Mitología Guaraní: el origen de los originarios.

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MITOLOGÍA LUIS ALBERTO ZOVICH GUARANÍ el origen de los originarios Éste libro es un intento por arrojar un poco de luz sobre esa zona gris e inasible que es la mitología guaraní. Ésta es una versión de una sub versión, tan escurridiza como todas; absolutamente todas. El problema radica en la extensión espacio temporal de la nación Avá. En los cientos y cientos de comunidades y dialectos guaraníes, diseminados desde las Antillas hasta el Río de la Plata y desde el Atlántico hasta la Cordillera. El problema radica en la tergiversación de los mitos a manos del occidente esclavista. El problema radica en la profundidad del pen- samiento guaraní, en su hermetismo, en su sacralidad. En su férrea resistencia a la transculturación, radica el problema. La nación guaraní sigue siendo tan extensa, como compleja, para los occidentales, un rompecabezas inaccesible. En el mejor de los casos, apenas podremos raspar la superficie, espiar por algún entre- sijo, encandilarnos con el destello de una puerta entreabierta. En la persistencia del enigma radica el problema.

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de Luis Alberto Zovich

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MITOLOGÍA

LUIS ALBERTO ZOVICH

GUARANÍel origen de los originarios

Éste libro es un intento por arrojar un poco de luz sobre esa zona gris e inasible que es la mitología guaraní. Ésta es una versión de una sub versión, tan escurridiza como todas; absolutamente todas.

El problema radica en la extensión espacio temporal de la nación Avá. En los cientos y cientos de comunidades y dialectos guaraníes, diseminados desde las Antillas hasta el Río de la Plata y desde el Atlántico hasta la Cordillera.

El problema radica en la tergiversación de los mitos a manos del occidente esclavista. El problema radica en la profundidad del pen-samiento guaraní, en su hermetismo, en su sacralidad. En su férrea resistencia a la transculturación, radica el problema.

La nación guaraní sigue siendo tan extensa, como compleja, para los occidentales, un rompecabezas inaccesible. En el mejor de los casos, apenas podremos raspar la superficie, espiar por algún entre-sijo, encandilarnos con el destello de una puerta entreabierta.

En la persistencia del enigma radica el problema.

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Basado en la tradición oral

GUARANÍ

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MITOLOGÍA GUARANÍel origen de los originarios

LUIS ALBERTO ZOVICH

Clan Destino

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Luis Alberto ZovichMitología guaraní.El origen de los originarios.

Ensayo argentinoCiento sesenta y cuatro páginasDiecinueve por catorce centímetros

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Primera edición | 2014Mil ejemplares

Edición artesanalImpreso en Argentina

Esta obra es publicada bajo licencia Creative Commons Atribución–NoComercial–CompartirIgual 4.0 Internacional

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MITOLOGÍA GUARANÍ

el origen de los originarios

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MITO, CULTURA Y NATURALEZA

a mitología nació como mediadora, como elemento simbiótico entre hombre y natura-Lleza, proveyó de sentido a la existencia de los

guaraníes en cuanto individuos y comunidad. El mito resulta la clave del conocimiento de la naturaleza, en principio amenazante, que se vuelve favorable y ami-gable al humano. De esta forma la idealización mito-lógica se transforma en catalizador entre naturaleza y cultura, le da cuerpo ético y estético al pensamien-to guaraní, adaptándolo a la selva, apropiándose de ella y dominándola, fijando valores morales y a la vez pragmáticos. Su ideología, así como el sistema de creencias, determinan una escala de valores natura-listas.

El hecho de vivir en un hábitat tropical o sub tropi-cal, los lleva a prescindir de vestimenta, por lo tanto

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no desarrollaron una industria textil, ni viviendas cerradas y de materiales sólidos, como otras civilizaciones contemporáneas a ellos.

Dada la abundancia de animales de caza, los frutos naturales y la pesca, no desarrollaron la agricultura, si no tardíamente —en los últimos 2000 años—, esto de todos modos conllevó a una organización social basada en grandes casas comunitarias. Su civilización se basó en la utilización de la madera, tacuara, hueso, piedra y arcilla.

construyeron

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EL LENGUAJE GUARANÍ

vá—Ñe—É, extraordinario juego de palabras equivalente a: Nación, Humano, Lenguaje, Alma.A

El idioma, además de ser el instrumento, medio de comunicación, es una creación altamente com-pleja, un sistema simbólico cultural de cohesión e identidad colectiva milenaria. Es el medio para for-mar una organización, intercambiar experiencias, in-formación y afianzar los lazos comunitarios y crear una cultura propia. Además es una forma de mante-ner vivas las creaciones y memoria ancestral. Para los guaraníes, las palabras guardan una estrecha relación con lo que nombran, asignando un significado divi-no y socio–lingüístico, y a la vez individual. Suelen usar o asociar la expresión Che Rery, mi nombre sagrado, para referirse a su alma divina Ñe'e en

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comunión con lo divino y que a la vez afirma su tenencia a la comunidad. Ese nombre sagrado deter-mina además su capacidad de subsistencia. Enmarca su rol en la comunidad. Estipula la forma de los mé-todos a utilizar por el Opyguá en caso de enferme-dad, para curarle sus males. A la vez determina el destino de su alma luego de la muerte; cada espíritu retornará a alguno de los puntos cardinales origina-rios, en la bóveda celeste.

Así mismo la perdida de una lengua significa la de-saparición física y espiritual de un pueblo, la desapari-ción de una de las caras de la humanidad. Cada len-gua aborigen representa para la nación un patrimo-nio cultural y espiritual, y un invaluable registro an-cestral. Respecto de las lenguas aborígenes de la re-gión, sus características son comunes entre las distin-tas comunidades, estos idiomas de tradición oral no poseen sus propios signos para la escritura, por lo tanto ha sido fundamental la tarea de lingüistas y an-tropólogos, para encontrar y definir una forma escri-ta. El guaraní es un lenguaje rico y complejo que evo-lucionó a través de milenios. La creación y publica-ción de diccionarios bilingües, así como las escuelas bilingües, son un aporte contundente para la com-prensión y valorización de esta etnia.

per-

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EL MITO

l mito es la conexión entre la cultura —vida social, filosofía, creencias religiosas— y la na-Eturaleza. Va penetrando en el universo gua-

raní. Humaniza el monte y el territorio, encauza todo en un fin favorable a la vida de la comunidad. La natu-raleza, en un principio hostil, se pone al servicio de los guaraníes, imponiéndose así una escala de valo-res ultra naturalistas, creándose de ésta forma una conexión indispensable entre lo humano, la natura-leza y los dioses.

—Nuestro padre, Ñanderhú Pa Patenondé, creó el mundo y entonces bajó y tomó forma de árbol, así creó la selva, después dijo a Oré-Rú-Reté que bajara con forma de humano y diera vida a los guaraníes.

Ésta unidad, éste patrón cultural, filosófico, reli-gioso, sobrenatural, es común a todos los pueblos

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derivados de la nación Avá, pues, todas responden a una misma matriz raíz.

La cultura Avá tiene una antigüedad difícil de esta-blecer con exactitud. Pero sí sabemos que trece mil años atrás se desplazaron desde las Antillas hacia el sur, lo que supone un origen aún más lejano. Cues-tión que implica contemporaneidad con los egipcios, los asirios, los judíos, etc. Su consecuente solidez cul-tural está entonces cimentada en sus miles de años de existencia. Es para tener en cuenta que se con-solidó en el neolítico, cuando en otras regiones del mundo se iniciaba la agricultura, la ganadería y las primeras ciudades.

La conformación de la mitología guaraní se sus-tenta en la ideología pragmática y utilitaria de la na-ción. Cuya base cultural primaria, impregnada de la filosofía asiática, se sostiene a lo largo de más de treinta mil años.

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EL TEYÚ CUARÉ

ío abajo en su canoa, se mecían, Angá, una joven guaraní y su amado, Urundú. Una subrepticia y Rgran oleada los sorprendió, y con muchísimo

esfuerzo lograron llegar a la orilla, aterrorizados al ver a la gigantesca iguana que provocó la riada, huyeron monte adentro. A orillas del Paraná, se encuentra la caverna, cu-ya entrada está situada en unos escarpados riscos.

Las escamas oscuras, los ojos encendidos, su gran ta-maño y sus púas en el lomo, la convertían en el más gran-de monstruo que habitó la zona, devoradora de animales y humanos. Este monstruo que mantenía en vilo a las co-munidades de la región, aterraba a todos, no existió gue-rrero ni cacique que se atreviese a hacerle frente. Única-mente en una oportunidad, varios jóvenes guiados por Ñandesy, una valiente mujer, intentaron darle caza. Pero fueron devorados, uno a uno, no salvándose ninguno de ellos.

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Fue entonces que todos los chamanes y caciques de la región del alto Paraná, se reunieron para buscar la mane-ra de librarse del monstruo. Durante siete días, con sus siete noches, estuvieron deliberando e invocando la pre-sencia de Ñanderhú, quien delegó en Tupá la tarea de lle-varse al monstruo a otra dimensión, donde las bestias rei-nan, y no comparten su mundo con humanos, un mundo poblado por saurios gigantes y otras bestias desconocidas para nosotros.

Tupá envió un rayo que partió las rocas de la caverna donde habitaba el Teyú Cuaré, y este se arrojó a las aguas, cruzando en un instante el río, y allí corrió desesperado, intentando escapar de la ira del dios, cavando en su huída un arroyo serpenteante en la otra orilla. Cuenta el mito, que Tupá se lo llevó, tomándolo de su espinoso lomo, y lo dejó en ese otro universo plagado de extrañas criaturas, devolviendo la calma a la nación guaraní.

***

Éste es uno de los más escurridizos de los mitos Mbeyá guaraníes, su origen es impreciso, me resultó imposible corroborar si es en verdad un mito guara-ní original o una versión occidental del mito.

Teyú Cuaré, igual que Mokelembembe en los ríos

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africanos, es o fue una rémora de otra era, un plesio-saurio atrapado en el tiempo, en una nueva era bio-lógica, una criatura solitaria, habitante de una cueva a orillas de un cauce de agua. Aquí también reside una de las claves, para descifrar la semejanza entre mitos de pueblos separados por un océano de tiempo y espacio.

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MITOLOGÍA, CONCIENCIA Y CULTURA GUARANÍ

a conciencia mítica de la nación guaraní es la base en que se asienta la cultura. A la vez ofi-Lcia de método e instrumento para enrique-

cer el conocimiento. Esta misma base sirve de sus-tento a una filosofía bien definida y armónica integra-da al orden natural. A medida que la nación guaraní se esparcía y dominaba la amazonia desde la costa atlántica hasta Perú, y desde Panamá a Uruguay, or-ganizaba una existencia basada en la común unión de cazadores, pescadores y, tardíamente, agriculto-res, tendiente a resignificar el enigma que represen-taba la selva. La mitología fue develando los miste-rios, fue convirtiendo ese ambiente hostil en un mundo lógico, a la vez mágico y sagrado. La nación guaraní, tupí, maca, tacuara, etcétera, irrumpió en América ya con un bagaje cultural y mitológico que

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fue mutando según el medio ambiente en que fue-ron sentado sus bases. Aunque persistió y persiste parte de la filosofía y el espiritualismo asiático: más allá de las diferencias existentes entre estas naciones, todas provienen de una única matriz. Esta confede-ración de naciones constituyó un inmenso poderío fundado en la comunidad, la cosanguineidad y el idioma. La unidad se fundó en la común unión, los preceptos sociales, la conservación de las tradicio-nes, la mitología, los rituales, en definitiva la solidez y riqueza cultural.

El mito se transformó así en mediador entre cul-tura y naturaleza y proveyó la herramienta para el conocimiento analítico concreto. La naturaleza agre-siva y misteriosa se tornó en algo propio y confiable al servicio de la comunidad. Las creencias y la ideolo-gía son utilitarias y pragmáticas y fuertemente natu-ralistas. Así mismo el inicio de la agricultura, hace unos dos mil años, produjo una revolución en la or-ganización social, que redundó en una mayor soli-dez socio cultural.

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ISONDÚ

anderhú Pa Patenondé creó a los guaraníes. Karaí, una de las deidades, les dio las primeras fogatas Ñpara que iluminaran la noche y calentaran a los hu-

manos. Pero Añá, la deidad rebelde, bajó a la tierra y en-contró a los guaraníes reunidos alrededor de pequeños fuegos, unidos en comunidades, charlando amigable-mente, compartiendo conocimientos y alimentos. Los vio reunidos cantando y danzando, enfurecido decidió apagar todos los fuegos, cubrir la noche con un manto frío y oscuro. Aspiró profundo, hinchando su pecho y sus mejillas de aire, voló sobre el monte mientras soplaba con fuerza, apagando todas las fogatas que los humanos ha-bían encendido.

Miles de chispas y brazas encendidas se esparcieron, Añá volaba velozmente tras ellas, tratando de apagarlas. Mientras los Guaraníes temerosos de perder el fuego que

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les regalara Karaí, intentaban encender nuevamente los fogones, pero el viento huracanado y frío se los impedía. Cuando Karaí vio lo que estaba sucediendo, decidió con-vertir esas chispas y brazas diseminadas por el viento, en pequeños insectos voladores, así fue entonces que creó a los Isondúes, o luciérnagas.

Karaí volvió a enseñarles a los humanos a mantener en-cendidas las fogatas.

Añá siguió persiguiendo Isondúes, intentando apagar-los, pero cansado de soplar debió tomarse un respiro en-tre soplido y soplido, desde entonces los Isondúes se en-cienden cuando Añá exhala y se apagan cuando inhala.

Los Isondúes cual estrellas fugaces iluminan la noche en los montes y prados, custodiados por Karaí el bondadoso Dios del Fuego.

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EL SIGNIFICADO DEL FUEGO

egún León Cadogan, la esposa de Tupá, Takua-rembipé —fulgor de la tacuara—, es la deidad Sencargada de conservar el fuego encendido.

El fuego es iniciado por el hombre friccionando una varilla de caña seca en un trozo de madera per-forada correctamente para que permita la genera-ción de chispas. La mujer deberá entonces soplar pa-ra obtener las primeras brazas, una vez iniciado el fuego, la mujer deberá conservarlo y transportarlo en un recipiente hecho de tacuara. La mujer como custodia del fuego cumplirá sus funciones como sus-tentadora de la llama para cocinar los alimentos y ocupa un lugar central en el Opy o templo de las ple-garias, manteniendo el fuego convocador al ritual de la danza comunitaria.

A Cadogan le fue revelado por los guaraníes, el

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canto de la Nueva Tierra, el mito de la creación del fuego. Habiendo creado Ñanderhú Pa Patenondé al guaraní y su Nueva Tierra, pensó inmediatamente en darles el fuego como elemento unificador, medio convocador a la danza sagrada, al intercambio de ex-periencias, a la conversación, a la utilización de la pa-labra como catalizador de la comunidad.

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IGUAPOHÚ

l exuberante Iguapohú o higuerón, es una especie abundante en la selva Paranaense. La cosmogonía Eguaraní le atribuye un alma humana, lo conside-

ran una deidad cruel que habita el monte.Por su manera tan particular de crecer, se lo considera

un impiadoso espíritu de la selva. Sus semillas, duras e in-digeribles, son diseminadas principalmente por los loros y otros pájaros en las copas de los árboles donde se detie-nen. Allí, en las alturas germinan las semillas entre hojas y en pequeños huecos húmedos. Con el calor del sol y las lluvias van naciendo unas frágiles y pequeñas enredaderas que poco a poco extienden sus raíces alrededor del árbol en un amoroso abrazo. Con el transcurso del tiempo las raíces engrosan de manera considerable gracias a los nu-trientes de la tierra y se convierten en extraordinarias contrictoras que ahogan el árbol hasta estrangularlo,

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convirtiéndose así el Iguapohú en verdugo del árbol que ofició de receptor.

Ésta higuera mítica es una deidad del reino vegetal que tiene un alma que responde a los designios de Añá. Los guaraníes sostienen la creencia de la interacción humano, vegetal y animal, incluyendo peces, reptiles e invertebra-dos. Ellos evitan pasar cerca o rozar las higueras estrangu-ladoras, pues, el mito sostiene que muchas personas han quedado atrapadas en el mortal abrazo del Iguapohú y sus almas condenadas al limbo eterno de Añá.

Miles de años atrás, en la selva Altoparanaense vivía uno de los mejores cazadores que existieron, Iguapohú, un mbeyá guaraní alto y fornido, extremadamente habili-doso con el arco, la lanza y el hacha. Éste cazador poseía un hacha finamente tallada en piedra y sabía usarla para derribar a la presa más grande que se le cruzara y maneja-ba el arco con extrema precisión. Solía internarse sema-nas enteras en lo más profundo del monte durante sus ca-cerías, para luego volver a la aldea con una buena provi-sión de presas.

Una tarde volvió a su casa en la comunidad y se encon-tró con que su amada lo había abandonado y se había mar-chado con un joven de otra aldea.

Iguapohú pasó un largo tiempo oculto en la selva, llo-rando su pérdida, amaba demasiado a Yriapú y su corazón

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no podía soportar el desamor. No quería ver a nadie, no quería que la comunidad lo viera inmerso en esa inmensa pena. Con el transcurso del tiempo, el cazador se volvió ermitaño y vivía en lo más oscuro de la selva, sobre un ár-bol, a veces veía pasar algún humano cerca y le arrojaba flechas. En poco tiempo mató a varios guaraníes, por lo tanto los rubichá decidieron buscarlo y ajusticiarlo. Orga-nizaron un grupo con los hombres más hábiles de la co-munidad para encontrarlo. Lo buscaron por varios días hasta que lo encontraron, pero Iguapohú no quiso entre-garse y entonces le arrojaron una andanada de flechas hi-riéndolo de muerte. Pero el ermitaño se aferró a la copa de un inmenso árbol y allí agonizó por varios días. Oca-sión que aprovechó Añá para poseer su espíritu y trans-formarlo en Mboguá o Espíritu del Monte. Su cuerpo se quedó trabado en la copa del inmenso cedro y sus venas y arterias se aferraron al tronco, deslizándose hasta alcan-zar el suelo. Allí se enraizaron y fueron engrosándose has-ta sofocar el añoso árbol. Fue entonces que el cazador er-mitaño se transformó en higuerón estrangulador. Razón por la cual todos los aborígenes evitan pasar cerca, pues, él está esperando atrapar a quien le robó a su enamora-da, y nadie que se le acerque podrá librarse de su abrazo mortal.

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EL URUTAÚ

l canto triste del Urutaú, quiebra el silencio, re-suena en el monte dormido. Más que un trino es Euna canción melancólica que habla de un dolor

milenario, un ruego de amor, una especie de sollozo del inframundo. Fantasma errante, hombre pájaro, dolorosa simbiosis. Antigua historia de amor y muerte.

El hombre pájaro sobrevuela la selva, estremece los corazones con su triste melodía. Cuenta el mito que Uru-taú fue un joven valiente, que una oscura tragedia se llevó a su amada al cielo lejano. En algún punto cardinal del cie-lo de Ñanderhú, una estrella rodeada de una nostálgica bruma late triste, solloza por el frustrado amor. Las lágri-mas de Yateí, la estrella oscura, fluyen caudalosas, teñidas de sangre, atravesadas por espinas.

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—Amada mía, aquí estoy esperando la muerte, —canta Urutaú—, esperando un mal rayo. Entre espíri-tus dolientes. Estoy aquí llorando tu partida, sin consuelo ni tregua, mi alma trémula a la vera del río, —solloza el fantasma emplumado—. De qué me sirven las alas si no puedo volar hasta tus brazos, —repite en cada trino, en cada voz de dolor—. Y ace triste el monte, pues tus pasos ya no recorren los senderos. Soy la sombra de una inmen-sa pena, soy el eco de un dolor—, se escucha en cada rin-cón del monte—, un dolor que no pasa, y recorre mis ve-nas inundando de soledad mi quebrado corazón—, dice en su lamento—, cada momento de mi vida, cada rincón de este gris infierno—, repite una y otra vez—, tu efíme-ra vida fue para mí, un instante de gloria.

»Pueblan la selva, bandadas de pájaros, y sus trinos re-tumban en el hueco que fue una vez mi corazón, clama. Trinos de pájaros alegres que invaden el mundo que nos dio Ñanderhú. En cambio yo, paso el día callado y triste, maldiciendo el sol, oculto en mi propio abismo, —recla-ma su trino—, espero la noche para mirar el cielo, para buscarte allá en lo alto, amada mía. Para llamarte entre sollozos, —y su lamento se multiplica en la selva ador-mecida—. A veces se alivia mi pena, a veces, cuando llue-ve, tus lágrimas empapan mi alma y mi piel. En cada gota veo tus ojos reflejados. Por eso maldigo el sol, maldigo el

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viento que se lleva las nubes, maldigo esta infinita pena, esta absurda existencia, maldita mi vida, éste dolor que no pasa, —dice Urutaú—. Llorarte hasta quedar sin lá-grimas, llamarte hasta quedarme sin aliento es mi desti-no, el destino del pájaro más triste, —nos cuenta este es-píritu atormentado—. Mi destino es reencarnar cada vez en el mismo animal emplumado, en la misma alma errante.

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EL RITUAL DE LA CACERÍA

anto el Opyguá como los cazadores cum-plen con su ritual de agradecer cada vez que atrapan o matan un animal. En esta ceremo-T

nia agradecen primero a la deidad protectora de la presa obtenida. También agradecen al animal, ave, pez, etcétera, por su sacrificio en favor del bien co-munitario, pues contribuyen con su muerte en la ali-mentación del pueblo, principalmente de los niños.

La filosofía guaraní sostiene como única justifica-ción de la cacería de animales, el fin social de los ali-mentos. Aquí radica el concepto de tomar nada más que lo necesario para la subsistencia de la comuni-dad, concepto que respetan seriamente, pues jamás actúan como depredadores. El producto de la caza y la pesca se distribuye equitativamente entre todos. Los cazadores no hacen alarde de sus habilidades, en

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realidad atribuyen al animal y a su dueño mitológico la voluntad y sabiduría de sacrificarse para alimentar a los humanos.

Los guaraníes sostienen la creencia en la transmi-gración de las almas, su concepto cosmogónico de la reencarnación es amplio, la transmigración de animal a humano o viceversa, así como de humano a vege-tal. Tomando cuerpo así una multiplicidad de almas actuando en cada ser.

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EL POMBERO O CAURUHÓ–YARÁ “DUEÑO DEL SOL”

ace el monte calcinado por un fuego lejano. Pora-sy camina descalza por el sendero sombrío, atra-Yvesado por algunos rayos de luz que se filtran por

el dosel de la selva húmeda, selva madre profunda que am-para a sus hijos, selva cálida que acuna las criaturas de Ñanderhú. Urdimbre de hojas, cañas y helechos, líquenes, hongos, isipós enredados y enredando árboles, buscando la luz del sol, maraña que oculta y cobija, que sofoca y da vida, la vida misma sostiene la vida.

En dirección al arroyo camina Porasy, arroyo que nace loma arriba, en el manantial. Las palomas de la siesta, de pronto hacen silencio, enmudecen su triste canción.

“Las palomas son espíritus encarnados, jóvenes que murieron sin conocer el amor, o habiéndolo conocido, sufrieron y murieron por amor”, pensó Porasy, un nudo se hizo carne en su garganta, unas lágrimas brotaron de sus

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ojos mientras miraba el sendero por el que un día vio par-tir a su amado Pytajová (guerrero) que nunca regresó.

A lo lejos vio una silueta en el sendero, en un claroscu-ro del monte. Escuchó el repique de los horneros y chin-golos dando la voz de alerta... allá... en el recodo.

A la distancia distinguió el ala del sombrero de paja que calzaba la sombra del Pombero. Ella no se inquietó, no le temía a los duendes, ni al guardián de los pájaros, sabe que él los protege de las piedras y flechas arrojadas por los niños a la hora de la siesta. Por momentos lo pierde de vista; es que el Pombero puede mimetizarse con el monte. Puedes pasar a su lado y sólo ver la urdimbre de cañas y hojas, y tal vez, si eres muy sensible y observador, adivi-narás sus ojos entre la vegetación, tal vez percibas su pre-sencia. Así ha sido desde el principio de los tiempos, está en este mundo como ángel protector, un guardián del canto de las aves, un hijo de Ñanderhú.

Porasy camina sin prisa; sin temor al duende de los pája-ros, su soledad le pesa en el alma, su tristeza también, co-mo piedras en su morral de dura existencia.

“¿Qué podría temer del Pombero?”, se preguntó. “Si él también está solo, por lo menos tiene una razón para vi-vir, el enviado de Ñanderhú, un propósito encomendado, yo en cambio, camino sin rumbo y mi única certeza es que Pytajová no volverá jamás”.

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El dueño de los pájaros se dejó ver por la joven, ella se detuvo y lo miró con sus ojos negros, y su dulce rostro pa-reció iluminarse frente al Pombero.

—Sé que una profunda pena atraviesa tu corazón —dijo él—, tu tristeza arrulla el monte con el canto de las palomas, mi alma se estremece cuando tus lágrimas convertidas en rocío humedecen la selva, cada mañana la niebla del río trae hasta mí tu espíritu quebrado en mil partes —Porasy se sintió una paloma más, un ave que al fin encuentra refugio donde sanar sus heridas.

Un tiempo después, la joven volvió a su casita en la al-dea, habían pasado unos meses; sus ojos ya no traslucían tristeza, su dulce rostro brillaba esplendorosamente. Sus labios y sus pies hinchados, igual que su vientre. Aquella inmensa pena ya no moraba en su ser. La soledad se había marchado para siempre. La joven y el genio del monte se habían entendido. Él la sedujo con sus modales de duende protector. Ella encontró un camino, ahora vivía con un propósito, tenía un motivo más que poderoso para afe-rrarse a la vida. El enviado de Ñanderhúpa-patenondé le dio un hijo. La ancló al universo.

Dicen los paisanos que el niño es bajo y pelirrojo, y sonríe como su padre. Dicen que habla con los pájaros y le encanta la miel. En la siesta suele vagar por los senderos

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de la selva, con su sombrero de paja, y es un experto en mimetizarse con el follaje.

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La versión occidental desnaturaliza éste mito, como lo hace con tanto otros. Ya no es una deidad que custodia el monte. Ya no es el protector de los gua-raníes. Al occidentalizarlo lo desnaturalizan, lo con-vierten en un “personaje” siniestro y peligroso. Lo asocian a una especie de violador serial, tal como ocurre con el Curupý, y el Yasí Yateré. La cultura está en constante movimiento, está viva y por ende transmigra, impregna y resignifica los símbolos, y las creencias. Si pretendemos aproximarnos a la versión original de un mito, lo mejor es recurrir a la fuente que lo creó, aunque nos encontremos con capas in-terminables de versiones, vale el esfuerzo para llegar al corazón del mito y aproximarnos a la verdad.

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LOS DIOSES Y LA GARGANTA DEL DIABLO

n el tiempo primigenio en que Ñanderhú pá patenondé dio vida al mundo, y creó la selva y los Eríos, y cada una de las criaturas, los primeros

hombres podían entrar en el universo de los dioses, había un pasaje en el fondo de un abismo que llevaba a ese otro mundo. El mundo de Tupá, Ñanderhú y los demás dioses. Era una tierra sin mal. Allí habitan miles de especies ani-males, jaguares, tapires, peces, serpientes, aves e insec-tos. Muchas de ellas ya extintas en nuestro mundo y otras totalmente desconocidas para nosotros.

Los primeros humanos creados por Ñanderhú pá pate-nondé, la raza jote, tenían acceso a la otra tierra. Cruzaron al otro universo, y corrompieron el mundo de los dioses, intentaron establecer un reino, se dividieron en tres cas-tas: reyes, vigías y exploradores. Sometiendo a cuantos no se sumaran a su reino y derribaron y quemaron miles

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de árboles, edificaron templos utilizando de esclavos a miles de personas de otras comunidades, a quienes some-tían a duros castigos y ejecuciones. Su plan era conquistar los dos mundos.

Deliberaron entonces todos los dioses acerca de cómo poner fin a estos depredadores insaciables. Tupá propuso un nuevo comienzo deshacer todo lo hecho y no permitir que los humanos tengan acceso al universo de los creado-res. Ñamandú propuso eliminar a los jotes que corrom-pieron su mundo.

Finalmente entre todos decidieron expulsar a la raza jote del mundo de los dioses y tapar el vórtice de ingreso al otro universo.

Tupá con su aliento creó una inmensa riada que cambió el curso del río proveniente del Mato Groso y entonces las aguas se precipitaron sobre el abismo donde estaba el vórtice. Fue entonces que se creó la Garganta del Diablo. Luego otras cascadas y saltos cubrieron todas las entradas laterales al pasaje inter-universal.

Todo volvió a la calma, todo volvió a su armonía habi-tual. Ñanderhú pá patenondé, Ñamandú, Ñanderhú P'ya Guasu, Karaí, Yakairá-y-arasy (diosa de la luna) y otros dio-ses menores, se tomaron unos mates y siguieron con su tarea de crear nuevos mundos.

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Hoy podemos ver a los vencejos revoloteando la Gar-ganta del Diablo y otros saltos. Son los espíritus primige-nios que cumplen con su misión sagrada. Conducen al otro mundo a las almas de los guaraníes que mueren. Pero solo los vencejos tienen permiso de entrar en el vórtice de Garganta del Diablo, oculto por la niebla que produ-cen las aguas al precipitarse al vacío.

Actualmente podemos ver a los jotes, convertidos en buitres, su castigo es limpiar de carroña la selva. De alti-vos guerreros a carroñeros. Se los puede ver volando, planeando en círculos, buscando la entrada al universo contiguo, también suelen posarse sobre árboles pelados, y sobre las rocas, a orillas de las Cataratas. Melancólicos. Taciturnos. Inconsolables. Buscando la entrada al univer-so perdido. Un cielo distinto es posible ver en ese otro es-pacio tiempo, en que se sitúa. Sostienen los Opyguás que allí las cosas son radicalmente distintas; tanto, que un humano no alcanzaría a entender ese otro lado y su infini-ta multiplicidad de dimensiones.

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LA LEYENDA DE LAS SIETE BESTIAS

a bella Kerana, hija del primogénito de Sypavé y Rupavé, fue raptada una noche por Taú, el espíritu Ldel mal, que estaba perdidamente enamorado de

ella. Toda la comunidad buscó denodadamente a la joven, por varios días en la selva y a orillas del río, en cada rin-cón. Con el paso del tiempo, Kerana y Taú, tuvieron siete hijos que fueron maldecidos por la diosa Arasý, y todos na-cieron como bestias deformes, y ocupan lugares centra-les en la mitología guaraní, manteniéndose sus mitos vi-gentes hasta hoy, no así otros dioses menores que fueron cayendo en el olvido.

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Éste mito en particular es uno de los más difíciles de rastrear, pues se pierde en el tiempo y es imposible

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obtener por lo menos dos versiones similares, aún en una misma comunidad. Espero obtener algún día una versión más completa de boca de los guaraníes.

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TEYÚ YAGUÁ

eyúY aguá ocupa el primer lugar. Esta bestia habita en las cavernas y grutas, de aspecto repulsivo, sus Tojos saltones y rojizos se distinguen en la oscuri-

dad, y su aliento fétido impregna el aire, sus garras, col-millos y su piel rugosa infunden terror en aquellos que lo ven. Cuentan los guaraníes que quienes lo ven, se vuelven locos y terminan su vida lejos de la aldea y totalmente trastornados por este monstruo de siete cabezas.

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MBOÍ TUÍ

specie de monstruo de los cursos de agua. Es una criatura humanoide que posee agallas como un Epez. Su cabeza es similar a la de un hombre, pero

sus ojos están situados en los costados del rostro y no po-see vista frontal. Sus manos y pies tienen una especie de membranas similar a la de las ranas. Si bien su cuerpo humano está cubierto de escamas y espinas. Produce un sonido gutural, parecido a un aullido y se alimenta de criaturas acuáticas. A veces suele quedar atrapado en los artilugios de pesca de los pescadores, cosa que enfurece a la bestia y suele ahogar a su captor.

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MOÑAÍ

eidad de los campos abiertos, mataba humanos y animales, sólo por placer. En una épica bata-Dlla que duró más de dos días, fue derrotado por

Porasý, quien a la vez murió y fue ascendida a deidad por Tupá y Ñanderhú.

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YARAKA

urante la noche se desliza Yarakaý, por caminos y senderos, buscándose a sí mismo. Antes, en el Dprincipio, nació como hombre y a medida que

fue creciendo, su cuerpo se transformó en una lenta y do-lorosa metamorfosis. Se convirtió en lagarto, debido a la maldición de Arasý.

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KÁ’A PORÁ

n fantasma errante deambula por el monte, su llanto quiebra el silencio en las noches de luna. UEspanta a los aldeanos con su aspecto grotesco

y cambiante. Sostiene la mitología que Ka'a Porá, sufre la pena de ser rechazada por los jóvenes de la comunidad, debido a su monstruosa apariencia.

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AO AO

estia del monte, mezcla de oso melero y lobo de crin. Suele atrapar niños y devorarlos sin con-Btemplación, a veces ataca a los ancianos y a quie-

nes caminan desprevenidos por el monte. Su boca es in-mensa y posee una doble fila de dientes filosos como da-gas. Sus aullidos aterradores se escuchan a varios kilóme-tros, razón por la cual los aldeanos encienden fogatas para impedir que se acerque, pues el Ao Ao le teme al fuego.

Cuentan los chamanes que quien logra matar a uno de ellos, adquiere luego una fuerza física extraordinaria, ya que el espíritu de esta bestia se transmuta al cazador.

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EL BUITRE DE DOS CABEZAS

sta bestia es quizás la más huidiza de todas, difícil de avistar, es un jote o buitre, varias veces más Egrande que los jotes comunes. Posee unas pode-

rosas garras y su particularidad es que tiene dos cabezas, una de ellas dada vuelta hacia atrás, lo que le permite una visión de trescientos sesenta grados.

Suele aparecer subrepticiamente, se lanza en picada para capturar sus presas, entre las que se encuentran in-cluidos los niños pequeños.

Además, sus plumas poseen un veneno que mata ins-tantáneamente a quien las toque.

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EL KURUPÍ

or los senderos montaraces camina un pequeño demonio, cubierto de escamas y de orejas pun-Ptiagudas. De pies invertidos, con sus talones para

adelante, y un desproporcionado miembro viril enrolla-do en su cintura. Mito fálico guaraní, cuyo origen etimo-lógico significa “niño de cuero escamado”. En este mito encontramos cierto parecido con mitos y faunos de la mi-tología europea, provenientes de la larga noche de los tiempos. También guarda este mito, un asombroso pare-cido con el Efrit, fauno de la cultura arábiga. Lo que nos remonta a la primaria conclusión sobre que la mitología se basa en general en las mismas formas y detalles, más allá del tiempo y la distancia. La mitología es inherente a la condición humana.

El Kurupí merodea todas las siestas, enlazando con su pene preferentemente a doncellas, para satisfacer sus

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instintos sexuales. Los guaraníes lo describen como un demonio lujurioso; es sin dudas el más temido y respeta-do demonio de los montes. Invariablemente poniendo énfasis en las dimensiones del pene y relegando a un lugar secundario el resto de las características zoomorfas de es-te demonio que merodea las aldeas y poblados. Evidente-mente su piel overa, sus orejas puntiagudas, sus escamas, sus ojos saltones e hipnóticos y sus pies dados vuelta, no surgen como espantosos, sino que es solamente el largo de su miembro lo que resalta.

Mito viviente, el Kurupí, Curupiré, Kurupirá o Caiporá, recibe parecidas denominaciones de acuerdo al lugar o área, Misiones, Corrientes, Brasil y Paraguay. Pero sin dudas en todo Brasil, surge como el más espantoso y te-mible de los seres míticos.

El Kurupí, es el genio o duende de los animales silves-tres, en especial de los sementales, jamás abandona su sel-vático reino. Cuentan los occidentales que sus ataques se-xuales son sumamente agresivos, rapta a sus víctimas por largo tiempo y luego regresan embarazadas. Paren a los siete meses, niños malformados y frágiles. Todos con ca-racterísticas parecidas a este fálico demonio.

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Decidí incluir ésta versión del Kurupí, con la inten-ción de resaltar la tergiversación del mito original a manos de occidente. Si bien la deidad de la fertilidad es universal, cada cultura tiene su propia versión, su propia corporización del mito. En el caso específico del Kurupí, la imagen fue distorsionada y desnaturali-zada alevosamente, pues la versión original lo descri-be como una deidad más. Sí con un enorme pene, simbolizando la fertilidad masculina. En cuanto al as-pecto general, la mitología guaraní, también resalta su piel manchada, aunque no incluye una apariencia monstruosa; por el contrario lo sitúa en el mismo rango que el resto de los semidioses y semidiosas protectores de la naturaleza.

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EL TINGAZÚDeidad Protectora de las Piedras Preciosas

quella fría mañana de agosto, Agutí, corría des-calzo por el senderito, a orillas del arroyo, sus Apies volaban sobre las hojas. No le importaba la

escarcha, ni el viento frío, ni las nubes que amenazaban con desatar una tormenta. El niño era simplemente feliz jugando en medio del monte, con sus amigos. Su herencia genética hacía que los juegos tuvieran siempre relación con la condición de cazadores, recolectores, pescadores. Jugando aprendían la esencia ancestral de la raza. El fuego sagrado de la sangre guaraní, el respeto por todas las cria-turas, la conciencia colectiva y comunitaria.

Los niños descubrieron un nido en lo alto de un árbol, y su primer impulso los llevó a trepar para llevarse los pi-chones. M'beyú, uno de los pequeños, tenía una extraor-dinaria facilidad para trepar a los árboles por altos y es-pinosos que estos fueran, no tardó en llegar al nido, pero

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este no tenía pichones, solamente había un huevo. M'beyú contrariado, destrozó el nido, arrojando el huevo al sue-lo, Agutí logró tomarlo con sus manos al caer y el peque-ño huevo terminó ileso, pero en manos de los niños que iniciaron una deliberación, para decidir qué harían con él. Ya no podían reconstruir el nido y dejarlo allí, por lo tan-to lo llevarían a la aldea para comerlo.

En el camino de regreso, Agutí vio que un pájaro del ta-maño de una hurraca y de cola extraordinariamente lar-ga, los seguía. El pequeño se maravilló con ese hermoso pájaro que de manera insistente los seguía. Sus amigos de forma instintiva buscaron piedras, y varas que hicieron las veces de lanzas para cazarlo, pero Agutí no permitió que intentaran darle caza, el niño se quedó allí, en medio del sendero. Presentía que el ave venía en busca del huevo que el niño había salvado de estrellarse contra el suelo.

“Es un Tingazú”, pensó el niño mientras el pájaro se le acercaba a escasos centímetros. Agutí extendió la mano, y el ave se posó en ella, traía en su pico una bella amatista que dejó caer sobre la palma de la mano del niño, a la vez que con sumo cuidado, recogió el huevo y se alejó volan-do. El pequeño Agutí, permaneció inmóvil por un rato, no podía salir de su asombro, le parecía estar soñando, re-cibir una piedra preciosa a cambio de un pequeño huevo. Era algo inimaginable, una recompensa excesiva por un

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huevito. Entonces el niño corrió a la aldea a contar a to-dos lo sucedido. Corrió a mostrar la hermosa amatista, ese pequeño tesoro, obtenido del Tingazú.

El niño fue creciendo y noche tras noche, en las rondas frente al fuego, fue escuchando a los opyguás de la aldea, contar historias sobre seres mitológicos, el Yasí Yateré, el Pombero, el Cabureí, Arandú Porá y el Tingazú. “Mi amigo el Tingazú”, se repetía a sí mismo Agutí. El niño jamás dejó de contar su experiencia. Transmitió ya de adulto, y con-vertido en opyguá, toda la sabiduría heredada de otros sa-bios. Entre todos los protectores de la selva, se destaca el Tingazú, que recompensa con una piedra preciosa a quie-nes devuelvan un huevito caído o robado del nido.

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LOS RUBICHÁ

ada Rubichá —o cacique, según la denomi-nación occidental— posee su poder, pro-Cducto de la persuasión por la palabra. Aún

en la actualidad éste poder, ya existente en el neo-lítico, sigue lográndose a través de la oratoria, en ge-neral cada comunidad posee un consejo de ancia-nos, varios Rubichá que representan a distintos gru-pos familiares y un Rubichá que funciona como jefe de la comunidad, en términos de democracia ven-dría a ser un intendente.

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EL OPYGUÁ

omo guía espiritual es el responsable de mantener la cohesión de la comunidad. In-Cvocar con su canto cada mañana la protec-

ción de las deidades y especialmente de Ñanderhú, Tupá, Ñamandú, etc. Lograr la fertilidad y abundan-cia, atraer las lluvias, curar a los enfermos. Conducir los rituales antes de cada incursión al monte, de ca-cería, recolección de frutos y hierbas medicinales, cortar tacuaras o derribar algún árbol, pescar, bañar-se, etc. Estos ritos tienen el fin de entrar en comu-nión con cada espíritu, con cada deidad para invo-car su protección y agradecer por lo que van a tomar de la naturaleza.

Aunque en algunos casos el poder del Opyguá suele manifestarse negativamente, induciendo en-fermedades, plagas, sequias, muertes. También se

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comunica con el espíritu de los muertos y de otros espíritus intermedios que ofician de auxiliares en ca-da ritual.

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EL NOMBRE

n la ceremonia denominada Omboherá, el Opyguá entra en trance y le es develado el Enombre del niño, este nombre lo ligará a to-

dos sus antepasados que lo guiarán durante su vida. Éste nombre conlleva un significado divino, pues es la forma de manifestación de su alma divina. El nom-bre asignado al niño no surge de la simple combina-ción de palabras que se utilizarán para denominar al individuo. No “se llama”, “es” su nombre. Luego sus familiares hacen un banco redondo, de cedro, para el niño, con el fin de que el alma permanezca, se asiente en el cuerpo y no vuelva imprevistamente a la morada celestial. El significado es darle un lugar en la comunidad y en el mundo al niño. Este asiento se-rá usado en las ceremonias de entonación de los

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cantos sagrados y permanecerá en poder del indivi-duo de por vida.

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EL CABUREÍ

e pudo ver nada más que una sombra pasar veloz, volando entre la espesura del monte. Se escuchó el Spiar de un pichoncito, el leve sonido del choque de

dos aves, unas plumas que saltaron y quedaron suspendi-das en el aire, nada más. El cabureí es casi un espíritu invi-sible, un predador extremo, perceptible solamente por el agitar de algunas hojas. Las criaturas de la selva apenas notan, gracias a su sexto sentido, su presencia, tan fugaz como un parpadeo. Muchas de ellas se ocultan temero-sas, mientras que otras permanecen inmutables, aquellas que por tamaño o raza no están incluidas en la dieta del fantasma de alas silenciosas, aquellas criaturas que nada tienen que temer del predador, aún así lo perciben como misteriosa aparición que proviene del viento. Saben que aparece súbitamente y desaparece momentos después. Viene de otro mundo donde la evolución tomó otro

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camino. Conoce cada pasaje, cada hendija que conecta la entretela de ambos universos.

Su vida transcurre, en parte, fuera de este mundo, en otra jungla, o tal vez el otro lado sea en realidad una este-pa desértica, tal vez el aire tenga cuerpo, tal vez sea una sustancia transparente y gelatinosa. Tal vez su otro mundo orbite una estrella binaria. Tal vez en la galaxia que con-tiene ese planeta, imperen otras leyes fisicoquímicas. Tal vez en ese otro universo, el cabureí, sea un dragón que es-cupe fuego, tal vez un ser inimaginable.

Un pequeño rapaz cuyas mágicas plumas descompo-nen las partículas de luz, las desvían, haciéndolas viajar de manera transversal a su dirección inicial. Deidad que se camufla en el tiempo y el espacio, gracias a ese toque de divinidad que le otorgó Ñanderhú, y que le permite habi-tar otras dimensiones, otros universos paralelos a nuestro paralelo universo.

Sus alas se baten silenciosas entre la maraña del monte. Como un espíritu, revolotea en la selva. A veces se puede apreciar su hipnótico poder, las aves se quedan petrifica-das, subyugadas por su penetrante mirada. Posee tal mag-netismo que inmoviliza a sus presas. Un poderoso hechi-cero se desliza en el aire, entre universos. Busca incansa-blemente, cumplir con su destino de predador extremo, de garras poderosas, tan poderosas como su inteligencia y su piar imitando a los pichoncitos desamparados.

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Mientras que Darwin lo situaría en lo más alto de la evolución, tal vez al miso nivel que los lobos, los guara-níes admiran y en ocasiones temen, a este enviado de Ñanderhú. Este espíritu emplumado que mantiene el equilibrio biológico del monte, y que nos recuerda que la realidad es una intrincada red de la que apenas conoce-mos una ínfima parte.

La nación guaraní le atribuye, no sin razón, poderes mágicos, sabiduría, astucia, sagacidad. Creen que sus plumas traen buena fortuna a quien posee una de ellas. Creen que quien tiene como talismán una pluma de cabureí se torna irresistible ante el sexo opuesto. Tal vez sea esa la razón por la cual se torna cada vez más difícil ver a este duende volador. Tal vez nuestro temor y ambición combinados, lo está llevando a desaparecer. Tal vez, por estas razones, decidió dejar nuestro planeta, no volver, dejarnos librados al azar.

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EL CAMALOTE

orillas del Iguazú la joven Pepyrí conoció a Igatá, un cazador de otra comunidad. La misma maña-Ana en que se conocieron se enamoraron irreme-

diablemente y se juraron perpetuo amor. Pasaban los días juntos recorriendo senderos a orillas de las cataratas, amándose, contemplándose, sentían una especie de ado-ración el uno por el otro, un amor inmenso los unía .

Un día Igatá tuvo que partir a luchar por su gente con-tra un enemigo nuevo, que invadía con armas desconoci-das y poderosas. Pepyrí intentó convencerlo para que no marche a la guerra, pero el joven no podía eludir el com-bate, por lo tanto se despidieron entre llantos y prome-sas, con sus almas destrozadas por la separación y la incer-tidumbre. A orillas del río Paraná se despidieron entre so-llozos y promesas, en medio de una gran tristeza. Lo vio

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alejarse río abajo, río abajo marchaba el amor, río abajo, a un futuro incierto.

Las aguas jamás traerían de vuelta a su enamorado. Igatá el cazador, perdió la vida a manos de sus enemigos, sangre derramada en territorio hostil, lejano. Sus ojos abiertos, como buscando los ojos de Pepyrí, los puños apretados intentando aferrarse a las manos de su amada.

La guerra y el río se llevaron para siempre a su amor, el amor de su vida. Dicen los Mbeyá que la joven lloró día y noche la muerte de Igatá, lloró durante meses. Cada ma-ñana se sentaba en la orilla mirando el horizonte, soñando convertirse en Mbiguá y volar río abajo en busca de su al-ma gemela, soñando ser una garza y batir sus alas y elevar-se al infinito y encontrar a Igatá en el cielo de Ñanderhú.

Y una noche, cansada de llorar Pepyrí se arrojó a las aguas y se dejó llevar río abajo y sus lágrimas se mezclaron con el río, su piel se extendió sobre la corriente y poco a poco Pepyrí se volvió verde, se volvió vegetal y entonces pasó a formar parte de la naturaleza, por voluntad de Tupá, Dios de las Aguas. Así nació un día el camalote.

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EL TIMBÓ

aguaé era un rubichá Mbeyá guaraní que amaba a sus hijos más que a nada. Su hija mayor Guembé, se ena-Smoró un día, de un joven de una comunidad lejana,

y entonces decidió marcharse con su enamorado, cues-tión que disgustó mucho a su padre. Muy enojado, el caci-que salió a buscarla. En su derrotero enfrentó innumera-bles situaciones riesgosas. Fue atacado por un jaguareté, picado por serpientes y arañas, debió luchar contra dos jóvenes de una comunidad hostil, situaciones que le deja-ron infinidad de heridas, algunas profundas e infectadas.

Un atardecer creyó escuchar los pasos de Guembé y apoyó su oído en la tierra. Buscó de manera incansable, durante varios días, las huellas de su hija. Siempre escu-driñando los senderos, los claros, los arroyos, llamán-dola, apoyando un oído en el suelo procurando escuchar sus pasos. La joven y su amado no aparecían y Saguaé,

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gravemente enfermo y desfalleciente por la infección de sus heridas, quedó tendido en el monte con un oído apo-yado en la tierra.

Tiempo después, los miembros de su comunidad, or-ganizaron una partida de cazadores, compuesta por los más hábiles, y luego de batir la selva en una vasta región, encontraron a Saguaé muerto en un costado del trillo.

Cuando los cazadores intentaron remover el cuerpo, descubrieron que una oreja del cacique estaba pegada al suelo del monte, por lo tanto se vieron obligados a cor-tarla para llevarse el cadáver de Saguaé y enterrarlo con todos los honores correspondientes a un líder Mbeyá. Luego de un largo tiempo los cazadores volvieron al lugar donde murió el cacique y vieron que la oreja había echado raíces originando así un árbol al que los guaraníes llama-ron Cambá Nambí, cuyos frutos tienen forma de oreja.

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El Cambá Nambí, oreja negra, es un árbol de la selva, que está inserto en la cosmogonía de la nación gua-raní como símbolo del amor paternal, un árbol que posee alma, una simbiosis humano vegetal.

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EL KAPÝ ANGÓ

os hermanos vivían en una casita de palos y ta-cuaras, a escasa distancia de la aldea, en un pe-Dqueño claro del monte.

Kapý, el mayor de ellos, era un individuo retraído y er-mitaño, por esa razón vivían fuera de la comunidad. En cambio su hermano Kué era una persona responsable y so-lidaria, y se encargaba de mantener los lazos con la aldea, además de contener a Kapý, quién vivía atormentado por Añá que lo había dotado de poderes sobrenaturales y po-día mutar a jaguareté, tomando en ocasiones un aspecto mucho más terrible, con poderosos dientes de sable y un pelaje oscuro y abundante.

Kapý fue un poderoso guerrero, impiadoso con sus oponentes, jamás terminaba de saciar su sed de sangre, y jamás sintió amor por nada ni nadie, su vida fue dura y di-fícil, y así fue que bajo la influencia de Añá se convirtió en

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un feroz depredador que por las noches acecha en el monte y ataca a quienes crucen: humanos, bestias y rep-tiles.

Temido y venerado el Kapý Angó es una bestia mítica, un inmortal que merodea por la selva, un mutante, una metamorfosis, una simbiosis, muy frecuente en la mito-logía guaraní.

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SOMOS UNO

ada vez que vamos a pescar, a cazar, a derri-bar una tacuara, a tomar la vida de nuestros Chermanos los animales, peces y plantas, en-

tramos en comunicación con ese espíritu que vamos a tomar para nuestra supervivencia, sólo tomamos lo necesario, no cazamos, ni pescamos, ni cortamos de más —me dijo Coendú, el opyguá, líder espiritual de la comunidad—.

»Tu Dios no es mi Dios, no creo en un Dios ren-coroso y vengativo. ¿Cómo creer en un Dios que te ordena que temas su ira? No creo en un Dios iracun-do, demasiado terrenal —me dijo Coendú—. No creo en un Dios que siembra miedo en tu alma. No creo en un Dios que te dice que matar al infiel está bien. Somos uno, con cada criatura viviente y si real-mente existe Dios, ese debe ser un Dios que nos

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ama... y no juega con nuestros sentimientos y temo-res Ñanderhú nos ama, somos sus hijos, nos enseña, nos ilumina y no nos castiga. Nos dio la Madre Tierra, los ríos, el viento primigenio, la lluvia, el sol, nuestros hermanos los peces, animales, plantas. Nos hizo iguales, somos uno, los hijos de Ñanderhú —me dijo el opyguá.

En esta mitología voy a transmitirte parte de la his-toria de la nación guaraní, parte de su filosofía, parte de su visión del mundo, de su comprensión cosmo-lógica y espiritual. La parte que he logrado aprehen-der en estos últimos diez años, en horas y horas de charlas con parte de la etnia Mbyá guaraní, además de algunas opiniones de otras etnias, a las cuales no podría obviar, pues forman parte del todo, de la co-mún unión. Me impulsa la utópica pretensión de mostrarte un universo desconocido para la mayoría de los humanos modernos. Por supuesto que será desde mi sesgada visión, aunque trataré de apartar toda la paja occidental y cristiana que cubre el trigo de la verdad.

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ESPACIO TIEMPO

ésta altura de la historia ya no hay vuelta atrás, las cosas son lo que son. Seré un soña-dor, pero no tan necio como para preten-A

der volver a lo que alguna vez fuimos, volver a lo que debería ser. Aunque dudo de lo que alguna vez (fue), creo que sólo es un concepto, una construcción im-puesta. Simplemente somos. No existe un ayer ni un mañana, ni una línea de tiempo. Simplemente so-mos. Tal vez, y sólo tal vez, exista un horizonte de su-cesos que nos arrastra en un solo sentido, una flecha del tiempo, en la que vamos montados, aunque es nada más que una construcción subjetiva. Creo que simplemente existe algo parecido a eso que llama-mos presente. Algo parecido a eso que definimos como “tiempo”, aunque no signifique nada en tér-minos de eternidad, aún la eternidad es algo ínfimo

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entre un infinito número de universos. Somos ener-gía concentrada experimentándose. Un mero ins-trumento, un medio del universo para comunicarse con otros universos. Aunque sería maravilloso en-tender cómo fue que las partículas y los átomos se concentraron hasta cuestionarse y cuestionar su propia existencia.

Si lo pensamos bien, no existen el tiempo ni el es-pacio como concepto estanco. Si lo pensamos bien, nada es real, puesto que el yo que así lo determina es intangible. Vaya paradoja, somos energía concentra-da: E = MC², dice Einstein. Cuerpos compuestos por oxidación, tierra, agua, hidrógeno, oxígeno, carbono. Átomos vacíos, rodeados de partículas vacías, decían los filósofos griegos. Somos energía, la nada misma, concentrada en concebirse, imaginarse, soñarse. So-mos uno dice Coendú, el Opyguá. Vos sos yo, decían los Mayas.

Cuarenta y ocho genes nos separan de un cedro, cuarenta y cinco de una rana, compartimos el no-venta y nueve por ciento de los genes con primates y ratones, dice la ciencia. Somos uno, dicen filósofos y científicos. Somos uno con nuestros hermanos los peces, los animales y las plantas dice Coendú.

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CAÁ YARÍ

así, la luna, decidió un día bajar a la tierra para co-nocer la selva desde adentro. Entonces se convir-Ytió en mujer e invitó a Ara, otra deidad femenina,

la nube, a que la acompañe. Comenzaron ambas a reco-rrer senderos del monte cercano a las cataratas, extasia-das por el paisaje. Fue entonces que luego de un rato de andar, en un recodo del camino se toparon con un pode-roso jaguareté que al verlas se agazapó dispuesto a atacar-las, las jóvenes paralizadas de miedo vieron que ese era el fin de sus días. Pero esa tarde la suerte estaba del lado de ellas, pues un anciano cazador tensó su arco y con un cer-tero flechazo hirió de muerte al animal. Las mujeres co-rrieron asustadas a ocultarse en la maraña del sotobos-que, mientras Carayá, el anciano cazador, se quedó allí pa-rado, sin comprender muy bien que había pasado, pues él venía persiguiendo al jaguareté desde varios kilómetros

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atrás y su encuentro se produjo justo cuando el animal se disponía a atacar a dos jóvenes desconocidas, su perpleji-dad fue mayor aún por el hecho de que las mujeres eran de piel muy blanca y cabellos plateados, y no comprendía por qué huyeron luego de la muerte del jaguareté.

Durante la noche el anciano tuvo una visión, algo muy común entre los guaraníes, que suelen recibir señales y premoniciones durante las horas de sueño. Las dos muje-res con su blanca palidez de luna, se presentaron ante el cazador que yacía dormido en su casa.

—Gracias anciano, por la mañana vas a encontrar una nueva planta creciendo en tu aldea –dijo Yasí— la llama-rás Caá y molerás y tostarás sus hojas y con ellas prepara-rás una bebida sabrosa y energizante que compartirán to-dos los miembros de la comunidad. Éste es nuestro rega-lo en agradecimiento por habernos salvado la vida.

Carayá no pudo volver a dormirse esa noche, estaba perplejo, confundido, no sabía si todo había sido un sue-ño, si las dos jóvenes existían en realidad, si de verdad las había visto en la selva aquella tarde, o si todo era producto de su imaginación.

Con las primeras luces del día, Carayá salió a ver si se había cumplido el anuncio de Yasí. Él y sus hijos y herma-nos se encontraron con unas plantas desconocidas, de hojas brillantes y ovaladas, creciendo en todas partes

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esparcidas por la comunidad. El anciano siguió las indica-ciones de Y así y molió las hojas y las tostó, y luego las puso dentro de un mateý, y vertió agua en él, con una cañita fina bebió la infusión y la fue pasando de mano en mano. Na-ció así el mate con todas sus connotaciones sociales.Y na-cieron así también infinidad de historias respecto de ésta planta.

Un par de años más tarde, volvió Yasí a la comunidad de Carayá, y fue recibida por la hija mayor.

—Mi padre murió hace unos meses, su cuerpo ya no resistía más, demasiado viejo, pero vivió feliz aquí, en la tierra de Ñanderhú —dijo la joven.

—Una nueva estrella brilla en el cielo, toda la nación guaraní puede ver que Carayá, el valiente cazador ascen-dió a las constelaciones en recompensa por su valentía —dijo Yasí— vine a buscarte pues toda la selva tiene espí-ritus y deidades protectoras, las plantas, las rocas, los ríos, los lugares, y tú, la hija del cazador, serás desde ahora la deidad protectora de la yerba, la nueva planta que le re-galamos a tu nación, desde hoy te llamarás CaáY arí y Ñan-derhú te concede la inmortalidad y te da los poderes nece-sarios para ser una buena diosa —dicho esto Yasí se desvaneció entre la bruma, dejando a la joven Caá Yarí, ahora inmortal, como deidad protectora de los yerbales.

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El mito de la yerba mate, como tantos otros mitos, fue desvirtuado y distorsionado intencionalmente por la sociedad occidental y dirigido a someter psí-quica y espiritualmente a criollos y guaraníes y man-tenerlos en situación de esclavitud en los yerbales, situación que continúa vigente hasta nuestros días y que ningún gobierno logró erradicar definitivamen-te. Por el contrario los “patrones” de la yerba siguen sosteniendo y en algunos casos promoviendo ésta situación.

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LOS MISIONEROS

llos, construyeron su propia y ambigua ima-gen. Ellos despertaron en los guaraníes un Esentimiento de protección y dominación. Ju-

garon un rol que marcaría la historia guaraní y nues-tra historia. Las misiones concentraron cientos de fa-milias y grupos dispersos perseguidos por esclavis-tas portugueses y españoles. Protegidos y a la vez so-metidos y evangelizados, sustraídos de su estilo de vida, de sus creencias, de su cosmología. Si bien su tarea se enfocaba en pacificar a los guaraníes que ini-cialmente presentaron una resistencia feroz al inva-sor, su tarea principal era evangelizar a cuantos caye-ran bajo su protectorado, tarea que de todos modos no resultó muy fructífera, pues fueron pocos los adultos conversos.

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Profundizando en la influencia jesuítica en la re-gión que comprendía el norte de Argentina, Para-guay y el sur de Brasil, encontramos que jugaron un papel ambivalente, pues, más allá de contribuir a la contaminación cultural y transculturación hacia el europeísmo; protegieron a miles de aborígenes de los esclavistas, a la vez que oficiaron de intermedia-rios en la incorporación de mano de obra barata pa-ra los ingenios azucareros del noroeste y otras indus-trias como la maderera en todo el nordeste, favore-ciendo el reclutamiento en forma masiva, ejecutado por mayordomos y en otros casos por el ejército. Está claro que aquella mano de obra aborigen con-llevaba pésimas condiciones de vida, trabajo a desta-jo, desnutrición, obliteración cultural, etcétera.

Más claros aún, fueron los motivos por los cuales los misioneros fueron literalmente expulsados de las misiones por la propia iglesia católica que interpuso prioridades político económicas, algún tipo de ne-gociado con España y Portugal, facilitando de esta manera el accionar de los esclavistas, contenidos y rechazados hasta 1758 por los franciscanos. Queda-ron de esta manera a merced de esclavistas y genoci-das. Los misioneros que componían las misiones eran cuidadosamente seleccionados. En general no

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más de veinte por ciento de los postulantes lograban formar parte de ese grupo selecto. Debían eviden-ciar un gran desapego a las cosas materiales, ser bue-nos maestros, artistas y tener dominio por lo menos de un oficio. Además su estado físico debía estar a la altura de las circunstancias, para sobrevivir en la sel-va, caminar, remar, soportar altas temperaturas y desplazarse grandes distancias en ese ambiente hos-til. Además tenían una extraordinaria formación aca-démica y espiritual, y como mínimo tres años de pro-fundos estudios de filosofía, cuatro de teología y al recibirse debían hacer voto de pobreza, de castidad y de fidelidad al papa. Además debieron soportar la hostilidad de los encomenderos españoles y los ban-deirantes, cazadores de humanos. En definitiva los misioneros jugaron un importante papel en la histo-ria de la nación guaraní, dejando a la vez en evidencia la ambigüedad de la iglesia.

La colonización de América significó un genocidio atroz, cincuenta y seis millones de seres humanos, el mayor de la historia, resulta difícil imaginarlo, hacerse a la idea del número. Cincuenta y seis millones de personas asesinadas, muertos por hambre y sed, en las minas de oro y plata, esclavizadas y explotadas hasta la muerte por agotamiento. Además de las

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consecuencias que se extienden en el tiempo hasta nuestros días. Sus tierras invadidas, robadas, confina-dos a pequeñas aldeas con terrenos insuficientes pa-ra la subsistencia. No es entendible para ellos que la tierra pueda ser vendida, les resulta inaceptable.

—¿Quién sería tan malo como para vender a su madre? —me preguntó el Opyguá.

Condenados al olvido, extremadamente pobres, despojados de su universo. Qué lejos están de la tie-rra sin mal, de su sociedad igualitaria, de su armonía con la naturaleza. Fueron y aún son radicalmente avanzados y profundos en su concepción cosmoló-gica, en su filosofía y en su organización comunitaria. Aunque muchos los vean como salvajes que corre-tean en bolas por la selva.

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IRUPÉ

rupé y Jepoý se amaban profundamente. Jepoý era un buen cazador y valiente guerrero, que solía descollar Ien todas las batallas, jamás retrocedía y siempre en-

frentaba a sus enemigos por numerosos que fueran. Su bella enamorada lo esperaba siempre muy angustiada, tras cada incursión de caza, o tras cada batalla librada con-tra el enemigo, del otro lado del río. Irupé temía por la suerte de Jepoý, temía las flechas y lanzas del enemigo, y por las garras de pumas y jaguaretés. Cada vez que su amado partía, ella invocaba a Ñanderhú Pa Patenondé, ro-gando que proteja a Jepoý, rogaba a Tupá, a Karaí, a cada dios y deidad protectora. Por las tardes lo esperaba al borde del sendero, recorría el trillo de punta a punta, im-paciente, ansiosa. Se sentaba a la vera del Paraná esperan-do verlo aparecer en la otra orilla, volviendo de la batalla.

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Un anochecer Jepoý surgió del cañaveral en la otra ori-lla, Irupé lo vio ensangrentado, doliente, fatalmente heri-do, el valiente guerrero. Las lágrimas de Irupé brotaron a raudales, sus lágrimas eran flechas en el corazón. Se re-torcía del dolor de ver a su enamorado intentando en va-no, volver a casa. Intentando desesperadamente cruzar el río. El Paraná y el guerrero se confundían, se fundían, sangre y correntada. Los brazos exhaustos de Jepoý ya no pudieron abrazar las aguas, su alma ya no pudo avanzar, no pudo cruzar el Paraná por centésima vez, por milési-ma vez.

Descansó el valiente cazador, acunado en el lecho pro-fundo. En un arenal de flechas y garras. En una oscura ria-da, bermelha riada que se lleva los amores, los sueños, las caricias y los truncos besos, marchitos y perdidos. Oscu-ro naufragio de Irupé, en su barca sin remos ni timón, tris-teza a la deriva, río abajo, lamento de la selva que deshoja mariposas. Naufragó Irupé en lo profundo, tratando de salvar a su enamorado.

Unidos en el lecho del río, sus cuerpos enredados en amoroso abrazo produjeron el nacimiento de una nueva especie de planta acuática, sus flores llevan el rojo de la sangre del guerrero y la blanca palidez de la bella Irupé.

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ANTONIO RUIZ DE MONTOYA

ontrariamente a la ambigüedad evidente en la mayoría de los misioneros, uno de ellos, el Csuperior de las misiones jesuíticas Antonio

Ruíz de Montoya comienza una campaña en favor de los derechos humanos de los guaraníes y como corolario propuso una nueva legislación contra la es-clavitud, en defensa de los aborígenes, en 1620. Pro-puesta que fue aceptada por el rey Felipe IV y mate-rializada en cédulas reales, aunque nunca llegaron a aplicarse.

En sus doce artículos las cédulas reales compren-dían:

—Artículo 5: que la administración espiri-tual se convertía en obispado con poderes de Nuncio Apostólico, para reprimir a los

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jesuitas que sometieran a esclavitud a los guaraníes.—Artículo 6: que tanto obispo, como go-bernador y comisario prohíban cautivar aborígenes, bajo severas penas en caso de incumplimiento.—Artículo 7: que no se destierren guara-níes al Brasil.—Artículo 8: que se les dé plena libertad a todos aquellos que padecen horrible escla-vitud, que a costa de los esclavistas se los envíen a Buenos Aires, para desde allí resti-tuir a cada aborigen a sus comunidades.—Artículo 12: proveer asistencia militar a obispos, comisarios y gobernadores a fin de imponer la ley y hacer cumplir en todo el territorio.

Estas cédulas reales nunca llegaron a tener vigencia, ni cumplimiento efectivo, ya que la Compañía de Je-sús, se dedicó a comercializar yerba a costa del tra-bajo esclavo de los aborígenes, desvirtuando así, el protectorado, con fines estrictamente económi-cos, a la vez que los bandeirantes y encomenderos

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siguieron capturando y esclavizando a los guaraníes, desintegrando gran parte de ésta milenaria nación.

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LOS GUARANÍES Y SU ADAPTACIÓN AL MEDIO

us viviendas están construidas de tacuaras, pa-los, fibras vegetales y barro, igual que el Opý S—templo sagrado—. Sus lanzas, arcos, flechas,

hachas y utensilios domésticos, elaborados con los mismos elementos. La cama donde descansan, está hecha de palos, hojas de palmera y pieles de anima-les.

Sus vidas en armonía con la naturaleza, con los animales, aves, peces y plantas. Su extraordinario co-nocimiento sobre farmacopea es producto de mile-nios de investigación y experimentos, arriesgando sus propias vidas fueron descubriendo las cualida-des medicinales de hierbas y plantas, ya que experi-mentaban ingiriéndolas y de ese modo recolectaban información, a veces con resultados mortales. És-ta forma de convivencia y su mitología basada en la

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humanización de la selva, en la transmigración de las almas en un circulo humano, animal, vegetal, dan co-mo resultado una adaptación al medio y una verda-dera simbiosis. Se sienten parte del mundo selvático, en armonía con un universo cambiante y cíclico, en-cuentran en cada planta medicinal un poder espiri-tual y divino, y en el canto de las aves, himnos sagra-dos.

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MAINUMBÍ

n la primera tierra, creada por Ñanderhú Pa Pate-nondé, Oré Ru Reté, el Padre originario, vivía solo Een medio del monte. Una larga sequía asoló la sel-

va durante años y años, Oré Ru Reté padecía hambre y sed y su cuerpo se consumía poco a poco, su piel se resquebra-jaba y apenas podía arrastrarse. Durante un largo período agonizaba en soledad, atormentado por pesadillas y sue-ños terribles, delirando, teniendo visiones extrañas y ne-fastas. En los breves momentos en que recuperaba la con-ciencia, sentía que no podría cumplir con la misión que le fuera encomendada por Ñanderhú, dar vida a los guara-níes, en esa selva primigenia, poblada por miles de espe-cies, pero aún no habitada por el hombre.

Fue entonces que el noble Mainumbí, ante la desespe-rada situación de Oré Ru Reté, corporizado en humano, decidió alimentarlo con néctar.

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Así pudo ésta deidad corporizada sobrevivir en tiem-pos inciertos y oscuros, hasta que por fin Tupá, el Señor del Agua, trajo la lluvia y la niebla, y los ríos y arroyos vol-vieron a fluir, la selva renació más verde y frondosa.

Oré Ru Reté recobró sus fuerzas y su divinidad y dio vida y forma a la nación Avá; nacieron en una tierra fértil y ri-ca, llena de frutos y animales, una tierra sin mal.

Desde entonces Oré Ru Reté convirtió al picaflor en pá-jaro sagrado. Ñanderhú Pa Patenondé le asignó la misión de llevar a los labios de los niños el lenguaje —Avá Ñe’e—, y todo lo que éste simboliza —humano, alma, nación—.

Mainumbí junto con Ñanderhú Pa Patenondé crearon los primeros himnos sagrados que serían luego entonados por las mujeres Avá, asignando así a la mujer un rol sobre-saliente en cada ritual en el que se invoca lo divino.

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GÜIRA KUCHIÚ

n la tierra primigenia Güira Kuchiú era el Señor de los Pájaros, el dios protector del canto de las aves Eque habitaban la primera selva. En aquellos tiem-

pos el mundo perdió el equilibrio entre seres vivos y Mbo-guás, fantasmas y espíritus de los muertos, fue entonces que habiendo más Mboguás que seres vivos, la Tierra en-tró en un proceso de deterioro material, animal y vegetal y entonces Ñanderhú, Tupá y los demás dioses decidieron destruir el mundo ya envejecido y desequilibrado y crear uno nuevo. Güira Kuchiú se opuso, pues amaba a las aves y no podía aceptar que desaparezcan aun sabiendo que to-do sería recreado. Luego de una ardua discusión el con-sejo integrado por Ñanderhú, Tupá, Yamandú y varias dei-dades, decidió que Güira Kuchiú sea enviado a la nueva Tierra, pero esta vez transformado en pájaro, aunque sin perder sus dotes de protector de las aves.

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Desde el cielo de los dioses vio los grandes cataclismos y la destrucción y la posterior aparición de esta nueva tie-rra, a la que fue enviado. Aunque es parte de la filosofía de la impermanencia, aunque sabe que todo termina, todo debe ser recreado, incluso el mismo Ñanderú Pa Patenondé, cada vez que Guira Kuchiú escucha un trueno, cada vez que caen rayos, se estremece de miedo de solo recordar la destrucción de aquel mundo casi perfecto, y canta emi-tiendo un triste lamento, temeroso de la proximidad de nuevos cataclismos.

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AVES MITOLÓGICAS

uando la Tierra fue recreada por Ñanderhú Pa Patenondé la selva estaba vacía y silenciosa, en-Ctonces decidió dotar nuevamente al monte con

los cantos y trinos de los pájaros, creó así al Güira Remby Kyaé, un ave maravillosa que cantaba como la totalidad de los pájaros, pero no estuvo conforme con que una sola clase de ave habite la selva, y desde su propia divinidad creó una infinita cantidad y variedad de pájaros multico-lores que poblaron el monte y lo alegraron con sus trinos. Surgió así una gran cantidad de aves sagradas y mitoló-gicas.

El primero por su concepción misma fue el Güira Remby Kyaé, que volvió al mítico cielo jardín de los dioses y pasó a ser una deidad.

Luego el Mainumbí que alimentó con néctar a Oré Ru Rete, a quien salvó la vida. Es el enviado divino que lleva la

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palabra a los labios de los niños. Su rol se es el portador originario de los himnos y cantos de los ri-tuales sagrados. En cada himno se lo equipara con el crea-dor, Mainumbí y Ñanderhú son uno, Mainumbí fue el pri-mero en entonar un himno sagrado dando origen a una simbiosis entre cultura y naturaleza. Mainumbí además juega un rol fundamental en la dotación de un alma a todo ser vivo, ya que al ser el portador del lenguaje, el Avá Ñeé, juega un rol dual en el sentido de que el Avá Ñeé tiene un doble significado como lenguaje y como alma humana, entonces este juego de palabras se refiere a la totalidad alma–hombre–lenguaje. La lengua guaraní proviene de la esencia divina y los himnos y cantos rituales apuntan a fortalecer el concepto de un todo, simbiosis humana, ani-mal, vegetal, el todo es la selva, todos son la selva y Mai-numbí su mensajero sagrado.

El Arakú es una especie de espíritu del monte, un hu-mano convertido en ave que arrastra una oscura y desa-fortunada historia y anuncia con su canto tiempos oscu-ros, desgracias y enfermedades y los guaraníes tratan siempre de no cruzarse frente a él.

El Tingazú anuncia la llegada de visitantes de otras co-munidades y suele compensar con piedras preciosas a quienes cuidan y respetan su nido.

magnifica, pues

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El Anhó es un pájaro que trae llanto y sufrimiento cada vez que emite su canto de noche y sostienen los Opyguás que no existen conjuros posibles contra su poderoso influjo.

El Makaguaí es el ave preferida de Tupá y se lo debe res-petar, jamás se debe capturar o matar un Makaguaí, eso provocará la ira de Tupá y enviará como reprimenda fuer-tes vientos huracanados y grandes tormentas.

El Cabureí era una deidad en la selva primigenia, una especie de hombre pájaro, un habilidoso cazador que ter-minó mutando finalmente en ave, conservando sus pode-res de semidiós, por eso aparece y desaparece súbitamen-te, tiene el poder de traspasar el velo que separa los uni-versos y a la vez posee un extraordinario magnetismo mediante el cual hipnotiza a sus presas y las inmoviliza.

Los jotes, antiguos habitantes de la Tierra sin Mal que fueron expulsados cuando en gran número intentaron someter a las demás criaturas de esa tierra, están dividi-dos en jote rey, jote explorador y jote vigía, mantienen su orden jerárquico de manera estricta. Aun siguen añoran-do la Tierra sin Mal de la que fueron expulsados.

El urutaú, es un alma en pena, llorando la muerte de su enamorada, reafirmando así la simbiosis hombre pájaro y la filosofía que la sustenta.

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AÑÁ

l Señor de las Tinieblas, también denominado Añangá. Según el mito Añá, mora en una extraña y Elejana dimensión, un reino oscuro e indefinido,

rodeado de otras deidades rebeldes. Los guaraníes le atri-buyen el origen de las enfermedades, la locura, los ase-sinatos, también le atribuyen la invasión de la Tierra sin Mal por parte del hombre blanco o Juruá. Dicen que arruina las cosechas provocando sequias y plagas de in-sectos dañinos, como por ejemplo el Anacuá. Según la filosofía guaraní Añá es un espíritu contrario a la vida en general, pero a diferencia del Diablo occidental, éste no interviene en el espíritu de los muertos.

Como dato adjunto cabe agregar que la influencia je-suítica lo asoció al Diablo y de ese modo la transcultura-ción lo ubicó en un reino del inframundo tal como el in-fierno cristiano.

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LA HUMANIDAD Y LA FILOSOFÍA DE LA IMPERMANENCIA

ada es para siempre, todo termina, no te aferres a nada, todo fenece, aún la eterni-Ndad, sostienen los siberianos.

La muerte es sólo un momento, un paso más, igual que la vida, las vidas. Somos un grano de arena en una playa infinita, déjate llevar por la marea. To-do cambia, todo muere, todo renace de mil formas diferentes. La materia es solo una ilusión, energía en constante modificación, todo es una muerte cons-tante, un renacimiento, fluyen la vida y la muerte con el universo, aún las rocas, dicen los tibetanos.

Cada diez años los guaraníes queman su vivienda y construyen otra, costumbre arraigada por el dete-rioro de la materia, filosofía adquirida en milenios de migraciones. Todo cambia, todo tiene un final. El uni-verso se desgasta y un día nace uno nuevo, se recrea

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el cosmos. Los humanos nos deterioramos universo, y un día nos extinguimos y nacerá una nue-va humanidad. Hasta Ñanderhú y los dioses y deida-des deben recrearse a sí mismos. La tierra que culti-vamos debe regenerarse, cada cinco o seis años de-be quedar inactiva por un período lo suficientemen-te largo como para recuperar su fertilidad. Esta visión cosmogónica, cosmológica, forma la cultura guaraní. Su interacción, su integración con la naturaleza, su hermandad con todos los seres vivientes.

Somos un momento en el tiempo, una criatura de Ñanderhú Pa Patenondé, somos uno más en el uni-verso. Debemos cuidar y respetar los ciclos de nues-tro tiempo de vida, porque ese es nuestro rol, asig-nado por Ñanderhú.

como el

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ALMAS

os guaraníes sostienen la presencia de una pluralidad de almas actuando en cada ser. En Lsu cosmogonía, la construcción de la persona

conlleva un concepto múltiple que sostiene un rol activo, actuando en ella, e interviene en su salud físi-ca, espiritual y psíquica, y a la vez interviene en la in-teracción entre el individuo y la naturaleza.

El Avá Ñe'e, lenguaje humano, es a la vez el reflejo del alma divina del individuo y del rol socio cultural del mismo. El Teko Achy Kué, es el producto de la im-perfección, es el alma innata, es el alma animal, el lado salvaje del individuo.

El Ñe'e es aprehendido por el Opyguá del mismísi-mo Ñanderhú e impuesto a los niños mediante el hu-mo de la pipa, durante una ceremonia en la que se le asigna nombre —Terý— y se efectúa en estrecha

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relación con el calendario agrícola, en diciembre, coincidiendo con la cosecha. El nombre de los niños nacidos en el último año, es deducido por el Opyguá en la acción de fumar la pipa y fumigar con su humo ciertos oráculos, recipientes con miel, yerba mate, filodendro, etcétera. Éstos materiales y ésta ceremo-nia permiten orientar el descenso del alma divina que habitará al niño, a la vez otras almas pujan por tomar parte del cuerpo del niño. El Opyguá evalúa y deduce cual es el alma y la introduce en el niño me-diante la fumigación.

—Yo vine a esta tierra para ser feliz, le dijo el alma al Opyguá, todo lo malo voy a rechazar, ése seré yo, y dicho esto, supo el Opyguá que ésa era la que tenía que bajar y no otra. El Terý no es simplemente un nombre, si no que conforma la esencia misma del al-ma social del individuo. Un error interpretativo del Opyguá devendría en una serie de circunstancias ne-gativas: enfermedad, locura, infelicidad, inclusive la muerte a quien le fue dado un nombre equivocado. El humo que vehiculiza el alma social y divina, repre-senta a Tatachina, la niebla vivificante de la prima-vera, con la que la deidad Jakayrá fumiga la tierra

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manteniendo la simiente sana y la saca de su letargo invernal, para dotar de vitalidad los cultivos.

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ALMA SALVAJE

l Teko Achy Kué o alma salvaje, permanece en la tierra cuando muere el individuo y esta al-Ema se transforma en Mboguá —fantasma—

que despierta mucho temor entre los guaraníes, y en ocasiones el abandono de toda una aldea, general-mente cuando muere algún miembro importante de la comunidad.

El Teko Achy Kué suele asociarse a otros espíritus salvajes y en especial a entes malignos que existen en la selva. Esta asociación con almas oscuras suele de-venir en enfermedades que afectan al individuo y en ocasiones pueden afectar a toda la comunidad.

La selva es la base que sostiene toda la simbología guaraní, cultura y naturaleza se entrelazan en ésta vi-sión filosófica de la vida. La selva es la fuente de ali-mentos, remedios y materiales, es la esencia de la

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nación guaraní. Así mismo resulta evidente la polari-dad filosófica entre lo salvaje y la sociedad. A modo de ejemplo, surgen los relatos míticos de metamor-fosis de humanos en plantas, animales y pájaros, constituyendo un premio o un castigo, según el caso. En la cosmogonía guaraní, muchos animales y plantas fueron creados a partir de materia prima humana, lo que indica un espacio–tiempo pleno de ambigüeda-des entre sociedad y naturaleza. Como ejemplo de esto tenemos mitos como el de Mainumbi, Panambi, Irupé, etcétera, aquí entonces entramos en conflicto con el dogmatismo religioso occidental que niega la existencia de un alma en los animales, algo con-tradictorio, pues, la palabra alma deriva de animal, o ánima.

La tradición oral sagrada contiene una gran canti-dad de preceptos y conceptos morales basados en la visión cosmológica, pues, encontramos que sus deidades, operan jugando un rol fundamental en la curación de los enfermos y en el calendario agrícola. Kuá Raý es el Dios Sol, Tupá es el Dios de las Aguas, la lluvia, la niebla, también de rayos, truenos y cursos de agua, Karaí el Dios del fuego y dueño de las piaras de pecaríes, Jakayrá el Dios de la primavera y de la renovación de la simiente.

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La cosmogonía guaraní, entonces, está constituida en tres fases:

—Lo comunitario que dictamina la forma de actuar frente a las energías que operan en el interior de cada integrante de la co-munidad.

—Lo individual que se refiere a la esencia del sujeto y sus dos almas, divina y animal.

—Lo sobrenatural, donde opera un orden divino en oposición a las fuerzas del mal. Ésta oposición entre fuerzas atraviesa los tres niveles cosmogónicos.

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MBOGUÁS

stos fantasmas o espíritus salvajes —post mortem— igual que otros habitantes ocio-Esos de la tierra, dueños del mal o dueños de

algún elemento, árboles, hierbas, vertientes, suelen afectar a los individuos, rompiendo la armonía entre alma divina y alma animal; situación que da lugar a padecimientos físicos, psíquicos y espirituales. Fie-bres, dolores, alergias, enfermedades varias y Jepotá —posesión de espíritu—. Los Mbeyá guaraníes con-sideran que un integrante de la comunidad ha sido poseído por espíritus terrenales y de animales, cuan-do se comporta de manera extraña, desvariando o en forma demencial, o provocando actos reproba-bles. Por ejemplo quien es poseído por el espíritu de un jaguareté, roba carne cruda o animales do-mésticos y en casos extremos comete violación u

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homicidio. Razón por la que la comunidad recurre a medidas drásticas para que el mal no se extienda a toda la comunidad. También suelen manifestarse los espíritus de tapires, serpientes, pájaros y peces, así mismo suelen manifestarse los espíritus de lugares como cursos de agua, montes, sierras y seres mitoló-gicos, el Yasí Yateré, el Curupí, el Cabureí y otros.

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EL ESPÍRITU VEGETAL

os guaraníes establecieron un orden en la ex-traordinaria variedad de árboles y plantas Lque crecen en la selva, experimentando de

manera directa, tallos, hojas y frutos, descubriendo las virtudes terapéuticas de las plantas y yuyos, otor-gando virtudes mágicas, creando toda una mitología basada en las plantas y los árboles. Así el cedro es considerado el primer árbol, especie de padre primi-genio, pues sostiene la mitología que Ñanderhú Pa Patenondé, luego de dar forma a la Tierra, tomó él la forma de un cedro, dando origen a toda la floresta que compone la selva.

El tabaco es empleado únicamente en los rituales religiosos y como medio de comunicación con los dioses y los espíritus.

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La yerba mate, Caá, crece en el monte y es un re-galo de la diosa Yací al pueblo y éste atribuye un espí-ritu benigno a la planta, considerando que una dei-dad mora en ella.

Los tallos de Pindó brindan una extraordinaria ac-ción terapéutica contra la diabetes.

El Taperybá es utilizado como preventivo y curati-vo contra la malaria.

El Ybirá fue utilizado en su momento para curar la lepra. Plantas como el Catú Avá, el Pyno, el Caá Piky, el Ybirá Taí, el Mbroí Rembí, el Ambay, etcétera, son algunas de las empleadas por sus poderes terapéuti-cos por los habitantes de la selva y por la farmacopea actual.

Cabe acotar que los aborígenes analizaron las vir-tudes terapéuticas de cada planta hasta conocer to-dos y cada uno de los secretos de la selva, con ex-traordinaria precisión científica. Este universo vege-tal adquirió así una concepción mítica y sagrada en la que basan su bienestar, se acerca mucho al concep-to de Tierra sin Mal, cuyas plantaciones no requieren labranza ni cuidados. Para ellos cada árbol, cada plan-ta, cada fruto es parte de su cosmología, de su filoso-fía y constituyen uno de los cimientos más importan-tes entre los seres celestiales y sobrenaturales.

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INSTRUMENTOS MUSICALES

a producción de instrumentos musicales fue profusa:L

—Flautas verticales —Membi—, ocarinas y flautas nasales.

—Instrumentos de percusión —variedad de tam-bores— Trocano, Curugú, Muré-Muré, Matapú, etc. También, una especie de guitarra rustica que acom-paña el ritual matutino.

—La Mbaraka, es utilizada por el Opyguá y ad-quiere en este caso un uso sagrado, confeccionada con una calabaza a la que le introducen semillas de Ymaú. Va cambiando de tonos según se desarrolla la ceremonia, en principio invoca a los participantes a presentarse ante lo divino y sus deidades. Luego

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intensifica el sonido procurando la inducción al tran-ce y al éxtasis. En éste instrumento reside una voz de carácter sagrado.

—El Takuapú es un instrumento femenino consis-tente en una tacuara con una de sus puntas cerrada y se percute contra el suelo y varía según el diáme-tro del instrumento que hace las veces de bastón rítmico.

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PANAMBÍ

anambí atraviesa el tiempo con sus alas de ma-riposa, lleva en ellas sus ojos, sus oscuros ojos, re-Pflejados en las escamas, sus ojos, destellos tornaso-

lados, azul profundo, negro abismo. Dama del aire que recorre la floresta, abrevando del agua de los charcos y de las piedras, al costado de alguna cascada. Su hermosura captura y seduce a todos. Su fragilidad y su fugaz vuelo, la convierten en objeto de adoración.

¿Dónde van las mariposas los días de lluvia? ¿Las frías noches de invierno? ¿Dónde las lleva el viento huracana-do que desata una tormenta? ¿En qué recóndito lugar del cielo duermen, cuando la tierra es un infierno? ¿De qué lágrimas beben los días de tristeza?

Panambí, alguna vez fue de carne y hueso. Alguna vez no fue bella y frágil. Alguna vez, algunos se burlaron de su aspecto. Alguna vez, la apartaron de la aldea, la

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rechazaron por su aspecto, por sus defectos físicos, por su fealdad aparente. Alguna vez vivió aislada, en el corazón de la selva. Alguna vez su corazón se enfermó de soledad y lloró de tristeza.

Entonces un día decidió poner fin a tanto dolor, a tanto sufrimiento, a tanto desamor. La joven Panambí caminó hasta el río, donde se parte la tierra, donde las aguas se precipitan en cascadas y saltos infinitos. Allí donde las aguas se convierten en Y -guazú.

Entonces se arrojó desde lo alto, con los brazos abier-tos, con el llanto en los ojos, con un nudo de contrariedad en su alma pura y transparente. Fue en ese instante que dejo de ser oruga, para convertirse en bella mariposa. Azul brillante. Tornasolada. Subyugante. Eterna y her-mosa criatura. Ñanderhú no permitió que se quite la vida. En ese instante en que se precipitó, la convirtió en mari-posa.

Alguna vez Panambí, fue de carne y hueso. Hoy es de rayos de luna y fulgor de estrellas fugaces.

***

Ésta es la versión más próxima a la original que logre rescatar de boca de los Rubichá en la aldea Iryapú: de todos modos, la versión varía, aún entre ellos y con

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respecto a la comunidad M'bororé, con quien com-parten el mismo espacio territorial. Esto sirve de dis-parador en mí, pues, me entusiasma la idea de seguir investigando y reunir las múltiples versiones de cada mito según las interpretaciones de cada una de las comunidades.

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ANAHÍ

l fuego duró toda la noche; lentamente fue consu-miendo el cuerpo de Anahí, el soldado invasor se Eocupó de mantenerlo encendido. Los españoles

querían que el mensaje sea lo suficientemente devastador y no queden dudas de su ferocidad e impiedad. No aho-rrarían balas ni brutalidad para apoderarse de la región. Implacables, sanguinarios, sin una pizca de arrepenti-miento, movidos por su afán de riqueza y poder; destru-yendo, persiguiendo y masacrando como es costumbre en los imperios, sean del origen que sean.

Cuenta la leyenda que Anahí poseía una maravillosa voz y cantaba alentando a su pueblo en la batalla contra los españoles, pero estos estaban pertrechados con armas de fuego y armaduras de metal que les daban una osten-sible ventaja contra los guaraníes. Luego de varios días de batalla, los invasores impusieron su poder de fuego y

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vencieron a los guerreros nativos, matando a cientos de ellos y capturando a un considerable número de hom-bres, mujeres y niños; logrando reconocer a Anahí entre los sometidos, decidieron condenarla a la hoguera, prác-tica muy extendida en la Europa de ese momento.

Sabían del terror que causaban las ejecuciones en la hoguera, por lo tanto usaron esa terrible ejecución inten-tando provocar la rendición de todos los guaraníes de la región.

Según el mito, al amanecer brotó una planta de entre las cenizas y de sus ramas crecieron flores rojas, esa planta es el ceibo cuya flor se convirtió en símbolo nacional.

***

Hubiese preferido contarte una historia romántica, sobre una heroína mítica, pero la verdad es que Anahí fue torturada y asesinada por los invasores, Anahí fue una víctima más del imperdonable genoci-dio de 56 millones de personas cometido por los im-perios europeos, genocidio disfrazado de conquista, evangelización y civilizador.

Hubiese querido recrear otro mito, pero creo que aporta mucho más a la comprensión de nuestra historia como nación, sacar a la luz algunas verdades

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sobre la historia de destrucción y muerte que traje-ron a éste continente las naciones invasoras, historia contada por verdugos vencedores.

Creo sinceramente que el mito de Anahí fue in-ventado por los invasores para encubrir de alguna forma, tanta masacre, tanto saqueo, tanta sangre, tanta muerte.

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PALABRAS DEL OPYGUÁ

anderhú nos creó en esta tierra para que dis-frutemos de la naturaleza y la cuidemos. An-Ñtes de que llegue el blanco vivíamos en armo-

nía y en paz. Había muchos animales, no faltaba nada para comer, teníamos las frutas, los peces del río, los árboles. Cuando el blanco nos invadió, nos quitó nuestra tierra. Por quinientos años nos han violado y maltratado. Ahora somos pobres, pero todavía exis-timos y tenemos que mostrarnos para que el blanco lo sepa, que nos conozca.

A la mañana cantamos y bailamos entregando el día a Ñanderhú, para que cuide de nosotros. Nos cui-da si vamos a cazar o a pescar, es nuestra costumbre. Soy Opyguá, Ñanderhú nos elige desde niños, tocan-do nuestros corazones. Me comunico con él a través

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de los sueños y le doy fuerza espiritual a mi pueblo, a los jóvenes, para que defiendan nuestros derechos.

Pusimos nuestra fuerza para construir el templo. Porque nos acordamos de Ñanderhú, entre todos lo hicimos para que Él lo vea. Tenemos que cuidarlo y no abandonarlo, porque hay que acordarse que lo hicimos para Él. A la mañana y a la tarde venimos al Opy, nuestro lugar de ceremonias, lo hicimos porque Ñanderhú nos enseñó, para poder hacerlo cortamos palos, cuando lo construimos lo hicimos con amor. Lo hicimos con palos, tacuaras y barro amasado. Ñanderhú nos está mirando y solo usamos lo nece-sario.

Cuando vamos al río hablamos con el espíritu, dueño del lugar, sólo queremos que el espíritu nos mire cuando estamos en su lugar, así, cuando volve-mos a casa podemos volver tranquilos. Nosotros le pedimos al espíritu cuando andamos por lugares que hace tiempo no usamos, cuando usamos el río para bañarnos o pescar. Primero nos acordamos que ca-da cosa tiene su dueño. Por eso pedimos permiso al espíritu, lo hacemos para que esos espíritus no nos hagan daño.

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Sus Dioses, o entes supraterrenales, están confi-gurados como, Señores de las Aguas, del Fuego, de la Niebla, del Trueno, Señores de la Flora y la Fauna.

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EL ORIGEN DE LOS ORIGINARIOS

uizás podamos entender de que se trata la humanidad y este cumulo de información, Qen esta pequeña obra literaria que busca

respuestas. Los últimos neandertales se extinguie-ron hace treinta mil años, en el mismo período en que los humanos modernos llegábamos al continen-te americano. Se extinguieron porque no lograron adaptarse al gran cambio climático que produjo la Era del Hielo y a la vez se vieron desbordados por la presión que ejercimos los humanos modernos: homo sapiens sapiens. Invadimos Asia, Europa y Oceanía, invasores más adaptables, mejor organiza-dos y con mejores armas y herramientas y acostum-brados a una dieta omnívora más rica que incluía moluscos y peces marinos. Nuestro viaje comenzó unos doscientos mil años atrás, en las costas del

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Cabo de las Tormentas, en Sud África. Vivíamos en cuevas y grutas costeras, pescábamos y recogíamos moluscos y mariscos, ricos en proteínas y fósforo, esenciales nutrientes del cerebro. A medida que se agotaban los recursos nos fuimos desplazando al norte, a razón de unos cinco kilómetros por año. Nos desplazamos hacia Europa por la costa oeste y hacia India, Japón y todo el continente Asiático. En sesenta mil años nos habíamos establecido en Aus-tralia y todas las islas vecinas. En noventa mil años de migraciones ya estábamos esparcidos por el mundo, incluida América. A la par de la extinción de los neandertales, cruzamos el estrecho de Bering, para ese entonces cubierto por los hielos. Así invadimos Canadá, Norte y Sud América.

Vía marítima desde España y Francia nos desplaza-mos costeando el Mar del Norte y así fuimos po-blando el este de Norteamérica, y todo el Litoral Atlántico de Sudamérica hasta Tierra del Fuego. No podemos obviar a los Tahitianos, los Molucos, Poli-nesios, etcétera, que atravesaron el Pacífico en sus embarcaciones, estableciéndose en Centro y Sud América en la costa oeste. Estos extraordinarios na-vegantes llamaron al continente “La Gran Isla”, “La Isla Madre”.

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Adentrémonos aún más en el tiempo, unos tres millones y medio de años atrás, nuestros ancestros, los australopitecos, ya separados en robustos y grá-ciles debieron adaptarse a profundos cambios climá-ticos, y grandes catástrofes naturales. Somos el pro-ducto de aquellas grandes catástrofes, desde allí evo-lucionamos vertiginosamente. Somos el producto de esos cambios extremos. La vida tal como la cono-cemos, está sometida a las catástrofes naturales y a las ineludibles leyes de la naturaleza. Podemos trans-gredir y violar las leyes humanas, pero es imposible hacerlo con las leyes universales, las leyes naturales. Inimaginables catástrofes que nos trajeron a este momento y nos hicieron resistentes a los cambios. Los australopitecos gráciles nos adaptamos a la transformación de la selva sudafricana que devino en estepa. Hace unos tres millones y medio de años, nuestros ancestros iniciaron un círculo virtuoso. He-rramientas de piedras cortantes, carne, medula ósea de animales, carroña, restos abandonados por gran-des felinos y hienas, y desarrollo sostenido del cere-bro. Círculo virtuoso que derivó en evolución, australopitecos, hergasters, hilderbergensis, homo erectus, humanos modernos.

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Unos trece mil años atrás, la nación Avá, empren-dió una migración desde las Antillas, estableciéndose en Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay, estos pescadores y cazadores llegaron hasta el Río de la Plata. En Eldora-do, provincia de Misiones, se hallaron restos de un asentamiento que data de unos ocho mil años, en Paraguay, el más reciente descubrimiento de las rui-nas de una antigua aldea nos retrotrae unos cinco mil años. Así mismo el desarrollo de la agricultura guara-ní se inició hace más de dos mil años. Maças, Tacua-ras, Mbeyas, etc., conservaron sus rasgos antropo-mórficos asiáticos y parte de la cultura tibetana, mongola, siberiana, similares filosofías nos emparen-tan aún más con nuestros hermanos. Cultura, filoso-fía, espiritualidad, ADN mitocondrial; ni sueñes que sos diferente, tenemos demasiado que aprender pa-ra alcanzar su nivel filosófico y cultural. Nosotros los hijos del mercado de capitales, los hijos descerebra-dos de los medios de comunicación absolutistas. Nosotros los que presumimos de invulnerables. No-sotros los estrategas materialistas, vacíos y consu-mistas.

Antes éramos millonarios, ricos en naturaleza... hasta que llegaron ustedes y nos quitaron la tierra...,

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la tierra que nos dio Ñanderhú para que disfrutemos y seamos felices, la tierra que nos dio para que la cui-demos y tomemos de ella lo necesario para nuestra existencia... la tierra que los juruá (blancos) nos alam-braron... ahora somos pobres...

—Es nuestra obligación dar a quien necesita, más que obligación es convicción, dar, compartir todo, —me dijo el Opyguá; filosofía guaraní, similar a la filosofía de Cristo. La tierra es de todos, todo lo que se produce se comparte con la comunidad, filosofía guaraní, también filosofía marxista. Comunión con la tierra, el agua, los animales, los peces, la vida, filosofía guaraní, también tibetana, también siberiana. Somos uno dice Eduardo, guía espiritual y político de los Ranqueles. Somos uno dice Lonco Hue, representan-te Mapuche. En 1890 nuestros ancestros dijeron ha-gamos silencio por cien años, luego vendrá un tiem-po de cambio, renacerán los pueblos, volveremos a la luz, dijo, y la profecía se está corporizando, poco a poco los juruá vamos tomando conciencia, empeza-mos a escuchar, a reconocerlos, poco a poco los occidentales reconocemos que somos uno.

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FRAGMENTO DE “TIERRA PRIMERA” DE LEÓN CADONGAN

El verdadero Padre, el Primero,después de crear su futura morada terrenal

de su sabiduría divinay de su sabiduría creadora

hizo que en la punta de su varase engendrara la tierra.

Creó entonces una palmeraen el centro de la tierra,

creó otra en la morada de Karaí,creó la palmera en la morada de Tupí.

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En el origen de los vientos buenoscreó una palmera.

En el del espacio tiempo primero,creó una palmera.

Cinco palmeras eternas creó, Así aseguró la morada terrenal.

Existen siete paraísos,el firmamento descansasobre cuatro columnaséstas son varas insignias.

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LA MUERTE

ada guaraní conoce su destino final. No te-me a la muerte. No es para ellos trágico el Cmorir, pues en su filosofía, en su concepción

religiosa no existe nada parecido al infierno. Se sabe camino de la muerte, pero sabe que reencarnará, que en el intermedio de cada transmigración se re-encontrará con los antiguos, (ancestros, padres de la etnia originaria). Ésta convicción, condiciona su filo-sofía, su vida y evita el dolor de la separación de sus seres queridos, en la certeza de que volverán, se re-encontrarán. Saben que al final de la rueda, camino de la perfección, irán a ocupar su lugar en el firma-mento, en alguno de los puntos cardinales.

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EL YASÍ YATERÉ

uentan los guaraníes que el Yasí Y ateré es un guar-dián de la naturaleza, una especie de duende de Cla selva, una deidad protectora, un espíritu en-

carnado en un hombrecito rubio del tamaño de un niño de siete u ocho años, que camina desnudo por los sende-ros del monte, lleva un sombrero de paja y un bastón de caña que tiene en la punta una brillante amatista, sosteni-da por un cordón de oro. El bastón le proporciona pode-res especiales, puede volverse invisible, encantar muje-res, y a la vez posee una especie de silbato que imita el canto de un pájaro llamado Yasí. Por las noches se escu-chan sus silbidos que causan temor e insomnio y las ma-dres cuidan a sus niños, pues, el Yasí Y ateré suele llevárse-los por horas o días para jugar con ellos, luego los abando-na enredados en lianas. Los niños vuelven aturdidos, producto del encantamiento de este poderoso duende.

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Exactamente un año después los niños sufren un Jepotá o posesión de un espíritu que les provoca convulsiones y desmayos. Por ésta razón el Opyguá vuelve a realizar la ce-remonia de imposición del Terý o nombre, busca con esto que un alma nueva habite al niño y así expulsar al espíritu maligno.

En la región nordestina, la cultura popular atribuye al Yasí Y ateré todas las embarazos de mujeres solteras y solas, a quienes rapta para satisfacer su apetito sexual. Este mito también ha sido deformado por occidente, ya que en to-das las comunidades guaraníes de la región, Argentina, Paraguay y Brasil, donde lo llaman Sacý, lo describen co-mo una deidad protectora, un espíritu bondadoso, un guardián de la selva. No tan benévola es la versión occi-dental.

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FUENTES CONSULTADAS

—Coendú, opyguá guaraní.—Carayá, hombre guaraní.—Kuatý, hombre guaraní.—Sapo, hombre guaraní.—Isidora, curandera guaraní.—Gregorio, rubichá guaraní.—José, rubichá guaraní.—Jorge, rubichá guaraní.—Ricardo, rubichá guaraní.—Rumildo, joven guaraní.—Wilson, joven guaraní.—Alicia, joven guaraní.—León Cadogan.—Carlos Arancio.—Noemí Areste.—María Luisa Artecona.

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—Guillermo Cabanelas.—Adolfo Colombres.—Levi Strauss.—Miguel Lopez Bread .—Jorge Francisco Machón.—Avá. Revista de Antropología. FHyCS de la UNaM.—Dra. Ana María Gorosito.—Prof. Thomas Dowson. Univ. Southamton.—Prof. David Lewis Williams. Univ. Witwatersrand. Sudáfrica.—Dr. Etzel Cardeña.—Dra. Valeria Feroglio. Antropóloga. Italia—Dr. Dominic Ffytche. London University.—Dr. Ron Clarke. Univ. Sterkfontein. Sudáfrica.—Prof. Leslie Aiello. London University.—Prof. Philip Tobias. Univ. Witwatersrand. Sudáfri-ca.—Prof. Bernard Wood. Univ. George Washington.—Prof. Bob Brain. Tranvaal Museum.—Prof. Kaye Reed. Univ. de Arizona.—Dr. Thomas Loy. Univ. Queensland.—Prof. Robert Blumenschine. Univ. Rutgers. New Jersey.—Richard Leakey. Paleontólogo.—Dra. Pat Shipman. Indonesia.—Prof. Eugéne Dubois. Francia.

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Page 157: Mitología Guaraní: el origen de los originarios.

—Prof. Alan Walker. Univ. Pensilvania.—Dr. Kamoya Kimeu. Etiopía.—Dra. Ann Mac Larnon. Univ. Surrey. Roehampton.—Dra. Carol Ward. Univ. Misouri.—Dr. Matthew Pope. University College. Londres.—Dr. Alan Turner. Univ. Jhon Moores. Liverpool.—Prof. Emiliano Aguirre. Museo de Ciencias Natu-rales. Madrid.—Prof. Mark Roberts. London University.—Dr. Steven Mithen. Reading University.—Dr. Hartmut Thieme. Hanover.—Prof. Hilary Deacon. Univ. Stellenbosch. Sudáfrica.—Prof. Chris Stinger. Museo del Hombre. París.—Prof. Sarah Tishkoff. Univ. Pensilvania.—Dr. Chris Henshilwood. Univ. Stellenbosch. Sudá-frica.—Prof. Judith Sealy. Univ. del Cabo. Sudáfrica.—Prof. Marta Lahr. Univ. de Cambridge.—Prof. João Zilhão.—Prof. Jan Simek. Univ. de Tennessee.—Dr. Ralf Scmitz. Dto. de Antropología del Rin. Ale-mania.—Prof. Paul Mellars. Univ. de Cambridge.—Prof. Suante Paabo. Instituto Max Planck. Leipzig.—Prof. Tjeerd van Andel. Univ. de Cambridge.

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Page 158: Mitología Guaraní: el origen de los originarios.

—Prof. Jean Philippe Rigaud. Univ. de Burdeos. Fran-cia.—Dra. Cidália Duarte. Arqueóloga.—Dr. Fred Spoor. University College. Londres.—Dr. Aubrey Manning. Biólogo.—Dr. Marteen de Wit. Geólogo.—Dra. Frances Westall. Bióloga.—Dr. Ed Landing. Biólogo.—Dr. Rubén Lijo. Biólogo. Kansas.—Dra. Avital Ronell. Filósofa. Canada.—Prof. Peter Singer. Filósofo. EEUU.—Prof. Kwame Anthony Appiah. Filósofo. Inglatera.—Prof. Marta Nussbaum. Filósofa. Israel.—Prof. Michael Hardt. Filósofo. EEUU.—Prof. Slavoj Zizek. Filósofo. Sérvia.—Prof. Judith Butler. Filósofa. EEUU.—Prof. Sunaura Taylor. Filósofa. EEUU.—Prof. Cornel West. Filósofo. EEUU.—Doc. Moises Medrano. Director de poblaciones de la República de Colombia.

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Mito, Cultura y NaturalezaEl Lenguaje Guaraní

El MitoEl Teyú Cuaré

Mitología, Conciencia y Cultura GuaraníIsondú

El Significado del FuegoIguapohú

El UrutaúEl Ritual de la Cacería

El Pombero o Cuaruhú-Yará “Dueño del Sol”Los Dioses y la Garganta del Diablo

La Leyenda de las Siete BestiasTeyú Yaguá

Mboí TuíMoñaí

ÍNDICE

9111315192123252933353943454749

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YarakaKá’a PoráAo AoEl Buitre de Dos CabezasEl KurupíEl Tingazú, Deidad Protectora de las Piedras PreciosasLos RubicháEl OpyguáEl NombreEl CabureíEl CamaloteEl TimbóEl Capý AngóSomos UnoEspacio TiempoCaá YaríLos MisionerosIrupéAntonio Ruiz de MontoyaLos Guaraníes y su Adaptación al MedioMainumbíGüira KuchiúAves MitológicasAñá

ý51535557596367697173777981838587919597

101103105107111

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La Humanidad y la Filosofía de la Impermanencia

AlmasAlma Salvaje

MboguásEl Espíritu Vegetal

Instrumentos MusicalesPanambí

AnahíPalabras de Opyguá

El Origen de los OriginariosFragmento de “Tierra Primera”

de León CadoganLa Muerte

El Yasí YateréFuentes Consultadas

113115119123125127129133137141

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Este libro se terminó de imprimir en el taller de Clan Destino en Diciembre de 2014

Armado artesanal

Oberá | Misiones | Argentina

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Respecto de las fuentes consultadas, tal vez pa-rezca excesiva la cantidad, pero a mí me queda la certeza de que fueron pocas. Para indagar en la mitología, en la historia, en la cosmogonía, en la filosofía de ésta milenaria nación, de ésta vas-ta cultura, es imprescindible sumergirse en el origen del homo sapiens sapiens. Pues, se trata de una cultura viva, cambiante, de un grupo de humanos modernos, de una filosofía universal, de una nación con más de 13.000 años de his-toria. Somos la humanidad, el todo conocido, y resulta imprescindible indagar sobre nosotros, sobre lo humano, para atisbar una respuesta.

Clan Destino