Memorial del Vuelo. Muestra de poesía mexicana, generación de los setenta.

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Memorial del vuelo (Muestra de poesía mexicana, generación de los setenta) Comentarios y selección Nadia Contreras Colima, Colima. Septiembre 2006. 1

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Memorial del vuelo (Muestra de poesía mexicana, generación de los setenta)

Comentarios y selección

Nadia Contreras

Colima, Colima. Septiembre 2006.

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Comentarios

I¿Para qué una muestra? ¿cuál es su intención, el “necio” afán de reunir a sus autores? En nuestro caso, justificamos este Memorial del vuelo, por el hecho de dar continuidad al panorama de las letras en México, muchas veces atestiguado en antología y muestras. Sin embargo, creemos que lo más importante es reunir estas voces que se repiten obligadamente en la poesía actual; voces que asumen el acto de la escritura voluntaria y seriamente, ese mundo completo en sí mismo.

Recopilar los trabajos que se presentan fue tarea ardua, ya que como ocurre en generaciones anteriores a ésta, existe una vasta lista de autores que compartieron libros, publicaciones en suplementos, revistas, páginas web. La Internet nos permitió llegar con nuestra convocatoria a lugares no imaginados: Bélgica, Argentina, España. Diversas revistas del interior de la República nos apoyaron en su difusión, el propio Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Pero ¿qué es una generación?: A grandes rasgos y refiriéndonos a lo nuestro, una generación es un conjunto de personas dedicadas al arte o a la ciencia, coincidentes en el tiempo y cuya obra tiene características comunes. Ortega y Gasset, por su parte, habla de una generación que armoniza en la búsqueda y espontaneidad, en ese relámpago cristalizado que es el vivir del poeta: “Las generaciones nacen unas de otras, de suerte que la nueva se encuentra ya con las formas que a la existencia ha dado la anterior. Para cada generación, vivir es pues, una faena de dos dimensiones, una de las cuales consiste en recibir lo vivido, valoraciones, instituciones, etcétera; la otra, dejar fluir su propia espontaneidad.”1

Partiendo de la definición anterior y de los textos aquí presentados, elegidos desde esa “visión personal y subjetiva", analizaremos brevemente –lejos de las tendencias o grupos– el trabajo poético de estos autores; sus obsesiones, influencias, estilos y todo aquello que los une con el pasado y el presente histórico de la literatura, pero también del hombre. Porque estos autores, no son quienes simple y sencillamente se quedan al margen de los acontecimientos. Saben perfectamente del mundo actual, su política hecha pedazos, la pobreza al más no poder de la incertidumbre. 1 Ortega y Gasset, José, La idea de las generaciones. Este ensayo, “Idea de las generaciones”, es la primera parte de El tema de nuestro tiempo, 1923.

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Esta generación, además de estar emparentada con la diversidad en cuanto a géneros literarios que van desde el ensayo, cuento, novela, etcétera; es protagonista del auge más reciente de la tecnología; el mundo globalizado y globalizante, los conflictos bélicos, la deforestación a lo largo y ancho de nuestra naturaleza, la ciencia a favor o detrimento de la vida. Y esta es la poesía que los caracteriza, un lenguaje que va más allá de las fronteras que el hombre establece al hombre, como afirma Ortega y Gasset. Esta generación –como ya lo hicieron otras más– denuncia, escribe en voz alta, revela la mentira. La poesía, como la de Vicente Huidobro2, es aún más que infinita.

IILo primero que debemos destacar es la herencia literaria que nutre a estas voces. Quizá por eso, sean tan presentes los ecos de muchos poetas como T.S. Eliot, Wallace Stevens, Válery, Pound, René Char, Rimbaoud, Pessoa, Huidobro, Cernuda, Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, Pablo Neruda, Rubén Darío, Octavio Paz, Rosario Castellanos, Ramón López Velarde, Xavier Villaurrutia, Rubén Bonifaz Nuño, Carlos Pellicer, José Carlos Becerra, Jaime Sabines, Efraín Huerta, por mencionar sólo algunos. Por otro lado, a diferencia la inexistencia de una ideología duradera, hecho que identifica a las sociedades modernas, los poetas aquí reunidos se identifican con el forcejeo diario, la responsabilidad y la escritura ante una vida que se cae en pedazos.

Y de esto también habla su trabajo, su memoria, sus vuelos, así como lo hicieron sus antecesores, porque como dice Arturo Souto3: “cada escritor, en todas las épocas, tiene su propio, aberrante lenguaje”. Pero ¿cuándo comenzaron a escribir? Imposible saberlo. A cada uno le llegó el momento no sólo de comunicar, sino de compartir sus vivencias, porque el poeta: “no sólo quiere que el lector sepa lo que es un bosque: quiere que lo vea.” Entonces, vuelve a nombrar el universo, ordena el caos, busca y encuentra más allá de lo evidente. Iniciemos pues, con este vuelo:

IIIMónica Nepote, a través de una poesía donde el pensamiento renueva la realidad circundante, nos habla del hombre contemporáneo que olvida a primera hora el asombro y la curiosidad; el hombre hecho de cansancio y rutina. El “yo” y la “mirada” son la misma, mujer que contempla el mundo desaparecer, la soledad, el amor a punto de soltar las amarras. Nepote, tiene la

2 La Nación, Santiago 28 de mayo de 1939, pág. 5.3 Souto, Arturo. El lenguaje literario. Trillas. Col. Lengua y literatura. 1999.

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habilidad de redondear los paisajes, de ofrecernos en la precisión del lenguaje: su significado, la caída del hombre en el abandono de sí mismo:

“El corazón del hombre late distraído en el mareo, zozobrando en la tiniebla. La mujer recorta unos billetes, las piernas expuestas a olvidar tanta noche, tanto anonimato entre los senos. Indispuesta a encarar el sol, el golpe bajo que le prepara un sarcófago en la carne.”

Ofelia Pérez Sepúlveda, por su parte, en un diálogo intertextual habla con su madre; a Paul Celan le dice “en vano afilamos nuestros cuerpos”. Para la poeta en un “Yo” desdoblado [“y me alejo sin nadie detrás de la que vino, de la que es / ausente”], es irresistible el verano de la espera. Ella, la que mira conjugar los verbos en esa desconstrucción es vampiro, acaso soberbia, hermética y traidora. Y agrega: “ella está de pie, mientras dos manos juegan a romperle sus huesos”.

En Luigi Amara, el lenguaje –aparentemente simple– exige una mayor atención por parte del lector, que además de saber de una mano que se desdobla, le pide abandonar el impulso irracional del sentimiento. Su poesía va más allá del simple lirismo, pero que lentamente, se llena de recuerdos, añoranzas; su atormentada existencia.

Un gesto para nadie, un simulacro, de la mano empuñando el mango del vacío, asiéndose al instante, al ritmo de su abrazo, un ademán en la contemplación de sí mismo.

“No queda mucho del mar”, afirma Luis Vicente de Aguinaga, porque el tiempo para él se mide por semáforos. En ese decir sin decir, donde sorprende la concepción del ritmo, el caos atenta contra la armonía de lo que un día fue una mano, la respiración, el padre:

El padre al centro, pero al centrono hay nadie.Nadie tampoco en las orillas.Sólo un perrodesdibujado por el hambreoculta bajo un macizo de gardenias

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el cráneo de algún pariente no muy próximo.

El verso de Aguinaga, en ese retorno a la mirada limpia del niño, se caracteriza por la tensión, por el juego de las imágenes, la sensación hecha de un cielo en el sendero infinito de la sangre:

No estaré aquí.La lluvia enjuagará el paso de los carros, se dejará patear la Piedra hasta la esquina y arriba del camión, al ver el cielo,dirás que la luz no brilla como antes.

Y no es que Aguinaga esté en pos de la mera utopía. El poeta habla de revalorizar aquello que antes era universo de la mirada; lejos la soledad, el abismo que el mundo hoy revela.

Para Jorge Ortega y Román Lujan, el lenguaje con sus infinitos matices y significados, es el medio por el cual se hace presente el pasado y el futuro. Mientras el primero dice:

“Y la ciudad fue asentándose entre sábanas de aridez como un corazón de agujas. Dolían los edificios y las ya muchas casas. Meses reflejados en fachadas blancas y pretiles ingenuos.”

El segundo reafirma:

“Que cada quien guarde su muro, que cada quien lo ensucie y lo repinte; así dispuso Artaud pero era tarde. Tampoco he dicho esto, es sólo que era peor no musitarlo. Muerde el alba pringosa estas cortinas. Hermosa es la tragedia del que escribe, del que acecha una línea falaz de oscuridades.”

Encontramos, pues, el sufrimiento del poeta ante la ciudad hecha polvo, plantas y flores de ornato sufriendo en el jardín “la calcinación del siglo” [Jorge Ortega]. El poeta es quien contempla, cree transformar el mundo a través de las palabras, mas sabe tristemente, que “es tarde para abrir deshuesaderos, habiendo tanto nervio por hilar, faltando tanta brisa [Román Lujan].”

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IVAmantes de la experiencia afectiva, la emoción desbordada, encontramos el siguiente puñado de autores:

Gabriela Borunda parte del “Yo” simbólico que define la poética de Walt Whitman; al igual que Silvia Plath, ella es el centro de la tormenta. Se contempla, se observa fijamente a los ojos, midiéndose palmo a palmo, amándose, como Alejandra Pizarnik, después de los espejos:

Cuando me dijeron Que mi estilo era eleganteMi poema frescoY mi prosa juvenilPensé, sin embargoQue mi mejor poema era yo misma.Y aún no he terminado De escribirme.

No hay más mundo que ella misma, envuelta con las palabras, siendo ángel; pero un ángel que a diferencia de la autora de El infierno musical, es conocimiento del mundo, de la tierra, de los seres que la habitan:

Tomé conciencia de mi vidaDe mis huellas en la tierra, de la tierra mismaY de los seres que la poblaban.

Concluí que si un ángelCaminaba por las calles de esta ciudadNo podía menosQue llamarse Gabriela.

Contrariamente, el poema será algo terrible: “La abuela vendió mi cuna blanca a los vecinos/que la pusieron en el corral de los cerdos.”

En Despierta el minotauro, de Fabiola Aranza Muñoz, la carne es fuego, compasión más que lujuria. Sin embargo, lo que más interesa, es consolidar por medio del mito, por medio del lenguaje, la conciencia simbólica de la sociedad humana.

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No soy yo, no eres tú.Hombre, mujer, demonio,la carne es fuego: compasión más que lujuria.Es hora de que te mires como eres.Es hora de aceptar lo que no fuimos por tanto tiempo.

Karla Sandomingo, en cambio, no busca más artificios que la palabra misma, el asombro y la contemplación. Así como el Arte de pájaros de Pablo Neruda, busca en este símbolo la multiplicidad de los sentidos. Ella [la que abraza sus objetos, la silla, su desvelo, la sarta de mentiras y sus verdades], quiere dar vida, saciar de aliento al ave confundida que es el hombre. Ella misma quiere ser pájaro:

Yo pude haber sido pájaropero el pájaro no sabe ser hombresabe ser pájaro desde el hombre que lo miray el hombre sabe que es hombre desde su visión de pájaro

[Y agrega:]

(Entonces el aire del vuelo de ambas miradas que se cruzandefinen la naturaleza del aliento)

“Muere el pájaro en la prisión / de sus alas, / en su propia ficción” dice un poema de Rafael Pérez Estrada. Sin embargo, a la tradición de tomar al pájaro como elemento inspirador, se une una larga lista de autores que lo practican. Por ejemplo, sólo por mencionar algunos casos: Keats y el ruiseñor, Bécquer y las golondrinas, Alberti y la paloma, incluso el cuervo de Edgar Allan Poe.

En esta misma línea encontramos la poesía de Avelino Gómez Guzmán, en donde el sentimiento amoroso bien puede ser una canción a los once años. Igual que Gabriela Borunda en esa exaltación del “Yo”, parte del mal hábito de hablar de sí mismo desde la infancia: “Ya en ese entonces yo sembraba pichones en cada rincón, / con la intención de que crecieran árboles de alas.”

La poesía de Avelino es una poesía sin engaños, transparente al igual que el mar. En su libro más reciente, El mal hábito, la evocación es el medio por el cual el pasado es presente de las mujeres que ama:

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La primera nunca supo mi nombre.La veía pasar calle abajo, vestida para las eternas fiestas que yo apenas presentía.

Y continua en el recuerdo de la segunda: “La niña que lloraba triste en medio de la clase”; y la tercera mujer que “es posible sea una reina”.

Sobre el mar, también nos hablará Edgar Valencia, en esa celebración y bullicio que son las olas. El poeta dice: “Por hoy hemos vivido” se escucha, / “que los relojes olviden esta noche”. El mar, es entonces, mito de vida que una y otra vez se genera y regenera.

Con esta misma preocupación “¿cuánto dura la vida?”, encontramos el trabajo de Ricardo Venegas, quien se reconoce no en las cosas que encarnan un valor efímero, si no en sí mismo, en su origen y su espera:

Vengo también de un cielo espeso.

Como gota vigía que se esfumame detengo a esperarese momento.

Jair Cortés, no obstante, habla del pasado como quien simplemente mira el tiempo tras la ventana de los años. Con claridad y sencillez, vive del influjo donde se trasciende y trasciende incluso el lenguaje. Es por eso que cada verso, en una respiración ya profunda, abre caminos hacia puertas infinitas de interpretación.

La poesía de Carlos Manuel Cruz Meza es inquieta, va y viene como las olas al mismo lugar de los siglos. A través de su pluma, embravecida, sabemos de la tempestad, el rezo de los hombres, la vida hecha abismo. Es el tiempo de los vientos asesinos, afirma, a través de un ritmo exacto, explosivo:

…Nadie pudodarse cuenta que el piélago llegaba,invadía con su rabia cada casa reclamandopara sí aquellos efluvios, la lloviznaconstante de los vientres de los hombres,la mascarada azul, la luna nueva,

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el llanto contenido entre las manosde todos los que se iban alejando. Quizá se deba hacer un apartado especial para hablar de Rogelio Guedea, su lenguaje infinito, impertinente. Él habla de la mujer que se desnuda frente al deseo, porque Rogelio, es de los poetas que se inspiran con una guitarra, una canción de José Alfredo Jiménez, la sonora voz de Chavela Vargas. En sus ya muchos libros, ha sabido encontrar la voz precisa, la brillantez de un lenguaje donde transitan estados de ánimo, obsesiones, pero sobre todo, el amor:

yo sólo quiero que se junten los pedacitos del vaso roto un díaquiero que por estas avenidas por estos callejones de mi sercamine siempre una mujer vestida de infinito

La poesía de Gabriel Avilés, como la de Ignacio Ruiz Pérez, es completa, encarna la rebelión que el hombre lleva consigo: “El poeta maldito vive al azar”, dice Avilés, recordándonos a Baudelaire. Y habla de la enfermedad, de las larvas que consumen el cuerpo. La vida, más que asombro, es caos. Ya no hay tiempo, afirma, por eso el corazón tiembla con la sangre.

Por su parte Ruiz Pérez [en esa evocación donde los personajes son por medio del lenguaje, el poema mismo], desconstruye la enfermedad para hablarlos del deseo en el pelaje de los gatos que se rozan, pero a la vez, del amargo cáliz de la vida:

Estoy cansado. A nadie —ni a mí siquiera— le importa este discurrir de tiempo, sueño y agonía.

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Mónica Nepote

(Guadalajara, Jalisco, 1970)

Autora de los libros: Trazos de la noche herida, FETA, 1993; Islario, Filodecaballos, 2001. En 2002 obtuvo el primer lugar del Premio Nacional Efraín Huerta en el género de Poesía que otorga el Estado de Tampico.

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El corazón

Revolver el cuerpo hasta la más profunda calma. Así, la lentitud le va bordando peso al parpadeo.

Los labios tras los labios. Una piel que sabe de la sábana, del país que se forma en cada beso tibio; de una lengua oscura, un océano y dónde quedó la espalda, mi brazo.

El corazón del hombre late distraído en el mareo, zozobrando en la tiniebla. La mujer recorta unos billetes, las piernas expuestas a olvidar tanta noche, tanto anonimato entre los senos. Indispuesta a encarar el sol, el golpe bajo que le prepara un sarcófago en la carne.

El hotel

Aparece como una catedral en el centro de la herrumbre. Los cometas rozan sus fronteras, astillando así el secreto ancestral de la construcción.

Cómplice de la amante fugaz, de los gemidos elevados hasta el techo. Espía con su mirada única de cerradura. Se vuelve laberinto su escalera, pasaje a las alcobas amorosas.

Astillado en el vaivén feroz de sus colchones, ruido que arrastra la costra del silencio.

Anciano de la noche su nombre es mandamiento de neón. Fantasmas de mármol habitan sus esquinas.

A esta mujer la sangre se le fuga

A esta mujer la sangre se le fugaEn un torrente de tardes en el pasto.

Con toda la calma y la pacienciaabotonada entre los dientes,con las manos lastimadaspor la furia del jabón.

Su falda es la banderaque dibuja los límites del cuerpo.

Y está ahí: quieta

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en su misión de sostenersede un hilo delgadísimo,sin murmurar su sueño desvelado

de mujer corrompidapor el alfabeto salvaje de las cosas.

(Trazos de noche herida)

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Ofelia Pérez Sepúlveda(Guadalupe, Nuevo León, 1970)

Autora de los libros: Doménico (Municipalidad de Guadalupe, 1993); De todos los santos herejes (Toque, 1995); Cuartos privados (Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, 1997); La inmóvil percepción de la memoria (Verdehalago, 2000).

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Paul Celan y el alto pensamiento como un árbol

Ningún testigo, Celan, ha de arrebatar esta hendidura, este clamorverano irresistible que es la espera.

En vano afilamos nuestros cuerpos porque ninguno empuja el marco de la puerta, ninguno destornilla las ventanas.

Venir desde la noche con el frío consenso de nombres que pasan como hojas de afeitar en las esquinas de tu brazo,

justo en el ángulo de los días y la dicha.

Qué agónica presencia la del arpa que tensa te combate.

Sin título

En el Reforma es tu voz un arpón. No está la rosa en el incendio. No te respito en el filtro que encierra el delfín

que no seremos.

Yo te miraba conjugar los verboscon la mirada del mamífero que teme y me acercaba a donde has dicho que guarda el corazón de madrugada.

Existo, y del pequeño continente del cristal una esquirla salta,

llega, te nombra.

Y me alejo sin nadie detrás de la que vino, de la que es ausente.

Te me ves inmóvil en el rincón de la cantinay me voy sin saber en dónde está la Ofelia que conjuras, sin que abras tu casa a este vampiro.

Guárdame soberbia, hermética, traidora; apenas piedraque insiste en cargar.

Y si jamás la Ofelia se desnuda

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no preguntes quién hiere a quién entre bufones.

(El mar es un desierto. Poetas de la frontera norte 1950-1970)

De los que estábamos y éramos (Fragmento)

Siete

Para Ana María Kullick

Hay un poema, madre, que empieza con un verbo,

con una ápice, con sólo la mirada de aquelque se ha bebido el miedo de

estar solo de pie sobre una casa y vuelvesobre sí,

en medio de su cuerpo, adentro de la noche.

Hay un poema en la punta del verbo, madre,

y la mirada de aquel que la ha bebidodomina la extensa y larga noche, sólo, en medio de su cuerpo.

Hay un poema, un ápice de infierno en el iris del ojo que nos mira y el cuerpo de la madre lo cobija,

le traduce el aliento de la luna y le duermela célula de amor y soledad que lo envenena.

Hay un infierno en el párpado del hombrea la intemperie.

a noche lo guarece del olivo. La noche es la madre prometida, la amante que aborta en medio de su

cuerpo, infecto el corazón de amar se pierde.

Hay un hombre en el nervio que se alterade agónica pulsión entre sus manos.

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Hay un músculo enfermo, infecto dehambre, soledades contraído

y luego entra aquella que ha hechizadolas estrellas, la dama, la ruletaque aprieta en el gatillo,

la niña que enamora los desiertos.

Poema para garganta que desuella el verano, madre,

poema girando como el ave que matamos, madre mía,

poema escrito en pliegues y plumas que hierven y en despojo,

poema de hígado, entresijos, de sangre concentrado

atemporal, buenaventura.

Amo tu nombre, tu anciano amor, tu no saber a dónde va mi hambre.

(La inmóvil percepción de la memoria)

Del tercer hombre

Hay un ave muerta. Así empieza el joven a nombrar las cosas. Cubre sus ojos de augurio y cera, y en la cera que ilumina vaticinios, el apenas niño muestra el filo de sus versos. El joven es un mago. Con gracia y eficiencia aparta de su manga las tres cartas del tiempo. Primera: un hombre de bigote y sombrero se calza en el revólver la sonrisa. Segunda: ella está de pie, mientras dos manos juegan a romperle sus huesos. El hombre está desnudo, la dama tiene miedo, y manda sobre el aire y sobre el mar. Ella está sobre el cielo, como una cola de nube que se fuga. Ella está bajo el mar, como serpiente agazapada. Y en el aire viaja, más liviana que el aire del agua hacia la noche. Los hombres y las damas disculparán a este mago sin fortuna. Él dice ser poeta: oficio de traidores. Ustedes dispensarán. Él sólo escribe de su historia, inventa hombres y nadie tiene culpa si los hombres ficticios se refugian

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en los hombres diarios que conversan de la vida en las cantinas. Viajero del agua, un poema nace, un poema muere.

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Karla Sandomingo

(Guadalajara, Jalisco, 1970)

Autora de los libros: Afonía en la Lengua, 1995; Venir del Agua, 1996; Los círculos del fuego, 1996; Tríptico del Ángel, 1997; Navío de tu Agua, 1998; Salomé, del caos al vuelo, 2000 y Madera sola, FETA, 2005.

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falsa jaula

¿Qué es el ave? Es el vuelo que difícilmente se atrapase contiene el cuerpo en una jaulapero no su vueloAún corto, no pierde ligerezademuestra que al fin es un pájaro que tiene alas

los ojos del pájaro

Vi una vez de cerca el ojo de un pájaro muerto

el aire se había equivocado de trazoun desgarre verlo inmóvil en su ojo detenidoojo que guardaba vuelos anterioresllenos de hierba rama y árbol

¿Qué hace que el ojo del pájaro sea su propio viento?

Cuando ve, son sus alas lo que tiene en la miradael pájaro expresa su trazo de vuelo desde el ojoy si ya no ve, no vuela ni tiene aire

el y yo

Yo pude haber sido pájaropero el pájaro no sabe ser hombresabe ser pájaro desde el hombre que lo miray el hombre sabe que es hombre desde su visión de pájaro

(Entonces el aire del vuelo de ambas miradas que se cruzandefinen la naturaleza del aliento)

los tiempos del invierno

Los tiempos buenos del inviernodonde el cuchillo duerme y las aves que lo empuñan

Yo me quedo con la claridad y el engañocon la nievecon las grietas que nacen de mi pecho

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el cigarro y las plumaslas pérdidas las ganancias y el frío

que entren de una vez los tres lamentos:el de la llave cuando da vueltael de la cerradura

y el candado

voy

Voy a rascarme la costra que tengo en el codovoy a sacarla de mi brazo como se saca el silencioy voy a guardarla en el sobre del párpadodonde todas las imágenes quedan archivadas

No voy a tirar la costraporque es una costra bellatiene todas las rugosidades de una viejay es tan pequeña como un niño

No voy más que a prenderla de un alfileraquí en mi pecho

vuelvo

He viajado mucho y ahora vuelvo al corazón

Enajenada, veo mis objetosaquéllos que se mecen

El grillo canta su ópera lenta(luz tibia que traspasa )

Asomo mi vozlos gritos se refugiangirany el caballo se duermeya no existen

De pie el susurro del grillo(aletargada voz)me recibe en otras noches

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Pero salí por mucho tiempoahora estoy

Abrazo mis objetos, mi silla, mi desvelomi sarta de mentiras las abrazo y mis verdadesvuelvo al corazón

(Estudio de pájaros)

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Luigi Amara(México, D.F, 1971)

Autor de los libros: El decir y la mancha (UAM-Xochimilco, 1994); El cazador de grietas (FETA, 1998); Pasmo (2003); Envés (2003) y El peatón inmóvil (2003). En 1998 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino con su libro El cazador de grietas.

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El virar de la mano

La mano se desdobla fuera de la cuenta baldía de su bolsillo. Tranquila en un placer de dedos, despierta de unos sueños blandos, saluda al aire con un desdén de guante, siente la sangre en su viaje más calmo.

Un gesto para nadie, un simulacro, de la mano empuñando el mango del vacío, asiéndose al instante, al ritmo de su abrazo, un ademán en la contemplación de sí mismo.

Lento despierta el animal de la mano. Tendones que se sueltan, los dedos liberados, ociosamente al festín de su goce.

No esperan nada, la invención de un momento, la inútil pantomima que prolongue la expresión del sosiego.

Cada vez más la manga oculta las falanges en corvadas e inertes. Cual un reptil absorto la mano despaciosa se enrolla hacia su invierno.

El parásito

A Héctor Ayala

Nada como el deleite de contemplar la accióny no mover un dedo; estar completamente absorto y en silenciosiguiendo el hilo del evento nimio.

Nada como apoyar el rostro en el marco del vaho,

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con boca, frente y manos cual siniestras ventosas, mirar la gente que cruza, sucediendo despacio; la distorsión de la calle en las gotas de vidrio.

Estoy viviendo el gozo de un bostezo muy largo. Contento en mi postura, en la pesantez de mi carne, nada se escapa, con nada se interfiere, me place la manera en que me pongo al vidrio, cómo el cuerpo se adhiere, se adelgaza, se engasta; sonriendo inútilmenteme descubro traslúcido.

Fin del camino

El camino se angosta. Calmosamente llevahacia su muerte en el liquen. Éste es su extremo y su promesa: un punto para el pie –entre puntos cualquiera–, el secreto dibujo del cansancio.

Hasta aquí conducía su pulso incierto y ondulante, la línea que descubro fue sólo azar entre piedras. A este lugar me aleja para afirmarse y morir; para alargar en su estelael apacible temblorde haber cruzado a ciegas de la luz a la sombra.

Los largamente inmóviles

Vuelves la página y piensas que un telón se descorre sin ese oleaje oscuro de la tela.

Adivinas ya la penumbra,

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el escenario, la mesa puesta y tal vez los relámpagos; relámpagos colgando del techo del poema, candelabros sonoros, tan largamente inmóviles.

Vuelves la páginay esperasun mobiliario en silencio, unos actores; látigos en tus ojos que seccionan el aire, como el primer aliento, quizá el segundo, como la tercera llama que los despierta. Topor y herrumbre.

Se descorre el telón a otro telón y a otro.

Puedes notar –al margen–

que la tela es más grácil.

Estanque

A Guadalupe Sánchez Nettel

De tarde en tarde,cuando la superficie en calma restituye la inalterada imagen de las cosas que pasan(y aún antes de que el limo se pose blandamente en la tensión de la tela del agua) dejo caer un guijarro, un amuleto inútil o el cadáver de algún hermoso insecto–volutas de lo habitual para encontrar lo nuevo–al estanque del ánimo; me inclino a verlo hundirse rápido helado sereno, que expanda en sus anillos

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los tesoros del eco, el ritmo de la alteración que provoca en la calma.

(El cazador de grietas)

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Luis Vicente de Aguinaga(Guadalajara, Jalisco, 1971)

Autor de los libros: Noctambulario (Guadalajara, Jalisco, Bachillerato en Humanidades de la Universidad de Guadalajara, 1989); Nombre (Universidad Autónoma de Zacatecas, Cuadernos de Praxis/Dosfilos, 1990); Piedras hundidas en la piedra (FETA, 1992); El agua circular, el fuego. (Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1995); La cercanía (Filodecaballos, 2000); Cien tus ojos (Ediciones sin nombre, 2003); Rumor de la ciudad al hundirse. Lectura de 'Paisajes después de la batalla' de Juan Goytisolo" (crítica literaria, Universidad de Guadalajara, 2003); Por una vez contra el otoño (La Rana, Guanajuato, 2004) Cien tus ojos (Ediciones sin nombre/Universidad de Guadalajara, México, 2003); Reducido a polvo (Joaquín Mortiz, México, 2004) Lámpara de mano. Sobre poemas y poetas (crítica literaria, Ediciones Arlequín/ Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 2004). En 2004, obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes con su libro Reducido a polvo.

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Como follajes crecientes, hojas que aumentan, que envejecende cara al mediodía. Como follajes que envejecen, aumentanmientras adelgaza la sombra, como sombras que pierdensu cuerpo debajo del mediodía filtrado por las ramas.Como luz directa de las hojas, que pulsa más alláde su propio corazón, hiere más allá, de su propia quemadura. Como un agua vacía, como un tinte vacío.

El aire o las aves retiradas.

(El agua circular, el fuego)

Retrato de familia con jardín

El padre al centro, pero al centrono hay nadie.

Nadie tampoco en las orillas.

Sólo un perrodesdibujado por el hambreoculta bajo un macizo de gardeniasel cráneo de algún pariente no muy próximo.

Luz indirecta

La mano puede abrirse o extenderse,pero lejos del rostrono hay donde comenzar otra historia de las respiraciones. La mano es aquí una hilera de preguntas,una placa de vidrio cuidadosamente inclinadapor la que van deslizándose la espera y el quién,el ahora y el quién,la espera incierta.¿Cuándo se ha dicho todo, en qué altitud polar o enjambrede neblina,si esta vez ignoramos repetirlo? No hay donde cruzar otra mirada:la primera, que anida ya en tus ojos,guarda el trazo redondo, la sentenciadel polvo y las ciudades. Que anidan

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todavía en tus ojos: la hilera de preguntasson tus dedos, y una mano responde. Conozco tu mirada. Estoy aquí para narrar tu historia,y no diré: comienzo.Haría por quien fuera lo que hagopor ti difícilmente, pues seríapor alguien. Peladura: restos de un fruto acérrimo, la cara. Amargoy persistente. Aceroacérrimo,costra de nuez, rostro que ya no es mío,lejos de ti, que aún, alguien predicepor su luz indirecta las miradas.El polvo -llamo así a la ciudad- aplana o redondealos ángulos del aire. La mano es aquí el vientre, y es la espalda, púrpuray sinuosa.La sentencia oblicua: no saber nada,pero conocerse.Verse y decir: tú, resto,placa de acerocuidadosamente deshecha, interrogada, hechaquién. Si esta vez ignoramoslo que antes desconocíamos apenas: la tersuradel polo, su amplitud resumidaque no es ecuador ni meridiano,¿qué murmuramos otra vez, lejos, inmóviles, sin irnos? Aquíestoy para contarte, a ti mismo, tu principio:ya no lo recuerdo.El quién, el ahora: las líneasde la mano, que se prolongan hasta el cuellosin definir siquiera una silueta, una cuñacualquiera, el mínimoborrón sobre la carta:vacías. Pero en los muslos, en el vientreanida, construyéndose, la invocación y la respuesta sola.Pero en el sexo hay dádivas.

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Medio de contencióna Ricardo Castillo

1

Quién oyó nunca el paso de las tribus.Iban de norte a sur, de un lado a otro, y eran olas de insectos o parvadas que azuzaban el aire. Los domingos burlaban el acoso de unas calles arteras, ganaban las espaldas del contrario y se arremolinaban con ventaja frente al rival- y en el momento, en la hora precisa, al tenderse las redes de la gloria, despachaban su tiro a las tribunas (sin que hubiera tribunas) y un abucheo de todos los demonios acompañaba su regreso.Quién recuerda siquiera esa rechifla.Hoy el tiempo se mide por semáforos y un latido continuo de luz roja te ahueca el pecho, zumba en tus pulmones como un viejo balón que se desinfla.

4No estaré aquí.Sobre la hierbagrisácea de los parquesanidará una amago de eucalipto, y ese olor de perros migratorios como peces calará en las banquetas.

No estaré aquí.La lluvia enjuagará el paso de los carros, se dejará patear la Piedra hasta la esquina y arriba del camión, al ver el cielo,dirás que la luz no brilla como antes.

Cuando se agregue a la curvatura de las brújulas un territorio inexplorado, el mediodía consentirá de nuevo que la tarde caiga.

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No estaré aquí.Síganse de frente.

Cisterna sin orillas

No queda mucho de la niebla– todo es niebla.Todo como semillas agolpadas en la tráqueao enredadas en un suelo infecundo.No queda mucho del mar, aunque propaga– fuera de sus límites borrosos– una delicada invasión de oleajes,una sola marea igual a pólvora dispersa.¿Alcanza el día, pájaro que escapa del asedio, piel retráctil, a observarte mirando aquel abismo, este abismode brisas como llagas y sangrantes, líquidas aristas?Asomada,quieta en el borde con ojos no cubiertos, con cejas que acarician, que desean esa espumapero reservan el final para un guiño imprevisto.Arrojas algo al fondo, y quién puede notarlo. Arrojas tal vez una extraña pregunta, porque la luz ya no hace flamas en la arena, porque el agua es delgadaY sabes que el mar puede responderte.

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Fabiola Aranza Muñoz

(Ciudad de México, 1972)

Autora de los libros: Piel de mar, Flagelaciones y Despierta al minotauro. En 2002, obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Timón de Oro” con el libro Piel de mar.

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I

Despierta al minotauro que anida en tu interior,camina hacia la luz,verdad a medias,descúbrete impotente ante el abismodelante de tus ojos,después reza,suplica compasión,sé justo y ciego antes de juzgar.no pidas perdón por los actos cometidosen nombre de un dios vivo,del que solo tú sabes su nombre.

II

Huye a la ermita de la que tanto hablas,

cubre tu sexo, vellocino de oro,no permitas vislumbrar el pubis doradoque mira al sol en plenitud.Hay una gran tormenta en el horizonte.Recemos a los dioses.No hay tiempo de mirar atrás.

III

No tengo que decirte lo que tienes que hacer cada mañanasi al verte en el espejodescubres otras manos aferradas a tu cuerpo.No soy yo, no eres tú.Hombre, mujer, demonio,la carne es fuego: compasión más que lujuria.Es hora de que te mires como eres.Es hora de aceptar lo que no fuimos por tanto tiempo.

IV

Recuerda el camino al laberinto,a este fuerte cuando te hayas descubierto

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frágil, como en el principio,vuelve hacia mí,acepta tu papel en esta historiadonde no logramos cambiar el infortunioen nombre de todas las leyendasque supimos cuando niños.

Hazme aceptar lo que no soy capaz de concebir. V

Dime de qué manera acepto la demencia,la amnesia que insistes en legarmecual si fuera depositaria de todos tus lamentos.

Dédalo y tú son ya uno mismo.

(Despierta al minotauro)

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Jorge Ortega

(Mexicali, Baja California, 1972)

Autor de los libros: Crepitaciones de junio (poesía, 1992); Rango de vuelo (poesía, 1995); Deserción de los hábitos (poesía, 1997); Cuaderno carmesí (poesía, FETA, 1997); Fronteras de sal. Mar y desierto en la poesía de Baja California (ensayo, 2000); Mudar de casa (ICBC, Mexicali, 2001); Baladas para combatir la inanición (ICBC, Mexicali, 2002); Bitácora del nativo (UABC / Plaza & Valdés, ciudad de México, 2003); Ajedrez de polvo (tsé-tsé, Buenos Aires, 2003) y Estado del tiempo (Hiperión, Madrid, 2005).

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Bitácora del nativo

V

Y la ciudad fue asentándose entre sábanas de aridez como un corazón de agujas. Dolían los edificios y las ya muchas casas. Meses reflejados en fachadas blancas y pretiles ingenuos. Agosto era gigante que jugaba con nosotros a manazos de calor, pedradas o rocas de aire cálido abrumando puertas y ventanas a punto de mermar el compresor de los aparatos. Plantas y flores de ornato sufrían en el jardín la calcinación del siglo. Calles como en los cuadros de Chirico, reguladas por un toque de queda. Largos intervalos de silencio. Bodas aplazadas.

Pero acatamos del desierto la condición de su dádiva.

X

En la cascada de un trago circula el bajel de mi proceder. Bebida de cebada barniza el cargamento de mi carácter, impregna el sustrato de mis ademanes. Para el bautizo de ciertos puntos sagrados, la ociosidad también crea monstruos, alucinaciones de la pupila tensionada por una avalancha de recintos inmortales. Frases torcidas o incompletas brotan al margen de las libaciones; son el arte del balbuceo, el último cigarro de la noche.

Alguna vez Jack Kerouac, de paso por Mexicali, vio jarcias intocables en la portezuela del taxi, bucaneros departiendo frente a la central de autobuses.

Diurno de la estatua

No hay pájaro que ronde a estas alturaspor la anchura del cielo despejado;la bóveda es azul, mediterránea,pero de sumo ardiente, intransitable.Fustiga la hora nona el parabrisascon la acupuntura de los rayos;imaginad entonces la intemperieque abrasa los perímetros del éter:nadie sale de casa en los contornosni se desplaza a pie por las acerascomo si bajo el signo de noviembre.El rumbo es un erial, y yo atravieso

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—con estupefacción reglamentaria—el radio de su aspecto desolado.

Reloj biológico

Nos despierta la música del pájaroantes de lo ordinario. Algo lo inquietadetrás de las paredes, en el reinode la naturaleza a flor de cielo.¿Acaso la escisión de temporadas,el cisma de los climas vecinalesque divide la atmósfera vigenteen dos identidades enemigas?El pájaro es un síntoma del tiempo.La urgencia de su canto nos susurravaticinios, sistemas de presiónque viajan por el aire como un hecho. Señales en el camino

El clima reverdece en el otoñocon las propagaciones de la menta;el aire se adelgaza y respiramosun gramo de genuina claridad.El césped va trocando de semblante,los árboles también, desmadejadospor el viento alopécico que espulgala oronda tupidez del panorama.Revela el mes de octubre su esqueletoy bajo un cielo terso gana formael hongo de un aroma presentido.Nadie nos llama en sí, nada inusualsucede alrededor, tan sólo el gestode las felicidades transitorias.

Función de medianoche

Se abre el telón del sueñoy calla el día;o bien, recoge al menossu cauda de estrépito motor.

El portento de la luz desaparecey aparece en la ventana

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un redil de opacidadpreludiando teatro negro.

El apagón es foro.El reposo la voz de la oscurana,la ausencia de portento cenitalfundada en las ojerascomo un antifaz endrino.

¿Acaso la negrura desamparo?

A la sombra de ese eclipsetotal que es medianochehabla ahora el silencio:cajón de ruidos tenuesy dudas de vigilia.

Dialogan los humores de las cosasy la fauna prisionera—en cocheras, traspatios, albitanas—implanta en el corcho del ambientesu dicciónsin perturbar el sueño.

Todo callay a un mismo tiempoempatiza por los hilos invisibles,por los túneles secretosque tienden los sonidosde una banqueta a otra.

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Gabriela Borunda

(Chihuahua, México, 1973)

Autora de los libros: Biografía de la Luz, Ediciones Universidad Autónoma de Chihuahua; Balada del Silencio, Ediciones Toque de Poesía y Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, Guadalajara, Jalisco; Buzón de Poesía, Ediciones “Gatos de Azotea”, Monterrey, Nuevo León; El Canto de las Brujas, Ediciones La Tinta del Alcatraz, Toluca Estado de México.

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Amante

Poner mis labios sobre el torrente de tu sexoAsimilando sus textura como cuando niñaCorría hasta la higuera y me llenaba la bocaDe su miel.

Castillo verde y fuerte la profecía del tronco blanco.

Emerger de tus brazosQuedarse tendida bajo el solCon la piel mojada.

Será que tu vida no ha conseguido Domesticar el último feroz rastro de niñaQue aun tengo.

Cumpleaños

Los que a hurtadillas leyeron mi agendaNo entendieron por qué un día más largo Que ninguno escribí: AniversarioDe la casa del sol.

No saben que en el lenguaje de los desheredados de la muerteesto quiere decirgaviotas entre nuestros cuerpos.

Luz.

Absolutamente rosa

Cuando me dijeron Que mi estilo era eleganteMi poema frescoY mi prosa juvenilPensé, sin embargoQue mi mejor poema era yo misma.Y aún no he terminado

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De escribirme.

El espejo

Tomé conciencia de mi vidaDe mis huellas en la tierra, de la tierra mismaY de los seres que la poblaban.

Concluí que si un ángelCaminaba por las calles de esta ciudadNo podía menosQue llamarse Gabriela.

Lilith

Las mujeres andan como bárbaros,ensangrentadas, sin tierra ni escritura.Practicantes de una religión atroz.

Destruyen los imperios que odian y desean,los que nunca habrán de poseer.Con esas ruinas mañana levantarán un nuevo palaciopara un nuevo juicio.

El último poema

*Narciso creyó ver su imagen reflejada sobre el agua.Vio un rostro, cuello, el pecho tan hermoso,intuyó ese cuerpo como su propio cuerpo.Se inclinó a besar aquella imageny ésta extendió los brazos para tomarlo por la frágil cintura.

*Me llamo Legión y somos muchas.Ya ruge el poema terrible en la vena más oscura.Estoy en plenos poderes y no perdonaré a quienes me hicieron mal.Ya desde su vientre quise suicidarme con el sabor amargo de sus vísceras, madre:he pasado los pocos años de mi infancia sumergida en el plomo de las pasiones

ajenas:golpe certero, insulto feroz.

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Mi tío me violaba cada tarde bajo la sombra dulce de la higuera,al terminar me regalaba dos toronjas.Nunca me gustó el sabor de aquellos frutos, pero no los rechacé,era único amor que se me ofrecía.La abuela vendió mi cuna blanca a los vecinosque la pusieron en el corral de los cerdos.No entiendo.

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Carlos Manuel Cruz Meza

(Xalapa, Veracruz, México, 1973)

Autor de los libros: Zona de guerra (Cultura de Veracruz, 1997); Al otro lado del espejo (IVEC, 1998); Voces diversas. Antología de ensayo veracruzano (Secretaría de Educación y Cultura, 1998); Nirvana (Fondo Editorial Tierra Adentro 213, Conaculta, 2000); El jardín de Babel. Poesía joven de Veracruz (Gobierno del Estado de Veracruz, 2001); Hojas volantes. Historia de los periódicos en Xalapa (1807-2000); El rostro oculto de Dios. Historia de la ciencia ficción y El color del mal. Narrativa (1985-2002).

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La habitación de las cabezas

IV

Con su aureola presagiaban la condena

Colgados en los muros de la casamostraban sus llagas con orgullo

La santidad era el mayor pecado

Por eso nos postramos frente a ellosmientras la abuela leía versículos perdidosy hacía pequeñas incisiones en mis manos

X

Nuestra madre dormía en su propio cuartoTres golpes a la puerta y el chirrido

Sin ojos aún solía peinarsefrente al espejo

Aqua

I

El mar trataba de alcanzar la orillapero no lo conseguía; y los ojos de los hombreslo contemplaban en su esfuerzo. “No debemosintervenir ante su angustia”, murmuraban,“no, no debemos”, y el mar embravecidosilbaba. Fue más tarde cuando el denuedorindió frutos; mas entonces,liberados del sol, enfebrecidosen las chozas construidas con palmasdonde el calor humedecía prolijamentecon sangre las pasiones de las hembras,el aroma entre los muslos ocultabasu aliento marino. Nadie pudodarse cuenta que el piélago llegaba,

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invadía con su rabia cada casa reclamandopara sí aquellos efluvios, la lloviznaconstante de los vientres de los hombres,la mascarada azul, la luna nueva,el llanto contenido entre las manosde todos los que se iban alejando.

II

¿Y el tiempo de los vientos asesinos?¿Cuando la marcha de las barcas simulabaun regreso al misterio, cuando el cielose tornaba plomizo? ¿Ha de volver algún día?Para entonces, las quebradas alas de las gaviotaspresagiarán su arribo; y en los mástiles,pendones de colores brillantes se agitarán de angustia;nadie sabe cuándo el tiempode los vientos asesinos ha de retornar. Pero la esperade su inminente regreso, la amenaza,la fatiga que extiende su reinadosobre tantas doncellas que en la arenaescriben con la punta de su lenguael nombre del amado, las cancionesque en honor a los dioses exclamamos,nos mantienen vivientes. El tiempo de los vientosasesinos vive en todos, su inminencia,la certeza de que han de aproximarsecon su silbo desmedido, presagiandodolores al golpear contra la costa.

IV

Los pescadores se regodeaban con morbosa miradaante el ondulante movimiento de tu espalda,la brasa tropical ardía en nuestros ojosal ritmo de esos cantos anhelantescuando en la añeja construcción que frecuentamostus formas danzaban sin pudores.Siguiendo un instinto impúdico, esclava desenfrenada,bailabas desnuda ante el gruñido insaciablede los bestiales embriagados de olor.La salvaje gracia de una falda astrosa,el tiempo de cien tambores resonando,los rayos anunciando la tempestad, la

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advertencia de gruesos goterones que hacíanchisporrotear las teas iluminando piel,sudores, y las orgiásticas voces brotando,el olor de la sangre derramado sobre el ébanode los poros crepusculares, mil distintas humedadescuando el oleaje enfriaba las ardientes huellasy la resaca intentaba deshacer la noche, anhelando de nuevola ansiedad terrible del sórdido puerto.

V

Ambos bañaron tu cuerpocon esponjas saladas, cubriendo de medusasla opalina desnudez. De tu cuello colgaronestrellas de mar y un ramode algas tornasoles. Coronaron esa frentecon un tocado de caracolas, otorgándole a tu diestraun cetro de hipocampos vivos, que en su bailede interminables formaciones, semejabauna bienvenida y un amoroso abrazo. Te entronizaronbajo el sonido de la roca malheridaantes de rendirte vasallajecomo los hombres demuestran a las hembras; y después,lánguida y exhausta, te condujeron,solemnes, al Reino de los Océanos,responso de las arenas y habitación del silencio.Aún permaneces allí,sentada en un trono de arrecife,cantándole a las sirenas,recibiendo las ofrendas que en silencioobsequian al oleaje en tu memoria.

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Avelino Gómez Guzmán

(Manzanillo, Colima, 1973)

Es autor de los poemarios El agua y la sal (Feta, 1998), Cuadernos de Tolimán. (Col. El Pez de Fuego, Ed. Praxis, 1999) y El Mal Hábito (Praxis, 2003), así como del volumen de crónicas Vivir en el Puerto (Col. El Pez de Fuego, Secretaria de Cultura de Colima, 2001)

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Corte de pelo

Puede ser, Padre, que esa bicicleta verde no existiósino que yo, todos los días, la soñaba.

Las tardes que subía a tu lado, llevando mis ocho años en el esqueleto verdede tu verde bicicleta. Y el caminorumbo a la peluquería era la distancia de dos meses y una melena de niño asoleado.

Los piojos mordiendo la raízdel cabello y la mujer del estudio fotográfico, ciega, que confundía mi tristeza con la enfermedad.

Y tantas fotografías rechazadas por mi cabello largo. Y tantos recorridos verdes en la verde bicicleta, rumbo al peluquero.

Ahora tengo tu estatura, Padre. Y pienso que esa bicicleta no existió, sino que yo, todos los días, la construía para que me llevaras a cortar el pelo. Y a tomarme el retrato de niño asoleado que secretamente guardo en tus ojos.

Carta

Es de mañana y hay barcos meciéndose en la bahía. Si pudieras ver esta mansedumbre que me arropa. Es la dulzura de la gente que sale y ama y canta. Desde aquí pienso que soy un hombre que está listopara ir a conocer otros mares, quizá los más fríos, quizá los más sucios o aquellos que tienen borrascas. Pero confieso que no sé hacer otras cosas que viviren este puerto. Suficiente hago con despertary tomar café y fumar, decir que la vida es hermosa. Digo que estar aquí es una despedida sin pañuelos. No puedo pedir más, no quiero la ausencia comprometida. Mi padre sigue en pie y mi madre no entiende de tejidos. Aquí, los ciclones y las buenas noticias son puntuales, y el puerto a veces, es un gato dormido en una pecera.

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Si pudieras ver que tengo tanta inquietud, en esta mañana y en esta mesa, leyendo un libro de viajes.

Fortalezas

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Donde nací estoy. Con doble corazón trabajo la esperanza. Soy el puerto en el que vivo y no pido más. Permanezco aquí, en espera de los presentimientos. Y escribo, conmigo y contra mí, escribo. Porque mi debilidad mayor es la tristeza.

2

Recorro esta ciudad. Busco la emoción y la emoción se estanca.Pero sigo con el mar, porque la alegría viene detrás de cada ola. Y en esta orilla no hay aislamiento ni abandono.

3

Soy quien dice que la tristeza es amarilla. Pero en el puerto hay árboles y aves

y arcoiris que todo lo alegran.

Aquí, decir que estoy vencido es sólo un decir.

4

Del mar tengo esta furia y la sencillez de mi sangre; la resignación no es una camisa con mangas. Desde aquí soy fuerte y trabajo la esperanza, y hago de ella una armadura contra el olvido.

(El mal hábito)

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Ricardo Venegas

(San Luis Potosí, SLP, 1973)

Autor de los libros: El silencio está solo (1994); Destierros de la voz (1995); Signos celestes (1995); y Escribir para seguir viviendo, entrevista con el escritor Ricardo Garibay (2000).

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Tañido de silencio

¿Cuánto dura la vida?He visto la caída de una gotadisipada en el suelo;efímera, más que la hormigaque merodea mis pasos.

Vengo también de un cielo espeso.

Como gota vigía que se esfumame detengo a esperarese momento.

Procedencia

Vengo del espejo,de un asunto entre fantasmas,aquellos elegidosen la muerte que les da figura;acaso deambular buscando el enigmapara reconciliar los sueños y las dudas;el canto de la suerte envuelve a los poetasdonde su laberinto anochece la conciencia,vengo del espejo,donde las líneas envejeceny el tiempoha muerto de silencio.

Caravana del espejo

Asida de un huecointerminable caeabsoluta ciudad de manicomios viejos,como si ángeles nocturnosvinieran a decirnos cada noche

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“la absolución de insomniosviene en nubes”,dibujo vagabundo dice la voz de Diosque anda enfermo.

Porque bajo los astros ni la humildad ni el tiempoalcanzan.

Hace dos lunas las sombras abandonaron cuerpospor unas cuantas lumbres que llevaba el viento.

Hace muy poco el aire se posaba en manos de los muertosy hoy la oscuridad halló su nombre en el silencio.

Me vienen a buscarlos que han visto en la lunael porvenir de los desiertos.

Retorno de la infancia

Cae la sombra hasta el fondo de la nube, arcillas al lomo del espejo,caen,pregunta un ciego por su abrigode oscuridad y humo,otro espejo distante nos unirá, dictaba el cascabel como recuerdo,y piensa en el sombrero que busca la elegancia del sonido, dijo.Así la infancia es el cajón,la cama y el zapato viejo,

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la arquitectura del roperoque guarda el último cansancio.

Corriente línea tan morosadonde eras niño hasta el extremo.

Queda lugar aún,esa etapa de sueños donde un rinoceronte corta el tiempo.

Postal

Miramos la estación de voces.

Un dominio de vallesnos arrastra;seguimos en la infancia, en patios de la casa;un parpadeo de Diosy estamos lejos,en otro suelo,en otro tiempo sin saberlo.

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Rogelio Guedea

(Colima, Colima, 1974)

Autor de los libros Los dolores de la carne (1997); Testimonios de la ausencia (1998); Senos, sones y otros huapanguitos, (2001); Mientras olvido (2001); Ni siquiera el tiempo (2002); de las antologías Los decimonónicos, antología poética colimense del siglo XIX, (2003), Árbol de variada luz, antología de poesía mexicana actual, 1992-2002, (2003); así como del ensayo La enseñanza literaria (1999) y de los libros de narrativa breve Al vuelo y Del aire al aire. Es coautor con Jair Cortés del libro A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente (FETA, 2006).

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álbum familiar a mi abuela

en la casa grande de abuelita rosa vivieron tres muchachas criadas con leche que sabía a guirnaldas

a una le decían la prieta porque hacía caer desdichas o árboles desde lo más altoy papá josé maldijo su destino y la dejó coja como porvenir papá josé era hombre bueno y crió también a tres muchachas que salían de noche salían de noche como aire que se para en las ramitas a cantarcantaba el aire cuando salían las tres muchachas bellas muy crecidas salían y hasta soles derramaban sus vestidos amarillos

otra se llamaba chelo y no porque sus notas fueran agrias como el instrumento a veces de coraje le decían consuelo (como se llama en realidad)abuelita rosa se lo dijo cuando a chelo le dio por subirse con hombre a carros negroschelo se iba con hombre en carros negros que empolvaban su reputaciónsu honorsus ojos verdes donde crecían helechos girasoles sus manos blancas como iglesias

un día consuelo (como se llama en realidad) dijo que vio volar su honor como parvada de gorrionestodas las miradas se le llenaron de parvadas de gorrionesy chelo estaba fulgurada de pasión viendo cómo volaban los gorrionespisando su reputaciónestoy volando dijo chelo y nadie le creía

otra se llamaba herlinda y era una tarde llena de palomasel mar le subía por un costadoy abuelita rosa le tenía sus prohibicionesherlinda no podía mirar por la ventana

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porque a tal hora del día ricardo hacía que su alazán bailara un sonricardo era ranchero y siempre trajo embarrados de mierda los botines o el almay cuándo se ha visto decía abuelita rosa que un hombre que trae embarrados de mierda los botines o el alma y dice ansina es o mesmamente entre a templo así

ooooh ooooh le gritaban la prieta y abuelita rosa al alazán desbocado de ricardoooooh ooooh gritaron ese día que herlinda brincó la ventana a ciertas horasy en ancas de alazán quemó praderas como fuego o viento comido por la perdición

negocios

ahora quiero contar aquella vez que en estos tiempos decidió papá poner un restoránquiero contar que papá toda su vida quiso poner un restorán en estos tiempos que corríanera un restorán en la playa el paraísoasí se llama esa playa donde papá decidió poner un restorán

mamá no acabó de comprender la idea genial maravillosa que papá traía entre manosmamá es maestra y siempre quiso que yo fuera contadorde noche de día me dijo que yo fuera contador como el abuelo bulentonces yo tenía que esconderme detrás de los negocios de papá para escribir poemas en estos tiempos que corrían mis poemas se parecen a los ojos de las gaviotas todas sus alas tiritaban cuando mamá los descubría

o sea que papá alquiló una tierra seca muy cerca del mar donde volaban mis poemasde noche de día la íbamos limpiando hasta que construimos una techumbre de palapaluego contrató papá un cocinero realmente nunca supimos si era cocinero cocinera o las dos cosas juntaslo que sí supimos es que por las mañanas se llamaba jaime pérez

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y por las noches flor silvestre

por las mañanas jaime pérez trabajaba con papá y cobraba como jaime pérezpor las noches jaime pérez trabajaba con choferes albañiles señoritos cargadores policías etcétera etcéteray cobraba como flor silvestre

digo esto en estos tiempos que corrían porque no vino la gente nunca al restoránel restorán estuvo más solo que muerto en sepultura pobrecitoveíamos pasar a toda esa gente nomásfamilias de gente pasaban cargadas de bastimento rumbo al mar pasaban del por qué al cuándo sin detenerse nunca en el restorán

la gente es así escribía detrás de los negocios de papála gente es así escribí cuando los ojos de las gaviotas empezaron a parecerse a su desgracia

vuelos

cuenta la historia que mi amor estaba un día gritandoen medio de una muchedumbre que gritaba

este amor gritaba paz gritaba tierraponía al revés el solbrincaba de una nube blanca a unos ojos claros independientesfemeninos

cuenta la historia que mi amor salía en las tardes con anunciosprofecíastraía en el pecho una banderita del país que quiso

ese país que quiso hacía llorar mucho a mi amorlo llevaba del dolor a la tristeza en un tren de carga viejo feolo traía arrastrando por la tarde que llovía

una tarde de esas encontró mi amor a una mujer bella como la libertad

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en una mirada esa mujer tenía una calle donde caminaba diosen la otra estaba el ruiseñor de keats cantando

cuenta la historia que mi amor cantó toda la tarde junto al ruiseñorbatía la banderita del país que quisoadiós decía con las alas echadas a volar

memorial

tengo 27 años entrados en la muertey me pongo a mirar por la ventana el paisaje de los afanados para qué

me pongo a mirar por la ventana al pajarito seco que cayó quebrado como rama de su cantopero estoy diciendo cosas que tienen que ver con el fulgor del almaestoy diciendo cosas como el pajarito seco que cayó

lo que yo quiero ahora es hablar realmente de algo que siempre se me olvidase me olvida por ejemplo que tengo que meterme por una cicatriz lo que dolió una vez -sería bueno empezar- me dolió mi abuelita cuando se moría en el hospitalotra vez me dolió mi papá cuando engañó a mi mamá con una mujer llamada tal

no digo el nombre de la mujer llamada tal para que quede claro que es verdadno me gusta mentir en estos y otros padeceres

estas y otras cosas me hacen pensar mucho desde entoncespienso en lo que pueden decir mis 27 años entrados en la muerte a estas alturas de la poesía

hay poetas que tienen que ver con el fulgor del alma clarohay poetas que se van anunciando por la calle mojados de belleza y llenan de sol los montes los astros los cielos de la poesíapastan el corazón del hombre como las vacas en el rancho del tío ricardo

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aquellas tales cosas yo no sé decirapenas he aprendido a no pensar en el pajarito seco que cayó quebrado como rama de su canto

yo sólo quiero que se junten los pedacitos del vaso roto un díaquiero que por estas avenidas por estos callejones de mi sercamine siempre una mujer vestida de infinito

asonancia/vii

qué triste es esto de jugar con los trenes que van sin pasajeros por mi almarecuerdo lo triste que es recordar tus ojos amada

cuando soy niño -ahora que soy niño y canto las canciones de crí crísin despintarle las chapitas a la que va con su paraguas-digo qué triste es recordar tus ojos amada

esta distancia es como para cantar a josé alfredo jiménez en voz altaesta distancia es tan triste como el ojo de una lágrima

si me lo pides yo puedo ser dios ahora que pasan los trenes vacíos por mi almapuedo ahogar a un elefante en un vasito de aguapuedo cagarme en los poetas que se rieron cuando hablé de la que va con su paraguas

qué tristes son los poetas que traen un dolor en la mitad del almaesto de tu distancia es como un circo sin payasos amoresto de tu distancia es como escuchar un disco rayado

de chabela vargas

(Ni siquiera el tiempo)

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Gabriel Avilés

(Mérida, 1974)

Autor de los libros: Presagios, cuadernos de Cancún, Asociación de Escritores de Quintana Roo; En las bacanales del mar, coedición Instituto de Cultura de Cuba y Quintana Roo; Presagios de Ceiba y Río, Mixcoalt, 1999; Cartas para la hoguera, Presagios, 1999; A la deriva del infinito, Estival, Venezuela, 2001; De la oscuridad a los vitrales, MC editores.

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Blake y nosotrosA Víctor Alcocer

Leo a Wiliam Blake,signos vitales caen al abismo,tu imagen se pierde entre horas.

Disperso el azul,sábanas enmohecidas por grises.

Respiro el desaliento de la nada. El gato intuye marginal caricia.

Nadie toca a la puerta.

Los sentimientos se guardan en los anaqueles del silencio.Espectro de tu carne tiento a los demoniosRetorno a Blake:

“El suelo de estrellas,las costas bañadaste han sido donados hasta que rompa el día”

Dagas enterradas en tus ojos,vuelvo al sopor de las palabras por el martirio ausente.

Estoy pero la memoriainexacta, suplicantevigila consumación del tiempo.

Blake, mi ansiedadcierran sus páginas.

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Cipreses nacen de mis manos

Todo un lado de nuestra alma nocturna se explica por el mito de la muerte concebida, como una partida en el agua.Gastón Bachelard

Para Paul Verlaine

Un viejo reza lánguidas oraciones.Mi madre recorre calles, busca langostas en pleno verano.

Nada por hacer,La ciudad naufraga en el desencanto,prostituta sin maquillaje

Rasguño toda voluntad,la metrópoli esconde su luz.

El azul vagabundo inhala parajes Grito, “El hombre de suelas de viento”*,inútil perseguirlo.*

Cipreses nacen de mis manosy Rimbaud lástima un corazón inmóvil.

*Paul Verlaine

El ácido del vació

El fuego del corazón y la nostalgia se enciende junto al aguay no somos sino el recuerdo...Thelma Nava

Miel y ácidoestremecen mi lenguacon el fermento del ron y nostalgia.Rimbaud acompaña mi dolorCon líneas infrarrojas.

Los enfermos soñamos en camastros.

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Arthur reza un padrenuestropor la abstinenciay el imperio de los malditos.

Larvas empiezan a diluirse por mi cuerpo.Nace una costraque mutila el vacíoBafomet abraza mi castigo entre horas.

Prófugo sin tiempo

Ya tenéis suficiente lastre para un largo y extraño viajeBaudelaireA Charles Baudelaire

Baudelaire confiere un sótano donde ratas se impregnan de sudory la pubertad muereen los brazos de una muñeca de porcelana.

El haschich pronuncia una tardía embriaguez,retiene el lastre para envolver a niños que expandiendo la imagen a otras dimensiones caen en la orgía del poema y la existencia.

La madrugada inhala los restosde borrachos y demonios del incesto.

Desfile de reinos en inversa por el cielo,una emperatriz derrama lágrimas magentamientras el universo cae. Prófugo sin tiempo

El poeta maldito

El poeta maldito vive al azar,Se oculta en las grietas de la tierraY una copa de vino Le indica el sexo de las palabras.No siente,Asimila las batallas de otros como fuga.

El poeta malditoMuerde las praderas,

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Tortura el díaMientras invierte su agonía con el aire-Finge corduraPero en sus adentrosLos arcángeles mutilan el instinto.

El poeta maldito hiere sus manosCon el puñal de la inconsciencia Escribe un poema sin luz,Deja escombros Y un segundo de fracaso como costra.

Los espejos de la tarde

El hijo del capitán trueno, nunca fue digno hijo del padreSalió poeta y no una fieraMiguel BoséPara Fernando de la Cruz

La lucidez dispara el revolver No hay tiempoEl corazón tiembla con la sangre

Un hombre embiste mi dolor

Desnudo fabrico otras tinieblas,Aquellas que emulan soledadesCuando el desierto Da un segundo de reposo

Dios confunde lágrimasAl caer los espejos de la tarde

Langostas cruzan por el cuerpo

Yo, hijo del truenoCon el látigo de la palabraDesintegro poemas por el mundo

Serpientes invaden calvariosY la muerte sabe de míPor el rencor de las balas.

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En los ecos de la noche

Yo aullido en la nocheLa noche aullando dentro de míPara José Luis Barrón por ser un gran tipo

A mi ladoLas prostitutas inhalan el ardor de los ciegos,Mientras un criminal juega alrededor del viento.

El miedo persisteCada sombra olvida huellasLa muerte es intoxicarseDe alcohol o alguna droga como entrepuerta.

Hormigas comen mis entrañasY los mendigos convidan el panQue sin sabor deshace la oquedad.

La noche aúlla en mis adentros,yo quedo en los ecos de la noche.No hay posibilidad

El abandono quiebra Siento el zarpazo de la bestiaCon la ebriedad del tiempo.

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Román Luján

(Monclova, Coahuila, 1975)

Autor de los libros: Instrucciones para hacerse el valiente (Conaculta-Cecut; 2000); Última luz (Ediciones Sangremal, Cuadernos de Crótalo; 2000); Lugar de Arena, colectivo (Editorial Desierto, 2001), y de Aspa Viento, poemario-catálogo, en colaboración con el pintor Jordi Boldó (Conaculta-Fonca-Coneculta, Querétaro, 2003).

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Pentagónico

Este poema no está sucediendoLa memoria tendría que ser más lentaarchivar sin deliriomohosamentecuando rebanaras las nubes de otra despediday la nostalgia interpusiera sus cristalesentre tu piel y mi lujuria

No está sucediendoLa distancia me ardería en los dedosSin embargo estás aquíbrotas a diario de las fotografíaspara esposar las manecillas de la fiebreo pervertir mis sábanasy dejas que la tinta despliegue su fauna en el papel sin avisarmecomo en la retina de un fantasma cotidiano

Es el presente lo que ahuyenta las miradasque hace un segundo todavíapicoteaban mi sombra espantapájaroslo que nos confina al tictac in crescendodel hartazgolo que vuelve irreductibleel tacto a la cariciael habla a la escrituratus ojos al recuerdo poliforme de tus ojos

No te engañesEsto aún está siendo No es realDebo escribirlo cuando te hayas idoy la cuchilla del silencio me descifre

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si tu nombre es lo que agoniza entre mis manos

Crece el viento entre las aspas del insomnio, explaya sus tentáculos sin lumbre en la memoria; cuándo han dejado anochecer los versos, que ha tiempo no rozan esta puerta. De algo ha de vivirse, así sea la incomprensión de los vocablos, su estirpe malhadada en unas cuantas líneas rutilantes que se pierden en los ojos, allí, donde se agolpan las imágenes que no vislumbraremos. No dije lo anterior o, por lo menos, no se escuchaba así dentro del cráneo. Que cada quien guarde su muro, que cada quien lo ensucie y lo repinte; así dispuso Artaud pero era tarde. Tampoco he dicho esto, es sólo que era peor no musitarlo. Muerde el alba pringosa estas cortinas. Hermosa es la tragedia del que escribe, del que acecha una línea falaz de oscuridades.

Duerme la tempestad contigo encima, se alejan los cipreses que no recordaremos, agoniza el fulgor de tus abrazos. Nace el destino inmóvil, mensurable. Lo alimenta el deseo, la corteza humedecida de una fruta, la herida que abre pétalos, carroña de tantas madrugadas. Hubo un cardumen áureo royendo las pupilas, hubo una mueca limpia, algún oasis. Los gestos pierden cauce en las fotografías, devuelven a los marcos su negrura. Mírate. Agoniza el riachuelo de miradas. Bébelo. Se eleva un gemido pestilente en esta línea. Parece que la voz se tinturó de grana. Es tarde para abrir deshuesaderos, habiendo tanto nervio por hilar, faltando tanta brisa. Es tarde en la memoria que no avanza al suave ritmo germinal de la tristeza. Es un arpón de hielo si lo miras de cerca, si lo aguarda tu pecho alfilerado, si lo besa mi espalda. No habría por qué escribir de ti pero el riachuelo se evapora.

La daga verdadera es microscópica, no tromba en filos ni sangre en estampida. Lo sabes, Alejandra; anticipas los nudos, me recorres. La luz puede albergarse en la rendija que un párpado extiende ante el objeto de su miedo. Detrás de mis cristales inauguro las venas mortecinas de tu árbol, tus lágrimas de herrumbre, la pizarra en tu fulgor de seconales. Migajas de licores y algún feto descienden por tus piernas, los folios se interrogan sendos crímenes: poemas. Bathory abre sus garras maternales. Un cadáver no venga las injurias —Blake lo sabe— ni el cielo del infierno en matrimonio. Al fin la piedra demencial ha germinado, la palabra deseo relumbra en tus cartílagos. Has llegado: la noche ya gime en tu mirada. ¿Qué harás con el miedo?

a Alejandra Pizarnik, in memoriam

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Flebas

El polvo cumple su final descanso. A lo lejos, insectos antiquísimos, cadáveres que flotan al arbitrio del cenit. La ceniza de flores, nunca antes mancilladas por la vista o el olfato, urde serpientes que al chocar entremezclan sus perfumes, su nostalgia de pétalos. En la arenael sol deja morir fulgores líquidos, señala con desgano el paradero de la brisa, la púrpura mortaja que extiende la marea. Una libélula incuba su progenie en la oreja del náufrago; sobrevuela esa boca repleta de sargazos y feroces astillas. En el torso, la canícula esparce larvas que destruyen los desiertos, cicatrices en un álbum de pupilas. En esta procesión de luces reventadas en dunas, como en senos amargos, la sangre tiene forma de murciélago.

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Edgar Valencia(Cd. Victoria, Tamaulipas, 1975)

Autor de los libros: los poemarios Vestigios del origen (Icocult, Saltillo, 2000), Oficios (Casa Juan Pablos/Conaculta, México, 2002) Descripción de la esfera (Instituto Cultural El Brocense, Cáceres, 2003) y Reescrituras, FETA, 2006

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Vista al muelle

Pasan los barcos y no queda más rastro de ellos que el humo y la distancia.Mar arriba enmudece la nubebuque pretérito de proa interminable.

Aquí las montañas son olas de arena, movimiento paralizadocomo por algún miedo.

Y en el regocijo de la lluviael barco avanza en un asombro de espesuraque algo tiene de triste y de domingo.

Bahía nocturna

Al atardecer el puerto enciende sus bengalassale a la calle en un desafíohúmedo y ruidoso contra el solque se oculta en su derrumbeen su pertrecho oceánicoen su habitual ponienteque celebramos con la noche y el bullicio.Ya las barcas en su muellelas mujeres en las puertasy los marinos en un cielo repetidode apagar el día, la quemadura,la permanencia, el ámbito callado de la costay todos sentimos el oleaje en la bahía.“Por hoy hemos vivido” se escucha,“que los relojes olviden esta noche”.

Reflexiones de Nicolás Copérnico ante las meretrices

Llega la hora nocturna y las velas se encienden,las calles son un desierto de sombras hacia el barrio y el bullicio.Arriba Luna y dentro la blanca deliciade constelaciones mis labios aguardan.Un cuerpo envuelto en púrpura y en seda,lleva un enjambre de oro en su cuellocomo un planeta que requiere

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a otros en su órbita celosa.

Fija la vista en la cadera que desprende, entre saliva y vino, miel de lenguas y de uvas,los hilos que sujetan la distancia entre la carne y lo posible.

Un cuello asoma sus marfiles en la penumbra del dormitorioy la noche adquiere otros motivos,otra mirada, cierta codicia;pues sé que no habrá más trayectoriaque mis dedos en tu cuerpo y su tacto paralelo.

Carpintero

Dueño paciente de la geometríadicen aquí algunos que conocenla lentitud sin fin del universopara ti el mundo no tiene el cruel azar:dispuesta matemática imperfecta,ni aquella vista ajena del espejo:el orden es un nombre irrepetible.

¿Qué tus caricias no cansan al robleque yace dispuesto sobre tus piernasen sacrificio eterno y voluntario?¿no te pesa el trajín de la garlopagaviota que corta espumas a ese marniño alegre que tira serpentinasy puebla de un tibio crujir el piso?Aceleras el tiempo con tu lijaescatimas la pátina anacrónicalos dedos, metáfora de la sierracaballos que caminan en la espaldagalopan a través de su jornada.

Sólo falta la melodía del barnizla mesa siempre atenta en la cocinainvitará a que coloque mi manoen su lomo irremediable, como hoyque atestigua y nos dicta algún poemasobre el dedicado oficio del padre

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dueño paciente de la geometríadicen ahí algunos que conocen.

Albañil

Babel inició en forma de sendero.Algún día escuchaste la noticiaque requerían de manos y espaldasy tus pasos, dispuesto, encaminasteniño mirando en secreto a su madreal breve monte que apuntaba al cielo.Llegaste tarde a la infeliz condenaquedaste aislado y solo en el murmulloentre la lengua luz y el desconcierto,desde entonces sólo eres herramientapeón, lomo de hierro, animal de tiro,en el oscuro exilio de obra negraque construyes, con rencor infinito,contra la tierra triste de la tarde.

Ya no eres más creador justipreciadode la forma armoniosa de la piedraen el abrazo rojo del ladrilloallá solitario, entre los andamiosinteriores de tu risa inhóspita,y edificas, entre varilla y polvo,el verso más siniestro del ocaso.

(Oficios)

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Ignacio Ruiz Pérez

(Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1976)

Autor de los libros: Ejecuciones (Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, 2002) y Navegaciones (Ayuntamiento de San Juan del Río, 2003).

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Cesare Pavese, el mar y dos libélulas

Según afirmas, un gramode fuerza equivale a dos díasdel mar que nunca conocistepero el cansancio¿a qué equivale?¿acaso la piel que se tiendeal solno es doblemente más efímeray pura que la sed o que un retrato?dos libélulas se apareany todo acabael río es unopero las aguas fluyenhacia un mismo caucey aunque nada hay que se desintegre dos vecesel brazo dormido se hunde y va a darsiempre a la misma mirada.

Los rostros

Mientras en las clínicas los enfermos meditan sobre el mercurio de los termómetros,Pascal piensa en la llamaque se extiende en el mechero:es una sola y su consistencia recuerda los maullidos de los gatoscuando se pegan a la paredo se rozan unos con otrospero su pelaje —piensa— tiene másque ver con las amapolas.Pascal se pregunta ¿habrá de seresta llama el ápice de certidumbreque incinere Dios, ciencia y artificio?¿o es la constancia de la muertelo que verifica

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la puntualidad del olvido?Cuando Pascal acerca la manoa la llama comprueba la existencia del mundo.

José Carlos Becerra en Londres

A su paso los puentesdetienen las horasel Big Ben es un puntosuspendidoVirginia Woolf se detieneen un escaparatey un barco apresurasu retorno a Ítaca¿hay algo más qué recordar?Todo lo llevas en la memoriahasta el amanecerque entra por la puertay sale por la ventana.

Gregorio de Matos escribe desde su lecho de muerte

No escribo: pienso las sílabasque la noche compone.No pienso: acudo al espejoindescifrable de la aurora.En ambas orillas mi cegueraenciende el verso y entonceslas lanzas, los caballos y la torrerecuperan sus límites en el ábacoque cuenta las horas del exilio.He muerto innumerables veces: en la batalla de Lepanto, en los corredores circulares del Convento de Carmine,en los ojos que reflejaban la dagay en el golpe del arcabuz.He vivido también en todos los nombresy todos los nombres han tenido mi rostro.Hoy de mí no queda nada.Sólo esta línea que en polvo y en vacío se convierte.

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El tigre en su laberinto

Atrás han quedado los días y las horas.Atrás han quedado la ciudad y sus espejos.En los mercados los comerciantes vendenel haz de su sombra y el sudario de Cristo,el cuento de estar un poco y el de ser nadie o ninguno.Desde mi casa que crece con el díay con la noche disminuyeescucho los murmullos de la plaza.Las serpientes se enroscan en el cuello del contorsionista y un moro atraviesa su cuerpo con las vocales del Libro Sagrado.Desde mi casa escucho las lenguas de los peregrinosy, al igual que ellos, soy Babel,la sed del camello en las dunas que pretendo imposiblesy el reflejo del sol en el fondo del pozo.En los días infinitos consigo atravesarlos muros que cercan mi condición terrestre.En las noches, en cambio, permanezco asidoa los barrotes oscuros que el destino me ha impuesto.Estoy cansado. A nadie —ni a mí siquiera— le importa este discurrir de tiempo, sueño y agonía.

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Jair Cortés(Calpulalpan, Tlaxcala, 1977)

Autor de los libros: Poesía en cuarto menguante (ITC, 1996) y Contramor (Lunarena, 2003); y de los libros A la Luz de la sangre (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1999) y A flor de piel (Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, 2000). Es coautor con Rogelio Guedea del libro A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente (FETA, 2006).

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Caza de familia (fragmento)

Los hijos matan al padre ya librados de la noche. (Cadáver) La tierra vuelve a su centro. El padre, entonces, nace en los hijos, asoma los ojos en sus ojos y seca su garganta en el pozo de su descendencia. Así cargamos a nuestros abuelos y a los padres de sus padres, y así algún día seremos lastre de los hijos que no tendremos, de los hijos que cabalgan y cabalgan en la inexistente senda de la esperanza.

Fósiles (I)

Para Omar Martínez Verde

Atardecemos. El arco de la luz se disuelve lento. ¿Qué son las alas y para qué sirven?

Por la piel escurre el ámbar, la edad que llegará cuando dejemos al frío en simple sensación, cuando los trópicos existan sólo para los hijos de nuestros hijos, cuando el dinosaurio sea la escama de la tierra y nosotros fósiles, cuna de petróleo; acaso cuna de nostalgia.

Fósiles (II)

Las alas podrían ser una extraña manera de nombrar los pétalos de algunas flores; el esfuerzo de la oruga que dejó en sí misma una vida de anhelos y de piedra.

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Fósiles (IV)

Dicen que las alas son un instante, una mueca gris, tardía, y son quizá el destino vegetal de la libélula,los brazos de una nave antigua, los remos de la barca perdida en el fallido cálculo de su destino.

Yo digo que las alas en algún tiempo fueron campanas, volaron alto y descendieron para morir en los oscuros pozos.

Yo digo que las alas no existen, porque la tarde es un instrumento de la memoria para recordar la vida. Un espejismo. Una silueta en el colmo de la mente.

Dicen que las alas son quizá el último beso en la frente del náufrago.

Dicen de las alas,

y de nosotros, viejos sueños, fósiles y sin alas,nadie, nadie dirá nada.

(Dispersario)

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Nadia Contreras

(Quesería, Colima, México, 1976). Es egresada de la Facultad de Letras y Comunicación y de la maestría en Ciencias Sociales por la Universidad de Colima. Es autora de los poemarios Retratos de mujeres (Secretaría de Cultura de Colima, 1999) Mar de cañaverales (La luciérnaga editores, 2000) Figuraciones, eBook (Crunch! Editores, 2003), Agua inicial (El cálamo, 2003), Lo que queda de mí y Primeras líneas sobre Olga Lucía (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2003); Figuraciones (Editorial Paraíso Perdido, 2005). Poemas suyos aparecen en las antologías Selección de poesía mexicana contemporánea, Español-Portugues (Bianchi Editores/Ediciones Pilar, 2002) y Árbol de variada luz, antología de poesía mexicana actual 1992-2002, estudio, selección y notas de Rogelio Guedea (Universidad de Colima, 2003). Recibió Mención Honorífica en el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2001 y es Premio Estatal de la Juventud Colima, 2002. Desde hace tres años radica en la ciudad de Torreón, Coahuila, donde es catedrática de la Universidad de La Laguna y del colegio León Felipe.

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