MISIONEROS PAULES MÁRTIRES DEL SIGLO XX

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MISIONEROS PAULES MÁRTIRES DEL SIGLO XX Beatificados el 13 de Octubre de 2013 en Tarragona

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MISIONEROS PAULES

MÁRTIRES DEL SIGLO XX

Beatificados el 13 de Octubre de 2013 en Tarragona

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P. FORTUNATO VELASCO TOBAR

(1906-1936)

Fortunato nace en el pueblo de Tardajos (Burgos), el 1 de junio de 1906. Hijo de familia numerosa, la casa de sus padres será conocida con el nombre de «casa grande». A los dos días de su nacimiento recibe el sacramento del bautismo y el nombre de Fortunato, santo que figuraba en el calendario del 1 de junio. En realidad, Fortunato será una «fortuna» y una bendición de Dios para sus padres y para la iglesia. Las virtudes domésticas de la obediencia y trabajo, oración y piedad, austeridad y disciplina se imponían por sí mismas en la «casa grande». El cuidado del campo

y del ganado ocupó los primeros años de Fortunato hasta que ingresó en el Colegio Apostólico

que los PP. Paúles tenían abierto en el mismo Tardajos.

Cursados los años de Humanidades, ingresa el 18 de septiembre de 1923 en el Seminario Interno o Noviciado, sito en Madrid, C/. García de Paredes 45. Prosigue sus estudios de formación eclesiástica: tres años de filosofía y cuatro de teología, que culminará en Londres. La adquisición de la virtud y la ciencia fue su ideal, trazado desde la juventud, como él mismo escribe.

Con dispensa de la Sede Apostólica, el 11 de octubre de 1931, el obispo Mons. Cruz Laplana y Laguna, otro mártir glorioso de la persecución religiosa española, le imponía las manos. Alcanzada la meta del sacerdocio jerárquico, el P. Fortunato se siente pletórico de gozo y alegría. Su primera misa la celebra en la Basílica La Milagrosa, de Madrid, acompañado de sus tres hermanos misioneros paúles: PP. Esteban, Luis y Maximiano, mayores que él.

Dispuesto a ir “adonde Dios quiera que me envíen los superiores”, recorre las comunidades de Murguía (Álava), Teruel y, finalmente, Alcorisa (Teruel), donde da testimonio de fe con derramamiento de sangre, en la madrugada del 24 de agosto de 1936. Tenía treinta años cumplidos. A un discípulo suyo, que llegaría a ser misionero paúl, había escrito desde la cárcel: “… estoy esperando me fusilen de un momento a

otro. Ruega por mí… Moriré mártir en defensa de la fe… Yo ya me he ofrecido a Dios

para que se haga su santa voluntad”.

Su disposición para el martirio no podía ser mejor. Habiendo recibido temporalmente libertad vigilada, se limitó a decir. “No me ven digno del martirio”. Pero pronto volvió a ser encarcelado y condenado a muerte, tras haber dado muestras de perdón y amor a quienes iban a acabar con su vida terrestre. Antes de recibir el tiro de muerte, el P. Fortunato oró a Dios por sus asesinos, les perdonó de todo corazón, y con el grito: ¡Viva Cristo Rey!, cayó desplomado por una descarga de pólvora. Así moría el valiente defensor de la fe, dando testimonio de amor y esperanza invencibles, con fama de santo y mártir, fama que se mantiene hasta nuestros días entre quienes tuvieron trato con él, en particular sus discípulos.

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P. LEONCIO PÉREZ NEBREDA

(1895-1936)

Leoncio, hijo único del matrimonio José y Engracia, nace en Villarmentero (Burgos), el 18 de marzo de 1895. Al día siguiente de su nacimiento, fiesta de san Leoncio, recibe las aguas del bautismo. No había cumplido aún los dos años cuando fue confirmado por el arzobispo de Burgos, en la parroquia del pueblo. La casa paterna constituyó su primera escuela de formación; de sus padres aprendió a vivir una fe viva ante las contrariedades de cada día. La extraordinaria aplicación de Leoncio fue reconocida por la Junta Provincial de Instrucción

Pública de Burgos, que le concedió un flamante diploma el 2 de julio de 1905 por los méritos obtenidos en exámenes públicos. Tenía entonces diez años. Para esa edad ya había recibido la Primera Comunión.

Su cojera de nacimiento no presentó impedimento alguno para que los superiores le dieran el pase para ingresar en el Seminario Interno, el 29 de agosto de 1911, ubicado en C/. García de Paredes, 45, Madrid, una vez realizados los estudios humanísticos en el Colegio Apostólico de Tardajos. Al término de los dos años de prueba, emite los votos perpetuos el 1 de enero de 1914 y se enfrasca en el estudio de la filosofía durante tres años en el Seminario de Hortaleza (Madrid), seguidos de los cuatro de teología, cursados en la Casa Central, de Madrid. Con dos veces que leyera un discurso o una lección de historia, era capaz de repetir todo de memoria: la suya era privilegiada, pero le disgustaba que se lo mencionaran. El 10 de mayo de 1921, recibía la ordenación sacerdotal.

Vistas sus cualidades y disposiciones para la enseñanza y educación de la juventud, es enviado al Colegio Apostólico de Teruel, donde desempeña el cargo de profesor, con entera dedicación a los muchachos (1921-1935); después de Teruel, es destinado a Alcorisa, para acompañar y ayudar al P. Fortunato Velasco en la tarea de la formación de los seminaristas apostólicos. Juntos desempeñaron la misma misión hasta que les llegó la hora de disfrutar de la «misión del cielo». Rezan las Actas de estudio, que el P. Leoncio era más exigente con los muchachos que el P. Fortunato Velásco.

Declarada la persecución religiosa, el P. Leoncio salía asustado de Alcorisa, el 29 de julio de 1936, camino de Zaragoza. A unos tres kilómetros de Oliete, un astuto vecino, fingiendo una ayuda, le hizo montar en una de sus caballerías y le llevó por un sendero, hasta que llegaron a un barranco solitario. Fue entonces cuando comenzó a golpearle en la cabeza con las varas de acarrear que llevaba, sin que le diera tiempo de decir una sola palabra de perdón. El P. Leoncio cayó desmayado y sin sentido, al primer golpe que recibió en la cabeza. No satisfecho con la barbaridad cometida, el asesino continuó golpeándole con pedruscos. Luego arrojó el cadáver en la hendidura de una roca al borde del barranco, echándole encima una gran losa y algunas piedras. El P. Leoncio tenía cuarentaiún años. Los vecinos siempre le vieron como un gran testigo de la fe y del amor; por eso lloraron su muerte cruenta.

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Hno. LUIS AGUIRRE BILBAO

(1914-1936)

Luis nace en Munguía (Vizcaya) el 19 de agosto de 1914. El mismo día de su nacimiento recibe el bautismo por temor a que muriera antes de ser regenerado por las aguas sacramentales. Siendo muy niño, quedó huérfano de padre y madre. Era muy alegre por temperamento. Hacia 1919 fue llevado al internado del Hospital-Asilo de Guernica. Las Hijas de la Caridad, de quienes dependía el servicio del Hospital-Asilo, lo recibieron con el cariño de unas madres. Cuando a Luis le llegó la edad de hacer la Primera

Comunión, sus familiares le llevaron a la parroquia de Munguía, para celebrar en familia la fiesta, lo que supuso para él un gozo grande el poder encontrarse con sus primeros amigos de la infancia.

Al lado de las Hijas de la Caridad aprendió las primeras letras. Un buen día se adelantó a pedir a las Hermanas una medalla de su santo patrón, San Luis. Éstas se la compraron y regalaron, y fue tan grande su satisfacción que provocó en él un estallido espontáneo: “Ya tengo mi medalla, ya tengo mi medalla”. Con quince años, ingresó en el Seminario Interno, el 29 de junio de 1931. Al Hno. Aguirre le fue revelada la sabiduría del Reino de Dios oculta a los sabios y entendidos de este mundo. Transcurridos los dos años de Seminario, emite los votos perpetuos, el 30 de junio de 1933, y con la mejor de las disposiciones se encamina hacia Alcorisa.

Impresionado por los acontecimientos que se iban desencadenando, el Hno. Luis escribe a su hermano mayor el 21 de abril de 1936: “Ahora vivimos al revés porque

todos los criminales están fuera, y los inocentes en prisión... Que hay que morir por

defender la fe, allá vamos, no hay más remedio”.

El 29 de julio, mientras estaba todavía la comunidad celebrando la fiesta de Santa Marta, patrona de los Hermanos, recibieron confirmación de que los comunistas andaban vociferando dentro de Alcorisa. Con un fuerte abrazo se despidieron todos, unos de otros. Pronto llegaron los milicianos a la residencia de los PP. Paúles. El P. Velasco y el Hno. Aguirre salieron a recibirlos y atenderlos con gestos y buenas palabras. Tras haberse enfrentado contra los dos moradores del Seminario, los llamados «comunistas» les obligaron con empujones y amenazas, a que les acompañaran en el registro.

Poco antes de ser tiroteado el Hno. Aguirre, los marxistas le intimaron con golpes y amenazas a que gritara: “¡Viva el comunismo!”, pero el Hermano gritaba con más fuerza: “¡Viva Cristo Rey!” Con los brazos en cruz e invocando el nombre del Señor, sellaba su vida mortal con la inocencia bautismal. El Hno. Aguirre tenía veintidós años de edad y era tenido por todos los conocidos como un santo de talla, por su sencillez. El martirio contribuyó a que la gente de Alcorisa proclamara públicamente que había muerto un hombre de fe, que nunca se avergonzó del evangelio.

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P. ANTONIO CARMANIÚ Y MERCADER

(1860-1936)

Antonio nace en Rialp (Lérida), el 17 de abril de 1860. Al día siguiente del nacimiento era bautizado en la iglesia parroquial del pueblo. Pronto demostró ser un niño de gran agudeza e inteligencia; sus ocurrencias infantiles sorprendían a los mayores. Con doce años, en 1872 ingresa en el Seminario Diocesano de Seo de Urgel (Lérida), donde cursa con nota sobresaliente las asignaturas de humanidades y filosofía. Su primera intención de ser sacerdote diocesano fue reorientada hacia la de ser misionero paúl. Tenía diecinueve años cumplidos. El día 22 de febrero de

1879 ingresaba en el Seminario Interno o Noviciado. En febrero de 1881 emitía los votos y comenzaba los estudios de Teología Dogmática y Moral, en las que destacó brillantemente, demostrando ser un gran talento en Ciencias Morales.

Ungido sacerdote en 1885, es enviado a la Casa Misión de Palma de Mallorca, donde se dedica incansablemente a la predicación de misiones populares. La fundación en Rialp, de una Casa-Colegio de la C.M., de 1904, le llenó de ilusión; a ella irá destinado por largo tiempo, 1909-1927. Es muy probable que fuera en Rialp donde confesó ocasionalmente a san Josemaría Escrivá de Balaguer. No satisfecho con la dedicación a los jóvenes, se introdujo en las familias del pueblo por medio del movimiento apostólico mariano de la “Visita Domiciliaria de la Virgen Milagrosa”.

Declarada la revolución marxista en julio de 1936, el P. Carmaníu deja la Casa Central de Barcelona y busca un refugio en la capital condal, hasta que encontró lugar seguro en su pueblo natal. De escondite en escondite, llegó a Estarón (Lérida); acompañado por un familiar, comienza a caminar montaña arriba, con dirección de la frontera de Francia. Al encontrarle los milicianos, sospecharon de él, le pidieron el salvoconducto, le detuvieron y, sin más, le encarcelaron en el Comité Rojo del pueblo de Estarón. En otra parada le obligaron brutalmente a beber vino drogado.

En Ribera de Cardós hicieron entrega del Siervo de Dios a los comunistas procedentes de la F.A.I de Tremp (Lérida), que le condujeron al cercano pueblo de Llavorsí (Lérida). Eran las diez u once de la noche del 17 de agosto de 1936. Los milicianos sentaron al ajusticiado encima de un malecón. Le ordenaron que se pusiera de espaldas a ellos y de cara a la corriente del río Noguera Pallaresa, a lo que no accedió el P. Carmaníu, respondiéndoles que moriría de cara, pidiendo a Dios por ellos.

Mientras aquellos mandados por las Fuerzas Armadas Internacionales gritaban «Viva el Comunismo», él se esforzaba en confesar su fe: “Os perdono. ¡Viva Cristo Rey,

ya podéis tirar!”. Sobre su cadáver echaron los asesinos arena y cascajo, que una riada del Noguera se lo llevó por delante sin dejar rastro de su cuerpo. Su fama de mártir invicto se extendió por toda la comarca y aún hoy llega a nosotros su aureola de «sabio y humilde» misionero, gloria de la Iglesia. Tenía setenta y seis años de edad.

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P. IRENEO RODRÍGUEZ GONZÁLEZ

(1879-1936)

Ireneo, hijo de modestos labradores, nació en Los Balbases (Burgos), el 10 de febrero de 1879. A los dos días de su nacimiento, Ireneo era bautizado en la iglesia parroquial. Dentro del mismo año de su nacimiento, el 19 de octubre, recibió la confirmación de manos del arzobispo de Burgos. Cumplidos los 12 años, decide dirigir sus pasos a la Casa Misión y Colegio Apostólico que los PP. Paúles habían abierto en Arcos de la Llana, en un antiguo Palacio del Arzobispo. El adolescente Ireneo tuvo oportunidad de estudiar en Arcos el primer curso de latín, 1891-

1892. Será uno de los primeros paúles que pasen de Arcos de la Llana a Tardajos. De aquí, es enviado a Murguía (Álava), donde funcionaba, desde 1888, otro Colegio similar al de Tardajos.

Al cumplir los dieciséis años, pide espontáneamente ingresar en la Congregación. Emite los votos perpetuos el 3 de junio de 1897. En el mismo lugar y casa de García de Paredes, Madrid, realiza tres años de filosofía y cuatro de teología, que le capacitaron para la misión inmediata que le esperaba. Recibe el presbiterado el 1 de noviembre, y es enviado a Filipinas. El granito de arena aportado por el P. Ireneo en la formación del clero filipino contribuyó a levantar la obra más grandiosa que la Congregación de la Misión ha realizado en las Islas Filipinas. De Filipinas va a Cuba, y de aquí, al finalizar el año 1931, es enviado al Colegio Apostólico de Guadalajara, donde mantenía los movimientos marianos y apostólicos, con espíritu vicenciano. Nadie sabrá contabilizar las horas que dedicó con sus compañeros a la dirección espiritual y al confesionario.

Avanzado el año 1936, pero antes de que estallara la persecución religiosa, la comunidad educadora del Colegio Central de Guadalajara había escapado a Murguía (Álava), para poner a salvo a los jóvenes aspirantes a misioneros. Quedaban sólo para guardar el Colegio los PP. Ireneo Rodríguez y tres compañeros de comunidad. Un tal «Chinitas» respiraba odio mortal contra el P. Ireneo y le tenía jurado que un día le cortaría la cabeza. Los milicianos detuvieron y encarcelaron a los tres Padres y al Hermano, juntamente con otros sacerdotes, religiosos y católicos, el 26 de julio de 1936.

En un gesto de caridad heroica, el P. Ireneo y otro sacerdote se ofrecieron como víctimas por todo el grupo de presos, en especial por los padres de familia. El P. Ireneo no cesaba de exhortar a todos los presos a recibir el sacramento de la penitencia y a disponerse para el martirio, si esa era la voluntad de Dios. Conducidos al recinto de la Prisión, allí fueron fusilados «en odio a la fe», dejando sus cadáveres en el suelo. Los primeros asesinados fueron los sacerdotes y religiosos de la celda aislada, unos veintiuno. Parece que el P. Ireneo y el Hno. Pascual fueron los primeros en romper filas en la lista de condenados a muerte, el 6 de diciembre de 1936, animando al resto a morir por Cristo. El P. Ireneo tenía cincuenta y siete años de edad.

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P. GREGORIO CERMEÑO BARCELÓ

(1874-1936)

Zaragozano de origen y madrileño de adopción, nació el 9 de mayo de 1874, y fue bautizado el 11 del mismo mes y año en la parroquia de San Pablo, de la capital del Ebro. En la misma parroquia sería confirmado a la edad de siete años. Al quedar huérfano de padre y madre, era trasladado a Madrid e ingresado en el Asilo de Jesús, C/ Alburquerque, dirigido por las Hijas de la Caridad. Según los Estatutos del Colegio, los niños podían permanecer en régimen de internado hasta los catorce años, edad en que Gregorio toma la decisión de ser un buen misionero paúl,

como los que visitaban el Asilo como capellanes.

Tras una corta estancia en el Colegio Apostólico de Teruel, ingresa en el Seminario Interno o Noviciado de los PP. Paúles, el 27 de abril de 1892, con 18 años cumplidos. Pronuncia los votos, el 28 de abril de 1894, en Madrid. Inmediatamente comienza los cursos de filosofía y teología en la misma casa de Madrid, que ya conocía de vista por sus paseos en torno al barrio de Chamberí. Llegado el día de la ordenación sacerdotal, el 8 de septiembre de 1899, en Madrid, su alegría quedó colmada. En la celebración de su primera misa, estuvo acompañado de algunas Hijas de la Caridad que habían sido sus educadoras y formadoras, de las que guardará un recuerdo imborrable y agradecido.

Recién ordenado presbítero, se dirige a Valdemoro hasta que viaja a Porto Alegre (Brasil), donde los misioneros paúles españoles regían el Seminario diocesano, en lugar de los PP. Jesuitas que lo habían dejado. En 1902, también los PP. Paúles levantan la fundación de Porto Alegre y el P. Cermeño regresa a España, muy cano, según él, por los muchos y serios disgustos que hubo de pasar durante su corta estancia en Brasil. Después de un corto paréntesis en Madrid, fue destinado al Santuario de Nuestra Señora de los Milagros, en el Monte Medo (Orense). Más tarde irá destinado al colegio de Guadalajara, donde le sorprendió la persecución religiosa. Dado el poco tiempo que llevaba en la capital, era poco conocido por la gente. Declarada la persecución, la comunidad entera es conducida a la cárcel para ser juzgada y, posteriormente, sacrificada, sin más cargos que ser religiosos.

Él solo se atrevió a preguntar a los verdugos por qué se comportaban de modo tan inhumano con personas dedicadas al servicio de los necesitados. Nadie le respondió palabra, pero como respuesta recibió una fulgurante descarga de pólvora. Tenía sesenta y dos años de edad. Los cadáveres de los PP. Cermeño y Vilumbrales, con los de otros muchos clérigos y seglares, fueron arrojados a una hoguera encendida, fuego que los dejó transformados en ceniza blanca, hecho que recuerda a la «massa candida», -masa blanca-, mártires de Útica, cerca de Cartago, arrojados a las llamas por negarse a sacrificar a Júpiter. Las jóvenes del colegio que recibían su orientación espiritual diaria, no dudaban en llamarle «santo».

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P. VICENTE VILUMBRALES FUENTE

(1909-1936)

Vicente nace el 5 de abril de 1909 en Reinoso de Bureba (Burgos). Él será el benjamín de los diez hermanos, como lo será también de los sacerdotes mártires de la C.M. en España. Sus padres ejercían el magisterio en los pueblos; su madre hubo de dejar la escuela para dedicarse al cuidado y educación de sus hijos; gozaba de fama de mujer santa por su caridad con los pobres.

Dos acontecimientos: la muerte de su querida madre y la misión reciente dada en el pueblo por los misioneros paúles animaron a Vicente a pedirle a su padre que le llevara a Tardajos, porque

también él quería ser misionero. Según testimonio de su hermana mayor, Vicente era “muy alegre y comunicativo, despejado y de fácil expresión; algo travieso, impulsivo,

pero de tan buen corazón, que se hacía querer de todos”. El joven Vicente ingresaba el 14 de septiembre de 1926 en el Seminario Interno o Noviciado de la Congregación fundada por San Vicente de Paúl. Siendo seminarista, dejó escritas para la posteridad sus impresiones acerca de la vocación misionera, impresionado por el centenario 1828-1928 de los PP. Paúles en Madrid.

Emite los votos en la residencia de Villafranca del Bierzo (León), el 27 de septiembre de 1928. En tierras bercianas estudia los tres cursos de filosofía, 1928-1931. Terminado el ciclo filosófico, se traslada a Cuenca, al Seminario de San Pablo, para cursar los tres primeros años de Sagrada Teología. Terminado el curso tercero de teología, recibe el 9 de septiembre de 1934 el presbiterado, con dispensa de la Santa Sede. Al día siguiente, celebrará la primera Eucaristía en la Basílica de la Virgen Milagrosa. En Potters-Bar (Londres) cursará cuarto de teología. Vuelto a España, los superiores deciden dejarle provisionalmente en Madrid como ayuda al director de la revista Reina de las misiones, pero por poco tiempo, porque en febrero de 1935 lo vemos ya establecido en el Colegio Apostólico Central de Guadalajara.

En su nuevo destino desempeñó los cargos de profesor de lenguas, sobre todo de inglés, además de llevar la capellanía del Colegio de Huérfanas Militares en el Palacio del Duque del Infantado, cargos que desempeñó con responsabilidad y con alegría contagiosa. Con su simpatía y buena presencia ganaba a la juventud, que procuraba orientar hacia los mejores ideales y compromisos cristianos. Poco tiempo duró su misión de educador porque pronto se echó encima la persecución religiosa.

Entrado el día 26 de julio de 1936, el P. Vilumbrales fue detenido con sus compañeros de comunidad. Juntos fueron conducidos a la Prisión Central, donde quedaron encarcelados y sufrieron incontables castigos y penalidades. Camino de Chiloeches, coronó su vida, el 6 de diciembre de 1936, confesando con los labios la fe que profesaba su corazón. Tenía veintisiete años y respiraba salud física y espiritual por todos los poros.

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Hno. NARCISO PASCUAL PASCUAL

(1917-1936)

Narciso nace el 11 de agosto de 1917 en Sarreaus de Tioira (Orense). Sus padres, Juan Antonio y Pilar, celebraron fiesta el día del nacimiento de su hijo, a quien llevaron a bautizar al día siguiente a la parroquia de Tioira. Con el baño del segundo nacimiento y con la fuerza de los otros sacramentos que fue recibiendo: la confirmación el 15 de octubre de 1920, la penitencia el 14 de agosto de 1924, y la eucaristía al día siguiente, fiesta de la Asunción a los cielos de la Virgen María, quedó y fortalecido para la vida presente hasta que dio

testimonio, con sangre, de fe y amor a Cristo en 1936.

El santuario de Nuestra Señora de la los Milagros, cercano a Sarreaus de Tioira, le atrajo a la Congregación de la Misión. A eso se debe que Narciso, a la edad aproximada de 14 años, pidiera entrar en la Escuela Apostólica de Los Milagros. Aquí cursó los dos primeros cursos de humanidades. Pero viendo que el estudio se le hacía cuesta arriba, decidió dejar las letras y dedicarse a las labores manuales a que acostumbraban los Hermanos de la Congregación.

La decisión tomada por Narciso no le privó de ir, junto con sus compañeros de los Milagros, al Colegio Apostólico de Guadalajara, para completar su formación y ser admitido en el «postulantado». Terminado este tiempo de preparación y prueba, los superiores de Guadalajara lo consideraron maduro para enviarlo al Seminario Interno, ubicado en Hortaleza (Madrid), acto que tuvo lugar el 26 de noviembre de 1933, víspera de la celebración de las Apariciones de la Virgen Milagrosa.

A la vista de todos estaba que la devoción del Hno. Pascual a la Virgen María destacaba en sus prácticas piadosas durante el Seminario, como también descollará, en los años futuros, en Cuenca y Guadalajara. Emite los votos el mismo día de la fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa, el 27 de noviembre de 1935: día grande para él y para la comunidad. El grupo de estudiantes teólogos se encargó de homenajear al Hno. Pascual, que, conmovido hasta derramar lágrimas de emoción, cedió la palabra al superior de la casa, para que en su nombre agradeciera a la comunidad el acto celebrado en su honor.

El día 2 de mayo de 1936, de madrugada, escribía a sus familiares, ante la desbandada de la comunidad conquense, por orden gubernativa: “Supongo que no

pasará nada. Pero si llega a pasar, Vds. no tengan pena, pues yo, si me matan, muero

por Cristo y por salvar a la Patria..” Vuelto a Madrid y recuperado físicamente, los superiores le envían de nuevo a su antigua residencia de Guadalajara. Pero fue aquí, en Guadalajara, donde cayó prisionero con sus compañeros de comunidad y murió fusilado el 6 de diciembre 1936 en el camino de Chiloeches, junto con el P. Vilumbrales, convertidos en cenizas. Tenía 19 años, pero le acompañaba una voluntad de hierro para hacer el bien.

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P. TOMÁS PALLARÉS IBÁÑEZ

(1890-1934)

Oriundo de La Iglesuela del Cid (Teruel), Tomás nace el 6 de marzo de 1890 y es bautizado al día siguiente en la iglesia parroquial de dicha villa. Siendo adolescente, pidió ir a la Escuela Apostólica que los misioneros paúles tenían abierta en Teruel desde 1887. En la Apostólica de Teruel, Tomás estudia los cursos preparatorios para ingresar en el Seminario Interno, en el que fue admitido el 8 de septiembre de 1906. Emite los votos el 9 de septiembre de 1908 y recibe el presbiterado el 29 de agosto de 1915.

Su primero y principal ministerio fueron las misiones populares, predicadas en la isla de Tenerife, 1915-1923, que combinaba con clases de latín a los bachilleres en el Colegio de Enseñanza Media de los Hermanos de la Salle. Vuelto a la Península en 1923, desarrolla varios ministerios, entre otros ayudante del Ecónomo Provincial y confesor en distintas capellanías, hasta que el Superior General, P. Francisco Verdier le nombra Secretario del Comisario Extraordinario, P. De las Heras, Superior Provincial de México, para visitar las Provincias de los PP. Paúles e Hijas de la Caridad de España.

El nuevo Visitador, P. Adolfo Tobar (1930-1949), le destina en 1930 al Seminario Diocesano de Oviedo, como Mayordomo, luego Director espiritual y Vice-rector del Seminario de Oviedo. Lo que menos se esperaba era que la «octubrada» marxista de Asturias truncara su carrera, en 1934. Los comunistas revolucionarios rodearon el Seminario Diocesano, convirtiéndolo en punto de miras de un horrible tiroteo. La mayoría de profesores y discípulos quedó apresada y llevada a la Comisaría y posteriormente a una cárcel improvisada, antiguo cuartelillo de la Guardia Civil, juntamente con otros religiosos carmelitas y dominicos. Los revolucionarios, ellos y ellas, pistola en mano, lanzaban amenazas, gritando furiosos contra los sacerdotes y religiosos: “A éstos, acabad con todos de un tiro”.

El 13 de octubre en la improvisaba cárcel hubo dos explosiones. A las doce y media del mediodía, cuando vieron que las fuerzas gubernamentales avanzaban por la estación, provocaron la primera explosión con el fin de darles a ellos tiempo, para escapar, tras haber volado la escalera, y preparar la segunda explosión que arrasaría todo el edificio. Al deslizarse por las cuerdas el P. Pallarés, una ráfaga de balas le alcanzó la cabeza; se desprendió de la cuerda y cayó desplomado en el segundo piso, donde expiró al instante. Era el mediodía del 13 de octubre -sábado- de 1934. Un poste de hierro de los cables del tranvía, lanzado por la segunda explosión, cayó encima del cuerpo del P. Pallarés, quedando sepultado por el mismo poste.

Su valiente testimonio de Cristo permaneció imborrable en la memoria de cuantos le habían tratado y habían presenciado su muerte a la hora de confesar la fe en Cristo ante los pretendidos exterminadores de la religión. Oviedo quedó bautizada con sangre, con el nombre: «la ciudad mártir».