Menapace Mamerto - Entre El Brocal Y La Fragua

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Libro de cuentos con mensajes cristianos del famoso monje benedictino argentino

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Entre el brocal y la fragua Dos cosas que se parecen mucho: baldear agua desde un pozo y contar cuentos. En ambos no se trata de inventar nada y sin embargo en cada gesto hay un nuevo alumbramiento. Algo eterno y permanente circula oculto en lo interior de la tierra y en la sabidura de un pueblo. El pozo misterioso permite llegar hasta esa realidad y cuento a cuento, balde a balde, la frescura de la vida oculta viene a saciar la sed de verdad y de hermosura que cada uno de nosotros necesita. Mamerto Menapace Mamerto MenapaceEntre el brocal y la fragua Ttulo original: Entre el brocal y la fraguaMamerto Menapace, Junio de 1986.Diseo/retoque portada: Wolfman2408 Prlogo Cuando chico, muchas veces me toc ir y venir del pozo al eucalipto, y de ste al pozo, montado en un petizo que, a lazo baldeaba el agua para la animalada sedienta. El brocal sobresala quiz algo ms de un metro sobre la tierra. Era de ladrillos y estaba coronado por unos troncos arqueados que lo protegan del desgaste. El pozo familiar era como un misterio. Muy pocas veces me asom a l siendo chico. A su alrededor se haba tejido todo un mundo de miedos y respetos. La palabra desmoronar la aprend acollarada al pozo familiar que nos provea de agua. Tenia encima el molino, con todo su andamiaje de hierro. Su cao estaba siempre mojado por la condensacin del aire hmedo contra el fro producido desde el interior por el agua Normalmente los molinos y las bombas suelen contar simplemente con una perforacin por la que el cao penetra hasta la napa. Pero en nuestro caso se trataba de un pozo. De un autntico pozo con brocal; y todo. Desde arriba se poda mirar a lo profundo y ver el propio rostro reflejado en el redondel de luz, all abajo a una distancia duplicada. El cascotito arrojado hasta el espejo de agua tardaba un par de segundos en romperlo, ahuyentando todas las imgenes reflejadas. De noche guardaba en su cielo inmensamente profundo, algunas estrellas. Las que estaban ms altas en el cielo de verdad. Desde all abajo nos venia en verano el agua fresca. Mientras que en invierno nos llegaba misteriosamente tibia. Al menos as nos pareca a nuestras manos ateridas por la escarcha. Recin se comprenda su absoluta necesidad cuando en verano se ausentaba el viento. Entonces se hacia necesaria la baldeada. Un palo grueso apoyado en la estructura del molino hacia de travesao para sostener la gran roldana. Por ah pasaba el lazo para el balde, tirado a cincha por un caballo manso. Pap o uno de los hermanos mayores, sentado sobre una tabla que atravesaba el brocal, reciba el balde lleno que asomaba desde lo profundo, y lo inclinaba para vaciarlo en una ancha canaleta que llevaba el agua hasta el bebedero de los animales. Haba que ir y venir en un itinerario bien preciso, girando siempre para el mismo lado, yendo y viniendo entre el eucalipto y el molino. As centenares de veces en los meses trridos de un verano sin viento y con la hacienda sedienta. Se comenzaba antes que sta llegara a fin de tener los bebederos llenos y as ganarle al ansia de los animales que se atropellaban. A esa hora del medioda, todo bicho viviente se acercaba al pozo: desde el hombre hasta la avispa, desde la mariposa al potro. Caa el chingolito manso y el arisco zorzal, junto con los dems bichos del campo, Muchos de ellos esperaban a que nosotros nos alejramos. No s por qu todo esto lo tengo unido al mundo de los cuentos infantiles, Ser tal vez porque en su cercana solamos reunirnos para contarlos y escucharlos. O tal vez porque simplemente son dos cosas que se parecen mucho: baldear agua desde un pozo y contar cuentos. En ambos no se trata de inventar nada y sin embargo en cada gesto hay un nuevo alumbra miento. Algo eterno y permanente circula oculto en lo interior de la tierra y en la sabidura de un pueblo. El pozo misterioso permite llegar hasta esa realidad y cuento a cuento, balde a balde, la frescura de la vida oculta viene a saciar la sed de verdad y de lindura que cada uno de nosotros necesitamos especialmente a la hora del medioda. Unos aos despus de que nuestra casa se convirtiera en tapera, volva visitar el pozo. Hacia rato que haban sacado de all el molino, y hasta los ladrillos del brocal. Se haba desmoronado, Y la tierra hundida en este sitio mostraba el lugar preciso. Era casi un ombligo en el vientre del patio que nos mostraba por dnde la vida nos haba venido alimentando en nuestra infancia. La tierra haba tapado con respeto aquella fuente de vida. En lo profundo la vena de agua seguramente segua fluyendo fresca y vitalizadora como antes. Con este librito los invito a volver a baldear en el pozo familiar de nuestra infancia. Mamerto Menapace La llama viva Haba una vez un pueblo de lucirnagas. Habitaba la falda de un cerro, en medio del bosque, con claros para sus juegos y muchos matorrales para guarecerse durante el da y las tormentas. El pueblo estaba compuesto por dos variedades. Una llevaba las luces cerca de sus ojos y las mantena permanentemente encendidas. Eran las tacas, o tucos. La otra en cambio tena su luz en el vientre pudiendo encenderla o apagarla a su gusto. Esta variedad constitua la mayora. Se los llamaba simplemente bichitos de luz. En las noches tibias del verano su resplandor poda verse desde lejos y su fosforescencia iluminaba tenuemente todo el pueblo animal en su vida nocturna. Muy lejos de all, del otro lado del valle oscuro y misterioso, brillaba otra luz. Lejana, y sin embargo tremendamente presente, aquella luz pareca tener vida propia. No era de la misma calidad que la de los bichos. Era una luz viva. Aunque permaneca siempre en el mismo lugar. Atraa poderosamente la mirada y hasta la curiosidad de nuestro pueblo de diminutas luminarias. Su existencia y el misterio de su brillo en la noche tena intrigadas a todas las lucirnagas. Haban surgido varias teoras para explicarla. Algunas se basaban en el miedo. Otras en cambio se burlaban de ella llegando hasta faltarle al respeto. Muchos la veneraban, como se reverencia lo desconocido pero fascinante. Lo cierto es que nadie saba gran cosa de verdadero, fuera de lo que se pudiera distinguir desde la distancia. Pero, en todo caso, nadie la poda negar. Salvo los miopes o los ocupadsimos. Aunque tambin stos en las noches oscuras previas a las tormentas se vean obligados a reconocer su existencia. Alguna vez haba que tomar la decisin. Entonces se convino en convocar a una asamblea general. All se discuti muchsimo y hasta se aventuraron hiptesis nuevas tratando de conciliar posturas irreductibles. Pero nadie qued satisfecho. Quiz lo nico que quedaba en claro era que alguien tendra que arriesgarse. Varios propusieron a varios. Finalmente se levant la lucirnaga ms inteligente. Ella ira a ver, y luego contara la verdad. Slo peda que, para posibilitar su retorno, la noche del regreso todas tuvieran sus luces encendidas al mximo. Como era inteligente tema extraviarse en el tenebroso valle intermedio. Y parti. Con la vista clavada en su objeto le fue fcil orientarse. Atraves la oscuridad, dndose cuenta de que sta era cada vez menos densa a medida que se aproximaba a la luz. Y lleg. Un amplio ventanal del castillo estaba abierto ante ella dando entrada al gran saln en cuyo centro arda un enorme cirio. El resplandor era tan intenso que tuvo que cerrar sus ojos para no quedar deslumbrada. Con gran precaucin comenz a volar en derredor de la llama a la mxima distancia posible, pegada a las paredes del lugar. Su asombro creca a cada instante. Realmente aquella luz era maravillosa. No solamente brillaba, como lo hacan las de las lucirnagas, sino que alumbraba y deslumbraba. Su riqueza luminosa era tanta que se derramaba sobre cada objeto y lo converta en brillante. Las araas de cristal del techo, las porcelanas de las estanteras, los adornos de las cortinas y el lustre de los muebles, todo participaba de ese regalo de la llama y ella reciba sus formas y sus colores. Luego de ver todo, y con los ojos llenos de aquel espectculo, sali del castillo rumbo a su pueblo. Al principio se orient a pura memoria, pero poco a poco se le fue haciendo visible el resplandor de sus hermanas que le alumbraban el regreso. A su llegada cont con lujo de detalles todo lo visto. Sobre todo haba quedado fascinada por aquella luz que tenia tanta riqueza que se derramaba sobre todas las cosas y permita verlas, distinguirlas y reconocerlas. Respondi a todas las preguntas que se le hicieron y lo nico que logr fue que aumentara en su pueblo la fascinacin y el ansia de conocer en profundidad la verdad de aquella luz. Porque ella slo haba visto. No haba tocado, no haba sentido, no poda decir en verdad nada sobre la luz misma. Slo poda informar sobre sus efectos. Se haca necesario insistir. Y esta vez se ofreci la ms corajuda. Ella ira y tratara de acercarse a la llama para saber qu era. Orientada como su amiga, y en especial por los datos que aquella le trajera, sobrevol el valle tenebroso poniendo proa hacia el castillo. Entr por el gran ventanal, y luego de imitar a su predecesora, hizo alarde de su coraje y comenz a acercarse a la llama. Comenz a sentir su calor. Constat que le comunicaba vida, fuerza, energa. Se sinti revitalizada y con nuevos bros. Se le fue el fro que traa de su largo vuelo. Le pareci renacer. Y llena de alegra por su descubrimiento, se lanz hacia la oscuridad de la noche rumbo a su pueblo que la esperaba ansioso. Su llegada conmocion a todos. Su entusiasmo era tal que ella misma pareca hacer partcipes a sus compaeras de aquello que haba logrado asimilar de la Llama Viva, fuente de calor y de energa. Casi no necesitaba explicar lo sucedido. Dira que irradiaba ella misma lo vivido. Y esto, en vez de calmar la ansiedad y fascinacin de las lucirnagas, termin por plantearles con fuerza inusitada la pregunta: Quin es esa luz? A esta pregunta la corajuda no poda responder. Ella poda hablar de los efectos sentidos, del valor y de la vida. Pero no tena experiencia de la Llama misma. A pesar de su coraje no se haba animado a tocar. Tema entregarse a algo que podra haberla consumido. Pero la pregunta estaba planteada y haba que responderla. Quin se ofrecera? En medio del silencio se sinti una voz chiquita. Era la de la Soadora. Voy yo! El asombro fue maysculo. Nadie la tomaba demasiado en serio en el pueblo de lucirnagas. Tena un lenguaje tan imaginativo, que cuando quera explicar algo, casi nadie la entenda. Vaya a saber qu explicacin traera a su regreso! Y parti. Parti derecho fascinada por la luz. Entr por el ventanal con los ojos dilatados clavados en la Llama Viva. Y se dej seducir. Desde el lejano pueblo slo se vio un pequesimo estallido de luz. Y all se qued ardiendo, unida para siempre a la llama que no consume, asume. Nunca regres para traer respuestas. Est all generando preguntas. Desde entonces en el pueblo de lucirnagas se sabe que algo de ellas les manda mensajes de luz desde la Llama Viva. Entre ellas sigue habiendo inteligentes y corajudas. Y estoy seguro de que seguir habiendo soadoras. El cuarto rey mago Cuenta una leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos. Luego de varios das de camino se internaron en el desierto Una noche los agarr una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapndose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrs de los camellos arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tena camellos, sino slo burros busc amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el corral de pirca. Por la maana aclar el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la marcha. Pero la tormenta haba desparramado todas las ovejitas del pobre pastor, junto a cuya choza se haba refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un pobre pastor que no tena ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada dispersa. Nuestro cuarto Rey se encontr frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se retrasara de la caravana y no podra ya seguir con sus camaradas. El no conoca el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazn le deca que no poda dejar as a aquel anciano pastor. Con qu cara se presentara ante el Rey Mesas si no ayudaba a uno de sus hermanos? Finalmente se decidi por quedarse y gast casi una semana en volver a reunir todo el rebao disperso. Cuando finalmente lo logr se dio cuenta de que sus compaeros ya estaban lejos, y que adems haba tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartindolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidi y ponindose nuevamente en camino aceler el tranco de sus burritos para acortar la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, lleg finalmente a un lugar donde viva una madre con muchos chicos pequeos y que tena a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Haba que levantar la cebada lo antes posible, porque de lo contrario los pjaros o el viento terminaran por llevarse todos los granos ya bien maduros. Otra vez se encontr frente a una decisin. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos, sera tanto el tiempo perdido que ya tena que hacerse a la idea de no encontrarse ms con su caravana. Pero tampoco poda dejar en esa situacin a aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del ao. No tena corazn para presentarse ante el Rey Mesas si no haca lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logr poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite. Mientras tanto la estrella ya se le haba perdido. Le quedaba slo el recuerdo de la direccin, y las huellas medio borrosas de sus compaeros. Siguindolas rehizo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. As se le fueron casi dos aos hasta que finalmente lleg a Beln. Pero el recibimiento que encontr fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se elevaba del pueblito. Las madres salan a la calle llorando, con sus pequeos entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey. El pobre hombre no entenda nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesas, todos lo miraban con angustia y le pedan que se callara. Finalmente alguien le dijo que aquella misma noche lo haban visto huir hacia Egipto. Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Beln era una desolacin. Haba que consolar a todas aquellas madres. Haba que enterrar a sus pequeos, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo all por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban ms que l. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, haba pasado mucho tiempo y haba gastado mucho de su tesoro. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesas sera comprensivo con l, porque lo haba hecho por sus hermanos. En el camino hacia el pas de las pirmides tuvo que detener muchas otras veces su marcha Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Haba que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tena temor de volver a llegar tarde, no poda con su buen corazn. Se consolaba dicindose que con seguridad el Rey Mesas sera comprensivo con l, ya que su demora se deba al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos. Cuando lleg a Egipto se encontr nuevamente con que Jess ya no estaba all. Haba regresado a Nazaret, porque en sueos Jos haba recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba matarlo al Nio. Este nuevo desencuentro le caus mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanim. Se haba puesto en camino para encontrarse con el Mesas, y estaba dispuesto a continuar con su bsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y stos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los dems lo retenan por largo tiempo en su marcha. As pasaron otros treinta aos, siguiendo siempre las huellas del que nunca haba visto pero que le haba hecho gastar su vida en buscarlo. Finalmente se enter de que haba subido a Jerusaln y que all tendra que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensill el ltimo burro que le quedaba, llevndose la ltima carguita de vino y aceite, con las dos monedas de plata que era cuanto an tena de todos sus tesoros iniciales Parti de Jeric subiendo tambin l hacia Jerusaln. Para estar seguro del camino, se lo haba preguntado a un sacerdote y a un levita que, ms rpidos que l, se le adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sinti unos quejidos a la vera del camino. Pens en seguir tambin l de largo como lo haban hecho los otros dos. Pero su buen corazn no se lo dej. Detuvo su burrito, se baj y descubri que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sac el ltimo resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le quedaba unt las lastimaduras y las vend con su propia ropa hecha jirones. Lo carg en su animalito y, desviando su rumbo, lo llev hasta una posada. All gast la noche en cuidarlo. A la maana, sac las dos ltimas monedas y se las dio al dueo del albergue dicindole que pagara los gastos del hombre herido. All le dejaba tambin su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de ms l lo pagara al regresar. Y sigui a pie, solo, viejo y cansado. Cuando lleg a Jerusaln ya casi no le quedaban ms fuerzas. Era el medioda de un Viernes antes de la Gran Fiesta de Pascua. La gente estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos regresaban del Glgota y comentaban que all estaba agonizando colgado de una cruz. Nuestro Rey Mago gastando sus ltimas fuerzas se dirigi hacia all casi arrastrndose, como si el tambin llevara sobre sus hombros una pesada cruz hecha de aos de cansancio y de caminos. Y lleg. Dirigi su mirada hacia el agonizante, y en tono de splica le dijo: Perdname. Llegu demasiado tarde. Pero desde la cruz se escuch una voz que le deca: Hoy estars conmigo en el paraso. El carpintero Apareci en el pueblo casi sin que nadie se diera cuenta. 5e instal en la parte pobre, en las afueras, donde las calles de tierra se vuelven pantanos cuando llueve, y donde las cunetas cuentan de vez en cuando con la presencia de un viejo tabln que oficia de alcantarilla o puentecito para alcanzar la vereda. De a poco fue armando su guarida humana. Con tablas y latas se hizo una piecita, que luego agrand con un tingladito que le sirviera de taller. All cumplira su oficio de carpintero, en un humilde servicio a los dems, ganndose honradamente su vida. As lo fueron conociendo los vecinos. Como nadie saba su nombre, lo llamaban simplemente: el Carpintero. Callado, trabajador, servicial. Madrugador, su serrucho y su martillo compartan el canto de los gallos del amanecer Muy poco ms se saba de su vida. Fue para los carnavales. Se haba levantado temprano como siempre, y luego de elevar su alma a Dios para refrescrsela, fue hasta la bomba para hacer lo mismo con su rostro. Desde all sinti como una especie de gruidos que provenan de la cuneta cercana. Fue a ver lo que pasaba, y en la semipenumbra descubri algo que se debata dolorosamente en el barro de la zanja. Pensando que podra ser un animal, se inclin para ayudarlo a salir. Pero no. No era una bestia. Se trataba de un hombre. Al parecer joven tambin l. Cubierto por el barro, casi inconsciente por la borrachera, su aspecto era bien triste. Al querer utilizar el puentecito, el tabln se le haba dado vuelta, y haba cado al fondo quebrndose una pierna. Todo esto el Carpintero lo descubri cuando, luego de sacarlo, lo llev hasta la bomba para tratar de limpiarlo un poco. No se cruzaron muchas palabras. Hubiera sido difcil en aquellas circunstancias. Luego de limpiar al herido, le recompuso el hueso de la pierna y se la entablill hbilmente. Lo visti con su propia ropa limpia, lo acost en su catre y le prepar un caf bien fuerte y azucarado. Y lo dej dormir todo aquel da, yendo a ver de vez en cuando para saber si necesitaba algo. Se despert para la cena. Pidi de comer. Y el Carpintero comparti con l su pan y su vino. Sin hacer preguntas, lo dej nuevamente dormir toda la noche. As pas aquella primera jornada. Y como sta, se fueron sucediendo las siguientes, hasta hacerse casi el mes. Hasta que al fin surgi el interrogante y la confidencia. El Carpintero le pregunt al joven si quera quedarse con l o si prefera retornar a su casa. No tengo otra casa respondi el otro. Y en una larga historia le cont que sus padres se haban peleado hacia mucho, y que fueron echados del lugar donde vivan. El haba rodado de un lado para el otro pateado de todas partes, sin encontrar amor en ninguna. La junta lo haba llevado por los boliches, y los boliches por el alcohol y la droga. Sin amor y sin futuro trataba de matar sus das en el sueo y sus noches en la joda. Al regresar de una de ellas haba tenido el accidente justo delante de esta casa. Lo que no entenda era por qu sin conocerlo lo haba tratado as y lo estaba ayudando desde haca un largo mes. Porque sos mi hermano le contest simplemente el Carpintero. Era la primera vez en su vida que el joven senta esta palabra dirigida a l, sobre todo con un tono tan sincero y desinteresado Tal vez por eso acept la invitacin y se qued a vivir con l. Aunque el trabajo no lo seduca para nada. Pero al menos lo acompaaba mirando lo que el otro haca y asombrndose de su dedicacin y habilidad. Pasaron los meses. Y retornaron los carnavales. Y con ellos, el ruido de las murgas. Un viejo instinto se le despert por dentro a quien su pasado haba tenido prendido en las redes de la joda. Al segundo da no logr resistir ms. Pero como no se atreva a reconocerlo ante su amigo Carpintero, decidi obrar con astucia a fin de que no se diera cuenta de su ausencia mientras l se iba a quemar una noche en los boliches. Dej encendida la vela en su piecita para que el otro, que dorma tabique por medio, lo creyera en casa. Y saltando por la ventana, dej la puerta trancada desde afuera. Pensaba volver antes de que se despertara. Y parti noche adentro. El reencuentro con viejos congneres lo fue llevando de copa en copa hasta la cerrazn de la conciencia. Las horas se le escaparon. Hasta que en la madrugada todos fueron sorprendidos por el estridente ulular de las sirenas que pasaron velozmente hacia la salida del pueblo. Al rato regresaron, y con ellas el comentario de que se haba producido un incendio en un tallercito y que una persona haba muerto carbonizada. Un escalofro sacudi al joven, aunque sin tomar an conciencia de lo sucedido. La luz lo golpe con toda su crudeza recin cuando dobl la esquina y vio los escombros humeantes de lo que fuera la casita del Carpintero y tambin la suya. Cay como fulminado por un rayo. Por su imaginacin cruz toda la verdad. Su huida en la noche, la vela prendida que l dejara, la puerta que qued trancada y el amigo dormido adentro. Se sinti terriblemente culpable. Su amigo Carpintero haba muerto, y la culpa era suya. El desmayo lo tumb y all qued sin saber cunto tiempo. Cuando despert, el sol amaneca en el horizonte iluminando todo. Una extraa sensacin lo rodeaba. Era como si su amigo estuviera a su lado, ms viviente que nunca, ms cercano que antes. Era como si escuchara su voz que le deca con cario y con firmeza: No fuiste vos quien me diste la muerte. Soy yo quien muriendo te doy la vida. Vamos, levantate! Desde hoy tendrs que ocupar mi lugar para los dems jvenes que andan perdidos como vos lo estuviste. Se levant como si renaciera. Se dirigi resueltamente hacia los escombros y rescat de entre ellos las herramientas. En los das subsiguientes trabaj sin descanso para volver a hacer aquello que haba visto realizar al Carpintero. Era como si l estuviera a su lado y lo acompaara en cada gesto. Y con todo algo le faltaba. Se daba cuenta lo poco que se haba preocupado en todos esos meses por conocer quin era su amigo. Necesitaba conocerlo mejor para poder cumplir con su encargo de continuar su obra. Pero quin podra hablarle de l? Quin lo haba conocido? Y nuevamente se le hizo la luz. Record que el Carpintero tena una madre. Ella seguramente lo podra ayudar. Porque una vez, hablando de ella, El mismo le haba dicho como si fuera un encargo: Ah tens a tu Madre. Y haba sentido como, dirigindose a Ella, lo haba sealado a l mismo, dicindole: Ah tens a tu hijo. Emprendi inmediatamente el camino para ir a encontrarla. Ella ya le haba salido al encuentro. Y desde ese da la recibi en su casa. A Mara, la madre del Carpintero. La lgrima de la novia Se haban querido mucho. Llevaban varios aos de noviazgo en los que el cario y el conocimiento mutuo los haba hecho crecer Ya pensaban seriamente en una fecha cercana para su matrimonio. Dios haba sido testigo de todo lo que haba pasado entre ellos en estos aos, perdonando su equivocaciones y bendiciendo sus aciertos. Pero el Seor tena otros planes. Haca un par de das que lo haba llamado a l en un accidente, dejando en el dolor y en la ms absoluta incomprensin por lo sucedido a su novia. Las palabras de consuelo que reciba apenas si le sonaban a ejercicio de buena voluntad por parte de aquellos que, al igual que ella, no podan comprender el actuar misterioso del Seor. Mientras tanto el joven haba tenido que presentarse ante el trono de Dios. Saba que llegaba con deudas. Pero saba tambin que Tata Dios es misericordioso y que tendra que darle alguna posibilidad de saldarlas para poder ser admitido en su casa. Cuando mir la balanza de la Justicia divina, vio que el platillo de sus deudas tiraba fuertemente para abajo inclinando la aguja para el lado peligroso. Con qu podra equilibrar aquel peso? Qu podra colocar sobre el otro platillo, a fin de que el saldo fuera positivo? Tata Dios le dijo que le daba la oportunidad de regresar a la tierra a fin de buscar entre sus cosas aquello que considerara ms valioso, y lo trajera a su presencia para ser colocado en la balanza. Regres volando a la tierra y en un santiamn reuni todas las riquezas que poseyera, y cargado con ellas retorn al cielo. Pero al tirar sobre el platillo todo aquello que haba trado se dio cuenta de que no serva para nada y que ni siquiera mova la balanza. Nuevamente rehizo el camino a la tierra y amonton toda la sabidura adquirida en sus aos de estudios universitarios. Llegado delante de la balanza divina descarg lo que traa y apenas si consigui que la aguja tomara en serio esta riqueza. Por tercera vez volvi a la tierra y se dedic a reunir las cosas que le haban dado placer, prestigio, fama, fuerza, honores. Fue un cargamento de lo ms heterogneo que se pueda imaginar, el de todas aquellas cosas por la que los vivientes se desviven durante su existencia terrena. Pero fue intil. La balanza ni siquiera se dio por enterada de que se haba arrojado sobre el platillo de lo positivo aquel conjunto de valores humanos. Mientras todo esto suceda all delante de Tata Dios, la novia se encontraba sola en su habitacin, delante de un crucifijo, desahogando su dolor. Terminado su rezo se fue a acostar sin encontrar consuelo para su enorme pena. Un pensamiento vino a golpear en su corazn. Que quiz poda ofrecerlo a Dios por su ser querido que se encontrara delante del trono de la Justicia divina. Y en gesto de entrega total le dijo a Dios que lo nico que le quedaba era su dolor y que se lo ofreca por todo aquello que su novio estuviera debiendo. Y diciendo esto se qued dormida, mientras una lgrima quedaba detenida en su mejilla. Mientras tanto, el novio desesperado por no conseguir nada de valor que pudiera ser puesto en la balanza, decidi pedir ayuda a quien ms lo haba querido en la tierra. Cuando lleg junto a su cama la encontr dormida. No quiso despertarla. Pero recogi en la palma de su mano aquella lgrima, que le pareci pesar ms que el mundo entero y la llev hasta Dios. Cuando la tir sobre el platillo vio como ste se inclinaba violentamente tirando por los aires todas sus deudas y hacindolas desaparecer. Haba encontrado algo realmente valioso con lo que pagar cuando deba. Oracin escuchada Su marido haba muerto cuando el nio era an pequeo. Y ella haba dedicado su vida a cuidar de aquel retoo, poniendo toda su alegra en verlo crecer. Su viudez se apoyaba en aquel joven que responda a sus desvelos y creca a su lado lleno de vida, en cuerpo y alma. Se alarm muchsimo cuando presinti que la enfermedad que aquejaba desde haca un tiempo a su hijo poda ser grave. Y cuando esto se confirm recurri a cuantos medios pudo para conseguir su curacin. Los mdicos le dijeron finalmente que la ciencia ya no poda hacer ms nada. Que todo estaba en manos de Dios. Ella era una mujer de fe, y desde aquel instante comenz a elevar a Dios una splica constante por la curacin de su hijo. Tena en su dormitorio una imagen de la Dolorosa y ante ella encenda, junto con la llama de una vela, su propio corazn en una oracin confiada. Poco a poco la intensidad de la plegaria fue reduciendo las palabras hasta quedarse solamente con sta. Madre, slvale la vida! Esta fue su splica insistente, repetida a cada instante, y hecha con tal confianza que no le caba la menor duda de que Mara la escuchaba y comprenda su pedido. Siendo madre ambas, su corazn sintonizaba tanto en el amor como en la seguridad de que su solicitud sera atendida. Y sin embargo la enfermedad segua su curso. El joven empeoraba humanamente da a da, y el fin se presenta cercano. A menos que Dios La noche de su agona el joven se mostraba extraordinariamente sereno y animaba a su madre a tener confianza. Y en esta actitud vino la muerte a buscarlo. Cuando la pobre mujer se dio cuenta de lo que estaba sucediendo a su alrededor cay en un gran abatimiento. Vivi los pasos siguientes como aturdida, dejando hacer sin entender nada. As acompa el velorio con los ojos secos de tanto llorar. Y con su terrible pena a cuestas particip del ltimo camino, rumbo al lugar de descanso definitivo del cuerpo de su joven hijo. El regreso a casa se hizo en silencio. Pidi que la dejaran sola. Al entrar en su dormitorio encendi la vela ante la imagen de la Dolorosa, y entonces su pena se volvi protesta. Revelada por la intensidad de su dolor mir de frente aquella imagen ante la que haba suplicado con tanta confianza y en un gesto de desesperacin la tom y la dio vuelta contra la pared mientras deca: Es que no tens corazn? Por qu no salvaste a mi hijo? Con los ojos llenos de lgrimas, se sorprendi al ver que en el reverso de aquel cuadro haba una hoja de diario y en ella una figura que pareca adquirir vida. Se trataba de un hombre que era llevado al cadalso, donde se le dara muerte por un terrible delito que haba cometido. Y en lo hondo de su corazn sinti la voz de su hijo que le hablaba: Mam! La Virgen escuch tu oracin Yo ahora vivo junto a Ella y aqu te espero. Si hubiera continuado mi vida en la tierra, el tiempo me habra hecho agarrar un mal camino y lo que ves hubiera sido mi final. Y vos habras perdido definitivamente a tu hijo. Mientras que ahora me tens seguro para siempre junto a nuestra Madre. Aqu volveremos a reunirnos muy pronto. La pobre madre aturdida, tom con mano temblorosa el cuadro y volvi a colocarlo para mirar aquel rostro de la Dolorosa y vio que por las mejillas de la Virgen corran dos lgrimas, mientras de la imagen sala una voz que le aseguraba con cario: Te comprendo, hija ma. Yo tambin viv este momento, cuando mi Hijo Jess mora en la cruz sin que el Padre hiciera nada por salvarlo. Lo entend despus. Como lo entenders vos. El cielo del monjecito El monjecito se encontraba en la Iglesia. Era al inicio de la primavera, cuando el sol ya es tibio, y afuera todo canta a la vida Comenzaba la tarde, y l se encontraba sentado en un banco de la iglesia, entre meditando y distrado. Por la ventana abierta entraba la luz, el calor y cuanto ser diminuto y viviente se mova en los aires. En realidad no estaba distrado, sino absorto. Haba un pensamiento que lo vena persiguiendo desde haca varios das. Quiz fuera la primavera que comenzaba. Lo cierto es que desde das atrs se vena preguntando sobre la eternidad del cielo. Sobre todo lo cuestionaba la idea de una realidad que nunca tendra fin, y en la cual Dios lo invitaba a participar tambin a l. Era un monjecito movedizo y lleno de vida, curioso e inteligente, despierto y soador. No entenda cmo se las ingeniara Dios para mantener el inters en una realidad que sera eterna. Porque l no lograba pasarse media hora sin tener que cambiar de ocupacin o de lugar. Lo aterraba la idea de clavarse para siempre en algo eterno. En esto estaba cavilando y adormecindose, cuando de repente llam su atencin un pequeo pjaro que acababa de entrar por la ventana. Pareca un animalito sencillo y sobre todo sumamente manso. Luego de un corto vuelo, fue a posarse a dos o tres bancos por delante de nuestro monjecito. No pareci importarle que ste estuviera all. Luego de un momento de silencio, levant la cabecita y lanz un sencillo gorjeo que llen de ecos el silencio de la Iglesia. Cuando el canto se repiti nuevamente, el monjecito sin pensar en lo que haca se levant y se acerc al pajarito, que no dio muestras de temor. Simplemente peg un saltito y fue a posarse en el respaldo del banco siguiente, mientras nuevamente gorjeaba su trino. Pero esta vez el canto vena modulado de una manera diferente. Pareca ms bello y ms sonoro. Adems, al darle el sol sobre su plumaje, mostraba unos tornasoles que antes no haban aparecido. Embelesado nuestro amigo volvi a acercrsele, para conseguir tan solo que el avecilla repitiera su corto vuelo hasta otro banco un poco ms all. Y as de vuelo en vuelo, y trino a trino, ambos se fueron dirigiendo hacia la puerta entreabierta de la Iglesia. El monjecito estaba tan copado que ni se daba cuenta de lo que haca. Simplemente iba detrs del avecilla canora, que a cada instante mostraba un nuevo color, o expresaba una armona diferente y siempre ms bella. Atravesaron la puerta, cruzaron el jardn, salieron por el gran portn que daba al bosque del cerro vecino, y finalmente se adentraron en ste sin percatarse de que se iban alejando cada vez ms del monasterio. Cunto tiempo transcurri desde aquel momento no lo supo entonces el monjecito. Porque paso a paso y yendo detrs del ave encantadora fue perdiendo la nocin de las horas y de las distancias. Pero finalmente el avecita gorje como nunca lo haba hecho an, y abriendo sus alitas se perdi por entre el follaje del bosque. Recin entonces nuestro monjecito volvi en s, y se asust al ver que ya era tarde. Volvi sobre sus pasos, extraado de no reconocer el camino que lo haba trado hasta all. Pero desde la altura del cerro donde se encontraba, vea a veces el monasterio por entre el follaje, y as se iba ubicando Lo que en cambio le extra profundamente fue el no lograr dar con la puerta por donde haba salido. Por ms que la busc en el atardecer por donde tendra que haber estado, no logr dar con ella. Rodeando el monasterio, al fin se top con la puerta principal Con todo, lo que vea le resultaba extrao. Nada le pareca ya familiar, y se senta como de otro mundo. Toc la campanilla y sali a atenderlo un viejo hermano portero, de larga barba blanca. No lo reconoci. Francamente confundido y temiendo una equivocacin, pregunt tmidamente si aquel era el Monasterio de San Pantalen. El monje portero le respondi que s, y le pregunt a su vez qu deseaba; Nuestro monjecito perplejo le dijo que quera que le abriera la puerta para volver a su celda y disculparse con el maestro de novicios. Por supuesto que el portero no entendi nada, y no sabia que pensar. Se tratara de una broma de alguno de los monjes disfrazados? O sera quiz algn loco que confunda las cosas? No sabiendo como proceder le pidi amablemente que se sentara y esperara al abad a quien ira a llamar enseguida. Cuando ste vino, por supuesto tampoco reconoci al monjecito, ni ste al abad. Se saludaron y trabaron conversacin. El novicio apesadumbrado le cont lo que le haba pasado aquella tarde, o quiz no saba la tarde anterior. Cmo haba abandonado la iglesia y el monasterio yndose detrs de aquella rara avecita de canto y de plumaje continuamente cambiante que lo haba fascinado y llevado tras ella. Tambin le abri su corazn al abad confesndole que senta a su alrededor todo muy raro y que no acertaba a reconocer nada de cuanto vea. Que ni siquiera poda reconocerlo a l mismo con quien estaba hablando. Ustedes imaginarn lo perplejo que estara tambin el abad frente a aquel monje cito extrao y desconocido que contaba una historia tan bella y extraa. Supuso que se tratara de un joven desorientado y mentalmente enfermo que estaba fabulando una historia sobre su propia vida, aunque lo haca tan bien que no poda negar el realismo de muchos de los datos, que verdaderamente coincidan con los de aquel viejo monasterio. Como era un hombre bueno y no quera herir al joven con lo que por dentro pensaba, decidi intentar convencerlo mediante el registro de los monjes para mostrarle que su nombre nunca haba estado inscrito en aquel monasterio. Trajeron el libro de registro donde desde haca siglos se venan anotando los monjes que haban ido viviendo all, y hoja tras hoja, empezando por las ltimas, fue mostrando que efectivamente all no estaban su nombre. Pero de pronto al hojear al azar el libraco aquel, sus ojos tropezaron con algo inslito. Una pgina estaba a mitad en blanco. Y para su sorpresa, all apareca el nombre del monjecito, con todos sus datos y una nota en rojo que deca simplemente: "Desapareci una tarde en el bosque, sin dejar rastros". Era una pgina escrita 227 aos atrs. Esta bella historia termina as: El joven se dio cuenta de que sin saberlo haba estado siguiendo durante todos esos 227 aos detrs del avecilla sin cansarse ni envejecer. Y fue tal el deseo que experiment de ir al cielo, que all mismo despert de su sueo sobre el banco de la iglesia en aquel atardecer. Era ya la hora de vsperas La camisa del hombre feliz A veces hay enfermedades raras. Son males del alma, que repercuten en el cuerpo. Y es difcil encontrarles el remedio adecuado. Para ello no basta con la ciencia. Se necesitaba sabidura. Una vez se enferm un rey poderoso. Haba librado grandes batallas en su vida. Con sus victorias haba logrado conquistar imperios y tierras nuevas. Se haba vuelto poderoso y rico. Pero se enferm de gravedad. Por ms que se le aplicaron todos los remedios que la ciencia conoca, la salud no volva a su cuerpo. Evidentemente, estaba enfermo del alma. Mucho se busc y se consult para encontrar una solucin. Pero nadie daba con ella. Porque todos queran curar al cuerpo. Solamente un viejo sabio se dio cuenta de lo que pasaba y orden buscar un remedio muy extrao: la camisa transpirada de un hombre feliz. Imagnense la extraeza de semejante diagnstico. La cuestin fue que, debido a la gravedad del caso, se acept probar tambin esta receta. Y se sali por todo el reino en bsqueda de hombres felices a quienes se les pudiera pedir prestada su transpirada camisa. Fueron a ver a los generales del ejrcito victorioso. Pero lamentablemente no eran felices. Se recurri a los eclesisticos, pero stos no haban transpirado sus camisas. Lo mismo pasaba con los banqueros, los terratenientes, los filsofos y cuantos personajes linajudos o clebres haba en todo el territorio. Se recorrieron ciudades y poblados por orden de importancia y en ninguna parte se logr encontrar esta rara coincidencia de hombres felices con su camisa transpirada. Luego de una larga e infructuosa bsqueda, lo emisarios regresaron al palacio tristes y confundidos. Cuando quiso la casualidad que, al pasar frente al taller de un herrero, sintieron que desde adentro una voz cantaba llena de alegra: Yo soy un hombre feliz, hoy me he ganado mi pan, con sudor y con trabajo, con cario y con afn. Los buscadores del extrao remedio exultaron de alegra, agradeciendo a su buena suerte el haber finalmente logrado tener xito. Entraron precipitadamente al pobre tallercito de aquel herrero dispuestos a arrebatarle su transpirada camisa. Pero resulta que el hombre feliz era tan pobre, que no tenia camisa. Cuando se lo contaron al rey, ste se dio cuenta de cual era su mal, y orden que se distribuyeran sus enormes riquezas entre todos los pobres de su reino, para que todos tuvieran al menos una camisa. Dicen que desde entonces se sinti mucho mejor. El principito y el espejo Era muy rico. Y sin embargo comenz a sentirse triste Al principio pareci que se trataba simplemente de aburrimiento Pero poco a poco la tristeza comenz a tomar su verdadera cara la soledad. O peor dicho: el aislamiento. S. Se senta acorralado. Aislado y muy solo A nada le encontraba gusto. El Principito recin asomaba a la vida, y la vida ya comenzaba a no tener sabor, para l. Y no era por falta de condimentos. Porque su padre el Rey trataba de darle todos los gustos. Le haba llenado su habitacin con toda clase de juguetes raros y costossimos. Las mejores comidas y golosinas eran para l. Todos los muebles eran de superlujo. Hasta tena su mesa para hacer los deberes, cubierta de una fina lmina de plata pulida y brillante. Le haban asignado la mejor sala del palacio, con una gran ventana que daba sobre la plaza del pueblo. Para que gozara del sol y estuviera protegido del fro, haban puesto en la ventana el mejor cristal que se haba conseguido en todo el reino. Ni siquiera una falla se hubiera podido encontrar en aquel gran vidrio que permita ver todo lo que pasaba en la plaza. Y sin embargo el Principito empeoraba da a da. Se senta siempre peor. Cada vez ms triste, ms solo y aislado, sin gusto para nada, pensando nada ms que en s mismo y en todo lo que le traan para entretenerlo. Fueron consultados los mejores mdicos y sabios del pas para que le encontraran la cura. Pero nada haban conseguido. Nadie acertaba con la causa de la extraa enfermedad. La cosa pareca no tener remedio. Hasta que al fin decidieron consultar a un sabio y viejo ermitao que viva solo en la montaa. Quiz l pudiera comprender este extrao mal de la soledad del Principito. Era tan pobre el ermitao, que tuvieron que prestarle un manto para que pudiera venir al palacio. Despus de saludar al Rey, pidi poder quedarse solo con el Principito en la pieza de la gran ventana de cristal. Entonces lo invit al joven a que se acercara y mirara hacia afuera a travs del lmpido vidrio. As lo hicieron los dos, y el ermitao le pregunt al Principito. Qu ves? Veo a mi pueblo respondi el joven. Veo la gente que va y viene, corre y re, llora y canta, trabaja y descansa. Entonces el ermitao sin decirle nada, tom la fina lmina de plata que cubra la mesa, y la coloc detrs del cristal de la ventana, que qued as convertida en un espejo. Y volvi a preguntarle: Qu ves? Ahora no veo ms a mi pueblo contest el Principito. Ahora me veo solo a m mismo, y que tengo la cara muy triste. Has visto He dijo el ermitao. Cuando la plata se interpone entre vos y tu pueblo, entonces hasta el ms lmpido cristal queda convertido en espejo, y ya no pods ver a nadie ms que a vos mismo. Comparte tu plata y no la tengas intilmente en tu mesa. Entonces volvers a sentirte unido a los dems, y descubrirs que sos feliz, como cuando eras nio. Conozco familias que, cuando eran pobres, no tenan llave en la puerta y siempre tenan convidados en su mesa. Ahora que poseen ms bienes, viven solos y encerrados, temiendo siempre a todo el que se acerque. Estn enfermos. El pjaro azul Este es un antiguo cuento. Y tambin trata de un prncipe que comenz a ponerse triste, y a enfermarse cada vez ms. Iba perdiendo el apetito, las fuerzas y las ganas de vivir. Nadie acertaba con el remedio. La tristeza se apoderaba da a da de su alma y la enfermedad de su cuerpo. Como siempre sucede en estos cuentos, se consultaron a todos los mdicos, adivinos y curanderos del reino. Cada uno deca una cosa diferente. No se ponan de acuerdo. Y el prncipe estaba que se mora. Y volvieron a llamar al viejo sabio de la montaa, que viva como ermitao en medio del bosque de las laderas. Le dijeron que bajara pronto porque el prncipe se estaba muriendo de pena, y nadie acertaba con lo que era bueno para su curacin. Lo trajeron casi corriendo, por miedo a llegar tarde. Cuando al final los dejaron solos, el sabio anciano escuch largamente al joven prncipe que le descarg todo lo que llevaba en su corazn. Entre otras cosas le coment que amaba mucho las flores y los pjaros, pero que en su palacio no encontraba nada que valiera la pena. Que le haban hablado de otras regiones, con climas diferentes y bosques ms tupidos donde las flores eran ms bonitas y los pjaros ms fascinantes. Y que en verdad l se mora de pena por no tener esas flores y esos pjaros. El anciano reuni entonces al Rey y a todos los de la corte y les comunic que el prncipe se estaba muriendo de nostalgia. Que alguna vez haba conocido un Pjaro Azul y que no se curara hasta reencontrarse con l. Que el nico remedio era que se largara por el reino y por el mundo en bsqueda de ese pjaro. Que slo hallara la paz para su pobre corazn cuando lo encontrara. El Rey le hizo preparar los mejores caballos, y lo equip con las mejores armas de todo el reino. Y una maana llena de sol el joven prncipe parti en bsqueda de lo que anhelaba. Recorri todas las provincias buscando, siempre buscando. Encontr pjaros verdes, amarillos, colorados, violetas, anaranjados. Pero azul, lo que se dice azul: no encontr ninguno. Cruz entonces las fronteras y recorri otros pases. Y nuevamente pudo admirar aves de todo tipo, tamao y colores. El pjaro azul, sin embargo, no se encontraba tampoco en aquellas latitudes. Y as fueron pasando los meses y los aos. Los caballos fueron envejeciendo, y se iban muriendo de a uno. Las armas se fueron oxidando. Los cabellos de su cabeza comenzaron a ponerse blancos, cada vez ms blancos. Y su bsqueda continuaba cada vez con menos esperanza. Hasta que al fin decidi regresar derrotado a su pueblo. Lleg un atardecer. Nadie lo reconoci ni sali a su encuentro. Lleg hasta el portn del palacio y all dej su vieja cabalgadura y sus armas herrumbradas. Cuando se decida a ingresar por la puerta principal, vio la gran pajarera donde haba tenido sus aves preferidas. Y descubri con asombro el pjaro que buscaba. No era azul, lo que se dice azul. Pero era el ms azul de todos los que haba visto en aquellos largos aos de bsqueda. Bsqueda que lo haba preparado para vivir con este hallazgo. El rey moribundo El rey Trabucodonosor era el ms poderoso de todos los reyes de la tierra. Adems se consideraba el ms sabio y el ms rico de cuantos haban gobernado su tierra en todas las pocas de la historia. Ningn otro rey se le haba igualado nunca, y probablemente jams lo igualara. Pero resulta que se enferm. Y su mal se fue agravando hasta llegar a peligrar su vida. Esto llen de consternacin a todos sus sirvientes y, por supuesto, de gran angustia al mismo rey. Se mand llamar a todos los mdicos, adivinos y curanderos del imperio para que encontraran la cura apropiada. Y todos los llamados pusieron muchsimo empeo en la tarea, tanto por el prestigio que les dara el xito, cuanto por el riesgo que corran sus propias personas si no acertaban con el remedio. Pero, a pesar de todos los esfuerzos, el soberano empeoraba cada da ms. Y lleg a estar gravsimo. Se tema por su vida. Recin entonces se acordaron de un viejo que viva en la montaa y que haba sido expulsado del palacio por el rey, porque siempre se haba animado a decirle la verdad en cualquier circunstancia que fuera sin amedrentarse por el poder o el prestigio de nadie. Como digo: viva solitario y pobre en medio del bosque, en la cumbre de un cerro de las afueras de la ciudad. Lo fueron a buscar urgentemente, ya rey lo llamaba como ltimo recurso para intentar su curacin. El viejo sabio se puso en camino sin decir ni una palabra, dispuesto tambin esta vez a llamar a ;as por su nombre sin obsecuencias ni falsedades. As lleg al palacio. Luego de escuchar al rey y de revisarlo mente, y dndose cuenta de su gran orgullo le dio su diagnstico y le recet el remedio que fue el siguiente: Bsquese en todo el reino la persona que ms se parezca al rey, y dsele el trono por un da entero. Tendr que llevar la corona real, usar el cetro, y todos le debern la reverencia y respeto que le tienen al mismo soberano. En todo y para todo dicha persona tendr que ser el rey. Al cabo de su jornada regia morir en lugar del rey. Y asegur adems que si no se aceptaba remedio, el rey morira sin remedio. La orden fue tan perentoria que hasta el mismo soberano tuvo que atenerse a ella y dio instrucciones para que inmediatamente se saliese a las calles, a los palacios y por todo lo mejor del reino a fin de encontrar todas aquellas personas que por su riqueza, su ciencia, su poder o su prestigio pudiesen entrar en comparacin con l. Volaron los emisarios convocando lo ms granado del imperio, y al cabo de unas horas el soberano se vio rodeado de jvenes llenos de vida, sabios llenos de ciencia, poderosos llenos de autoridad. Pero el viejo sabio de la montaa los descartaba casi sin mirarlos. Ninguno de ellos poda ni lejanamente compararse con su real paciente. As fueron pasando todos los posibles candidatos, sin que ninguno de ellos cubriera los requisitos pedidos de semejanza con el rey moribundo. Finalmente el soberano pidi al viejo sabio que saliese l mismo por el reino y tratara de encontrar la persona idnea que ms se pareciese a l a fin de entregarle por un da todos sus poderes e insignias. Y el sabio obedeci. Volvi al poco rato con un pobre mendigo, medio congelado de fro, que se sacuda violentamente por efecto de la tos que le produca una avanzada tuberculosis. Su aspecto era ms el de un cadver que el de un ser. viviente. Nadie le dara ms de un da de vida. Por supuesto el soberano se neg rotundamente a tomar en consideracin a aquel miserable hombre y no acept hacerlo su igual ni siquiera por algunas horas. El sabio entonces le dijo: Sepa el rey, mi seor, que en este momento de su vida, lo ms parecido a usted es un mendigo pobre, ignorante, despreciado y a punto de morir. El rey no lo quiso reconocer. . . y muri sin remedio afirmado en su creencia de ser el ms poderoso, inteligente y rico de los mortales. Por un poco de tierra Esto sucedi cuando se reparta la tierra en un reino muy lejos de aqu y hace mucho tiempo. El rey reuni a todos los de su pueblo y les propuso que cada uno eligiese un pedazo de campo para cultivar segn las necesidades y aspiraciones que tuviese. Entre los que se presentaron a solicitar un trozo de tierra se encontraba una persona sumamente ambiciosa, que quera desmedidamente ser dueo de una gran extensin. El rey lo saba. Cuando estuvo en su presencia y escuch su pedido, el monarca le asegur que se convertira en dueo de toda aquella tierra que lograra encerrar en un crculo caminando de sol a sol durante una jornada entera. Pero que sin falta tendra que cerrar el circuito antes de que se pusiera el sol, porque de lo contrario nada recibira. Entusiasmado por la idea. el hombre parti apenas despuntado el sol, lleno de bros y dispuesto a abarcar el mximo de terreno que pudiese. Se lanz a la carrera bordeando un arroyo, y cada vez que encontraba un paso para vadearlo con el fin de ir cerrando el periplo, se le apareca un paisaje que lo tentaba a abarcarlo tambin dentro de sus ambiciones. Se deca que con solo correr un poco ms rpido lograra ser dueo tambin de aquella regin. Corri y corri. Cuando mediaba el da, se encontraba ya muy lejos y comenz a realizar el arco que le permitiese retornar al punto de partida antes de la puesta del sol, cerrando el crculo. Pero ello significaba que su camino de regreso tendra que ser mucho ms largo que lo realizado hasta ese momento Apur la carrera, siempre tentado por una pradera nueva, un arroyo cristalino que le cerraba el paso, o un valle encantador que no quera perder. A media tarde ya no daba ms. Pero sacando fuerzas de sus mismas ambiciones, continu su carrera cada vez ms veloz. Y cuando faltaba solo una hora para que muriera el da temi no llegar a tiempo. Enderez decididamente hacia la meta que se le apareca cada vez ms imposible de alcanzar, pero absolutamente necesaria para darle sentido al proyecto al que l mismo se haba condenado. Todo el pueblo se haba reunido para verlo llegar. El rey ocupaba su trono y como juez dictaminara sobre el resultado y el fiel cumplimiento de los trminos. Con la mirada lo haban seguido durante toda la jornada contemplando cmo frente a cada decisin haba optado siempre por la seduccin de sus ambiciones calculando imprudentemente sus posibilidades. El ltimo trecho era un camino recto que trepaba la colina donde se lo esperaba. Su corazn ya no daba ms y sus msculos exigidos al mximo se negaban a responder a su voluntad. Pero haba que llegar. Porque el sol ya estaba por tocar el horizonte, y bajaba inexorablemente hacia su ocaso. Y lleg. Pero fue slo para derrumbarse fulminado por un infarto a los pies del rey, agotado su corazn por el cansancio de aquella insensata carrera. Cuando lo llevaron a enterrar, todo el pueblo constat qu poco lugar bastaba para su sepultura. Y que ella era el nico trozo que en realidad haba logrado conseguir con sus locas ambiciones. Recorriendo los tachos Erase un pobre hombre. No slo se haba quedado sin trabajo, sino que tampoco tena nada para comer. Se senta profundamente humillado al tener que tomar aquella determinacin, pero no le quedaba otro recurso. Muy temprano sali de su casilla de tablas, en las afueras de una villa, y agarr para el centro de la ciudad. No iba a buscar trabajo. Iba a recorrer los tachos. Porque pareca que lo que a l tanto le andaba faltando, a otros les sobraba hasta para tirar. A propsito comenz muy de madrugada su recorrida. No tena ganas de que nadie lo viera, y adems haba que ganarle a los carros de la municipalidad. Destap uno de los tachos y sinti la repugnancia de tener que escarbar all para conseguir el pedazo de pan, o la media fruta que sera su alimento aquel da. Casi con asco fue seleccionando lo Poco aprovechable que lograba sacar. Porque an en la situacin que estaba, conservaba sus delicadezas. En un bolso que llevaba fue guardando lo poco que le pareca ms o menos bueno: media galleta, a la que reban la parte ya mordida; una manzana de la que separ la parte podrida; un corazn de repollo, del que tir las hojas marchitas de afuera. Poco a poco, y tacho a tacho, fue equipando su bolso, dejando detrs suyo y frente a cada parada, un reguero de desperdicios que ni siquiera quera volver a tocar para meterlos nuevamente en los depsitos de residuos. No quera perder tiempo, porque no deseaba que nadie fuera testigo de su situacin humillante. Pero en una de esas, al mirar para atrs, vio que tena un testigo inesperado. Alguien que lo segua. Otro pobre hombre, ms mal vestido que l mismo, recorra los mismos tachos de basura que l ya haba revisado, y recoga en una bolsita de plstico muchas de las cosas que l haba tirado. Lo que l haba considerado inservible, a un hermano suyo le servira ese da como alimento. Se sinti tan inmensamente conmovido al comprobar lo que estaba sucediendo, que sin pensarlo dos veces, retrocedi, y abriendo su bolso, le entreg al otro mendigo la mitad de lo que haba juntado. Y al compartir ese poco que tena se sinti enormemente rico. Y mientras regresaba feliz a su casilla, miraba con compasin a todos los satisfechos que pasaban a su lado, mientras se iba repitiendo su descubrimiento: Pobres! Pobres son los que no saben compartir. A nosotros nos duele como continente pobre constatar lo que desperdician los pases ricos. Pero: compartiremos lo poco que tenemos, con los pobres de nuestro pueblo? Cuestin de suerte Este es un cuento de los tiempos de antes. De la poca de Martn Fierro y de los malones, cuando en esta zona de Los Toldos todava se haca el choique purrum, o boleada de avestruces. Del tiempo en que gamas y mulitas se paseaban por entre los pajonales de nuestras lomas y bajos. Ciriaco era un paisano pobre, pero tranquilo y sabio. Haba vivido mucho, y nunca de apurao. Por eso le haba encontrado siempre el lado bueno a las cosas. Y saba que en medio de las tormentas, lo nico que se puede hacer es guardar el buen rumbo, si es que uno desea que todo termine bien. Tena un caballo. Su nico montao, que era toda su fortuna. Pobre como era, no haba podido hacerse con una tropilla, como tantos otros. De ah que lo cuidara con esmero, desde el tuse a los pichicos, tenindolo siempre bien alimentao. Pero un da sucedi lo inesperado. Vinieron los indios y en el maln se llevaron a su caballo, dejndolo ms pobre y de a pie. Todos sus amigos venan a lamentarse de su mala suerte. Mir vos, tener un solo caballo y que te lo roben! Mala suerte? deca Ciriaco. Quin sabe? Tal vez no tanta. Tranquilo, noms, tranquilo. Al final se ha de saber. A las dos semanas regres su flete, que haba logrado escaparse del maln, y con l vena una tropillita de potros salvajes. Imagnense la alegra de todos, que ahora venan a felicitarlo al hombre por su buena suerte. Buena suerte? repeta Ciriaco. Quin sabe? Tal vez no tanta. Tranquilo, noms, tranquilo. Al final se ha de saber. Resulta que a los pocos das, domando el ltimo de los potros salvajes, Ciriaco tuvo una mala cada, y al rodar el caballo lo apret quebrndole una pierna. Nuevamente vinieron apresuradamente los amigos a expresarle sus condolencias: Qu mala pata! Mala suerte? se dijo Ciriaco. Quin sabe? Tal vez gena suerte. Tranquilo, noms, tranquilo. Al final se ha de saber. Y as jue, porque al final, cay una tarde una partida de la polica y se arre en montn a toda la paisanada para la milicia de la frontera a pelearlos a los indios. Y como Ciriaco estaba recuperndose de su quebradura, fue dejado en el pago tranquilo, noms, tranquilo, reflexionando para sus adentros, mientras sus amigos le decan: Qu suerte tens, Ciriaco! Jess resucitado nos asegura que en nuestra historia todo va a terminar bien. Lo que no significa que todo y siempre nos tiene que ir bien. El sentido comn Cuenta una antigua leyenda oriental que haba una vez dos hermanos. Uno de ellos era muy inteligente y se dedic al estudio de todas las ciencias de su poca. Lleg a especializarse en la magia, y a poder conjurar todas las fuerzas ocultas de la naturaleza mediante sus encantamientos, hechizos y conjuros. El otro hermano en cambio se hizo pastor y se convirti en un hombre sabio en todo lo que se refiriera a la vida. Conoca los lugares de mejores pastos, saba curar una oveja enferma, y defenda sus majadas de todas las insidias de las fieras del campo y de los montes. El que conoca todos los secretos de la ciencia senta una cierta lstima por su hermano, al que consideraba un pobre ignorante, que nada saba de los misterios ocultos en las cosas y era incapaz de despertar las fuerzas escondidas y terribles de los espritus que dorman en la naturaleza. Un da el cientfico fue a visitar al pastor, al que encontr en medio de sus majadas ocupado en los humildes detalles del servicio a la vida Como buenos hermanos luego de saludarse comenzaron a caminar por aquel paraje agreste, comentando cada uno las cosas de su vida El hermano campesino no tena aparentemente nada interesante para contarle al recin llegado O al menos nada que pudiera realmente asombrarlo En cambio el cientfico buscaba la oportunidad de poner en accin sus conocimientos a fin de dejar asombrado a su pobre hermano. De repente descubri algo que le vena como mandado a pedir. En su caminata por los senderos se encontraron con el esqueleto de un antiguo len, que haba sido famoso por su ferocidad. De l slo quedaban los huesos dispersos, ya blancos por la accin del sol y de las lluvias. Haca tiempo que los pastores haban logrado matarlo. Parndose frente a aquellos despojos le dijo a su hermano pastor que le hara una demostracin de sus poderes y conocimientos. Que con solo decir unas palabras mgicas lograra que aquella osamenta se reuniera formando un perfecto esqueleto. Dicho y hecho. Al conjuro de sus mgicas palabras los huesos volaron por el aire y fueron a reunirse perfectamente cada uno con el otro formando el esqueleto del len. Y para continuar con su leccin, le asegur que mediante un nuevo conjuro podra recubrir aquel esqueleto con la carne, los msculos, los tendones Y el cuero del animal feroz Y ante el asombro de su hermano, el cientfico pronunci las misteriosas palabras que lograron realizar aquella maravilla de devolver al len todas sus partes como si estuviera recin muerto. Pero no termin aqu la prueba. Para remachar su obra le afirm que hara entrar la vida en aquel animal y hasta lograra hacerle sentir su poderoso rugido. Pero entonces el hermano pastor, aterrado, le pidi que antes de hacerlo le permitiera reunir sus ovejas y encerrarlas en el corral de pirca como lo haca siempre que haba un peligro. Y que le diera tiempo para ir a buscar su garrote. Rindose ante el miedo de su hermano le permiti que as lo hiciera, y esper a que regresara antes de pronunciar su tercer conjuro. Las palabras mgicas hicieron revivir al len, quien desperezndose como si despertara de un largo sueo, abri sus verdes ojos para mirar a su alrededor, y lanzando un terrible rugido se abalanz sobre el sabio y lo destroz en un par de segundos. El pastor en cambio se haba colocado entre sus ovejas y las defendi espantando al animal. Frente al len atmico seria una suerte que la humanidad contara con pastores llenos de sentido comn. Las tres pipas Cuenta una leyenda de Madagascar, que una vez un miembro de la tribu se present furioso ante su jefe para informarlo de que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo haba ofendido gravemente. Estaba tan fuera de s, que quera ir inmediatamente a agredirlo y quitarle la vida. El jefe lo escuch con mucha benevolencia y con gran asombro por parte del ofendido, le permiti que fuera a hacer lo que tena pensado, pero que previamente llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del rbol sagrado de su pueblo. El hombre carg su pipa, y obedeciendo, fue a sentarse sobre las grandes races que, saliendo del tronco del rbol secular, servan de lugar de reunin para los ancianos de la tribu cuando se juntaban en consejo. Una hora le llev la impuesta meditacin. Al terminar la carga de tabaco, sacudi contra su taln las cenizas an calientes del hornillo de su pipa y fue a ver nuevamente a su jefe. Le dijo que habindolo pensado mejor, le pareca que no deba matar a su enemigo, porque ello era excesivo Pero que ira a encontrarlo para darle una paliza memorable a fin de que recordara toda su vida aquel acontecimiento. Nuevamente el anciano lo escuch con bondad y aprob su decisin Pero le orden que ya que haba cambiado de parecer, antes de realizar su accin, llenara otra vez la pipa y la fuera a fumar al mismo lugar y que luego regresara para comentarle lo que pensaba hacer. Tambin esta vez el hombre cumpli con el encargo y gast una hora meditando, mientras quemaba lentamente su tabaco. Repiti el gesto de sacudir las cenizas limpiando su pipa y regres donde estaba el cacique, pero para informarle que consideraba excesivo el castigar fsicamente a su enemigo Ira a echarle en cara su mala accin y le hara pasar vergenza delante de todos. Como en las veces anteriores fue escuchado con bondad y hasta con una cierta picarda por el anciano, quien le orden que volviera a cargar su pipa y repitiera su meditacin como lo haba hecho en los dos casos anteriores. Medio contrariado por tantas idas y venidas, el hombre ya mucho ms sereno se dirigi al rbol centenario y sentado sobre sus races fue convirtiendo en humo w tabaco y su bronca. Cuando termin le dijo: Pensndolo mejor veo que la cosa no es para tanto Ir donde me espera mi agresor y le dar simplemente un abrazo. As volver a tener un gran amigo, que seguramente se arrepentir de lo que ha hecho. El jefe le regal dos cargas de tabaco para que la fueran a fumar juntos al pie del rbol del Consejo, dicindole: Eso es precisamente lo que tena que pedirte Pero no poda decrtelo yo. Era necesario darte tiempo para que lo descubrir primero vos mismo. El guila y el chimango Una vuelta un hombre decidi poner a prueba la providencia del Seor Dios. Muchas veces haba sentido decir que Dios es un padre amoroso y que se ocupa de todas sus pobres criaturas. El hombre quera saber si realmente Dios tambin se ocupara de l y le mandara lo que cada da necesitaba. Entonces decidi irse campo adentro hasta un montecito solitario, para esperar all que Dios le enviara su diario sustento, por manos de alguien que fuera lugarteniente de su providencia. Y as lo hizo. Una maana, sin llevarse nada consigo para comer, se intern por esos campos de Dios, y se meti en el montecito que haba elegido. Lo primero que vio lo dej asombrado. Porque se encontr con un pobre chimango malherido, que tena una pata y un ala quebrada. No poda volar ni caminar. En esas condiciones no le quedaba otra que morirse de hambre, a menos que la providencia de Dios lo ayudara. Nuestro amigo se qued mirndolo, en espera de ver lo que sucedera. En una de esas vio sobrevolar un guila grande que traa en sus garras un trozo de carne. Pas por sobre el bicho lastimado y le arroj la comida justito delante como para que no tuviera ms trabajo que comrsela. Era como para creer o reventar. Realmente, el hecho demostraba que Dios se ocupaba de sus pobres criaturas, y hasta se haba interesado por este pobre chimango malherido. Por lo tanto no haba nada que temer. Seguramente tambin a l le enviara por intermedio de alguien lo que necesitaba para su vida. Y se qued esperando todo el da, con una gran fe en la providencia. Pero resulta que pas todo aquel da, y nadie apareci para traerle algo de comer. Y lo mismo pas al da siguiente. A pesar de que nuevamente el guila haba trado una presa para el chimango, nadie haba venido a preocuparse por l. Esto le empez a hacer dudar sobre la real preocupacin del Seor Dios por sus hijos. Pero al tercer da sinti que sus deseos finalmente se cumpliran, porque por el campo se acercaba cabalgando en direccin al montecito, un forastero. Nuestro amigo estuvo seguro de que se trataba de la mismsima providencia de Dios en persona. Y sonriendo se dirigi hacia l. Pero su decepcin fue enorme al comprobar que se trataba de una pobre persona que tena tanta hambre como l y, como l, careca de algo con qu saciarla. Entonces comenz a maldecir de Dios y de su providencia que se preocupaba s de un pobre chimango malherido, pero no se haba interesado por ayudarlo a l que era su hijo. El forastero le pregunt por qu se mostraba tan enojado y maldeca a Dios. Entonces l le coment todo lo que estaba pasando. A lo que el forastero le respondi muy serio: Ah, no, amigo. Usted en algo se ha equivocado. La providencia realmente existe. Lo de los dos pjaros lo demuestra clarito. Lo que pasa es que usted se ha confundido de bicho. Usted es joven y fuerte. No tiene que imitar al chimango sino al guila. Si nos preocupramos ms por las necesidades de los dems, ciertamente nos resultara ms fcil creer en la providencia. Los tres ciegos Haba una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podan ver, se haban acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban de sus manos para darse cuenta del tamao, de la calidad y de la calidez de cuanto se pona a su alcance. Sucedi que un circo lleg al pueblo donde vivan los tres sabios que eran ciegos. Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo, vena un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no haca ms que hablar de l. Los tres sabios que eran ciegos quisieron tambin ellos conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningn inconveniente para que lo hicieran. El primero de los tres estir sus manos y toc a la bestia en la cabeza. Sinti bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalan de la pequea boca Qued tan admirado de lo que haba conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que haba aprendido. Les dijo: El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos frazadas, y del cual salen dos grandes lanzas fras y duras. Pero resulta que cuando le toc el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trataron de rodear su cuerpo, pero ste eran tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Luego de mucho palpar, decidi tambin l contar lo que haba aprendido. Les dijo: El elefante se parece a un gran tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y est todo forrado de cuero con el pelo para afuera. Entonces fue el tercer sabio, y agarr al animal justo por la cola. Se colg de ella y comenz a hamacarse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba a la bestia, estuvo largo rato divirtindose en medio de la risa de todos. Cuando dej el juego, comentaba lo que saba. Tambin l dijo: Yo s muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sine para hamacarse. Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos sobre lo que haban descubierto sobre el elefante no se podan poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conoca. Y adems tena la certeza de que slo haba un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo Pero lo que decan pareca imposible de concordar. Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon. Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que haba tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos. Y entonces descubrieron que cada uno de los tres tena razn. Una parte de la razn. Pero que conocan del elefante solamente la parte que haban tocado. Y le creyeron al que lo haba visto y les hablaba del elefante entero. Si esto le pas a los tres sabios frente a un elefante. Nos asombramos de que algo parecido le pase a los hombres cuando hablan de Dios? El buey embrujado Don Jacinto era un gran trabajador. Pero viva creyendo en espritus, aparecidos y brujeras. Para sus tareas en la chacrita tena un buey grande y manso que vala por dos, sobre todo cuando lo meta al carro. De tan manso que era, bastaba que lo llamase y el animal vena a su encuentro y se dejaba agarrar con la mejor buena voluntad de ponerse a la labor. Un da como tantos otros, Don Jacinto Unci a su carro al noble buey a fin de llevar hasta el poblado un cargamento de zapallos y choclos que quera vender. Era hacia el final del verano y haca mucho calor. Cuando se hizo el medioda, el sueo fue poco a poco ganando a Don Jacinto que se qued finalmente dormido encima de su carro. El buey tambin sinti el calor, como era lgico. Y al ver que su patrn no lo estimulaba para que siguiera, tambin l se dej tentar por el sueo, y arrimndose a un gran rbol que se ergua a la orilla del camino, detuvo su marcha y bajando la cabeza se entreg al descanso. Dio la casualidad que por el mismo camino venan dos pillos que conocan la credulidad de Don Jacinto. Y al verlo tan dormido decidieron hacerle una jugada. Sin hacer el menor ruido desataron al buey, y mientras uno de ellos lo llevaba rpidamente hacia el poblado para venderlo en la feria, el otro se coloc los arneses del animal y se qued uncido al carro esperando que Don Jacinto despertara. Cuando finalmente amain un poco el calor y el descanso despej la modorra del patrn, ste despert del sueo y casi no crey a sus propios ojos. Porque en lugar de su buey se encontr con un hombre de carne y hueso atado a las coyuntas. Se baj de un salto y le pregunt que haca ah. Pero el pillo sin inmutarse le respondi con un hondo mugido. Como esto se repitiese varias veces el buen hombre ya no saba qu pensar. Y comenz a sospechar que podra ser cosa te brujera. Era justamente lo que esperaba el pillo para poner en marcha su Plan. Tomando un tono de voz profundo se dirigi a Don Jacinto y le coment entre lgrimas una conmovedora historia. Le dijo que l haba finalmente logrado purgar una larga pena que se le haba impuesto. Que siendo joven se haba dedicado a una vida de picardas y delitos, y que por ello Dios lo haba castigado convirtindolo por diez aos en un buey. con la promesa de que si cumpla bien con su trabajo como animal, podra al final de la pena volver a su condicin de hombre para retomar su vida normal. Que l no saba si realmente se haba comportado siempre como un buen buey, pero que crea haber hecho todos los esfuerzos posibles por obedecer y trabajar sin negarse en lo ms mnimo. Y le preguntaba a su patrn qu opinin le haba merecido su esfuerzo y su conducta durante este tiempo en que purgara su pena como animal de campo. Evidentemente Don Jacinto qued profundamente conmovido y entre lgrimas le asegur que no tena la menor queja o reproche para hacerle. Su trabajo haba sido estupendo, y su conducta realmente inmejorable. Y que recin ahora comprenda el porqu de la extraordinaria inteligencia que siempre haba notado en l cuando estaba transformado en buey. El pillo aprovech entonces para suplicarle que en premio por ello le sacara los arreos y lo dejara en libertad, porque eran tantos los aos de su penar que quera irse inmediatamente para el pueblo a desquitarse de tantas penas y contrariedades. Por supuesto Don Jacinto, con pesar suyo, pero con pleno convencimiento, lo desat y encima le entreg el poco dinero que llevaba a fin de que pudiera festejar su identidad recuperada. Fue as como el pillo enderez para el pueblo y Don Jacinto pare su casa de a pie. A los dos das emprendi nuevamente el viaje a fin de comprar en una feria un nuevo buey que suplantara al perdido. Pero su sorpresa fue enorme cuando al acercarse a los corrales descubri a su antiguo buey que lo miraba humildemente y muga de contento. Sin dase cuenta del engao, y temiendo volver a tener un buey que podra perder en cualquier momento, sigui de largo pensando. Qu picarda habrs cometido esta vez, que te volvieron a castigar! Pero a m no me embroms ms. Que te compre otro si quiere. Mirada simple Ciriaco se haba entretenido en el boliche ms de lo acostumbrado. La alegra de estar con los amigos lo haba llevado a cargar el codo ms de lo acostumbrado. Y al salir rumbo a su rancho sinti los efectos de los vapores etlicos. Es decir: estaba perfectamente mamao. Y se dio cuenta de ello porque comenz a ver todo doble. Junto a las cosas que eran, y que l las conoca muy bien, vea siempre otra igualita, que seguramente no era. Por ejemplo vea dos caminos. Uno que era y otro que no era. Lo mismo le pasaba con el alambrado, los ranchos y hasta con los amigos que se le cruzaban en la huella. De pronto sinti que le salan al cruce dos perros grandotes. Eran tan idnticos el uno con el otro, que a pesar de la confusin lgica de las ideas logr percatarse que se trataba de un perro que era y de otro que no era. Opt por la huida. Pero pronto tuvo a los perros mordindole casi los garrones. Por suerte vio delante suyo un rbol. Mejor dicho: vio dos rboles, como era lgico. Y tuvo mala suerte. Se subi al rbol que no era, y lo mordi el perro que era. En la vida es preferible tratar de tener siempre una mirada simple frente a los peligros. Porque si es tonto el subirse a un rbol de verdad frente a un perro imaginario, puede ser trgico subirse a una solucin ficticia frente a un problema real. Envidia y ambicin Iban, una vuelta, dos crotos, con su mono al hombro haciendo camino. De repente sintieron detrs de ellos el bocinazo estridente de un auto que peda cancha. Era un Torino que vena como refucilo, levantando una tremenda polvareda. Apenitas si nuestros dos amigos tuvieron tiempo de tirarse cada uno a la cuneta para el lado que pudieron, mientras el coche les pasaba por entremedio tapndolos de polvo. Cuando finalmente mejor algo la visibilidad, cada uno retom su equipo nuevamente y ambos se pusieron en camino. Lo hicieron en silencio, pero mascullando cada uno sus reflexiones por dentro. El primero se dijo: Ahijuna, disgraciao! Ojal un da Dios te haga andar a pie como yo, con el mono al hombro, y otro te tape de tierra como lo hiciste ahura con nosotros. El otro en cambio pens: Dios quiera que un da tambin yo tenga un Torino como el tuyo para poder taparte de tierra de la misma manera. El primero era un envidioso: le deseaba al otro el mismo mal que l sufra. El segundo era un ambicioso: deseaba para s el bien que vea en los dems. El perro de los espejos Era un perro bravo. Y encima de mal genio. Arrebatado. No toleraba que se lo llevaran por delante. Y cuando estaba furioso se encegueca y no reculaba ni ante quien viniera degollando. Aquel da estaba particularmente irritable. Dorma su siesta bajo uno te los grandes parasos del patio y el viento norte y las moscas no lo haban dejado en paz ni un ratito. Hubiera sido mejor evitarlo. Pero el pobre gato ni se dio cuenta. Corrido por los cuzcos a los que haba querido discutirles un hueso, en su carrera pas por encima del cuerpo tendido del gran can. Y que un miserable gato le pasara por encima era algo que nunca lo hubiera tolerado el perro. Pero aquel da la cosa fue como para sacarlo literalmente de quicio. De un salto se puso de pie y sali como caonazo detrs del michifuz. Ambos animales cruzaron el patio, ardiente por el sol del medioda, como dos blidos, y entre gambetas y curvas enderezaron hacia el casco de la estancia. Araando las baldosas de la galera el gato sinti que estaba perdido, y jugndose el todo por el todo entr en la primera habitacin que encontr abierta. Era la del gran saln de la casa. En cuatro saltos nuestro animalito gan altura y se refugi encima de un gran ropero cuya puerta era un enorme espejo bruido. El mastn tuvo que detener su carrera afirmando las cuatro garras sobre la alfombra en una tremenda resbalada que lo llev a sofrenarse a pocos centmetros de la puerta espejo del ropero. Y lo que tuvo delante lo descontrol del todo. Frente suyo, casi rozndole el hocico se encontr con otro enorme perro, furioso como l, con los ojos echando fuego y aparentemente decidido a no retroceder ni un milmetro. Le lanz un ladrido como para aterrorizar hasta a una fiera, y el otro animal le contest simultneamente con la misma ferocidad, mostrndole los dientes y hacindole sentir su aliento enfurecido en sus mismas narices. Aquello ya era demasiado. Olvidndose del gato que fuera el motivo primero de aquella tragedia, el perro de nuestro cuento sinti que all se jugaba todo su prestigio. De all no se poda salir si no era matando o muriendo. Retrocedi un poco como para tomar impulso, aunque estaba decidido a no ceder ni una pulgada de terreno. Y vio que su contrincante haca lo mismo y con idnticas intenciones. Cada gesto de furia era por lo menos igualado por aquel maldito opositor que vaya a saber de dnde habra salido. Porque nunca se lo haba visto por aquellos pagos, donde nuestro can era seor indiscutido, y a quien jamas nadie haba hecho frente con suerte favorable. El salto fue tremendo y simultneo. En aquel enorme saln el encontronazo entre el perro y el gran espejo reson con un estampido de vidrios rotos. La imagen del animal se hizo aicos junto con el cristal y entre sus pedazos se desangr degollado el perro de verdad. Sin saberlo se haba asesinado contra su propia imagen reflejada en aquel mueble. Uno piensa qu distinto hubiera terminado todo si nuestro animal hubiese tomado las cosas con ms calma. Si se hubiera dado cuenta de que su furia al cambiarse en tranquilidad habra conseguido tener frente a l un amigo que le hacia fiestas moviendo la cola, exactamente como l se las haca. Pero los bichos cuando estn furiosos pierden la objetividad Y las personas a veces tambin. El caballo y el venado Los viejos cuentan esta historia. Es del tiempo de antes, en que la pampa era pampa, y los bichos andaban sueltos y se entendan entre ellos. Es decir: a veces se desentendan tambin. Y entonces se armaban entre los animales unas peleas que eran igualitas que las que se dan entre la gente. Sucedi as que un da se malquistaron el Venado y el Caballo. Resulta que el pingo le dijo al venado que era un animal; y ste le retruc tratndolo de caballo. Total que: patada va y patada viene, el venado pas a mayores y lo atropell con la cabeza gacha, consiguiendo herir con uno de los cuernos en la panza a su contrincante. Claro! La cosa se puso seria porque ya habla sangre de por medio. Y asustado el venado dispar campo adentro, ganando el desierto, y aunque el caballo lo corri hasta donde pudo, no logr darle alcance. La cosa no poda quedar as, y el flete jur que se vengara. No sabiendo como hacerlo, fue a pedirle su colaboracin al hombre. Cara iba a pagar la consulta, pero su deseo de venganza lo tena enceguecido, y no fue capaz de medir las consecuencias de su determinacin. El hombre aprovech como quiso la oportunidad. Le dijo al caballo que haca muy bien en cobrarse la ofensa, y que l estaba dispuesto con sus boleadoras a cazarlo al venado, pero que de pie nada poda hacer. Por lo tanto le pidi permiso para sentrsele encima y convertirlo as en su montado. Lamentablemente para el caballo la cosa no termin ah. El hombre se puso delicado y exigi poder ponerle unos cuernos encima del lomo y atarlos bien fuerte con una cincha. Despus le coloc un freno en la boca y le aadi un bozal con su cabresto. Enceguecido en su deseo de venganza, el animal no meda las intenciones de su supuesto amigo, y dejaba hacer las cosas creyndolas necesarias para conseguir con mayor seguridad su proyecto de poder hacer pagar al venado lo que le haba hecho. Y una maanita fresca salieron los dos por esos campos de Dios, el caballo hecho un redomn, y el hombre enhorquetado ya para siempre sobre su lomo. Luego de mucho campearlo, al fin toparon con los rastros del buscado. Siguieron sus huellas y lo sorprendieron en una loma. Haciendo un rodeo para arrimrsele viento en contra, en un redepente se le fueron encima. El Venado sorprendido slo acert a disparar, pero en ese momento las tres maras de las boleadoras del hombre se le enredaron violentamente en los remos de sus patas, y rod por entre los pastos sin poder evitarlo. Inmediatamente el hombre se larg del caballo y lo despen, para aprovechar su carne y su cuero. El caballo respir hondo, sintiendo que finalmente estaba vengado. Pero pronto se le atragant el resuello. Porque el hombre, tomndolo por las crines, nuevamente lo mont y lo oblig a ser su servidor para siempre. A pesar de las protestas y corcovos, ya nada pudo hacer para sacrselo de encima. Cuando alguien nos anima en nuestras broncas, y sobre todo cuando nos ofrece su ayuda, pensmoslo dos veces antes de dejarnos ensillar por l. Que hay muchos tontos que continan alimentando abogados, por no arreglar el pleito. La liebre y su cola Tambin ste es un cuento del tiempo de antes. Del tiempo viejo, en que la pampa era pampa. Entonces suceda al revs que ahora: los animales vivan como la gente. Tenan sus arreglos y desarreglos. Se peleaban, se envidiaban, y adems tenan sus poblados donde cada uno haca la casa como mejor le gustaba o simplemente como saba hacerla. Y en el medio del poblado tenan su plaza donde por las tardecitas salan a pavonearse y a chusmear de la vida de los dems. Por aquel tiempo la liebre tena cola. Una muy hermosa, grande y frondosa, que ella peinaba con esmero antes de salir a la plaza del pueblo, donde todos la admiraban y suspiraban por ella. Esto la haba vuelto insoportablemente vanidosa. Pasaba sin mirar a nadie, taconeando fuerte y a los saltitos, moviendo su cola de aqu para all como quien la hamaca para que mejor se la vieran. En cambio Don Juan el zorro era moto. Es decir colincho, rabn. Y nadie lo tomaba en serio porque era habitante orillero y de malos antecedentes en cuanto a respecto por la propiedad ajena. Quiz fuera por eso que Tata Dios decidi un da darle una satisfaccin frente a los dems bichos de la poblacin. Resulta que una vuelta, andaba Don Juan el zorro por esos campos de Dios que quedan entre el 9 de julio y Junn: tapera de Daz, que luego sera Tribu de Coliqueo. Andaba buscando algo con que llenarse el estmago, que ya le andaba haciendo ruido desde haca das. Un gran susto se peg cuando vio brillar entre los pajonales una cosa que le parecieron los ojos del tigre. Pero sosegndose y mirando mejor, se dio cuenta que no se trataba de eso, sino de un objeto de oro con piedras preciosas, que brillaba al sol. Se le fue yendo despacito, y tuvo la enorme emocin de encontrar una hermosa lanza perdida all seguramente por algn poderoso cacique. Imagnense ustedes la alegra del pobre bicho, que agarrando la joya aquella se la llev a su cueva, donde con mucho esmero se dedic a limpiarla y sacarle lustre. Despus fue y cort una larga tacuara y as tuvo lista su magnfica lanza. Pero no quiso salir enseguida a pregonarlo por el pueblo. Se aguantara hasta la tardecita y entonces, luego de que la liebre llamara bien la atencin, l saldra con su hallazgo como al descuido, y conseguira que todo el poblado no hablara de otra cosa que de l. Dicho y hecho. Cuando la liebre sali como todas las tardes con su cola bien peinada y se dio el gusto de hacer suspirar a sus admiradores, apareci el infeliz de Don Juan, silbando bajito y con su brillante lanza al hombro. Al principio la reaccin fue de sorpresa y de incredulidad, pero poco a poco Don Juan se fue convirtiendo en el centro de las miradas, comentarios y observaciones. Como quien no da importancia al asunto, comentaba bajito con sus ms allegados las circunstancias de su hallazgo. Esto haca que a su alrededor el crculo fuera cada vez ms grande y que reinaba un profundo silencio entre el bichero para no perderse sus palabras. Cuando haca un silencio como para tomar distancia, las cotorras aprovechaban para difundir la noticia escuchada en edicin corregida y agrandada. En realidad no es cierto que todos los bichos se hubieran reunido alrededor del zorro. La liebre, aunque se mora de curiosidad, sigui pasendose con su cola, aunque ya nadie le prestaba atencin. Al final se qued sola y rumbi para su nido maldiciendo la suerte de Don Juan que haba venido a eclipsar su reinado indiscutible en el pago. Y fue tal la envidia que la empez a carcomer por dentro, que termin por cruzrsele la idea de que tena que conseguirse la lanza para ella. Desde ese da su corazn vanidoso y envidioso no tuvo sosiego Verlo al zorro con su lanza, y tener el deseo de robrsela era una misma cosa Al final se le dio una buena oportunidad. Porque Don Juan, con el deseo de entrar ms cmodamente en unos matorrales, dej su lanza tirada entre los yuyos por unos momentos. La liebre lo estaba espiando, y a toda carrera manote la tacuara y sali huyendo. El zorro tard un poquito en lograr salir de los matorrales, antes de poder largarse en su persecucin. Corrieron y corrieron, gambeteando por entre los pajonales. La liebre era ms rpida, pero la larga lanza le impeda moverse libremente. Poco a poco se le fue resbalando hasta quedarse casi con el fierro en la mano. Esto permiti que finalmente el zorro pudiera apoderarse de la punta libre de la tacuara. As se par la carrera y cada uno empez a tirar desesperadamente para hacer que el otro soltara. El zorro mientras tanto gritaba: Solt la lanza, que es ma! A lo que la liebre responda; No, ahora es ma! Cuando vos la encontraste tirada afuera la agarraste para vos. Ahora yo la encontr afuera, y es para m. Yo no te la quit. Vos la dejaste y yo la agarr. Y siguieron discutiendo a los gritos, hasta que el loro fue corriendo a buscar al peludo que era el juez de paz de aquel pago. Este lleg corriendo con la cabeza gacha y dispuesto a hacer justicia. Se enfrent a los que estaban discutiendo, y les dijo: A ver Qu pasa aqu? Qu quiere que pase! le dijo al zorro. Es la liebre la que me rob la lanza. Dgale que la suelte y me la deje. No, seor Juez de paz! responda la liebre. Ahora la lanza es ma, porque yo la encontr tirada. Cuando l la encontr era de l. Pero ahora l la dej afuera y se meti adentro de los pajonales. Entonces yo la agarre y es ma. Y comenzaron nuevamente a tirar, insistiendo para que el otro dejara. Como la cosa segua y poda terminar mal, el peludo decidi cortar por lo sano. Tom su sable y grit: Qu cada uno se quede con lo que tiene!. Y dando un golpe cort la tacuara por el medio. El zorro se mordi de rabia al ver que finalmente la liebre se haba quedado con lo principal de su lanza, y que a l simplemente le haban dejado un pedazo de tacuara. Y jur vengarse cuando la ocasin se diera de encontrarla sola. Pero a sta, que se haba salido con la suya, ya no le import nada. Volvi a arreglar con una nueva caa la lanza, y todas las tardes se paseaba con su linda cola y con la lanza que le haba quitado a Don Juan. Mientras tanto ste afilaba sus uas esperando la oportunidad de hacrsela pagar caro. Al final tambin a l se le dio su oportunidad. Una tarde encontr a la liebre que con la lanza al hombro y su cola recin peinada se dira por una calle solitaria hacia la plaza del pueblo. Sin pensarlo dos veces se le fue encima como un huracn. La pobre liebre asustada y cobarde se larg a correr hacia las afueras del poblado, con el zorro pisndole los garrones. De nuevo la lanza le molestaba demasiado para correr, y termin por abandonarla en una de las gambetas. Pero el zorro estaba tan enceguecido de rabia que ni se dio cuenta, y la sigui corriendo a mayor velocidad. Cuando la liebre se sinti perdida, no encontr otra solucin que refugiarse metindose en una cueva Pero tuvo tan mala suerte que le qued la punta de la larga cola afuera. El zorro se la agarr con los dientes, y afirmndose con las cuatro patas en la boca del agujero, comenz a tirar con todas sus fuerzas. Desde adentro la liebre gritaba: Soltme la cola que me la vas a arrancar! No la suelto deca el zorro con los dientes apretados, ahora la cola es ma porque yo la encontr. Vos estabas adentro y