Memorias de un amigo imaginario -...

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Memorias de unamigo imaginarioMatthew Dicks

Traducción deVictoria Alonso Blanco

www.megustaleer.com

ÍndiceCubiertaMemorias de un amigo

imaginarioCapítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9

Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Capítulo 18Capítulo 19Capítulo 20Capítulo 21Capítulo 22

Capítulo 23Capítulo 24Capítulo 25Capítulo 26Capítulo 27Capítulo 28Capítulo 29Capítulo 30Capítulo 31Capítulo 32Capítulo 33Capítulo 34Capítulo 35

Capítulo 36Capítulo 37Capítulo 38Capítulo 39Capítulo 40Capítulo 41Capítulo 42Capítulo 43Capítulo 44Capítulo 45Capítulo 46Capítulo 47Capítulo 48

Capítulo 49Capítulo 50Capítulo 51Capítulo 52Capítulo 53Capítulo 54Capítulo 55Capítulo 56Capítulo 57Capítulo 58Capítulo 59Capítulo 60Capítulo 61

Capítulo 62EpílogoAgradecimientosAgradecimientosCréditosAcerca de Random House

Mondadori

Para Clara

Capítulo 1

Os voy a contar lo que sé:Me llamo Budo.Hace cinco años que estoy en

el mundo.Cinco años es mucho tiempo

para alguien como yo.Fue Max quien me puso ese

nombre.

Max es el único ser humanoque puede verme.

Los padres de Max dicen quesoy un «amigo imaginario».

Me gusta mucho la maestrade Max, la señorita Gosk.

No me gusta la otra maestrade Max, la señorita Patterson.

No soy imaginario.

Capítulo 2

Soy un amigo imaginario consuerte. Llevo más tiempo en elmundo que casi todos losamigos imaginarios. Una vezconocí a uno que se llamabaPhilippe. Era el amigoimaginario de un niño que iba ala guardería con Max. No duró

ni una semana. Llegó al mundoun día, con pinta bastantehumana pese a que no teníaorejas (hay muchos amigosimaginarios que no las tienen) yen unos días ya habíadesaparecido.

También tengo suerte de queMax sea tan imaginativo. Unavez conocí a un amigoimaginario llamado Chomp queno pasó de ser más que unamancha en la pared. Una masa

negra y borrosa sin ningunaforma. Solo sabía hablar yreptar pared arriba y paredabajo, pero como era más planoque un papel no podíadespegarse de allí. Chomp notenía brazos ni piernas comotengo yo. Ni siquiera tenía cara.

Cómo sea el amigoimaginario depende de laimaginación de su amigohumano. Max es un niño muycreativo, por eso yo tengo dos

brazos, dos piernas y una cara.No me falta ninguna parte delcuerpo, y eso me convierte enalgo muy raro en el mundo delos amigos imaginarios. A casitodos les falta algo en el cuerpoy algunos ni tienen aspectohumano. Como Chomp.

Pero tener muchaimaginación también puede sermalo. Una vez conocí a unamigo imaginario que sellamaba Pterodáctilo y tenía los

ojos pegados en la punta de dosantenas pequeñas verdes, largasy delgadas. Quien lo imaginópensaría que era genial, pero elpobre Pterodáctilo no podíafijar la vista en nada. Me dijoque se pasaba el día mareado ydándose porrazos por todaspartes, porque en vez de piestenía solamente dos sombrasborrosas pegadas a las piernas.Su amigo humano se obsesionótanto con la cabeza y los ojos

del pobre Pterodáctilo que nopensó en darle forma tambiénde cintura para abajo.

Pasa mucho.También tengo suerte de

poder ir de un sitio a otro.Muchos amigos imaginariosvan siempre pegados a susamigos humanos. Atados aellos con una correa al cuello.Otros miden como mucho ochocentímetros y se pasan el díametidos en el bolsillo de un

abrigo. Y otros no son más queuna mancha en la pared, comoChomp. Yo, en cambio, graciasa Max, puedo ir solo a dondeyo quiera. Y también puedosepararme de él si me apetece.

Aunque no creo que seademasiado bueno para mí quehaga eso muy a menudo.

Si existo es porque Max creeen mí. Algunos dicen, la madrede Max por ejemplo, y tambiénmi amiga Graham, que por eso

soy imaginario. Pero no esverdad. Puede que necesite dela imaginación de Max paraexistir, pero tengo mis propiospensamientos, mis propiasideas y una vida aparte de lasuya. Estoy atado a Max de lamisma manera que unastronauta está atado a la naveespacial con tubos y cables. Sila nave espacial estalla y elastronauta muere, no quieredecir que sea imaginario. Solo

que ha sido desconectado de lamáquina que le hacía vivir.

Pues igual pasa con Max yconmigo.

Yo necesito a Max paraseguir viviendo, pero tengo mipropia vida. Puedo decir yhacer lo que quiera. Max y yo aveces discutimos, pero nuncapor cosas serias. Solo tonterías,como qué programa detelevisión vamos a poner o aqué vamos a jugar. Eso sí, me

«es menester» (eso se lo hecopiado a la señorita Gosk, lodijo en clase la semana pasada)no separarme mucho de Max,porque necesito que Max sigapensando en mí. Que sigacreyendo en mí. No quiero queme pase eso de «la distancia esel olvido», como le dice lamadre de Max a su maridocuando no se acuerda dellamarla por teléfono paraavisar de que llegará tarde a

casa. Si paso mucho tiempo sinestar cerca de Max, puede quedeje de creer en mí, y si esoocurre, adiós muy buenas.

Capítulo 3

Cuando Max estaba en primero,la maestra dijo una vez en claseque las moscas no viven másde tres días. Y yo me pregunto:¿cuánto tiempo vivirá un amigoimaginario? Supongo que nomucho. O sea, que en el mundode los seres imaginarios quizá

yo sea lo que llaman unvejestorio.

Max me imaginó a los cuatroaños, y así fue como de prontovine al mundo. Cuando nací,sabía lo mismo que él, nadamás. Me sabía los colores,algunos números y el nombrede muchas cosas, como«mesa», «microondas» y«portaaviones». Además, Maxme imaginó mucho mayor queél. Con la edad de un

adolescente más o menos.Incluso más mayor. O puedeque como un niño, pero concerebro de persona mayor. Nosé. No soy mucho más alto queMax, pero soy diferente, esoestá claro. Cuando nací yaestaba mucho más centrado queél. Podía entender muchascosas que a él lo confundían.Veía soluciones para problemasque él era incapaz de resolver.Quizá todos los amigos

imaginarios vengan al mundoasí. No lo sé.

Max no se acuerda del día enque nací, así que tampocopuede recordar en qué estabapensando en aquel momento.Pero, como me imaginó conmás edad y más centrado, heaprendido mucho más rápidoque él. Cuando nací ya podíaconcentrarme y estar más atentode lo que él es capaz deconseguir ahora. Recuerdo que

aquel día la madre de Maxestaba intentando enseñarle quéeran los números pares, y él nose aclaraba. Pero yo lo pilléenseguida. Lo entendí porquemi cerebro estaba preparadopara aprender los númerospares. El de Max, no.

O al menos, eso creo.Además, como no duermo,

porque Max no imaginó que yonecesitara dormir, tengo máshoras para aprender. Y, como

no paso todo el tiempo a sulado, he visto y oído muchasmás cosas que él. Cuando Maxse va a dormir, me siento consus padres en la sala de estar oen la cocina. Vemos la telejuntos o escucho lo que hablan.A veces me escapo de casa.Voy a una gasolinera que estáabierta a todas horas, porquelas personas que más me gustandel mundo entero, aparte deMax y de sus padres y de la

señorita Gosk, están allí.También voy a Doogies, unsitio donde hacen perritoscalientes que está un poco másabajo, en la misma calle, otambién a la comisaría depolicía o al hospital (aunque alhospital últimamente ya no voyporque allí dentro está Oswaldy le tengo miedo). Y cuandoMax y yo estamos en el cole, aveces me cuelo en la sala deprofesores o en otras aulas, y a

veces incluso en el despacho dela directora, así me entero de loque está pasando. No soy máslisto que Max, solo sé muchasmás cosas que él porque pasomás horas despierto y voy asitios a los que él no puede ir.Y eso es bueno. Así, a vecespuedo ayudarlo cuando lascosas no le salen.

Como la semana pasada,cuando quería abrir un bote demermelada para untarla en el

bocadillo de mantequilla decacahuete que se estabahaciendo y no podía.

—¡Budo! —me llamó dandovoces—. No puedo abrir elbote.

—Claro que puedes —le dije—. Gira la tapa hacia el otrolado. A la derecha, cosa hecha.

Es una frase que le oigo aveces decir a la mamá de Maxcuando va a abrir un tarro. Ycon Max funcionó: consiguió

abrirlo. Pero se emocionó tantoque el bote se le cayó de lasmanos y se hizo pedazos en lasbaldosas del suelo.

La vida puede ser muycomplicada para Max. Inclusocuando las cosas le salen bien,siempre puede terminartorciéndose algo.

Yo vivo en un mundo aparte.En el espacio entre las

personas. La mayor parte deltiempo la paso con Max, en elmundo de los niños, perotambién paso muchas horas conpersonas mayores, como lospadres de Max, las maestras ymis amigos de la gasolinera,aunque ninguno de ellos me ve.«Nado entre dos aguas», comodiría la madre de Max. Eso es loque le dice a su hijo cuandoMax no acaba de decidirse, loque le pasa muy a menudo.

—¿Quieres el polo azul o elamarillo? —le pregunta, y Maxse paraliza. Se quedacongelado, como el polo. Y esque, cuando tiene que decidir,hay demasiadas cosas que levienen a la cabeza.

¿Será mejor el rojo que elamarillo?

¿Será mejor el verde que elazul?

¿Cuál de los dos estará másfrío?

¿Cuál de los dos se derretirámás rápido?

¿A qué sabrá el polo verde?¿A qué sabrá el polo rojo?¿Cada color tiene un sabor

distinto?Ojalá su madre decidiera por

él. Ella sabe muy bien que lecuesta mucho tomar decisiones.Cuando lo obliga a decidir, y loveo dudar tanto, a veces decidoyo por él. Le digo muy bajito«Coge el azul», y entonces él

dice «El azul», y asuntoterminado. Se acabó nadarentre dos aguas.

Eso es lo que viene a ser mivida: un continuo nadar entredos aguas. Vivo en el mundoamarillo y en el azul. Vivo conniños y con personas mayores.No soy del todo niño, perotampoco soy del todo adulto.

Soy amarillo, pero tambiénsoy azul.

Soy verde.

Pero también sé combinarcolores.

Capítulo 4

La maestra de Max es laseñorita Gosk. Me gusta muchosu maestra. La señorita Gosk sepasea por la clase con una reglaa la que ella llama «palmeta» yamenaza a los alumnosponiendo voz de institutrizbritánica, pero ellos saben que

solo pretende hacerles reír. Esmuy estricta y procura queestudien mucho, pero seríaincapaz de pegarles. Ahora quesevera lo es, eso sí. Los obliga asentarse rectos en clase y ahacer los deberes biencalladitos, y cuando un niño seporta mal, le dice «¡Vergüenzadebería darte! ¡Di tu nombre enalto ante todos tuscompañeros!» o cosas como«¡Si crees que te vas a salir con

la tuya, estás tú fresco,jovencito!». Los demásprofesores dicen que la señoritaGosk es una maestra chapada ala antigua, pero sus alumnossaben que es dura con ellosporque los quiere.

A Max no le cae bien muchagente, pero la señorita Gosk, sí.

El año pasado le daba clase laseñorita Silbor. También erauna maestra muy estricta. Loshacía trabajar en clase tan duro

como la señorita Gosk. Pero senotaba que no quería a susalumnos como la señoritaGosk, por eso no estudiabantanto como están haciendo estecurso. Es curioso, los maestrosse pasan montones de años enla universidad aprendiendo aenseñar, y los hay que salen sinhaber aprendido las cosas mássencillas. Como que hay quehacer reír a los niños. Odemostrarles que los quieres.

A mí no me gusta la señoritaPatterson. No es una maestra deverdad. Es una maestra deapoyo. Una persona que ayudaa la señorita Gosk a cuidar deMax. Max no es como losdemás niños, y no siempre estáen la clase de la señorita Gosk.A veces va a EducaciónEspecial con la señoritaMcGinn, junto con otroscompañeros que necesitanrefuerzo, otras veces va a

logopedia con la señorita Rinery otras juega con otros niños enel despacho de la señoritaHume. Y a veces la señoritaPatterson lo ayuda con lalectura y los deberes.

Que yo sepa, nadie tiene muyclaro en qué se diferencia Maxde los demás niños. Según supadre, lo único que le pasa esque se ha desarrollado un pocomás tarde, pero, cada vez quedice eso, la madre de Max se

enfada tanto que se pasa un díaentero, como poco, sin dirigirlela palabra.

Yo no entiendo por qué todoel mundo piensa que Max estan difícil. Lo único que tienees que no le gusta la gentecomo a los demás niños.Bueno, le gusta la gente, perode otra manera. De lejos.Cuanto más te alejas de él, másle gustas.

Tampoco le gusta que lo

toquen. Cuando alguien lo toca,él tiene la sensación de quetodo tiembla y brilla. Asímismo me lo dijo una vez. Yono puedo tocar a Max, ni élpuede tocarme a mí. A lo mejorpor eso nos llevamos tan bien.

Además, no entiende que ledigan una cosa cuando quierendecir otra. Como la semanapasada, cuando Max estabaleyendo un libro en el patio yun niño de cuarto se acercó a él

y le dijo: «Mira el lumbrera,qué aplicado».

Max no contestó, porquesabía que si lo hacía, aquel niñono lo dejaría en paz. Pero yo séque Max no entendía nada,porque parecía que aquel niñolo había llamado listo pero enrealidad estaba tomándole elpelo. Estaba siendo sarcástico,pero Max no entiende desarcasmos. Max sabía queestaba metiéndose con él, pero

solo porque ese niño siemprese mete con él. Lo que no lecuadraba era que lo llamaralumbrera, porque llamarlumbrera a alguiennormalmente es algo bueno.

Max no entiende del todo a lagente, por eso se le hace tandifícil tratarla. Y por eso va aldespacho de la señorita Hume ajugar con niños de otras clases.Aunque a él le parece unapérdida de tiempo. No soporta

tener que sentarse en el suelo ajugar al Monopoly, con locómodo que es estar sentado enuna silla. Pero la señorita Humequiere que Max juegue con losotros niños, para ver si asíconsigue entender cuándo estánsiendo sarcásticos con él ogastándole bromas. Cosas deesas que lo confunden. Cuandolos padres de Max se pelean, sumadre le dice a Max que a supadre los árboles no le dejan

ver el bosque. Pues lo mismo lepasa a Max, solo que con lavida en general. Las cosasinsignificantes no le dejan verlas importantes.

Hoy la señorita Patterson noha venido al colegio. Cuandolos maestros no se presentan enel cole normalmente es porqueestán enfermos o porque tienena algún hijo enfermo o porquese les ha muerto alguien de lafamilia. A la señorita Patterson

se le murió un familiar una vez.Lo sé porque de vez en cuandolas demás maestras le dicencosas bonitas como: «¿Qué tal,guapa, cómo lo llevas?», y aveces cuchichean entre sícuando ella sale de la sala deprofesores. Pero de esa muertehace ya mucho tiempo. Ahora,cuando la señorita Patterson noviene a clase, normalmentequiere decir que es viernes.

Hoy no ha venido nadie a

sustituirla, y me parece muybien, porque eso significa quede esta manera Max y yopodremos pasar todo el día enla clase de la señorita Gosk. Amí no me gusta la señoritaPatterson. Ni a Max tampoco,pero a él no le gusta por lamisma razón que no le gustanla mayoría de sus maestras. Élno ve lo mismo que yo, porquelos árboles no le dejan ver elbosque. Yo en cambio veo que

la señorita Patterson no es igualque la señorita Gosk, ni que laseñorita Riner o la señoritaMcGinn. La señorita Pattersontiene una sonrisa falsa. Cuandosonríe se le nota en la cara queestá pensando en otra cosa.Creo que Max no le cae bien,pero ella hace como que sí, yeso todavía es peor que sisimplemente no le gustara, damás miedo.

«¿Qué tal, hijo?», saluda la

señorita Gosk a Max cuandoentramos en el aula.

A Max no le gusta que laseñorita Gosk lo llame «hijo»porque él no es hijo «suyo». Élya tiene madre. Pero no le pideque no lo llame «hijo» porquele costaría más decirle que nolo hiciera que oír ese «hijo» díatras día.

Max prefiere no decir nada anadie en general que decirlealgo a alguien en particular.

Pero aunque Max noentiende por qué la señoritaGosk lo llama «hijo», sí sabeque lo quiere. Sabe que ella nose mete con él. Solo que loconfunde.

Ojalá me fuera posibledecirle a su maestra que nollamara «hijo» a Max, pero laseñorita Gosk ni me ve ni meoye, y yo no puedo hacer nadapara que me vea ni para que meoiga. Los amigos imaginarios

no pueden tocar o cambiarnada en el mundo de los sereshumanos. O sea, que no puedoabrir un bote de mermelada, nicoger un lápiz del suelo, niescribir en un teclado. Sipudiera, le mandaría una nota ala señorita Gosk pidiéndole queno llamara «hijo» a Max.

Puedo darme topetazos conel mundo real, pero no puedotocarlo.

De todos modos, tengo

suerte, porque Max me imaginócapaz de atravesar puertas yventanas aunque estuvierancerradas. Creo que tenía miedode que sus padres cerraran lapuerta del dormitorio por lanoche al acostarlo y me dejaranfuera, y a Max no le gustadormir sin que yo esté a sulado, sentado junto a su cama.Gracias a eso, puedo movermepor donde me da la ganaatravesando puertas y ventanas,

aunque no paredes ni suelos.No puedo atravesar paredes osuelos porque Max no meimaginó así. La verdad es quehubiera sido muy raro que se leocurriera eso.

Hay amigos imaginarios queson capaces de atravesarpuertas y ventanas como yo, yalgunos hasta pueden atravesarparedes, pero la mayoría esincapaz de atravesar nada, y sequedan atrapados en los sitios

sin poder moverse. Es lo que lepasó a Chucho, un perroimaginario que hace un par desemanas pasó toda la nocheencerrado en el armario delconserje. Su amiga humana,una niña de preescolar llamadaPiper, pasó una noche horrible,porque no tenía idea de dóndese había metido Chucho.

Pero Chucho lo pasó peortodavía, porque así es comodesaparecen para siempre

algunos amigos imaginarios:quedándose encerrados en unarmario. El niño o la niña, sinquerer (o a veces «sinqueriendo»), encierra a suamigo imaginario en unarmario, un mueble o un sótanoy ¡adiós! La distancia es elolvido: se terminó el amigoimaginario.

Atravesar puertas es muysocorrido.

Pero hoy no pienso moverme

de clase porque la señoritaGosk está leyendo Charlie y lafábrica de chocolate a susalumnos, y me encantaescucharla leer. Como leesusurrando, muy bajito, losniños se ven obligados ainclinarse sobre los pupitres y aguardar un silencio absolutopara no perderse nada, cosaque le viene muy bien a Max.Los ruidos lo distraen. CuandoJoey Miller da golpes en el

pupitre con el lápiz o DanielleGanner zapatea el suelo comohace siempre, Max no oye otracosa que ese lápiz y esoszapatazos. Él no puede dejar deoír esos sonidos como losdemás niños, pero cuando laseñorita Gosk lee en clase todosse ven obligados a estar quietosy callados.

La señorita Gosk siempreescoge libros interesantes, ydespués cuenta anécdotas

divertidas de su propia vidaque están relacionadas con ellibro. Charlie Bucket, elprotagonista, hace algunalocura, y luego la señorita Gosknos cuenta alguna locura de suhijo Michael, y nos reímostodos a carcajadas. Incluso Maxríe a veces.

A Max no le gusta reír.Algunos piensan que es porqueno le ve la gracia a las cosas,pero eso no es verdad. Es que

hay gracias que Max noentiende. Los juegos depalabras y los chistes con doblesentido se le escapan, porquedicen una cosa cuando quierendecir otra. Cuando una palabratiene más de un significado, lecuesta mucho decidir quésignificado escoger. Ni siquieraentiende por qué las palabrastienen que tener distintossignificados según en elmomento en que se usan. No

me extraña, la verdad, a mítampoco me hace mucha gracia.

Pero hay cosas con las que separte de risa. Como el día enque la señorita Gosk nos contóque una vez su hijo Michaelquiso gastarle una broma almatón del cole y le mandó acasa veinte pizzas, con la cuentaincluida. Cuando la policía sepresentó en casa de la señoritaGosk para asustar un poco aMichael, ella le dijo al agente:

«Deténgalo», porque queríadarle una lección a su hijo.Todos se rieron con la anécdotaaquella. Incluso Max. Porqueno había doble sentido. Era unahistoria con principio,desenlace y final.

La señorita Gosk tambiénnos está enseñando cosas sobrela Segunda Guerra Mundial,que dice que no entra en elprograma pero debería. A losniños les gusta mucho, sobre

todo a Max, porque él piensa enguerras, batallas, tanques yaviones siempre. A veces pasamuchos días pensando solo eneso. Si en el cole hablaran solode guerras y batallas, y no dematemáticas y lengua, Maxsería el mejor alumno delmundo mundial.

Hoy la señorita Gosk estáhablando de Pearl Harbor. Losjaponeses bombardearon PearlHarbor el 7 de diciembre de

1941. Ella dice que losamericanos no estabanpreparados para un ataquesorpresa como aquel, porqueno imaginaban que losjaponeses atacaran estando tanlejos.

«Nos faltó imaginación»,dijo.

Si Max hubiera estado en elmundo en 1941 las cosaspodrían haber sido muydistintas, porque a él

imaginación no le falta enabsoluto. Apuesto a que sehubiera imaginado el ataque delalmirante Yamamoto al detalle,con sus submarinos enminiatura y sus torpedos conaletas de madera y todo lodemás. Max podría haberadvertido a los soldadosamericanos del plan, porqueeso es lo mejor que hace Max:imaginar. Se le pasan tantascosas por la cabeza a todas

horas que le da un poco iguallo que pase fuera. Eso es lo quela gente no entiende.

Y esa es la razón por la quedebo estar a su lado siempreque pueda. Porque Max a vecesno presta tanta atención comodebiera al mundo exterior. Lasemana pasada iba a subir alautocar cuando un golpe deviento le voló el informeescolar que tenía en la mano yse lo tiró al suelo, entre el

autocar 8 y el 53. Max salió dela cola para recogerlo, pero nomiró a ambos lados de lacarretera y tuve que gritarle.

«¡Max Delaney! ¡Stop!»Siempre que quiero atraer su

atención lo llamo por elapellido. Es una táctica queaprendí de la señorita Gosk. Yfuncionó. Max se quedó quieto,y menos mal, porque en esepreciso momento un vehículoadelantaba a los autocares del

colegio, cosa que estáprohibida.

Graham dijo que yo le habíasalvado la vida a Max. ConGraham ya somos tres losamigos imaginarios del colegiode Max, que yo sepa. Grahamlo vio todo. Aunque tenganombre de niño, en realidad, esuna niña. Parece casi tanhumana como yo, solo quetiene el pelo totalmente depunta, como si alguien se lo

estuviera estirando, cabello porcabello, desde la luna. No se lemueve. Está duro como unapiedra. Graham oyó que legritaba a Max y le avisaba deque no se moviera, y despuésde que Max volviera con losdemás a la cola, ella se acercó amí y me dijo: «¡Budo! ¡Le hassalvado la vida! ¡Ese coche loiba a chafar!».

Pero yo le dije que enrealidad me había salvado a mí

mismo, porque, el día en queMax muera, creo que yo morirécon él.

¿No?Yo creo que sí. No estoy

muy seguro, porque no sé deningún amigo imaginario cuyoamigo humano haya muertoantes de que él desapareciera.

En fin, que creo que sí. Queme moriría, quiero decir. SiMax se muriera.

Capítulo 5

—¿Tú crees que existo? —lepregunto a Max.

—Sí —contesta—. Pásameese bibotón azul.

Un bibotón es una pieza deLego. Max le ha puesto nombrea todas las piezas del juego.

—No puedo —le digo.

—Ah, es verdad. Se meolvidaba.

—Y si existo, ¿por qué eresel único que puede verme?

—Yo qué sé —responde él,con irritación—. Yo creo que síexistes. ¿Por qué siempre mepreguntas lo mismo?

Tiene razón. Se lo preguntomucho. Y lo hago adrede. Novoy a vivir para siempre, lo sé.Pero, mientras Max crea en miexistencia, seguiré vivo. Por

eso le hago repetirme una y otravez que existo, porque creo queasí viviré más tiempo.

Claro que también sé que, sile doy la tabarra con esapregunta, es posible que acabedudando de si soy imaginario ono. Es un riesgo que corro. Porel momento, todo va bien.

La señorita Hume le dijo unavez a la mamá de Max que «eshabitual que los niños como éltengan amigos imaginarios, y

que suelen perdurar más quelos que crean los demás niños».

«Perdurar.» Me gusta esapalabra.

Yo perduro.

Los padres de Max ya se estánpeleando otra vez. Max no losoye porque está en el sótanocon sus videojuegos y suspadres se gritan en voz baja.Parece como si llevaran mucho

rato chillando y se hubieranquedado afónicos, que es loque más o menos ha ocurrido.

—Me importa un bledo loque diga la tonta de la terapeuta—dice el padre de Max, con lacara colorada, gritando en vozbaja—. Es un niño normal…con desarrollo tardío, sí, peronormal. Juega con sus juguetes.Hace deporte. Tiene amigos…

El papá de Max se equivoca.El único amigo de Max soy yo.

Los demás niños del cole loaprecian o lo odian o no lehacen ni caso, pero amigo de élno es ninguno, y tampoco creoque él quiera hacerse amigo deellos. Max prefiere estar solo.Incluso yo le molesto a veces.

Los compañeros del colegioque lo aprecian también lotratan de otra manera. ComoElla Barbara, por ejemplo, unaniña que quiere mucho a Max,pero como se quiere a una

muñeca o a un osito depeluche. Ella lo llama «mipequeño Max», y se empeña enllevarle la fiambrera al comedory subirle la cremallera delabrigo cuando salimos al patio,y eso que sabe que lo puedehacer solo. Max no soporta aElla. Cada vez que se acerca aayudarlo, o que lo tocasiquiera, se pone de malhumor, pero no es capaz dedecirle que lo deje en paz,

porque le resulta más fácilponerse de mal humor yaguantarla que decirle lo quepiensa. La señorita Silbor lospuso juntos en clase porquepensaba que les vendría bien alos dos. Puede que a Ella lehaga bien la compañía de Max,porque puede jugar con élcomo si fuera una muñeca,pero a Max no le va bien lacompañía de Ella.

—Haz el favor de no volver a

repetir eso del desarrollo tardío—dice la mamá de Max, con lamisma voz que se le ponesiempre que intenta nodesesperarse—. Ya sé que nosoportas tener que admitirlo,John, pero es lo que hay. ¿O esque todos los especialistas quelo han visto van a estarequivocados?

—Ahí está el problema —dice el papá de Max, y depronto la frente se le llena de

manchas rojas—. ¡Que losespecialistas no coinciden, bienlo sabes! —El padre de Maxhabla como si disparara laspalabras—. Y si ninguno sabelo que tiene, ¿por qué miopinión tiene que ser menosválida que la de un montón deexpertos que no se ponen deacuerdo en nada?

—Lo de menos es la etiquetaque se le ponga —dice la madrede Max—. Da igual lo que

tenga, el caso es que necesitaayuda.

—Es que no lo entiendo —dice el padre de Max—.Anoche estuvimos los dosjugando con la pelota en eljardín. Hemos salido juntos deacampada. El niño saca buenasnotas. Se porta bien en clase.¿Por qué tenemos que arreglaral pobre crío si no tiene nada?

La mamá de Max empieza allorar. Parpadea y se le llenan

los ojos de lágrimas. Nosoporto verla así, y el padre deMax tampoco. Yo nunca hellorado, pero ver llorar a unapersona es feísimo.

—John, pero si no le gustaabrazarnos. Es incapaz de mirara la gente a los ojos. Cada vezque le cambio las sábanas o lecompro una nueva marca depasta de dientes se pone comoloco. Siempre está hablandosolo. Un niño normal no hace

esas cosas. No estoy diciendoque necesite medicación, nitampoco que no pueda sernormal cuando crezca. Soloque necesita ayuda profesionalpara hacer frente a ciertosproblemas. Y quiero quebusquemos esa ayuda antes deque me quede embarazada otravez. Ahora que podemosdedicarle toda nuestra atención.

El padre de Max se da lavuelta y se va. Sale por la

puerta mosquitera dando unportazo. La puerta hace blam,blam, blam y luego se quedaquieta. Antes yo pensaba que siel padre de Max se marchaba enmitad de una pelea, quería decirque había ganado su madre.Pensaba que su padre seretiraba como se retiraban lossoldaditos de Max. Que sehabía rendido. Pero parece serque retirarse no significasiempre rendirse. No es la

primera vez que el padre deMax se retira, que hace vibrar lapuerta con el portazo, peroluego todo sigue igual. Es comosi le diera a la pausa en elmando a distancia. La discusiónqueda en pausa. Pero notermina.

Por cierto, Max es el úniconiño que hace retirarse orendirse a sus soldaditos, almenos que yo haya visto.

Todos los demás siempre les

hacen morirse.

No estoy seguro de que Maxnecesite un terapeuta y, para sersincero, tampoco séexactamente qué hace unterapeuta. Sé algunas cosas quehacen, pero no todas, y eso mepreocupa. Seguramente lospadres de Max se pelearánmuchas más veces, y aunqueninguno de los dos diga «¡Vale,

me rindo!» o «¡Tú ganas!» o«Tienes razón», Max terminaráyendo al terapeuta porque, alfinal, casi siempre sale ganandola madre de Max.

Creo que su padre seequivoca con eso que dice deldesarrollo tardío. Yo paso casitodo el día con Max y veo lodiferente que es a los demásniños de su clase. Max vivehacia dentro y los demás haciafuera. Eso es lo que lo hace tan

diferente. Max no tiene vidahacia fuera. Es toda haciadentro.

Yo no quiero que Max vaya ala consulta de un terapeuta. Losterapeutas te comen el coco y tesacan la verdad. Te ven lacabeza por dentro y sabenexactamente lo que estáspensando, y si Max va a unterapeuta y le da por pensar enmí cuando esté allí, el terapeutaacabará comiéndole el coco

para que le hable de mí. Yluego puede que lo convenzapara que deje de creer queexisto.

Pero me da pena el padre deMax, aunque ahora su madreesté llorando. A veces megustaría poder decirle que fueramás comprensiva con él. Encasa quien manda es ella, ytambién manda sobre el padrede Max, y no creo que eso seabueno para él. Hace que el

pobre hombre se sienta poquitacosa, tonto. Como losmiércoles por la noche, cuandoquiere echar la partida depóquer con sus amigos, perono se atreve a decirles conseguridad que va a ir. Antestiene que consultar con lamadre de Max si le importa quevaya y, encima, pillarla en unbuen momento, de buenhumor, porque, si no, puedeque no lo deje ir.

Es posible que le diga «Puesesa noche me convendría que tequedaras en casa» o «¿Nojugaste la semana pasada?». Opeor aún, puede que le diga«Vale», cuando en realidadquerría decir «Pues sí meimporta, y como vayas, voy aestar de morros, ¡como mínimotres días!».

Me hace pensar que a Max lepasaría lo mismo si tuviera quepedir permiso para jugar en

casa de algún amigo, si es quealguna vez le apeteciera jugarcon otro que no fuera yo, queno le apetece.

No entiendo por qué el padrede Max tiene que pedirpermiso, ni por qué querrá lamadre de Max que su marido lepida permiso. ¿No sería mejorque fuera él quien decidiera loque quiere hacer?

Pero lo peor de todo es queel padre de Max trabaja como

encargado de un Burger King.Max piensa que es un trabajofantástico, y seguro que si yocomiera hamburguesas doblesde queso con beicon y patatasfritas también pensaría lomismo. Lo malo es que, en elmundo de los mayores, ser elencargado de un Burger Kingno es un gran trabajo, y elpadre de Max lo sabe. Se notaporque no le gusta decir en quétrabaja. Él nunca pregunta a los

demás de qué trabajan, y esoque entre los adultos es lapregunta que más se repite en elmundo mundial. Cuando alpadre de Max le preguntan porsu trabajo, baja la vista y dice«Soy gerente de hostelería». Lecuesta más decir «Burger King»que a Max decidir entre sopa depollo con fideos y sopa deternera con verduras. Hace loimposible por evitar esas dospalabras.

La madre de Max también esgerente. En un sitio que sellama Aetna, pero no sé quéhacen allí. Seguro quehamburguesas, no. Una vez laseguí al trabajo, para descubrirqué hacía durante el día, perosolo vi personas sentadasdelante de unos ordenadores,en una especie de cajitasminúsculas sin tapa. Y otrasestaban metidas en unashabitaciones pequeñitas sin

ventilación, sentadas alrededorde unas mesas, dando con lospies en el suelo y mirando elreloj mientras una persona yamuy mayor hablaba de cosasque a nadie le interesaban.

Pero, aunque el trabajo de lamadre de Max sea aburrido yno hagan hamburguesas, senota que es mejor, porque en eledificio en que trabaja ella, lagente va con camisas, vestidosy corbatas, y no con uniformes.

A ella nunca la oyes lamentarsede que les hayan robado o deque alguien no se hayapresentado al trabajo comohace el padre de Max. Además,él entra en la hamburguesería alas cinco de la mañana, y otrasveces trabaja toda la noche yllega a casa a las cinco de lamañana. Es curioso, porque,aunque el trabajo de su padreparece mucho más duro, sumadre gana más dinero, y a los

mayores les parece muchomejor trabajo. La madre de Maxnunca baja los ojos cuando dicea qué se dedica.

Me alegro de que Max no loshaya oído discutir esta vez. Aveces sí los oye. A veces a losdos se les olvida gritar en vozbaja y a veces se pelean cuandovan en el coche, donde pormuy en voz baja que hables seoye igual. Cuando sus padres sepelean, Max se pone triste.

—Se pelean por mi culpa —me dijo una vez.

Ese día, Max estaba jugandocon sus piezas de Lego, que essu momento preferido parahablar de cosas importantes.Habla sin mirarme. Siguemontando sus avionetas, susfuertes, sus acorazados y navesespaciales.

—Qué va —le contesté—. Sepelean porque son mayores. Alos mayores les gusta discutir.

—No. Solo discuten por mí.—No —contesté—. Anoche

discutieron por la película queiban a ver en la tele.

Yo quería que ganara elpadre de Max, porque entoncesveríamos la peli de detectives,pero perdió y tuvo que tragarseun programa musical de lo másrollo.

—Eso no fue una discusión—dijo Max—. Fue unadesavenencia. Es distinto.

La diferencia nos la haenseñado la señorita Gosk. Elladice que se puede no estar deacuerdo, pero que eso nosignifica que haya que discutir.«Una desavenencia la tolero —nos dice muchas veces—. Loque no soporto es que sediscuta en mi presencia.»

—Si discuten es solo porqueno saben qué es lo mejor para ti—le dije a Max—. Estánintentando averiguarlo.

Max me miró un momento.Parecía enfadado, pero fue unsegundo, luego enseguida lecambió la cara.

—Cuando la gente tergiversalas palabras para hacerme sentirmejor, lo único que consigue esque me sienta peor. Y si eres túquien lo hace, mucho peortodavía.

—Lo siento —le dije.—No pasa nada.—No —le dije—. No siento

lo que he dicho, porque esverdad. Es verdad que tuspadres están intentandoaveriguar qué es lo que más teconviene. Lo que he queridodecir es que siento que tuspadres discutan por ti, aunquesolo sea porque te quieren.

—Ah —dijo Max, y sonrió.No fue del todo una sonrisa,

porque Max en realidad nuncasonríe. Pero se le ensancharonun poco los ojos y ladeó la

cabeza un poquito a la derecha.Para él eso es toda una sonrisa.

—Gracias —me dijo, y supeque estaba siendo sincero.

Capítulo 6

Max ha entrado en el váter. Estáhaciendo caca, que es algo queno soporta hacer fuera de casa.Y menos, en un serviciopúblico. Pero es la una ycuarto, quedan todavía doshoras de clase y Max ya nopodía aguantar. Siempre intenta

hacer caca por la noche antesde acostarse, y, si no loconsigue, vuelve a intentarlopor la mañana antes de salirpara el colegio. Hoy ya habíahecho después de desayunar,así que esta es de propina.

Max odia las cacas depropina. Odia todo lo que seasorpresa.

Siempre que hace caca en elcole, procura usar el lavabopara minusválidos que está

cerca de la enfermería, porquehay más intimidad, pero hoyestaba allí el bedel, limpiandouna vomitona. Cuando un niñodice que tiene ganas devomitar, la enfermera siemprelo manda a ese lavabo.

Cuando a Max no le quedamás remedio que entrar en ellavabo normal, yo me quedofuera en la puerta para avisarlede si viene alguien. A Max nole gusta hacer caca cuando hay

gente alrededor, ni siquiera yo.Pero como las sorpresastodavía le gustan menos, medeja pasar, aunque solo si esuna emergencia.

Una emergencia quiere decirque se presente alguien depronto con la intención de ir allavabo.

Cuando le aviso de que seacerca alguien, él levanta lospies del suelo para que no veanque el váter está ocupado, y

hasta que la otra persona no seha marchado no termina dehacer caca. Con suerte, el otrono se entera siquiera de que hayalguien dentro, a menos quevenga con ganas de hacer cacatambién y llame a la puerta.Entonces Max vuelve a ponerlos pies en el suelo y espera aque el otro se marche.

Uno de los problemas queMax tiene con hacer caca es quetarda mucho, incluso cuando

está tan tranquilo en el váter desu casa. Ahora mismo lleva yadiez minutos dentro y seguroque todavía le queda un buenrato. Puede ser que ni siquierahaya empezado. Puede quetodavía esté colocando lospantalones sobre las zapatillaspara que no rocen el suelo.

De pronto veo que haypeligro a la vista. TommySwinden acaba de salir de suaula, que está al final del

pasillo, y viene hacia aquí. Porel camino, arranca los mapas delos asentamientos colonialesbritánicos que la señorita Veratenía colgados en el tablón deanuncios junto a su clase.Tommy suelta una risotada, tiralos mapas al suelo y los lanzapor todas partes a patadas.Tommy Swinden está en quintoy Max no le cae bien.

Nunca le ha caído bien.Pero ahora aún menos. Hace

tres meses, Tommy Swindentrajo al colegio una navajitasuiza para hacerse el chulo consus amigos. Tommy estabajunto al bosque, sacando puntaa un palo con su navajita parademostrarles lo afilada que era,y Max lo pilló y se lo contó a lamaestra. Max no sabe callarseesas cosas. Se fue corriendo ala señorita Davis, gritando:«¡Tommy tiene una navaja!¡Una navaja!». Muchos niños lo

oyeron, y unos cuantospequeños empezaron a darchillidos y corrieron haciaTommy, con lo que seasustaron más todavía. ATommy le cayó un castigo delos gordos. Lo expulsaron delcole una semana, le prohibieronsubir al autocar escolar lo quequedaba de año y tuvo que ir aunas clases después del cole enlas que se enseñaba buencomportamiento.

Para un niño de quinto es uncastigo muy gordo.

Aunque la señorita Davis, laseñorita Gosk y todos losdemás profesores le dijeron aMax que había hecho biendando parte de la navaja(porque está prohibido llevararmas al cole, es una normamuy seria), nadie se preocupóde enseñarle cómo había quechivarse de un compañero sinque se enterara todo el patio.

Yo es que no lo entiendo. Conla de horas que pasa la señoritaHume enseñando a Max aesperar su turno y a pedirayuda, ¿por qué nadie se tomala molestia de enseñarle cosastan importantes como esa? ¿Esque los profesores no se dancuenta de que Tommy Swindenva a matar a Max por el pedazode castigo que le ha caídoencima?

Quizá no le enseñan esas

cosas porque casi todos losmaestros del cole de Max sonmujeres, y a lo mejor ellasnunca se metían en líos cuandoiban al colegio. A lo mejornunca llevaron una navaja alrecreo ni tenían problemas parahacer caca en los lavabos. Opuede que no sepan lo quesiente un niño cuando le cae uncastigo así de gordo. Y quizápor eso se pasan la hora decomer diciendo cosas como

«No entiendo en qué estaríapensando ese niño para traerseuna navaja al colegio».

Yo sí sé en qué estabapensando. Estaba pensando quesi enseñaba a sus compañerosque sabía sacarle punta a unpalo con aquella navajita, a lomejor dejaban de llamarlesubnormal por no haberaprendido aún a leer. Son cosasque hacen los niños. Intentantapar sus problemas con

navajitas y cosas de esas.Pero no creo que los

profesores entiendan esascosas, por eso seguramentenadie le enseñó a Max cómo ira un maestro con el cuento deque uno de quinto tiene unanavaja sin que se entere todo elmundo. El caso es que ahoraTommy Swinden, el niño dequinto que no sabe leer, el quetiene una navaja y es el doblede grande que Max, viene hacia

el lavabo precisamente cuandoMax está en el váter intentandohacer caca.

«¡Max! —digo, atravesandola puerta del lavabo—.¡Tommy Swinden viene haciaaquí!»

Max deja escapar un gruñidoy sus zapatillas desaparecen porel hueco bajo la puerta. Megustaría atravesar también lapuerta del retrete y hacerlecompañía, para que no se sienta

solo, pero sé que no puedo. Nole gustaría nada que lo vierasentado en la taza, y sabe que lesoy más útil fuera, dondepuedo ver lo que él no ve.

Tommy Swinden, que es tanalto como la maestra de plásticay casi tan grandote como elprofe de gimnasia, entra en ellavabo y va hacia uno de losurinarios que cuelgan de lapared. Echa un vistazo rápidobajo las puertas, no ve pies, y

seguramente piensa que estásolo. Luego mira hacia la puertade entrada a los lavabos, meatraviesa con la mirada sinverme y se lleva la mano atráspara sacarse los calzoncillosremetidos en la raja del trasero.Eso es algo que veo hacer muya menudo, porque paso muchotiempo alrededor de gente quecree estar sola. Tiene que seralgo muy incómodo. A mínunca se me han quedado los

calzoncillos remetidos en elculo, porque Max no meimaginó en esa circunstancia, aDios gracias.

Tommy Swinden vuelve lavista hacia el urinario colgadode la pared y hace pis. Cuandotermina, antes de subirse lacremallera y abrocharse elbotón de los pantalones, sesacude un poco la cosa. Nocomo el niño aquel que vi unavez en el servicio para

minusválidos que está junto a laenfermería, un día que Max mepidió que echara un vistazopara ver si había alguiendentro. No tengo ni idea de loque aquel niño estaríahaciendo, pero era algo másque sacudirse unas gotitas. Nome gusta espiar a la gente en elváter, y menos cuando se estántirando de su cosa, pero Maxno soporta llamar a la puertadel lavabo, porque cuando él

está haciendo sus cosas y lellaman a la puerta, nunca sabequé responder. Antes decíasiempre «¡Max está haciendocaca!», pero una vez un niñofue y le contó a la maestra loque le había dicho y Max se lacargó.

La maestra le dijo que no eracorrecto decir que uno estáhaciendo caca.

—La próxima vez quealguien llame dices «Estoy yo»

y punto —le dijo.—Es que suena tonto —

replicó Max—. No sabránquién es ese yo. No puedo decir«Soy yo» y ya está.

—Bueno —dijo ella, con eltono que usan los profesorespara decirles a los niños quehagan cosas ridículas cuandono saben por dónde salir y noquieren seguir hablando—,pues entonces diles quién eres.

Así que ahora cuando está en

el váter y alguien llama a lapuerta, Max dice:

—¡Ocupado por MaxDelaney!

Y el otro se ríe o se quedamirando la puerta con cara rara.

Normal.Tommy Swinden ha

terminado ya de hacer pis y estáde pie delante del lavabo; llevala mano al grifo y, justo antesde girarlo y de que el sonidodel agua llene el cuarto de

baño, oye un «¡plop!» que saledel retrete donde Max estáescondido.

—¿Eh? —dice Tommy y seagacha otra vez, para ver siasoma algún pie. Como no venada, se acerca al primer vátery aporrea la puerta a lo bestia.Tan a lo bestia que el retreteentero tiembla—. ¡Sé que estásahí! ¡Te veo por las rendijas!

No creo que Tommy sepaque es Max quien está al otro

lado, porque las rendijas entrela puerta del váter y la paredson demasiado finas como paraverle bien la cara. Pero lobueno que tiene ser uno de losmás grandullones del cole esque puedes aporrear la puertade un váter haya quien haya alotro lado, porque eres capaz demeterte con casi cualquier niñodel cole y darle una paliza.

Imaginad lo que se debe desentir.

Viendo que Max no contesta,Tommy aporrea la puerta otravez.

—¿Quién hay? ¡Quierosaberlo!

—¡No digas nada, Max! —leadvierto a mi amigo desde elotro lado de la puerta—.Tommy no puede entrar. ¡Alfinal se cansará y se irá!

Pero no, estoy muyequivocado, porque Tommy,viendo que nadie responde a la

segunda, se pone a cuatro patasy asoma la cabeza bajo lapuerta.

—Pero si es Max el Memo —dice Tommy, y veo cómo se ledibuja una sonrisa en la cara.No es una sonrisa bonita. Esuna sonrisa de alguien malo—.Qué casualidad. Es mi día desuerte. ¿Qué pasa, no haspodido aguantar el cagarro oqué?

—¡No! —exclama Max, y

noto ya la alarma en su voz—.¡Me estaba saliendo ya!

Esto pinta fatal.Max está atrapado en un

lavabo público, que es un sitioque ya de por sí le da miedo.Tiene los pantalones por lostobillos y seguramente todavíano ha terminado de hacer caca.Y Tom my Swinden está al otrolado del váter, con intencionesnada buenas. No hay nadie másalrededor. Aparte de mí, claro,

pero yo es como si noestuviera, porque para lo que lepuedo servir…

Lo que me asusta es el modoen que Max ha contestado aTommy. Había algo más quealarma en su voz. Había miedo.Como cuando la gente va alcine y sale el fantasma o elmonstruo en la pantalla laprimera vez. Max acaba de vera un monstruo asomando pordebajo de la puerta de su váter

y tiene miedo. Es posible queesté a punto de bloquearse ya,cosa que nunca es buena.

—¡Abre la puerta, capullo!—dice Tommy, apartando lacabeza y poniéndose de pie—.Si me lo pones fácil, te hagosolo una ahogadilla y ya está.

No sé qué será unaahogadilla, pero imagino quenada bueno.

—¡Ocupado por MaxDelaney! —dice Max, chillando

como una niña pequeña—.¡Ocupado por Max Delaney!

—Es tu última oportunidad,Max Memo. ¡Ábreme o tiro lapuerta abajo!

—¡Ocupado por MaxDelaney! —repite Max a voces—. ¡Ocupado por MaxDelaney!

Tommy Swinden se pone acuatro patas de nuevo,dispuesto a pasar por debajo dela puerta, y no sé qué hacer.

Max necesita más apoyo quela mayoría de niños de su clase,y yo siempre estoy a su lado,dispuesto a ayudarle. Tambiénel día en que se chivó deTommy Swinden estaba a sulado, pidiéndole que bajara lavoz, suplicándole «¡Tranquilo!¡No te aceleres! ¡No grites!».Aquel día Max no me hizo casoporque alguien había metidouna navaja en la escuela, ydesobedecer aquella norma era

tan grave que no pudocontrolarse. Era como si elmundo se hubiera roto en milpedazos y tuviera que encontrarun profesor para recomponerlo.Aquel día no conseguídetenerlo, pero lo intenté.

Entonces al menos supecómo reaccionar.

Ahora, en cambio, no lo sé.Tommy Swinden va a colarsepor debajo de la puerta y ameterse en ese minúsculo váter

donde Max está atrapado,seguramente encima de la taza,abrazado a las rodillas, con lospantalones caídos, paralizadopor el miedo. No está llorando,pero no tardará en hacerlo y,antes de que Tommy hayapasado al otro lado, ya estaráMax gritando, con ese gritoagudo y desesperado que lepone la cara roja como untomate y le llena los ojos delágrimas. Luego apretará los

puños, se tapará la cara con losbrazos, cerrará los ojos y sepondrá a gritar, con ese chillidoleve, casi silencioso, que merecuerda a los aparatos deultrasonidos que se usan paraadiestrar a los perros y loshumanos no pueden oír. Comoun silbido que apenas haceruido.

Antes de que llegue algúnmaestro a ver qué está pasando,Tommy Swinden ya le habrá

hecho la ahogadilla a Max, sealo que sea eso. Estoy seguro deque nada agradable para ningúnniño, pero aún peor para Max,porque él es como es: se loguarda todo. Nunca olvida. Eincluso una tonteríainsignificante puede afectarlepara siempre. Sea lo que seaesa ahogadilla, le cambiará lavida para siempre. Lo sé, perono sé qué hacer.

«¡Socorro! —me dan ganas

de gritar—. ¡Que alguienauxilie a mi amigo!»

Pero el único que me oiríasería Max.

La cabeza de Tommydesaparece bajo la puerta, ygrito: «¡Pelea, Max! ¡Pelea! ¡Nolo dejes entrar!».

No sé por qué he dicho eso.Me he sorprendido a mí mismoal oírlo. No es muy buena idea.No tiene nada de inteligente, nisiquiera de original. Pero es la

única salida. Si Max no pelea,le harán esa ahogadilla.

Tommy ya ha metido lacabeza y los hombros pordebajo de la puerta y, por loque veo, con un rápidomovimiento más pasará lascaderas y las piernas y estará yaal otro lado, plantado dentrodel retrete sobre el pequeño ytembloroso Max, dispuesto apegarle. A hacerle unaahogadilla.

Me he quedado como untonto al otro lado. Por una parteme gustaría atravesar la puerta eir a hacerle compañía, pero aMax no le gusta que lo veandesnudo ni haciendo caca.Estoy más bloqueado de lo queMax ha estado en su vida.

Alguien está gritando, y estavez no es mi amigo. EsTommy. No suena como elgrito aterrorizado y acorraladode Max. Es un grito distinto. No

hay alarma, ni miedo en él. Másbien parece que no se creyeralo que está pasando. Tommygrita a la vez que intenta deciralgo y ponerse en pie, pero seolvida de que está encajonadobajo una puerta y se da ungolpe en la espalda, y entoncessuelta otro grito, pero esta vezde dolor. Luego se abre lapuerta de golpe y aparece Max,con los pantalones subidospero sin abrochar, la cremallera

bajada aún, y las piernas acaballo sobre la cabeza deTommy.

—¡Corre! —exclamo, y Maxecha a correr, pisándole lamano a Tommy, que vuelve agritar de dolor.

Max pasa junto a mí a todaprisa, sujetándose lospantalones, y sale por la puerta.Le sigo. En lugar de torcer a laizquierda, en dirección al aula,gira a la derecha y, sin dejar de

correr, se sube la cremallera yse abrocha el pantalón.

—¿Adónde vas?—No he terminado aún —

dice—. A lo mejor ya hanlimpiado el váter de laenfermería.

—¿Qué le ha pasado aTommy? —pregunto—. ¿Quéhas hecho?

—Caca, me he hecho caca ensu cabeza —responde Max.

—¿Que has hecho caca con

alguien delante?No me lo puedo creer. Que

se haya hecho caca en la cabezade Tommy Swinden ya cuestade creer, pero lo másasombroso es que lo hayapodido hacer en presencia deotra persona.

—Solo ha sido un poquito—dice Max—. Cuando haentrado, ya casi habíaterminado.

Sigue andando pasillo abajo

y luego dice algo más:—Como ya hice esta

mañana, no había mucha. Erauna caca de propina, acuérdate.

Capítulo 7

Max está preocupado porquepiensa que Tommy se va achivar como él se chivó de lode la navajita. Pero yo sé queno la hará. Ningún niño querríaque sus amigos o sus maestrosse enteraran de algo así. Lo quequerrá será matarlo. Pero

matarlo en serio. Hacer que sele pare el corazón y todas esascosas que se hacen paraterminar con la vida de unapersona.

Pero ya nos preocuparemosde eso cuando llegue el día.

Max puede vivir con elmiedo a morir mientras no locastiguen por haberse hechocaca en la cabeza de TommySwinden. Los niños siempretienen miedo a morir, así que es

normal que Max tenga miedode que Tommy Swinden loestrangule o le dé un puñetazoen la nariz. Pero a un niño nolo expulsan del colegio porhacerse caca en la cabeza de uncompañero. Sería muy raro quepasara eso.

Le digo a Max que no sepreocupe por el posible castigo.Él me cree solo a medias, peroal menos consigo que no sebloquee.

Además, han pasado ya tresdías de aquello, y no hemosvuelto a ver a Tommy. En unprincipio pensé que a lo mejorno había venido al colegio,pero me acerqué a la clase de laseñorita Parenti, y allí estaba.Sentado en primera fila, muycerquita de la maestra, queseguramente lo habrá colocadoallí para echarle el ojo.

No sé qué le estará rondandoa Tommy por la cabeza. A lo

mejor le da tanta vergüenza quealguien se le haya hecho cacaencima que ha decididoolvidarlo todo. O puede queesté tan rabioso que seproponga torturar a Max antesde matarlo. Como esos niñosque en el recreo quemanhormigas con lupas en lugar depisotearlas y frotarse los restosen las suelas de sus zapatillas.

Eso es lo que piensa Max, y,aunque yo le digo que se

equivoca, sé que seguramentetiene razón.

No puedes hacerte cacaencima de un niño comoTommy Swinden y creer quelas cosas se van a quedar comoestaban.

Capítulo 8

Hoy he visto a Graham en elcolegio. Me la he cruzadocuando iba hacia el comedor.Me ha saludado con la mano.

Está empezando adesvanecerse.

No me lo puedo creer.Cuando ha levantado la

mano para saludarme, a travésde ella he visto su pelo pinchoy su sonrisa dentuda.

Hay amigos imaginarios quetardan mucho tiempo endesaparecer y otros que muypoco, pero tengo la impresiónde que a Graham no le quedamucho tiempo en este mundo.

Su amiga humana es unaniña de seis años que se llamaMeghan. Graham lleva solo dosaños en el mundo, pero es mi

amiga imaginaria más antigua yno quiero que desaparezca. Esla única amiga de verdad quetengo aparte de Max.

Temo por ella.Y por mí también.Algún día también yo

levantaré la mano para saludary veré a Max a través de ella:entonces sabré que yo tambiénestoy desapareciendo. Algúndía me moriré, si es que losamigos imaginarios se mueren.

Que supongo que sí… ¿no?Me gustaría hablar con

Graham, pero no sé qué decirle.No sé si sabrá que estádesapareciendo.

¿Tendría que decírselo por sino lo sabe?

Hay muchos seres imaginariosen el mundo que nunca llegaréa conocer porque no salen desu casa. Muchos no tienen la

suerte de poder ir al colegio ode ir por ahí solos comoGraham y yo. Un día la madrede Max nos llevó a casa de unaamiga suya y conocí a tresamigas imaginarias. Estaban lastres delante de una pizarra,sentadas en unas sillitasminúsculas. Tenían los brazoscruzados y escuchaban, quietascomo estatuas, a una niñitallamada Jessica que les recitabael alfabeto y les ponía

problemas de matemáticas.Pero aquellas amigasimaginarias no podían andar nihablar. Cuando entré en lahabitación, se quedaron las tresquietas mirándome.Parpadeando y ya está.

Parpadeaban nada más.Esa clase de amigos

imaginarios no suele vivirmucho. Una vez, en la clase depreescolar, de repente aparecióuna amiga imaginaria y a los

quince minutos ya habíadesaparecido. Fue creciendo enmitad de la habitación, comouno de esos globos con formade persona que venden en losdesfiles, y acabó más o menoscon mi misma altura. Era unaniña grandota, de color rosa,con coletas y flores amarillas enlugar de pies. Pero pasado elmomento del cuento, fue comosi la hubieran pinchado con unalfiler. Se encogió poco a poco

hasta que ya no la vi más.Pasé mucho miedo viendo

cómo aquella niña rosa desaparecía. Quince minutos noson nada.

La pobre ni siquiera llegó aoír el cuento entero.

Graham, en cambio, llevamucho tiempo en el mundo.Somos amigos desde hace dosaños. No me puedo creer quese esté muriendo.

Me gustaría regañar a su

amiga humana, Meghan,porque es culpa suya queGraham se esté muriendo.Meghan ya no cree en Graham.

Cuando Graham muera, lamadre de Meghan le preguntaráa su hija qué ha sido de suamiga imaginaria, y Meghancontestará algo así como«Graham ya no vive aquí» o«No sé dónde está» o «Se haido de vacaciones». Y su madrese dará la vuelta muy risueña,

pensando que su hijita se estáhaciendo mayor.

Pero no. No será eso lo quepase. Graham no se marcharáde vacaciones. Ni se irá a vivira otro país.

Graham se está muriendo.«Has dejado de creer,

Meghan, y ahora mi amiga seva a morir. Pero, aunque túseas el único ser humano capazde verla y oírla, eso no significaque Graham no sea real. Yo

también soy capaz de verla yoírla. Graham es mi amiga.

»A veces, cuando tú y Maxestáis en clase, nosotros dosquedamos en los columpios ycharlamos un rato.

»Cuando tú y Max teníaisrecreo a la misma hora, ella yyo jugábamos al corre que tepillo.

»El día que Max saliócorriendo entre los autocares yyo evité que lo atropellaran,

Graham me dijo que yo era unhéroe y, aunque yo no creo quefuera ningún héroe, me gustómucho oírla decir eso.

»Y ahora Graham se va amorir porque tú ya no crees enella.»

Estamos sentados en elcomedor del colegio. Max haido a clase de Música y Meghanestá comiendo. Viendo la

manera en que Meghan hablacon las otras niñas en la mesadel comedor, me doy cuenta deque ya no necesita a Grahamcomo antes. Sonríe. Ríe. Siguela conversación con la mirada.Incluso interviene de vez encuando. Ahora ya forma partede un grupo.

Meghan ya no es la misma.—¿Cómo te encuentras hoy?

—le pregunto a Graham,confiando en que sea ella la que

saque el tema de sudesaparición.

Y lo hace.—Sé lo que me está pasando,

si te refieres a eso —contesta.Suena muy triste, pero

también suena como si hubieratirado la toalla. Como si sehubiera rendido.

—Ah —digo, y luego mequedo un momento sin saberqué añadir.

La miro a los ojos y luego

hago como que miro alrededor,por encima de mi hombro y ami izquierda, como si hubieraoído algo en algún rincón delcomedor que me hubierallamado la atención. No meatrevo a mirarla porque sé queveré a través de ella. Al final,vuelvo la cabeza. Me obligo amirarla a los ojos.

—¿Qué se siente?—No se siente nada.Levanta las manos para

demostrármelo y le veo la caraa través de ellas, pero esta vezno hay sonrisa al otro lado.Parece que estuvieran hechasde papel de cera.

—No lo entiendo —le digo—. ¿Qué ha pasado? ¿Meghanaún te oye cuando le hablas?

—Sí, claro. Y me vetambién. Acabamos de pasardiez minutos en el recreojugando a la rayuela.

—Entonces, ¿por qué ya no

cree en ti?Graham deja escapar un

suspiro. Y luego otro.—No es que no crea en mí.

Es que ya no me necesita. AntesMeghan tenía miedo a hablarcon los demás niños. Depequeña tartamudeaba. Ya no,pero de pequeña se perdióconocer a muchos niños yhacer amigos por culpa deltartamudeo. Ahora estárecuperando el tiempo perdido.

Hace un par de semanas fue ajugar a casa de Annie. Era laprimera vez que iba a casa dealguien a jugar. Y ahora juegacon Annie a todas horas. Ayerincluso las castigaron en clasepor hablar en vez de leer. Yhoy, cuando sus compañerasnos han visto jugando a larayuela, se han acercado a jugarcon ella.

—¿Qué es tartamudear? —lepregunto. Puede que Max

tartamudee también.—Es cuando no te salen las

palabras. Meghan a veces seatascaba al hablar. Sabía lo quetenía que decir pero no le salía.Muchas veces yo le decía lapalabra muy despacito, y asíconseguía repetirla. Pero ahoraya solo tartamudea cuandotiene miedo o está nerviosa, ocuando algo la coge porsorpresa.

—¿Se curó?

—Supongo —dice Graham—. Durante la semana iba aclase con la señorita Riner, ydespués del colegio, con elseñor Davidoff. Le ha costadomucho esfuerzo, pero ahorahabla normal, por eso estáhaciendo amigas.

Max también va a clase conla señorita Riner. Me preguntosi él también podrá curarse. Ysi ese señor Davidoff será elmismo terapeuta que la madre

de Max quiere que visite a suhijo.

—¿Y qué vas a hacer? —lepregunto—. No quiero quedesaparezcas. ¿Qué puedeshacer para no seguirdesapareciendo?

Me preocupa lo que le pase aGraham, pero si pregunto todoeso es también por mí, por siun día desaparece justo delantede mis narices. Tengo queaprovechar para preguntarle

ahora que todavía puedo.Graham abre la boca para

decir algo, pero se calla. Cierralos ojos. Sacude la cabeza y sefrota los ojos con las manos.Me pregunto si estarátartamudeando. Pero de prontorompe a llorar. Intento recordarsi alguna vez he visto llorar aun amigo imaginario.

No creo.La observo bajar la barbilla

hacia el pecho y sollozar. Las

lágrimas le resbalan por lasmejillas; una de ellas va a pararal mentón, y yo observo cómocae, salpica sobre la mesa ydesaparece por completo.

Igual que hará Grahamdentro de poco.

Me siento como el otro díaen los váteres de los niños.Tommy Swinden se estácolando bajo la puerta delretrete. Max se ha subido a lataza del váter y tiene los

pantalones caídos. Y yo mequedo plantado en el rincón,sin saber qué hacer ni quédecir.

Espero hasta que los sollozosde Graham pasan a sergimoteos. Hasta que dejan decaerle las lágrimas. Hasta queabre los ojos de nuevo.

Y entonces hablo.—Tengo una idea.Espero a que Graham diga

algo.

Pero Graham siguegimoteando.

—Tengo un plan —insisto—. Un plan para salvarte.

—¿Sí? —dice Graham, peronoto que no me cree.

—Sí. Solo tienes que hacerteamiga de Meghan.

Pero eso no es exactamentelo que quería decir y me doycuenta en cuanto lo digo.

—No, espera. No es eso loque quería decir.

Callo un momento. La ideaestá ahí. Lo único que tengoque hacer es encontrar el modode expresarla correctamente.

«Dilo sin tartamudear»,pienso.

Y de pronto me sale:—Tengo un plan —digo de

nuevo—. Tenemos queasegurarnos de que Meghansiga necesitándote. Hay queencontrar el modo de queMeghan no pueda vivir sin ti.

Capítulo 9

No entiendo cómo no se noshabía ocurrido antes. Todos losviernes la maestra de Meghan,la señorita Pandolfe, les pone asus alumnos un examen deortografía, y a Meghan laortografía se le da bastante mal.

No creo que Max haya

escrito mal una palabra nunca,pero Graham dice que Meghanhace unas ocho faltas cadasemana, y eso son casi la mitadde las palabras del examen,aunque Graham no sabía que lamitad de doce es seis. Mepareció muy curioso que no losupiera, porque parece que estámuy claro. Quiero decir, que siseis más seis son doce, ¿cómono vas a saber que la mitad dedoce son seis?

Aunque la verdad es que yoseguramente tampoco sabía quéera la mitad de doce cuandoMax y yo estábamos enprimero.

Aunque creo que sí lo sabía.Graham y yo nos pasamos

toda la hora de comer haciendouna lista con los problemas deMeghan. Le dije a Graham queteníamos que encontrar unproblema que ella le pudierasolucionar, porque así, una vez

solucionado, Meghan se daríacuenta de lo mucho que lanecesitaba.

A Graham le pareció unaidea estupenda.

«A lo mejor funciona —dijo,y se le iluminaron los ojos porprimera vez desde que empezóa desaparecer—. Es una granidea. A lo mejor funciona deverdad.»

Pero tengo la impresión deque a Graham en este momento

cualquier idea le podría parecerestupenda, porque estádesvaneciéndose por minutos.

Intenté hacerla reírdiciéndole que ya le habíandesaparecido las orejas —quenunca ha tenido—, pero noconseguí sacarle ni una sonrisa.Tiene miedo. Dice que hoy sesiente menos real, como siestuviera a punto dedesaparecer flotando en elcielo. Yo le hablé de los

satélites y de que sus órbitas aveces decaen y pueden acabartambién flotando en el espacio,por ver si era eso lo que sentía,pero luego me callé.

No creo que a Meghan leapetezca hablar de esas cosas.

Max me contó eso deldecaimiento orbital el añopasado. Lo había leído en unlibro. Soy un amigo imaginariocon mucha suerte, porque,como Max es un niño muy listo

y lee mucho, yo tambiénaprendo muchas cosas. Por esosé que la mitad de doce es seisy que los satélites puedensalirse de sus órbitas y flotar enel espacio para siempre.

Estoy muy contento de quemi amigo sea Max y noMeghan. Ella ni siquiera sabeescribir correctamente lapalabra «barco».

En fin, que hicimos una listacon los problemas de Meghan.

No en papel, claro, porque niGraham ni yo podemos cogerun lápiz, pero nos laaprendimos de memoria porqueno era muy larga.

Meghan tartamudea cuandose altera.

Tiene miedo a la oscuridad.Se le da mal la ortografía.No sabe atarse los cordones

de los zapatos.Cada noche a la hora de

acostarse le da una rabieta.

No sabe subirse la cremalleradel abrigo.

No sabe tirar la pelota.La lista no es muy útil que

digamos, porque Graham esincapaz de ayudarla con lamayoría de esos problemas. Sipudiera atar cordones o subircremalleras, podría ayudar aMeghan a atarse las zapatillas osubirse la cremallera del abrigo,pero le es imposible. Solo sé deun amigo imaginario que es

capaz de tocar y mover cosasen el mundo de los humanos,pero ese no nos echaría unamano ni que se lo pidiéramosde rodillas.

Además, no me atrevería a ira verle.

Graham tuvo que explicarmelo que era una rabieta, porqueyo no sabía qué era eso. Suenacomo lo que le pasa a Maxcuando se bloquea. A Meghanno le gusta acostarse, y cuando

su madre le dice que es hora delavarse los dientes se pone agritar y a dar patadas en elsuelo, y a veces su papá la tieneque llevar a cuestas aldormitorio.

—¿Y le pasa cada noche? —le pregunto a Graham.

—Pues sí. Se pone roja, lesuda todo el cuerpo y al finalsiempre llora. Muchas nochesse duerme llorando. Me damucha lástima. Pero, por

mucho que le digamos suspadres o yo, no sirve de nada.

—Vaya —digo, incapaz deimaginar lo pesado que tieneque ser tener que soportar unarabieta noche tras noche.

Cuando Max se bloquea, queno suele pasar muy a menudo,es como si le diera una rabietapero por dentro. Se quedacallado, aprieta los puños y elcuerpo le tiembla un poco, perono se pone rojo, ni suda o

chilla. Para mí que todas esascosas las hace por dentro; porfuera solo se bloquea. Y aveces puede tardar un buen ratoen desbloquearse.

Al menos, cuando le da, noarma escándalo ni se hacemolesto. Y nunca le pasa porno querer acostarse. A Max nole importa irse a la cama,siempre que sea a la hora desiempre.

Las ocho y media.

Si es antes o después, sepone nervioso.

No se me ocurrió nada en loque Graham pudiera ayudar aMeghan con sus rabietas, y lalista de problemas no era muylarga. Por eso, al finalterminamos decidiéndonos porlos exámenes de ortografía.

—¿Cómo podría ayudarla aescribir mejor? —preguntóGraham.

—Yo te enseño.

Cada semana, la señoritaPandolfe deja las palabras quevan a entrar en el examen deortografía anotadas en una hojade papel milimetrado quecuelga al frente del aula, igualque hace la señorita Gosk en suclase. Los jueves por la tardequita la hoja, así que, antes devolver a casa, Graham y yo nospasamos una hora de pie frentea esa hoja, memorizando laspalabras. Yo nunca me he

fijado mucho en las pruebas deortografía que hace Max, y laverdad es que no suelo prestaratención a la señorita Goskcuando habla de eso, así que seme hizo mucho más difícil delo que imaginaba. Muchísimomás.

En cambio Graham, enmenos de una hora, ya habíaaprendido a escribircorrectamente todas y cada unade aquellas palabras.

Mañana, cuando llegue elmomento de hacer el examen,se pegará a Meghan, y si escribemal alguna palabra, se lacorregirá. Es un plan genial,porque Meghan tiene que hacerun examen de ortografíasemanal, así que no va a ser laúnica ocasión. Podrá ayudarlacada semana. Incluso puedeque acabe ayudándola conotros exámenes.

Creo que nuestro plan va a

salir bien, siempre que Grahamno desaparezca a lo largo deesta noche. Un amigoimaginario que se llamabaSeñor Dedo me dijo una vezque la mayoría de amigosimaginarios desaparecemientras sus amigos humanosestán durmiendo, pero meparece que eso fue un inventosuyo para impresionarme.¿Cómo podía él saber eso? Heestado a punto de decirle a

Graham que se asegurara demantener despierta a Meghantoda la noche, por si acaso elSeñor Dedo me había dicho laverdad, pero Meghan no tienemás que seis años, y a esa edadlos niños no pueden pasar todauna noche sin dormir. Hicieralo que hiciese Graham, Meghanterminaría cayendo rendida.

En fin, espero que Grahamaguante viva toda la noche.

Capítulo 10

Max está enfadado conmigoporque últimamente pasomucho tiempo con Graham. Enrealidad, él no sabe que estoycon Graham. Solo sabe que heestado en otro sitio, y estáenfadado. Tengo la impresiónde que eso es bueno. Siempre

me pongo un poco nerviosocuando llevo un rato sin ver aMax, pero si se ha enfadadoconmigo porque no paso mástiempo con él, quiere decir queha estado pensando en mí y meha echado en falta.

—He tenido que ir a hacerpis y no estabas para echar unvistazo por si había alguien enel váter —dice Max—. Hetenido que llamar a la puerta.

Ahora mismo estamos

sentados en el autocar del cole,camino de casa, y Max se haagachado en el asiento y mehabla entre susurros para queno nos oigan los demás niños.Pero nos oyen. Siempre nosoyen. Max no ve lo mismo quelos demás niños, pero yo sí. Amí los árboles sí me dejan verel bosque.

—Tuve que ir a hacer pis yno estabas allí para echar unvistazo por si había alguien en

el váter —dice Max de nuevo.Cuando no le contestas, Max

siempre te repite la pregunta,porque necesita una respuestaantes de seguir hablando. Elcaso es que Max no siemprehace las preguntas como sifueran preguntas. Muchas vecesespera que adivines que lo quete ha dicho es una pregunta.Cuando tiene que repetirla treso cuatro veces, cosa queconmigo nunca pasa, pero sí a

veces con los profesores y consu padre, se altera mucho. Aveces se bloquea por culpa deeso.

—He ido a la clase deTommy —le digo—. Queríaaveriguar si está tramando algo.Para asegurarme de que no setomará la revancha estasemana.

—Lo has estado espiando —dice Max, y yo sé que esotambién es una pregunta,

aunque no suene a pregunta.—Sí —le digo—. Lo he

estado espiando.—Vale —dice Max, pero

noto que aún sigue un pocoenfadado.

No puedo decirle que heestado con Graham porque noquiero que Max sepa queexisten otros amigosimaginarios. Si cree que soy elúnico amigo imaginario delmundo mundial, creerá que soy

alguien especial. Que soyúnico. Y eso es bueno, creo yo.

Me ayuda a perdurar.Si Max, en cambio, supiera

que existen otros amigosimaginarios, y estuvieraenfadado conmigo como estáahora, es posible que seolvidara de mí y se imaginara aun nuevo amigo. Con lo cualyo desaparecería igual queahora mismo estádesapareciendo Graham.

Me está costando muchotrabajo mantener la bocacerrada, porque me gustaríacontarle a Max lo de Graham.Al principio pensé que si se locontaba, igual me podía ayudar.Pensé que como es taninteligente quizá se le ocurriríaalgo útil. O que tal vez pudieraecharnos una manodirectamente con los problemasde Meghan, enseñándole, porejemplo, a atarse los cordones

de los zapatos; luego podríadecirle a Meghan que la ideahabía sido de Graham y miamiga podría ganar unoscuantos puntos.

Pero ahora deseo contárseloporque tengo miedo. Tengomiedo de perder a mi amiga yno tener a nadie con quienhablar. Supongo que podríahablar con Chucho, pero no loconozco demasiado, al menosno tanto como a Max o

Graham. De todos modos, aunen el caso de que Chuchopudiera hablar, sería muy rarohablar con un perro. Mi amigoes Max, y es con él con quiendebería hablar si estoy triste otengo miedo, pero no puedo.

Solo espero que Graham sepresente en el colegio mañana yno sea ya demasiado tarde.

Al padre de Max le gusta ir

diciendo por ahí que todas lasnoches juega a la pelota en eljardín con su hijo, que es justolo que están haciendo los dosahora mismo. Le cuenta a todoel mundo lo bien que Max cogela pelota, y a veces insistemucho en ello, aunquegeneralmente lo hace cuando lamadre de Max no está delante.A veces, si sabe que su mujerpuede volver en cualquiermomento, lo suelta nada más

salir ella de la habitación.Pero la verdad es que jugar,

jugar, no juegan. Su padre lelanza la pelota, y Max la dejacaer al suelo e irse rodando, ycuando la pelota se para, lacoge e intenta lanzársela devuelta. Solo que el padre deMax siempre está demasiadolejos y él siempre se quedademasiado corto, por muchoque su padre lo anime diciendo:«¡Date impulso!» o «¡Lánzala

con todo el cuerpo!» o «¡A portodas, hijo!».

Siempre que juegan a tirarsela pelota, el padre de Max lollama «hijo» en lugar de Max.

Pero aunque Max se diera«impulso» o fuera «a portodas» (yo no sé qué significanninguna de las dos cosas, y meparece que Max tampoco), a supadre nunca le llega la pelota.

Pero digo yo, si quiere que lellegue, ¿por qué no se acerca

un poco más?

Max está acostado. Durmiendo.Sin rabietas de por medio,claro. Se ha lavado los dientes,se ha puesto el mismo pijamaque se pone todos los jueves,ha leído un capítulo de su libroy ha dejado caer la cabeza en laalmohada a las ocho y media enpunto. Esta noche, como lamadre de Max tenía una

reunión, ha sido su padre quienle ha dado el beso de buenasnoches en la frente. Luego haapagado la luz principal de suhabitación, pero no las otraslucecitas, esas que se dejanencendidas toda la noche.

Hay tres de ellas.Yo estoy sentado a oscuras

junto a la cama de Max,pensando en Graham. Mepregunto si habrá algo más enlo que pensar. Si habrá algo

más que yo pueda hacer.La madre de Max vuelve a

casa un poco más tarde. Entrasilenciosamente en lahabitación de Max, se acerca depuntillas a su cama y le da unbeso en la frente. A sus padressí les deja que lo besen, perotiene que ser un beso rapidito,siempre en la mejilla o en lafrente, y siempre se encogecuando se lo dan. Por eso,cuando está dormido como

ahora, su madre aprovecha paradarle un beso más largo, por logeneral en la frente, peroalgunas noches también en lamejilla. A veces entra dos o tresveces en su dormitorio paradarle un beso antes de irse a lacama, aunque sea ella mismaquien lo ha acostado y ya lehaya dado un beso antes.

Una mañana, en el desayuno,la madre de Max le dijo a suhijo que le había dado un beso

cuando estaba dormido.—Anoche cuando entré a

darte el beso de buenas nochesparecías un angelito —le dijo.

—Si fue papá quien meacostó, no tú —dijo Max.

Era una de esas preguntasque Max hace sin preguntar,enseguida me di cuenta. Y sumadre igual. Ella siempre se dacuenta. Lo conoce mejor queyo todavía.

—Es verdad —le dijo—. Yo

fui al hospital a ver al abuelo,pero cuando llegué a casa entréde puntillas en tu habitación yte di un beso de buenas noches.

—Me diste un beso debuenas noches —repitió Max.

—Sí —dijo su madre.Después, cuando estábamos

en el autocar camino del cole,Max se agachó en el asiento yme dijo:

—¿Fue un beso en loslabios?

—No —respondí—. Te besóen la frente.

Max se tocó la frente, se lafrotó con los dedos y luego selos miró.

—¿Fue un beso largo? —preguntó.

—No —respondí—.Supercorto.

Pero no era cierto. Yo no lemiento casi nunca, pero esa vezlo hice porque pensé que seríamejor tanto para él como para

su madre.Ahora, cada vez que ella no

está en casa para acostarlo, Maxme pregunta si la nocheanterior le dio un beso largo debuenas noches.

—No —le digo yo siempre—. No. Supercorto.

Tampoco le he habladonunca de todos los otros besosde propina que le da antes deacostarse.

Aunque eso no es mentir,

porque Max nunca me hapreguntado si le da besos depropina.

La mamá de Max está cenando.Se ha calentado las sobras quele ha dejado su marido. Él estásentado a la mesa, frente a ella,leyendo una revista. No sé leermuy bien, pero sé que esarevista se llama SportsIllustrated porque es la que le

llega cada semana en el correo.Estoy enfadado porque no

parece que ninguno de los dostenga intención de ver la teleesta noche, y a mí me apetecemucho. Me gusta sentarme enel sofá a ver la tele junto a lamamá de Max y a escucharlos alos dos hablar durante losanuncios.

Los anuncios son comoprogramas cortitos que ponenen medio del programa largo,

pero, como la mayoría son tantontos y tan aburridos, enrealidad no los ve nadie. Lagente aprovecha los anunciospara hablar, ir al cuarto de bañoo servirse otro refresco.

El padre de Max siempre estácriticando lo que ponen en latele. Nunca le parece que hayanada bueno. Dice que sonhistorias «absurdas» y quehabía demasiadas«oportunidades

desaprovechadas». No estoyseguro de lo que quiere decircon eso, pero me parece que serefiere a que esos programasserían mejores si lo dejaran a éldecidir lo que hay que hacer.

La madre de Max a veces seenfada cuando se pone criticón,porque a ella le gusta ver la telesin más, y no ponerse a buscar«oportunidadesdesaprovechadas».

—Yo lo único que busco al

final del día es desconectar —ledice, y a mí me parece muybien.

Yo no veo esos programaspensando en cómo mejorarlos.Los veo porque me gusta queme cuenten historias. Pero casitodo el rato los padres de Maxsimplemente se ríen con losprogramas que son divertidos,y se muerden las uñas cuandodan miedo o hay suspense.Seguro que no se dan cuenta de

que los dos están delante de latele mordiéndose las uñas justoal mismo tiempo.

También les encanta ponersea adivinar qué va a pasar en elprograma siguiente. No estoyseguro, pero no me extrañaríaque los dos hubieran tenido a laseñorita Gosk en tercero,porque ella siempre les pide asus alumnos que adivinen quéva a pasar en el libro que tocaleer, y me parece que con lo

que más disfrutan los padres deMax es adivinando lo que va asuceder. A mí también me gustajugar a adivinar, porque asípuedo esperar a ver si teníarazón. A la mamá de Max legusta predecir que va a pasaralgo bueno incluso cuandoparece que todo va mal. Yosuelo predecir siempre el peorfinal posible, y a veces acierto,sobre todo cuando vemospelículas.

Por eso hoy estoy tannervioso con lo de Graham. Nopuedo evitar ponerme en lopeor.

Algunas noches me tocasentarme en la butaca, porqueel papá de Max se sienta junto asu mujer y le pasa el brazo porencima, y ella se arrima a él ylos dos sonríen. Me gustan esasnoches porque sé que estáncontentos, aunque la verdad esque también me siento un poco

desplazado. Como si no tuvieraque estar allí. En las noches así,a veces cojo y me marcho,sobre todo si están viendo unprograma de los que nocuentan ninguna historia, comoese en que unos tienen quedecidir quién canta mejor y elque gana se lleva un premio.

La verdad es que lo divertidosería decidir quién canta peor.

Los padres de Max llevan unbuen rato en silencio. Ella

come, y él lee. No se oyen másque los cubiertos tintineando enel plato. Normalmente, la mamáde Max solo está tan calladacuando quiere que su maridohable primero. Siempre tieneun montón de cosas que contar,pero a veces, cuando se estánpeleando, le gusta esperar a queél diga algo antes. No es queella me lo haya contado, es quellevo tanto tiempoobservándolos que lo sé y

punto.No sé a qué se debe la pelea

de esta noche, o sea que es casicomo si estuviera viendo unprograma en la tele. Sé queempezarán a discutir de unmomento a otro, pero no sé dequé. Es un misterio. Adivinoque tendrá que ver con Max,porque sus peleas casi siempreson por él.

La madre de Max termina decenar y habla por fin.

—¿Has pensado en lo deconsultar con un especialista?

El padre de Max suspira.—¿Crees que es necesario?No ha levantado la vista de

su lectura, lo cual es una malaseñal.

—Son diez meses ya.—Lo sé, pero diez meses no

es tanto. Ni que hubiéramostenido problemas antes.

Ahora sí la mira.—Ya —dice ella—. Pero

entonces, ¿cuánto tiempovamos a dejar pasar? No quieroestar un año o dos esperando air a un especialista y que luegoresulte que tenemos unproblema. Preferiría saberloantes y hacer algo.

El padre de Max pone losojos en blanco.

—A mí no me parece quediez meses sea tanto. Scott yMelanie tardaron casi dos años.¿Recuerdas?

La madre de Max suspira. Nosé si es que se siente triste,frustrada u otra cosa.

—Sí, ya —dice—, pero no teva a pasar nada por hablarlocon un especialista, ¿no?

—Ya —dice el padre deMax, y ahora suena enfadado—. Si no tuviéramos nada másque hacer, vale. Pero, si hay unproblema, no va a servir denada hablar con un médico.Querrán hacernos pruebas. No

han pasado más que diezmeses.

—Pero ¿no te gustaríasaberlo?

El padre de Max noresponde. Si la madre de Maxfuera como su hijo, le repetiríala pregunta, pero los adultos aveces responden a las preguntasno contestándolas. Creo queeso es lo que está haciendo eneste momento el padre de Max.

Cuando por fin abre la boca,

contesta a la primera preguntade su mujer en lugar de a laúltima.

—Está bien, vamos a hablarcon un médico. ¿Pides tú hora?

La madre de Max asiente. Yopensaba que se iba a alegrar porque su marido hubiera decididoir al médico, pero parece quesigue triste. El padre de Maxtambién parece triste, pero nose miran el uno al otro. Ni unamirada. Es como si hubiera no

una mesa, sino cientos de ellasentre ambos.

Yo también me siento triste,por ellos.

Si hubieran puesto la tele, nohabría pasado esto.

Capítulo 11

Le digo a Max que me voy otravez a vigilar a TommySwinden. No le importa que mevaya porque ya ha hecho cacaesta mañana, y hasta la hora decomer no va a necesitar que yopase a ver si hay alguien en elváter. Además, la señorita Gosk

ha empezado el día leyéndonosun libro. A Max le encanta quela señorita Gosk les lea. Laescucha tan concentrado que seolvida de todo, así queseguramente ni siquiera notaráque no estoy.

Pero no voy a la clase deTommy Swinden. Voy al aulade la señorita Pandolfe.Aunque sin muchas ganas,porque tengo miedo de lo queme voy a encontrar. O de lo

que no me voy a encontrar.Entro en el aula, que está

mucho más limpia y ordenadaque la de la señorita Gosk.Todos los pupitres están muybien alineados y sobre elescritorio de la maestra no haymontañas de papeles. Está casidemasiado limpia.

Miro a derecha e izquierda, yvuelta otra vez. Graham noestá. Miro en el rincón quequeda detrás de las estanterías y

en el armario de los abrigos.Tampoco.

Los alumnos están sentados asus pupitres, mirando a laseñorita Pandolfe, que, de pieante la clase, señala uncalendario y les habla deltiempo y de la fecha de hoy. Lahoja con la lista de palabraspara el examen de ortografía hadesaparecido.

Veo a Meghan. Está sentadaal fondo. Ha levantado la mano.

La señorita Pandolfe acaba depreguntar a sus alumnoscuántos días tenía octubre y ellaquiere contestar.

Son treinta y uno. Tambiényo lo sé.

No veo a Graham.Me gustaría acercarme a

Meghan y preguntarle si anochedejó de creer en su amigaimaginaria.

«¿Has dejado de creer en laniña del pelo pincho que te

hacía compañía cuando no tesalían las palabras y todos seburlaban de ti?

»¿Te has olvidado de tuamiga ahora que ya notartamudeas?

»¿Te fijaste siquiera en queestaba desapareciendo poco apoco?

»¿Has matado a mi amiga?»Meghan no puede oírme. Su

amiga imaginaria es Graham,no yo.

Mejor dicho, era Graham.De pronto la veo. Está de pie

a unos pasos de Meghan, en elfondo de la clase, pero es casitransparente. Cuando hemirado hacia las ventanas, hevisto a través de ella sin darmecuenta. Es como si alguienhubiera pintado su retrato enlos cristales hace tiempo yahora estuviera deslucido ygastado. Si Graham no hubieraparpadeado, no creo que me

hubiera dado cuenta de queestaba allí. Me he fijado porquehe visto que algo se movía. Noporque la viera a ella.

—Creí que no ibas a verme—dice Graham. No sé quédecir—. No importa —continúaGraham—. Sé que no es fácil.Yo misma esta mañana, cuandohe abierto los ojos, al principiono me he visto las manos.Pensaba que habíadesaparecido.

—No sabía que durmieras —le digo.

—Sí. Pues claro. ¿Tú no?—No —respondo.—Y entonces, ¿qué haces

cuando Max duerme?—Me quedo con sus padres

hasta que se acuestan —digo—.Y después salgo por ahí a daruna vuelta.

No le cuento de misescapadas a la gasolinera, aDoogies, al hospital o a la

comisaría de policía. Nunca hehablado con ningún amigoimaginario de eso. Son cosasmías. Cosas particulares mías.

—¡Hala! —dice Graham, ynoto por primera vez quetambién la voz se le está yendo.Suena muy floja y apagada,como si me llegara desde elotro lado de una puerta—. Nosabía que no necesitabasdormir. Lo siento.

—¿Lo sientes? ¿Por qué? —

le pregunto—. ¿Qué tiene debueno dormir?

—Pues que cuando estásdurmiendo, sueñas.

—¿Tú sueñas? —lepregunto.

—Pues claro —dice Graham—. Anoche soñé que Meghan yyo éramos hermanas gemelas.Estábamos jugando en unparque, y yo podía tocar laarena con los dedos. La cogía amanos llenas y la dejaba

resbalar entre los dedos, comohace Meghan.

—No me puedo creer quesueñes.

—Y yo que tú no sueñes.Los dos nos quedamos

callados un minuto.En primera fila hay un niño

que se llama Norman; estáhablando de una visita que hizoa la prisión de Old Newgate.Yo sé lo que es una prisión, poreso sé que Norman está

mintiendo: a los niños no losdejan entrar en las prisiones. Loque no entiendo es por qué laseñorita Pandolfe no lo obliga adecir la verdad. Si la señoritaGosk estuviera ahora mismooyendo a Norman, diría«¡Vergüenza debería darte! ¡Ditu nombre en alto ante todostus compañeros!». Y a Normanno le quedaría más remedio quereconocer su mentira.

Norman tiene una piedra en

la mano; dice que la sacó de laprisión. Que era de una mina.Eso tampoco me cuadra. Unamina es una bomba que lossoldados entierran en el suelopara que cuando pasen otrossoldados la pisen y salten porlos aires. Lo sé porque Maxsiempre hace como que excavacampos de minas para sussoldaditos de juguete. ¿Por quése habrá inventado Norman esode que la piedra ha salido de

una mina?Norman los tiene a todos

engañados, porque ahora laclase entera quiere acercarse atocar esa piedra, aunque lo másprobable es que sea unpedrusco que ha cogido delpatio esta mañana. Pero aunquede verdad la hubiera sacado deuna mina, no es más que unapiedra. ¿A qué viene tantojaleo? La señorita Pandolfepone orden y pide a los

alumnos que vuelvan a su sitio.Cuando quiere que se calmen,ella siempre les dice: «Lapaciencia es la madre de laciencia». No sé lo que significa,pero tiene gracia.

La señorita Pandolfe lesordena por segunda vez quevuelvan a su sitio. Y prometeque, si son pacientes, todospodrán tocar esa piedra.

«¡Pero si es un pedruscoinútil!», me dan ganas de

gritarles.Tanta tontería y, mientras

tanto, mi amiga muriéndose.—¿Cuándo es la prueba de

ortografía? —pregunto por fin.—Creo que después de esto

—responde Graham, con la vozaún más apagada que antes.Ahora suena como si hubieratres puertas entre nosotros—.Normalmente la prueba deortografía se hace después de laactividad en la que un alumno

trae un objeto a clase y loexplica ante todos suscompañeros.

Graham tiene razón. CuandoNorman termina de contar elcuento de su falsa visita a laprisión y todos han tenidooportunidad de tocar elpedrusco inútil ese, la señoritaPandolfe reparte por fin entresus alumnos el papel pautadoen el que tendrán que hacer laprueba de ortografía.

Yo me quedo al fondo de laclase durante el examen yGraham se coloca al lado deMeghan. Ya apenas la veo.Cuando está quieta, desaparececasi por completo.

Estoy aquí en el fondo,deseando que Meghan cometaaunque sea un solo error. Laortografía se le da bastante mal,pero Graham dice que algunasveces le sale la prueba perfecta.Si hoy escribe todas las

palabras sin una sola falta, notendremos tiempo para hacerotros planes.

Siento que Graham puededesaparecer en cualquiermomento.

De pronto, sucede. Laseñorita Pandolfe dice«gigante» y Meghan escribe lapalabra en su hoja. Al instante,Graham se inclina hacia ella,señala la palabra y le dice algo.Meghan la ha escrito mal,

seguramente con «j» en lugarde con «g» y, viéndola borrar lapalabra con la goma y escribirlade nuevo, siento una alegríaloca.

Tres palabras más tarde,vuelve a pasar lo mismo, estavez con el verbo «haber».Cuando el examen termina,Graham ha ayudado a Meghana escribir correctamente un totalde cinco palabras, y yo confíoen que Graham recupere su

forma de antes y no tener queesperar a que haga unmovimiento para poder verla.Mi amiga va a volver a aparecerentera en cualquier momento.Estará fuera de peligro.

Espero.Graham espera.El examen ha terminado.

Estamos sentados a una mesitaal fondo de la clase. Los dosnos miramos. Estoy deseandosaltar y exclamar muy alto:

«¡Por fin! ¡Te veo!».La señorita Pandolfe ha

empezado ya con la clase dematemáticas, y seguimosesperando.

Pero no pasa nada. Enrealidad, creo que Graham seha hecho aún más transparente.La tengo justo al lado, y apenasla veo.

No quiero creérmelo. Seguroque los ojos me están gastandouna mala pasada. Pero de

pronto comprendo que escierto: Graham no ha dejado dedesvanecerse. Cada segundoque pasa se hace mástransparente.

No puedo decírselo. Noquiero decirle que el plan no hafuncionado, porque deberíahaberlo hecho. Tenía quefuncionar.

Pero no ha sido así. Grahamestá desapareciendo. Casi hadesaparecido del todo.

—No ha funcionado —diceGraham por fin, rompiendo elsilencio—. Lo noto. Pero no tepreocupes.

—Tendría que haberfuncionado. Si Meghan haescrito bien esas palabras, hasido gracias a ti. Te necesita.Ahora lo sabe. Tendría quehaber funcionado.

—Pero no lo ha hecho —replica Graham—. Lo noto. Melo noto en el cuerpo.

—¿Te duele?Al instante me arrepiento de

habérselo preguntado. Mesiento culpable porque enrealidad lo pregunto por mí. Nopor ella.

—Doler, no duele. Nada. —Aunque me cuesta distinguirlela cara, me parece que sonríe—. Siento como si flotara.Como si fuera libre.

—Tiene que haber algo quepodamos hacer —le digo.

Sueno desesperado. Nopuedo evitarlo. Siento como siestuviera en un barco que sehunde en el mar y no hubieraningún bote salvavidas.

Creo que Graham estádiciendo que no con la cabeza,pero no estoy seguro. Apenasse la ve ya.

—Tiene que haber algo quepodamos hacer —repito—. Unmomento. Me dijiste queMeghan tenía miedo a la

oscuridad. Ve y dile que hay unmonstruo viviendo bajo sucama, que solo sale por lanoche, y que si no se la hacomido hasta ahora ha sidogracias a ti. Dile que tú laproteges del monstruo nochetras noche y que, si mueres, sela comerá.

—Budo, no puedo hacer eso.—Ya sé que está feo, pero si

no se lo dices te morirás.Tienes que intentarlo.

—No te preocupes, Budo.Estoy preparada para irme.

—¿Qué es eso de que estáspreparada para irte? ¿Para irteadónde? ¿Tú sabes lo queocurre cuando desapareces?

—No, pero no te preocupes.Pase lo que pase, estaré bien, yMeghan también.

Ya casi no la oigo.—Tienes que intentarlo,

Graham. Acércate a ella y dileque te necesita. ¡Dile lo del

monstruo bajo la cama!—No es eso, Budo. No tiene

que ver con que Meghan menecesite. Nos equivocamos. Loque pasa es que Meghan estácreciendo. Ahora me ha tocadoa mí, luego le tocará alRatoncito Pérez y el año queviene serán los Reyes Magos.Meghan se ha hecho mayor.

—¡Pero el Ratoncito Pérezno existe y tú sí! Lucha,Graham. ¡Lucha! ¡Por favor!

¡No me dejes!—Has sido un buen amigo,

Budo, pero me tengo que ir.Voy a sentarme al lado deMeghan. Quiero pasar losúltimos minutos que mequedan con ella. Sentada juntoa mi amiga. En realidad, eso eslo único que me hace sentirtriste.

—¿Qué?—No poder mirarla. Ni verla

crecer. La echaré mucho de

menos. —Se queda callada unmomento y luego añade—: Laquiero tanto…

Yo me echo a llorar. Alprincipio no me doy cuenta,porque hasta ahora nunca habíallorado. De pronto se me llenala nariz de mocos y los ojos seme humedecen. Siento calor ytristeza. Mucha tristeza. Mesiento como un nudo en unamanguera, que en cualquiermomento puede saltar y

expulsar un chorro de agua.Siento como si fuera a estallaren lágrimas. Pero me alegro dellorar, porque no tengopalabras para despedirme deGraham, y sé que debo hacerlo.Dentro de nada ya no estaráaquí y me habré quedado sinamiga. Quiero despedirme ytambién decirle lo mucho quela quiero, pero no sé cómo.Espero que estas lágrimas lodigan por mí.

Graham se levanta y mesonríe. Hace un gesto dedespedida con la cabeza. Luegova hacia Meghan. Se sientadetrás de ella y le dice algo aloído. No creo que Meghanpueda oírla ya. Meghan estáescuchando a la señoritaPandolfe y sonríe.

Me levanto. Voy hacia lapuerta. Quiero salir del aula.No quiero estar presentecuando Graham desaparezca.

Miro atrás otra vez. Meghan halevantado la mano de nuevo,dispuesta a contestar a otrapregunta. A contestar sintartamudear. Graham siguesentada detrás de ella, en el filode una sillita. Ya casi no la veo.Creo que bastaría con que laseñorita Pandolfe abriera laventana y entrara un soplo deaire, para que lo poco quequeda de Graham salieravolando para siempre.

Miro una vez más antes deirme. Graham sonríe todavía.Mira fijamente a Meghan,alargando el cuello para poderverle bien la cara a la niña, ysonríe.

Me doy la vuelta. Dejo atrás ami amiga.

Capítulo 12

La señorita Gosk estáenseñando matemáticas. Susalumnos se han repartido engrupos por el aula; juegan condados y cuentan con los dedos.Busco por todos los rincones yenseguida me doy cuenta deque Max no está. Mejor. Max

odia esos juegos. No soportaoír a los niños gritar de alegríacuando tiran los dados y sacandoble seis. Él lo único quequiere es que lo dejen en pazcon sus problemas dematemáticas.

No estoy seguro de dónde letoca estar en este momento.Puede que en EducaciónEspecial con la señoritaMcGinn o con la señoritaPatterson, o también podría

estar en el despacho de laseñorita Hume. Max pasa portantas maestras a lo largo deldía que es difícil seguirle lapista. Además, yo todavía no heaprendido a leer bien la hora enun reloj de manecillas, que es elúnico que hay en la clase de laseñorita Gosk.

Miro en el despacho de laseñora Hume primero, porquees el que está más cerca de laclase de la señorita Gosk, pero

Max tampoco está allí. Laseñorita Hume está hablandocon la directora del colegiosobre un chico que por lo quedicen se parece bastante aTommy Swinden, solo que sellama Danny y está en segundo.La directora parece preocupada.Dice tres veces «incidente».Cuando los adultos repitenmucho la palabra «incidente»significa que la cosa es grave.

La directora se llama Palmer

de apellido. Es algo mayor quelas demás maestras y no legusta castigar a los niños oimponer medidas disciplinarias,por eso suele hablar mucho conla señorita Hume de «métodosalternativos» para que losalumnos se porten bien. Ellacree que los niños comoTommy aprenden mejor acomportarse ayudando a suscompañeros de las clases depreescolar.

Yo creo que así lo único queconsigue es dar a Tommy laoportunidad de maltratar aniños más pequeños todavía.

La señorita Hume piensa quela directora del colegio está malde la cabeza, pero no se lo dice.Aunque yo la he oídocomentarlo más de una vez conlos otros profesores. Ella creeque, si la señora Palmercastigara más a menudo a niñoscomo Tommy Swinden, estos

no intentarían hacerlesahogadillas a los que son comoMax.

Yo creo que la señoritaHume tiene razón.

La madre de Max dice quehacer lo correcto suele ser lomás difícil. No creo que laseñora Palmer haya aprendidotodavía esa lección.

Voy a echar un vistazo enEducación Especial, perotampoco veo a Max por aquí.

La señorita McGinn está con unniño que se llama Gregory.Gregory es un niño de primeroque tiene convulsiones. Es unaenfermedad. Tiene que llevarsiempre puesto un casco por sise da un golpe en la cabezacuando le da una de esasconvulsiones. Una convulsiónes como una mezcla de rabietay de bloqueo como los que ledan a Max.

Quizá si yo hubiera

encontrado el modo de queGraham ayudara a Meghan consus rabietas, mi amiga aúnestaría aquí. Puede que aMeghan le dé igual hacer faltasde ortografía. Quizá tendríamosque haber intentado ayudarlacon algo más importantetodavía que un examen deortografía.

Es probable que Max hayaido al lavabo que hay junto a laenfermería. Igual le han entrado

ganas de hacer una caca depropina después de todo. Comosea así, se va a enfadar muchoconmigo. Serían dos díasseguidos de tener que llamar ala puerta del váter antes deentrar.

Pero Max tampoco está allí.En el lavabo no hay nadie.

Empiezo a preocuparme.Ya solo se me ocurre que

pudiera estar en el despacho dela señorita Riner, pero Max solo

tiene logopedia los martes y losjueves. Quizá haya tenido queir hoy por alguna razónespecial. Puede que la señoritaRiner tenga una boda elpróximo martes y no puedaatenderlo ese día. Es el únicositio que se me ocurre. Pero eldespacho de la señorita Rinerestá en la otra punta delcolegio, y para llegar hasta allívoy a tener que pasar pordelante de la clase de la señorita

Pandolfe.Hacía tres minutos que no

pensaba en Graham y yaempezaba a sentirme mejor.Ahora me entran dudas de sihabrá desaparecido del todo. Sipaso por delante del aula, quizápueda asomarme un momentoy ver si sigue sentada al lado deMeghan. Quizá ya lo único quequede de ella sean unos cuantosmechones de pelo.

Quisiera esperar a que Max

vuelva a la clase de la señoritaGosk, pero sé que debería ir abuscarlo al despacho de laseñorita Riner. Max se pondríamuy contento de verme, y yotambién de verlo a él, laverdad. Desde que he vistodesaparecer a Graham tengomás ganas que nunca de ver aMax, incluso si no me quedamás remedio que pasar por laclase de la señorita Pandolfe.

Pero no tengo que ir hasta

allí.Al pasar de largo el

gimnasio, que separa el edificiode los niños pequeños del delos grandes, veo a Max. Acabade entrar en el colegio,cruzando las puertas dobles quedan a la calle. No lo entiendo.No es la hora del recreo, y detodos modos al patio no se salepor esas puertas. Dan alaparcamiento y a la calle. Es laprimera vez que veo a un niño

cruzar esas puertas.La señorita Patterson entra

detrás de él. Se para unmomento antes de meterse en eledificio y mira a derecha eizquierda, como si pudierahaber alguien esperando al otrolado de esas puertas.

—¡Max! —lo llamo, y él sevuelve y me ve.

No me saluda, porque sabeque, si lo hace, la señoritaPatterson se pondrá a hacerle

preguntas. Algunos mayores lotratan como a un bebé cuandole preguntan por mí. Dicen:«¿Budo está aquí con nosotrosen este momento?» o «¿Creesque Budo tiene algo quedecirme?»

«Sí —le digo yo siempre aMax—. Diles que ojalá pudieradarles un puñetazo en la nariz.»

Pero Max nunca lo hace.También hay adultos que

cuando Max les cuenta de mí lo

miran como si estuvieraenfermo. Como si le pasaraalgo. A veces incluso con unpoco de miedo. Por eso él y yonunca hablamos cuando haygente delante, y si alguien nosoye de lejos, en el patio, en elautocar o en los servicios, Maxsiempre les dice que estabahablando solo.

—¿Dónde te habías metido?—le pregunto, aun sabiendoque no me va a responder.

Max mira hacia elaparcamiento. Abre mucho losojos, como queriendo decirque, estuviera donde estuviera,se lo ha pasado bien.

Vamos hacia la clase de laseñora Gosk, siguiendo a laseñora Patterson. Cuandoestamos a punto de llegar, laseñora Patterson se para unmomento. Se vuelve y mira aMax. Luego se agacha paramirarlo directamente a los ojos.

—Recuerda lo que te hedicho, Max. Yo solo quiero lomejor para ti. A veces piensoque soy la única que sabe loque es mejor para ti.

No estoy muy seguro, perocreo que eso último lo ha dichomás para sí misma que para él.

Va a decir algo más, peroMax la interrumpe.

—Me molesta que me repitatanto las cosas. Es como sipensara que soy tonto.

—Perdona —dice la señoritaPatterson—. No es esa miintención. Eres el chico máslisto que conozco. No volveré ahacerlo.

La señorita Patterson haceuna pausa, y noto que estáesperando a que Max diga algo.Suele pasar. Él no nota esaspausas, se queda esperando aque la gente siga hablando. Sino hay una pregunta queresponder y no tiene nada más

que decir, espera y punto. A éllos silencios no lo incomodancomo a los demás.

—Gracias, Max —dice porfin la señorita Patterson—.Además de ser listísimo, eresun encanto de niño.

Creo que la señoritaPatterson no miente, que deverdad piensa que Max es unniño listo y encantador, peroella le habla como si fuera máspequeño de lo que es, con el

mismo tono que suele usar lagente para hablarle de mí.Suena falsa porque parece queintente ser sincera en vez deserlo de verdad.

No me gusta nada la señoritaPatterson.

—¿Adónde has ido hoy conla señorita Patterson? —lepregunto.

—No puedo decírtelo.

Prometí que le guardaría elsecreto.

—Pero tú nunca has tenidosecretos conmigo.

Max hace una mueca. No esuna sonrisa del todo, pero en sucaso es lo que más se le parece.

—Nunca me habían pedidoque guardara un secreto. Es laprimera vez.

—¿Es un secreto malo? —lepregunto.

—¿Qué quieres decir?

—¿Has hecho algo malo? ¿Oha hecho algo malo la señoritaPatterson?

—No.Me quedo pensando un

momento.—¿Estabas ayudando a

alguien?—Más o menos, pero es un

secreto —dice Max, haciendouna mueca otra vez. Ensanchalos ojos—. No puedo contartenada más.

—¿De verdad no piensasdecírmelo? —le pregunto.

—No. Es un secreto. Miprimer secreto.

Capítulo 13

Hoy Max no ha ido al colegio.Es Halloween, y él no va alcolegio el día de Halloween. Ledan miedo las máscaras con lasque se disfrazan suscompañeros. Un año, enpreescolar, se bloqueó al ver aun niño que se llamaba JP

saliendo del baño con unacareta de Spiderman. Era laprimera vez que se bloqueabaen el colegio y la maestra nosabía qué hacer. Creo quenunca he visto a una maestratan asustada.

En primero, el día deHalloween sus padres lomandaron al colegio, pensandoque ya lo habría «superado». Osea, que no lo tenían muy claro,así que se limitaron a confiar en

que Max no reaccionaría de lamisma manera que el añoanterior solo porque hubieracrecido y llevara un númeromás grande de zapatillas.

Pero en cuanto un niño sepuso una careta, Max sebloqueó otra vez.

El año pasado no fue a claseel día de Halloween, y este añotampoco irá. El padre de Maxse ha tomado el día libre parapoder estar con él. Ha llamado

por teléfono a su jefe y le hadicho que se encontraba mal.Los adultos no tienen queencontrarse mal para decir quese encuentran mal, pero, si unniño quiere quedarse en casa enlugar de ir al cole, tiene queencontrarse mal de verdad.

Eso o tenerle pánico a lascaretas de Halloween.

Nos vamos a comer fuera, al

International House ofPancakes, un bar de carreteracuya especialidad son unaespecie de tortitas que en inglésse llaman pancakes. A Max legusta mucho el sitio. Es uno desus favoritos. A él solo haycuatro restaurantes que legusten.

Estos son los cuatro localesfavoritos de Max:

1 . El International House of

Pancakes.2 . La hamburguesería

Wendy’s (Max es incapaz decomer en un Burger King desdeque su padre le contó una vezque un cliente suyo se habíatragado una espina de pescado:ahora Max cree que en elBurger King de su padre todolleva espinas).

3 . El Max Burger (de hechohay montones de restaurantesque se llaman Max algo, y a él

le encanta que lleven sunombre. Pero, como la primerahamburguesería a la que suspadres lo llevaron fue el MaxBurger, se empeña en quetenemos que ir a esa y solo aesa).

4. El Corner Pug.

Cuando Max va a unrestaurante nuevo, no puedecomer. A veces incluso sebloquea. No sé muy bien cómo

explicaros el porqué. Para Maxsolo los pancakes delInternational House sonauténticos, los que ponen en elrestaurante del barrio, no.Aunque parezcan iguales yprobablemente sepan igual,para Max son otra cosa. Diceque son pancakes, sí, pero queno son «sus» pancakes.

Como os decía, no es fácil deexplicar.

—¿Y si hoy probaras el

pancake de arándanos? —ledice su padre.

—No —contesta Max.—Vale. La próxima vez que

vengamos quizá.—No.Nos quedamos un rato

callados, esperando que lleguela comida. El padre de Maxmira la carta, aunque ya hapedido. La camarera ha dejadolas cartas apoyadas detrás delfrasco de sirope, pero, en

cuanto se ha dado la vuelta, hacogido una. Para mí que haceeso porque le gusta tener algocon que entretenerse cuando nosabe qué decir.

Max y yo jugamos asostenernos la mirada. Jugamosmucho a eso los dos.

La primera vez gana él. Yome he distraído porque a unacamarera se le ha caído un vasocon zumo de naranja al suelo.

—¿Estás contento de no

tener que ir hoy al colegio? —lepregunta su padre en elmomento en que Max y yoempezamos otra partida. Al oírde pronto su voz, doy unrespingo y parpadeo.

Max gana otra vez.—Sí —le dice.—¿Quieres que salgamos

esta noche por el barrio yjuguemos al truco o trato?

—No.—No hace falta que nos

pongamos caretas —dice elpadre de Max—. Ni disfraztampoco si no te apetece.

—No.Yo creo que a veces al padre

de Max le pone triste hablar consu hijo. Se lo noto en los ojos yen la voz. Y cuanto más sealarga la conversación, peor.Encorva la espalda. Suspiramucho. Baja la barbilla hasta elpecho. Creo que el padre deMax cree que es culpa suya que

su hijo le conteste tanbrevemente. Que si no quierehablar es por culpa suya. Perola verdad es que Max no hablaa menos que tenga algo quedecir, le pasa con todo elmundo, y si le hacen preguntasque se puedan responder conun sí o un no, responde con unsí o un no.

Max no sabe hablar porhablar.

Bueno, la verdad es que

tampoco le interesa saberlo.Nos quedamos callados otra

vez. El padre de Max estáojeando la carta.

Un amigo imaginario acabade entrar en el local. Llegadetrás de unos padres y de unaniña pelirroja con pecas. Dehecho, ese amigo imaginario separece mucho a mí. Si no fueraporque es amarillo, pareceríaun ser humano. No es que seaun poco amarillo, es que parece

como pintado con el amarillomás chillón del mundo.Además, no tiene cejas, algomuy común entre amigosimaginarios. Si no fuera poresos detalles, podría pasar porun ser humano, siempre quealguien, además de la niñapelirroja y de mí, pudiera verlo,claro.

—Voy a inspeccionar lacocina —le digo a Max—. Aver si está limpia.

Es lo que suelo decir cuandome apetece dar una vuelta yexplorar un poco. A Max legusta que inspeccione los sitiospara ver si están limpios.

Max hace un gesto con lacabeza como diciéndome quevale. Está tamborileando conlos dedos, marcando un ritmosobre la mesa.

Me acerco al niño amarillo,que se ha sentado al lado de suamiguita. Están en la otra punta

del restaurante, y Max no puedeverme.

—Hola —lo saludo—. Mellamo Budo. ¿Quieres quehablemos un rato?

El niño amarillo se queda tanasombrado que casi se cae delasiento. Me pasa muchas veces.

—¿Me ves? —pregunta elniño amarillo.

Tiene voz de niña pequeña,algo también muy común en losamigos imaginarios. Parece que

a los niños humanos nunca seles ocurre crearlos con vozprofunda. Supongo que serámás fácil imaginarlos con unavoz como la suya.

—Sí —respondo—. Te veo.Soy como tú.

—¿De verdad?—Sí.No le digo que yo también

soy un «amigo imaginario»,porque no todos los amigosimaginarios conocen esa

expresión, y algunos se asustancuando la oyen por primeravez.

—¿Con quién hablas?Eso lo ha dicho la pelirroja.

Es una niña de unos tres ocuatro años. Ha oído parte denuestra conversación.

El niño amarillo pone ojos deespanto. No sabe qué decir.

—Dile que estabas hablandosolo —le aconsejo.

—Perdona, Alexis. Estaba

hablando solo.—¿Eres capaz de levantarte y

andar solo? —le pregunto.—Voy al cuarto de baño —le

dice entonces a Alexis.—Vale —dice Alexis.—¿Vale qué? —pregunta la

señora que está sentada delantede Alexis. Seguro que es sumadre. Se parecen mucho. Lasdos son pelirrojas y pecosas.

—Vale que Jo-Jo haga pipí—dice Alexis.

—Ah —dice el padre deAlexis—. Jo-Jo va a hacer pipí,¿verdad?

El padre de Alexis le hablacomo si fuera un bebé. No megusta ese hombre.

—Sígueme —le digo.Jo-Jo me sigue a la cocina,

bajamos por unas escaleras yentramos en el sótano.

Ya he explorado antes estesitio. Como solo vamos acomer a cuatro restaurantes, y

en uno de ellos pides desde elcoche y ni siquiera pasamosdentro, me los conozco los tresmuy bien. A mi derecha hayuna cámara refrigeradora; y ami izquierda, un almacén. Elalmacén es un espacio rodeadopor una valla de tela metálica.La valla va del suelo hasta eltecho. Atravieso la puerta, quetambién es de tela metálica, yme siento sobre una de lascajas.

—¡Hala! —exclama Jo-Jo—.¿Cómo has hecho eso?

—¿Tú no puedes atravesarpuertas?

—No lo sé.—Si pudieras, ya te habrías

enterado —le digo—. No tepreocupes.

Atravieso la puerta otra vez yme siento sobre un cubo deplástico que hay en un rincón,junto a las escaleras. Jo-Jo sequeda de pie un rato junto a la

valla metálica, mirándolafijamente. Alarga una manohacia ella, muy despacio, comosi tuviera miedo deelectrocutarse. Al final no seatreve a tocarla. La mano sedetiene. No es la valla lo que leimpide entrar. Es la idea mismade la valla.

Eso es algo que también hevisto otras veces. Es la mismarazón por la que yo no mehundo en el suelo. Cuando

ando, mis pisadas no dejanhuella porque, de hecho, notoco el suelo. Toco la idea delsuelo.

Hay ideas que, al igual quelos suelos, son demasiadofuertes para que un amigoimaginario las pueda atravesar.Nadie imagina a un amigoimaginario que sea capaz dehundirse en el suelo ydesaparecer. La idea del sueloes demasiado fuerte para la

mente de un niño pequeño.Demasiado fija. Como lasparedes.

Esa suerte que tenemos.—Siéntate —le digo,

señalándole un barril.Jo-Jo toma asiento.—Me llamo Budo. Siento

haberte asustado.—No importa. Pero es que

pareces tan real…—Ya —le digo.No es la primera vez que me

dirijo a un ser imaginario y seme asusta al verme tan real.Normalmente los amigosimaginarios tienen la pielamarilla o no tienen cejas, cosasasí.

La mayoría no parecen sereshumanos en absoluto.

Pero yo sí. Por eso doy unpoco de miedo. Porque parezcoreal.

—¿Me podrías explicar quéestá pasando? —dice Jo-Jo.

—Mejor cuéntame tú lo quesabes, y así luego te voy dandomás datos sobre la marcha.

Cuando hablas con un amigoimaginario por primera vez, esaes la mejor forma de empezar.

—De acuerdo —dice Jo-Jo—. Pero no sé por dóndeempezar.

—¿Sabes cuánto tiempollevas en este mundo? —lepregunto.

—No lo sé. Poco.

—¿Más de unos días? —lepregunto.

—Sí, claro.—¿Más de unas semanas?Jo-Jo se queda pensando un

momento.—No lo sé.—Vale —le digo—.

Entonces pongamos que hacevarias semanas. ¿Alguien te hadicho ya quién eres?

—Mamá dice que soy elamigo imaginario de Alexis. No

se lo dijo a ella, sino a papá.Sonrío. Muchos amigos

imaginarios piensan que lospadres de sus amigos humanosson también sus padres.

—Bien —le digo—.Entonces ya lo sabes. Eres unamigo imaginario. Solo Alexisy otros amigos imaginariospueden verte.

—¿Tú también eres un amigoimaginario?

—Sí.

Jo-Jo se acerca más a mí.—¿Eso quiere decir que no

somos de verdad?—No —respondo—. Solo

quiere decir que pertenecemosa una realidad distinta. Unarealidad que los mayores noentienden, por eso dicen quesomos imaginarios.

—¿Cómo es que tú puedesatravesar vallas y yo no?

—Porque nosotros solosomos capaces de hacer lo que

nuestros amigos humanosimaginaron. Mi amigo meimaginó con este aspecto, ycapaz de atravesar puertas.Alexis te imaginó con la pielamarilla, pero no capaz deatravesar puertas.

—Oh.Esa es la clase de «oh» que

viene a decir «Acabas deexplicarme algo sensacional».

—¿Es verdad que puedes iral váter? —le pregunto.

—No. Es lo que le digo aAlexis cuando quieroescaparme a dar una vuelta.

—Ojalá a mí se me hubieraocurrido inventarme eso.

—¿Sabes de algún amigoimaginario que vaya al váter?—me pregunta.

Me río.—Yo no conozco a ninguno.—Oh.—Creo que deberías volver

con Alexis —le digo, pensando

que seguramente Max tambiénestará intranquilo por miausencia.

—Ah. Bueno. ¿Volveremos avernos?

—No creo. ¿Dónde vives?—No lo sé —dice—. En la

casa verde.—Deberías aprenderte la

dirección de tu casa, por siacaso te pierdes un día. Sobretodo teniendo en cuenta que nopuedes atravesar puertas.

—No te entiendo —dice.Parece preocupado. Y deberíaestarlo.

—Lo digo para que tengascuidado de no quedarte atrás.Procura entrar en el coche encuanto abran la puerta, por si sevan sin ti.

—Pero Alexis nunca dejaríaque pasara eso.

—Alexis es una niña. Ella noes quien manda. Los quemandan son sus padres, y para

ellos no eres real. Por eso tienesque cuidar de ti mismo.¿Entiendes?

—Entiendo —dice, perosuena tan pequeñito cuandohabla…—. Ojalá pudieravolver a verte.

—Max y yo venimos muchoa comer por aquí. A lo mejornos vemos otra vez. ¿Vale?

—Vale. —Suena casi comoun deseo.

Me levanto, dispuesto a

volver con Max. Pero Jo-Jo sequeda sentado en el cubo.

—Budo —dice—, ¿tú sabesdónde están mis padres?

—¿Cómo?—Mis padres —dice—.

Alexis tiene padres pero yo no.Alexis dice que ellos tambiénson mis padres, pero no puedenverme ni oírme. ¿Dónde estánmis padres? Los que mepueden ver.

—Los amigos imaginarios no

tenemos padres —contesto.Me gustaría decirle algo más

agradable, pero esa es laverdad. Jo-Jo me mira con caratriste, y le entiendo, porque amí también me da pena que lascosas sean así.

—Por eso tienes que cuidarde ti mismo —insisto.

—Ya —dice, pero sigue sinmoverse del sitio. Se quedasentado en el cubo, con la vistafija en los pies.

—Tenemos que irnos ya.¿Estás bien?

—Sí. —Se levanta por fin—.Te echaré de menos, Budo.

—Y yo a ti.

Max empieza a dar gritosexactamente a las 21.28. Lo séporque llevo un rato sinquitarle ojo al reloj, esperandoque den las 21.30 y sus padrescambien de canal y pongan mi

programa favorito de lasemana.

No sé por qué gritará, pero loque sí sé es que no es normal.No se ha despertado en mitadde una pesadilla ni ha visto unaaraña. No son gritos normales.Aunque sus padres suban lasescaleras a toda prisa, estoyconvencido de que se va abloquear.

De pronto oigo ruidos.Tres golpes que vienen de la

parte exterior de la casa.Golpean contra la fachada.Puede que empezaran antes deque Max rompiera a gritar. Enla tele estaban poniendo unanuncio, y los anuncios sonmuy escandalosos.

Oigo dos golpes más. Luegoel sonido de cristales que serompen. Una ventana, parece.Se ha roto una ventana. Es laventana del dormitorio de Max.No sé cómo lo sé, pero lo sé.

Los padres de Max ya estánarriba. Los oigo correr por elpasillo en dirección a lahabitación de Max.

Yo me he quedado sentadoen la butaca. Bloqueado yotambién por un momento. Nocomo Max, pero todos esosgritos, golpes y cristales rotosme han dejado clavado en elsitio. No sé qué hacer.

Max dice que un buensoldado siempre «responde

bajo presión». Yo no respondobien bajo presión. Yo meparalizo. No sé qué hacer.

Pero de pronto me pongo enmovimiento.

Me levanto y voy hacia laentrada. Atravieso la puerta ysalgo al porche. Veo de refilóna un niño que desaparece pordetrás de la casa de enfrente. Esla casa de los Tyler. El señor yla señora Tyler son ya ancianos.No tienen hijos pequeños, así

que ese niño seguramente se hacolado en su jardín paraescaparse. Por un momento seme ocurre salir tras él, pero nohace falta.

Sé quién es.Aunque lo pillara, no podría

hacer nada.Me vuelvo y miro la casa,

esperando ver algún agujero enla fachada. O quizá chispas yfuego. Pero solo veo huevos.Cáscaras y yema de huevo

chorreando por la ventana de lahabitación de Max. Y el cristalde la ventana roto. Parte delcristal de la ventana ya no está.

Ya no oigo gritar a Max.Se ha bloqueado.Cuando se bloquea no se le

oye.Cuando Max se bloquea, no

hay quien pueda hacer nadapara ayudarlo. Su madre leacaricia el brazo o la cabeza,pero yo creo que más que nada

para calmarse a sí misma. Meparece que Max ni se da cuenta.Al final siempre sale solo delbloqueo. Y aunque la madre deMax está preocupada porquedice que ha sido «el peorepisodio que ha tenido en suvida», Max nunca tieneepisodios peores o mejores. Sebloquea y punto. Lo único quecambia es el rato que estábloqueado. Es la primera vezque le rompen la ventana de su

habitación y le llenan la camade cristales estando dormido,así que creo que esta vez elbloqueo le va a durar un buenrato.

Cuando Max se bloquea, sesienta con las rodillas muypegadas al pecho y gimebalanceándose hacia delante yhacia atrás. Se queda con losojos abiertos, pero parece comosi no viera nada. La verdad esque en esos momentos tampoco

es capaz de oír nada. Una vezme dijo que sí que oye lo quedicen alrededor cuando estábloqueado, pero que es como siel sonido saliera del televisor delos vecinos, débil y lejano.

Más o menos como sonabaGraham antes de desaparecer.

El caso es que no puedodecir o hacer nada paraayudarlo.

Por eso me voy a ir a lagasolinera. No es por falta de

interés, es que aquí no sirvopara nada.

He esperado hasta que hallegado un policía y se hapuesto a hacer montones depreguntas a sus padres. Elhombre, que era mucho másbajito y delgado que los quesalen en la tele, ha sacado fotosde la casa, de la ventana y deldormitorio de Max, y hatomado muchas notas en unalibretita. El policía les ha

preguntado a sus padres sisabían de alguien que pudieratener motivos para lanzarhuevos contra su casa, y ellos lehan dicho que no.

—Es Halloween —ha dichoel padre de Max—. ¿No esnormal que pasen cosas así enun día como hoy?

—Sí, pero no rompen lasventanas a pedradas —hacontestado el policía—.Además, parece que las han

lanzado adrede contra laventana de su hijo.

—¿Cómo iban a saber queera la ventana de Max? —hapreguntado su madre.

—Antes me ha dicho que enel cristal de esa ventana habíaun montón de calcomanías deLa guerra de las galaxias, ¿noes así?

—Ah, ya.Hasta yo sabía la respuesta a

esa pregunta.

—¿Max tiene problemas conalgún compañero del colegio?—ha preguntado el policía.

—No —ha saltado el padrede Max enseguida, sin dartiempo a que su madre dijeranada. Como si tuviera miedo delo que ella pudiera decir—. Leva muy bien en el colegio. Notiene ningún problema.

Eso contando con quehacerse caca en la cabeza de unmatón no sea un problema.

Capítulo 14

La gasolinera queda calle abajo,seis manzanas más adelante.Está abierta siempre. No cierracomo la tienda de comestibles yla otra gasolinera del barrio,por eso me gusta tanto. Acualquier hora de la noche quepase siempre encuentro a gente

despierta. Si tuviera que haceruna lista con mis sitiospreferidos del mundo mundial,creo que la clase de la señoritaGosk iría en cabeza, pero ensegundo lugar estaría estagasolinera.

Atravieso la puerta y veo queesta noche le toca el turno aSally y a Dee. Sallynormalmente es nombre dechica, pero esta Sally es unchico.

De pronto me acuerdo deGraham, mi amiga con nombrede chico.

Una vez le pregunté a Max siBudo era nombre de chico y medijo que sí, pero arrugando lascejas, así que creo que noestaba seguro.

Sally aún es más flaco y másbajito que el policía que haestado en casa esta noche. Escasi diminuto. No creo que sellame Sally de verdad. Creo que

la gente lo llama así porque esmás pequeñito que la mayoríade las niñas.

Dee está de pie en el pasillode las golosinas y los Twinkies,colocando más golosinas yTwinkies en los estantes. UnTwinkie es un bollito conrelleno, amarillo por fuera; todoel mundo piensa que son unaporquería, pero todo el mundolos compra, por eso está Deeponiendo más en el estante.

Dee tiene la cabeza llena derizos y masca chicle. Siempreestá mascando chicle. Parececomo si mascara con todo elcuerpo, porque se le muevetodo. Dee siempre está contentay enfadada al mismo tiempo. Sepone rabiosa por tonteríasinsignificantes, pero cuandogrita siempre tiene una sonrisaen los labios. Le gusta muchogritar y quejarse, pero yo creoque ella es feliz así.

A mí me parece muygraciosa. Me encanta Dee. Situviera que hacer una lista detodos los seres humanos conlos que me gustaría poderhablar, aparte de Max, creo quela señorita Gosk iría en cabeza,pero creo que Dee también.

Sally está detrás delmostrador. Tiene unsujetapapeles en la mano y hacecomo si contara los paquetes detabaco que hay en una caja de

plástico sobre su cabeza. Peroen realidad está viendo elpequeño televisor colocado enel mostrador del fondo.Siempre hace igual. Noreconozco el programa, peroveo que salen policías, como encasi todos los programas de latele.

Hay un solo cliente en latienda. Un señor mayor quemerodea al fondo del local,junto a las cámaras frigoríficas,

buscando a través del cristalalgún zumo o refresco. No esun cliente asiduo. Clientesasiduos son los que estánsiempre en la gasolinera.

Los hay que vienen todos losdías.

A Dee y a Sally no lesmolesta verlos por aquí adiario, pero Dorothy, que hacede vez en cuando el turno denoche, no soporta a losasiduos.

«Con la de sitios que hay enel mundo para perder el tiempo—dice Dorothy—, ¿por quétendrán que venir los haraganesestos a dar la lata en unagasolinera perdida de la manode Dios?»

Supongo que entonces yotambién debo de ser un asiduo.Hay montones de sitios a losque podría ir, pero siempretermino aquí.

Me da lo mismo lo que diga

Dorothy. Me encanta estagasolinera. Fue el primer sitiodonde me sentí a gusto cuandoempecé a salir sin Max por lanoche.

Y si me sentí a gusto fuegracias a Dee.

Dee está agachada y yo estoyde pie a su lado. De pronto seda cuenta de que Sally no estátrabajando.

—¡Eh, Sally! Deja de tocartelas narices y termina de hacer el

inventario ya de una vez.Sally levanta la mano y

apunta a Dee con el dedo delmedio. Es un gesto que hacemucho. Yo antes pensaba quelevantaba la mano parapreguntar algo, como hace Maxen clase de la señorita Gosk ocomo hizo Meghan el día que via Graham por última vez. Perocreo que Sally quiere decir otracosa porque luego nunca haceninguna pregunta. A veces Dee

responde apuntándole con eldedo del medio también y otrasveces le dice «Vete a lamierda», que yo sé que no esuna frase muy bonita porqueun día en el comedor delcolegio pillaron a Cissy Lamontdiciéndoselo a Jane Feber y lecayó un buen castigo. CuandoSally y Dee se hacen ese gestoes como si estuvieran chocandoesos cinco sin tocarse. Aunquecreo que debe entenderse como

un gesto grosero, como sacarlela lengua a alguien que no tecae bien, porque Sally se lohace a Dee solo cuando se metecon él. A los clientes que dicencosas desagradables nunca se lohace, y eso que a algunos los hevisto hacer y decir cosas diezveces más desagradables quelas que hace y dice Dee. En fin,que no entiendo muy bien loque quieren decir con ese gesto.

Y a Max no puedo

preguntárselo, porque él nosabe que vengo por aquí.

En realidad, Sally y Dee sellevan muy bien. Pero, encuanto entra un cliente en latienda, hacen como si sepelearan. No en plan violento.La madre de Max lo llamaríaregañar, que es como pelearsesin el riesgo de acabar odiandoal otro cuando termina la pelea.Eso es lo que hacen Sally yDee: regañar. Y, en cuanto el

cliente se marcha, vuelven aestar tan simpáticos el uno conel otro. Creo que lo que lesgusta es montar numeritoscuando hay gente delante.

Max no lo entendería. Él nocomprende que la gente secomporte de manera distintasegún la situación.

El año pasado su amigo Joeyvino a casa a pasar la tarde, y lamadre de Max les dijo:

—¿Queréis jugar a un

videojuego?—Yo no —replicó Max—.

No puedo jugar a videojuegoshasta después de la cena.

—Da igual, Max, no pasanada. Hoy estás con Joey. Osdejo jugar si os apetece.

—Yo solo puedo jugar avideojuegos después de la cena,y media hora nada más.

—Por hoy no pasa nada,Max —dijo su madre—. Tienesun invitado en casa.

—Yo no puedo jugar avideojuegos antes de la cena.

Max y su madre continuarondiscutiendo un rato hasta queJoey por fin dijo:

—Da igual. Salimos fuera ajugar a la pelota, ¿vale?

Esa fue la última vez quevino un amiguito a jugar a casa.

En cuanto el cliente sale de latienda, Sally y Dee vuelven aestar tan simpáticos el uno conel otro.

—¿Qué tal tu madre? —pregunta Sally. Se ha puesto acontar paquetes de cigarrillosotra vez, pero seguramenteporque en la televisión estáncon los anuncios.

—Bien —dice Dee—. Peromi tío también tuvo diabetes yle tuvieron que amputar un pie;me preocupa que algún díatengan que hacerle eso a mimadre también.

—¿Por qué iban a hacerle

eso? —pregunta Sally, con losojos abiertos como platos.

—Mala circulación. Ya latiene algo mal ahora. Es comosi el pie se te muriera o algo así,y te lo tienen que cortar.

—Qué horror —dice Sally,como si estuviera pensando enlo que acaba de decir Dee perono acabara de creérselo.

Yo tampoco me lo acabo decreer.

Por eso me gusta tanto venir

a esta gasolinera. Antes dedescubrir este sitio no sabía quesi se te moría un pie tenían quecortártelo. Yo creía que cuandoa un ser humano se le moríauna parte, moría todo él.

Tendré que preguntarle aMax qué significa lo de la malacirculación, y procurar tambiénque a él no le dé. Además deinformarme sobre quién es esagente. Esos cortapiés.

Mientras los dos continúan

hablando de la madre de Dee,Pauley entra por la puerta.Pauley trabaja en Walmart, y legusta venir a la gasolinera acomprar cartones de rasca ygana. A mí también me gustanmucho esos cartones, y meencanta que venga Pauley acomprarlos, porque siempre losrasca antes de salir, en elmostrador mismo, y, cuando letoca premio, le devuelve eldinero a Dee, a Sally o a

Dorothy y compra máscartones.

Los cartones de rasca y ganason como programas detelevisión en miniatura, aúnmás cortos que los anunciospero mucho mejores. Cadacartón es como una historia.Pagando un solo dólar puedesganar un millón de dólares, yeso es mucho dinero. A Pauleyun solo cartón podría cambiarlela vida por completo. Se haría

rico al instante y así no tendríaque trabajar más en Walmart ypodría pasar más tiempo en estagasolinera. Además, me gustaverle rascar el cartón cuandoestoy aquí. Me pongo detrás deél y observo cómo vadespellejándolo con sumonedita de la suerte.

Lo máximo que le ha tocadoha sido quinientos dólares, peroaun así le dio una gran alegría.Él hizo como si tal cosa, pero

se puso rojo como un tomate yestaba nervioso. Se movíamucho y se frotaba las manos,como los niños de preescolarcuando se están haciendo pis yya no pueden más.

Creo que algún día le tocaráel gordo. Con la de cartonesque compra algún día tiene quepasar.

No me gustaría nada que esoocurriera no estando yo aquí, yque tuviera que enterarme

luego por Dee o Sally.Pauley dice que cuando le

toque el gordo no volveremos averle el pelo, pero yo no me locreo. Dudo que Pauley tengaalgún sitio mejor adonde ir queesta gasolinera. Si no, ¿por quéiba a venir cada noche acomprar los rasca y gana, yalargar el café una hora? Creoque Sally y Dee, e inclusoDorothy, son amigos de Pauley,aunque ellos no lo sepan.

Bueno, creo que Dee sí losabe. Lo noto en cómo le habla.No creo que ella quiera seramiga de Pauley, pero hacecomo si lo fuera. Por Pauley.

Esa es la razón por la queDee es mi persona favorita delmundo, aparte de Max y suspadres. Y quizá la señoritaGosk.

Observo cómo Pauley rascadiez cartones. No le toca nada yencima se queda sin dinero.

—Mañana es día de paga —dice—. Estoy mal de fondos.

Esa es su manera de pedir uncafé gratis. Dee le dice que sesirva una taza. Pauley se tomael café tranquilamente, de piejunto al mostrador, viendo latelevisión con Sally, que ya nisiquiera se molesta en disimularque cuenta paquetes de tabaco.Son las 22.51, lo que quieredecir que el programa tiene queestar a punto de terminar, y ese

es el peor momento paraperderse lo que está pasando.Los primeros diez minutos daigual que te los pierdas, perolos últimos es una lástima,porque es cuando pasa lomejor.

—Te juro que como noapagues el maldito televisorese, le digo a Bill que sedeshaga de él —dice Dee.

—¡Cinco minutos más y loapago! —dice Sally, sin quitar

la vista de la pantalla—.Prometido.

—Venga, sé buena —dicePauley.

Cuando acaba el programa(un poli listo pilla a un maloque se cree muy listo), Sallysigue con el recuento depaquetes, Pauley termina sucafé, espera a que se vayanotros dos clientes y se despide.Lo hace moviendoexageradamente la mano, de pie

junto a la puerta como si noquisiera irse (y para mí quenunca quiere), y luego anunciaque volverá al día siguiente.

Me gustaría seguirle algúndía. Para ver dónde vive.

El día de Halloween no haterminado todavía y, aunque estarde y muchos niños ya se hanacostado, veo que por la puertade la gasolinera entra un

hombre que va disfrazado conuna máscara y no mesorprendo. Es una máscara dediablo. De color rojo, con doscuernos de plástico puestosencima de la cabeza. Dee estácolocando tiritas, aspirinas yunos tubitos diminutos de pastade dientes en un estante queestá al fondo de la tienda. Tieneuna rodilla puesta en el suelo yno se da cuenta de que entra elde la máscara. Sally está muy

ocupado contando cartones derasca y gana. El hombre con lamáscara de diablo entra por lapuerta que queda más cerca deSally y se acerca al mostrador.

—Lo siento, señor, pero estáprohibido entrar con máscarasen el establecimiento. Es…

Parece que Sally va a deciralgo, pero se interrumpe. Algova mal.

—Como no abras ahoramismo esa caja y me des la

pasta, te vuelo los sesos.Quien ha hablado es el

hombre diablo. Tiene un armaen la mano. Es una pistolanegra y plateada, y, por lo queparece, pesa. Está apuntando aSally a la cara. Yo me agacho,aunque sé que a mí las balas nopueden hacerme daño. Tengomiedo. La voz del hombrediablo suena muy fuerte, perono está hablando fuerte.

Justo en el momento en que

yo me agacho, Dee, a mi lado,se levanta, con la mano llena detubos de pasta de dientes.Nuestras caras se cruzan uninstante, y me gustaría poderdecirle que no se moviera. Quese quedara agachada.

—¿Qué pasa? —preguntaDee, asomando la cabeza sobrelos estantes.

Entonces oigo un ruidoestruendoso. Tan estruendosoque me hubiera destrozado los

oídos, en caso de que pudieradestrozármelos. Doy un grito.No es un grito largo, sino másbien corto. Un grito desorpresa. Aún no he terminadode gritar cuando Dee cae alsuelo. Cae, como si la hubieranempujado, sobre un estante conbolsas de patatas fritas. Al caer,se vuelve hacia mí y veo quetiene la blusa manchada desangre. No es como en laspelículas de la tele. Tiene

sangre en la blusa, perotambién pequeñas gotitas en lacara y los brazos. Todo estárojo. Y Dee no dice nada. Caeencima de las bolsas de patatasfritas, rodeada de tubitos depasta de dientes.

—¡Joder! —Es él quien hahablado. El hombre diablo. NoSally. No es un «joder»enfadado, sino asustado—.¡Joder! ¡Joder!

Ahora lo ha dicho gritando

mucho. Lo dice asustadotodavía, pero también como sino pudiera acabar de creerse loque ha pasado. Como si depronto hubiera entrado en unapelícula para hacer de malo sinque nadie lo hubiera avisado deque podía suceder algo así.

—¡Levántate!Eso también lo dice a gritos.

Ahora está enfadado otra vez.Tengo la impresión de que mehabla a mí, y eso hago:

levantarme. Pero no es a mí aquien le habla. Entonces piensoque se lo dice a Dee, que estátirada en el suelo. Pero no escon Dee con quien hablatampoco. Está dando voces almostrador, intentando asomarseal otro lado, pero el mostradorestá muy alto. Debajo tiene unatarima, y para llegar hasta élhay que subir tres peldaños.Sally está al otro lado delmostrador, me parece. En el

suelo. Pero el hombre diablono lo ve desde donde está.

—¡Joder!Eso lo dice a voces también,

luego suelta una especie degruñido, se vuelve y salecorriendo. Abre la puerta por laque ha entrado un minuto antesde que Dee empezara a sangrary echa a correr por laoscuridad.

Me quedo parado un minuto,viéndolo alejarse. Luego oigo a

Dee. Está a mi lado en el suelo,jadeando, igual que CoreyTopper cuando le da el ataquede asma. Tiene los ojosabiertos. Parece como si memirara, pero no puede verme.Aunque yo juraría que puede.Creo que me está mirando.Parece muy asustada. Esto noes como en las películas. Haytanta sangre…

—Le han pegado un tiro aDee —digo, y por alguna

extraña razón eso me hacesentir un poco mejor, porqueuna cosa es que te hayanpegado un tiro y otra que estésmuerto—. ¡Sally! —lo llamo avoces.

Pero Sally no me oye.Corro al mostrador, subo de

un salto los tres peldaños y measomo al otro lado. Sally estátumbado en el suelo. Tiembla.Tiembla mucho más que Maxcuando se bloquea. En un

primer momento, pienso que lehan pegado un tiro a éltambién, pero enseguidarecuerdo que solo he oído undisparo.

Sally no está herido. Lo queestá es bloqueado. Tiene quellamar urgentemente al hospitalo si no Dee morirá. Pero se haquedado bloqueado.

—¡Levanta! —le digo agritos—. ¡Rápido! ¡Levanta!

Está bloqueado. Más

bloqueado de lo que ha estadoMax en toda su vida. Se haquedado hecho un ovillo en elsuelo y está temblando. Dee seva a morir porque Sally esincapaz de moverse y yo soyincapaz de hacer nada.

La puerta que está más cercade mí se abre. Ha vuelto elhombre diablo. Miro hacia laentrada, esperando ver lapistola y los cuernos de punta,pero no es el hombre diablo. Es

Dan. El Gran Dan. Otro asiduo.No tan simpático como Pauley,pero más normal. No tantristón. Dan entra en la tienda y,por un momento, tengo laimpresión de que me estámirando, porque es lo quehace, mirarme. Mira a través demí, y parece confundidoporque no ve a nadie.

—¡Dan! —exclamo—. ¡ADee le han pegado un tiro!

—¿Hay alguien? —El Gran

Dan mira alrededor—.¿Chicos?

Dee hace un ruido. Dan nopuede verla, porque está tiradaen el suelo, detrás de losestantes, y por un instante tengola impresión de que no la haoído tampoco. Luego mira ensu dirección.

—¿Hay alguien ahí? —vuelve a decir.

Dee hace otro ruido, y depronto me siento muy contento.

Contentísimo. Dee está vivatodavía. Antes he dicho a vocesque le habían pegado un tiroporque era mejor que decir queestaba muerta, pero ahora séque no está muerta. Estájadeando y, lo que es mejor,intenta contestar a Dan. Esoquiere decir que estáconsciente.

Dan va hacia el pasillo dondeha caído Dee.

—¡Dios mío! ¡Dee! —

exclama al verla.El Gran Dan actúa con

rapidez. Avanza por el pasillo almismo tiempo que abre elmóvil y marca unos números yse agacha junto a Dee. Actúacomo el Gran Dan, el hombreque viene a la gasolinera cadanoche para comprar un DoctorPepper, uno de esos refrescosque te mantienen despierto,antes de seguir viaje hasta sucasa, un sitio que se llama New

Haven. El Gran Dan, pocoamigo de perder el tiempo másde lo necesario, pero aun asísiempre simpático.

Yo adoro a Pauley y suscartulinas y esa costumbre suyade alargar al máximo el café,pero, para una emergencia,nadie como el Gran Dan.

Capítulo 15

Se han llevado a Dee y a Sallyen dos ambulancias distintas.Primero se han llevado a Dee,pero Sally ha salido justodetrás, y eso que no teníaninguna herida. Intenté decirlesa los de la ambulancia que loúnico que le pasaba era que se

había quedado bloqueado, y auno no se lo llevan enambulancia solo por eso, pero,claro, no me oyeron.

Uno de los enfermeros, unhombre con mucho pelo, hallamado al hospital por unteléfono móvil de esos antiguosque llevan como una antenitalarga y les ha dicho que teníanun herido grave. Eso quieredecir que Dee se podría morir,sobre todo si se ha quedado

con la cara del hombre diabloque le ha disparado. Pareceque, cuanto más sabes sobre lapersona que te dispara, másprobabilidades tienes de morir.

La policía ha cerrado lagasolinera pese a que se suponeque no cierra nunca, así queuna vez que se han llevado aDee y a Sally, me he vuelto acasa.

Max sigue bloqueado. Supadre se ha acostado porque

tiene que levantarse a las cincode la mañana. Pero su madretodavía está despierta, sentadaen una butaca junto a la camade Max.

Mi butaca.Pero no me importa. A mí

también me apetece sentarme allado de la mamá de Max. Megustaría que se quedara en estahabitación toda la noche.Acabo de ver cómo le pegabanun tiro a mi amiga con un arma

de verdad y una bala de verdad,y no puedo dejar de darlevueltas.

Ojalá su madre me acariciarala cabeza a mí también y mebesara en la frente.

Cuando Max despierta elsábado por la mañana, ya noestá bloqueado.

—¿Qué haces ahí?No sé si me lo dice a mí.

Estoy sentado a los pies de sucama. Llevo aquí toda la noche,pensando en Dee, en Sally y enel hombre de la máscara,mirando todo el rato a la madrede Max, porque así me sientomejor.

Pero no es a mí a quien se loha dicho. Se lo ha dicho a sumadre. Se ha quedado dormidaen la butaca, y despierta al oírla voz de Max. Se sobresaltacomo si le hubieran dado un

pellizco.—¿Qué? —dice, mirando

alrededor sin saber dónde está.—¿Qué haces sentada ahí?

—le pregunta Max otra vez.—Max, te has despertado.Y de pronto da la impresión

de que los huevos, las piedras,la ventana rota y el bloqueo deMax se le vienen encima y lainflan como un globo. Lamamá de Max salta de labutaca, toda inflada y despierta,

y enseguida le contesta.—Me he sentado aquí porque

anoche no te encontrabas bien,y no quería que estuvieras solo.

Max mira hacia la ventanaque está al lado de su cama.Donde antes había un cristal,ahora hay un plásticotransparente. Lo puso el padrede Max anoche.

—¿Me bloqueé? —preguntaMax.

—Sí —dice su madre—. Fue

solo un rato.Él sabe que se bloqueó, pero

aun así siempre pregunta. No sépor qué. No es que tengaamnesia, que es unaenfermedad que desenchufa elcerebro de la persona, así queya no puede registrar lo que veni lo que hace. En las películassale mucho, pero me pareceque es una enfermedad deverdad, aunque nunca heconocido a nadie que tuviera

amnesia. Es como si Maxquisiera asegurarse de que todova bien. A Max le encantaasegurarse de todo.

—¿Quién rompió el cristal demi ventana? —pregunta, sinapartar la vista del plástico.

—No lo sabemos —dice sumadre—. Creemos que fue unaccidente.

—¿Cómo se puede romper elcristal de una ventana poraccidente?

—En Halloween los niñossiempre están haciendotravesuras —dice su madre—.Lanzaron huevos contra la casa.Y piedras.

—¿Por qué?Le noto en la voz que está

preocupado. Seguro que sumadre también lo ha notado.

—Son gamberradas que sehacen —dice ella—. Hay niñosa los que les gusta gastargamberradas en Halloween.

—¿Gastar?—Hacer gamberradas —

aclara ella—. Pero también sepuede decir «gastargamberradas».

—Ah.—¿Quieres desayunar?Max come muy bien, pero a

su mamá siempre le parece quecome poco y se preocupa.

—¿Qué hora es? —preguntaMax.

Ella mira su reloj. Es uno de

esos relojes con manecillas, queyo no sé leer muy bien.

—Las ocho y media —responde ella, con alivio.

Max solo puede desayunarantes de las nueve. Si pasa delas nueve, ya tiene que esperara la comida de mediodía.

Es una regla inventada porMax, no por su madre.

—Vale —dice Max—.Entonces sí desayuno.

Ella se va a prepararle unos

pancakes y lo deja que se vistasolo. Max nunca desayuna enpijama. Es otra de sus reglas.

—¿Me dio un beso anoche?—me pregunta Max.

—Sí —le digo—. Pero soloen la frente.

Me gustaría poder contarle aMax que anoche un hombrecon una máscara le pegó un tiroa mi amiga, pero no puedo. Noquiero que Max sepa que voy ala gasolinera, al bar, a la

comisaría de policía o alhospital. No creo que le gustarasaberlo. Él quiere pensar queme paso la noche sentado a sulado, o al menos que estoy encasa por si me necesita. Creoque se enfadaría mucho sisupiera que tengo otros amigosen el mundo.

—¿Fue un beso largo? —pregunta Max.

Por primera vez desde que loconozco, la pregunta me

molesta. Sé que para él es muyimportante saber que no fue unbeso largo, pero tampoco esque importe mucho. Es unatontería, comparado con verteenvuelto en una situación conpistolas, sangre, amigos yambulancias de por medio;además, no sé por qué me lotiene que preguntar cada día.¿Es que no sabe que es buenoque los besos de una madresean largos?

—Qué va —le digo, comosiempre—. Fue un besosupercorto.

Pero por primera vezcontesto sin sonreír. Arrugo lafrente. Lo digo con los dientesapretados.

Max no se da cuenta. Élnunca se da cuenta de esascosas. Sigue con la vista fija enel plástico que tapa la ventana.

—¿Tú sabes quién rompióese cristal? —me pregunta.

Lo sé, pero lo que no sé es sidebería decírselo. No sé si serámejor que me lo calle, como lode los besos largos de sumadre. Aún sigo molesto porque me haya preguntado eso, yaunque deseo hacer lo mejorpara él, a la vez no deseo hacerlo mejor para él. No quieroherirle, pero no estoy de buenhumor.

Tardo demasiado tiempo encontestar.

—¿Tú sabes quién rompióese cristal? —me pregunta Maxde nuevo.

Max nunca tiene quepreguntarme las cosas dosveces, así que ahora también élestá de mal humor.

Decido ser sincero, noporque crea que es lo mejorpara Max, sino porque estoyenfadado y no me apetecepensar en qué será lo mejor.

—Fue Tommy Swinden —

contesto—. En cuanto oí caerlos cristales, salí a la calle y lovi yéndose a todo correr.

—Fue Tommy Swinden —repite Max.

—Sí. Fue Tommy Swinden.

—Fue Tommy Swinden elque rompió el cristal de miventana y lanzó esos huevoscontra la casa.

Eso es lo que Max le dice a

su madre mientras estácomiendo sus pancakes. No mepuedo creer que se lo hayadicho. Me ha pillado porsorpresa. ¿Qué explicaciónpiensa darle? De pronto olvidoque estoy enfadado con Max.Ahora lo que estoy espreocupado. Preocupado por loque pueda decir. Y enfadadoconmigo mismo por haber sidotan tonto.

—¿Quién es Tommy

Swinden? —pregunta la mamáde Max.

—Un niño del cole quesiempre se está metiendoconmigo. Quiere matarme.

—¿Y tú cómo sabes eso?Por el tono no parece que su

madre lo crea.—Me lo dijo él mismo.—¿Qué dijo exactamente?La madre de Max sigue

fregando la sartén, lo que mehace pensar que aún no se lo

cree.—Dijo que me iba a hacer

una ahogadilla —dice Max.—¿Una ahogadilla? ¿Dónde?—No lo sé, pero seguro que

es algo malo.Max tiene la vista fija en sus

pancakes. Cuando come, nuncaaparta la vista de la comida.

—¿Por qué dices que es algomalo? —pregunta su madre.

—Porque Tommy Swindensolo me dice cosas malas.

Su madre se queda calladaun momento, y tengo laimpresión de que ha decididodar por olvidado el asunto.Pero de pronto habla de nuevo.

—¿Cómo sabes que fueTommy quien tiró los huevos ylas piedras?

—Budo lo vio.—Budo lo vio.Esta vez es la madre de Max

quien ha dicho algo que nosuena a pregunta pero es una

pregunta.—Sí —dice Max—. Budo lo

vio.—Ya.Me siento como si fuera tabú,

que es una palabra que usan losadultos cuando tienenprohibido hablar de algo que alparecer es superimportante. Lamadre de Max la usa muchocuando habla con su marido deMax y su «diagnóstico».

Tardé siglos en adivinar a

qué se referían con eso.Max y su madre siguen

comiendo, y luego ella lepregunta:

—¿Y ese Tommy Swindenestá en tu clase?

—No, en la de la señoritaParenti.

—¿En tercero?—No —dice Max. Suena

molesto. Piensa que su madretendría que saber que laseñorita Parenti no da clase a

los de tercero, porque para Maxno saber quién da clase a quiénes algo muy grave—. Laseñorita Parenti da clase a losde quinto.

—Ah.La madre de Max no vuelve a

hablar de Tommy Swinden, nide huevos, piedras yahogadillas, ni siquiera de mí, yme da muy mala espina.Significa que algo estátramando.

Lo intuyo.

Capítulo 16

Dee y Sally no van al trabajo niel sábado ni el domingo por lanoche. En su lugar ha venidoun señor al que Dorothy hallamado Eisner. Nunca habíavisto antes al señor Eisner, peroparece que Dorothy no se sientemuy a gusto con él. Apenas se

hablan.Yo creo que el señor Eisner

se parece a la directora delcolegio de Max. La señoraPalmer es la responsable delcolegio y viste más elegante quelas demás maestras, pero, situviera que dar clase, para míque no sabría.

Con el señor Eisner pasa lomismo. Lleva corbata, atiendela caja y se ocupa de losestantes como Dee, pero se nota

que tiene que pensar mucho lascosas antes de hacerlas.

Dee no ha muerto. Lo séporque el sábado por la nochealgunos asiduos, como Pauley yDan, vinieron a preguntar porella. De hecho, hubieran venidode todos modos, porque paraeso son asiduos, pero hasta Danse quedó un rato más de lonormal, interesándose por Dee.El señor Eisner no les dijo grancosa, así que no tuvieron

excusa para merodear por allímucho rato. Todo parecíadistinto. Peor.

Dee está en un sitio que sellama UCI. Parece que ahí tecuidan mucho para que no temueras. Dorothy dice que noestá segura de si «saldrá deesta», y para mí que eso quieredecir que podría morirse.

Me pregunto si volverá por lagasolinera y si volveré a verlaalgún día.

Ojalá sea así. Es como sitodo el mundo desapareciera.

Capítulo 17

Estoy preocupado por Max.Hoy es lunes y hemos vuelto alcole.

Creo que su madre quierehacer algo hoy. Estápreocupada por lo de TommySwinden, y tengo miedo de quemeta la pata. Espero que

Tommy ya tuviera bastante conlo del viernes por la noche yMax esté fuera de peligro. Peroentre el castigo que le cayó porlo de la navaja y lo de la caca,puede que todavía no creahaberse vengado del todo. Esmuy posible, pero si la madrede Max se pone en mediotodavía será peor.

A la mayoría de los padresles pasa lo que a Max, que nosaben hacer las cosas sin que se

les vea el plumero.Hoy la señorita Gosk está

muy divertida. Escribió uncuento sobre un pavo que van amatar para comérselo en unacelebración, y ahora se lo estáleyendo a sus alumnos. Sepasea por la clase imitando lossonidos del pavo, y hasta Maxsonríe. Reír no ríe, pero casi.La señorita Gosk araña el suelocon el pie y mueve los brazoscomo si fueran alas. Sus

alumnos no dejan de mirarla.La señorita Patterson se

asoma por la puerta de la clasey le hace a Max un gesto paraque la acompañe. Mi amigo nose da cuenta hasta al cabo de unrato, porque está muyentretenido con el cuento de laseñorita Gosk. Creí que Maxiba a arrugar la frente, porquela señorita Gosk no haterminado aún su historia, pero,en cuanto ve a la señorita

Patterson, pone unos ojoscomo platos. Parece ilusionado.No lo entiendo.

Yo quiero quedarme y sabercómo acaba la historia, perosigo a Max y a la señoritaPatterson pasillo abajo hastaEducación Especial. Sinembargo, cuando llegamos a laesquina donde habría quetorcer a la izquierda, Max y laseñorita Patterson siguen recto,y Max no dice nada. Eso aún

me extraña más que el hecho deque Max quisiera salir de laclase de la señorita Gosk,porque a mi amigo no le gustanlos cambios, y este nuevotrayecto es todo un cambio.Encima, un cambio tonto,porque vamos a tener que darla vuelta a todo el auditorio ypasar por el gimnasio, lo quesignifica el doble de vuelta.

Pero de pronto nos paramosante las mismas puertas por las

que vi entrar a Max y a laseñorita Patterson la semanapasada. Ahora estamos detrásdel auditorio, en un vestíbulodonde no hay aulas nidespachos, pero la señoritaPatterson mira a derecha eizquierda antes de abrir lapuerta. Luego lleva la mano a laespalda de Max como dándoleun empujoncito para que salga.Max sale solo por la puerta,pero la señorita Patterson

quiere que se dé prisa, y eso meinquieta. Es como si quisieraque cruzara rápido para que nolo viera nadie.

Algo me huele mal.Intento seguirles. Max se va

por el sendero asfaltado queconduce al aparcamiento y depronto se vuelve y me mira. Yotambién he salido a la calle. Seme queda mirando y sacude lacabeza a un lado y al otro. Sé loque ese gesto quiere decir.

Significa «ni se te ocurra».No quiere que lo siga. Luego

me hace un gesto con la manocomo diciéndome que me vaya.

Quiere que vuelva a entrar enel colegio.

Yo casi siempre hago lo queme pide, porque a fin decuentas esa es mi misión. Maxnecesita mi ayuda, y yo loayudo. Hay veces que necesitaestar solo, como cuando lee unlibro, por ejemplo, o cuando

hace caca. Muchas veces, dehecho. Pero lo de hoy esdistinto. Lo sé. Max no deberíahaber salido del colegio, ymenos por esas puertas quellevan al aparcamiento.

Algo me huele mal.Vuelvo dentro como me ha

pedido, pero me quedo al otrolado de las puertas, pegado a lapared, para poder espiarlo. Veoa Max y a la señorita Pattersonandando por el aparcamiento,

entre dos filas de cochesaparcados. Creo que son loscoches de los profesores,porque los niños no conducen.Tienen que serlo. Entonces veoque se paran junto a un cocheazul, pequeño. La señoritaPatterson mira alrededor otravez. Como cuando alguienquiere asegurarse de que no lomiran. Luego abre la puertatrasera del coche y Max entradentro. La señorita Patterson

vuelve a mirar alrededor y sesienta delante. En el asientodonde está el volante. El asientode la persona que conduce.

Se va a llevar a Max.Pero no. El coche no se

mueve. Están los dos sentadosen el coche. Max, en el asientotrasero. La señorita Patterson,en el delantero. La señoritaPatterson está hablando, creo, yMax agacha la cabeza una y otravez. No como si se escondiera,

sino como si estuviera mirandoalgo en el asiento, creo. Parecemuy entretenido. No sé quéhará.

Un momento después, laseñorita Patterson baja delcoche y vuelve a miraralrededor. Está asegurándose deque no los ve nadie. Lo sé. Séreconocer cuando alguienintenta esconderse, porque heestado muchas veces junto apersonas que no saben que los

estoy observando. Luego abrela puerta de atrás para que Maxbaje también. Vuelven juntos ycruzan las puertas dobles decristal. La señorita Patterson lasabre con su llave y entran otravez en el colegio. Yo me apartode la entrada y me siento con laespalda apoyada en la paredpara que Max piense que heestado allí todo el rato. En vezde espiando.

Quiero que piense que no sé

adónde ha ido con la señoritaPatterson y, lo que es másimportante, no quiero quepiense que me importa. Noquiero que sospeche que estoypreocupado, porque, lapróxima vez que la señoritaPatterson se lleve a Max a sucoche, quiero seguirlos.

Si la señorita Pattersonvuelve a llevarse a Max (quecreo que lo hará) no será igual.No sé lo que será, pero será

algo más. Algo peor. Lo sé. Laseñorita Patterson no se saltaríalas reglas del colegio solo parapasar cinco minutos en el cochecon Max. Algo más tiene quepasar.

No sé por qué, pero ahoraestoy más preocupado por laseñorita Patterson que porTommy Swinden.

Muchísimo más.

Capítulo 18

Estamos sentados en la consultade la doctora Hogan. Max llevaun buen rato aquí dentro y ladoctora Hogan no lo haobligado a hablar ni una solavez. Se ha quedado aquísentada, viéndolo jugar conestos «supermodernos juguetes

pedagógicos», como llama ellaa estas piezas de plástico ymetal con las que Max está tanentretenido. Le he notado untono raro cuando ha dicho esode «supermodernos», pero noentiendo lo que ha queridodecir.

A Max le gustan mucho estosjuguetes. Si su madre lo vieraahora mismo, diría que su hijoestá «absorto», que significaque no está prestando atención

a lo que le rodea. Max se quedaabsorto muchas veces, y eso esbueno, porque significa queestá feliz, pero también que sele olvida todo lo demás.Cuando Max está absorto escomo si no hubiera otra cosa enel mundo que lo que tiene entremanos. Desde que se hasentado en la alfombra y se hapuesto a jugar con estosjuguetes, no creo que hayalevantado la vista ni una sola

vez.Pero la doctora Hogan es

inteligente y sabe que es mejorno molestarlo. De vez encuando le pregunta algo, perohasta ahora solo han sidopreguntas de esas que sepueden responder simplementecon un sí o un no, por eso Maxse las ha contestado casi todas.

También eso demuestra quees inteligente. Si hubieraintentado hacerle hablar desde

el primer momento, sin dejarleque pasara un rato tranquilocon estos juguetes, es muyprobable que Max se hubiera«cerrado en banda», que es loque dice la señorita Hume quele pasa cuando no quiere hablarcon ella. Así, Max se ha idoacostumbrando poco a poco ala doctora Hogan, y puede queal final se comunique con ella,eso si la doctora tienepaciencia. Y sobre todo si no lo

hace sentir como si estuvieravigilándolo y tuviera que fijarseen cada palabra que sale de suboca. Los mayores sonpacientes con Max al principio,pero terminan cansándose ytodo se estropea.

La doctora Hogan es guapa.Es más joven que la mamá deMax, creo, y va vestida muysencilla. Lleva falda, camiseta yzapatillas de deporte, como sise fuera a dar un paseo por el

parque. Eso también es señal deque es inteligente, porque asíparece una chica cualquiera yno un médico.

Max les tiene miedo a losmédicos.

Pero lo mejor de la doctoraHogan es que no le hapreguntado a Max por mí. Niuna vez. Yo tenía miedo de quese pasara el rato preguntándolepor su amiguito imaginario,pero parece que le interesa más

saber cuál es el plato favoritode Max (los macarrones) y elsabor de helado que más legusta (el de vainilla).

—¿Te gusta ir al colegio? —le pregunta ahora.

La doctora Hogan le ha dichoa Max que podía llamarla Ellensi quería, pero a mí se me haceraro. Max todavía no la hallamado por su nombre, así queno sé qué pensará hacer, perocasi seguro que sigue

llamándola doctora Hogan. Esosi se acuerda del apellido. No sési la habrá oído cuando se lo hadicho antes.

—Regular —contesta Max.Max tiene la punta de la

lengua fuera y bizquea; estámirando fijamente dos piezasdel juego, calculando cómoencajarlas.

—¿Qué es lo que más tegusta del colegio?

Max se queda callado diez

segundos y luego responde:—La comida.—Ah —dice la doctora—.

¿Y por qué es eso lo que más tegusta, lo sabes?

¿Veis lo inteligente que es?No le pregunta por qué lacomida es lo que más le gusta,sino si sabe por qué. Si Max nopuede explicar por qué lacomida es lo que más le gustadel cole, puede decir que no ypunto, no tiene que sentirse

tonto por no saber responderle.Si la doctora Hogan le hicierasentirse tonto por no tenerrespuestas, es posible quenunca consiguiera sacarle unapalabra.

—No —contesta Max, y ellano parece sorprendida paranada.

A mí tampoco me sorprende.Pero creo saber por qué lacomida es lo mejor del colepara Max. Creo que es lo mejor

porque a la hora de comer lodejan en paz. Nadie lo molesta,nadie le dice lo que tiene quehacer. Se queda sentadito enuna punta de la mesa delcomedor, solo, leyendo unlibro y comiendo lo mismo detodos los días: su bocadillo demantequilla de cacahuete conmermelada, su barrita decereales y su zumo de manzana.El resto del día es impredecible.Nunca sabes lo que puede

pasar. Las cosas siemprecambian, y las profesoras y losotros niños siempre losorprenden. Pero la hora de lacomida siempre es igual.

Pero no sé, eso es solo unaintuición. En realidad, no sépor qué lo mejor del cole paraMax es la comida, porque nocreo que él lo sepa tampoco. Aveces uno cree saber cosas sinsaber por qué. Como me pasacon la señorita Patterson. Me

cayó mal en cuanto la vi, perono sabría explicar por qué. Fueuna intuición. Y ahora que ellay Max tienen un secreto,todavía me cae peor.

—¿Quién es tu mejor amigo,Max? —pregunta la doctoraHogan.

Max dice «Timothy», porquees lo que suele decir siempreque le preguntan eso, pero yosé que su mejor amigo soy yo.Lo que pasa es que si Max dice

que soy yo la gente acabahaciéndole preguntas ydiciéndole que no existo.Timothy es un niño quetambién va a EducaciónEspecial con Max, y a veceshacen actividades juntos. Maxdice que Timothy es su mejoramigo porque con él nunca sepelea. A ninguno de los dos lesgusta hacer actividades conotros niños, y cuando lasmaestras los ponen juntos, ellos

se las apañan para trabajar cadauno por su cuenta.

La señorita Hume le dijo unavez a la mamá de Max que erauna lástima que los mejoresamigos de su hijo fueran losniños que lo dejaban en paz,pero es que la señorita Humeno entiende que Max es felizsolo. Que la señorita Hume y lamamá de Max y la mayoría dela gente sean más felicescuando están con sus amigos

no significa que Max necesiteamigos para ser feliz. A Max nole gusta la gente, por eso es másfeliz cuando lo dejan en paz.

Es lo que me pasa a mí con lacomida. Yo no como. Nunca heconocido a un amigoimaginario que lo haga. Unanoche me escapé al hospital,porque el hospital nunca cierra,y estuve un rato con unaenferma que se llama Susan,una señora que ya no come por

la boca. Tiene una pajitaconectada a la barriga, y lasenfermeras le dan la papilla porla pajita. Las hermanas deSusan estaban en la habitaciónde visita, y cuando salieron alpasillo oí a la hermana gordadecir que era una pena queSusan ya nunca más pudieracomer porque la comida era unplacer.

«¡Qué va!», dije yo, peronadie me oyó.

Pero es verdad. Me alegro deno tener que comer, diga lo quediga la hermana gorda deSusan. Para mí es un latazo.Por mucho gusto que se leencuentre a la comida, tienesque preocuparte de ganardinero con que comprarla, yluego cocinarla, y no pasartecomiendo si no quieresengordar como la hermana deSusan. Y no hablemos ya deltiempo que se pierde

cocinando, lavando los platos,cortando el mango, pelando laspatatas o pidiéndole alcamarero que te traiga leche envez de nata. Además del peligrode atragantarte comiendo, o detener alergia a algunosalimentos. En fin, que es unalata. Me da igual lo mucho quese pueda disfrutar comiendo.No merece tanto lío ni tantaspreocupaciones. A lo mejor aSusan le pasa lo mismo, ahora

que come por esa pajita en labarriga, cosa que me parecemucho menos latosa que tenerque hacer de cenar todas lasnoches. Bueno, igual ella no losiente así, pero me da igual, yosí. Si ahora mismo me dieran laoportunidad de comer, diríaque no, porque no querría tenerque acostumbrarme yobligarme a todas esasmandangas. «Mandangas» esuna de las palabras favoritas de

la señorita Gosk.Yo, aunque no coma, soy

feliz, por mucho placer que déla comida. Porque no tener quepreocuparse de la comidatambién es un placer. Mayortodavía, creo.

El placer de Max es que lodejen en paz. Él no se sientesolo. A Max no le gusta muchola gente, pero es feliz.

—¿Cuál es la comida quemenos te gusta? —le pregunta

la doctora Hogan.Max se queda pensando un

momento, con las manos degolpe paralizadas en el aire, yluego dice:

—Los guisantes.Yo iba a decir que los

calabacines. Se habrá olvidadode ellos.

—¿Qué es lo que menos tegusta del colegio? —pregunta ladoctora Hogan.

—La gimnasia —responde

Max, esta vez sin pensar—. Y laplástica. Y el recreo. Es unrollo.

—¿Cuál es la persona quemenos te gusta del cole?

Max levanta la vista porprimera vez. Pone mala cara.

—¿Hay alguna persona en elcolegio que no te guste? —pregunta la doctora Hogan.

—Sí —le contesta Max, yenseguida vuelve la vista a susjuguetes.

—¿Cuál es la persona quemenos te gusta?

Ahora entiendo lo que ladoctora Hogan pretende. Estáintentando que Max le hable deTommy Swinden, y Max está apunto de abrirle la puerta ydejarla pasar. Por si notuviéramos bastante con que lamadre de Max se hubieraenterado de lo de TommySwinden, ahora solo falta quela doctora Hogan lo sepa

también. Eso sería mucho peor.—¡Ella Wu! —salto yo,

confiando en que Max lo repita.—Tommy Swinden —suelta

él, sin apartar la vista de losjuguetes.

—¿Sabes por qué no te gustaTommy Swinden?

—Sí —dice Max.—¿Por qué no te gusta

Tommy Swinden? —preguntala doctora Hogan, y veo que seinclina un poquito hacia él. Es

la respuesta que estabaesperando todo el rato.

—Porque quiere matarme —contesta Max, sin levantar lavista ahora tampoco.

—Qué horror —dice ladoctora Hogan, y parece quehabla en serio, como si lesorprendiera de verdad, aunqueme parece que sabía lo deTommy Swinden desde elprincipio. Seguramente se lohabía contado la mamá de Max.

Ha sido todo una trampa, yMax acaba de caer en ella.

La doctora Hogan se quedaun momento callada y luegopregunta:

—¿Sabes por qué ese chicoquiere matarte, Max?

Los mayores siempre dejancaer el nombre de Max al finalde las preguntas cuandopiensan que están preguntandoalgo importante.

—Puede —responde Max.

—¿Por qué puede que sepasque Tommy Swinden quierematarte, Max?

Max se queda quieto otravez. Tiene un supermodernojuguete pedagógico en la manoy se queda mirándolo sin decirnada. Conozco esa mirada. Esla mirada que pone cuando va adecir una mentira. Max no sabeinventarse mentiras, le cuestamucho.

—Porque a Tommy Swinden

no le gustan los niños que sellaman Max —dice por fin.

Pero como lo ha dichodemasiado rápido y con unavoz rara, seguro que la doctoraHogan ha notado que esmentira. Seguramente ha dichoeso porque una vez un niño dequinto le dijo que Max era unnombre tonto. Pero por muchoque hubiera de verdad un niñoal que no le gustara su nombre,no me parece una mentira muy

buena. Nadie mataría a unapersona porque no le gusta sunombre.

—¿Hay algo más? —pregunta la doctora Hogan.

—¿Cómo? —dice Max.—¿Alguna otra razón que te

lleve a pensar que ese niñopuede que quiera matarte?

—Ah —dice Max y se quedacallado otra vez—. No.

La doctora Hogan no se locree. Me gustaría que se lo

creyera, pero no. Se nota. Lamadre de Max ha hablado conella. No sé cuándo decidieronlos padres de Max traerlo a estaconsulta. No sé cuándo el padrede Max perdió la batalla.

Puede que fuera anoche,cuando yo estaba en lagasolinera.

De todos modos, aunque ladoctora Hogan no hubierahablado con su madre, habríanotado que le estaba diciendo

una mentira. Max es el peormentiroso del planeta.

Y la doctora Hogan es muyinteligente. Eso aún me da másmiedo.

Me pregunto qué pensaráhacer ahora.

Y cómo encontrar el modode que Max le cuente lo de laseñorita Patterson.

Capítulo 19

Estoy siguiendo a Max. Me hadicho otra vez que lo esperejunto a las puertas dobles decristal, pero esta vez piensoacercarme al coche de laseñorita Patterson y espiarlospara ver qué está pasando. Meda igual lo que diga Max. Algo

me huele mal.Max y la señorita Patterson

ya están llegando alaparcamiento cuando yoatravieso las puertas de cristal ysalgo del edificio. A la derechadel camino hay un árbol; meacerco a él y me escondodetrás. Normalmente nonecesito esconderme. Norecuerdo haberme escondidonunca de Max, y, como nadiemás puede verme, en cierto

modo siempre estoy escondidode todo el mundo menos deMax.

Esta es la primera vez que meescondo de todo todo elmundo.

Un poco más adelante hayotro árbol, este a la izquierda yun poco más apartado delcamino, así que voy corriendohacia allí. Si en realidad tocarael suelo cuando corro, iríaandando de puntillas, para que

Max no me oyera. Pero, comono hago ningún ruido almoverme, y ni siquiera Maxpuede oírme, mejor que corra,así no tendré que estarescondido tanto rato.

Me asomo por detrás delárbol. Max y la señoritaPatterson ya casi han llegado alcoche. La señorita Patterson vamuy rápido, más rápido que losmayores que no piden a losniños que les guarden secretos

y los meten en su coche enmitad de clase. Cuando salga deeste escondite, tendré queavanzar arrastrándome. Delantetengo una hilera de coches, aunos treinta pasos de distancia.Si voy a rastras, podréesconderme detrás de ellos, ycomo Max es bajito, no meverá. Tiene gracia, porquearrastrándome por el céspedasí, delante del edificio del cole,todos los niños que están en las

dos aulas que hay detrás de mídeberían verme. Resultaextraño esconderse delante detantas caras.

Oigo que se abre la puerta deun coche. Max y la señoritaPatterson ya han llegado.

Tengo una idea. Estoy detrásde un coche rojo no muygrande, el pequeño de la fila, yespío por las ventanillas paraver si Max se ha montado ya enel coche de la señorita

Patterson. Desde aquí no puedover el coche, que está un pocomás allá, en la fila de delante, alotro lado del pasillo que quedaentre las dos hileras. Peropuedo atravesar los coches quehay delante de mí, porquetodos tienen puertas. Ya tengoun plan. En vez de ir por elpasillo, iré saltando de coche encoche.

Me meto en el coche rojo yavanzo a rastras por los

asientos. Dentro está todorevuelto. El asiento delanteroestá lleno de libros y papeles, yen el suelo hay latas vacías derefrescos y bolsas de papel.Casi seguro que es el coche dela señorita Gosk. Se parece a suclase. Desordenada y llena decosas. A mí me gusta. A vecespienso que las personasordenadas y bien organizadaspasan demasiado tiempoplaneando y poco haciendo. No

me parecen de fiar.Seguro que la señorita

Patterson es una personaordenada y bien organizada.

Atravieso el coche rojo,luego otros cinco coches más ydespués me quedo agachadodentro de un vehículo grandeque tiene cuatro puertas y unaquinta en la parte trasera. Por laventanilla de atrás veo el cochede la señorita Patterson. Lo haaparcado de morro, no como la

loca de la señorita Griswold,que todas las mañanas se pasacinco minutos intentandoaparcar marcha atrás mientrastodos los niños se ríen de ella.He tenido suerte de que laseñorita Patterson hayaaparcado de morro, porque asíMax y ella están de espaldas amí y puedo acercarme sin queme vean. Atravieso la puerta deatrás del coche grande y cruzocorriendo el espacio que queda

entre las dos hileras de coches.Agacho la cabeza por si a Maxle da por volverse.

La señorita Patterson tiene laventanilla abierta. Hace buendía y el motor no estáencendido, así que supongoque habrá abierto la ventanillapara que entre aire fresco.Quiero mirar en el asientotrasero y ver lo que estáhaciendo Max, pero oigo la vozde la señorita Patterson. Está

hablando por teléfono. Mepongo a gatas y me acerco a lapuerta junto a la que estásentada, para oírla mejor. Estoyagachado al lado del coche,entre la puerta de delante y lade atrás.

—Sí, mamá —la oigo decir.Luego hay una pausa.—Sí, mamá —dice otra vez

—. Te quiero mucho.Otra pausa.—No, mamá. No pasa nada.

Eres mi madre, puedo hablarcontigo en horario de clase. Ymás teniendo en cuenta queestás enferma.

Otra pausa.—Ya lo sé, mamá. Tienes

razón. Siempre tienes razón.La señorita Patterson se ríe

un poco y luego dice:—Tengo mucha suerte de

contar con la ayuda de estejovencito. —Luego ríe denuevo. Suena falsa las dos

veces—. Se llama Max. Es elniño más bueno y más listo queconozco.

Se queda callada unossegundos y luego dice:

—Claro, mamá, no tepreocupes que le doy lasgracias a Max de tu parte por suayuda. Te quiero mucho,mamá. Y espero que te pongasbien pronto. Adiós.

Qué conversación tan rara.He oído muchas veces a los

padres de Max hablar porteléfono, y nunca suenan así.Todo me ha sonado raro. Larisa sonaba falsa. El tiempo quepasaba escuchando sin hablarme ha parecido demasiadocorto. Ha dicho «mamá»demasiadas veces. Laconversación era demasiadoperfecta.

Nada de dudas. Ni detartamudeos.

Sonaba como una maestra de

primero leyendo un libro enclase. Como si le hablara a Maxy no a su madre.

Empiezo a dar marcha atrás,con la intención de volver a laparte trasera del coche, cuandola puerta de Max se abre degolpe. Estoy a cuatro patasdelante de su puerta, y la parteinferior de esta me traspasa alabrirse porque al fin y al caboes una puerta.

Al bajar del coche, Max me

ve. La sonrisa se le borraenseguida y tuerce el gesto.Primero agranda los ojos yluego los arruga y me miraenfadado. Pero no dice nada,porque un segundo después seabre la otra puerta del coche ysale la señorita Patterson. Mesiento un poco ridículo,agachado a cuatro patas entreambos, pero estoy tanavergonzado que no puedolevantarme. Me quedo quieto

en el sitio y la señoritaPatterson toma a Max de lamano. Él me mira y luego sealeja de la mano con ella.Nunca he visto a la señoritaPatterson coger a Max de lamano y se me hace raro. Maxodia que lo cojan de la mano.No se vuelve a mirarme. Melevanto y me quedo mirándolomientras entra en el edificio delcolegio. Desaparece en elvestíbulo. No se vuelve hacia

mí ni una sola vez.Me asomo al coche de la

señorita Patterson. En el asientode atrás, donde estaba sentadoMax, hay una mochila azul.Pero está cerrada y no puedover lo que hay dentro. No veonada más en el coche, aparte dela mochila. Está todo muylimpio y ordenado.

Ya lo sabía: la señoritaPatterson es una mujerordenada y bien organizada.

No es de fiar.

Capítulo 20

Max no me habla. Ni me hamirado en todo el día, y cuandohe intentado sentarme a su ladoen el autocar, ya de vuelta acasa, ha hecho un gesto con lacabeza como diciendo «Ni se teocurra». Es la primera vez quevamos separados en el autocar.

Me siento delante de Max, justodetrás del conductor. Quierovolverme para mirar a miamigo, sonreírle e intentar queme devuelva la sonrisa, pero nome siento capaz. Sé que no mela devolverá.

Tendré que hablar con élsobre la señorita Pattersoncuando ya no esté enfadado.Todavía no puedo entender loque está pasando, pero sé queno es nada bueno. Ahora estoy

más seguro que nunca. Cuantomás pienso en Max sentado enese coche con esa mochila azul,en mitad de las clases, y en esallamada telefónica que nosonaba a llamada telefónica, ysobre todo en Max y la señoritaPatterson de la mano, másmiedo me entra.

Al principio pensé que estabaexagerando. Que podía sercomo en las películas, cuandotodas las pistas van hacia un

asesino, pero luego resulta queel culpable es otro. Alguien queno te esperas. Puede que laseñorita Patterson sea unabuena persona y que haya unabuena razón para que ellaestuviera sentada con Max en elcoche. Pero ahora estoyconvencido de que tengo razón.No estoy exagerando. Nopuedo explicar por qué lo sé,pero lo sé. Creo que así escomo se sienten los personajes

de esas películas de la tele. Losque piensan que el asesino esuno y luego resulta que es otro.Solo que esto es la realidad.Aquí no hay nadie que me estédejando caer pistas falsas. Estaes la vida real, y en la vida realno puede haber tantas pistasfalsas seguidas.

Lo único bueno es quemañana es viernes, y losviernes la señorita Pattersoncasi nunca viene al colegio. A

la directora del cole, la señoraPalmer, le pone de los nervios.Una vez la oí hablar de ella conuna señora muy trajeada, y ladel traje movía la cabeza ymurmuraba por lo bajo, perodecía que si la señoritaPatterson estaba enferma teníaderecho a tomarse el día debaja, y ahí acabó laconversación. No entiendo porqué la señora Palmer no le dijoa la del traje que nadie se pone

enfermo todas las semanas ysiempre el mismo día, pero elcaso es que se quedó callada.Cuando la del traje se marchó,la señora Palmer dijo que laculpa la tenía el«malditosindicato». Noentiendo a qué se referiría coneso, y Max tampoco me lo supoexplicar.

Así que la señorita Pattersonseguramente estará enfermamañana o se hará la enferma, y

yo tendré todo el fin de semanapara hacer que Max meperdone y vuelva a dirigirme lapalabra.

Al principio me entró unpoco de miedo, porque, al verque Max estaba tan enfadado yno me hablaba, pensé que igualdejaba de creer en mí. Peroluego me di cuenta de que Maxno podía estar enfadado conalguien que no existe, así quede hecho pienso que su enfado

es buena señal. Quiere decirque seguro seguro que cree enmí.

Quizá tendría que haberhecho algo para que Meghan seenfadara con Graham. A lomejor habría conseguidosalvarle la vida.

He pensado mucho enGraham últimamente. Pienso enque ya no existe, y en que todolo que mi amiga decía o hacíaya no significa nada para

Meghan. Pero aunque Grahamtodavía signifique algo para míy para Meghan, y puede queincluso para Chucho, da lomismo, porque ya no existe.

Eso es lo único que importade la inexistencia de Graham.

Cuando murió la abuela deMax, el padre de mi amigo dijoque la abuela seguiría viviendoen el corazón de Max, y quesiempre que la recordaran lamantendrían viva en su

memoria. Eso está muy bienpara Max, puede que loconsolara un poco, pero a laabuela de Max no le sirvió denada. Ya no está en estemundo, y aunque Max lamantenga viva en su corazón,su abuela ya no existe. A ella leda igual lo que diga el corazónde Max, porque ya nada lepuede importar. No entiendotanta preocupación por los quese quedan en el mundo, cuando

los que de verdad sufren sonlos muertos. La abuela de Maxy Graham, por ejemplo.

Ya ninguna de las dos existe.Eso es lo peor del mundo.Max no me ha hablado en

toda la noche. Ha hecho losdeberes, se ha pasado mediahora jugando con unvideojuego, luego se ha puestoa leer sobre una guerra mundialen un librote muy grande y seha acostado sin decirme ni una

palabra. Estoy sentado en labutaca que está junto a sucama, esperando a que sequede dormido, esperando oírsu vocecilla decirme: «Budo,no te preocupes». Pero Max noabre la boca. Al final surespiración se hace más lenta yse queda dormido.

Oigo la puerta de la calle. Lamamá de Max ya está en casa.Tenía cita con el médico, poreso no estaba aquí para acostar

a Max. Entra en el dormitoriode su hijo, le da un beso, loarropa y le da otros tres besosmás.

Sale de la habitación.La sigo.El papá de Max está viendo

un partido de béisbol. Cuandola mamá de Max entra en la salade estar, él saca el sonido con elmando a distancia, pero noaparta los ojos de la pantalla.

—Bueno, ¿qué te ha dicho?

—pregunta el padre de Max.Suena enfadado.

—Dice que ha ido bien. Hanhablado un poco, y Max le hacontestado a algunas de laspreguntas. Ella cree queterminará ganándose suconfianza y se abrirá, perotardará un tiempo.

—¿Qué quieres decir coneso?, ¿que Max no confía ennosotros?

—Vamos, John —contesta

ella—. Claro que confía ennosotros. Pero eso no significaque nos lo cuente todo.

—¿Tú conoces a algún niñoque se lo cuente todo a suspadres?

—En nuestro caso es distinto—dice la madre de Max—. Ysiento que tú no lo veas así.

Pero no parece que lo sientaen absoluto.

—Explícame por qué esdistinto.

—Yo tengo la impresión deque no conozco a mi propiohijo. No es como los demásniños. No nos cuenta lo quepasa en el colegio. No juegacon otros niños. Cree que uncompañero quiere matarlo.Sigue hablando con su amigoimaginario. ¿No ves que casi nime deja que lo toque? Si quierodarle un beso, tengo queesperar a que esté dormido.¿Por qué no lo aceptas de una

vez?La mamá de Max sube cada

vez más la voz, y tengo lasensación de que dentro depoco se va a poner a llorar, agritar o las dos cosas a la vez.No me extrañaría que yaestuviera llorando por dentro,pero que esté aguantando parapoder seguir discutiendo con sumarido por fuera.

El papá de Max calla. Es unode esos silencios que usan los

mayores para decir cosas queno quieren decir.

Cuando la madre de Maxvuelve a hablar, lo hace convoz suave y tranquila.

—Ella cree que es un niñomuy inteligente. Más inteligentede lo que es capaz dedemostrarnos. Y también quese podrían hacer grandesprogresos.

—¿Todo eso lo ha visto ensolo cuarenta y cinco minutos?

—Está acostumbrada a tratarcon niños como Max. No hadicho nada definitivo todavía.Solo eran conjeturas. Se basaen lo que ha visto y oído hastael momento.

—¿Y el seguro cuánto noscubrirá? —pregunta el padre deMax.

No sé a qué se refiere, peropor el tono de voz me da laimpresión de que no lopregunta con buena intención.

—Diez sesiones paraempezar, luego dependerá deldiagnóstico que ella haga.

—¿Qué copago hay? —pregunta el padre de Max.

—¿Hablas en serio? Estamosbuscando ayuda para nuestrohijo, ¿y tú te preocupas por loque nos van a cobrar?

—Es curiosidad simplemente—responde el padre de Max, ynoto que le da vergüenzahaberlo preguntado.

—Ya —contesta la madre deMax—. Son veinte dólares.¿Contento?

—Era curiosidadsimplemente. Nada más. —Hace una pausa y luego sonríey añade—: Pero si la consultano dura más que cuarenta ycinco minutos y hay que soltarveinte dólares, a saber cuánto lepagarán por hora a la doctoraesa, ¿no?

—Hablas como si se tratara

de una dependienta cualquiera—replica la madre de Max—.Es una especialista, no sé si losabes.

—Era broma —dice el padrede Max, y luego ríe.

Esta vez lo creo. Y me pareceque la madre de Max también,porque está sonriendo y unmomento después se sienta a sulado.

—¿Qué más te ha dicho? —pregunta el padre de Max.

—Nada, la verdad. Pareceque Max ha contestado a casitodas las preguntas que le hahecho, y eso es buena señalsegún ella. Además, no se leveía incómodo por estar soloen la consulta, cosa que no esmuy frecuente según parece.Pero sigue convencido de quehay un compañero del cole quequiere matarlo. TommySwinden se llama. ¿Te dicealgo el nombre?

—No.—Max dijo que Tommy

quería matarlo porque no legustaba su nombre, pero ladoctora Hogan no cree que seaverdad.

—¿Qué es lo que no cree quesea verdad, que TommySwinden quiera matarlo o queno le guste el nombre de Max?

—No está segura —contestaella—. Pero cree que Max estáocultando algo sobre ese

Tommy, y dice que fue la únicaocasión a lo largo de laentrevista en que le pareció queMax no estaba siendo sincero.

—¿Qué crees quedeberíamos hacer? —preguntael padre de Max.

—Llamaré al colegiomañana. Es muy posible queMax haya interpretado malalgo, pero será mejor que measegure por si acaso.

—¿Mamá clueca al rescate?

No es la primera vez que elpadre de Max llama «gallinaclueca» o «mamá clueca» a sumujer, pero no sé qué quieredecir con eso. Sé lo que es unagallina, pero lo de «clueca» seme escapa.

La madre de Max sonríe, yeso me confunde todavía más.Cuando su marido la llamamamá clueca normalmente seenfada, pero otras veces leresulta gracioso, y no entiendo

por qué.—Como sea verdad que el tal

Tommy Swinden haamenazado a mi hijo —dice lamadre de Max—, me lo como apicotazos. El gallinero alcompleto acudirá al rescate.

—A veces estás un poco loca—le contesta el padre de Max—. Un poquito neurótica. Y devez en cuando sacas las cosasde quicio. Pero Max tienemucha suerte de tener una

madre como tú.La mamá de Max se acerca a

él, le toma la mano y la aprieta.Por un momento tengo laimpresión de que van a darseun beso, cosa que siempre mehace sentir un poco raro, perono se besan.

—La doctora Hogan quierequedar conmigo después de lasdos primeras sesiones —dice lamamá de Max—. ¿Te gustaríaacompañarme?

—¿Nos va a costar otrocopago?

Ahora sí se besan, y yo miropara otro lado. Ojalá supieraqué quiere decir eso delcopago. Cuando él lo hamencionado antes, la madre deMax se ha enfadado, y ahora encambio lo besa.

No os extrañe quecomprenda tan bien a Max. Aveces me siento tan confundidocomo él.

Capítulo 21

Hoy la señorita Patterson no havenido al colegio. La señoraPalmer se habrá enfadado otravez, pero para mí es un alivio.Max sigue sin hablarme, pero almenos tengo todo el fin desemana por delante para hacerque me perdone.

Ha sido un día raro. Max nime mira. Hemos empezado conla clase de la señorita Gosk,practicando las tablas demultiplicar (que Max seaprendió de memoria hace dosaños), luego hemos ido a clasede plástica, y la señorita Knightle ha enseñado a entrelazarpapelitos de colores distintoshaciendo un motivo. Noparecía que a Max le hicieramucha ilusión, porque casi no

prestaba atención a susindicaciones, y eso que a él leencanta todo lo que se repite,como los motivos.

Hace un momento se haterminado el bocadillo en elaula de la señorita Gosk y ahoramismo va hacia EducaciónEspecial. Pero, aunque voyandando a su lado, ni me mira.Empiezo a estar enfadado. Meparece que no es para tanto,está exagerando.

Igual que hace su madre aveces.

Lo único que hice fueseguirlo hasta el coche de laseñorita Patterson.

—Max, ¿quieres quejuguemos a los soldadosdespués del cole? —le pregunto—. Es viernes, podríamosmontar una supercampañabélica y pasarnos todo elsábado jugando. —Max noresponde—. Esto es ridículo —

le digo—. No puedes estar demorros conmigo toda la vida.Solo quería enterarme de lo queestabais haciendo.

Max acelera el paso.Vamos a Educación Especial

dando una vuelta otra vez, porel mismo camino que tomó elotro día con la señoritaPatterson. Supongo que seráotra manera de llegar, pero setarda más. Quizá a Max leconviene ir por aquí porque así

pasa menos tiempo enEducación Especial.

Cuando llegamos a laspuertas de cristal que dan alaparcamiento, Max se para ymira afuera. Acerca tanto lacara a la puerta que el cristal seempaña con el vaho de surespiración. No mira por mirar.Está mirando algo en particular.Buscando algo. Miro yotambién, para ver lo que estáviendo, y de pronto Max

encuentra lo que buscaba.Pero yo no veo nada.No sé lo que ve Max, pero ve

algo, porque endereza el cuerpoy aprieta la nariz contra lapuerta. Y esta vez el cristal nose empaña, así que tiene quehaber aguantado la respiración.Está viendo algo y aguanta larespiración. Miro otra vez. Noveo nada. Solo dos hileras decoches y la calle al fondo.

—Quédate aquí —dice Max.

Llevaba tantas horas sindirigirme la palabra que mesobresalta.

—¿Adónde vas? —lepregunto.

—Tú quédate aquí —repite—. Vuelvo enseguida. Teprometo que si me esperasaquí, volveré enseguida.

Me está mintiendo. Lo notoigual que lo notó la doctoraHogan el otro día en suconsulta. Pero al menos vuelve

a hablarme. Y no suenaenfadado, así que soy feliz otravez. Quiero creerle, porque, sile creo, todo volverá a lanormalidad. Max no estaráenfadado conmigo, y aunqueno tenga a Graham, ni a Dee o aSally, ni mamá o papá, habrérecuperado a Max, y con esome basta.

—Está bien —le digo—. Teespero aquí. Perdona que no tehiciera caso la última vez.

—No te preocupes —diceMax.

Luego mira a derecha eizquierda, por si viene alguienpor el pasillo. De pronto meacuerdo de la señorita Pattersony me entra la preocupación. Yel miedo.

Max está mintiendo y algome huele mal.

Una vez Max se ha aseguradode que no viene nadie, abre laspuertas de cristal y sale del

edificio. Va hacia elaparcamiento por el senderoasfaltado, deprisa, pero sincorrer.

Lo espío otra vez. ¿Qué serálo que ha visto? Miro haciadonde él va y no veo nada.Solo coches, la calle. Unoscuantos árboles con hojasamarillas y rojas. Hierba.

Nada.De pronto lo veo.Es el coche de la señorita

Patterson. Está saliendo pordetrás de una furgonetaplateada. No lo había vistoporque la furgoneta es grande ylo tapaba. Está saliendo demorro. Ha aparcado el cochemarcha atrás junto a lafurgoneta plateada para podersalir de morro, y eso me da quepensar, porque solo la señoritaGriswold es tan tonta comopara aparcar dando marchaatrás. Así que si hoy la señorita

Patterson ha aparcado así, esporque trama algo, algo feo. Ytengo la impresión de que Maxestaba enterado.

El coche para delante deMax, y él abre la puerta y entra.Max se ha montado en el cochede la señorita Patterson.

Atravieso las puertas decristal y corro por el senderoasfaltado. Llamo a Max a gritos.Le grito que no se vaya. Ojalápudiera decirle que lo están

engañando, que lo sé porquealgo me lo dice por dentro. Nopuedo explicar cómo lo sé,pero lo sé, y él no se da cuenta,porque él es así, porque losárboles no le dejan ver elbosque, pero, como no haypalabra que pueda decir todoeso, lo único que puedo haceres gritar.

—¡Max!El coche se está yendo, va

hacia la calle entre las dos

hileras de coches aparcados, yno puedo darle alcance. Sé queal volante va la señoritaPatterson porque le he visto lacara al salir de frente. Estáacelerando, como si me hubieravisto por el espejo retrovisor, yno puedo darle alcance. Elcoche llega al final de la hilera,tuerce a la izquierda y se aleja.Sigo corriendo hasta llegar a lacalle. Giro por la acera y corrohasta que el coche desaparece.

Quiero seguir corriendo porqueno sé qué más hacer, pero alfinal me paro.

Max se ha ido.

Capítulo 22

Me siento en el bordillo de laacera y espero. Me da igual queMax se haya dado cuenta deque intentaba seguirles.Esperaré a que vuelva, y luegole diré que nunca más se metaen el coche de la señoritaPatterson. Yo no soy profesor,

pero hasta yo sé que losprofesores no deberían llevarsea los alumnos en el coche enmitad de clase.

Si supiera que Max iba avolver enseguida, no estaría tanpreocupado. Pero estoypreocupado. Y tengo muchasrazones para estarlo.

Hoy la señorita Patterson noha venido al colegio para darclase.

Ha venido al colegio solo

para recoger a Max.Ha aparcado dando marcha

atrás para poder salir a todaprisa.

Había quedado con Max.Max sabía que iba a venir.La señorita Patterson lo

estaba esperando.Al verla, Max ha contenido la

respiración.Nadie los ha visto salir del

colegio.Me gustaría creer que son

imaginaciones mías, queexagero, como esos personajesde la televisión que acusan a suamigo de algo muy grave yluego se dan cuenta de que sehan equivocado. Quizá estoyexagerando, porque Max hasalido del colegio con unamaestra, y aunque vaya contralas normas, sigue siendo unamaestra.

Aunque hoy esa señorita noha venido al colegio para dar

clase, ha venido para recoger aMax. No dejo de pensar en eso.Creo que es lo peor de todo.

Ha sonado una campana. Esla campana que anuncia lasalida al recreo. Llevo más deuna hora sentado en el bordillode la acera. Los compañeros deMax ya han salido al pasillo.Me pregunto si la señorita Goskse habrá dado cuenta de queMax no está. Aunque sea buenamaestra, la mejor de todas, Max

tiene tantas profesoras quepuede que la señora Goskpiense que está con la señoritaRiner, o la señorita Hume o laseñorita McGinn, y puede quela señora Hume y la señoraRiner piensen que está con laseñorita Gosk.

Quizá la señorita Pattersoncontaba con que las demásprofesoras de Max pensaranasí, y por eso decidiera venir apor él hoy.

Ahora todavía estoy máspreocupado.

Es difícil no preocuparse,porque intentar nopreocuparme me recuerda quetendría que estar preocupado. Ycuando estás sentado en elbordillo de una acera,esperando, es difícil olvidar porqué motivo estás ahí sentado.

Cada vez que pasa un coche,que pía un pájaro o suena unacampana, mi preocupación es

más grande. Cada coche, cadapájaro y cada campana merecuerdan que las horas vanpasando. Tengo la impresión deque la espera va a durarsiempre.

Desde que Max se marchó hasonado cuatro veces lacampana, lo que significa quehan pasado ya dos horas. Mepregunto si habrá alguna puertatrasera para entrar en el colegiode la que nadie me haya

hablado nunca. Quizá hayalguna carretera que atraviesa elbosque y va a dar alaparcamiento, y la señoritaPatterson ha traído a Max devuelta por ahí, para que nadielos viera juntos. Mientras estoydudando de si levantarme ybuscar esa entrada trasera oentrar en el colegio a ver si havuelto ya, oigo que llaman aMax por los altavoces. Losaltavoces suenan dentro del

colegio y en el patio, que está alotro lado del edificio, pero aunasí los oigo. Es la directora, laseñora Palmer.

—Se ruega a Max Delaneyque se presente en claseinmediatamente.

Max no ha vuelto. O quizá havuelto y en este momento vahacia el aula de la señoritaGosk. Pienso que deberíaquedarme donde estoy,esperando como he prometido,

pero ahora que la señoraPalmer sabe que Max no está,quizá lo mejor sea entrar yesperar dentro.

Además, quiero saber quéestá pasando.

La señorita Riner y laseñorita Hume están en el aulade la señorita Gosk, con ella.No hay niños dentro. Están enclase de música, creo. Losviernes por la tarde tienenmúsica. Las tres profesoras

parecen preocupadas. Estánmirando fijamente la puerta delaula, y cuando entro en ellatengo la sensación de que memiran a los ojos. Por uninstante, creo que puedenverme.

Entro en el aula. Si pudieraverme en un espejo, si tuvierareflejo, creo que se me vería lamisma cara de preocupaciónque a ellas.

Un segundo después entra la

señora Palmer.—¿Aún no ha aparecido? —

pregunta. También ella parecepreocupada.

—No —contesta la señoritaGosk.

Nunca la he visto tan seria, yeso que solamente ha dicho unapalabra. En cuanto la he oídodecir «no», me he dado cuentade que está preocupadísima,como nunca la había visto hastaahora.

—¿Dónde se puede habermetido? —pregunta la señoritaHume. Otra que estápreocupada.

«Me parece muy bien»,pienso. Deberían estar todospreocupados.

—Bueno, quédense aquí —dice la señora Palmer, y sale delaula.

—¿Y si se ha escapado? —pregunta la señorita Hume.

—Max no es así —contesta la

señorita Gosk.—Pues no creo que esté en el

edificio, Donna —dice laseñorita Hume.

Donna es el nombre de pilade la señorita Gosk. Losalumnos no pueden llamar a lasmaestras por su nombre de pila,pero ellas entre sí puedenllamarse como quieran.

—Max no se marcharía delcolegio así como así —dice laseñorita Gosk, y tiene toda la

razón. Max nunca saldría delcolegio a menos que unaprofesora se lo llevaraengañado, que es justo lo queha ocurrido ahora mismo.

Yo soy el único que sabe loque ha pasado, pero no puedocontárselo a nadie. Al único serhumano que podría contárselosería a Max, pero Max no estáaquí, porque el desaparecido esél.

La voz de la directora vuelve

a sonar por los altavoces:«Se ruega a todo el personal

del colegio que interrumpa unmomento lo que esté haciendopara registrar su zona. Elalumno de la señorita Gosk,Max Delaney, se ha perdido yhay que asegurarse de queencuentre el camino de vuelta asu aula. Si alguien ve a Max,que llame inmediatamente aDirección. Y, Max, si puedesoírme, te ruego que acudas ya

mismo a tu clase. Si estásperdido en algún sitio, da unavoz para que podamoslocalizarte enseguida. Losdemás niños y niñas, que no sepreocupen. El colegio esgrande, y a veces hay niños quese despistan».

«Sí, sí, despistan…», pienso.—Para mí que no está en el

edificio. Creo que deberíamosllamar a la policía —dice laseñorita Hume—. Max no vive

muy lejos. Es posible que sehaya ido andando a su casa.

—Max no saldría del colegioasí como así —insiste laseñorita Gosk.

La directora regresa. Noentiendo cómo puede estar tantranquila.

—He mandado a Eddie y aChris a echar un vistazo en elsótano y abrir todos losarmarios. El personal delcomedor está registrando la

cocina. Y Wendy y Sharon hansalido a buscarlo fuera deledificio.

—Yo creo que se ha ido —dice la señorita Hume—. No sécómo ni por qué, pero no estáen el colegio. Hace yademasiado rato quedesapareció. No estamoshablando de un niñocualquiera, se trata de Max.

—Aún no lo hemoscomprobado —replica la

señora Palmer.—Yo opino igual que ella —

dice la señorita Gosk. Habla envoz más baja. No suena tansegura como momentos antes.Hay pánico en su voz—. Al oírque lo llamaban por megafonía,habría hecho caso.

—¿Crees que ha salido deledificio? —pregunta la señoraPalmer.

—Sí. No sé cómo, pero creoque se ha ido.

Ya os había dicho que laseñorita Gosk era muy lista.

Capítulo 23

Han cerrado todas las puertasdel colegio. Nadie puede entrarni salir sin permiso de lapolicía. Ni siquiera losprofesores. Tampoco ladirectora. Es curioso, porqueyo soy el único que sabe que laseñorita Patterson se ha llevado

a Max, pero también soy elúnico que puede salir delcolegio. Tengo la impresión deque es a mí a quien no deberíandejar salir, pero es al revés.

Pero, aunque sepa lo que leha pasado a Max, aún no séadónde se lo ha llevado laseñorita Patterson, y, aunque losupiera, tampoco sabría quéhacer. No puedo hacer nada.Así que estoy tan bloqueadocomo los demás, que no saben

nada.Lo que sí es posible es que el

más preocupado sea yo.Preocupados lo estamos todos,la señorita Gosk, la señoritaHume y la directora, pero yocreo que estoy más preocupadoque nadie porque sé lo que leha pasado a Max.

Incluso los policías estánpreocupados. Se lanzanmiraditas raras y hablan en vozbaja para que no los oigan ni

las maestras ni la directora.Pero yo los oigo. Puedoponerme a su lado y escuchartodo lo que dicen. Lo que nopuedo hacer es que me oigan amí. Soy el único que podríaayudar a Max, pero nadie puedeoírme.

Cuando entré en este mundo,al principio intentaba que lospadres de Max y los demás meescucharan, porque no sabíaque no podían oírme. Creía que

no me hacían caso.Recuerdo que una noche

Max salió con su madre y yome quedé en casa con su padre.Tuve miedo de salir con Maxporque nunca me había movidode casa, así que me pasé toda lanoche sentado en el sofá con supadre. Venga a gritarle ychillarle. Pensaba que seacabaría hartando de oírme y almenos se volvería para decirmeque me callara. Yo le suplicaba

que me hiciera caso, pero él noapartaba la vista del partido debéisbol que ponían en la tele,como si yo no existiera. Depronto, en mitad de uno de misgritos, se rió. Por un momentopensé que se reía de mí, perodebió de ser por algo que habíadicho el hombre de la tele,porque también él estabariendo. Yo pensaba que eraimposible que el padre de Maxoyera lo que decía el de la tele

con lo que yo estaba gritando, yencima en su oreja. Entoncescomprendí que aparte de Maxnadie más podía oírme.

Después conocí a otrosamigos imaginarios y descubríque ellos sí me oían. Los quepodían, claro, porque no todosson capaces de oír.

Una vez conocí a una amigaimaginaria que era un simplelacito del pelo con dos ojos. Nime di cuenta de que era una

amiga imaginaria hasta queempezó a mirar hacia míparpadeando, como si intentaramandarme una señal. Parecíaun simple lacito en el pelo deuna niña. Un lacito rosa. Poreso supe que era una niña,porque era rosa. Pero no oíanada de lo que yo le decíaporque su amiguita la imaginóasí. Muchos niños se olvidan decrear a sus amigos imaginarioscon orejas, pero normalmente

los imaginan capaces de oír.Pero aquel lacito, no. Solo memiraba, venga a parpadear, y yoparpadeaba de vuelta. Además,tenía miedo. Se lo notaba en lamirada y en la forma deparpadear, pero, por muchoque lo intenté, no pude decirleque no se preocupara. Yo loúnico que podía hacer eraparpadear. Aunque al menosme pareció que todo aquelparpadeo la tranquilizaba un

poco. Que la hacía sentir menossola.

Pero solo un poco.Si yo fuera un lacito sordo

pegado a la cabeza de una niñade preescolar, también sentiríamiedo.

La niña imaginaria con formade lacito rosa desapareció al díasiguiente, y aunque para mí noexistir es lo peor que le puedepasar a alguien, creo que paraaquella niña seguramente fue

un consuelo. Al menos ya notendría que pasar tanto miedo.

La policía cree que Max se haescapado del colegio. Eso es loque están diciendo ahora, depie en un corrillo, susurrando.Creen que la señorita Gosk noles ha dicho la verdad. Piensanque lo más probable es queMax saliera de su clase antes delo que ella dice, y que por eso

no lo han encontrado todavía.—Se le escapó y punto —ha

dicho un policía, y, por el gestoque los demás han hecho con lacabeza, parece que todos estánde acuerdo.

—Si salió a primera hora,quién sabe dónde podría estarya —ha dicho otro policía, ytodos han vuelto a repetir elmismo gesto con la cabeza.

Los policías no son como losniños. Parece que siempre están

de acuerdo.El jefe ha dicho que ha

mandado a unos agentes y aotros voluntarios (que es unaforma como más fina de decirpersonas) a que rastreen elbosque que hay detrás delcolegio y a que vayan por lascalles del barrio en busca deMax. Están llamando a laspuertas de todas las casas parapreguntar si alguien lo ha visto.A mí también se me ha

ocurrido salir a buscarlo, peropor el momento prefieroquedarme en el colegio.Aunque no tenga prohibidosalir, quiero quedarme aquídentro. Esperando a que Maxvuelva. La señorita Pattersonno puede quedárselo parasiempre.

Ojalá la policía descubra quese lo ha llevado ella. No dejo depensar en que los polis de latele ya lo habrían adivinado.

Últimamente estoy viendo amuchos policías. Primero, elque vino a casa después de queTommy Swinden rompiera elcristal de la ventana de Max;luego los que fueron a lagasolinera cuando le pegaron eltiro a Dee, y Sally se quedóbloqueado. Y ahora todos estoshombres y mujeres policías quetienen invadido el colegio. Haypolis por todas partes. Peroninguno es como los que salen

en la tele, y estoy preocupado,porque no parece que sean tanlistos. Los policías que se venen el mundo real son todos unpoco más bajitos, más gordos ymás peludos que los de la tele.A uno le salen los pelos hastapor las orejas. Bueno, a lamujer policía, al menos, no. Elque tiene pelos en las orejas esun poli joven. Los policías quehe visto en la tele no parecentan normales. ¿A quién se

creerán que están engañandolos que hacen la tele?

«¿A quién crees que estásengañando?» Esa es unapregunta típica de la señoritaGosk. Lo dice mucho. Sobretodo a los niños que se portanmal cuando le van con elcuento de que se han dejadoolvidados los deberes en lamesa de la cocina. «¿A quiéncrees que estás engañando,Ethan Woods? Que no nací

ayer.»Me gustaría preguntarle a la

señorita Patterson a quién creeque está engañando, peroparece ser que a todo el mundo.

A la señora Palmer no le hagustado que la policía cerraralas puertas del colegio. He oídoque se lo decía a la señoritaSimpson cuando los agenteshan terminado de registrar eledificio. La señora Palmer creeque Max se ha escapado, y no

entiende por qué tienen quecerrar las puertas del colegiotanto tiempo. Ya han registradotodas y cada una de las aulas,todos los armarios e incluso elsótano, así que ya saben queMax no está aquí. Yo creo quelo hacen por si acaso. El jefe depolicía ha dicho que, si hadesaparecido un niño, podríaocurrirle lo mismo a otros.

—Puede que se lo llevaraalguien —le ha dicho a la

señora Palmer cuando ladirectora ha ido a quejarse—.Si así fuera, alguien del colegiopodría saber algo.

Yo no creo que ese hombrecrea de verdad que alguien seha llevado a Max. Lo ha dichosolo por si acaso. Está jugandoal por si acaso. Por eso está tanenfadada la señora Palmer. Ellano cree en esa posibilidad. Ellacree que Max ha salido a dar unpaseo y no ha vuelto todavía. Y

el jefe de policía también locree así.

No puedo dejar de pensarque cada minuto que esosagentes pasan registrando elsótano, el bosque, y llamando alas puertas del barrio, es otrominuto perdido.

No creo que Max hayamuerto. Ni siquiera sé por quése me viene esa idea a lacabeza, porque no creo quehaya pasado eso. Creo que Max

está sano y salvo en algún sitio.Seguro que está sentado en elasiento de atrás del coche de laseñorita Patterson con lamochila azul aquella. Quieropensar que está bien, pero nodejo de pensar en que no estámuerto. Ojalá pudiera dejar depensar en que no está muerto ycentrarme solo en que estávivo.

Pero si Max estuvieramuerto, ¿podría saberlo yo

algún día? ¿O simplementeharía puf sin enterarme siquierade lo que me había ocurrido?Durante todo el rato estoyconteniendo la respiración,como si fuera a hacer puf encualquier momento, pero, sifuera a hacer puf, no podríasaberlo. Haría puf y punto. Unsegundo existiría y al siguiente,adiós. O sea que es una tonteríaestar esperando a que eso vayaa pasar. Pero no puedo evitarlo.

Sigo confiando en que laseñorita Patterson tuviera unbuen motivo para llevarse aMax. A lo mejor salieron acomprar un helado y seperdieron, o se llevó a Max ahacer una visita escolar y seolvidó de informar a la señoritaGosk, o a lo mejor queríapresentarle a su madre. Puedeque vuelvan en cualquiermomento.

Aunque, la verdad, no creo

que ayer la señorita Pattersonestuviera hablando por teléfonocon su madre.

Ni siquiera creo que tengamadre.

Me pregunto si la madre deMax estará enterada ya de loocurrido. Y su padre. Esprobable. Puede que esténrastreando el bosque en estemomento.

La señora Palmer entra en elaula de la señorita Gosk. La

maestra está leyendo otra vezCharlie y la fábrica dechocolate a sus alumnos, uncuento que a mí normalmenteme encanta, pero hoy Max se loestá perdiendo y a él le gustamucho escuchar a la señoritaGosk. Encima, Veruca Salt, unade las protagonistas del cuento,acaba de desaparecer por unconducto para la basura, y nome parece que sea el momentomás adecuado para que la

señorita Gosk lea historias deniños que desaparecen.

La señorita Gosk deja de leery mira a la directora.

—¿Podría hablar con susalumnos un momento? —pregunta la señora Palmer.

La señorita Gosk dice que sí,pero se le levantan las cejas, loque quiere decir que estáconfundida.

—Niños y niñas, estoysegura de que nos habéis oído

llamar a Max Delaney hace unrato para que acudiera a midespacho. Y ya sabéis que noshan cerrado las puertas delcolegio. Seguro que tenéismuchas preguntas que hacer.Pero no os preocupéis, lo únicoque pretendemos es localizar aMax. Pensamos que puedehaber salido del colegio o quequizá viniera alguien arecogerlo antes de hora y seolvidara de comunicárnoslo.

Eso es todo. En cualquier caso,si alguno tiene idea de dóndepuede haber ido, me gustaríaque me lo dijera. ¿Os ha dichoalgo a alguno de vosotros?¿Que tuviera que salir delcolegio antes de hora, porejemplo?

La señorita Gosk ya ha hechoesa pregunta a sus alumnosantes, cuando los niños vieronlos coches patrulla en el colegioy la directora pidió a los

maestros que «pusieran enmarcha el protocolo de cierrede puertas hasta nuevo aviso».

Briana levanta la mano.—Max va muchos días a

Educación Especial. A lo mejorhoy se ha perdido por elcamino.

—Gracias, Briana —dice laseñora Palmer—. Ahora mismoestán registrando por esa zona.

—¿Por qué ha venido lapolicía?

Eso lo ha preguntado Eric,pero sin levantar la mano.Nunca la levanta.

—Han venido a ayudarnos aencontrar a Max —dice laseñora Palmer—. Son expertosen encontrar a niños perdidos.Estoy segura de que Maxpronto aparecerá. Pero ¿os hadicho algo a alguno de vosotroshoy? Cualquier cosa.

Los niños dicen que no conla cabeza. Nadie ha oído a Max

decir nada porque nadie hablacon Max.

—Está bien. Gracias, niños yniñas —dice la directora—.Señorita Gosk, ¿podría hablarcon usted un momento?

La maestra deja el libro sobrela mesa y sale al pasillo a hablarcon la señora Palmer.

Voy tras ellas.—¿Seguro que no te

comentó nada? —pregunta laseñora Palmer.

—Seguro —dice la señoritaGosk. Parece molesta. Yotambién lo estaría. El jefe depolicía ya le ha preguntado dosveces lo mismo.

—Y sobre la hora en que hasalido de clase, ¿estás segura?

—Segurísima —responde laseñorita Gosk, más molestaaún.

—Está bien. Si se les ocurrealgo a los niños, házmelo saber.Voy a ver si consigo que abran

las puertas del colegio.Tenemos ya a unos cuantospadres esperando en la callepara recoger a sus hijos.

—¿Ha corrido la noticia? —pregunta la señorita Gosk.

—La policía lleva dos horasllamando a las puertas delvecindario, y el AMPA se haencargado de coordinar a losvoluntarios que rastrean elbarrio. Han decretado AlarmaAmarilla. Además, ya tenemos

una unidad móvil de televisiónen la calle. Y seguro quevendrán más antes de las seis.

—Vaya —dice la señoritaGosk, pero ya suena muchomenos molesta. Como una niñaa la que acabaran de castigar.

Es nuevo en ella. Parece queestá asustada y confusa, y esome asusta a mí.

La señora Palmer se da lavuelta y la señorita Gosk sequeda de pie en la puerta. Sigo

a la señora Palmer. Quiero oírlo que le dice al jefe de policía,no me apetece saber lo que lepasa a la desagradable deVeruca Salt.

Por mala que sea, no mehace ninguna gracia saber nadamás de niños desaparecidos.

Justo cuando la señoraPalmer cruza el vestíbulo y va agirar hacia su despacho, se abreuna de las puertas de entrada alcolegio. El policía que hace

guardia en la entrada sujeta lapuerta abierta.

Y veo que entra la señoritaPatterson.

Me quedo petrificado.No me lo puedo creer. La

señorita Patterson está entrandoen el colegio. Espero a que Maxentre detrás de ella, pero elpolicía cierra la puerta.

Ni rastro de Max.

Capítulo 24

—Karen, ya me he enteradode la noticia, no me lo puedocreer —dice la señoritaPatterson—. ¿Qué puede haberocurrido?

Las dos se abrazan en mitaddel vestíbulo.

La señora Palmer está

abrazando a la señoritaPatterson, pero Max no estáaquí.

He pensado en salircorriendo hacia el coche de laseñorita Patterson y ver si Maxseguía sentado allí detrás, perohe decidido no hacerlo. Laseñorita Patterson acaba dedecir que no puede creer queMax haya desaparecido, y,puesto que es ella quien lo hahecho desaparecer, sé que

miente. Max no está ya en elasiento trasero de ese coche.

Por un instante, he pensadoque podía estar muerto, y latristeza me ha invadido todo elcuerpo. He pensado quetambién yo podía estar muerto.Pero luego me he acordado deque estoy aquí todavía, así queMax tiene que estar vivo.

El caso es que si Maxestuviera muerto (que no loestá) y yo siguiera vivo, eso

significaría que yo no voy adesaparecer cuando Max muerao deje de creer en mí.

No quiero que Max estémuerto, y no creo que lo esté(porque no lo está), pero, siestuviera muerto, querría deciralgo. Sería lo más triste delmundo, pero también querríadecir algo. Algo importantepara mí. No quiero decir quedesee que Max esté muerto,porque no lo deseo y porque

no lo está. Pero si pudiera darseel caso de que él estuvieramuerto y yo siguiera existiendo,sería importante saberlo.

Creo que pienso tanto en quepuede estar muerto porque veodemasiada televisión.

La señorita Patterson y ladirectora dejan de abrazarsejusto en el momento en que eljefe de policía dobla la esquina.Han estado abrazadas durantebastante rato. Parece que ahora

tienen buena relación, aunqueno la tenían antes de que Maxdesapareciera. Y me parece quela señora Palmer se ha olvidadopor completo del«malditosindicato». Viéndolasahí, de pie en mitad delvestíbulo, parecen buenasamigas. Hermanas casi.

—¿Ruth Patterson? —pregunta el jefe de policía.

La verdad es que no sé si esel jefe de policía, pero al menos

es el que manda aquí hoy, ytiene una barriga enorme, asíque parece que lo sea. Se llamaBob Norton, un nombre que nosuena a policía de la tele. Por elnombre, no me parece que vayaa encontrar a Max.

La señora Patterson se vuelvehacia él.

—Sí, soy yo.—¿Podría hablar con usted

en el despacho de la señoraPalmer?

—Por supuesto.La señorita Patterson parece

preocupada. Él seguramentecree que es por Max, pero yocreo que lo que le preocupa esque la pillen. Quizá estáintentando disimular, y por esohace como que está preocupadapor la desaparición de Max.

La señorita Patterson y laseñora Palmer se sientan una allado de la otra en un sofá deldespacho, y el jefe de policía se

sienta en el otro sofá, al otrolado de la mesita de centro.Tiene un bloc de color amarillosobre las rodillas y un bolígrafoen la mano.

Me siento a su lado. Aunqueél no lo sepa, estoy en subando.

—Señora Patterson —le dice—. Si no me equivoco, usted esmaestra de apoyo de MaxDelaney.

—Sí. Paso mucho tiempo

con Max. Pero tengo otrosalumnos.

—¿No pasa todo el día conél? —pregunta el policía.

—No. Max es un niñointeligente. No necesita de miayuda todo el día.

La directora asiente a todo.Nunca la he visto tan deacuerdo con la señoritaPatterson.

—¿Podría decirme por quéno se ha presentado usted hoy

al trabajo? —le pregunta elpolicía.

—Tenía cita con el médico.Dos citas, de hecho.

—¿Dónde era la cita?—La primera en esta misma

calle, un poco más abajo —responde la señorita Patterson,apuntando hacia la entrada delcolegio—. En el ambulatorio.Hay una unidad de fisioterapiaen el edificio. Tenía sesión conel fisioterapeuta por un

problema en el hombro. Yluego tenía otra cita médica enla avenida Farmington. Allíestaba cuando Nancy me hallamado.

—La señora Palmer dice quefalta usted mucho al trabajo,especialmente los viernes. ¿Sedebe a esas sesiones defisioterapia?

La señorita Patterson mira ala señora Palmer un segundo yluego se vuelve al jefe de

policía con una sonrisa.Se ha llevado a Max y está

sentada delante de un jefe depolicía, sonriendo.

—Sí —responde—. Bueno, aveces falto porque estoyenferma y a veces porque tengocita con el médico. —Calla unmomento, respira hondo yluego dice—: No se lo habíacontado a nadie, pero padezcode lupus, y en los dos últimosaños la enfermedad me está

causando bastantes trastornos.Hay semanas en que se me hacemuy cuesta arriba venir atrabajar cada día.

La señora Palmer la miraasombrada.

—Ruth, no sabía nada —ledice.

La directora lleva una manoal hombro de la señoritaPatterson. Es lo mismo queharía la madre de Max paraconsolar a su hijo, si él la dejara

tocarlo. No me puedo creer quela directora le haga un gesto asía la señorita Patterson. Maxdesaparece y la señoritaPatterson dice que tiene unacosa que se llama lupus y depronto la señora Palmer sepone a abrazarla y a darlepalmaditas en el hombro.

—No importa —le dice laseñorita Patterson a la directora—. No quería preocupar anadie.

—¿Sabe algo que pudieraayudarnos a localizar a Max? —pregunta el jefe de policía.Suena un poco irritado, y yome alegro.

—Pues no se me ocurre nada—contesta ella—. Max nuncase había escapado, perotambién es verdad que es unniño curioso, y pregunta muchopor el bosque. Aunque no melo imagino internándose allí élsolo.

—¿Por qué dice que nuncase había escapado? —preguntael jefe de policía.

Esta vez es la señora Palmerquien contesta.

—Hay niños de EducaciónEspecial que tienen tendencia aescaparse del colegio. Siconsiguen llegar a la puerta, aveces salen corriendo a la calle.Pero Max no es uno de ellos.

—¿Max nunca ha intentadoescapar? —pregunta el jefe de

policía.—No —contesta la señorita

Patterson—. Nunca.Es increíble lo tranquila que

está. Quizá el lupus es unaenfermedad que ayuda a mentirbien.

El jefe de policía baja la vistaa su bloc amarillo. Carraspea.No sé por qué, pero estoyconvencido de que va a hacerpreguntas más importantes.Más complicadas.

—Se supone que Max hoydebía ir de la clase de laprofesora Gosk a EducaciónEspecial, pero no acudió.¿Suele hacer solo ese trayecto?

—A veces —responde laseñorita Patterson, pero no esverdad: yo voy siempre con él—. Cuando estoy en el colegio,lo recojo yo, pero no necesitaque lo acompañen.

—Nuestra intención es queMax adquiera más autonomía

—dice la señora Palmer—. Y aveces, aunque Ruth no esté, lodejamos moverse solo por elrecinto.

—Pero todos los viernestengo cita con él en EducaciónEspecial —dice la señoritaPatterson—, así que lo normales que lo acompañe yo,aprovechando que tambiéntengo que ir hasta allí.

—¿Cree que es posible queMax saliera antes de tiempo de

la clase de la señorita Gosk?—Puede ser —contesta la

señorita Patterson—. Max nosabe leer los relojes analógicos.¿Donna lo envió allí a su hora?

—Eso dice —contesta el jefede policía—. Pero me preguntosi podría haberlo enviado haciaallí antes de tiempo por error, osi Max podría haber salido delaula sin avisar o sin que ella sediera cuenta.

—Es posible.

—¡Mentirosa! —grito en vozalta, sin poder evitarlo. Laseñorita Gosk nunca mandafuera a los niños antes de hora.En todo caso olvida decirlesque ha llegado la hora de irse.Está demasiado entretenidaleyendo o dando clase. Y Maxnunca saldría del aula sinpermiso. Nunca jamás.

Cuanto más miente laseñorita Patterson, más miedome entra. Mentir se le da muy

pero que muy bien.—¿Y qué me dicen de los

padres de Max? —pregunta eljefe de policía—. ¿Creen quehay algo que debería sabersobre ellos?

—¿A qué se refiere?—¿Son buenos padres? ¿Hay

buena relación entre ellos?¿Traen a Max al colegio conpuntualidad? ¿Tienen laimpresión de que es un niñobien cuidado? Esas cosas.

—No lo entiendo —dice laseñorita Patterson—. ¿Insinúaque sus padres pueden haberlehecho algo? Yo pensaba queMax había venido hoy alcolegio.

—Sí ha venido al colegio, ylo más probable es que hayasalido a dar un paseosimplemente y que regrese encualquier momento, o que estécolumpiándose en algún jardín,o quizá escondido en el bosque.

Pero, en el supuesto de que nohubiera salido a dar un paseo,eso significaría que alguien selo ha llevado, y en esos casos lapersona suele ser un conocidodel niño. Un familiar la mayoríade las veces. ¿Saben de alguienque pudiera desear llevarse aMax? ¿Podrían estar implicadoslos padres?

La señorita Patterson noresponde a esa pregunta con lamisma rapidez que a las otras, y

el jefe de policía se da cuenta.Se inclina hacia delante almismo tiempo que yo. Cree queestá a punto de oír algoimportante, y yo también. Soloque él cree que se trata deinformación de peso.

Y yo creo que lo que estoy apunto de oír es una mentira depeso.

—Nunca me ha parecido deltodo apropiado que Maxestuviera en este colegio.

La señorita Patterson hablacomo si levantara una pesadamochila del suelo. Sus palabrassuenan pesadas y ligeras almismo tiempo.

—Max es un niño muysensible y no tiene amigos. Devez en cuando los niños semeten con él. Y él a veces seconfunde y reacciona de formapeligrosa. Sale corriendodelante de un autocar escolar ose olvida de que es alérgico a

ciertos frutos secos. Si yo fuerasu madre, no sé si lo llevaría auna escuela pública. Me parecedemasiado peligroso. Me cuestapensar que un buen padrellevara a Max a este colegio. —La señorita Patterson hace unapausa. Se mira los zapatos. Nocreo que sea consciente de loque acaba de decir, porquecuando levanta la mirada,parece sorprendida deencontrarse ante el jefe de

policía—. Aunque no creo quesus padres hicieran algo quepudiera perjudicarle.

Lo ha dicho con demasiadarapidez, para mi gusto.

A la señorita Patterson no legustan los padres de Max.Antes no lo sabía, pero ahorasí. Y no creo que ella quisieraque yo lo supiera.

—Pero ¿no hay nada enparticular sobre esos padresque le parezca preocupante? —

le pregunta el jefe de policía—.Aparte de que hayan inscrito aMax a una escuela pública,quiero decir.

La señorita Patterson sequeda pensando un momentoantes de responder.

—No.El policía le pregunta

seguidamente sobre las demásprofesoras de EducaciónEspecial, sobre los compañerosde Max y todas las personas

que tienen trato con él a diario,que no son muchas. Ella diceque no se imagina a nadie delcolegio llevándose a Max.

El policía dice que sí a todocon la cabeza.

—Quisiera que hiciera eltrayecto que Max suele tomarpara ir a Educación Especialacompañada de uno de misagentes, por si ve algo que lellama la atención. Y, si esosucede, luego vienen a

informarme. Mi agente tomarátambién nota de sus datospersonales para que podamoscomunicarnos con usted encaso de ser necesario, y le haráalgunas preguntas sobre todaslas demás personas que ustedsepa que están en contacto conMax a diario. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —dice laseñorita Patterson—. ¿Leimporta si después deresponder a esas preguntas me

voy a mi casa? Aunque sea soloun rato. Me gustaría descansarun poco, porque la fisioterapiay la visita al médico me handejado muy cansada. Pero, siprefiere que no salga delcolegio, puedo echarme un ratoen el sofá de la sala deprofesores.

—No, no se preocupe. Encaso de que surja algo, ya nospondremos en contacto conusted. Si Max no ha aparecido

antes de que se ponga el sol, talvez necesitemos hablar conusted de nuevo. Nunca se sabequé información puede sernecesaria.

—Haré todo cuanto que estéen mis manos por ayudarles —dice la señorita Patterson. Va alevantarse del sofá, pero depronto se para—. Creen que loencontrarán, ¿verdad?

—Eso espero —contesta eljefe de policía—. Como le

decía, es muy probable quedentro de una hora lo tengamosaquí de vuelta, que estéjugando en el jardín de algúnvecino. En fin, que sí, creo quelo encontraremos.

Yo sí sé que lo voy aencontrar.

Me voy a casa de la señoritaPatterson.

Capítulo 25

Los padres de Max estánesperando detrás del mostradorde secretaría. Soy el primero enverlos porque soy el primero ensalir del despacho de ladirectora. Luego los ve laseñorita Patterson, pero no creoque los reconozca. Ni que los

haya visto nunca. Les harobado a su hijo, ha dicho a lapolicía que son malos padres yni siquiera es capaz de saberque son ellos. Creo que lospadres de Max tampoco laconocen a ella. De nombre, sí,pero es la primera vez que seven cara a cara. Normalmente,hablan con la señorita McGinn,la señorita Riner o la señoritaGosk.

Pero con la señorita

Patterson, no. Nunca con unamaestra de apoyo.

La señorita Patterson no separa a hablar con ellos. Salepor una puerta lateral a laizquierda, donde hay un policíaesperándola. Es un hombremayor, con una mancha marrónen el cuello, y no tiene aspectode ser capaz de detener al malode la película aunque fuera laseñorita Patterson, que lo es.

La directora sale entonces de

su despacho y ve a los padresde Max.

—Señores Delaney —saluda,como sorprendida.

La directora va hacia elmostrador de secretaría y abrela puerta batiente que separa elespacio donde espera la gentenormal de la zona del personaldel colegio.

—Pasen, por favor —lesdice.

La madre de Max

normalmente es la que mandaen casa, pero en este momentono parece que mande en nada.Le tiemblan las manos y tiene lacara pálida. Es como si noestuviera viva, como unamuñeca. Ya sé que suena tonto,pero parece que hasta los rizosdel pelo se le han desrizado. Nose la ve tan espabilada comosiempre. Creo que tiene miedo.Y también hambre. Hambre denoticias, supongo.

Hoy es el padre de Max elque manda. Lleva a la mamá deMax abrazada, y mira alrededorcomo la señorita Gosk cuandopasa lista en clase.Comprobando quién está yquién no.

Los padres de Max dejan aun lado el mostrador y vanhacia el despacho de la señoraPalmer, aunque no creo que lamamá de Max pudiera dar unpaso sin la ayuda de su marido.

—¿Se sabe algo ya? —pregunta el padre de Max antesde llegar al despacho.

No solo está haciendo dejefe, sino que suena como unjefe. Suelta las palabras como sifueran dardos. Dardos que vandirectos a la señora Palmer, y senota que están cargados. No esuna pregunta sin más. Estágritando a la señora Palmer porhaber perdido a Max, aunqueno se haya oído ningún grito y

lo único que haya hecho seapreguntarle si se sabe algo.

—Entremos en mi despacho—dice la directora—. El señorNorton está esperando y podráresponder a sus preguntas.

—El señor Norton no estabaaquí cuando ha desaparecidoMax —dice él.

Más dardos. Dardos afilados.—Pasen dentro, por favor —

dice la señora Palmer.Entramos todos en el

despacho de la directora. Lospadres de Max se sientan en elsofá donde unos minutos antesestaban sentadas la señoritaPatterson y la señora Palmer.Ojalá pudiera decirles queacaban de sentarse en el mismositio donde minutos atrás estabasentada la persona que hasecuestrado a Max.

La directora va hacia el sofádonde el jefe de policía siguesentado. Yo no tengo sitio, así

que me quedo de pie al lado delos padres de Max. Aunqueaquí no existan bandos, porqueel malo de la película no está enla habitación como antes, sientocomo si los hubiera, y algo medice que debo ponerme al ladode los padres de Max.

El jefe de policía se levantapara estrecharles la mano a lospadres de Max. Se presenta y acontinuación todos se sientanmenos yo.

—Señores Delaney, soy elresponsable de la búsqueda desu hijo. Si me permiten, lescontaré lo que sabemos hasta elmomento.

La madre de Max dice que sícon la cabeza, pero el padre deMax, no. Se queda quieto. Creoque lo hace adrede. Si semoviera, aunque fuera solo ungesto con la cabeza, ya nohabría más bandos en la sala.Todos estarían en el mismo

bando. Serían un equipo.El papá de Max no mueve un

pelo.El jefe de policía les cuenta

que se ha registrado todo elrecinto y que unas cuantaspersonas están rastreando elbarrio. Dice que «parten delsupuesto» de que Max se haescapado del colegio y notardará en aparecer, pero a míme suena que eso es lo que élquiere que haya pasado, porque

si no, no sabría qué hacer.—Max nunca se había

escapado —dice el padre deMax.

—No —dice el jefe depolicía—. Pero sus profesorascreen que es una posibilidad, yde todas las hipótesis es la másprobable.

—¿Qué hipótesis? —pregunta el padre de Max.

—¿Disculpe? —dice el jefede policía.

—¿A qué otras hipótesis serefiere?

El jefe de policía se quedapensando un momento.Cuando contesta, piensa muchosus palabras.

—Bueno, es mucho másprobable que se haya escapadode la escuela que no que lohayan secuestrado.

Al oír la palabra«secuestrado», la madre de Maxdeja escapar un leve sollozo.

—No pretendo asustarla,señora Delaney. Como lesdecía, estoy esperando quesuene el teléfono en cualquiermomento anunciando que hanencontrado a Max jugando enalgún jardín o perdido entre laarboleda de algún vecino. Pero,si no conseguimos localizarle,habrá que tener en cuenta laposibilidad de que alguien se lohaya llevado. Ya hemostomado medidas preliminares

por si así fuera. Estamosexplorando ambasposibilidades simultáneamente,por si acaso.

—¿Es posible que seescapara y alguien aprovecharapara llevárselo?

Es la señora Palmer quien hahecho esa pregunta, y noto porla expresión de su cara y la deljefe de policía que ambosdesearían que no la hubierahecho. Al menos delante de los

padres de Max. La señoraPalmer mira a la mamá de Max,que parece a punto de echarse allorar.

—Lo siento —le dice—. Noquería asustarla.

—Es poco probable —dice eljefe de policía—. Sería muchacoincidencia que Max hubieradecidido escapar justo en elmomento en que esesecuestrador pasara por delantede la escuela. Pero se están

investigando todas las opcionesposibles, e interrogando a todoel personal del colegio quesuele tratar con Max, eintentando averiguar si haestado en contacto con algúndesconocido últimamente.

—¿Por qué se le dejó solo?—pregunta la madre de Max.

Buena pregunta. Unapregunta dardo que deberíahabérsele clavado a la directoraentre los ojos. Pero no, la

pregunta suena como un dulcede gelatina. No tiene fuerza.Hasta la madre de Max parecegelatina. Toda temblona y sinfuerza.

—Su maestra de apoyo noestaba en el centro, pero no erala primera vez que Max iba soloa Educación Especial —dice laseñora Palmer—. De hecho,uno de los objetivos de suescolarización es conseguir quesea más autónomo a la hora de

desplazarse por el recinto yseguir un horario, de modo queno es nada raro que fuera delaula a Educación Especial solo.

—¿Ustedes creen que ese fueel momento en quedesapareció? —pregunta elpadre de Max—. ¿Mientras ibade su clase a EducaciónEspecial?

—Sí —dice enseguida el jefede policía. Creo que no quiereque la señora Palmer diga nada,

por eso salta cada vez que hayun hueco en la conversaciónque ella pudiera aprovecharpara decir algo—. Max fuevisto por última vez en su clasehabitual. Nunca llegó aEducación Especial, pero, comohoy su maestra de apoyo noestaba en el centro, losmonitores no advirtieron suausencia, porque, cuando estáallí, trabaja con ella. Y suprofesora, la señorita Gosk,

daba por sentado que su hijoestaba en Educación Especial,de manera que puede que Maxllevara fuera dos horas antes deque se le echara en falta.

El padre de Max se pasa lamano por el pelo. Es lo quesuele hacer cuando no quieredecir algo malo. Lo hacemucho cuando discute con lamadre de Max. Normalmente,un poco antes de dar unportazo y salir de casa.

—Desearíamos que nosproporcionaran ciertainformación —dice el jefe depolicía—. Nombres depersonas con las que Max tratahabitualmente. Cualquierpersona nueva que hayaaparecido en su vida. Su rutinadiaria. Cualquier dato médicoque debiéramos conocer.

—Acaba de decir que iban adar con él enseguida —dice lamadre de Max.

—Sí, lo sé, y sigo pensandoasí. Tenemos a más dedoscientas personas rastreandola zona en este momento, y losmedios de comunicación estándando a conocer la noticia.

El jefe de policía va a deciralgo más, pero en ese momentollaman a la puerta y una mujerpolicía asoma la cabeza.

—La señorita Pattersonquerría irse a casa si no lanecesita.

—¿Nada nuevo durante eltrayecto? —pregunta el jefe depolicía.

—No.—¿Tenemos sus datos

personales?—Sí.—Bien, entonces puede irse

—dice el jefe de policía.—¡Está dejando escapar al

culpable! —exclamo a voz engrito, pero nadie me oye.

Es como cuando el padre de

Max o Sally se ponen a gritarante la pantalla al ver que eldetective está cometiendo elerror de dejar escapar al malode la película, con la diferenciade que en las películas a losmalos normalmente los pillan.Esto es el mundo real, y nocreo que aquí funcione esamisma regla. En el mundo reallos malos como TommySwinden y la señorita Pattersona veces se salen con la suya.

Max solo me tiene a mí, perono le sirvo para nada.

—Bien, le diré que se vaya asu casa entonces —dice lamujer policía.

Eso significa que es hora deque yo me vaya también,aunque en el fondo desearíaquedarme con la mamá de Max.La única forma de ayudarla esayudarlo a él, pero no meparece bien dejarla aquí. Parecetan frágil… Como si solo una

parte de ella estuviera aquí.Pero tengo que encontrar a

mi amigo.Atravieso la puerta del

despacho y vuelvo a entrar ensecretaría. No veo a la señoritaPatterson. La mujer policía queha venido a decirle al señorNorton que la señora Pattersonquería marcharse está hablandopor teléfono. Está sentada alescritorio donde normalmentese sienta la secretaria. No sé

dónde estará la señoritaPatterson, pero sé donde dejanormalmente aparcado elcoche, y me preocupa que estéya yendo hacia allí, así queecho a correr en dirección alaparcamiento cuando oigo a lamujer policía decir:

—Dígale que puedemarcharse. Pero que tiene quedejar el móvil conectado por sinecesitáramos ponernos encontacto con ella.

Se lo está diciendo a alguienal otro lado del teléfono.

Bien. Eso quiere decir que laseñorita Patterson todavía no seha ido.

De todos modos, me gustaríaestar dentro de su coche antesde que ella llegue, así que echoa correr.

Una vez conocí a un amigoimaginario que era capaz deaparecer donde quisiera,siempre que fuera un lugar

donde hubiera estado antes. Envez de ir andando a los sitios,se esfumaba y aparecía depronto en otro lado. A mí meparecía un don fantástico,porque era como dejar deexistir un segundo para volvera existir al segundo después. Lepregunté qué se sentía al dejarde existir, porque me interesabasaber si dolía, pero no entendióla pregunta.

—Es que yo no dejo de

existir —dijo—. Solo salto deun sitio a otro.

—Pero ¿qué sientes duranteel segundo que pasa entre elmomento en que dejas deexistir y apareces de nuevo?

—No siento nada. Solo tengoque parpadear y ya estoy enotro sitio distinto.

—Pero ¿qué se siente cuandoel cuerpo desaparece del lugardonde estaba antes?

—Nada.

Noté que lo estaba poniendonervioso y no seguípreguntando. A mí me daba unpoco de envidia aquel don,pero por otro lado el pobre noabultaba más que una Barbie ytenía los ojos azules. Peroazules del todo. Sin nada deblanco. Era como si mirara através de unas gafas de sol azuloscuro, o sea que el pobreapenas veía, sobre todo siestaba nublado o la maestra

apagaba las luces de la clasepara poner una película.Además, no le habían puestonombre, lo cual no es tanextraño entre amigosimaginarios, pero no deja de serun poco triste. Ya no está eneste mundo. Dejó de existirdurante las vacaciones deNavidad, cuando Max estabatodavía en preescolar.

Ojalá ahora mismo yopudiera aparecer de repente en

otro sitio. Pero no, voycorriendo por los pasillos,siguiendo el mismo camino quehice con Max esta mañanacuando la señorita Patterson selo llevó. Hasta que llego a lasmismas puertas dobles decristal por las que salió Max.

El coche de la señoritaPatterson no está en elaparcamiento. Recorro muyrápido la hilera de coches una yotra vez, pero no lo veo.

Solamente hay una salida alaparcamiento, y un solovestíbulo, y solo unas puertasde cristal; además, sé que laseñorita Patterson no puedehaber llegado antes que yo,porque he venido corriendohasta aquí, cosa que la señoritaPatterson no habría podidohacer sin llamar la atención.

De pronto caigo: tiene doscoches. Esta vez ha venido alcolegio con un coche distinto.

Uno en el que dentro no hayamochila azul ni ninguna pruebade que Max hubiera estado allí.Ni pelos, ni barro de laszapatillas, ni huellas dactilares.Ninguna de esas cosas que loscientíficos podrían utilizar parademostrar que Max habíaestado sentado en el asiento deatrás de ese coche. Seguro queeso es lo que ha hecho: havenido al colegio en un cochedistinto por si a la policía le

daba por registrarlo. Sería muyastuto por su parte, y tengo laimpresión de que la señoritaPatterson es la persona máslista que he conocido en mivida. Seguro que en cualquiermomento sale por esas puertasde cristal y se mete en un cochedistinto. Uno que nunca hevisto antes. Puede que el quetengo delante ahora mismo.

Miro alrededor por sidescubro algún coche nuevo en

el aparcamiento. Uno que nohaya visto antes. Y de repentelo veo. Veo el coche de laseñorita Patterson, pero no unonuevo, sino el de siempre. Elcoche donde está la mochilaazul, el pelo de Max y el barrode sus zapatillas. Está aparcadoen la glorieta que hay frente alcolegio. La glorieta que estádentro del recinto, frente a laspuertas de cristal por las que seentra al colegio, aunque está

prohibido aparcar allí enhorario escolar. Lo sé porque aveces oigo la voz de la señoraPalmer por los altavocesrogando a la persona que haaparcado en la glorieta quesaque el coche de allí«inmediatamente». Por el modoen que dice «inmediatamente»,se entiende que está enfadada.Podría decir simplemente:«Hagan el favor de sacar esecoche de la glorieta. Y que

sepan que me molesta queaparquen ahí», pero no, dice«inmediatamente», que suenamás suave y no tan suave almismo tiempo.

Aunque siempre suele seralgún padre o maestro de apoyoel que aparca en la glorieta,porque el personal del colegiosabe que está prohibido. Laseñorita Patterson tambiéndebería saberlo. Pero entonces,¿por qué habrá aparcado allí?

En la glorieta también haycoches de la policía, pero ellostienen permiso para saltarse lasreglas.

Ahora me doy cuenta de quelos padres de Max también hanaparcado en la glorieta. Sucoche está detrás del de laseñorita Patterson, pero no, yano, porque el coche de laseñorita Patterson se estámoviendo en este momento.Está dando la vuelta por la

parte de atrás de la glorieta endirección a la calle.

Echo a correr. Corro todo lorápido que puedo, que es sololo rápido que Max imaginó quepudiera correr, y no es mucho.Me gustaría gritar «¡Pare!¡Quieta ahí! ¡Está prohibidoaparcar en la glorieta!». Peroella no me oiría, porque llevalas ventanillas cerradas y yaestá muy lejos y porque soy unser imaginario, y solo otros

amigos imaginarios, además deese amigo mío que ella hasecuestrado, pueden oírme.

Cruzo sin mirar a los doslados y sin utilizar el paso depeatones, y corro por el jardíndelantero del colegio endirección al otro extremo de laglorieta, pero la señoritaPatterson ya está saliendo a lacalle y gira a la derecha. Ojalápudiera aparecer en otro sitiocomo por arte de magia. Cierro

los ojos e intento imaginar elasiento trasero del coche de laseñora Patterson, con lamochila azul, el pelo de Max yel barro de sus zapatillas, pero,cuando abro los ojos unsegundo más tarde, sigocorriendo por el jardín delcolegio y el coche de la señoritaPatterson desaparece ya cuestaabajo en una curva.

Aflojo la marcha y al finalme detengo. Estoy en mitad del

jardín delantero del colegio,bajo dos árboles. Alrededorcaen hojas amarillas y rojas.

He perdido a Max.Otra vez.

Capítulo 26

El jefe de policía les ha dicho alos padres de Max que no haperdido la esperanza deencontrar a su hijo en el barrio,pero que ha decidido «orientarla investigación en unadirección distinta».

Eso significa que ya no

piensa que Max se hayaescapado.

Ha enviado a los padres deMax a la sala de profesores conuna mujer policía para que leshaga otra serie de preguntas.Luego le ha dicho al agente dela mancha marrón en el cuelloque telefoneara a Burger King yAetna, y verificara que lospadres de Max estaban en susrespectivos lugares de trabajoen el momento de la

desaparición de Max. Quiereasegurarse de que no hayansido sus mismos padres quienesse lo hayan llevado. No mesorprende. La policía siempreinvestiga primero a los padres.

En televisión parece que losmalos siempre son ellos.

Al rato, la mujer policíavuelve al despacho de ladirectora y le dice al señorNorton que tanto el padre comola madre de Max estaban

trabajando «a plena vista», loque quiere decir que nopudieron venir al colegio en elcoche para llevarse a Max yluego regresar sin que nadie sediera cuenta de que habíansalido del trabajo.

El señor Norton parecealiviado.

Supongo que será mejorbuscar a un secuestrador deniños desconocido quedescubrir que ha sido el padre

o la madre quien se lo hallevado. Pero también sé por latelevisión que los que hacendaño a los niños o lossecuestran no suelen serdesconocidos, como ha pasadoen el caso de Max. La señoritaPatterson no es unadesconocida. Pero sí muy lista.

Unos veinte minutos antes deque terminaran las clases, eljefe de policía ha dado permisopara que abrieran las puertas

del colegio y para que los niñosse pusieran los abrigos ehicieran cola para subir a losautocares. Pero hoy habíapocas colas. A muchos hanvenido a recogerlos sus padres,que esperaban ante las puertasdel colegio mordiéndose lasuñas, dando vueltas a losanillos y moviéndose másrápido que de costumbre, comosi el secuestrador estuvieraescondido detrás de la arboleda

del jardín de delante, esperandoa hacerse con unos cuantosniños más.

He intentado hablar conChucho antes de que semarchara a casa con Piper, perono me ha dado tiempo a decirlegran cosa porque enseguidahan avisado de que su autocarestaba listo para salir.

—Ha sido la señoritaPatterson la que se ha llevado aMax —le he dicho.

Estábamos de pie en la clasede Piper, viendo cómo recogíalos papeles de su pupitre y losmetía en la mochila. Bueno, enrealidad, quien estaba de pie eraChucho. Yo para hablar con élme tengo que sentar en el suelo,porque es solo un cachorrito.

—¿Cómo que ze lo hallevado? —me ha preguntado.

Siempre se me hace raro oírhablar a Chucho, porque losperros no hablan, y Chucho

tiene toda la pinta de perro.Habla con la lengua colgando, ypor eso cecea. Además, se rascamucho, aunque las pulgasimaginarias no existen, que yosepa.

—Pues eso, que se hallevado a Max en el coche.

—Pero no zería a la fuerza.Habrán ido a dar una vuelta.

—Puede, pero no creo queMax supiera qué estabapasando. Creo que la señorita

Patterson lo ha engañado.—¿Por qué? —ha dicho

Chucho—. ¿Para qué iba aquerer una maeztra engañar aun niño de zu edad?

Esa es otra de las razones porlas que no me gusta hablar conChucho. Porque hay cosas queno entiende. Piper aún es muypequeña, está en primero, ycomo Chucho casi nunca seaparta de ella, no ha tenidooportunidad de ver el mundo

de los mayores. Por las nochesChucho no va a la gasolinera,ni al hospital, ni ve la tele conlos padres de Piper. Se parecedemasiado a ella. Aún no sabede otras cosas, como por quéuna maestra podría llevarse aun niño.

—No sé por qué habrátenido que engañarlo —le digo,porque no quiero contarlecosas malas—, pero me pareceque no le caen bien los padres

de Max. Quizá piensa que sonmala gente.

—¿Por qué iban a zer malagente? Zon padrez.

¿Veis qué quiero decir?Ojalá pudiera hablar con

Graham. La echo mucho demenos. Creo que soy el único.Si Meghan la echara de menos,Graham todavía seguiría en estemundo. Me pregunto si seacordará de ella siquiera.

Pase lo que pase, cuando yo

desaparezca, no creo que nadiese acuerde de mí. Será como sinunca hubiera existido. Noquedará prueba de que hepasado por este mundo.Cuando Graham estaba a puntode desaparecer, me dijo que loque la ponía triste era pensarque no vería crecer a Meghan.Si yo desapareciera, me pondríatriste no poder ver crecer aMax, pero también no vermecrecer a mí mismo.

Aunque si desapareces nosientes tristeza, porque losdesaparecidos no pueden sentirtristeza.

A los desaparecidos solo seles recuerda o se les olvida.

Yo me acuerdo de Graham,así que su paso por este mundotodavía importa. No ha sidoolvidada. Pero Graham noestará aquí para acordarse demí.

La policía ha llamado por

teléfono a un restaurante chinopara pedir algo de comida paralos padres de Max, y el señorNorton acaba de traérsela.

—Tenemos otras preguntasque hacerles, pero no llevarámucho tiempo. ¿Podríanquedarse una hora más y luegouna patrulla los acompañará asu casa?

—Nos quedaremos el tiempoque necesite —responde lamadre de Max.

Suena como si desearaquedarse aquí toda la noche.No me extraña. Mientras sigaaquí, puede seguir pensandoque Max aparecerá en cualquiermomento. Irse a su casa seríadar por sentado que no van aencontrar a Max esta noche.

A menos que se les ocurra ira casa de la señorita Patterson,no lo encontrarán.

El agente de la manchamarrón en el cuello sale del

despacho con el jefe. El señorNorton quiere que los padresde Max coman tranquilos losdos solos.

Yo me quedo. Ahora queMax no está, sus padres son lasúnicas personas que tengo en elmundo.

Nada más cerrarse la puerta,la madre de Max se echa allorar. No llora como los niñosde preescolar cuando llegan alcole el primer día. Llora sin

hacer ruido. Muchos sollozos ylágrimas, pero ya está. El padrede Max le pasa el brazo porencima. No dice nada, y noentiendo por qué. Se quedansentados en silencio. Quizásientan tanto dolor por dentroque la única forma deexpresarlo sea no decir nada.

Yo también siento muchodolor por dentro, pero, sipudiera, hablaría.

Les diría lo idiota que me

siento por haber dejado que laseñorita Patterson se fuera sinmí. Lo idiota, lo culpable y loinútil que me siento. Y lomucho que me preocupa saberque hoy es viernes y ya no mepodré meter en el coche de laseñorita Patterson hasta el lunespor la tarde. Y si la señoritaPatterson no viene al colegio ellunes, nunca sabré dónde vivey nunca encontraré a Max.

Si pudiera hablar con sus

padres, les diría que la señoritaPatterson se ha llevado delcolegio a su hijo engañado, queha mentido y que Max está enapuros. Si pudiera contarlestodo eso, Max podría salvarse.Ojalá pudiera entrar en sumundo y comunicarme conellos.

Todo esto me ha hechopensar en Oswald, el hombreque está en el hospital. Elmalvado hombre imaginario al

que no quiero volver a vernunca más.

Aunque puede que ahora nome quede más remedio quehacerle una visita.

Capítulo 27

Esta noche tenemos en casa ados policías, de esos que nuncaduermen. En la comisaría haymuchos policías así. Pasan todala noche despiertos porque lacomisaría nunca cierra.

Se han sentado en la cocina yestán tomando café y viendo la

tele. Se hace raro tener a dosextraños en casa, sobre todo noestando aquí Max. A sus padrestambién tiene que hacérselesraro, porque, en vez dequedarse en la sala de estarviendo la tele, han subido a sudormitorio.

El padre de Max quería salira la calle a buscarle, pero elseñor Norton le ha dicho que sefuera a su casa y durmiera unpoco.

—Tenemos coches patrulla yvoluntarios recorriendo elbarrio; si quieren sernos útilesmañana, mejor que descansenbien.

—Pero ¿y si Max está heridoen algún sitio? —ha preguntadoel padre de Max, y lo ha dichocon rabia, pero con esa rabiaque sacan las personas cuandotienen miedo. Ha sonado másbien nervioso y acelerado. Eraun miedo disfrazado de voz alta

y cara colorada—. ¿Y si haresbalado y al caer se ha dadoun golpe en la cabeza y estáinconsciente bajo un arbusto,donde sus coches patrulla nopueden verlo? ¿O si se ha caídopor una alcantarilla abierta oincluso si se le ha ocurridometerse en una? ¿Y si ahoramismo está en una calle, tiradoen un charco, desangrándose?

La madre de Max se hapuesto a llorar otra vez, y

gracias a eso el padre de Maxno ha mencionado que su hijopudiera estar ahora mismomuriéndose en alguna parte omuerto ya.

—Todas esas posibilidadesya se han tenido en cuenta —hadicho el jefe de policía Norton.

Aunque el padre de Max leha hablado casi gritando, elseñor Norton no ha alzado lavoz. Sabe que no está enfadadocon él. A lo mejor incluso sabe

que en realidad no estáenfadado, sino asustado. A lomejor es más inteligente de loque yo pensaba.

—De hecho, hemosinspeccionado ya todas lasalcantarillas en un radio de seiskilómetros alrededor de laescuela, y ahora mismo se estáampliando la búsqueda. Sí, esposible que Max se hayaquedado atrapado en algún sitiodonde nuestros equipos de

rastreo no puedan verlofácilmente, pero ya están todosavisados de esa posibilidad yno dejarán piedra por mover.

El padre de Max está en locierto: Max se encuentraatrapado en un sitio dondenadie puede verlo. Pero no creoque importe lo bien que lobusquen.

Después de esaconversación, los padres deMax se han ido a casa y,

después de enseñarles a lospolicías donde estaban lacafetera, el baño, el teléfono yel mando a distancia, han dichoque se iban a la cama.

Ahora están en su habitación,pero no han encendido eltelevisor, y no recuerdo laúltima vez que pasaron unanoche sin ver la tele. La madrede Max se ha duchado y ahoraestá sentada en la cama,cepillándose el pelo. El padre

de Max está sentado también enel filo de la cama, y en la manotiene un móvil al que no dejade darle vueltas.

—No hago más que pensaren el miedo que estará pasando—dice la madre de Max.

Ha dejado de cepillarse elpelo.

—Sí —dice su marido—. Yono hago más que pensar en queesté atrapado en algún sitio.Puede que se haya metido en el

sótano de una casa abandonadao en alguna cueva que hayaencontrado en el bosque y nopueda salir. Sea donde sea, nohago más que pensar en lo soloque se sentirá y el miedo queestará pasando.

—Ojalá Budo esté con él.Al oír a la madre de Max

decir mi nombre, se me escapaun gritito. Ya sé que ella creeque soy imaginario, pero porun segundo me ha parecido que

hablaba de mí como si yo fueraalguien real.

—No había pensado en eso—dice el padre de Max—. Si almenos eso le hace sentir mejory no pasa tanto miedo...

La madre de Max se echa allorar, y un segundo después supadre también. Solo que él llorapor dentro. Se nota que estállorando, pero también que élno cree que se note.

—No hago más que pensar

en qué habremos hecho mal —dice la madre de Max, sin dejarde llorar—. Y en que es culpamía hasta cierto punto.

—No digas eso —le contestaél, y noto que se le han acabadolas lágrimas. Al menos, por elmomento—. La culpa ha sidode esa maldita maestra pordescuidarse; seguro que salió adar una vuelta y se perdió.Luego vería algo que le llamarala atención y se quedaría

atrapado en algún sitio. Con loque tenemos encima, solo faltaque ahora nos echemos laculpa.

—¿Tú no crees que se lopuede haber llevado alguien?

—No —dice el padre de Max—. No creo que haya pasadoeso. Seguro que acabaránencontrándolo en el fondo dealgún pozo o encerrado en elsótano de una casa abandonadao en el cobertizo de algún

vecino. Además, ya conoces aMax. Seguramente ha oído quelo llamaban a voces y no hacontestado para no tener quehablar con un extraño oponerse a dar gritos. Puede quelo encuentren helado de frío,empapado y asustado, pero loencontrarán, no va a pasar nadamalo. Eso es lo que yo creo.Algo me lo dice por dentro.

El padre de Max suenaoptimista. Parece muy

esperanzado, y creo que hablacon sinceridad. La madre deMax empieza a creérselotambién. Por un segundo,también yo me lo creo. Quierocreérmelo.

Se abrazan los dos y no sesueltan. Al cabo de un rato mesiento incómodo sentado en lacama con ellos y me marcho.De todas maneras, seguramenteno tardarán en dormirse.

Hoy no tengo ganas de ir a la

gasolinera. Dee y Sally noestarán allí, y no me apetecenada que me recuerden a lacantidad de personas que heperdido en la vida: Graham,Dee, Sally, Max. Antes lagasolinera era uno de mis sitiosfavoritos, pero ya no.

Tampoco puedo quedarmeaquí. Toda la noche, no. Mesiento un poco raro en eldormitorio de los padres deMax, y no me apetece

quedarme solo en el de Max.Pero no puedo sentarme en lasala de estar ni en la cocinaporque están los policías, y sehan puesto a ver uno de esosprogramas en los que unhombre habla ante un montónde gente y todos lo encuentranmuy gracioso, en realidadmucho más que los que estánviendo la tele.

Además, me siento muy rarocon esos extraños en casa.

Necesito hablar con alguien.Pero no hay muchos sitiosdonde un amigo imaginariopueda ir para hablar conalguien, sobre todo de noche.

Aunque yo sé de uno.

Capítulo 28

El Hospital Infantil está delantedel hospital normal, pero yo alnormal no voy nunca. Desdemi encuentro con el malvadohombre imaginario, no lo piso.A veces solo de acercarme alinfantil ya me entra miedo,porque está muy cerca del de

los mayores.Pero el Hospital Infantil es el

mejor sitio donde encontraramigos imaginarios. Mejor quelos colegios. En los colegioshay muchos niños, pero lamayoría deja a sus amigosimaginarios en casa, porque,cuando estás rodeado demaestros y niños, es difícilencontrar el momento parahablar y jugar con tu amigoimaginario. Hay niños de

preescolar que el primer día declase los llevan al colegio, pero,a no ser que sean como Max,enseguida descubren que hablarcon alguien que nadie es capazde ver no es la mejor manera dehacer amigos. Ese es elmomento en que la mayoría delos amigos imaginarios deja deexistir.

El parvulario los mata.El Hospital Infantil, sin

embargo, siempre ha sido un

buen lugar donde encontrar aotros amigos imaginarios.Cuando Max estaba en primero,vine a este hospital porque sumaestra de entonces, la señoritaKropp, dijo en clase que loshospitales estaban abiertos lasveinticuatro horas del día. Esedía la señorita Kropp les hablóa los niños del 112, que es elnúmero que hay que marcar enel teléfono en una emergencia.

Si yo fuera capaz de marcar

números, lo habría hecho hoy,cuando he visto que la señoritaPatterson se llevaba a Max.

La señorita Kropp dijo quepuedes marcar el 112 acualquier hora, porque lasambulancias y los hospitales nocierran nunca. Así que unanoche, en vez de ir a lagasolinera, me fui directamenteal hospital, que está como a seisgasolineras de distancia.

Los niños del Hospital

Infantil están siempreenfermos. Algunos solo uno odos días. Por un lado están losque, por ejemplo, se caen de labici y se dan un golpe en lacabeza, o los que han pilladoesa cosa que llaman neumonía,pero también hay otros niñosque llevan mucho tiempo en elhospital, porque están graves.Y muchos de esos niños, sobretodo los que están muy muyenfermos, tienen amigos

imaginarios, seguramenteporque los necesitan. Hay niñoscon la cara pálida, delgados ysin pelo en la cabeza, que sedespiertan a media nochellorando muy bajito para queno los oigan y se preocupen.Los niños que están enfermossaben que están enfermos, y losque están muy muy enfermossaben que están muy muyenfermos, pero todos tienenmiedo. Por eso muchos

necesitan amigos imaginariosque les hagan compañía cuandosus padres se van a casa y ellosse quedan en el hospital, conesas máquinas que pitan yhacen luces.

El ascensor del hospital esuna lata, porque no puedo consus puertas. Soy capaz deatravesar puertas de cristal,puertas de madera, puertas dehabitaciones e incluso decoches, pero no puertas de

ascensor. Será porque a Max ledan miedo y nunca, por nadadel mundo, entra en unascensor, y seguramente no leparecen puertas normales. Paraél son más bien como trampas.

El caso es que quiero ir a laplanta catorce, y lo más fácilsería subir en ascensor. Catorcepisos son muchas escaleras.Pero, para subir en ascensor,antes tengo que asegurarme deque haya sitio dentro, porque,

aunque nadie pueda verme nisentirme, si hay demasiadaspersonas chocarán conmigo yme dejarán aplastado en unrincón.

Bueno, me explicaré mejor:yo no choco con ellas, chococon la idea de ellas, porque,aunque ellas no me sientan, yosí. A veces, cuando el ascensorva lleno y me quedoaprisionado en un rincón, meentra una sensación parecida a

la que siente Max cuando estáen un ascensor. Siento que meaprisionan, que me aplastan,como si me asfixiaran, aunqueyo de hecho no respiro. Pareceque respire, pero lo que respiroes la idea del aire, algo quesiempre está presente.

Es muy extraño ser un amigoimaginario. No te asfixias, nienfermas, ni te rompes lacabeza de una caída y tampocopillas neumonías. Lo único que

puede matarte es que unapersona no crea en ti. Y eso esmás frecuente que todas lasasfixias, caídas y neumoníasjuntas.

Espero a que la personavestida de azul pulse el botón.Ha entrado en el hospital justodetrás de mí. Como no puedopulsar el botón que avisa alascensor de que hay alguienesperando, no me queda másremedio que esperar a que

alguien quiera montarse. Yluego confiar en que esapersona se baje en una plantaque esté cerca de la mía. Estavez he tenido suerte porque laseñora del traje azul pulsa elnúmero once. Si no se montanadie más, me bajaré en el oncey subiré andando hasta elcatorce.

Subimos hasta el pisonúmero once sin que nadie nospare. Una vez allí, salgo del

ascensor y subo andando losúltimos tres tramos deescaleras.

La planta catorce tiene formacomo de araña, con un círculoen el centro donde estántrabajando los médicos, ycuatro pasillos que salen de él.Voy hacia el círculo central, ypaso junto a toda una serie depuertas abiertas a los dos ladosdel pasillo. Esa es otra de lascosas buenas del Hospital

Infantil, que los médicos nocierran del todo las puertas delas habitaciones de los niños,así que los amigos imaginariosque no pueden atravesarpuertas no se quedan atrapadosdentro toda la noche.

Es tarde y el pasillo estátranquilo. Toda la planta estátranquila. La mayoría de lashabitaciones tienen la luzapagada. En el círculo centralhay un grupo de doctoras, unas

sentadas, otras de pie detrás delos mostradores, escribiendonúmeros y palabras en susblocs, y otras que van a visitara los enfermos que avisandesde su habitación. Esasdoctoras son como los policíasque nunca duermen. Puedenpasarse toda la noche despierta,aunque no parece que porgusto.

En el otro extremo de una delas patas de araña hay una salita

con sofás, sillones y montonesde revistas y juegos. Aquí esdonde vienen los niños a hacerel recreo durante el día. Ydonde los amigos imaginariosque no duermen se juntan.

Antes pensaba que ningúnamigo imaginario dormía, peroGraham me dijo que ella por lasnoches sí lo hacía, así quepuede que esta noche hayaamigos imaginarios que esténdurmiendo junto a sus amigos

humanos enfermos en lashabitaciones del hospital.

Imagino a Graham dormidaen una cama junto a Meghan yme entran ganas de llorar otravez.

Esta noche hay tres amigosimaginarios en el cuarto derecreo, lo cual no es mucho. Alos tres se les nota de lejos queson amigos imaginarios. Unode los niños podría parecerhumano, si no fuera porque

tiene las piernas y los pies muypequeños y llenos de pelos, y lacabeza demasiado grande parael cuerpo. Me recuerda a esemuñeco cabezón del equipo debéisbol de los Red Sox que laseñorita Gosk tiene en suescritorio. Pero al menos tieneorejas, cejas y dedos, así queparece más humano quemuchos amigos imaginarios. Detodos modos, es tan cabezónque no sé qué pinta tendrá

cuando se ponga a andar.Sentada junto al cabezudo

hay una niña que abulta lomismo que un botellín. Tiene elpelo de color amarillo, pero lefaltan la nariz y el cuello. Lacabeza está pegada al cuerpocomo las de los muñecos denieve. No parpadea.

El tercero parece una cucharadel tamaño de un niño, con dosojos grandes y redondos, laboquita pequeña, y brazos y

piernas como de monigote. Esde color plateado y no llevaropa, aunque no la necesita,porque, si no fuera porquetiene brazos y piernas, pareceríauna cuchara.

Pensándolo bien, no sé si esniño o niña. Algunos amigosimaginarios no son ni una cosani la otra. Quizá sea solo unacuchara.

Cuando entro, dejan dehablar y me miran. Pero no a

los ojos, seguramente porquepiensan que soy humano.

—Hola —saludo, y lacuchara se asusta.

El cabezudo da un respingo ysu cabeza se bambolea como ladel muñeco de la señoritaGosk.

La niña diminuta no semueve. Ni parpadea siquiera.

—Pensaba que eras real —dice la cuchara. Parece tanasombrada que casi no le salen

las palabras.Creo que es un niño, porque

tiene voz de niño.—¡Y yo! —dice el de la

cabeza bamboleante. Suenailusionado.

—Pues no. Soy comovosotros. Me llamo Budo.

—Vaya, pareces muy real —dice el niño cuchara,mirándome de arriba abajo sindisimulo.

—Bueno, es que soy real.

Tan real como vosotros.Cada vez que me encuentro

con amigos imaginariostenemos la mismaconversación. Siempre seasombran de que no sea unhumano y de que parezca tanreal. Y luego tengo querecordarles que ellos tambiénson reales.

—Ya —dice el niño cuchara—. Pero tú pareces un humanode verdad.

—Lo sé —digo.Nos quedamos un momento

en silencio, y luego vuelve ahablar el niño cuchara.

—Yo me llamo Cuchara —dice.

—Yo, Klute —dice elcabezón—. Y ella, Summer.

—Hola —dice la niña conuna vocecita que apenas se oye.No ha dicho más que «hola»,pero enseguida he notado queestá triste. Nunca he visto a

nadie tan triste. Más triste queel padre de Max cuando juega apelota con su hijo y Max nuncaacierta a cogerla.

Puede que tan triste como yocada vez que me acuerdo deGraham.

—¿Tienes a alguien en elhospital? —pregunta Cuchara.

—¿Qué quieres decir?—Que si tienes a algún

amigo humano en este hospital.—Ah, no. He venido a dar

una vuelta. Paso por aquí devez en cuando. Siempre meencuentro con algún amigoimaginario.

—Es verdad —dice Klute, yal decir que sí con la cabeza,esta se le bambolea de un ladoal otro—. Yo llevo una semanaaquí con Eric y nunca habíavisto tantos amigos imaginariosjuntos.

—¿Eric es tu amigo humano?—le pregunto.

Klute dice que síbamboleando la cabeza.

—¿Cuánto tiempo hace queestáis en este mundo? —lespregunto.

—Yo desde el verano,cuando Eric estaba en elcampamento —responde Klute.

Hago la cuenta atrás.—¿Cinco meses? —

pregunto.—No lo sé. No sé contar por

meses.

—¿Y tú? —le pregunto aCuchara.

—Este es mi año número tres—responde—. Dos años depreescolar y ahora primero. Esoson tres años, ¿no?

—Sí —le digo. Me asombraque Cuchara lleve tanto tiempoen este mundo. Los amigosimaginarios que no parecenpersonas no suelen durarmucho—. Tres años es muchotiempo.

—Lo sé —dice Cuchara—.No he conocido a ningúnamigo imaginario que hayadurado tanto.

—Yo casi voy por seis —ledigo.

—¿Seis qué? —preguntaKlute.

—Seis años. Max está ahoraen tercero. Es mi amigohumano.

—¿Seis años? —diceCuchara.

—Sí.Se quedan los tres callados

un momento. Sin quitarme elojo de encima.

—¿Has dejado a Max? —Laque ha hablado es Summer,con una vocecita que apenas seoye, pero que me sorprende.

—¿Qué quieres decir?—Que si has dejado a Max

en casa.—No, Max no está en casa.

Está fuera.

—Ah. —Summer se quedacallada un momento y luegopregunta—: ¿Y por qué no tehas ido con él?

—Porque no he podido. Nosé dónde está.

Voy a explicarles lo que le hapasado a mi amigo cuandoSummer habla de nuevo,todavía con una vocecita muydébil, pero que en realidadsuena fuerte.

—Yo nunca podría dejar a

Grace.—¿Grace? —pregunto.—Grace es mi amiga

humana. Yo nunca me atreveríaa dejarla. Ni un segundosiquiera.

Abro la boca para explicar loque le ha pasado a Max, peroSummer se me adelanta.

—Grace se está muriendo.Miro a Summer. Abro la

boca para decir algo, pero nosale nada. No sé qué decir.

—Grace se está muriendo —repite Summer—. Tieneleucemia. Es una enfermedadmuy grave. Es como la peorgripe que pueden pillar losseres humanos. Y se estámuriendo. El médico le dijo amami que Grace se estámuriendo.

Sigo sin saber qué decir.Intento pensar en algo con loque consolar a Summer o a mímismo, pero Summer se me

adelanta otra vez.—Así que no dejes solo a

Max mucho tiempo, porque éltambién podría morirse algúndía. Aprovecha para jugar todolo que puedas con él mientrasesté vivo.

De repente me doy cuenta deque Summer no ha tenidosiempre esa vocecita tan débil ytan triste. Se le ha puesto asíporque Grace se está muriendo,pero estoy seguro de que

Summer antes siempre sonreíay era feliz. Ahora mismo estoyviendo a la Summer feliz, comouna sombra que rodea a laSummer triste.

—Lo digo en serio —insisteSummer—. Los amigoshumanos no viven parasiempre. Se mueren.

—Lo sé —digo.Pero no le cuento que lo

único en lo que yo piensoúltimamente es en que Max

pudiera morirse.Lo que sí hago es hablarles

de Max a los tres. Les cuento lomucho que le gusta jugar consus piezas de Lego y lo muchoque quiere a la señorita Gosk.Les cuento de sus bloqueos. Desus cacas de propina. De suspadres. De su pelea conTommy Swinden. Y luego leshablo de la señorita Patterson yde lo que le ha hecho. Que lotiene engañado. Que los tiene

engañados a todos menos a mí.Aunque a mí también me ha

engañado, porque si no, yoahora mismo estaría con Max.

Noto por la forma en que memiran que quien mejor entiendelo que digo es Cuchara, peroquien entiende mejor lo quesiento es Summer. Estáasustada por lo que puedapasarle a Max, casi tanto comoyo, creo. Klute escucha, perome recuerda a Chucho. No creo

que entienda nada. Intentaseguir el hilo, pero nada más.

—Tienes que encontrarlo —dice Cuchara cuando terminode hablar. Lo dice con la mismavoz que pone Max cuandohabla con sus soldaditos.Dando órdenes, más quehablando.

—Ya lo sé. Pero no sé quéhacer cuando lo encuentre.

—Tienes que ayudarlo —dice Summer. Ahora se la oye

perfectamente. Habla bajitotodavía, pero no con la vozdébil de antes.

—Ya lo sé —digo de nuevo—, pero no sé cómo. No podrédecirle a la policía dónde está,ni tampoco a sus padres.

—Yo no he dicho queayudes a la policía —diceSummer—. He dicho queayudes a Max.

—No entiendo qué quieresdecir.

—Primero tienes queencontrarlo —dice Cuchara.

Observo la cabezabamboleante de Klute según vasaltando con la mirada deSummer a Cuchara y luego amí.

Creo que ha perdido el hilo.—Tienes que ayudarlo —

dice Summer, ahora ya molesta.Enfadada, casi—. Tienes queayudarlo a volver con suspapás.

—Ya, pero si no puedodecirle a la policía ni a suspadres donde está, es…

—Eres tú quien tiene queayudarle —dice Summer.

Es como si me estuvierachillando, aunque hable con suvoz de siempre. Es su voz, peroya no suena débil. Suenasuperfuerte. Y ella tambiénparece grande y fuerte. Sigueabultando poco más que unbotellín, pero de pronto parece

más grande.—No la policía, tú —dice

Summer—. Eres tú quien tieneque ayudar a Max. ¿Sabes lasuerte que tienes?

—¿Qué quieres decir?—Grace se está muriendo. Se

morirá sin que yo pueda hacernada. Puedo sentarme a su ladoy hacerla sonreír, pero nosalvarle la vida. Se morirá y seirá para siempre sin que yopueda hacer nada. No puedo

salvarla. Tú, en cambio, sípuedes salvar a Max.

—Pero si no sé cómo —ledigo.

Estoy mirando a esta niñadiminuta que está ahí abajo,con esa vocecita que apenas seoye y, sin embargo, soy yoquien se siente diminuto. Meparece que Summer lo sabetodo. Puede que yo sea elamigo imaginario más viejo delmundo, pero esta niña pequeña

lo sabe todo y yo no sé nada.De pronto me doy cuenta de

que a lo mejor Summer podríatener una respuesta para esapregunta que me da vueltas a lacabeza a todas horas.

—¿Qué pasará contigocuando Grace muera? —lepregunto.

—¿Te preocupa que Maxmuera? —pregunta Summer—.¿Que lo muera esa maestra?

—Podría ser. No me gusta

pensarlo, pero sé que esverdad. Aunque no lo pensara,no dejaría de ser verdad.

—¿Estás preocupado porMax o por ti mismo? —pregunta Summer.

Quisiera mentirle, pero nopuedo. Esta niña diminuta consu vocecilla diminuta lo sabetodo. Estoy convencido.

—Las dos cosas —contesto.—No tendrías que

preocuparte por ti mismo —me

dice Summer—. La vida deMax está ahora en peligro, ytienes que salvarle. Es posibleque salvándolo a él te salves tú,pero eso no importa.

—¿Qué pasará cuando Gracemuera? —le pregunto otra vez—. ¿Morirás con ella?

—Eso no importa —diceSummer.

—¿Por qué?—Eso digo yo. ¿Por qué? —

pregunta Cuchara.

Klute bambolea la cabezacomo preguntando lo mismo.Todos queremos saber por qué.

Viendo que Summer nocontesta, repito la pregunta.Con miedo. Le he cogido unpoco de miedo a Summer. Nosé por qué, pero así es. Letengo miedo a esta niñadiminuta con su vocecilladiminuta. Aun así, quierosaberlo.

—¿Te morirás cuando Grace

se muera?—Creo que sí —responde

Summer, mirándose susdiminutos piececitos. Luegolevanta la cabeza para mirarmea mí—. Eso espero.

Nos miramos los dos unbuen rato, y al final ella dice:

—¿Vas a salvar a Max?Digo que sí con la cabeza.Summer sonríe. Es la

primera vez que la veo sonreír.Sonríe un segundo nada más y

vuelve a ponerse seria.—Salvaré a Max —digo en

voz alta. Y luego, porque creoque es importante que lo diga,sobre todo por Summer, añado—: Lo prometo.

Cuchara asiente con ungesto.

Klute bambolea la cabeza.Y Summer vuelve a sonreír.

Capítulo 29

Bajo en el ascensor con unseñor que lleva una máquinacon ruedas. Se para en la cuartaplanta, y yo salgo detrás.Aunque el ascensor vaya debajada, podría cambiar dedirección en cualquiermomento y volver a subir. Me

ha pasado otras veces.Salgo del ascensor y giro a la

derecha. Las escaleras quedan ala vuelta. Al volverme, me fijoen el letrero de la pared. Hayuna lista de palabras con unasflechitas que indican a derechay a izquierda. No es que sepaleer muy bien, pero medefiendo:

→Sala de espera→Habitaciones 401-420

←Habitaciones 421-440←Servicios

Y bajo «Servicios», la palabra«UCI», con una flechita queindica a la derecha.

Leo en alto la palabra y depronto caigo en que todas susletras están escritas enmayúscula. Eso quiere decirque no es una palabra. Soniniciales, lo que significa quecada letra representa una

palabra: «U-C-I». Lo aprendícuando íbamos a primero.

Leo otra vez esas iniciales yde pronto me viene a lamemoria que ya las había oídoantes: UCI es el sitio al que sellevaron a Dee la noche en queaquel hombre le disparó.

Dee podría estar aquí. En esteedificio. En esta planta. A lavuelta de la esquina.

Tuerzo a la derecha.Hay puertas a los dos lados

del pasillo. Al pasar me voyfijando en los nombres de losletreritos que hay junto a cadauna de ellas. Voy buscando lasiniciales UCI o tres palabrasque empiecen con esas letras.

Al final del pasillo doy conellas. Hay dos puertas bloqueando el pasillo. Y un letrerito quepone: «Unidad de CuidadosIntensivos». UCI, ¡ya lo tengo!

No sé qué significa«intensivo», pero seguro que es

una habitación para personas alas que han disparado.

Atravieso las puertas. Es unahabitación muy grande. En elcentro hay un largo mostradory tres doctoras sentadas detrás.Solo hay luz sobre elmostrador. No es que el restode la habitación esté a oscuras,pero casi. Veo montones demáquinas. Todas con ruedas.Parecen coches de bomberos enminiatura, esperando muy

quietos pero dispuestos aponerse en acción enseguida.

Alrededor de la sala hay unascortinas de ducha que cuelgandel techo. La mitad de la salaestá llena de cortinas. Algunasestán corridas. Las que estánabiertas dejan al descubiertomuchas camas vacías.

Hay dos cortinas corridas.Dee podría estar detrás de unade ellas.

Me acerco a la primera

cortina e intento atravesarla,pero no puedo. La cortina nome deja pasar. Y eso que no semueve cuando choco contraella.

Max no piensa que lascortinas puedan usarse a modode puertas. O será que no se leocurrió en el momento deimaginarme. Aunque Max estédesaparecido, siento como siestuviera aquí ahora mismo, sindejarme atravesar esta cortina.

Siento que seguimos juntos,aunque estemos separados.

Para mí es como unrecordatorio de que sigue vivo.

Me agacho y paso por elhueco entre la cortina y elsuelo. Veo a alguien tumbadoen una cama, pero no es Dee.Es una niña pequeña. Calculoque será de la misma edad quelos niños de la clase deChucho. Está dormida. Haycables y tubos que salen de

unos aparatitos y van hasta susbrazos y otros que se pierdenbajo las sábanas. Lleva lacabeza envuelta en una toallablanca. Y tiene los ojosmorados, y una tirita en labarbilla y otra en la ceja.

Está sola. No hay una madreo un padre sentados en las sillasjunto a su cama. Ni ningúnmédico vigilándola.

Pienso en Max. Me preguntosi también estará solo esta

noche.—¿Cuándo despertará?De pronto veo a otra niña

pequeña, casi idéntica a la queestá en la cama, sentada en unasilla a mi derecha. No la hevisto al pasar bajo la cortina. Lamiro y se levanta.

Me sorprende que no mehaya tomado por una personacomo hacen casi todos losamigos imaginarios. Quizá sabeque soy imaginario porque me

he colado por debajo de lacortina en lugar de correrlacomo hacen las personas.

—No lo sé —le contesto.—¿Por qué los demás no me

hablan?—¿Quiénes son los demás?

—pregunto, mirando alrededor.Por un momento pienso quepodría haber alguien más en lahabitación. Que no me hefijado bien.

—Los demás —dice—. Les

pregunto cuándo va adespertar, pero no mecontestan.

Ahora lo entiendo.—¿Sabes cómo se llama? —

pregunto, señalando a la niñatumbada en la cama.

—No.—¿Cuándo la conociste?—En el coche —responde—.

Después del accidente. Despuésde que el coche chocara contraotro coche.

—¿Dónde estabas antes delaccidente? —le pregunto.

—En ningún sitio —me dice.Parece confundida yavergonzada. Baja la vista.

—¿Desde cuándo estádormida? —le pregunto.

—No lo sé —responde,confundida aún—. Vinieron allevársela. Yo me quedéesperando junto a las puertas ycuando volvió estaba dormida.

—¿Has hablado con ella?

—Sí. En el coche. Comopapá y mamá no le contestaban,me pidió ayuda. Y me quedé asu lado. Hablé con ella, yestuvimos allí esperando hastaque vinieron los hombres conla máquina y la sacaron. Erauna máquina que hacía muchoruido y sacaba fuego.

—Menos mal que pudisteissalir del coche —le digo.

No quiero que tenga miedo,pero me parece que mis

preguntas la están asustando unpoco. Y aún me quedanmuchas por hacer.

—¿Has visto a papá y mamádesde que salisteis del coche?

—No.—¿Cómo te llamas?—No lo sé —contesta.

Parece triste, como si fuera aecharse a llorar.

—Mira, tú eres una amigamuy especial. Una amigaimaginaria. Eso quiere decir

que ella es la única persona quepuede verte y oírte. Esa niña tenecesitaba, le entró miedocuando estaba en el coche, poreso estás aquí. Pero no tepreocupes. Lo único que tienesque hacer es esperar a quedespierte.

—¿Y cómo es que tú puedesverme? —pregunta.

—Porque yo soy como tú.También soy un amigoimaginario.

—Ah. ¿Y dónde está tuamiguita?

—Yo tengo un amiguito. Sellama Max, pero no sé dóndeestá.

Me mira fijamente. No dicenada, y me quedo esperando.Yo tampoco sé qué decir. Nosmiramos los dos, mientras losaparatos que hay junto a lacama no dejan de pitar yzumbar. Se hace un silenciolarguísimo. Al final hablo yo.

—He perdido a mi amigo.Pero lo estoy buscando.

Ella no deja de mirarme. Estaniña solo hace un día que estáen el mundo, pero sé lo queestá pensando.

Piensa que soy un mal amigopor haber perdido a Max.

—Me tengo que ir —le digo.—Vale. ¿Cuándo despertará?—Pronto. Tú espera y verás.

No tardará en despertar.Me cuelo bajo la cortina otra

vez antes de que ella diga nadamás. Hay otra cortina corridaun poco más allá, pero sé queDee tampoco estará al otrolado. Este es un HospitalInfantil. Lo más probable esque en el de adultos haya unaUCI también y se llevaran aDee allí.

Me pregunto si Max estarátan solo como la pequeña quehay tumbada detrás de esacortina de ducha. Ella no tiene

un papá ni una mamá que lehagan compañía. Es posibleque también estén heridos.

O puede que muertos.Aunque no creo, porque damucho miedo solo de pensarlo.

Al menos ella tiene a suamiga imaginaria. Puede que nole haya dado un nombretodavía, pero está ahíesperándola junto a la cama, asíque no está sola del todo.

Pienso una y otra vez en lo

que dijo antes la madre de Max:«Ojalá que Budo esté con él».

Pero no estoy con él.Esa niña tiene a su nueva

amiga imaginaria para hacerlecompañía, pero Max está soloen algún sitio. Sé que vivetodavía porque yo sigo aquí yporque sería horrible pensarque estuviera muerto.

Pero está solo.

Capítulo 30

La mamá de Max no deja dellorar. No llora de pena, sino demiedo. Como lloran los niñospequeños cuando noencuentran a su mamá.

Solo que en este caso es lamamá la que no encuentra a suniño.

El papá de Max la abraza. Nodice nada porque no hay nadaque decir. Él no parece quellore, pero yo sé que estállorando por dentro comoantes.

Yo antes pensaba que las trescosas peores del mundo eran:

1. Tommy Swinden2. Las cacas de propina3. No existir

Ahora pienso que son:

1. Esperar2. No saber3. No existir

Es domingo por la noche, loque significa que mañana podréir al colegio y veré a la señoritaPatterson. Y ella me llevaráhasta Max.

Si es que la señoritaPatterson vuelve por el colegio.

Yo creo que sí volverá. Seríamuy sospechoso que no lohiciera. Si la señorita Pattersonfuera la mala en una de esaspelículas que ponen entelevisión, seguro que iría alcole el lunes. Incluso puedeque se ofreciera a ayudar al jefede policía.

Me apuesto cualquier cosa aque sí va. Es muy lista.

Me he pasado todo el fin desemana buscando a Max, pero

ahora tengo la impresión deque no he hecho más queperder el tiempo. No sé dóndevive la señorita Patterson, perono podía quedarme tantranquilo sentado en casa losdos días sin hacer nada, ytampoco podía pasar mástiempo entre la policía, porquemuchos agentes no hacen másque preguntarse en voz alta(aunque nunca delante de lospadres de Max) si Max estará

muerto.Así que me he dedicado a

registrar en las casas del barrio,confiando en que alguna deellas fuera la de la señoritaPatterson. Como sé que laseñorita Grady y la señoritaPaparazo a veces vienenandando juntas al colegioporque viven cerca, pensé quehabría otras muchas maestrasque vivirían por el barrio(aunque sé que la señorita Gosk

vive lejos, al otro lado del río,por eso a veces llega tarde). Asíque empecé la búsqueda en lascasas que están más cerca delcolegio. Tracé círculos por elbarrio como las ondas quehacen las piedras que Max lanzaal agua cuando vamos al lago.

Max no sabe nadar, pero leencanta lanzar piedras al agua.

Yo sabía que así eraprácticamente imposible darcon la casa de la señorita

Patterson, pero algo tenía quehacer. Y no sirvió de nada. Niencontré a Max ni encontré a laseñorita Patterson. Lo únicoque encontré fueron padres queno habían perdido a un hijo.Familias cenando en casa,rastrillando las hojas caídas deljardín, discutiendo sobredinero, limpiando sótanos yviendo la tele. Parecían todosmuy felices. Como si nosupieran que el día menos

pensado la señorita Pattersonpodía llegar al colegio yllevarse también a sus hijos.

Todos los monstruos sonmalos, pero los monstruos queno se mueven ni hablan comomonstruos son los peores detodos.

Pensé en volver al hospitalpara ver otra vez a Cuchara ySummer, pero temo queSummer se enfade conmigo porno haber encontrado aún a

Max.No sé por qué tendría que

tener miedo de una niña que esmás pequeña que un botellín,pero lo tengo. No es miedo aque pueda hacerme daño, sinomiedo como el que siente Maxcuando teme decepcionar a laseñorita Gosk, aunque el pobrela decepciona todo el tiemposin darse cuenta.

También temo llegar allí yencontrarme con que la amiga

de Summer ha muerto, ySummer con ella.

Que ha desaparecido, quierodecir. Que ha dejado de existir.

Anoche entré un momento enla gasolinera para ver si Deeestaba ya de vuelta.

Pero no. Tampoco estabaSally, aunque a él no creo quevuelva a verlo nunca más. Untiro puede matarte, pero, si te

salvas, no creo que por esovayas a dejar de trabajar. Encambio, si te bloqueas como sebloqueó Sally, sí es posible queno vuelvas al trabajo nuncamás, ni siquiera para saludar alos viejos amigos.

Yo creo que mi gasolinera yanunca volverá a ser lo mismo.Anoche había allí tres personastrabajando, pero las tres erandesconocidas para mí. Pauleyentró a comprar sus cartoncillos

de rasca y gana, y tuve laimpresión de que le pasaba loque a mí. Ni siquiera se quedóun rato más como hacesiempre, rascando sus boletos.Se paró un momento en elmostrador, dudando, y luego sefue sin más, con la cabezagacha.

Ya no es nuestra gasolinera.Pero tampoco es una

gasolinera nueva.Ya no es un lugar especial

para nadie. Los que trabajan allíahora ya solo se dedican a eso:a trabajar. Anoche había unachica trabajando que parecíacomo si necesitara hacer dos otres cacas de propina. Estabaenfurruñada y seria. Y losotros, dos hombres ya mayores,apenas si se hablaban. Solohacían que trabajar. Seacabaron las payasadas. Seacabó ver la televisión aescondidas. O hablar con los

clientes y llamarlos por sunombre. Se acabó oír a Deellamándole la atención a Sallypara que se pusiera a trabajarde una vez.

No sé si volveré por lagasolinera algún día. Megustaría ver a Dee otra vez.Puede que en la UCI algún día,si consigo armarme de valorpara entrar en el hospital deadultos. Pero no creo que lagasolinera vuelva a ser la que

era, ni siquiera con Dee allí.

Mañana tengo que salirtemprano de casa. Estoypreocupado por si el autocardel colegio no para en la paradade siempre, porque Max noestará allí, esperando junto alárbol, con una mano apoyadatodo el rato en él, que es lo quehace para no saltar a la carreteraen un descuido. Eso fue idea

mía, pero cuando se lo propusoa su madre para que lo dejaraesperar solo el autocar, Maxdijo que había sido idea suya.

No me lo tomé a mal. Yo fuiidea suya, así que hasta ciertopunto mi idea era también ideasuya.

Si no me quedara másremedio, también podría irandando al cole, como hice estefin de semana cuando decidísalir a buscar a Max por las

casas, pero, como siempre hehecho ese viaje en autocar,tengo la sensación de que medará suerte hacerlo mañanatambién. Sería como decirle almundo entero que estoy en elautocar porque sé que Max va avolver pronto.

Tengo toda una lista de cosasque hacer mañana. Me hepasado toda la noche pensandoen ellas. Memorizándolas. Aveces me muero de ganas de

agarrar un lápiz y escribir, ojalápudiera. Esta vez tengo queestar mucho más atento. Elviernes me descuidé y laseñorita Patterson se fue sin mí.Por eso necesito asegurarme deque mañana todo salga bien.

No es una lista muy larga:

1 . Salir de casa cuandodespierte la mamá de Max.

2. Acercarme a casa de losSavoy y esperar el autocar con

ellos.3 . Montarme en el autocar y

bajarme en el colegio.4 . Ir directamente a la plaza

del aparcamiento donde laseñorita Patterson suele dejar elcoche.

5 . Cuando la señoritaPatterson llegue, meterme en sucoche.

6. No salir de allí dentro paselo que pase.

Ojalá que la señoritaPatterson vaya mañana al cole.He intentado pensar en una listade cosas para hacer en caso deque ella no se presentara, perono se me ha ocurrido nada.

Si la señorita Patterson noviene al cole mañana, creo queMax habrá desaparecido parasiempre.

Capítulo 31

La mochila azul ya no está en elasiento de atrás. Me he sentadojusto en el sitio donde la vi porúltima vez.

Eso fue el jueves. La últimavez que vi la mochila fue eljueves.

Han pasado cuatro días, pero

parece que sean cuarenta.La señorita Patterson ha

dejado el coche en elaparcamiento antes de quesonara la campana. Haaparcado en el mismo sitio desiempre y luego ha entrado enel colegio como si fuera un díanormal y corriente. En esteinstante, hay una secuestradoracaminando por los pasillos delcolegio sin que nadie más queyo lo sepa. No dejo de pensar

en que quizá trame llevarse aotro niño en cualquiermomento. ¿Estará engañando aotros niños como hizo conMax?

¿Se llevó a Max porque escomo es o porque coleccionaniños?

Me da tanto miedo una cosacomo la otra.

Uno de los puntos en mi listade deberes para hoy era no salirde este coche pasara lo que

pasara, pero el día es largo ytodavía es pronto. Aún no hasonado la campana que avisadel fin de la primera clase. Nocreo que la señorita Pattersonsalga del colegio antes de lahora, porque la gentesospecharía. Además, he sidoyo quien ha hecho esa lista, asíque puedo hacer lo que quieracon ella. No es como una deesas reglas del cole que dicenque no se puede correr por los

pasillos o que hay que estarcallado en los simulacros deincendio o no traer nueces demerienda. Es mi regla, así queno tengo que cumplirla si noquiero.

Lo que quiero saber es quéestá pasando ahí dentro.

Y ver a la señorita Gosk.En el vestíbulo hay un

hombre sentado a un escritorio.Es la primera vez que veo unescritorio en el vestíbulo del

colegio, y también a un hombresentado a un escritorio. Nolleva uniforme pero se nota quees policía. Parece serio yaburrido al mismo tiempo,igual que esos polis de lacomisaría que trabajan toda lanoche.

Una señora acaba de cruzarlas puertas dobles de la entraday el policía le dice con un gestoque se acerque. Le estáhaciendo firmar en un papel.

Mientras escribe su nombre, elpolicía le pregunta qué motivola trae al colegio.

La señora ha entrado con unabandeja de magdalenas.

Creo que ese hombre no esmuy buen policía, porque hastaun niño de preescolar sabríaqué motivo la trae por aquí.

Voy hacia el aula de laseñorita Gosk. Solo de oír suvoz por el pasillo ya me sientoun poco mejor. Entro y veo que

está explicando la lección.Está de pie ante la clase,

hablando sobre un barco que sellamaba Mayflower. Tiene unmapa desplegado sobre lapizarra y le da golpecitos con supalmeta mientras pregunta a losniños dónde está Norteamérica.Yo sé donde está porque a Maxle encantan los mapas. Supasión es planear batallasimaginarias con ejércitosimaginarios en mapas reales,

por eso me sé el nombre detodos los continentes yocéanos, y de montones depaíses.

El pupitre de Max está vacío.Es el único vacío en toda elaula. Hoy no ha faltado nadiemás. Si hubiera faltado alguien,no se vería tan vacío.

Ojalá alguien se hubieraquedado enfermo en casa.

Me siento en su pupitre. Lasilla está corrida, así que no

tengo la sensación de estaraprisionado por la idea delpupitre ni de la silla. La señoritaGosk ha dejado de dargolpecitos en el mapa. Jimmycontesta a la pregunta y algunoscompañeros ponen cara dealivio: tenían miedo de que laseñorita Gosk les preguntara aellos dónde estabaNorteamérica, porque se notabaque era una de esas preguntasque hasta un tonto tendría que

saber. Ahora la maestra les estáenseñando una foto delMayflower, aunque el barcoparece cortado en dos. Se ve loque hay dentro: habitacionespequeñitas con mesaspequeñitas y sillas pequeñitaspara gente pequeñita.

E l Mayflower era un granbarco.

La señorita Gosk levanta lamirada hacia sus alumnos ydice:

—Imaginad que os fuerais devuestro país para siempre.Como hicieron los primerospobladores de Estados Unidos.Vais a tomar un barco condestino a América y solo podéisllevar una maletita pequeña.¿Qué meteríais dentro?

Enseguida se alzan unmontón de manos. Todos sesienten capaces de responder aesa pregunta. Esta vez nonecesitan a Jimmy. Aunque no

hayan estado escuchando,pueden levantar la mano y decirlo que piensan sin quedar comotontos. La señorita Gosk hacepreguntas así muy a menudo.Creo que su intención es quetodos los niños tengan algo quedecir; además, le encantahacerles sentir parte de lahistoria.

Los niños van hablando.—Calzoncillos a montones

—salta Malik, y la señorita

Gosk se ríe.—El cargador del móvil.

Siempre me lo olvido cuandovoy de vacaciones —diceLeslyan.

La risa de la señorita Goskme sorprende. Y me molesta.Se comporta como si fuera undía normal. No como si uno desus alumnos hubieradesaparecido y hace solo dosdías la policía hubiera intentadoecharle las culpas a ella. De

hecho, la señorita Gosk parecemás normal que nunca. Másanimada que nunca. Parece casicomo si brincara. Como si leardieran los zapatos.

De pronto caigo: estáfingiendo. La señorita Gosksonríe, hace preguntas facilonasy agita su palmeta porque ellano es la única que está triste opreocupada por Max. Susalumnos también estánpreocupados. Muchos de ellos

no conocen bien a Max y otrosmuchos se portan mal con él,algunos adrede y otros sinquerer, pero todos saben queMax ha desaparecido y esnormal que estén preocupadosy tengan miedo. Hasta puedeque se sientan tristes también.La señorita Gosk lo sabe, yaunque es muy posible que ellasea la que está más preocupaday asustada de todo el colegio,hace como que es la maestra de

siempre por el bien de susalumnos. Está preocupada porMax, pero también por losotros veinte niños que tiene enclase, por eso finge. Hace comosi se lo estuvieran pasandocomo nunca, como si fuera eldía más normal del mundo.

Quiero a la señorita Gosk.Quizá la quiera incluso más

que Max.Me alegro de haber entrado

en el colegio. Solo de ver a la

señorita Gosk ya me sientomejor.

Voy a volver al coche de laseñorita Patterson. Pero antesme gustaría entrar un momentoen el despacho de la directora ysaber lo que está haciendo. Yver si el jefe de policía siguesentado en el sofá de sudespacho. Y saber si los padresde Max vendrán hoy al colegiopara que les sigan haciendopreguntas. Y también pasar por

la sala de profesores para verqué dicen las demás maestrassobre la desaparición de Max.Y ver si la señorita Hume, laseñorita Daily y la señoritaRiner están tan preocupadascomo yo. Y buscar a la señoritaPatterson y ver si hace como sino pasara nada o si estáengañando a otros alumnoscomo hizo con Max. Pero loque más me gustaría del mundosería quedarme aquí, en clase

de la señorita Gosk.Pero si la señorita Gosk es

capaz de hacer como si nopasara nada, yo también puedoser capaz de esperar dentro delcoche de la señorita Pattersonhasta que vuelva.

Esperar es una de las trespeores cosas del mundo, peroya falta poco para que setermine esa espera.

Si me quedo sentadito en elcoche de la señorita Patterson y

espero, encontraré a Max.

Capítulo 32

La señorita Patterson abre lapuerta del coche y se sienta alvolante. La última campana hasonado hace cinco minutos yaún quedan algunos autocaresen la glorieta, esperando a quesuban los últimos niños. Pero laseñorita Patterson es una

maestra de apoyo, no esresponsable de lo que hagan odejen de hacer los alumnos. Notiene que preocuparse de cómovuelven a casa o de si havenido a recogerlos unacanguro, una tía o una abuela.Ni siquiera de si tienen amigoscon quien jugar, de si hancomido bien o tienen un buenabrigo para el invierno.

De esas cosas solo se hacenresponsables las maestras como

la señorita Gosk; las que soncomo la señorita Pattersonpueden marcharse en cuantosuena la última campana.Seguro que a ellas les parecemuy bien que así sea, pero nosaben lo mucho que los niñosquieren a la señorita Gosk.

Si solo das una hora de clasea la semana, es difícil que losniños te quieran.

O si los secuestras.La señorita Patterson arranca

el coche, gira a la izquierda ysale enseguida de la glorietapara evitar que los autocares lebloqueen la salida. Estáprohibido adelantar un autocarcuando lleva la señal pequeñitade stop encendida.

No se me olvida el día queMax salió corriendo entre dosautocares y un coche queatravesaba la glorieta,saltándose la señal, casi loatropella.

Graham estaba allí aquel día.Estaban los dos, Graham yMax. Parece que ha pasadomucho tiempo.

La señorita Pattersonconduce muy atenta. No ponela radio. No hace llamadas. Nocanta, ni tararea, ni siquierahabla sola. Lleva el volantebien sujeto con las dos manos,pendiente de la carretera.

La observo. Pienso que quizádebería sentarme a su lado,

pero no lo hago. Nunca me hesentado en el asiento de delantede un coche, y no me apeteceponerme a su lado. Quieroseguirla, y que me lleve hastaMax para poder salvarlo. Perono quiero sentarme a su lado.

Aunque no hubiera conocidoa Summer, habría intentadosalvar a Max de todos modos.Quiero a mi amigo y soy elúnico que puede hacer algo porél. Pero, en cuanto pienso en

salvar a Max, me acuerdo deSummer. De la promesa que lehice. No sé por qué, pero es loque me viene a la cabeza.

No dejo de fijarme en laseñorita Patterson por si me daalguna pista. En cualquiermomento se pondrá a hablar.He estado muchas veces en elcoche cuando el padre o lamadre de Max viajaban solos, yen habitaciones con muchísimagente que creía estar sola, y por

lo general siempre hacen algo.Siempre terminan haciendoalgo. Encienden la radio, o seponen a tararear, o a gemir, ose atusan el pelo en el espejitodel parabrisas, o tamborileancon los dedos en el volante. Aveces hablan solos. Hacen listaso se quejan de alguien o hablancon otros conductores que vanen los coches de alrededorcomo si pudieran oírlos a travésde los cristales y el metal.

A veces hacen porquerías. Semeten el dedo en la nariz, porejemplo. Aunque el cocheparezca el mejor sitio parahurgarse la nariz, porque pareceque nadie te ve y puedesquitarte los mocos antes dellegar a casa, es una porquería.Cuando la madre de Max pilla asu hijo hurgándose la nariz, seenfada mucho con él, pero Maxdice que hay mocos que con elpañuelo no salen, y supongo

que será verdad porque yotambién he visto a su madremeterse el dedo en la nariz.Aunque nunca cuando haygente delante.

Eso le digo a Max.—Meterse el dedo en la nariz

es como hacer caca —le digo—. Se tiene que hacer cuandoestás solo.

Pero Max sigue hurgándosela nariz delante de la gente,aunque ya no tanto como hacía

antes.La señorita Patterson no se

mete el dedo en la nariz. Ni serasca la cabeza. Ni siquierabosteza, suspira o se sorbe losmocos. Va atenta a la carreteray solo mueve las manos paraencender la flechitaparpadeante cuando va a girar.Es muy seria conduciendo.

Yo creo que es seria paratodo. «Seria y formal», diría deella la señorita Gosk, cosa que

todavía me da más miedo. Lagente seria hace cosas serias ynunca mete la pata. Dice laseñorita Gosk que Katie Marzikes una niña seria y formalporque el dictado siempre lesale perfecto y hace losproblemas de matemáticas sinayuda de nadie. Incluso esosque sus compañeros ycompañeras no consiguenresolver ni con ayuda.

Si Katie Marzik quisiera ser

secuestradora cuando fueramayor, lo haría muy bien.

Seguro que algún díaconducirá como la señoritaPatterson, sin apartar la vista dela carretera, con el volante biensujeto y la boca cerrada.

Supongo que la señoritaPatterson va hacia su casa.Estoy preocupado por lo quepueda haber hecho con Max.¿Cómo habrá conseguidotenerlo escondido todo el día

mientras ella estaba en elcolegio?

Igual lo ha atado con unacuerda. Max odia sentirsesujeto. No soporta los sacos dedormir porque aprietan. Diceque lo «exprimen». Y que losjerséis de cuello alto lo ahogan,que no es verdad, aunque enparte sí es verdad que ahogan.Max nunca se mete dentro deun armario, por mucho que elarmario tenga las puertas muy

abiertas, ni se tapa la cabezacon las mantas. Y se pone soloseis prendas, sin contar loszapatos. Nunca lleva encimamás de siete cosas, porque másde siete es demasiado y seahoga. «¡Me ahogo! —dice avoces—. ¡Me ahogo! ¡Meahogo!»

Eso significa que si en lacalle hace mucho frío, la madrede Max solo consigue que seponga un par de calzoncillos,

un pantalón, una camisa, unabrigo, un par de calcetines yun gorro. Max nunca se poneguantes ni mitones. Y aunquesu madre le quitara loscalcetines, el gorro y loscalzoncillos, que a veces piensoque haría si pudiera, Max senegaría de todos modos a llevarguantes o mitones porque no legusta tener las manos tapadas yexprimidas, como él dice, enlos guantes. Por eso su madre

le forra siempre los bolsillos delos abrigos, para que así puedameter las manos dentro ycalentarse un poco.

Como a la señorita Pattersonse le haya ocurrido dejar a Maxatado, o encerrado en unarmario o una caja todo el día,la va a armar gorda.

Puede que tenga unayudante. Puede que estécasada y que su marido hayasecuestrado a Max también.

Puede que fuera idea de él. Oque la señorita Patterson ledijera a su marido que ellospodían ser mejores padres paraMax que sus propios padres, yque el señor Patterson se hayapasado el día vigilando a Maxen el papel de padre. Eso seríamejor que no dejarlo atado oencerrado en un armario, peronada bueno tampoco, porque aMax no le gustan los extraños,ni los sitios extraños, ni las

comidas nuevas, ni acostarse ahoras distintas, ni nada que seadistinto.

La señorita Pattersonenciende la flechita queparpadea, pero no veo ningunacalle por delante donde sepueda girar. Solo casas. Una deellas tiene que ser la suya. Maxestá dentro de una de esascasas. Me estoy poniendo muynervioso. Ya casi he llegadopor fin.

El coche pasa de largo frentea tres casas y finalmente tuercea la derecha. Hay una cuestalarga que sube hasta una casa,una casa azul. Es pequeña, peroperfecta. Como las que salen enlos libros y las revistas. En eljardín de delante hay cuatroárboles bien grandes, pero,aunque están pelados, no se veni una sola hoja en el suelo.Tampoco hay hojas atrancandolos desagües o apelotonadas a

orillas de la casa. Dos cestascon flores adornan los peldañosque suben hasta la puerta deentrada. Son de esas como lasque venden los padres todoslos años en el colegio. Conflorecitas amarillas.Seguramente la señoritaPatterson se las compró a algúnpadre del cole la semana pasadacuando las pusieron a la venta.Son unas florecitas perfectas. Yel camino asfaltado que lleva

hasta la casa también lo es. Nose ven grietas ni parches. Detrásde la casa hay un estanque. Unalaguna, creo. Asoma por lasesquinas de la casa.

Subiendo por la cuesta, laseñora Patterson agarra unmando a distancia y pulsa unbotón. La puerta del garaje seabre. Mete el coche dentro yapaga el motor. Un segundomás tarde, oigo que la puertadel garaje cruje y zumba: se está

cerrando.He entrado en su casa.Oigo la voz de Summer en

mi cabeza, haciéndomeprometer de nuevo que salvaréa Max. «Lo prometo», le digo.

La señorita Patterson no meoye. Solo Max puede oírme, ydentro de muy poco me va a oíren la realidad. Tiene que estarescondido en algún lugar deesta casa. No puede estar muylejos, lo encontraré. Me parece

increíble haber llegado hastaaquí.

La señorita Patterson abre lapuerta del coche y sale delgaraje.

Salgo del coche yo también.Ha llegado el momento de

encontrar a mi amigo.«Ha llegado el momento de

salvar a Max», digo en voz alta.Me las quiero dar de valiente,

pero no lo soy.

Capítulo 33

No espero a la señoritaPatterson. Ella se ha parado aquitarse el abrigo y la bufandaen un cuartito que está dentrodel garaje. En las paredes hayganchos para colgar cosas, unahilera muy ordenada de botas yzapatos en el suelo, una

lavadora y una secadora, perono veo a Max por ningún sitio,así que paso de largo junto aella y entro en una sala de estar.

Hay sillas, un sofá, unachimenea, un televisor colgadode la pared y una mesita conlibros y fotos en marcos deplata, pero ni rastro de Max.

A mi derecha veo unvestíbulo y una escalera, asíque decido ir a la planta dearriba. Subo los peldaños de

dos en dos. No tengo quecorrer porque ya he entrado enla casa, pero corro de todosmodos. Tengo la impresión deque cada segundo cuenta.

En lo alto de la escalera hayun pasillo y cuatro puertas.Tres están abiertas y unacerrada.

La primera puerta a miizquierda está abierta. Es undormitorio, pero no el de laseñorita Patterson. No hay

cosas suyas dentro, solo unacama, una cómoda, una mesitade noche y un espejo. Muebles,sí, pero no objetos suyos. Noveo nada en la cómoda. Ni enel suelo. No veo ningúnalbornoz ni ninguna chaquetacolgando de los ganchos quehay detrás de la puerta. Sobre lacama hay montones dealmohadas. Demasiadas. Separece mucho al dormitorioque los padres de Max tienen

en el piso de arriba, al final delpasillo. La habitación deinvitados, lo llaman, aunque lospadres de Max nunca tieneninvitados en casa. Seguramenteporque a Max no le gustaríaque alguien pasara la noche ensu casa. Es una especie de falsahabitación. Para mirar y notocar. Como la habitación de unmuseo.

Me asomo al armario que hayjunto a la cama. Atravieso la

puerta y entro en un espacio aoscuras. No veo nada porqueestá todo negro, pero susurro:«Max, ¿estás aquí?».

No está. Lo sé incluso antesde susurrar su nombre.

Solo Max puede oírme, asíque no sé por qué susurro. Sumadre diría que eso me pasapor ver tanto la tele, y puedeque tenga razón.

La segunda puerta a laizquierda también está abierta.

Es un cuarto de baño. Parecefalso también. Como de museo.Y dentro tampoco hay cosaspersonales. Ni en el lavabo nien el suelo. Las toallas cuelganmuy ordenadas de los toallerosy la tapa del váter está bajada.Creo que es un cuarto de bañopara invitados, aunque no sabíaque existieran cuartos de bañoasí.

Sigo pasillo adelante hasta lapuerta que está cerrada. Si Max

estuviera aquí arriba, lo lógico,creo yo, sería encontrármelo enuna habitación con la puertacerrada. Atravieso la puerta. Noveo a Max. Es la habitación deun niño pequeño. Veo unacuna, una caja con juguetes,una mecedora y un mueble conuna cestita llena de pañales. Enel suelo hay cubos de unjuguete de construcción, untrenecito azul y una pequeñagranja de plástico con personas

y animales muy pequeños.A Max no le gustaría esa

granja de plástico porque laspersonas no parecen reales.Parecen palos con caras, y a élesos juguetes no le gustan. A élle gusta que parezcan deverdad. Pero esos animalitos yesas personitas están colocadosfuera de la pequeña granja deplástico, o sea que al niño de lacasa deben de gustarle.

De pronto caigo: la señorita

Patterson tiene un hijopequeño.

No me lo puedo creer.En esta habitación hay otro

armario. Un armario ancho conpuertas correderas, pero una deellas está abierta. Dentro hayestanterías con zapatosdiminutos, camisitas diminutas,pantalones diminutos y bolasde calcetines diminutas.

Pero no veo rastro de Max.La señorita Patterson tiene un

hijo pequeño. Pero no loentiendo, yo creía que losmonstruos no tenían niñospequeños.

Salgo de la habitación y entroen otra que está en el otroextremo del pasillo. Es eldormitorio de la señoritaPatterson. Lo noto enseguida.Hay una cama, una cómoda yotro televisor colgando de lapared. La cama está hecha, perono veo almohadas

amontonadas encima como enla otra, y hay una botella deagua y un libro en la repisa delcabecero. Y junto a la cama,una mesita con un reloj, unapila de revistas y unas gafas.Esta habitación está llena decosas, no como la de losinvitados.

El dormitorio comunica conun cuarto de baño y un granarmario sin puertas. Es casi tangrande como el dormitorio de

Max. Y está lleno de ropa,zapatos y cinturones. Pero sigosin encontrar ni rastro de Max.

«¡Max! ¿Estás ahí? ¿Meoyes?», lo llamo gritando.

Nadie responde.Salgo del dormitorio de la

señorita Patterson. Hago un altoen el pasillo un momento ylevanto la vista por si hubierauna trampilla en el techo quellevara a un desván. Los padresde Max tienen una trampilla

con escalerilla incorporada:tiras de un cordón y la trampillase abre y se despliegan unasescaleras por las que se sube aldesván. Pero aquí no haytrampilla que valga. Ni desván.

Bajo otra vez a la planta deabajo.

Pero no vuelvo a la sala deestar, doblo a la izquierda. Hayun pasillo que lleva a la cocina,y enfrente, otra sala de estar.Dentro veo sofás, butacas,

mesitas, lámparas, otrachimenea y una estantería llenade libros, pero ni rastro deMax.

Cruzo la sala de estar y entroen un comedor que queda a laizquierda. Hay una mesa largacon sillas. Una mesita con másfotos y una bandeja conbotellas encima. Tuerzo a laizquierda otra vez y entro en lacocina. Montones de cacharros,pero ni rastro de Max.

La planta baja tiene una salade estar, otra sala de estar, uncomedor y una cocina. Eso estodo. Ni rastro de Max enninguna parte.

Ni de la señorita Patterson.Recorro otra vez la casa, esta

vez más deprisa. Descubro unbaño, que no había visto antesporque la puerta estaba cerrada,y un ropero junto a la puerta deentrada.

Pero no a Max.

De pronto, en el pasillo quelleva a la cocina, descubro lapuerta que estaba buscando.

La puerta del sótano.La señorita Patterson se

encuentra en el sótano conMax. Lo sé.

Atravieso la puerta y meencuentro en lo alto de unasescaleras. Hay luz tanto en laescalera como en la habitacióndel fondo. Es un cuarto con elsuelo enmoquetado que parece

otra sala de estar. En el centrohay una mesa grande de colorverde, pero sin sillas, y unaredecilla extendida al través.Parece una pista de tenis enminiatura. Como de juguete.Hay sofás, butacas y untelevisor, pero ni rastro de Max.

Ni de la señorita Patterson.Hay una puerta abierta al

fondo. La cruzo y me encuentroen un sótano normal ycorriente. Con suelo de piedra y

maquinaria sucia en un rincón.Una de las máquinas tiene queser una caldera, para calentar lacasa, y la otra la bomba delagua, pero no sé cuál es cuál.También hay una mesa y sobreella, colgando de la pared,muchos martillos, sierras ydestornilladores, tan limpios yordenados como el armario y eljardín de la señorita Patterson.Como toda la casa. Lo únicoque he visto que no estaba en

su sitio es esa botella de aguaen la repisa del cabecero de lacama.

No hay nada más. Niarmarios, ni escaleras, ni nada.

No hay rastro de Max. Ni dela señorita Patterson.

Ya he vuelto a perderla. Ensu propia casa.

Subo corriendo a la cocina yllamo a voces a Max. Salgocorriendo al garaje para ver siel coche de la señorita Patterson

sigue en su sitio. El motorchasquea como hacen a veceslos coches cuando se apagan. Elabrigo de la señorita Pattersonsigue colgado del gancho juntoa la lavadora.

Quizá haya salido al jardín.Ya sé que sonará absurdo,porque uno no pierde a unapersona dentro de su propiacasa, pero sigo pensando queesta situación es muypreocupante. Algo me huele

mal. Lo sé. Aunque la señoritaPatterson hubiera salido aljardín, ¿dónde está Max?

Levanto la mano, me lapongo delante de la cara, y lamiro fijamente, para comprobarsi puedo ver al través.

Sigo entero. No estoydesapareciendo. No le puedehaber ocurrido nada malo aMax. Tiene que estar en algúnsitio, sano y salvo. La señoritaPatterson sabe dónde se

encuentra, así que lo único quetengo que hacer es encontrarlaa ella y que me lleve hasta Max.

Salgo al jardín. Atravieso lapuerta corredera de cristal delcomedor y salgo a una terrazaque da a la parte de atrás de lacasa. De la terraza salen unospeldaños que bajan hasta unapequeña zona de césped, ybajando por otros peldaños sellega hasta el estanque. Esalargado y estrecho. Al otro

lado hay casas, y los vecinos aderecha e izquierda de laseñorita Patterson tienen la luzencendida, se ve entre losárboles. Las casas no están muypegadas, pero no creo que laseñorita Patterson se hubieraatrevido a sacar a Max al jardín.

Al final de las escaleras hayun pequeño embarcadero y unabarquita flotando junto a él. Esuna barca de remos. La madrede Max quiso enseñar a remar a

su hijo el verano pasadocuando fuimos a Boston, peroél se negó. Max estuvo a puntode bloquearse de tanto comoinsistió. Pensé que la madre deMax iba a acabar llorando dever lo bien que se lo pasabanlos demás niños y niñasremando con sus padres en lasbarquitas mientras Max sequedaba en tierra.

La señorita Patterson no estáen la terraza. Hay una mesa con

un parasol y unas sillas, pero nirastro de Max o la señoritaPatterson.

Bajo de la terraza dando unsalto y rodeo la casa corriendo.Corro sin dejar de mirar portodas partes hasta que he dadola vuelta completa a la casa yvuelvo a encontrarme en laterraza, con el estanque delante.El sol está bajo y las sombras sehan alargado. Los rayos de soldestellan en el agua.

Llamo a Max en voz alta,gritando como nunca he hechoen mi vida. Solo Max puedeoírme, pero Max no responde.

Siento como si hubieravuelto a perder a mi amigo.

Capítulo 34

Vuelvo al interior de la casa.Tiene que haber algunahabitación o algún armario enlos que no me haya fijadoantes. De pie en medio delcomedor, llamo a voces a Max.No oigo el eco de mi vozporque el mundo no la oye. El

único que la puede oír es Max.Pero, si el mundo pudieraoírme, me llegaría su eco. Unay otra vez. Así de alto grito sunombre.

Recorro la planta baja denuevo, más despacio esta vez, yvoy del comedor a la cocina, dela cocina a la sala de estar yvuelta otra vez al comedor. Medetengo un momento en la salade estar donde está el televisory echo un vistazo a los marcos

de plata con las fotos. En lastres se ve a un niño. En una delas fotos está andando a gatas, yen otra ya de pie, agarrado auna bañera. Sonríe en las tres.Tiene el pelo castaño, los ojosgrandes y la cara regordeta.

No puedo creer que laseñorita Patterson tenga unhijo. Un niño pequeño. Lo digoen voz alta para ver si eso lohace más real: «La señoritaPatterson tiene un hijo

pequeño». Vuelvo a decirloporque sigo sin creérmelo.

¿Dónde estará ese niño? ¿Enla guardería quizá?

Ya lo tengo: puede que laseñorita Patterson deje al niñocon alguna vecina mientras estátrabajando y haya salido arecogerlo.

Ya está. Seguro que es eso.Ha salido de casa mientras yoestaba arriba o quizá cuando hebajado al sótano, pero no ha

cogido el coche. Ha ido a casade la vecina a recoger a su hijoo tal vez a la guardería delbarrio. Ha ido a algún sitio depor aquí cerca. Puede que hagasiempre ese recorrido andando,porque a los pequeños lesconviene que les dé un poco elaire, y así por el camino lepreguntará qué tal le ha ido eldía, igual que hacen todas lasmamás, aunque los niñostodavía no sepan hablar.

Ya me siento un poco másaliviado. No sé dónde está Max,pero, si sigo a la señoritaPatterson, daré con él. Si no lapierdo de vista, todo saldrábien. También puede ser queMax esté en otra casa con elmarido de la señorita Patterson.Es posible que el señor y laseñora Patterson tengan unasegunda residencia en Vermont,como esa de la que siemprehabla Sadie McCormick cuando

encuentra quien la escuche. Alo mejor se han llevado a Max asu segunda residencia. A algúnsitio apartado donde la policíanunca pueda encontrarlos.

Sería muy astuto por parte dela señorita Patterson haberhecho algo así. Llevarse a Maxa un lugar apartado donde lapolicía nunca pudieraencontrarlo.

A algún sitio lejos de esospadres que a ella no le inspiran

confianza y de esa escueladonde ella cree que Max nodebería estar.

Pero no hay nada que temer.Si sigo de cerca a la señoritaPatterson, al final me llevaráhasta Max. Aunque esté enVermont, lo encontraré.

Me miro la mano. La levantoa la altura de los ojos. Mesiento culpable haciendo eso,pero me recuerdo a mí mismoque es por el bien de Max,

aunque yo sé que también lohago por mí mismo. Más pormí que por él. Mi mano sigueigual que siempre. No estoydesapareciendo. Y Max estábien. Esté donde esté.

Decido registrar la casa unavez más mientras espero a quevuelva la señorita Patterson. Mesiento como uno de esospolicías de la tele que buscanpistas, que es justo lo que yoestoy haciendo. Buscar pistas

que me lleven hasta Max.En la cocina veo un armario

en el que no me había fijadoantes, y me asomo aunsabiendo que Max no estádentro. Sería un sitio muy tontoen el que encerrar a un niño;además, si estuviera ahí, habríaoído mis voces llamándolo.Dentro está oscuro, pero entrela penumbra distingo latas ycajas. Es una alacena.

En la sala de estar descubro

otra serie de fotos del niño dela señorita Patterson, sobre lasrepisas de las dos chimeneas ylas mesitas. No he vistoninguna foto del señorPatterson, cosa que me pareceun tanto extraña en un primermomento, pero luego caigo enque seguramente es él quien lassaca todas. En casa de Max pasalo mismo. Su padre no sale enninguna porque siempre estádetrás de la cámara en lugar de

delante.En casa de la señorita

Patterson hay pocos trastos. Noveo revistas amontonadas. Nifruteros. Ni juguetes tirados enel suelo o canastos llenos deropa sucia cerca de la lavadora.Tampoco platos en el fregaderoni tazas de café vacías en lamesa de la cocina. Me recuerdala casa de Max cuando suspadres la pusieron en venta.Max estaba en preescolar, y sus

padres decidieron que teníanque mudarse a una casa másgrande por si algún día Maxtenía un hermanito o unahermanita, así que plantaron ungran letrero en el jardín dedelante, como una etiqueta deesas que llevan el precio puestopero sin precio, para que lagente supiera que la vendían. Yde vez en cuando venía a casauna señora que se llamaba Megy traía a extraños cuando no

había nadie dentro para quepudieran verla y decidir siquerían comprarla.

Max no soportaba la idea detener que mudarse. Él detestalos cambios, y trasladarse a otracasa suponía un gran cambio.Como se bloqueó varias vecesal saber que iban a venirextraños a ver la casa, al finalsus padres optaron por nodecirle nada de aquellas visitas.

Al final creo que fue por eso

por lo que no nos mudamos.Les preocupaba que Max sebloqueara para siempre si nostrasladábamos a otro sitio.

Cada vez que venía alguien aver la casa, los padres de Maxguardaban enseguida losperiódicos y las revistas en uncajón de la cocina y metían enun armario toda la ropa queestuviera tirada por el suelo. Yhacían la cama, cosa que nohacen nunca. Querían dar la

impresión de que en aquellacasa nadie dejaba nada fuera desitio para que aquellos extrañosse hicieran una idea de cómosería si en ella vivieranpersonas perfectas.

Con la casa de la señoritaPatterson pasa lo mismo.Parece que en cualquiermomento vaya a venir unextraño a visitarla. Pero no creoque la señorita Patterson tengaintención de venderla. Yo creo

que así es como es ella.Decido recorrer otra vez el

piso de arriba y el sótano, porsi en la primera vuelta se me hapasado algún armario o algunapista que pudiera llevarmehasta Max. Descubro másfotografías del niño de laseñorita Patterson y un armarioen el vestíbulo de arriba. PeroMax no está dentro.

En el sótano encuentro tresarmarios, pero oscuros y llenos

de polvo; además, dentro nopodría caber Max porque sondemasiado pequeños.Encuentro también unas cajascon clavos, una pila deladrillos, unos canastos deplástico llenos de ropa y uncortacésped, pero ni rastro de laseñorita Patterson ni de Max.

No pasa nada. La señoritaPatterson va a entrar por lapuerta en el momento menospensado. Aunque sepa que Max

no vendrá acompañándola, nopasa nada. Con encontrarla aella ya tengo bastante, porquesé que me llevará a Max.

Estoy en el comedor, de pieante las puertas correderas decristal mirando el estanque,cuando por fin oigo que lapuerta se abre. Ahora lassombras de los árboles estánentrando en el estanque y yacasi no se ven destellos decolor naranja en el agua. El sol

está demasiado bajo. Mevuelvo, entro en la cocina yvoy hacia el pasillo que llevahasta la puerta de entrada,cuando de golpe caigo en queno era la puerta principal la quehe oído abrirse.

Era la puerta del sótano.La señorita Patterson acaba

de cruzar la puerta del sótano.Ha entrado en la cocina por lapuerta del sótano.

Pero yo he estado en el

sótano hace solo un par deminutos, cuando he descubiertoesos armarios y esas cajas conclavos. La señorita Patterson noestaba allí hace un par deminutos, pero ahora resulta queacaba de entrar en la cocina yde cerrar la puerta del sótanotras ella.

Tengo más miedo que nunca.

Capítulo 35

Lo primero que se me ocurre esque la señorita Patterson sea unamigo imaginario y yo no mehaya dado cuenta. Que seacapaz de atravesar puertascomo yo, y haya entrado encasa y bajado al sótano sin queyo la oyera.

Pero eso es absurdo,enseguida me doy cuenta.

De todos modos, esa mujertiene algo raro, porque noentiendo cómo ha podido pasarpor el sótano sin que yo laviera. Quizá tiene poderes parahacerse invisible o encogerse.

Me doy cuenta de que eso esabsurdo también.

La observo: ha abierto elfrigorífico y está sacando unpoco de pollo. Pone una sartén

en el fuego y lo fríe. Mientras elpollo chisporrotea, hiervearroz.

Pollo con arroz: el platofavorito de mi amigo. A Maxhay muchas cosas de comerque no le gustan, pero al pollocon arroz blanco nunca diceque no. A él le gusta que en elplato no haya demasiado color.

Me gustaría bajar otra vez alsótano a ver si encuentro esearmario o esa escalera que antes

seguramente se me han pasado.Quizá debajo del sótano hayaotro sótano. O una trampilla enel suelo que no he visto porquenormalmente no voy buscandopuertas en el suelo.

Por otro lado, no quiero quela señorita Patterson se meescape otra vez. Mejor meespero. Está haciéndole la cenaa Max. Lo sé. Cuando terminede preparársela, la seguiré.

La señorita Patterson es una

mujer muy limpia cocinando.Nada más terminar de usar latabla de cortar, la aclara bajo elgrifo y luego la mete en ellavaplatos. Y nada más echar elarroz en el recipiente de cristal,guarda el paquete otra vez en laalacena. La madre de Max haríabuenas migas con ella, si no lehubiera robado a su hijo. A lasdos les gusta el orden. Lamadre de Max dice: «Velimpiando sobre la marcha».

Pero al padre de Max siemprese le amontonan los platos en elfregadero, y allí se quedan todala noche.

La señorita Patterson hapuesto una bandeja roja sobrela encimera. Yo la veoperfectamente limpia, pero lepasa un papel de cocina. Luegopone encima dos platos depapel, dos vasos de papel y dostenedores de plástico.

A Max le gusta comer en

platos de papel y beber envasos de papel porque sabe conseguridad que están limpios.No se fía de nadie a la hora delavar los platos, ni siquiera delos lavavajillas. Sus padres lodejan que coma en platos depapel solo de vez en cuando,especialmente cuando su madrequiere que pruebe algunacomida distinta.

Pero ¿cómo sabe la señoritaPatterson que a Max le gustan

los platos de papel y lostenedores de plástico? Nuncaha cenado en casa. Entoncescaigo en que Max lleva ya tresdías con ella. Se lo habrácontado.

La señorita Patterson sirve elarroz y el pollo en los dosplatos y echa zumo de manzanaen los vasos.

El zumo de manzana es labebida favorita de Max.

Luego coge la bandeja y va

hacia las escaleras que bajan alsótano. Y yo detrás.

Al pie de las escaleras, gira ala izquierda, en dirección a laparte del sótano enmoquetada,donde está la mesa verde con lared y el televisor.

Seguro que hay una trampillabajo la moqueta. Seguro. Y ahídebajo estará Max. En el sótanodel sótano.

La señorita Patterson cruza lahabitación, deja a un lado la

mesa verde y va hacia unapared con un cuadro de unasflores y un estante encima de él.Estoy esperando a que encualquier momento se agachepara levantar la moquetacuando veo que se pone depuntillas y hace presión en unaparte del estante. Se oye un clicy la pared se mueve. Laseñorita Patterson la empuja unpoco más para abrirse unhueco. Pasa al otro lado, y un

segundo después, la pared secierra y el estante hace clic otravez. Ha vuelto a su sitio. No senota nada que allí hubiera unapuerta secreta. El papelestampado que cubre la paredno deja ver el minúsculo huecoque pudiera haber entre lapared y la puerta. Quedacamuflada. Yo sé que allí hayuna puerta, pero no veo dóndeempieza ni dónde termina. Esuna puerta ultrasecreta.

Y Max está al otro lado.Cruzo la habitación. Por fin

voy a ver a Max. Intentoatravesar la puerta pero nopuedo. Choco con ella y caigode espaldas al suelo. Esimposible distinguir los bordesde la puerta, así que me lahabré pasado. Me muevo unpoco más hacia la izquierda ypruebo de nuevo, esta vez máslentamente, pero tampoco es laentrada. Vuelvo a chocar con la

pared. Lo intento tres vecesmás, pero las tres veces meestampo contra la pared.

Sé que la puerta está ahí,pero me pasa lo mismo que conlas puertas del ascensor delhospital. Cuando Max meimaginó, no se le ocurriópensar en puertas ultrasecretasque parecieran paredes, así queme es imposible atravesarla.

Max está al otro lado de esapuerta que no es puerta. La

única forma de entrar seráesperar a que la señoritaPatterson abra de nuevo lapuerta.

Tengo que esperar.Me siento en la mesa verde

sin apartar la vista de la pared.No puedo irme de aquí nidespistarme un momento.Cuando la señorita Pattersonabra esa puerta, tendrá muypoco espacio para salir, lo quesignifica que tendré que

colarme por el hueco en cuantoella se aparte. Si no soy rápido,no conseguiré pasar.

Hago guardia.Fijo la vista en el estampado,

esperando que la pared semueva en cualquier momento.Intento pensar solo en esapuerta-pared, pero empiezo apreguntarme qué habrá al otrolado. Tiene que haber unahabitación, una habitación lobastante grande como para que

la señorita Patterson y Maxpuedan cenar juntos allí dentro.Pero es una habitaciónsubterránea, no tiene ventanas yseguramente está cerrada conllave, así que Max se sentiráatrapado. Eso quiere decir quepuede estar bloqueado. Opuede que ya se bloquearaantes y ahora esté normal.

Quiero ver a Max, pero meentra miedo de pensar en cómome lo encontraré después de

tres días tras una pared.Aunque no se haya bloqueado,no creo que esté muy bien.

Sigo esperando.La pared se mueve por fin.

Salto de la mesa y me acerco aella. La pared se abre y laseñorita Patterson pasa por elhueco. Vuelve la vista atrásdespués de haber pasado, y yoaprovecho ese momento paracolarme dentro.

Creo que la señorita

Patterson ha vuelto la vistaatrás para asegurarse de queMax no salía tras ella, peroestoy muy equivocado. Encuanto veo la habitación quehay al otro lado, sé que estoymuy equivocado.

Max no tiene intención deescapar.

Y yo no me puedo creer loque estoy viendo.

Capítulo 36

La luz me deslumbra. Quizáporque llevaba un buen rato enla penumbra del sótano a laespera de que la pared semoviera, pero nunca habríapodido imaginar que unahabitación subterránea fuera tanluminosa.

A medida que me voyacostumbrando a la luz, veoque la habitación está pintadaen amarillo, verde, rojo y azul.Me recuerda el aula del señorMichaud en preescolar, conaquella oruga gigante sobre lapizarra blanca y las paredespintadas con los dibujos a dedode los niños. Parece una caja decolores. Una caja de esas quetienen ocho o diez coloresdistintos. Toda la habitación

parece una explosión de color.Dentro hay una cama que

tiene forma de coche decarreras. Pintada de azul y rojo.Con un volante y todo saliendodel cabecero. También hay unacómoda con los cajones cadauno de un color. Y una puertaen el otro extremo de lahabitación con la palabra«Niños» garabateada en letrasde color rojo. Veo también unpupitre con una gran pila de

papel de dibujo y una pila aúnmás alta de papel milimetrado,que a Max le encanta, porque esideal para dibujar mapas yplanear batallitas. Del techocuelgan unos cables conmaquetas de aviones. Veosoldaditos, tanques, camiones yaviones de juguete por todaspartes. En una estantería sobrela cama apuntan unosfrancotiradores, y sobre un puf,una hilera de tanques. Y

columnas de soldados quemarchan por el centro de lahabitación. Sobre la cama, unaeródromo y alrededor de élcañones antiaéreos apostadosen las almohadas. Se hacelebrado una batalla hacepoco. Lo sé por el modo en queestán colocados los soldados ylos tanques.

Creo que los verdes hanvencido a los grises. Los grisestenían todas las de perder según

parece.La habitación es más grande

de lo que yo pensaba. Muchomás. Hay vías de tren por todaspartes, que se pierden bajo lacama y asoman por el otrolado. Aunque no veo ningúntren. Seguramente habrá hechouna parada bajo la cama.

Sobre la cómoda haymontones, cientos quizá, defiguritas de La guerra de lasgalaxias, y en un lado de la

habitación naves espaciales,también de La guerra de lasgalaxias, colocadas como lascoloca Max. Delante de loscazas Ala-X no hay ningunanave, porque esos cazasnecesitan pista de despegue.Pero el Halcón Milenario,como puede despegar envertical, está rodeado de cazasTIE y coches de nubes de doscápsulas. Y también tropas deasalto, y soldados de asalto de

Ciudad de las Nubes apostadosjunto a cada una de las navesespaciales, esperando a unaorden de Max para lanzarse alataque.

Nunca había visto tantosjuguetes juntos de La guerra delas galaxias, aparte de en latienda. Ni Max tampoco. Maxdebe de tener la colección másgrande de toda la clase, pero allado de esta la suya pareceinsignificante.

Aquí hay tropas de asaltocomo para formar un pequeñoejército.

He contado seis cazas Ala-X.Max tiene dos, que ya esmucho.

Al otro lado de la cama, hayun televisor que está colgado dela pared y debajo, un montónde DVD. La pila es casi tan altacomo Max. Tanto que parececomo si fuera a venirse todoabajo.

Sobre la pila hay treshelicópteros verdes aparcados yunos francotiradores vigilandola zona. El DVD de encima esde una película que a Max leen can ta: Las brigadas delespacio.

En el suelo hay moqueta. Esde color azul oscuro, conestrellas, planetas y lunasdibujados. Está nueva y esgruesa. Me dan ganas de hundirlos dedos de los pies en ella,

pero, como en realidad solotoco la idea de la moqueta, mispies no hacen más que rozarla.

Junto a la cama hay unamáquina de chicles de bola.

Sobre la cama está la mochilaazul que vi en el coche de laseñorita Patterson. Abierta. Porla solapa asoman unas piezas deLego.

Estoy casi seguro de que laseñorita Patterson las puso allípara poder tener entretenido a

Max. Para distraerlo hasta quellegaran a casa.

En medio de la habitaciónhay más piezas de Lego. Milesde ellas, de formas y tamañosque nunca había visto antes.Pequeñas, grandes, mecanos,juguetes Lego de esos quenecesitan pilas que son los quemás le gustan a Max… Nuncaen su vida habría podido soñarcon verse rodeado de unavariedad así. Las piezas están

puestas por tamaños y formas,y enseguida caigo en que hasido él quien ha hecho esaspilas. Están ordenadas como aél le gusta. Alineadas como lossoldados en el suelo, todas a lamisma distancia unas de otras.

Y sentado delante de esaspilas como si fuera un generalde Lego, de espaldas a mí, estáMax.

Lo encontré.

Capítulo 37

No me lo puedo creer. Aquíestoy, de pie en la mismahabitación que Max. Espero unsegundo antes de decir sunombre y me quedo mirándoloun rato como hace su madrepor la noche, cuando va a darleun beso aprovechando que

duerme. Hasta ahora nuncahabía entendido por qué sequedaba allí parada mirándolosin más.

Me gustaría quedarme aquímirándolo para siempre.

Hasta ahora no me habíadado cuenta de lo mucho queechaba de menos a Max. Ahoraentiendo lo que quiere decirechar tanto de menos a alguienque no tienes palabras paraexpresarlo. Tendría que

inventarme palabras nuevaspara poder hacerlo.

Al final, lo llamo en voz alta:—Max, estoy aquí.Max da el grito más fuerte

que le he oído nunca.No es un grito largo. Solo

dura un par de segundos. Peroestoy seguro de que la señoritaPatterson vendrá corriendoenseguida para ver qué hapasado. Luego caigo en lacuenta de que antes, cuando

estaba al otro lado de la pared,no podía oírlos a los dos aquídentro. Y Max tampoco mehabía oído llamarlo a gritosdesde fuera.

Creo que es una habitacióninsonorizada.

En la tele salen mucho. Sobretodo en las películas, perotambién en otros programas.

Max no se vuelve a mirarmemientras grita, y eso es malaseñal. Quiere decir que puede

bloquearse. Que se estábloqueando en este momento.Me acerco a él, pero no lo toco.Cuando el grito pierde fuerza,le digo:

—Max, estoy aquí.Digo exactamente lo mismo

que antes de que se pusiera agritar. En voz baja, rápido.Mientras hablo voymoviéndome hasta colocarmedelante de él, con el ejército deLego entre los dos. Veo que ha

estado montando unsubmarino, y por lo que parece,la hélice podrá moverse solacuando lo haya terminado.

—Max, estoy aquí.Max ya ha dejado de gritar.

Ahora respira muy rápido yfuerte. Eso, según la madre deMax, se llama hiperventilar.Parece como si acabara decorrer mil quinientoskilómetros e intentara recuperarel aire. A veces, después de

hacer eso se bloquea.—Max, estoy aquí.

Tranquilo. Estoy aquí.Tranquilo.

Ahora mismo lo peor quepodría hacer sería tocarlo. Ygritarle tampoco sería buenaidea. Sería como empujarlohacia su mundo interior. Lehablo bajito y rápido,repitiéndole una y otra vez lamisma frase. Intento acercarmea él con la voz. Es como

lanzarle una soga y suplicarleque se agarre a ella. A vecesfunciona y consigo tirar de élantes de que se bloquee, y aveces no. Pero no se me ocurreotra cosa. Esta vez funciona.

Enseguida lo noto.Ya respira más despacio,

aunque incluso si se estuvierabloqueando respiraría másdespacio. Le noto en los ojosque no se ha bloqueado. Sonojos que me miran. Que me

miran a los ojos. No estáyéndose. Está viniendo.Volviendo al mundo. Me sonríecon los ojos y sé que ha vuelto.

—Budo —dice.Suena feliz, y eso me hace

feliz.—Max —contesto.De pronto me siento como la

madre de Max. Me entran ganasde saltar por encima de lasmontañas de Lego y abrazarlocon todas mis fuerzas. Pero no

puedo. Seguramente él sealegra de que esas montañas deLego estén ahí separándonos.Por eso me mira risueño,porque no tiene quepreocuparse de que me acerquea tocarlo.

Max sabe que yo nunca lotoco, pero podría pensar queesta situación es distinta. Nuncahemos pasado tres díasseparados.

—¿Estás bien? —le pregunto

y me siento en el suelo delantede él, con las piezas de Lego enmedio de los dos.

—Sí —contesta Max—. Mehas asustado. Pensaba que no tevería nunca más. Estoyhaciendo un submarino.

—Sí, ya veo —le digo.No sé cómo seguir. Intento

encontrar las palabras másacertadas, la clave con la quepoder salvarlo. Por un lado,pienso que debería sonsacarlo

disimuladamente y descubrirhasta qué punto ha venido aquíengañado, pero por otro lado,pienso que quizá sería mejorpreguntarle directamente quéestá pasando. La situación esmuy grave. No se trata de queno haya hecho los deberes oque lo hayan pillado lanzandocomida por los aires en elcomedor del colegio.

Esto es aún más grave que lode Tommy Swinden.

Decido no andarme condisimulos. No «bailar con eldiablo bajo la pálida luz de laluna». Eso es lo que dice laseñorita Gosk cuando cree queun alumno le miente. Dice:«Señor Woods, está ustedbailando con el diablo bajo lapálida luz de la luna. Vaya concuidado, jovencito».

En este momento yo tambiénestoy bailando con el diablobajo la pálida luz de la luna y

no tengo tiempo que perder.—Max —le digo, intentando

imitar la voz y el tono de laseñorita Gosk—, la señoritaPatterson es mala y tenemosque salir de aquí.

A decir verdad, no sé cómonos las vamos a ingeniar parahacerlo, pero lo que sí sé esque, si Max no me ayuda, seráimposible.

—No es verdad, no es mala—me contesta Max.

—Te ha secuestrado. Teengañó para sacarte del colegioy ahora te tiene secuestrado.

—La señorita Patterson diceque yo no debería ir al colegio.Que no es un sitio seguro paramí.

—Eso no es verdad —ledigo.

—Sí que lo es —contestaMax, como si estuvieraenfadándose—. Y tú lo sabes.Si sigo en ese colegio, Tommy

Swinden me matará. Ella yJennifer siempre estántocándome. Hasta mi comidatocan. Los niños se burlan demí. La señorita Patterson estáenterada de lo de TommySwinden y los demás, y diceque ese colegio no es buen sitiopara mí.

—Tus padres piensan que elcolegio es lo mejor para ti. Yson tus padres quienes diceneso.

—Los padres no siempresaben lo que más conviene asus hijos. Es lo que dice laseñorita Patterson.

—Max, esa mujer te tieneencerrado en un sótano. Eso nopuede ser bueno. Una personabuena no encerraría a un niñoen un sótano. Tenemos quesalir de aquí.

La voz de Max se suaviza.—Si le digo a la señorita

Patterson que estoy contento, se

pondrá contenta. —Noentiendo qué quiere decir.Antes de poder preguntárselo,Max ya está hablando otra vez—: Si la señorita Patterson estácontenta, no me tocará ni mehará daño.

—¿Eso te ha dicho?—No, pero me doy cuenta.

Creo que si intentara escapar,se enfadaría mucho.

—No creo, Max. No creo quela señorita Patterson quiera

hacerte daño. Lo único quequiere es tenerte secuestrado.

Pero, en cuanto lo digo, seme ocurre que quizá Max tengarazón. Max no entiende muybien a la gente, pero hay vecesque la entiende mejor quenadie. Quizá no se dé cuenta deque se le pone cara de tontocuando se chupa el dedo enmitad de una clase, pero el díaque a la señorita Gosk se lemurió su madre, Max fue el

único que se dio cuenta de queestaba triste. Enseguida se diocuenta, y eso que ella bien quelo disimulaba; los demás niños,en cambio, solo se enteraron aldía siguiente, cuando ella locontó en clase. Así que igualtambién tiene razón con lo de laseñorita Patterson. Quizá seamucho más malvada de lo queyo pensaba.

—¿Tú no quieres irte? —lepregunto.

—A mí me gusta estar aquí.Tengo un montón de jugueteschulos. Y además, has venidotú. ¿Me prometes que nunca teirás?

—Te lo prometo. Pero y tuspadres, ¿qué?

Me gustaría darle muchasmás razones. Hacerle una listade todas las cosas que va aechar de menos si se quedaencerrado en esta habitación,pero no puedo. Sé que lo único

que Max podría echar de menosde verdad sería a sus padres.Max no tiene amigos. Su abuelamurió el año pasado, y su otraabuela vive en Florida y no vanunca a verlo. Su tía y sus tíosse sienten incómodos con él yapenas le dirigen la palabra.Sus primos hacen como si noestuviera. Lo único que Maxtiene en la vida son sus padres,sus juguetes y yo. Y es posibleque para él sus juguetes sean

tan importantes como suspadres. Es triste decirlo, pero esla verdad. Si Max tuviera queescoger entre su Lego y sussoldaditos por una parte, y suspadres por otra, no sé con quése quedaría.

Creo que eso lo sabe tambiénsu madre. Y su padre es posibleque también lo sepa, pero élprefiere engañarse y dice queno es verdad.

—A mis padres ya los veré

—contesta Max—. Me lo hadicho la señorita Patterson.Pero más adelante. Ahoratodavía no. Ella se encargará decuidar de mí y me mantendráapartado del colegio para queno me pase nada. Me dice quesoy «su muchachito».

—¿Y su hijo? —le pregunto—. ¿Lo has conocido?

—No, se le murió. Me lo dijoella.

Me quedo callado. Espero.

Max baja la vista a susubmarino y encaja unas piezasen la parte que no estáterminada. Al cabo de unminuto, dice:

—Murió porque su papá nocuidó bien de él. Por eso semurió.

Me gustaría preguntarledónde está el señor Pattersonahora, pero no digo nada. Elcaso es que no está aquí. Noforma parte del plan de la

señorita Patterson. Ahora lo sé.—¿Te gusta estar aquí? —le

pregunto.—La habitación está muy

bien —dice Max —. Tengomontones de juguetes chulos.Cuando llegué estaba hecha undesastre, pero la señoritaPatterson me ha dejado que laordene como yo quiero. Laspiezas de Lego estaban todasmezcladas, los juguetes de Laguerra de las galaxias me los

encontré en una caja, y lossoldaditos sin estrenar,empaquetados aún, con elplástico y todo. Y esos DVD deahí los encontré también en unacaja. Ahora todo está en susitio. Además, la señoritaPatterson me ha regalado unahucha y un montón demonedas para que las metieradentro. Había tantas que casi nome cabían.

Max señala el escritorio. Veo

una hucha pequeña de metalcon forma de cerdito en unaesquina. Tiene unas patasmetálicas minúsculas, y lasorejitas y el morro también demetal. Está toda gastada y vieja.

—Era de la señorita Pattersoncuando era pequeña —diceMax, leyéndome elpensamiento.

La señorita Patterson hademostrado ser muy listadejando a Max que arreglara la

habitación a su manera. Eso lotendría entretenido el primerdía. A Max le gusta que suspiezas de Lego estén siempre enorden, apiladas como a él legusta. Cuando iba a preescolar,antes de marcharse a casa, teníaque dejar bien ordenadas todaslas piezas, si no, se pasaba lanoche angustiado. Seguro queeso lo mantendría muyocupado durante todo el primerdía, si es que no se bloqueó.

—Max, si le tienes miedo a laseñorita Patterson quiere decirque este sitio no es bueno parati.

—Cuando está contenta no letengo miedo. Y ahora que túestás aquí me siento muchomejor. Mientras tú estés aquí,todo irá bien. Lo sé. Le dije a laseñorita Patterson que tenecesitaba, y ella me dijo queera posible que vinieras. Y hasvenido. Ahora podemos

quedarnos aquí los dos juntostan a gusto.

De pronto caigo en la cuenta:mientras Max siga en estahabitación, yo no desaparecerénunca.

Los padres de Max siempreinsisten en que su hijo madure,en que conozca a gente nueva ypruebe a hacer cosas nuevas. Elaño que viene su padre quiereapuntarlo a no sé qué de unaliga de béisbol y su madre dice

que quiere ver si puede tocar elpiano. Además, lo han estadollevando al colegio todos losdías pese a que Max les hadicho que Tommy Swindenquería matarlo.

Nunca lo había pensado,pero el mayor peligro para míestá en los padres de Max.

Son ellos los que quieren queMax crezca.

La señorita Patterson deseajusto lo contrario. Ella quiere

tenerlo encerrado en estahabitación, preparadaespecialmente para él. Quiereque no salga de aquí, porqueaquí estará más seguro. Nopiensa pedir un rescate por él nicortarlo en pedacitos. Lo únicoque quiere es tenerlo aquí comosi fuera suyo. Encerrado y asalvo. La señorita Patterson esel diablo bajo la pálida luz de laluna, pero no es un diablocomo los que salen en el cine o

la televisión. Es un diabloauténtico, y, después de todo,quizá yo debería bailar con ella.

Si Max se queda aquí, yoseguiré viviendo todo el tiempoque él esté vivo. Viviré más delo que nunca ha vivido ningúnamigo imaginario.

Si Max se queda aquí, puedeque vivamos los dos felicescomiendo perdices.

Capítulo 38

Max y yo jugamos con lossoldaditos cuando se abre lapuerta y entra la señoritaPatterson. Lleva puesto uncamisón rosa.

Qué vergüenza. Tengodelante a una maestra enpijama.

Max no la mira. Estáconcentrado en la montaña desoldaditos que tiene delante.Una cosa llamada misil decrucero acaba de atacar a suejército. De hecho, era unsimple lápiz de color que Maxha soltado desde un avión deplástico, pero ha conseguidocargarse todas las hileras dehombres que Max teníaperfectamente ordenadas.

—¿Has estado jugando con

tus soldaditos? —pregunta laseñorita Patterson.

Lo dice como sorprendida.—Sí —responde Max—.

Budo está aquí.—Ah, ¿sí? Qué bien, cuánto

me alegro.Y parece que lo dice

sinceramente. Supongo quepensará que al menos así Maxtiene a alguien con quien jugar,aunque no piense que yo sea deverdad. Seguramente lo que

piensa es que he vuelto porqueMax se está acostumbrando asu nueva habitación.

No sabe el esfuerzo que meha costado llegar hasta aquí.

—Es hora de acostarse —dice la señorita Patterson—.¿Te has lavado ya los dientes?

—No —responde Max, sinlevantar la vista.

Tiene en la mano unfrancotirador de color gris alque no deja de darle vueltas

mientras habla.—¿Te los vas a lavar? —le

pregunta.—Sí —responde Max.—¿Quieres que te arrope

cuando te hayas metido en lacama?

—No —salta Maxrápidamente. Le responderápidamente y dice que norápidamente, aunque sea soloun «No».

—De acuerdo, pero dentro

de quince minutos quiero queestés en la cama con la luzapagada.

—Vale.—Bueno, pues… Buenas

noches, Max.La voz de la señorita

Patterson sube al decir esasúltimas tres palabras, como siesperara que Max lerespondiera. Que le dijera«Buenas noches» también y asícerrar la típica despedida de

todas las noches. Se queda enla puerta un momento,esperando una respuesta.

Max sigue concentrado en sufrancotirador sin decir nada.

Cuando la señorita Pattersonse da cuenta de que Max no vaa contestarle, le cambia la cara.Los ojos, las mejillas y lacabeza se le caen hacia abajo, ypor un instante siento lástimade ella. Es verdad que hasecuestrado a Max, pero no

tiene intención de hacerle daño.En ese momento de tristeza, losé con toda seguridad.

La señorita Patterson quiere aMax.

Ya sé que no está bienrobarle el niño a unos padresporque tú hayas perdido altuyo, y también sé que quizáesa mujer siga siendo unamalvada y un monstruo. Pero,en ese breve instante, me haparecido más una señora triste

que un monstruo. Creo que laseñorita Patterson pensaba queMax la haría feliz, pero por elmomento no ha sido así.

Se va por fin, cerrando lapuerta sin decir nada más.

—¿Volverá para ver cómoestás? —le pregunto.

—No —dice Max.—Pues entonces podríamos

quedarnos toda la nochejugando, ¿no?

—No lo sé. Sé que no vendrá

a asomarse a la puerta, perotengo la impresión de que dealguna manera lo sabría.

Max va hacia la puerta con elletrero donde pone «Niños». Laabre. Al otro lado veo uncuarto de baño. Max coge uncepillo de dientes del armaritoque hay bajo el lavabo, aprietael tubo para echarse un poco depasta y se cepilla los dientes.

—¿Cómo sabía que tenía quecomprarte Crest Kids? —le

pregunto.Max se niega a usar otra

marca de pasta de dientes queno sea esa.

—No lo sabía —responde,sin dejar de cepillarse—. Se lodije yo.

Podría seguir indagandosobre el asunto de la pasta dedientes, pero más vale que nolo haga. Quizá Max se bloqueóla primera noche porque solohabía Colgate o Crest Cool

Mint (pasó una vez que el padrede Max intentó hacerle cambiarde marca), o quizá la señoritaPatterson le preguntó cuál erasu marca preferida de pasta dedientes antes de que llegara elmomento de cepillárselos.

Lo más probable es que se lopreguntara antes. Aunque laseñorita Patterson le hacambiado la vida del todo, ellasabe muy bien lo mal que aMax le sientan los cambios. El

padre de Max también lo sabe,pero siempre está cambiandocosas, aun arriesgándose a queMax se bloquee. Su madretambién lo sabe, pero ellaprocura introducir los cambiospoco a poco, sin que Max se décuenta. El padre de Max cambialas cosas de golpe, como hizoaquel día con la pasta dedientes, por ejemplo.

—Es bonita la habitación —le digo a Max mientras él se

pone el pijama. Es un pijama decamuflaje. No es el que llevanormalmente, pero parece muycontento con él. Cuando se loha puesto, va al cuarto de bañoa mirarse en el espejo—. Noestá mal este sitio —insisto.

Max no responde.No dejo de pensar en Max

dándole vueltas al soldaditomientras la señorita Patterson lehablaba, y en cómo se hanegado a levantar la vista para

mirarla. Max ha dicho que lahabitación le gusta y quepodíamos quedarnos aquíjuntos los dos. Creo que lodecía de verdad, pero tengo laimpresión de que detrás de esaspalabras hay otras que Max noestá diciendo.

Max tiene miedo. Está triste.Por un lado, me gustaría

olvidarme de lo fijamente quese ha quedado mirando aquelsoldadito. Y dejar que pasen

unos días, un mes o hasta unaño, porque seguro que al finalMax se acaba acostumbrando aesta nueva habitación y quizáincluso a la señorita Patterson.Quisiera convencerme de queMax va a estar contento aquí,porque eso quiere decir que yovoy a seguir existiendo parasiempre.

Pero por otro lado, sientoque debería salvar a Max ahoramismo, antes de que sea

demasiado tarde. Antes de queocurra algo que ahora mismono soy capaz de ver. Porque séque Max solo me tiene a mí, ymi deber es hacer algo cuantoantes.

Ahora mismo.Pero aquí estoy, dividido

entre esos dos lados.Bloqueado como Max. Quierosalvarlo a él y salvarme a mímismo, pero no sé si puedo.

No sé qué parte de Max

puedo permitirme perder parasalvarme a mí mismo.

Capítulo 39

Max se ha dormido por fin.Después de lavarse los

dientes, ha apagado la luz y seha metido en la cama. Yo mehe quedado sentado en una sillaa su lado y he esperado a quecolocara bien las almohadas.Como hacemos en casa cada

noche.Salvo que en esta habitación

hay nueve lamparillas de esasque se dejan encendidas toda lanoche, seis más que en eldormitorio de Max, así quemuy oscuro no es que esté.

Yo pensaba que Max iba acontarme algo, pero se haquedado tumbado en la camasin más, mirando al techo. Lehe preguntado si quería hablar,porque es lo que solemos hacer

todas las noches antes de que élse duerma, pero ha movido lacabeza como diciendo que no yya está. Al cabo de un ratito meha dicho en voz muy baja:«Buenas noches, Budo». Nadamás.

Ha tardado un buen rato endormirse.

Desde entonces que estoyaquí sentado, preguntándomequé voy a hacer. Lo oigorespirar. Se mueve en sueños,

pero sin despertarse. Si cierrolos ojos y no pienso en nada,simplemente lo escucho, escomo si estuviéramos en casa.

Aunque en casa yo ahoramismo estaría sentado en la salade estar, viendo la tele con lospadres de Max.

Ya los echo de menos.En esta habitación me siento

atrapado.No es que me sienta

atrapado, es que lo estoy. Me

han hecho prisionero, igual quea Max. Miro la puerta muyfijamente y me pregunto cómovoy a salvar a mi amigo si nisiquiera soy capaz de salir deaquí.

De pronto se me ocurrecómo.

Me levanto y voy hacia lapuerta. Doy tres pasos, laatravieso y un segundo mástarde ya estoy en el otro lado,en el sótano con la mesita de

tenis y las escaleras. Aquí nohan dejado ninguna lamparillaencendida, está todo negrocomo boca de lobo.

He podido atravesar la puertadesde el lado donde está Maxporque tenía forma de puerta.El mismo Max la ha llamadoasí. Ha dicho que la señoritaPatterson no vendría aasomarse a la puerta, lo quesignifica que para él es unapuerta, y si es una puerta,

puedo atravesarla. Porque es loque Max entiende por puerta.

Pero a ojos de Max la puertasupersecreta que está a este otrolado del muro no es una puerta,así que no puedo atravesarla. Aojos de Max no es más que unmuro. Para confirmarlo, mevuelvo hacia el muro y voyandando otra vez hacia él. Estátan oscuro que me doy untopetazo aún más fuerte de loque pensaba.

Eso confirma mis sospechas.A este lado, lo que tengo es unmuro y punto.

No sé si habrá sido muybuena idea salir de allí. Si Maxdespierta, no podré volver aentrar en la habitación paradecirle que sigo aquí. Nisiquiera tendré forma de sabersi ha despertado. He vuelto adejarlo solo, y él lo sabrá. Otravez he cometido un grave error.

Me vuelvo y recorro el

sótano pegado a las paredes,orientándome a tientas hastallegar a las escaleras. Subopoco a poco, agarrado a labarandilla. Al llegar al final delas escaleras, atravieso la puertaque se abre al pasillo dondeestán la cocina y la sala deestar. Veo a la señoritaPatterson de pie en la cocina.En la mesa hay unas latas desopa Campbell y cajas demacarrones con queso Kraft.

Lo está metiendo todo en unacaja grande de cartón.

Esos son dos de los platosfavoritos de Max.

Hay otras cuatro cajas decartón sobre la mesa. Estáncerradas, así que no puedo verqué hay dentro. Por unmomento pienso que esas cajaspueden ser importantes, peroluego me doy cuenta de que no.Estoy buscando pistas que meayuden a salvar a Max, pero

aquí no hay pistas que valgan.Max está encerrado en unahabitación secreta del sótanoese y nadie sabe que lo hantraído a esta casa. Esto no esuna película de suspense. Es lacruda realidad.

La señorita Patterson terminade meter en la caja el resto delatas y macarrones, y cierra latapa. Luego coloca la cajaencima de las que ya estánapiladas sobre la mesa de la

cocina, va al fregadero y sepone a lavarse las manos.Canturreando mientras.

Una vez ha terminado, pasade largo junto a mí y sube a laplanta de arriba. La sigo. Notengo nada más que hacer. Nopuedo salir de la casa. Aunquehaya conseguido escapar de lahabitación secreta, sigoatrapado en esta casa. No sédónde estoy ni dónde está nada.No sé de gasolineras,

comisarías u hospitales por losque ir a darme una vuelta. Maxestá aquí. No puedo irme sin él.Aunque le he prometido quenunca lo abandonaría, empiezoa pensar que si quiero salvarlono me va a quedar más remedioque salir de aquí.

En el dormitorio de laseñorita Patterson hay unascajas de cartón en el suelo queno estaban ahí antes. Laseñorita Patterson abre la

cómoda, saca ropa de dentro yla mete en las cajas. Pero notoda la ropa. Va escogiendoprendas. Se me ocurre quequizá esas cajas sí podrían seruna pista al fin y al cabo.Empaquetar comida no es muynormal, pero no es tan rarocomo empaquetar ropa.

Después de llenar cinco cajascon ropas, zapatos y unalbornoz, las lleva a la plantabaja y las deja junto a las que

tenía sobre la mesa. Luego subeal piso de arriba otra vez y selava los dientes. Creo que seestá preparando para acostarse,así que me voy. Por malvadaque sea, no me parece bienquedarme aquí plantadoobservándola mientras se pasael hilo dental por los dientes yse lava la cara.

Voy a la habitación deinvitados y me siento en unasilla a pensar. Necesito un plan.

Ojalá estuviera aquí Graham.

Capítulo 40

Oigo la voz de Max. Me estállamando. Me levanto de unsalto y corro al pasillo. Estoyconfundido. La voz no sale delsótano. Sale del dormitorio dela señorita Patterson. Me doy lavuelta y corro pasillo abajo.Atravieso la puerta de su

dormitorio. El sol estáasomando por la ventana. Mirohacia allí y cierro los ojos unmomento, deslumbrado. Elsonido sale de esta habitación,pero suena muy distante, comosi Max estuviera gritando bajouna manta o encerrado en unarmario. Abro los ojos y veo ala señorita Patterson. Estásentada en la cama, mirando elteléfono. Aunque no es unteléfono. Es más grande que un

teléfono y más aparatoso. Tieneuna pantallita, a la que ahoramismo está mirando la señoritaPatterson. La voz de Max salede ese teléfono que no es unteléfono.

Voy al otro lado de la cama yme siento junto a la señoritaPatterson. Miro por encima desu hombro para echar unvistazo al teléfono que no es unteléfono y veo a Max en lapantallita. Está en blanco y

negro, pero es Max. Sentado enla cama también, llamándome avoces.

Parece asustado.La señorita Patterson y yo

nos ponemos en pie al mismotiempo, cada uno desde un ladode la cama. Se pone unaszapatillas y sale de lahabitación.

La sigo.Va directa al sótano. Me pego

a ella. Los gritos de Max llegan

desde el teléfono que no es unteléfono, no desde el otro ladodel muro. Qué raro. Max estájusto detrás de esa pared, dandovoces, pero no se le oye.

La señorita Patterson abre lapuerta secreta y pasa al otrolado. Los gritos de Max llenanla habitación.

Me escondo detrás de laseñorita Patterson. No quieroque Max me vea y diga minombre. Ya sé que me está

llamando a gritos, pero no es lomismo. Lo que temo es que alverme diga: «¡Budo! ¡Hasvuelto! ¿Dónde te habíasmetido? ¿Qué hacías con laseñorita Patterson?».

Si dice eso, ella se darácuenta de que he salido de lahabitación secreta y que estabaespiándola.

Ya sé que eso es imposible,porque la señorita Patterson nocree que yo sea real, pero se me

olvida a los pocos segundos deentrar en la habitación. Es fácilolvidar que la gente no cree queexistas.

En cuanto pongo el pie en lahabitación, me entra miedo.Miedo de que la señoritaPatterson me pille. Aunque nocrea que existo, es malapersona y no quiero que seenfade conmigo.

—Max, calma —le dice,yendo hacia su cama, pero no

se acerca del todo.La señorita Patterson es muy

lista. Al verlo tan alteradocualquier otra persona habríasentido la necesidad deacercarse a él, pero ella sabeque eso es lo peor que se puedehacer en estos casos. Laseñorita Patterson es listísima.

Es el diablo bajo la pálida luzde la luna, está claro.

—¡Budo! —grita Max denuevo.

En la realidad suena milveces peor todavía. Es el gritomás espantoso que he oído enmi vida. Me hace sentir como elpeor amigo del mundo. Alasomarme por detrás de laseñorita Patterson y salir de miescondrijo, me pregunto cómome las voy a ingeniar para dejara Max solo hoy.

—Estoy aquí, Max —saludo.—No te preocupes que

volverá —dice la señorita

Patterson, inmediatamentedespués de que yo salude, y porun instante tengo la impresiónde que me ha oído.

—¡Budo! —grita Max otravez, pero esta vez de alegría.Me ha visto.

—Buenos días, Max —ledigo—. Perdóname. Salí de lahabitación y me quedébloqueado fuera.

—¿Bloqueado? —preguntaMax.

—¿Quién está bloqueado? —quiere saber la señoritaPatterson.

—Budo se ha quedadobloqueado, ¿verdad, Budo? —dice Max, mirándome.

—Sí —le digo—. Cuandoestemos solos te lo cuento.

Una de las cosas que heaprendido sobre Max es que esincapaz de hablar conmigo ycon otra persona a la vezporque se lía, así que siempre

que puedo intento evitarlo.—Seguro que Budo se

desbloquea solo —dice laseñora Patterson—. No temas.

—Ya se ha desbloqueado —dice Max.

—Qué bien —dice ella.Suena como si llevara un buenrato con la cabeza bajo el aguay acabara de salir a la superficiea tomar aire—. No sabes cuántome alegro de que haya vuelto.

—Vale —dice Max.

Es una respuesta bastanteextraña, pero es que Max nuncasabe qué decir cuando le hablande sentimientos. La mayoría delas veces se queda callado.Esperando a que el otro digaotra cosa. Pero «vale» es surespuesta para todo.

—¿Sabes vestirte solo? —lepregunta la señorita Patterson—. Aún no había empezado aprepararte el desayuno.

—Sí —contesta Max.

—Bien.La señorita Patterson se

queda otra vez junto a la puerta,esperando. No sabría decir siestá esperando a que Max digaalgo o pensando en algo másque decir. Sea lo que sea,parece triste. Max hace como sino estuviera allí siquiera. Tieneya un caza Ala-X entre lasmanos y está apretando elbotón para que despliegue lasalas.

La señorita Patterson dejaescapar un suspiro y se va.

Cuando la puerta se cierra,Max levanta la vista de sujuguete.

—¿Dónde te habías metido?—pregunta.

Sé que está enfadado porque,aunque tiene un juguete de Laguerra de las galaxias entre lasmanos, me está mirando defrente.

—Ayer por la noche salí de

la habitación, pero no pudevolver a entrar.

—¿Por qué no? —dice Max.Ha vuelto a fijar la vista en sujuguete.

—Porque lo que por estelado es una puerta, por el otroes una pared.

Max no dice nada. Esosignifica, o bien que me haentendido, o que no le interesael tema. Yo normalmenteadivino si se trata de una cosa o

de la otra, pero esta vez notengo ni idea.

Max deja el caza Ala-X sobrela almohada y baja de la cama.Luego va hacia el cuarto debaño y abre la puerta. Desdeallí se vuelve hacia mí y memira otra vez a los ojos.

—Prométeme que nunca másvolverás a dejarme solo.

Y yo se lo prometo, aunquesé que dentro de poco volveré ahacerlo.

Capítulo 41

Pienso que quizá no deberíadecirle a Max que voy a dejarlo.Lo mejor sería salir de aquí deextranjis. Bueno, lo mejor paramí, pero no para él.

Lo que me preocupa es quese enfade tanto conmigo que ledé por dejar de creer en mí.

No sé qué hacer.Yo pensaba que Max iba a

estar aquí encerrado parasiempre y yo tendría tiempopara decidir qué iba a hacer.Pero ahora estoy preocupadoporque puede que la señoritaPatterson no deje a Max aquíencerrado para siempre, y queyo me haya quedado sin tiempoantes de hora.

En el fondo de los fondos,confiaba en que Max le cogiera

cariño a este sitio y así nospudiéramos quedar aquídurante toda la vida. Sé que noestá nada bien no ayudar aMax, pero tampoco está biendejar de existir. Los leones secomen a las jirafas parasobrevivir aunque ellas no leshayan hecho nada, y nadiepiensa que los leones seanmalos por eso. Porque existir esmuy importante. Lo másimportante del mundo. En fin,

que sé que debería ayudar aMax, y quiero ayudarle y tomaruna buena decisión, perotambién quiero seguirexistiendo.

Son muchas cosas en las quepensar, y encima ahora con lapreocupación de no tenertiempo para pensar.

Max ya ha terminado dedesayunar y está jugando con laPlayStation. Lleva un coche decarreras por un circuito. Yo me

he quedado aquí mirándoloporque a él le gusta que esté asu lado cuando juega con susvideojuegos. Él no me habla nime pregunta nada. Solonecesita que me quedemirando.

De pronto se abre la puerta.Ha entrado la señoritaPatterson. Va vestida comopara ir al colegio y se ha puestoperfume. Lo he olido antes deque entrara.

No todos los amigosimaginarios tienen olfato, peroyo, sí.

Huele a flores marchitas.Lleva un pantalón gris, unablusa rosa y una chaqueta. Enla mano trae una fiambrera deTransformers.

—Max, tengo que irme atrabajar —le dice.

Habla como si sumergiera lavoz en agua para ver lo fría queestá. Muy despacito y con

mucha cautela.Max no le contesta. Yo no

creo que lo haga a propósito.Cuando está entretenido consus videojuegos tampoco suspadres consiguen que les hagacaso.

—Te dejo la comida en lafiambrera —dice la señoritaPatterson—. Hay sopa en eltermo, un yogur y una naranja.Ya sé que tiene que ser muyaburrido comer lo mismo todos

los días, pero no puedoarriesgarme a que te atragantesmientras estoy fuera.

La señorita Patterson sequeda esperando a que Maxdiga algo, pero él siguehaciendo maniobras con sucoche electrónico por la pistade la tele.

—Pero no te preocupes —ledice—. Pronto estaremos juntostodo el día, ¿eh?

Max sigue sin abrir la boca,

concentrado en la pantalla.—Te echaré de menos, Max.Es como si la señorita

Patterson quisiera acercarse a élcon la voz, como hago yotambién a veces. Le estálanzando una cuerda, pero yosé que Max no alargará la manopara recogerla. Estáconcentrado en su videojuego.Todo lo demás le daexactamente igual.

—Te echo de menos todos

los días, Max. Y quiero quesepas que estoy haciendo todoesto por ti. Dentro de nada,todo será más fácil, ¿sabes?

Ahora soy yo el que quiereque Max le conteste. Que lepregunte a la señorita Pattersonqué quiere decir. ¿Por qué diceque van a cambiar las cosas?¿Cuándo van a cambiar? ¿Quéestá planeando?

Pero Max sigue con la vistafija en la pantalla, moviendo el

coche por la pista.—Adiós, Max. Hasta luego.Está deseando decirle que lo

quiere. Lo sé. Veo las palabrasa punto de salir de sus labios. Ycreo que es verdad que loquiere, y mucho. Siento lástimade ella otra vez. Ha secuestradoa Max, y aunque ella diga quelo ha hecho por su bien, yo séque lo que desea en realidad estener otro hijo. Pero el niño queha secuestrado habla apenas un

poquitín más que el que semurió.

La señorita Patterson sale dela habitación y cierra la puertatras ella. Max levanta la vistanada más oír el chasquido, sequeda un momento mirando lapuerta y luego vuelve a sujuego.

Yo me quedo junto a lapuerta, viéndolo jugar. Cuentohasta cien. Abro la boca parahablar y luego vuelvo a contar

hasta cien.Cuando he terminado de

contar la segunda centena, abrola boca por fin.

—Yo también voy a irme,Max.

—¿Qué? —dice Max,levantando la vista del juego.

La situación es complicadaporque tengo que decirle algoimportante a Max y hacer quelo comprenda, pero, por otrolado, no dispongo de tiempo.

Mi temor era que si memarchaba antes de que laseñorita Patterson saliera por lapuerta, quizá ella oyera losgritos de Max por el teléfonoque no es un teléfono yvolviera otra vez al cuartosecreto. Incluso que se quedaraen casa y no fuera al colegio atrabajar. Espero que esté ya enel garaje, aunque no tengoforma de saberlo. Yo calculoque sí. He contado hasta

doscientos, así que ha tenidotiempo suficiente para llegarhasta allí. Puede que hastademasiado. Quizá seademasiado tarde.

—Me voy Max —repito—.Pero solo voy a estar fueradurante el día. Quiero ir alcolegio con la señoritaPatterson para ver a la señoritaGosk y enterarme de cómoestán tus padres. Volverédespués de clase con ella.

—Yo también quiero ir —dice Max.

No esperaba que dijera eso.No sé qué decir. Me quedo conla boca abierta un momento.

—Ya —digo—. Pero yo nopuedo sacarte de aquí. Y nopuedes atravesar puertas comoyo.

—¡Yo también quiero ir! —grita Max—. ¡Quiero ver a laseñorita Gosk y a mi mamá y ami papá! ¡Quiero ver a mis

papis!Max nunca llama «papis» a

sus padres. Al oírlo decir eso,pienso que nunca podré salir deesta habitación. Nunca podrédejar a Max. Sería demasiadotriste y demasiado cruel.

—Ya encontraré la manerade sacarte de aquí.

Le digo eso para tenerlocontento, pero en cuanto laspalabras salen de mi bocacomprendo que mi decisión

estaba clara desde un principio.Yo no soy un león, y Max no esuna jirafa. Yo soy Budo y Maxes mi amigo, y tengo muy clarolo que debo hacer. Eso nosignifica que yo tenga que dejarde existir, pero sí que debodejar de pensar solo en miexistencia.

Significa que tengo que salirde aquí ahora mismo.

—Me voy, Max. Perovolveré. Y haré todo lo posible

para que puedas ver a tuspadres cuanto antes. Te loprometo.

Es la segunda promesa que lehago en lo que va de mañana.Y ya estoy a punto de faltar a laprimera.

Voy hacia la puerta y élrompe a gritar.

—¡No, no, no, no!Si me voy, se bloqueará.Si atravieso esa puerta, ya no

podré entrar en esta habitación

hasta que la señorita Pattersonvuelva del colegio y me abra.

Atravieso la puerta, sabiendoque a veces lo más difícil eshacer lo que uno debe.

Le pido a alguien que sé queno me está escuchando que meperdone por faltar a la promesaque le he hecho a Max y dejarlosolo.

Nada más salir al sótano, elsonido vuelve. La habitación deMax estaba en silencio, pero

aquí el ruido sordo de lacaldera y del agua que correpor las tuberías llena lahabitación. Sé que Max estágritando. Y dando porrazos enla puerta seguramente, pero nolo oigo. Y menos mal.Imaginármelo bloqueándosedetrás de ese muro me hacesentir muy triste y muyculpable. Pero oírlo seríamucho peor.

Oigo un portazo arriba. De

pronto recuerdo que deboentrar en acción. Cruzo a lacarrera el sótano y corroescaleras arriba. Me asomo a lacocina. Las cajas de cartón queanoche estaban apiladas sobrela mesa han desaparecido. Y laseñorita Patterson también.

De pronto oigo el motor deun coche arrancando y, unsegundo después, el ruidometálico de la puerta del garajeque se abre.

Debería echar a correr haciael garaje, pero decido que ya estarde. Giro a la derecha, endirección a la entrada.Atravieso la puerta, salgo fueray tropiezo en un escalón que nosabía que existiera. Caigodando tumbos en un senderoempedrado que rodea la casa yconduce hasta el camino deacceso al garaje. Me levantodando trompicones y echo acorrer sin haber enderezado el

cuerpo siquiera. Doy losprimeros pasos con los nudillosrozando el suelo. Giro a lacarrera hacia la parte delanterade la casa y veo ante mí elcamino que lleva al garaje yque baja hasta la carretera. Elcoche de la señorita Pattersonya va por la mitad. Baja demorro, así que no va despaciocomo cuando se da marchaatrás.

Veo que no voy a poder

darle alcance. Está demasiadolejos. Max no me imaginó muyrápido corriendo. No imaginóque me fuera necesario.

Echo a correr de todosmodos. No soporto pensar enquedarme todo el día metido encasa de la señorita Pattersonsabiendo que Max estáencerrado detrás de ese murosin que pueda comunicarmecon él. Echo a correr cuestaabajo con todas mis fuerzas.

Corro tan rápido que voytropezando, cayéndome casi,pero ni por esas le daré alcance.

De pronto veo un coche queviene por la carretera. Un cocheverde que dentro de nadapasará de largo frente a laentrada de la casa de la señoritaPatterson. Y ella se veráobligada a ir poco a poco, oincluso a parar, para cederle elpaso.

Esta es mi oportunidad.

Pero justo me he hecho lailusión de que todavía tengoesperanzas cuando tropiezo,caigo al suelo y empiezo a dartumbos cuesta abajo. Subo losbrazos para protegerme lacabeza y, sin saber cómo, depronto doy una voltereta y mepongo en pie, y al segundo yaestoy corriendo de nuevo, atrancas y barrancas, pero almenos cuesta abajo, endirección a la calle y al coche

de la señorita Patterson. Corrotanto que mis piernas parecenun molinillo, y voy con losbrazos abiertos para mantenerel equilibrio, pero al menos depie y hacia delante.

El coche de la señoritaPatterson se ha parado a laspuertas de su casa para ceder elpaso al coche verde. Giro a laizquierda y salto al césped deljardín. No voy a llegar a tiempoa la entrada, pero quizá pueda

salir al encuentro del cochecuando pase por la carretera.Voy hacia la esquina al final deljardín, donde termina el céspedy hay una hilera de árboles yuna tapia. Corro con todas misfuerzas hacia allí viendo que elcoche de la señorita Pattersonllega ya a la carretera y acelera.No conseguiré irme con ella amenos que salte. Cuando llegoal final del jardín, dondetermina el césped y empieza la

calzada, doy un salto con losojos cerrados, suponiendo queme estamparé contra elguardabarros o alguna ruedadel coche de la señoritaPatterson.

Pero no, oigo el mismosilbido silencioso que cuandoatravieso las puertas, y unsegundo después me encuentrotumbado en la parte de atrás delcoche, hecho un guiñapo en elsuelo, jadeando.

Oigo a la señorita Patterson.Está cantando una canción quehabla de martillear por lamañana y por la noche.

A lo mejor es una canciónalegre, pero, por alguna razón,viniendo de ella, me pone lospelos de punta.

Capítulo 42

La señorita Patterson repite lamisma canción otra vez y luegopone la radio. Está oyendo lasnoticias. Presto atención por sidicen algo de Max. Pero nada.

Me pregunto si ella tambiénestará escuchando las noticiaspor si dicen algo de Max.

Llevamos un buen rato en laautopista, y me extraña, porquela señorita Patterson vive muycerca del colegio. El otro díatardamos menos de quinceminutos en llegar desde allí a sucasa, y no recuerdo quefuéramos por ningunaautopista.

En el reloj del salpicaderopone que son las 7.36. Lacampana del cole que anunciael principio de las clases suena

a las 8.30, así que tenemostiempo suficiente de llegar,pero me estoy poniendonervioso con tanta autopista.

¿Adónde iremos?Procuro no pensar en Max.

No quiero imaginármeloencerrado allí solo detrás de esemuro. Procuro no oír su vozllamándome a voces ysuplicándome. Me digo a mímismo que tengo que prestaratención a la carretera, intentar

leer las señales verdes yobservar a la señorita Pattersonpor si me da alguna pista, perono hago más que imaginarme aMax gritando entre lágrimas yaporreando las paredes parapedir ayuda.

«Te estoy ayudando», megustaría poder decirle, pero,aunque pudiera, sé que no mecreería. Es difícil ayudarcuando para ello tienes queromper una promesa y dejar a

tu amigo encerrado detrás deun muro.

Oigo un rugido sobre micabeza que reconozco: es unavión. Nunca había oído unavión volando tan bajo, peropor televisión sí se ven y seoyen, así que sé que sobrenuestras cabezas vuela un aviónenorme en este momento. UnJumbo.

Miro por la ventanilla.Levanto la vista. Ojalá pudiera

ver ese avión, pero no puedo.Lo que sí veo es un letrerocolgando sobre la carretera enel que pone «Bienvenido alAeropuerto InternacionalBradley». Pone otras cosas,pero no sé leer tan rápido.Estoy muy contento de habersabido leer la palabra«internacional», porque es muylarga. Miro hacia delante y veoedificios bajos, y aparcamientosde muchas plantas, y autobuses

y coches, y muchos letreros portodas partes. Es la primera vezque estoy en un aeropuerto,pero suponía que habríaaviones a la vista. No veoninguno. Se oyen pero no seven.

La señorita Patterson deja lacarretera principal y sigueavanzando hasta que seencuentra con una valla. Para elcoche al lado de una máquina,baja la ventanilla y alarga el

brazo para darle a un botón. Enla máquina hay un letrero en elque pone «Aparcamiento LargaEstancia». No sé qué será eso,pero empiezo a pensar si nohabré metido la pata otra vez.¿Y si la señorita Pattersonpiensa coger un avión? ¿Seráque tiene miedo de que lapolicía esté a punto de localizara Max?

En la tele se ve muchas vecesa la policía deteniendo a los

malos en el aeropuerto.Siempre es gente que quieresalir del país. No entiendo porqué la policía no sale del paístambién y detiene a los malosdonde sea, pero puede que seaeso lo que pretende hacer laseñorita Patterson. Puede quese haya enterado de que laseñorita Gosk o el jefe depolicía han descubierto que fueella quien se llevó a Max, y queahora tenga que escapar si no

quiere acabar en la cárcel.La máquina hace una especie

de zumbido y luego escupe unticket. La señorita Pattersonentra en un aparcamiento al airelibre muy lleno de coches. Haycientos de ellos, y junto a él hayotro aparcamiento cerradotambién muy lleno.

Pasamos por una hilera trasotra de coches. Hay espacioslibres, pero la señoritaPatterson pasa de largo.

Conduce como si se dirigiera aun sitio en particular, no comosi buscara dónde aparcar.

Por fin reduce la marcha yaparca en un espacio libre. Bajadel coche, y yo con ella. Nopuedo perderme, estoydemasiado lejos de casa. Dondeella vaya, allá que iré yo.

Abre el maletero. Dentrolleva las cajas que vi apiladassobre la mesa de la cocina.Levanta una de ellas, se vuelve

y va hacia el otro extremo delaparcamiento. Pasa de largojunto a tres coches y se paradelante de una furgoneta. Unafurgoneta enorme. De hecho, esmás bien como un autobús.Creo que es una casa de esascon ruedas. No sé, como unaespecie de autobús, furgoneta ycasa todo en uno. La señoritaPatterson mete la mano en elbolsillo y saca una llave. Luegomete la llave en la puerta y

abre. Me recuerda la puerta delautocar que coge Max para ir alcole. Es de un tamaño parecido.Sube tres escalones y entra enesa especie de casa, furgoneta yautobús todo en uno.

Y yo detrás.Dentro hay una sala de estar,

justo por detrás del asiento delconductor. Con un sofá, unabutaca y una mesa pegada alsuelo para que no se mueva. Ytambién un televisor colgando

de la pared y una litera. Laseñorita Patterson deja la cajasobre el sofá, se vuelve y salefuera. La sigo hasta el coche yveo que saca otra caja delmaletero y la lleva también alautobús. La deja junto a la otray se vuelve para salir otra vez.Esta vez no la sigo. Me quedodentro. Le faltan otras seis cajasque cargar y quiero echar unvistazo al resto del autobús.

Cruzo la sala de estar y llego

a un minipasillo. Hay unapuerta cerrada a la derecha yuna cocina pequeñísima a laizquierda. Tiene un fregadero,un hornillo, un microondas yun frigorífico. Atravieso lapuerta que queda a mi derechay me encuentro dentro de uncuarto de baño diminuto conun lavabo y un váter.

¡Un autobús con baño!Si el autocar escolar tuviera

cuarto de baño, Max no tendría

que angustiarse nunca más porlas cacas de propina.

Bueno, la verdad es que nocreo que Max hiciera caca enun autocar aunque tuviera uncuarto de baño al lado.

Atravieso otra vez la puerta yme encuentro de nuevo en elminipasillo. Al fondo hay otrapuerta cerrada. Miro detrás demí y veo que la señoritaPatterson está dejando otras doscajas en el sofá. Ya van cuatro.

Dos o tres viajes más y habráterminado de descargar.

Atravieso la puerta del fondodel pasillito. En cuanto abro losojos siento, por primera vez enmi vida, un escalofrío que merecorre la espalda. Había oídoantes la expresión, pero noentendía qué quería decir.

No puedo creer lo que tengodelante de mí.

Estoy en un dormitorio.Es el mismo dormitorio en el

que Max está ahora mismoencerrado.

Más pequeño, con menoslámparas y dos ventanitasovaladas con las cortinillascorridas, pero las paredes estánpintadas en los mismos coloresque las de la habitación de Maxen el sótano de la señoritaPatterson, y la cama tienetambién forma de coche decarreras, con sábanas,almohadas y mantas idénticas.

La alfombra del suelo tambiénes idéntica. Y, al igual que allí,todo está lleno de juguetes deLego y La guerra de lasgalaxias, y hay soldaditos portodas partes. Tantos como en lahabitación del sótano. Quizámás incluso. Hay un televisorpegado a la pared, unaPlayStation y otra estantería conDVD exactamente igual a la dela habitación del sótano de laseñorita Patterson. Hasta los

DVD son los mismos.Es otra habitación preparada

especialmente para Max. Unahabitación móvil.

Oigo a la señorita Pattersondejar otra caja en el sofá. Mevuelvo para marcharme. No sési su intención será irse de aquíen autobús, en coche o enavión, pero sea como sea nopuedo separarme de ella. Seríaincapaz de encontrar el caminode vuelta a casa.

Al atravesar la puerta, medoy cuenta de que tiene uncerrojo. Un cerrojo concandado.

Otro escalofrío me recorre laespalda. El segundo de mi vida.

La señorita Patterson cargacon las últimas tres cajas hastael autobús y esta vez cierra conllave al salir. Vuelve a sucoche, se sienta al volante yarranca. Yo me coloco en misitio, en el asiento de atrás. Y

ella avanza entre filas decoches, cantando otra vez lacanción del martilleo, hastallegar a una serie de vallas alotro extremo del aparcamiento.

Se detiene ante una cabina yle tiende un ticket al señor dedentro.

—¿Se ha equivocado deaparcamiento? —le pregunta élal ver el ticket.

—No —contesta ella—. Mihermana me pidió que le echara

un vistazo a su coche y ledejara dentro un abrigo. Creoque lo del abrigo fue paradisimular la vergüenza que ledaba pedirme que le echara unvistazo al coche. Tiene unpunto obsesivo-compulsivo.

El hombre se ríe.La señorita Patterson miente

muy bien. Parece una actriz dela tele. Representa un papel envez de ser ella misma. Estáhaciéndose pasar por una

señora con una hermanaobsesivocompulsiva. Y se le damuy bien. Hasta yo me lacreería si no supiera que es unasecuestradora de niños.

Ahora le está dando dinero alde la cabina y la valla quetenemos enfrente se levanta. Laseñorita Patterson lo saluda conla mano al arrancar.

En el reloj del salpicaderopone que son las 7.55.

Espero que vayamos al

colegio.

Capítulo 43

El pupitre de Max sigue vacío.Como hoy también es el únicoalumno que ha faltado a clase,su pupitre parece más vacíotodavía. Todo sigue igual queayer cuando me marché,aunque parece que hayanpasado millones de años. Ahí

está el agente, sentado junto a lapuerta de la entrada. Y aquí laseñorita Gosk, haciendo comosi no pasara nada. Y el pupitrede Max, vacío todavía.

Si pudiera me sentaría, perohan arrimado tanto la silla alpupitre que no quepo. Mesiento en una silla suelta alfondo del aula y escucho a laseñorita Gosk explicar losquebrados. Aunque no débrincos por la clase como otras

veces, sigue siendo la mejormaestra del mundo. Es capaz dehacer reír a sus alumnos hastacuando habla de cosasaburridas como numeradores ydenominadores.

Me pregunto si la señoritaPatterson habría secuestrado aMax si de pequeña hubiesetenido una maestra como laseñorita Gosk.

No creo.Yo creo que, con un poco de

tiempo, la señorita Gosk seríacapaz de transformar en buenapersona incluso a TommySwinden.

Nada más llegar al colegio, laseñorita Patterson se ha idodirectamente a EducaciónEspecial y yo me he venidoaquí, a la clase de la señoritaGosk, para escucharla un rato.No puedo quitarme de la cabezaque he abandonado a Max,pero pensaba que escuchar a la

señorita Gosk me consolaría unpoco.

Y lo ha hecho. Un poco.Cuando los niños salen al

recreo, yo sigo a nuestramaestra hasta la sala deprofesores. Es el mejor sitiopara enterarse de lo que estápasando. La señorita Goskcome todos los días con laseñorita Daggerty y la señoritaSera, y siempre hablan de cosasinteresantes.

Hay dos tipos de maestras enel mundo: las que juegan a darclase y las que dan clase. Laseñorita Daggerty, la señoritaSera y, sobre todo, la señoritaGosk son maestras que danclase. Hablan a sus alumnoscon voz normal y dicen lomismo que podrían decir en elcomedor de su propia casa. Sustablones de anuncios siempreparecen un poco mal hechos,sus escritorios un poco

desordenados y sus libros unpoco revueltos, pero los niñoslas quieren porque hablan decosas que son reales, con suvoz auténtica, y siempre dicenla verdad. Esa es la razón por laque Max quiere a la señoritaGosk. Ella nunca juega a que esmaestra. Es ella misma, y esohace que Max se sienta un pocomás a gusto en clase. No temeque le estén diciendo una cosacuando querían decir otra.

Hasta Max nota cuando unamaestra juega a dar clase. A esaclase de maestras les cuesta quesus alumnos se porten bien. Lesgustaría que estuvieran todossentaditos y sentaditasescuchando en silencio y nousaran gomas elásticas como sifueran tirachinas cuando estánen clase. Les gustaría quefueran tan buenos alumnoscomo eran ellas de pequeñas,siempre tan aplicadas y

perfectas. Las maestras quejuegan a dar clase no saben quéhacer con niños como Max,Tommy Swinden o AnnieBrinker, que un día vomitóadrede sobre el escritorio de laseñorita Wilson. Esas maestrasno entienden a los niños queson como Max porquepreferirían explicar la lección asus muñecas que a niños yniñas de verdad. Recurren apegatinas, gráficos y tarjetas

para que sus alumnos secomporten, pero esas tonteríasno sirven para nada.

A la señorita Gosk, laseñorita Daggerty y la señoritaSera les encantan los niñoscomo Max y Annie, inclusocomo Tommy Swinden. Conellas los alumnos intentanportarse bien, y cuando seportan muy mal no tienenmiedo a enfrentarse con ellos.Por eso es mucho más

interesante sentarse con ellas ala hora de comer.

La señorita Gosk estácomiendo un bocadillo desardinas. No sé qué es unasardina, pero no tiene muybuena pinta. La señoritaDaggerty ha arrugado la nariz aloírle lo que traía hoy paracomer.

—¿Has tenido que volver ahablar con la policía? —lepregunta la señorita Daggerty,

bajando un poco la voz.Hay otras seis maestras en la

sala. Algunas de ellas son deesas que juegan a dar clase.

—No —responde la señoritaGosk, sin bajar la voz—. Peroespero que cumplan con sudeber y encuentren a Max deuna puñetera vez.

Nunca he visto llorar a laseñorita Gosk, y he visto llorara muchas maestras. Incluso amaestros, pero sobre todo a

maestras. Ahora no estállorando, pero, cuando hadicho eso, parecía tan enfadadacomo para echarse a llorar.Pero no con lágrimas detristeza, sino de rabia.

—Tiene que haber sido unode los padres —dice la señoritaDaggerty—. O algún familiar.Un niño no desaparece asícomo así.

—Me parece increíble quehayan pasado ya… ¿Cuántos?,

¿cuatro días? —pregunta laseñorita Sera.

—Cinco —dice la señoritaGosk—. Cinco puñeteros días.

—No he visto a Karen entoda la mañana —dice laseñorita Sera.

Karen es el nombre de pilade la directora, la señoraPalmer. Las maestras quejuegan a dar clase la llamanseñora Palmer, pero las que soncomo la señorita Sera la llaman

Karen.—Lleva toda la mañana

encerrada en su despacho —dice la señorita Daggerty.

—Espero que sea paraencontrar a Max y no paraesconderse de todo el mundo—dice la señorita Sera.

—Yo también espero queremueva cielo y tierra paraencontrarlo —dice la señoritaGosk. Tiene lágrimas en losojos. Y las mejillas rojas.

De pronto se levanta y se va,dejándose el bocadillo desardinas. La sala entera sequeda en silencio.

Yo también me voy.

La señorita Patterson tienereunión a las dos con ladirectora. Lo sé porque pidiócita con ella esta mañana nadamás entrar en el colegio, pero lasecretaria le dijo que la señora

Palmer estaría ocupada hastalas dos. La señorita Patterson ledijo «De acuerdo», aunque nome ha parecido que estuvieramuy de acuerdo.

Quiero estar en el despachocuando se reúnan.

Todavía falta una hora paraeso, y los alumnos de laseñorita Gosk se han ido algimnasio. Mientras la señoritaGosk está sentada a suescritorio, corrigiendo

exámenes, me acerco al aula dela señorita Kropp para ver aChucho. Hace cinco días queno lo veo, y en el mundo de losamigos imaginarios sonmuchos días.

Es toda una vida.Chucho está acurrucado

como un ovillo junto a Piper.Su amiga está leyendo un libro.Mueve los labios pero nopronuncia las palabras. Escomo leen los niños cuando

están en primero. Max tambiénleía así.

—Chucho.Al principio lo llamo

susurrando. Por costumbre. Nopor costumbre mía, sinoporque es lo que veo hacer atodo el mundo. De pronto caigoen la cuenta de que es unatontería ponerse a susurrarcuando en el aula solo unopuede oírme, así que vuelvo allamarlo, pero con la voz

normal.—¡Chucho! Soy yo, Budo.Chucho no se mueve.—¡Chucho! —digo a voces,

y él por fin da un salto y miraalrededor.

—Me haz azuztado —dice,mirando hacia donde estoy, enla otra punta del aula.

—No sabía que tú tambiéndurmieras.

—Puez claro. ¿Por qué lodicez?

—Porque Graham tambiéndormía, pero yo nunca.

—Ah, ¿no? —dice Chucho,viniendo hacia mí.

La señorita Kropp estásentada a una mesa, leyendocon cuatro niños mientras elresto de la clase lee en silencio.Son niños de primero,pequeños, pero están muyaplicados y no veo a ningunodistraído mirando por laventana. Eso es porque la

señorita Kropp tampoco juega adar clase. Ella da clase.

—No —le digo—. Yo noduermo nunca. Ni siquierasabría cómo hacerlo.

—Puez yo pazo máz tiempodormido que dezpierto.

Me pregunto si yo podríadormir si quisiera. Nunca mecanso, pero puede que, siapoyara la cabeza en unaalmohada y cerrara los ojos unrato, me quedara dormido.

También me pregunto sidurmiendo no será más fácilolvidar lo fácil que es dejar deexistir.

Por un instante, sientoenvidia de Chucho.

—¿Sabes algo de Max? —lepregunto.

—¿Ha vuelto? —preguntaChucho.

—No, lo secuestraron. ¿No teacuerdas?

—Zí, claro —dice Chucho—.

Pero penzaba que quizá yahabía vuelto.

—¿No te has enterado denada?

—No —dice Chucho—- ¿Loencontrazte?

—Tengo que irme.No es verdad que tenga que

irme, pero se me habíaolvidado lo pesado que eshablar con Chucho. No solo estonto, sino que encima se creeque la vida es como un libro de

esos con dibujitos que laseñorita Kropp lee a susalumnos de primero. Esoslibros en los que todo el mundoaprende una lección y nuncamuere nadie. Chucho cree quela vida está llena de finalesfelices. Ya sé que no es culpasuya, pero me da rabia. Nopuedo evitarlo.

Me doy la vuelta dispuesto amarcharme.

—A lo mejor Wooly zabe

algo —dice entonces Chucho.—¿Wooly?—Zí. Wooly.Chucho no tiene manos, así

que en lugar de apuntar con eldedo inclina la cabeza hacia elarmario de los abrigos. Pegadocontra la pared del fondo hayun muñeco de papel. Wooly mellegará a la cintura más omenos, y nada más verlo merecuerda a uno de esosmuñecos que hacían los niños

en preescolar: se tumbaban enel suelo sobre una lámina biengrande de papel y otro niño, ola maestra, dibujaba el contornode su cuerpo. Max odiaba laactividad aquella.

Un día la maestra intentódibujar su silueta y Max sebloqueó.

Sin embargo, al fijarme unpoco más, veo que los ojos deese muñeco de papelparpadean. Y que mueve la

cabeza a derecha e izquierda,como si intentara saludar perosin mover las manos.

—¿Wooly? —le pregunto denuevo a Chucho.

—Zí. Wooly.—¿Cuánto tiempo hace que

está aquí? —pregunto.—No lo zé —responde

Chucho—. Un tiempo.Me acerco al armario donde

está Wooly, a simple vista,colgando de la pared.

—Hola —saludo—. Mellamo Budo.

—Y yo Wooly —dice elmuñeco de papel.

Tiene brazos y piernas, peropoco cuerpo, y parece como silo hubieran recortado deprisa ycorriendo. Bueno, me digo a mímismo, en realidad como si lohubieran imaginado deprisa ycorriendo. Con los bordesirregulares, como cortados abocados, y arrugas por todo el

cuerpo, que parecen marcas dehaber sido doblado millones deveces de un millón de formasdistintas.

—¿Cuánto tiempo hace queestás aquí? —le pregunto.

—¿En esta habitación? ¿O enel mundo en general?

Sonrío. Ya se ve que es másinteligente que Chucho.

—En el mundo en general.—Desde el año pasado —

contesta Wooly—. A finales de

preescolar. Pero vengo poco alcolegio. Antes Kayla me dejabaen casa o doblado dentro de sumochila, pero desde hace unoscuantos días me saca mucho.Desde hace algo así como unmes, diría yo.

—¿Quién es Kayla? —lepregunto.

Wooly intenta alargar unbrazo para señalar, pero alhacerlo el cuerpo entero se ledobla y se cae al suelo, de boca,

con gran crujido de papel.—¿Te has hecho daño? —le

pregunto, sin saber qué hacer.—No —dice Wooly,

apoyándose en los brazos y laspiernas para darse la vuelta ypoder mirarme a los ojos—. Mepasa muy a menudo.

Está sonriendo. No tiene unaboca de verdad, como la mía,es solo una raya que se abre yse cierra y cambia de forma.Pero las puntas se le han

doblado hacia arriba, por eso séque está sonriendo.

Yo también le sonrío.—¿Puedes levantarte?—Claro —dice Wooly.Observo cómo Wooly dobla

el cuerpo por la cintura y se vaplegando poco a poco sobre símismo como si fuera unaoruga, empujándose para atráscontra la pared hasta que sucabeza la toca. Luego arruga elcuerpo otra vez por la cintura y

se desliza pared arribaempujándose con la cabeza.Hace lo mismo otras dos veces,sujetándose para no caerse alfilo de una pequeña estanteríade libros gracias a la cual puedelevantar la mitad del cuerpomientras con la otra mitad se daimpulso. Al final consigueponerse en pie de nuevo,aunque en realidad lo únicoque ha hecho ha sido apoyarsecontra la pared.

—Qué difícil —le digo.—Sí. Cuando tengo la

espalda o la barriga apoyada enalgo puedo ir rápido, pero subirparedes me cuesta mucho. Y sino hay nada donde agarrarse,es imposible.

—Lo siento.—No te preocupes —dice

Wooly—. La semana pasadaconocí a un niño con forma depiruleta, sin brazos ni piernas.Era un palo y ya está. Fue Jason

quien lo trajo al colegio, perocuando la señorita Kropp ledejó ser el primero de la claseen estrenar el nuevo juego deordenador, Jason soltó al niñopiruleta en el pupitre y seolvidó del todo de él. Yo mequedé aquí pegado a la paredviendo cómo desaparecía. Hastaque se fue por completo. ¿Hasvisto desaparecer a un amigoimaginario alguna vez?

—Sí —le digo.

—Me puse a llorar —diceWooly—. Ni siquiera loconocía, pero se me saltaron laslágrimas. Y al niño piruletatambién. Lloró hasta quedesapareció.

—Yo también habría llorado—le digo.

Nos quedamos los dos ensilencio un momento. Intentoimaginar cómo podría sentirseun niño piruleta.

Decido que Wooly me cae

muy simpático.—¿Y por qué Kayla te trae

tanto al colegio de repente? —le pregunto.

Sé que cuando a un niño leda por ir de un lado para otrocon su amigo imaginariogeneralmente significa que algomalo ha ocurrido.

—Su padre ya no vive en lamisma casa. Antes de irse lepegó a su madre. Cuandoestaban cenando. Le dio una

bofetada. La madre le tiró elplato a la cara y empezaron agritarse. Daban unos gritoshorrorosos. Kayla no hacía másque llorar y llorar, y a partir deentonces empezó a traerme alcolegio.

—Lo siento —digo denuevo.

—No, si por quien lo tienesque sentir es por Kayla. A míme gusta venir al colegio. Almenos tengo la impresión de

que por el momento no voy aacabar como el niño piruleta.Kayla aprovecha cualquierexcusa para acercarse alarmario y comprobar que sigoaquí. Si no estoy doblado decualquier modo en la mochilaes gracias a lo que pasó. Si metuviera ahí dentro metido, creoque le sería mucho más fácilolvidarse de mí, así que estaraquí es buena señal.

Sonrío. Wooly es un chico

listo. Muy listo.—¿No sabrás nada por

casualidad de un niño llamadoMax? Desapareció la semanapasada.

—Se escapó, ¿no?—¿Eso has oído?—La señorita Kropp se

quedó un día a comer en laclase con otras dos señoritas yestuvieron hablando de él. Laseñorita Kropp decía que sehabía escapado.

—¿Y las otras dos quédijeron? —le pregunto.

—Una decía queseguramente lo habríasecuestrado algún conocido.Que a los niños por lo generallos secuestran personas queellos ya conocen. Y que Maxera demasiado tonto para haberescapado del colegio y haberpasado tanto tiempo escondidosin que nadie lo hubieraencontrado.

—¡Max no es tonto! —replico.

Me sorprendo de la rabia conque lo digo.

—Yo no he dicho que lofuera. Lo dijo ella.

—Ya. Perdona. La verdad esque en lo del secuestro tienerazón. Fue la señorita Pattersonquien se lo llevó.

—¿Quién es la señoritaPatterson?

—Es la maestra de apoyo de

Max.—¿Una maestra? —exclama

Wooly asombrado. Por finsiento que hay alguien más enmi bando—. ¿Se lo has dicho aalguien?

—No. Max es el único serhumano que puede oírme.

—Oh. —De pronto sus ojos,que no son más que un par deredondeles dentro de otroredondel, se ensanchan—. ¡Oh,no! ¿Max es tu amigo

imaginante?Es la primera vez que oigo

llamar así a un humano, pero ledigo que sí.

—Debería contárselo aKayla. Para que se lo dijera a laseñorita Kropp de tu parte.

No había pensado en esaposibilidad, pero Wooly tienerazón. Podría servirme deconexión con el mundo de losseres humanos. Wooly podríadecírselo a Kayla, y Kayla se lo

diría a la señorita Kropp, y laseñorita Kropp podría informardirectamente al jefe de policía.Es increíble que no se me hayaocurrido antes.

—¿Te parece que la señoritaKropp la creería? —lepregunto.

—No lo sé —dice Wooly—.Es posible.

Podría funcionar. Yopensaba que mi única conexióncon el mundo era Max, no

había caído en que todo amigoimaginario está conectado conel mundo de Max.

Cualquier amigo imaginariotiene conexión con el mundo delos seres humanos. IncluidoChucho.

«Cualquier amigo imaginariotiene conexión con el mundo»,me digo.

De pronto se me ocurre otraidea. Una idea mejor y peor almismo tiempo.

—No. Mejor no se lo digas aKayla.

Recuerdo el autobús de laseñorita Patterson con eldormitorio en la parte de atrás yel candado en la puerta, y tengomiedo de que si la señoritaPatterson descubriera que hasido Kayla quien se lo ha dichoa la señorita Kropp, podríaencerrar a Max en ese cuarto eirse con el autobús parasiempre. Es posible que la

señorita Kropp se lo dijera a lapolicía, pero también es posibleque mirara a Kayla con unasonrisa y le dijera «Eso te lo hacontado Wooly, ¿no?». Y queluego fuera con el cuento a laseñorita Patterson y le dijeraque qué gracioso lo que Kaylale había dicho en clase, yentonces la señorita Pattersonecharía a correr espantada ydesaparecería con Max antes deque yo encontrara la manera de

salvarlo.La idea de Wooly podría

funcionar, pero se me ocurreotra forma mejor de conectarcon el mundo de Max.

Una forma mucho mejor ymucho peor al mismo tiempo.

Otro escalofrío me recorre laespalda.

Capítulo 44

La señora Palmer parececansada. Tiene la voz rasposa ylos ojos hinchados, como si sele quisieran cerrar. Incluso laropa que lleva y el pelo parecencansados.

—¿Cómo estás? —lepregunta la señorita Patterson.

El escritorio de la señoraPalmer está repleto de papeles,carpetas y tazas de café vacías.En el suelo, junto a la papelera,hay una pila de periódicos. Porlo general, sobre el escritorio dela directora únicamente hay unordenador y un teléfono. Norecuerdo haber visto nunca unsolo papel en este despacho.

—Bien —dice la señoraPalmer, y esa única palabra yasuena cansada—. Estaré mucho

mejor cuando demos con Max,pero sé que estamos haciendotodo lo humanamente posible.

—No se puede hacer grancosa, ¿verdad? —dice laseñorita Patterson.

—He ofrecido toda lacolaboración posible a lapolicía, y atiendo a lasdemandas y preguntas de losmedios de comunicación.También intento ayudar a losseñores Delaney en la medida

de lo posible, pero tienes razón,no se puede hacer gran cosa.Aparte de esperar y rezar.

—No sabes cuánto me alegrode que seas tú la responsabledel colegio y no yo —dice laseñorita Patterson—. Valesmucho, Karen. No sé cómopuedes con todo.

Pero la señora Palmer no seha hecho responsable delcolegio, y la señorita Pattersonlo sabe. La directora atiende el

teléfono, hace anuncios pormegafonía y le recuerda alseñor Fedyzyn que tiene quellevar corbata para la ceremoniade graduación, pero deberíahaberse hecho responsable dela seguridad de los niños delcolegio. Ese es su verdaderotrabajo. Pero Max no estáseguro, y la persona que lo hasecuestrado está ahora mismosentada delante de ella en sudespacho y la señora Palmer no

lo sabe.Eso no es lo que yo llamo

hacerse responsable.—Llevo veinte años

trabajando en tareasadministrativas y nunca habíapasado por momentos tandifíciles como estos —dice laseñora Palmer—. Pero, Diosmediante, saldremos de esta yencontraremos a Max sano ysalvo. En fin, ¿en qué puedoayudarte?

—Ya sé que este no es elmomento más oportuno, perome gustaría pedir la excedencia.Mi salud no mejora y quisierapasar una temporada con mihermana, que vive lejos deaquí, en el oeste del país. Perono quisiera dejarte tirada. Nocorre prisa. Esperaré a queencuentres sustituta y seguirécolaborando con la policía entodo lo que sea necesario, asíque puedo quedarme aquí en

Connecticut hasta que ya noprecisen de mi ayuda. Pero encuanto sea posible, tan prontocomo pueda, me gustaríatomarme el resto del año depermiso.

—Por supuesto —dice laseñora Palmer.

Parece sorprendida, y creoque también un tanto aliviada.Tengo la sensación de quepensaba que la señoritaPatterson quería verla por otros

motivos.—Siento mucho decir que no

sé gran cosa sobre el lupus. Heestado tan ocupada con lo deMax últimamente que no me hadado tiempo a informarme unpoco sobre la enfermedad. Detodos modos, ¿hay algo quepodamos hacer por ti?

—Gracias, no te preocupes.La medicación que estoytomando parece habercontrolado la enfermedad por

el momento, pero es un malimpredecible. No soportopensar que una mañana podríadespertar y descubrir que ya nohabrá tiempo para ver a mihermana y conocer un pocomás a sus hijos. Y para queellos conozcan a su tía.

—Tiene que ser muy duro —dice la señora Palmer.

—Cuando perdí a Scotty,creí que ya nunca volvería alevantar cabeza. Pero este

colegio me ha ayudado mucho.Me ha devuelto a la vida. Estetrabajo me ha permitidorecordar que hay cosas buenasen el mundo, y niños que menecesitan de verdad. No pasaun día sin que me acuerde demi hijo, pero ya he superado sumuerte y creo haber podidoaportar algo al colegio.

—Por supuesto que sí —dicela señora Palmer.

—Aunque la desaparición de

Max me ha hecho volver apensar en lo impredecible quees la vida. Rezo por él nochetras noche, pero quién sabe quéhabrá pasado. Se nos ha ido dela noche a la mañana. Igual quemi Scotty. Y la próxima podríaser yo. Quiero hacer algo conmi vida y no quedarmeesperando para luego tener quelamentarme.

—Lo entiendo perfectamente—dice la señora Palmer—.

Llamaré a Rich mañana paraque Recursos Humanos pongaen marcha la rueda deentrevistas a los posiblessustitutos. En otra situación meencargaría yo misma, pero nocreo que tenga tiempo. Detodos modos, hay montones demaestros en paro, así que nocreo que sea tan complicadoencontrar sustituto. ¿Crees queel año que viene podrásincorporarte otra vez?

La señorita Patterson dejaescapar un suspiro que suenadel todo sincero, aunque yo sémuy bien que todo lo que estádiciendo es mentira. No puedocreer lo bien que se le dahacerse pasar por otra persona.

—Me gustaría pensar quevoy a volver —dice—. Pero ¿teimporta si te lo confirmo unpoco más adelante, enprimavera, por ejemplo? No sécómo voy a encontrarme de

aquí a seis meses. Si quieresque te diga la verdad, me haresultado muy duro venir alcolegio estos últimos días,sabiendo que Max no está aquíy que si yo hubiera venido atrabajar el viernes pasado, nadade esto hubiera ocurrido.

—No digas tonterías, Ruth.—No son tonterías —replica

la señorita Patterson—. Si yo…—No sigas —dice la señora

Palmer y le tiende la mano

como si le ofreciera ayuda paracruzar una calle—. No fueculpa tuya. Max no se haescapado. Alguien decidióllevárselo, y eso podría haberocurrido tanto el viernes comocualquier día. La policía diceque casi nunca hay secuestrosal azar. Esto estaba planeado deantemano. No fue culpa tuya.

—Lo sé. Pero de todosmodos me resulta muy duro. SiMax volviera, creo que también

yo me sentiría capaz dereincorporarme al trabajo elcurso que viene. Pero si enseptiembre, Dios no lo quiera,aún no se ha sabido nada de él,no me veo capaz de volver acruzar esas puertas.

Cuanto más habla, másinocente parece a ojos de laseñora Palmer y más peligrosame parece a mí.

—Insisto, no debes echarte laculpa —dice la señora Palmer

—. Tú no has tenido nada quever en esto.

—Por las noches, cuandoestoy tumbada en la cama,preguntándome qué habrá sidode Max, me cuesta dejar depensar que todo ha sido culpamía.

—Ruth, no deberías cargarcon esa responsabilidad, eresdemasiado buena.

Yo a veces le pregunto a Maxsi existo solo para que me

reconozca que existo. Pararecordárselo. Es lo mismo queestá haciendo en este momentola señorita Patterson. Ella, laautora del secuestro, ha venidoa este despacho para engatusara la señora Palmer y hacerlerepetir una y otra vez que ellano había hecho nada malo. Lamala de la película está ahoramismo sentada delante de laseñora Palmer, y la señoraPalmer se empeña en decir que

es inocente, por mucho que laseñorita Patterson admita que laculpa es suya.

La señora Palmer estábailando con el diablo bajo lapálida luz de la luna, y estáperdiendo miserablemente.

Encima está dispuesta adejarle que se tome el resto delaño de permiso y se largue a laotra punta del país para ver auna hermana que quizá niexiste. Yo creo que la intención

de la señorita Patterson esmarcharse de Connecticut, ypuede que su plan sea ir haciael oeste, pero no para ver aninguna hermana.

Lo que va a hacer es llevarsea Max y, si lo consigue, no creoque ninguno de los dos vuelvanunca.

Tengo que darme prisa.Debo romper otra de las

promesas que le he hecho aMax.

Capítulo 45

Vuelvo a casa en el autocarescolar, pero me bajo delantede la casa de los Savoy otravez, porque el conductor se hasaltado la parada de Max. Voyhacia su casa para ver cómoestán sus padres, pero no hevenido en autocar para eso. No

sé llegar al hospital desde elcolegio, así que tengo que hacerel camino desde la casa de Max.

Ojalá prestara más atencióncuando estoy en la calle. Elpadre de Max dice que él tieneun mapa en la cabeza que lepermite ir a donde quiera. Paramí todos los mapas empiezanen casa de Max. Mi mapa escomo una araña. La casa deMax es el cuerpo y todos lossitios a los que voy son las

patas.No hay dos patas que se

junten.Tampoco sé llegar a casa de

la señorita Patterson si no voyen coche con ella, lo quesignifica que si decide novolver al colegio, lo tengocrudo. Nunca más volveré a vera Max.

Si todo sale según misplanes, mañana volveré alcoche de la señorita Patterson.

Los padres de Max están encasa. He visto los dos cochesaparcados delante del garajecuando hemos pasado pordelante en el autocar. A estashoras el padre de Max sueleestar trabajando y su madreacaba de llegar para recoger aMax del autocar. Pero hoy losdos están en casa.

Me encuentro a su madre enla cocina. Haciendo galletas. Lacasa está muy silenciosa. No se

oye la radio ni el televisor. Solola voz del padre de Max, queestá en el despacho. Hablandopor teléfono.

Qué raro. No me esperabaverla a ella haciendo galletas y aél hablando por teléfono.

Además, la casa está limpia.Más limpia de lo normal. Nohay montones de libros y cartassobre la mesa del comedor niplatos en el fregadero. Nizapatos tirados junto a la

entrada.Me recuerda un poco a la

casa de la señorita Patterson.El papá de Max sale de su

despacho y entra en la cocina.—¿Estás haciendo galletas?

—pregunta.Me alegro de que lo

pregunte, porque a mí tambiénme había extrañado.

—Sí, son para la policía,quiero llevarlas a la comisaría.

—¿A ti te parece que lo que

necesitan son galletas?—No sé qué otra cosa hacer,

¿vale? —dice la madre de Max.Aparta entonces de un

manotazo el cuenco con lamasa y este resbala de laencimera y cae al suelo. Se haroto. He oído cómo se partía,pero no se ha hecho añicos.Sigue casi entero, con la masadentro; solo han saltado un parde trozos de cristal.

La madre de Max se echa a

llorar.—¡Por Dios! —grita él.Luego baja la mirada hacia el

cuenco roto. Una de lasesquirlas ha resbalado por elsuelo y ha ido a parar delantede su zapato. El padre de Maxla mira fijamente y luego se lada a su mujer.

—Perdóname —dice ella—.Es que no sé qué hacer. ¿Quéhay que hacer cuando a uno ledesaparece un hijo? La policía

te dice que te quedes en tu casa,pero ¿qué mierda hago yoaquí? ¿Ponerme a ver la tele?¿Leer un libro? Tú estás ahímetido, jugando a detective, yyo mientras, aquí mirando a lapared sin dejar de pensar enqué demonios habrá sido deMax.

—La policía dijo queprobablemente el secuestradorera alguien que Max conocía.Yo lo único que estoy haciendo

es intentar averiguar quiénpodría ser.

—¿Y tú crees que cuando sepongan al teléfono te van areconocer que fueron ellosquienes se lo llevaron? ¿Quécrees, que vas a oír la voz deMax? ¿Que va a estar ahíjugando al otro lado delteléfono con los hijos de losParker o los niños de mihermana?

—Qué sé yo —dice el padre

de Max—. Algo tengo quehacer.

—¿De verdad crees a mihermana capaz de secuestrar aMax? Si solo de hablar con élya se pone nerviosa. Ni siquierase atreve a mirarlo a los ojos.

—¡Maldita sea! ¡Al menosestoy haciendo algo! No puedoquedarme aquí sentado sinhacer nada.

—Ah, ¿piensas que hacergalletas es no hacer nada?

—No creo que ayuden aencontrar a Max.

—Y cuando ya hayasllamado a toda la gente queconocemos, ¿qué? ¿Qué vas ahacer entonces, eh? ¿Cuántotiempo tendrá que pasar hastaque dejemos de esperar yvolvamos al trabajo y a la vidanormal?

—¿Insinúas que quieresvolver a trabajar?

—No, claro que no. Pero no

puedo evitar pensar en lo quepasará si no encuentran a Max.¿Cuánto tiempo vamos a tenerque quedarnos sentados en casaa la espera de noticias? Ya séque es horrible, pero no dejo depensar en cómo vamos a seguirviviendo cuando la policía nosdiga que no hay esperanza.Porque yo estoy empezando aperderla. Que Dios meperdone, pero esa es la verdad.Han pasado cinco días, y no

saben nada de nada. ¿Qué va aser de nosotros?

—Cinco días no es nada —replica el padre de Max—. Eljefe de policía dice que siempreacaban cometiendo algún error.Quizá no la primera semana, oni siquiera el primer mes, perono pueden pasarse la vidahuyendo. Quien sea que sehaya llevado a Max acabarácometiendo un error que nosllevará hasta él.

—¿Y si Max ya estuvieramuerto?

—¡No digas eso! —grita elpadre de Max—. ¡Haz el favorde no decir eso, joder!

—¿Por qué no? No me digasque a ti no se te había pasadopor la cabeza.

—Pero intento no pensar enello —dice el padre de Max—.¡Por el amor de Dios, cómo sete ocurre decir esas cosas!

—¡Porque no puedo

quitármelo de la cabeza! ¡Miniño ha desaparecido y es muyposible que esté muerto y quenunca más volvamos a verlo!

Ahora empieza a llorar alágrima viva. Tira a la encimerauna cuchara de madera llena demasa, se deja caer en el suelo yse cubre la cabeza con losbrazos. Por un momento merecuerda a Wooly, cuandoresbaló pared abajo y acabótirado en el suelo. El padre de

Max da un paso, se para unmomento, y luego se acercaella. Se agacha y la abraza.

—No está muerto —lesusurra. Ya no da voces.

—Pero ¿y si lo estuviera?¿Eh? No sé cómo podremosseguir viviendo.

—Lo encontraremos.—No hago más que pensar

que fue por algo que hicimos.O que dejamos de hacer. Quepuede haber sido culpa nuestra.

—Calla —le dice él, perosuavemente. No como si fuerauna orden—. Las cosas nofuncionan así, y tú lo sabes. Hasido un monstruo quien se hallevado a nuestro hijo. Nosotrosno hemos tenido la culpa. Hasido un acto monstruoso obrade un ser monstruoso, perocazaremos a ese hijo de puta yrecuperaremos a nuestro hijo.Ese monstruo acabarácometiendo un error, ya verás.

Lo ha dicho el jefe de policía.Cometerá un error y lorecuperaremos. Estoyconvencido.

—Pero ¿y si no fuera así?—Lo recuperaremos. Te lo

prometo.El padre de Max habla con

total seguridad en sí mismo,pero no hace más que referirseal secuestrador como si fueraun hombre.

De pronto comprendo que

Max no es el único que necesitami ayuda. Tengo que salvar asus padres también.

Capítulo 46

Empiezo por el HospitalInfantil. No he venido aquí porningún motivo especial, perome gustaría ver a Summer. Nosé muy bien por qué, peroquiero verla. Tengo lasensación de que necesito verla.

Subo a la sala de recreo. Esta

vez el ascensor me deja en laplanta catorce. Nada de subir obajar escaleras. Buena señal,creo yo. Estoy de suerte.

Voy hasta la sala de recreo.Ya pasan de las siete, y a estashoras seguramente los niños yaestarán acostados y los amigosimaginarios que tienen porcostumbre salir de sushabitaciones habrán ido a lasala de recreo.

Entro en la sala y Klute salta

del asiento y grita mi nombre.La cabeza se le bamboleadislocada. Otros tres amigosimaginarios saltan también desus asientos al verme entrar.Pero ni Cuchara ni Summerestán allí.

—Hola, Klute —saludo.—¡Pareces real! —dice un

niño con pinta de robot. Todorefulgente, cuadrado y tieso. Heconocido a muchos amigosimaginarios robóticos.

—Ni que lo digas —afirmaun osito de peluche de colormarrón que me llega por lacintura.

El tercero, una chica que deno ser porque le faltan las cejasy por las alas de hada que lesalen de la espalda podríaparecer un ser humano, vuelvea su asiento y cruza las manossobre las rodillas sin decir unapalabra.

—Gracias —digo,

dirigiéndome al robot y al osito.Después me vuelvo a Klute—:¿Summer está en el hospitaltodavía? ¿Y Cuchara?

—Cuchara ya hace dos díasque se fue a su casa.

—¿Y Summer? —preguntootra vez.

Klute baja la vista a los pies.Me vuelvo al robot y al oso depeluche. Los dos bajan la vistatambién.

—¿Qué ha pasado? —

pregunto.Klute mueve la cabeza atrás y

adelante muy despacio, pero sele bambolea. Intenta nomirarme hasta que elmovimiento de la cabeza lefuerza a levantar la vista unsegundo.

—Se murió —dice la niñacon alas de hada.

Me vuelvo para dirigirme aella.

—¿Cómo que se murió?

—Summer se murió —dice—. Y luego se murió Grace.

—¿Grace? —pregunto, perode pronto me acuerdo.

—Su amiga —dice el hada—. La que estaba enferma.

—¿Primero murió Summer ydespués Grace? —pregunto.

—Sí —dice el hada—.Summer desapareció. Y pocodespués oímos decir a losmédicos que Grace habíamuerto.

—Fue muy triste —diceKlute. Parece que va a llorar—.Estaba aquí sentada connosotros y de pronto empezó adesvanecerse. Setransparentaba.

—¿Tenía miedo? —pregunto—. ¿Sufrió?

—No —dice el hada—. Ellasabía que Grace iba a morir y sealegraba de irse de este mundoantes que ella.

—¿Por qué?

—Porque decía que asípodría esperar a Grace al otrolado —contesta el hada.

—¿Al otro lado de qué?—No lo sé.Miro a Klute.—Yo tampoco lo sé. Solo

dijo que estarían las dos juntasal otro lado.

—Yo no estaba aquí —diceel oso de peluche—. Perosuena muy triste. Yo no quierodesaparecer nunca.

—Todos tenemos quedesaparecer algún día —dice elrobot. Habla como los robotsde las películas. Con vozentrecortada, como atrompicones.

—Ah, ¿sí? —dice Klute.—¿Encontraste a tu amigo?

—pregunta el hada.—¿Cómo? —pregunto.—Que si encontraste a tu

amigo —repite el hada—.Summer nos dijo que habías

perdido a tu amigo y que loestabas buscando.

—También os lo dije yo —salta Klute, con la cabezabamboleante—. Yo conocía aBudo de antes.

—Lo encontré, sí, perotodavía no he conseguidorescatarlo.

—Pero ¿lo harás? —preguntael hada. Se levanta del asiento,pero, aun así, no me llega ni alos hombros.

Iba a responderle que estoyintentándolo, pero en vez deeso, le digo:

—Sí. Se lo prometí aSummer.

—Entonces, ¿qué hacesaquí? —pregunta el hada.

—Necesito ayuda —contesto—. Necesito ayuda para salvara Max.

—¿Quieres que nosotros teayudemos? —pregunta Kluteilusionado. La cabeza se le

bambolea de nuevo.—No. Pero gracias de todos

modos. Vosotros no podéisayudarme, pero sé de alguienque sí puede.

Capítulo 47

He aquí lo que sé sobreOswald:

1. Es tan alto que casi roza eltecho con la cabeza. Es elamigo imaginario más altoque conozco.

2 . Parece un humano. Si nofuera por loexageradamente alto quees, parecería tan real comoyo. Con sus orejas, suscejas y todo.

3. Oswald es el único amigoimaginario cuyo amigohumano es una personaadulta.

4 . Es el único amigoimaginario capaz de movercosas en el mundo real.

Por eso no estoytotalmente convencido deque sea un amigoimaginario.

5 . Oswald es malo y damucho miedo.

6. Oswald me odia.7. Oswald es la única persona

que puede ayudarme asalvar a Max.

Lo conocí hace un mes, así queno sé si seguirá en el hospital,

pero yo creo que sí. Su amigohumano está ingresado en unaplanta especial para chiflados,que según me dijo Max es otraforma de decir locos. Lapalabra se la había oído yodecir a uno de los médicos. Oquizá fue a una enfermera. Dijoque odiaba trabajar en aquellaplanta llena de chiflados.

Pero luego otra enfermeradijo que era la planta donde setrataban los «traumatismos

craneales», que parece que sonlas personas que se rompen lacabeza. O sea, que no estoyseguro. Puede que sean las doscosas, que si te rompes lacabeza te vuelves chiflado.

El amigo de Oswald está encoma también, que según Maxquiere decir que se ha dormidopara siempre.

Una persona en coma es loopuesto a mí. Yo nuncaduermo, y la persona en coma

no hace más que dormir.La primera vez que vi a

Oswald fue en el hospital paraadultos. Yo solía ir por allíporque me gusta escuchar a losmédicos hablando de enfermos.Cada enfermo es distinto, asíque cada uno tiene su historia.A veces son historias difícilesde entender, pero siempre soninteresantes. Más interesantesque observar a Pauley con sustarjetas de rasca y gana.

Hay días que lo único quehago cuando voy al hospital esdarme una vuelta, porqueaquello es enorme. Cada vezque voy, encuentro sitiosnuevos que explorar.

Aquel día estaba yoexplorando la planta númeroocho, y Oswald venía andandopor el pasillo hacia mí. Iba conla cabeza gacha, mirándose lospies. Era un hombre alto yancho, con la cara aplastada y

el cuello muy grueso. Y lasmejillas coloradas, como siacabara de entrar del frío de lacalle. Estaba calvo. Tenía uncabezón enorme pero ni unsolo pelo.

Pero lo que más me extrañófue su forma de andar. Echabalas piernas hacia delante comosi diera patadas al aire. Como sinada en el mundo fuera capazde pararlo. Me recordó unamáquina quitanieves.

Al llegar hasta mí, levantó lavista y me gritó:

—¡Apártate de mi camino!Yo me volví para ver si venía

alguien detrás de mí, pero elpasillo estaba vacío.

Me volví otra vez y él megritó:

—¡Que te apartes de micamino he dicho!

Fue entonces cuando me dicuenta de que aquel hombre eraun amigo imaginario. Porque

me veía. Era a mí a quien leestaba hablando. Entonces mepuse a un lado, y él pasó delargo. Como la pala de unamáquina quitanieves, sinlevantar la vista. Así que me dila vuelta y le seguí. Nuncahabía visto a un amigoimaginario que pareciera tanreal, y quería hablar con él.

—Me llamo Budo —le dije,apretando el paso para darlealcance.

—Oswald —dijo él, y siguióavanzando sin volverse a mirar.

—No, Oswald, no. Me llamoBudo.

Entonces se paró y se volvióhacia mí.

—Y yo me llamo Oswald.Déjame en paz.

Dicho esto, se dio la vuelta ysiguió su camino.

Yo estaba un poco nervioso,porque Oswald era enorme,hablaba muy alto y parecía muy

desagradable. Ningún amigoimaginario se había mostradonunca desagradable conmigo.Pero como tampoco había vistonunca a un amigo imaginarioque fuera real, no pude evitarseguirlo.

Oswald continuó pasilloadelante, giró y se metió en otropasillo, más tarde giró otra vezy se paró delante de una puerta.La puerta no estaba cerrada deltodo, quedaba abierta una

rendija. Los médicos dejan laspuertas un poco abiertas parapoder asomarse en mitad de lanoche y ver cómo están losenfermos sin tener quedespertarlos. Oswald no cabíapor aquella rendija, así quesupuse que atravesaría la puertacomo habría hecho yo sihubiera sido él. Pero no; lo quehizo fue alargar la mano ymover la puerta. La abrió unpoco con la mano para poder

pasar.Al ver que la puerta se

movía, se me escapó un grito.No me lo podía creer. Nuncahabía visto a un amigoimaginario moviendo cosas enel mundo real. Supongo queOswald oyó el grito porqueenseguida se volvió y vinocorriendo hacia mí. Yo mequedé paralizado. No sabía quéhacer. Seguía sin poder creermelo que había visto. Cuando

llegó hasta mí, alargó una manoy me pegó. Era la primera vezque alguien me pegaba. Me caíal suelo danto tumbos.

Me hizo daño.Hasta ese momento no sabía

que podían hacerme daño. Nosabía lo que era sentir dolor.

—¡Te he dicho que medejaras en paz! —gritó.

Y luego se dio la vuelta yvolvió a la habitación.

Pese a sus gritos, al empujón

y al daño que Oswald me habíahecho, tenía que saber lo quehabía en aquella habitación. Lacuriosidad me pudo. Acababade ver a un amigo imaginariomoviendo una puerta en elmundo real. Tenía que seguirindagando.

Así que me quedé quieto alfondo del pasillo, asomado auna esquina, sin quitar los ojosde aquella puerta. Tuve queesperar una eternidad, hasta

que finalmente Oswald salió dela habitación por la mismarendija por la que se habíacolado una eternidad antes. Alver que venía hacia mí, meescondí en un armario delpasillo. Esperé a oscuras allídentro, conté hasta cien y volvía salir.

Ni rastro de Oswald.Volví entonces a la

habitación de donde lo habíavisto salir y entré. La luz estaba

apagada, pero la que venía delpasillo me iluminaba un poco.Dentro había dos camas. Y unhombre tumbado en la quequedaba más cerca de la puerta.La otra cama estaba vacía. Notenía sábanas, ni almohadas.Miré alrededor buscandojuguetes, animales de peluche,ropita o zapatitos. Cualquiercosa que me indicara queaquella era la habitación dealgún niño o alguna niña. Pero

no vi nada.Solo a aquel hombre

acostado.Tenía una barba pelirroja

muy poblada y las cejastupidas, pero la cabezacompletamente calva, comoOswald. Junto a su cama habíaun montón de aparatos de losque salían cables y tubos que lellegaban hasta los brazos y elpecho. De los aparatos salíanpitidos y zumbidos. Y en las

pequeñas pantallitas detelevisión conectadas a ellos seveían unos destellos brillantes.

Miré otra vez hacia la camavacía, por si antes se me habíaescapado algo. Puede quehubiera algún peluche, o algúnpantaloncito colgado delarmario, y que el niño hubieraentrado en el cuarto de baño.Quizá el calvo tumbado en lacama era el padre, y Oswald elamigo imaginario de su hijo o

hija (aunque me pegaba másque fuera un niño). Tal vez elhijo del calvo estaba sentado enla sala de espera en esemomento, esperando a que supapá despertara. Y él mismohabía mandado a Oswald a vercómo seguía su padre.

Luego pensé que quizá elcalvo no era el padre de nadie.Que quizá estuviera allí porotro motivo. Y quizá Oswald sehabía echado a descansar en la

otra cama. O estaba buscandoun lugar tranquilo donde podersentarse. O era otro curiosocomo yo.

Después se me ocurrió quequizá Oswald fuera un serhumano capaz de ver a losamigos imaginarios, y no unamigo imaginario capaz detocar el mundo de loshumanos. Estaba yoplanteándome todas esas cosascuando en la habitación

entraron tres personas yencendieron la luz. Una de ellasera una mujer vestida con unabata blanca, y las otras dos quela seguían traían unossujetapapeles en la mano. Seacercaron las tres al calvoacostado en la cama y la de labata blanca dijo:

—Se llama John Hurly.Edad: cincuenta y dos años.Traumatismo encefálico aconsecuencia de una caída.

Fecha de ingreso: 4 de agosto.No ha respondido a ningúntratamiento. Está en coma desdeque llegó.

—¿Qué tenemos previstohacer con él? —dijo una de laspersonas que la acompañaban.

Los tres siguieron hablando,haciendo preguntas ycontestando, pero yo dejé deescuchar.

Entonces, Oswald entró denuevo en la habitación.

Primero miró hacia la señorade la bata blanca y sus dosacompañantes. Parecía molestopero no enfadado. Puso cara deexasperación y rezongó unpoco. Creo que no era laprimera vez que los veía.

Pero de pronto se fijó en mí.Yo estaba de pie entre las doscamas, con los aparatos detrás,muy quietecito. Pensaba que, sino me movía, no me vería.Oswald se quedó boquiabierto

al verme y no reaccionó. Creoque estaba sorprendido deverme allí. Tan sorprendidocomo yo al verle mover aquellapuerta. Estupefacto.

Inspiró con fuerza, meapuntó con el dedo y exclamó:

—¡Tú!No le hizo falta correr, era

tan alto y tan rápido que llegóde la puerta hasta donde yoestaba en tres o cuatrozancadas. No tuve tiempo ni de

pensar.Estaba atrapado entre las dos

camas, paralizado de miedo. Nocreo que un amigo imaginariopueda matar a otro, perotampoco había pensado nuncaque los amigos imaginariospudieran hacerse dañomutuamente, y hacía unmomento Oswald me habíademostrado lo equivocado queestaba.

Al verlo que venía hacia mí,

di un brinco y salté la camavacía. Oswald fue detrás de mí,rodó sobre la cama y cayó alotro lado antes de que yorecuperara el equilibrio.Entonces me empujó otra vez.Tenía unas manazas tan grandesque me hizo saltar por los aires.Caí de espaldas sobre unamesita que había en el rincón.La mesita no se movió, claroestá, pero yo sí me di un buenporrazo en ella, y me hice daño.

La esquina se me clavó en laespalda, y grité de dolor.Bueno, fue la idea de la esquinalo que se me clavó, pero medolió tanto como si hubierasido una esquina de verdad.

Antes de que pudierarecuperarme del golpe, Oswaldme agarró de los hombros consus grandes manazas y mearrojó otra vez sobre la camavacía. Yo reboté en el colchóny caí al suelo, entre las dos

camas. En la caída supongo queme di un golpe en la cabezacontra uno de los aparatos,porque no podía ponerme enpie. Me quedé allí tirado en elsuelo un segundo, intentandocalmarme y pensar un poco. Almirar bajo la cama dondeestaba acostado el calvo, vi seispies al otro lado. Dos de laseñora con bata y cuatro de losdos acompañantes. Los tresseguían hablando del hombre

que estaba en coma. Se hacíanpreguntas en voz alta y mirabanuna cosa a la que llamaron «lasconstantes». No tenían ni ideade la pelea que estaba teniendolugar ante sus mismísimasnarices, aunque en verdadaquello no era una pelea,porque no se puede decir queyo estuviera peleando. Lo únicoque hacía era recibir golpes.

Me puse a cuatro patas y,cuando ya estaba a punto de

levantarme del suelo, la rodillade Oswald se me clavó en laespalda. Nunca he sentido tantodolor. Fue como si la espaldame explotara en pedazos. Peguéun grito y volví a caer al suelo.Me di un golpe contra lasbaldosas y sentí otra vez comouna especie de explosión en lanariz y la frente. Creí que iba allorar, y cuando esto pasó yonunca había llorado todavía. Nisiquiera sabía que era capaz de

llorar. Pero el dolor era tangrande que pensé que igual meechaba a llorar.

En el patio de recreo lospequeños cuando se hacendaño llaman mucho a su mami.A mí también me hubieragustado llamarla, pero no tengomadre, y en aquel momento medolió más que nunca no tenerla.No tener a nadie que pudieravenir a ayudarme. Allí estabantodavía los tres médicos, venga

a hablar y leer sus papeles, perosin idea de que había otroherido en la habitación.

Pensé que Oswald iba amatarme o a dejarme en comacomo el calvo.

Se lió a darme patadas en laspiernas. Y en los brazos.

Quise llamar a mi mami otravez, y de pronto pensé en Dee yme puse a llamarla a ellapidiendo ayuda.

Me habría echado a llorar,

pero Oswald no me dio tiempoporque ya lo tenía otra vezencima: me lanzó hacia la otrapunta de la habitación y meestrellé contra la pared. Rebotéen ella y aterricé sobre mitodavía dolorida espalda. Luegome levantó del suelo y me lanzóhacia la puerta. Di un cabezazoen la pared de al lado y vi lasestrellas. No sabía dóndeestaba. Luego volvió alevantarme y me lanzó al

pasillo. Yo salí rodando por elsuelo y en cuanto pude me pusea cuatro patas y eché a correr arastras todo lo rápido que pude.No sabía adónde iba. Solo sabíaque estaba alejándome y eso yame valía. Y mientras escapaba arastras de allí no dejaba depensar que en cualquiermomento Oswald caería sobremí con sus manazas.

Pero no lo hizo.Seguí arrastrándome

aproximadamente treintasegundos y luego me detuve ymiré atrás. Oswald estabaplantado en mitad del pasillo,vigilándome.

—Ni se te ocurra —me dijo.Esperé a que añadiera algo

más.Al ver que no lo hacía,

respondí:—Vale.—Lo digo en serio —dijo—.

Ni se te ocurra.

Capítulo 48

—Oswald es mi únicasalvación —digo—. Es la únicasalvación para Max. Tiene queayudarnos.

—No lo hará —dice Klute.El robot también dice que no,

moviendo la cabeza.—Tiene que hacerlo —digo.

Subo en ascensor hasta ladécima planta y bajo dostramos de escalera para llegar ala octava.

La planta de los chiflados.Me dirijo a la habitación

donde vi a Oswald por últimavez. Donde estaba el calvochiflado amigo de Oswald.Avanzo despacio, muy atentocada vez que doblo una esquinao paso frente a alguna puertaabierta. No quiero toparme con

él de golpe y porrazo. Todavíano tengo una idea de lo que levoy a decir.

Veo que la puerta de lahabitación está abierta. Meacerco. Intento no pensar en laúltima vez que nos vimos. En lapotencia de su voz. En cómome lanzó de un lado a otro de lahabitación. En sus ojos abiertosde par en par al decirme: «Ni sete ocurra».

Yo le había dicho que no

volvería. Que no se meocurriría volver. Hice unapromesa. Pero aquí estoy otravez.

Me meto en la habitación,dispuesto para el ataque.

Y no se hace esperar.Pero, antes de que Oswald se

me eche encima, capto toda unaserie de detalles.

Las cortinas están abiertas yhay muchísima luz en lahabitación. Me sorprende. La

recordaba oscura y tenebrosa.En mi recuerdo, era unahabitación sin ángulos. Solohabía manchas de oscuridad.Ahora parece alegre y soleada,como si allí no pudiera ocurrirnada malo, y, en cambio,Oswald está ya solo a unospasos de mí, gritando:

—¡No! ¡No! ¡No!El calvo de la barba pelirroja

sigue tumbado en la cama,rodeado de aparatos que pitan,

zumban y destellan. Hayalguien en la otra cama. Es unchico regordete y le pasa algoen la cara. La tiene como fofa yamodorrada.

Hay un tercer hombre en lahabitación. Está sentado en unasilla, al pie de la cama de CaraFofa. Tiene una revista en lamano que lee en voz alta paraCara Fofa. Me da tiempo apillar una serie de palabrassueltas antes de que Oswald se

me eche encima. Trata sobrealgo de béisbol, creo. No sé quéde una pelota baja. Pero, antesde poder enterarme, Oswald meecha las manazas al cuello.Aprieta con fuerza, se da lavuelta y me arroja al interior dela habitación. Me estrello contrala cama del calvo. Si no llego aser un amigo imaginario, hastala cama se habría ido a la otrapunta. Así de fuerte ha sido elgolpe.

Pero como soy un amigoimaginario, reboto en ella yaterrizo hecho un guiñapo a lospies de Oswald. Me duele lacabeza, el pecho y el cuello. Nopuedo respirar. Oswald seagacha, me coge por el cuellode la camisa y la cinturilla delos pantalones y me lanza porencima de la cama del calvo.Aterrizo en la cama de CaraFofa. Pero también esta vezsalgo rebotado, sin que el

enfermo se entere de nada, ycaigo rodando. Vuelvo acaerme hecho un guiñapo en elsuelo, contra la pared delfondo.

Me duele el cuerpo entero.Creo que no ha sido muy

buena idea venir aquí. Oswaldno es como una máquinaquitanieves, es más bien comouna grúa gigante de esas quellevan una bola colgando deuna cadena. Las que usan para

tirar edificios viejos. Y no hacemás que darme bolazos.

Esta vez me levanto deprisa ycorriendo. Tengo que hacerlo sino quiero que Oswald sevuelva a lanzar sobre mí y memande disparado al otro ladode la habitación o se líe apatadas conmigo. El de la silla,un chico joven y pálido, sigueleyendo. Está en mitad de unapelea y no se entera, ni seenterará nunca.

Oswald se prepara para elataque otra vez, plantado entrela cama de Cara Fofa y lapared, cerrándome la huida. Depronto pienso que hubiera sidomejor quedarme en el suelo yescapar hacia la puerta,rodando bajo la cama de CaraFofa primero y luego bajo ladel calvo.

Oswald da dos pasos haciamí, acercándose más todavía.Es el momento de decirle a qué

he venido.—Un momento —le digo,

procurando que suene comouna súplica. Y no me sale mal,porque al fin y al cabo eso es loque estoy haciendo, suplicar—.Por favor. Necesito tu ayuda.

—¡Te dije que no se teocurriera volver por aquí! —suelta a voz en grito. Con talpotencia de voz que por unmomento apaga hasta el sonidodel televisor. Luego se abalanza

sobre mí y me echa las manazasal cuello.

Intento arrancármelas delcuello, pero él me las aparta deun manotazo, como si fuerande papel. Como si fueran lasmanos de Wooly. Me estáapretando el cuello. Me asfixio.Si necesitara aire para respirar,me estaría muriendo. Lo que yorespiro es la idea del aire, peroaun así siento que me asfixio.

Creo que me estoy muriendo.

Siento que los pies se melevantan del suelo y en esemomento oigo otra voz en lahabitación.

—Suéltalo, Oswald.Oswald me suelta, pero no

porque pretenda obedecer a esaorden. Se ha quedadosorprendido. No, más quesorprendido, estupefacto. Se lonoto en la cara.

Caigo de golpe y porrazo enel suelo, me tambaleo un

segundo, intentando recuperarel equilibrio y la respiración almismo tiempo, y me vuelvohacia la puerta. Allí está el hadaque acabo de conocer en la salade recreo, pero tiene los pieslevantados del suelo, como sivolara. Planea, agitando las alastan rápido que apenas si se ven.

Nunca he conocido a unamigo imaginario que volara.

—¿Quién te ha dicho cómome llamo? —pregunta Oswald.

Debería aprovechar ahorapara darle un empujón aOswald y salir corriendo. Parapegarle aprovechando que estádistraído. Pero aunque esehombre quiera matarme, sigonecesitando que me ayude, yalgo me dice que esta podría sermi única oportunidad decambiar las cosas.

Bueno, la oportunidad delhada quiero decir.

—Budo es amigo mío —dice

ella—. No quiero que le hagasdaño.

—¿Quién te ha dicho cómome llamo? —pregunta Oswaldde nuevo. Su sorpresa ya se haconvertido en rabia. Cierra lospuños. Se le abren las aletas dela nariz.

—Budo necesita tu ayuda,Oswald.

No sé cómo lo sé, pero algome dice que el hada estáevitando responder a la

pregunta de Oswald apropósito, para ganar tiempo yencontrar la respuesta másoportuna.

—¿Quién te ha dicho cómome llamo?

Esta vez se lo pregunta avoces y va hacia la puerta,directo al hada.

Y yo detrás.No puedo permitir que

maltrate al hada como ha hechoconmigo. Alargo la mano para

tirar de él y darle tiempo alhada a escapar, pero ella clavalos ojos en mí y dice que nomoviendo muy ligeramente lacabeza. Me está pidiendo queno lo haga. O que espere almenos.

Obedezco.Y descubro que el hada ha

hecho bien en pedirme que mequede quieto. Porque, decamino a la puerta, tambiénOswald se queda quieto. No le

echa sus enormes manazasencima. A mí puede lanzarmede un lado al otro de lahabitación, darme patadas yapretarme el cuello hasta laasfixia, pero al hada ni la toca.

—¿Quién te ha dicho cómome llamo? —pregunta Oswalda gritos de nuevo, pero esta vezdetecto algo distinto en su voz.

Oswald está enfadado, sí,pero también intrigado. Ypuede que haya algo así como

esperanza en su voz. Creo queespera mucho de la respuestadel hada. Que también élnecesita ayuda.

—Soy un hada —dice ella—.¿Sabes qué es un hada?

—¡Quién te ha dicho cómome llamo! —ruge Oswald estavez. Si fuera un ser humano,habría hecho vibrar todas lasventanas de la octava planta yel hospital entero hubiera oídosus gritos.

Nunca en mi vida he tenidotanto miedo.

El hada vuelve la cabezahacia el calvo que está tumbadoen la cama y lo señala diciendo:

—Es tu amigo. Y estáenfermo, ¿verdad?

Oswald se queda plantadosin apartar la vista de ella, perono contesta. Yo estoy detrás deél, así que no puedo verle laexpresión, pero me doy cuentade que abre los puños, y los

músculos de los brazos y elcuello se le relajan un poco.

—Oswald —dice el hada denuevo—. Ese hombre es amigotuyo, ¿verdad?

Oswald mira al calvo y luegovuelve la cabeza hacia ella yasiente.

—¿Y está enfermo? —lepregunta el hada.

Oswald dice que sí con lacabeza, lentamente.

—Lo siento mucho —dice el

hada—. ¿Sabes qué le pasó?Oswald dice que sí otra vez.—¿Podemos salir al pasillo

un momento y hablamos? —dice el hada—. No puedoconcentrarme con ese chico ahíleyendo.

A mí ya se me habíaolvidado que Cara Fofa y suamigo el pálido estaban en lahabitación. Desde que el hadaha empezado a hablar, ni heoído la tele. Ha sido como ver a

un domador de leonescalmando un león con unpalillo de dientes en lugar decon un látigo y un taburete.

No, más que con un palillode dientes, con uno de esosbastoncillos de algodón paralos oídos. Pero milagrosamenteha funcionado. El hada lo haconseguido.

Oswald accede a hablar en elpasillo. Pero al darse la vueltapara salir de la habitación, el

hada se da cuenta de queOswald no se mueve. Entoncesse vuelve hacia él y le pregunta:

—¿Qué pasa?—Si no sale él, no salgo yo

—dice Oswald, volviéndosehacia mí y señalándome con eldedo.

—Faltaría más —dice el hada—. Budo se viene connosotros.

Oswald sale al pasillo detrásdel hada. Y yo detrás de él.

Vamos a un espacio que hay unpoco más adelante, con sillas,lámparas y mesitas llena derevistas. El hada se sienta enuna silla. Sus alas dejan demoverse. Cuanto están quietas,parecen pequeñas, frágiles ydelicadas. No acabo de creermeque sea capaz de volar.

Oswald toma asiento en otrasilla, frente a ella.

Y yo, junto al hada.—¿Quién eres tú? —le

pregunta Oswald.—Me llamo Chispa —

responde el hada.A mí ni siquiera se me había

ocurrido preguntarle sunombre. Qué vergüenza.

—¿Quién te ha dicho cómome llamo? —insiste Oswald,ahora ya sin rabia, simplementecon curiosidad.

Chispa no responde. No sé sidecir algo y así darle tiempopara pensar. Parece dudosa.

Pero de pronto empieza ahablar antes de que se meocurra nada.

—Iba a decirte que comohada mágica que soy estoyenterada de todo lo que pasa enel mundo, y que lo mejor quepodías hacer era escucharme,pero no quiero mentir. Sé quete llamas Oswald porque me loha dicho Budo.

Oswald se queda callado.Abro la boca para hablar,

pero Chispa se me adelanta.—Budo necesita tu ayuda, y

yo temía que le hicieras dañocomo la última vez que osvisteis. Por eso lo seguí hastaesta habitación.

—Le dije que no se leocurriera venir por aquí —replica Oswald—. Se lo advertí.

—Lo sé. Pero te necesita. Notenía otro remedio.

—¿Por qué?—Porque dice Budo que tú

eres capaz de mover cosas en elmundo real. ¿Es cierto eso?

Se lo pregunta como si ellamisma no se lo creyera.

Las tupidas cejas de Oswaldse le juntan en la frente comodos orugas dándose un beso.De pronto me doy cuenta deque tiene las cejas iguales queel calvo. Con tanto bandazo deun lado al otro de la habitación,no me había fijado.

—Vi que abrías esa puerta —

le digo—. Eres capaz de movercosas en el mundo real,¿verdad? ¿Podrías mover estamesa o estas revistas?

—Sí —dice Oswald—, perocon mucho esfuerzo.

—¿Esfuerzo? —preguntaChispa.

—En el mundo real todopesa mucho. Mucho más que tú—añade, señalándome.

—Nadie lo diría —replico.Las orugas se besan otra vez.

—Dejémoslo —le digo.—Y una mesa no podría

moverla ni soñando —aclaraOswald—. Hasta esta mesitapesa demasiado para mí.

—Pero las cosas pequeñas sípuedes moverlas, ¿no? —pregunto.

Oswald dice que sí con lacabeza.

—¿Cuánto tiempo llevas enel mundo? —le preguntaChispa.

—No lo sé —respondeOswald y baja la mirada a lospies.

—¿Cómo se llama tu amigo?—pregunta Chispa.

—¿Quién?—El que está ahí dentro en la

cama.—Ah. John —dice Oswald.—¿Lo conociste antes de

venir aquí? —le pregunto.Me acuerdo de la niña

aquella sin nombre en la

Unidad de Cuidados Intensivos.Me pregunto si Oswald serácomo ella.

—Sí, pero fue un segundonada más —dice él—. Estabaen el suelo. Con la cabeza rota.Levantó la vista para mirarme,sonrió y cerró los ojos.

—¿Y lo seguiste hasta estehospital? —pregunto.

—Sí —dice Oswald y luegose queda callado—. Ojalá Johnpudiera abrir los ojos y

sonreírme otra vez.—¿Ayudarás a Budo? —

pregunta Chispa.—¿Cómo?—Es para un amigo mío —le

digo—. No está herido comoJohn, pero está en peligro, y sintu ayuda me será imposiblesalvarlo.

—¿Tendré que salir delhospital? No me gustan lasescaleras.

—Está bastante lejos de aquí

—contesta Chispa—. Tendrásque bajar las escaleras, salir delhospital y hacer un viaje muylargo. Pero la situación es gravey estoy segura de que a John lealegraría que ayudaras.Además, cuando todo hayaterminado, Budo se encargaráde traerte de vuelta al hospital.¿Te parece bien?

—No —dice Oswald—. Nopuedo.

—Claro que puedes —dice

Chispa—. Tienes que hacerlo.Está en peligro la vida de unniño y el único que puedesalvarlo eres tú.

—No quiero —replicaOswald.

—Ya sé que no quieres —dice Chispa—. Pero tienes quehacerlo. Su vida está en peligro,es un niño. No puedes negarte asalvar la vida de un niño,¿verdad que no?

—Verdad —dice Oswald.

Capítulo 49

—¿Cómo lo has conseguido?—pregunto, andando por elpasillo en dirección a losascensores.

A mi lado va Chispa,volando pasillo abajo. Sus alashacen un zumbido que no heoído mientras estábamos en la

habitación del amigo deOswald. Ahora que la tengojusto al lado, se le mueven tanrápido que casi no se ven.

Oswald va detrás, con lacabeza gacha, avanzando comouna máquina quitanieves unavez más.

—¿Cómo he conseguidoqué? —pregunta Chispa.

—Todo —respondo, bajandola voz—. ¿Cómo sabías queOswald no iba a liarse a golpes

contigo como había hechoconmigo? ¿Cómo lo hasconvencido de que meayudara? Y, lo más importante,¿cómo has sabido que yoestaba en esa habitación?

—La última pregunta te larespondo enseguida —diceChispa—. En el HospitalInfantil, cuando nos hascontado tu primer encuentrocon Oswald, has dicho elnúmero de la planta donde os

habíais visto la primera vez. Yen cuanto te has marchado hepensado que quizá podríasnecesitar ayuda. Así que mevine a este hospital y subívolando hasta la octava planta.Una vez aquí, no ha sido difícilencontrarte. Armabais tantoescándalo los dos que lo únicoque he tenido que hacer ha sidoseguir las voces.

—El escándalo se debía aque Oswald me estaba lanzando

de un lado a otro de lahabitación como si fuera unmuñeco.

—Ya —dice Chispa con unasonrisa.

—Bueno, ¿y cómo sabíasque Oswald no iba a liarse agolpes contigo como ha hechoconmigo?

—Porque yo no he entradoen la habitación —dice Chispa—. Me he quedado en lapuerta.

—No entiendo.—Sí, tú nos has contado que,

la primera vez que os visteis,Oswald te pilló espiando en lahabitación, en la misma puerta.Y después volvió a pillartedentro de la habitación. Yo hepensado que, si no entraba, lomás probable era que no mehiciera daño. Además, soy unaniña. Y un hada. Tendría queser muy cruel para pegarle a unhada.

—Te imaginaron muy lista—le digo.

Chispa sonríe de nuevo.—¿Cuánto tiempo hace que

estás en el mundo? —lepregunto.

—Casi tres años.—Es mucho tiempo para los

seres como nosotros —le digo.—Pues tú llevas más tiempo

aún.—Ya, pero aun así tres años

es mucho. Tienes suerte.

Giramos por el pasillo ypasamos junto a un hombreque va en silla de ruedashablando solo. Miro alrededorbuscando a un amigoimaginario, pero no veo aninguno. Me vuelvo paracomprobar si Oswald nossigue. Está a unos tres pasos dedistancia, tirando de su molecomo una pesada máquinaquitanieves. Me vuelvo aChispa de nuevo.

—¿Cómo has hecho para queOswald me quisiera ayudar? —le digo en voz baja—. Te hadicho que sí enseguida.

—Pues lo mismo que hacemamá cuando quiere queAubrey la obedezca.

—¿Aubrey es tu amigahumana?

—Sí. Le pasa algo en lacabeza, que tienen quearreglarle los médicos. Por esola trajeron al hospital.

—¿Y qué es eso que hace tumamá cuando quiere queAubrey obedezca?

—Pues si quiere que haga losdeberes, o que se limpie losdientes o se coma el brócoli, nose lo dice directamente. Hacecomo si lo hubiera decididoAubrey. Como si a mi amiguitano le quedara otra opción.Como si fuera feísimo nocomerse el brócoli.

—¿Eso es todo? —pregunto

—. ¿Eso es todo lo que hashecho?

Intento recordar todo lo queChispa acaba de decirle aOswald, pero ha pasado tododemasiado rápido.

—Con Oswald ha sido muysencillo, porque hubiera estadofeísimo no ayudarte. Muchopeor que no comer brócoli olavarse los dientes. Además, lehabía hecho bastantespreguntas. Quería demostrarle

que me interesaba por él,porque pensé que seguramentese sentiría solo. En loshospitales para adultos no sesuelen encontrar muchosamigos imaginarios, ¿no?

—Ya veo que te imaginaronlista, sí. Muy lista.

Chispa sonríe de nuevo. Porprimera vez desde que Grahamdesapareció, creo haberencontrado a un amigoimaginario del que poder

hacerme amigo.Llegamos a los ascensores y

me vuelvo a Oswald.—¿Quieres que bajemos en

ascensor o por las escaleras?—No he montado nunca en

un ascensor —respondeOswald.

—¿Por las escalerasentonces?

—No me gustan las escaleras—dice Oswald, bajando lamirada a los pies.

—Está bien. Pues enascensor entonces. Ya verásqué divertido.

Nos quedamos esperando aque alguien venga y toque elbotón para bajar. Se me ocurreque quizá podría pedirle aOswald que lo hiciera, aunquesolo fuera por verlo otra vezmover algo en el mundo real,pero decido que mejor no. Hadicho que le costaba muchoesfuerzo, y, ya que cualquier

ser humano puede hacerlo sinproblemas, mejor que no locanse. Bastante nervioso estáya.

Al poco llega un señor conuna bata blanca empujando aotro señor sentado en una sillade ruedas. El de la bata pulsa laflecha que indica hacia abajo y,en cuanto se abre la puerta delascensor y pasan los dos,Oswald, Chispa y yo entramosrápidamente detrás de ellos.

—Es la primera vez que memonto en un ascensor —diceOswald de nuevo.

—Ya verás qué divertido —le digo—. Te gustará.

Pero Oswald parecenervioso. Y también Chispa.

El de la bata pulsa el botóncon el número tres y elascensor empieza a moverse.Oswald abre unos ojos comoplatos y aprieta los puños.

—Bajarán en la tercera planta

—les digo—. Y nosotros conellos. El resto del camino lopodemos hacer por lasescaleras.

—Vale —dice Oswald, concara de alivio.

Me dan ganas de decirle quebajar de la tercera planta a laprimera en el ascensor no nosllevaría ni cinco segundos, peroprefiero no ponerlo másnervioso. Si no le gustan lasescaleras, tiene que odiar el

ascensor.Y creo que a Chispa le pasa

lo mismo.Se abre la puerta y salimos al

pasillo detrás del señor de labata y de la silla de ruedas.

—Las escaleras están aquí ala vuelta —les digo.

Nada más decir eso, me fijoen el letrero de la pared queestá enfrente de los ascensores.Veo que entre las indicacionespara los lavabos y otro sitio

llamado «Radiación», pone:

←UNIDAD DE CUIDADOSINTENSIVOS

Me paro.Me fijo en el letrero un

momento.—¿Qué pasa? —dice Chispa,

viendo que no me muevo.—¿Me esperáis aquí un

momento? —le pregunto a

Chispa.—¿Por qué?—Quiero ver a una persona.

Creo que está en esta planta.—¿A quién? —pregunta

Chispa.—A una amiga —le digo—.

Bueno, más o menos unaamiga. Creo que está por aquí.

—Bueno —dice finalmenteChispa—. Podemos esperar,¿verdad, Oswald?

—Sí.

Giro a la izquierda. Sigo lasindicaciones de los letrerosigual que hice el día queencontré la UCI del HospitalInfantil. Después de atravesardos largos pasillos, giro ydelante de mí veo una puertadoble muy parecida a la de laUCI infantil. En la puerta pone«Unidad de CuidadosIntensivos».

La atravieso.Me encuentro en una sala

grande, con cortinas al fondo.Algunas están corridas y otrasno. Hay un mostrador largo,unas cuantas mesas y montonesde máquinas en medio de lasala. También doctores que vande un sitio a otro, que entran ysalen por las cortinas, escribenen los ordenadores, hablan porteléfono, charlan entre ellos yanotan cosas en susportapapeles con cara depreocupación.

Los médicos siempre suelenponer cara de preocupación,pero estos más todavía.

Empiezo por la cortina quetengo más cerca. Está corrida.Me cuelo por debajo. Hay unamujer mayor tumbada en unacama. Tiene el pelo blanco ymuchas arrugas alrededor delos ojos. Y un montón deaparatos con cables y tubosenganchados a los brazos, y untubito muy fino de plástico que

le sale por la nariz. Estádurmiendo.

Paso a la cortina siguiente, yluego a la otra. Si estáncorridas, paso por debajo.Algunas camas están vacías yen otras hay personastumbadas. Todos son adultos.Hombres sobre todo. Detrás dedos cortinas no hay camas.

Encuentro por fin a Deedetrás de la última cortina. Alprincipio no la reconozco. Le

han afeitado la cabeza. Está tanpelada como la del calvo amigode Oswald. Y como la deOswald. Tiene las mejillashinchadas y la piel que rodealos ojos es de color morado. Detodas las personas que hay en lasala, Dee es la que tiene másaparatos conectados al cuerpo.Hay tubos y cables que salen deunas bolsitas con agua, yaparatos con pantallitas detelevisión diminutas conectados

al brazo y al pecho. Losaparatos zumban, pitan ychasquean.

Sentada en una silla junto aella hay una mujer. Agarrada ala mano de Dee. Es su hermana.Lo sé porque es igual que ella.Igual, pero más joven. Tiene lapiel oscura como ella. Lamisma mandíbula afilada. Losmismos ojos redondos. Estáhablándole en voz muy bajita.Susurra las mismas palabras

una y otra vez. Oigo «Dios» y«Señor» y «Dios mío de mivida» y «rezar», pero noentiendo lo que dice.

Dee tiene mala cara. Muymala cara.

Su hermana tampoco tienemuy buena cara. Parececansada y asustada.

Me siento en el lado de lacama junto a ella. Miro a Dee.Me entran ganas de llorar, perono hay tiempo. Chispa y

Oswald me esperan junto a losascensores, y la señoritaPatterson está llenando suautobús secreto con comida yropa. Tengo que marcharme.

—Siento que estés tan mal —le digo a Dee—. Lo sientomucho. Ojalá hubiera podidohacer algo por ti. Te echo demenos.

Los ojos se me llenan delágrimas. Es la segunda vez enmi vida que los ojos se me

llenan de lágrimas y los sientoraros. Son lágrimas calientes yno las puedo controlar.

—Tengo que salvar a Max —le digo a Dee—. A ti no pudesalvarte, pero creo que a Max sípodré, así que tengo que irmecuanto antes.

Me levanto decidido amarcharme. Vuelvo la vista ymiro la pálida cara de Dee y susdelgadas muñecas. Escucho surespiración ronca y

entrecortada, y los susurros desu hermana, y el zumbidoconstante del aparato que estájunto a la cama. Me quedo unmomento mirando yescuchando. Y luego vuelvo asentarme.

—Tengo miedo, Dee —ledigo—. A ti no pude salvarte,pero a Max quizá todavíapueda. El problema es quetengo miedo. Max está enapuros, pero en el fondo creo

que eso a mí me viene bien.Mientras él siga en apuros, mivida no correrá peligro. En fin,que estoy hecho un lío. —Respiro hondo. Pienso en loque decir a continuación, pero,como no se me ocurre nada, mepongo otra vez a hablar sinpensar—. Él no corre peligrode que le dispare un hombrecon máscara de diablo. No esesa clase de peligro. La señoritaPatterson cuidará muy bien de

él. Estoy convencido. Ellatambién es un diablo a sumanera, pero no como el que tedisparó a ti. Haga lo que hagayo, la vida de Max no estará enpeligro. Pero la mía es posible.No sé lo que podría pasarconmigo. Ahora que heconseguido que Oswald meayude, tengo muchasprobabilidades de salvarlo.Nunca pensé que aceptaría,pero lo ha hecho. Ahora puedo

salvar a Max, creo. El problemaes que tengo miedo. —Mequedo sentado mirandofijamente a Dee. Oigo a suhermana susurrándole lasmismas palabras una y otra vez.Suenan casi como una canción—. Sé que tengo que ayudar aMax —le digo a Dee—. Pero¿de qué me servirá ayudarlo sicon eso dejo de existir?Cumplir con mi deber estaríamuy bien siempre que yo

pudiera seguir en este mundopara disfrutarlo. —Siento denuevo que los ojos se me llenande lágrimas calientes que nopuedo controlar, pero esta vezno son por Dee. Esta vez sonpor mí—. Ojalá existiera elparaíso. Si yo supiera que habíaun paraíso esperándome,seguro que salvaría a Max. Nosentiría miedo porque tendríaun sitio al que ir después deeste. Otro sitio. Pero no creo

que exista el paraíso, y menospara los amigos imaginarios. Sesupone que el paraíso solo espara los seres creados por Dios,y a mí no me creó Dios. Mecreó Max. —Sonrío,imaginándome a Max como undios. Un dios encerrado en unsótano y rodeado de juguetesde Lego y soldaditos. El dios deBudo—. Supongo que esa es lamisma razón por la que tendríaque salvarlo —le digo a Dee—.

Porque él fue mi creador. Sinél, no estaría aquí. Pero tengomiedo, y me siento culpablepor tener miedo. Pero cuandopienso en que voy a dejar aMax con la señorita Patterson,todavía me siento peor. Aunquesé que voy a hacer lo posiblepor salvarlo, cada vez que meviene a la cabeza la posibilidadde no hacerlo, me sientoculpable. Me siento como unauténtico canalla. Pero no es

malo que esté preocupado pormi propia vida, ¿no?

—No.Quien ha dicho eso no ha

sido la hermana de Dee nininguno de los médicos. Hasido Dee.

Yo sé que Dee no puedeoírme, porque soy un amigoimaginario. Pero me ha dado laimpresión de que estabarespondiendo a mi pregunta.Qué extraño. Ya solo el hecho

de que Dee haya hablado esextraño de por sí. Estoy sinhabla.

—¿Dee? —dice su hermana—. ¿Qué dices?

—No tengas miedo —diceDee.

—¿De qué no tengo quetener miedo? —le pregunta suhermana, apretándole la mano,inclinándose a ella un pocomás.

—¿Estás hablando conmigo?

—le pregunto.Dee ha abierto los ojos, pero

solo un poco, una rendija denada. Miro a ver si es a mí aquien miran, pero no notonada.

—No tengas miedo —repite.Dee habla con voz débil y

ahogada, pero se entiende bienlo que dice.

—¡Doctor! —exclama suhermana, volviendo la cabezahacia el mostrador y las mesas

que hay en el centro de la sala—. Mi hermana se hadespertado. ¡Está hablando!

Dos médicos se levantan yvienen hacia donde estamos.

—Dee, ¿estás hablandoconmigo? —le pregunto otravez. Sé que conmigo no es.Imposible. Aunque lo parezca.

—Vete —dice Dee—. Vete.Ya es hora.

—¿Me lo dices a mí? —pregunto—. ¿Me hablas a mí?

¿Dee?Llegan los médicos.

Descorren las cortinas del todo.Uno de ellos le pide a lahermana de Dee que se aparte.El otro va hacia el lado opuestode la cama y en ese momentoempieza a sonar una alarma.Dee pone los ojos en blanco.Los médicos se mueven másdeprisa de pronto, y uno queacaba de llegar me apartabruscamente de la cama y me

caigo al suelo del empujón. Nisiquiera se ha dado cuenta.

—¡Ha hablado! —exclama lahermana de Dee.

—¡Se nos va! —exclama unode los médicos.

Otro coge a la hermana deDee por el hombro y la apartade la cama. Llegan dos médicosmás. Yo me pongo a los pies dela cama. Solo puedo ver unpoco a Dee de tantos médicoscomo tiene alrededor. Uno de

ellos le tapa la boca con unabolsa de plástico y la aprieta yla suelta una y otra vez. Otromete una aguja por un tuboconectado al brazo de Dee.Observo cómo el líquidoamarillo sube por el tubo ydesaparece bajo su camisón.

Dee se está muriendo.Lo sé por las caras que

ponen los médicos. Seesfuerzan, se mueven conrapidez, pero no hacen más que

cumplir con su deber. Ponen lamisma cara que algunosmaestros cuando Max noentiende algo, y el maestro o lamaestra no cree que lo vaya aentender nunca. Ponenesfuerzo, pero se nota quesimplemente cumplen con supapel. No enseñan. Igual queestán haciendo los médicos eneste momento. Cumplen lafunción de médicos, pero nocreen en lo que están haciendo.

Los ojos de Dee se cierran.Oigo sus palabras una y otra

vez en mi cabeza.«Vete. Es la hora. No tengas

miedo.»

Capítulo 50

Estamos delante de las puertasdobles por las que se sale delhospital. En la calle estánevando. Oswald dice que es laprimera vez que ve nieve. Yo ledigo que le va a encantar.

—Gracias —digo, mirando aChispa.

Chispa sonríe. Ya sé que nopuede dejar a Aubrey, peroojalá pudiera venir connosotros.

—¿Qué, Oswald, estás listo?—pregunto.

En el vestíbulo del hospitalhay mucho movimiento. Estálleno de gente que va y viene.Al compararlo con toda estagente que nos rodea, Oswaldme parece aún más grande queantes. Es un gigante.

—No —dice Oswald—.Quiero quedarme aquí.

—Pero saldrás de aquí conBudo y lo ayudarás —diceChispa—. No te lo estoypidiendo. Es una orden.

—Sí —dice Oswald.Ha dicho que sí, pero ha

sonado como un no.—Así me gusta —dice

Chispa y luego vuela haciaOswald y se le abraza al cuello.

A Oswald se le corta la

respiración. Se le tensan losmúsculos. Las manos se lecierran en un puño otra vez.Pero Chispa sigue apretándolehasta que finalmente se relaja.Le lleva un buen rato.

—Buena suerte —añadeChispa—. Quiero volver averos a los dos. Dentro denada.

—Vale —dice Oswald.—Volveremos —le digo.Pero, a decir verdad, no me

lo creo. Creo que nunca más enla vida volveré a ver a Chispani pondré el pie en estehospital.

Cuando salimos a la calle,Oswald se pasa los cincoprimeros minutos intentandoesquivar los copos de nieve quecaen del cielo. Esquiva uno,pero otros diez lo atraviesan sinque él se dé cuenta siquiera.

Una vez descubre que loscopos no hacen daño, se pasaotros cinco minutos intentandoatraparlos con la lengua. Loscopos, evidentemente, leatraviesan la lengua, peroOswald tarda un tiempo endarse cuenta y, entretanto,choca por lo menos con trespersonas y un poste telefónicointentando atraparlos.

—Tenemos que irnos —ledigo.

—¿Adónde?—A casa. Mañana tenemos

que ir al colegio y para eso hayque montarse en el autocardesde casa.

—Nunca me he montado enun autocar —dice Oswald.

Veo que está nervioso.Decido que a partir de ahoracuantos menos detalles le dé,mejor.

—Será divertido —le digo—.Te lo prometo.

Del hospital a casa de Maxandando hay un buen trecho.Normalmente me gusta lacaminata, pero Oswald no parade hacerme preguntas. Todo elrato.

¿A qué hora encienden lasfarolas?

¿Cada farola tiene suinterruptor?

¿Adónde han ido lostrenecitos?

¿Por qué la gente no hace su

propio dinero?¿Quién decidió que rojo

significaba parar y verde pasar?¿Hay una sola luna?¿Todas las bocinas de los

coches suenan igual?¿Cómo hace la policía para

que no crezcan árboles enmitad de la calle?

¿Cada uno se pinta su propiocoche?

¿Qué es una boca de riego?¿Por qué la gente no silba

cuando anda?¿Dónde aparcan los aviones

cuando no están en el aire?Oswald no deja de

preguntarme cosas y yo ya nopuedo más, pero sigocontestándole. El mismísimogigante que hace un momentome lanzaba de un lado a otro deaquella habitación, ahoranecesita de mí, y tengo laesperanza de que, mientras seaasí, me haga caso y me ayude a

salvar a Max.Desde que nos hemos

despedido de Chispa en elhospital, he temido que Oswaldvolviera a ponerse agresivo yviolento como antes. Que lamagia de Chispa se agotara amedida que nos alejábamos.Pero ha pasado justo locontrario y ha acabadotransformándose en un niñoque quiere saberlo todo.

—Esta es mi casa —le digo

cuando por fin llegamos.Es tarde. No sé qué hora será

exactamente, pero las luces dela cocina y del comedor yaestán apagadas.

—¿Adónde vamos? —pregunta Oswald.

—Adentro. ¿Tú duermes?—¿Cuándo? —pregunta

Oswald.—Me refiero a si duermes

normalmente.—Ah. Sí.

—Vamos a pasar la nocheaquí —digo, señalando la casa.

—¿Y cómo voy a entrar? —pregunta.

—Pues por la puerta.—¿Cómo?De pronto caigo. Oswald no

puede atravesar puertas. En elhospital, para bajar del tercer alprimer piso, hemos esperadohasta que dos hombres conuniforme azul han abierto lapuerta que daba a las escaleras.

Y al salir del hospital noshemos colado justo detrás deuna pareja.

Ahora entiendo por quéOswald abrió de un empujón lapuerta de la habitación delcalvo. Quiero decir, de John.Porque, si no la abría así, nopodía entrar.

—¿Serías capaz de abrir esapuerta? —le pregunto.

—No lo sé —dice Oswald.Pero noto que mira la puerta

como si tuviera delante unamontaña.

—Seguramente está cerradacon llave —le digo, y es verdad—. No te preocupes.

—¿Tú cómo entrasnormalmente? —me pregunta.

—Yo puedo atravesarpuertas.

—¿Cómo?Entonces subo los tres

escalones que llevan hasta laentrada de la casa de Max y

atravieso la puerta. Bueno,atravieso dos: la mosquitera yla de madera. Luego me doy lavuelta y salgo otra vez a lacalle.

Oswald me mira con la bocaabierta. Se le han puesto unosojos como platos.

—Tienes poderes —dice.—No, el que tiene poderes

eres tú —replico—. Conozco amuchos amigos imaginarioscapaces de atravesar puertas,

pero no sé de ninguno quemueva cosas en el mundo real.

—¿Amigos imaginarios?Caigo en la cuenta de que

otra vez he hablado demasiado.—Sí. Amigos imaginarios,

como yo.Callo un momento, pensando

qué decir a continuación. Yluego añado:

—Y como tú.—¿Yo soy un amigo

imaginario?

—Sí. ¿Qué creías que eras?—Un fantasma —responde

Oswald—. Al igual que tú.Pensaba que habías venido alhospital para llevarte a John.

Me echo a reír.—Pues no. Aquí no hay

fantasmas que valgan. ¿YChispa, qué creías que era?

—Un hada.Me echo a reír otra vez, pero

luego comprendo que si Chispaha logrado convencerlo ha sido

en parte gracias a eso.—Bueno, en lo de Chispa no

estás del todo equivocado —ledigo. Es un hada, solo queimaginaria también.

—Oh.—Parece que lo sientas —le

digo.Y de verdad que lo parece.

Ha bajado la vista otra vez a loszapatos y los brazos le cuelgande los costados como fideosmojados.

—No sé qué es mejor —diceOswald—, si ser imaginario oser fantasma.

—¿Qué diferencia hay? —lepregunto.

—Si soy un fantasma quieredecir que en algún momento heestado vivo. Pero si soyimaginario, no.

Los dos nos quedamos ensilencio mirándonos. No sé quédecir. De pronto se me ocurrealgo.

—Tengo una idea.Lo digo porque de verdad he

tenido una idea, pero más quenada para cambiar de tema.

—¿Crees que serías capaz dellamar al timbre?

—¿Qué timbre? —preguntaOswald, y caigo en la cuenta deque no sabe lo que es untimbre.

—Este puntito —le digoseñalando el botón—. Si loaprietas, sonará una campana al

otro lado de la casa y los padresde Max vendrán a ver quién es.En cuanto abran la puerta,entramos y ya está.

—¿No decías que eras capazde atravesar puertas? —pregunta Oswald.

—Sí. Perdona. El que entraráserás tú.

—Vale.Oswald dice mucho «vale», y

cada vez que le oigo la palabrano puedo evitar pensar en Max.

Esta noche la pasará solo,encerrado en el sótano de laseñorita Patterson, y solo depensarlo me entra tristeza ysiento que me he portado comoun canalla con él.

Le prometí que nunca loabandonaría. Y aquí estoy, conOswald.

Pero mañana por la nocheMax ya estará durmiendo en sucama. Me lo digo a mí mismo,y ya me siento un poco mejor.

Oswald sube los tresescalones. Alarga la mano paradarle al timbre, pero se quedarígido. Tensa los músculos delos brazos y del cuello. Unavena le late visiblemente en lafrente. Los gusanos que lehacen visera sobre los ojos sebesan de nuevo. Aprieta losdientes. La mano le tiembla.Alarga el dedo para tocar elbotón, pero se le quedasuspendido en el aire. Luego la

mano le tiembla más todavía yOswald deja escapar un bufido.Mientras bufa, el botóndesaparece bajo la presión desu dedo y suena el timbre.

—¡Lo conseguiste! —gritomuy impresionado, aunque nosea la primera vez que lo veotocar cosas en el mundo real.

Oswald tiene gotitas de sudoren la frente y respira como si lefaltara el aire. Es como siacabara de correr treinta

kilómetros.Oigo movimiento dentro de

la casa. Nos apartamos de lapuerta para que al abrirse no décontra Oswald y lo tire por lasescaleras. Pero resulta que lapuerta de madera se abre haciadentro. La madre de Max seasoma y mira por la puertamosquitera. Hace visera con losojos. Mira a derecha eizquierda, y de pronto me doycuenta de que no ha sido muy

buena idea llamar al timbre.La madre de Max se está

haciendo ilusiones.Quizá ha supuesto que

venían a traerle buenas noticias.O que era Max.

Abre entonces la puertamosquitera y sale afuera; estáde pie junto a Oswald. Hacefrío. Ya ha dejado de nevar,pero el aire es tan gélido que sele forma vaho junto a la boca.Se abraza el cuerpo para poder

darse calor. Aviso a Oswalddándole un codazo para quepase y en ese momento lamadre de Max dice:

—¿Eeeeh? ¿Hay alguien?—Venga, entra y espérame

—le digo a Oswald.Él me hace caso. Yo me

quedo mirando a la madre deMax, que vuelve a dar una vozpara comprobar si hay alguien,y noto que de repente le cambiala expresión de la cara: ya no

está ilusionada.—¿Quién era? —pregunta el

padre de Max desde la cocina.Oswald está a su lado.

—Nadie —responde ella.Sus palabras suenan pesadas

como piedras, como si lecostara levantarlas paradecirlas.

—¿Quién coño llama a unacasa a las diez de la noche yluego echa a correr? —dice él.

—Se habrán equivocado de

puerta —contesta la madre deMax.

La tengo justo al lado, perosuena como si estuviera muylejos.

—¡Una mierda, se van aequivocar! —salta él—. Si tehas equivocado de puerta nodesapareces de buenas aprimeras.

La madre de Max empieza allorar. Creo que habríaempezado a llorar de todos

modos, pero la palabra«desaparece» la golpea comouna de esas piedras. Laslágrimas le salen en cascada delos ojos.

El padre de Max se da cuentade lo que ha hecho.

—Lo siento, cariño.La rodea con los brazos y la

atrae hacia él apartándola de laentrada, y la puerta mosquiterase cierra tras él. Esta vez nohace blam, blam, blam. Ahora

están los dos de pie en lacocina, abrazados, y la madrede Max no deja de llorar.Nunca había oído llorar tanto anadie.

La puerta del dormitorio deMax está cerrada, así que ledigo a Oswald que se eche adormir en el sofá del comedor.Es tan grandote que los pies lesobresalen. Cuelgan en el aire

como dos enormes cañas depescar.

—¿Estás cómodo? —lepregunto.

—En la habitación de John,cuando alguien se acuesta en laotra cama, a mí me toca dormiren el suelo. Aquí se está muchomejor.

—Me alegro. Que duermasbien.

—Espera —dice—. ¿Tú vasa dormir?

No quiero decirle a Oswaldque no duermo. Si se entera,me acribillará a preguntas.

—Yo me quedaré en estasilla mismo —miento—.Duermo aquí muchas veces.

—Yo antes de dormirsiempre hablo un rato conJohn.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué le dices?—Le cuento cómo he pasado

el día. Todas las cosas que hehecho. Lo que he visto. Estoy

deseando contarle todo lo quehe visto hoy.

—¿Quieres contármelo a mí?—No, tú ya lo sabes. Has

estado conmigo.—Ya. Bueno, pues si quieres

puedes contarme otra cosa.—No, quiero que me hables

de tu amigo.—¿De Max? —le digo.—Sí. Háblame de Max. Yo

no he tenido un amigo capaz dehablar y de andar.

—Bueno, pues te cuento deMax.

Empiezo por lo más sencillo.Le cuento cómo es físicamentey lo que le gusta comer. Lehablo de sus juguetes, de losLego, los soldaditos y losvideojuegos. Le explico queMax es distinto a los demásniños, porque a veces sebloquea y vive para susadentros.

Luego le cuento las

anécdotas. Lo que pasó enaquella primera fiesta deHalloween cuando Max estabaen preescolar, y lo de las cacasde propina, y lo de su pelea conTommy Swinden en losservicios, y cuando Tommylanzó aquel pedrusco contra laventana de su dormitorio lasemana pasada. Le cuentotambién que la madre de Maxsiempre intenta que su hijopruebe cosas nuevas y que el

padre de Max dice mucho lapalabra «normal». Le cuento decuando los dos juegan a tirarsela pelota en el jardín de casa, yque cuando Max no sabe siponerse la camisa verde o laroja, yo lo ayudo a decidir.

Después le hablo de laseñorita Gosk. Le digo que, sino llamara a Max «hijo mío» devez en cuando, sería unamaestra perfecta, pero que aunasí es perfecta.

No hablo de la señoritaPatterson. Temo que si lo hagole entre miedo y se niegue aayudarme mañana.

Oswald no me hace ningunapregunta. Me ha dado lasensación de que se quedabadormido en un par deocasiones. Pero en cuanto dejode hablar, levanta la cabeza, memira y dice:

—¿Qué?—¿Sabes lo que más me

gusta de Max? —le pregunto.—No. No conozco a Max.—Lo que más me gusta es lo

valiente que es.—¿Qué ha hecho de

valiente?—No es solo una cosa. Es

todo. Max no se parece aninguna otra persona delmundo. Los niños se burlan deél porque es diferente. Sumadre quiere convertirlo en unniño distinto y su padre lo trata

como si no fuera como es.Incluso los maestros lo tratande un modo especial, y nosiempre muy bien. Incluida laseñorita Gosk. Es la maestraperfecta pero lo trata de unmodo especial. Nadie trata aMax como si fuera un niñonormal, pero todo el mundoquiere que sea normal, nadiequiere que sea como es. Y, pesea todo, Max se levanta de lacama cada mañana para ir al

colegio y al parque, e incluso ala parada del autocar.

—¿Y eso es ser valiente? —pregunta Oswald.

—¡Supervaliente! Que yosepa, yo soy el más inteligente yel que más tiempo ha vivido detodos los amigos imaginariosque conozco. Para mí es fácilsalir de casa y conocer a otrosamigos imaginarios, porquetodos me respetan. Mepreguntan cosas y quieren ser

como yo. Bueno, aunque loshay que también me pegan.

Miro a Oswald con unasonrisa.

Él no me la devuelve.—Pero para salir de casa

cada día y ser tú mismo cuandoa nadie le gusta como eres hayque ser supervaliente. Yonunca podría ser tan valientecomo Max.

—Ojalá yo tuviera un amigocomo Max —dice Oswald—.

John nunca me ha dicho ni unapalabra.

—Quizá algún día…—Sí, quizá —dice él, pero

no parece muy convencido.—Ahora vamos a dormir un

rato, ¿vale? —le digo.—Vale —responde Oswald y

ya no vuelve a abrir la boca. Seduerme casi al instante.

Yo me quedo sentadoobservándolo desde mi sillamientras duerme. Intento

imaginar cómo nos irá mañana.Hago una lista de todo lo quedebo hacer si quiero salvar aMax. Procuro anticipar todo loque podría salir mal. Pienso enqué le diré a Max cuando llegueel momento.

Esa es la parte másimportante. Yo solo no puedosalvar a Max. Necesito la ayudade Oswald, sí, pero sobre todo,la de Max.

No puedo salvarlo sin

haberlo convencido antes deque tiene que salvarse.

Capítulo 51

La señorita Gosk nos contó unavez un cuento en clase sobre unniño que se llamaba Pinocho.Cuando dijo que iba a contarese cuento, sus alumnos seecharon a reír. Decían que erapara bebés.

Nunca es buena idea reírse

de la señorita Gosk.En cuanto empezó a leer,

todos se dieron cuentaenseguida de lo equivocadosque estaban. La historia lesencantaba. No querían quedejara de leer. Querían saberlotodo. Pero cada día la señoritaGosk interrumpía el cuentojusto en el momento de mássuspense, para que los niños sequedaran con las ganas desaber cómo seguía. Ellos le

suplicaban que siguieraleyendo, pero la maestra decía:«¡En esta clase mandaréiscuando los cerdos vuelen!». Ytodos se enfadaban. Maxincluido. También él estabaentusiasmado con aquellahistoria. Yo creo que la señoritaGosk interrumpía el cuento apropósito, como castigo porhaberse reído de ella.

Con la señorita Gosk no tepuedes andar con tonterías.

Pinocho era una marionetaque un señor llamado Gepettohabía construido con un trozomágico de madera. Pero,aunque Pinocho era unamarioneta, tenía vida. Semovía, hablaba y, cuando decíamentiras, le crecía la nariz. PeroPinocho pasaba mucho tiempodeseando convertirse en unniño normal.

Yo odiaba a Pinocho. Creoque era el único de la clase que

lo odiaba. Pinocho tenía vida,pero eso no le bastaba. Podíaandar, hablar y tocar las cosasdel mundo real, pero él sepasaba el cuento enteroqueriendo más.

Pinocho no sabía la suerteque tenía.

Esta noche me ha dado porpensar en Pinocho por lo quedecía antes Oswald de losamigos imaginarios y losfantasmas. Creo que tiene

razón. Sería mejor ser unfantasma. Al menos losfantasmas han estado vivos enalgún momento. Los amigosimaginarios nunca viven en elmundo real.

Cuando eres un fantasma, nodejas de existir solamenteporque alguien deje de creer enti. O porque se olvide de ti. Oporque encuentre a alguienmejor para sustituirte.

Si yo pudiera ser un

fantasma, viviría para siempre.

Había olvidado que por lamañana tendría que ver cómome lo montaba para sacar aOswald de casa. Primer fallodel día. No es muy buena señalcometer un fallo antes de salirde casa siquiera.

Pero creo que aún estamos atiempo de solucionarlo. Lamadre de Max hace footing casi

todas las mañanas, y su padresale a trabajar antes de quellegue el autocar del cole. Y aveces sale un momento aljardín para recoger el periódico.Hay días que lo recoge decamino al trabajo, pero a vecessale antes a por él para poderecharle un vistazo mientrasdesayuna. Basta con que uno delos dos abra un momento lapuerta de la calle para queOswald pueda salir de casa.

La mamá de Max baja a lacocina a las 7.30. Sin hacerruido. Viene en albornoz.Acaba de levantarse, peroparece cansada todavía. Pone elcafé y se toma una tostada conmermelada. Ya sé que no es mimadre, pero es lo más parecidoa una madre que voy a tener enmi vida, y no soporto verla tanencogida, cansada y triste.Procuro imaginármela dandosaltos de alegría cuando vea a

Max esta noche. Intento borrarsu imagen de ahora, con eseagotamiento y esa tristeza, yreemplazarla por la imagenfutura. Yo haré que se pongacontenta. Salvando a Max, lasalvaré a ella.

El padre de Max abre por finla puerta principal de la casa alas 7.48 por lo que puedo leeren el reloj del microondas queestá en la cocina. Ha salido conchándal. No creo que piense ir

así a trabajar. Parece cansado.Anoche los dos se estabanabrazando, pero noto que algono va bien entre ellos. El padrede Max no le ha hablado. Le hadicho «Buenos días» y ya está.Y ella no ha contestado. Escomo si hubiera un muroinvisible entre los dos.

Ellos siempre se han peleadopor cosas relacionadas conMax, pero creo que también lesdaba una razón para quererse.

Lo malo es que ahora estánperdiendo la esperanza.Empiezan a pensar que novolverán a ver a su hijo nuncamás. Y si Max no vuelve, nohabrá nada que los una. Es casicomo si Max siguiera aquí, peroahora ya solo como unrecuerdo de lo que hanperdido.

Tengo muchas cosas quesalvar hoy.

El autocar escolar suele parar

delante de la casa de Max a las7.55, pero hoy se saltará laparada. Tenemos que ir hasta lacasa de los Savoy, y esosignifica que habrá que darseprisa. No podemos perder elautocar, porque no creo que yopudiera encontrar el camino delcolegio solo. Quizá sí, perocuando vamos en coche nopresto mucha atención a lacarretera. Podría perderme.

En cuanto salimos a la calle,

Oswald empieza con laspreguntas.

—¿Qué es esa cajita de ahídelante? —pregunta Oswald.

—El buzón de correos —contesto.

—¿Qué es un buzón decorreos?

Me paro y me vuelvo a él.—Oswald, si no llegamos a

tiempo a ese autocar, nopodremos salvar a Max. Unavez estemos montados, puedes

hacerme todas las preguntasque quieras, pero ahora mismotenemos que echar a correr contodas nuestras fuerzas.¿Entendido?

—Entendido —dice Oswaldy echa a correr. Es un gigantepero también es rápido. Casi nopuedo seguirlo.

El autocar pasa de largo juntoa nosotros cuando estamos ados casas de la parada de losSavoy. Seguro que no llegamos

a tiempo. Por otro lado, losSavoy son tres niños, y hay unaniña de primero llamada Pattyque también sube en esaparada, así que siendo tantosquizá tarden en subir al autocar.Puede que no el tiemposuficiente, pero es unaposibilidad.

Y de pronto la veo, laposibilidad que estábamosesperando: Jerry Savoy está apunto de subirse al autocar

cuando su hermano mayor,Henry, le tira los libros al suelode un manotazo y se ríe de él.Los libros caen al suelo, y unode ellos va a parar bajo lasruedas del autocar. Jerry tieneque agacharse a recogerlos yluego ponerse a cuatro pataspara alcanzar el que ha quedadobajo el autocar. Henry Savoy esun grandullón y un chuleta,pero hoy me ha hecho unfavor. Él no lo sabe, ni Jerry

tampoco, pero puede queacaben de salvar a Max entrelos dos. Al final llegamos porlos pelos a la parada de losSavoy, justo a tiempo decolarnos en el autocar pordetrás de Patty.

Diez segundos más, y se noshabría escapado.

Intento recuperar el aliento yle señalo a Oswald el lugardonde Max y yo nos sentamosnormalmente.

—¿Por qué todos estos niñosvan en autocar? —preguntaOswald—. ¿Por qué no losllevan sus mamás en coche?

—No lo sé —contesto—.Puede que haya gente que notiene coche.

—Es la primera vez quemonto en un autocar.

—Lo sé —le digo—. ¿Yqué?, ¿qué te parece?

—No es tan divertido comopensaba.

—Gracias por correr tanrápido.

—Quiero salvar a Max —dice Oswald.

—¿De verdad?—Sí.—¿Por qué? —pregunto—.

Ni siquiera lo conoces.—Porque es el niño más

valiente del mundo. Tú mismolo has dicho. Se hizo caca en lacabeza de Tommy Swinden yva al colegio todos los días

aunque a nadie le guste comoes. Tenemos que salvar a Max.

Cuando oigo a Oswald decireso, siento una cosa muyagradable por dentro. Es lo quedebe de pasarle a la señoritaGosk cuando ve a sus alumnosdisfrutando con un cuento.

—El problema —diceOswald— es que no sé cómovamos a salvarlo. Esa parte nome la has contado todavía.

Decido que ha llegado el

momento. Y me paso los diezminutos siguientes contándole aOswald todo lo que sé sobre laseñorita Patterson.

—Tienes razón —diceOswald cuando termino dehablar—. Es el demonio enpersona. Un demoniorobaniños.

—Ya —le digo—, pero,¿sabes qué?, no creo que laseñorita Patterson piense que esun demonio. Ella está

convencida de que los malosson los padres de Max, de queestá haciendo todo esto por elbien de Max. Y aunque siga singustarme, eso al menos haceque la odie menos.

—Puede que todos seamos eldemonio de alguien —diceOswald—. Incluso tú y yo.

Mientras le oigo decir eso, depronto me doy cuenta de quepuedo ver las casas y lasúltimas hojas de brillantes

colores pasando fugazmentepor la ventanilla.

Los veo a través de Oswald.Oswald está desapareciendo.No me lo explico. ¿Quién iba

a imaginar que Oswald podríadesaparecer precisamente hoyque tanto lo necesito?Precisamente el día que Max lonecesita…

No es justo.Parece imposible.Es como esos programas de

la tele que no hay quien se loscrea de tantas cosas malascomo ocurren a la vez.

De pronto caigo en la cuentade lo que ha pasado: Oswald seestá muriendo por mi culpa.

Me dijo que todas las noches,antes de dormirse, hablaba conJohn. Que le contaba las cosasque había hecho y lo que habíavisto, y que cuando terminabade contarle cómo le había ido eldía, se quedaba dormido.

Seguramente John seguíacreyendo en Oswald gracias aeso. Las historias que lecontaba cada noche llegaban dealgún modo a sus oídos, oquizá las oía dentro de sucabeza. De su mente. Quizá poreso había inventado a Oswald.John está atrapado en uncuerpo que no puede despertar,y Oswald es sus ojos y susoídos. Su ventana al mundo.

Yo pensaba que Oswald era

capaz de mover las cosas en elmundo real porque era unapersona adulta. Nunca habíaconocido a un amigoimaginario cuyo amigo humanofuera un adulto, y pensaba queera eso lo que hacía de Oswaldun ser especial. Que por esotenía poderes especiales.

Pero quizá es capaz de movercosas en el mundo real porqueJohn no puede. Quizá John sesentía tan frustrado estando en

coma que imaginó a Oswaldcon la capacidad de movercosas que él no podía. QuizáOswald es su ventana alexterior y el único modo detocar el mundo real.

Pero ahora resulta que yo mehe llevado esa ventana. Oswaldno pudo hablar con Johnanoche, y ahora John ha dejadode creer en su amigoimaginario.

Y su amigo imaginario se

está muriendo por mi culpa.Oswald tenía razón. Todos

somos un demonio paraalguien: yo lo soy para él.

Capítulo 52

Estamos sentados en clase de laseñorita Gosk. La maestra estácontando una anécdota sobresus hijas, Stephanie y Chelsea.La noto muy rara. Tiene lamirada triste. No da brincos porel aula como si el suelo ardiera.Aun así, sus alumnos siguen

muy atentos la historia que lesestá contando, sentados en lapunta de las sillas. Oswaldtambién. No aparta los ojos dela señorita Gosk. Creo que nose ha dado cuenta de que estádesapareciendo solo por eso.Pero se está desvaneciendorápidamente. Mucho másrápido que Graham. Mepreocupa que pueda haberseido de este mundo antes de queterminen las clases.

Oswald se vuelve hacia mí.Me preparo para lo peor:

Oswald se ha dado cuenta.Sabe que está desapareciendo.Lo presiento.

—Me encanta la señoritaGosk —dice.

Le sonrío.Oswald devuelve la atención

a la señorita Gosk, que ya haterminado de contar suanécdota sobre Stephanie yChelsea. Ahora está hablando

de una cosa que se llamapredicado. No tengo idea de loque será eso. Y creo queOswald tampoco, pero aun asíparece poner más interés quenadie en el aula. No aparta lavista de la señorita Gosk.

Sé lo que tengo que hacer.Lo que no sé es cómo, perotendré que encontrar el modo.Es mi deber.

Teniendo delante a laseñorita Gosk, parece imposible

que uno no cumpla con sudeber.

—Oswald, tenemos queirnos.

—¿Adónde? —pregunta, sinapartar la vista de la señoraGosk.

—Al hospital.Oswald me mira. Las orugas

de su frente se besan de nuevo.—Y Max, ¿qué? Tenemos

que salvarlo.—Oswald, estás

desapareciendo.—¿Lo has notado?—No sabía que tú te hubieras

dado cuenta —le digo.—Sí. Ha sido esta mañana al

levantarme. Las manos se metransparentaban. Pero, como nohas dicho nada, pensaba queera el único que lo habíanotado.

—No, yo también lo noto, yno es la primera vez que meencuentro en una situación así.

Si no conseguimos volver conJohn, desaparecerás porcompleto.

—Puede —dice Oswald,pero él no cree que sea solouna posibilidad. Él sabe contoda seguridad que va adesaparecer, igual que lo sé yo.

—No, puede, no —le digo—. Seguro. John cree en tiporque oye tu voz todas lasnoches. Pero anoche no pudooírte porque estabas conmigo.

Por eso estás desapareciendo.Tenemos que volver con él.

—Pero ¿entonces qué será deMax? —pregunta Oswald.

Hay una pizca de enfado ensu voz, y me sorprende.

—Max es mi amigo, y sé queno querría que murieras porsalvarle. No sería justo.

—Pero es que yo quierosalvar a Max —replica Oswald—. La decisión es mía.

Oswald cierra los puños y

me mira desafiante. No puedodejar de pensar que quizá sea lapresencia de la señorita Gosk loque obliga incluso a Oswald acumplir con su deber.

—Ya sé que quieres salvarlo—le digo—. Pero no tiene porqué ser hoy. Tienes que volvercon John. Ya salvarás a Maxmañana.

—Es posible que seademasiado tarde para volvercon John —dice Oswald—. De

todos modos, ya no siento supresencia. Creo que esdemasiado tarde.

Yo también lo creo así.Recuerdo lo que ocurriócuando intenté salvar aGraham. Empiezo a creer queuna vez que un amigoimaginario empieza adesaparecer, ya no hay nadaque hacer. Aun así, no meapetece decirlo en voz alta.

—Si no hacemos algo,

morirás —le digo.—No te preocupes. Lo sé.—No te transformarás en

fantasma, si es eso lo que crees.Desaparecerás para siempre.Como si nunca hubieras estadoen este mundo.

—Si consigo salvar a Max,no desapareceré para siempre—replica Oswald—. Si salvo alniño más valiente del mundo,será como seguir aquí parasiempre.

—Eso no es verdad.Desaparecerás y nadie seacordará nunca más de ti. Nisiquiera lo hará Max. Serácomo si nunca hubierasexistido.

—¿Sabes por qué fui tanagresivo contigo la primera vezque nos vimos? —preguntaOswald.

—Porque pensabas quetenías delante un fantasma. Queyo había ido a aquella

habitación para llevarme aJohn.

—Bueno, eso en parte. Perotambién porque en realidadpara mí estar en aquel hospitalera como no existir. Todo el díaencerrado en aquella habitacióny aquellos pasillos sin nadiecon quien hablar y sin poderver ni hacer nada. Quizá no seaun fantasma, pero vivía comosi lo fuera.

—Esto es absurdo —le digo.

Y lo es. Parece como siOswald y yo hubiéramosintercambiado los papeles.Ahora soy yo el que estáenfadado, el que tiene miedo ypodría liarse a puñetazos, y élmientras tanto tan tranquilo,como si nada. Estádesapareciendo pero le daigual. No está dispuesto aluchar.

Me recuerda a Grahamcuando fracasó el plan que

ideamos para salvarla. Tambiénella tiró la toalla.

De pronto Oswald hace algoinimaginable: se acerca a mí yme abraza. Me rodea con susgigantescos brazos y me aprieta.Hasta levantarme del asiento. Esla primera vez que me pone lamano encima sin hacermedaño, y no entiendo nada. Elque está desapareciendo es él, ysin embargo me abraza.

—En cuanto me vi las manos

esta mañana supe que estabadesapareciendo —dice Oswald,sin dejar de abrazarme—. Alprincipio tuve miedo, perotambién tenía miedo cuandoestaba en el hospital. Y luegoos conocí a ti y a Chispa. Memonté en un ascensor, en unautocar. He tenido laoportunidad de venir a unaclase de la señorita Gosk. Yahora tengo la oportunidad desalvar a Max. Solo eso ya es

mucho más de lo que heconseguido hacer en toda mivida.

—Pues imagina todo lo quete queda por hacer —le digo.

Oswald me deja en el suelo.Nos miramos a los ojos.

—Si tengo que quedarmepara siempre en ese hospital, nohabrá nada que hacer. Prefierovivir una sola aventura deverdad que seguir viviendo allíel resto de mis días.

—Lo justo es que intentemosllegar a tiempo a ese hospital —le digo—. Tengo la sensaciónde que estamos tirando latoalla.

—Pues yo creo que lo justoes salvar a Max —replicaOswald—. Es el niño másvaliente del mundo. Necesitanuestra ayuda.

—Podrás salvarlo cuandohayas podido salvarte a timismo.

De pronto Oswald me miraenfadado. Con la misma rabiaque vi en sus ojos la primeravez, justo un momento antes deque empezara a lanzarme de unlado a otro de la habitación.Los músculos se le tensan yparece unos centímetros másalto.

De pronto, con la mismarapidez, noto que vuelve acambiar de expresión. Relajalos puños y los músculos. Su

cara se suaviza. Ya no estáenfadado. Lo que está esdecepcionado.

Soy yo quien le hadecepcionado.

—Calla —me ordena—.Quiero oír lo que dice laseñorita Gosk, ¿vale? Lo únicoque quiero es quedarme aquísentado escuchando a laseñorita Gosk hasta que hayaque irse.

—Está bien.

Quisiera decir algo más, perotengo miedo. No es que tengamiedo de que Oswald estéenfadado conmigo odecepcionado, aunque las doscosas me duelen más de lo quepodía haber imaginado, sinoporque necesito a Oswald. Sinsu ayuda no puedo salvar aMax. Me alegro de que Oswaldprefiera salvar a Max antes quesalvar su propia vida, pero pordentro me siento fatal por

desear que así sea. Me sientocomo el peor amigo imaginarioque jamás haya existido.

Max es el niño más valientedel mundo, pero Oswald es elamigo imaginario más valientedel mundo.

Capítulo 53

Oswald no se separa de laseñorita Gosk en todo el día. Lasigue incluso al cuarto de baño.He intentado evitarlo, pero creoque Oswald no me haentendido cuando le he dicholo de la intimidad en el cuartode baño.

Yo también paso gran partedel día con la señorita Gosk.No quiero perder de vista aOswald. Me preocupa quepueda desaparecer antes dehaberme ayudado a salvar aMax. Observo su cuerpotransparente e intento adivinarcuánto tiempo le queda en estemundo. Es imposible saberlo.Me pongo nerviosísimo solo depensarlo.

Vigilo también a la señorita

Patterson. Lo primero que hehecho esta mañana al llegar alcolegio ha sido comprobar sihabía ido a trabajar. Y sí, havenido. Justo cuando nuestroautocar entraba en el recinto,salía ella de su coche.

Todo está saliendo según loprevisto. Salvo que la personamás importante para llevaradelante mi plan estádesapareciendo ante mispropios ojos.

Las clases terminan a las3.20, pero Oswald y yo salimosdel aula de la señorita Gosk alas tres en punto. Oswald tieneque meterse en el coche de laseñorita Patterson enseguidaque ella abra la puerta, y quieroque esté preparado.

Antes de salir de la clase,Oswald se despide de laseñorita Gosk. Va hacia elfrente del aula y le dice que esla mejor maestra del mundo.

Que ha pasado el mejor día desu vida, allí, escuchándola. Yono sé si volveré a ver a laseñorita Gosk, pero Oswaldseguro que no. Viéndolodecirle adiós con la mano antesde salir del aula me hace sentircasi tan triste como el día queGraham desapareciódefinitivamente. Es casi lo mástriste que me ha pasado en lavida. Me despido yo también,pero con la mayor rapidez

posible.No puedo imaginar que no

nos veamos nunca más. Laquiero tanto…

La señorita Patterson sale porla puerta lateral del colegiocinco minutos antes de quesuene la campana que anunciael fin de las clases. Va cargandocon una bolsa de tela muygrande que sostiene con las dosmanos. Parece llena. Y lleva elbolso colgado del hombro.

—No te preocupes por mí —le recuerdo a Oswald—. Soycapaz de atravesar las puertasde los coches igual que las delas casas. Pero tú tendrás quemeterte en ese coche lo másdeprisa posible, en cuanto ellaabra la puerta. Sin esperar ni unsegundo. Tienes que ser rápido.

La señorita Patterson se paraal llegar al coche. Deja la bolsaen el suelo y abre la puerta deatrás. Levanta la bolsa del

suelo: parece que pesa. Veoque dentro lleva libros, unasfotos y unas botas para lanieve. Y otras cosas debajo queno se ven. Va a poner la bolsaen el asiento de atrás. Desdedonde Oswald está, esimposible entrar en el coche. Seha colocado entre la puerta y laseñorita Patterson, que estáabriendo en este momento.Oswald se pone nervioso.Intenta rodear la puerta y a la

señorita Patterson a toda prisapara colarse antes de que cierre,pero no lo consigue. Se da unporrazo contra la puerta yaterriza en el suelo, gruñendo ysacudiendo la cabeza.

—¡Levanta! —le digo agritos.

Oswald obedece y se levantaenseguida.

La señorita Patterson estáabriendo ya la puerta dedelante, la del asiento del

conductor. Desde donde estácolocado, Oswald todavíapuede saltar dentro. Está unospasos por detrás de donde le hedicho, pero yo creo que lobastante cerca aún como paraentrar.

—¡Ahora! —exclamo, yOswald salta rápidamente alinterior, más rápido de lo queyo pensaba que era capaz, yavanza reptando hasta el otroasiento delantero justo por

delante de la señorita Patterson.No sé qué hubiera ocurrido siella llega a sentársele encima. Alos amigos imaginarios es muycomún que nos aparten aempujones, como cuando depronto el ascensor se pone debote en bote, pero siempreencuentras un rincón en el queapretujarte. Si la señoritaPatterson se hubiera sentadoencima de Oswald, el pobre nohabría tenido donde meterse.

Me alegro de que notengamos que descubrir lo quehubiera sucedido.

Entro en el cocheatravesando la puerta trasera,salto por encima de la bolsa detela y me siento detrás deOswald, que se ha colocado enel asiento del copiloto.

—¿Estás bien? —pregunto.—Sí —contesta. Pero su voz

suena distante. Segundos mástarde, añade—: No parece mala

persona. Pensaba que tendríacara de malvada.

—Seguramente por eso nadieimagina que pudiera ser lasecuestradora de Max.

—Quizá todos los demoniosparecen personas normales —dice Oswald—. Por eso son tanpeligrosos.

Estoy preocupado; Oswaldsuena tan distante que no sé siaguantará el viaje.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí —dice él.—Bien. Enseguida estamos

en casa de la señorita Patterson.Es verdad que no tardaremos

en llegar, pero no podremossalvar a Max hasta la noche.Oswald tendrá que seguir vivounas cuantas horas más, perono estoy seguro de que pueda.

Intento no tener esospensamientos y fijarme en elcamino mientras dejamos atrásel colegio. Tengo que hacerme

un plano en la cabeza si quieroque el plan funcione. Primero,salimos de la glorieta por laizquierda. Vamos hasta el finalde la calle y paramos en unsemáforo. La luz tarda muchoen cambiar. Durante la espera,la señorita Patterson dagolpecitos en el volante.También ella se estáimpacientando. El semáforo sepone verde por fin y ella gira ala izquierda.

Ha puesto la radio. Un señorestá dando las noticias. No dicenada de que haya desaparecidoun niño de un colegio.

Dejamos un parque a laizquierda y una iglesia a laderecha. La iglesia tiene unjardín delante lleno decalabazas. Al lado de ese campoanaranjado hay una tienda decampaña blanca. Y un hombredebajo. Creo que estávendiendo calabazas. Cruzamos

dos semáforos más. Luegogiramos a la derecha en otrosemáforo.

—Izquierda, izquierda, tressemáforos y a la derecha —digo en voz alta y lo repito unpar de veces más. Intento haceruna especie de canción con lasindicaciones porque así lorecordaré mejor.

—¿Qué dices? —preguntaOswald.

—Son indicaciones. Tengo

que aprenderme el camino devuelta al colegio.

—Viajar en coche tampocoes que sea muy divertido —dice Oswald—, pero un pocomás que en autocar sí.

Ojalá pudiera hablar con él,pero no tengo tiempo. Intentomemorizar el camino. Aunqueme siento mal por no hacerlecaso. Oswald estádesapareciendo a pasosagigantados. El único amigo

imaginario capaz de tocar elmundo real que he conocido enmi vida va a desaparecer parasiempre y yo no tengo tiempode hablar con él.

Bajamos por una calle larga ysombría. No hay parques niiglesias. Solo casas y carreterasque salen a derecha e izquierda.Cruzamos dos semáforos yluego la señorita Patterson giraa la izquierda y bajamos poruna cuesta estrecha, con

muchas curvas. Después tuerceotra vez a la izquierda. Es lacalle de la señorita Patterson.Enseguida la reconozco. Elestanque está a la derecha. Y sucasa un poco más adelante, a laderecha también.

Intento repetir mentalmenteel camino que lleva del colegioa casa de la señorita Patterson.Izquierda, izquierda, derecha,izquierda, izquierda. Semáforosen medio. El parque. La iglesia

de las calabazas. El estanque.Me doy cuenta de que no soy

muy bueno recordandoindicaciones. Al hospital y a lacomisaría puedo llegar sinproblemas porque hago elcamino a pie, y despacio. Loscoches van mucho más deprisa.Es difícil tomar notamentalmente del caminocuando vas en coche. Y este meestá costando más memorizarloporque es mucho más largo.

El coche va más lento, gira ala derecha y entra en el caminode acceso a la casa de laseñorita Patterson.

—Ya hemos llegado —ledigo a Oswald—. La casa estáal final de esta cuesta.

—Vale —dice él.Subimos hacia la casa. La

señorita Patterson pulsa elbotón del control remoto y lapuerta del garaje se abre. Meteel coche en el garaje y aprieta el

botón del control remoto otravez. La puerta se cierra.

—¿Ha llegado el momento desalvar a Max? —preguntaOswald.

—Todavía no —le digo—.Tendremos que esperar unashoras. ¿Crees que serás capazde esperar todo ese tiempo?

—Yo no entiendo de horas.No sé cuánto tiempo es.

—No te preocupes. Primeroiré a comprobar cómo sigue

Max. Pero tú lo verás dentro denada.

La señorita Patterson cierrabruscamente la puerta delcoche. El portazo me recuerdade pronto que Oswald siguesentado en el asiento delcopiloto y no podrá salir delcoche.

Ya he cometido otro error.Después de seis años

atravesando puertas, heolvidado por completo que

Oswald no es capaz de hacereso.

Otra vez.

Capítulo 54

—¿Qué pasa? —preguntaOswald.

Desde que la señoritaPatterson ha dado ese portazono he dicho ni una palabra.

—Que he metido la pata. Heolvidado decirte que salierasdel coche.

—Vaya.—No te preocupes —digo—.

Ya se me ocurrirá algo.Pero en el mismo momento

en que le digo a Oswald que nose preocupe, de pronto me loimagino, imagino al únicoamigo imaginario capaz detocar el mundo realdesapareciendo dentro de estecoche vulgar y corriente en estegaraje vulgar y corriente, sinpoder cumplir con la última

gran misión a la que estabadestinado.

—¿Y si intento abrir lapuerta yo mismo? —diceOswald.

—Imposible —le digo—. Siya te resultó difícil llamar altimbre de la casa de Max, máste costaría tirar de la manija dela puerta y empujar al mismotiempo.

Oswald se queda mirandofijamente la manija y la puerta.

—Quizá vuelva al coche apor algo —dice.

Tiene razón. Es posible. Laseñorita Patterson se ha dejadola bolsa en el asiento trasero ypuede que la necesite. PeroOswald sigue desapareciendomuy deprisa. Si no vuelvepronto, me temo que poca faltava a hacer ya.

—Ven aquí atrás —le digo—. Si vuelve, será a por estabolsa. Y entrará por esta puerta.

Tenemos que estar preparados.Oswald salta al asiento de

atrás. Me sorprende la agilidadcon la que se mueve teniendoen cuenta que es un gigante. Sesienta entre la bolsa y yo y nosquedamos allí sentadosesperando, en silencio.

—Quizá mejor que entres enla casa y veas cómo está Max—sugiere Oswald. Suena comosi estuviera a millones dekilómetros de distancia. Habla

con voz bajita y apagada.Yo también había pensado en

ir a ver cómo seguía Max, perono me atrevo a salir del coche.Temo que Oswald desaparezcamientras estoy fuera. Loobservo detenidamente.Todavía lo veo bien, perotambién veo lo que hay detrásde él: la bolsa en el asiento; lapuerta del coche; la pala y elrastrillo que cuelgan de la pareddel garaje. Y cuando Oswald

está quieto, se ven mejor la palay el rastrillo que él.

—No te preocupes por mí —dice Oswald, como si mehubiera leído el pensamiento—.Ve a ver cómo está Max y luegovuelves.

—Estás desapareciendo.—Ya lo sé.—Tengo miedo de que

desaparezcas mientras yo estoyahí dentro.

—¿Crees que voy a

desaparecer antes porque tú noestés aquí? —pregunta.

—No. Pero no quiero quemueras solo.

—Oh.Nos quedamos en silencio

otra vez. Tengo la sensación dehaber dicho algo que no debía.Intento pensar en el modo dearreglarlo.

—¿Tienes miedo? —lepregunto por fin.

—No —dice Oswald—.

Miedo, no. Pero estoy triste.—¿Triste por qué?—Porque tú y yo dejaremos

de ser amigos. Y porque novolveré a ver a John ni aChispa nunca más. Y porque yanunca más me montaré en unascensor o un autocar. Y nopodré hacerme amigo de Max.

Oswald deja escapar unsuspiro y baja la cabeza. Intentopensar en algo agradable quedecirle, pero él se me adelanta.

—Pero una vez hayadesaparecido, ya no estarétriste. No estaré nada de nada.O sea que si estoy triste, serásolo ahora.

—¿Cómo es que no tienesmiedo?

No es que sea la preguntamás adecuada para Oswald,pero sí lo es para mí porque yosí tengo miedo, y eso que noestoy desapareciendo. Mesiento mal por no saber qué

decirle en un momento así,pero no se me ocurre nada.

—¿Miedo de qué?—De lo que ocurre cuando

uno muere.—¿Y qué ocurre cuando uno

muere?—Tampoco yo lo sé.—Entonces, ¿por qué tener

miedo? —dice Oswald—. Yocreo que no ocurre nada. Y siocurre algo que es mejor quenada, pues mejor que mejor.

—¿Y si lo que ocurre es peorque nada? —le digo.

—No existe nada peor quenada. Pero si no es nada, nopodré saberlo porque yo noseré nada.

Oyéndolo hablar así, sientoque Oswald es un genio.

—Pero, y si no existes, ¿qué?—le pregunto—. El mundoentero seguirá viviendo sin ti.Como si nunca hubieras pasadopor aquí. Y el día en que todas

las personas que has conocidotambién hayan muerto, serácomo si nunca, nunca hubierasexistido. ¿No te parece unapena que pase eso?

—Si salvo a Max, no. Si losalvo, existiré para siempre.

Sonrío. No creo en eso quedice, pero sonrío porque megusta la idea. Ojalá pudieracreer en ella.

—Ve a ver cómo sigue Max—dice Oswald—. Te prometo

que no desapareceré.—No puedo.—Si veo que estoy

empezando a desaparecer parasiempre, apretaré el claxon,¿vale? Eso seguro que puedohacerlo.

—Está bien —le digo y mevuelvo para salir del coche.

Pero de pronto me quedoquieto.

—Es cierto —le digo—. Nohabía caído en que puedes

apretar el claxon.—¿Y?—Ven aquí delante otra vez y

aprieta el claxon.—¿Por qué?—Creo que así

conseguiremos sacarte de aquí.Oswald salta al asiento del

conductor. Apoya ambasmanos sobre el volante. Apenasse las veo ya. Me preocupa quetambién sus poderes para actuaren el mundo real estén

desapareciendo.Hace fuerza sobre el volante,

y veo que se le tensan losmúsculos de los brazos. Elcuerpo le tiembla. Aunque cadavez se le transparentan más, dosvenas del cuello se le hinchan yse ponen moradas. Oswald dejaescapar un bufido que suenacomo si estuviera muy, muylejos. Un segundo después, seoye un pitido. Suena durantetres segundos.

En cuanto deja de oírse,Oswald se relaja y deja escaparun suspiro.

—Ahora estate preparado —le digo.

—Vale —dice él, resoplando.Esperamos un rato que se

nos hace eterno. Diez minutos.Quizá más. Sin apartar la vistade la puerta que conecta elgaraje con la casa. Pero no seabre.

—Tendrás que volver a

tocarlo —le digo.—Vale —asiente Oswald,

pero por la cara que pone noestoy convencido de quepueda.

—Espera —digo—. Esposible que la señoritaPatterson esté en la habitacióndel sótano con Max. Desde allíquizá no se pueda oír el claxon.Déjame entrar un momento enla casa y ver dónde está. Noquiero que hagas esfuerzos en

balde.—Yo tampoco —dice

Oswald.Encuentro a la señorita

Patterson en la cocina. Estáfregoteando una sartén con unestropajo, mientras canta otravez la canción aquella delmartilleo. El lavavajillas estáabierto. Dentro hay platos,vasos y cubiertos. Puede quehaya estado comiendo conMax.

Vuelvo al garaje. Alacercarme al coche, no veo aOswald. Ha desaparecido.Como me temía, ha dejado deexistir mientras yo estabadentro de la casa.

De pronto lo veo. Esprácticamente invisible ya, perosigue vivo. En cuanto parpadea,veo sus ojos negros y acontinuación la silueta de sugigantesco cuerpo. Nopodemos esperar a que la

señorita Patterson se hayaacostado. Hay que salvar a Maxinmediatamente.

Entro en el coche otra vez.—Bueno, pues resulta que la

señorita Patterson está en lacocina. Cuando salga aaveriguar por qué ha sonado elclaxon y abra la puerta delcoche, tendrás que salirenseguida y correr a la casatodo lo rápido que puedas. Nopuedes quedarte encerrado en

el garaje.—Vale —dice Oswald con

un hilo de voz. Casi no lo oigo,y eso que estoy sentado a sulado.

Oswald vuelve a apretar conlas manos sobre el volante. Estavez lo hace levantándose unpoco del asiento para así hacermás fuerza. Ayudándose contodo el peso del cuerpo. Losmúsculos de sus ya casitransparentes brazos se tensan

de nuevo. Y se le marcan otravez las venas del cuello.Oswald gruñe y resopla. Lelleva casi un minuto hacer quesuene el claxon. El pitido solosuena un segundo, pero essuficiente.

Un momento después, seabre la puerta del garaje quecomunica con la casa. Laseñorita Patterson se quedaplantada en el umbral mirandoel coche. Arruga el entrecejo.

Inclina un poco el cuerpo haciadelante, pero sin moverse delumbral.

La miro fijamente a los ojos.Enseguida me doy cuenta deque no tiene intención deacercarse al coche.

—¡Pita otra vez! —exclamo—. ¡Toca otra vez el claxon!¡Ahora!

Oswald se vuelve hacia mí.Apenas se le distingue ya, perole noto en la cara que está muy

cansado. No se ve capaz devolver a tocar ese claxon.

—¡Venga! —exclamo—.¡Hazlo por Max Delaney! Eressu única esperanza. Toca eseclaxon. Pronto te irás de estemundo y, si no consigues salirde este coche, habrás vivido enbalde. ¡Vamos, Oswald! ¡Tocaese claxon ahora mismo!

Oswald se levanta. Se ponede rodillas en el asiento delconductor y se inclina sobre el

volante, descargando todo supeso sobre el claxon. Luegoaprieta, gritando al mismotiempo el nombre de Max.Aunque su voz suena cada vezmás distante, el nombre de Maxllena el coche. No es un simplegrito, es un auténtico rugido loque le sale de las entrañas. Losmúsculos de su espalda se alzancon él, sumándose a los de losbrazos y los hombros. Me hacepensar otra vez en una de esas

máquinas quitanieves. Unaquitanieves imparable.

Esta vez el pitido se oye caside inmediato.

La señorita Patterson iba ya acerrar la puerta desde dentro,pero al oír el pitido se detienedando un respingo. Suelta lapuerta y esta se abre otra vez.Mira detenidamente el coche.Se rasca la cabeza. De pronto,justo cuando yo pensaba que laseñorita Patterson iba a volver

dentro y olvidarse delmisterioso pitido, baja los tresescalones y entra en el garaje.

—Aquí viene —digo—. Encuanto abra la puerta del coche,sal inmediatamente y corre alinterior de la casa.

Oswald asiente. Ya no puedehablar. Respira con dificultad.

La señorita Patterson abre lapuerta del coche y se asoma alinterior. Mientras alarga elbrazo derecho hacia el claxon,

Oswald aprovecha paraescabullirse y saltar del coche.Pero luego se queda fueraplantado, jadeando.

—¡Venga, corre adentro!Oswald echa a correr. Al

pasar por delante del coche, laseñora Patterson prueba elclaxon y suena un bocinazo.Oswald, asustado, da un salto,pero sigue su camino. Yo noespero a que ella continúeprobando. Atravieso la puerta

del coche y sigo a Oswald.Dejo atrás el cuarto de lalavadora, entro en el comedor yobservo que está en penumbra.El sol ya se ha puesto. En lacalle está oscuro. Hemospasado demasiado rato metidosen ese coche. En la habitaciónno hay ninguna luz encendida,y he perdido el rastro deOswald.

—¿Oswald? —susurro—.¿Dónde estás?

La señorita Patterson nopuede oírme, pero aun así yohablo en voz baja.

Ver tantas películas te lleva ahacer muchas tonterías.

—Aquí —dice Oswald,agarrándome del brazo.

Está justo a mi lado, pero yano lo veo. Y apenas si lo oigo.Sin embargo, me coge confuerza. Eso me da esperanzasde que aún pueda cumplir consu misión.

—Venga, vamos —le digo.—Sí, mejor será, porque no

creo que me quede muchotiempo.

La puerta que da al sótano estáabierta. Después de todo lo quehemos pasado, nos merecemosese golpe de suerte. Si llegamosa encontrárnosla cerrada, no sécómo me las habría ingeniadopara meter a Oswald en el

sótano. Al pasar por la cocinaen dirección a las escaleras,echo un vistazo al reloj.

Son las 18.05.Es más tarde de lo que

pensaba, pero aún no esmomento para actuar. Faltanmuchas horas todavía para quela señorita Patterson estédormida en su cama. Elproblema es que Oswald se estáquedando sin tiempo. Tengoque encontrar el modo de

actuar cuanto antes.Las luces del sótano están

encendidas, pero aun así es casiimposible ver a Oswald.Cuando llegamos a lahabitación que está al lado delcuarto secreto de Max, soloconsigo verlo porque se estámoviendo. Cuando se detienejunto a la mesa verde con laminúscula pista de tenis,desaparece.

—Max está detrás de esa

pared —le digo—. Hay unapuerta, pero como es secreta nopuedo atravesarla. Y Max nopuede abrirla.

—¿Quieres que la abra? —pregunta Oswald, con una vozque parece llegar desde el otroextremo del mundo.

—Sí.—¿Ahora viene cuando

salvo a Max? —preguntaOswald. Parece aliviado. Haconseguido llegar hasta aquí.

Va a cumplir la gran misión desu vida antes de desaparecer.

—Sí, llegó el momento. Eresel único que puede abrir esapuerta. El único en todo elmundo.

Le enseño a Oswald el puntoexacto de la estantería dondetiene que hacer presión.Empuja con ambas manos, echael cuerpo hacia delante y hacepresión con todo el cuerpo.Como si fuera una máquina

quitanieves. La estantería semueve casi al instante y lapuerta se abre.

—Ha sido chupado —ledigo.

—Sí —dice Oswaldsorprendido—. A lo mejor meestoy haciendo más fuerte.

No puedo verle la sonrisa enla cara, pero se la noto en lavoz.

Entro en la habitación deMax con la esperanza de que

esta sea la última vez.

Capítulo 55

Problemas para conseguir queMax vuelva a casa conmigo:

1 . Max tiene miedo de laoscuridad.

2 . Max tiene miedo de losextraños.

3 . Max no habla condesconocidos.

4 . Max teme a la señoritaPatterson.

5. Max no reconoce que temea la señorita Patterson.

6 . A Max no le gustan loscambios.

7. Max cree en mí.

Capítulo 56

Max cree que quien acaba deentrar en su habitación es laseñorita Patterson y no levantala vista. Está montando un trencon sus piezas de Lego. Lasvías están rodeadas porejércitos de soldaditos deplástico.

—Hola, Max —saludo.—¡Un trenecito! —exclama

Oswald.Max suelta la pieza de Lego

que tenía en la mano y selevanta del suelo.

—¡Budo!Parece contento de verme. Se

le abren mucho los ojos cuandome mira. Enseguida viene haciamí, pero de pronto se detiene.El tono de voz cambiarepentinamente. Me mira con

malos ojos. Arruga la frente.—Me abandonaste.—Lo sé.—Me prometiste que no me

abandonarías —me dice.—Lo sé.—Pídele perdón —me dice

Oswald.Está de pie al lado de Max.

Se alza por encima de él comouna torre gigantesca, pero nopuede apartar la vista de miamigo. Parece como si se

hubiera convertido en un diostambién para él.

Miro a Oswald abriendo losojos como platos y le digo queno con la cabeza. Confío enque entienda lo que intentodecirle. No tengo miedo de queMax le oiga, sino que Oswaldme distraiga. Me siento comouno de esos policías de laspelículas que tienen queconvencer al loco de turno paraque no salte por el puente. No

puedo distraerme. Tengo quecumplir con mi parte del plan.Es mi única oportunidad desalvar a Max y no tengo muchotiempo.

—¿Por qué te fuiste? —mepregunta Max.

—Tuve que hacerlo. Penséque, si me quedaba aquí, tútampoco podrías salir de estahabitación.

—Y no he salido —dice Maxcada vez más enfadado. Me

mira con desconcierto.—Lo sé —le digo—. Pero

tenía miedo de que si mequedaba aquí tú tuvieras quequedarte con la señoritaPatterson toda la vida. Nodeberías estar aquí, Max.

—Claro que sí. Cállate,Budo. Estás diciendo tonterías.

—Max, tienes que salir deaquí.

—No. ¿Eso quién lo dice? —replica él.

Max parece cada vez másdisgustado. Las mejillas se leponen coloradas y habla comosi escupiera las palabras. Tengoque ir con cuidado. Necesitoque esté disgustado, pero sinpasarme. Si se pone demasiadonervioso, podría bloquearse.

—Sí, Max, tienes que salir deaquí. Este no es sitio para ti.

—La señorita Patterson diceque sí lo es, y que tú tambiénpuedes quedarte aquí si quieres.

—La señorita Patterson esmala persona.

—¡No es verdad! —contestaMax gritando—. Cuida muybien de mí. Me ha dado todosestos Legos y estos soldaditos,y me deja que coma queso porla noche si me da la gana. Ledijo a su madre que yo era unbuen chico. No puede ser mala.

—Este no es sitio para ti —insisto.

—Sí que lo es. Calla, Budo.

No sé por qué estás diciendoesas tonterías. No te estásportando como un buen amigo.¿Por qué me dices eso?

—Tienes que salir de aquí,Max. Si no lo haces, nunca másvolverás a ver a tus padres, ni ala señorita Gosk ni a nadie.

—A ti sí te veré —replica—.Y la señorita Patterson me hadicho que podré ver a mispadres dentro de nada.

—Eso es mentira, y tú lo

sabes.Max no contesta. Es buena

señal.—Y si te quedas aquí, a mí

tampoco volverás a verme.—Calla. No dices más que

tonterías.Max aprieta los puñitos. Por

un momento, me ha recordadoa Oswald.

—Hablo en serio. Nuncavolverás a verme, nunca.

—¿Por qué? —pregunta.

Noto que lo pregunta conmiedo. Y eso también es buenaseñal.

—Me voy —le digo—. Y nopienso volver.

—No —dice Max.No lo ha dicho como si fuera

una orden. Me está pidiendoque me quede. Lo suplica casi.Empiezo a tener esperanzas.

—Sí —insisto—. Me voy. Yno volveré nunca.

—Budo, no te vayas, por

favor.—Me voy.—No. No te vayas, por

favor.—Me voy —repito, con

dureza y frialdad—. Puedesvenirte conmigo, o quedarteaquí para siempre.

—No puedo irme —diceMax. Hay pánico en su voz—.La señorita Patterson no medeja.

—Otra razón más para

escapar, Max.—No puedo.—Sí puedes.—No puedo —dice Max, y

parece que va a romper a llorar—. La señorita Patterson no medeja.

—La puerta está abierta —ledigo, señalándola.

—¿Abierta? —dice Max,dándose cuenta por fin.

—La señorita Patterson la hadejado abierta —le digo.

—¡Mentira podrida! —saltaOswald con voz lejana.

Me río por dentro,preguntándome dónde habráaprendido Oswald a decir eso.

—Escúchame bien, Max. Estaserá la última vez que laseñorita Patterson se olvide deechar la llave a la puerta. Tienesque irte de aquí ahora mismo.

—Budo, quédate conmigo,por favor. No nos hace falta ir aningún sitio. Podemos

quedarnos jugando con lossoldaditos, el Lego y losvideojuegos.

—No. No podemos. Yo mevoy.

—¿Por qué estás siendo tanduro con él? —me preguntaOswald.

Su voz suena como unsusurro que viniera de muylejos. Como si fuera polvo. Megustaría callarme un momento ydespedirme de él. Darle las

gracias por lo que ha hecho. Meparece que dentro de unospocos segundos ya habrádesaparecido. Pero no puedodejar de hablar. Max empieza adudar. Se lo noto. Tengo queseguir insistiendo hasta quepueda convencerlo.

Le doy la espalda y avanzotres pasos en dirección a lapuerta abierta.

—Budo, por favor…Ahora hay súplica en su voz.

Oigo las lágrimas en sus ojos.—No. Me voy y nunca más

volveré.—Por favor, Budo… —dice

Max.Se me rompe el corazón de

oír el miedo con que lo dice. Eslo que yo estaba buscando,pero no sabía que me iba a sertan doloroso. Hacer lo que unodebe no siempre es lo más fácil,pero en este momento tengomuy claro lo que debo hacer.

—No me dejes, por favor —suplica Max.

Decido que ha llegado elmomento de soltarle toda laverdad. Me dirijo a él no ya convoz fría, sino gélida.

—La señorita Patterson esmala persona, Max. Tienesmiedo de reconocerlo, pero losabes. Pero todavía es más malade lo que te imaginas. Su planes sacarte de esta habitación yde esta casa y llevarte lejos,

muy lejos de aquí. No volverása ver a tus padres nunca más.Ni a mí tampoco. Todocambiará para siempre si novienes conmigo. Tienes quesalir de aquí ahora mismo.

—Por favor, Budo.Max se ha echado a llorar.—Te prometo que, si sales

de aquí ahora mismo, noestarás en peligro. Escaparás dela señorita Patterson, volverás atu casa y estarás con tus padres

esta misma noche. ¡Te lo juro!Que me muera aquí mismo sino es verdad. Pero tenemos quesalir de aquí muy rápidamente.¿Te vienes conmigo?

Max está llorando. Laslágrimas le resbalan por lasmejillas. Los sollozos no ledejan ni respirar casi. Peroentre sollozo y sollozo, al finalhace que sí con la cabeza.

¡Ha dicho que sí!Esta es nuestra oportunidad.

Capítulo 57

La señorita Patterson ha subidoa su dormitorio. Está sacandounas cosas del armario delcuarto de baño y metiéndolasen otra caja. Según el reloj de lacocina, son las 18.42. Hallegado el momento de salir deaquí.

Vuelvo al sótano. Max estáesperándome junto a lasescaleras. Justo donde lo habíadejado. En la mano lleva lalocomotora de Lego. Se aferra aella como si fuera unsalvavidas. Veo también unbulto en el bolsillo de supantalón. No le pregunto quées.

Pero ¿y Oswald? ¿Seguirátodavía aquí? Miro alrededorpero no lo veo.

—Estoy aquí —dice,moviendo la mano. Elmovimiento atrae mi atención.Está de pie detrás de Max, peroparece como si estuviera al otrolado del Gran Cañón delColorado—. ¿Creías que mehabías perdido?

Le sonrío.—La señorita Patterson está

arriba —le digo a Max—. En sudormitorio. Ahora vas a subirpor estas escaleras y me

seguirás hasta el comedor;intentaremos escapar por lapuerta corredera de cristal.Espero que no haga ruido. Se lavi abrir a ella una vez y no oínada. Cuando estemos fuera,giras a la derecha y echas acorrer hacia la arboleda tanrápido como puedas.

—Vale —dice Max. Letiembla todo el cuerpo. Estámuerto de miedo.

—Verás como puedes, Max.

—Vale —dice, pero no mecree.

Subimos por las escaleras ysalimos al pasillo. La puerta deentrada a la casa está a laderecha. Se me ocurre quequizá podría decirle a Max quesaliera por ahí, pero decido quees mejor por el otro lado. Laentrada está al final de lasescaleras y la señorita Pattersonpodría oírla abrirse.

—Por aquí —le digo, y

atravesamos juntos la cocina yentramos en el comedor—. Lamanija está a la derecha. Notienes más que tirar de lapuerta.

Max se cambia de mano lapieza de Lego y agarra la manijacon la derecha. Tira de lapuerta y la puerta se mueve unapizca de nada y se quedaclavada en el sitio.

—Oh, no —digo, sintiendoque me invade el pánico—.

Max, tenemos que ir a…Antes de que termine la

frase, Max mueve un pestillo.—Tenía el pestillo echado —

me dice, susurrando—. Soloera eso.

Luego tira otra vez de lapuerta y el cristal se muevesuave y silenciosamente.

De pronto siento una granalegría. No solo se ha abierto lapuerta, sino que la ha abiertoMax. Ha solucionado el

problema él solo. Max nosoluciona problemas,normalmente lo confunden.

Otra buena señal.Pero, al abrirse la puerta, tres

pitidos resuenan en la casa. Noha saltado la alarma, pero esospitidos anuncian al dueño de lacasa que la alarma funcionapero está apagada. Las puertasde los padres de Max tambiénhacen este ruido. Yo ya nisiquiera oigo los pitidos,

porque saltan cada vez quealguien abre la puerta. A todashoras.

Algo me dice que esos trespitidos no van a pasarinadvertidos.

Justo en ese momento, oigoque algo cae en el suelo dearriba, justo sobre nuestrascabezas. Un segundo más tarde,se oyen unos pasosapresurados.

—¡Viene hacia aquí! —

exclamo—. ¡Corre!Max no se mueve. Se ha

quedado plantado muy en elumbral. Al oír que la señoritaPatterson salía disparada por elpiso de arriba se ha quedadoquieto.

—Max, si no sales corriendoahora mismo, no lograrásescapar.

Me doy cuenta de lagravedad de mis palabras nadamás decirlas. He corrido un

gran riesgo. Si la señoritaPatterson pilla ahora a Max, yanunca podrá escapar. Esta es miúnica oportunidad de devolvera Max a sus padres.

Pero Max está paralizado.Oigo a la señorita Patterson.

Ya está bajando las escaleras.—Max. Sal corriendo ahora

mismo. Me iré contigo o sin ti.No pienso quedarme aquí. Nohay tiempo que perder. Tumamá y tu papá te están

esperando. Y la señorita Gosktambién. ¡Corre!

Algo de lo que acabo dedecir le ha hecho efecto. Ojalásupiera qué ha sido para insistirotra vez. Puede que haya sidoque he hablado de su madre.

Max sale al jardín. Fuera estámuy oscuro y tengo miedo deque se paralice otra vez, perono. Max tiene miedo de laoscuridad pero mucho más dela señorita Patterson. Él mismo

lo ha reconocido, y esa esbuena señal. Ha atravesado laterraza, baja por los peldaños yya está en el jardín. Mira haciael estanque. La luna estásuspendida justo sobre laarboleda que hay al otro lado.Sobre las tranquilas aguastiembla una luz blanquecina.

«La pálida luz de la luna»,pienso. Max está bailando conel diablo bajo la pálida luz de laluna, pero esta vez en la

realidad.—¡Gira a la derecha y corre!

—grito con todas mis fuerzas.Con toda la furia de la que soycapaz.

Max se vuelve y echa acorrer hacia la arboleda.

Giro la cabeza para echar unaojeada a la puerta. La señoritaPatterson no ha llegado aún.Seguramente habrá ido a echarun vistazo primero en laentrada.

Oswald se ha quedadoplantado en el umbral.Iluminado por la luz de la lunay el resplandor que viene delinterior de la casa, su cuerpotiembla como el aire calientesobre el asfalto de unaparcamiento. Estádesapareciendo. En este precisoinstante. Está sucediendo antemis propios ojos.

—¡Corre, Budo! —dicegritando.

Pero el sonido que sale de sugarganta ya no se parece a unavoz. Suena más bien como unrecuerdo lejano. Como unrecuerdo ya casi olvidado,aunque ahora comprendo queOswald tenía razón: él nuncaserá olvidado.

—Salva a Max —le oigodecir.

Seguramente me lo habrádicho a gritos. Con toda lapotencia de una orden final.

Son sus últimas palabras, lasque han terminado con su vida.Y, sin embargo, a mí me llegancomo el más suave de losmurmullos.

—Aún me queda una cosaque hacer.

No consigo echar a correr.Me siento como Max.Paralizado. Oswald el Gigante,el amigo imaginario de John elChiflado, el único amigoimaginario capaz de saltar de un

mundo a otro, está muriéndoseante mis propios ojos.

Yo he sido el responsable deque muera.

Justo cuando espero verlecerrar los ojos por última vez,Oswald se vuelve y echa unvistazo en el interior de la casa.Espera un segundo, hinca larodilla en el suelo y pone lasmanos en alto, con las palmasabiertas delante de él como sifuera un niño enseñándole a su

mamá los diez dedos que tieneen las manos. Ya no distingo susilueta del todo, pero no mehace falta verlo para saber queestá sacando músculo porúltima vez. Las venas del cuellopalpitan sus últimos latidos. EsOswald el Gigante de nuevo,una vez más, preparándose parala batalla.

Luego se vuelve a mí, me veparalizado en el jardín, con lapálida luz de la luna detrás, y se

despide:—Adiós, Budo. —Ya no

oigo sus palabras, pero dealguna manera consiguenabrirse camino hasta mi mente—. Gracias —añade luego.

En ese momento, aparece laseñorita Patterson. Vienecorriendo desde la cocina, entraen el comedor y va hacia lapuerta abierta. Corre másrápido de lo que imaginaba, yal verla caigo en la cuenta de

que la huida de Max no va aterminar con su desaparición enla arboleda.

La huida no ha hecho másque empezar.

Oswald tenía razón. Todossomos el demonio de alguien, yla señorita Patterson es eldemonio de Max.

Y el mío.Pero de pronto caigo en otra

cosa.Oswald es el demonio de la

señorita Patterson. Ahora eldiablo bajo la pálida luz de laluna es Oswald el Gigante.

Un instante después, laseñorita Patterson se lanza a lacarrera hacia la puerta abiertade la terraza y tropieza contra ladifusa figura de Oswald,agachado en el suelo yamoribundo. La rodilla derechade ella choca contra la manoderecha de Oswald, y saltadisparada por encima de él y

cae de bruces en la terraza conun golpe sordo y seco. Eltrompazo la lleva hasta el bordede la terraza y luego caerodando por los peldaños yaterriza en el césped, a escasoscentímetros de mis pies.

Levanto los ojos. Miro haciael umbral de la puerta,buscando a mi valiente amigomoribundo, aunque ya sé queya no está ahí.

—Has salvado a Max —le

digo, pero ya nadie me puedeoír.

Entones oigo a Max gritar:—¡Budo!La señorita Patterson levanta

la cabeza del césped. Seincorpora apoyándose en unbrazo. Mira en dirección a lavoz de Max. Un segundo mástarde, ya está en pie otra vez.

Me vuelvo y echo a correr.La huida de Max no ha hecho

más que empezar.

Capítulo 58

Max se ha escondido detrás deun árbol. Abrazado a sulocomotora de Lego como sifuera un oso de peluche. Se lehan perdido algunas piezas,pero no creo que Max se hayadado cuenta. Tiembla como unflan. Fuera hace frío y no lleva

puesto el abrigo, pero no creoque su temblor sea por el frío.

—No puedes quedarte aquí.Tienes que correr —le digo.

—Párala —susurra Max.—No puedo. Tienes que

correr.Aguzo el oído. Imagino que

voy a oír a la señorita Pattersonabriéndose paso entre árboles yarbustos a toda prisa, pero no.Seguramente se estaráacercando despacio. Intentando

no hacer ruido. Querrá llegarsigilosamente hasta Max parapillarlo desprevenido.

—Max, tienes que salircorriendo —le digo de nuevo.

—No puedo.—Tienes que hacerlo.En ese momento una luz se

cuela entre los árboles. Vuelvola vista hacia la casa de laseñorita Patterson. Un punto deluz destella al final de laarboleda.

Es una linterna.La señorita Patterson ha

vuelto a la casa para coger unalinterna.

—Max, si te encuentra, tellevará lejos de aquí parasiempre y estarás solo toda tuvida.

—Te tendré a ti —dice Max.—No, a mí tampoco.—Sí. Dices que me vas a

abandonar, pero no es verdad.Lo sé.

Max tiene razón. Seríaincapaz de abandonarlo. Peroeste no es momento deverdades. Tengo que mentirlecomo nunca lo había hechoantes. Como nunca nuncaimaginé que lo haría.

—Max —le digo, mirándoloa los ojos—. No soy un serreal. Soy imaginario.

—No es verdad. Calla.—Sí es verdad. Budo es un

ser imaginario. Estás solo, Max.

Sé que me ves, pero en realidadno estoy aquí. Porque soyimaginario. Yo no puedoayudarte, Max. Tienes queayudarte a ti mismo.

La luz atraviesa los árboles ala izquierda. En la dirección delestanque. La señorita Pattersonva cuesta abajo, apartándose unpoco de Max, pero entre elestanque y él no hay un grantrecho. Aunque vaya endirección contraria, no tardará

en verlo. La luna ilumina todoel bosque y ella lleva unalinterna.

Un segundo después oímosque cruje una rama en el suelo.Se está acercando.

Max da un respingosobresaltado y la locomotoracasi se le cae de la mano.

—¿Hacia dónde? —pregunta—. ¿Hacia dónde tengo quecorrer?

—No lo sé —contesto—.

Soy imaginario. Eres tú quientiene que decidirlo.

Se oye el crujido de otrarama, esta vez está mucho máscerca. Max se vuelve y echa acorrer hacia la derecha, cuestaarriba, alejándose del estanquey de la señorita Patterson. Perocon demasiadas prisas ydemasiado ruido. La luz de lalinterna se desvía de golpehacia él y le ilumina la espalda.

—¡Max! —exclama la

señorita Patterson—. ¡Espera!En cuanto oye su voz, Max

aprieta el paso, y yo con él.Entra deprisa y corriendo en

un tupido pinar y de pronto lepierdo la pista. Al menos sé queva en buena dirección. A estelado de la calle hay otras cincocasas más hasta llegar al final, yMax va camino de la casa delvecino que está más cerca de laseñorita Patterson. Veo lasluces encendidas de la casa a

través de los árboles. Pero, nosé cómo, le he perdido la pistaa Max. Iba unos veinte o treintapasos por delante de mí y ya noestá.

Dejo de correr. Mejor queande, así podré estar másatento. La señorita Pattersontambién ha dejado de correr.Viene andando no muy lejos demí, por mi izquierda, tambiénmuy atenta.

Los dos estamos buscando a

Max.—¡Budo!Max me llama, pero esta vez

susurrando. Oigo la voz a miderecha y me vuelvo en esadirección. Veo árboles, rocas,hojas y el resplandor de lasfarolas en lo alto de la colina,donde termina la arboleda yempieza la carretera, pero noveo a Max.

—¡Budo! —lo oigo susurrarde nuevo, y temo por él.

Max susurra para no hacerruido, pero no sabe lo cercaque tiene ya a la señoritaPatterson. No deberíaarriesgarse a llamarme.

De pronto lo veo.Veo un peñasco y un árbol,

y, entre los dos, un montón dehojas, probablementearrastradas por el viento. Maxse ha sepultado entre las hojas.Veo su manita por debajo de lapila haciéndome señas.

Me pongo a cuatro patas yvoy hasta él, pegado al otrolado del peñasco.

—Max, ¿qué haces aquí? —susurro tan flojito como puedo,para que él me copie y nolevante la voz.

—Esperar —responde.—¿Cómo?—Es lo que hacen los

francotiradores —susurra—.Dejan que los soldadosenemigos les pasen por delante

antes de atacar.—Pero tú no puedes atacar a

la señorita Patterson.—No. Esperaré hasta que…Max oye unas pisadas en la

hojarasca acercándose y calla.Un segundo después la linternapasa sobre el peñasco dondeestoy sentado y junto al queMax se esconde, debajo de lashojas.

Levanto la vista. Es laseñorita Patterson. Veo su

silueta iluminada por la luz dela luna. Se acerca. Está acincuenta pasos. Luego atreinta. A veinte. Camina a pasorápido como si supieraexactamente dónde estáescondido Max. Si no cambiade dirección, puede que se topecon él.

—Max, no te muevas —ledigo—. Viene hacia aquí.

Mientras espero, suponiendoque dentro de un momento lo

va a pillar, pienso en ladecisión de Max de escondersebajo esas hojas. «Es lo quehacen los francotiradores», hadicho.

Lo habrá leído en algúnlibro. Max ha leído millones delibros sobre guerras, y ahoraestá aplicando lo aprendidopara salvarse. En un bosquedesconocido. De noche. Conalguien siguiéndole los pasosde cerca. Y mientras su mejor

amigo se empeña en decirle queno es real.

Y sin bloquearse.Es increíble.La señorita Patterson está ya

a diez pasos de Max. A cinco.Apunta con la linterna en línearecta. No al suelo, sino haciadelante. Si llega a hacer eso unpar de pasos atrás, habríadescubierto a Max, pero se estádesviando a la izquierda y se vacuesta arriba hacia la carretera.

Es normal que se hayadesviado. Si no, habría tenidoque escalar el peñasco o abrirsepaso apretándose entre este y elárbol. El caso es que nos hemoslibrado por los pelos. Sihubiera enfocado el montículode hojas con la linterna, estoyseguro de que habría visto elbulto de Max.

—¿Cuánto tiempo piensasquedarte ahí esperando? —lepregunto en cuanto dejo de oír

pisadas, suponiendo que laseñorita Patterson ya no podráoírnos.

—Los francotiradores aveces se pasan días enterosesperando —susurra.

—¿Días?—No es que yo vaya hacerlo,

pero es lo que hacen losfrancotiradores. No lo sé.Esperaré un rato.

—Está bien.No sé si será buena idea,

pero ha tomado una decisión.Está solucionando el problemapor sí solo. Está escapandosolo.

—Budo —susurra—. ¿Eresreal? Dime la verdad.

Pienso un momento antes decontestar. Me gustaría decirleque sí, porque es verdad, yporque así no corro yo peligro.Si le digo que sí, seguiréexistiendo. Pero también Maxestá en peligro, y él no puede

arriesgarse a creer en mí porqueyo no podré salvarlo. Tiene quecreer en sí mismo. Hacedemasiado tiempo que dependede mí. Ahora tiene quedepender de sí mismo. Yo nopuedo llevarlo de vuelta a casa.

No se trata de decidir entresopa de pollo con fideos o sopade ternera con verduras. Entreazul o verde. No estamos enEducación Especial, ni en elpatio de recreo, ni en el

autocar, ni siquiera anteTommy Swinden. Estamos anteel mismísimo diablo bajo lamismísima pálida luz de la luna.

Max tiene que volver a casapor su cuenta.

—No —contesto finalmente—. Soy imaginario. Que memuera aquí mismo si esmentira. Imaginas que existoporque así las cosas se te hacenmás fáciles. Porque así tienesun amigo.

—¿De verdad? —pregunta.—De verdad.—Eres un buen amigo,

Budo.Es la primera vez que Max

me dice eso. Quisiera existirpara siempre jamás, pero, situviera que abandonar estemundo ahora mismo, al menosme iría feliz. Más feliz de lo quehe sido nunca.

—Gracias —digo—. Pero nosoy más que lo que tú imaginas.

Si soy un buen amigo esporque tú has querido que lofuera.

—Es hora de irse —diceMax.

Lo dice tan deprisa que no sési me habrá estado escuchando.

Se levanta pero con laespalda encorvada. Enfilacuesta arriba, pero no pordonde ha tomado la señoritaPatterson, sino más a laizquierda.

Le sigo.Al pasar junto al montículo

de hojas donde Max estabaescondido hace unos segundos,veo la locomotora de Legojunto al peñasco. Se la hadejado olvidada.

Un minuto después llegamosal jardín del vecino. Un caminode gravilla para los coches parteen dos la gran zona de césped.Al otro lado del césped haytambién una arboleda. Esta no

es tan grande, a primera vista.Las luces de la casa siguienteno parecen muy lejanas.Despuntan entre la hilera deárboles.

—Deberías ir a la casa delvecino y llamar a la puerta.Ellos te ayudarán.

Max no contesta.—No temas, Max, no te

harán daño.Pero Max no contesta.Ya suponía yo que Max no

pediría ayuda a los vecinos dela señorita Patterson ni a nadie.Creo que antes preferiríaquemar todos los Legos,soldaditos y videojuegos delmundo y verlos transformadosen plástico derretido que hablarcon un extraño. Llamar a lapuerta de un desconocido seríacomo llamar a la puerta de unanave espacial alienígena.

Max mira a derecha eizquierda, y luego de frente, al

otro lado del jardín. Parececomo si se estuvierapreparando para cruzar la calle,aunque Max no ha cruzado unacalle solo en toda su vida. Depronto salta de su esconditeentre los árboles y atraviesa elcésped a la carrera. La luz de laluna lo ilumina, pero, a menosque la señorita Patterson estévigilando en algún sitio, podrállegar al otro lado sin que nadielo vea.

Cuando llega al camino degravilla, se encienden unosfocos en la casa. Iluminan eljardín de delante como rayos desol. Son luces de esas que seactivan cuando notan unmovimiento. Los padres deMax también las tienen, en eljardín de atrás, y a veces seencienden cuando pasa algúngato callejero o algún ciervo.

Max se queda muy quietobajo la luz de los focos. Mira

detrás de él. Yo me he quedadojunto a la arboleda. Mirándolode lejos, maravillado ante eseniño que no hace muchonecesitaba ayuda para escogerqué calcetines ponerse.

Max se vuelve hacia lapequeña arboleda al otro ladodel jardín y echa a correr otravez, pero justo en ese momentola señorita Patterson salerepentinamente de entre losárboles a mi derecha y atraviesa

el jardín como una flecha. Maxno la ha visto.

—¡Max! ¡Cuidado! ¡Latienes detrás!

Max se vuelve, pero sin dejarde correr.

Yo también me lanzo a lacarrera. Me saco de encima elasombro, de pronto lleno demiedo. Corro detrás de laseñorita Patterson, que cada vezestá más cerca de Max. Es másrápida que él. Más rápida de lo

que debiera.Es el diablo en persona.Max llega a la arboleda del

otro extremo. Se cuela entre losárboles y luego veo que da unsalto sobre un viejo muro depiedra. Pero se le engancha unpie, cae al otro lado del muro ylo pierdo de vista. Un segundodespués, se levanta como unresorte y se pone a correr otravez.

La señorita Patterson llega a

la arboleda unos diez segundosdespués. También salta elmuro, pero sin tropezar, seplanta rápidamente al otro ladoy echa a correr, dándoseimpulso con los brazos. Aúnlleva la linterna encendida, peroya no apunta hacia Max. No lehace falta porque ve por dóndeva. Está a punto de pillarle. Laluz de la linterna se mueve abandazos entre los árboles.

—¡Corre, Max! —grito al

saltar el muro.Estoy a pocos segundos de la

señorita Patterson, pero nopuedo hacer nada. No sé cómoayudar. Me siento inútil.

—¡Corre! —grito de nuevo.Max llega hasta el jardín de

delante de la siguiente casa. Noes tan grande como el primero,y el camino de acceso para loscoches no es de gravilla sino deun material como el de lacarretera, pero por lo demás es

igual. Max atraviesa el céspedcomo una flecha, sin que estavez se encienda ningún foco, ydesaparece entre la espesura alotro lado.

Sigue a través de casas yjardines. Dos casas más y notendrá más remedio que cruzarla calle. Una calle que nunca hasido capaz de cruzar solo. Deahí pasará a un vecindario concasas, aceras, farolas y señalesde stop. Un vecindario donde

no habrá montículos de hojas,ni muros de piedra ni frondosasarboledas. Donde no habrápenumbras ni lugares dondeesconderse. Si no quiere que lopillen, tendrá que pedir auxilioa alguien.

Pero como su secuestradoralo pueda pillar antes, nada deeso tendrá ningunaimportancia, y por lo queparece eso es lo que va a pasar.

La señorita Patterson llega a

la hilera de árboles pocossegundos después que Max. Yoestoy a unos veinte pasos pordetrás de ella cuando veo unagruesa rama sin hojas que salede la penumbra y se estrellacontra la cara de la señoritaPatterson. Ella da un grito yentonces se cae al suelodesplomada. Un segundodespués puedo ver a Max.Cambia de dirección. Ha giradoa la derecha. Ahora corre entre

los árboles en dirección a lacarretera en lugar de cruzar porla arboleda hacia la siguientecasa.

Hago un alto al llegar junto ala señorita Patterson, tumbadaen el suelo. Le sangra la nariz.Se aprieta el ojo izquierdo conlas dos manos. Está gimiendo.

Max ha bailado con el diablobajo la pálida luz de la luna yha sido el ganador.

Echo a correr hacia Max, sin

molestarme en ocultarme entrelos árboles. Iré más rápido através del césped. Cuando llegoa la calle, paro y miro a derechae izquierda.

No veo a Max.Giro a la izquierda, en

dirección a la carreteraprincipal, y echo a correr,confiando en que Max hayatomado el mismo camino. Unossegundos después le oigollamarme.

—¡Aquí! —susurra.Está escondido al otro lado

de la calle, junto a unosárboles, escondido detrás deotro muro de piedra.

Tardo un momento enreaccionar: Max ha cruzado lacalle solo.

—¿Qué has hecho? —lepregunto, saltando el muro—.La señorita Patterson estáherida.

—Le tendí una trampa —

contesta entre resoplidos,temblores y sudores, pero conexpresión feliz. No sonriendo,pero casi.

—¿Qué?—Tiré hacia atrás de una

rama y esperé a que ella seacercara para soltarla.

Me quedo pasmadomirándole.

—Lo aprendí de Rambo. Enla película Acorralado. ¿No teacuerdas?

Me acuerdo. El padre de Maxlo llevó al cine a ver la películay le hizo prometer que no se lodiría a su madre.

Y se lo contó en cuanto llegóa casa, porque Max no sabementir. Aquella noche su padredurmió en la habitación deinvitados.

—Le has hecho mucho daño—le digo—. Está sangrando.

—No ha sido una trampacomo la de Rambo

exactamente. En la suya eranestacas que se clavaban en laspiernas de la policía. Pero yono tenía cuerdas ni navajas amano y, aunque las hubieratenido, no podría habermeentretenido con esas cosas.Pero la idea sí se la he copiado.

—Vale —le digo. No sé quéotra cosa decir.

—Vale —repite Max. Luegose pone en pie y avanza pegadoal muro, con la espalda

encorvada, en dirección a lacarretera.

No espera a que yo le señaleel camino, ni siquiera mepregunta por dónde hay que ir.Va a su aire.

Se está salvando él solo.

Capítulo 59

Max llega al final de la calle dela señorita Patterson y sedetiene. Hasta ahora ha idoescondiéndose entre los árbolesdel otro lado de la calle,avanzando lenta ysilenciosamente, pero cuandodeje atrás esta calle, ya no habrá

arboledas donde puedaesconderse. Ni casas con largoscaminos de acceso para loscoches o enormes extensionesde terreno a orillas de unestanque. Se encontrará en unacalle con entradas más cortaspara los coches, con casaspegadas unas a otras, confarolas y aceras.

Si la señorita Pattersontodavía está persiguiendo aMax, no le será difícil verlo.

—¡Ve hacia la derecha! —leindico gritando.

Max se ha quedado en laesquina. Con el cuerpoapoyado contra un árbol.Parece que no tiene muy claroqué camino tiene que tomar.

—El colegio queda a laderecha —le digo.

—Vale —dice, pero, en lugarde salir de su escondite detrásdel árbol, Max se da la vuelta yse mete en el jardín que hay

detrás de la primera casa de lacalle.

—¿Adónde vas? —lepregunto.

—No puedo ir por la acera—contesta Max—. Me vería.

—¿Por dónde vas a irentonces?

—Por detrás de las casas.Y eso hace. Avanzamos así

durante casi treinta minutos,atravesando un jardín tras otro.Cuando no hay vallas entre las

casas, ni árboles, garajes ocoches, Max corre. Agachado,pero a toda velocidad. Si eljardín está vallado, lo rodea porfuera, entre arbustos y maleza.Los arbustos le arañan la cara, ylas manos y los pies se leempapan en los charcos y elbarro, pero él sigue adelante. Asu paso se encienden los focosde otras seis casas, pero sin queninguno de sus ocupantes se décuenta.

Max no es como ese Rambode la película. Él no puedeatravesar tan campante minasabandonadas, entrar por lafuerza en comisarías de policíao escalar montañas, pero esoporque aquí no hay minas,comisarías ni montañas. Lo queél tiene delante son casas,jardines, vallas, árboles yrosales, pero se enfrenta a elloscomo si fuera Rambo.

Cuando llegamos al siguiente

cruce, Max reconoce la zona.—El parque está al otro lado

de la calle —dice—. Por ahí.Apunta hacia la izquierda. El

colegio está detrás del parque.Sin embargo, en lugar de torcera la izquierda, tuerce a laderecha.

—¿Adónde vas? —lepregunto.

Max ha salido ya andando,pegado a una valla por detrásde otra casa.

—No podemos cruzar la callepor ahí —me dice en unsusurro—. Es justo donde laseñorita Patterson imaginaráque voy a cruzar.

Max atraviesa la calle dosmanzanas más abajo, pero nopor un cruce. Espera escondidodetrás de un coche aparcadohasta ver que no hay tráfico yluego cruza la calle olvidándosedel paso de peatones.

Creo que Max acaba de

saltarse su primera norma.A menos que exista una

norma que prohíba hacer cacaen la cabeza de alguien.

Al llegar al otro lado de lacalle, se lanza otra vez a lacarrera. Ahora por la acera envez de ocultándose tras lascasas, a toda la velocidad que lepermiten sus piernas. Creo quepretende llegar al parque lo másrápido posible. A mí tambiénme parece un lugar seguro. Los

parques son lugares para niños,incluso en plena noche.

Max cruza otra travesía más yluego gira a la derecha y entraen el parque, allí se aparta delos caminos asfaltados y vahacia un campo de fútbol quetiene dos empinadas pendientesa cada lado. Un día el padre deMax quiso que bajara con eltrineo por esas pendientes.Normalmente la gente las usapara sentarse a ver los partidos

de fútbol, pero también parabajar en trineo por ellas.Siempre que nieva, se llenan deniños. Aquel día, sin embargo,Max no quiso montarse en eltrineo; no hacía más quequejarse de que tenía losguantes empapados. Al finalvolvieron al coche y se fuerona casa; su padre no dijo ni unapalabra en todo el camino.

Ahora veo a Max bajarembalado por una de las

pendientes, más rápido que untrineo por lo que parece; luegoatraviesa el campo de fútbol.Cuando ya está cerca de laportería, gira a la derecha endirección al campo de béisbol,pero no pasa por los senderosasfaltados y corre campo através, se mete entre los árboleso bordea los caminos. Una vezdeja atrás el campo de béisbol,gira a la derecha, bordeando elpatio del colegio y va hacia la

arboleda.Entre el colegio y el parque

hay un pequeño bosque, consenderos cubiertos con virutasde madera por los que a veceslos maestros llevan a susalumnos a pasear en otoño yprimavera. La señorita Goskllevó a su clase a hacer unacaminata por allí hace unassemanas para que los niños seinspiraran y escribieran unpoema sobre la naturaleza. Max

se sentó en el tocón de un árbole hizo una lista de las palabrasque rimaban con «madera».

Encontró ciento dos palabras.No era un poema, pero aun asídejó impresionada a la señoritaGosk.

Max va hacia el bosquecillo.Corre a orillas de un pequeñoestanque que hay junto a losárboles y se arriesga a tomar elsendero un momento antes deentrar en el bosque y

desaparecer en la espesura.Un cuarto de hora más tarde,

tras perderse un par de vecespor los caminos, llegamos alotro lado del bosque. Entre elcolegio y nosotros hay uncampo. El mismo campo dondemuchas veces Max no haquerido correr, saltar y jugar ala pelota. La luna se ve muchomás alta que cuando salimos decasa de la señorita Patterson.Está suspendida sobre el

colegio como un gigantesco ojociego.

Quisiera felicitar a Max,decirle que lo ha conseguido.Decirle que se quede escondidoentre los arbustos que bordeanel bosque y espere a que sehaga de día. Que cuando losautocares empiecen a llegar a laglorieta que hay delante delcolegio, no tendrá más queatravesar el campo y entrar porla puerta del cole como

cualquier día de clase normal ycorriente. Hasta puede acercarseal aula de la señorita Gosk siquiere. Cuando haya entrado enel colegio, estará a salvo.

Pero en vez de decirle todoeso, pregunto:

—¿Y ahora qué?Le digo eso porque yo ya no

soy quien manda. No creo quepudiera ni aunque quisiera.

—Quiero irme a casa. Quierover a mi mamá y a mi papá.

—¿Sabes llegar?—Sí.—¿De verdad?—Sí —vuelve a decir—.

Claro.—Ah.—¿Cuándo quieres ir? —le

pregunto, queriendo que mediga que esperaremos a que sehaga de día. A que la señoritaGosk o la señora Palmer noslleven a casa.

—Ahora —responde y se da

la vuelta inmediatamente y echaa andar por la orilla del campo—. Quiero irme a mi casa.

Capítulo 60

No sé el rato que llevaremosandando, pero acabamos depasar por delante de la casa delos Savoy. La luna ha cambiadode sitio pero sigue en el cielo,sobre nuestras cabezas. Max noha hablado mucho por elcamino. Pero él es así. Quizá se

haya transformado en Rambode la noche a la mañana, perosigue siendo Max.

Hemos hecho la largacaminata escondiéndonosdetrás de casas, arbustos yárboles siempre que podíamos.No me he separado de él entodo el rato, y no lo he oídoquejarse ni una vez.

Me cuesta creer que Max va aestar de vuelta en casa dentrode unos minutos. Ya no

necesito imaginar la cara quepondrán sus padres cuandoabran la puerta y se loencuentren allí delante, porqueva a ser real dentro de nada.Nunca pensé que llegaría estemomento.

Me paro un momento, justoantes de llegar al camino deacceso al garaje, y me quedomirando a Max. Por primeravez en la vida, entiendo lo quesignifica sentirse orgulloso de

alguien. No soy su madre ni supadre, pero sí su amigo, y mesiento orgullosísimo de él.

Pero de pronto veo algo.Es el autobús de la señorita

Patterson. Ese autobús con unahabitación en la parte de atráspreparada especialmente paraMax.

Max está a punto de entrar enel jardín de delante de su casa ydar los últimos pasos hasta lapuerta de entrada, pero no sabe

que la señorita Patterson estáesperándole. No sabe que suautobús está aparcado en lamisma calle, un poco másadelante, en el espacio quequeda oscuro entre dos farolas.

Ni siquiera sabe que laseñorita Patterson tiene unautobús.

Abro la boca para avisarle agritos, pero llego tarde. Max haavanzado ya cuatro o cincopasos por el camino que lleva

al garaje de su casa cuando laseñorita Patterson sale de suescondrijo detrás del roblegigante, donde Max y yoesperamos al autocar cada díadesde que Max entró enpreescolar. El mismo robledonde Max se apoya hasta quellega el autocar del colegio.

Max oye las pisadas de laseñorita Patterson antes que mivoz, pero ambos llegan a susoídos demasiado tarde. En

cuanto la ve yendo hacia él,corre disparado hacia laentrada, pero la señoritaPatterson le echa el brazoencima e intenta agarrarlo porla espalda. Max se tambalea alrecibir el golpe, tropieza y caeal suelo, pero por un instantequeda libre. Avanza gateandohacia la entrada, pero laseñorita Patterson le da alcancemuy rápido; se agacha, loagarra por el brazo y lo levanta

del suelo como si fuera unmuñeco.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Socorro!Ella le tapa la boca con la

mano libre. De todos modos,no creo que sus padres looyeran. Duermen en el piso dearriba y su habitación da aljardín de atrás. Además, estarde y supongo que estarándurmiendo. Pero eso ella no losabe. Quiere que no haga ruidopara huir con él para siempre

jamás.Yo consigo por fin

moverme, echo a correr y mequedo paralizado delante deMax. Está luchando con laseñorita Patterson, intentandosoltarse. Tiene los ojos abiertoscomo platos. Quiere gritar, perocomo la señorita Patterson letiene tapada la boca, no se oyemás que un murmullo. Max leestá dando patadas en laespinilla, pero ella ni se inmuta.

Me quedo plantado como untonto. Estoy a un paso de él,viendo cómo pelea por su vida,y no puedo hacer nada. Max memira a los ojos. Estásuplicándome que lo ayude,pero no puedo hacer nada.Aparte de quedarme mirandocómo se lo llevan a rastras deaquí para siempre jamás.

—¡Pelea! —le digo a voces—. ¡Muérdele la mano!

Y Max se la muerde. Veo

cómo abre la mandíbula y se lahinca. La señorita Pattersonhace una mueca de dolor, perono lo suelta.

Max mueve mucho losbrazos. No deja de dar patadas.Agarra la mano que le tapa laboca e intenta soltársela. Haceun último esfuerzo, con losojos casi saliéndosele de lasórbitas, pero no consiguequitársela de encima. Golpea enella con el puño. Y de pronto

veo que le cambia la expresión.Por un instante, el pánicodesaparece de sus ojos. Lleva lamano al bolsillo y saca unobjeto que ha tenido ahí dentroescondido toda la noche. Es lahucha que estaba en suhabitación. Aquel viejo cerditorepleto de monedas.

Cuando antes dije que Maxse había saltado su primeranorma al cruzar por mitad de lacalle y no usar el paso de

peatones, me equivoqué: era lasegunda vez que se saltaba unanorma.

Antes había robado.Max agarra el cerdito con la

mano derecha y lo deja caercon fuerza sobre el brazo de laseñorita Patterson. Las patitasde metal del cerdo se le clavanen la piel. Hace una mueca,grita de dolor esta vez, pero nolo suelta.

No piensa dejarlo escapar.

Por muchos mordiscos,puñetazos y patadas que le dé,la señorita Patterson sabe quebasta con que consiga arrastrara Max hasta el autobús paraestar a salvo de nuevo. Y a esose dispone en este momento.Mientras Max sigueaporreándola con la hucha, ellatira de él por el camino deacceso al garaje en dirección alroble y al autobús que esperaaparcado en la calle.

Ojalá pudiera ponerme agritar y pedir auxilio. Despertara los padres de Max. Hacerlesaber al mundo entero que miamigo ha conseguido llegarhasta el mismísimo portal de sucasa y que ya solo necesita unempujoncito de nada parafinalizar con éxito su huida. Hahecho el viaje solo y ahora solonecesita que alguien intervengay le dé ese último empujón parasalvarse.

De pronto se me ocurre unaidea.

—¡Tommy Swinden! —legrito a Max.

Y, sin dejar de aporrear elbrazo de la señorita Pattersoncon la hucha e intentar zafarsede ella, Max arruga la frente yme mira sin comprender.

—No, no digo que te hagascaca encima de ella —aclaro—.Acuérdate de lo que te hizoTommy Swinden el día de

Halloween. ¡Rompe unaventana, Max!

Max levanta el brazo,dispuesto a descargar una vezmás la hucha sobre el brazo dela señorita Patterson, pero en elúltimo momento se detiene.Veo en sus ojos que hacomprendido. Podrá hacer unsolo lanzamiento, pero hacomprendido.

Max levanta la mirada haciasu casa. La señorita Patterson

ya está saliendo del jardín conél a rastras. Max sabe que, si nolanza esa hucha ahora mismo,luego estará demasiado lejos.En la sala de estar hay unventanal. Es bastante grande.Está justo en el centro de lafachada. Aun así, no va a serfácil. Ya se encuentran bastantelejos, y los pies de Max apenassi tocan el suelo.

Además, tiene mala puntería.—Dale un mordisco primero

—le digo—. Híncale bien losdientes. Con todas tus fuerzas.

Max me dice que sí con lacabeza. Aunque se lo estánllevando a rastras y lasprobabilidades de volver a vera sus padres se esfuman denuevo, Max me dice que sí.

Y muerde.El mordisco debe de haber

sido más fuerte esta vez,porque la señorita Pattersondeja escapar un grito, aparta la

mano y la sacude como si lahubieran quemado. Pero, lomás importante, ya no arrastra aMax por el suelo. Aún lo tienesujeto por un brazo, pero Maxha apoyado los pies en el suelo.Es el momento de intentarlo.

—¡Date impulso! —exclamo—. ¡Lánzala con todo elcuerpo! ¡A por todas!

—Vale —dice Max,resollando. Echa hacia atrás elbrazo y lanza la hucha con

todas sus fuerzas a laoscuridad.

La señorita Patterson ve lahucha que sale de la mano deMax y sigue con ojosestupefactos el vuelo delcerdito con el morro en alto endirección al ventanal.

«Cuando los cerdos vuelen»,pienso.

Por un instante, parece comosi el mundo se hubieradetenido. Hasta el ojo ciego de

la luna se vuelve para seguir elvuelo de aquel cerdito metálico.

La hucha se estrella en mitaddel ventanal. El lanzamientohabría llenado de orgullo alpadre de Max para siempre. NiTommy Swinden habríasoñado con semejante puntería.El cristal estalla en mil pedazosy, segundos más tarde, laalarma se dispara.

La señorita Patterson alargala mano que tiene libre,

sangrando ahora por elmordisco que le ha dado, yagarra a Max por el cuello.Luego lo levanta del suelo ysale disparada con aquel niñoque no deja de retorcerse y dargritos entre sus brazos. Estáatravesando el jardín a lacarrera en dirección a suautobús.

Max acaba de hacer ellanzamiento de su vida. Elventanal se ha roto. Ha saltado

la alarma. La policía viene encamino. Pero la señoritaPatterson está escapando conMax. En cuestión de segundos,habrá escapado para siempre.

De pronto veo una masaborrosa que pasa volandofrente a mí y se abalanza sobrela señorita Patterson como untren fuera de control: es elpadre de Max. Ella da un gritoy, antes de caerse al suelo bajoel peso de aquel hombre, suelta

a Max para frenar la caída conlos brazos. Max cae haciadelante y sale rodando, entreresuellos y jadeos, llevándoselas manos al cuello, intentandorecuperar el aliento.

La señorita Patterson loestaba asfixiando.

Su secuestradora se estrellaen el suelo, con el padre deMax todavía encima,sujetándola con unos brazosque parecen cables de acero. El

hombre está en calzoncillos ycamiseta, y los brazos lesangran llenos de heridas.Tiene los brazos y los hombroscubiertos de cortes. La espaldade la camiseta, desgarrada yempapada de sangre. Sincomprender qué ha pasado,vuelvo la vista hacia la casa yveo que la puerta de la entradaestá cerrada. El padre de Maxha saltado por el ventanal roto.Se ha cortado con los cristales

al atravesarlo.—¡Max! ¡Dios santo! ¿Estás

bien? —pregunta el padre deMax, sin soltar a la señoritaPatterson. La ha inmovilizadoen el suelo, pero sigue sentadosobre ella empujando con todosu peso—. ¡Dios santo! ¿Max,estás bien?

—Sí —responde Max.Tiene la voz ronca y

entrecortada, pero dice laverdad: está bien.

—¡Max!Quien grita es la madre de

Max. Está asomada al ventanal,viendo la escena que tiene antesí en el jardín: su maridoensangrentado; la secuestradorade su hijo; y Max, sentado juntoa su padre, frotándose el cuello.

—¡Max! ¡Dios mío! ¡Max!Desaparece del ventanal de

inmediato. Segundos más tarde,las luces se encienden,iluminando el jardín delantero.

La puerta de entrada se abre degolpe y la madre de Max salecorriendo por ella, salta lospeldaños y va hacia su hijo.Lleva puesta una bata blanca yparece como si resplandecierabajo la luz de la luna. Cae derodillas al suelo y cubre losúltimos pasos que la separan deMax deslizándose por elcésped, envuelve a su hijo entrelos brazos y lo besa en la frenteun millón de veces. Noto que a

Max no le hace mucha gracia,pero por una vez no protesta.Su madre llora y besa a Maxuna y otra vez, pero él notuerce el gesto siquiera.

Miro hacia el padre de Max,con la señorita Pattersontodavía inmovilizada bajo supeso. La secuestradora nointenta escabullirse, pero elpadre de Max ha vistodemasiadas películas dedetectives como para soltarla

ahora. Sabe perfectamente que,justo cuando uno piensa que elmalo ha desaparecido o hamuerto, puede asomar encualquier momento por detrásde un roble y lanzarse sobre ti.

Aun así, está sonriente.Oigo sirenas a lo lejos. La

policía viene en camino.La madre de Max, sin soltar a

su hijo, se acerca rápidamenteal padre de Max y se abraza aél. Está llorando a lágrima viva.

Max me mira. Sonríe. No esuna mueca. Está sonriendo.

Yo también sonrío. Y llorotambién. Es la primera vez enmi vida que lloro de alegría.Miro a Max y levanto el pulgar,felicitándolo.

A través de mi pulgar, que yaempieza a desvanecerse, veo aMax besar a su madre en lamejilla empapada de lágrimas.

Capítulo 61

—¿Sabes que estás…?—Ya lo sé —digo—. Hace

dos días que empecé adesaparecer.

Chispa suspira. Se queda unmomento callada, mirándomesin más. Estamos solos en lasala de recreo del hospital. Al

llegar había otros amigosimaginarios dentro, pero,cuando me ha visto, Chispa lesha dicho que se fueran.

Está visto que a las hadastodo el mundo las obedece.

—¿Sientes…? —mepregunta.

—No siento nada —le digo—. Si fuera ciego, ni siquierame habría dado cuenta de queestoy desapareciendo.

Aunque eso no es del todo

cierto. Max ya no me habla. Noes que esté enfadado conmigo,es que ya no se da cuenta deque estoy a su lado, eso estodo. Si me planto delante de ély le hablo, entonces sí me ve yme contesta. Pero si no lehablo, él tampoco me habla amí.

Han sido unos días muytristes.

—¿Dónde está Oswald? —pregunta Chispa.

Pero Chispa baja la vista, yveo que ya lo sabe.

—Desapareció —le digo.—¿Y adónde fue?—Buena pregunta —le digo

—. No lo sé. Al mismo sitioque voy a ir yo. Quizá aninguna parte.

Le cuento a Chispa la historiade la huida de Max y cómoOswald el Gigante consiguióentrar en la prisión del sótano ytocó el mundo real por última

vez, cortándole el paso a laseñorita Patterson y haciéndoletropezar para que Max tuvieratiempo de escapar. Tambiénnuestra huida por el bosque y latrampa que Max le puso a laseñorita Patterson, y la peleafinal en el jardín de su casa. Yque el padre de Max tuvoinmovilizada a la señoritaPatterson hasta que llegó lapolicía, y luego alardeó ante losagentes de que su hijo «había

podido con aquella bruja».También le cuento que

Oswald sabía que se moría, yque intenté traerlo otra vez alhospital para salvarle la vida.

—Pero no quiso —le digo—.Se sacrificó para poder salvar aMax. Es un héroe.

—Y tú también —diceChispa, sonriendo entrelágrimas.

—Pero no como Oswald —replico—. Yo lo único que hice

fue animar a Max para quecorriera y se escondiera. Yo nopuedo tocar el mundo realcomo hizo Oswald.

—Tú fuiste quien le dijo aMax que lanzara aquella huchapor la ventana. Y también ledijiste que eras imaginario solopara que pudiera salvarse a símismo. También tú tesacrificaste.

—Sí —digo, de pronto conrabia por dentro—. Y gracias a

eso ahora dejaré de existir. Maxestá sano y salvo, pero yo meestoy muriendo. Y cuando yoya no esté, ni siquiera seacordará de mí. Me convertiréen una simple historia que sumadre le contará algún día. Lahistoria de cuando tuvo unamigo imaginario llamadoBudo.

—Pues yo creo que Max seacordará de ti siempre —diceChispa—. Lo que no recordará

es que fueras real. Pero yo sí.Pero Chispa también morirá

algún día. Quizá dentro depoco. La personita que la creósolo tiene cuatro años. Dentrode un año como mucho, lo másprobable es que Chispa ya hayadesaparecido. En cuanto salgade preescolar, como la mayoríade amigos imaginarios. Ycuando ella muera, se acabó: noquedará ningún recuerdo delpaso de Budo por este mundo.

Todo lo que he hecho o dichoen vida habrá desaparecidopara siempre.

Las alas de Chispa se agitan.Se levanta del sofá y se quedaplaneando en medio de lahabitación.

—Y yo se lo contaré a losdemás —añade, como si mehubiera leído el pensamiento—.A todos los amigos imaginariosque llegue a conocer, para queellos lo puedan contar también

a todos los amigos imaginariosque conozcan. Y que la historiasiga pasando de unos a otros,para que el mundo no olvidenunca lo que Oswald el Gigantey Budo el Magnífico hicieronpor Max Delaney, el niño másvaliente del mundo.

—Eres muy buena, Chispa—le digo—. Muchas gracias.

No tengo valor para decirleque no por eso me va a resultarmás fácil morir. Ni que

tampoco confío en que todoslos amigos imaginarios delmundo transmitan nuestrahistoria. Hay demasiados queson como Chucho, Chomp oCuchara.

Y pocos como Chispa,Oswald, Summer o Graham.

Muy pocos.—¿Cómo está Max? —

pregunta Chispa, posándose denuevo a mi lado en el sofá.Quiere cambiar de tema, y yo

me alegro.—Bien —contesto—. Yo

pensaba que, después de todolo ocurrido, cambiaría. Pero no,quizá haya cambiado un poco,pero no mucho.

—¿Qué quieres decir?—Max reaccionó muy bien

en el bosque y también al final,en el jardín de su casa, porquese encontraba en su salsa. Llevatoda la vida leyendo sobreguerras, armas y

francotiradores. Ha planeadomil y una batallas con sussoldaditos. En aquella arboledano había nadie que leincordiara. Nadie que le hablarani buscara su mirada. Queintentara estrecharle la mano, lediera un puñetazo en la nariz ole subiera la cremallera delabrigo. Estaba huyendo dealguien, que al fin y al cabo eslo que hace siempre, huir de lagente. Reaccionó muy bien, sí,

pero casi porque se sentíacómodo en aquel papel.

—¿Y ahora cómo está? —pregunta Chispa.

—Ayer volvió al colegio y lopasó mal. Todos querían hablarcon él. Se le echaron todosencima nada más entrar y casise bloquea. Menos mal que laseñorita Gosk se dio cuenta yles dijo a todos, maestras, niñosmayores, e incluso psicólogos,que lo dejaran en paz. Max

sigue siendo Max. Quizá ahoraun poco más valiente y un pocomás capaz de cuidar de símismo, pero sigue siendo Max.Angustiado todavía por lascacas de propina y por TommySwinden.

Chispa arruga de pronto elpunto de la frente en el que seencontrarían sus dos cejas si lastuviera: no entiende a qué merefiero.

—Es una larga historia —le

digo.—¿Cuánto crees que tardarás

en…?—No sé —le digo—. Igual

mañana.Chispa sonríe, pero es una

sonrisa triste.—Te echaré de menos,

Budo.—Y yo a ti —le digo—. A ti

y a todo.

Capítulo 62

Tenía yo razón. Va a ser hoy,ya está sucediendo. CuandoMax ha encendido la luz estamañana, casi no he podidoverme el cuerpo. Le he dichohola y no me ha contestado. Nisiquiera ha mirado en midirección.

Y desde hace un rato mesiento raro. Estoy sentado enclase de la señorita Gosk. Maxestá sentado en la alfombra conlos demás niños. La señoritaGosk les está leyendo Elvaliente Desperaux, un cuentoque trata de un ratón. Yopensaba que sería una tontería,porque el protagonista es unratoncito, pero qué va. Es unahistoria preciosa. Es el libromás bonito del mundo. Trata de

un ratón enamorado de la luzque sabe leer y tiene que salvara la princesa Guisante.

La señorita Gosk va solo porla mitad del libro. Nunca meenteraré de cómo termina lahistoria. No sabré lo que le pasaa Desperaux.

Desperaux se parece un pocoa mí. Yo nunca sabré quésuerte ha corrido Desperaux ynadie sabrá nunca la mía.Dejaré de existir, de persistir,

hoy mismo, sin que nadie losepa excepto yo. Moriré ensilencio, sin que nadie seentere, en el fondo de la clase,escuchando un cuento sobre unratoncito cuya suerte nuncallegaré a conocer.

Max, la señorita Gosk ytodos los demás continuaráncon su vida como si nadahubiera ocurrido. Seguirán aDesperaux hasta el final de suaventura.

Yo, no.Siento como si tuviera un

globo suave y pegajoso dentrode la barriga. Uno de esosglobos que flotan solos. Noduele. Solo siento como sitiraran de mí hacia arriba,aunque siga sentado en estasilla. Me miro las manos, perosolo consigo verlas si las llevoa la altura de los ojos y lasmuevo.

Me alegro de poder morir en

clase de la señorita Gosk. Maxy la señorita Gosk son los dosseres de este mundo a los quemás quiero. Es bonito pensarque serán el último recuerdoque me lleve de aquí.

Solo que no voy a tenerrecuerdos. Será bonito morirjunto a Max y la señorita Gosksolo hasta el momento en queme muera. Entonces, ya nadatendrá ninguna importancia. Apartir de ese instante nada

tendrá nunca más sentidoninguno para mí. Y no solohablo de lo que pase despuésde que yo muera, sino tambiéna lo de antes. Cuando yomuera, todo morirá conmigo.

Qué desperdicio de vida.Miro a Max, sentado a los

pies de la señorita Gosk. A éltambién le encanta este cuento.Está sonriendo. Ahora yasonríe. Esa es la únicadiferencia entre el Max que

creía en Budo y el que ya nocree. Este sonríe. No mucho,pero de vez en cuando.

La señorita Gosk tambiénestá risueña. Sonríe porqueMax ha vuelto, pero tambiénporque le encanta la historia deese ratoncito tanto como a susalumnos. Acaban de lanzar aDesperaux a las mazmorras conlas ratas, porque es distinto alos demás ratones, y en ciertomodo Max es como Desperaux.

Es distinto a todos, y también élestuvo encerrado en un sótano.Y me parece que, al igual queMax, Desperaux logrará escaparde esa oscura mazmorra ysalvarse.

El globo crece en mi barriga.Siento un calorcito muyagradable por dentro.

Me acerco a la señorita Gosky me siento a sus pies con losdemás. Justo al lado de Max.

Pienso en todos los amigos

que he perdido en estas dosúltimas semanas. En Graham,Summer, Oswald, Dee. Me losimagino a todos pasando pordelante de mí. En su mejormomento.

A Graham sentada junto aGrace el día de su desaparición.

A Summer cuando me hizoprometer que salvaría a Max.

A Oswald de rodillas ante lapuerta de la terraza, parandocon las palmas de la manos a la

señorita Patterson.A Dee dándole voces a Sally

porque lo quería como a unhermano.

A todos los quise.A todos los echo de menos.Miro a la señorita Gosk, que

está de pie delante de mí.Cuando me vaya de estemundo, será ella quien tendráque proteger a Max. Tendrá queayudarle con sus cacas depropina, con Tommy Swinden

y con todas las pequeñas cosasque él no puede hacer porquevive gran parte de su vidadentro de sí mismo. Ese dentrotan especial y maravilloso queme creó a mí.

Sé que lo protegerá. Oswaldel Gigante fue un héroe, y quizáyo también un poquito. Pero laseñorita Gosk es una heroínatodos los días, a todas horas,aunque solo los niños que soncomo Max se den cuenta. Y

seguirá siendo una heroínamucho tiempo después de queyo me haya ido de este mundo,porque lo ha sido siempre.

Miro a Max. Mi amigo. Elniño que me creó. Quisieraenfadarme con él por haberseolvidado de mí, pero no puedo.Lo quiero. Cuando yo deje deexistir, nada tendráimportancia, pero creo que encierta manera seguiré queriendoa Max.

Ya no temo morir. Pero estriste. Nunca más volveré a vera Max. Lo echaré de menostodos y cada uno de los milesde días que le queden por vivir,cuando crezca y se haga unhombre y tenga a un pequeñoMax a su vez. Creo que sipudiera quedarme sentado enalgún sitio, quieto y sin hacerruido, y ver crecer a este niñoque tanto quiero a lo largo desu vida, sería feliz.

Ya no necesito seguirexistiendo por mi propio bien.Lo único que deseo es seguirexistiendo por él. Para saber loque pasa en su vida.

Siento mis lágrimas calientes.Mi cuerpo caliente. No me veoa mí mismo, pero sí a Max. Supreciosa carita está levantadahacia esa maestra que adora,hacia la única maestra que haquerido en su vida, y sé queserá feliz. Que estará a salvo.

Que será un buen chico.No veré el resto de la vida de

Max, pero sé que será larga,feliz y buena.

Cierro los ojos. Las lágrimasresbalan por mis mejillas y depronto desaparecen. Esossurcos húmedos y calientes handesaparecido. El pegajosoglobo que crece dentro de mí sehincha llenando todos y cadauno de los rincones de mi ser, yde pronto siento que me elevo.

Ya no tengo cuerpo. Ya nosoy yo.

Me elevo.Retengo mentalmente la

imagen de la cara de Max todoel tiempo que puedo. Hasta quedejo de existir.

—Te quiero, Max —susurro,mientras la cara de mi amigo yel resto del mundo se fundenen blanco.

Epílogo

Abro los ojos. Me encuentrocon otros ojos. Los he vistoantes. Son oscuros y cálidos.Me conocen.

No acierto a saber de quiénson. De pronto los recuerdo.

No lo entiendo.La llamo por su nombre.

—¿Dee?Y entonces comprendo.

Agradecimientos

Stephen King sugiere escribir elprimer borrador de una novelaa puerta cerrada.

Sospecho que el señor King,por quien siento un enormerespeto, en su juventud noperdió el tiempo en loslóbregos rincones de una sala

de juegos recreativos ni sentadoante una pantalla de televisiónagarrado al mando de una Atari5200. Los adictos a losvideojuegos desarrollandependencia de las reaccionesinmediatas del otro y lasrequieren de continuo. Aunqueyo tenga ya superada miadicción y ahora juegue solomuy de vez en cuando, esanecesidad inmediata de lareacción del otro no me ha

abandonado.Por consiguiente, escribo

siempre con la puerta abierta.Durante el proceso deredacción de esta novela, invitéa un puñado de amigos yfamiliares a que fueranleyéndola a medida que laescribía. Aquellas constructivassugerencias, generosasalabanzas y consejos personalesfueron fundamentales para suconsecución, pero lo más

importante para mí fue saberque había un lector esperandoansiosamente la llegada delsiguiente capítulo.

Y les estaré eternamenteagradecido por ello.

Entre esos primeros lectoresdebo destacar, ahora y siempre,a mi esposa, Elysha Dicks, lapersona a quien va dirigidacada palabra que escribo.Escribir para mí viene a serpoco más que un continuo e

interminable empeño porimpresionar a esa chica bonitade la que estoy enamorado.Tengo la suerte de que a Elyshale guste por lo general casi todolo que escribo y de que ponga ami disposición el tiempo y elapoyo necesarios para querealice mis propósitos. A elladebo el deseo de escribir bien,así como el tiempo necesariopara acometer la tarea deconseguirlo.

Gracias en especial a LindsayHeyer por sugerirme que aquelamigo imaginario que tuve enmi infancia pudiera servirme deinspiración para una novela. Enlos últimos cuatro años hetenido la fortuna de disfrutarampliamente de su compañía, ysi ella no se hubiera mostradotan dispuesta a escucharme y aser mi confidente y amiga, estelibro nunca habría podido verla luz.

Gracias también a missuegros, Barbara y GerryGreen, por su apoyo y su afectoen todo momento. Aunque aveces resulten abrumadores ysus perros suelan sacarnos dequicio tanto a mi esposa comoa mí, su presencia ha sido unabendición en mi vida. Gracias aellos he logrado comprender yexperimentar el orgullo queunos padres pueden sentir porsu hijo. Soy un hombre

afortunado por haber gozadode ese obsequio tan tarde en lavida.

Gracias a la auténtica señoritaGosk, que apenas difiere de suhomóloga en la ficción. Tuve lainmensa suerte de contar conDonna como mentora en losinicios de mi carrera docentecatorce años atrás, y hemossido almas gemelas y grandesamigos desde el primer día.Donna es una de las mejores

profesoras que he conocido, y alo largo de los años he sidotestigo de cómo les cambiaba lavida a infinidad de niños. Mideseo era que Max y Budocontaran con la mejor maestraposible, y enseguida comprendíque la realidad había puesto ami disposición un personajemás extraordinario quecualquier producto de miimaginación.

Debo también mi

agradecimiento a Celia Levett,correctora de este libro. En miopinión, el nombre de losprofesionales que editan unlibro debería figurar en sucubierta, a modo dereconocimiento por todo eltrabajo realizado para que unahistoria llegue a su meta.Gracias a la experta laboreditorial de Celia Levett me heahorrado innumerablesbochornos lingüísticos. Su

invisible pero indispensableimpronta, a la manera de unaamiga imaginaria, se oculta trascada página de este libro.

Debo también eternoagradecimiento a DanielMallory, a quien aún no heconocido personalmente, perocon quien siento una enormeafinidad, aun cuando nuestrarelación se fundamente en unaspocas llamadas telefónicas yuna plétora de correos

electrónicos. Sospecho que siDaniel residiera más cerca,trabaríamos amistad deinmediato, pero, con un océanode por medio, de momentodebo conformarme con sussabios y preciados consejos. Lafortuna quiso que pudieracontar con su expertacolaboración para poder darvida a Budo.

Y por último, mi eternoreconocimiento a Taryn

Fagerness, mi agente y amiga,que creyó en mi capacidad paraescribir esta historia pese a misdudas. Sin su apremio, Budo ysus amigos se habrían sumadoal montón de ideas olvidadasque plagan mi disco duro.Taryn es la amiga invisible demi carrera literaria desde hacemucho tiempo. Gracias a ella,todo golpe resulta un pocomenos duro, todo éxito unpoco más gozoso y toda frase

que llevo al papel un pocomenos desafortunada. Ella es laChispa de mi vida. Mi ángel dela guarda.

Antes de los 18, MatthewDicks había muerto dos veces y"resucitado" gracias a losmédicos de las ambulancias. Alos 18 se fue de casa y se pusoa trabajar en múltiples trabajos"sin futuro" hasta que lerobaron a punta de pistola, alos 23. Este tercer cara a caracon el destino le convenciópara levantar el trasero e ir a launiversidad. Ahora es tituladoen Filología Inglesa y

Educación, y tiene un máster deEnseñanza con Tecnología.Tiene dos libros para adultospublicados y trabaja de maestrode primaria en Connecticut,donde vive con su esposa y suhija. Tiene un blog enwww.matthewdicks.com.

Título original: Memoirs of anImaginary Friend

Edición en formato digital: junio de2012

© 2011, Matthew Dicks© 2012, Random House Mondadori,S. A.Travessera de Gràcia, 47-49. 08021Barcelona© 2012, Victoria Alonso Blanco, porla traducción

Diseño de la cubierta: RandomHouse Mondadori, S.A.

Quedan prohibidos, dentro de los límitesestablecidos en la ley y bajo losapercibimientos legalmente previstos, lareproducción total o parcial de esta obrapor cualquier medio o procedimiento, asícomo el alquiler o cualquier otra forma decesión de la obra sin la autorización previay por escrito de los titulares del copyright.Diríjase a CEDRO (Centro Español deDerechos Reprográficos,http://www.cedro.org) si necesitareproducir algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-15594-05-5

Conversión a formato digital:Newcomlab, S.L.

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