Memorias de Un Condenado

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    Jos Manuel Fernndez

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    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicacinpuede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna

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    Jos Manuel Fernndez

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    A todos mis clientes,

    que aspiran a ser ms libres

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    ndice

    Introduccin ................................................................... 11I. Encuentro en la consulta ....................................... 15

    II. Comienza la pesadilla ............................................ 25

    III. Pgameee! ............................................................ 31

    IV. Empata con mi cliente ........................................ 37

    V. Un suicidio anunciado .......................................... 43

    VI. La peor de las sorpresas ..................................... 49

    VII. Tratamiento de choque...................................... 55

    VIII. Un mtodo resolutivo ....................................... 61

    IX. Reencuentro en la noche .................................... 67

    X. Ms all del tmulo................................................. 73

    XI. Subyugado por el terror ...................................... 79

    XII. Intrigante propuesta ........................................... 83

    XIII. Crimen y castigo de un trgico pasado ...... 89

    XIV. La prisin subterrnea ...................................... 95

    XV. Acecho de ojos invisibles ................................... 99

    XVI. Aparicin imprevista ......................................... 105

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    XVII. Un motivo de esperanza ................................. 111

    XVIII. Huyendo del terror.......................................... 117

    XIX. Prueba de liberacin .......................................... 123

    XX. Obreros del rescate .............................................. 129

    XXI. Relexin inal ....................................................... 135

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    Por una vez, tuve que emplear recursos que excedan

    a los convencionales de las ciencias de la conducta y aden-trarme en esferas hasta ese momento desconocidas, perono por ello menos cruciales. El mundo espiritual, con todosu inters y su irresistible atraccin se abri ante mis ojospara atraparme, para que trabajara con l en un desao al

    que nunca me haba enfrentado. Llegu a la conclusin deque fui utilizado por manos extraas, por seres invisibles

    a la vista o al tacto, por circunstancias que nada tienenque ver con las habituales pero que ejercieron sobre mimente un poder arrebatador.

    Al inal, no distingua bien entre quin de los dos se

    haba transformado ms, si mi cliente o yo mismo. Elefecto teraputico que esta experiencia supuso todava

    llega a mi presente, pues tuvo unas secuelas tremendas.Para mi admirado Miguel, signiic la reconduccin de

    su enorme problema, el cual provena de la noche de lostiempos. Para m, implic que mis pupilas se dilatarande una forma tan considerable que pudiera llegar a reco-nocer la intensa inluencia que ejercen sobre nosotros,

    seres de carne, los moradores del otro plano.

    Cada cual es dueo de sus opiniones, y desde luego,no se trata de convencer a nadie. Como adultos y aunquesomos sujetos en permanente construccin, cada uno eslibre de juzgar o de analizar la realidad que le envuelve.En mi caso, aunque ya contaba con un historial previo deinters por estas cuestiones del ms all, la exposicin

    al reto que constituy conocer a mi cliente y tratar deayudarle, ampli mis miras, mi interpretacin sobre loque hacemos en esta dimensin material y sobre el sen-

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    tido ltimo de la vida, cuestiones por cierto, tan antiguas

    como la criatura humana.Os invito a introduciros en la piel de Miguel, en su

    crnica, en sus miedos e inquietudes y tambin en ladescripcin de unos hechos extraordinarios, a compar-tir esta atrayente narracin que me hizo relexionar ho-ras y das, ms all de las paredes de mi consulta.

    Ahora, querido lector, es tu turno. T tienes la palabra.

    El Puerto de Santa Mara (Cdiz),verano de 2013.

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    I. Encuentro en la consulta

    Hace algn tiempo, un hombre de unos cincuentaaos, aunque aparentaba muchos ms, acudi a mi con-sulta psicolgica en bsqueda desesperada de ayuda. Suaspecto demacrado, sus marcadas ojeras y un semblanteen general presidido por el abandono y la apata, capta-ron mi atencin con rapidez. Nada ms verle penetrar

    en la estancia pens en lo tortuoso que deba haber sidoel camino recorrido por aquel sujeto tan laco y de tra-za tan desmejorada. No era para menos. Haca poco quehaba salido de prisin, habiendo permanecido en ellacasi veinte aos.

    No lleg solo a mi local, pues vena acompaado desu madre y de su hermana mayor. Aquellas dos mujeres

    tambin presentaban en su rostro las heridas de un ac-cidentado pasado, de un ayer vivido en comn con aquelser dbil y de mirada huidiza y que pretendan sellar atravs del consejo de un psiclogo, de un profesional quediera con la clave para curar la enigmtica enfermedadde aquel ser que una tarde llam a mi puerta.

    Tal fue la desesperanza que contempl en sus ojosy la necesidad de apoyo que precisaba de aquellas dosmujeres, que no se separaba de ninguna de ellas ni si-

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    quiera un palmo. Les hice a los tres acomodarse para es-

    cuchar entonces el relato del motivo que les haba tradoall. Las fuerzas del hombre no deban andar muy sobra-das pues en mi impresin, hasta trabajo deba costarleabrir su boca, por lo que alternndose en un equilibradojuego de turnos, sus dos acompaantes femeninas die-ron inicio a la narracin de los pormenores de la vida deaquel exconvicto.

    Procedente de un ncleo familiar humilde, haba ha-bitado siempre en un barrio socialmente conlictivo. No

    obstante, la inmensa mayora de los miembros de estaparentela se haban ganado la vida con honradez, condiicultades en muchos casos, pero sin caer nunca en el

    delito o en otras malas artes. Solo aquel individuo sen-tado frente a m haba tenido problemas con la justicia.

    Incluso ya antes de la adolescencia, mostr unas ten-dencias ms que preocupantes: faltaba a clase, sus calii-caciones eran psimas y sus compaas, a cul ms pro-blemtica. Precozmente, descubri la pcima mgicaque le hara, pese a su juventud, olvidar el resentimientoque senta hacia un mundo en el que no encajaba ni en-

    contraba su sitio. Primero fue el alcohol, pues le cogi elgusto a aquello de sostener una botella entre sus ma-nos hasta vaciar el contenido en su estmago, mientrassu mirada, sumida entre vapores etlicos y grisceos seperda en horizontes cada vez ms difusos.

    Casi a la par, lleg la hora del tabaco, pues tener algoque manosear entre sus dedos y que distrajera su aten-cin de cosas ms graves se convirti en un hbito delo ms arraigado en sus esquemas habituales. Adems,para un adolescente como l, no dejaba de ser una cos-

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    tumbre que a fuerza de perpetuarla le aproximaba cada

    vez ms al entorno de los adultos.El tiempo transcurri y los dos elementos ya citados

    le resultaban insuicientes a nuestro personaje por sus

    dbiles efectos sobre su psique. Estaba claro que ya nose conformaba con ingerir grandes cantidades de cerve-za, vino o aquello a lo que le invitaran, ni tampoco con

    absorber el humo denso y venenoso de multitud de ci-garrillos. Debido a ello, se herman con su amigo elcannabis, con el que pasaba largas horas de compaaentre las caladas y los resoplidos de esa risa loja que

    le provocaba, apartando de su cabeza inquietudes msesenciales.

    Mas este hombre era muy ambicioso en el campode la investigacin con las sustancias txicas: cuanto

    ms le aguijoneaba la conciencia por dentro, cual cu-chillo puntiagudo que te penetra desde el interior haciafuera, ms deseaba acallar la cada vez ms tmida vozde ese instrumento que Dios dispuso en el silencio delhombre para hacerle recordar sus compromisos con la

    vida. Quera algo con lo que animarse deinitivamente,con lo que superar ese decaimiento que le embargabaen sus breves perodos de lucidez. Conoci la cocana yse produjo un autntico lechazo. Le encant, enamo-rndose de ella desde la primera cita, ya que cuando laconsuma, ya no era l propiamente dicho, ese sujeto ca-bizbajo, amargado y deprimente, sino que se transfor-maba en un ser mucho ms abierto y extrovertido con

    los dems. Cuntas juergas de juventud entraron por sunariz!

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    Sin embargo, todo ese espectculo de festejos y ale-

    gra no eran ms que puro artiicio, fachada que se des-moronaba como quien se quita un disfraz. La extensinde su autoengao duraba tan solo horas; sueos de aspi-raciones fantasiosas que se evaporaban en cuanto la luzde la ms triste normalidad se encenda ante sus pupi-las. Fue entonces cuando cay en la cuenta de que talesdecepciones, tales vueltas a la rutina, cada vez le exaspe-

    raban ms, le ponan ms tenso, le impregnaban de unaansiedad lotante y de una irritabilidad ms y ms dicil

    de dominar. De pronto, repar en que necesitaba relajar-se, viajar hacia dimensiones interiores donde reinaranel sosiego y la calma pese a la irresponsabilidad de susactos, pero no de forma natural sino con la ayuda de otraamiga de andanzas.

    Un da, le invitaron a fumar herona y descubri laabsoluta paz que se respiraba en el utpico reino delos opiceos. Por in, haba hallado cmo estar a solas

    consigo mismo sin tener que escupir por sus labios con-tinuamente aquellos restos de maldad procedentes desus pensamientos, esos que le llevaban a creer que la

    existencia estaba siendo muy injusta con l al no ofre-cerle ms alternativa que evadirse por todos los mediosde una realidad que no aceptaba.

    El ltimo de los arreglos por el que apost nuestroprotagonista result igualmente un contrasentido. Per-dido entre resacas de alcohol, subidones de coca ybajadas del caballo, el muchacho tena que encontraralgo fcil de conseguir y hasta barato, que le compensa-ra de los terribles vaivenes que experimentaba cuando

    abusaba de las anteriores sustancias. Acudi para ello a

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    la farmacologa de la calle, la que estaba presente en las

    esquinas del barrio, la que serva para hacerle olvidarlo que debera haber pensado antes de volver a consu-mir. Y se introdujo de lleno en el tenebroso mundo de laspastillas, las que fueran, pero que ayudaran a aliviarlede los agudos toques de atencin de su conciencia, yacada vez ms diluidos entre tanto veneno que se estabametiendo dentro de su cuerpo. Maldita rueda de la for-

    tuna criticaba con rabia hacia s mismo, que en su girarimprudente, le conduca de nuevo al punto de partida, aotro tropiezo, cuando an no se haba recuperado de suanterior cada!

    Deinitivamente, si el organismo era el traje del

    espritu durante la vida, aquel tena ya tantas manchas,

    arrugas y agujeros que ms que servirle de vehculo eraya todo un estorbo. Su angustia vital y su desorientacinse vean de nuevo difuminadas con la toma de otra pldo-ra que una vez s y otra tambin, lo nico que haca erapostergar la solucin de un problema que cuanto mstardaba en afrontar ms le pesaba en el macuto existen-cial que todos llevamos a nuestras espaldas. Sumido en

    el sueo de la inconsciencia, las horas pasaban mientrasla desidia le meca de un lado a otro, pero nunca girabasu rostro para mirar de frente las demandas propias delsimple transcurrir del tiempo. Y es que esta ltima pala-bra le aterrorizaba.

    Vaya trayectoria! me deca yo, mientras intentabacontactar sin xito con los ojos de aquel resto de hom-bre, en representacin del cual hablaban su madre y suhermana. Ni me miraba. Tena su vista ija en el suelo,

    preiriendo por vergenza que los dems describieran

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    por l la ruina de sus andares. De pronto, sucedi algo

    imprevisto. Esa persona levant ligeramente sus brazosy asiendo por las muecas a las mujeres sentadas a suizquierda y a su derecha pronunci en tono bajo peroentendible una sola expresin: ya basta.

    Fue como un antes y un despus. Por razones desco-nocidas, aquel seor cay en la cuenta que nadie debaseguir contando por l lo que a l le perteneca, que esta-

    ba harto de escuchar por boca de otros los avatares de sucamino de perdicin. Tuvo un ataque de honestidad y enmedio de la consulta, decidi por su propia voluntad serel intrprete de su propia tragedia. Desde ese momento,pas a aduearse del reino de las palabras y fue l quiennarr los diferentes captulos de su triste historia.

    Los efectos de distraccin de esas sustancias incor-poradas a su organismo tenan un ms que elevado cos-te. Nadie se las regalaba, aunque algn amigo le invitarade vez en cuando a una consumicin, por lo que hubo dearreglrselas para sostener tan caras necesidades. Lasconsecuencias no se hicieron esperar: al principio fue-ron pequeos robos en su barrio y luego otros de mayor

    cuanta en otras zonas de la ciudad o incluso en otroslares, alejados de su localidad y en compaa de otroscolegas de profesin.

    Ms adelante, hall algo digno de s mismo y paralo cual no necesitaba realizar un doctorado: el trapicheocon drogas. Con este sistema consegua ciertas ganan-cias que divida a partes iguales. Por un lado, le servapara obtener algo de dinero, incrementando as su co-mercio a pequea escala y por otra, una porcin de loque adquira a sus contactos se lo gastaba en s mismo.

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    Como puede observarse, nuestro protagonista aplicaba

    con todo rigor y sobre sus espaldas la mxima de quela caridad deba empezar por uno mismo. Acorde asus esquemas ms instintivos, era preciso reservar unacuota del gnero con el que trabajaba como modo dealigerar las penas y sobrevivir en el da a da.

    Aun siendo tan joven y como era de prever, su saludse vio deteriorada. Las arrugas, los moratones y la ex-

    trema delgadez llamaron a sus puertas y mientras queviva como un fantasma en casa de sus padres, una jor-nada, en una analtica de sangre que sus progenitoresle obligaron a hacerse, descubri una lamentable reali-dad tan solo a l atribuible: no solo haba desarrolladola hepatitis sino que tambin era portador del VIH (virusde la inmunodeiciencia humana). Ante unos resultados

    tan deplorables para su vitalidad, se limit a exclamar:

    Maldita droga! Me ha roto por dentro!.

    Pero como no saba qu hacer ni atisbaba escapato-ria a su aligido deambular por los adoquines de unas ca-lles que le observaban consumirse hora a hora, minuto aminuto, no solo no abandon a sus queridas sustancias

    txicas que tantos beneicios le haban deparado, sinoque las abraz an con ms fuerza, deslizndose por untobogn que descenda al centro de la ms aterradoranegritud, all donde habitan las sombras ms espesas ylas ms inquietantes compaas del Umbral festejan conun brindis tu bienvenida a sus dominios.

    Una tarde y debido a ese extrao equilibrio que todo

    lo gobierna pese a algunas apariencias en contra, fue de-tenido en lagrante delito por la polica cuando cometa

    uno de sus acostumbrados robos. Pequeas condenas

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    al principio que fueron aumentando conforme sala y

    volva a entrar en la crcel, marcando indefectiblementesu peregrinar en el decenio que transcurri desde quecumpli los veinte hasta que alcanz los treinta aos deedad.

    Lo que aprendi all dentro no le vali de mucho, nitampoco cambi sus esquemas para afrontar la realidady sus desaos. Simplemente se acomod, contemplando

    el aburrido y triste paso de los das pero eso s, sin hacerabsolutamente nada por mejorar o aprender algo cons-tructivo, no fuera a ser que se alterara su consolidadarutina vital. Despus de todo, la prisin no le resultabams que un microcosmos dentro del macrocosmos de lacalle, o en otras palabras, una iel e intensa representa-

    cin aunque en pequeo de su mundo habitual.Tras los barrotes, se relacionaba con gente de similar

    peril a la de su barrio, de idnticas motivaciones, lo que

    no haca sino reforzar su consabida tendencia a evadirsede la realidad a cualquier precio. Consuma drogas cuan-do poda, segn disponibilidad, matando el tiempo coninterminables paseos por el patio o con repetitivas char-

    las con otros compaeros de internamiento, las cualescontenan argumentos de todo tipo menos de carcterprovechoso o esperanzador. Lo nico bueno que obtuvofue someter a cierto control el declive de su salud, puessumergido en la disciplina penitenciaria, al menos seacogi al hbito de tomar regularmente su medicacinantirretroviral y su metadona (sustancia que se empleabajo control mdico en los programas de desintoxica-cin y mantenimiento de los dependientes de opiceos,tales como la herona).

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    la vida a alguien, a otro ser probablemente de su misma

    catadura, pero una persona con todo su derecho a vivir.Miguel*, pues as se llamaba mi cliente, arroj en ges-

    to involuntario el arma homicida sobre el pavimento.Tena restos de sangre en su mano derecha, los cualesintentaba limpiar nerviosamente introducindola y sa-cndola de forma compulsiva del bolsillo de su cazadora.Aquel aciago da, empez a cavar la tumba de sus futuros

    pasos, pues incluso en el momento de mi primera entre-vista con l, an segua extrayendo paletadas de tierra

    de su fosa de culpabilidad, para ajustarla al tamao desu cuerpo y de su crimen.

    * El nombre de Miguel es icticio. Se ha cambiado el originalpara preservar la identidad real del cliente.

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    II. Comienza la pesadilla

    Huy a toda prisa de aquel terrible escenario y exte-nuado por el esfuerzo de correr y escapar, se refugi enuna construccin en ruinas que haba junto a las afuerasde la ciudad. Por una vez en su reciente cronologa, sehallaba plenamente consciente de lo que haba sucedi-do y de lo que haba hecho. Esta anmala situacin de

    lucidez en su trayectoria fue demasiada carga para unamente nada acostumbrada a funcionar con normalidad.En uno de los bolsillos laterales de la chamarreta quevesta, tena una pequea bolsita de plstico que con-tena varios tipos de frmacos, aunque todos ellos bajoel denominador comn de inducir al sueo del que lostomara.

    La culpabilidad que apreciaba en su interior porel acto cometido y una especie de ansiedad paralizan-te que le suba desde el estmago a la garganta, hastaincluso diicultarle la respiracin, le resultaron insufri-bles. Vaci todo el contenido de las pldoras en una desus manos y con la nica ayuda de su saliva, la cual lecostaba trabajo secretar debido al desasosiego que sen-ta, las fue tragando una a una hasta que tumbado sobrelos ladrillos derruidos de aquel solar en el descampadoperdi inalmente el conocimiento.

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    La existencia de testigos en aquella frecuentada es-

    quina, lugar del crimen, mas la presencia de sus huellascomo seal identiicativa en la navaja, determinaron un

    testimonio ms que suiciente para reunir seales evi-dentes de la autora homicida de Miguel. No pasaronmuchas horas hasta que las fuerzas del orden, ayudadaspor el potente olfato de perros adiestrados en estas li-des, le localizaron y detuvieron.

    Dado su lamentable aspecto, fue trasladado incons-ciente en ambulancia a un centro hospitalario dondetras someterse a un lavado de estmago y salir de pe-ligro, fue conducido a comisara a declarar. Los datoseran tan contundentes que no existi la menor duda en

    la polica acerca de la responsabilidad de mi cliente en la

    muerte del joven que haba discutido previamente conl y que haba cado bajo su mano ejecutora.

    El juez, como resultaba previsible y a la vista de laspruebas reunidas, determin su inmediato ingreso enprisin donde permanecera como interno preventivohasta la fecha de celebracin del juicio. Pasados unos

    meses, se produjo el veredicto inal con el resultado deuna sentencia impuesta de ms de veinte aos de conde-na, no solo por la muerte por l provocada sino tambinpor un delito contra la salud pblica. Estaba claro queuna nueva fase crucial en la vida de nuestro personajese abra paso.

    Pero con ser el castigo aplicado por el tribunal ex-

    tenso en su duracin, al haber sido el actor principal delms brutal de los delitos, la pena ms dura a la que fuesometido Miguel no le vino asignada por la toga de los

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    jueces sino por alguien del que jams sospechara que

    volvera a hallar en su camino: su vctima.Algo debi intuir nuestro hombre cuando duran-

    te los dos das que permaneci en los calabozos de lacomisara, se enfrent a unas pesadillas horribles rela-cionadas con el luctuoso hecho. An as, no le concedimayor importancia, sino que simplemente las atribuy ala fuerte agitacin interna sufrida ante un hecho que ibaa afectar de un modo tan signiicativo a su existencia. Sin

    embargo, el peor de los escenarios imaginados se trans-form en cruel realidad. Fue justo la primera noche quepas en prisin cuando a eso de las dos de la madrugada,la silueta fantasmagrica del fallecido se le apareci contodo detalle a los pies de su cama.

    Aquella forma humana miraba a su asesino atrave-sndole con actitud de desprecio y odio a la vez, al tiem-po que clavaba sus ojos en las pupilas de nuestro perso-naje en un suceso que hubiera helado la sangre de hastael individuo ms preparado. Para dar mayor nfasis alencuentro, la igura abri la boca como cuando uno va a

    lanzar un tremendo grito y result entonces que Miguel

    escuch en sus adentros un chillido aterrador que excla-maba: pgameee! Justo la misma palabra que l habapronunciado mientras asestaba la mortal pualada queenvi a ese ser a la otra dimensin.

    Mi paciente no entenda mucho del ms all ni nun-ca se haba interesado por las cuestiones de ultratum-ba, pero estaba claro que el espectro que en medio de lanoche haba surgido en aquella celda que ocupaba, nopoda ser otro que el de su antiguo colega del barrio,Lucas, pues as se llamaba aquel desdichado sujeto que

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    haba terminado sus das entre borbotones de sangre

    manando de su pecho y tendido por el suelo como sealdel triste adis a una malograda existencia.

    Aunque Miguel ignorara mucho acerca de estos te-mas, su sentido comn le llev rpidamente a una con-clusin: aquella sombra que observ con toda nitidezera sin duda el espritu de su vctima, que animado se-guramente por las ansias de venganza hacia el ser que

    haba cortado su hlito, haba vuelto de la sepultura paraajustarle las cuentas. Es l, sin duda, se dijo, mientrasque su corazn lata a un ritmo vertiginoso y el susto leerizaba todos los vellos de su cuerpo. Un escalofro in-quietante le recorra desde la coronilla hasta sus talo-nes, con el extrao presentimiento en su mente de que

    aquello constitua tan solo un anticipo de lo que habrade llegar en el futuro.

    Ni siquiera puso sus pies en el suelo para levantar-se. Permaneci como petriicado, superado por aquella

    angustiosa coyuntura, reclinado sobre la almohada sinquerer volver a mirar al lugar donde se haba materia-lizado la amenazadora silueta, no fuera a ser que aque-

    lla espectral igura se le apareciera nuevamente, o peoran, le atacara. Por in y tras una serie de jadeos incon-trolables efectuados bajo las sbanas, se arm de valory logr asomar su cabeza hasta dirigir sus ojos hacia lazona donde se haba formado aquella turbadora imagenque le desaiaba.

    Afortunadamente para l, no vio nada, salvo la pareddesnuda del fondo que se distingua entre la penumbra.Su compaero de celda que dorma en la litera de arribani siquiera se haba percatado del incidente, por lo que

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    continu con sus apagados ronquidos el discurrir de su

    sueo. Esa madrugada, sobrecogido por la impresin, aMiguel le cost horrores volver a cerrar sus ojos, has-ta que perseguido por el agotamiento y la fatiga se dejmecer de nuevo en la barca que le transport hasta elreino de Morfeo.

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    III. Pgameee!

    A primera hora, justo antes del amanecer, su fugazdescanso fue interrumpido por el potente sonido deltimbre instalado en la galera y que anunciaba que debadespertarse y ordenar la celda. Al levantarse, comprobcmo su cuerpo se senta tremendamente cansado y loque era peor, agobiado por el recuerdo de la imagen per-

    cibida durante la noche. Despus de desayunar, preirila soledad y dando una y mil vueltas al permetro del pa-tio, intent analizar lo ocurrido, como modo de encajaren su estructura mental los acontecimientos desarrolla-dos en medio de la madrugada. Esta coyuntura, aadidaa la expectativa de pasar largos aos en prisin, provoc

    que aquella jornada le resultara una de las ms diciles

    de sobrellevar en los ltimos tiempos.Veamos, se dijo a s mismo llevado por un impulso

    relexivo. Si Lucas ya lleva varios das bajo tierra, llora-do por su familia pero al in y al cabo en el otro barrio

    cmo es posible que haya pasado lo que ha pasado? Ysi me he confundido? Y si no ha sido ms que una merailusin? Tal vez se trate de un mal sueo, muy real porcierto, pero solo un sueo. Y sin embargo por qu tengotan fresca la evocacin de su rostro en mi memoria? Porqu siento en mis odos esa terrible expresin con la que

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    se dirigi a m? Dios, qu confusin! Me va a estallar la

    cabeza! Tengo que olvidarme de esto o me obsesionarhasta volverme loco! Lo que me faltaba, preso y encimaviendo visiones, la peor de las desgracias. Tranquilidad,Miguel! Sea lo que sea seguro que se trata de un hechoaislado y que no se repite ms. O al menos eso espero,porque ha resultado horrible. Estas fueron algunas desus cavilaciones durante aquella maana de tan mal re-

    cuerdo, segn me confes en la consulta.Las cosas parecieron mejorar pronto ya que en las

    jornadas siguientes todo transcurri con la normalidadacostumbrada, esa rutina a la que por ser reincidente, micliente ya se haba habituado: desayunar, patio, comida,siesta, patio, cena y subida a la celda para dormir. Pero

    por ms que se empeara con sus ilusiones, las cosas noiban a salir como nuestro personaje pretenda para sutranquilidad. Pasadas unas semanas, el fenmeno se re-piti. Esa madrugada ni siquiera pudo mirar la hora enel reloj debido al pnico que se apoder de l. De nuevo,la imagen del rostro de Lucas, esta vez si cabe, con unamayor carga de indignacin en sus muecas. Otra vez all,

    a los pies de la cama.La situacin resultaba digna de estudio. Al principio

    se dio cuenta del suceso porque algo, lo suicientemente

    intenso en su expresin, le roz por alguna parte de su

    cuerpo. Esto le origin un sbito despertar y tras incor-porarse levemente del lecho, mir al frente para distin-guir lo que al principio pareca una silueta borrosa peroque despus se transform en un contorno muy deini-do y con el rostro bien perilado de su vctima. Cuando

    de nuevo escuch en sus orejas aquel temido pga-

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    meee!, dio un bote sobre el colchn debido al susto,

    por lo que se golpe la cabeza aunque sin sangrar con elhierro superior que serva de soporte a la litera del otropreso que dorma arriba de l.

    Esta vez, su compaero de internamiento s que sedespert por el ruido provocado. Con aire de gran enfa-do mand directamente al inierno a Miguel mientras se

    giraba hacia el otro lado para intentar retomar el sueo.

    Era evidente que no se imaginaba ni lo ms mnimo elangustioso trance que estaba atravesando su camaradade penas. La aparicin se evapor, quiz fueran segun-dos, aunque seguro que para mi paciente resultaron in-terminables. En cualquier caso y en lo que restaba denoche, Miguel no volvi a cerrar sus prpados perma-neciendo inmvil en la oscuridad como un vulgar bho.

    Pensativo y cada vez ms preocupado, comprobque la igura que le aterrorizaba no emergi ms de en-tre las sombras de la madrugada. Ojeroso, molido comosi le hubieran propinado una paliza haca unas horas,paseaba por el patio con aspecto similar al de un zombi.Cay en la cuenta, para su desgracia, de que sus peores

    previsiones se haban cumplido. Aquello ya no tena elaspecto de un incidente aislado. All se estaba tramandoalgo de mayor calado en lo que mi cliente vislumbrabacomo una terrible venganza hacia su persona.

    Nuestro personaje, el que haba acudido ansioso ami consulta en bsqueda desesperada de ayuda, jamspudo precisar el nmero de veces o con qu frecuenciase le apareca su antiguo colega, asesinado por su manode una brutal pualada en el corazn. Lo mismo eraatacado por la fantasmagrica presencia de Lucas ms

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    de una vez a la semana como luego y sin razn alguna,

    poda estar ms de una quincena sin enfrentarse a tanimpactante experiencia.

    El pesimismo y la desesperanza ms paralizante seapoderaron de l durante los siguientes meses. Se sentaderrotado, abatido ante una lucha que no saba cmo en-carar. No conoca mtodo alguno que pudiera librarle detal horror, el que constitua la agobiante presencia de suexamigo de juventud, un alma que vagaba a sus anchas

    por all y que al parecer se propona aplicar una espan-tosa represalia por el acto tan ruin cometido sobre supersona.

    Si bien al principio tuvo muchas dudas sobre si co-municar a alguien la realidad de aquel fenmeno para

    que no le tacharan de loco, lo cierto es que pasado untiempo y viendo que aquellas estremecedoras mani-festaciones no cesaban, opt desesperado por acudir alos servicios mdicos del centro penitenciario. Como eltratamiento farmacolgico prescrito no mitig los snto-mas de su extraa enfermedad, por in fue derivado en

    consulta hacia un especialista en psiquiatra de un hos-

    pital cercano donde se atenda, bajo custodia policial, alos presos que presentaban complicaciones en su salud.

    El diagnstico fue claro: psicosis delirante, proce-dente de una extensa trayectoria en el consumo masi-vo de sustancias txicas a lo largo de su vida. Aunque la

    medicacin neurolptica que le fue recetada le mantenamuy sedado e incapacitado para pensar con normalidad,aquello no supuso ni mucho menos el inal de su tortura.

    Prximo a cumplirse un mes desde la ltima aparicin

    de Lucas, una noche y de forma sorpresiva debido a las

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    expectativas favorables que se haba formado nuestro

    amigo, de pronto se repiti el episodio. Esa palabra quese haba convertido en maldita para l, pgameee!,reson en sus sienes con ms fuerza que nunca, comosi su perseguidor quisiera realizar una demostracin defuerza para probar que no exista frmaco en el mundo

    que pudiera controlar su acoso y derribo hacia el cau-sante de su trnsito al ms all. Aquella madrugada, Mi-

    guel, encerrado en la celda, sufri el ataque de pnicoms feroz de todos los que haba experimentado hastaese momento.

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    IV. Empata con mi cliente

    El suceso acaecido y la hora intempestiva a la quese produjo, provocaron las quejas a los funcionarios porparte del interno alojado en la misma celda que Miguel.Lo recurrente del caso y la mala fama que nuestro per-sonaje se cre entre el resto de los presos como alguienluntico o perturbado, dado el carcter enigmtico de lo

    que le ocurra, provoc el que al poco fuera ubicado enuna celda solitaria en el departamento de enfermera;todo ello con vistas a evitar futuros incidentes o peleasen el establecimiento, dado que resultaba muy desagra-dable para otro recluso el ser despertado de una formainesperada con chillidos o gestos de terror por un per-sonaje como mi paciente, sabiendo adems que se esta-

    ba tropezando con un muerto. La prisin, desde luego,no era un sitio donde existiera demasiada paciencia con

    los males o las enfermedades de sus inquilinos. Paraentender esta reaccin, tuve que realizar un esfuerzopor situarme en un ambiente tan peculiar como el car-celario.

    Recuerdo a la perfeccin mi conversacin con Mi-guel como si se estuviera desarrollando en estos instan-tes que escribo. Ahora s que me miraba, como deman-dndome que fuera emptico con l, que me imaginara

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    aunque solo fuera levemente, el calvario por el que de-

    bi pasar su vida en aquellos aos de encerramiento ysometido al hostigamiento de su vctima. Me igurabalo angustioso de la coyuntura para l, el tormento quedeba suponerle el despertarse de un modo tan agitadoen mitad de la oscuridad, sentir cmo tu piel es restre-gada en algn punto y al momento, abrir tus prpadospara advertir la fantasmal presencia de la persona que

    t mismo has matado con tu propia mano.Contemplndole, escudriando las facciones de su

    rostro con los ojos de mi alma, me recordaba a las fotosde aquellos prisioneros de guerra que justo despus deser liberados de su cautiverio, mantienen la mirada per-dida y el semblante como sin expresin, como si el cas-

    tigo al que han sido sometidos les hubiera supuesto elborrar cualquier seal o chispa de vida de su cara. Quterrible pesadilla debi suponer para este hombre ex-ponerse durante tanto tiempo a una situacin en la quealguien procedente del mundo de ultratumba reclamabala peor de las venganzas para su verdugo!

    Y a fe ma que lo consigui, pues el ser humano que

    observaba sentado en mi consulta era ms bien el restode una persona carcomida por unos tremendos recuer-dos en los que se mezclaban a partes iguales la memoriade un asesinato y los remordimientos que le apretabansu garganta hasta casi asixiarle. Era como si la evoca-cin de lo sucedido le apagara el soplo de su existencia,

    instndole a vivir atado a un pasado al que se sentaencadenado sin posibilidad alguna de escapatoria. Seasemejaba al proceder de un nufrago, que en mitaddel mar saca su cabeza del agua para aspirar oxgeno y

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    cuando cree que est a salvo, una mano invisible, pode-

    rosa pero siniestra, empuja su cabeza hacia las profundi-dades del ocano, para comprobar cunto aguanta estavez sin tomar aire.

    Y as sucesivamente, una y otra vez la tortura desdeel otro lado se reproduca como el crepitar de una ma-dera seca cuando arde, meses y ms meses, aos y msaos. Por tal motivo, no me extraaba nada el color ce-trino de la piel de mi cliente; no era ms que el relejo de

    un brutal sufrimiento interior mantenido durante casidos decenios, un padecimiento que con toda probabili-dad habra quebrado la salud sica y mental de ms de

    uno hasta partirla por la mitad.

    Sin embargo y como a veces ocurre en el discurrir

    de los acontecimientos, aquella persecucin implacableproveniente del ms all, conllev un aspecto positivo.Miguel se dio cuenta de un dato ms que interesante.Por razones que no comprenda, los ataques de Lucasresultaron mucho ms intensos y angustiosos una vez lefue prescrita la medicacin que al principio, cuando notomaba ningn tipo de tratamiento farmacolgico. Por

    eso, un da, extenuado por la magnitud de esos acososfantasmagricos se hart: abandon las pastillas, aque-llas que deba ingerir supuestamente para retornar a larealidad y alejarse as de la aterradora imagen de su exa-migo reclamando el pago de su deuda.

    Desde aquella jornada, renunci para siempre ala porcin habitual de cpsulas neurolpticas. Al prin-cipio, las reciba para luego arrojarlas por el lavabo, ain de no levantar sospechas. Transcurrido un perodo

    prudencial y sobreponindose a la adversidad, habl

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    con los mdicos y confes que quera reducir su dosis

    progresivamente al sentirse capaz ya de llevar una vidanormalizada sin necesidad de ms comprimidos. No lequed ms remedio que mentir, al manifestar que las vi-siones haban desaparecido, que su nimo estaba msoptimista y que haba recobrado las ganas de vivir. Enel fondo, lo nico que pretenda con aquella actuacinera reducir la intensidad de cada una de las apariciones

    de Lucas, ms dolorosas en su exposicin con medicinasque sin ellas.

    Miguel dio un paso decisivo con esta eleccin. Por lopronto y aunque forzado por la naturaleza de los acon-tecimientos, rompi con un pasado donde el consumode psicofrmacos constitua su rutina habitual. Des-pus, comenz a detestar todo aquello que alterara suconciencia, fuera la droga que fuera. Su explicacin me

    traa a la cabeza el famoso dicho de ms vale tarde quenunca, aunque muchos efectos de esas sustancias resul-taran ya irreversibles en el organismo de mi paciente.

    Una crucial paradoja se estaba desarrollando enaquella inquietante historia; el miedo a las aparicio-

    nes de su viejo colega de andanzas le haban forzado auna alteracin fundamental en sus antiguos hbitos deconsumo. Para romper la fatal asociacin entre medica-mentos y un mayor volumen en las expresiones de su

    asediador, fue dejando de lado poco a poco sus antiguascostumbres vinculadas a la drogadiccin. Con el paso delos aos, abandon incluso la dispensacin institucional

    de metadona, la que bloqueaba su querencia hacia la he-rona, pues ya no la necesitaba.

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    Las apariciones espectrales no desaparecieron, pero

    a fuerza de adaptarse, las reacciones de Miguel se con-virtieron en menos traumticas aunque no por ello me-nos perturbadoras. Sin duda, se trataba de un fenmenoextraordinario al que nunca se iba a familiarizar pero

    una noche, aprendi a no escapar de la presencia deLucas en la madrugada.

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    V. Un suicidio anunciado

    En aquellas ocasiones en las que intentaba sustraer-se a la enloquecedora inluencia del espectro, cubriendo

    sus cabellos con la manta de la cama o escondiendo sucabeza bajo las sbanas, la reaccin del espritu resulta-ba todava ms inquietante. En esos momentos de agita-cin y cuanto ms trataba Miguel de evitarlo, el fantasma

    comenzaba a tocarle por todas las partes de su cuerpo,cual mano invisible que le palpara para reairmar su

    mensaje de que estaba all, junto a mi asustado pacien-te. Ejerca una constante presin sobre su piel a in de

    que le mirara, para que contemplara con todo detalle laexpresin de su rostro vengativo, de un semblante vapo-roso surgido de entre las tinieblas, rematando siempre

    su insoportable faena con la consabida y espantosa de-claracin: Pgame.

    Era tal la impresin que le causaban esos roces delms all, que para terminar con aquel martirio psicolgi-co, ese que dicen que duele ms que el ms brutal de losgolpes sobre la carne, Miguel se destapaba rpidamenteen gesto impulsivo y de furia, como deseando poner in

    cuanto antes a aquella tortura procedente del tmulo.Entonces, con esa rabia que tantas veces proviene de laimpotencia, abra sus ojos y miraba directamente a su

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    vctima, pues saba que tras unos segundos siempre lar-

    gos para su mente, el rostro desaiante de Lucas desapa-reca en medio de las sombras y del ms glido silencio.

    Qu desgracia no ser credo por nadie! Ni por fun-cionarios, ni por mdicos, ni por los otros presos. Y esque las penas suelen ser ms crueles cuando se sopor-tan entre la soledad de unos fros muros y carente de

    libertad. Dos condenas, s, la oicial de veinte aos ms laaadida por la comparecencia regular de su examigo en

    la celda. En su cabeza, cada vez ms desequilibrada porel acoso al que se vea sometido, lata el pensamiento deque cuanto antes adelantara la exposicin a aquel maldi-to fenmeno, antes terminara con esa carga que llevabasobre sus hombros y que por momentos y sin piedad,

    doblaba su espalda hasta humillarle. Y as una noche yotra ms, sin precisar un ritmo ijo de apariciones pero

    tronchando su moral hasta dejar su nimo por debajodel umbral de la dignidad.

    Dentro de su crnica negra, Miguel me relat otrotristsimo hecho vinculado con su estancia entre rejas

    que me conmovi al mximo. Pensaba yo, al escucharle,que uno no deja de sorprenderse nunca por las asom-brosa inluencia que desde el otro plano se puede ejercer

    sobre el ms ac. Haca dos das que nuestro protagonis-ta haba sufrido en su mazmorra uno de los programa-dos ataques por parte de su antiguo compaero de an-danzas. A la maana siguiente, la falta de sueo, su cada

    vez ms creciente irritabilidad y su escaso autocontrol,propiciaron una descomunal discusin con otro reclusoen la cola del economato del patio a la hora de pedir caf.

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    Sin prever sus efectos y aturdido por la falta de des-

    canso, haba amenazado con rajarle la cara a uno de loskes (interno que por su historial conlictivo dentro ofuera de la crcel, ejerce labores de liderazgo sobre losdems presos doblegando su voluntad)recin llegadosa ese mdulo. Con la aparicin de los funcionarios paraponer orden en el tumulto formado, se pudo deteneraquella pelea que no haba pasado del altercado verbal.

    No obstante, antes de disolverse el alboroto, mi clientepudo escuchar perfectamente las palabras que el otropreso, conocido precisamente por su elevado grado depsicopata, le desliz en sus odos antes de alejarse del. Despdete de esto, chaval, ests muerto! proiri

    aquel interno dotado de inluencia para ejecutar su si-niestra amenaza.

    Miguel no era un novato en el mundo carcelario, porlo que conforme pasaron las horas fue cayendo en lacuenta de lo que poda suponerle aquella frase susurra-da en su oreja pero tan contundente por su peligro real.La tom tan en serio que se maldijo durante toda la tar-de por su inconsciencia y por su naturaleza impulsiva,

    por no haber sabido calibrar la dimensin del sujeto conel que estaba riendo. Fueron minutos de tragar muchasaliva amarga, arrepintindose hasta el ininito por no

    haber cedido el turno en la cola a su contrincante.

    Extraviado entre los sntomas de un fuerte ataque

    de ansiedad y cabizbajo ante las terribles consecuenciasque poda ocasionarle aquella disputa de la maana, di-fumin la razn de su mente sintindose ms vulnerableque nunca. Esclavo de los ms infaustos vaticinios, quisoponer in a sus sufrimientos, al penoso discurrir por la

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    existencia de un hombre que como l, se haba arrastra-

    do por el fango de la iniquidad, sin levantar nunca la ca-beza de los que maniiestan un mnimo de amor propio.

    Una vez encerrado en su solitaria celda, pues no po-da compartirla con nadie debido a la problemtica desus repentinas visiones, tom entre sus dedos su cepi-llo de dientes. Con un trabajo laborioso y tras ailarlo

    repetidamente contra los speros ladrillos de la pared,

    transform su mango romo en forma puntiaguda y pe-netrante. Cuando acab su tarea, haba transcurridoun buen rato desde que estaba a solas. Con respiracinagitada, mareado por el ajetreo interno en sus excitados

    movimientos de inspiracin y espiracin y con su juiciodiluido como un terrn de azcar vertido sobre aguahirviendo, Miguel se tumb sobre el delgado colchn dela litera.

    Volviendo su vista hacia el techo y en mitad de la pe-numbra, asi aquella arma picuda y con su mano dere-cha presion con fuerza la punta del cepillo contra sumueca izquierda. Ni siquiera dirigi una ojeada a lazona del crimen. Al poco, sinti el tpico dolor que le

    indicaba que haba quebrado las venas de su antebrazo.Sin dejar de mirar hacia arriba, arroj aquel improvisa-do estilete sobre el suelo y palp con sus dedos la parteafectada, comprobando cmo la sangre manaba poco apoco de la herida que l mismo se haba inligido.

    Pasaron los minutos y conforme se dejaba invadirpor el sueo que precede al trnsito, no se arrepintide la accin ejecutada. Para morir violentamente, de-jando reposar su cabeza para siempre en el cementode un annimo patio carcelario y acabar como un vul-

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    gar colador a manos de otro interno, preiri poner in

    a sus constantes angustias por su propia mano. La vidano le echara de menos medit. Mientras tanto, se ibasumiendo en esa especie de letargo, en esa progresivamerma de la conciencia que implicaba la prdida paula-tina de la sangre.

    Mas como el destino no siempre coincide con nues-tras intenciones por muy irmes que estas sean, en esos

    momentos previos al abandono del traje corporal y an-tes de cerrar eternamente sus ojos, pudo vislumbrarsorpresivamente el rostro de su enemigo revoloteandosobre su silueta ya casi inerte, inseparable de su acos-tumbrado pgame retumbando como un trueno en lassienes de Miguel.

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    VI. La peor de las sorpresas

    Fue entonces, en medio de aquella desesperada co-yuntura en la que su vida penda de un hilo, cuando unosintensos porrazos comenzaron a escucharse con gran es-truendo en la puerta de hierro de su celda. Miguel no podadar crdito a lo que oa. El ruido, similar al que efectuarauna gran mano pegando puetazos con fuerza sobre una

    supericie metlica, provoc un gran escndalo en la ga-lera del mdulo. Pasados unos minutos, varios funciona-rios acudieron a investigar el porqu de aquel atronadorsonido, el cual indicaba que algo grave estaba sucediendo.En efecto, al abrirse la cancela de la mazmorra, los trabaja-dores del centro penitenciario hallaron el cuerpo incons-ciente de nuestro protagonista tumbado sobre la cama. Lo

    ltimo que este not fue cmo result agarrado por variasmanos que le sacaron de aquel cubculo.

    Cuando recobr la conciencia, saba que no estabaen la crcel sino en un hospital. Se estaba recuperandode un intento frustrado de suicidio. Atado de pies y ma-nos para evitar una nueva tentativa, procur hacer me-moria de lo ocurrido. Haba perdido mucha sangre perono la suiciente como para viajar al otro barrio, justo

    adonde l quera trasladarse cuando cort sus venas delantebrazo.

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    El interrogante sobre quin haba hecho sonar la

    puerta esa noche le turbaba el pensamiento. Quin avi-s a los funcionarios? Quin provoc aquel alborotocon tanto mpetu? Cmo pudo originarse ese brutal rui-do que a la postre le salv la vida? Fue el propio Lucas?Haba all alguien ms que proporcion el crucial avi-so para que resultara auxiliado? Pero quin? Si estaba

    completamente solo! Qu enigma! Como suele decirse,

    no era su da, o al menos alguien determin que no haballegado an para Miguel la hora de despedirse del planosico. Ese era el motivo por el que este desafortunado

    hombre permaneca aquella tarde frente a m relatndo-me su experiencia.

    Cuando fue dado de alta del centro sanitario, Miguel

    fue destinado a otro mdulo de la prisin a in de no coin-cidir nunca con el recluso que le haba amenazado. Losaos pasaron y como la mente humana, con tal de so-brevivir, es capaz de habituarse al peor de los sufrimien-tos, lleg el momento en que mi paciente, arrojado enlos brazos de la indefensin, se acostumbr a la visita dela peor de sus pesadillas nocturnas. Durante su estancia

    como interno, nunca logr saber por qu las aparicionesse producan solo de madrugada ni tampoco el motivode la irregularidad de las mismas. Era como si el desco-nocer cundo iba a ser molestado por aquel espectro, lesupusiera una carga aadida de crueldad a su tortura.

    Sin embargo, el agotamiento y el coste que tenanpara su salud tanto su falta de libertad como las visitassin programar de su vengativo examigo, prosiguieron

    implacablemente. Superados todos aquellos avatares, in-cluido el citado intento de nuestro personaje por desapare-

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    cer de la existencia por la va rpida, el da cumbre lleg

    a la crnica de sus pesarosas jornadas, pues todo en estavida tiene fecha de caducidad. Con la vitalidad quebra-da en todos los aspectos y los golpes de un destino porl buscado sobre sus espaldas, como los latigazos quete dejan dolorido y sin fuerzas, una maana sali por lapuerta de la crcel habiendo pagado sus deudas con lajusticia.

    Como en mi consulta, su madre y su hermana mayorestaban all para esperarle a la salida. Hubo muchas l-grimas y sonrisas por el hecho de que nuestro intrpre-te de esta historia permaneciera en aquellos importan-tes momentos con el rostro imperturbable y la miradaperdida. Ello daba muestra del tremendo castigo que le

    haba supuesto la doble condena padecida: la institucio-nal proveniente de las leyes y la particular, provenientedel otro lado de la realidad, pero tan autntica como lapena oicial.

    Pero entonces, por qu haba acudido Miguel encompaa de aquellas dos mujeres a mi despacho al poco

    tiempo de abonar sus deudas con la sociedad? El moti-vo estaba muy claro. Nuestro protagonista haba salidode prisin con una idea ija en su pensamiento, con una

    expectativa clara en su mente para la que contaba las ho-ras que restaban. Tras veinte aos de espera y habien-do acabado su reclusin, pretenda haber terminado nosolo con la sentencia oicial sino tambin con la otra. Y

    sin embargo, aqu estaba la clave de todo este meollo: yaen su casa, haca tan solo unas noches que haba sufridouna nueva visita de Lucas.

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    Sus esperanzas se evaporaron y la negritud se cerni

    sobre l. Su familia se alarm y anticipando otro episodiode pnico por parte de Miguel, decidi con prontitud acu-dir a m para ver si poda encontrar el verdadero antdotopara el veneno que supona para este hombre el no poderperder de vista a su vctima desde haca tantos lustros. Yes que para l era como seguir cumpliendo un brutal cas-tigo, como continuar encadenado en la peor de las maz-

    morras, pues ahora gozaba de libertad externa pero no dela ms importante, la que llevan las personas por dentro,pues segua obsesionado por no haberse podido librar dela presin de su antiguo acosador. Hasta cundo no cesa-ran aquellos espeluznantes episodios de hostigamiento?De nada le haba servido salir de la penitenciara, habersufrido tantos aos de suplicio si deba seguir enfrentn-

    dose al espectro de su viejo compaero de andanzas.

    En aquella sorprendente tarde, una vez completadoel extracto de la narracin correspondiente a la biograa

    de mi cliente, quedaba en el aire la pregunta esencial detodo el entramado que Miguel me confes:

    Qu puedes hacer por m? Cmo puedo libe-

    rarme de esta presencia que con tanta frecuencia mepersigue durante las noches? No puedo ms. Estoy ago-tado. Los pensamientos autodestructivos sobrevuelande nuevo por mi mente y esta vez no habr funcionariosque me salven ni mdicos que detengan mi hemorragia.Preciso de una solucin urgente, estoy al borde del co-lapso. Te das cuenta? Tanto esperar, tanto aguantarpara esto! Por eso he venido aqu. Ah, y ya no quieroms pastillas! Solo sirvieron para aumentar la fuerza demi desazn. Ya no pretendo ms explicaciones, tan solo

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    medidas que me encaminen a una solucin deinitiva de

    este problema, antes de que el disgusto acabe conmigo.El que os habla, por la experiencia acumulada, sabe

    que existen muchos asuntos de ndole psicolgica que

    tienen un origen o una base espiritual. Dada la interac-cin constante que existe entre las dos caras de la rea-lidad, la sica y la incorprea, se producen casos en los

    que el abordaje correcto de una situacin puede impli-car introducirse directamente en la dimensin inmate-rial. Sin embargo, hablar de este tipo de temas requiereconocer qu clase de paciente tienes delante. No todo elmundo se halla dispuesto ni preparado para or hablarde estas cuestiones, al menos abiertamente. El crditoque pueda merecer un tcnico de la psicologa no puede

    verse en entredicho por utilizar un lenguaje inadecuadoante un cliente poco propenso a creer en las inluenciasdel otro plano. Y es que a pesar de mis ntimas convic-ciones y las de muchos compaeros de profesin, anestamos lejos de presentar ciertos aspectos como los es-pirituales de forma totalmente natural.

    Mientras llega ese ansiado momento y la ciencia

    contina con su avance hacia estas cuestiones, hay queser prudente y ofrecer a cada sujeto aquello a lo que susodos estn acostumbrados y su mente puede procesar.Conforme Miguel clavaba sus ojos en m demandandomi ayuda con su triste mirada, pensaba en el quid de lacuestin, en cmo afrontar una coyuntura que no pare-ca fcil de enfocar, mas como tendris ocasin de ver,esas buenas inluencias que nos acompaan siempre ha-llan solucin para casi todo, especialmente cuando mos-tramos disposicin para recibir sus buenos consejos.

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    VII. Tratamiento de choque

    No obstante, el caso descrito se adaptaba bastantebien a la posibilidad de examinar el problema utilizando

    un lenguaje abierto y directo. Y as lo hice porque lo con-sider oportuno, aunque las probabilidades de acertarcon el diagnstico del lance nunca fueran absolutas.

    Por muy extrao que te parezca, tienes que ha-

    blar con Lucas le coment a mi cliente en presencia delas dos mujeres que le acompaaban. Si quieres resolverdeinitivamente este asunto que llevas pendiente desde

    hace ms de veinte aos, tendrs que dialogar con tuexamigo para alcanzar un acuerdo.

    Hablar? Negociar? contest Miguel con cara

    de absoluta sorpresa. Cmo es posible entenderse conalguien que muri hace tanto tiempo? Y luego me dicesque debo pactar algo con l! No s si he comprendidopero me siento confuso. No logro entrever adnde quie-res llegar.

    Veamos le respond. Te he observado durantetodo el tiempo que has estado sentado frente a m, mien-tras me contabas el agitado resumen de la historia detu vida. Sirvindome de la empata, es decir, de toda micapacidad para ponerme en tu punto de vista, he tratado

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    de percibirte con el corazn para ver qu haba ms all

    de tus palabras. No hace falta ser muy listo para saberque si has acudido a este despacho, a las pocas semanasde salir en libertad de la prisin, es porque te hallas bas-tante desesperado. Tu cara releja el estado de tu alma,

    la urgencia que tienes por hallar una solucin para untema que llevas arrastrando desde hace tantas fechas.Est claro que ests al borde del abandono, en el lmite

    de tus fuerzas.

    Eso es cierto conirm mi paciente. Si he venido

    aqu es porque pienso que me puedes aportar algo dife-rente. Quiero acabar de una vez con esta pesadilla queme persigue como mi propia sombra. Dara lo que fuerapor liberarme de esta presencia que me amarga, que no

    me permite descansar, que me hace sentir como un re-hn de mi pasado, de un ayer que pretendo superar parasiempre porque me esclaviza de pies y manos.

    Si tan desmoralizado ests, entonces habr queapostar por alternativas imaginativas, por un abordajeradical diferente a los convencionales. Es importante

    que el tratamiento que acordemos hoy no se alarguemucho en el tiempo para que no sufras ms. Hay quedar con la clave de todo este misterio cuanto antes. Tevoy a comunicar algo que seguramente te tranquilizar:antes ya he tratado a otras personas con alteraciones si-milares a la tuya y las curas han sido efectivas, siemprey cuando el cliente pusiera un gran esfuerzo de su parte.No poseo una varita mgica ni existen los milagros en

    este terreno, tan solo unas buenas indicaciones y el tra-bajo personal que t ests dispuesto a realizar.

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    Y en mi caso concreto qu se supone que debo

    poner yo de mi parte? Mucho, aunque resulte sencillo hasta cierto pun-

    to. Debes seguir mis instrucciones y trabajar duro porreconducir la situacin. Al principio te sentirs dubita-tivo, como es lgico, porque los efectos no se apreciande un da para otro. Hasta es posible que te muestresbastante escptico con mis consejos. Son muchos aos

    de padecimiento como para creer que esta coyuntura sepuede resolver en breve plazo. De ah lo valioso de tupaciencia y de tu sacriicio.

    S, claro, yo lo que quiero es acabar con todo estode una vez. No me queda otra, salvo coniar en las posi-bilidades de un buen arreglo.

    Correcto le expres. Entonces, nos pondremosmanos a la obra. Has dicho que tu antiguo colega tansolo se te apareca por las noches y de forma irregular,sin seguir un patrn determinado.

    As es, solo surge desde la oscuridad, cuando es-toy durmiendo.

    Aj, es probable que este fenmeno se deba a quel piense que a esa hora te vas a mostrar ms receptivoa su inluencia y sobre todo, a que te va a impactar con

    ms fuerza que en otro momento del da.

    S, supongo. Hace mucho llegu a la deduccinde que si surgiera por la maana o por la tarde, a ple-na luz, para m resultara ms fcil evitarle o distraermehaciendo alguna otra cosa. Al producirse en el silenciode la madrugada, su igura me trastorna mucho ms, me

    aterra.

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    Qu tiempo aproximado calculas que se prolon-

    gan sus manifestaciones? Te has puesto en alguna oca-sin a evaluar su duracin?

    No lo s. En esos instantes se apodera de m elmiedo y no puedo pensar en otra cosa. Me quedo comoparalizado por el pnico. l se sita delante de mi vistay el gesto de furia y de rabia en su rostro es ms quereconocible. Son muchas las temporadas que este des-

    graciado lleva repitiendo el mismo ritual. Aunque nuncahe medido el intervalo, tal vez se trate de segundos, a losumo unos minutos, no ms.

    Bien, al producirse este fenmeno en das impre-vistos y a unas horas indeterminadas no podr estar atu lado para actuar. Te dir lo que tienes que hacer la

    prxima ocasin en que Lucas se presente delante de ti.Ests dispuesto a cumplir exactamente con lo que te

    voy a mandar?

    S, desde luego; si no, no habra gastado las horasviniendo aqu.

    Muy bien. Es esencial que sigas al pie de la letra

    el plan que te voy a trazar:

    sea el momento que sea ycuando Lucas te despierte con su presencia, debes mi-rarle a la cara y con actitud irme, entablar comunica-cin con l.

    Pero un momento reaccion Miguel con incre-dulidad. Cmo se puede conversar con alguien que estmuerto, con una especie de fantasma?

    Querido amigo, tal vez ese sea el gran error deplanteamiento que has cometido desde el principio,aunque disculpable por tu desconocimiento de estas

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    cuestiones. Pero no pasa nada. A partir de ahora, le vas

    a hablar como si fuera alguien ms, como un sujeto dela calle con el que te cruzas, alguien que por supuestoest vivo y que sabes que te puede interpretar y escu-char perfectamente.

    De verdad que esa entidad me va a or?

    Sin duda, as como te aseguro que el espritu deLucas va a reaccionar ante tu nueva actitud. Lo ms pro-bable es que se sorprenda, ya que despus de tantosaos de pasividad por tu parte, no se espera tu reacciny entonces habrs conseguido algo fundamental: rela-cionarte con l.

    Y qu debo decirle exactamente? manifest el

    cliente con cierta ansiedad.

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    te amargaba precisamente por tu postura inmvil. Su

    victoria ha residido en saber que permanecas absortoante su enorme presin. Miguel, nunca oste que paraderrotar a tu enemigo lo mejor es conocerle a fondo?Ah est la clave de todo: ha vencido todo este tiempoporque se senta seguro de lo que haca al contemplartu posicin temerosa, tu actitud de evitarle a toda costa.

    Mira, Miguel, esto es ms sencillo de lo que parece si

    aplicas tu sentido comn y no te dejas dominar por lasemociones de miedo. l, en su situacin, aplica las armasque obran en su poder. No puede clavarte una navaja,como t s le hiciste, ni dispararte, ni siquiera golpeartepropinndote un puetazo. No lo entiendes? Est inca-pacitado para actuar con sus manos en el plano sico

    pero absolutamente vivo en la otra dimensin en la que

    reside. Insisto, has de hacer un esfuerzo para ponerte ensu punto de vista. Esto conlleva la tarea de comunicartecon l como si fuera un sujeto normal y corriente quepuede pensar y sentir de forma idntica a ti.

    Uf, no s si podr hacerlo - expuso mi cliente entre

    dudas. Es tremendo lo que me pides, son muchos aos

    los que llevo escondindome, no s si tendr valor pararealizar eso que me comentasdirigirme a l, a su cara

    Pero vamos a ver, contemplemos la situacin des-de otro ngulo. Qu hubieras hecho en tu caso si hu-biera sido l el que te hubiera apualado? Cmo habrasido tu reaccin si en vez de l, t fueras el que hubierascado abatido en aquella esquina callejera del barrio?

    Pues no tengo ni idea - airm Miguel. Es que no

    me imagino actuando como un muerto. Me cuesta ho-rrores ponerme en ese contexto.

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    Bien, pues simplemente, admite la coyuntura tal y

    como se ha desarrollado - manifest. Un hombre resul-ta asesinado. Al principio no entiende nada de lo que leha sucedido pero empieza a tener las cosas ms clarascuando asiste a su entierro, cuando escucha las conver-saciones de sus familiares y amigos hablando precisa-mente de su verdugo, que eres t. Se halla desesperado,le han arrebatado la posibilidad de permanecer con los

    suyos, de comunicarse con ellos, de vivir en su compa-a. No crees que le entraran unas ganas enormes devengarse de quien le ha causado tanto sufrimiento?

    La verdad es que visto desde esa ptica, s. Ahoralo comprendo mejor. En mi caso, creo que tambin ha-bra intentado ajustar las cuentas con mi ejecutor.

    Acaso no recuerdas cmo te amenaz ese matnde la crcel simplemente por haber discutido con l en lacola del economato? Si eso sucedi por una simple dis-puta de palabras qu no podra ocurrir por una agre-sin que le produce a alguien la muerte?

    S, ahora capto tu argumentacin.

    Utiliza tu lgica, Miguel. Ha llegado el momentode exclamar delante de ti y de estas dos mujeres que

    componen tu familia un basta deinitivo, un gesto que

    ponga in a una trayectoria de pasividad que lo nico

    para lo que ha servido es para empeorar las cosas, paramantener enquistado un brutal problema que tanto pa-decimiento te ha hecho soportar. A partir de este instan-te, debers ser t el que tome la iniciativa. Si te muestrasirme y resolutivo, te auguro buenos resultados. Pero re-tomemos la conversacin.

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    No sabemos exactamente cmo va a responder Lu-

    cas una vez le interrogues por los motivos de su tenazacoso sobre ti. En el caso de que te conteste, aplica lalgica e intenta entender su razonamiento, el de alguienque lleva veinte aos vagando por otro plano que no esel material. Creme una cosa: si te ha estado persiguien-do durante todo este tiempo es porque para l, para suespritu pensante es como si su trnsito hubiera suce-

    dido hace poco. La dimensin en la que ahora se muevepuede alterar muchsimo la percepcin del transcurrirde las horas. Es un fenmeno muy habitual. Lo que paranosotros constituye una jornada para ellos pueden sersegundos o al revs; depende de cada caso.

    Sera algo parecido a rememorar de forma ms omenos frecuente lo que t le hiciste. Por si t lo olvida-bas, l se encarga de recordrtelo cada cierto intervalo.Tu dao es su mejor manera de compensar su aliccin

    por la destruccin que le ocasionaste. Es por eso por loque contina empeado en el pago de la deuda que thas contrado con l al privarle de su existencia. Fjate

    en cmo su actuacin denota su aprisionamiento en el

    tnel del tiempo, exigiendo el pago de un tributo por loque aconteci entre vosotros. Tu terror, tu espanto, es lanica moneda de cambio con la que pretende cobrarsetu actuacin pasada. Me da la impresin de que Lucasvive esa trgica escena como si se hubiera producidoayer mismo.

    Crees que tu mtodo puede funcionar? pre-

    gunt mi paciente con brillo en sus ojos. No existe ningn tratamiento que garantice unos

    resultados absolutamente exitosos le respond gi-

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    rando mi cabeza de un lado a otro. Pero te anticipar

    algo. Si no te mueves, si no haces nada por resolver estacuestin, el problema se alargar y tu hartazgo se mul-tiplicar hasta hacerte caer en una peligrosa espiral deindefensin que puede poner en grave riesgo tu delicadasalud. De verdad que quieres prolongar esta agona?

    Claro que no! Esto es similar a llevar una pesadacruz a cuestas.

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    IX. Reencuentro en la noche

    Entonces aclar con irmeza, ms razn todava

    para actuar cuanto antes. A la espera de acontecimien-tos, el plan est diseado. Te lo repito: en caso de que suigura se te aparezca, pregntale directamente por sus

    intenciones y luego djate llevar por tu intuicin. Per-mite que se explique si as lo hace, pero en esta ocasin,

    respndele, exprsale lo que de verdad sientes. Piensaen que lo que te estoy aconsejando no es ninguna locura.Te lo digo porque hay situaciones como la que nos ocu-pa, en la que el abordaje de la misma pasa por adoptaruna postura como la que te he indicado. Quiero que a lams mnima novedad me llames para conirmar una cita

    cuanto antes. Mi conviccin es que va a haber noticiasfrescas a corto plazo. Antes de despedirnos y sabiendoque te ha quedado claro lo que tienes que hacer, un con-sejo: en la prxima visita que me realices, ven solo a laconsulta. Seguro que ya no precisars de la dulce com-paa de tu familia porque te sentirs mejor y no nece-sitars apoyarte en nadie, salvo en tus propias fuerzas.

    De acuerdo respondi el hombre con cierta son-risa de ilusin en sus labios. Intentar seguir todas tusinstrucciones y venir aqu sin nadie ms.

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    No lo intentes, Miguel contest con sequedad.

    La tenacidad que has de demostrar exige que lo hagas oque no lo hagas, pero no que lo intentes. No s si me heexplicado.

    Perfectamente; he captado el sentido de tu res-puesta.

    Bien, pues hasta la prxima.

    Adis, manifestaron al unsono aquellos tres seresque haban permanecido en mi presencia ms de doshoras. La esperanza, hasta hace poco perdida en el msnegro pozo, se dejaba transparentar a travs de sus pu-pilas, la de una parentela que haba visto desilar ante su

    triste mirada los horrores del ms ac y los ecos del ms

    all. Qu ocurrira?Transcurridos varios das, recib una llamada te-

    lefnica. Miguel quera comentarme las nuevas conrespecto al inquietante asunto que haba acaparado miatencin aquella tarde. Justo la noche anterior, haba re-cibido otra visita por parte de su examigo. Mi cliente si-

    gui al pie de la letra las directrices que yo le haba dadoy nada ms escuchar la tpica expresin con la que Lucasse presentaba, le interrog acerca de sus propsitos, taly como habamos convenido en mi despacho. Una vezrealizada por mi paciente esa pregunta clave, la siluetafantasmagrica permaneci inmvil hasta que de pron-to empez a difuminarse en el espacio oscuro contenido

    en la habitacin de la casa de nuestro personaje. Quhaba sucedido? Por qu esa extraa actitud por parte

    de aquel espritu?

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    Con el auricular en la mano, convenc a Miguel para

    que no se preocupara. Despus de todo, la reaccin delespectro haba sido lgica. Tantos aos sin obtener res-puesta alguna durante su acoso en la prisin, que has-ta aquel rostro amenazador se haba visto sorprendidopor la inusitada pregunta de Miguel. Se haba producidoun primer paso, pequeo pero esclarecedor. Por eso, leexpuse que estuviera atento a las siguientes jornadas,

    pues no sera de extraar una sorprendente rplica porparte de su vctima. Con la atencin puesta en el futu-ro ms cercano y proporcionndole a mi cliente todaclase de nimos, inalizamos aquella corta pero intensa

    conversacin. Una vez apret el botn rojo del telfonopara colgar, relexion durante unos segundos para pre-guntarme cunto durara el silencio de Lucas y cul re-

    sultara su prximo paso, una vez superado el asombroregistrado por la interpelacin desconcertante realizadapor su asesino.

    Cuarenta y ocho horas despus, el telfono volvi aemitir su peculiar sonido. Esta cuestin tan fascinanteque me haba absorbido en las ltimas jornadas, parecams una pelcula de intriga que un asunto psicolgico, otal vez ambos, por lo que cautivaba todo mi inters. El ex-presidiario, sujeto principal de nuestra historia real, mepeda una cita urgente pero declinaba realizar declaracio-nes a travs del auricular, pues lo que tena que comuni-carme deseaba hacerlo en persona. Reorganizando conrapidez la agenda de visitas, le di ocasin a aquel hombretorturado por su pasado para la ltima hora de la tarde,aunque ello supusiera retornar casi al anochecer a mi ho-gar. Aquello se haba convertido en un reto profesional deprimera magnitud y su resolucin no admita demoras.

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    En los casi sesenta minutos de charla con Miguel,

    este me relat el incidente de la pasada madrugada consu excompaero de andanzas. En aquella ocasin, el es-pritu acosador ya no se haba presentado ante l con sufamosa y desaiante expresin pgame, sino con una

    frase de lo ms signiicativa, la cual anunciaba el inicio

    de una nueva etapa en toda esta trama.

    As que sabes quin soy? inquiri Lucas conirona en mitad de la pasada noche.

    Por supuesto que lo s airm mi cliente. Ten-dra que habrtelo dicho antes para dejarte claro que meacordaba de tu cara, pero tena miedo de enfrentarme alpeor fantasma de mi pasado, que eras t precisamente.Ese es el motivo por el que te rehua a toda costa.

    Y de qu tienes miedo?

    De lo desconocido, pero tambin de tus exigen-cias. No quera iniciar ninguna conversacin contigo nofuera a ser que mis temores se dispararan an ms al es-cuchar cualquier mensaje proveniente de ti. Cuando unono sabe a qu atenerse ni por qu se siente amenazado,

    todo se vuelve ms dicil. Y eres t precisamente el que hablas de amena-

    zas, cuando me arrebataste el don ms preciado queposea: mi propia vida. Por qu lo hiciste, desgraciado?Por qu me retiraste de la circulacin? Mi existencia

    no era desde luego un ejemplo de virtud pero quin sabesi en el futuro no podra haber cambiado. Y sin embargo,aquella maldita tarde t me enjuiciaste y t me ejecutas-te, juez y verdugo a la vez, en un segundo fatdico. Dn-de se vio eso? Con qu derecho cometiste semejante

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    tropela? Acaso has sido consciente todo este tiempo

    del dao que me causaste? Nunca lo supe y creo que nunca lo sabr, Lucas

    expres Miguel entre sollozos por lo emotivo de la situa-cin desarrollada en su misma estancia. No puedo ocul-tar las vergenzas de un turbio ayer. Es cierto que no fui

    yo el que result asesinado, aunque te conieso que mi

    discurrir a partir de ese lamentable momento result un

    verdadero inierno, por ms que permaneciera en esteplano. Ya s que a ti te depositaron bajo tierra, pero teaseguro que a m me sepultaste en vida. Y bien sabes queno me reiero a haber estado aos y aos entre rejas sino

    a la otra pena que t me impusiste desde el nuevo barrioen el que te desenvolvas.

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    X. Ms all del tmulo

    Qu sabrs t del verdadero inierno? replic

    de mala manera el espritu de Lucas. Inierno no es vi-vir mal, asustado o incmodo como ha resultado tu caso,es simplemente que te quiten la oportunidad de exis-tir, aunque luego t decidas el camino por el que andar.Cuando te arrebatan esa posibilidad ya nada tiene senti-

    do. Te conieso que en esos instantes un rencor ininitose instala en tu interior y lo nico a lo que aspiras y porlo que te obsesionas tiene un nombre: venganza.

    No s qu decirte, Lucas. Unas disculpas por miparte o una peticin de perdn supongo que no sernsuicientes para ti despus de tanto tiempo. Me equi-

    voco? T no tienes derecho ni siquiera al perdn, ase-

    sino. Lo que cometiste conmigo, en mitad de mi juven-tud, tendrs que arrastrarlo incluso despus de muerto,cuando por in pueda verte cara a cara y restregarte

    por el rostro lo que opino de ti y de lo que hiciste.

    Entonces, nunca vas a dejar de perseguirme, detorturarme con tus apariciones? expres Miguel con

    una profunda ansiedad en la penumbra de su habitacin.

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    Es que acaso te mereces otra cosa que no sea mi

    hostigamiento implacable hasta que todas tus energasse hayan consumido? Quiero que acudas cuanto antes aeste plano al que me enviaste sin pedirme permiso, peromientras tanto, que sigas padeciendo el castigo que porjusticia te has ganado.

    Ya he perdido todas las esperanzas. A veces he lle-gado a pensar que ni siquiera soy ya dueo de mi vida,que existen seres como t que toman decisiones por my que organizis mis sueos, el discurrir de mis noches.Te aseguro que se trata de una sensacin de impotenciatremenda, como si ya diera igual lo que hiciera, pensarao hablara, como si todo para m estuviera sealado en untrayecto de perdicin del cual no puedo retirarme.

    Me haces gracia contest con sarcasmo Lucas.Te dir algo que quiz capte tu atencin y colme la curio-sidad de un criminal como t, que no dud en atravesarmi corazn con desprecio, sin importarle las consecuen-cias que su acto generara. Quieres saber la verdad de loque me ocurri tras tu infamia? Ests preparado paraconocer lo que late bajo todo este asunto?

    En esos momentos tan trascendentes, mis ojos nopodan permanecer ms abiertos de lo que estaban, antela expectacin que el relato de mi cliente haba desper-tado en m. Empezaba a comprender por qu Miguel ha-ba insistido tanto en acudir a mi consulta para explicar-me de viva voz lo que me haba anticipado por telfono.La intriga de todo esta trama de muerte y venganza se

    aproximaba a su cenit.

    S, quiero saberlo todo conirm mi paciente con

    rotundidad. Ojal eso contribuya a entender el porqu

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    de tu dilatado acoso y aligere mi dolor. Ya todo da igual.

    No me imagino peor de lo que estoy. No tengo la menoridea de lo que me vas a contar pero tengo la intuicin deque algo me aliviar. Ya doy por perdida esta noche; denuevo, has conseguido desvelarme. Te escucho.

    Preprate entonces para averiguar lo que fue demi vida conirm en tono serio Lucas justo antes de

    iniciar su tremendo relato.

    Tu pualada rasg mi existencia y me lastim tanto

    que durante mucho tiempo mantuve mi mano derechapegada al pecho, en un intento absurdo por taponar unahemorragia para la que ya no exista remedio. Al princi-pio te acech para tomar conciencia de ti, despus co-rr tras tus pasos y gritaba intilmente ante la gente al

    sealarte con mi dedo y exclamar: ha sido l, l es elasesino, que no escape!. Nadie me prestaba atencin.Fue desesperante. Sin embargo, una extraa fuerza me

    retuvo. Era como si no quisiera perderme la narracinde lo que iba a suceder con mi cuerpo, el cual yaca tum-bado en la calle en medio de un gran charco de sangre.Cuando vi cmo colocaban los ltimos ladrillos que clau-

    suraban el nicho en el que me encerraron para siempre,cuando escuch el llanto desgarrador de mi pobre fami-lia y cuando realmente ca en la cuenta de que mi yono iba a poder retornar a aquella igura cadavrica y sin

    expresin, enloquec de rabia.

    De pronto, me sent obligado a tomar una decisin;la llama del resentimiento haba prendido en m peroperd tu rastro y desconoca dnde hallarte. Al in, escu-chando los lamentos de mi triste parentela pude captara travs de sus comentarios, que te haban detenido y

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    que habas sido conducido a comisara bajo arresto. Esa

    misma noche intent golpearte, descargar toda mi furiasobre ti pero no observ ningn dao sobre tu silue-ta, por lo que me fatigu tanto que termin extenuado.

    Cuando me retir a descansar a otro calabozo vaco deaquel ediicio policial, ocurri algo asombroso para lo

    que no estaba preparado y que nunca hubiera imagina-do que iba a suceder.

    Una sombra que portaba un hbito de color marrnnegruzco surgi ante m como procedente de la nada.Aunque me asust por la impresin, rpidamente obser-v que se trataba de un hombre que por su vestimenta,se asemejaba mucho a los antiguos frailes medievales.Sin hablar, me hizo seales con la intencin de que le

    siguiera. Tras una larga caminata que se me hizo inter-minable, primero por las calles de la ciudad y luego porel campo, llegamos a una imponente construccin cuyasformas ms ntidas no distingua bien entre las tinieblasque la rodeaban. Como aquel ser no me diriga la palabrasino que tan solo se limitaba de vez en cuando a hacergestos, me dej arrastrar por la curiosidad, como atrado

    por una enigmtica fuerza y ensimismado en la idea deque algo bueno me iba a sobrevenir.

    Por ltimo, atravesamos una gruesa puerta de ma-dera tras la cual se mostraban unos estrechos escalonesque parecan bajar hasta el averno. Tuve que descenderpor esa siniestra escalera cuyo destino desconoca, paradar luego con un prolongado pasillo por el que continuandando tras aquel hombre con aspecto de monje. Esecamino tortuoso constaba de numerosas curvas y esta-ba diseado con perversa inteligencia para desorientar

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    a todo aquel que se introdujera en l sin conocerlo. Sin

    duda, estaba excavado bajo el suelo y las paredes delmismo rezumaban agua, por lo que una humedad ato-sigadora me encoga el nimo. Tuve la impresin de queme estaba aproximando al mismsimo centro de la Tie-rra. Aunque siempre haba odo que si te acercabas allel calor iba en aumento, mi experiencia fue justo la con-traria pues todo ese paisaje estaba dominado por una

    sensacin de lo ms glacial.Aunque no logr ver ninguna luz por aquella zona,

    lo cierto es con el paso del tiempo mis ojos consiguieronacostumbrarse a la penumbra del lugar, por lo que pudeconducirme bien entre la oscuridad. Al rato, la misterio-sa igura del fraile se detuvo frente a lo que pareca la en-trada a una espaciosa cavidad. En el centro de la misma

    se divisaba una gran mesa maciza con una enorme sillade madera con adornos que se asemejaban a cabezas deserpientes. En ella, se sentaba un misterioso y corpulen-to personaje vestido con un atuendo que perteneca aotra poca. Si hubo algo que me impresion de l resultsu mirada, la cual cuando se cruzaba con la ma me hela-ba hasta el alma. Te aseguro que en esa hora, pude sentir

    perfectamente cmo un intenso escalofro recorra todomi contorno. Quin sera aquel personaje de aspectotan amenazador y cuya vista me provocaba un inquie-tante estremecimiento?

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    XI. Subyugado por el terror

    Haba all otros hombres de aspecto horrible, al-gunos de ellos con cicatrices profundas en sus rostrosy otros a los que no poda reconocer pues cubran suscabezas con una capucha parecida a la que llevaba pues-ta el individuo que me condujo a aquel ttrico lugar. Encualquier caso, tena clara una cosa: todos aquellos seres

    all presentes servan sin ninguna duda a aquel persona-je, el cual y por su actitud, ms que estar sentado sobreun silln pareca estar colocado sobre un trono. De me-diana estatura, atuendo oscuro y complexin robusta,

    mostraba una estampa mitad marcial, mitad nobiliaria.Aparentaba unos cincuenta aos. Con tan solo contem-plar las caras de todos los tipos que le rodeaban a modo

    de guardaespaldas y ijarse en sus miradas, logr dedu-cir que obedeceran cualquier orden emanada de la bocade aquel extrao seor. Eran momentos de tensin, ya

    que no saba lo que me iba a ocurrir y de pronto empeca pensar que no haba sido tan buena idea seguir la mar-cha de aquel fraile con el que me encontr en el calabozode la comisara.

    Fue entonces cuando not un tremendo golpe queme propinaron en la espalda con una especie de gruesomadero. Qued anonadado por la violencia del impacto

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    y sobre todo, me asuste muchsimo. Pens que aquella

    situacin era como una pesadilla aadida a la tortura desaber que haba muerto. No bastaba con que t me hu-bieras atravesado el corazn sino que envuelto en aque-lla desagradable coyuntura, tuve la impresin de queya no era dueo de mis actos. Repentinamente, tomconciencia de que haba cado en una trampa, que habasido trasladado sin explicaciones y a travs de una ar-

    gucia a un laberinto de calles excavadas bajo tierra, enlo que cada vez ms se asemejaba a una gran fortaleza-prisin llena de innumerables mazmorras subterrneas.Supe de inmediato que me encontraba retenido en unainmensa crcel donde aquel cincuentn de aspecto de-saiante mandaba a sus anchas y ejerca un poder a su

    antojo sobre el resto de seres que le acompaaban.

    La magnitud del porrazo result tal que me oblig aarrodillarme ante aquel singular individuo situado trasla mesa. Un monje que estaba de pie justo a mi lado iz-quierdo, de expresin desaliada pero muy brutal, mo-vi sus labios para anunciarme un mensaje.

    No te levantes an, desgraciado, - proclam aquel

    tipo. No alces tus ojos porque no eres digno de mirar anuestro seor. Te hallas en presencia del Condottiero, lamxima autoridad de este establecimiento de penitencia.

    Aterrorizado por un sbito pnico que se apoder dem, obedec como un nio. No saba si lo que pretendanera intimidarme de entrada o algo peor, si aquella formasalvaje de tratar a los desconocidos constitua la tnicahabitual de comportamiento. Fuera lo que fuese, lo cier-to es que consiguieron el objetivo esencial de paralizar-me de miedo, por lo que ni siquiera me atrev a parpa-

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    dear ni a efectuar movimiento alguno. Pero qu locura

    es esta? Qu signiica este decorado infernal extradode una pelcula de horror? medit con rapidez. Cuan-do ms vueltas le daba al asunto intentando hallar unamnima explicacin, un nuevo golpetazo en mi cuello me

    hizo comprobar que aquello resultaba tan real como lohaba sido mi apualamiento tan solo haca unas jorna-das. Por ms que deseaba acabar con lo que pareca una

    mala alucinacin, no lograba hacerlo! Y es que aquelloque se desarrollaba ante mis ojos, no era un sueo delque se poda despertar sino algo palpable y verdicocomo que estoy hablando contigo en mitad de la noche.

    Bajo los efectos de un temor insuperable debido alambiente que en aquel oscuro sitio se respiraba, el Con-dottiero me busc de un vistazo y se dirigi a m:

    Ya puedes mirarme, desdichado. Te lo dir cla-ramente para que no te confundas. Este es un centrode castigo; aqu no hay piedad con los prisioneros. Teanticipo que tu estancia en este subsuelo puede ser po-sitiva para tus intereses o convertirse en un autnticotormento para ti. Tuya es la decisin. Fjate en mi com-

    pleta generosidad que desde tu ingreso aqu, te ofrezcoplena libertad para actuar como desees. Si me obedeces,te garantizo que todo ir bien. Es tan sencillo como eso.En cambio, si me desaas o no cumples con lo que te in-dique, te enviar a una mazmorra donde permanecerslargo tiempo y donde mis hombres te torturarn hastaque enloquezcas de dolor y entres en razn. No s si me

    he explicado con la diligencia adecuada.

    Para m, aquello supona una situacin dantesca. Sincomerlo ni beberlo, me haban ubicado en una circuns-

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    tancia de mximo riesgo. Yo no aspiraba a nada de eso

    sino que solo anhelaba cerrar mis ojos y desaparecer deaquel maldito lugar en el que me haba introducido. Eracomo tener que escoger entre algo rematadamente maloy otra cosa an peor. Fue todo tan repentino que no supeni cmo reaccionar. En esos momentos de desorienta-cin,