Mientras Velaba Que Te Quería PDF Definitivo

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Poemarios

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    MMiieennttrraass vveellaabbaa qquuee ttee qquueerraa GGiisseellaa VVaanneessaa MMaannccuussoo

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    Poemario, Mientras velaba que te quera, Gisela Vanesa Mancuso, 2014

    Fotos de cubierta: Camila Fernndez

    www.facebook.com/camila.fernandez.94214?fref=ts

    Diagramacin y diseo de cubierta: Pablo Baico

    www.facebook.com/pablobaico?ref=hl

    Presentacin audiovisual y puesta en escena en el marco del Concurso Yo es Otro, organizado por el Teatro Carnero:

    https://www.youtube.com/watch?v=W2V_qwJ6DF8 https://www.youtube.com/watch?v=Nbfz3E_aWVU

    Contacto con la autora

    www.facebook.com/giselavanesa.mancuso?fref=ts [email protected]

    www.mesetasenlaalmohada.blogspot.com.ar

  • 3

    Se mece el pelo y un mar de brillos en hebras de sueo descoloca la noche, partida en espejos de lucirnagas de vida instantnea. Entorna los prpados, baja la vista, el aire se sonroja cuando las pestaas lo acarician. Si puede haber aire enamorado, slo est circundando su piel. Los ojos dejan la luz para sus palabras, las alumbran, en sentido de iluminacin y de parto. Los labios abrazan una sonrisa blanca en ritual de rojo horizonte donde un beso aletargado amanece. Las manos vuelan bajo, deshacen quietud en retazos de imaginacin. Gotas rojas que trazan estrellas fugaces en la noche que crece delante de su pecho. Ella escribe. Los mundos nacen, crecen, mueren, envainados en una belleza que palpita a centmetros de su piel, a tiro de mirada de una pantalla. Ella escribe. Y afuera, el mundo se agranda para recibir sus nuevos mundos. Ensancha sus colores, afina sus sonidos y desentumece formas. La espera. Ella pone el punto final y su piel se endulza al calor del regocijo. La noche la deja partir. Sus brazos caen al costado del sueo, todo desmayo de creacin acabada.

    Pablo Baico

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    Primera parte Poemario I

    VERSOS NO-VELADOS

  • 5

    I

    Invirtiendo el gesto, el espiral del agasajo,

    encrema sus piernas breves. Las recorre y, en el fondo de sus ojos,

    brilla el andar que no ha pisado todava.

    El lpiz labial se dibuja sobre la boca agrietada, inefable.

    Ya no hablar. Ni dir. Por si acaso

    no va a emitirse esta noche.

    Se desnuda en el fro y el vrtigo es impostergable:

    se le caen todas las ropas.

    Llora. Primero, ante todo. Y despus se alarga las pestaas y con un puf de perfume dulce

    gira la llave y se pierde en veredas rotas.

  • 6

    II

    Ahora, frente a l, se cruza de piernas.

    {Su adentro est escondido en la caja dbil del letargo.

    [hay aval de que no se le salte; (hay pasado que lo endosa)]}.

    No hay estrases ni mostacillas.

    Es aburrida. Mala. Rstica. Nadie le confiara un secreto.

    Pero no es ella

    la que vuelve ms tarde con el labial desparramado alrededor de las comisuras.

    Ella es esos ojos

    que se le esparcen en la cara cuando el rmel se le quita

    sin quita nada

    solo se le quita

    sin otro espiral que el desencanto.

  • 7

    III

    Las cscaras se disecan al sol secreto del diluvio.

    Y ella es nctar, el arrabal de una naranja.

    Tiene una mitad y tambin la otra

    y sus cscaras son enredaderas que se descorren sin flaquearla.

    Hoy

    no se ha delineado el horizonte de los prpados:

    el viso de la mirada oculta se le inscribe en las sombras,

    en el arcoris de las cejas:

    ha pestaado cien veces antes de alistar la vista

    en el recuerdo de otros ojos encharcados. (En el presente de esos ojos

    adscriptos al fondo de los suyos).

    Hoy huele a hojas secas, humedecidas. A estacin de tren.

    Al invierno de un domingo de madrugada. No espera.

    Es vagn. Y anda. Aun en la quietud.

    Pero llegan todos los recorridos y se le imprimen en el semblante

    como un rubor rosado al que, como pasionarias,

    tienden los hoyuelos de la sonrisa.

  • 8

    IV

    El percance es el siguiente: los agujeros persisten (no se irn):

    solo en ellos interrumpe el instante,

    y es ella. Toda. Con todo. Las faltas todas.

    Faltas que le faltan.

    Y es la carencia, tan espaciosa, la aoranza de su grandeza.

  • 9

    V

    Ella extraa el suceso del futuro y la prestancia de una memoria irresoluta,

    el espiral de un odo que se ha desenrollado

    y se ha encendido en otra salida. En el laberinto de los intersticios del riesgo,

    alguien ha matado a los mosquitos y a todas las palabras de un mundo.

    Morir en el grito.

    En la propia garganta tras el pronunciamiento. Ella muri en el pronunciamiento

    de la garganta del grito.

    Tantas veces ha muerto y otra vez, la vida.

    suelta, liviana, sin el miocardio mio-relajado,

    para qu.

    Se pregunta. Solo se pregunta. dnde fue a partir aquel momento.

  • 10

    VI

    Y el sexto poema lo escribi sobre los restos

    de una salsa de verdeo. Y sobre los ripios de labial

    de la servilleta blanca.

    Escribi que el olvido propuesto

    es la acentuacin de la memoria. Es pretender ocultar los ojos se dijo

    extendiendo las pestaas con rmel.

    Y como la de los ojos, la memoria es una cajonera

    de recuerdos aliados inoportunamente compaeros.

    Nunca es oportuno. Nunca es el momento.

    No habr el espacio y el tiempo para decir que no o que s.

    O no decir nada: no s.

    Y abri el cajn de que

    era mala, aburrida. Rstica. Y le dio aspereza la copa de cristal:

    borr de un sorbo de vino tinto todas las estrofas que faltaban.

    No vale el amor dos veces se dijo dos veces,

    y se quit el maquillaje en el borde de la copa

    sin quita nada y otro tanto

    cuando cerr la puerta del 5100 y la inmensidad fsica del adentro fue la adversidad de una ausencia

    puntual y especfica.

    5100 ausencias de esquina a esquina, tan especficas como puntuales.

    El error dos veces escribi. Dos veces el mismo. Dos veces:

  • 11

    Dos. Dos.

    Ya la vieron irse. Ya la ven alejarse.

    Ya no existe.

  • 12

    VII

    Es ella sola. Sola es aunque tantos y todos.

    Existe sola. Sola es y en todo espacio,

    aunque aminore el fuego de lo externo, de la

    vela que se acobarda

    dentro de un vaso ajado.

    Sola en el lugar del mundo de lo real imaginado. De lo imaginado, real;

    de lo deseado interrumpido por los puntos suspensivos

    finitos de una recta rengln

    que va trazndose hacia la unin de la curva

    finita en los vaivenes de la siembra.

    Un camino de espigas y lavanda,

    un sendero de trigos.

    Amasa vacilaciones, entre-dichos de sus causas,

    la apologa de las consecuencias.

    La infraccin es el presagio, el altar de la deuda.

    Ni la duda ni el desconcierto:

    es las faltas de los otros del dolor supuesto,

    plural de faltas y verbos de parecer

    y los gerundios consagran el vaco: el premio, probablemente.

    Y, sin embargo,

    al ingresar al costado, adentro del viento, sobre el trigo, la lavanda y las espigas, mil grullas la salvan con su nombre,

  • 13

    no es ella ni puede todas las circunstancias.

    Las alas no acarrean.

    la llevan la sueltan,

    la despabilan en el suburbio

    de un conjuro de estrellas propias. De un te juro que esta vez se egosta.

    La devienen

    aire de huracanes. Con sus circunstancias.

    Con sus causas. Con la consecuencia nica

    de silenciarse frente al grito

    de una garganta que la nombre.

    de callarse en el subsuelo

    reconocer la intermediacin

    y volar hacia el instante

    hacia las mil y una grullas de la desnudada existencia.

  • 14

    VIII

    El vuelo sobre rascacielos: ni un roce a los seres de la luna.

    Pendul

    sobre el esternn de una ceguera que escinde el rbol de la copa,

    que esconde la raz en la palabra.

    O encubre la hoja de otoo seca, madura,

    en la huella y el derroche de una historia parecida.

    Fluctu entre el mejor de los destinos

    (siempre acompasados por el signo del acto), y la ms extraa meloda

    de un discurso mudo de slabas sueltas

    sin devenir de significado.

    Pas de ser la mujer ms feliz del mundo

    a no saber ni qu mujer era ni qu era o es la felicidad ni siquiera cul su mundo.

    Pero en el balbuceo

    mediatizado por el hueco el relleno y la alegra,

    supuso que bajo el disfraz se proyectaba una escena

    en la que habla y dice una boca que esconde la piel de sus labios suyos.

    Est cansada.

    En el campamento los racimos de lavanda la adormecen.

    Y la luz de nen que imagina le saca la lengua

    a la convencionalidad de los cdigos.

    Y dice: siento, luego existo; luego siento, existo;

    siento, existo y luego;

  • 15

    Y ahora siento: existo.

  • 16

    IX

    Cierra fuerte la canilla de bronce aejo y persiste inclume la gota

    errante de lo inefable develndose en la corriente

    debajo de la rejilla de aejo bronce.

    Aejo el vino tinto que, sobre la mesa,

    se columpia a mitad de camino en el verde musgo de la botella.

    Tinta vino, piensa mientras escribe.

    Vino la tinta, otra vez, como un suero y escribe poemas

    pensando en el tinto aejo y dispersa los puntos (suspensivos siempre)

    sintiendo la gota de agua que recorre el interior,

    se despereza en la rejilla,

    y sale.

    Se la escucha alejarse desde el cordn hacia la esquina.

  • 17

    X

    Saba que llovera. El pronstico de la certeza no le pareci tan absoluto

    como relativa la escultura de la verdad, la literalidad del camuflado presagio;

    y as y todo,

    mientras lo era, la verdad se desafiaba como una impostura.

    El capricho magnific su huella

    y anduvo corriendo maratones

    intimidando a las letras a seguir ms all de los renglones,

    hacia los manteles, hacia las otras mesas, hacia las casas abandonadas de la ciudad.

    Y hubo das de dos das;

    meses de un ao; y aos de todos los sueos

    de todas las nenas del mundo. De todas las mujeres en ella.

    Y corrieron. Se aligeraron las novelas,

    vinieron los premios, se apaciguaba el vaco y la eleccin,

    la decisin y el llano hueco, mientras inadvertidas eran las mesetas de la almohada, los sueos rotos del oficio.

    Desde la verdad certera expuesta

    en aquel sueo, asesina de la serpiente y el ro de su llanto,

    saba que no era verdad lo que actuaba, saba que era mentira

    que era ella quien estaba siendo.

    Y se sucedieron ms novelas, los cuentos, los dilogos,

    la dialctica de un silencio pstumo, y otra vez vinieron los premios,

    los diplomas, los trofeos, las plaquetas,

  • 18

    el plato de plata grabado con su nombre.

    Y, sin embargo, el primer premio se lo llevara el futuro:

    frente al ritmo cardaco de su corazn desteido

    pronunciara una sola palabra.

    Una palabra, la melosa estampa de su historia.

    Una palabra inventada, contenedora de millones de neologismos,

    de un realismo mgico de estrellas.

    Una palabra que manuscribi en el aire desde la garganta del estmago,

    el fonema que cubri las hojas en blanco, las soledades de almohadas sin cabezas.

    Si millones de versos libres, prosas libres, relatos libres,

    novelas realistas de su realidad, fueron pre-texto de una palabra;

    Entonces,

    a pesar del todo, del tiempo y de las partes,

    menesterosa la tinta que la llev a escribirla!

  • 19

    Segunda parte Poemario II

    VER-SOS TRADUCIDOS

  • 20

    I

    Su voz. Hacer pasar su voz

    al laberinto de mi odo. Que surque el sendero

    hacia el arraigo de la esperanza.

    Que su voz atraviese las bisagras niqueladas del miedo,

    ser espejo de su palabra en la respuesta de mi boca.

    Su voz. Hacerla pasar

    ahora que repiquetea estentrea

    alrededor de mis aros.

  • 21

    II

    Pareca dormirse en el ltimo beso

    lacrado en la servilleta.

    Los blancos de los manteles; los blancos diversos de los respaldos;

    los blancos de los ojos que la espiaban.

    Pareca dormirse en el primer ltimo beso imaginado;

    en el relleno del vaco con la huida hacia la palabra.

    Pareca temer.

    Pareca temer perderse. Pareca temer perderse en el parecer.

    Pareca temer perderse en el placer del temer.

    Y no pareca.

    Era que

    en el blanco instante del instante, en el blanco y la miel de los ojos,

    ya le haban besado los labios sellados en su servilleta;

    y ya haba besado ella las seales drmicas de ese otro beso tambin sellado,

    ya le haban acariciado el plato,

    el tenedor y la frente.

    Y absuelta del embriague y con embriaguez, excusa de la terca solidez de sus ganas;

    primero, pareci despertarse; despus; quiso estar despierta; luego, temi estar despierta;

    y ms tarde, cuando la aurora

    rasguaba la ventana con los brazos extendidos del jacarand,

    se durmi (despierta)

    en la meseta blanca de su almohada.

  • 22

    III

    El problema es el agua y el amor. Que no dice de s.

    Qu no dice de s cuando dice.

    Qu no dice de s cuando dice

    que no dice se eleven sobre ella

    abrazndole los huesos.

    La escritura bulle ociosa

    hacia la mejora permanente.

    En hacia hasta para por segn la carencia que no es hueco: no destila ninguna forma.

    Es puro grito, corriente, de agua. Dulce. Que se cuaja en cada fuga.

    Volcn sin hoyos en medio de la harina:

    Levadura Harina. Hueco. Levadura harina rasgando la mesada de mrmol

    sobre la grantica blanca, negra, gris,

    y no es pan.

    El problema es el agua. El fuego en el centro es el problema.

    Hambruna de decires

    de irresolucin.; de dudas e interrogantes. de no saber nada de nada

    de nada de un montn de escenas que completa subrepticia

    la construccin narrativa del vaco.

    El problema es el amor y el fuego.

    Ests en lo no dicho, en lo inefable.

    En lo inefable, la exposicin ultravioleta

  • 23

    de pedirle al mundo algo tan liviano, tan de moda barroca, tan de una carencia

    que la escritura vasta:

    disimula frente al deseo de su nombre.

    Pero se rompe sin las letras se pegotean sus esquirlas

    con el devenir de la uas largas

    de su escritura veloz.

    El problema es la harina, la levadura, La mesada grantica.

    El amor, el agua, el fuego.

    Quin sino ella podra abrazarse mariposa para contener

    el deseoso vaco que se renueva deseo, se desmaa vaco

    cada segundo, cada vez?

    Ella come pan aunque se le engorden

    las caras de las mscaras; verosimilitudes

    a travs de las cuales nadie

    porque no es posible pueda sentir quererla tanto.

    Es la falta de nombre,

    la atribucin impertinente, vieja y nueva en la que se ha instalado por descuido,

    un volcn de desamparos tan lejanos como inculpables

    de los que baja el fuego que pronto apaga el agua de la tierra.

    El problema es el amor. La levadura. La harina, la mesa grantica donde se esparce con su falta

    para estar en regla en el mundano querer de este tiempo.

  • 24

    IV

    En la entrega, el sol naufraga en el horizonte.

    Esa lnea que tan distante se coloca delante de ella,

    como los elsticos sobre los que saltaba

    sobre el aserrn

    que en el patio del recreo absorba la humedad.

    La campana suena.

    Pega un ltimo brinco

    retrocediendo hacia la costa por si acaso

    el deseo de un discurso superado

    naufrague en la antonimia de una historia sin hazaas.

  • 25

    V

    El elstico cedi. Ella volvi a saltar.

    La incertidumbre es la suspensin

    sobre los baldosones del recreo,

    del otro lado ya, con los pies

    sobre la lnea del horizonte del aire que l respira.

    Ser incertidumbre tambin

    cuando en puntas de pie escinda el horizonte

    de su boca sin el aire que l respira.

    Cuando apoye los pies

    frente a sus panales y, abeja reina,

    pique al rey, solamente

    para que l la pique a ella.

    No se sabe. No se piensa.

    No indaga si maana.

    Solo s que hoy ayer, antes de ayer, y son casi las doce,

    frente a los pies de sus zapatos, frente a los ojos de su rmel, en la memoria de sus uas, l es el deseo y la mscara

    el s, no s, pero me quedo; un tengo miedo, pero quiero saber.

  • 26

    VI

    Ella siente. Como un volcn vaco, como el vaco del silencio,

    el incauto acto no ejecutado. Siente como una pulsin que a la vez se esconde,

    se bulle y ahonda el hueco.

    Como una fragilidad, una ausencia de poderlo todo,

    de resistir frente a lo ciego.

    Siente. Se siente.

    Como sea, se siente. Aunque ni duela ni entibie,

    es algo que ella siente como si se fuera

    y llegara a un mismo tiempo.

  • 27

    VII

    Saben que lo que existe puede ocupar

    el espacio enciclopdico de un saber; que el lenguaje los hace sabios,

    cautos, prolijos, prudentes.

    Pero qu sucede con la verdadera riqueza de lo ingenuo,

    de la aeja capacidad de asombro de la infancia?

    No vuelve? Ya no existe

    por la intermediacin de las solapas y las contratapas,

    y los prlogos y los tratados que estamparon la tabula rasa de sus mentes?

    El saber es una mscara

    para la ingenuidad de los que creen que ya no son ingenuos.

    Si crecer es saber

    y a la vez perder el ritmo de la verdad nica

    del adentro, no se decrece, no se empobrece uno,

    no esconde uno que no es necesariamente lo que ha ledo o escrito o ya vivido?

    Es posible que un libro verde

    de clasificaciones estigmas y fundamentos, contemple al individuo

    que uno es frente al otro?

    Existe esa particularidad

    asentada en algn diccionario

    que no sea algn latido infrecuente, algn postergado deseo

    albergado en la candidez,

  • 28

    y en el reconocimiento de la real ignorancia?

    Si sabemos todo, para qu. Para qu seguir caminando

    solos, siempre solos, hacia una luna redonda,

    arrojando polvo de intelectualidades, que asientan su huella en el suelo

    que otros tomarn caminando de la mano.

    No sabemos ms que algo.

    Por gracia, no sabemos ms que un poco.

    No sabemos ms que, aunque nos pese a los vidos,

    podemos abarcar la luna y las estrellas

    y el sol y las veces que los planetas giran a su alrededor,

    pero no el alrededor de ese minuto en el que somos irreconocibles.

    Inaccesibles al saber acadmico.

    Cmo pueden ellos, en la Tierra, saber quines son,

    por qu estn en ese lugar cuerpo a cuerpo,

    palabra a palabra, en ese instante que pudo no ser?

    Qu dicen los libros de las calles que existieron

    a partir de que se cruzaron sus nombres?

    Y en la Tierra, por qu no creen ya?

    La creencia no la quita el conocimiento.

    La quita uno. El otro. Por inclusin en el catlogo de la ciencia. Uno que todava ms ingenuo que antes

    cree que hay un todo del varn, de la mujer

    de ese varn y esa mujer en la cercana de ese ahora y aqu de dos historias

  • 29

    que convergen

    que ya se ha dicho que ya se ha clasificado

    que ya corresponde a una lnea de un viejo libro.

    O de un libro que se va escribiendo?

    Si es as dnde quedar

    la vanguardia del amor?

    Dnde el silencio que no colma la mecanografa. Ni el teclado.

    Ni todas las bibliotecas del mundo.

    Si la esperanza es solo el vaco que se vuelca en el otro, mudable; la esperanza debe ser, desde lo ingenuo,

    que hemos enmascarado el deseo, postergable por atrevesamientos,

    de volver a creer, en algo, en alguien y de hacernos cargo de que

    la dacin nos pertenece. Un poco por azar. Por el cruce imprevisto.

    Y otro todo por libertad, eso de lo que todava

    no han podido ocuparse, eternamente, los libros.

  • 30

    VIII

    Fue un intento: no ser el ltimo.

    No claudicar ni por ella

    ni por ese anhelo que se despereza en sus rasgos.

    Porque cuando l mira para arriba,

    los ojos se le visten verdaderos; se disfrazan cuasi-desnudos, entreabiertos

    de carnavales que an no lo han empapado;

    se reconstruyen en una nueva verdad de peleas de retinas, blancos

    y puntos fijos en los malestares de lo conocido;

    en lo interino de esa bsqueda de una luz exterior, elevada entre las sombras engaosas de la caverna de sus ideas.

    Ella caminar por su pelo detrs de su oreja izquierda con las yemas de los dedos

    desde donde le sale

    lo ms ntimo y expositivo de su amor por s; all donde se encuentra el dgito,

    la huella dactilar de toda su esperanza.

    (La esperanza es mayor cuanto ms son los descreimientos cuando es sentido de bsqueda, de pulsin hacia la vida ms digna).

    No tiene apuro en que la encuentre

    entre los abstracts y sumarios de ese mendaz escepticismo

    que los aquieta, dictados por el continuo,

    pero pasado error de todos, todos los das.

    Comprender, con o sin ella, fuera o en ella,

    maana, antes del anochecer, aunque no se vea la luna,

  • 31

    o en el anochecer luntico del primer da de su resto, cuando se destierre y se exilie

    por un rato,

    que ella es defectuosa por dems, pero por dems afectuosa

    de la levedad del valor de la compaa deseada.

    Porque en el afn de dar a pura prdida,

    el afn y lo puro le ganan a lo que se esfuma.

    Porque el afn de creer perdido lo entregado es el afn de seguir jugando al juego

    por el que estamos andando sobre el polvo de oro e intelectualidades,

    de huellas y besos que los cuestionan.

    El afn, en ese escondite, es el de arrancarle las canas

    a los temores, no sin el tibio convencimiento,

    de que no hay justicia cuando se descree del presente,

    cuando no se toma el atajo de creer en el futuro.

    Lo que se dio, pas y se ha perdido?

    O es constitutivo de lo mucho que nos ha dejado?

    La prdida es turquesa cuando enmarca un ciruelo

    que quiebra el gris del asfalto al arrojarse sin morir,

    al despejarse del fruto en primavera, entre nsperos y olivos, parras y pasto tierno recin humedecido

    por el roco de cada maana.

    De cada buen da, una y otra vez repetido; el mismo da, la misma maana;

    al medioda, a la tarde, a la noche; robndole un beso al mal da del laicismo.

    Resignificando el pasado.

    Reconstruyendo la historia.

  • 32

    Superando el error, la prdida, el afn de haberlo perdido todo,

    quedndose con todo l, toda ella, de todas formas.

    Lo que sepulta el rbol, como dice Bernrdez,

    se despunta en las flores bajo el smbolo de la siembra.

    De las cosecha de flores que velan el mal-trago de agua de los ltimos aos.

    Como la mejor de sus amigas,

    lo intentar. Como una simple, compleja amiga,

    que le besa los labios, o como los labios que lo besan

    para que le absorban en el hueco su esperanza que es de ella

    y de todo el fluir de su conciencia, que es de l

    y sus calendarios sin cuatro estaciones, que es de los inviernos de verano

    y los fantasmas del yerro y la desilusin.

    Ella quiere que, sin optar por un lado (no es preciso),

    estn un rato en la lnea de los que colorean los caminos, solos, diseccionando la piel de sus mundos;

    pero ms tarde, ms tiempo, intentndolo, intentmoslo,

    andando sobre las baldosas rotas de la ciudad y la selva,

    con las manos entrelazadas, distrados de lo que han ledo,

    absueltos de los nombres de las cosas.

  • 33

    IX

    Es el beso de su boca, de la piel de su boca,

    y los raspones en el mentn.

    Es la boca de su beso, la boca de su piel,

    y las palabras que confluyen en los ojos.

    Es los ojos de su boca, la retina de su boca

    y el pelo rebelde de la ceja izquierda.

    Y los dejos de su aliento, aliento para el beso de mi boca.

    Es su boca y su ronquido, los quejidos de su boca,

    las barricadas de sus quejidos, la boca de sus sueos.

    Y los lmites de su boca y la boca de su frontera. La almohada de su boca

    y la boca en su almohada.

    Pero es, sobre todo, la circunstancia de su boca.

    No saber si ella es en l como su boca es a su boca o si sus labios son su boca

    O se hacen boca cuando es la de ella. O si su nombre est en su boca. O su boca est en su nombre.

  • 34

    X

    Hoy quiere sentarse en el cordn de la vereda y llorar, hacia la zanja,

    bajo el escptico sol del invierno;

    pero ahora ella est adentro, sentada en el cordn de la vereda,

    entre charcos y caillas de bronce antiguo, glida, sola, estival,

    llorando sus cordones.

    Atada a los sueos de los cordones de los adoquines

    de la calle Quevedo, desatada de los cordones

    de la certeza, con las zapatillas sucias y agujereadas.

    Y no sabe cmo es que siempre

    sigue paleteando de vereda a vereda

    en los barrios de sus antojos,

    interrogando a esta mujer acerca de la posibilidad

    de endiablarse en el desconocimiento;

    de destilarse de los ejes, meridianos horizontales,

    fantasmas y viejos embolsados que le han atravesado la garganta.

  • 35

    XI

    Ella se va en puntas de pie

    por el rengln del significante, del sentido a bordo de un sinsentido.

    De la referencia imaginaria.

    Que ya no cuente l con su lenguaje. Que ella no est.

    Que se ha ido y vuelve ayer.

    Ya no es o ser sino donde l es o est

    para encontrarla.

  • 36

    XII

    Las cubiertas sembraban la locuacidad de una prdida;

    sin nombre ella y las calles.

    Sembraban sobre los adoquines

    y el pormenor de la capucha del asfalto,

    ruidos, un grito, y el suburbio visceral

    de los silencios durmientes.

    La prdida y perdida se ratificaban,

    nada tena ya qu hacer ni por

    ni en en ni en el cundo

    del pasado asfaltado un poco a veces

    para no perder ms que los anteojos.

    Y el tiempo,

    piata de sorpresas y asombros que devinieron en papel picado.

    Dnde sino adentro de uno, all donde se llama corazn estar la fatiga incansable hacia una de las respuestas

    del porqu del pasto, los yuyos y el herbaje

    en los linderos de una margarita que te quiere?

    Dnde la hojarasca que es hoja que rasca sin palabras?

    Dnde sino en un no donde,

    en perderse uno, est la posibilidad del reencuentro,

    del regreso al calor de unas paredes rotas?

    Cmo sino en la reconstruccin

  • 37

    uno se desprende nunca al fin jams, y siempre de la humedad de los cimientos,

    de la tierra infrtil que cubrimos de arcilla?

    Cmo sino a partir de lo ms bajo puede uno cambiar la arquitectura del devenir?

    No sabe.

    No s. No sabe.

    Quiere arrebujarse

    bajo las sbanas bordadas y quitarle la funda

    a este concierto de melodas crispadas en una lucha de cuerdas rotas, primigeniamente ya quebradas.

    Quiere. Y de tanto saber, no sabe.

    No sabe.

    No s. Hay dignidad, hay semillas.

    Pero no hay.

    Lo que no hay es respuesta.

  • 38

    XIII

    Aunque no creas ms que en mi silencio,

    ms que en esto que digo y no te digo:

    extrao tu nieve que se acalambraba en el vapor

    cada vez que iba a verte.

    El artilugio de esos ojos que vi el veinticuatro tan distintos a los ojos

    que conoca: nada ms tierno que ver esos ojos

    aunque nos estuviramos despidiendo.

  • 39

    XIV

    Como un recreo de la escuela por un intervalo sin lucidez sin luz,

    no combin las sbanas y el pavo real del acolchado,

    patas para arriba, cortejando sus pies.

    Durmi catorce horas

    y so con todos y hasta que la soaban; con Alicia, la seora del quiosco,

    que lean un cuento y sonrean.

    Y el precepto zarande el badajo de la campana

    y se regres al retrato enmarcado en puntillas y estrases.

    Solo detuvo el filo de la espada

    que simulaba acariciar el filo de la otra; la de ella y la otra que ya se haban cortado,

    ya lo haban hecho,

    desde el mango hasta la punta.

    Ya hubo recreos largos. Un recreo largo, de cuevas

    y escondites del deseo. Entregas al vaco,

    al sinamor, sin nada.

    No era ella entonces. No ser ella ahora.

    Hasta sacarse el xido, hasta gotear nctar, y salirse del invierno del marco, del vidrio,

    debajo de la fotografa.

  • 40

    XV

    La adversidad no se resuelve. La adversidad, dice. Ella siente que la adversidad no se crispa

    cuando en un manojo de hojas resecas hay una ms, hmeda,

    que transpira con el sudor de la palma. La adversidad no se resuelve.

    La adversidad no se revuelve ms que en el tiempo de uno,

    el propio,

    indito y original cuando la adversidad se recrea.

    Cuando lo adverso es origen y a los puntos suspensivos

    les sobraban dos puntos horizontales.

    La adversidad no viene as, como si el viento, de pronto,

    nos desprendiera todas las pestaas:

    se entreteje, cautelosa, entre las cejas,

    y a veces entre los pelos blancos

    entre los que se resignifica lo adverso.

    y a veces, ya tantas!, en los mismos ojos pardos que se duplican en el asir

    de lo ms hondo.

    Y entonces ni una mueca que temerle la belleza al infortunio:

    somos pjaros, gorriones, guilas,

    en la misma vida marchita y floreciente, transitorios, efmeros como lo que omitimos

    y ya no hay ese mismo tiempo.

    Hay otro, en el presente, necesario: necesario

    que en el duelo entre las espinas,

  • 41

    se acabe el pinchazo antes de que muera la rosa.

    Y que de lo moribundo, el buen recuerdo;

    y de lo muerto renazca el acto del da. Renazca ella.

    Se recree bajo el firmamento,

    frente a la ventana, frente al nspero, frente al rbol esqueltico que, sabe,

    en septiembre, le cambiar los ojos a morados,

    y reconocer el carozo,

    fuente de lo que ha sido, cascada veloz de lo que siempre es.

  • 42

    XVI

    Le guian un ojo verde, verde musgo esmeralda.

    Y uno negro mrmol mate, negro terco nix,

    pero desea el tic nervioso

    de esos miel piedra de luna.

    Lo quiere, {[(te quiero)]},

    no por las veces que se han visto, ni siquiera por las pocas en que se han mirado;

    simplemente

    por esa puesta en vrtigo de unos segundos,

    por esa uncin de nios sin barricadas,

    y despus, y despus,

    siempre despus, los ojos, {[(tus ojos)]}

    piedras de lunas carrasposas, fatigados de viento y roco, temerosos del sol que arde,

    Temeroso del sol

    que arde en la telaraa,

    coral de corales,

    abismos de tu mirada blanca.

  • 43

    XVII

    Restringida por existencias le infringen el odo,

    le arrebatan los labios. Le obtienen la boca,

    le arrojan la lengua al doblar la esquina:

    le dejan la Lingstica, el lenguaje, la Lengua, y la lengua aletargada;

    desembarque

    desde la saliva del paladar hacia algn faro,

    hacia algn foro en el que pueda anclarse.

    Le apuntan las sienes a los verbos infinitivos,

    le sacan la Lengua, los labios.

    Enmudece y se discurre para adentro;

    escribe para afuera

    en el rengln del aire, despus del borde

    del mantel con margaritas. Le asaltan el odo

    y quiere mirarlo a los ojos. Despabilar su lengua del atentado acadmico.

    Enmudecer, hablarle a su Lengua, manuscribirle en la palma

    un poema juicioso de ternura corrompida,

    de amor apcrifo y discontinuo.

    Pero, distrada, errante ya entre las grietas, esta noche tambin le han robado:

    la saliva espaciosa de la espera,

    y la esperanza verde, verde botella de antes.

  • 44

    Arrojaron, en tanto, a la vuelta, al doblar la esquina,

    su billetera deshabitada,

    y renunciaron, por si las certezas, a todas sus cuentas,

    a toda su corriente, a todo su destino.

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  • Tapa.jpgMientras velaba que te quera (versin para pdf).pdfContratapa.jpg