Mi Autobiografía

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AUTOBIOGRAFÍA Roberto Rujano Mi niñez no transcurrió de manera convencional, en el sentido de contar con muchas amistades, divertirme como lo hacen los demás niños o involucrarme en travesuras a cada rato. Podría decir que fui, hasta mi adolescencia, un muchacho muy tranquilo y solitario que se contentaba con pasar la mayor parte del tiempo libre leyendo. Este inicio en la lectura se apoyó en la biblioteca personal de un tío político, quien poseía diversidad de obras que trataban sobre historia, tecnología y cuentos clásicos. Cuando no pude contar con la oportunidad de leer fuera de mi casa me dispuse a coleccionar – desde principios de los años 80 hasta mediados de los 90- una revista infantil de cultura general llamada “Meridianito”. Para esto tenía que comprar todos los domingos (sin falta) el periódico “Meridiano”, dentro del cual iba encartada la revista. Algunos años más tarde me encontré reflexionando sobre lo diferente que era de los demás niños a través del hecho de que ellos compraban el periódico por los deportes y no se interesaban tanto en el suplemento incluido, mientras que a mí me sucedía lo contrario. La pasión por la lectura hizo que leyera todas las revistas que hasta hace algunos años se colocaban delante de las cajas registradoras de los supermercados como “CADA”. El tiempo se me iba volando. Cosa que

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Modelo de autobiografía como manual para los aspirantes a cursar estudios en la Universidad Simón Rodriguez

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AUTOBIOGRAFÍA

Roberto Rujano

Mi niñez no transcurrió de manera convencional, en el sentido de contar con muchas amistades,

divertirme como lo hacen los demás niños o involucrarme en travesuras a cada rato. Podría decir que fui,

hasta mi adolescencia, un muchacho muy tranquilo y solitario que se contentaba con pasar la mayor parte

del tiempo libre leyendo. Este inicio en la lectura se apoyó en la biblioteca personal de un tío político,

quien poseía diversidad de obras que trataban sobre historia, tecnología y cuentos clásicos. Cuando no

pude contar con la oportunidad de leer fuera de mi casa me dispuse a coleccionar – desde principios de los

años 80 hasta mediados de los 90- una revista infantil de cultura general llamada “Meridianito”. Para esto

tenía que comprar todos los domingos (sin falta) el periódico “Meridiano”, dentro del cual iba encartada la

revista. Algunos años más tarde me encontré reflexionando sobre lo diferente que era de los demás niños a

través del hecho de que ellos compraban el periódico por los deportes y no se interesaban tanto en el

suplemento incluido, mientras que a mí me sucedía lo contrario.

La pasión por la lectura hizo que leyera todas las revistas que hasta hace algunos años se colocaban

delante de las cajas registradoras de los supermercados como “CADA”. El tiempo se me iba volando. Cosa

que no pasaba con la actividad que debía hacer originalmente en este supermercado por mandato de mi

padre: trabajar como empaquetador de las mercancías una vez cobradas. Esto lo hice desde los 12 hasta los

14 años. No era por necesidad. Mi padre era subgerente de una sucursal y pensaba que era que sería una

muy buena idea que yo me ganara mi propio dinero y comprendiera el valor de éste, así como de la

independencia económica.

Cuando llegué a la adolescencia, mi vocación había disminuido bastante. Estaba ocupado en

preocuparme por el futuro, molestarme por las cosas más insignificantes, así como discutir con mi madre.

Aunque todo esto se debía a los problemas de autoestima muy común en esta etapa, siempre pienso que

tuvo mucho peso el hecho de que viviera observando como mi padre maltrataba a mi madre y a mí. En

todo caso comparo a la vida de una persona con la historia de la humanidad: donde la infancia se parece

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mucho a la prehistoria y a la edad antigua. Mientras que ese momento que viví, desde los 12 hasta los 21,

se ajusta muy bien a la edad media. Un período oscuro, terrible, lleno de ignorancia, caos y retroceso en la

construcción de la personalidad y la felicidad.

Sin embargo tengo que decir también que mi adultez se parece mucho al renacimiento. Se recobra

lo bonito de la niñez pero se gana además mucha madurez. Y fue de esta manera donde recordé quien era.

El espacio de tiempo donde desarrollé el autoconocimiento, así como mi autovaloración, fue un período

bastante satisfactorio. Significó además una inmensa inversión de esfuerzo y paciencia. No tuve ningún

tipo de orientación por parte de mis padres (por las limitaciones educativas que tenían), así que este

proceso de crecimiento personal fue totalmente autodidacta, además de pasar por el ensayo y error hasta

poder llegar a sentirme bien conmigo mismo.

Al principio, dicho proceso implicó el leer una cantidad considerable de libros de autoayuda y

superación. Pensé que no había ninguna limitación a las posibilidades de enseñanza que nos deja la lectura,

y la autoayuda no era una excepción. Claro, después me di cuenta de que casi el 95% de estos materiales

no me explicaban -adecuada y seriamente- como elevar mi autoestima y ser feliz. Así que la experiencia

ayudó con el resto. Podría decir que este proceso, que transcurrió de los 20 a los 30 años, fue como una

especie de proyecto investigativo largo, difícil pero… inspirador. Estaba consciente de que el éxito y la paz

interior que sentía que me hacían falta los conseguiría si terminaba este “trabajo” y resolvía mis

interrogantes acerca de qué debía hacer para “sentirme bien”.

Las cosas empezaron a tomar forma cuando en un libro, escrito por el mismo autor de “Tus zonas

Erróneas” descubrí que la felicidad consistía en “hacer lo que amas o amar lo que haces”. No estaba

dispuesto a amar el trabajo que hacía para ese momento, así que empecé a investigar sobre cuál era la

carrera correcta que me permitiera sentirme satisfecho con mi vida. En otras palabras, la mitad de esta

labor de desarrollo personal consistió en descubrir cuál era mi vocación.

No pude saber qué carrera era la que más me gustaba hasta cumplir los 20 (aproximadamente).

Valió la pena invertir todo ese tiempo en asegurarme de cuál era la actividad que más sentido le iba a dar a

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mi vida. Y aunque sin embargo empecé a estudiar en el Instituto Pedagógico de Caracas con algo de duda,

con el tiempo fue creciendo mi convencimiento de que la docencia era lo mío. Pero como las cosas no son

perfectas, experimenté lo mismo que todo estudiante de educación con ideales y vocación ha sentido: las

contradicciones entre lo que crees que eres capaz de hacer, y la realidad, que te hace ver que ser profesor

es la máxima prueba de paciencia y de fuerza de voluntad para no deprimirse ni explotar de rabia por

encontrarse con alumnos tan malcriados e indisciplinados.

La capacidad de lidiar con las condiciones de trabajo que existen en la carrera fue aumentando y

asimismo, fue haciéndose estable mi rutina diaria. Pero aunque observé que me adaptaba cada vez más a

muchas dificultades. Sentí que mis habilidades podían ser aprovechadas de otra forma. Me fui interesando

cada vez más por la orientación al encontrarme cada vez más involucrado en conversaciones con mis

alumnos que reflejaba mi necesidad por aconsejarles. Aunque no todos seguían mis recomendaciones, me

llamó la atención como algunas alumnas me pedían consejos. Una situación que aumentó

considerablemente, luego de que éstas se enteraron de que había empezado a estudiar psicología.

Una segunda carrera significaba para mí el desarrollar otra vocación pero además, la oportunidad

de estar en un ambiente de trabajo con menos estrés y mayores recompensas (no necesariamente

monetarias). Pensé que era tan o más agradable el poder ayudar a las personas a resolver problemas

personales. En otras palabras me veía como un psicólogo clínico sintiendo todos los días esa satisfacción

que experimentaba ya en el colegio al ver como mis consejos ayudaban a muchas alumnas.

Pero la oferta de estudios para alguien que tiene que cumplir con un horario de trabajo es muy

limitada. Al no encontrar la oferta de un horario compatible con mi primera profesión, en la UCV y en la

UCAB, tuve que estudiar en la Universidad Metropolitana. Sin embargo, y aunque en un principio me

garantizaron el turno vespertino (mientras daba clases en la mañana), tuve que abandonar mis estudios

porque dicha garantía no se cumplió al cuarto trimestre.

Como una profesora de esta universidad me dijo que podía ejercer la consultoría y la asesoría en el

supuesto caso de que no me terminara gustando la psicología clínica, me interesé más por aquella.

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Ayudado por el hecho de que quien ofrece talleres y experiencias de aprendizaje por su cuenta no requiere

necesariamente estudios en el área de la psicología pero sí debe poseer formación y experiencia como

educador. Es así como cambié de rumbo nuevamente, aspirando en un futuro, a ofrecer talleres, cursos y

asesorías. Esto implicó la necesidad de llenarme de conocimientos y de experiencia inherentes a la

actividad. Lo que ha motivado que curse, en primer lugar, la Maestría en Asesoramiento y Desarrollo

Humano.

Sería ideal que en los estudios del citado postgrado, se obtengan aprendizajes significativos y

pertinentes. Es decir, que se correspondan con la realidad del país. Que la teoría y la práctica estén siempre

correspondidas. Algo que lamentablemente no vi mucho en mi experiencia como estudiante del Pregrado

en Educación. En este sentido, quisiera que en la actualidad los contenidos curriculares en el Pedagógico

de Caracas se hayan alejado de esa tendencia a reproducir sin ningún tipo de revisión crítica, los modelos

de pedagogía y de paradigma social de países extranjeros, que se nos sugería aplicar al contexto de nuestro

país.

Podría aportar sugerencias siempre que sean escuchadas por los profesores acerca de metodologías

de aprendizaje efectivas y cónsonas con la descripción que hice en el párrafo anterior. En cuanto a mi

responsabilidad, estaría dispuesto a romper paradigmas que hasta ahora no le han dado paso a la diversidad

de formas que se tienen de orientar a niños, jóvenes y adultos. Así como también el evitar lo más que se

pueda, el convertirme en repetidor de fórmulas importadas e implantadas por la moda acerca de cómo

estimular y formar a los ciudadanos de este país.

Pero lo más importante que podría ofrecer, tanto como estudiante como profesional, sería el

entusiasmo y dedicación que tiene una persona que pasó por la amarga experiencia de no recibir ayuda ni

orientación para mejorar como ser humano, y que por lo tanto, es capaz de ponerse en los zapatos de los

demás y ayudar de muy buena gana y con vocación a todo aquel que necesite ayuda en el aspecto personal.

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