerpo, bien sea éste instru-mento de aquélla, el resultado será idéntico:un cuerpo dependiente del alma y condenadoa no poder hacer nada sin ella. Trágica esci-sión de lo visible y lo invisible, lo mortal y lodivino, lo perecedero y lo permanente, lo quepierde su identidad y lo que siempre la con-serva, la negación y la afirmación; el terriblerostro de la nada frente a la realidad imperece-dera, “polvo enamorado” de Quevedo frente alos anhelos platónicos del alma.

Superada la crisis del Renacimiento,Descartes inaugura un discurso nuevo de larazón, incapaz ésta de encontrar otra certezaque no sea su propia actividad, y un dualismoantropológico aún más radical que el del pen-samiento antiguo y medieval. La considera-ción del cuerpo no mejora y el ser humanosale perdiendo. Cierto que la concepcióninstrumental del cuerpo parece que se agota;empero, al pensar al hombre como un com-puesto de dos sustancias independientes, pen-samiento (res cogitans) y cuerpo (res exten-sa), éste, de instrumento del alma, pasará a serconsiderado como mecanismo o maquinariaautónoma: el hombre no es sino pensamiento,espíritu que usa el cuerpo.4 Nuevo punto devista, nuevo paradigma, un paso más en la

construcción de nuestra corporeidad; y, comosu más inmediata consecuencia, un nuevo pro-blema: ¿de qué modo el ser humano, realidadúnica e irreductible, se constituye a partir dela combinación de dos sustancias indepen-dientes? Dicho de una forma más escolar,¿cómo se comunican y cuál es la relaciónentre ambas sustancias? La puerta quedaba asíabierta de par en par a los reduccionismos detodo tipo.

El cuerpo, cruce de caminos, misteriosaintersección donde confluyen la vida y el pen-samiento, pasión y logos, Dionisos y Apolo;vida que se piensa, pensamiento que trata dereflejar la vida, objeto de reflexión y de pro-blematización de y desde sí mismo; y, desdesu misma toma de conciencia, enfrentado conel alma: ¿quién de los dos otorga al ser huma-no lo que como humano lo constituye másgenuinamente? Un primer reduccionismo: elreduccionismo espiritualista. De una parte, elcuerpo reducido a sustancia espiritual; el cuer-po como un conjunto de mónadas, como unagregado de sustancias espirituales, cuerpofísico como manifestación del cuerpo inteligi-ble (Leibniz). De otra, la reducción panteístade Spinoza, para quien el alma y el cuerpo noson sino manifestaciones de los dos atributosfundamentales, pensamiento y extensión, deuna única sustancia: Dios. ¿Cabe negaciónmás radical de nuestra condición corpórea?

Ya en el pasado siglo, al romanticismo eidealismo hegeliano debemos la concepcióndel cuerpo como signo del alma; la corporali-dad como exterioridad que no se representa así misma, sino al alma; el cuerpo es, por tanto,manifestación externa de aquélla. En el espiri-tualismo moderno y contemporáneo (Mainede Biran, H. Bergson, H. Lotze), en la doctri-na del paralelismo psicofísico (T. Fechner, W.Wundt) y en las concepciones del cuerpocomo conjunto de fenómenos expresivos,5

podemos percibir no pocos ecos de Leibniz,Spinoza y Hegel respectivamente. Por último,¿nos ofrece la auténtica realidad del cuerpo elreduccionismo de signo contrario, elreduccionismo materialista, en sus diferentes

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expresiones a lo largo de los siglos XVIII yXIX (La Mettrie, Holbach, K. Vogt, F. A.Lange)? La respuesta no es muy difícil dehallar si nos detenemos en la crisis delcientificismo mecanicista de finales del pasa-do siglo.

Hasta aquí, dualismo antropológico, con-cepción instrumentalista del cuerpo, reduccio-nismo espiritualista o reduccionismo materia-lista. En cualquiera de los casos, el cuerponegado, ignorado, problematizado e instru-mentalizado; empero, lo suficientemente tercocomo para levantarse una y otra vez, emergerde las profundidades del infierno e interrogar-nos, y forzarnos a una permanente puesta encuestión de su realidad y sentido; cuerpo que,como Nietzsche6 (vid. infra II, 2) subraya conironía, es lo bastante insolente para compor-tarse como si fuera real. ¿Existen otros modosde acercamiento al cuerpo que nos permitanaprehender su auténtico ser último y radical?Formulada de otro modo la pregunta: ¿quéotra clase de cuerpo nos podemos dar?

Habrá que esperar a la segunda mitad delsiglo XIX para que el cuerpo comience a serconsiderado como algo más que objeto o ins-trumento de la razón o de la voluntad. Estenuevo tratamiento del cuerpo es, primeramente,el resultado de la crítica al idealismo hegeliano(L. Feuerbach, A. Schopenhauer, entre otros) yla consiguiente quiebra de la razón; y, más ade-lante, de la reacción contra los excesos delcientificismo positivista por parte de lascorrientes vitalistas (F. Nietzsche, H. Bergson)e historicistas que marcan la transición a nues-tro siglo. En efecto, la naturaleza como lo realsensible, la vida como realidad radical, lo histó-rico y lo biográfico como constitutivos esencia-les del ser humano, la valoración del conoci-miento intuitivo frente a la razón y la exalta-ción de las potencias oscuras e irracionales sonahora objeto del pensamiento. No es deextrañar, por tanto, que fuera en este contextodonde se gestara una nueva visión del hombremás atenida a lo que realmente es y, con ella,un sentido nuevo y una valoración diferente del

cuerpo humano (L. Feuerbach y F. Nietzsche,entre los más relevantes).

Será en nuestro siglo cuando el discursofilosófico -gracias a la fértil influencia delpensamiento y, sobre todo, del método feno-menológico de E. Husserl, y con mayor omenor proximidad al vitalismo, historicismo,existencialismo, personalismo, etc.- comiencea construir una concepción del ser humanoque, salvando los individuales matices y dife-rencias, tendrá como común denominador laconsideración del cuerpo como modo de servivido o como forma experiencia que, junto aotros modos de ser o experiencias, posee unascaracterísticas específicas e irreductibles. DeE. Husserl a P. Laín Entralgo, casi un siglo;entre medias, M. Scheller, J. P. Sartre, J.Ortega y Gasset, G. Marcel, M. Merleau-Ponty, P. Ricoeur, E. Levinas, X. Zubiri, J.Marías... Como señala el propio LaínEntralgo,7 “el camino hacia la adecuada valo-ración intelectual de la experiencia del cuer-po propio quedaba así abierto.” La utilizacióndel método fenomenológico como instrumen-to de análisis y descripción del cuerpo huma-no nos irá desvelando el extracuerpo y elintracuerpo (Ortega), la existencia encarnada(Marcel), el cuerpo humano como ser-para-síy como ser-para-otro (Sartre); el cuerpo-suje-to, en diálogo con el mundo y con los demás,portador de intencionalidad, expresión ysignificación, presencia y realidad del hombreen el mundo y cuerpo sexuado (Merleau-Ponty); el yo: mi cuerpo o mi cuerpo: yo(Laín Entralgo); y otras muchas categoríasfilosóficas imprescindibles para la constitu-ción de un nuevo paradigma del ser humano,su cuerpo y, no lo olvidemos, su sexualidad.¿”La resurrección de la carne” en nuestrosiglo?8

3. Segunda reflexiónTal vez no fuera ocioso a estas alturas

recordar que hablamos del cuerpo humano.Realidad sobre la que se ha ido configurandoun saber (esbozado apenas en estas páginas),saber del que es imposible desvincular el

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paradigma de hombre que lo sustenta, ya quelo condiciona necesariamente y nos ofrece laclave del modo en que los seres humanos,mujeres y hombres, se han ido reconociendocomo sujetos de una sexualidad que han vivi-do condicionados por él. Permítasenos haceralgunas puntualizaciones.

Cualquier discurso que se quiera construirsobre la sexualidad exige como tarea previaineludible encarar la realidad del cuerpo.Dicho de otra manera, el cuerpo humano senos muestra como el punto de partida necesa-rio de cualquier reflexión sexológica rigurosay radical. Parece obvio. No obstante, no vaya-mos tan deprisa y reparemos bien en el sintag-ma ‘cuerpo humano’, nombre y adjetivo conun sentido unitario. El adjetivo ‘humano’ esespecificativo y, en el sintagma, selecciona elnombre ‘cuerpo’, para diferenciarlo y particu-larizarlo de entre otras realidades llamadascuerpo. Esta es su función. Sin embargo, espreciso que reparemos en que, con demasiadafrecuencia, nuestra atención se posa sólosobre el nombre, desdibujándose y pasando asegundo término el adjetivo, como si se pro-dujese un desplazamiento de la función espe-cificativa del adjetivo hacia esa otra funciónsuya, explicativa o puramente ornamental. Deeste modo, se diluye, como si nada tuvieraque ver con él, el profundo y auténtico sentidodel cuerpo: lo humano, cuerpo de mujer, cuer-po de hombre. ¿Una mala pasada de nuestraconcepción dualista aún no superada?¿Polisemia excesiva del término ‘cuerpo’, quecontamina y dificulta precisar su significadoa pesar de la adjetivación?9

Es preciso, pues, descartar unos significa-dos y precisar otros. No hablamos del cuerpocomo cosa, cuerpo objeto; tampoco del cuerpoentre otros cuerpos, cuerpo vivo o muerto; nidel cuerpo instrumento del alma o de lavoluntad, reducido a espíritu o a materia.Hablamos de esa otra realidad denominada enel pensamiento contemporáneo cuerpopropio.10 Expresión que significa un modo depertenencia o de apropiación, de tal modoíntimo, que no es posible disociar el cuerpo de

su “poseedor”, y es asimismo imposible pen-sar tal relación en términos de “tener”. No setrata, por tanto, del cuerpo-objeto, construido,aprehendido y estudiado por la biología, lamedicina, la psicología, la filosofía, etc.; sinode mi cuerpo, de mi “yo mismo”; del cuerpovivido, del cuerpo existido; cuerpo que consti-tuye mi modo de “ser-en-el mundo”, funda-mento de mi limitación y de apertura; “cuer-po-sujeto”, en diálogo con el mundo y con losdemás.

Es desde esta perspectiva como el cuerpose nos revela y manifiesta como condición denuestra existencia, lo que significa que ésta nopuede acontecer sino corporalmente. De estemodo, el cuerpo se identifica con la subjetivi-dad, se constituye como sujeto; y ser humano,cuerpo y sujeto se identifican. Somos cuerpo,cuerpo dotado de poder de expresión y de sig-nificación, dotado de intencionalidad.Cualquier reflexión que pretenda acercarse ala realidad humana en su ultimidad y radicali-dad no tiene más remedio que partir de la pro-funda unidad del hombre. Si además, comoocurre en nuestro caso, la reflexión se endere-za al desvelamiento de la sexualidad, el cuer-po humano se nos muestra como exigenciafundante de dicha reflexión por la sencillarazón, ya señalada más arriba, de que éste esla condición de posibilidad de aquélla.

Hemos afirmado que el cuerpo humano esla condición de posibilidad de la sexualidad.Hemos dado otro paso. ¿La realidad corporalse hace más compleja y se enriquece? Cierto.¿En virtud de qué? No es difícil darse cuenta:porque todo aquello que se nos manifiestacomo fenómeno humano, no sólo se nos des-vela como nuestra instalación corpórea en elmundo,11 sino que, inmediata e inseparable-mente, intuimos la condición sexuada delcuerpo como estructura originaria y funda-mental de la existencia. Sexuación que, comobiografía de nuestra carne, nos constituye ennuestro dentro y en nuestro fuera como dis-yunción que fundamenta nuestra identidad enla diferencia, constituyéndonos en sujetos yobjetos de deseo de la caricia y del abrazo.

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Somos cuerpo, cuerpo sexuado en masculinoo en femenino, varones o mujeres, límite yposibilidad.

Nuestro modo de existir es corpóreo ysexuado; como sexuados nos vivimos, nossentimos y nos reclamamos recíprocamentepara reconocernos en nuestra especificidad.¿Podemos ahora entender mejor lo dicho másarriba sobre el cuerpo y la sexualidad? Demosun paso más y abordemos otra categoría: lasexualidad. Sexualidad, dimensión que E.Amezúa12 define como “un modo, una mane-ra, una forma de ser, de vivir en masculino oen femenino.” Sexualidad, vivencia de nuestracondición sexuada, que hunde sus raíces yadquiere su auténtica dimensión como valor ytoda su significación existencial en nuestrocuerpo; sexualidad que se nos revela comoestructura de nuestra existencia y que nosatraviesa y empapa hasta el hondón másrecóndito de nuestro existir y de nuestro ser;sexualidad, en suma y sobre todo, que nosabre a la dimensión del sentido y del misterio.Ella nos sitúa en el ámbito de la menesterosi-dad y del deseo; nos desvela los inquietantesespacios de la alteridad, de la donación, de laternura, del abrazo, de la caricia y del placer;ella, la sexualidad, nos conduce al gesto, a laseducción de la mirada, a la palabra muda, ala embriaguez y enigma del encuentro: pre-sencia donde la carne (el cuerpo) se haceverbo (en las caricias) y el verbo (logos) notiene más remedio, si quiere decir algo, queencarnarse.

Al comienzo de este artículo, nos preguntá-bamos por qué el cuerpo más bien que lasexualidad, ahora quizá se nos comprendamejor: porque nuestra condición corpórea ysexuada, como modo y estructura fundamentalde la existencia humana, es su condición deposibilidad. El cuerpo es, por tanto, el manan-tial de donde brota el deseo y la raíz donde senutre el gozo del encuentro. Debemos, portanto, aprender a escucharle, pues “lo que siem-pre está hablando en silencio -nos advierteBrown13- es el cuerpo” (vid. infra III, 2).

Sin embargo, nosotros sabemos bien queel cuerpo no siempre ha hablado ni habla de lamisma manera, que se le ha amordazado y quehemos hablado en su nombre. También sabe-mos que el horizonte de la sexualidad dependedel punto de partida: del cuerpo que seamoscapaces de darnos. Y tampoco se nos ocultacuán lejos está aún el cuerpo de constituirseen la fértil matriz donde anide el eros que nostienda hacia el otro. Conocemos las dificulta-des para que la sexualidad sea radical y realexpresión gozosa de la carne, expresión alegredel íntimo y misterioso placer de la miradaque nos acoge y de la caricia que nos estreme-ce. Anhelamos el don del beso y del cuerpoofrecido para reconciliarnos con lo más arca-no de la tierra, para fundirnos en lo vital cós-mico; nos buscamos para, en la ternura, en lasacralidad y en el temblor de la sexualidad,reconocer la indigencia y finitud del otrocomo nuestras. Por todo ello, no debemosolvidar las desnaturalizaciones del cuerpo yde la sexualidad: la errancia, “la caída en lainsignificancia”,14 la genitalización compulsi-va, la reducción metonímica degradante, lapatologización de los matices, la desvaloriza-ción del cuerpo como objeto y la desazón delremordimiento.

Hurguemos, pues, en la historia; interro-guémosla y reconstruyamos con paciencia yminuciosidad de arqueólogos las construccio-nes y constituciones del cuerpo, las significa-ciones y sentidos que le han sido otorgados.La pregunta, previa a una interrogación rigu-rosa sobre nuestra sexualidad, podría ser esta:¿cómo nos hemos ido constituyendo comocuerpos de deseo, deseantes y deseados? ¿Apartir de qué discursos? La trascendencia y lasignificación de los nombres elegidos nos exi-men de cualquier justificación: Platón y F.Nietzsche.

II. PLATÓN Y NIETZSCHE: ¿DE LAPÉRDIDA AL REENCUENTRO DELCUERPO?Del siglo IV a. de C. al último cuarto del

siglo XIX, del mundo de las ideas a la fideli-

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dad a la tierra, del logos a la quiebra de larazón. Platón parece como si siempre noshubiera hablado desde el alma y contra elcuerpo; Nietzsche, desde el propio cuerpo ypara el cuerpo. ¿Ha sido así? Veintitrés siglosde discursos sobre el cuerpo, de constituciónde la corporeidad; construyendo y destruyen-do, pensando, viviendo y blasfemando contrael cuerpo. Y no podemos evitar la pregunta:¿se debe a Platón la constitución de un para-digma del cuerpo humano que supone el ini-cio de la pérdida del mismo?; ¿representa, porel contrario, Nietzsche el comienzo de sureencuentro?

1. Platón, una estupenda excusa para lanegación del cuerpoPlatón, de una parte, autor de la más aca-

bada construcción dualista del mundo, delconocimiento y del hombre; “culpable”, portanto, de toda calumnia contra el cuerpo ycontra la sexualidad. De otra, conocedor comonadie de la fuerza demoníaca del eros y de labelleza (incluida la de los cuerpos), desenca-denante del deseo que nos impulsa hacia elotro. Mucho se ha escrito sobre él y muchoshan acudido a su pensamiento, fruto nuncaacabado de toda una vida de dialéctica filosó-fica, en busca de la clarividencia, el rigor y laseducción que a sus doctrinas religiosas ofilosóficas les faltaba. No nos puede extrañar,pues, que entre tantas lecturas, muchas loadulteren y nos ofrezcan una visión sesgada einteresada, sobre todo, de lo que aquí nos con-voca: su antropología, en favor del alma ycontra el cuerpo. Sin embargo, abrigamosserias sospechas de que las cosas no son tansimples.

Es preciso volver a leerlo, buscar una vezmás en sus diálogos, ensayar una nueva her-menéutica limpia de prejuicios y devolverle lapalabra. Una primera constatación: su teoríasobre el cuerpo dista mucho de ser uniforme,acabada y definitiva, sino que más bien pre-senta todos los rasgos de ser una búsquedaque, sin duda, dejó sin concluir; otra segunda,que no deja de ser significativa, gran parte de

la construcción platónica del cuerpo no essino una especie de contrafigura del alma.Volveremos sobre esta idea.

a. Fedón, el alma es inmortal gracias aque el cuerpo muereSin duda, junto con el Banquete, la

República y el Fedro, es el Fedón15 uno de losdiálogos más leídos. No es de extrañar, puesen ellos encontramos a un Platón en plenamadurez literaria y filosófica. Sin embargo,como tendremos ocasión de comprobar, es eneste diálogo donde de manera más radical semanifiesta el dualismo entre el alma y el cuer-po y donde la actitud hacia este último es máshostil. El argumento que enmarca la reflexiónfilosófica es muy simple y, al mismo tiempo,cargado de dramatismo: Sócrates, condenadoa muerte, consume las últimas horas de suvida conversando serenamente en la prisióncon sus amigos y discípulos acerca de lainmortalidad del alma. Conversación que,aunque justifica sobradamente el subtítulo quela Antigüedad otorgó a la obra, Sobre el alma,no agota su complejidad y riqueza temática.Cierto que gran parte del diálogo se ocupa depresentar argumentos en favor de la inmortali-dad del alma; sin embargo, la formulación delideal de vida del filósofo, la teoría de lasideas, el conocimiento, el alma y, lo que anosotros más nos interesa, una teoría sobre elcuerpo son los problemas que se debaten en laobra. Ocupémonos, pues, de este último.

Desde el primer momento, algo nosextraña y llama la atención: la actitud deSócrates ante la muerte. En efecto, no haymiedo, ni tristeza, ni angustia; sino serenidady alegría. Su alma inmortal se va a separar desu cuerpo corruptible, liberación para la queél, ejemplo vivo del quehacer filosófico, se hapreparado durante toda su vida. ¿Qué mejorque pasar sus últimos momentos reflexionan-do acerca de la muerte y exponer los motivospor los que se muestra sereno y confiado? Laesperanza en la inmortalidad del alma resta asídramatismo a su inevitable y próxima muerte.Sócrates abriga, pues, “la esperanza de que

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hay algo reservado a los muertos, y... muchomejor para los buenos que para los malos”(63c) y, además, “de que en el otro mundo vaa conseguir los mayores bienes, una vez queacaben sus días” (64a); allí, en el Hades,podrá, sin el lastre del cuerpo, consagrarse ala actividad suprema de todo filósofo, que notiene otra aspiración que alcanzar lo que ver-daderamente es (65c).

Hemos hablado del cuerpo corruptible.¿Cuál es, pues, el sentido de cuerpo que nosotorga el Fedón? Platón, haciendo suya latradición órfica y pitagórica, había ya califi-cado al cuerpo de tumba del alma (sôma-sêma).16 El cuerpo es prisión (phrourá) yrecipiente sensorial del alma; mortal, perece-dero, terrenal, impuro y corruptible, es ins-trumento de aquélla a la que debe someterse.Fuente de apetitos y pasiones, y de los erro-res del conocimiento sensible; mal que con-tamina el alma, motivo de constantes preocu-paciones, nos aflige con sus enfermedades,nos perturba e impide el acceso a la verdad(66a-b). Además, “nos llena de amores, dedeseos, de temores... Guerras, revoluciones yluchas nadie las causa, sino el cuerpo y susdeseos” (66c); nos esclaviza con sus cuida-dos, nos intranquiliza y nos molesta. Es,pues, necesario que, si queremos saber, siqueremos contemplar la verdad, nosdesembaracemos de él, pues “mientras este-mos con vida, más cerca estaremos del cono-cer... si en todo lo posible no tenemos ningúntrato ni comercio con el cuerpo... ni nos con-taminamos de su naturaleza... hasta que ladivinidad nos libre de él” (67a-b). En conse-cuencia, el filósofo debe desvincular su almadel cuerpo, pues éste es un obstáculo para laadquisición de la sabiduría. Ni siquiera lossentidos como la vista y el oído son dignosde crédito. El alma sólo alcanza la verdadcuando nada que tenga que ver con el cuerpo(sentidos, placeres, etc.) la perturba y sequeda a solas consigo misma. Sólo usando lainteligencia pura en sí misma, se puedealcanzar la realidad de las cosas, lo que ellasrealmente son (65a-66a).

¿Qué es, por el contrario, el alma?17 Elalma (psyche) es lo racional, lo espiritual, lovital, la parte noble del ser humano; divina,invisible, inmortal y pura, por ella conocemoslo que realmente es. Posee una especial afini-dad con el mundo de las Ideas, ámbito de loen sí y de lo imperecedero. Es en el hombre lomás semejante a lo divino y por ello debegobernar el cuerpo. Ahora, ya podemos hablarde la muerte.

La muerte, que tan serenamente esperaSócrates, para Platón no es sino la separacióndel alma del cuerpo. Consiste en que cada unade las partes que forman el ser humano vivo,cuerpo y alma, queda separada y sola en símisma (64c); más todavía, la muerte es unaliberación, el desligamiento del alma de laatadura del cuerpo (67d). ¿Qué ocurre des-pués? ¿Cuál es el destino que les espera aambos? El cuerpo, por su semejanza con lomortal, se corrompe, se disuelve y se descom-pone, volviendo a la materia cósmica; por elcontrario, el alma, semejante a lo divino, “sise separa del cuerpo en estado de pureza, noarrastra consigo nada de él, dado el que, porsu voluntad, no ha tenido ningún comerciocon él a lo largo de su vida” (80e); es decir, siha llegado purificada, irá al Hades, “a lo quees semejante a ella, a lo invisible, divino,inmortal y sabio” (81a), liberada de las pasio-nes y del extravío de lo humano. Ahora bien:

-Pero en el caso... de que se libere delcuerpo manchada e impura, por tener con élcontinuo trato, cuidarle y amarle, hechizadapor él y por las pasiones y placeres, hasta elpunto de no considerar que exista otra verdadque lo corporal, que aquello que se puedetocar y ver, beber y comer, o servirse de ellopara gozo del amor [García Gual traduce “uti-lizar para los placeres del sexo”],18 en tantoque aquello que es... inteligible..., está acos-tumbrada a odiarlo, temerlo y rehuirlo; unalma que en tal estado se encuentre, ¿... sesepara del cuerpo... sin estar contaminada?

-En lo más mínimo -respondió.-¿Sepárase... dislocada por el elemento

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corporal, que el trato y la compañía del cuer-po hicieron connatural a ella, debido al conti-nuo estar juntos? ...

- Exacto.-Más a éste... preciso es considerarle

pesado, agobiante, terrestre y visible. Altenerlo, pues, un alma de esa índole es entor-pecida y arrastrada de nuevo al lugar visi-ble... y da vueltas alrededor de... sepulturas ...

-Es verosímil, Sócrates.-Es verosímil... que no sean esas almas las

de los buenos, sino las de los malos... Y andanerrantes hasta el momento en que, por eldeseo que siente su acompañante, el elementocorporal, son atadas a un cuerpo (81a-e).

La cita es extensa; sin embargo, ¿no com-prendemos mejor ahora la actitud deSócrates? En efecto, la muerte no es un malque debamos temer, sino un bien al que elfilósofo aspira.19 La vida del auténtico filóso-fo es un proceso de ascesis (askesis) y de puri-ficación de lo corpóreo. No debe, pues,preocuparse por los placeres y cuidados delcuerpo (comida, bebida, sexo, embellecimien-to, etc.), sino atender al bien de su alma y per-seguir la verdad con el pensamiento: su exis-tencia es una preparación para la muerte; unapurificación para que el alma alcance su desti-no en el más allá, donde podrá contemplar laverdad. La existencia ideal consiste, pues, enacostumbrarse a vivir al margen del cuerpo.

El filósofo, su cuerpo, el alma y la muer-te (o su muerte, la del filósofo, Sócrates)han desfilado ante nosotros. ¿Quién de elloses el auténtico protagonista del diálogo?¿La inmortalidad del alma o la condiciónmortal del cuerpo humano? Inmediata-mente, acude a nosotros una palabra:‘hostilidad’, palabra ausente como signifi-cante, pero presente como significado;como una atmósfera que envuelve la mayorparte del diálogo, como una actitud en todaslas referencias al cuerpo. ¿Cuál es la razónde esta actitud hostil hacia el cuerpo y quésentido tiene en el conjunto del pensamientoplatónico?

P. Laín20 anota esta actitud de hostilidaden contraste con la descripción más objetiva ycientífica del cuerpo en el Timeo, diálogo desenectud, señalando que tal actitud se debe,sobre todo, a su idea de la inmortalidad delalma. Por su parte, García Gual,21 anotandolas observaciones de G. M. M. Grube, alude aesta violenta contraposición entre alma ycuerpo, pero con acierto subraya que ésta esmás un punto de partida por parte de Platónque una elaboración propia. En efecto, nuestrofilósofo parte de una concepción, admitida porlos interlocutores de Sócrates, que procede dela tradición orficopitagórica, y a Platón lo querealmente le interesa en este diálogo es probarla inmortalidad del alma, concebida como loopuesto al cuerpo corruptible. L. Robin22 haseñalado también cómo la concepción platóni-ca tiene en este diálogo la impronta del asce-tismo orficopitagórico, y cómo todo el Fedónno es sino una reflexión sobre la muerte en laque se busca un motivo de esperanza median-te la demostración racional de la inmortalidaddel alma.

Todo parece apuntar, pues, a que más queuna teoría contra el cuerpo, éste aparece comola contrafigura del alma, que es en definitivala que importa: ella y la demostración de suinmortalidad. El Fedón, si se acepta esta hipó-tesis, aparece tan sólo como una simple etapa-o, si se prefiere, como una más de las dife-rentes concepciones- que Platón mantuvo enel tratamiento del problema del alma y, comoconsecuencia, del cuerpo. Sigamos leyendo ycomparemos. Veremos cómo la consideracióndel cuerpo es ahora bien diferente y, en apa-riencia, contradictoria.

b. Banquete y Fedro, la belleza de uncuerpoSi en el Fedón nos encontrábamos a

Sócrates de cara a la muerte, ahora nos loencontramos de cara al amor, a la vida.Hallamos en el Banquete un nuevo discurso,un duelo de discursos (agon lógon), sobre elamor y, por tanto, sobre el cuerpo. Discursossobre el amor (erotikoì lógoi), cuya principal

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y más importante doctrina sobre el cuerpo nosllega como un eco lejano, divino y misterioso:de una sacerdotisa, Diotima; y, de boca enboca, de Sócrates a los comensales, de éstos aPlatón, y de Platón a nosotros.

¿Qué nos desvela sobre el cuerpo y sobreel amor la misteriosa sacerdotisa deMantinea? Oigamos, antes de escucharla, loque sobre el cuerpo nos dicen dos personajesdel diálogo, Pausanias y Aristófanes.

El primero establece una distinción entredos Eros, basada en la existencia de dosAfroditas, celeste la una y vulgar la otra. ElEros popular prefiere los placeres del cuerpo,sin distinguir entre mujer o varón y sin aten-der al modo de satisfacerse; el Eros celeste, encambio, se dirige al alma y su fin es el perfec-cionamiento moral e intelectual de los aman-tes, justificándose así la relación homosexual(380d-381d). Hay, pues, dos clases de deseo(éros): uno hacia el cuerpo, homosexual oheterosexual; el otro pone mayor interés en elalma que en el cuerpo (pero no lo excluye) yes sólo homosexual. Ahora bien, la bondad omaldad del deseo no estriba en el objeto delmismo, sino en el modo de llevarse a cabo, sies temperante o intemperante, pues lo malo“es el amor con el que aman los hombresordinarios... con vistas sólo a conseguir supropósito, despreocupándose de si la manerade hacerlo es bella o no” (181b).

Por su parte, Aristófanes relata un mito.No eran dos, como ahora -nos dice-, los sexosde las personas, sino tres: masculino, femeni-no y el andrógino, que participaba de ambos.Las personas tenían forma redonda, con laespalda y los costados en círculo; tenían cua-tro manos, cuatro pies, una sola cabeza condos rostros iguales, situados en direcciónopuesta, sobre un cuello circular, cuatro orejasy dos órganos sexuales (189c-190a). Por cons-pirar contra los dioses, cada individuo fue cor-tado en dos mitades. Por esta razón:

Una vez que fue seccionada en dos laforma original,... añorando cada uno su pro-pia mitad... y entrelazándose unos con

otros,... morían de hambre por no quererhacer nada separados unos de otros...Compadeciéndose entonces Zeus,... cambióhacia la parte frontal sus órganos genitales yconsiguió que mediante éstos tuviera lugar lageneración... a través de lo masculino en lofemenino, para que si en el abrazo se encon-traba hombre con mujer, engendraran,... perosi se encontraba varón con varón, hubiera...satisfacción de su contacto... Desde hacetanto tiempo... es el amor de los unos a losotros innato en los hombres y restaurador dela antigua naturaleza (191a-d).

Esta es la razón de que busquemos la otramitad. Así, los individuos mitad del andróginobuscan a los del otro sexo; las mujeres mitadde mujer, a las mujeres; y los hombres mitadde hombres, a los hombres (191d-e). Y justa-mente en esta búsqueda consiste el deseoamoroso (éros): el anhelo de una originariaunidad perdida y rota, que se restituye en elencuentro amoroso y en el abrazo de los cuer-pos. Ciertamente, el origen de la sexualidad esuna falta; sin embargo, el deseo, tantoheterosexual como homosexual, se muestracomo algo natural -biológico en su fundamen-to-, a causa de la primitiva y originaria natura-leza humana. La atracción por uno u otro sexoy la sensación de plenitud del abrazo sexualquedan, por tanto, perfectamente explicadas,porque “amor es... el nombre para el deseo ypersecución de esta integridad” (192e).

Ya en pleno discurso de Sócrates, el cuer-po y su belleza se nos presenta ligado al deseo(éros) amoroso. En efecto, el amor es deseode posesión de las cosas buenas y bellas; peroes un deseo especial, es deseo de “procrea-ción en la belleza, tanto según el cuerpo comosegún el alma” (206b). Ahora bien, este deseode procrear es, por un lado, un ansia deinmortalización, de perpetuación de toda natu-raleza mortal, de renovación de la vida en otroser, renovación de la carne e instinto deconservación de la especie; por otro, perpetua-ción espiritual en la fama y gloria de las gran-des obras morales, artísticas y legales. El

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amor es así deseo de perpetuación de la vida,tanto del cuerpo como espiritual (207a y ss.).Pero hay más, la iniciación correcta en losmisterios del amor exige:

Que quien quiera ir por el recto camino...comience... a dirigirse hacia los cuerposbellos Y... enamorarse en primer lugar de unsolo cuerpo y engendrar en él bellos razona-mientos; luego debe comprender que la belle-za que hay en cualquier cuerpo es afín a laque hay en otro y que... es una gran necedadno considerar una y la misma la belleza quehay en todos los cuerpos [nótese que Platónconsidera la belleza corporal como propedéu-tica para contemplar la auténtica belleza]. Unavez que haya comprendido esto, debe hacerseamante de todos los cuerpos bellos [el subra-yado es nuestro] (210a-b).

Luego, la belleza de las almas; después, labelleza de las normas morales y de las cien-cias; por último, podrá ascender hasta contem-plar la “belleza en sí”, belleza en la que todaslas cosas bellas participan. Pero a nosotros, demomento, no nos interesa el último peldañode la ascensión, sino el primero: el cuerpo. Elcuerpo es, en efecto, el punto de partida deldeseo, deseo sexual, deseo de inmortalidadcorporal, y raíz del deseo de inmortalidadespiritual; éste tan afín a la naturaleza humanacomo aquel.

Veamos, para terminar, el Fedro. Elsegundo discurso de Sócrates es, sin dudaalguna, uno de los más hermosos tratados quese han escrito sobre el deseo y la pasión amo-rosa. Platón completa en él la teoría del amorexpuesta en el Banquete, y también aquí apa-rece el cuerpo, la belleza corporal, comodesencadenante imprescindible del deseoamoroso. El deseo amoroso es un delirio, unalocura otorgada por los dioses, la más sublimede todas, fuente de los mayores bienes, tantopara el amante como para el amado (245b). Espreciso, sin embargo, conocer antes el origeny naturaleza del alma, sus pasiones y apetitos,el porqué de su caída y de su encarnación en

un cuerpo, y su destino. El alma caída, encar-nada en un cuerpo, aprehende la belleza de lascosas sensibles, imagen de la belleza en sí,por medio del más claro de nuestros sentidos,la vista; si bien con ella no podemos contem-plar la sabiduría pues sería difícil de soportarya que “nos procuraría terribles amores”(250d), pero sí podemos contemplar el reflejode la belleza en sí en el bello rostro de un her-moso mancebo que hará que el deseo sedespierte. El alma siente entonces un escalo-frío, suda y se acalora; y, al contemplar con lavista la belleza, le comienzan a crecer las alas.Siente irritación, prurito, bulle, se inquieta ysiente cosquilleos, pero “si pone los ojos en labelleza del muchacho y recibe de allí partícu-las que vienen fluyendo -que por eso se lla-man ‘río de deseos’-, se empapa y calienta yse le acaban las penas y se llena de gozo”(251c). Sufre al separarse de él y se alegra alrecordar su belleza. Corre en su búsqueda,impulsado (el amante) por la añoranza y alverle y encauzar el deseo obtiene el más dulceplacer. No consentirá ser abandonada (el almadel amante) ni que nada se le interponga,olvidándose de todos, estará dispuesta a ser suesclava: “A esta pasión... llaman los hombresamor” [el subrayado es nuestro] (252b).

Nos queda la descripción de la conquistadel amado (erómenos) por el amante (erastés).“Cuando el auriga [recuérdese la alegoría enla que se compara el alma a una biga tiradapor dos corceles, noble uno e indómito elotro] viendo el semblante amado, siente uncalor que recorre toda el alma, llenándose decosquilleo y de los aguijones del deseo”(253e), se entabla una lucha entre los corcelesdócil e indómito, cuyo resultado dependerádel mayor o menor tiempo que las almas con-templaron el mundo de las ideas. Si fue porpoco tiempo, el caballo negro “se lanza, enimpetuoso salto, poniendo en toda clase deaprietos al que con él va uncido y al auriga, yles fuerza a ir hacia el amado y traerle a lamemoria los goces de Afrodita” (254a). Sinembargo, los que están mejor iniciados en lacontemplación de la belleza resisten, y luchan

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corcel dócil y auriga, comportándose con elamado con respeto y veneración. Nace en ésteun sentimiento que al principio cree que esamistad, pero no es sino amor, y “cuandovaya pasando el tiempo de ese modo, y setoquen los cuerpos en los gimnasios y enotros lugares públicos, entonces ya aquellafuente que mana, a la que Zeus llamó‘deseo’... inunda caudalosamente al amante”(255bc). Así, como si de un eco se tratase, “elmanantial de la belleza vuelve al bellomuchacho, a través de los ojos, camino natu-ral del alma que, al recibirlo,... llena... deamor el alma del amado” (255c). Ahora se dacuenta de que ama, aunque no sabe qué ni escapaz de expresarlo; sabe, eso sí, que gozacon la presencia del amante y sufre con suausencia y “ansía... ver, tocar, besar y acos-tarse a su lado” [el subrayado es nuestro](255e). Está dispuesto a hacer lo que el aman-te desee. Lo que suceda dependerá de que enla pareja predomine la mejor o peor parte delalma. Si vence la mejor parte, sus vidas seordenarán en el amor a la sabiduría; y, almorir, sus almas regresarán al cortejo de losdioses, sin tener que reencarnarse de nuevo.Sin embargo, si eligen “un modo de vidamenos noble,... bien podría ocurrir que... loscaballos desenfrenados de ambos, cogiendode improviso a las almas, las lleven juntamen-te allí donde se elige y se cumple lo que elvulgo considera la más feliz conquista”(256c). A pesar de todo, esta pareja al morir,si bien no recibe las mismas recompensas quela otra, “no es pequeño el trofeo que su locu-ra amorosa les aporta” [el subrayado esnuestro] (256d), ya que, aunque emigran delcuerpo sin alas, no descienden al Hades yesperan juntas a recuperar las alas perdidas.

Así, pues, el amor como delirio, la percep-ción de la belleza del mundo sensible a travésde la vista -el más fino de nuestros sentidos-;la belleza del cuerpo, reflejo en este mundo dela belleza en sí y desencadenante de deseo, yel flujo de pasión que inunda al amado y alamante; la añoranza y búsqueda de los cuer-pos, y el eros, en fin , que nos trasciende más

allá de los límites corporales: he aquí el dis-curso de Sócrates; y el cuerpo, presente comocondición necesaria de los delirios del alma.

E. Lledó23 dice en La memoria del Logos,a propósito de los pasajes citados del Fedro,que el “Eros... es... una forma de superaciónde los límites de la carne y el deseo [peroque necesita al cuerpo para desencadenarse,insistimos], una salida a otro universo, en elque amar es ‘ver’ y en que desear es ‘enten-der’.” Y más adelante, al referirse a la per-cepción del reflejo de la belleza por la vista,añade:

La condición corporal constituye... lafrontera que mitiga la presencia directa deese tipo de realidades ‘ideales’ de la queparticipamos... Entendemos siempre por elprisma del cuerpo... Porque la inteligenciaplena... nos cegaría... Entender... [es decir,contemplar en su plenitud la belleza en sí]provocaría una desgarradura en nuestra con-dición carnal... Sólo la belleza se deja entre-ver, y, a través de sus destellos, empapa elcuerpo de nuevas formas de sensibilidad yenriquece el alma.24

c. Observaciones y preguntas finalesPor limitaciones obvias, impuestas por

espacio y tema, debemos dar por concluido eldiscurso platónico sobre el cuerpo. Sin embar-go, preciso es señalar que éste no terminadonde nosotros lo hacemos. En la República,el Filebo, las Leyes y, muy especialmente, enel Timeo,25 Platón vuelve sobre el cuerpo, elalma y los problemas que la interacción entreambos le plantean. El lector atento podrá cons-tatar que la construcción del discurso platónicodista mucho de ser homogénea y acabada;antes bien, se nos presenta como un sistemaabierto, en el que la dialéctica va asumiendovacilaciones, dudas y contradicciones. Desdeluego, en ningún caso se vuelve a repetir unavisión del cuerpo de tintes tan sombríos comohemos tenido ocasión de ver en el Fedón.

¿Podemos contestar a la pregunta formula-da al comienzo de esta segunda parte? Mucho

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nos tememos que no, al menos, no de maneraclara y tajante. En todo caso, tampoco es elobjetivo de esta lectura determinar en quémedida hacemos a Platón culpable de unaconcepción dualista del ser humano de laque se deriva, como su más inmediataconsecuencia, la negación del cuerpo; sinoque pensamos que será suficiente si conse-guimos dar con algunas claves o hipótesisexplicativas, que nos permitan entenderhasta qué punto la protesta de Nietzsche,que enseguida tendremos ocasión de ver,estaba o no justificada. He aquí algunasobservaciones, sin otra pretensión que la decontribuir a suscitar preguntas.

El Fedón y el Banquete, la noche y el díaque despunta; la muerte y la vida, la prisión yel sympósion, la cicuta y el vino; al crepúscu-lo, Critón cierra los ojos y la boca de unSócrates rígido y silencioso; al amanecer,Sócrates, el único que ha vencido el sueño yla embriaguez, abandona la casa de su anfi-trión; en ambos diálogos, el filósofo, el únicocapaz de afrontar la muerte con serenidad, elúnico capaz de seducir, a pesar de su cuerpode sileno, gracias a su belleza interior y aldominio que sabe ejercer sobre sí mismo. Enuno, vemos la rigidez de un cuerpo muerto; enotro, la belleza de los cuerpos. ¿Quién de losdos es el Platón auténtico, Eros o Tánatos?

Fedón, Banquete, República, Fedro,Timeo... En todos ellos el alma y, claro está, elcuerpo. El dualismo antropológico queda sufi-cientemente claro; no obstante, ni aquélla niéste quedan definidos con perfiles claros einequívocos, y la actitud de Platón hacia elcuerpo tampoco. ¿Por qué, entonces,Occidente hereda lo peor del dualismo, laactitud de desprecio y hostilidad hacia el cuer-po, el ideal de abstención y renuncia a los pla-ceres de la carne y una sospecha permanentehacia la sexualidad?

Todo el que se haya acercado al pensa-miento platónico sabe que la opinión dePlatón respecto al cuerpo, al alma y a las rela-ciones entre ambos, depende de la perspectivaen la que se sitúe: el interés por la educación y

la política (República), la hipótesis científica(Timeo), el eros y el conocimiento (Banquete,Fedro), etc. ¿Contradicción? Sobre este pro-blema y acerca de las variaciones del pensa-miento platónico, E. Alliez y M. Feher26 ano-tan, después de señalar los dos modelos dealma (no se olvide que la actitud hacia el cuer-po depende en gran parte del modelo de almaque adopte) entre los que oscila su pensamien-to (cf. supra, nota 17), que Platón según “per-siga la vía mística o sitúe la realización de lavida filosófica, o según se comprometa en lavía cívica,... subrayará las deformaciones queel cuerpo hace experimentar al alma o,... lainformación que recibe de ella.” Con acierto,indican además el Fedón y el Timeo como losdiálogos más comprometidos respectivamentecon las vías mística y cívica, asociada ésta a lanecesidad cosmológica, sin que ello suponga,según ellos, una especial contradicción. Yañaden que “las variaciones en el pensamien-to platónico se explican... por su adaptación alas palabras de cada diálogo -descripción devida filosófica o proyecto de reforma política-y al tipo de hombre tomado en consideración:el filósofo... [o] el... político [Fedón yRepública]”.

El pensamiento occidental construyó elparadigma del cuerpo a partir del pensamientode Platón. El problema es que insistió en desa-rrollar, sobre todo, los aspectos más radical-mente dualistas, en los se identifica al hombrecon su alma y, consiguientemente, pone elacento en los esfuerzos que se deben realizarpara desprenderse del cuerpo. ¿Las razones?Sin duda, existen y las respuestas habría quebuscarlas en los gnósticos, en el misticismo decorte neoplatónico, en los círculos cristianosde los siglos I al V y en la reflexión de losPadres de la Iglesia, entre otros. Nadie puedenegar que el dualismo y muchos de los idealesde dominio y de renuncia del cuerpo habíansido ya formulados por Platón; pero, tambiénse puede afirmar que la herida abierta en el serhumano fue agrandada por los anhelos de abs-tinencia y renuncia sexual del ascetismo cris-tiano, hasta el extremo de hacer que mujeres y

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hombres durante siglos conocieran el cuerpocomo algo extraño a su condición de sereshumanos. Paul Ricoeur27 expresa así el origende esta ruptura: “el hombre olvida que es‘carne’, indivisamente Palabra, Deseo eImagen. Se ‘conoce’ como alma separadaextraviada prisionera en un cuerpo. Al mismotiempo ‘conoce’, su cuerpo como Otro,Enemigo y Malvado. Esta ‘gnosis’ del Alma ydel Cuerpo... se infiltra en el cristianismo...Así prolifera en el pensamiento religioso deOccidente el odio a la vida y el resentimientoantisexual en donde Nietzsche había creídoreconocer la esencia del cristianismo.”

En efecto, Nietzsche considerará a Platóny al cristianismo responsables de la negacióndel cuerpo y del resentimiento hacia la carne yla vida. Oigamos, pues, a su profeta,Zaratustra.

2. F. Nietzsche: la transvaloración detodos los valores para recuperar el cuerpo¿Cómo recuperar los restos del naufragio

del cuerpo en el trasmundo metafísico, en laconcepción idealista (dualista) del mundo ydel hombre, y en la moral y religión cristia-nas? Algo terrible tenía que suceder, un acon-tecimiento que conmoviese los cimientos delas certezas que sostenían las ilusiones delhombre: la “muerte de Dios”. Alguien, unhombre loco, lo cuenta con espanto: “Lohemos matado nosotros. Vosotros y yo. Todossomos sus asesinos... ¡Dios ha muerto! ¡Diosestá muerto!, y ¡nosotros lo hemos matado!”28

¿Era necesario que ocurriera? Sí, tenía quesuceder así para recuperar la inocencia delniño, capaz de crear nuevos valores; para anu-lar las autoalienaciones del hombre, y resti-tuirle la libertad de querer más y de superarse;para amar la vida, reencontrarse con la tierray reencontrar el cuerpo. Era inevitable porqueen Dios se concentraban todos los idealismos,toda huida hacia el “más allá”, toda la hostili-dad contra la vida ; en el “estupendo conceptode ‘Dios’... lo último, lo más tenue, lo másvacío... puesto como lo primero”.29 Tenía, portanto, que suceder para devolver a este mundo

el estatuto de único y real, y acabar con elengaño y la ilusión de los “trasmundanos”.

¿Y las consecuencias –nos preguntamos-de tan singular acontecimiento? El mismoNietzsche nos las anuncia, advirtiéndonosque “el más grande de los últimos aconteci-mientos -que ‘Dios ha muerto’, que la fe enel Dios cristiano se ha hecho increíble-comienza ya a lanzar sus primeras sombrassobre Europa.”30 En efecto, con la muerte deDios, con la desaparición del idealismometafísico, con la pérdida de las esperanzastrasmundanas, se corre el peligro de perder elsentido de la existencia, de caer en la deca-dencia y agotamiento de valores: es el tiem-po “del último hombre”. Sin embargo,Zaratustra, “autosuperación de la moral porla veracidad”, nos revela el superhombre, lamuerte de Dios, la voluntad de poder y eleterno retorno de lo idéntico; y en estavoluntad de poder creadora de nuevos valo-res, en la fidelidad al sentido de la tierra,reencontraremos el cuerpo.

Hay que buscar, pues, en la fábula y enla parábola; en la alegoría y en la metáfora,en el ditirambo dionisíaco y en la poesía; enel pensamiento poético de los discursos deZaratustra. De este modo, quizá seamoscapaces de desvelar el sentido profundo dela transmutación de los valores y susconsecuencias, entre otras, la reconstruccióndel cuerpo humano.

a. Zaratustra31 contra los despreciadoresdel cuerpoZaratustra, después de permanecer diez

años apartado en la soledad de la montaña,acompañado de sus animales, la serpiente(inteligencia) y el águila (orgullo), desciendepara enseñar su sabiduría a los hombres:

En la soledad vivías como en el mar, y elmar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a la tierra?Ay, ¿quieres volver tú mismo a arrastrar tucuerpo?

Zaratustra respondió: “Yo amo a los hom-bres” (A. h. Z., Pról., 2).

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Y en el camino, se encuentra con un viejoermitaño que, al contrario que él, no ama a loshombres y vive apartado de ellos para amarsólo a Dios. “Ahora amo a Dios: a los hom-bres no los amo” (Ibíd., Pról., 2), dice aZaratustra, que, desoyendo los consejos delanciano, prosigue su camino sin que puedaevitar decir a su corazón: “¡Será posible!¡Este viejo santo en su bosque no ha oídotodavía nada de que Dios ha muerto!” (Ibíd.,Pról., 2). Sin embargo, Zaratustra sí lo sabe; y,porque conoce la muerte de Dios, baja a pre-dicar su sabiduría a los hombres.

Los encuentra reunidos en el mercado yles habla. ¿Qué tiene que enseñarles?: elsuperhombre, pues el hombre debe ser supera-do, debe trascenderse a sí mismo. Pero estatrascendencia, esta superación del hombre,muerto Dios, ya no será nunca hacia un másallá trascendente, hacia el luminoso mundoplatónico de las Ideas, ni hacia “el otromundo” del cristianismo:

El superhombre es el sentido de la tierra...¡Yo os conjuro, hermanos míos, permane-

ced fieles a la tierra y no creáis a quienes oshablan de esperanzas sobreterrenales! Sonenvenenadores, lo sepan o no.

Son despreciadores de la vida, son mori-bundos y están... envenenados, la tierra estácansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan! (Ibíd.,Pról., 3)

Dios simboliza la huida de este mundo, lanegación de la vida, el refugio en el más allá,la idealidad trascendente. Pero Dios ha muer-to, y ahora es en la tierra donde los sereshumanos deben encontrar el sentido de laexistencia, renunciando a los sueños de otrarealidad diferente: ésta es una mentira más,una mentira de milenios. La existencia huma-na es terrenal. Es este el mundo que debemosamar y desear: la tierra, fundamento último denuestra existencia. Además, aceptar la natura-leza terrena del hombre implica, de una parte,no rechazar la vida, sino amarla; y, de otra, elreconocimiento de la madre tierra, seno de

donde brota todo lo existente. Pero es necesa-rio conocer la muerte de Dios, ya que elautoconocimiento de la voluntad de supera-ción la reclama como condición. Por estarazón, Zaratustra advierte a la muchedumbreque “el más sabio... es tan sólo un ser escindi-do, híbrido de planta y fantasma” (Ibíd., Pról.,3); Zaratustra, pues, pone el dedo en la llagadel desgarro y la escisión del hombre; de lacontradicción del dualismo y de la negaciónde lo sensible y corpóreo; de la huida fantas-mal hacia otro mundo inexistente. Es preciso,por tanto, que se produzca la transmutación delos valores, la transmutación del idealismoplatónico por el superhombre; es precisodevolver a la tierra todo lo que le había roba-do el cielo:

En otro tiempo el delito contra Dios era elmáximo delito, pero Dios ha muerto y con Elhan muerto también esos delincuentes.¡Ahora lo más horrible es delinquir contra latierra y apreciar las entrañas de lo inescruta-ble más que el sentido de aquella! (Ibíd.,Pról., 3)

Ahora cobra su auténtico valor el cuerpohumano y ya no tiene sentido mantener eldualismo antropológico, ya no se puede enten-der al hombre como un compuesto de cuerpoy alma. Toda huida, todo intento de autosupe-ración mediante la negación de lo sensible,corporal y terreno es una traición a la fideli-dad debida al sentido de la tierra:

En otro tiempo el alma miraba al cuerpocon desprecio: y ese desprecio era entonces lomás alto: -el alma quería el cuerpo flaco, feo,famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpoy de la tierra.

¡Oh!, también esa alma era flaca, fea yfamélica: ¡y la crueldad era la voluptuosidadde esa alma!

Mas vosotros... decidme: ¿qué anunciavuestro cuerpo de vuestra alma? ¿No es vues-tra alma acaso pobreza y suciedad y unlamentable bienestar? (Ibíd., Pról., 3)

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Sin embargo, la multitud se burla de laspalabras de Zaratustra. No importa, ha apren-dido una lección: hablar al pueblo es hablar atodos y a nadie. Después de enterrar a unvolatinero que ha muerto, Zaratustra se retirade nuevo a su soledad. Ha dejado esbozada lafigura del superhombre, que es encarnación dela voluntad de poder, libertad de espíritu yriqueza de posibilidades, contrapuesta a la delúltimo hombre:

El hombre es una cuerda tendida entre elanimal y el superhombre, -una cuerda sobreun abismo.

Un peligroso pasar al otro lado, un peli-groso caminar,... un peligroso estremecerse ypararse.

La grandeza del hombre está en ser unpuente y no una meta: lo que en el hombre sepuede amar es que es un tránsito y un ocaso(Ibíd., Pról., 4).

Sin embargo, para su aparición es necesa-ria la muerte de Dios. Este es el tema funda-mental del mensaje de Zaratustra en la prime-ra parte. Transmutación de los valores paraaliviar al hombre del peso de Dios y, en sulugar, en el lugar del cielo de la religión, en ellugar del mundo de las Ideas platónico, colo-car la tierra; y el reencuentro del hombre conla tierra implica el reencuentro con la vida, elreencuentro con el cuerpo. Transvaloración delos valores. Este es el destino al que Nietzschese siente llamado: acabar con las mentiras demilenios; con la mentira de la metafísicaplatónica, la mentira de la moral cristiana, lamentira de Dios y la mentira, en fin, de laciencia. La corrupción de la filosofía occiden-tal comienza con Sócrates y Platón. En efecto,ellos son los responsables del triunfo de larazón sobre la vida, del “hombre teórico”sobre el “hombre trágico”; de la creación de“otro mundo” y de la desvalorización de éste.Asimismo, en la moral cristiana ve Nietzschela moral de la renuncia y del ascetismo, moraldel resentimiento de los inferiores. El ascetis-mo es huida de la vida, y las virtudes morales

cristianas, tales como el sacrificio, la abnega-ción, etc. no son sino el resultado de la nega-ción de la vida por los débiles y resentidos.Tampoco la ciencia escapa a las críticas deNietzsche. En efecto, la idolatría de la cienciapor la verdad objetiva se asemeja bastante alideal ascético del cristianismo, ya que la fe enla ciencia implica la fe en un mundo diferentedel de la vida: la ciencia no es sino una trans-formación, la última transformación de losideales ascéticos del cristianismo. Ambos,ascetismo y ciencia, empobrecen la energíavital y la fuerza del instinto. Nietzsche sospe-cha que detrás de toda la metafísica occidental(Platón), de la moral cristiana y de la ciencia,sólo late el espíritu de la decadencia, deltemor al instinto, al cuerpo, y al placer; ensuma, odio a la vida y al mundo. Por ello, esnecesaria la tarea de transmutar los valores,hay que conquistar este mundo, y no el otro;hay, pues, que afirmar lo terrenal, lo vital, locorpóreo, lo irracional. Y como condiciónprevia, será preciso recuperar la inocenciaperdida: la inocencia del niño.

Zaratustra comienza la primera parte conun hermoso discurso: “De las tres transforma-ciones”. Acerca del mismo, E. Fink,32 sinduda con acierto, afirma que “presenta eltema fundamental: la transformación de laesencia del hombre por la muerte de Dios,...por la que se pasa de la autoalienación a lalibertad creadora que se conoce a sí misma.”Como es sabido, tres son esas transfor-maciones: la conversión del espíritu en came-llo, éste en león, y el león en niño. El camellosimboliza al hombre sumiso y obediente que,agobiado por el peso de Dios y de latrascendencia, se resigna ante el “tú debes”; elleón, empero, lucha contra los valores milena-rios y se rebela contra la moral trascendente,contra la voluntad de Dios y el mundointeligible, y es capaz de decir “yo quiero”.No obstante, como señala Fink,33 este “yoquiero” del león contrapuesto al “tú debes”del camello, “es sólo la libertad negativa, la‘libertad de’, pero no es todavía la ‘libertadpara’... La nueva voluntad... no posee aún la

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auténtica soltura de... una nueva proyecciónde valores nuevos.” Para esto, será preciso lainocencia del niño, el olvido y el juego, elnuevo comienzo; en definitiva, la libertad cre-ativa. El superhombre es, por tanto, la inocen-cia del niño, más allá de bien y del mal, unnuevo comienzo en el eterno retorno, creadorde valores y fiel a la tierra, libertad de espírituque ha abandonado toda fe y toda certeza yacepta el riesgo.

Tres transformaciones, tres símbolos, tresmetáforas; “transformación radical de la exis-tencia”, en palabras de E. Fink,34 punto departida y trasfondo de los discursos deZaratustra. Veamos el cuerpo humano a la luzde esta transformación, de esta transvalora-ción de valores. Zaratustra dice así de los tras-mundanos y del trasmundo:

En otro tiempo también Zaratustra pro-yectó su ilusión más allá del hombre, lomismo que todos los trasmundanos. Obra deun dios sufriente y atormentado me parecíaentonces el mundo...

Y así también yo proyecté en otro tiempomi ilusión más allá del hombre, lo mismo quetodos los trasmundanos. ¿Más allá del hom-bre, en verdad?

¡Ay, hermanos, ese dios que yo creé eraobra humana y demencia humana, comotodos los dioses! ...

Fatiga, que de un solo salto quiere llegaral final de un salto mortal, una pobre fatigaignorante que ya no quiere ni querer: ella fuela que creó todos los dioses y todos los tras-mundanos, (A. h. Z., I, “De los trasmun-danos”).

El pensamiento metafísico y la creenciareligiosa, pilares de la interpretación trascen-dente del hombre y del mundo, no son sinouna ilusión, un sueño, un deseo, una proyec-ción de la humanidad cansada y desesperanza-da, que por no tener no tiene ni fuerzas paradesear. Por esa voluntad derrotada, por esaausencia de voluntad, por esa desesperación,se explica el desprecio del cuerpo por aquellos

a quienes Zaratustra llama trasmundanos.Desprecian el cuerpo porque desprecian lavida, porque están enfermos y buscan consue-lo en la huida hacia otra realidad trascendente:

Enfermos y moribundos eran los que des-preciaron el cuerpo y la tierra y los queinventaron las cosas celestes y las gotas desangre redentora...

De su miseria querían escapar, y las estre-llas les parecían demasiado lejanas. Entoncessuspiraron: “¡Oh, si hubiese caminos celestespara deslizarse furtivamente en otro ser y enotra felicidad!” ...

Entonces esos ingratos se imaginaronestar sustraídos a su cuerpo y a esta tierra.Sin embargo ¿a quién debían las convulsionesy delicias de su éxtasis? A su cuerpo y a estatierra (Ibíd., I, “De los trasmundanos”).

Duras palabras tiene también Zaratustrapara los despreciadores del cuerpo. En efecto,en el desprecio del cuerpo ve Nietzsche lamanifestación de una voluntad decadente. Sinembargo, muerto Dios, ahora la referencia esla tierra y no un trasmundo. La existencia espuramente terrenal, no hay, pues, “otromundo” y los seres humanos han nacido paravivir aquí en la tierra. El alma -destinada a esailusión trascendente, una vez abandonado elcuerpo,- no existe: el hombre es cuerpo y estees su único y auténtico yo, su “gran razón”. Yes en esta gran razón donde reconoce el serhumano su yo auténtico y singular. La supera-ción del dualismo antropológico (cuerpo yalma) se realiza mediante el sí mismo, (cuerpoy razón), verdadera subjetividad humana queno reside sólo en el yo. Esta rabiosa reivindi-cación de la tierra y de la naturaleza terrena ycorpórea del hombre supone aceptar y recono-cer sin reservas la vida y el cuerpo humano.Por tanto, las consecuencias de esta transmu-tación de valores son, por un lado, que la tie-rra deja de ser el triste “valle de lágrimas” o“la caverna” platónica, y se transforma en laalegre y gozosa morada donde los seres huma-nos habitan; y, por otro, que el cuerpo deja de

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ser la sombría tumba o prisión del alma paraconvertirse en la auténtica subjetividad y ver-dadero yo del hombre:

A los despreciadores del cuerpo quierodecirles mi palabra. No deben aprender nienseñar otras doctrinas, sino tan sólo deciradiós a su propio cuerpo -y así enmudecer.

“Cuerpo soy y alma” -así hablaba elniño. ¿Y por qué no hablar como los niños?

Pero el despierto, el sapiente, dice: cuer-po soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa;y alma es sólo una palabra para designaralgo en el cuerpo.

El cuerpo es una gran razón, una plurali-dad dotada de un único sentido, una guerra yuna paz, un rebaño y un pastor.

Instrumento de tu cuerpo es también tupequeña razón... a la que llamas “espíritu”,un pequeño instrumento y un pequeño juguetede tu gran razón.

Dices “yo” y estás orgulloso de esa pala-bra. Pero esa cosa más grande aún, en la quetú no quieres creer, -tu cuerpo y su granrazón: ésa no dice yo, pero hace yo...

Detrás de tus pensamientos y sentimien-tos... se encuentra un soberano poderoso, unsabio desconocido -llámase sí-mismo. En tucuerpo habita, es tu cuerpo [los subrayados,excepto un único, son nuestros] (A. h. Z., I,“De los despreciadores del cuerpo”).

La humanidad se ha liberado de Dios y elser humano es el autentico sí-mismo, derrochey prodigalidad; vida ascendente, au-tosuperadora y creativa; voluntad de llegar aser lo que se es. Al final de esta primera parte,Zaratustra se despide de sus discípulos -noso-tros nos despedimos también- y se retira a susoledad. Volverá para hablarnos de la volun-tad de poder, que no es sino la voluntad devivir y de ser más; la misma vida superándo-se, fuerza y pulsión hacia arriba; fuerza crea-dora de valores nuevos y aniquiladora de losviejos; libertad del hombre creador, poder cre-ador de la tierra. Volverá para comunicarnosel enigma del eterno retorno de lo mismo, que

significa un rotundo sí al mundo y a la vida;fidelidad a la tierra y aceptación de sí mismoy de la existencia; afirmación y deseo de quetodo sea eterno; amor a la vida y a nosotrosmismos por encima de todo límite.

b. El regalo de F. NietzscheSomos conscientes de que los fragmentos

ofrecidos del mensaje de Zaratustra no puedendarnos la medida exacta del sentido del cuer-po en el pensamiento de Nietzsche; pero quizápodamos intuir, al otro lado de la puerta entre-abierta de su discurso, aquello que se ocultamás allá de lo que ha sido posible mostrar.Por nuestra parte, nos daríamos por satisfe-chos si a alguien se le despertara el deseo deabrir de par en par la puerta y de transitar através de la belleza y de los enigmas de suspalabras, para empaparse de sus intuicionesprofundas y de sus asumidas contradicciones.

El pensamiento y la vida de Nietzscheaparecen ante nosotros como el titánicoesfuerzo y la tarea mesiánica de invertir, pararecuperar el sentido auténtico de la existenciahumana, la valoración que sobre la tierra, lavida y el cuerpo, había construido una tradi-ción metafísica y religiosa multisecular,caracterizada, entre otras cosas, por su des-confianza hacia el cuerpo humano y por unmás que sospechoso intento de someter todolo vital al dominio de la razón. La vida es, sinduda, azar e incertidumbre, devenir y transfor-mación permanente, y la muerte nos muestrasu inquietante e irracional lado enigmático yoscuro; pero, al mismo tiempo, es placer yalegría, embriaguez, danza y superación;pasión y posibilidad de encuentro. En ella -enla vida-, el cuerpo humano es el espacio habi-tado por lo luminoso y sombrío de la existen-cia. Durante siglos, mediante la ilusión de unmás allá trascendente, la confianza en la clari-dad metafísica de los conceptos supremos yen la supuesta objetividad del conocimientocientífico, el hombre ha tratado de exorcizarsus temores y plasmar sus deseos de reden-ción en lo que no ha sido más que una autoa-lienación religiosa y metafísica. Sin embargo,

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el precio que la humanidad ha debido pagarpor esta huida ha sido la negación del mundoy de la tierra como lo sensible y perecedero, lanegación del cuerpo y sus infinitas posibilida-des de placer y alegría orgiástica, y la renun-cia a realizar en este mundo la utopía, transfi-riendo sus ideales a un irreal trasmundo deesencias o eternas bienaventuranzas.

Nietzsche, el “primer inmoralista”, viene adenunciar y refutar, invirtiendo el orden de losvalores, toda actitud de renuncia y fuga de lavida del idealismo platónico y del ascetismocristiano; a devolver al ser humano la lucidez deaceptar la vida y el mundo tal y como son, lalegitimidad del placer y la capacidad de supera-ción, sin necesidad de engañarse con dioses yfalsos paraísos; a devolver, en suma, al cuerpoel orgullo de ser un regalo de la tierra y de lavida, y a mostrarle las infinitas posibilidadesque le otorga la existencia. La transvaloraciónde todos los valores era, pues, necesaria; y lamuerte de Dios (representación conceptual de laantítesis de la vida y símbolo de toda idealidadtrascendente), la condición para la recuperaciónde la inocencia del niño, creadora de nuevosvalores que conducen a la superación del hom-bre, diciendo sí a la vida, sí al mundo, y a colo-car a la tierra en el lugar de Dios y del mundode las Ideas platónico. Dionisos emerge asícomo símbolo de la exaltación y aceptación delmundo y de la vida, contra la mentira socráticay platónica, contra la mentira de la moral de larenuncia cristiana. Como, con acierto, señala L.Jiménez Moreno, “Nietzsche desempeña elpapel de rechazo tremendo -trágico en su pro-pia existencia- de las nociones sabidas, de losvalores prestados para entregarse a incitar alcompromiso consigo y su creación de sabervalorar realidades.”35

“A 6.000 pies más allá del hombre y deltiempo”, Nietzsche “regala” a la humanidadel mensaje de Zaratustra. Y con él no sólo nosregala la belleza del enigma de su palabra,sino la tierra, la vida y el cuerpo: la tierra,“seno de todas las cosas” y “poder creador”;la vida, “la tierra en su no-presencia, en sumovimiento productivo”; y el cuerpo, “reali-

dad terrena de nuestra existencia,... la únicarealidad.”36 Y, al mismo tiempo, nos regala lalibertad del ser humano, sustraída por los dio-ses, y la voluntad de poder y superación.

III. EL CUERPO: DE LA CARNE ALA METAFORA1. Contradicción del LogosA medida que crecía esta reflexión sobre el

cuerpo -cuerpo humano sexuado, cuerpo devarón o de mujer- no hemos podido evitar quecreciera al mismo tiempo en nosotros una pro-funda y desoladora sensación de contradic-ción: la contradicción de la que se iba nutrien-do nuestro discurso. Las palabras de N. O.Brown, que como lema traicionado encabezaneste trabajo, no dejaban de hurgar en la herida.

¿Qué hacer? ¿Cómo exorcizar la autoridadde los libros? Si hacíamos caso de las pala-bras de Brown, caíamos en el hechizo de suautoridad; si, por el contrario, continuábamosbuscando respuestas en los libros, nos alejába-mos de la posibilidad de autoliberación. DePlatón a Nietzsche, ¿discursos, sombras yespectros sobre el cuerpo?

Se calculan en unas quince mil las obrassobre Platón (el dato es del año 1981).37

¿Cuántas más se habrán escrito? ¿Y sobreNietzsche? Como diría Foucault,38 seguimoscontribuyendo a la “proliferación de discursossobre el sexo”, palabras sobre el cuerpo, dis-cursos acerca de discursos... El cuerpo vividoconvertido en cuerpo pensado y escrito.

¿Nadie ha leído el mito de Theuth yThamus? Platón cierra con él su diálogoFedro. Allí se contrapone el valor de la pala-bra viva a la escritura, condenada a petrificar-se con el paso del tiempo. La palabra escritaestá muerta y si se la interroga, como unaestatua, responde en silencio. Sólo vale lapalabra viva, la palabra que brota del fértildiálogo con nuestro interior. La palabra escri-ta es el vano intento de sustraerse al deteriorodel tiempo, cuyo paso no puede resistir. Ni

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aumenta la memoria de los hombres, ni con-tribuye a su sabiduría. Pero la palabra viva,igual que el cuerpo, sólo persiste en la inme-diatez del instante.

¿Qué sentido tienen, entonces, las pala-bras escritas de Platón, el mensaje deNietzsche? ¿Qué sentido tiene escribir sobreellas? ¿Cómo otorgar un significado a losespectros?

Zaratustra ha dicho: “Las palabras mássilenciosas son las que traen la tempestad.Pensamientos que caminan con pies depaloma dirigen el mundo” (A. h. Z., II, “Lamás silenciosa de todas las horas”). Si sóloel temblor del cuerpo es un susurro, si sólolas caricias provocan tempestades, ¿quépodemos hacer?

2. Hechizo, reencuentro y metáforaContradicción de la palabra, arrastrados

por su hechizo, nuestra mirada revolotea sobrelas páginas de El cuerpo del amor.39 Es unlibro hermoso, de una belleza honda ysobrecogedora. Después de leerlo, no se es elmismo. Una vez más lo releemos. Platón,Nietzsche, Brown...

Encarnación: el verbo hecho carne... Lasabstracciones idolatradas por el literalismoson palabras; palabras exentas del hálito decuerpos vivos; separadas del aliento de lavida, el espíritu, y endurecidas en una reali-dad independiente; palabras escritas, escritu-ra, la letra muerta... La única escritura es elpropio cuerpo humano [el subrayado es nues-tro] (El c. del a.,p. 232).

Quizá haya que hacerse niños y aprendernuevamente a leer, a leer la escritura del cuer-po, a enamorarse de su belleza, a escribir en elcuerpo, a conocer en el cuerpo... Yo meconozco en ti, y te deseo para encontrarme.Limpiaré de palabras el cuerpo y lo liberaréde la tiranía de los discursos. No más pala-bras. No temas, ya no te diré “te quiero”; iré

simplemente a mirarme en tus ojos. Sólo tú yyo sabemos que...

Conocimiento es conocimiento carnal...Ninguna palabra es metafísica sin antes serfísica; y el cuerpo que es la medida de todaslas cosas es sexual. Todas las metáforas sonsexuales; un pene en cada objeto convexo yuna vagina en cada objeto cóncavo [el subra-yado es nuestro] (El c. del a., p. 256).

Conocerse primero, después el verbo.Conóceme y escribiremos un poema repletode metáforas. Por ellas transitaremos el unohacia el otro. Sí, escribiremos un poema yencabalgaremos los versos con abrazos. Alfinal, será el silencio...

Cómo estar en silencio. En una visióndialéctica: el silencio y la palabra, los dosson uno... Y las palabras no corrompen elsilencio para quienes tienen oídos para oír loque queda sin decir (El c. del a., p. 263).

Son muchas las cosas que quedan sin deciral hablar sobre el cuerpo. Los discursos sobreel cuerpo esconden más que desvelan. No loconocemos por lo que se dice, sino por lo queno decimos y callamos: lo diremos tú y yo ensilencio, pues sólo así...

El verbo se hace carne. Recobrar elmundo del silencio es recobrar el cuerpohumano... Los verdaderos significados de laspalabras son significados corporales, conoci-miento carnal; y los significados corporalesson significados no enunciados. Lo que siem-pre está hablando en silencio es el cuerpo [elsubrayado es nuestro] (El c. del a., p. 272).

Permaneced en silencio y haced de vuestroscuerpos un manto de Penélope, una creacióncontinua, un nuevo renacer, un eterno retorno...Así estaréis a salvo de los depredadores delcuerpo: sexólogos, médicos, sacerdotes, escul-tores... El cuerpo previamente patologizado,culpabilizado, muerto, esculpido..., para ser

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sanado, perdonado, resucitado, admirado... Nodigas nada, sólo quiero sentir tus labios sobrelos míos. Sólo nuestros cuerpos saben que...

El significado inexpresado es siempresexual. De la sexualidad sólo podemos tenerun conocimiento simbólico porque sexual escarnal. La muerte y el amor son por enterocarnales; de ahí su gran magia y su granterror. Amor que jamás puede ser contado...El coito es poesía caída, inconsciente; lasorganizaciones sexuales (todas ellas) sonmetáforas... La antinomia entre mente y cuer-po, palabra y acto, habla y silencio, superada.Todo es una metáfora; sólo hay poesía [lossubrayados son nuestros] (El c. del a.,p. 272).

Sólo hay poesía, metáfora, la memoria delcuerpo. Aquel día -¿recuerdas?- el verbo sehizo carne. He aquí, reencontrado, el cuerpohecho palabra:

ILa noche se fue sin darnos cuentay, en la penumbra del cuarto, el albanos sorprendió desnudos, culminados de besos.

Deshilvanamos las horas a golpes de caricias,todo se lo bebieron nuestras bocas sedientas.Soñado cuerpo tuyo, sorprendido de nuevo, dibujado despacio.Cercados tus pechos por mis labios,tu cintura abarcada,misteriosa carne en su callada plenitud asida.Lentamente, recreándome, rehice tus límites,detenido en los bordes de tu desnudezbellísimaque mis manos reconocen.

Anoche, amor mío, abrasada mi bocaen la tibieza vulnerable de tus muslos,ceñido tu vientre por mis brazos.Acogedores, los pétalos de la flor que te bifurcase abrieron a las ansias mías.Replegada tu alma,anegada en el torrente de mi deseo,

justo dentro de tu precisa sombra,tibio cauce por donde mi carne fluye y se proclama.

Aquella noche,todavía hace sólo un instante,te habitó mi soledad,sumergida en tus ojos inmensos.Estremecido tu pecho bajo el mío,trenza de amor, tus brazos, en mi cuello.Al alba, en el rescoldo de tu piel,mi alma acurrucada,soñábamos los dos con un tiempo desprovisto

[de instantes,con un eterno retorno de lo mismo.

IIYedra de soledad te busco,y, obstinadamente, te trepo beso a beso;enredadera de deseo,me aferro a tu cintura;rosal, de ausencias encendido,te cerco y te rodeo.

Ola de besos,te rompes en mi pecho.Océanos me bebo de tu boca y se abrasan mis

[labios.Al conjuro de mis manos,se agigantan tus pechos y en tu vientre propago tempestades.Ay, mi cintura inundada por tu espuma marina.Y se agita tu cuerpo cuando emergesdesde el fondo abisal,donde tu deseo reposaba.Mar adentro me arrastra el oleaje de tus muslosy voraz te tragas mis límites.

Se hace el silencio,la mar, tu vientre en calma,arrebol de perlas,se lo ha bebido todo.Tenues gaviotas,tus últimos sollozos revolotean por el cuarto;tus manos en mi nuca, me besas y, acogedora,meces el último escalofrío de mi cuerpo.

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IIICuando todo sea ayer,cuando el tiempo hiera nuestros cuerposcon la nostalgia infinita de caricias, que en la carne esculpieron el deseo, cuando el conocimiento agote la pasióny la esperanza sea sólo un recuerdo,tus ojos buscaré en mi soledad,tus labios en mi boca,tus manos en las heridas de mi piely, en el atardecer, tu palabra.

Cuando en el horizonte me espere solamente el naufragio,sobre ti,sobre tu desnudez elemental,como una forma pura,como si tierra sólo fueras,revoloteará mi memoria,sobre tu cuerpo ausente.

A ti,adonde propagué mi voz,en los tibios y acogedores pliegues de tu carne,a ti retornaré,a reencontrar en tu cuerpo la palabra.

3. Epílogo a modo de introducciónEn tres apartados se estructura la reflexión

que concluye: logos, pensamiento y discursoacerca del cuerpo; memoria, historia de suconstitución, una apresurada mirada a travésdel pensamiento y un intento de desvelar elsignificado y hacer transparente el sentido delcuerpo en Platón y Nietzsche; por último, asu-

mir la contradicción e, impulsados porNorman O. Brown, la palabra hecha carne -elcuerpo hablando en silencio-, reencontrada denuevo en la metáfora y en la poesía.

Había que hablar del cuerpo humano. Eranecesario denunciar rupturas y dualismos, y,de este modo, posibilitar su reconstrucción, lareconstrucción del ser humano y hacer posibleque la sexualidad lo habite de nuevo. Cuerpogozado, vivo, cuerpo propio, modo de encar-nación resexualizada que nos ancla en elmundo y nos tiende hacia el otro.

La ruptura platónica aparece como unahuida de la muerte, alimentada en el discursode la vida inmortal del alma que, paradójica einevitablemente, sólo conduce a la muerte enla negación del cuerpo; no obstante, la llamadel deseo se alimenta de la belleza de loscuerpos. Nietzsche tenía que destruir una tra-dición metafísica que negaba la posibilidaddel ser en la tierra, la vida y el cuerpo. Su sí ala vida significa la aceptación de la muerte yel reencuentro del cuerpo.

Nietzsche nos ha devuelto el cuerpo. Perohoy parece que el misterio del cuerpo seagota. El cuerpo y la sexualidad pueden serconocidos, leídos, estudiados y vistos portodos. Las ciencias han pretendido revelar elmisterio, y con ello han profanado el enigmadel deseo, del encuentro, del placer, del cuer-po y de la sexualidad. Quizá lo mejor sea elsilencio, la palabra encarnada, la metáfora delcuerpo y el regreso a lo sagrado y oculto. Deeste modo, quizá seamos capaces de reencon-trarlo de nuevo.

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Notas al texto1 Norman O. Brown, El cuerpo del amor, trad. esp. de E.L. Revol, Barcelona, Planeta Agostini, 1986, p. 279.2 Esto es, al menos en teoría, lo que cabe esperar de un anuario de sexología.3 N. O. Brown, op. cit., pp. 279 y 280. Vid. el último capítulo, “Apocalipsis”.4 No obstante, es preciso señalar que el pensamiento de Descartes sobre este punto no deja de ser contra-

dictorio y fluctuante. Así, M. Merleau-Ponty (1975) señala en Phénoménologie de la perception, París,Gallimard, 1945, la distinción hecha por Descartes entre el cuerpo conocido por el entendimiento y elconocido por la vida (vid. en trad. esp. Fenomenología de la percepción, Barcelona, Ed. Península,1975, p. 64). Cf. R. Descartes, “VIe Méditation”, en Méditations métaphysiques, hay trad. esp. de M.García Morente, Discurso del método y Meditaciones metafísicas, Madrid, Espasa-Calpe, 196811ª (1ªed. 1937).

5 Dicho sea de paso, olvidando que las lágrimas y la sonrisa no son sino la tristeza y la alegría del cuerpo.

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6 F. Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, trad. esp. de A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza Ed., 1973, p. 46.7 P. Laín Entralgo, El cuerpo humano. Teoría actual, Madrid, Espasa-Calpe, 1989, p. 116.8 Al menos, así lo afirma J. Ortega y Gasset en una conferencia pronunciada en 1924. Vid. “Vitalidad,

alma, espíritu”, en El espectador, Madrid, Alianza, 1983, O.C., vol. II, p. 454.9 No está de más recordar la distinción que el idioma alemán hace entre Körper ‘cuerpo inerte’ y Leib

‘cuerpo vivo’, especialmente el cuerpo humano; lo que, sin duda, resuelve la dificultad señalada.10 La noción de “cuerpo propio” (eigenes-Leib) aparece por primera vez en la obra de J. G. Fichte,

Grundlage des Naturrechts, 1796 (Fundamentos del Derecho natural). Posiblemente, la noción fueraya presentida por Descartes (vid. op. cit.). Sin embargo, fue A. L. Destutt de Tracy (1754-1836) quien,en Eléments d’Idéologie (1801), se ocupó por primera vez de analizar la experiencia interna de losmovimientos orgánicos (motilidad). Análisis que, en parte, fueron posteriormente desarrollados porMerleau-Ponty en Phénoménologie de la perception, obra en la que se describen en profundidad elmodo de existencia del “cuerpo propio” y sus propiedades.

11 Cf. M. Merleau-Ponty, op. cit., P. Laín Entralgo, op. cit., y J. Marías, Antropología metafísica, Madrid,Alianza, 1983.

12 E. Amezúa, Amor, sexo y ternura, Madrid, Ed. Adra, 1976, p. 121.13 N. O. Brown, op. cit., p. 272.14 Vid. Paul Ricoeur, “La maravilla, lo errático, el enigma”, en AA. VV., La sexualidad, trad. esp. de N.

Llaneras et al., Barcelona, Ed. Fontanella, 1969 (4ª ed.), p. 16 y ss.15 Para las citas de Platón utilizamos las siguientes traducciones: el Fedón, trad. de L. Gil; el Banquete,

trad. de M. Martínez Hernández; y el Fedro, trad. de E. Lledó. Pueden encontrarse en: El Banquete,Fedón, Fedro, trad. y presentación de L. Gil, Madrid, Ed. Labor, 1991; y Fedón, Banquete, Fedro,trad., introd. y notas por C. García Gual, M. Martínez Hernández y E. Lledó, respectivamente, Madrid,Gredos, 1988.

16 Platón, Gorgias, 493a y Cratilo, 400c. Cf. Fedro, 250c; Fedón, 82e; y República, X 611e. 17 En República, Fedro y Timeo, Platón nos ofrecerá su teoría de la naturaleza tripartita del alma: raciona-

lidad, deseo y apetitos. Por esta razón, extraña que en el Fedón no dé ninguna definición de psyche, einsista sólo en su unidad y simplicidad. Seguramente es debido a que su interés se centra en este diálo-go en demostrar la inmortalidad del alma; y, muy probablemente, a que su psicología no está exenta devacilaciones y contradicciones, oscilando entre una concepción del alma como principio de racionali-dad y otra como principio de vida, según se sitúe en la tradición orficopitagórica o en la concepción dela filosofía natural. Cf. L. Gil, “Presentación de Fedro”, en op. cit., p. 247 y ss. y Eric Alliez y MichelFeher, “Las reflexiones del alma” (vid. op. cit. infra).

18 Aunque, como hemos señalado, utilizamos la traducción de L. Gil para las citas de Fedón, ofrecemostambién en este pasaje la versión de García Gual, quizá más acertada.

19 ¿Por qué, entonces, no precipitar el fin mediante el suicidio? Sócrates ha justificado la prohibición delsuicidio cuando afirma que “los hombres estamos en una especie de presidio (frourá), y que no debeliberarse uno a sí mismo” (62b). Vid. sobre este punto Nicole Loraux, “...Por lo tanto, Sócrates esinmortal”, trad. esp. de Ignacio de Loyola Méndez, en AA. VV., Fragmentos para una Historia delcuerpo humano, al cuidado de M. Feher et al., Madrid, Taurus, 1990 ss., vol. II, pp. 28 y 29.

20 P. Laín Entralgo, El cuerpo humano. Oriente y Grecia Antigua, Madrid, Espasa-Calpe, 1987, p. 105.21 C. García Gual, “Introducción” al Fedón, op. cit., p. 14.22 León Robin, El pensamiento griego y los orígenes del espíritu científico, trad. esp. de J. Almoina,

México, UTHEA, 1956, p. 179 y ss., y Platon. Phédon, París, “Les Belles Letres”, 1967 (10ª ed.), p.LXV.

23 La memoria del Logos. Estudios sobre el diálogo platónico, Madrid, Taurus, 1996 (1984, 1ª ed.), p. 253.24 Ibídem, p. 254.25 Vid. El cuerpo humano. Oriente y Grecia Antigua, p. 110 y ss., donde Laín ofrece una execelente expo-

sición del tratamiento del cuerpo por Platón en el Timeo.26 Eric Alliez y Michel Feher, “Las reflexiones del alma”, trad. esp. de J. L. Checa, en AA. VV.,

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ANUARIO DE SEXOLOGÍA 3, 199738

Fragmentos para una Historia del cuerpo humano, al cuidado de M. Feher et al., Madrid, Taurus, 1990ss., vol. II, pp. 48 y 49.

27 P. Ricoeur, op. cit., p. 12.28 F. Nietzsche, El gay saber, trad. esp. de L. Jiménez Moreno, Madrid, Espasa Calpe, 1986, p. 155.29 F. Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, p. 48.30 El gay saber, p. 234.31 Los textos de Nietzsche que se citan los tomamos de Así habló Zaratustra, trad. esp. de A. Sánchez

Pascual, Madrid, Alianza Ed., 1972, en abreviatura A. h. Z. En las llamadas a pie de texto, remitimos ala parte y apartado (o discurso) correspondiente.

32 Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, trad. esp. de A. Sánchez Pascual, Alianza Editorial, 1966, p. 99.33 Ibídem, p. 100.34 Ibídem, p. 102.35 Luis Jiménez Moreno, Hombre, Historia, Cultura. Desde la ruptura innovadora de Nietzsche, Madrid,

Espasa-Calpe, 1983, p. 103.36 E. Fink, op. cit., pp. 108-111.37 Vid. J. Ortega Esteban, Platón: eros, política y educación, Salamanca, I.C.E., 1981, p. 19.38 M. Foucault, Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber, trad. esp. de U. Guiñazú, Madrid, S.

XXI, 1980 (6ª ed.), passim.39 N. O. Brown, op. cit., citamos a pie de texto con la abreviatura El c. del a

* Sin pretensión alguna de ofrecer un repertorio bibliográfico exhaustivo acerca del tema, damos a conti-nuación algunos de los títulos consultados para la realización del presente trabajo que consideramos másimportantes. No obstante, quienes estén interesados en profundizar en el tema encontrarán en muchos deellos (Fragmentos para una historia del cuerpo humano, El cuerpo y la sociedad, Notas para una posibleintroducción a la historia de la sexualidad, La memoria del Logos e Introducción a Nietzsche, por citarunos cuantos) completísimas referencias bibliográficas. Para facilitar su consulta, y siempre que nos ha sidoposible, citamos la edición más reciente y la traducción castellana.

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