Miguel Grinberg, el hombre que estuvo en todos lados

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Un perfil del pionero del rock, del ecologismo, de la meditación y de la poesía beatnik en Argentina. Publicada en la edición de El Guardián del 16 de junio de 2011.

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Miguel Grinberg

La bella historia del hombre que estuvo en todas partes De beatnik a hippie, de hippie a rockero, de rockero a ecologista, de ecologista a espiritualista. Sus últimos libros (Poesía y libertad y Apasionados por el rock) echan luz sobre uno de los mayores pioneros culturales argentinos.

D el otro lado de la línea telefónica estaba Jack Kerouac. Luego se lo señalaría como uno de los autores

estadounidenses más importantes del siglo XX, como el King of Beats, como uno de los mayores buscadores de la propia exis-tencia en la década del 50. Pero en ese mo-mento estaba del otro lado. O en la mano de (el otro gran beatnik) Allen Ginsberg, que sostenía el tubo y le decía a su huésped: “Jack quiere hablarte”. Miguel Grinberg, el invitado argentino, tomó entonces el tubo. –¿Estás loco? –le recriminó Kerouac. Nada de prólogos ni de saludos. Sólo el reproche, que continuó–: ¿Querés organizar la poe-sía? ¡La poesía no se organiza, la poesía sucede!–No, yo no estoy queriendo organizar la poesía, sino queriendo ayudar a que los poetas se junten…–respondió Grinberg, algo sorprendido, como disculpándose. Su foto había salido en una revista del under-ground neoyorquino aquella semana de 1964. Kerouac, evidentemente, había leído el artículo que comentaba la obra integra-cionista de Grinberg, que venía de orga-nizar en México D.F. el primer encuentro del Movimiento Nueva Solidaridad, donde confluyeron poetas jóvenes de todo el con-tinente con el beneplácito de Julio Cortá-zar, Henry Miller y Thomas Merton. –No, pero ¿para qué querés que los poetas se junten? –continuó Kerouac.–Porque… ¿qué tiene de malo?Allen Ginsberg observaba el intercambio, aunque se perdía la mitad. A cada razón que esgrimiera el argentino, el gran nove-lista se la rebatía. Kerouac no quería que nadie organizara nada. En esa época su al-coholismo ya era pronunciado. Cinco años más tarde la cirrosis se lo llevaría, todavía joven (Ginsberg, que era su amigo desde hacía tiempo, lo quiso visitar en aquel

tiempo. Fue con su pareja, Peter Orlovs-ky, hasta Massachusetts, adonde Kerouac vivía con su madre, y ni siquiera lo pudo ver. “¡Váyanse de acá, linyeras de mierda! ¡Ustedes echaron a perder a mi hijo!”, les largó la madre).Pero en un momento de la charla telefóni-ca, Kerouac se distendió. O tal vez ya no le interesó seguir discutiendo con aquel visitante que llegaba del Sur. Le dijo que no se preocupara. Le hizo un chiste: “Por tu foto me doy cuenta de que no tenés tanta pinta como yo, pero te las vas a rebuscar bien…”. Y colgó. Sentado a una de las mesas del bar La Academia –donde suele refugiarse–, Mi-guel Grinberg recuerda la anécdota con una memoria afinada. Pasaron casi cin-

cuenta años: Kerouac es hoy un clásico y Grinberg, un precursor de buena parte de los movimientos que sacudieron los ci-mientos culturales de la Argentina de las últimas décadas. Si en aquel año 64 ya era un emprendedor cultural beatnik que soñaba y concretaba la reunión de una red panamericana de poetas, luego sería por igual pionero del rock nacional (el libro Cómo vino la mano, publicado en 1977, fue uno de los primeros registros de la escena); introductor del eco-logismo (con un artículo de 1969 publicado en su revista Eco Contemporáneo); creador de un método de meditación y autor de va-rios trabajos de contenido espiritual (a los que se suman las variadas traducciones que hizo, y que lo convierten en el mayor generador de este tipo de obras en lengua española).

A todo esto agregó una clara vocación via-jera (con una excursión iniciática a Brasil en el verano del 61, con la compañía de Antonio Dal Masetto, mochilas a cuestas, para descubrir una incipiente bossa nova y los cuentos de una entonces desconocida Clarice Lispector) y una tarea destacada en el periodismo, que trajinó desde El Mun-do –el diario donde había brillado Roberto Arlt– hasta el malogrado Crítica, de Jorge Lanata, y su posterior transformación en la cooperativa Cítrica.Sobre ese movimiento panamericano de poetas jóvenes que no le había causado ninguna gracia a Jack Kerouac, Miguel Grinberg publicó el libro Poesía y liber-tad. Manifiesto del Movimiento “Nueva Solidaridad” (Editorial Fundación Ross). La intención entonces era clara: se sabían Cronopios –en términos de su amigo Cor-tázar– y trataban de alcanzar la paz a tra-vés del arte. “Siempre creí que el universo es un poema. La Tierra es un poema. La vida es un poema”, escribe hoy Grinberg. Y sobre poemas estaba fundada la corres-pondencia que desde fines de la década del 50 comenzó a intercambiar con autores de todo el mundo, con fervor diario. Allen Ginsberg fue el primer beatnik que le res-pondió, en 1959, desde Marruecos, donde se encontraba con sus colegas de la Beat Generation. Grinberg publicó algún tiempo después, con su aval, el poema “América” en Eco Contemporáneo, la revista que había fun-dado con Antonio Dal Masetto y con Juan Carlos De Brasi porque ninguna otra publi-cación quería publicar a los beatniks que él traducía. “Me tildaban de filoyanqui”, dice ahora. “Por eso cuando hicimos el primer número de Eco Contemporáneo, en 1961, publiqué un ensayo de LeRoi Jones sobre el primer aniversario de la Revolución Cu-bana, el poema ‘América’, un texto sobre nueva poesía brasileña de Walmir Ayala, un manifiesto sobre el nadaísmo colom-

Escribe Javier SinayFotos Leandro Sánchez

En un momento de la charla, Kerouac se distendió. O tal vez ya no le interesó seguir discutiendo con aquel visitante que llegaba del Sur.

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>> Estado actual. Miguel Grinberg ha recorrido un largo camino desde el hippismo de los 60 hasta la actualidad.

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biano, un artículo de Dal Masetto sobre la televisión, y alguno de mis poemas, entre otras cosas”. De esa época data Ciénagas, un primer libro que Grinberg no recuer-da como algo demasiado especial: “Todos éramos escritores”, dice. “Lo raro era no publicar un libro de poemas”. A medida que la revista Eco Contemporá-neo cumplía su ciclo (1961-1969) y termi-naba volcada hacia la argumentación so-cial –antes de ser sucedida por una revista nueva, Contracultura– el rock se imponía en la Argentina. “Al finalizar esa década fundamental, la meta era aliarse en grupos de tres a cinco, rodearse de instrumentos y cantar –de espaldas a la nada– toda la poe-sía de su juventud con ansias de un futuro signado por la fertilidad creadora”, anota Grinberg en su último lanzamiento edito-rial, Apasionados por el rock (Atlántida, en coautoría con Hoby De Fino): Tangui-to, Spinetta, La Cueva y los Redondos se cruzan en estas páginas de verdadero amor a la música. Quizás el denominador común para ambos libros, la semilla de la que germinaron mu-chos años después, sea aquel primer viaje que hizo Grinberg a Estados Unidos, en 1964, luego del encuentro con los poetas de la Nueva Solidaridad. Desde el D.F. viajó a El Paso, Texas, donde una carta firmada por Rafael Squirru –que trabajaba en la OEA, en Washington– le sirvió para con-vencer a los policías de frontera de que no era un prófugo. En la estación de tren de El Paso Grinberg escuchó a los Beatles por primera vez: sonaba “She Loves You”. “No sólo eran novedosos, sino que la energía te colmaba con su libertad. Yo ya conocía el rock and roll de los años 50, pero esto era

otra frecuencia”, evoca. El viaje continuó con rumbo a la casa de los padres de la poetisa (y futura activista fe-minista) Margaret Randall, en Albuquer-que, y luego a las montañas de Placitas, donde Grinberg visitó a Robert Creeley, del grupo de poetas de Black Mountain, que le dio unos manifiestos para publicar en Eco Contemporáneo. El trip mejoraría en cada parada: la si-guiente –luego de algunos días en Was-hington– fue en Kentucky, en el monas-terio del monje trapense Thomas Merton,

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donde Grinberg haría un retiro espiritual. “Merton, que se escri-bía con gente como Eric Fromm y Daisetsu Teitaro Suzuki, era sin dudas un santo cristia-no y un gran pensador teológico”, considera ahora Grinberg. “Su carácter ecuménico me pegó muy fuerte: me parece importan-te plantear el diálogo entre las religiones, que generalmente han practicado a través de la historia el extermi-nio mutuo”. El viaje continuó. Como Kerouac, Grin-berg estaba lanzado al camino. Anduvo por la San Francisco hippie y marchó con las primeras manifes-taciones en contra de la guerra de Vietnam, visitó a Henry Miller en su casa de Los Án-geles (“No me interesa la política, como bien saben. Pero sí me in-teresa la libertad”, les había escrito el nove-lista a los miembros de la Nueva Solidaridad) y descubrió al hippismo en Nueva York. “El primer hippie que vi era un indi-viduo vestido muy colori-damente que andaba por Tompkins Square, adonde yo iba a leer y a tomar sol a la mañana. Traía un enor-me manojo de globos y una sonrisa que seguro se debía a que estaría fumadísimo”, recuerda Grinberg. “Le en-tregaba a cada persona un globo y le pedía que lo soltara cuando la iglesia diera la campanada número doce, al mediodía. Yo me lo até en el cordón de la zapatilla y seguí leyendo, y cuando sonó la campa-nada lo solté. Treinta segundos después, el cielo de Nueva York se llenó de globos de colores. Muchos otros hippies habían estado haciendo lo mismo: era el Día del Globo.”La década del 70 echaría un poco de oscu-ridad sobre tanta magia. Porque mientras

Grinberg y sus amigos (entre los que había estado Witold Gombrowicz, muerto en Francia unos años antes, en 1969) preconizaban la paz a través del arte, otros comenzaban a velar las armas. Grin-berg tomó la decisión de seguir su camino cuando se alejó de Juan García Elorrio, con quien colaboraba en la (fundamental) revista Cristianismo y Revolución –con traducciones de Merton y artículos sobre el Black Power–, que seguía los postula-dos de la Teología de la Liberación desde los últimos años sesenta y que germinaba

Anduvo por la San Francisco hippie, en las primeras manifestaciones contra la guerra de Vietnam y visitó a Henry Miller en Los Ángeles.

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entre los protomontoneros. En la casa de García Elorrio se reunían John William Cooke, Fernando Abal Me-dina y Amanda Peralta, una de las funda-doras de las FAP. Cuando llegaba Grinberg, Cooke lo gastaba: “¡Ahí viene el poeta…!”. Y luego trataba de convencerlo de que el Black Power era una estafa porque nada revolucionario podía salir de Estados Uni-dos. Pero Grinberg ahora lo perdona. Dice que Cooke le hablaba con afecto. Será que su visión es la de un tipo que siempre buscó la concordia: “Esa mano era muy pesada y

no tenía nada que ver con mi naturaleza”, se (los) justifica. Y agrega: “En esa época ya estábamos con el rock, que se distinguía

por no sustentar la utopía de la vio-lencia. La Marcha de la Bronca lo dice claro: ‘Bronca sin fusiles y sin bombas’”. El Grinberg actual –el que mira con ojos jóvenes y sonríe entre la barba blanca, el que por primera vez se maneja con un teléfono ce-lular, el que disfruta de dos hijos

argentinos y dos hijos brasileños– es, además, un hombre que medita a toda hora. A través de Kerouac descubrió el budismo y a través de Ginsberg lo perfeccionó en la Naro-pa University, un instituto tibetano enclavado en el corazón de Boulder, Colorado. Allí aprendió una técnica de respiración, que más tarde –en los años 80, cuando se encontraba al frente de la revista eco-espiritual

Mutantia– conjugó con estímulos sonoros para desarrollar un método propio: la holodinamia integral.

El Grinberg actual es, entonces, un hombre en estado de elevación: me-dita cuando viaja, cuando se acuesta a dormir, cuando está en la cola del banco, cuando lava los platos. Y es que la vibración del mantra le ordena la energía, dice. El Grinberg actual es también un hombre que ha recorrido un largo camino que todavía no ha llegado a destino. Un hombre que parece sa-tisfecho de la vida. �

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[email protected]>> Encuentro en USA. Margaret Randall y su familia recibieron a Grinberg a comienzos de los 60.

Cuando llegaba Grinberg, Cooke lo gastaba: “¡Ahí viene el poeta…!”. Y luego trataba de convencerlo de que el Black Power era una estafa.