Memorias Del Hombre Subsuelo

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    Memorias del hombredel subsuelo

    los ros profundos

    Clsicos

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    Fedor D o s t o i e v s k i

    Memorias del hombredel subsuelo

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    Editorial Jorge lvarez, Argentina, 1969.

    Traduccin: Floreal Mazzia.

    Fedor Dostoievski

    Fundacin Editorial el perro y la rana, 2006

    Av. Panten, Foro Libertador, Edi. Archivo General

    de la Nacin, P.B. Caracas-Venezuela 1010

    telefs.: (58-0212) 5642469 - 8084492/4986/4165

    telefax: 5641411

    correo electrnico:

    [email protected]

    Edicin al cuidado de

    Coral Prez

    Transcripcin

    Yaneth MendozaCorreccin

    Ybory Bermdez

    Diagramacin

    Mnica Piscitelli

    Diseo de portada

    Carlos Zerpa

    Imagen de portada

    Hermetic philosopher and surveyor o two worlds.

    Robert Fludd. Boulder, 1979.

    isbn 980-396-276-0

    depsito legal 40220068003044

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    La Coleccin Los ros profundos,haciendo

    homenaje a la emblemtica obra del peruano

    Jos Mara Arguedas, supone un viaje hacia

    lo mtico, se concentra en esa uerza mgica

    que lleva al hombre a perpetuar sus historias y

    dejar huella de su imaginario, compartindolo

    con sus iguales. Detrs de toda narracin est

    un misterio que se nos revela y que permite

    ahondar en la bsqueda de arquetipos que

    denen nuestra naturaleza. Esta coleccinabre su espacio a los grandes representantes

    de la palabra latinoamericana y universal,

    al canto que nos resume. Cada cultura es un

    ro navegable a travs de la memoria, sus

    aguas arrastran las voces que suenan como

    piedras ancestrales, y vienen contando cosas,

    susurrando hechos que el olvido jams podrtocar. Esta coleccin se biurca en dos cauces:

    la serie Clsicos concentra las obras que al

    pasar del tiempo se han mantenido como

    conos claros de la narrativa universal, y

    Contemporneos rene las propuestas ms

    rescas, textos de escritores que apuntan hacia

    visiones dierentes del mundo y que precisanlos ltimos siglos desde ngulos diversos.

    e lpe r r o y l a r a na

    F u n d a c i n E d i t o r i a l

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    Nota del autor

    El autor de este diario, y el diario mismo, pertenecen evi-dentemente al campo de la ccin. Sin embargo, si consideramoslas circunstancias que han determinado la ormacin de nuestrasociedad, nos parece posible que existan entre nosotros seressemejantes al autor de este diario. Mi propsito es presentar alpblico, subrayando un poco los rasgos, uno de los personajesde la poca que acaba de transcurrir, uno de los representantes

    de la generacin que hoy se est extinguiendo. En esta primeraparte, titulada El hombre del subsuelo, el personaje se presentaal lector, expone sus ideas y trata de explicar las causas de quehaya nacido en nuestra sociedad. En la segunda parte, relataciertos sucesos de su vida.

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    Primera parte

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    13La ratonera

    I

    Soy un enermo... un hombre malo. No hay nada de atra-yente en m. Creo que mi hgado anda mal. Pero en verdad nos absolutamente nada acerca de mi dolencia, ni siquiera estoymuy seguro de cul es. No estoy bajo tratamiento, y nunca loestuve, aunque siento gran respeto por la medicina y los mdicos.

    Adems, soy mrbidamente supersticioso, por lo menos lo bas-tante para respetar a la medicina. Dada mi educacin, no deberaser supersticioso, pero lo soy. No, yo dira que rechazo la ayudamdica nada ms que por espritu de contradiccin. No esperoque me entiendan esto, pero as es. Por supuesto, no puedoexplicar a quin trato de engaar de esta manera. Tengo plenaconciencia de que no me es posible perjudicar a los mdicos impi-

    diendo que me curen. S muy bien que el perjudicado soy yo, ynadie ms. Pero de cualquier manera, slo por malicia me niegoa aceptar su ayuda. Me duele el hgado? Magnco, que sigadoliendo!

    Hace mucho tiempo que vivo as, veinte aos, o ms. Ahoratengo cuarenta. Antes era empleado del gobierno, pero ya no.

    . NifaltahacedecirquetantoestasMemoriascomosuautorsonficticios.Noobstante,gentecomoelautordeestasmemoriaspuedeexistirennuestrasociedad,yenverdadexiste,sipensamosenlascircunstanciasenqueestasehaformado.Mideseoeramostraralpblicounpersonajedelpasadorecienteconmsclaridaddeloqueporlogeneralsehace.Pertenecealageneracinqueahoraestterminandosusdas.EnelfragmentointituladoLa ratonera,estehombresepresentayexponesuspuntosdevista,alavezquetratadeexplicarporquapareciennuestromedio,yporqunopodadejardeaparecerenl.Elfragmentosiguienteestcompuestodelasverdaderasmemoriasdeesehombre,vinculadasconciertosacontecimientosdesuvida(Nota del autor).

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    Era un mal uncionario, grosero, y me complaca serlo. Comono aceptaba sobornos, tena que compensarlo de alguna manera.(Esta es una psima muestra de ingenio, pero no la borrar ahora.La escrib pensando que parecera muy chistosa. Pero ahora medoy cuenta de que es una jactancia vulgar, de modo que la dejarslo por ese motivo).

    Cuando los peticionantes se acercaban a mi escritorio enprocura de inormacin, les mostraba los dientes, y me sentaindescriptiblemente dichoso cuando lograba que uno de ellos

    se sintiera desdichado. Por lo general eran personas tmidas,pues iban a pedir algo. Pero uno de ellos constitua una excep-cin a la regla. Era un ocial, y yo experimentaba una parti-cular repugnancia hacia l. No se dejaba amedrentar. Tena unaorma especial de hacer tintinear el sable. Desagradable. Durantedieciocho meses le hice la guerra en relacin con ese sable. A lapostre triun, y consegu que no hiciera ms ruido. Pero todo

    esto sucedi cuando yo era todava joven. Quieren que les digaqu pasaba en verdad? Bueno, el centro del asunto, el aspecto msrepulsivo de mi maldad, era que, cuando estaba en mi peor humorheptico, tena conciencia de que en verdad no era tan perverso,ni tan colrico, y que no haca ms que pasar el rato, por decirloas, para distraerme. Puede que estuviera echando espumarajosde uria, pero si uno me traa una mueca para jugar, o me oreca

    una buena taza de t con azcar, lo ms probable era que me cal-mara. E inclusive me senta proundamente conmovido, aunqueenojado conmigo mismo; y ms tarde haca rechinar los dientes yperda el sueo durante varios meses. As era yo.

    Hace un momento ment, cuando dije que ui un mal uncio-nario. Y ment por malicia. Me diverta a costa de los peticionantesy de ese ocial, pero en el ondo nunca pude ser malo. Conoca los

    numerosos elementos que haba en m, y que eran lo contrario dela maldad. Senta que bullan en m desde toda la vida, que tra-taban de salir a la supercie, pero yo les impeda hacerlo. Me ator-mentaban, me provocaban vergenza y convulsiones, y me tenanharto. Ah, qu cansado estaba de ellos! Les parece que estoy tra-tando de justicarme, de pedirles que me perdonen? No me cabe

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    duda de que piensan eso... Bueno, cranme, no me importa quepiensen as.

    No consegua ser malo, pero tampoco amistoso, ni iname,ni honrado, ni un hroe, ni un insecto. Y ahora vivo mi vida enun rincn, trato de consolarme con la estpida, intil excusa deque un hombre inteligente no puede convertirse en nada, de queslo un tonto puede hacer consigo lo que quiera. Es verdad queun hombre inteligente del siglo XIX tiene que ser una criaturainvertebrada, en tanto que un hombre de carcter, el hombre

    de accin, es, en la mayora de los casos, una persona de inte-ligencia limitada. Esta es mi conviccin a los cuarenta aos deedad. Ahora tengo cuarenta, y cuarenta aos es toda una vida;cuarenta aos es la vejez. Es indecente, vulgar e inmoral vivirms all de los cuarenta! Quin lo logra? Contstenme con sin-ceridad. O djenme que conteste yo: los tontos y los intiles. Estolo repetir en la cara de cualquiera de esos venerables patriarcas,

    de todos esos respetables hombres canosos, para que lo escuchetodo el mundo. Y tengo derecho a decirlo, porque yo vivir hastalos sesenta. Hasta los setenta! Llegar a los ochenta...! Esperen,djenme recobrar el aliento...

    Piensan que estoy tratando de hacerles rer? Entonces hanvuelto a entenderme mal. No soy en modo alguno el tipo alegreque creen, o que podran creer que soy. Pero si les irrita mi par-

    loteo (y siento que ya debe molestarles), y tienen ganas de pregun-tarme quin diablos soy al n de cuentas, tendr que contestarque soy un asesor colegiado, empleado de octava clase. Entr enel servicio para poder comer (y slo por eso). Pero cuando muriun pariente lejano, dejndome seis mil rublos, renunci en el actoy me instal aqu, en mi rincn. He vivido aqu aun antes de eso,pero ahora estoy establecido de verdad. Mi habitacin es mise-

    rable y ea, y se encuentra en las aueras de la ciudad. La criada esuna campesina, mala por pura estupidez; adems, siempre huelemal. Me dicen que el clima de Petersburgo es malo para m y que,dado lo escaso de mis ingresos, resulta un lugar muy caro. Todoeso lo s. Lo s mejor que todos mis presuntos consejeros. Perome quedar en Petersburgo! No me ir! No me ir porque...

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    Ah, tanto da que me quede o me vaya.Y en denitiva, cul es el tema del que ms le gusta hablar

    a un hombre honrado? El de s mismo, por supuesto. Hablar,entonces de m.

    II

    Y ahora quiero decirles, damas y caballeros, les guste o no,por qu ni siquiera pude convertirme en un insecto. Ante todo,

    debo declarar con toda solemnidad que muchas veces trat dellegar a serlo. Pero aun eso estaba uera de mi alcance. Juro queuna lucidez demasiado grande es una enermedad, una ener-medad total y completa. Para las necesidades cotidianas, la con-ciencia de la persona corriente es ms que suciente, y representams o menos la mitad o la cuarta parte de la del desdichadointelectual del siglo XIX, en especial si este tiene la desgracia de

    vivir en Petersburgo, la ciudad ms abstracta y premeditada de laTierra (hay ciudades premeditadas y otras no premeditadas). Elgrado de conciencia de que disponen lo que podra denominarselas personas espontneas y los hombres de accin es suciente.Apuesto a que creen que digo esto nada ms que para burlarmede los hombres de accin, y que este tipo de jactancia es de tanmal gusto como el ruido del sable del ocial que mencion antes.

    Pero yo les pregunto: quin puede sentir placer en exhibir suenermedad, e inclusive enorgullecerse de ella?Pero pensndolo mejor, dir que eso lo hacen todos. La

    gente se complace con sus deectos, y yo quiz ms que nadie.De modo que no discutamos; admito que mi argumentacin esridcula. Pero aun as armar que no slo es una enermedad elexceso de lucidez, sino cualquier proporcin de esta. Lo aseguro.

    Pero dejemos tambin esto por un momento. Y ahora permtameque les diga lo siguiente: por qu es que cuando ms capaz mesenta de ser consciente de todos los renamientos de lo bueno ylo bello, como se deca antes, haba momentos en que perda miconciencia de ello y haca cosas tan eas, cosas que quizs hacen

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    todos, pero que yo haca precisamente en las ocasiones en quems cuenta me daba de que no deba hacerse?

    Cuanta ms conciencia tena de lo bueno y lo bello, msproundamente me hunda en el ango, y ms probable era quesiguiera encenagado. Pero lo que ms me llamaba la atencin erael sentimiento de que en mi caso eso no era accidental, de queas deba ser, como si se tratara de mi estado normal, y no deuna enermedad o depravacin. Al nal casi llegu a creer (y esposible que hasta lo creyera del todo) que era en verdadmi estado

    normal.Pero al principio, qu tormentos sur en esa lucha interior!No creo que hubiera otros que pasaran por todo eso, de ormaque lo mantuve en secreto durante toda la vida. Me avergonzaba(y quizs ahora siga avergonzndome). Llegu a un punto en queexperimentaba cierto pequeo placer secreto, malsano, bajo, envolver a arrastrarme hasta mi agujero despus de alguna noche

    desagradable en Petersburgo, y en obligarme a pensar que habavuelto a hacer algo sucio, y que la cosa no tena remedio. Y pordentro me morda, me desgarraba, me corroa, hasta que la amar-gura se converta en una dulzura vergonzosa, maldita, y al nal,en un gran placer indiscutible. S, s, decididamente un placer!Lo digo en serio! Por eso empec con este tema: quera descu-brir si otros experimentan tambin ese tipo de placer. Me expli-

    car: encontraba placer precisamente en la cegadora certeza demi degradacin. Y porque senta que ya estaba contra la pared;porque eso era horrible pero no poda ser de otro modo; porqueno haba salida y ya no era posible convertirme en una personadistinta; porque aunque todava hubiera tiempo y e sucientepara cambiar, no querra hacerlo; y porque aunque lo quisiera,de cualquier modo no habra hecho nada, porque en realidad no

    exista alternativa alguna. Por ltimo, el punto ms importantees el de que hay una serie de leyes undamentales a las cuales estsometida la conciencia madura, por lo cual no es posible cam-biarse, ni hacer nada en ese sentido. Y as, como resultado deesa conciencia madura, un hombre siente que est bien ser uncanalla, siempre que sepa que lo es... como si eso pudiera ser un

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    consuelo. Pero basta... Ah, cuntas palabras! Y qu he expli-cado? Cul es la explicacin de ese placer? Pero ya lo aclarar!Llegar hasta el nal! Para eso he tomado la pluma.

    Yo, por ejemplo, soy espantosamente sensible. Soy sus-picaz y me oendo con acilidad, como un enano o un jorobado.Pero creo que hubo momentos en que me habra gustado que meaboetearan. Lo digo con toda seriedad; tambin eso me habraproporcionado placer. Por supuesto, habra sido el placer de ladesesperacin. Pero es que en la desesperacin encontramos el

    placer ms agudo, en particular cuando tenemos conciencia de lodesesperado de la situacin. Y cuando a uno lo aboetean, pueslo ms probable es que se sienta aplastado porque se da cuenta deque ha sido convertido en papilla. Pero lo undamental es que,por donde se lo mire, siempre me sent culpable, y lo ms enojosoes que era culpable sin culpabilidad, en virtud de las leyes de lanaturaleza. As, por empezar, soy culpable de ser ms inteligente

    que todos los que me rodean. (Siempre lo sent as, y, cranme, aveces me ha pesado sobre la conciencia. Nunca, en toda mi vida,pude mirar a la gente directamente a los ojos; siempre experi-mento la necesidad de volver la cara.) Adems, tambin soy cul-pable porque aunque hubiese habido en m algn sentimiento deperdn, ello no habra hecho otra cosa que aumentar mi tortura,porque habra tenido conciencia de su inutilidad. Sin duda me

    hubiera resultado imposible hacer nada con mi perdn: no habrapodido perdonar porque el oensor, al aboetearme, hubiese obe-decido simplemente a las leyes de la naturaleza, y no tiene sen-tido perdonar a las leyes de la naturaleza. Pero tampoco habrapodido olvidarme de ello, porque en resumidas cuentas es humi-llante. Por ltimo, aunque no hubiera querido perdonar, sino, porel contrario, deseado vengarme del oensor, no me hubiese resul-

    tado posible hacerlo, pues lo ms probable es que no me atrevieraa hacer nada en ese sentido, aunque hubiese podido hacer algo.Por qu no me habra atrevido? Bien, tengo especial inters endecir unas palabras en ese sentido.

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    III

    Veamos cmo suceden las cosas en el caso de las personasque son capaces de vengarse y, en general, de cuidarse. Cuandose apodera de ellas el deseo de venganza, quedan vacas, duranteun tiempo, de todo otro sentimiento. Un caballero de esos arre-mete hacia adelante, los cuernos horizontales, como un toro enu-recido, y nada lo detiene hasta que tropieza contra una pared depiedra. (Hablando de paredes, es preciso hacer notar que la gente

    espontnea y los hombres de accin sienten por ellas un sincerorespeto. Para personas como esas, una pared no representa undesao, como lo es para individuos como usted y como yo, quepensamos y por lo tanto no hacemos nada. No es una excusa pararetroceder, una excusa en la cual los de nuestra especie en realidadno creen, aunque siempre nos parezca bienvenida. No, el respetode ellos es sincero. La pared les produce un eecto calmante; es

    como si solucionara un problema moral; es algo denitivo, yquizs hasta mstico... Pero ms tarde volveremos a las paredes).En mi opinin, uno de esos hombres espontneos el

    hombre real, normal es el que satisace los deseos de su tiernamadre, la naturaleza, que con tanto amor lo cre en esta tierra. Ahombres como esos les tengo envidia. La envidia me llena de bilis.Son estpidos, no lo discutir, pero quizs un hombre normal

    tenga que ser estpido. Por qu habramos de creer que no?Quizs esa sea la gran belleza del asunto. Y lo que ms me lleva asospecharlo es que si tomamos la anttesis de un hombre normal,el hombre de conciencia madura, que es un producto de tubo deensayo antes que un hijo de la naturaleza (esto es casi misticismo,mis amigos, pero tengo la sensacin de que es verdad), descu-brimos que ese hombre de tubo de ensayo se encuentra tan some-

    tido por su anttesis que se considera con conciencia madura ytodo un ratn y no un hombre. Por consiguiente, aunque seaun ratn de conciencia madura, es, sin embargo, un ratn, entanto que el otro es un hombre. Ya ven. Y lo que es ms, l mismose considera un ratn; nadie le pide que lo haga. Este es un puntode suma importancia.

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    Y ahora contemplamos a ese ratn en accin. Supongamosque ha sido humillado (constantemente se lo humilla), y que deseavengarse. Tambin es posible que en l se haya acumulado msrencor que en lhomme de la nature et de la vrite. El mezquino,despreciable y repugnante deseo de saldar cuentas con el oensorpuede chillar en orma ms desagradable en el ratn que en elhombre natural, quien, a causa de su estupidez innata, entiendeque la venganza no es ms que justicia, en tanto que el ratn, consu conciencia madura, est obligado a negar la justicia del senti-

    miento vengativo. Y ahora llegamos al acto de venganza. Ademsde haber sido deshonrado al comienzo, el pobre ratn consigueencenagarse ms proundamente a consecuencia de sus interro-gantes y sus dudas. Y cada interrogante hace nacer tantas otraspreguntas no contestadas, que se orma un estanque atal de angopegajoso, compuesto de las dudas y tormentos del ratn, as comode los salivazos que le dirigen los hombres prcticos, de accin,

    que lo rodean como jueces y dictadores, y que se ren de l hastams no poder. Por supuesto, lo nico que le queda por hacer alratn es encoger sus facos hombros y, ngiendo una sonrisa dedesprecio, escurrirse ignominiosamente dentro de su ratonera. Yall, en su cueva repulsiva y maloliente, el ratn pisoteado y ridi-culizado se hunde en un odio ro, ponzooso y lo que es msimportante eterno. Durante cuarenta aos recordar la humi-

    llacin en todos su abominables detalles, y en cada ocasin agre-gar otro punto, ms abyecto an, y se atormentar y torturarsin tregua. Aunque avergonzado de sus pensamientos, el ratn lorecordar todo, lo repasar una y otra vez, y luego pensar posi-bles humillaciones adicionales. Y hasta es posible que trate de ven-garse, pero lo har de a rachas, con mezquindad, a escondidas, demanera annima, en la duda de que su venganza sea justa, de que

    logre llevarla a cabo, y con el sentimiento de que, a consecuenciade ella, se har a s mismo cien veces ms dao del que consigahacer al objeto de su venganza, a quien probablemente no le pro-duzca siquiera una picazn lo bastante intensa como para obli-garlo a rascarse. Despus, en su lecho de muerte, el ratn volver arecordarlo todo, con los intereses acumulados, y...

    Primera partes La ratonera III

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    Pero precisamente esa mezcla ra y enermiza de esperanzay desesperacin; ese deliberado reugiarse en una tumba bajo elpiso, durante todos estos aos; esta desesperanza articialmenteinducida, de la cual todava no estoy convencido del todo; esteveneno de deseos rustrados vueltos hacia adentro; esta aebradavacilacin; las decisiones denitivas, seguidas, un minuto des-pus, por arrepentimientos: todo esto es la mdula del extraoplacer que antes mencion. Y ese placer es tan sutil, tan ugaz,que hasta las personas un tanto limitadas, o las que simplemente

    tienen nervios uertes, no logran entenderlo ni de lejos.Quiz tambin resulte dicil de entender para quienesnunca han sido aboeteados podran agregar ustedes con unasonrisa de satisaccin.

    Esa sera una manera corts de sugerir que hablo como unexperto porque he sido aboeteado. Apuesto a que eso es lo quepiensan. Pero permtanme que los tranquilice, damas y caba-

    lleros: me importa un rbano lo que puedan pensar, pero enverdad nunca ui aboeteado. Sin embargo, dejemos este temaque parece interesarles tanto.

    Continuar hablando con tranquilidad sobre la gente denervios uertes que no puede entender los aspectos ms sutilesdel placer. Aunque en otras circunstancias es posible que estaspersonas mujan como toros uriosos y aunque ello aumente en

    muy alto grado su prestigio, capitulan en el acto ante lo impo-sible, a saber, una pared de piedra. Qu pared de piedra? Pues lade las leyes de la naturaleza, por supuesto; la de las conclusionesde las ciencias naturales, de las matemticas. Cuando han termi-nado de demostrarle a uno que descendemos del mono, de nadasirve runcir la nariz; hay que aceptarlo. Son muy capaces dedemostrar que una sola gota de la propia grasa tiene que ser ms

    preciosa, si vamos al caso, que cien mil vidas humanas, y queesta conclusin es una respuesta a toda esta chchara sobre lavirtud y el deber, y otros desvaros y supersticiones por el estilo.De modo que hay que aceptarlo como lo que es; no queda otroremedio. Es como dos y dos son cuatro. Simple aritmtica. Vayauno a reutarlo!

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    Un momento! le gritan a uno. Por qu protesta?Dos y dos son cuatro. La naturaleza no le pide consejo a uno.No le interesan sus preerencias, ni si aprueba o no sus leyes. Hayque aceptarla tal como es, con todas las consecuencias que elloimplica. De manera que una pared es una pared, etc...

    Pero por Dios!, qu me importan a m las leyes de la natu-raleza y la aritmtica, si tengo mis motivos para odiarlas, inclu-sive la que dice que dos y dos son cuatro? Es claro que si no soy lobastante uerte no voy a derribar la pared con la cabeza. Pero no

    estoy obligado a aceptar una pared de piedra slo porque est ahy yo no cuente con la uerza suciente para derribarla.Cmo si una pared de esas pudiera dejarme resignado y

    producirme paz espiritual porque es lo mismo que dos y dos soncuatro! A qu grado de estupidez se puede llegar? No es mejorreconocer las paredes de piedra y las imposibilidades como loson, y negarse a aceptarlas, si el sometimiento resulta demasiado

    insoportable? No es mejor recurrir a irreutables construccioneslgicas y llegar a las ms repugnantes conclusiones sobre el eternotema de que tambin uno, en cierta orma, participa de la respon-sabilidad por la existencia de la pared de piedra, aunque es evi-dente que en modo alguno tiene la culpa de ella? Y luego hundirsecon voluptuosidad en la inercia, rechinar los dientes en cleraimpotente, incapaz de encontrar a alguien en quien desahogar la

    clera y el odio, y perder la esperanza de encontrar nunca a nadie;sentir que uno ha sido engaado, deraudado, trampeado, quetodo es un embrollo en el cual es imposible decir qu es qu, peroque a pesar de esa imposibilidad y ese engao uno se siente dolo-rido, y que cuando menos entiende ms le duele?

    IV

    Ja! objetarn ustedes, sarcsticos, de este modopronto encontrar placer en un dolor de muelas.

    Bueno respondera yo, tambin hay placer en undolor de muelas.

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    En una ocasin sur de dolor de dientes durante todo unmes, y puedo decirles que hay placer en ello. En este caso, porsupuesto, la gente no sure en silencio. Se queja. Pero no songemidos comunes; son maliciosos, y en esa malicia est el asunto.Las quejas expresan el placer del que sure, pues si no gozara nogemira. Este es un buen ejemplo de lo que quiero decir, de modoque me detendr en ello un momento. Por empezar, los gemidosexpresan la humillante inutilidad del dolor, un dolor que obe-dece a ciertas leyes de la naturaleza de las cuales a uno le importa

    un bledo, porque uno es el que tiene que surir, y la naturalezano siente nada. As, los gemidos indican que, aunque no hay unenemigo, el dolor existe; que uno, junto con su dentista, est porcompleto a merced de sus dientes; que si eso complace a alguien,el dolor cesar, pero en caso contrario puede continuar duranteotros tres meses. Y por ltimo, que si se niega a resignarse y sigueprotestando, lo nico que puede hacer para aliviar sus senti-

    mientos es azotarse las carnes o golpear la pared con los puos.Decididamente, no es posible hacer ninguna otra cosa.Por lo tanto, estos horribles surimientos y humillaciones,

    que nos infige Dios sabe quin, engendran un placer que a vecesllega al ms alto grado de la voluptuosidad. Por avor, damasy caballeros, escuchen con cuidado, durante un tiempo, losgemidos de un intelectual del siglo XIX que sure de un dolor

    de muelas. Escuchen al segundo o tercer da de dolor, cuandoya no gime como lo haca el primer da, es decir, nada ms queporque le dola el diente. Sus gemidos no se parecen para nadaa los de un campesino, pues ha sido aectado por la educacin ypor la civilizacin europea. Se queja como un hombre que, segnse dice ahora, ha sido desarraigado del suelo y perdido con-tacto con el pueblo. Muy pronto sus quejidos se vuelven estri-

    dentes y perversos, y continan da y noche. Por cierto que sabeque no se procura alivio alguno cuando se queja de ese modo.Nadie sabe mejor que l que se atormenta e irrita, a l mismo ya los dems, para nada; que sus oyentes, entre ellos su amilia,a la cual estn dedicados esos esuerzos, lo escuchan con dis-gusto; que no creen que sea sincero en modo alguno, y que se

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    dan cuenta de que podra gemir de otra manera, con ms senci-llez, sin tantos adornos y foreos, y que todo eso lo hace por purorencor y malicia.

    Pues bien, hay un placer voluptuoso en toda esa degrada-cin, y en la conciencia de ella.

    Les molesto? Les destrozo el corazn? No dejo dormira nadie? Muy bien, sigan despiertos, sientan a cada instante queme duelen las muelas. Para ustedes no soy ya el hroe que tratde parecer al comienzo, sino un simple hombrecito despreciable.

    As sea. Me alegro de que hayan terminado por darse cuenta.Les resulta incmodo escuchar mis cobardes quejas? Bien,sigan incmodos. Dentro de un momento producir uno de esogemidos adornados, y ya podrn decirme cmo se sienten...

    Todava no se entiende lo que quiero decir? Bueno, entoncesparece que tendrn que crecer y desarrollar su comprensin, a nde poder captar todas las sutilezas de esta voluptuosidad. Eso les

    da risa? Me alegro mucho. Es claro que mis bromas son de muymal gusto, impropias y conusas; revelan mi alta de seguridad.Pero es que no tengo respeto por m mismo. En n de cuentas,cmo puede respetarse un hombre con mi lucidez de percepcin?

    V

    Cmo puede uno, en n de cuentas, tener el menor respetopor un hombre que trata de encontrar placer en el sentimiento deautohumillacin? No digo esto por un dulzn placer de arrepen-timiento. En general, nunca pude soportar el Perdn, pap, nolo volver a hacer.

    Y no porque uese incapaz de decirlo. Por el contrario,quizs era porque tena demasiada tendencia a decirlo. Y ten-

    dra que haber visto, adems, en qu circunstancias! Me dejabaculpar, casi a propsito, por algo con lo cual no haba tenido rela-cin alguna, ni siquiera en pensamientos o en sueos. Eso era loms odioso. Pero aun as, siempre me mostraba proundamenteconmovido, me arrepenta de mi maldad y lloraba. Por supuestoque con ello me engaaba a m mismo, pero nunca lo hice en

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    Primera partes La ratonera IV

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    orma deliberada. En esos casos me traicionaba el corazn. Nisiquiera puedo culpar por ello a las leyes de la naturaleza, aunqueesas leyes me oprimieron toda la vida. Me enerma recordar todoesto, pero, por lo dems, tambin estaba enermo en esa poca.Slo me haca alta uno o dos minutos para reconocer que se tra-taba de un montn de mentiras; todos esos arrepentimientos,esos estallidos emocionales y esas promesas de reormas, noeran otra cosa que embustes presuntuosos y nauseabundos. Ysi ahora me preguntan por qu me torturaba y atormentaba de

    esta manera, les dir: me aburra de estarme sentado de brazoscruzados, y entonces utilizaba esas tretas. Cranme, es cierto.Obsrvense con cuidado y entendern que as unciona el asunto.Invent todo tipo de historias acerca de m y pas por toda clasede aventuras para satisacer mi necesidad de vivir. Cuntas vecesme convenc de que estaba oendido, as no ms, sin motivos! Yaunque saba que no tena motivos para estar oendido, que todo

    eso era un invento, me provocaba tal estado de nimo, que alnal me senta terriblemente oendido. Experimentaba tan enr-gicas tentaciones de utilizar artimaas de ese tipo, que a la postreperda todos los renos.

    Una vez, o ms bien dos veces, trat de obligarme a enamo-rarme. Y cranme, damas y caballeros, les aseguro que sur! Esclaro que en el ondo del corazn no poda creer del todo en mis

    surimientos, y senta ganas de rerme. Pero de cualquier maneraera surimiento, de verdad, con celos, violencia y todos los demsadornos.

    Y todo eso por puro aburrimiento, damas y caballeros,puro aburrimiento. La inercia me aplastaba. Y cul puede ser elruto natural, lgico, de la conciencia madura, sino la inercia? Ypor inercia quiero decir estar conscientemente sentado, cruzado

    de brazos. Ya lo mencion antes. Y lo repito una y otra vez: lagente espontnea y los hombres de accin pueden actuar porqueson limitados y estpidos. Cmo me explicar? Digmoslo as:a causa de sus limitaciones, esas personas conunden las mscercanas causas secundarias con las causas principales. De esemodo se convencen, con ms rapidez y acilidad que otros, de

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    que han encontrado una razn incontrovertible para actuar, yya no tienen dudas en cuanto a la accin, y esta, por supuesto,es lo importante. Es evidente que para actuar hay que estar ple-namente satisecho y libre de todo recelo. Pero tmenme a m:cmo puedo estar nunca seguro? Dnde encontrar las razonesprimordiales para la accin, la justicacin de este? Dnde lasbuscar? Ejerzo mi capacidad de razonamiento, y en mi caso,cada vez que creo haber encontrado una causa veo otra queparece ser primordial de verdad, etctera, etctera, hasta el in-

    nito. Esta es la esencia misma de la conciencia y el pensamiento.Debe de ser otra ley natural. Y qu sucede al nal? Otra vez lomismo.

    Recuerdan cuando habl de la venganza (apuesto a queno me siguieron con atencin)? Se dice que un hombre se vengaporque cree que eso es lo justo. Ello implica que ha encontrado larazn primaria, la base para su accin, que en este caso es la Jus-

    ticia. Esto le proporciona una tranquilidad espiritual absoluta,de modo que se venga sin escrpulos, con eciencia, en la segu-ridad de que acta con honestidad y con criterio equitativo.

    Pero yo no veo justicia ni virtud en la venganza, por lo cual,si caigo en ella, lo hago slo por rencor y clera. La clera, porsupuesto, anula todas las vacilaciones y de este modo puede reem-plazar las razones primarias, precisamente porque no es razn

    alguna. Pero qu puedo hacer si ni siquiera tengo clera (por aquempec, recuerdan?) En m, la clera se desintegra qumicamente,como todas las dems cosas, debido a esas condenadas leyes dela naturaleza. Cuando pienso, la clera desaparece, se evaporanlos motivos que tengo para estar colrico, jams aparece la per-sona responsable, el insulto no es ya un insulto, sino un golpe deldestino, lo mismo que un dolor de muelas, por el cual no puede

    hacerse responsable a nadie. Y as descubro que lo nico quepuedo hacer es propinarle otro golpe a la pared de piedra, y luegoolvidarlo todo con otro encogimiento de hombros, pues todo sedebe a que no he podido encontrar la razn undamental del mal.

    Y si tratara de seguir mis sentimientos a ciegas, sin pensar enlas causas primarias, si lograse mantener mi conciencia uera del

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    asunto, aunque slo uera por un tiempo; si me obligase a odiaro amar nada ms que para dejar de estar sentado, cruzado debrazos, entonces, en el trmino de cuarenta y ocho horas cuandomucho, me odiara por haber descendido al autoengao. Y todoestallara como una pompa de jabn y terminara en la inercia.

    Saben, damas y caballeros?, es probable que el nicomotivo que tenga para considerarme un hombre inteligente seael de que nunca en la vida logr empezar o terminar nada. Lo s,ya lo s, soy un charlatn, un charlatn inoensivo y aburrido,

    como todos los de mi clase. Pero cmo puedo evitarlo, si el des-tino inevitable de todo hombre inteligente es el de charlar, algoas como llenar un vaso vaco con una botella vaca?

    VI

    S slo mi no hacer nada se debiera a la pereza! Cunto

    respeto me tendra entonces! S, respeto, porque entonces sabraque por lo menos puedo ser perezoso, que poseo por lo menos unrasgo denido, algo positivo, algo de lo cual me es posible estarseguro. A la pregunta de Quin es l?, la gente respondera:Un hombre perezoso. Sera maravilloso escuchar eso. Impli-cara que se me podra caracterizar con claridad, que algo sepodra decir de m. Un hombre perezoso. Pero si esa es una

    vocacin, un destino y una carrera, damas y caballeros! No seran, es la verdad. Sera miembro del club ms destacado del pas,y mi ocupacin de todo momento sera la de respetarme. Una vezconoc a un caballero que durante toda su vida se enorgullecide ser un gran conocedor del Chteau Latte. Lo considerabauna gran virtud, y nunca tuvo dudas al respecto. Muri con unaconciencia no slo limpia, sino adems jubilosa. Y tena absoluta

    razn. Si yo pudiera elegir, habra escogido para m una carrerade perezoso, de glotn, pero que uera al mismo tiempo un parti-dario de lo bueno y lo bello. Qu les habra parecido eso? Socon ello durante mucho tiempo. Lo bueno y lo bello lo tengoatragantado hoy, a los cuarenta aos, pero no siempre ue as. Enuna poca habra encontrado inmediatamente alguna actividad

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    adecuada, como por ejemplo brindar por lo bueno y lo bello.En toda oportunidad habra permitido que una lgrima merodara por la mejilla y cayera en mi vaso, que habra levantado yvaciado por lo bueno y lo bello. Y entonces todo lo que existebajo el sol se habra convertido en bondad y belleza. Lo habradescubierto en las porqueras ms indiscutibles. Las lgrimashabran manado de m como gotas estrujadas de una esponja.

    Un artista pinta un cuadro de mierda. Muy bien, bebamosen seguida a la salud de ese artista, porque soy un amante de todo

    lo que es bueno y bello. Algn autor escribe algo que ser delgusto de todos; pues bebamos a la salud de todos, porque soypartidario de lo bueno y bello!

    Y por esto habra exigido respeto y atacado a cualquieraque me lo negara.

    Y as habra vivido sin preocupaciones y muerto en gloria.Qu podra ser ms delicioso? Y piensen la barriga, la triple

    papada que habra conseguido, y la nariz rubicunda! Todos losque tropezaran conmigo habran dicho:Ese es un hombre! No cabe duda de que por lo menos es

    una persona real, positiva!Y digan lo que quieran, damas y caballeros, pero en nuestro

    siglo negativo resulta agradable escuchar cosas por el estilo.

    VII

    Pero estos no son ms que sueos dorados. Quin ue elprimero que dijo que el hombre hace cosas eas slo porque nosabe cules son sus verdaderos intereses, que si alguien lo escla-reciera en ese sentido dejara inmediatamente de actuar como uncerdo y se volvera noble y bondadoso? Al verse esclarecido, con-

    tina el argumento, y al advertir en qu consiste su verdaderointers, se dara cuenta de que este tiene su centro en la accinvirtuosa. Y como ya se sabe que un hombre no acta en ormadeliberada contra sus intereses, se seguira de ello que no tendrams eleccin que la de volverse bueno. Oh, cunta inocencia!Desde cundo, en estos ltimos milenios, ha actuado el hombre

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    exclusivamente por su propio inters? Y qu hay de los millonesde hechos que demuestran que los hombres, de modo deliberadoy con pleno conocimiento de cules eran sus verdaderos intereses,los despreciaron y se precipitaron en una direccin distinta? Ylo hicieron por su propia cuenta, sin que nadie los aconsejara,negndose a seguir el camino seguro, trillado, y buscaron otrosendero, dicil, irrazonable, y lo siguieron con empecinamiento,a oscuras. No sugiere esto que la testarudez y la terquedad eranms uertes en esos hombres que sus intereses?

    Inters! Qu inters? Pueden ustedes denir cul es elinters de un ser humano? Y supongamos que el inters de unhombre no slo concuerda con algo daino, antes que con algoventajoso, sino que adems lo exige. Por supuesto, si ese casoes posible, entonces la regla queda reducida a polvo. Y ahoradganme: es posible un caso as? Pueden rer, si lo desean,pero quiero que me contesten lo siguiente: hay una medida

    exacta para las ventajas humanas? No se omiten algunas queno pueden ser incluidas en esa clasicacin? Por lo que puedoentender, ustedes han basado su escala de ventajas en promediosestadsticos y en rmulas cientcas pensadas por los econo-mistas. Y como la escala est compuesta de intereses tales comola elicidad, la prosperidad, la libertad, la seguridad y todo lodems, un hombre que de modo deliberado hiciera caso omiso

    de dicha escala sera tachado por ustedes y tambin por m, enrealidad de oscurantista, de loco de remate. Pero lo verdadera-mente notable es que los estadsticos, los sabios y los humanita-rios de ustedes, cuando hacen la lista de los intereses humanos,insisten en omitir uno de ellos. Jams se acuerdan de l, con locual invalidan todos sus clculos. Cualquiera creera que es muycil agregarlo a la lista. Pero ese es el problema: no encaja en nin-

    guna escala ni diagrama.Por ejemplo, damas y caballeros, yo tengo un amigo; es

    claro que tambin es amigo de ustedes, y en realidad, de todo elmundo. Cuando est a punto de hacer algo, este amigo explicacon palabras pomposas y en detalle de qu manera debe actuarpara concordar con los preceptos de la justicia y la razn. Ms

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    an, se muestra apasionado cuando perora sobre los intereseshumanos; desprecia a los tontos miopes que no saben qu es lavirtud o qu les conviene. Luego, exactamente quince minutosdespus, sin un motivo externo evidente, pero impulsado poralgo interior, ms uerte que toda consideracin de intereses, des-cribe una pirueta y dice todo lo contrario de lo que ha venidodiciendo. A saber, desacredita las leyes de la lgica y sus propiosintereses; en una palabra, lo ataca todo...

    Ahora bien, como mi amigo es un tipo complejo, no es

    posible desecharlo por considerarlo un individuo raro. Demanera que quizs exista algo que todos los hombres valoranpor encima de las ms altas ventajas individuales, o (para no serilgicos) es posible que haya una ventaja humana ms venta-josa (precisamente la que siempre se omite), que tambin es msimportante que las otras y por la cual un hombre, si es necesario,har rente a la razn, el honor, la seguridad y la prosperidad

    en una palabra, a todas las cosas bellas y tiles, nada msque para alcanzarla, para lograr la ventaja ms ventajosa detodas, la ms cara para l.

    Y qu me interrumpirn ustedes; de cualquier maneraes una ventaja.

    Un momento. Quiero expresarme con claridad. No es unproblema de palabras. Lo notable de esta ventaja es que tras-

    torna todas las clasicaciones y tablas compuestas por los huma-nitaristas para elicidad del gnero humano. Las ahuyenta, pordecirlo as. Pero antes de dar nombre a esa ventaja, permtasemecomprometerme y declarar que todos esos encantadores sis-temas, todas esas teoras que explican al hombre cul es su ver-dadero inters, de modo que, al alcanzarlo se vuelva en el actobueno y noble, todas ellas no son, en mi opinin, otra cosa que

    estriles ejercicios de lgica. S, nada ms que eso. Por ejemplo,proponer la teora de la regeneracin humana por la bsquedade sus verdaderos intereses es, creo yo, casi como... bueno,como decir, cual dice H. T. Buckle, que el hombre madura bajola infuencia de la civilizacin y se vuelve menos sanguinario ymenos propenso a hacer la guerra. Para llegar a esta conclusin

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    parece haber seguido un razonamiento lgico. Pero los hombresadoran los razonamientos abstractos y las sistematizaciones bienelaboradas, a tal punto, que no les molesta deormar la verdad,cierran los ojos y los odos a todas las pruebas que los contra-dicen, con tal de conservar sus construcciones lgicas. Y yo diraque el ejemplo que he tomado aqu es en verdad fagrante. No hayms que mirar en torno y se vern derramamientos de sangre,y la sangre es derramada casi jugando, como si uese champn.Ah tienen a Estados Unidos, esa indisoluble unin, hundida

    hasta el cuello en la guerra civil! Ah tienen la arsa de Schleswig-Holstein... Y qu hay en nosotros que haya sido suavizado por lacivilizacin? Armo que lo nico que esta hace es desarrollar enel hombre una mayor capacidad para experimentar una mayorvariedad de sensaciones. Y nada, absolutamente nada ms. Ygracias a ese desarrollo, es posible que el hombre pueda todavaaprender a gozar con el derramamiento de sangre. Pero si eso

    ya ha sucedido! Se han dado cuenta, por ejemplo, de que lostiranos ms renados y sanguinarios, comparados con quieneslos Atila y los Stenka Razin equivalen a simples nios de coro,son a menudos exquisitamente civilizados? En realidad, si noresultan tan notables es porque hay demasiados de ellos, y porquese nos han vuelto demasiado amiliares. La civilizacin ha hechoal hombre, si no siempre ms sediento de sangre por lo menos

    ms uriosa, ms horriblemente sanguinario. En el pasado se veajusticia en el derramamiento de sangre, y se mataba, sin mayoresremordimientos de conciencia, a aquellos a quienes se conside-raba necesario matar. Hoy, aunque consideramos espantosoderramar sangre, seguimos hacindolo, y en escala mucho mayorque hasta ahora. Se ha dicho que Cleopatra y, por avor, per-dnenme por este ejemplo de la historia antigua senta placer

    cuando clavaba agujas de oro en los pechos de sus esclavas, quese deleitaba con sus gritos y contorsiones. Podrn ustedes obje-tarme que esto suceda en tiempos relativamente brbaros; oquiz digan que todava hoy vivimos en una poca brbara(tambin en trminos relativos), que todava se clava agujas a lagente y que aun hoy, aunque el hombre ha aprendido a tener ms

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    discernimiento que en tiempos antiguos, todava debe aprendera seguir los dictados de su razn.

    Ello no obstante, en los pensamientos de ustedes no cabeduda alguna de que lo aprender en cuanto se haya liberado deciertas malas costumbres antiguas, y cuando el buen sentido yla ciencia hayan reeducado por completo la naturaleza humana,dirigindola por los caminos adecuados. Parecen estar seguros deque el hombre mismo abandonar sus extravospor su propia ylibre voluntad, y dejar de oponer su arbitrio a sus intereses. Ms

    an: dicen que la ciencia ensear al hombre (aunque se me ocurreque esto es un lujo) que no tiene voluntad ni caprichos que enverdad nunca los tuvo, que es algo as como un teclado de pianoo un pedal de rgano; que, por otra parte, hay en el universo leyesnaturales, y que todo lo que lo ocurre sucede uera de su voluntad,por s mismo, como si dijramos, en consonancia con las leyes dela naturaleza. Por lo tanto, lo nico que queda por hacer es des-

    cubrir esas leyes y el hombre ya no ser responsable de sus actos.Entonces la vida resultar en verdad cil para l. Todos los actoshumanos sern incorporados, por medio de una lista, a algo ascomo tablas de logaritmos, digamos hasta el nmero 108.000,y trasladados a un almanaque. O mejor an, aparecern cat-logos destinados a ayudarnos tal como lo hacen los diccionariosy las enciclopedias. Contendrn detallados clculos y pronsticos

    exactos de todo lo que vendr, de modo que ya no sean posibles eneste mundo las aventuras ni la accin.Y entonces ustedes son quienes hablan surgirn nuevas

    relaciones econmicas, relaciones hechas de medida y calculadasde antemano con precisin matemtica, de orma que en el actodesaparecen todos los problemas posibles, porque todos recibenlas soluciones posibles. Y entonces se levantar el utpico palacio

    de cristal; y entonces... bueno, la vida ser eterna bienaventuranza.Por supuesto, no pueden garantizar (ahora hablo yo) que eso

    no resulte espantosamente aburrido (pues qu se podr hacercuando todo est predeterminado por los almanaques?). Pero,por otra parte, todo estar planeado en orma muy razonable.

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    Pero es posible que uno haga cualquier cosa de puro tedio.Por aburrimiento se clava agujas de oro a la gente. Pero eso esnada. Lo verdaderamente malo (soy yo quien vuelve a hablar) esque entonces las agujas de oro sern consideradas una bendicin.El problema del hombre consiste en que es estpido. Fenomenal-mente estpido. O sea, que aunque no sea estpido de veras, estan desagradecido, que no es posible encontrar otra criatura taningrata. A m, por ejemplo, no me sorprender en modo alguno,si, en esa utura era de la razn, apareciera de pronto un caba-

    llero con una sonrisita desagradecida, o digamos retrgrada, y,con los brazos en jarra, nos dijera:Qu les parece, amigos?, mandemos esta razn al

    demonio, saqumonos de debajo de los pies todas estas tablas delogaritmos y volvamos a nuestras propias y estpidas costumbres.

    Eso no es tan enojoso por s mismo; lo malo es que ese caba-llero encontrara partidarios, con toda seguridad. Porque as est

    hecho el hombre.Y la explicacin es tan sencilla, que casi no parece habernecesidad de presentarla; a saber, que un hombre, siempre y entodas partes, preere actuar como se le antoja, y no como le dicenla razn y sus intereses, pues es muy posible que sienta deseos deactuar contra sus intereses, y en algunos casos digo que deseapositivamente actuar de esa manera. Pero esa es mi opinin per-

    sonal.De manera que la libre e ilimitada eleccin de uno, el caprichoindividual, aunque sea el ms loco, producto de una antasa lle-vada a veces hasta el renes, esa es la ventaja ms ventajosa que nopuede ser incorporada a ninguna tabla ni escala, y que convierte enpolvo, con un solo contacto, todos los sistemas y todas las teoras.Y de dnde sacaron todos esos sabios la idea de que el hombre

    debe de tener algo que en opinin de ellos es una serie de deseosnormales y virtuosos? Qu les hace creer que la voluntad humanatiene que ser razonable y concorde con sus intereses? Lo nico queel hombre necesita de veras es la voluntad independiente, a todacosta y sean cuales ueren las consecuencias.

    Hablando de la voluntad, maldito sea si...

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    VIII

    Ja, ja, ja! Hablando en trminos estrictos, eso que sellama voluntad no existe! me interrumpirn ustedes con unarisotada. Hoy la ciencia ha logrado disecar al hombre lo su-ciente como para poder armar que lo que conocemos con elnombre de deseo y libre albedro no es ms que... mierda.

    Esperen, esperen un momento! Ya iba a llegar a eso. Admitoque inclusive me asust un poco. Estaba a punto de decir que la

    voluntad dependa del diablo sabe qu, y que quiz deberamosestarle agradecidos a Dios por eso, pero entonces me acord de laciencia y eso me ren. Y en ese momento ustedes me interrum-pieron. Ahora bien, supongamos que un da descubrieran deverdad una rmula que constituyera la raz de todos nuestrosdeseos y caprichos, y que nos dijera de qu dependen estos, a quleyes estn sometidos, cmo se desarrollan, hacia qu apuntan en

    tal y cual caso, etctera; es decir, supongamos que encontrasenuna verdadera ecuacin matemtica. Bueno, lo ms probablees que entonces el hombre deje de tener deseos. Casi con segu-ridad. Qu alegra podra encontrar en el hecho de uncionar deacuerdo con una tabla de tiempos? Ms an, se convertira en unpedal de rgano, o algo por el estilo, pues qu es un hombre sinvoluntad, deseos, ni aspiraciones, sino un pedal de rgano?

    Examinemos, por consiguiente, las posibilidades de que esoocurra o no. Qu les parece a ustedes?Hmmm me dirn, la mayor parte de nuestros deseos

    son errados a consecuencia de una evaluacin equivocada decules son nuestros intereses. Si a veces deseamos algo que notiene sentido, ello se debe a que, en nuestra estupidez, creemosque es la orma ms cil de lograr una supuesta ventaja. Pero

    cuando todo eso nos ha sido explicado y elaborado en una hojade papel (lo cual es posible, porque es despreciable y carente derazn armar que pueden existir leyes de la naturaleza que elhombre no logre penetrar), tales deseos dejarn sencillamente deexistir. Pues cuando el deseo se combina con la razn, en lugarde desear razonamos. En ese caso resulta imposible conservar la

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    razn y desear algo insensato, es decir, nocivo. Y en cuanto seaposible computar todos nuestros deseos y razonamientos (puesllegar el da en que entendamos qu es lo que gobierna a lo queahora describimos como nuestro libre albedro), es probable quecontemos con algn tipo de tablas que orienten nuestros deseos,lo mismo que cualquier otra cosa. De manera que si un hombrele saca la lengua a alguien, ser porque no puede dejar de sacarla,y porque tiene que hacerlo colocando la cabeza exactamente enel ngulo en que lo hace. Y qu libertadquedar entonces en l,

    en particular si es un hombre culto, un hombre de ciencia diplo-mado? Pues podr planicar su vida con treinta aos de anti-cipacin! De todos modos, si se llega a eso, no tendremos msremedio que aceptarlo. Debemos repetirnos a cada rato que enningn momento ni lugar nos pedir la naturaleza permiso paranada; que debemos aceptarla tal como es, y no tal como nos lapintamos en la imaginacin; que si avanzamos hacia los grcos,

    las tablas de tiempos y aun los tubos de ensayo, bueno, tendremosque aceptar todo eso, incluido, por supuesto, el tubo de ensayo!Y si no queremos aceptarlo, la naturaleza misma har que...

    S, s, ya s, ya s... Pero ah hay un inconveniente, por loque a m respecta. Tendrn que perdonarme, damas y caballeros,si me hago un embrollo con mis propios pensamientos. Hay quetener en cuenta el hecho de que me he pasado los cuarenta aos

    de mi vida en una cueva de ratones, debajo del piso. Permtanme,entonces, que d rienda suelta a mi antasa.Admito que la razn es algo bueno. Eso no se puede dis-

    cutir. Pero la razn es slo razn, y no hace ms que satisacer lasexigencias racionales del hombre. Por otra parte, el deseo es lamaniestacin de la vida misma de toda la vida, y lo abarcatodo, desde la razn hasta el impulso de rascarse. Y aunque la

    vida puede convertirse a menudo en un asunto sucio cuandosomos orientados por nuestros deseos, sigue siendo vida, y nouna serie de extracciones de races cuadradas.

    Yo, por ejemplo, por instinto quiero vivir, ejercer todos losaspectos de la vida que hay en m, y no slo la razn, que equivalequizs a no ms de un vigsimo del todo.

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    Y qu sabe la razn? Slo sabe lo que ha tenido tiempo deaprender. Muchas cosas seguirn siendo desconocidas para ella.Esto hay que decirlo aunque no tenga nada de alentador.

    Pero la naturaleza humana es todo lo contrario. Acta comouna entidad, usa todo lo que tiene, lo consciente y lo inconsciente,y aunque nos engae, vive. Sospecho, damas y caballeros, queme estn mirando con compasin, preguntndose cmo no logroentender que un hombre esclarecido y culto, como el hombredel uturo, no puede tener deseos deliberados de perjudicarse.

    Para ustedes es una cuestin de matemticas puras. De acuerdo,es matemticas. Pero djenme repetirles por centsima vez queexiste un caso en que el hombre puede desear, con plena con-ciencia, hacerse algo daino, estpido y aun totalmente idiota.Y lo har para dejar sentado su derecho a desear las cosas msidiotas, y para no verse obligado a tener slo deseos sensatos.Pero qu sucede, amigos mos, si un capricho absurdo resulta

    ser la cosa ms ventajosa de la tierra para nosotros, como a vecessucede? En trminos especcos, puede resultar ms ventajosopara nosotros que cualquier otra ventaja, aun cuando resulte evi-dente que nos hace dao y que contrara todas las conclusionessensatas de nuestra razn respecto de nuestros intereses. Porque,suceda lo que sucediere, nos deja nuestra posesin ms impor-tante, ms preciada: nuestra individualidad.

    Algunas personas reconocen, por ejemplo, que el deseopodra ser lo que el hombre ms atesora. Es claro que el deseo,si as lo quiere, puede concordar con la razn, en especial si selo usa con rugalidad, sin ir nunca demasiado lejos. Entonces eldeseo resulta muy til, y hasta digno de elogio.

    Pero en realidad, en general est en empecinado desacuerdocon la razn... y... y... permtanme que les diga que esto tambin

    es til y digno de elogio.Supongamos, damas y caballeros, que el hombre no es est-

    pido. (Porque, en verdad, si decimos que es estpido, a quinpodremos llamar inteligente?) Pero aunque no sea estpido, esmonstruosamente desagradecido. Fenomenalmente desagrade-cido! Inclusive dira que la mejor denicin del hombre es: un

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    bpedo desagradecido. Pero ese no es todava su deecto principal.Su principal deecto es su perversidad crnica, y ha surido deella a todo lo largo de la historia, desde el Diluvio hasta la crisisde Schleswig-Holstein. Perversidad y, por tanto, alta de buensentido, pues bien se sabe que la perversidad se debe a la carenciade buen sentido. Echen una ojeada a la historia de la humanidady dganme qu ven en ella. Les parece majestuosa? Es posible. ElColoso de Rodas es lo bastante impresionante como para haberimpulsado al seor Anaievski a decir que algunos la conside-

    raban una obra del hombre y otros una creacin de la naturaleza.La encuentran llena de colorido? S, supongo que en la historiahumana hay mucho color. Pinsese en todos los uniormes mili-tares y en todas las vestimentas civiles. Esto por s mismo parecebastante impresionante. Y si pensamos en todos los uniormesque se usan en todas las ocasiones semiociales, hay tanto colo-rido, que cualquier historiador quedara deslumbrado. Les

    parece montona? S, hay mucho de razn en eso. Combaten ycombaten y combaten; estn combatiendo ahora, lucharon antesy volvern a hacerlo en el uturo. S, convengo en que es un pocomontona.

    De modo que ya ven: sobre la historia mundial se puededecir cualquier cosa; todas y cualquiera de las cosas que se lepueda ocurrir a la imaginacin ms mrbida. Menos una. No se

    puede decir que la historia sea razonable. La palabra se le queda auno en la garganta. Y he aqu lo que sucede a cada rato: hombresbuenos y razonables, sabios y humanitarios, tratan de vivir unavida constantemente buena y sensata, de servir, por decirlo as,de antorchas humanas para iluminar el camino de sus prjimos,para demostrarles qu puede hacerse. Y qu resulta de ello? Porsupuesto, tarde o temprano, estos amantes del gnero humano se

    dan por vencidos, algunos en medio de un escndalo, y a menudode un escndalo bastante indecente.

    Y ahora quiero preguntarles algo: qu se puede esperar delhombre, si se tiene en cuenta que es una criatura tan extraa?Se pueden derramar sobre l todas las bendiciones de la tierra,ahogarlo en dicha, de modo que slo se vea las burbujas que

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    suben a la supercie de su ventura; se le puede otorgar tal segu-ridad econmica, que no tenga que hacer otra cosa que dormir,mordisquear y preocuparse de impedir que la historia mundialse interrumpa. Y aun entonces, por pura malicia e ingratitud, elhombre les har una sucia jugarreta. Inclusive pondr en peligrosu torta, en benecio de la ms fagrante estupidez, de la tonteraeconmicamente ms insegura, nada ms que para inyectar suspropias antasas, desastrosas y letales, en toda la solidez y sen-satez que lo rodean. Precisamente quiere preservar sus perniciosas

    antasas y sus vulgares trivialidades, aunque slo sea para asegu-rarse de que los hombre siguen siendo hombres (como si eso ueratan importante), y no teclados de piano que responden a las leyesde la naturaleza. Quin sabe por qu, al hombre le molesta la ideade no poder desear si ese deseo no gura en su tabla de tiempos enese momento.

    Pero aunque el hombre no uese otra cosa que una tecla

    de piano, aunque tal cosa se le pudiera demostrar por mtodosmatemticos, no volvera en s, sino que utilizara alguna de sustretas, por pura ingratitud, nada ms que por salirse con la suya.Y si no los tuviera a mano, inventara los medios de destruccin,de caos, y todos los tipos de surimientos necesarios para lograrsu objetivo. Por ejemplo, maldecira en voz lo bastante alta paraque todo el mundo lo escuchara maldecir es prerrogativa del

    hombre, y lo distingue de todos los dems animales, y quizs elsolo hecho de maldecir le dara lo que quiere, es decir, le demos-trara que es un hombre, y no una tecla de piano.

    Pero se puede decir que tambin esto es posible calcularlode antemano e incluirlo en la lista el caos, las maldiciones ytodo, y que la posibilidad misma del clculo lo impedira,de orma que predominara la cordura. Oh, no! En ese caso el

    hombre enloquecera adrede, nada ms que para inmunizarse ala razn.

    Creo que esto es as y estoy dispuesto a jurarlo, porque meparece que el sentido de la vida del hombre consiste en demos-trarse a s mismo, a cada instante, que es un hombre, y no unatecla de piano. Y el hombre seguir demostrndolo, y pagndolo

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    con su piel; si hace alta, se convertir en un troglodita. Y comoesto es as, no puedo dejar de alegrarme de que las cosas sigansiendo como son y que por el momento nadie sepa qu es lo quedetermina nuestros deseos.

    Y ahora ustedes me gritan que nadie tiene la intencin deprivarme de mi libre albedro, que slo tratan de disponer lascosas de modo que mi voluntad coincida con mis intereses, conlas leyes de la naturaleza y con la aritmtica.

    Ah, damas y caballeros, no me hablen del libre albedro

    cuando se trata de tablas y de aritmtica, cuando todo ser dedu-cible de dos y dos son cuatro! No hace alta el libre albedro paradescubrir que dos ms dos dan cuatro. No es eso lo que llamolibre albedro!

    IX

    Por supuesto que bromeo, mis amigos, y me doy cuenta deque mis bromas son dbiles. Pero no es posible rerse de todas lascosas. Quiz bromeo entre dientes. Es que me obsesionan ciertosproblemas, y puede que ustedes me permitan ormularlos.

    Ustedes, por ejemplo, quieren curar al hombre de sus malascostumbres antiguas y reormar su voluntad de acuerdo con lasexigencias de la ciencia y el buen sentido. Pero qu les hace creer

    que el hombre puede o debe ser cambiado de esa manera? Qu loslleva a la conclusin de que es absolutamente necesario modicarlos deseos del hombre? Cmo saben que esa correccin resultarprovechosa para el hombre? Y si me permiten hablar con todaranqueza, por qu estn seguros de que el hecho de abstenersede actuar en contradiccin con los propios intereses, tal como lodeterminan la razn y la aritmtica, es siempre benecioso para

    uno, y que ello rige para la humanidad en su conjunto?Hasta ahora, estas slo son suposiciones de ustedes. Admi-

    tir que concuerdan con las leyes de la lgica. Pero concuerdantambin con la ley humana? Y por si creen que estoy loco, djenmeexplicarles. Acepto que el hombre es un animal creador, conde-nado a luchar conscientemente para llegar a una meta, dedicado a

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    una permanente obra de ingeniera, por decirlo as, atareado cons-truyndose caminos que conducen a alguna parte... no importaadnde. Y quiz, si de vez en cuando siente deseos de extraviarse, esslo porque estcondenadoa construir ese camino; hasta el hombrede accin, por estpido que sea, debe de darse cuenta de vez en vezque su camino siempre va a alguna parte, y que lo principal no esadnde va, sino mantener al nio bien intencionado en sus laboresde ingeniera, con lo cual se lo salva de las trampas morteras de laociosidad, que, como bien se sabe, es la madre de todos los vicios.

    Es indiscutible que al hombre le encanta crear y construir caminos,Pero por qu le agradan tambin el caos y el desorden aun en suvejez? Explquenme eso, si pueden! Pero esperen, antes me gustaradecir unas palabras acerca de este asunto. Me pregunto si no le agra-dar tanto el caos y la destruccin porque tiene miedo, por instinto,de llegar a la meta por la cual trabaja... Cmo es posible saberlo?;quiz le agrade su objetivo slo desde lejos; quiz slo le guste con-

    templarlo y no vivir en l, y, cuando llega el momento, cedrselo alos animales, como por ejemplo a las hormigas, ovejas y otros. Porsupuesto, las hormigas son distintas. Tienen una obra de ingenieramaravillosa y perdurable en la cual trabajar: el hormiguero.

    Y las respetables hormigas empezaron con su hormiguero,y lo ms probable es que terminen con l, lo cual constituye ungran mrito que se debe anotar en la cuenta de su perseverancia

    y unidad de criterio. Pero el hombre es rvolo e impredecible, yquiz, como a un jugador de ajedrez, slo lo complace el medio, yno la meta misma.

    Y quin podra decirlo?; es posible que el objetivo dela vida del hombre sobre la tierra consista precisamente en eseesorzarse en orma ininterrumpida por alcanzar una meta. Esdecir, que el objetivo es la vida misma, y no la meta, que, por

    supuesto, no debe de ser otra que dos ms dos son cuatro. Y dosveces dos, damas y caballeros, no es ya la vida, sino el comienzode la muerte. Por lo menos, el hombre siempre temi ese dos msdos igual a cuatro, y eso es lo que ahora me asusta a m.

    Supongamos que el hombre no hace otra cosa que buscarese dos veces dos, que cruza ocanos y sacrica su vida en esa

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    bsqueda, mientras en realidad, todo el tiempo, tiene miedo dedescubrir que el resultado es cuatro. Siente que en cuanto lo hayadescubierto, ya no le quedar nada qu buscar. Al menos los tra-bajadores, cuando reciben su dinero al nal de la semana, vana la taberna, y luego quiz terminan en el cuartel de polica, deorma que siempre disponen de algo que los mantiene ocupados.Pero en otro sentido, qu puede hacer el hombre consigo cuandologra uno de sus objetivos? Cuando ello sucede, se advierte en l,por lo menos, cierta torpeza. Adora el esuerzo necesario para

    lograr, pero no goza especialmente con lo que logra. Gracioso,verdad? S, el hombre es un animal cmico, y es evidente que hayuna broma en todo esto. Aun as, digo que dos veces dos es unanocin insoportable, una imposicin arrogante. Esta imagen deldos ms dos se yergue ah, las manos en los bolsillos, en mitad delcamino de uno, y escupe hacia nuestro lado. Pero estoy dispuestoa reconocer que dos-ms-dos-son-cuatro es una cosa hermosa.

    Sin embargo, si vamos a alabar todo de esa manera, entoncesdigamos que dos-veces-dos-son-cinco resulta tambin deliciosode vez en cuando.

    Y por qu estn tan seguros, tan convencidos y conscientesde que slo lo normal y lo positivo, es decir, slo lo que promueveel bienestar del hombre, resulta benecioso para l? No podrala razn equivocarse en cuanto a lo que constituye una ventaja?

    Por qu no habran de gustarle al hombre otras cosas que subienestar? Quiz el surimiento le resulte tan benecioso como elbienestar. En rigor, el hombre adora el surimiento. Con apasio-namiento. Es un hecho. Para comprobarlo no hace alta siquierarecurrir a la historia universal. Pregnteselo usted mismo, si hatenido alguna experiencia de la vida. Y personalmente, piensoinclusive que es vergonzoso gustar del bienestar por s mismo.

    Est bien o mal, es muy agradable romper algo de vez en cuando.En realidad, no deendo el surimiento, lo mismo que no

    deendo el bienestar. Abogo por el capricho, y quiero tener elderecho de usarlo cuando se me ocurra.

    S, por ejemplo, que el surimiento es inadmisible en las come-dias teatrales. En el utpico palacio de cristal sera inconcebible, pues

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    el surimiento signica dudas y negacin, y qu tipo de palacio decristal sera ese, si la gente tuviera dudas acerca de l? Sin embargo,estoy seguro de que el hombre jams abandonar el verdadero suri-miento, es decir, el caos y la destruccin. Pero si el surimiento es lanica causa de la conciencia! Y aunque al principio declar que laconciencia es la mayor plaga del hombre, s que le agrada y queno la cambiar por ningn benecio. La conciencia, por ejemplo,pertenece a un orden mucho ms elevado que dos ms dos. Esclaro que despus de dos ms dos no nos quedar ya nada qu

    hacer, ni nada qu descubrir. Lo nico que nos quedar ser des-pedirnos de nuestros cinco sentidos y hundirnos en la contempla-cin. Con la conciencia tampoco tenemos mucho qu hacer, peropor lo menos podemos lacerarnos de tiempo en tiempo, lo cualnos reanima un tanto. Puede que ello vaya contra el progreso,pero es mejor que nada.

    X

    De modo que ustedes creen en un indestructible palaciode cristal, en el cual no les ser posible sacar la lengua, ni hacerruidos groseros con los labios, ni siquiera aunque se cubran laboca con la mano... Pero yo tengo miedo de semejante palacio,precisamente porque es indestructible, porque en l nunca se me

    permitir sacar la lengua.Traten de entender: si en lugar de ese palacio slo hubieraun gallinero, y si yo tuviera que meterme en l para guarecermede la lluvia, no lo llamara palacio nada ms que por gratitud,porque me permitiese no mojarme. Pueden ustedes rerse y decirque para ese n no tiene importancia que se trate de un gallineroo un palacio. Y yo concordara con ustedes si el nico objetivo de

    la vida uese el de no mojarse.Pero supongamos que he decidido que mantenerme seco no

    es la nica razn que tengo para vivir, y que, ya que estamos eneso, sera mejor que tratramos de vivir en palacios... Ese es mideseo y mi eleccin. Y ustedes lograrn cambiarlo slo cuando

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    consigan modicar mis preerencias. Hganlo, si pueden. Peroentre tanto, permtanme distinguir entre el gallinero y el palacio.

    Supongamos ahora que el palacio de cristal es una ilusin,que las leyes de la naturaleza no lo toleran, que yo lo he soado,en mi estupidez, infuido por ciertos antiguos e irracionaleshbitos de pensamiento, comunes a mi generacin.

    Pero es claro que me importa muy poco si las leyes de lanaturaleza lo toleran o no. Y qu importancia podra tener eso,puesto que existe en mi deseo? O ms bien, que existe, dado que

    existe mi deseo?Vuelven a rer? Adelante, ranse, pero no pienso decir quemi vientre est lleno cuando tengo hambre; no me conormarcon trminos medios, con un cero innitamente repetido, nadams que porque alguna ley le permite repetirse, nada ms queporque est ah. No acepto, como coronacin de mis sueos, unenorme edicio para los pobres, con departamentos arrendados

    por mil aos y una placa de dentista auera, para casos de emer-gencia.Pero estoy dispuesto a seguirlos en cuanto hayan eliminado

    mis deseos, destruido mis ideales, para remplazarlos por algomejor. Y si se preguntan por qu habran de molestarse por m,yo puedo decirles lo mismo. Hablo con toda seriedad, pero si noquieren malgastar su tiempo y su atencin en m, eso no me des-

    trozar el corazn. Tengo mi agujero bajo el piso, recuerdan?Y entre tanto seguir viviendo y deseando, y que se meseque el brazo derecho si contribuyo con un solo ladrillo a esacasa de departamentos de ustedes! Olvdense de lo que dije antes,sobre rechazar el palacio de cristal porque en l no se me per-mitira sacarle la lengua a nadie. Lo dije, no porque me encantesacar la lengua, sino porque todava tengo que ver un edicio de

    ustedes en el cual uno pueda abstenerse de sacar la lengua. Porel contrario, estoy dispuesto a que me corten la lengua, por puragratitud, si se consigue que nunca ms vuelva a sentir deseosde sacarla. Pero qu puedo hacer si eso no es posible, y si entretanto se me invita a aceptar departamentos baratos? Por qu hesido provisto de todos estos deseos? Acaso slo para llegar a la

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    conclusin de que no son otra cosa que una gran estaa? Ese es elobjetivo de todo? No lo creo.

    Pero despus de todo lo que acabo de decir, quieren que lesdiga algo ms? Estoy seguro de que los habitantes de las cuevasde ratones, como lo soy yo, deberan ser mantenidos uera delpaso. Los de esa especie pueden pasarse cuarenta aos sentadosdebajo del piso, en cualquier parte, pero en cuanto escapan, encuanto salen de ah, hablan y hablan y hablan; hablan sin parar,hasta cansarse.

    XI

    Por lo cual, en denitiva, damas y caballeros, lo mejor esno hacer nada! Lo mejor es la inercia consciente! Un brindis ami agujero de abajo del piso! Y aunque dije que los hombres nor-males me ponan verde de envidia, en las circunstancias actuales

    no ocupara su lugar... aunque seguir envidindolos. No, no, miagujero es mejor, dgase lo que se dijere! All por lo menos esposible... ah, ya empiezo, otra vez con mentiras! Miento porques, como que dos ms dos son cuatro, que no es la cueva de ratnlo mejor, sino algo muy distinto, algo que anso pero que nopuedo encontrar. Al demonio con la cueva de ratn!

    Me sentira mejor si pudiera creer en algo de lo que he escrito

    aqu. Pero juro que no puedo creer en una sola palabra. Es decir,lo creo en cierta manera, pero al mismo tiempo siento que estoymintiendo como un hijo de perra.

    Y entonces por qu ha escrito todo eso? podrn pre-guntarme.

    Bueno, me gustara meterlos en una ratonera durante cua-renta aos, ms o menos, sin nada qu hacer, y al nal de ese

    lapso me agradara ver en qu estado se encontraran. Les parecelcito dejar a un hombre solo durante cuarenta aos, sin nada quehacer?

    Y lo que hace ahora, no le parece despreciable? medirn, quizs encogindose de hombros con desdn. Dice queansa vivir, y trata de solucionar los problemas de la vida por

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    medio de una lgica enmaraada. Y es tan insistente, tan arro-gante y al mismo tiempo tan temeroso... Dice innidad de ton-teras, y se siente satisechsimo con ellas. Se muestra insultante,pero como teme las consecuencias, no hace ms que pedir dis-culpas. Trata de convencernos de que no teme a nada, pero losorprendemos amedrentado. Nos dice que est colrico y quehabla entre dientes, pero a cada rato trata de parecer gracioso yde hacernos rer. Tiene conciencia de que sus chistes no son muyjocosos, pero parece encontrarles ciertos mritos literarios. Es

    posible que haya tenido que surir, pero no parece tener respetoalguno por sus surimientos. Hay algo de verdad en usted, perono humildad; y su verdad la extrae de la ms mezquina vanidad,y la saca para exhibirla, para orecerla en venta, para deshon-rarla. Por cierto que tiene algo que decir, pero oculta sus pala-bras nales por miedo, porque en realidad no tiene valenta, sinoslo la impertinencia de un cobarde. Se jact en relacin con su

    conciencia, pero no puede entender nada con claridad porque,aunque su cabeza es lcida, su corazn es lbrego a causa de susdesenrenos, y sin un corazn puro es imposible una verdaderaconciencia. Y es tan indiscreto, tan atropellador, tan exhibicio-nista! Ah, no dice otra cosa que mentiras, mentiras y ms men-tiras...

    Por supuesto, yo he inventado todas estas palabras. Tam-

    bin ellas salen de mi cueva. Me pas cuarenta aos escuchandolas palabras de ustedes a travs de una hendidura, mientras per-maneca sentado en mi cueva, debajo del piso. No tena otra cosaqu hacer. De modo que ahora ya las conozco de memorias, y noes extrao que haya podido asentarlas de este modo, en ormaliteraria.

    Pero en verdad son ustedes tan crdulos como para ima-

    ginar que publicar todo esto para que lo lean? Y hay otro enigmaque me gustara solucionar: por qu los llamo damas y caba-lleros y me dirijo a ustedes como si en realidad uesen mis lec-tores? El tipo de conesiones que estoy a punto de hacer aqu nose publica, ni las da uno a otras personas para que las lean. Yo,por lo menos, no tengo suciente decisin para hacerlo, ni siento

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    que haya necesidad alguna de ello. Pero se me ha metido una ideaen la cabeza, y quiero realizarla a cualquier costo.

    Quiero decir que en el pasado de todos los hombres haycosas que no admiten, salvo ante sus amigos ms ntimos. Hayotras cosas que no admiten siquiera ante sus amigos, sino slopara su adentros... y ello en el plano ms estrictamente conden-cial. Pero tambin hay cosas que un hombre no se atreve a reco-nocer ni siquiera para s, y todos los hombres decentes tienen unaacumulacin bastante grande de esas cosas. En realidad, cuanto

    ms decente es el hombre, mayor es la acumulacin. Slo hacemuy poco me atrev a explorar parte de mis aventuras pasadas,que hasta entonces haba eludido con particular ansiedad. Peroahora que me he obligado a recodarlas, y que inclusive me atrevo aescribirlas, quiero hacer una prueba para ver si es posible ser com-pletamente ranco y no temer la verdad desnuda. Me agradaraincluir aqu una observacin de Heine, en el sentido de que las

    autobiograas sinceras son casi imposibles, y que el hombre estobligado a mentir respecto de s. En su opinin, Rousseau debe dehaber mentido en orma deliberada, y por pura vanidad, al hablarde l en las Conesiones. Estoy seguro que Heine tiene razn. Medoy cuenta de que es posible que uno mismo se acuse de delitosde envergadura, nada ms que por vanidad. Eso, como es lgico,puede ser. Pero Heine juzgaba a un hombre que se haba cone-

    sado en pblico. Ahora, en mi caso, esto lo escribo slo para m,porque si bien me dirijo a lectores imaginarios, lo hago nada msque porque me resulta ms cil escribirlo as. Es slo cuestin deorma, nada ms, pues como dije antes, jams tendr lectores.

    No quiero que se interponga en mi camino ninguna consi-deracin de composicin literaria. No me preocupar de plani-car y ordenar; anotar todo lo que me acuda al pensamiento.

    Es claro que ahora ustedes pueden creer que me tienen atra-pado, y me preguntarn por qu, si en verdad no espero tenerlectores, me preocupo de registrar todas estas explicaciones encuanto a que escribo sin un plan, a que anoto lo que me surge ala mente, etctera. Cul es, entonces, el sentido de todas estasexcusas y disculpas?

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    Mi respuesta es: las cosas son as.Eso tiene toda una explicacin psicolgica. Quiz se deba

    a que soy un cobarde. Tambin es posible que si imagino unpblico, mi conducta sea ms decorosa mientras escribo esto.Puede haber millares de razones.

    Y adems hay otra cosa. Por qu, se preguntar, nece-sito escribirlo? Si no es para el pblico, no puedo dedicarme arecordar mentalmente, sin poner las cosas en el papel? Es unabuena pregunta, pero siento que escribirlo le conere dignidad.

    La palabra escrita tiene algo de impresionante; resulta ms con-ducente al autoanlisis, y mi conesin tendr ms estilo. Porotra parte, es posible que el proceso mismo de escribir me alivieun tanto. Hoy, por ejemplo, me oprime en orma especial unviejo recuerdo. Me volvi con claridad hace unos das, y desdeentonces ha sido como una meloda exasperante, que no puedosacarme de la cabeza. Pero debo liberarme de l. Tengo cente-

    nares de recuerdos por el estilo, y de vez en cuando uno de ellosse destaca de la masa y empieza a atormentarme. Siento que si loescribo, lo eliminar. Por qu no intentarlo?

    Y por ltimo, me aburre esto de no hacer nunca nada.Escribir cosas se parece un poco a trabajar, y he odo decir ala gente que el trabajo hace que los hombres sean buenos y hon-rados! De manera que, en n de cuentas, quizs haya todava una

    posibilidad para m.Hoy nieva. Cae una nieve hmeda, amarilla, lbrega. Ayertambin nev. Y hace unos das, tambin. Creo que esta nievehmeda es la que me hizo pensar en el incidente que no puedosacarme de la cabeza. De orma que este es un relato vinculadocon la nieve hmeda.

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    Recordado por una cada de nieve hmedacuando mi apasionada splica ardorosa,

    de la llanura del marrescat por fin tu pobre alma;

    hundida en angustia y tormento,te retorcas las manos en triste lamento

    y condenabas tu innoble pasado.Y azotada por el recuerdo, ensangrentada,

    acuciando la conciencia dormida,derramaste el espantoso relato

    de tu vida antes de conocernos.Llena de vergenza que no mora,

    cubierto con las manos el rostro lloroso,amargas lgrimas en loca cascada

    eran la seal de tu infinita desdicha...etc., etc., etc.

    DeunapoesadeN.A.Nekrsov

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    I

    En esa poca yo tena veinticuatro aos, pero ya entonceshaca una existencia lgubre, desorganizada, solitaria comola de un salvaje. Me apartaba de la gente, inclusive trataba deno hablar con nadie, y me reclua cada vez ms en mi agujero.En la ocina, evitaba mirar a nadie; me daba cuenta de que losotros me consideraban un excntrico y que por lo menos as losenta hasta me miraban con cierto disgusto. Por qu, me pre-

    guntaba a veces, ningn otro senta que estuviese inspirando dis-gusto en los dems? Haba all un empleado de rostro repulsivo,picado de viruela; tena un aspecto siniestro. Yo no me habraatrevido siquiera a mostrar a nadie una carota como esa. Lasropas de otro estaban tan sucias, que apestaban. Pero ninguno delos dos pareca inquietarse por su cara, por su vestimenta o nos por cualquier rareza mental que pudiera tener. Ni se les ocu-

    rra que pudiera inspirar repugnancia. Y aunque se les ocurriese,no les importaba gran cosa... a menos de que la repugnancia pro-viniera de los superiores. Ahora me doy perecta cuenta de que,debido a una innita vanidad que me obligaba a jarme normasimposibles, me vea a m mismo con uriosa desaprobacin,rayana en el asco, y que luego atribua mis propios sentimientosa todos aquellos con quienes me cruzaba. Odiaba mi rostro. Lo

    encontraba lamentable, y aun sospechaba que haba algo de vis-coso en su expresin, de manera que al llegar a la ocina tratabasiempre de adoptar un aire negligente y una expresin digna paraque no me creyesen un individuo rastrero.

    Que mi rostro sea eo pensaba, siempre que sea digno,expresivo y, sobre todo, increblemente inteligente.

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    Pero tena dolorosa conciencia de que mi expresin acialno poda refejar todas estas cualidades. Y peor an, aunquehabra aceptado cualquier otra cosa, siempre que pareciera inteli-gente, la encontraba positivamente estpida. Ni siquiera hubierarechazado una expresin depravada si, al mismo tiempo, todo elmundo hubiese admitido que tena una cara terriblemente inte-ligente.

    Es claro que odiaba y despreciaba a todos los de mi ocina,aunque al mismo tiempo les tema. En ocasiones llegaba a consi-

    derarlos superiores a m. Pasaba de un extremo a otro sin motivosaparentes: un da los desdeaba, al siguiente pensaba que eranmejores que yo.

    Un hombre civilizado, que se respete, no puede ser vanidososin jarse normas inalcanzablemente altas y sin despreciarseen ciertos momentos. Pero cuando me encontraba con alguien,lo admirase o lo desdeara, ante todo bajaba los ojos. Llegu a

    ponerme a prueba para ver si poda soportar la mirada de tal ocual persona, pero yo era siempre el primero en ceder. Esto meatormentaba y me enloqueca de clera. Adems tena un miedomorboso a parecer ridculo, por lo cual me adhera sumisamentea todas las convenciones exteriores. Me aerraba con entusiasmoa lo corriente y aborreca todos los signos de excentricidad queperciba en m.

    Pero qu posibilidades tena? Era enermizamente sensibley complejo, como tiene que serlo un hombre de esta poca. Losotros, es claro, eran estpidos y se parecan unos a otros comolas ovejas de un rebao. Quiz yo uese el nico en la ocina quesenta que era un cobarde y un esclavo. Y eso lo senta porqueestaba ms desarrollado que los dems. Pero no era un simplesentimiento: era un cobarde y un esclavo de verdad. Lo digo sin

    rubor. En la actualidad, todo hombre que se respete tiene que serun cobarde y un esclavo. Ahora ese es su estado normal. Estoyproundamente convencido de ello. As estamos hechos. En rigor,no slo es cierto en lo que respecta a nuestra poca, y no se debe auna serie particular de circunstancias: rige para todas las pocas.Un hombre que se respete tiene que ser un cobarde y un esclavo.

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    Esta es una ley natural, que gobierna a todos los hombres que serespetan. Aunque de vez en cuando consiga mostrar algn rasgode valenta, no puede jactarse mucho de ello, pues lo ms pro-bable es que el prximo golpe lo reciba sin mover un pelo. Es lasolucin ms antigua, la nica. Slo los burros se las echan devalientes, pero aun ellos, slo lo hacen hasta que se topan con lapared. Pero por qu habramos de ocuparnos de ellos, dado quecarecen de importancia?

    Otra cosa me inquietaba en esa poca: era dierente a todos,

    y todos eran distintos a m.Yo soy uno solo, y ellos son muchos cavilaba.Esto demuestra que todava era muy joven.A veces pasaba de un extremo a otro en mi conducta. En

    otras ocasiones, simplemente no poda ir a la ocina; volva acasa enermo y destrozado. Luego, de repente, pasaba por unaase de indierencia cnica (en mi caso, todo se daba en ases);

    me rea de mi remilgada intolerancia, me burlaba de mis ideasromnticas. Un da me negaba a hablar con mis colegas; des-pus, de pronto, hablaba con ellos hasta aturdirlos, e inclusivebuscaba su amistad. Mi disgusto desapareca sin motivos evi-dentes. Quiz nunca lo haba sentido de veras, y slo nga algoque sacaba de mis lecturas. En una oportunidad trab verdaderaamistad con mis compaeros de trabajo; comenc a visitarlos

    en sus hogares, jugaba a los naipes con ellos, beba vodka en sucompaa, hablaba con ellos acerca de los ascensos... Pero perm-tanme que en este punto haga una digresin.

    En general, nosotros, los rusos, nunca hemos tenido ese tipode romnticos estpidos y soadores que tienen los alemanes, yen especial los ranceses; personas que nunca cambian de actitud,ni aunque el suelo se les abra bajo los pies o toda Francia perezca

    en las barricadas. Ni siquiera en esas circunstancias tienen ladecencia de cambiar; entonan sus soadoras canciones mientrascaminan hacia la tumba. Es que son tontos. Rusia, como biense sabe, no tiene tontos; esto es lo que nos distingue de otrospases. Por consiguiente, no tenemos naturalezas soadoras, porlo menos en estado de pureza. Todos nuestros escritores y crticos

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    Memorias del hombre del subsuelofedor dostoievski

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    armativos, que trataron de crear dechados de eciencia, comopor ejemplo Kostanzhoglo y el to Piotr Ivanich , porque imaginanque representan nuestro ideal, oendieron a nuestros romnticos,pues los conundieron con los necios alemanes y ranceses. Enverdad, nuestros romnticos son precisamente lo contrario delos europeos que viven en las estrellas, y no es posible medirloscon un rasero europeo. (Espero que me permitan usar la palabraromntico, que es una palabra buena, antigua y respetable,amiliar para todos). El sello distintivo de nuestros romnticos

    es su deseo de entenderlo todo, de ver, de verlo todo, y a menudode verlo con muchsima ms claridad que nuestras mentali-dades ms prcticas; de no dar por sentado nada ni a nadie, perotampoco rechazarlo de primera intencin; de examinarlo todo;de tenerlo todo en cuenta; de ser diplomtico con todos; de noperder jams de vista la meta til, prctica (vivienda gratuita,pensiones, condecoraciones); de conservar la vista clavada en esa

    meta, en todas las exaltaciones y todos los delgados volmenes deversos lricos, a la vez que mantienen, hasta la hora de la muerte,su delidad a lo sublime y lo bello, y, mientras tanto, prote-gerse ellos mismos, como joyas envueltas en algodones... otra vezen nombre de lo sublime y lo bello.

    De modo que, como puede verse, nuestro romntico es unhombre de impresionante amplitud de visin y, al mismo tiempo,

    un pillastre. Cranme, hablo por experiencia. Por supuesto, todoesto rige slo si el romntico en cuestin es inteligente. Pero qudigo! Es claro que un romntico es siempre inte