Memorias delirio es

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Memorias póstumas deL S CUB s

por

]OAQUrN MARrA MACHADO DE ASSIS

Introducción de LUCÍA MIGUEL PEREIRA

57726

fAf'ULTAD DEFl020FIA y LETRAS

GI[L.UTE.CA

FONDO DE CULTURA ECONOMICAMéxico - Buenos Aires 1.11 ti 511

40 MACHADO.DE ASSIS MEMORIAS PÓSTUMAS DE BLAS CUBAS 41

VII

EL DELIRIO

-Te engañas -replicó el animal-; vamos al origen delos siglos.

Insinué que aquello debería ser extraordinariamente le-jos; pero el hipopótamo no me entendió o no me oyó, si noes que fingió una de esas dos cosas; y, al preguntarle, puestoque sabía hablar, si era descendiente del caballo de Aquileso de la burra de Balaarn, me contestó con un gesto peculiarde estos dos cuadrúpedos: meneó las orejas. Por mi partecerré los ojos y me dejé llevar a la buena de Dios. Ahoraya no se me da nada confesar que sentía ciertas cosquillasde curiosidad por saber en dónde quedaba el origen de lossiglos, si era tan misterioso como el origen del Nilo, y sobretodo si valía algo más o menos que la consumación de losmismos siglos: reflexiones de cerebro enfermo. Como ibacon los ojos cerrados, no veía el camino; me acuerdo tansólo de que la sensación de frío aumentaba con la jornada,y de que llegó un momento en que me pareció entrar en laregión de los hielos eternos. En efecto, abrí los ojos y vique mi animal galopaba por una llanura blanca de nieve,con una que otra montaña de nieve, vegetación de nieve yvarios animales grandes y de nieve. Todo nieve; llegaba ahelarme un sol de nieve. Intenté hablar, pero apenas pudegruñir esta pt egunta ansiosa:

-¿En dónde estamos?-Ya pasamos el Edén.-Bien; paremos en la tienda de Abraham.-iPero si estamos caminando hacia atrás! -repuso en

son de burla mi cabalgadura.Quedé avergonzado y aturdido. La jornada empezó a

parecerme enfadosa y extravagante, el frío incómodo, la con-ducción violenta, el resultado impalpable. Y, además --es~peculaciones de enfermo--, suponiendo que llegásemos alfin indicado, no era imposible que los siglos, irritados porquese violaba su origen, me destrozasen con sus uñas, que de-bían ser tan seculares como ellos mismos. Mientras estopensaba, íbamos devorando camino, y la llanura volaba bajonuestros pies, hasta que el animal se detuvo y pude mirarmás tranquilamente a mi alrededor. Mirar tan sólo; nada

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mente, el asunto de unos amores ilegítimos, medio secretos,medio divulgados, la vi hablar con desdén y un poco deindignación de la mujer de que se trataba, que era por cier-to amiga suya. El hijo se sentía satisfecho, oyendo aquellapalabra digna y fuerte, y yo me preguntaba a mí mismo quédirían de nosotros los gavilanes, si I3uffon hubiese nacidogavilán ...

Era mi delirio que comenzaba.

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Que a mí me conste, nadie ha contado todavía su propiodelirio; hágalo yo, y la ciencia me lo agradecerá. Si e! lectorno es dado a la contemplación de estos fenómenos mentales,puede saltar el capítulo; que vaya derecho a la narración.Pero, por menos curioso que sea, siempre le digo que esinteresante saber lo que pasó por mi cabeza durante unosveinte o treinta minutos.

En primer lugar, tomé la figura de un barbero chino,panzudo y diestro, que descañonaba a un mandarín, el cualme pagaba mi trabajo con pellizcos y confites: caprichos demandarín.

En seguida me sentí transformado en la Summa Theo-logica de anta Tomás, impresa en un volumen y encua-dernada en tafilete, con broches de plata y estampas, ideaésta que dió a mi cuerpo la más completa inmovilidad; ytodavía ahora me acuerdo que, 'como mis dos manos eranlos broches de! libro, las cruzaba sobre mi vientre, pero al-guien las descruzaba (Virgilia seguramente), porque la acti-tud le daba la imagen de un difuto.

Por último, restituido a la forma humana, vi llegar a unhipopótamo, que me arrebató. Me dejé llevar, callado, no sé'si por miedo o por confianza; pero, al poco tiempo, la ca-rrera se volvió de tal manera vertiginosa que me atreví ainterrogar lo, y con algún arte le dije que el viaje me parecíasin destino. • .

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vi, fuera de la inmensa blancura de la nieve, que ahora ha-bía invadido el propio cielo, hasta entonces azul. Tal vez,aquí y allá, se me mostraba una que otra planta, enorme,

• brutal, con sus anchas hojas agitadas por el viento. Elsilencio de aquella región era igual al de! sepulcro: diríaseque la vida de las cosas había quedado muda de estuporante e! hombre.

¿Cayó del aire? ¿Brotó de la tierra? No lo sé; sólo séque un bulto inmenso, una figura de mujer se me aparecióentonces, clavándome unos ojos rutilantes como el sol. Todoen esa figura tenía la inmensidad de las formas selváticas, ytodo escapaba a la comprensión de la mirada humana, por-que los contornos se perdían en e! ambiente, y lo que pa-recía espeso era diáfano a menudo. Estupefacto, no dijenada, no acerté siquiera a lanzar un grito; pero, al cabo dealgún tiempo, que fué breve, le pregunté quién era y cómose llamaba: curiosidad de delirio.

-L1ámame Naturaleza o Pandora; soy tu madre y tuenemiga.

Al oír esta última palabra retrocedí un poco, sobrecogidode miedo. La figura soltó una carcajada, que produjo entorno nuestro el efecto de un tifón; las plantas se torcierony un largo gemido quebró la mudez de las cosas externas.

-No te asustes -me dijo--, mi enemistad no mata; seafirma sobre todo por la vida. Estás vivo: no quiero otroazote.

-¿Estoy vivo? -pregunté, cIavándome las uñas en lasmanos, para cerciorarme de la existencia.

-Sí, gusano, estás vivo. No temas perder ese andrajoque es tu orgullo; gustarás aún, por algunas horas, el pande! dolor y e! vino de la miseria. Estás vivo: ahora mismoque has enloquecido, estás vivo; y si tu conciencia recobraun instante de lucidez, dirás que quieres vivir.

Al decir esto, la visión alargó e! brazo, me asió de loscabellos y me levantó en el aire, como si fuese una pluma.Sólo entonces pude ver de cerca su rostro, que era enorme.Nada más quieto; ninguna contorsión violenta, ninguna ex-presión de odio o de ferocidad; e! rasgo único, general, corn-

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pleto, era e! de la impasibilidad egoísta, el de la eternasordera, el de la voluntad inmóvil. El enojo, si lo tenía,quedaba encerrado en su corazón. Al mismo tiempo había,en ese rostro de expresión glacial, un aire de juventud, rnez-cla de fuerza y de exuberancia, ante e! cual me sentía yo elmás débil y decrépito de los seres.

-¿Me has entendido? -dijo, al cabo de cierto tiempode mutua contemplación.

-No -respondí-; ni quiero entenderte; eres absurda,eres una fábula. Estoy soñando seguramente, o, si es verdadque me he vuelto loco, tú no pasas de ser una concepciónde alienado, esto es, una cosa vana, que la razón ausente nopuede regir ni palpar. ¿Naturaleza, tú? La Naturaleza queyo conozco es sólo madre y no enemiga; no hace de la vidaun azote ni, como tú, tiene ese rostro indiferente como e!sepulcro. ¿y por qué Pandora?

-Porque llevo en mi caja los bienes y los males, y e!mayor de todos, la esperanza, consuelo de los hombres.¿Tiemblas?

-Sí; tu mirada me fascina.-Lo creo; yo no soy solamente la vida; soy también la

muerte, y tú estás a punto de devolverme lo que te he pres-tado. Grande lascivo, te espera la voluptuosidad de la nada.

Al resonar esta palabra, como un trueno, en aquel in-menso valle, figuróseme que era e! último sonido que llegabaa mis oídos; parecióme sentir la descomposición súbita demí mismo. La miré entonces con ojos suplicantes y le pedíalgunos años más.

-iPobre minuto! -exclamó-o ¿Para qué quieres algu-nos instantes más de vida? ¿Para devorar y ser devoradodespués? ¿No estás harto del espectáculo y de la lucha? Desobra conoces todo lo que te he deparado menos torpe o me-nos doloroso: el albor del día, la melancolía de la tarde, laquietud de la noche, los aspectos de la tierra, e! sueño, enfin, el mayor beneficio de mis manos. ¿Qué más quieres,sublime idiota?

-Vivir solamente, no te pido otra <;OS3. ¿Quién sino túha puesto en mi corazón este amor a la vida? Y si yo amo

la vida, Zpor qué te has de golpear a ti misma, matándome?-Porque ya no te necesito. No le importa al tiempo

el minuto que pasa, sino el minuto que viene. El minutoque viene es fuerte, jocundo, se supone que trae en sí laeternidad, y trae la muerte, y perece como el otro, peroel tiempo subsiste. ¿Egoísmo, dices? Sí, egoísmo, no tengootra ley. Egoísmo, conservación. La onza mata al novilloporque el raciocinio de la onza es que debe vivir, y si elnovillo es tierno tanto mejor: ahí tienes el estatuto univer-sal. Sube y mira.

Al decir esto, me arrebató hasta la cima de una mon-taña. Tendí la mirada sobre una de las vertientes y con-templé durante un buen tiempo, a lo lejos, a través de unaneblina, algo único. Imagínate, lector, una reducción de lossiglos y un desfilar de todos ellos, las razas todas, todaslas pasiones, el tumulto de los imperios, la guerra de los ape-titos y de los odios, la destrucción recíproca de los seres yde las cosas. Tal era el espectáculo; acerbo y curioso espec-táculo. La historia del hombre y de la tierra tenía así unaintensidad que no le podían dar ni la imaginación ni la cien-cia, porque la ciencia es más lenta y la imaginación másinconstante, mientras que lo que allí veía era la condensa-ción viva de todos los tiempos. Para describirla sería precisofijar el relámpago. Los siglos desfilaban en un torbellino y,no obstante, como los ojos del delirio son diferentes, yo veíatodo lo que pasaba frente a mí -azotes y delicias-, desdeesa cosa que se llama gloria hasta esa otra que se llama mi-seria, y veía al amor multiplicando la miseria, y veía a lamiseria agravando la debilidad. Venían allí la codicia quedevora, la cólera que inflama, la envidia que babea, y laazada y la pluma, empapadas en sudor, y la ambición,el hambre, la vanidad, la melancolía, la riqueza, el amor, ytodos agitaban al hombre como a una sonaja hasta destruirlocomo a un harapo. Eran las formas varias de un mal, queora mordía las vísceras, ora mordía el pensamiento, y pa-seaba eternamente su traje de arlequín en torno a la especiehumana. El dolor cedía a la indiferencia, que era un sueñosin sueños, o al placer, que eni un dolor bastardo. Enron-

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ces el hombre, azotado y rebelde, corría ante la fatalidad delas cosas, en pos de una figura nebulosa y esquiva, hechade retazos, un retazo de impalpable, otro de improbable,otro de invisible, cosidos todos con puntadas precarias porla aguja de la imaginación; y esa figura --que no era otracosa sino la quimera de la felicidad- huía perpetuamente,o bien se dejaba asir por la túnica, y el hombre la estrecha-ba en sus brazos, y entonces ella reía, como un escarnio, yse sumía, como una ilusión.

Al contemplar tanta calamidad, no pude retener un gri-to de angustia, que Naturaleza o Pandora escuchó sin pro-testar ni reír; y, no sé por qué ley de trastorno cerebral, yofuí el que me eché a reír, con una risa descompasada eidiota.

-Tienes razón -dije-, la cosa es divertida y vale lapena; tal vez sea monótona, pero vale la pena. Cuando [obmaldijo el día en que había sido concebido fué porque ledaban ganas de ver desde acá arriba el espectáculo. Vamos,Pandorn, abre el vientre y digiéreme; la cosa es divertida,digiéreme.

La respuesta fué obligarme con violencia a mirar haciaabajo, y a ver los siglos que continuaban pasando, velocesy turbulentos, las generaciones que se sobreponían a las ge-neraciones, unas tristes, como los hebreos del cautiverio,otras alegres, como los libertinos de Cómodo, y todas ellaspuntuales en la sepultura. Quise huir, pero una fuerza mis-teriosa retenía mis pies; entonces me dije: "Bien, los siglosvan pasando, llegará el mío, y pasará también hasta el últi-mo, que me dará la descifración de la eternidad." Y clavéla mirada, y continué viendo las edades, que venían lle-gando y pasando, ya entonces tranquilo y resuelto, ni sé sihasta alegre. Tal vez alegre. Cada siglo traía su porción desombra y de luz, de apatía y de combate, de verdad yde error, su cortejo de sistemas, de ideas 'nuevas, de nue-vas ilusiones; en cada uno de ellos brotaban los verdores deuna primavera y amarillecían después, para rejuvenecer mástarde. Y al mismo tiempo que la vida tenía así una regu-laridad de calendario, hacíase la historia y la civilización, y

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el hombre, desnudo y desarmado, se armaba y se vestía, cons-truía el tugurio y el palacio, la ruda aldea y T ebas la decien puerurs, creaba la ciencia que Ierscrura y el arte quearroba, hacíase orador, mecánico, filósofo, recorría la faz delglobo, bajaba al vientre de la tierra, subía a la esfera de lasnube-, colaborando así en la obra misteriosa con que man-tenía la necesidad de la vida y la melancolía del desamparo.Mi mirada, cansada y distraída, Vl0 por fin llegar el siglorrc~ente, y en pos de él los futuros. Aquél venía ágil, dies-tro, vibrante, lleno de sí, un I~OCO difuso, audaz, sabio, peroal cabo tan miserable como los primeros, y así pasó y asípasaron los otros, con la misma rapidez e igual monotonía.Redoblé mi atención; clavé la mirada; iba por fin a ver elúltimo -iel último!-, pero entonces ya la rapidez de la mar-cha era tal, que escapaba a toda comprensión; al lado deella el relámpago sería un siglo. Quizá por eso comenzaronlos objetos a cambiarse; unos crecieron, otros menguaron,otros se perdieron en el ambiente; una niebla lo cubrió todo,menos el hipopótamo que me había traído allí, y que porcierto comenzó a disminuir, a disminuir, a disminuir, hastaquedar del tamaño de un gato. Era efectivamente un gato.Lo miré con toda atención; era mi gato Sultán, que jugabaa la puerta de la alcoba, con una bola de papel. .•

VIII

RAZON CONTRA LOCURA

Ya habrá comprendido el lector que era la Razón que vol-vía a casa e invitaba a la Locura a salir, clamando, con mejorderecho, las palabras de Tartufo:

La maison est a moi, c'est a vous d'en sortír.

Pero es antiguo sino de la Locura criar amor a las casasajenas, de manera que, apenas dueña de una, difícilmentese la podrá hacer desalojar. Es su sino; no se sale de allí;hace mucho que se le ha encall~ddo la vergüenza. Ahora,

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si advertimos e! inmenso número de casas que ocupa, unasen definitiva, otras durante sus estaciones más calientes,concluiremos que esta amable peregrina es el terror de lospropietarios. En nuestro caso, hubo casi un pleito a la puer-ta de mi cerebro, porque la advenediza no quería entregarla casa, y la dueña no cedía en su intención de tomar loque era suyo. Por último, ya se contentaba la Locura conun rincuncillo en el sótano.

=-No, señora -replicó 1a Razón-; estoy cansada de ce-derte sótanos; cansada y escarmentada: lo que tú quieres espasar a la chita callando del sótano al comedor, tie ahí a lasala y a toda la casa.

-Está bien, déjarne aquí algún tiempo más, que andoen la pista de un misterio ...

-¿Qué misterio?-De dos -enmendó la Locura-: el de la vida y el de

la muerte; sólo te pido unos diez minutos.La Razón se echó a reír.-Siempre has de ser la misma cosa ... , siempre la mis-

ma cosa ... , siempre la misma cosa ..•Y, diciendo esto, la tomó de los puños y la arrastró hacia

fuera; después entró y se encerró. La Locura todavía gimióalgunas súplicas, gruñó algunos rezongas; pero se desengañómuy pronto, sacó la lengua en señal de mofa, y siguió sucamino ...

IX

TRANSICION

Y mirad ahora con qué destreza, con qué arte hago la mayortransición de este libro. Mirad: mi delirio comenzó en pre-sencia de Virgilia; Virgilia fué mi gran pecado de juventud;no hay juventud sin niñez; niñez supone nacimiento; y aquítenéis cómo llegamos, sin esfuerzo, al día 20 de octubre de1805, en que nací. ¿Habéis visto? Ninguna juntura apa-rente, nada que distraiga la atención pausada del lector:nada. De modo que e! libro queda .asi con todas las ven-tajas de! método, sin la rigidez del método. Realmente, ya