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La Misión del Notario, en Cuanto Universitario, en la Sociedad Por Ramón Fraguas Massip Notario de Valencia www.juridicas.unam.mx Esta revista forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM http://biblio.juridicas.unam.mx Revista de Derecho Notarial Mexicano, núm. 70, México, 1978. DR © Asociación Nacional del Notariado Mexicano, A. C.

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La Misión del Notario, en Cuanto

Universitario, en la Sociedad

Por Ramón Fraguas Massip

Notario de Valencia

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A continuación nos permitimos insertar una conferencia dictada por el doctor don Ramón Fraguas Massip, Notario de Valencia, en las Jornadas Notariales que celebran los notarios españoles y ésta fue celebrada en Poblet, en Cataluña.

El doctor Fraguas hizo alusión a los notarios que empiezan a trabajar en pequeños poblados, ya que en España, donde la organiza- ción notarial es Única en todo el país, el notario muchas veces em- pieza una especie de noviciado en alguna de esas pequeñas poblacio- nes donde el trabajo es escaso. Llega muchas veces de distante lugar sin conocer a ninguno de los habitantes de esa población, pero también tiene en parte el libre ejercicio de la profesión de abogado y los Colegios de Notarios le ayudan a sufragar sus gastos perso- nales.

Debe señalarse que el notario, además de profesional del Dere- cho y Funcionario Público, debe formar parte y parte destacada de la comunidad concreta a la que sirve profesionalmente, integrándose en ella, participando de su problemática y colaborando decididamen- t e en su posible solución.

No puede limitarse a un trueque de servicios por dinero, por buenos que sean aquellos servicios, cerrándose a todo tipo de comu- nicación entre la comunidad y el notario.

Algún ilustre notario señaló que a veces se despoja a los pue- blos de esos pocos hombres con formación universitaria que vienen de fuera a ejercer funciones notariales o de otro tipo y contribuían a resolver las necesidades de la comunidad, elevaban su nivel cultu- ral y desarrollaban iniciativas que mejoraban la vida de esos pueblos.

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Aquí el doctor Fraguas nos señala la obligación que tenemos como profesionistas, que hemos recibido una formación y educación tanto cultural como moral para el servicio de la comunidad, y por lo tanto debemos desempeñar nuestra función de acuerdo con los principios y conocimientos que hemos aprendido y siguiendo siempre una línea de conducta de acuerdo con las enseñanzas recibidas de nuestros ma- yores y siguiendo el ejemplo de los que nos precedieron en tan el+ vada función, siempre al servicio de nuestros semejantes.

Antes de entrar al desarrollo del tema del doctor Fraguas, nos permitimos insertar el Decálogo con que cuenta el doctor don Jorge Jara Grau, notario de Guayaquil, Ecuador y que menciona el doctor Ramón Fraguas Massip en otra de esas Jornadas Españolas, cuyo Decálogo dice así :

l.-Honra tu ministerio.

2,Abstente, si la más leve duda opaca la transparencia de tu ac- tuación.

3 . R i n d e culto a la verdad.

4.-Obra con prudencia.

5.-Estudia con pasión.

6.-Asesora con lealtad.

7.-Inspírate en la equidad.

8.-Cíñete a la ley.

9.-E jerce con dignidad.

10.-Recuerda que tu misión es "evitar contiendas entre los hombres".

La Redacción.

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LA MISION DEL NOTARIO, EN CUANTO UNIVERSITARIO, EN LA SOCIEDAD

Queridos amigos y compañeros : Me dominan dos sentimientos contrapuestos : Una desbordante alegría y un justificado temor.

Desbordo alegría porque empezamos a vivir estas II Jomzadas* Sinceramente me tardaban en llegar los días de Poblet: el recuerdo de esta Sala del Abad Copons, de las meditaciones magistrales de Molina y Faus, los cambios de impresiones posteriores, y sobre todo, aquel ambiente de trabajo, de optimista esperanza y de firmes propó- sitos, que constituyó la tónica de las Jornadas, fomentaban la impa- ciencia de revivir y reproducir aquellos días, de tomar la labor don- de había quedado y proseguirla, de volver por unas horas al remanso de paz para encontrar renovados impulsos y energía para seguir en la brecha del trabajo diario.

Todo eso ya lo tengo, y con creces. Junto a las caras conocidas e ilusionadas de los compañeros de trabajo del pasado año, del entu- siasta equipo de Tarragona, que hizo y hace posibles estas Jornadas, nuevas caras esperanzadas y expectantes, de compañeros en los que ha prendido el espíritu de Poblet, y ante nosotros tres días apre- tados de convivencia, de diálogo, de búsqueda de la verdad y de la justicia en los problemas que nos plantea nuestra propia entraña corporativa y profesional, verdades que constituyen el sustrato re- ligioso, ético y social justificante de nuestro propio ser.

Pero, precisamente ese recuerdo, esta Sala y, vuestra presencia, me acobardan, me empequeñecen, haciéndome sentir el deseo de es-

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tar sentado entre vosotros en una de esas sillas, como entonces, me- jor que en esta mesa intentando desarrollar una Ponencia.

Es cierto que el tema fue elegido a instancia mía. Entonces me parecía interesante, denso de contenido, y muy dentro de la línea fundamental de estas Jornadas. Pero, creedme, a medida que el tiem- po transcurría y se aproximaba este momento, el tema se me fue di- solviendo, carente de enjundia, mermado de interés, hasta el punto de que ahora me parece comparecer ante vosotros con las manos va- cías.

Creo, sin embargo, que no es el tema el que falla, sino el Ponen- te que ha de desarrollarlo, y este convencimiento me conforta, por- que vosotros estáis ahí, y porque a las Jornadas no se viene a hacer discursos ni alardes de sapiencia, sino a entablar fructifero diálogo, con sencillez y con espíritu de humildad ; diálogo del que, con la apor- tación de todos, salga un poquito de luz que nos guíe y nos conforte en el ejercicio de nuestra profesión, sentida como vocación y servicio.

Por eso, si el tema me puede, y se me escapa o lo desenfoco, vos- otros estáis ahí para centrarlo, profundizarlo y exprimirlo hasta sus últimas consecuencias, y el fin se habrá logrado. A mi sólo me toca presentaros un esquema del mismo, que abra camino al diálogo y al estudio en el que todos vamos a participar; con vuestra inteligencia, y con la dedicación y cariño que pondréis en la tarea, el resultado será feliz. Los frutos, pues, son enteramente vuestros.

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Está muy extendida la idea de que el trabajo es una consecuen- cia del pecado original: Dios condenó a Ad&n y en él a toda k hu- manidad a trabajar.

Este común concepto, da lugar a que el hombre considere su ac- tividad laboral, profesional, como un mal del que siente la necesidad de liberarse; la postura general frente al trabajo es de repugnancia. De ahí la admiración, más o menos encubierta, o la envidia, que es otra forma de admiración, al hombre que consigue vivir "sin dar golpe", en frase popular y significativa.

El Génesis nos dice que Dios hizo al hombre a su imagen y se- mejanza, y lo puso en el Paraíso ut operetur para que trabajara. Por tanto, el trabajo constituye el destino primigenio del hombre en la tierra, y ~610 a través del trabajo, el hombre se realiza, desarro- llando los valores espirituales de los que es portador, al mismo tiem- po que cumple la voluntad del Creador. El trabajo es consustancial al hombre, como puede serlo en el orden físico el respirar, o en el intelectivo el pensar.

Si conseguimos situar esta verdad en la raíz de nuestro ser, cam- bia nuestra actitud, y el trabajo aparece como la única forma de realizar y desarrollar nuestro destino. Así como el sol alumbra, por- que para eso lo hizo Dios, igualmente el hombre trabaja, cumplien- do la misión prevista en la economía divina.

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El pecado original, lo único que determinó en el orden natural, además del dolor y la muerte, fue la fatiga, el esfuerzo, que en lo sucesivo se presentan como compañeros inseparables del trabajo; no obstante lo cual, continúa constituyendo la justificación y la esencia de ser del hombre, por cuanto en ese trabajo diario realizado con amor y competencia, está el camino de nuestra perfecta realización, que en eso estriba la santidad.

SENTIDO SOCIAL DEL TRABAJO

El hombre no vive aislado; su propia naturaleza le impulsa a completarse, uniéndose a una mujer, creando una familia, relacio- nandose con los demás hombres. Podemos decir que su espíritu exi- ge comunicación, y su debilidad frente a la naturaleza exige colabo- ración. La comunicación y la colaboración o cooperación son los dos grandes resortes que le impulsan y mantienen en la relación estable y permanente con sus semejantes que llamamos comunidad o sociedad.

Me parece más indicativo el término comunidad, en cuanto ex- presa lo que es esencial en la agrupación humana, la comunidad: de destino, de afectos, de fines y de intereses. Esta comunidad gené- rica podemos denominarla comunidad social.

El hombre desde sus principios se integra en una comunidad so- cial, para subsistir física y mentalmente, es decir, para no morir y para no enloquecer, satisfaciendo sus necesidades de cooperación y comunicación. El correr histórico, el aumento de población, los des- cubrimientos científicos, van dando complejidad creciente a esas co- munidades, obligando a la estructuración y ordenación de las funcio- nes y actividades, y a la adscripción de cada uno de sus miembros a una función o a una actividad tipificada.

El hombre recibe de la comunidad un orden, una defensa, una cultura, una asistencia, unos servicios y unos bienes. A cambio pres- ta su actividad, su trabajo tipificado, que contribuye a forjar ese orden, defensa, cultura, servicios o bienes que la comunidad facilita a los demás miembros y a él mismo: Los miembros ponen en común, comúnican, su actividad, su trabajo, al servicio de todos.

El desarrollo de la comunidad, su bienestar, su perfección de- pende, en definitiva, de la actitud que adopten sus miembros. Si

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consideran el trabajo como un castigo, o procuran eludirlo, convir- tiéndose en peso muerto, en lastre, o lo desarollarán en la medida imprescindible. Las relaciones, adolecerán de este error de enfoque, manifestando hostilidad, enfado o acritud los miembros de la comu- nidad frente a los que demandan sus servicios. La convivencia re- sultará siempre penosa y difícil, al mismo tiempo que el bienestar moral y material brillan por su ausencia. Falta el sentido comuni- tario, el amor a la profesión y al prójimo, que convierta nuestra actividad en servicio.

Por el contrario, cuando el trabajo se estima actividad esencial y característica, a través de la cual se realizan los propios valores, cada miembro de la comunidad social presta su actividad especifica con alegría, con entrega total, como algo debido para posibilitar su permanencia y para compensar los bienes de todo orden que de ella recibe.

Surge así una diferencia: De una parte el profesional que estima que su actividad la ejerce en su exclusivo provecho, como fuente de ganancias y satisfacciones; y que el trabajo es un mal del que es preciso liberarse. Su actividad vendrá caracterizada por el egoísmo, y por el desamor a la profesión; el cliente es medio de ganar dinero, y la atención que se le dedica está en función de la perspectiva de lucro que nos ofrece, y de las necesidades económicas en aquel mo- mento sentidas.

Y de otra, el que presta su actividad como servicio. La profe- sión ya no es ante todo un negocio, sino una prestación debida al prójimo, a cuya disposición estamos. La comunidad estructura las actividades profesionales para servir sus propias necesidades, y al acceder cada uno de nosotros a una profesión, lo hacemos como ser- vidores de la comunidad social, y en último término, de nuestros semejantes: de la comunidad social, no de la comunidad política, del Estado, que son cosas distintas, frente a las cuales nunca podemos sentirnos servidores ; se sirve a Dios ; se sirve a los hombres, en cuan- t o prójimos; nunca puede, nunca debe servirse - e n el sentido que usamos la palabra servicio-, a una estructura, a una construoción lógica o jurídica, por importante que sea.

Cuando en la comunidad, la mayoría de sus miembros entiende el trabajo en este sentido, existe el clima adecuado para el desarrollo

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del bienestar moral y material de los mismos, y los fines sociales se cumplen plenamente.

Si siempre es necesaria esta actitud para el normal desarrollo de la comunidad, mucho más lo sera en la época de crisis que vivimos, crisis que afecta profundamente a las comunidades en cuanto a su existencia. Vivimos una época de transición y cambio. Muchos de nosotros pueden dar por buenas las estructuras del viejo mundo, pero, nos guste o no, ese mundo se nos escapa, y si alguna cosa po- demos predecir es el cambio.

Un tiempo como el presente no es cómodo, seguro, ni tranquilo; es un tiempo en el que, como dice Drucker, la marea de la Historia, sobre la que no se tiene control, barre sobre el individuo. Es un tiempo de agonía, de sufrimiento, un peligro en el que nadie puede considerar seguro ni el mundo en que vive, ni las cosas que atesora, ni, lo que es más importante, los valores y principios que le parecen insustituibles. Pero nuestro tiempo es también de grandeza, de opor- tunidad, de quehacer para todos en el diario vivir, como persona, como ciudadano, como profesional. Es un tiempo en el que todos ju- gamos un papel principal, y debemos estar dispuestos a tomar po- siciones, sin absentismos, y a mostrarnos santos y héroes, o villanos y cobardes. En este escenario -afirma Drucker-, los grandes pa- peles no están escritos en verso heroico, son prosaicos, representados en la vida diaria, en nuestro propio trabajo, en la propia ciudadanía.

En un tiempo como el nuestro el individuo es a la vez impotente y todopoderoso: impotente si cree poder imponer su voluntad sobre la marea de la historia; y es poderoso, no importa cuán humildemen- te, si se conoce a sí mismo como responsable, y pone todo su trabajo, amor y entusiasmo al servicio de la comunidad en que vive. Impotente y todopoderoso, pero nunca ausente.

El ejercicio de una actividad profesional, requiere el previo apren- dizaje de unas técnicas, de unos principios, tanto más complejos cuanto mayor sea la dimensión intelectual de aquélla.

El mecánico ajustador, el cirujano, el historiador, y el notario, no pueden desarrollar su actividad sin un período de aprendizaje que

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garantice el conocimiento, sino la práctica, de la problemática pe- culiar de la profesión.

La comunidad social procura la creación de centros de forma- ción, en los que los aspirantes al ejercicio de las diversas activida- des, adquieran los conocimientos y práctica precisos. En el terreno científico estos centros son las Universidades, aunque por razones his- tóricas y no muy consistentes, en nuestra Patria se sitúen fuera de la Universidad las llamadas Escuelas Especiales.

La Universidad, nacida en el Medioevo, como universitas de alumnos y profesores, acusa en su estructura la impronta de cada época histórica, que afecta a su organización, y funcionamiento, pero no a su esencia.

A la Universidad se le han atribuido dos objetivos: Enseñar y formar, a los que hoy se añade otro, investigar. Creo más bien que se trata de tres posibles perspectivas, caben otras, de un único fin: Formar. Formación técnica y formación humana.

La Universidad, como depositaria de una cultura y una civiliza- ción, ha de transmitir y comunicar la ciencia a las nuevas promo- ciones, impartiendo unos conocimientpt y poniendo a disposición de los estudios el bagaje científico acumulado a través de los tiempos. Pero la Universidad no puede considerarse simple almacén de doctri- na indiscriminada, por lo cual debe proceder a una permanente revi- sión de la ciencia, eliminando posiciones demostradas erróneas, ine- ficaces o superadas. Al mismo tiempo ha de suministrar a la juventud que puebla sus aulas unos criterios válidos para jerarquizar conoci- mientos y distinguir en cada momento lo principal y lo accesorio, lo valedero y lo inútil. E s así como cumple su labor de información.

Pero, además, la Universidad ha de marchar en vanguardia en los trabajos de investigación. Al considerar el mundo actual, vemos cómo los países más adelantados consagran especial atención a la in- vestigación en las Universidades, dotándolas de medios económicos y medios instrumentales abundantes; hasta el punto de que empre- sas privadas, particulares e incluso la Administración Pública, con- fían a la Universidad determinadas investigaciones. La participación del alumno en la investigación, siquiera sea modestísima, completa

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su conocimiento, creando en él el germen de la curiosidad científica, parte esencial del "espíritu universitario"; iniciándole al mismo tiempo en los métodos y forjando en el futuro profesional el espí- ritu de equipo, imprescindible en el mundo actual.

La Universidad no agota su misión cuando transmite unos co- nocimientos; debe suministrar al alumno unos criterios o principios fundamentales que le permitan, en su trabajo personal, seleccionar, asimilando lo asimilable y rechazando lo inservible. La Universidad debe ser esencialmente formativa, no sólo en un aspecto científico, sino en un sentido humano total, porque el alumno es un hombre inmaturo, que va a madurar en su etapa universitaria; y porque a la comunidad social le interesan profesionales que sean buenos ciu- dadanos, ya que por debajo de la actividad está el hombre, y éste comunicará todos sus defectos o virtudes a su actividad profesional.

Don Gregorio Marañón decía que el quehacer esencial de la Uni- versidad es enseñar modos, modos de conducta, modos de aprender; no recibir los hechos y aprenderlos de memoria, sino saber buscar- los por uno mismo, saber criticarlos, dudar de ellos cuando es preciso y, acaso, prescindir airosamente de lo que parecía verdad. Y junto con esto, lo que importa es salir de la Universidad con el alma de- finitivamente recta. La Universidad debe abandonar su frustrado empeño de enseñar cosas; debe ser escuela de educación, en su más dilatado, generoso y caritativo sentido. Salvo las esenciales nociones que sirven de base común y eterna de toda cultura inicial, la Uni- versidad no puede pretender informar al joven del inmenso caudal de conocimientos que en vano aspiran a abarcar los planes de ense- fianza.

La Universidad debe enseñar un conjunto de nobles actividades y modos de ser, que fuera de ella son difíciles de adquirir y que cons- tituyen el espíritu universitario, que consiste en amar a la verdad sin dogmatismos, porque la verdad puede estar en todas partes: y en amar a la verdad sobre todas las cosas. Y no hay fórmula más efi- caz -afirma el propio Marañón-, que la enseñanza adecuada y no facciosa de la Religión, porque Dios, El mismo lo dijo, es la Verdad.

La Universidad que aspire sólo a formar profesionales prescin- diendo de forjar hombres, está perdiendo lamentablemente el tiem-

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po, y los científicos salidos de sus aulas ser4n como el fdolo de los pies de barro, que, en su caída, arrastrarán y destruirán la propia comunidad. La Universidad no puede mantenerse aséptica, transmi- tiendo una ciencia aparentemente destilada, debe estar, al igual que la ciencia, embebida de un ideario trascendente que dé sentido al conocimiento, y lo oriente hacia una meta superior. Sólo ser4 univer- sitario completo el que una a su sabiduría, preparación científica y competencia, una conducta ejemplar, porque la conducta es también creación y ciencia. Ya no creo, afirmaba Marañón, en las grandes ca- bezas si no las acompaña un grande, recto y generoso corazón. Cuan- do se da esta conjunción, al universitario, el profesional, contribuye con su palabra y con su actuación a fundir en moldes eficaces y ac- tuales la cultura, forjando una civilización.

LAS INVERSIONlZ3 DE CULTURA Y LA JUSTICIA DISTRIBUTIVA

La Universidad ha de estar al servicio de la comunidad social, y por ello ha de aspirar a ser seminario de hombres completos, do- tados de una formación científica, que les capacite para servir a la comunidad en y con su actividad profesional.

Para el estudiante, su acceso a la Universidad, representa un privilegio y una especial atención que la comunidad consagra a eu formación, inaccesible hoy para otros jóvenes tal vez mejor dotados intelectual y moralmente.

Esta especial dedicación, esas inversiones esencialmente cultu- rales, pero también económicas, que la comunidad le dedica, sitúan a,l universitario en un nivel superior, posibilitando su acceso a acti- vidades de la mayor trascendencia, lo que debe provocar en él no sólo un sentimiento de legítima satisfacción, sino esencialmente una con- ciencia de responsabilidad por la especial misión que se le encomienda.

En la búsqueda general y acuciante de soluciones y medios que pongan en marcha hacia el bienestar a los pueblos subdesarrollados, o aceleren el proceso en los pueblos en vías de desarrollo, los espe- cialistas rechazan casi unánimemente las siembras de dinero a boleo, y estiman que, ni siquiera la confección de planes concretos para cada país, con grandes obras hidráulicas, puesta en regadío, implan- tación de complejos industriales, construcción de vías de comunica-

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ción, surten los efectos deseados, si no se elwa rápida y eficazmente el nivel cultural de es'e pueblo. Aquellas medidas serán siempre par- ches, mientras los hombres de esas comunidades no estén prepara- dos,. de una parte, para dirigir aquellas empresas; y de otra más fundamental, para fijar ellos mismos los hitos de su futuro con ple- na responsabilidad.

De aquí que la ayuda a esos países se orienta hoy hacia la im- plantación en los mismos de muchos centros de cultura, en todos sus grados, que formen hombres completos y capaces de se~v i r a la co-

,,munidad y de forjar su progreso.

El universitario, por e1 hecho de serlo, es un sngage, un com- prometido en la empresa, en la aventura de forjar pueblos prósperos y felices, para la que especialmente se le ha preparado en su largo aprendizaje. Cuando accede a la profesión no puede desertar, olvidar su compromiso, y dar un paso atrás, dedicándose honestamente a vivir su vida, cerrando los ojos a la realiclad que le circunda y los oídos a las voces que solicitan su ayuda, su mano y su corazón.

Además, si la cultura es un bien en sí misma, al que todos tienen derecho, pero sólo. algunos consiguen; si es el verdadero motor de la prosperidad, y de la paz de los pueblos, la justicia distributiva exige su comunicación a los que de él carecen, y la fórmula ade- cuada no puede ser otra que la prestación de nuestra actividad con sentido de servicio, y de nuestros conocimientos y esfuerzo para -todo intento que efectúe.esa comunidad de salir de su marasmo, o alcanzar un estadio superior.

Su .Santidad Pablo VI lo señalaba el mes de abril último a un grupo de profesionales : "El profesional no es sólo alguien que - sabe y que puede; él pone en juego en el ejercicio de su profesión, lo mismo que en su vida privada, una personalidad dotada de recursos, que imprime a su acción el sello ,del espíritu y del corazón, que pue- de, sin empobrecerse, comunicar a otros su propia riqueza íntima".

El universitario al desempeñar su profesión normalmente va a insertarse, con cierta estabilidad, en una pequeña comunidad social, un Municipio. Desde ese momento debe sentirse miembro del grupo humano, solidarizado con él, y no un extraño, un mern espectador, o

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un negociante venido de fuera para colocar sus mercancías y lle- varse el dinero, indiferente a todo lo que no sea su propio negocio. Lo cómodo y agradable, muchas veces, es actuar como transeúnte, radicándonos en otra comunidad que nos ofrezca mayores alicientes y transcurriendo de una a otra sin identificarnos con ninguna.

Inserto realmente en su comunidad la pequeñez o dimensión me- dia de la misma, hace que sea escaso el número de universitarios que la integran, pequeño núcleo de depositarios de cultura y de personas formadas, cuyo deber de comunicación se traduce: como profesiona- les, en prestar sus conocimientos a través de su actividad típica, en- tendida como un deber e informada siempre por el amor y la entrega; como universitarios, en comunicar su cultura, sus criterios, funda- mentalmente a través de su conducta, como encarnación de tales principios, y también con sus iniciativas en pro de la comunidad, y con sus opiniones y consejos, cuando sean oportunos y no puedan parecer interesados.

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Todos nosotros, notarios, hemos sido fieles, o al menos hemos creído serlo, a una vocación.

Empleo con temor la palabra vocación, no sólo por su trascen- dencia, sino porque muchos, quizá yo mismo, no estemos muy segu- ros de que exista una específica vocación de notario. Lo m4s sensato será ponernos de acuerdo sobre el concepto, porque en el fondo de muchas controversias sólo late el desacuerdo sobre el significado de un vocablo.

Vocación no es afición, aunque puedan coincidir algunas veces; tampoco equivale a predisposición, a especiales aptitudes, ya que és- tas son más bien genéricas: para el Derecho, para la Medicina o las Matemáticas, pero no puede hablarse de una aptitud especial para ser Notario o Registrador. La aptitud no es la vocación sino conse- cuencia de la misma.

Vocación significa llamada, llamada de Dios que quiere a cada uno de nosotros en determinada. actividad o función. Toda nuestra vida es una constante llamada, a un determinado estado, a cierta ac- tividad profesional, llamadas concretas a lo largo de nuestra vida. Para quien entienda que Dios creó el mundo, le señaló unas Leyes y lo dejó andar, el concepto de vocación resultará extraño. Pero si creemos que Dios acttta sin interrupción en nuestras vidas, nos pa- recerá perfectamente admisible.

El Señor, como nos ha hecho esencialmente libres, en lugar de trazar inexorablemente nuestra vida, se limita a efectuar una serie de llamadas, vocaciones, que pueden, o no, obtener nuestro asenti- miento. La infidelidad a la vocación hace que la profesión personal- mente elegida, a veces nos resulte una carga insoportable por falta de aptitudes para ejercerla o de afición y amor por ella. Por el con- trario, la fidelidad a la vocación supone la recepción de los medios instrumentales, afición y espíritu de entrega, que facilitan el tra- bajo haciéndolo amable y adecuado.

En este último sentido tenemos que admitir que existe una vo- cación específica al Notariado; pero que tal vocación es inexistente entendida como simple tendencia u orientación natural y necesaria.

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Normalmente la elección de profesión no se efectúa de una vez: Primero se elige la Facultad de Derecho, después el contacto con las asignaturas u otra serie de factores concretan la vocación.

La elección debería efectuarse atendiendo a la vocación, mani- festada a través de una serie de medios indirectos que nos la hacen patente. Pero el mundo en que vivimos y nuestra propia extroversión hacen difícil captar ese mensaje. Somos hombres de vida exterior, siempre fuera de nosotros en busca de sensaciones que llenen nues- tras horas; rara vez entramos en nuestro interior, y más raras aún, intentamos un diálogo con el Creador. Por eso es difícil captar la vocación, porque, como Ulises, hemos tapado nuestros oídos con la cera de la superficialidad.

Se puede llegar al Notariado, aparte la vocación, por una serie de móviles tan diversos y personales que resulta imposible enume- rarlos. Vamos a examinar los más frecuentes o los que a mí me lo parecen, sin perjuicio de que en el coloquio se complete la lista si os parece interesante.

Uno de los "porqués" es la tradición o el ambiente familiar. Familias cuyos hombres durante varias generaciones han nutrido y honrado el Cuerpo Notarial, crean un ambiente o clima que el niño respira desde pequeño y que fomenta su admiración y cariño por la profesión que considera patrimonio familiar. A veces ambiente y tradición son formas en que la vocación se manifiesta.

Cabe que el padre, en afán de prolongarse en los hijos y de realizar en ellos lo que no pudo conseguir por sí, trate de imponer la profesión, y entonces el influjo familiar puede convertirse en despotismo, si prescinde de la libertad de decisión de los hijos.

Parece que los jóvenes de hoy constituyen un frente resistente, cuando no hostil, a sus progenitores. La juventud da muestras no sólo de desasosiego e inquietud, sino de inadaptación y rebeldía. Esta rebeldía violenta frente a toda norma, frente a todo valor admitido, por el solo hecho de serlo, no es normal, tiene mucho de infantilismo patológico. Esta especial actitud puede determinar que tradición y

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clima familiar infIuya en sentido negativo, determinando la elección a favor de cualquier actividad que no sea la predominante en la familia, o incluso la que más se le contraponga.

Otra serie de "porqués", pueden englobarse en torno al egois- mo, en sus diversas manifestaciones de apetencias económicas, so- ciales, etc. Jóvenes que desean ser notarios por el dinero, la consi- deración, la posición social, etc.; de la profesión desean las conse- cuencias, o las pretendidas consecuencias, que forman la leyenda, la deformada visión que el hombre de la calle, y el no tan de la calle, tienen de nosotros. Estos jóvenes ignoran todo o casi todo so- bre el Notariado, no saben que durante años van a vivir modesta o apretadamente, que la consideración, la boda de fortuna y la po- sición se logra hoy más en razón del patrimonio que de la dignidad de la función; y cuando toman contacto descubren su error al disi- parse el espejismo y tropezar con los aspectos ingratos, difíciles, de la profesión, que sólo con vocación, espíritu de servicio y amor pue- den dignamente superarse.

Viene determinado, casi por entero, por la contestación dada al "por qué". Para mí, vosotros me rectificaréis, caben dos actitudes fundamentales: O se viene al Notariado con plena conciencia de au dignidad y responsabilidad de los deberes que comporta y del servi- cio que rinde, y entonces la elección se efectúa para consagrarse en cuerpo y alma al cumplimiento de aquellos deberes, de ese ser- vicio, o se llega en busca de solución a unos problemas: como la so- lución ideal; o como una entre varias, todas igualmente aceptables, elegida por razones de oportunidad (es la oposición más inmediata; el amigo que también las hace; la convocatoria en la ciudad donde residimos ; la inmediatividad de una buena academia de preparación, etc.)

En este segundo supuesto, llegamos al Notariado, en principio, no para dar, sino para recibir; no para servir a la comunidad, sino para servirnos de ella; no a honrar y prestigiar la corporación, sino a cubrir nuestra desnudez con su honra y prestigio. Esta actitud ini- cial, si se convirtiera en permanente, implica insolidaridad con el espíritu y fines de la corporación, convirtiendo al sujeto en un cuer-

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po extraño que sería preciso enquistar primero y expulsar después, como lo hace cualquier organismo vivo.

Si esa actitud daña gravemente al Cuerpo Notarial, perjudica en no menor medida a la comunidad social, al entenderse la profesión no como servicio, sino como medio o escalón para situarse. Nuestra actividad se prestará en forma deficiente; la relación notario-cliente será fría cuando no áspera, porque falta el lubrificante de la ca- ridad sin el que la cordialidad no existe. i Qué difícil soportar. al clien- te pesado, al que solicita una actuación molesta y con escasa com- pensación económica, sobre todo cuando el mes marcha bien! ¿Qué actitud adoptará cuando se solicite su intervención para autorizar un acta en un punto distante e incómodo, o ante el testamento a deshora del enfermo grave, o frente al cliente que acude fuera del horario por motivos de verdadera urgencia?

La verdad es que el notario ni puede ni debe discriminar asun- tos en función de simpatías personales, distancia, horarios, esfuer- zo o rendimientos económicos. Las razones para denegar nuestra intervención están perfectamente señaladas en el Reglamento, preci- samente para prestigiar la profesión; en cambio, las negativas, di- laciones, o actuaciones a desgana, atentan gravemente contra los deberes profesionales y de servicio a la comunidad y empeñan y des- truyen el prestigio profesional, ya que, cada uno de nosotros en nuestro despacho y en nuestra localidad, representamos al Notariado en bloque, y en nuestra conducta implicamos a la corporación.

Sin embargo, tanto el notario por vocación, como el notario por conveniencia, se insertan en un cuerpo, en una Corporación con so- lera, con prestigio, informada por unos principios morales. Esa in- serción provoca una influencia de la corporación sobre sus miembros, que viven su clima y obedecen los principios que la caracterizan.

Esta influencia enriquece todavía más al notario vocacional, afir- mando, afinando y desarrollando su espíritu de servicio y entrega, su conciencia de compromiso, enseñándole maneras y conductas obser- vadas por los que le precedieron, forjadores anónimos muchos de ellos de la gloria del Notariado.

Y también se manifiesta eficaz sobre el notario por convenien- cia, para quien, en ocasiones, supone un impacto, que le obliga a me-

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ditar, a revisar y a rectificar, saliendo renovado, purificado, de ese "camino de Damasco". Pero aunque el influjo no sea tan radical y decisivo, no cabe duda que condicionará las conductas: bien en el plano externo, obligando a conservar las formas, por el qué dirán, por el temor a la opinión de los compañeros, o a los juicios, y aún sanciones de las Juntas Directivas; bien en el plano interno, de suer- te que junto a aquellos primitivos impulsos de interés particular, vayan arraigando el concepto del deber y el sentimiento de respeto a la profesión.

Es verdad que ni aquella adecuación puramente formal, ni estos nuevos criterios que reducen el campo del egoísmo, lo eliminan, por lo que siempre será posible que asome su cabeza en faltas de com- pañerismo, competencia desleal, absentismo, excesividad de honora- rios, y en tantos otros aspectos ; y siempre faltará el elemento positivo del concepto de servicio, de entrega, de compromiso, que es en defi- nitiva el alma de nuestra profesión. Al notario no puede bastarle la corrección profesional, puro cumplimiento negativo, respeto de limítes y prohibiciones; ha de llegar a vivir un elemento positivo consciente en hacer amorosamente, con dedicacibn, todo lo que debe ser hecho.

Pero lo menos que el Notariado puede exigir a los equivocados, es hombría: "a lo hecho, pecho", y cargar a plomo sobre hombros los deberes profesionales para llevarlos adelante con dignidad, re- conociendo que el prestigio, la posición y el dinero son consecuen- cias merecidas, pero sólo consecuencias, de una constante y sacrifi- cada dedicación, profesional y no profesional, a la comunidad en que vivimos, y si no se tiene valor, o se sigue ciego, ahí est4 la solución de la excedencia.

LO QUE RECIBIMOS DE LA UNIVERSIDAD

Si la Universidad tiene tres misiones fundamentales: Investigar, informar y, sobre todo, formar, puedo afirmar sin ambages, en lo que a mí respecta, que, aparte el título de licenciado, y el recuerdo de algún profesor cuasimaestro, debo bien poco a la Universidad: una información fragmentaria y escasa, suministrada en gran par- te por auxiliares o ayudantes, y algunas lecciones, pocas -para eso eran magistrales-, que más tarde encontré casi textuales en mono-

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grafías extranjeras, pero que encajamos deslumbrados. Deformación, nada.

No se trata ciertamente de traer a juicio a la Universidad, entre otras cosas porque como universitarios nos duele su agonía, y por- que debemos arreglar nuestra propia casa, antes de limpiar la mota en el ojo ajeno: pero sí recordar las palabras antes citadas del Universitario y Maestro que fue Marañón. La Universidad no for- ma, pero crea el clima para la deformación. El universitario no ha recibido una conciencia clara de su misión, y de su responsabilidad. La Universidad se ha lavado las manos en orden a la formación de conciencias y de almas rectas. Según el clima de sosiego de cada etapa, según las Facultades, y según los Catedráticos, la información habrá sido más completa, más pedagógica, más científica y más responsable, pero siempre nos hemos quedado ayunos de lo esencial, la formación.

Si es cierto que la Universidad española no ha cumplido su mi- sión, no es menos verdad que el Notariado ha constituido desde sus orígenes un Cuerpo prestigioso gracias a la conducta ejemplar de sus miembros. LDhde, pues, han adquirido los notarios esa forma- ción, y han aceptado su compromiso con la comunidad? Han sido la educación familiar, la visión de la Patria desgarrada y la contem- plación de los problemas cotidianos los factores determinantes de nuestro sentido de responsabilidad; lección fácil de percibir para cualquiera que no tenga tapados los ojos y oídos por la venda del egoísmo. Y junto a esos factores, la solera de la corporación, que como en las botas jerezanas es la "madre" que va convirtiendo el vino nuevo y sin hacer de las Últimas promociones, en el caldo aro- mático y confortador de los notarios hechos.

Sirvan de modelo los notarios jóvenes que aquí se encuentran, preocupados en recalcar el aspecto ético de nuestra profesión en M a s sus facetas, más que de aumentar sus ingresos o huir del pue- blo. Que nos dediquemos a estas especulaciones los que ya estamos situados tiene escaso mérito; pero a veces resulta heroico mantener esa postura, no dialécticamente, sino como norma de conducta, cuan- do se está empezando. Y todos nos entendemos.

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Se ha venido repitiendo, a troche y moche, que "la grandeza de España, está en la grandeza de sus pueblos", pero lo cierto es que ese principio indiscutible ha quedado en frase de discurso, m8s que en norma orientadora de conductas, convirtiéndose en tópico que a nadie impresiona.

Y sin embargo, la idea sigue siendo no sólo válida, sino funda- mental, idea-madre, para una política seria y eficaz de desarrollo de un país.

Vivimos de conceptos transmitidos de generación en generación, aceptados como dogmas, cuya revisión o crítica nos hubiera parecido casi sacrílega. Y hemos de reconocer, a fuer de sinceros, que las circunstancias históricas nos están obligando a realizar una seria re- visión de principios.

Así, como consecuencia del burocratismo de Felipe 11, de su personalismo en el ejercicio del poder primero, y del centralismo importado de Francia por los Borbunes, después, hemos llegado a un concepto que identifica la nación, con la corte, el país con su capital, y mide el bienestar, la riqueza, el adelanto y la cultura de una comunidad nacional, tomando el pulso exclusivamente a la sede de la adr,linistración central. Para muchos, Francia es París, Ingla- terra es Londres, y España es Madrid; lo demás, periferia, pueblos o suburbio. Los más avisados distinguen dos o tres ciudades que tie- nen rango de capital, es decir, que reproducen fielmente sus carac- terísticas: población numerosa, grandes avenidas, monumentos im- portantes, comercio de lujo, manifestaciones artísticas y deportivas, y una élite de las ciencias, finanzas y arte. Estas tres o cuatro ciu- dades constituyen el exponente y la representación del país.

Este concepto, desgraciadamente extraído de la realidad, y prac- ticado hasta nuestros días, nos ofrece unas comunidades nacionales macrocéfalas, con un enorme cabezón, o con dos o tres enormes ca- bezones, y un cuerpo escrofuloso, débil, incapaz de sostener el cráneo erecto. No es metáfora, es una triste realidad.

Hora es ya de partir de un concepto equilibrado de la comuni- dad nacional, como conjunto armónico de comunidades locales, cada

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una con su propia dimensión, pero todas ellas integradas por hqn? bres, que en cuanto tales tienen el mismo derecho en orden a bienes-. tar, adelantos técnicos, medios de comunicación, riqueza y cultura.

Pero es que además, la suma de esas pequeñas o medianas co- munidades sociales, engloba la mayoria de la población nacional, que con su esfuerzo y actividad nutren las fuentes de su economía.

Nosotros, notarios que hemos recorrido los pueblos de España, en taxi, en caballería y a pie, cuántas veces hemos quedado sorpren- didos, desagradablemente sorprendidos, de que en algunos de ellos todavía hubiera quienes se aferran a aquellas paredes agrietadas, y a aquellas tierras prácticamente improductivas. Y cuántas veces hemos comentado que en lugar de cobrarles contribuciones, el Esta- do debiera subvencionarles, indemnizarles por su falta de luz, de agua, de caminos, de viviendas higiénicas, de maestro, y por su mi- seria.

La grandeza y el bienestar de los pueblos no se determina por la belleza, riqueza y bienestar de sus ciudades cumbres, sino que se forja de abajo a arriba. Y si antes afirmábamos que el bienestar de una comunidad es fruto de h actividad, sentido de responsabilidad, y solidaridad de sus miembros, ahora podemos agregar que el bien- estar, progreso y riqueza de un país depende del bienestar, progreso y riqueza de sus pueblos y que hay que reformar, modernizar, en- riquecer y culturizar nuestros pueblos, todos ellos, sin excepción, para que suba el nivel general del país.

El mayor obstáculo para esta labor es que el español, más inten- sa y obstinadamente cuanto menor es su grado de cultura, lo espera todo del Estado, que es como decir "que caiga del cielo", sin es- fuerzo por su parte, para el cual ciertamente no está preparado por su ignorancia extensiva e intensiva.

Y son las propias comunidades, sin embargo, las que con todas las asistencias técnicas y económicas que se quieran, deben tomar la iniciativa para estudiar, encauzar y resolver sus propios proble- mas. Lo otro es lo fácil, pero supone el reconocer su minoría de edad, su incapacidad para vivir y decidir sobre sus propios destinos. Y en esta época en que el gigantismo del Estado, el predominio cre-

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ciente de lo público sobre lo privado, invade todos los campos de actividad en detrimento del individuo y de las comunid.ades, es pre- ciso ser cauto en esas entregas confiadas al paternalismo estatal que facilitan nuevas intervenciones y consolidan su invasión de to- dos los campos.

Si las comunidades locales son las que deben tomar la inicia- tiva, sólo podrán hacerlo a impulsos de aquellos de sus miembros especialmente capacitados. Aparecen así los profesionales salidos de la Universidad e insertos en tales comunidades, como los promo- tores, managers o gerentes de ese resurgimiento hacia la prosperidad, el bienestar, y la cultura, en beneficio de los restantes mimbros, in- capaces de afrontar tales responsabilidades.

EL NOTARIO CONFIGURADO POR LA LEY Y EL REGLAMENTO NOTARIALES

El artículo lo. de la Ley Orgánica del Notariado nos define como: "Funcionario público autorizado para dar fe, conforme a las leyes, de los contratos y demás actos extrajudiciales", en cuya de- finición se atisba ya el doble carácter del notario como órgano jurí- dico de la comunidad social investido del poder de dar fe y como conocedor de las Leyes, como jurista.

El párrafo segundo del vigente Reglamento Notarial es más ex- plícito: "Los notarios son a la vez profesionales del Derecho y Fun- cionarios Públicos. . . ".

Ley y Reglamento señalan sin lugar a dudas el doble aspech de nuestra actividad al que normalmente podían referirse, ya que se trata de textos legales que organizan y regulan una profesión.

En cuanto profesional, nuestra actividad se centra necesaria- mente o en el asesoramiento y consejo al cliente, y en la configura- ción de relaciones jurídicas, muchas veces con función creadora; o in- vistiendo de fe, en la esfera de los hechos, lo visto, oído y percibido por nuestros sentidos, y en la esfera del Derecho, las declaraciones de voluntad de las partes contenidas en el instrumento público.

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TERCERO Y ESENCIAL ASPECTO DEL NOTARIO

Pero el notario antes que profesional es hombre, y en conse- cuencia miembro de una comunidad en la que vive, a la que per- tenece, y en la que participa de las esperanzas y problemas co- munes; de la que recibe, como ya dijimos, un orden, una defensa, una cultura, unos servicios y unos bienes; y a la que debe prestar su esfuerzo y colaboración para estructurarla, mejorarla y desarro- llarla.

La relación comunidad-miembro, es predicable de todos los hom- bres, pero cuando se refiere al notario, como a cualquier otro uni- versitario, adquiere un especial significado, cuya tipicidad nos obli- ga a considerarla. Los deberes alcanzan al notario en cuanto tal, no en cuanto hombre, ya que entonces serían comunes a todos y su es- tudio escaparía del marco de estas jornadas.

El notario, en cuanto universitario, es un miembro especial- mente calificado de la comunidad, frente a la cual ha contraído un especial compromiso, al margen de sus deberes profesionales. La co- munidad no es una masa amorfa, requiere estructura, y en su inte- rior se mueven unas líneas de fuerza que polarizan a sus miembros; son los universitarios los que por su preparación (cultura, criterios y experiencia), están comprometidos en la organización, funcionamien- to y desarrollo de la comunidad.

Su papel en el grupo es dirigir, orientar, despertar conciencias, aunar voluntades, eneauzar afanes y señalar caminos adecuados para el logro de los fines comunes. Tarea en la que debe buscar: apo- yo en los otros universitarios de la comunidad, si los hay, trabajan- do todos en equipo; y colaboración de todos los miembros del grupo, solidarizándolos y entusiasmándolos en el quehacer común, para evi- t a r hasta la sombra de recelo sobre su conducta, y huir de tentacio- nes de mando, o de sistemas de despotismo ilustrado, siempre odiosos, por mucho paternalismo que resumen.

Cada cual debe dar a la comunidad según sus posibilidades, y resulta indiscutible que el notario, en cuanto universitario, tiene ma- yor riqueza interior, mayores condiciones, mejores criterios, y por tanto está obligado, sí, obligado, a dar en mayor medida, me atre-

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vería a decir que sin medida; p lque nuestros pueblos necesitan hombres enteros, desinteresados y capaces, que les ayuden a levan- tarse de su letargo, a explotar sus riquezas abandonadas, muchas veces por abulia, a incorporarse al progreso, modernizando sistemas de explotación y cultivo, a superar el individualismo celtibérico en formas diversas de asociación, a promover la modernización de vi- viendas, a llevar la cultura, pequeñas porciones de cultura, a los ú1- timos rincones de la patria.

La dureza de la vida en los medios rurales, el abandono de los pueblos incita a sus habitantes, más atrevidos o más hastiados, a marchar a las ciudades en busca de una nueva vida. Por su parte el universitario, normalmente, alienta en su espíritu la esperanza de poder quedarse en la capital, y abrirse allí camino. Para muchos. radicarse en un pueblo es una calamidad sólo aceptada cuando el fracaso en la capital ha sido rotundo.

Nosotros, notarios, que empezamos sirviendo +qué hermosa palabra!- notarías demarcadas en pueblos, en pequeños pueblos, hemos de sentir alegría y responsabilidad por esa oportunidad que se nos ofrece de cumplir plenamente nuestros deberes de universi- tarios y aprovecharla íntegramente, enriqueciendo la comunidad en la que vamos a insertarnos, que es una forma de enriquecer nues- tro espíritu y de sentir el noble orgullo de haber cumplido fiel y Iealmente lo que de nosotros se esperaba.

La entrega del notario a la comunidad exige dos presupuestos previos : residir y convivir.

Para integramos en una comunidad, para de veras sentirnos miembros activos de la misma, es preciso vivir en ella, con exclusión de toda otra, radicarnos total y definitivamente. La falta de residen- cia nos convierte en transeúntes, en funcionarios, en cualquier cosa menos en miembros. Es preciso que nuestro hogar familiar se sitúe en el ámbito de la comunidad, y que dentro de ella vivamos nues- tras horas de ocio, y de dedicación a la familia.

Creo, y perdonadme la herejía, que este residir tiene muy poco que ver con el deber de residencia reglamentario, que quedaría per- fectamente cumplido atendiendo el despacho diariamente de punta

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a cabo de la jornada, que es lo que profesionalmente se nos puede exigir, aunque esté domiciliado en otra población en la que tenemos el hogar f a m i k r , nuestras relaciones sociales, y nuestros intereses humanos. El coche y el teléfono posibilitan nuestra presencia rápida, caso de urgencia, reducida a los actos de última voluntad. Nuestro residir tiene otras raíces, y otras exigencias, que han quedado ya su- ficientemente expresadas, y no se satisface con esa fórmula que im- pide nuestra compenetración con una comunidad a la que debíamos pertenecer, pero cuya problemática nos deja indiferentes.

Tampoco se puede decir que reside el profesional de los concur- sos, que recorre España, de notaría en notaría, sin vincularse nunca, cumpla o incumpla el deber de residencia. Llega a una comunidad pensando en marcharse, y agotado el plazo reglamentario levanta el vuelo hacia cualquier otro sitio, sin haber llegado a conocer las ca- ras que le han rodeado durante un año.

El residir supone una fuerte dosis de sacrificio, heroico en oca- siones. Obliga a prescindir de comodidades, relaciones, espectáculos, manifestaciones artísticas y culturales, precisamente a un hombre culto, cuyo alimento lo coiistituye en gran parte todo eso; y a sumer- girse en un clima en el que en muchas ocasiones no encontrará posi- bilidad de comunicación e intercambio de ideas.

El sacrificio y el heroísmo deben tener un límite, sobre todo si está en nuestras manos dulcificar las condiciones. No podemos so- meter al notario al entrenamiento cruel de los "marines" o de los "comandos", creando artificialmente dificultades. Por el contrario debemos hacer lo posible y lo imposible por allanarlas; quiero hacer hincapié en la necesidad de afrontar de una vez y sin dilaciones la construcción de casas para el notario donde la necesidad lo exija, dotándole por lo menos de un hogar y un despacho, en los que pueda recogerse, y recobrar la alegría y la paz perdidas a. lo largo de la jornada.

No basta residir, es preciso convivir. Poco importa que el nota- rio resida si su casa es un castillo en el que vive cerrado, un con- torno que le separa y define frente al resto de la comunidad; y si sus convecinos son simplemente clientes, a los que se atiende con esmero, pero a los que se desconoce en la calle, o se les hace objeto

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exclusivamente de un saludo cortés y distante. La vida de la comu- nidad se detiene ante las paredes de su casa, sin traspasarlas, y permanece ajeno a sus necesidades y problemas como si viviera en otro planeta.

Convivir es fundirse en la comunidad, vivir con ella, participar de las cosas comunes, alegres y tristes, poner nuestro esfuerzo jun- to al esfuerzo de los demás para sacar adelante una iniciativa o remediar una necesidad. Conocer y amar a las familias que se mue- ven y viven a nuestro alrededor, y lograr que la comunidad nos considere como suyos. Esto requiere acercarse al prójimo, física y espiritualmente; dialogar, porque a través del diálogo surge el co- mercio espiritual; y poner nuestra mano y nuestra cabeza al servi- cio de los intereses comunes.

Pero no confundamos el convivir con la caza del cliente. No es convivir frecuentar círculos, casinos, dar pésames, asistir a entie- rros, para hacernos ver, para captar relaciones, y realizar una cam- paña publicitaria más o menos descarada, que fomente la clientela, en perjuicio de otro u otros compañeros de la localidad. Eso no es convivir, es tender las redes de pesca; detenernos en la superficie de las cosas para nuestro propio provecho, sin importarnos un ardi- te lo que ocurre detrás de ese rostro al que sonreímos comercialmente.

Tampoco realiza este ideal de convivencia el notario que se ado- cena vencido por el pueblo, y acude por las tardes a jugar una par- tida de cualquier cosa, no importa con quién, sin afeitar, descorba- tado y en pantuflas. El redentor ha sido vencido por el ambiente, en lugar de vencerlo. Abdicados sus ideales, confundida amistad con compradazgo, ni respetable ni respetado, poco queda del universitario en la zafiedad de esa figura, que no convive, vegeta, confundido con la masa.

Falta ahora contemplar la forma de realización práctica de esa entrega, distinguiendo al notario en la gran ciudad, en el medio ru- ral, pues la dimensión de la comunidad impone distintos modos de actuar.

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Revista de Derecho Notarial Mexicano, núm. 70, México, 1978. DR © Asociación Nacional del Notariado Mexicano, A. C.

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EL NUTARIO EN LOS PUHBLOS

Muchas veces resulta difícil para el notario, por mucho empe- ño y buena voluntad que ponga, lograr convivir en la comunidad. La inserción requiere no sólo la decisión del notario, sino la acep- tación de la comunidad. Y en ocasiones contemplamos con tristeza como se cierra y nos rechaza. Esta actitud es fruto de la reserva, del recelo de unos hombres abandonados así mismos, durante años, a los que nadie se acerca como no sea para explotar. El notario es un extraño, por venir de fuera, por pertenecer a un medio social y cultural distinto, con el que no se tiene nada en común, casi ni el lenguaje. Es precisa mucha paciencia, mucho cariño, y mucho em- peño por nuestra parte, para con el transcurso del tiempo, lograr que esa comunidad abra su concha y nos admita en su seno, como invitado de cumplido primero, como amigos después, y por último como miembro.

Hasta entonces nos tienen en observación, estudiándonos en los menores detalles, habituándose a nosotros, que, constantes, pero sin exageración, debemos mantener nuestra actitud de aproximación.

En estos casos puede ser de gran ayuda el compañero de Distri- to con más arraigo, no sólo desvelándonos, en ocasiones, la causa de aquella actitud, sino respaldándonos con su veteranía para lograr una más rápida asimilación.

Realizada la inserción, admitido en la comunidad, el notario con- templa, analiza y va formando su composición de lugar sobre la si- tuación, los problemas, los hombres y las soluciones. Hay que partir del supuesto de que la masificación también ha alcanzado a los pue- blos, convirtiendo a la mayoría de sus habitantes, originariamente incultos, en abúlicos, rutinarios y escépticos en materia de refor- mas, iniciativas y mejoras. Hay que saber crear pequeños núcleos de calentamiento e irradiación, entusiasmados con la empresa, siem- pre que la empresa sea real, meditada y factible, para no llevarles nuevamente a la decepción, y a perder la fe en nosotros.

El notario, solo, si no cuenta con la ayuda de otros universita- rios, o en equipo con ellos, si ha sabido avivar sus apagadas inquie- tudes, constituye el elemento catalizador de la comunidad, que pola-

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riza conciencias y voluntades, agita la bandera de una empresa co- mún y necesaria, y encauza esfuerzos hacia el éxito.

Quede bien claro que no propugnamos que el notario, ni ningún universitario, se lance a la conquista del poder, representado en la vara del alcalde, ni siquiera que tenga que ostentar un cargo pú- blico. La experiencia nos demuestra cómo junto a los centros u ór- ganos de poder, aparecen espontáneamente los centros u órganos de influencia, que pueden no coincidir con aquéllos, y que, sin em- bargo, son los que efectivamente determinan los movimientos de la comunidad: Unas veces orientando a sus órganos de dirección; otras, creando en la propia comunidad la conciencia de sus necesidades, y la voluntad de satisfacerlas.

En el pueblo o en la ciudad, el factor esencial de influencia de que dispone el notario, es su propia conducta. Una actuación impe- cable, crea el clima de respeto, admiración y confianza, necesario para que sus opiniones se escuchen, sus criterios se acepten, y se secunden y lleven a la prictica sus iniciativas.

Esa ejemplaridad debe ser permanente, sin altibajos en el tiem- pó, y abarcar a todas sus actividades y esferas ; no cabe acotar ningún sector y convertirlo en puerto franco, en el que todo entra sin pasar por la aduana de una buena conciencia; ni trasladar a otra localidad distante actuaciones que nos sonrojarían en nuestro pueblo.

Como actividades podemos mencionar las culturales, y las eco- nómicas. Entre las primeras son las más importantes las iniciativas para crear una biblioteca, periódico local, exposiciones, cursillos de conferencias sobre temas palpitantes, o de cultura básica, cine-club, discoteca, secciones deportivas. En Cataluña, la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros ha sido siempre incondicional cooperadora, cuando no promotora, de todas estas actividades, que despiertan cu- riosidad, crean inquietudes y son medio de aprovechar el tiempo, aumentar la cultura y provocar contactos que fomenten el espíritu de convivencia. Está demostrado que los jóvenes son los que pri- mero y con mayor entusiasmo se embarcan en estas empresas, y bien orientados, pueden llevar personalmente la organización de las acti- vidades, con lo que se les responsabiliza, y al mismo tiempo se edu- ca su sentido de servicio a la comunidad.

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En el orden económico, la actividad varía, desde la organización de cooperativas, al estudio de los sistemas racionales de explotación de las riquezas naturales, y a la organización del turismo como em- presa común. También en el terreno de la vivienda, una labor bien orientada, cambia la fisonomía de un pueblo, y la idiosincrasia de sus habitantes, liberados de la compañía del ganado, y de las nubes de moscas, y habituados a la ducha y afeitado diarios.

Finalmente, el notario, como jurista, conoce las disposiciones sobre créditos, ayudas, anticipos y planes, de los que puede benefi- ciarse su pueblo, urgiendo su petición y orientando la tramitación.

Conocemos la tendencia a abusar de los débiles o de los que se consideran tales, fiados de que en su ignorancia y pusilanimidad, aceptarán la resolución arbitraria. El notario, perito en Derecho y

u

defensor de la justicia y de la verdad, es el llamado a asesorar y aun a estimular a la comunidad para el ejercicio de sus derechos y ac- ciones contra la situación lesiva o injusta; desde el recurso conten- cioso administrativo, hasta la gestión para rectificar líquidos impo- nibles.

En las ciudades, los modos de actuación del notario son, nece- sariamente, diversos. En la ciudad, el hombre queda difuminado, fal- ta esa relación de conocimiento que une a todos los miembros en las pequeñas comunidades y, por otra parte, su mayor dimensión exige una cuidadosa estructuración y especialización de funciones, eoncre- tándose las de gobierno en órganos muy diferenciados, netamente separados del grupo.

A pesar de todo, la misión del notario sigue siendo la misma: El servicio de la comunidad; sólo varían los métodos. Su actividad para ser eficaz debe concretarse sobre objetivos bien determinados y ac- cesibles : Universidad ; Colegios de Abogados y Organizaciones Pro- fesionales ; Asociaciones ; Círculos Culturales o Recreativos ; tertulias.

La Universidad demanda a gritos el aire de la calle, porque es- tando inserta en la comunidad, vive, consciente o inconscientemente, de espaldas a ella. Hay que abrir las ventanas para que penetre el aire vivificante y purificador de la realidad; y el notario, a la vez teórico y práctico del Derecho, puede llevar esa savia tan necesaria y servir de puente entre la comunidad social v la Universidad.

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A nuestro carácter de universitarios unimos nuestra visión del Derecho vivido día a día; nos alimentamos de los conceptos, pero sabemos valorar los intereses en juego, y someter el conjunto al or- den natural de las cosas. Por eso podemos llevar a la Universidad nuestra experiencia práctica que influya en las orientaciones peda- gógicas y en su labor formativa.

Hemos de buscar contactos cada vez más íntimos y cordiales con los elementos rectores, con los Catedráticos, tratando de llevar a su ánimo, con la máxima discreción y prudencia, el convenci- miento de una necesaria renovación de métodos, criterios y sistemas. La participación en las tareas de los Seminarios; la organización de cursos monogrAficos, son facetas de esta actividad. El Instituto Na- cional de Estudios Jurídicos, con sus semanarios y publicaciones, nos ofrece un ejemplo de colaboración entre Universidad y notarios, cuyos abundantes frutos son de todos conocidos.

Puede que los notarios hayamos pecado de soberbia; orgullosos de nuestra formación nos hemos situado al margen de los restantes profesionales como si no existiera posibilidad de diálogo, de trabajo en común, de cooperación. Injusta actitud puesto que, aun admitida la superioridad, sólo implica un deber de acercamiento, para parti- cipar nuestro saber y hacerlo accesible a todos; injusta actitud que, además, ha provocado estos últimos años un general recelo cuando no hostilidad, hacia el Notariado, reflejado prácticamente en dispo- siciones tendientes a mermar nuestra competencia, o a desnaturali- zar nuestra profesión.

Hemos de procurar situarnos en el plano general, sin abdicar por ello de nuestra vocación de estudio y perfeccionamiento; apren- der a dialogar llanamente, sin engolamiento, sentando criterios con sencillez, evitando herir susceptibilidades y poner la ignorancia ajena de manifiesto.

Esta conducta, seguida en nuestros despachos al rectificar mi- nutas o criterios, a nuestro entender equivocados, debe caracterizar también nuestras relaciones con los otros profesionales, y sus corpo- raciones, buscando colaboración, aceptando participar en sus tareas, y considerádonos siempre en régimen de tabla redonda. De esta for- ma, sin lastimar a nadie, conseguiremos a través de esa colabora-

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ción, un nivel científico y humano más elevado en los diversos grupos cultivadores del Derecho, al mismo tiempo que enriquecemos mutua- mente nuestro espíritu, y logramos para el Notariado un respeto y una estimación que hoy no siempre se nos brinda. La participación de los notarios en los Cursos &e Conferencias organizados por los Co- legios de Abogados, su actuación en las Academias de Legislación y Jurisprudencia, o en las nacientes Escuelas de Práctica Jurídica, pres- tada con tanto entusiasmo y desinterés, como sencillez y humildad, constituyen algunas posibilidades de colaboración.

También nos relacionamos con profesionales no juristas, intelec- tuales, y con miembros diversos del grupo social, bien en asociaciones de tipo cultural, familiar, etc.; bien en círculos y tertulias. En todo caso al notario se le ofrece un magnífico campo de trabajo para brindar criterios y orientaciones, informar y formar, vitalizar y do- tar de eficacia al grupo.

Creo que en toda esta materia no se puede establecer una pro- gramática exhaustiva, porque la vida es siempre más rica en posibi- lidades que fecunda nuestra imaginación; y el notario con su for- mación, vocación y sentido de la responsabilidad, sabrá en cada momento qué es lo que debe hacer y cómo debe hacerlo.

GRANDEZA Y SERVIDUMBRE DEL NOTARIADO

Este es el cuadro de nuestros deberes, que no se reducen a la prestación de nuestros servicios profesionales, sino que desbordan a toda nuestra vida, en cuanto universitarios y miembros de una comunidad. Deberes pesados, numerosos, permanentes, pero que he- mos de cumplir a conciencia, cada día mejor, con el convencimiento íntimo de que prestamos un servicio debido, y de que somos fieles a1 compromiso que contrajimos al decidir nuestra vocación.

Muchas veces habremos de realizar la tarea en solitario, aislados, contra viento y marea, sin recibir, no ya el agradecimiento, pero ni siquiera la cooperación de los demás, que son en definitiva los be- nef iciarios.

En los pueblos, lo que más nos pesa es la soledad, la imposibili- dad de comunicación, la falta de alguien a quien confiarnos, capaz

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de comprendernos y confortarnos; el hacernos fuertes en nuestra debilidad, para tranquilizar dudas y vacilaciones de los que confían en nosotros; la permanencia en el servicio, sin derecho a confesar nuestro agotamiento, el superar nuestras limitaciones como si todo lo pudiéramos.

Es difícil la vida en los pueblos, incómoda y dura. Nos priva de ambientes y posibilidades que nos eran habituales, y las compensa- ciones que nos ofrece, morales y materiales, son escasas. Pero allí están los notarios, cumpliendo como profesionales y como ciudadanos, en una servidumbre, a veces dolorosa, pero siempre voluntariamente aceptada. Y aquí radica su grandeza, que muchas veces alcanza ran- go de heroísmo, aunque pase desapercibida; que el mundo atiende al oropel y a la fanfarria, y nuestra labor no es brillante ni vocinglera.

Sobre este tema no conviene insistir, porque el sacrificio debe ser vivido, no proclamado ; y la grandeza de nuestra misión, recono- cida por los demás, y no pregonada farisaicamente por nosotros.

Para concluir nada mejor que transcribir unos párrafos de Juan Vallet: La esfera del Derecho vive inmersa entre las del amor y de la fuerza o el poder. El amor es autoentrega; el Derecho es autode- terminación dentro de un orden; el poder es dominación.

Si la sociedad se rigiera por el amor, sería innecesario el Dere- cho. Si faltase totalmente el amor, sería imposible el Derecho, por- que el poder por sí solo no podría imponerlo. Si en una sociedad do- minara la fuerza, el Derecho sería impotente: si faltara el poder y no lo supliera el amor, el Derecho no podría realizarse.

Hay esferas en las que el Derecho sólo puede actuar en propor- ciones mínimas, e, incluso, su intervención en ellas significa que exis- te una situación patológica, con riesgo de descomposición: El caso más característico es el de la familia.

En una organización estatal, la realización del Derecho necesita del amor (a Dios, a la Patria, a los demás, al deber, a la justicia, etc.) y del poder. Sin suficiente poder para imponer lo justo coac- tivamente a quienes no lo respetan, normalmente se caerá en el des- orden y en la anarquía. Sin el amor, el poder normalmente será arbitrario con lo cual conculcará el Derecho, y aun no siéndolo, ten-

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drá que desplegar de tal modo su fuerza coactiva para poder suje- tar cada vez más apremiantemente una materia en creciente des- composición, que el peso de la organización estatal aplastará la sociedad sin lograr la justicia.

El único camino de salvación -árido y largo- será comenzar predicando Religión, moral y ética, para mejorar al hombre y re- generar sucesivamente la familia, la ciudad, etc.

El Derecho nunca puede estar en oposición con el amor, que debe respetar como algo mejor y superior, siempre y cuando sea verdadero.

En cambio, el Derecho puede enfrentarse con el poder que lo desconozca. Incluso justificará en casos extremos l a resistencia vio- lenta, inclinando el fiel de su balanza hacia su tendencia a lo justo más que a su tendencia en pro de la paz.

A estas palabras, que no necesitan nuestros pobres elogios, nada cabe añadir. Si el notario se mueve en el campo del Derecho y aspi- ramos a que actúe activamente en el seno de la sociedad, en cumpli- miento de un deber y de un compromiso libremente contraído, su conducta, como jurista y como miembro de la comunidad deberfi es- ta r empapada siempre del espíritu de justicia y de la virtud de la caridad.

RAMON FRAGUAS

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CONCLUSIONES

18 Toda comunidad tiene derecho a exigir la colaboración de sus miembros, tanto más elevada e intensa cuanto más completa sea su formación. De los universitarios exige: actividad inspiradora, orientadora e impulsora. El Universitario, que ha tenido el privile- gio de recibir de la sociedad su formación, está obligado a ponerla al servicio de la comunidad. En consecuencia, el notario, como uni- versitario, debe insertarse espiritualmente en la comunidad a la que pertenece, residiendo y conviviendo, colaborando activamente con sus criterios y experiencias al desarrollo y perfeccionamiento de aquélla.

2" Este espíritu debe orientarse, fomentarse y asimilarse des- de el mismo instante del ingreso en la Corporación Notarial, a cuyo fin se recomienda:

A) Que todos los Colegios Notariales procuren a los notarios electos contacto con algún compañero que ponga a su disposición su experiencia profesional, facilitándoles la más perfecta iniciación cor- porativa.

B) Que todo notario acoja a los nuevos compañeros, con quie- nes por su proximidad geográfica haya de relacionarse m&s frecuen- temente, con fraternal espíritu, estimulándole, con la ejemplaridad de su conducta, en sus primeros pasos profesionales, forjando la- zos de compañerismo esenciales para la dignidad del notario.

C) Que, para que tengan continuidad las anteriores directrices, las Juntas Directivas velen por la pervivencia de este espíritu entre todos sus colegiados, no sólo mediante convocatorias periódicas en la sede colegial, sino muy especialmente promoviendo y fomentando reuniones comarcales que faciliten intercambios de opiniones y for- mulen soluciones a los pi-obleinas que se vayan planteando.

D) Que el prestigio del cuerpo notarial exige que, tanto las Jun- tas Directivas como la Junta de Decanos, afronten, sin titubeos ni transigencias, los problemas planteados a la Corporación que afecten a la dignidad de la función, adoptando las medidas adecuadas, por dolorosas y enérgicas que sean.

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36 La observancia del espíritu que propugnamos, implica nece- sariamente sacrificios, a los que no debemos agregar los que pueden ser mitigados o remediados, para no colocar al notario en situacio- nes límite que puedan llevarle a claudicar.

En este aspecto se recomienda:

A) Emprender la construcción de casas para el notario donde las circunstancias lo aconsejen.

B) Estudiar la formación de Colegios Mayores en las pobla- ciones universitarias para los hijos de notarios residentes fuera de la localidad y para los huérfanos de notarios.

C) Orientar la demarcación notarial, no con criterio demagógico de creación de pretendidos puestos de trabajo, en la práctica puestos de miseria, sino con el de satisfacer plena y adecuadamente las nece- sidades del servicio a la comunidad.

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