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MINERÍA Y TRÁFICO MARÍTIMO. PECIOS Y ENCLAVES COSTEROS PARA EL ESTUDIO DE LA ACTIVIDAD MINERA EN CARTHAGO NOVA Daniel Alonso Campoy Resumen: Se analizan los datos disponibles en pecios y asentamientos de transformación metalúrgica situados a lo largo del litoral de la Región de Murcia, con una fase protohistórica de desarrollo, y otra en los siglos II-I a.C. en la que se establece una dinámica de abastecimiento a la población minera y exportación del metal muy racional, constituyéndose Carthago Noua como centro del tráfico de altura y las fundiciones costeras como ter- minales de cabotaje. Finalmente, se estudian la evolución de los enclaves costeros y sus suministros, y los lingotes de plomo estampillados hallados en pecios, para aproximarnos a los cambios que tuvieron lugar en el modo de explotación de las minas. Palabras Clave: Minería antigua, Carthago Noua, arqueología submarina, fundiciones costeras, ánforas, lin- gotes. Summary: This paper analyzes the data available on shipwrecks and settlements of metallurgic transformation situated along the coast of the Region of Murcia, with a protohistoric phase, and other in the II-I centuries BC., in which is established a dynamic supply to in the mining population and exportation of very rational, constituted Carthago Nova as a center of high traffic and the coastal foundations as coasting trade. Finally, we study the evolution of the coastal enclaves and their supplies, and stamped ingots of lead present in shipwrecks, to approach the changes that took place in the mode of op of operation of mines. Keywords: Mining antique, Carthago Noua, underwater archaeology, coastal foundations, amphora, ingots. ARGENTVM 1, LA UNIÓN, 2009, PP . X-XX

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MINERÍA Y TRÁFICO MARÍTIMO. PECIOS YENCLAVES COSTEROS PARA EL ESTUDIO DE LAACTIVIDAD MINERA EN CARTHAGO NOVA

Daniel Alonso Campoy

Resumen: Se analizan los datos disponibles en pecios y asentamientos de transformación metalúrgica situadosa lo largo del litoral de la Región de Murcia, con una fase protohistórica de desarrollo, y otra en los siglos II-Ia.C. en la que se establece una dinámica de abastecimiento a la población minera y exportación del metal muyracional, constituyéndose Carthago Noua como centro del tráfico de altura y las fundiciones costeras como ter-minales de cabotaje. Finalmente, se estudian la evolución de los enclaves costeros y sus suministros, y los lingotesde plomo estampillados hallados en pecios, para aproximarnos a los cambios que tuvieron lugar en el modo deexplotación de las minas.

Palabras Clave: Minería antigua, Carthago Noua, arqueología submarina, fundiciones costeras, ánforas, lin-gotes.

Summary: This paper analyzes the data available on shipwrecks and settlements of metallurgic transformationsituated along the coast of the Region of Murcia, with a protohistoric phase, and other in the II-I centuries BC.,in which is established a dynamic supply to in the mining population and exportation of very rational, constitutedCarthago Nova as a center of high traffic and the coastal foundations as coasting trade. Finally, we study theevolution of the coastal enclaves and their supplies, and stamped ingots of lead present in shipwrecks, to approachthe changes that took place in the mode of op of operation of mines.

Keywords:Mining antique, Carthago Noua, underwater archaeology, coastal foundations, amphora, ingots.

ARGENTVM 1, LA UNIÓN, 2009, PP. X-XX

INTRODUCCIÓN

La importancia de la minería antigua en la Re-gión de Murcia constituye un lugar común en lahistoriografía. Fuentes antiguas y continuos ha-llazgos arqueológicos desde hace siglos han confi-gurado una imagen general del extraordinariovolumen de los trabajos y del no menos especta-cular rendimiento de las minas en torno a Car-thago Noua, así como de su importancia en elorden social. Sin embargo, en lo que se refiere aaspectos particulares las certezas son muy pocas.

Es un hecho cierto que las labores minerasfueron destruyendo y ocultando en gran medidalos trabajos precedentes. También conocemos malel nutrido conjunto de instalaciones de transfor-mación metalúrgica, que en muchos casos ademáshan sufrido roturaciones agrícolas y trabajos me-talúrgicos de reciclaje muy destructivos (AntolinosMarín, 2005). En lo que se refiere a los procesosde comercialización de los productos mineros,estos dependen de un modo fundamental para suestudio de una disciplina tan reciente en la inves-tigación arqueológica como es la vertiente subma-rina, de modo que los datos son todavía escasos y,en muchos casos, poco esclarecedores.

Sin embargo, no cabe duda de que se está pro-duciendo un incremento en la cantidad y la cali-dad de la investigación en todos los aspectos, demanera que resulta conveniente revisar periódica-mente las nuevas aportaciones y tratar de integrar-las en el panorama general. En las páginas quesiguen trataremos de ofrecer una imagen de la in-dustria minera antigua vista desde el mar.

PROTOHISTORIA

Hasta hace pocos años la Protohistoria del su-reste español tenía un asunto por resolver: no eraposible explicar el tránsito a la Edad del Hierroque mostraban ciertos yacimientos del curso bajodel río Segura (Arteaga, 1980; González Prats,1982) y del valle del Guadalentín (Ros Sala, 1989)

sin yacimientos costeros en los que la presenciaoriental fuera patente. Y menos considerando losavances en metalurgia que mostraban dichos asen-tamientos, y tratándose de una región que por susrecursos minerales tuvo que ser necesariamenteapetecida y frecuentada.

El hallazgo del enclave fenicio de La Fonteta,en la desembocadura del Segura González Prats,1999), permite entender mucho mejor la rápidaaculturación de las comunidades indígenas en eleje Segura-Guadalentín. Por su parte, los ricos ya-cimientos mineros que se extienden por la zonalitoral a ambos lados de Cartagena no mostrabanindicios de haber sido explotados en esos momen-tos, lo cual resultaba llamativo. Sin embargo, aprincipios de los 90 se produjo un hallazgo quepermitió integrar al menos un sector de la cuencaminera litoral murciana en la dinámica extractivay comercial promovida por orientales en suelo ibé-rico. Se trata del yacimiento submarino de la Playade la Isla en Mazarrón, área bien comunicada ade-más con el valle del Guadalentín a través de larambla de las Moreras.

De este modo, la presencia fenicia en la zonapróxima a Cartagena hay que situarla en Maza-rrón, de donde proceden algunos descubrimientossubacuáticos de inestimable valor. El hallazgo alque se ha otorgado la cronología más antigua esun ancla o fondeo de plomo, que un buceador lo-calizó y recuperó en 1961 en la roca del Faro. Elobjeto, de 2,5 m y 635 kg de peso, fue vendido aun chatarrero y destruido, pero pudieron hacersecalcos de tres inscripciones que presentaba, cuyasfotografías fueron remitidas a J.M. Solá para suestudio. Según este epigrafista, corresponden a tresmonogramas fenicios arcaicos cuyo desarrollosería: de (?) NWN, de Betgadôn, el que hace anclas.El mismo Solá se muestra cauteloso en la pro-puesta de lectura, pero parece más seguro en la da-tación, que remonta al s. IX a.C. (Solá Solé,1967). Posteriores autores han puesto en duda, sino el hallazgo en su totalidad, sí al menos lo quese refiere a su datación, que no concuerda con la

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evidencia arqueológica de la zona, y en generalcon todo el proceso colonial fenicio. Además, noconocemos paralelos morfológicos para el anclaen cuestión, cuyo diseño se reproduce en el artí-culo citado –las anclas documentadas en pecios oiconografías próximas cronológicamente, nada tie-nen que ver con ésta–, y su peso está muy por en-cima de lo que es habitual en la navegaciónantigua, a excepción quizá de los mayores mercan-tes romanos de cientos de toneladas de desplaza-miento. En definitiva, es preciso mantener lamáxima reserva sobre esta pieza, si no rechazarlaabiertamente.

Un hallazgo reciente y mucho más sólido cien-tíficamente es el de los pecios de la Playa de la Islaen el Puerto de Mazarrón (lám. 1). Los hallazgosconsisten en dos barcos fenicios, bautizados comoMazarrón 1 y 2, de los cuales el primero, que con-servaba parte de la quilla y de las tracas de un cos-tado, fue extraído del agua en 1995 y, después deun largo tratamiento de conservación, se encuen-tra actualmente expuesto en el Museo Nacionalde Arqueología Marítima (ARQVA). El segundo(lám. 2), conservado prácticamente íntegro, per-manece sumergido. Su cargamento se componíade lingotes lenticulares de plomo metálico, al pa-recer litargirios con un 90 % de plomo. Las pros-pecciones en la zona, que se han repetidoperiódicamente aplicando la metodología dise-ñada en las primeras campañas, reportan conti-nuamente nuevos hallazgos, especialmentefragmentos de ánforas, ya que la dinámica geoma-rina del lugar, alterada por la construcción de unpuerto deportivo, está haciendo desaparecer laarena que cubría el yacimiento, por lo que aflorannuevos materiales en cada campaña. Las ánforasson del tipo Vuillemot R-1, y permiten datar elconjunto, con el apoyo de análisis de radiocar-bono, a finales del s. VII a.C. (Pinedo et al., 1994;Roldán et al., 1994; Negueruela et al., 1995;Barba et al., 1999; Arellano et al., 1999; Negue-ruela et al., 2000).

Fragmentos de ánforas del mismo tipo se re-cuperaron en los dragados de 1980 en la dársena

pesquera del puerto de Mazarrón (Martín, 1994).Y recientemente, C. Correa ha localizado tambiénmateriales fenicios a lo largo de la rambla de lasMoreras.

Las posibles instalaciones en tierra que pode-mos suponer que existían, relacionadas directa-mente con este punto de carga de productosmineros no han sido localizadas, si bien la zona enla que se encuentra el yacimiento ha sufrido no-tables modificaciones urbanísticas.

El otro gran hallazgo fenicio de la región es elpecio localizado en 1972 en el Bajo de La Cam-pana, cerca de la isla Grosa, en un excepcional ya-cimiento compuesto por tres pecios. Toda vez queel fondo se encontraba muy alterado por los tra-bajos de voladura de la parte alta de la roca, queconstituía un peligro para la navegación, los ma-teriales de los dos pecios más antiguos se localiza-ron entremezclados entre sí, de tal modo que enprincipio se consideraron pertenecientes a un solocargamento que, tratando de conciliar las crono-logías de los distintos materiales, se dató entre lossiglos V-IV a.C. (Mas, 1985a). Posteriormente, losavances en los estudios de cerámicas antiguas, yespecialmente en el campo de las ánforas, han per-mitido ajustar la cronología de los materiales y for-mular la distinción de tres diferentes cargamentosnaufragados en el bajo, que es la que hoy se acepta(Roldán et al., 1995).

El cargamento de época fenicia, denominadoBajo de la Campana I, se fecha en el s. VII-VIa.C., y consiste en ánforas Vuillemot R-1, proce-dentes, como las de Mazarrón, del área del Estre-cho de Gibraltar; un ánfora centromediterráneaovoide del tipo Cintas 268; lingotes hemisféricosde estaño; el excepcional conjunto de trece colmi-llos de elefante (fig. 1), algunos de ellos con ins-cripciones (Sanmartín, 1986); y algunas piezas decerámica, la mayoría de ello expuesto en las salasdel Museo Nacional de Arqueología Marítima.

El yacimiento del Bajo de la Campana I estásiendo objeto desde 2007 de nuevas investigacio-nes dirigidas por los arqueólogos J. Pinedo y M.Polzer, en el marco de un convenio de investiga-

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ción suscrito por el Ministerio de Cultura y el Ins-titute of Nautical Archeology de la Southern TexasA&M University. Los trabajos se encuentran toda-vía en un estadio preliminar, pero ya están apor-tando importantes novedades en lo que se refiere ala composición del cargamento, que por el mo-mento incluye, además de lo ya conocido, ámbar,tortas de cobre (lám. 3), y galenas en bruto, lo que,a falta de los necesarios estudios analíticos, pareceindicar orígenes tan distintos como la EuropaAtlántica para el ámbar y el estaño, el entorno dela ría de Huelva para el cobre, el norte de Áfricapara el marfil, el Mediterráneo central para el ánforaovoide, y las cuencas mineras del sur peninsular (in-cluyendo el sureste) para el mineral en bruto.

Consideraciones sobre el destino del barcoMazarrón 2, o sobre el itinerario del barco Bajode la Campana I, son por el momento imposibles

de plantear, por cuanto que la dinámica de la na-vegación y de los intercambios entre unos asenta-mientos y otros está aún por definir en esteperíodo.

Pero existe un hecho comprobado por la ar-queología en enclaves terrestres como La Fonteta,y es que al menos desde inicios del s. VI a.C. seestá obteniendo plata por copelación (desde el s.VII en el Castillo de Doña Blanca, Cádiz). Esteprocedimiento consiste en una fundición del mi-neral argentífero en la que el plomo actúa comocolector; cuando el mineral contiene plomo,como es el caso de las galenas argentíferas del sec-tor de Cartagena-Mazarrón, la operación puederealizarse directamente; en caso contrario, comosucede con buena parte de los yacimientos onu-benses o almerienses, es preciso añadir plomo fo-ráneo.

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Lámina 1. Vista aérea del Puerto de Mazarrón.

En este contexto podría enmarcarse la presen-cia de unos 400 lingotes de plomo en el pecio Ma-zarrón 2, una embarcación de dimensionesmodestas –unos 8 m de eslora– que podríamos in-terpretar bien como una barca de trasiego desdela orilla a una embarcación mayor fondeada fuerade la ensenada, o bien como un pequeño mer-cante autónomo diseñado para travesías cortas;hay que señalar que no se localizó a bordo más queun ánfora R-1 como contenedor de provisiones.Todo parece indicar que a finales del s. VII a.C.ya se obtenía plata por copelación en Mazarrón yque el litargirio (óxido de plomo, subproducto dela misma) resultante se estaba exportando a otrosenclaves para ser utilizado en la obtención de laplata contenida en minerales pobres en plomo.

Aunque carecemos de registros subacuáticospara el período comprendido entre los hallazgos

citados y la dominación romana (es decir, todo elHierro II u horizonte cultural Ibérico), dispone-mos de datos que apuntan a una continuidad yextensión de la actividad minero metalúrgica enel sureste y, paralelamente, a una proyección ma-rítima de la producción. En el sector de Mazarrón,en un enclave que probablemente era entonces unislote, se desarrolla entre los siglos IV-III a.C. unafundición especializada en las labores de obten-ción de plata, concretamente en Punta de los Ga-vilanes, cuyos detalles conocemos bien gracias alas excavaciones dirigidas por Ros Sala (Ros Salay López Precioso, 1989; Ros Sala, 2005).

Por lo que respecta al sector oriental de lacuenca, en Los Nietos, a orillas del Mar Menor,se desarrolla desde el s. V a.C. un asentamientoibérico con tres fases constructivas. La más antiguao fase III, que llega hasta los años finales del s. V

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Lámina 2. Pecio Mazarrón 2 (CNIAS).

a.C., prácticamente no ha sido excavada, pero noobstante se constata la presencia de cerámica áticade este período en las sepulturas contemporáneasde la vecina necrópolis. El apogeo del asenta-miento corresponde a la fase II, de la primeramitad del s. IV a.C., con un claro nivel de des-trucción en los años centrales de este siglo. El po-blado en esta fase muestra una estructura espacialmuy racional, con calles y habitaciones en ángulorecto, y parece tener un marcado carácter comer-cial, pues en una de las habitaciones excavadas han

aparecido ánforas y grandes vasos de cerámica ibé-rica, junto con abundantes materiales de importa-ción, entre ellos ocho cráteras áticas de figuras rojas,dos ánforas corintias A’, un ánfora de Corfú y otraegea, por lo que respecta a los productos griegos,además de un ánfora ebusitana PE 14, cuatroMañá-Pascual A-4 del Estrecho, y una cartaginesaMañá C1A, un contexto muy similar al del peciode El Sec (Palma de Mallorca). La presencia de li-targirio señala el comienzo de la extracción mineraen la sierra próxima –probablemente la explotación

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Figura 1.Colmillos de elefante con inscripciones fenicias. Pecio Bajode la Campana 1 (Mas, 1979).

Lámina 3. Tortas de cobre y estaño. Pecio Bajo de la Campana 1,Campaña 2008 (Cortesía J. Pinedo / M. Polzer).

de los ricos filones argentíferos próximos a CalaReona, en los que C. Domergue localizó materialescerámicos de esa cronología–, y por tanto la verda-dera naturaleza del comercio que se practicabadesde este poblado costero. Además, en el nivel mástardío de dicho asentamiento o fase I, de finales dels. IV a finales del s. III a.C. se localizó una instala-ción metalúrgica (García Cano, 2002).

Paralelamente, la bahía de Cartagena presentalos primeros signos de ocupación, en dos áreas di-ferentes. Por una parte, en la propia ciudad hanaparecido, fuera de contexto, fragmentos de cerá-mica ática de figuras rojas datados en la segundamitad del s. V a.C. (Martín, 1994, 314); por otra,se ha localizado recientemente un yacimiento ibé-rico en las laderas del monte Atalaya, denominadoLa Mota, del cual se han recuperado en superficiecerámicas áticas fechadas a finales del s. V-princi-pios del s. IV a.C., así como cerámicas púnicas decocina, ánforas del Estrecho Mañá-Pascual A-4 yRibera G, ebusitanas PE-14, cerámicas itálicas debarniz negro Campaniense A, lo cual ofrece unarco cronológico para este asentamiento hasta fi-nales del s. III-principios del s. II a.C., coinci-diendo con la II Guerra Púnica y la conquistaromana. La posición del lugar, a 67 m de altitudy dominando el camino de salida de la ciudadhacia el oeste, lleva a sus descubridores a conside-rarlo un emplazamiento secundario, destinado alcontrol del territorio, vinculado a uno de mayorentidad situado en la propia Cartagena (GarcíaCano et al., 1999).

Todo apunta en este período a un modelo deexplotación y comercialización orientado al ex-terior, bajo la órbita púnica, en el que los proce-sos tecnológicos se encuentran ya perfectamenteasumidos y aplicados, y en el que la poblaciónindígena detenta todavía un control más omenos estrecho de la producción. Acuerdos di-plomáticos permitirían que las aristocracias lo-cales, acaparando la industria, recibieran acambio bienes de consumo exóticos con los queexpresar su status social, que los cartagineses lesharían llegar, y que podemos inventariar en cierta

medida con los hallazgos del pecio de El Sec,hundido en la bahía de Palma de Mallorca en el2.º cuarto del s. IV a.C.: básicamente vinos y va-jillas finas procedentes del mediterráneo centraly oriental (Arribas et al., 1987).

En el último tercio del s. III a.C., y a conse-cuencia de las necesidades financieras de Carthagoderivadas de su derrota en la I Guerra Púnica(264-241 a.C), tiene lugar el período que deno-minamos Bárquida, en el que las relaciones deCarthago con el territorio hispano cambian, y seproduce una apropiación imperialista del territo-rio, incluyendo la explotación de las minas. Lasfuentes son suficientemente explícitas al explicarla intensidad de la explotación y su rendimiento,y los hallazgos de moneda cartaginesa de plata loconfirman. El relato del botín de Escipión en Car-thago Noua en el 209 a.C. (Tito Livio, 26, 47) se-ñala que se capturaron ocho naves de guerra,grandes cantidades de catapultas y otras armas pe-sadas, doscientas setenta y seis páteras de oro, casitodas de una libra de peso, dieciocho mil trescien-tas libras de plata, acuñada y en bruto, y gran nú-mero de vasos de plata. Y cuatrocientos milmodios de trigo y doscientos setenta mil de ce-bada. Además, sesenta y tres naves de carga, algu-nas con su cargamento: trigo, armas, bronce yhierro, velas, esparto y otros pertrechos navales.Como vemos, los suministros propios de una basenaval de gran categoría estratégica, donde se al-macenaban grandes cantidades de metal proce-dentes no solo de la cuenca minera inmediata,sino de todo el territorio bajo dominio bárquida.

El pecio Cabrera II (Cerdá, 1978), que se con-sidera un mercante de tiempos de la II Guerra Pú-nica (Guerrero, 1989), llevaba junto a sucargamento de ánforas centromediterráneas unlingote de plomo de 0,65 m de longitud y 42 kgde peso, para el que se había utilizado comomolde una valva de nacra (pinna nobilis), un bi-valvo muy común en nuestras costas (aunque noexclusivo). Queda por confirmar su origen en elsureste, y desde luego la singularidad de su for-mato no permite generalizaciones de ningún tipo.

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ÉPOCA ROMANA

A nivel geopolítico cabe señalar que, de resul-tas de los acontecimientos de la II Guerra Púnicaen la península, se produjo una notoria polariza-ción de la estructura vial y portuaria que los ro-manos heredarán y mantendrán al final delconflicto: el sur y levante ibérico quedó estructu-rado en una red portuaria cuyas cabeceras sonCádiz, Cartagena y Ampurias (más tarde Tarraco),con los puertos de Málaga, Ibiza y Sagunto comoenclaves intermedios.

Consolidado el dominio romano, es patente queen pocos años se emprendió la explotación de losrecursos mineros con el dinamismo propio de unaempresa de estado. Buena parte de la infraestructuratécnica, incluyendo a la población indígena especia-lizada, permanecían sin duda allí después de los he-chos de armas. En este sentido, cabe suponer quede los dos mil prisioneros tomados en Cartagenapor Escipión tras el asalto a la ciudad, que Livio se-ñala que eran artesanos, y que los declaró propiedaddel pueblo romano, buena parte de ellos tendríanoficios relacionados con la minería.

Los territorios mineros próximos a CarthagoNoua, ciudad que por las circunstancias de su con-quista cabe pensar que quedó asimilada como sti-pendiaria, debieron incorporarse a la ad m inistraciónromana como ager publicus estatal, esto es, depen-dientes jurídicamente del Estado.

En un momento tan temprano de su expansión,el Estado romano se encontró por primera vez anteel reto de administrar un distrito minero de la en-vergadura del de Carthago Noua. Su respuesta ini-cial pudo ser la de postergar la puesta en marchadurante un tiempo, como ocurrió con las minas deMacedonia en 167 a.C. (Tito Livio, 45, 18, 3-5).

Ya en el 195 a.C. Tito Livio (34, 21 ,7) señalael establecimiento por parte de Catón de uectigaliasobre las minas hispanas de hierro y plata. Estopuede interpretarse como evidencia del arrenda-miento por parte del Estado romano de las explo-taciones mineras hispanas (Domergue, 1990, p.243 y ss.). Al margen de este dato, en todo el s. II

a.C. no disponemos de más información sobre eldistrito minero que el comentario de Polibio –quevisitó la ciudad a mediados del s. II a.C.– trans-mitido por Estrabón, de que las minas eran pro-piedad del Estado romano, que distaban 20estadios de la ciudad, que eran muy extensas, con400 estadios de perímetro, y que ocupaban en sumomento a 40.000 hombres, aportando 25.000dracmas diarias de plata al Pueblo Romano (Es-trabón, III, 2, 10).

Desde el punto de vista arqueológico, existetambién una notable falta de documentación enlo que respecta a la explotación minera en el s. IIa.C. y particularmente en la comercialización delos metales. El metal de referencia es la plata. Esta,seguramente iba destinada directamente a Romaconducida por las fuerzas militares en sus relevos,las cuales, salvo excepciones, hacían los trayectospor tierra. De otro modo no se explica fácilmentela ausencia total de pecios con cargamentos deplata entre los varios cientos que conocemos deépoca romana en el Mediterráneo. Bien es ciertoque barcos con cargamentos distintos de las ánfo-ras dejan pocos vestigios a la vista y pueden pasarinadvertidos a la investigación, pero el vacío do-cumental es tan notorio que creemos que hay queinclinarse por la opción del transporte terrestre.

Esto implica otorgar a la administración ro-mana y al ejército un protagonismo en la gestiónmuy acorde con lo que sabemos de otras cuencasmineras. Tratándose de un metal estratégico comola plata, podríamos aceptarlo a pesar de la noticiade Tito Livio, sin que esto implique contradicciónalguna: aunque las explotaciones estuvieran siendoobjeto de arrendamiento desde el principio, nosería extraño que el Estado supervisara los traba-jos, asumiendo tareas como la vigilancia, el man-tenimiento de los caminos o la escolta de la platahasta Italia.

El abastecimientoResulta evidente que la explotación intensiva

de las minas es uno de los principales factores quedeterminaron los modos de ocupación y organi-

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zación del territorio (fig. 2). En las inmediacionesde los enclaves mineros se han localizado cons-trucciones domésticas, generalmente pavimenta-das con opus signinum, al gusto itálico. Estos yotros indicios sugieren una temprana presencia deinmigrantes itálicos encargados de la dirección delas explotaciones. Los trabajadores, por su parte,ocuparían poblados como el excavado en el Ca-bezo Agudo, donde se documentaron habitacio-nes dispuestas en terrazas, con abundante materialromano republicano que atestigua el consumomasivo de productos importados como el vino yla vajilla de origen itálico (Fernández de Avilés,1942). Otros poblados mineros fueron los de LaAtalaya, recientemente excavado por J.A. Antoli-nos (2006) y las laderas del monte Sancti Spíritu(Domergue, 1987).

Si hemos de creer a Polibio, a mediados del s.II a.C. 40.000 hombres trabajaban en las minasde Carthago Noua. Aun considerando excesiva estaestimación, lo cierto es que la explotación inten-siva de la cuenca minera debió emplear a muchí-simas personas, a las cuales era preciso abastecerde alimentos (fig. 3). Las prospecciones arqueoló-gicas en el Campo de Cartagena detectan la pro-liferación de asentamientos romanos desde el s. IIa.C., que se interpretan como uillae rusticae, esdecir, explotaciones agrícolas que obviamente sededicaban a abastecer tanto a la ciudad y su guar-nición como a la masa de trabajadores de la acti-vidad minera (Berrocal, 1999; Ruiz Valderas,1995, p. 161-162).

Pero los asentamientos mineros y la arqueolo-gía de la región en general muestran también unapresencia masiva de productos importados. Aun-que están presentes ciertas producciones de tradi-ción púnica, como las ánforas de salazón de lazona del estrecho, y las de contenido incierto dela Ibiza púnica (Ibiza no será incorporada al do-minio romano hasta el 123 a.C.), el grueso deestas importaciones proviene de Italia. Un buendocumento estadístico para el estudio de las im-portaciones en la Cartagena republicana es el es-tudio de J. Molina sobre los 1.494 bordes de

ánfora recuperados en las excavaciones de P. SanMartín en 1977-78 en el cerro del Molinete, queabarcan desde el s. III a.C. hasta la época de Au-gusto (Molina, 1997).

La expansión romana en Hispania coincidecon el desarrollo en Italia de una agricultura espe-culativa de base esclavista, orientada a la exporta-ción de excedentes, que encuentra precisamenteen la península Ibérica uno de sus mejores merca-dos. En efecto, la presencia en Hispania de guar-niciones romanas, itálicos asentados en los centrosde control, y comunidades indígenas en plenoproceso de aculturación, como podía ser el gruesode la población minera, garantizaba una fuerte de-manda de productos de consumo itálicos. Los te-rritorios hispanos carecían todavía de la baseproductiva suficiente para proveer productos agro-alimentarios tales como vino y aceite, algo quesolo ocurrirá con la consolidación de la estructuracolonial, a partir de mediados del s. I a.C.

Hablamos pues de un suministro a la pobla-ción minera que cabe integrar en el modelo gene-ral de la dinámica comercial entre Italia y lasprovincias occidentales, aunque, como veremos,con ciertas características propias.

La llegada por vía marítima de embarcacionescada vez mayores para atender esta demandaobligó a establecer líneas comerciales muy racio-nales, basadas tanto en la estructura de grandespuertos que hemos comentado, como en la opti-mización de las travesías siguiendo rutas concretasfavorecidas por el régimen general de vientos y co-rrientes (Ruiz de Arbulo, 1990; Molina Vidal,1997). Se articula así una red en la que los grandescargamentos de importación, generalmente pro-cedentes de Italia, arribaban preferentemente a losgrandes puertos dotados de infraestructuras de es-tiba y almacenaje suficientes, y desde ellos, em-barcaciones menores de cabotaje se ocupaban dela distribución a otros enclaves costeros.

De este modo, Carthago Noua se configuradesde el primer momento como terminal marí-tima de este tráfico de productos alimentarios itá-licos (lám. 4), y al mismo tiempo como cabecera

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Figura 2. Principales zonas mineras antiguas de la Sierra de Cartagena (Antolinos Marín, 2005a).

Figura 3. Asentamientos del sector oriental del distrito minero (Orejas y Antolinos, 2001).

de una red de líneas de cabotaje que distribuyenestos productos a lo largo de una amplia zona li-toral, al menos hasta los cabos de la Nao al norte,y de Gata al sur. Igualmente en Cartagena se con-centrarían los productos procedentes del interiory de la costa próxima, que saldrían hacia Italia enesos mismos barcos en concepto de contribucio-nes y rendimientos de explotación de los recursosadministrados por el Estado.

El mejor exponente de las importaciones quea mediados del s. II a.C. se estaban recibiendo porvía marítima en el puerto de Carthago Noua es elcargamento del pecio Escombreras 1, naufragadoen la isla de Escombreras h. 155 a.C., y excavadototalmente en las excavaciones de J. Pinedo y D.Alonso de 1997-2002 (Pinedo y Alonso, 2004;lám. 5). Se trata de un barco con un cargamentode varios cientos de ánforas Grecoitálicas, el cualse hundió junto a la punta noreste de la isla, peroa cierta distancia, lo que permitió que la arena cu-

briera los restos y evitó así la gran dispersión queafectó a los hundimientos posteriores. El productoenvasado es vino sin lugar a dudas.

El cargamento secundario consistía en vajillasde barniz negro Campaniense A y Calenas, estasúltimas muy semejantes a las estudiadas por E.Ruiz procedentes del Molinete (Ruiz Valderas,1994). También abundante cerámica de cocina,sobre todo platos de borde bífido y ollas tipoVegas 1 y 2.

Bajo una parte del cargamento de ánforas apa-reció un lote de materiales que consiste en lo quepodríamos llamar la vajilla de a bordo, es decir, losenvases y utensilios para el consumo de la tripu-lación (lám. 6). Apareció vajilla de barniz negrocon marcas de propiedad, vajilla de cocina de ori-gen campano, vasos de paredes finas Mayet 2, lu-cernas de distintos tipos, jarritas grises de la costacatalana y piezas de los ambientes púnicos de Car-tago e Ibiza. Asimismo se recuperaron algunas án-

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Lámina 4. Vista aérea del litoral oriental de Cartagena.

foras, quizá también para el consumo de la tripu-lación dada su escasa cantidad, procedentes deambientes púnicos, como las Mañá C 2A de Car-tago, PE 17 de Ibiza, o las Ribera G y CC.NN,probablemente del Estrecho de Gibraltar.

Todo esto nos introduce en la cuestión de lapervivencia del comercio prerromano en el Medi-terráneo occidental, y concretamente en Carta-gena. Después de la liquidación de la II GuerraPúnica, en el Mediterráneo occidental se conser-varon durante décadas la capacidad productiva ylas líneas de comercio precedentes. El predominioprogresivo del comercio romano en la primeramitad del s. II a.C. se debe a una cuestión de com-petencia mercantil más que a un empeño mono-polístico, puesto que conservan su independenciaalgunas de las grandes ciudades portuarias tradi-cionales. Marsella, tradicional aliada de Roma;Cartago, con importantes restricciones en su po-lítica exterior y con cuantiosas reparaciones de

guerra impuestas por Roma, todavía difundiráampliamente sus productos en un esfuerzo comer-cial cuyo testimonio son las ánforas Mañá C 1/2y Mañá C 2A (Guerrero, 1986); Ibiza, en plenoproceso de expansión agraria, cuyos excedentespropios se comercializan en mayores proporcionesque nunca, sobre todo hacia la costa levantinacomo demuestra la difusión de las ánforas PE 17(Ramón, 1991); Cádiz, con un ventajoso estatutode ciudad federada de Roma, y las antiguas ciu-dades fenicio-púnicas de la costa andaluza, con-servan también una capacidad comercial muypujante, basada en la producción de salazones(García Vargas, 1998; ídem, 2000).

La difusión de los productos neopúnicos en lacosta de la Citerior ha sido cuantificada por J.Molina, estableciendo las áreas de difusión prefe-rente de cada una de estas áreas productoras (Mo-lina, 1997, p. 194-199). Concretamente, en elconjunto de ánforas del Molinete, las importacio-

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Lámina 5. Trabajos en el yacimiento submarino de la isla de Escombreras, 1997-2002.

nes neopúnicas alcanzan el 21,2 % del total, pre-dominando las del estrecho de Gibraltar. Esto evi-dencia la pervivencia de las tradicionescomerciales púnicas, lo que no ha de extrañarnossi consideramos la composición de la poblaciónen la ciudad, con una importante pervivencia degentes indígenas y de origen semita (Koch, 1976),que tendrían muy arraigados los hábitos de con-sumo tradicionales. Significativamente, el con-junto anfórico del asentamiento de la Loma deHerrerías, que se establece de nueva planta en elPuerto de Mazarrón por los romanos, está másvinculado al comercio itálico, siendo aquí la pro-porción de importaciones neopúnicas de sólo el10,6 % (Molina, 1997, p. 194).

El pleno desarrollo de las redes comerciales ro-manas y su expansión definitiva en el Mediterrá-

neo viene jalonada por una serie de acontecimien-tos que terminarán por eliminar por completo lacompetencia de las grandes potencias mercantilesdel Mediterráneo antes de que termine el s. II a.C.En Oriente, la fundación del puerto franco deDelos en 167 a.C. en detrimento de Rodas, y pos-teriormente la destrucción de Corinto en 146 a.C.En Occidente, la destrucción de Carthago en el146 a.C., que había sido exigida insistentementepor Catón, precisamente un rico propietario in-merso de lleno en la agricultura especulativa itá-lica; la conquista de las Baleares por Q. CecilioMetelo en 123 a.C.; la fundación de la colonia deNarbo (Narbona) en 118 a.C., que canalizará granparte del tráfico del Sur de la Galia en sustituciónde Marsella.

En Hispania, la toma de Numancia en 133a.C. pone fin a las Guerras Celtibéricas, con lo quepuede considerarse pacificada la mayor parte de lapenínsula, lo que permitió intensificar la actividadminera en Sierra Morena. En Carthago Nouadebió apoyarse buena parte de ese esfuerzo militar,promoviendo un intenso tráfico. Estos hechoscoinciden con una intensificación y expansión te-rritorial en Italia de los modos de producciónagraria cuyas tendencias se habían definido en laprimera mitad del siglo, algo que se documentaarqueológicamente no sólo en la proliferación deuillae esclavistas, sino también en la aparición delas ánforas Dressel 1 para el vino del Tirreno hacia140 a.C., y de las Lamboglia 2 para los del Adriá-tico, hacia 110 a.C., ánforas de mayor capacidady con formas más propiamente itálicas. Otro tantoocurre con la aparición de la cerámica Campa-niense del tipo B en Etruria y norte de Campania,con un repertorio formal alejado de los prototiposgriegos. Comienzan a aparecer los grandes barcoscon capacidad para varios miles de ánforas, comolos de Albenga (Lamboglia, 1952) o Madrague deGiens (Tchernia et al., 1978), ambos con carga-mentos de miles de ánforas Dressel 1, y desplaza-mientos de varios cientos de toneladas. Es decir,que a lo largo de la segunda mitad del s. II a.C.Roma asume plenamente el papel de potencia co-

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Lámina 6. Selección de materiales del pecio Escombreras 1.

mercial en el Mediterráneo, pasando de una posi-ción de hegemonía comercial a otra de dominioexclusivo de los mercados. La cuenca occidentaldel Mediterráneo se verá literalmente inundadapor el vino de Campania y el Lacio envasado enánforas Dressel 1.

A este período corresponde el pecio de El Ca-pitán en la cara sur de la isla de Escombreras,cuyas ánforas Grecoitálicas muy evolucionadasfueron datadas c. 119 a.C. por su semejanza for-mal con un ejemplar de Torre Tavernera que pre-senta un titulus pictus con datación consular de eseaño (Mas, 1979). A este respecto, es preciso seña-lar que la forma general del recipiente no consti-tuye un elemento de datación para las ánforasitálicas, como para muchas otras, tan firme comopara basar la datación en un ejemplar parecidocon datación consular, como es el caso. En un es-tudio reciente de J. Pérez Ballester sobre ánforasDressel 1 datables con precisión por las fechasconsulares presentes en sus tituli picti, entre lasque se incluye el ejemplar de Torre Tavernera enque se apoyó la datación de las ánforas de El Ca-pitán, la conclusión es que la evolución de laforma de estas ánforas y sobre todo de sus bordesno es lineal (Pérez Ballester, 1995), de modo queeste criterio de datación no es concluyente. Encualquier caso, la cronología propuesta por J. Maspuede admitirse con un margen de error no de-masiado amplio.

Las ánforas Dressel 1, en sus variantes A (c.140-mediados s. I a.C.), B (prácticamente todo els. I a.C.) y C (finales del s. II a.C. - primera mitaddel s. I a.C.) (Lamboglia, 1955; Tchernia, 1987),aparecen con mucha frecuencia en los yacimientosde Cartagena, tanto submarinos como terrestres.En el Molinete suponen un porcentaje elevado deltotal, aproximadamente el 15 % (Molina, 1997,p. 70 y ss.), y en las cuantificaciones de J. Maspara los fondos de la bahía, el 7,4 % (Mas, 1979).

En el litoral próximo a Carthago Noua se co-nocen diversos yacimientos submarinos con ánfo-ras Dressel 1 (Pinedo, 1996). Generalmente losdatos son bastante imprecisos, procedentes de

prospección o de recuperaciones casuales. J. Masdescribe un enclave con varios pecios en la Puntadel Pudrimel, en la Manga del Mar Menor (Mas,1985a). Un estudio reciente de G. Pascual sobrelas ánforas conservadas en el CNIAS procedentesde este lugar sugiere que uno de los pecios corres-ponde a un mercante con cargamento de ánforasDr 1 A y C, acompañado de vajilla de barniznegro Campaniense A, además de piezas de cerá-mica de cocina itálica (Pascual, 1999).

Por lo que respecta a los vinos del Adriático,éstos entran en escena en las décadas finales del s.II a.C., cuando la región de Apulia se incorpora alos nuevos esquemas productivos. Van envasadosen ánforas Lamboglia 2. La difusión comercial deestos productos se orientó en gran medida haciael Mediterráneo oriental (Cipriano y Carre,1989). Sin embargo, son muy frecuentes en Car-tagena y alrededores, en una proporción muy su-perior al resto de la Península. En el Molinetesuponen el 12,7 %, con 190 ejemplares, y sonmuy numerosas en los asentamientos mineroscomo Loma de Herrerías, donde son mayoritarias,con 136 ejemplares contra 124 de ánforas Dressel1 (Molina, 1997, p. 66 y ss.), y Cabezo Agudo(Fernández de Avilés, 1942). J. Molina ha com-probado, en su estudio estadístico de la distribu-ción relativa de ánforas adriáticas y tirrenas endistintos enclaves costeros de la Citerior, cómo enel sureste se reparten unas y otras aproximada-mente al 50 %, para decrecer hacia el norte pro-gresivamente la presencia de las Lamboglia 2, quellegan a ser muy raras en los yacimientos catalanes.Posteriormente, J. Pérez Ballester ha matizadoestos datos señalando que en sus excavaciones delárea del Anfiteatro romano de Cartagena las án-foras Dressel 1 y Lamboglia 2 se reparten al 87,2-12,8 % (Pérez Ballester, 2004). Pero no hay queolvidar que la fase 3 del Anfiteatro termina c. 70a.C., es decir, en el período de mayor afluencia delas Lamboglia 2. En cualquier caso, si compara-mos la concurrencia de unos envases (Dressel 1)que circulan desde c. 140 hasta c. 30 a.C. conotros como los Lamboglia 2 cuya vigencia abarca

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un período notablemente inferior, los resultadospueden ser engañosos.

Por otra parte, parece que en el desarrollo dela producción de las ánforas Lamboglia 2 puedeapreciarse una cierta evolución en la forma de susbordes desde los cortos de sección triangular delos inicios hasta los de sección cuadrangular queperdurarán sin variaciones durante toda la 1.ªmitad del s. I a.C. El momento de transición entreunos bordes y otros no está fijado con exactitud,pero lo que sí muestra la arqueología del surestees que las ánforas Lamboglia 2 que aparecen aquíen tan elevado volumen presentan los bordes ensu versión evolucionada, siendo verdaderamenteescasos los bordes triangulares. Al estudiar los se-llos de las ánforas apulas de Escombreras 2 (fig.4), hemos comprobado que algunos de ellos tie-nen paralelos en piezas de forma arcaizante (Desy,1989; Pérez Ballester y Pascual Berlanga, 2004;Márquez y Molina, 2005), en tanto que en Es-combreras 2 estaban sobre ejemplares de perfilevolucionado. Luego la transición entre unos yotros no debe estar muy lejos (Alonso y Pinedo,2007). Esto creemos que debe interpretarse comouna irrupción repentina de estas ánforas en unmomento en que su forma definitiva ya está fijada,y por lo tanto algún tiempo después del inicio desu producción, que se data c. 110 a.C. (Ciprianoy Carre, 1989; Palazzo y Silvestrini, 2002).

En la Punta de Algas, en las costas de LaManga del Mar Menor, se localiza el pecio concargamento exclusivo de ánforas Lamboglia 2mejor definido en todo el Mediterráneo occiden-tal (fig. 5). El yacimiento ocupaba un área de unos32 x 13 m, lo que, de ser éstas las dimensiones re-ales de la embarcación (Mas, 1970; Molina, 1997,p. 208), nos llevaría a considerar una capacidadde varios miles de ánforas. Sinceramente creemosque las dimensiones del barco serían sensible-mente menores. En cualquier caso, nos interesaresaltar la importancia de este hallazgo, por cuantoque confirma la tendencia “anómala” que repre-senta este tráfico Apulia-Carthago Noua, y porque,siendo las Lamboglia 2 uno de los tipos anfóricos

en los que más abundante es la presencia de sellosimpresos, el estudio de los diversos sellos presentesen el cargamento no solo resulta muy útil para elestudio de los mecanismos de producción en lasáreas de origen –Apani y otros talleres, particular-mente en torno a Brundisium–; también muestraque en el área de Carthago Noua se localizan ejem-plares con sellos semejantes a los de Punta deAlgas en Escombreras 2, en el poblado minero delCabezo Agudo y en la factoría metalúrgica deLoma de Herrerías (Márquez y Molina, 2005;Pérez y Pascual, 2004). El pecio puede datarse porsus cerámicas de barniz negro alrededor del 80a.C. (Ribera, 2001).

El hecho indudable es que durante un períodode pocas décadas a partir de c. 90/80 a.C. la pre-sencia de ánforas Lamboglia 2 es masiva en Car-

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Figura 4. Ánfora Lamboglia 2 del pecio Escombreras 2.

tagena y en el litoral murciano-alicantino, y escasaal norte del cabo de la Nao (Molina, 1997).

Esta concurrencia tan localizada de las produc-ciones adriáticas en torno a Carthago Noua es elmejor argumento para confirmar la existencia delíneas comerciales directas para los grandes carga-mentos, como el de Punta de Algas, y una red se-cundaria para la distribución de esos productos.La conclusión de J. Molina a este respecto es queel área de distribución dependiente del puerto deCarthago Noua llegaría hasta aproximadamente elCabo de la Nao, precisamente el punto hastadonde llegan ánforas Lamboglia 2 en gran canti-dad. Según este planteamiento, los productos apu-los seguirían preferentemente la ruta directatradicional por el canal de Cerdeña, y al sur de Ba-leares hasta la costa de Hispania, en concreto y casiexclusivamente a Carthago Noua, mientras que losdel Tirreno disponían de varias derrotas, una deellas la que acabamos de mencionar, otra por el es-

trecho de Bonifacio, y también por el norte, bor-deando la costa ligur y provenzal y, evitando elgolfo de León, hacia Cataluña, para seguir haciael sur a lo largo de la costa ibérica, con un impor-tante apoyo en Ibiza (Ruiz de Arbulo, 1990; Mo-lina, 1997, p. 211 y ss.).

Es significativa también la presencia en Carta-gena de productos procedentes del Mediterráneooriental, tales como ánforas de vino rodio a lolargo de los ss. II-I a.C., o piezas de cerámica fina,concretamente boles jonios con decoración de re-lieves, desde finales del s. II a.C.; jarras carenadasde engobe blanco y decoración pintada tipo lagy-nos, fabricadas muy probablemente en Pérgamoentre el último tercio del s. II a.C. y el primerodel s. I a.C.; algunas piezas de Eastern Sigillata A,de mediados del s. I a.C. (Cabrera, 1979; PérezBallester, 1994). Estos materiales aparecen aquícon mayor frecuencia que en ningún otro lugar deHispania, aunque siempre en una proporción

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Figura 5. Excavaciones submarinas en el pecio de Punta de Algas (J. Mas, 1979).

muy minoritaria, y escasean en general en todo elMediterráneo occidental. Se trata de productos dela máxima calidad cuyo principal centro exporta-dor sería Delos, en el Egeo, el gran puerto francoromano en Oriente especializado en los esclavos,y cuya escasa concurrencia obliga a pensar en unadifusión indirecta desde Italia, en compañía deproductos itálicos.

En el contexto del tráfico secundario de cabo-taje, que como estamos viendo abastecía a un am-plio sector del litoral desde Carthago Noua,debemos situar el cargamento del pecio Escom-breras 2, excavado en 1997-2002 (Pinedo yAlonso, 2004). Se compone de productos muy va-riados, siendo mayoritaria la presencia de ánforasvinarias itálicas. Están presentes las tres variedadestirrénicas Dressel 1A, B y C y las apulas Lambo-glia 2, acompañadas por algún ejemplar de ánforasolearias Apani V y Apani VII, también del áreaapula (Alonso y Pinedo, 2007). Como carga-mento secundario aparece de nuevo la vajilla debarniz negro producida en Cales, y lucernas itáli-cas de pasta gris Ricci G. El lugar había propor-cionado lingotes de plomo con anterioridad(Domergue, 1966; Mas, 1979), a los que se su-maron nuevos ejemplares (v. infra). También apa-recen otros productos hispanos como los kalathoiibéricos, de contenido incierto, y algunas piezasde cerámica gris de la costa catalana. Como pro-ducto exótico, figura un lagynos helenístico de en-gobe blanco, semejante a los procedentes de lasexcavaciones del área del Anfiteatro. La dataciónde este cargamento, a partir de sus cerámicas debarniz negro, ha sido fijada por E. Ruiz c. 90-80a.C (Ruiz Valderas, 2004). La presencia de piezasde Campaniense B de Cales de la facies tardía condecoración de losanges es el principal elementopara esta datación, pues su excelente calidad in-clina a incluirlas entre las primeras muestras deesta variante decorativa. El contexto cerámico,desde luego, es muy semejante al del pecio deSpargi en Cerdeña, que se data ahora en el 80-70a.C. (Ribera, 2001) y al de los niveles de la des-trucción de Valencia por Pompeyo en el 75 a.C.

(Marín y Ribera, 2000), y esto nos sugiere una da-tación para el pecio alrededor de 80 a.C. y noantes, lo cual es importante para la datación de loslingotes de plomo, como veremos más adelante.

Otro ejemplo de embarcación de redistribu-ción parece ser el pecio del Nido del Cuervo, enla costa de Águilas. Noticias de expolios movierona J. Mas a una actuación en el lugar. La interven-ción fue muy limitada, pero se documentaron án-foras Dressel 1C acompañadas por lingotes deplomo con la marca Q · SEI · P · F · MEN · POS-TVMI (Domergue y Mas, 1983).

A partir de mediados del s. I a.C. se inicia elproceso colonial a gran escala en Hispania. El es-tablecimiento de una colonia de ciudadanos im-plicaba la centuriatio o parcelación de tierras y lainmediata puesta en explotación de los terrenos.Carthago Noua se convierte en una de las nuevascolonias, con el título de Colonia Vrbs Noua Kar-thago. Ni la numismática ni otras fuentes históri-cas permiten asegurar la fecha exacta (Abascal,2002), y sobre este tema se ha escrito mucho, demodo que no entraremos en ello, salvo para seña-lar que la proliferación de colonias romanas en oc-cidente a partir de los programas de asentamientode veteranos de César son el punto de partida deunos procesos de expansión productiva provincialque transformarán radicalmente en muy cortoplazo la realidad económica y comercial del Me-diterráneo occidental.

Hasta entonces, solo en la zona del Estrecho yen Ibiza se había mantenido una exportación sig-nificativa de productos alimentarios, basada en es-tructuras agrarias y comerciales heredadas de laépoca púnica, y especialmente en la producciónde salazones. A finales del s. II a.C. ya aparecenimitaciones de ánforas itálicas producidas en áreascosteras del sur y el noreste peninsular, con unacirculación restringida, pero es ya iniciada la nuevafase colonial cuando podemos hablar de produc-ción excedentaria provincial en productos que tra-dicionalmente habían sido importados desdeItalia, como el vino y el aceite. Esta nueva situa-ción alterará profundamente la relación centro-

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periferia en la economía romana, hasta el puntode que en breve se invertirá la tendencia comer-cial, concurriendo los productos hispánicos encantidades crecientes en los mercados, hasta sermayoritarios incluso en Italia y las áreas de fron-tera, bajo Augusto.

A mediados del s. I a.C. comenzó a exportarsevino de la costa catalana, en ánforas ovoides Laie-tana 1/Tarraconense 1; y pocos años después apa-recen las Pascual 1, una versión tardía de lasDressel 1 itálicas; desde época augustea, se imita-rán las Dressel 2-3 itálicas en todo el litoral catalány valenciano (López Mullor y Martín Menéndez,2008). Por lo que respecta a la zona bética, a me-diados del s. I a.C. se incrementa la producciónde ánforas tipo Lomba do Canho 67 y Haltern70. También aquí se produjeron ánforas vinariasDressel 2-4 desde época augustea. Por lo que res-pecta al aceite, las ánforas Dressel 25, que apare-cen también en la 2.ª mitad del s. I a.C.evolucionarán más tarde hacia las esféricas Dressel20, que caracterizarán la exportación del aceite bé-tico hasta el s. III d.C. Por su parte, las salazonescosteras, que habían circulado ampliamente enánforas de tradición púnica, experimentan un des-arrollo considerable, apareciendo también en lasúltimas décadas del s. I a.C. las ánforas Dressel 7-11 (García y Bernal, 2008).

En el pecio de San Ferreol, en San Pedro delPinatar (Mas, 1985b), que se fecha hacia 50-40a.C. (Ribera, 2001), todavía predominan los pro-ductos itálicos tradicionales, en este caso ánforasitálicas Dr. 1 B, Lamboglia 2 y Dr. 2-4, junto convajilla de barniz negro de Cales, lucernas Dr. 2 y4, y también un ejemplar de ánfora griega deRodas. Un ejemplar de ánfora tipo Lomba doCanho 67/Sala I, de producción bética, apunta elinicio de las novedades económicas que comien-zan a gestarse, es decir, la “internacionalización”del comercio bético.

Algo más adelante y ya en plena época augus-tea, en los años finales del s. I a.C. se data el pecioEscombreras 3, un nuevo cargamento de redistri-bución. Básicamente se compone de vinos varia-

dos procedentes de diversas regiones. El grueso delcargamento lo constituyen ánforas béticas ovoides,que podríamos clasificar como Haltern 70 en unestadio aún antiguo de su evolución. De la cuencadel Guadalquivir también procede algún ejemplarde Lomba do Canho 67 y unas pocas olearias Dr.25. También aparecen vinos tarraconenses en án-foras Pascual 1 y Dressel 2-4, junto con las últimasimportaciones itálicas representadas por las Dres-sel 2-4 de Campania, herederas de las Dr. 1 y lasDressel 6 apulas, evolución de las Lamboglia 2.Un cargamento en la línea de lo que estaba ocu-rriendo en todos los mercados occidentales, esdecir, el retroceso de las producciones itálicas enbeneficio de las provinciales.

Como veremos a continuación, en los asenta-mientos costeros relacionados con la minería seaprecia con claridad este cambio de orientaciónen el origen del grueso de los abastecimientos. EnCartagena, por su parte, el conjunto del Molinetemuestra ya también el inicio de esta tendencia(Molina, 1997, p. 70-73). Lógicamente, de todaslas ánforas de producción hispana, en los yaci-mientos del sureste las proporciones son siempreabrumadoras a favor de las de origen bético, quizáno tanto por ser éstas las que experimentaron unmayor desarrollo ahora y a lo largo del Alto Im-perio, como por una cuestión de comunicaciónmarítima.

Asentamientos metalúrgico-comerciales en lacosta

Durante el s. II a.C., hasta donde sabemos, pa-rece claro que se constituye una ordenación espa-cial de la sierra y el resto del territorio (Orejas yAntolinos, 2001) en la que resulta fundamental elhecho de que los yacimientos mineros se encuen-tran muy próximos a la costa (fig. 6). Práctica-mente todos los enclaves costeros del litoralmurciano con posibilidades náuticas, por precariasque sean, muestran evidencias de ocupación enépoca romana republicana.

Los datos disponibles indican que en relacióndirecta con las explotaciones mineras, buscando

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la costa más próxima, se fundaron desde la 1.ªmitad o mediados del s. II a.C. numerosos esta-blecimientos metalúrgicos costeros que elabora-ban y daban salida por vía marítima a losproductos mineros y a la vez recibían suministrospara la población minera ubicada tierra adentro.Esto permitiría evitar el acarreo de productos ne-cesarios para los trabajos de lavado y fundición,como la madera y el agua, hasta la boca misma delas minas, y al mismo tiempo ahorrar costes detransporte si, como parece claro, finalmente elmetal había de ser almacenado para su exporta-ción en la propia Cartagena. De este modo, las

mismas embarcaciones que llevaban suministrosa los enclaves metalúrgicos desde Cartagena lleva-rían de vuelta el metal a la ciudad, y desde ésta, elmetal estaba en disposición de ser embarcadohacia Italia en las mismas embarcaciones que tra-ían los grandes cargamentos de productos agroa-limentarios itálicos.

Estos enclaves de doble función industrial ycomercial se han documentado a lo largo de todoel litoral de Murcia, principalmente en tres zonas:el Mar Menor, las ensenadas de la costa entre elcabo de Palos y Cartagena, la llanura litoral delpuerto de Mazarrón, y el litoral de Águilas.

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Figura 6. Dispersión de yacimientos costeros.

El Mar MenorSe han llevado a cabo recientes investigaciones

en la llanura litoral al Norte de la Sierra, particu-larmente en una importante fundición en Los Be-atos (Antolinos, 1999), en un complejo costerode almacenamiento y redistribución de productosen el paraje de Lo Poyo, en el Mar Menor (exca-vaciones inéditas de B. Roldán), y en el muy pró-ximo de La Huertecica, también en la costa delMar Menor. Este último, excavado bajo nuestradirección, nos permitirá ilustrar los procesos queestamos considerando.

La Huertecica es un yacimiento localizado aambos lados de la carretera Los Nietos-Los Urru-tias y a escasa distancia de la ribera del MarMenor, en la margen izquierda de la rambla delBeal, que conduce a la zona de El Llano del Beal,en plena sierra Minera. El llamado Sector Orientalpermanece sin excavar; el Sector Occidental y elinmediato yacimiento denominado Los Urrutiasfueron excavados en 2004-5 y 2008 respectiva-mente, en el marco de las actuaciones de urgenciageneradas por un gran proyecto urbanístico. Nosinteresa especialmente el yacimiento de La Huer-tecica. Se trata de una instalación metalúrgica enla que se llevaban a cabo trabajos de molturaciónde mineral, lavado y fundición (fig. 7).

La estructura básica en el complejo es un granfoso que rodea por completo el espacio dedicadoa trabajos de lavado, y que consiste en una exca-vación de unos 3 m de ancho y 2 de profundidadmedia, de paredes rectas que le dan una secciónen V, el cual delimita un espacio interior rectan-gular de 74 x 43 m. Este foso se interrumpe en unúnico punto de acceso en su lado oriental, ycuenta con una salida de desagüe hacia el norte,en dirección al Mar Menor. También cuenta conuna represa de mampostería que lo divide en dossectores.

El suelo, tanto al interior como al exterior delfoso, consiste en un estrato sedimentario de colorrojo, duro e impermeable, muy a propósito paralas labores que estamos considerando. El área ocu-pada se extiende considerablemente pero no existe

prácticamente estratificación que nos informeacerca de sus fases constructivas, sino que en unárea de aproximadamente 1 ha se localizan diver-sas estructuras y áreas de trabajo. Además, recien-tes desfondes agrícolas que alcanzaron hasta elnivel del suelo romano han removido de tal modoel yacimiento que aparecen muros colapsados sinposibilidad de restitución. Por otro lado, se hanlocalizado fragmentos sueltos de opus signinum yrevestimientos murales pintados que no tienen en-caje alguno en las estructuras conservadas.

El espacio estaba dividido en tres áreas dedica-das a distintas labores: el área interior era un com-plejo hidráulico destinado al lavado de mineral,alimentado por dos pozos, uno en el interior yotro mayor en el borde exterior del foso. En el in-terior se localizan algunas estructuras muy daña-das, y numerosas cavidades excavadas en el suelode profundidad variable, en general no más de 60cm, conectadas varias de ellas a canales excavadosen el suelo que vierten al propio foso. Algunas pi-letas de este tipo conectadas al foso se localizantambién al exterior. No cabe duda de que se tratade un lavadero, en el que se elevaba agua de lospozos y, probablemente por sencillas conduccio-nes aéreas se vertía en las fosas de decantación,para retornar después al foso. El mineral se tritu-raba allí mismo, como evidencian las numerosaspiedras con pequeñas cavidades circulares, o ungran molino barquiforme localizado in situ (An-tolinos, 2008).

En el sector suroeste se localizaron fondos dehornos de dos tipos: unos circulares, de unos 110-150 cm de diámetro, y otros de tamaño similarpero más complejos, con alzado de mamposteríacircular, y con dos conductos opuestos que indu-dablemente servían para alojar toberas (lám. 7).

Por último, al sureste se localizaron los verte-deros, con abundantes escorias y material de des-echo, aunque hay que señalar que se limitaban acapas delgadas de material a ras de suelo. Esto seexplica por el hallazgo de hornos del s. XIX en lasinmediaciones, en los que debieron reciclarse lasescorias romanas, acumulándose finalmente las

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Figura 7. Fundición de La Huertecica. Planta General.

nuevas escorias en un vertedero (denominado,según el uso local, “el gachero”), que se encuentramuy próximo al suroeste.

Los materiales cerámicos presentes en el yaci-miento, sin secuencia estratigráfica como hemosdicho salvo una interesante excepción que másadelante comentaremos, indican un inicio de laactividad hacia mediados del s. II a.C., y unaamortización de diversas estructuras en época au-gustea, marcada por sigillatas itálicas, aunque laspiezas más recientes son un par de fragmentos desigillatas gálicas, que nos señalan una ocupaciónresidual hasta el 2.º cuarto del s. I d.C. Este asen-tamiento parece integrarse plenamente en la diná-mica de abastecimiento de la población minera através de las instalaciones metalúrgicas costeras.La clasificación de los 682 bordes de ánforas pro-

cedentes de las excavaciones de 2005 en el yaci-miento nos informa mejor que ninguna otra cosaacerca de dichos abastecimientos:

Las Grecoitálicas ascienden a 41 ejemplares, delos que sólo 1 presenta borde de tendencia hori-zontal; 140 Dressel 1, de las que 87 correspondena la variante A, 6 a las variantes B-C, y 47 son du-dosas por su forma o pasta.

Dentro de las itálicas adriáticas, se han conta-bilizado 108 Lamboglia 2 y 21 de otras produc-ciones apulas, en total 129 ejemplares.

Escasean en general las producciones no itáli-cas propias de las décadas centrales del s. II a.C.,con 2 ejemplares de CC.NN, 1 ibérica, 1 PE 17,o 1 Mañá C 1B.

Son sin embargo muy numerosas las ánforasde tradición púnica Mañá C 2, con 100 ejempla-

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Lámina 7. Fundición de La Huertecica. Horno.

res, de los que 39 son Mañá C 2A de pastas diver-sas, 49 Mañá C 2B béticas, y las 12 restantes deformas dudosas.

Las producciones béticas pre-protocolonialesson muy abundantes en el yacimiento, concreta-mente 24 Lomba do Canho 67/Dressel 12; 8Ovoides; 91 Haltern 70, 84 Dressel 7-11 y, porúltimo, 5 ejemplares de Dressel 25. También apa-recen, para el período final del yacimiento, 11ejemplares de Dressel 2-4 de orígenes diversos.Completan el lote 45 ánforas indeterminadas, delas que al menos 1/3 presentan pastas béticas.

Es preciso señalar que se han localizado bordesde Haltern 70 y Dr 7-11 alterados por calor, sinduda por haber formado parte del material refrac-tario empleado en la construcción de hornos. Estoindica con claridad que al menos hasta el tercercuarto del s. I a.C. continuaban los trabajos defundición.

Solamente en un lugar del yacimiento se pudoexcavar un estrato que permite una aproximacióna la secuencia del sitio. Una ligera depresión en lasuperficie natural del terreno presenta un relleno,U.E. 40, en el que se localizan 5 bordes de ánforaGrecoitálica, 7 de Dr. 1 A y 1 de Dr. 1B/C. Elresto de materiales nos sugiere una datación finalpara la formación de este depósito en los iniciosdel s. I a.C. Asimismo, el estrato contenía 35 frag-mentos de litargirio, que suponen la mayoría delos que se recuperaron en toda la excavación. Tam-bién eran abundantes los fragmentos de opus sig-ninum y de enlucidos.

Con cierta prudencia, podemos considerar quehubo una profunda reforma en el asentamiento aprincipios del s. I a.C. que implicó el desmante-lamiento de estructuras preexistentes, reanudán-dose después la actividad metalúrgica en unanueva etapa, y que finalmente la actividad decaehasta que en las décadas finales del s. I a.C. pudoincluso perder su carácter industrial para abando-narse definitivamente a principios del s. I d.C.

En esta zona costera se conocen otros asenta-mientos con características similares en El Car-molí (Antolinos, 2005) y en El Arenal de Los

Nietos (prospecciones inéditas de A. Sánchez),además del ya mencionado de Lo Poyo.

El Mar Menor presenta además evidencias cla-ras de ocupación romana republicana en la islaPerdiguera. Siendo el Mar Menor una laguna cos-tera cerrada por un brazo de arena (La Manga delMar Menor), cuyas golas de comunicación con elMediterráneo eran aproximadamente tan estre-chas y poco profundas como en la actualidad, lanavegación estaría restringida a embarcaciones demuy escaso porte. En este sentido, la identifica-ción tradicional de la isla Grosa, situada en el Me-diterráneo a escasa distancia de las golas del nortede La Manga con la Plumbaria de Estrabón (III,4, 6) cobra fuerza si consideramos que se trata deun lugar muy a propósito para realizar operacionesde trasbordo de plomo y otros productos en co-nexión con el Mar Menor (lám. 8).

Litoral Cabo de Palos-CartagenaEsta parte de la costa, inmediata a algunas de

las más activas explotaciones, presenta un relievefuertemente acantilado, con algunas ensenadasque en general no son buenos fondeaderos, tienendificultades de maniobra o sólo son practicablesen determinadas condiciones de viento y mar. Porotra parte, los trabajos mineros e industriales dels. XX han impedido una investigación sistemáticaen casi todos ellos. Es el caso de la bahía de Es-combreras, vía natural de salida al mar desde elcoto minero del Cabezo Rajao, El Gorguel o labahía de Portman (Ruiz Valderas, 1995, p. 180).

En Cala Reona, en el extremo oriental de lasierra, cerca del cabo de Palos, se ha podido do-cumentar con claridad otra instalación costera ro-mana que puede vincularse a la actividadcomercial relacionada con la metalurgia y el abas-tecimiento. Se trata del yacimiento del cerro de ElCastillet (fig. 8).

En las alturas que dominan Cala Reona por eloeste, en época antigua se aprovecharon dos filo-nes metalíferos, llamados Poderoso y Diana (Do-mergue, 1987, p. 386). Las prospecciones de C.Domergue en el lugar pusieron en evidencia que

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la explotación de dichos afloramientos tuvo lugardesde época prerromana, según indican los mate-riales arqueológicos recuperados, que consistenmayoritariamente en ánforas de tradición púnica,de bordes entrantes engrosados al exterior y piesligeramente apuntados, derivadas de las Mañá B,además de un posible ejemplar de ánfora ebusi-tana PE 15, vasos indígenas y alguna pieza de bar-niz negro inclasificable (Domergue, 1987, p. 386y ss.; lám. 54B/56A). Esto nos lleva a consideraruna relación con el nivel más reciente del vecinopoblado de Los Nietos, en activo entre finales dels. IV a.C. y finales del s. III a.C., cuya actividadmetalúrgica está suficientemente documentada,como hemos comentado anteriormente (GarcíaCano, 2002).

En cuanto a la instalación romana, bien cono-cida por las actuaciones de E. Cuadrado y poste-riormente de R. Méndez (Cuadrado, 1952;Méndez, 1987; Ruiz Valderas, 1995, p. 168 y ss.),se trata de un edificio de aspecto residencial con

unas dependencias anexas que se interpretancomo almacenes, lo cual invita a considerar ellugar como un punto de salida de productos mi-neros y de abastecimiento marítimo de las comu-nidades vecinas implicadas en la extracciónminera. Se hallaron dolias, ánforas apulas y suri-tálicas. El período de esplendor de este estableci-miento va desde la época de Sila a la de Augusto,según R. Méndez, aunque algunas cerámicas debarniz negro tipo Campaniense B que inclinabana esa datación podrían hoy llevar el inicio de laocupación a un momento algo anterior.

Por nuestra parte, los trabajos submarinos quellevamos a cabo en 1996 (Alonso et al., 2002) enla cala para evaluar la afección del proyecto de unemisario submarino sobre el pecio tardorromanoque ya se conocía en el lugar desde tiempo atrás(Pinedo y Pérez Bonet, 1991), nos permitió do-cumentar la presencia de algunos materiales co-rrespondientes al período de actividad minera. Serecuperaron dos fragmentos de borde y varias pa-

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Lámina 8. Vista aérea de la sierra minera y el Mar Menor.

redes de ánforas ibéricas del mismo tipo de las do-cumentadas por C. Domergue en las explotacio-nes mineras de las zonas altas, prerromanas. Deépoca republicana, varios fragmentos de asa y pa-redes de ánfora itálica Dressel 1, un fragmento depared de ánfora Lamboglia 2, el fondo de una pá-tera de barniz negro de Cales, de principios del s.I a.C., así como un fragmento de caccabus itálico.

También fragmentos de pared de ánforas béticas,probablemente tipo Haltern 70.

Según parece, de este lugar procede una ins-cripción latina sobre bloque prismático, hoy per-dida, que fue hallada en 1736 en el llamado Cerrodel Mozquito según diversos autores de la época.El texto enumera una serie de personajes, magistripertenecientes a un collegium profesional, que lle-

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Figura 8. Cala Reona. El Castillet (Ruiz Valderas, 1995).

varon a término una obra no especificada, haciafinales del s. II o las primeras décadas del s. I a.C.(Abascal y Ramallo, 1997, p. 460 y ss., n.º 217;Díaz Ariño, 2004; ídem, 2008, p. 137 y ss., n.ºC50). Entre ellos se cuentan cuatro ingenui, doslibertos y dos esclavos. Nos interesa particular-mente uno de estos últimos, cuyo nombre se res-tituye Pil(ippus) · Pontili(enorum) · M(arci et) /C(aii) · s(eruus).

Existen otras dos inscripciones con mención amagistri que hay que suponer miembros de collegiaprofesionales en la zona, concretamente la de Car-tagena que hace referencia a la construcción depilas · III · et · fundament(a) · ex / caement(o), quealgunos autores han interpretado como obra por-tuaria (Abascal y Ramallo, 1997, p. 71 y ss., n.º1; Díaz Ariño, 2004; ídem, 2008, p. 99 y ss., n.ºC10), y la que presenta el mosaico del yacimientometalúrgico de Loma de Herrerías, en Mazarrón(vid. infra). Paralelos directos de estas corporacio-nes se conocen por inscripciones de Capua, data-das entre 112 y 71 a.C.; Minturnae, del 1.er terciodel s. I a.C.; Aquileia, hacia la 1.ª mitad del s. Ia.C., y las asociaciones de itálicos de Delos, data-das entre la 2.ª mitad del s. II y el 1.er tercio del s.I a.C. (Díaz Ariño, 2002).

MazarrónPor lo que respecta a las minas de Mazarrón,

da la impresión de que el esquema no era muy di-ferente. Aquí las explotaciones romanas se encuen-tran en los cabezos de San Cristóbal y Los Perules,Pedreras Viejas y Coto Fortuna (Antolinos, 2008),a 3-10 km. del mar.

También aquí, en la llanura litoral y sobre todoen la línea de costa se localizan algunos asenta-mientos con evidencias claras de haber albergadoactividades metalúrgicas, y con grandes cantidadesde productos importados.

El yacimiento del Escorial del Alamillo, exca-vado parcialmente por M. Amante, mostraba es-coriales y restos de posibles hornos de fundición,además de una zona residencial. Estuvo activo enel s. II a.C., señalando su abandono un estrato que

contenía ánforas Dressel 1 A, Lamboglia 2, MañáC 2B, Campaniense A forma L 5, una lucernaDressel 2, paredes finas Mayet III y dos ases deSaitabi y Sagunto. Un contexto de finales del s. II-inicios del I a.C. (Amante et al. 1995).

A medio camino entre los yacimientos minerosdel área de Mazarrón y el litoral se localiza unazona rica en vestigios romanos relacionados conlas labores metalúrgicas. Aparecen abundantes ce-nizas, escorias y cerámicas romanas. Un sector delmismo, denominado Loma de Herrerías, fue ex-cavado por Ramallo Asensio, resultando el ha-llazgo de un horno, un pozo, piletas y estructurasde habitación, entre las que destaca una estanciaque presenta un pavimento de opus signinum conla inscripción [—-]um fac(iendum) / heisce mag(is-treis) cur(auerunt) Sele[ucus—-] / [—-] Caeli[us—-] / [——-]. (Ramallo, 1983; Díaz Ariño, 2002;ídem, 2008, p. 140-141, n.º C52).

El registro cerámico abarca desde campanien-ses A a sigillatas itálicas, es decir, desde el s. II a.C.al cambio de Era, aproximadamente. El estudiopor J. Molina de los 321 bordes de ánfora recu-perados arroja las siguientes cifras: 1 Grecoitálica;124 Dr 1; 136 Lamboglia 2; 28 Mañá C 2; 7 LC67; 1 H 70; 3 Dr 7-11; 1 PE 17; 1 PE 18; 2 PE25; 1 Rodia. Estos datos no dejan lugar a dudassobre el período de mayor actividad en el lugar,que corresponde a la 1.ª mitad del siglo I a.C.(Molina, 1997, p. 66-69).

En el extremo oriental de la llanura costera delPuerto de Mazarrón existe una gran área inme-diata a la costa, a ambos lados de la carreteraPuerto de Mazarrón - La Azohía, donde se con-centra una serie de yacimientos contiguos de ca-racterísticas similares.

En realidad se podría considerar que los yaci-mientos denominados La Gacha, Finca de DoñaPetronila y El Florida/Finca del Tío Bartolo cons-tituyen un único complejo metalúrgico de épocatardorrepublicana. Efectivamente, las excavacionesde urgencia dirigidas por J. S. Barba en La Gachaprevias a la construcción del Centro Oceanográ-fico, en 1986-87, inéditas, además de la campaña

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de sondeos de F. Fuentes en la Finca de Doña Pe-tronila en 2004, y nuestras prospecciones super-ficiales en El Florida/Finca del Tío Bartolo en2005, revelan la existencia de tres núcleos conabundantes escorias y en funcionamiento en elmismo período.

El período de apogeo de este complejo corres-ponde a finales del s. II a.C.-1.ª mitad del s. I a.C.En la Finca de Doña Petronila se documentaronmuros muy anchos de buena fábrica, abundantesescorias de plomo y hierro, éste último mayorita-rio, y cerámica desde mediados del s. II a.C. (unsolo borde de ánfora Grecoitálica) a mediados delI d.C. En nuestros muestreos de 2005 en el sectorcitado, se recuperaron campanienses A y B deCales, y sobre todo fragmentos de ánforas Dr. 1 yLamboglia 2, además de algunos ejemplares béti-cos.

Otros puntos de la costa como El Caraleño, enel extremo occidental de la llanura costera, tam-bién presentan en superficie escorias y material ce-rámico abundante.

Por otra parte, parece que la actividad mineraintensiva en el área de Mazarrón se prolongó pormás tiempo, quizá hasta finales del s. I d.C. EnCoto Fortuna aparecen también cerámicas tardo-rromanas en superficie que sugieren una posiblereanudación de la explotación, en cualquier caso,poco importante (Ramallo y Arana, 1985).

ÁguilasPor lo que respecta a Águilas, también aquí se

han localizado asentamientos costeros asociados aescorias de fundición de época republicana, enconcreto los de La Galera y El Puertecico-PocicoHuertas (Hernández, 1995), pero no han sido ex-cavados.

La producción y comercialización del plomo enCarthago Noua

Entre los usos del plomo en el mundo romanofigura en primer lugar la fabricación de cañeríaspara conducciones hidráulicas, así como grapaspara la fijación de piezas arquitectónicas; además,

se empleaba en proyectiles de honda, en la fabri-cación de urnas funerarias, pesas de balanza, etc.También se empleaba, como hemos visto anterior-mente, en la copelación de los minerales argentí-feros no plúmbeos, como los de la zona deRiotinto (Huelva), de donde procede un lingotecon sello CARTHAGO NOVA, sobre el que vol-veremos más adelante. En náutica el plomo teníadiversos usos, tanto en pesas para la pesca en muyvariados formatos, como en la confección de unbuen número de piezas que aparecen en los pe-cios.

El uso mayoritario en los barcos republicanosera en la fabricación de las anclas (fig. 9): la típicaancla de este período, hasta que prevalece la dehierro, era la formada por una caña y dos brazosde madera de sección cuadrada, unidos en ánguloagudo en la cruz con el refuerzo de un zuncho deplomo. En la parte superior de la caña se disponía,en perpendicular al plano de los brazos, un cepo,pieza alargada y muy pesada, cuyo ensamblaje ala caña se hacía mediante una caja hueca en el cen-tro del cepo. Este ensamblaje solía hacerse durantela fundición del cepo, practicando una perfora-ción en el madero de la caña para que el plomofundido penetrara por ella, logrando así una per-fecta cohesión de ambas piezas. En el extremo su-perior de la caña se disponía el arganeo, la pieza ala que se amarraba el cabo, que podía ser de plomocon un ojo para el amarre, o cualquier otro tipode amarre simple. También podía llevar el anclauñas de plomo recubriendo el extremo de los bra-zos, para mayor resistencia. Una vez echada elancla, el peso del cepo hacía a este caer horizon-talmente al fondo, obligando a una de las uñas aclavarse. Cepos de plomo se han hallado en la ma-yoría de los pecios republicanos, y muchos aisla-dos, sin duda por pérdida. Es llamativo tanto elpeso de algunos de ellos, de hasta varios cientosde kilos, como el hecho de que a veces aparecenvarios en el mismo pecio, de pesos muy dispares.Esto se debe a que los barcos, según el tipo defondo, y sobre todo para ciertas maniobras, nece-sitaban no solo anclas de repuesto, sino también

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Figura 9. Cepos de ancla hallados en aguas de Cartagena (Mas, 1979).

anclas de diversos tipos y tamaños. Por ejemplo,se puede avanzar contra el viento o la corriente,siempre que la profundidad no sea demasiada, lle-vando un ancla en un bote de remos a cierta dis-tancia, fondeándola, y cobrando después desde elbarco hasta llegar a ella, para repetir la maniobratantas veces como sea necesario. Así se podía en-trar y salir de ensenadas y cursos fluviales.

Para conocer la profundidad se empleaba el es-candallo, una sonda de plomo. Los que tienenforma de campana con surcos o resaltes en el in-terior permitían rellenarlos de grasa y, examinandoel material adherido, determinar el tipo de fondo,algo muy útil para la pesca y en los mercantes,para elegir el lugar de fondeo y el tipo de anclamás conveniente.

Otro uso muy frecuente en barcos romanos esel de recubrir la obra viva (parte sumergida delcasco) con plomo laminado, fijando los paños alcasco con pequeños clavos, lo que evitaba el ata-que de moluscos xilófagos muy dañinos, especial-mente el llamado broma o teredo naualis.

Por otra parte, llama la atención la frecuenteaparición en los pecios de unas anillas de plomode unos 10 cm de diámetro con sección hemisfé-rica, demasiado delgadas para usos mecánicos(lám. 9). Creemos que se trata de plomo en brutopara ser empleado en pequeñas cantidades, comer-cializado en un formato fácil de elaborar (bastatrazar un círculo en un material blando con uninstrumento redondeado y verter plomo fundido),y de transportar, pues bastaría con atarlas.

Entre los años 70 y 80 se recuperaron en laplaya de Las Amoladeras, en el cabo de Palos, dis-tintos materiales que formaban parte sin duda delcargamento de una embarcación cargada con ma-nufacturas de plomo. La información transmitidapor J. Mas se refiere a hallazgos casuales de buce-adores deportivos y a prospecciones, destacandola gran dispersión del yacimiento, que se explicapor tratarse de una zona de escasa profundidad yexpuesta a los vientos de Levante. Se recuperaronpiezas tales como tuberías de diversos tamaños,codos, ensamblajes, figuras de ornamentación,

glandes de honda, pesas, lañas, plomos para pescary otros objetos de uso común, además de cuatropiezas monetiformes de plomo que recuerdan aotras semejantes de Sierra Morena (Mas, 1979, p.120). También se recuperaron en este lugar tégulasy fragmentos de ánforas Lamboglia 2 y Dressel 1,y un colgante fálico de oro (Mas, 1985, 162). C.Domergue, por su parte, refiere el hallazgo de pi-rita y galena pobre en plata, y de dos lingotes deestaño (Domergue, 1987, p. 356-357). La revi-sión de la documentación conservada en elCNIAS por A. Miñano incorpora con esta proce-dencia dos anclas de hierro, un borde de dolium,fragmentos de una vasija de plomo, un aro deplomo, un pasador de plomo, clavos y otros obje-tos de cobre, una cazuela metálica fragmentada yfragmentos de ánforas indeterminadas (Miñano,2006). A pesar de que la información disponiblees confusa, se trata de un lote muy interesante queinforma de la producción de numerosos objetosen fundiciones del distrito minero, y que parecenformar parte de un cargamento de redistribuciónacompañado de ánforas itálicas.

En cierto período de la producción minera seprodujeron importantes cantidades de plomo enbruto para su exportación. Se presenta en lingotes(lám. 10) con un formato normalizado, con baseplana rectangular de alrededor de 45-50 cm delargo y 9-10 de ancho, por unos 9 de alto. El pesosuele ser de alrededor de 32 kg, equivalente a 100libras romanas. Estos lingotes presentan secciónredondeada en el lomo (tipo I de C. Domergue),y casi siempre de una a tres cartelas rectangularescon inscripciones y símbolos figurativos, éstos ge-neralmente relacionados con el comercio y la na-vegación, como anclas, caduceos y delfines. Aquífiguran habitualmente el nombre de uno o dospersonajes, constituyendo un corpus de producto-res metalúrgicos de valor inestimable para el estu-dio de la industria minera (fig. 10).

Del mismo hecho de marcar los lingotes sepuede inferir que existía un cierto control de laproducción por parte de la Administración, pueses muy probable que los portoria o tasas de expor-

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tación hubieran de ser estimados por funcionariosen horrea o almacenes comunes donde era impor-tante consignar la procedencia de cada pieza.

Tratándose de un formato destinado al procesode comercialización, resulta lógico que la mayoríade los lingotes aparezcan en yacimientos relacio-nados con dicho proceso, mejor que en las insta-laciones productivas, o en las zonas de consumo,donde serían procesados y transformados, per-diéndose la valiosa información epigráfica.

Por este motivo, los hallazgos subacuáticos co-bran una importancia máxima en el estudio deestas massae plumbeae. No faltan hallazgos en tie-rra firme en toda la cuenca occidental del Medi-terráneo, pero se trata casi siempre de hallazgosantiguos y sin contexto claro. En cambio, los pe-cios resultan fiables en cuanto a la sincronía de losmateriales presentes en ellos, lo que resulta deci-sivo. Solo en los pecios se han podido establecerrelaciones seguras entre lingotes y material data-ble, y entre distintos productores cuyas marcascoinciden en un mismo lote.

No obstante, conviene manejar con prudenciamuchos datos de origen submarino, por cuantoque abundan los lingotes hallados aislados o co-nocidos por recuperaciones con pocas garantías, y

en ciertos casos solo se han recuperado los lingo-tes, despreciando todo lo demás. También se dancasos de hallazgos en zonas portuarias con materialdiacrónico, y otros en que los materiales asociadosno permiten precisiones satisfactorias en cuanto aorigen o cronología.

Por ello, no es nuestra intención presentar uncatálogo exhaustivo de sellos o yacimientos, sinoutilizar un conjunto concreto de hallazgos subma-rinos que aportan datos para el estudio de la pro-ducción y difusión del plomo, tanto en lo que serefiere a sus aspectos técnicos como jurídicos y co-merciales.

La presencia de lingotes de plomo en los barcosresponde a tres circunstancias diferentes: en primerlugar, el fenómeno de la exportación a gran escala,con el único caso conocido del pecio de Mal diVentre, con cerca de 1000 lingotes a bordo; por otraparte, cargamentos con un número de lingotes deunas decenas, que se enmarcan en el tráfico de re-distribución como podrían ser los de Escombreras2, el Bajo de Dentro o el Nido del Cuervo, todosen las proximidades de Cartagena; finalmente, losque portan un número reducido de lingotes, quepor su escaso número o por la evidencia de que en

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Lámina 9. Anilla de plomo. Yacimiento submarino de la isla de Es-combreras, 1997-2002.

Figura 10. Sellos en lingotes de plomo de Carthago Noua (Domer-gue, 1966).

Lámina 10. Lingotes de plomo de Carthago Noua (Domergue, 1966).

el momento del hundimiento se encontraban enuna operación comercial sin conexión con el tráficode plomo, hay que interpretar que portaban ciertacantidad de este metal como reserva a bordo paralos numerosos usos náuticos del mismo. En esta ca-tegoría entran los pecios de Mahdia, Madrague deGiens o Capo Testa, entre otros. Hay que advertirque en estos casos, un lingote puede haber perma-necido a bordo durante cierto tiempo, del mismomodo que se detectan en muchos pecios, entre losútiles de uso particular de los tripulantes, piezas ma-nifiestamente más antiguas que el cargamento. Demodo que la datación del cargamento solo puedegarantizar un terminus ante quem para la produc-ción del lingote de plomo.

· Mal di Ventre (Cerdeña).Hundido en la costa oriental de Cerdeña, es

un mercante para el cual se proponen dimensiones

de más de 30 m. de eslora. Presenta grandes clavosde 80 cm de largo para el refuerzo de la quilla y laaparadura, lo que indica su especialización en eltransporte de productos pesados, como el plomoque compone el cargamento.

A proa se localizaron tres cepos de plomo, uno deellos de más de 500 kg, y a popa un ancla de hierro.El casco presenta recubrimiento exterior de plomo.

El cargamento se compone de lingotes deplomo (lám. 11), de los que se han recuperado983 ejemplares (Salvi, 1994; Bigagli, 2002):

- 643 lingotes SOC · M · C · PONTILIE-NORVM · M · F (alrededor del 10% de éstos pre-sentan además una marca impresa en frío: PILIP.

- 66 lingotes M · C · PONTILIENORVM · M · F.- 83 lingotes Q · APPI // (delphinus) // C · F

(ancora).- 54 lingotes L · CARVLLI · L · F · HISPALI · MN.

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Lámina 11. Pecio de Mal di Ventre, Cerdeña (Salvi, 1994).

- 1 lingote C · VTIVS · C · F // (delphinus).- 1 lingote CN · ATELLI · T · F · MEN.- 1 lingote L · [PLA]NI · L · F · // (delphinus)

// RVSSINI.- 1 lingote (caduceus) // L · APPVLEI · L · L ·

PILON // (delphinus).- 1 lingote (caduceus uel ancora) // + PINARI ·

M · F // (delphinus).- El resto son ilegibles.Entre las piezas que componen el ajuar de la tri-

pulación se localizaron una daga y 200 proyectiles dehonda de plomo, así como algunas ánforas Dr. 1B.

· Escombreras 2 (Cartagena).Hundido hacia el 80 a.C. (vid. supra), con án-

foras itálicas del Tirreno Dr. 1 A, B y C, y delAdriático, Lamboglia 2, Apani V y VII; además,barniz negro de Cales, lucernas Ricci G, vajilla decocina de engobe Rojo Pompeyano, kalathoi ibé-ricos y lingotes de plomo (lám. 12). Se recupera-ron lingotes de este pecio en 1962-63 por partede buceadores del Centro de Buceo de la Armada(Domergue, 1966), más tarde en las excavacionesdel CNIAS de 1988, y finalmente en las de 1997-2002 dirigidas por J. Pinedo y D. Alonso. El con-junto total se compone de los siguientes lingotes:

- 16 lingotes (delphinus) // C · AQUINI · M ·F // (ancora).

- 2 lingotes L · PLANI · L · F // (delphinus) //RVSSINI.

- 2 lingotes C · FIDVI · C · F // S · LVCRETI · S · F.- 1 lingote SOC. BALIAR (?)1.Este pecio, cuyos materiales se encontraban

muy dispersos y entremezclados con los de otroscargamentos posteriores, cabe interpretarlo comoun cargamento de redistribución destinado a unpuerto próximo, dada la variedad de productos ysus orígenes diversos.

· Bajo de Dentro (Cabo de Palos, Cartagena).Hundido frente al cabo de Palos, al Este de

Cartagena. En 1965 buceadores de la Armada Es-pañola recuperaron 15 lingotes (Domergue,1966). Los restantes 27 fueron recuperados por J.Mas en 1972-73 (Mas, 1979, p. 120-122; ídem,1985, p. 162-163). De este pecio no se conocenada más que los 42 lingotes recuperados en total,de los cuales 2 son ilegibles, y un ánfora Lambo-glia 2 hallada en los alrededores.

- 16 lingotes M · AQVINI · C · F.- 16 lingotes L · PLANI · L · F // (delphinus) //

RVSSINI.

MINERÍA Y TRÁFICO MARÍTIMO. PECIOS Y ENCLAVES COSTEROS PARA EL ESTUDIO DE LA ACTIVIDAD MINERA EN CARTHAGO NOVA

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1 El yacimiento submarino de la isla de Escombreras com-prende el pecio Escombreras 1, bien delimitado estratigráfica-mente, y un estrato en el que se encontraba entremezcladomucho material con un arco cronológico muy amplio. La con-clusión es que se trata de naufragios sucesivos muy batidos. Elmaterial se atribuye a cada cargamento en función de su cro-nología, más que por su situación topográfica.En 1999, con los trabajos de excavación (1997-2002) en curso,se planteó la exposición “Metamorfosis. El puerto de Carta-gena ante el Tercer Milenio” y se nos encargó un texto divul-gativo para un pequeño volumen de tirada limitada; en esemomento, Escombreras 2 nos parecía un mercante de alturaproveniente de Italia, datado en la 1ª mitad del s. I a.C.; Es-combreras 3, en cambio, se revelaba como un cargamento deredistribución con material hispánico abundante, y en estecontexto señalábamos que los lingotes “podrían” formar partedel cargamento, que datábamos en época augustea, “próximaal cambio de Era”. Recordemos que ésta no era una cronologíadescabellada, que había sido postulada por algunos autores, yque el lingote de la SOC. BALIAR podía apoyarla.Todo lo dicho en esta publicación estaba bajo la premisa de

que “con los trabajos todavía en curso, y muchos materiales enfase de limpieza y desalación, la caracterización de los carga-mentos puede sufrir, y sufrirá, importantes modificaciones ymatizaciones cuando contemos con la documentación com-pleta”.En poco tiempo, nuestra opinión varió al interpretar Escom-breras 2 como un cargamento de redistribución, en el que cua-dra mejor una veintena de lingotes cartageneros, pero ya estabaen preparación el trabajo de A. Poveda (2000), que daba porcierta la primera versión a pesar de las advertencias citadas.En 2004 se promovió la exposición “Scombraria. La Historiaoculta bajo el Mar”, en cuyo catálogo ya atribuíamos los lin-gotes a Escombreras 2. La inclusión del de la SOC. BALIAR(tipo I de Domergue, como los demás) en el lote se hizo porsimple asimilación, sin considerar otra posibilidad.No obstante, como el lingote de la SOC. BALIAR se halló enun punto a cierta distancia de los demás, los cuales hasta dondesabemos estaban todos en una zona reducida, y ciertamenteencaja mal con los modos de explotación de la 1ª mitad del s.I a.C., y mucho mejor con los de época augustea, podríamosadmitir que éste, y solo éste, corresponda a Escombreras 3.

- 5 lingotes M · SEX · CALVI · M · F.- 1 lingote (delphinus) // C · MESSI · L · F.- 1 lingote (delphinus) // C · VTIVS · C · F //

(caduceus).- 1 lingote M · [ ] I · M · F.· Mahdia (Túnez).Descubierto por buzos esponjeros en 1907, se

estima que se hundió hacia el 80 a.C., con un car-gamento de piezas arquitectónicas y obras de arteprocedentes de Grecia. Llevaba 12 lingotes (Mer-lin, 1912):

- 6 lingotes M · PLANI · L · F // (delphinus) //RVSSINI.

- 3 lingotes CN · ATELLI · T · F · MENE.

- 2 lingotes L · PLANI · L · F · RVSSINI // (ancora).· La Madrague de Giens (Hyères, Francia).Considerado el pecio clásico más grande exca-

vado hasta la fecha, se hundió hacia el 70-50 a.C.,con un cargamento de unas 6000-7000 ánforasitálicas Dr 1B y vajilla de barniz negro, además dealgunas otras ánforas de tipos diversos. El cascotenía recubrimiento de plomo. Llevaba 4 lingotesestibados en un lugar accesible para su uso a bordo(Tchernia et al., 1978; Domergue et al., 1974):

- 2 lingotes L · CARVLI · L · F · HISPALLI ·MEN.

- 2 lingotes C · VTIVS · C · F // (delphinus).· Capo Testa B (Cerdeña).

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Lámina 12. Lingote de plomo in situ. Yacimiento submarino de la isla de Escombreras 1997-2002.

Hundido en el estrecho de Bonifacio, se tratade un mercante especializado en el transporte deproductos metálicos, a juzgar por los clavos debronce que reforzaban su estructura, de un modosimilar al barco de Mal di Ventre. Llevaba unacarga de barras de hierro, al parecer de origen itá-lico o gálico, y 4 lingotes de plomo (Gandolfi,1985; ídem, 1986; Bigagli, 2002):

- 2 lingotes C · VTI · C · F · MENEN.- 2 lingotes CN · ATELLI · CN · L · BVLIO.Entre los elementos metálicos presentes en el

barco figura una gran ancla de hierro, junto condos cepos de anclas de plomo, uno de 1,55 m delongitud y el otro de 0,31 m. El casco presentabaforro exterior de láminas de plomo.

Otro elemento a bordo era un casco de broncetipo Montefortino B, que se data ya entrada la 1ªmitad del s. I a.C (Gianfrotta, 1981, p. 237).Entre los materiales de a bordo figuran algunasánforas Dr. 1B, que apoyan dicha cronología.

Una primera constatación de C. Domergue apropósito de los lingotes hallados en los años 60en Escombreras II y el Bajo de Dentro (Domergue,1966, p. 69 y ss.) indica que en la serie de 12 piezasde C·AQVINI·M·F y en la de 10 deM·AQVINI·C·F, los lingotes presentaban cartelasidénticas, pero la disposición de éstas en el moldemostraba ciertas diferencias entre unas piezas yotras, resultando que en el primer caso, para unlote de 12 piezas sólo tres procedían de un mismomolde o lingotera, lo que arroja un total de 9 mol-des distintos; en el segundo caso, había un grupode cuatro y otro de tres, lo que nos lleva a una cifrade 5 moldes. Esto apunta a una producción engrandes coladas, en las que son necesarios muchosmoldes a la vez. Toda vez que las inscripciones segraban en las lingoteras utilizando una sola matrizpara cada cartela, se explica que de un molde a otroexistan ligeras variantes en la disposición exacta delas mismas. Conocemos dos matrices de plomocon letreros en negativo, halladas en la zona minerade Mazarrón (Domergue, 2005, n.º 66-67).

Lingotes de algunos productores aparecen nosólo en los conjuntos que estamos considerando,

sino también en otros hallazgos tanto submarinoscomo terrestres repartidos por todo el Mediterrá-neo occidental. Cuando un productor aparece re-petidas veces, suelen documentarse diversasvariantes de los sellos, pero esas variantes no apa-recen juntas en ningún lote. Es decir, en unmismo cargamento no aparecen sellos diferentesde un mismo productor. Como ejemplo podemosconsiderar los lingotes de L. Planius Russinius:

L · PLANI · L · F // (ancora) aparece en unejemplar del puerto de Cartagena y diez de Cian-ciana (Sicilia); L · PLANI · L · F · RVSSINI // (an-cora), en Mahdia y uno del Sur de Francia; L ·PLANI · L · F // (delphinus) // RVSSINI, en elpuerto de Cartagena, Escombreras 2, Bajo deDentro, Denia (Alicante), Mal di Ventre y Ripa-transone (Sicilia); y L · PLAANI · L · F · RVSSINIen Cala Cartoe (Cerdeña).

Una excepción sería el caso de los lingotes deMal di Ventre pertenecientes a la Societas consti-tuida por los hermanos Marcus y Gaius Pontilieni.

De este hecho se pueden extraer posibilidadesdiversas. Podría tratarse de una diferenciación enfunción de la explotación concreta de la que pro-ceden las piezas, suponiendo que un mismo pro-ductor explotara varios pozos a la vez, o dispusierade varias fundiciones, o cualquier otra diferencia-ción por razones de organización interna. Sin em-bargo, nos inclinamos más bien por dar a estasvariantes un sentido cronológico. Así, podría serque a la renovación de las concesiones mineras(cada cinco años en los procedimientos habitualesde locatio censoria) corresponda una alteración dela marca comercial, con el fin de que a efectos ad-ministrativos se puedan distinguir claramente losstocks correspondientes a cada período; pero tam-bién hay que considerar que se trate de un hechocarente de intencionalidad práctica, y que sola-mente responda a cambios arbitrarios en el diseñode los sellos, cuyas matrices, hechas de plomo, ten-drían una duración limitada y deberían renovarsecada cierto tiempo.

Si, como proponemos, la variabilidad de lossellos tiene algún valor cronológico, eso permitiría

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otorgar a los hallazgos distintos en los que los se-llos coinciden una cierta proximidad cronológica,que desde luego necesitaría ser contrastada con losdemás elementos datables asociados. Más adelantevolveremos sobre este tema.

Las minas de Carthago Noua presentan una ca-racterística particular, que se ha constatado per-fectamente en los hallazgos de restos de laboresmineras en la propia sierra, y que tanto la epigrafíade las massae plumbeae como los indicios que ofre-cen las fuentes sobre el régimen jurídico bajo elque se organizaba la explotación confirman, y esla gran fragmentación del espacio minero. Segúntodos los indicios, el Estado romano prefirióarrendar la explotación de las minas comparti-mentando de alguna manera el espacio y cedién-dolo mediante locatio censoria a individuosparticulares o asociaciones de dos de ellos en lugarde arrendar el conjunto de la explotación a gran-des societates. Estas sólo aparecerán más tarde, qui-zas ya en época augustea, bajo circunstanciasorganizativas muy distintas (Domergue, 1990, p.260 y ss.; Orejas, 2005, p. 63 y ss.). A mediadosdel s. I a.C., Diodoro señala que “Cuando los ro-manos van adueñándose de Iberia, itálicos en grannúmero atestaron las minas y obtenían inmensas ri-quezas por su afán de lucro. Comprando gran canti-dad de esclavos los ponen en manos de los capatacesde los trabajos en la mina” (Diodoro, V, 36).

Resulta significativo que en los cargamentosque transportan plomo comercializado, y nocomo reserva, existe una notable variedad de pro-ductores. El caso de Mal di Ventre es extremo:mientras unos productores están representadoscon cientos de lingotes, otros aportan solamenteuno. Esto nos sugiere una centralización de todala producción en un solo lugar, evidentemente enCartagena, donde el metal sería puesto en circu-lación por agentes independientes, que serían losque promoverían su embarque y distribución.

Toda vez que los lingotes incorporan los no-mina de un numeroso grupo de concesionarios deestas explotaciones, se han multiplicado los estu-dios prosopográficos tendentes a identificar a estos

personajes. En la mayoría de los casos se ha con-cluido que son individuos de origen itálico, ma-yoritariamente de la Italia meridional. Domergue,1990; Díaz Ariño, 2008). En numerosos ejem-plos, las cartelas expresan con claridad la adscrip-ción de estos individuos a una de las tribus quetodo ciudadano tenía asignada a efectos de voto:concretamente, Cn. Atellius, L. Carulius Hispallus,Q. Seius Postumius y C. Vtius pertenecen a la tribuMenenia, que fue a la que se adscribieron diversasciudades del sur de la Campania después de queen el 89-88 a.C., tras el bellum sociale, se conce-diera la ciudadanía a los itálicos. Tal debe ser tam-bién la forma de acceso a la ciudadanía de C. y M.Pontilieni, de la tribu Fabia, a la que quedó ads-crita la ciudad de Asculum Picenum, su posiblelugar de origen. M. y C. Roscieis y P. Turullius, ads-critos a la tribu Maecia, estarían en el mismo caso.

Ahora bien, uno de estos personajes cuyos lin-gotes aparecen en diversos lugares, incorpora lamención de su tribus sólo en una de las variantesde su marca: se trata de C. Vtius C. f., que produjolingotes con tres versiones diferentes de sellos: elsello (delphinus) // C · VTIVS · C · F // (caduceus)aparece en un lingote del Bajo de Dentro; el selloC · VTIVS · C · F // (delphinus) se encuentra enlingotes de la Madrague de Giens, en Mal di Ven-tre y Punta Falcone en Cerdeña, en Mazarrón yen Aquileia (Italia). Por su parte, el sello C · VTI· C · F · MENEN, el único que indica la tribu delpersonaje, se localiza en ejemplares de Mazarrón,Cartagena y en el pecio de Capo Testa (Cerdeña).

El hecho de que ciertos productores incluyanunas veces en sus marcas la tribus a la que perte-necen y en otras no lo hagan se ha interpretadocomo indicador cronológico, de manera que loslingotes en que no se hace mención de la tribudeben considerarse anteriores a la obtención de laciudadanía, y posteriores los que sí la incluyen(Domergue, 1990, 323).

Repasando los conjuntos de sellos de los lin-gotes de los pecios relacionados más arriba vemosque sólo algunos individuos aparecen asociados auna tribus. Sin embargo, la sola presencia de uno

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de ellos bastaría para datar un conjunto con pos-terioridad al bellum sociale. Esto daría un terminuspost quem indiscutible en los primeros años 80 dels. I a.C. a los pecios de Mahdia, Mal di Ventre, LaMadrague o Capo Testa. Por su parte, Escombre-ras 2, que no contiene sellos con indicación tribal,está datado con precisión por sus campanienses Bhacia 80 a.C. Por lo que respecta al lote del Bajode Dentro, que tampoco contiene lingotes conadscripción tribal, la coincidencia de sus sellos conlos de los otros lotes es casi total, de modo que noparece aventurado otorgarle una cronología seme-jante. Cabe preguntarse entonces si es que los per-sonajes que no incluyen nunca la tribu en sumarca no eran ciudadanos romanos, y si en el casode Gaius Vtius debe entenderse que por algún mo-tivo éste recibió la ciudadanía tardíamente. Encualquier caso, no encontramos desde el punto devista epigráfico ningún inconveniente para exten-der a todos los pecios considerados el terminus postquem de mediados de los años 80 a.C. para los lin-gotes, considerando un período de margen desdela promulgación de la lex Plautia Papiria en el 89a.C. hasta la conclusión del proceso administra-tivo subsiguiente.

Desde luego, no era necesario ser ciudadanopara acceder a una concesión minera. En el elencode negotiatores mineros aparece cierto número delibertos, tanto solos como en asociación con inge-nui: L. Appuleius L. L. Pilon(is), de origen griego,sella un lingote de Mal di Ventre; Cn. Atellius Cn.L. Bullio(nis?), quizá indígena, aparece en CapoTesta; un L. Aurunculeius L. L. At., con nomenatestiguado en Cartagena, aparece en un lingotede la mina de El Palomino, en Huelva; por úl-timo, M. Laetilius M. L. aparece asociado a L.Gargilius T. F. en un lingote del sur de Francia. Encasi todos los casos aparecen en otros lingotes losnombres de sus posibles patronos. Esto nos llevaa considerar si los individuos que gestionaban insitu las explotaciones no serían terceras personas,a menudo libertos o esclavos reclutados por su ex-periencia en tales tareas, y entre los que podemosincluir a Pilippus, el esclavo de los Pontilieni que

conocemos por la inscripción de Cala Reona y porlos resellos de los lingotes de Mal di Ventre. En al-gunos casos, estos personajes gozarían de una po-sición económica que les permitiría emprendernegocios mineros por su cuenta, e incluso practi-car el evergetismo, como demuestra la inscripciónsobre un pavimento de opus signinum en el sace-llum del Cabezo Gallufo, en las afueras de Carta-gena (Amante et al., 1995).

Se trata de un lugar de culto que sufrió diversasreformas; en su última fase se efectuaron ciertasampliaciones y se dispuso un pavimento con la si-guiente inscripción: M(arcus) · Aquini(us) ·M(arci) · l(ibertus) · Andro // Ioui · Statori · de suap(ecunia) qur(avit) // l(ibens) m(erito)

El contexto cerámico incluye ánforas Dr. 1,Lamb. 2 y Mañá C2. Se trata sin duda de un li-berto del mismo M. Aquinius C. f. que conocemospor sus lingotes de plomo.

Con estas evidencias, cabe preguntarse si losnumerosos personajes cuyos nomina están atesti-guados en el ambiente minero a principios del s.I a.C. y que figuran más tarde en la epigrafía y lanumismática de la Carthago Noua colonial ocu-pando altas magistraturas eran descendientes delos patronos titulares de las minas o más bien deestos libertos acaudalados, que residían efectiva-mente en la zona en ausencia de sus patronos yque terminaron por constituir la aristocracia localque se hizo con los cargos públicos más relevantesde la colonia. Dejamos la cuestión en este punto,en manos de estudiosos más autorizados que nos-otros.

La datación de los lingotes hallados en con-texto submarino, que necesariamente hay que es-tablecer a través del estudio de sus materialesasociados, participa de la imprecisión que afecta abuena parte de éstos. Sin embargo, por una parte,contamos con el apoyo de algunas buenas data-ciones, como Escombreras 2, que podemos llevarhacia el 80 a.C. o Madrague de Giens, del 70-50a.C. Por otra parte, no se conocen casos de lingo-tes asociados a Campaniense A media, ni a carga-mentos de ánforas Dressel 1 exclusivamente de la

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variante A, sino que predominan las Dr. 1 B y C,particularmente las primeras. Esto conviene a unadatación ya entrado el s. I a.C –la datación con-sular más antigua en una Dr. 1 B es de 96 a.C.(Pérez Ballester, 1995)–. En el caso del Bajo deDentro, el ánfora Lamboglia 2 recuperada en elmismo lugar responde a un diseño formal propiode etapas avanzadas de su evolución, y por tantoes perfectamente datable alrededor de 80 a.C. omás tarde.

Si admitimos que todos los lingotes de plomocon posibilidades de datación son, por uno u otromotivo, posteriores a la Guerra Social, probable-mente todos los demás también lo sean, y en esecaso deberíamos, en primer lugar, preguntarnos siel fenómeno de la comercialización de grandescantidades de plomo a partir de un determinadomomento responde a un cambio de régimen en laexplotación de las minas, que determina la llegadade nuevos explotadores con nuevos criterios co-merciales, o bien si se trata solamente de la res-puesta natural de los productores a una mayordemanda de plomo, vinculada a la intensificacióndel urbanismo y la navegación que se produce enesos momentos, sin que haya que suponer cam-bios significativos en las condiciones de explota-ción de las minas.

Para admitir la primera posibilidad, debería-mos apreciar suficientes indicios de cambio en laspropias áreas mineras. En la zona de Mazarrón,hemos visto cómo un establecimiento con activi-dad metalúrgica, el Escorial del Alamillo, quehabía estado activo durante el s. II a.C., es aban-donado en fechas muy acordes con las que esta-mos proponiendo, y en la Loma de Herrerías y elcomplejo de La Gacha se fundan nuevos estable-cimientos, o se potencian los ya existentes: en laLoma de Herrerías se construyen nuevas estruc-turas en las que destaca el mosaico de los magistri,cuyos paralelos itálicos ya hemos visto que tam-bién nos llevan a las mismas fechas.

En el sector oriental del distrito minero, CalaReona puede ser una fundación ex novo de épocasilana, como ya propuso R. Méndez, y en lo que

respecta a La Huertecica, hemos visto también in-dicios de una amplia reforma y una intensificaciónde la actividad en la época en que entran en juegolas ánforas Lamboglia 2. En Cala Reona, además,disponemos de una relación directa con los Pon-tilieni a través de su esclavo Pil(ippus), que figuraentre los magistri de la inscripción que hemos co-mentado, y que con casi total certeza es el mismopersonaje que resella los lingotes de Mal di Ventrecon la marca PILIP.

Por lo tanto, creemos que puede postularse uncambio de rumbo en la gestión de las minas deCarthago Nova con posterioridad a la Guerra So-cial. C. Domergue comentaba, al intuir el co-mienzo de esta etapa algunas décadas antes, queno podía vincularse a ningún acontecimiento po-lítico en el que se hubieran producido cambiossignificativos en la gestión de los recursos públi-cos. Pero si nuestras suposiciones son correctas ypodemos centrar el inicio de esta nueva dinámicaproductiva y comercial en tiempos de Sila, podrí-amos relacionarlo sin dificultad con los profundoscambios habidos en dicho período.

Esto nos obliga a plantear nuevas cuestiones:en primer lugar, de qué forma se habían explotadolas minas hasta ese momento; y después, quiéneseran estos personajes que resultaron beneficiadoscon las concesiones mineras en esta nueva etapa.Sobre el primer particular, ciertamente carecemosde información, pero hay un detalle que mereceser tenido en cuenta, y es el hecho de que en LaHuertecica aparece abundante litargirio en el es-trato UE 40, correspondiente a la primera fase deactividad. Esto nos inclina a pensar que duranteel s. II a.C. la explotación de las minas se centrabapreferentemente en la plata, y que el litargirio re-sultante de las copelaciones se despreciaba, o eraobjeto de una comercialización muy restringida.Enormes escoriales repletos de litargirio flanquea-rían en ese caso los talleres metalúrgicos, de modoque los nuevos explotadores dispondrían de abun-dantísimas reservas de plomo que no necesitabamás que una última reducción para alcanzar lamáxima pureza, y se entregaron a la labor, anima-

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dos bien por un aumento de la demanda, y portanto del precio, bien por la escasa rentabilidad delos filones supervivientes. Llevar esta idea al ex-tremo de imaginar que las minas fueron vendidasa particulares por considerarse ya poco rentablespara el Estado es muy comprometido (Frank,1920; cfr. Domergue, 1990, p. 231), pero es unaposibilidad que no puede excluirse, ya que la ventade ager publicus productivo fue un procedimientopuesto en práctica por Sila desde el 81 a.C. ydesde luego no entra en conflicto ni con el comen-tario de Diodoro, ni con el de Estrabon, cuandodice que las minas de Carthago Noua “en la actua-lidad no pertenecen al Estado, sino que su propiedadha pasado a manos de particulares” (Estrabón, III,2, 10), al que realmente da pleno sentido, aunqueen el momento en que éste escribía, se habían pro-ducido nuevos cambios, por lo que su testimoniono tiene por qué referirse a este momento.

Por lo que se refiere a estos personajes que, yacomo propietarios, ya como arrendatarios, sehacen cargo de las labores mineras, hay que anotarque buena parte de los nomina que figuran ennuestros lingotes, concretamente los Caluii, Furii,Lucretii, Messii, Nonii, Pinarii, Popillii, Raii, SeiioVarii aparecen en la epigrafía de Delos y de otrosgrandes centros comerciales del Mediterráneooriental (Díaz Ariño, 2008), de los que en generalcabe suponer que podían estar vinculados al co-mercio, particularmente el de esclavos, y en dis-posición por tanto de recursos financieros parainvertir en negocios tales como la puesta en mar-cha de concesiones mineras en Occidente.

Bajo esta perspectiva, cobra sentido la hipótesisde J.C. Márquez y J. Molina para explicar la pre-sencia tan abundante de productos orientales y dela Italia adriática en Carthago Noua (Márquez yMolina, 2005), en proporciones sensiblementemayores que en el resto de la cuenca occidentaldel Mediterráneo. Efectivamente, si el suministrode los esclavos necesarios para la explotación mi-nera se organizaba desde Delos y otros mercadosorientales, como parece deducirse también del ori-gen de los esclavos y libertos en la epigrafía fune-

raria de Cartagena (Abascal y Ramallo, 1997),esto tuvo que dar lugar a una verdadera línea co-mercial Oriente-Occidente que bien pudo tenerun apoyo en Apulia, proveedora de productosagroalimentarios al Mediterráneo oriental a travésde Delos en la misma medida en que la Italia Ti-rrénica lo era para las provincias occidentales. Yeste juego de intereses comerciales en el que par-ticipan personajes emparentados a ambos ladosdel Mediterráneo explica satisfactoriamente la pre-sencia abundante de importaciones tan poco co-munes en el resto del Mediterráneo occidental.Siguiendo con esta formulación, podemos enten-der que las Lamboglia 2 de Cartagena y alrededo-res den la impresión de haber irrumpido de unmodo brusco, sin una presencia significativa deejemplares de las primeras etapas de su evolución.

Por lo que respecta al final de la producciónminera en Carthago Noua, se aprecia una decaden-cia paulatina desde quizá época cesariana, comohan visto numerosos autores. En lo que se refierea los lingotes de plomo estampillados, cabe señalarque no se han documentado nunca en pecios da-tados con claridad en la 2.ª mitad del s. I a.C. In-cluso llevando la datación del pecio de laMadrague de Giens al momento más tardío posi-ble, c. 50 a.C., el marco cronológico para los lin-gotes de esta clase sería de unas tres décadas,suficiente para un solo relevo generacional, comoocurre con los C. Aquini M. f. y M. Aquini C. f.,pero no para más. No encontramos argumentossólidos para alargar la cronología de algunas piezashasta acercarlas a los documentos epigráficos y nu-mismáticos de la ciudad.

Sin embargo, la arqueología muestra una con-tinuidad cierta de las labores mineras y metalúr-gicas en ciertos enclaves, y sobre todo en el sectorde Mazarrón, donde además se han localizado lin-gotes con sellos que aluden a societates con deno-minación topográfica y no personal, lo que seinterpreta como indicio de un cambio en la orga-nización de las minas hacia el modo en que ya seexplotaban ciertos distritos de la Bética, es decir,el modelo de explotación a cargo de grandes com-

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pañías. Del Coto Fortuna procede una matriz deplomo para sellar moldes con la leyenda SOCIET,y de un lugar próximo al Cabezo de San Cristóbal,otra que dice MONT·ARGENT (Domergue,2005, nº 66 y 67). En 1907, cerca del Coto For-tuna, aparecieron lingotes con el sello SOCIET //MONT · ARGENT // ILVCRO, que se desarrollaSociet(as) Mont(is) Argent(arii) Ilucro(nensis). Enel río Tíber también fue recuperado un lingotecon la marca SOCIET · ARGENT // FOD ·MONT · ILVCR // GALENA, cuyo desarrollodebe ser Societ(atis) Argent(ariarum) Fod(inarum)Mont(is) Ilucr(onensis) Galena, es decir: Sociedadde las minas de plata del Monte Ilucro, plomodesplatado.

Estos lingotes se interpretan generalmente enel sentido de que, una vez promovida la ciudad deCarthago Noua desde su antiguo estatuto pere-grino a colonia romana, el ager publicus en el quese integraba el territorio minero pasó a ser terri-torio colonial, y que la ciudad introdujo cambiosen la gestión de las minas (Domergue, 1990; Ore-jas, 2005). En este contexto puede tal vez inte-grarse un lingote con el sello CARTHAGO NOVAhallado en Riotinto, considerando que se trate deuna explotación gestionada directamente por laciudad. En sentido contrario, la ausencia del títulocompleto de la colonia, a diferencia de otro selladoCOLON · AVGVST · FIRMA // FER, de Astigi,actual Écija, llevó a C. Domergue a proponer paraesta pieza una cronología anterior a la concesióndel estatuto colonial (Domergue, 1990).

En cualquier caso, el contexto más apropiadopara encuadrar el lingote sellado por la SOC · BA-LIAR y hallado en las excavaciones submarinas deEscombreras es precisamente este período. Topo-gráficamente, ya hemos señalado que nada nosimpide desvincularlo del lote correspondiente aEscombreras 2 (v. supra), de modo que podríamoscontemplar su atribución a Escombreras 3, cuyocargamento de redistribución puede datarse,como hemos visto, muy a finales del s. I d.C. Laposibilidad de que una Societas Baliarica, que hayque suponer que tendría su sede o centro de inte-

reses en las Insulae Baliares, estuviera en estos mo-mentos explotando o comercializando plomo deCarthago Noua o de Sierra Morena encaja bien enel marco general (Poveda, 2000).

Como quiera que en las minas de Sierra Mo-rena aparecieron precintos de plomo con las siglasS.B.A (Castuera, Badajoz), S.BA y cabeza mascu-lina en el reverso (Santa Bárbara, Córdoba), y SBen otra pieza de procedencia desconocida, cabríarelacionarlos con nuestro lingote (Alonso y Pi-nedo, 1999), aunque con la máxima reserva. Estonos introduce en la cuestión de la posible expor-tación a través de Carthago Noua de metales pro-cedentes de otras cuencas mineras.

En concreto, el distrito minero de Cástulotenía una buena comunicación con Cartagena através de la Vía Augusta, aunque también podíasacar al mar su producción siguiendo el curso delBetis hasta Cádiz. Cuando Augusto reorganizó lasprovincias hispanas, dejando al Senado la gestiónde la Bética, antigua Hispania Ulterior, y mante-niendo la Tarraconense bajo su control directo,modificó los límites de modo que Cástulo quedaraen la Tarraconense, concretamente en el ConventusCarthaginensis, con capital en Carthago Noua. Seha sugerido que esta medida obedece a que tradi-cionalmente Cartagena había sido el puerto de sa-lida de los metales de Cástulo (Gozalves, 1982, p.17). Es posible que efectivamente el puerto deCarthago Noua, especializado en el tráfico de me-tales, hubiera desempeñado esa función, y desdeluego los contactos comerciales con Cástulo sonevidentes a juzgar por la frecuencia de hallazgosde monedas acuñadas en su ceca. La presencia demineral de plomo en la isla Grosa que podría pro-ceder de Sierra Morena y las piezas monetiformesde Las Amoladeras, para las que se ha propuestoun origen castulonense (Mas, 1979), apuntan enesa dirección, pero falta confirmación analítica y,por otro lado, ni la epigrafía refleja movimientode empresarios de Carthago Noua a otros distritosmineros, ni conocemos pecios con plomo béticoque no formen parte de cargamentos con ánforasde la misma procedencia.

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Las evidencias arqueológicas en la ciudad y susalrededores inclinan mejor a considerar que lasgrandes familias enriquecidas con la industria mi-nera y atestiguadas después en las más altas instan-cias del poder en la ciudad, protagonistas de lamonumentalización de la misma, reinvirtieron suscapitales en otros sectores económicos locales, loscuales sin duda no alcanzaron ya los rendimientosde la minería. Ni la producción de salazón, cuyovolumen e importancia económica creemos que seha sobreestimado, ni el comercio derivado de laposición estratégica del puerto y su condición decabecera portuaria de un amplio conuentus logra-ron contener el declive económico de la ciudad.

BIBLIOGRAFÍA

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