MODA, ATUENDOS Y ACCESORIOS DE LAS...

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MODA, ATUENDOS Y ACCESORIOS DE LAS MUJERES HACE DOSCIENTOS AÑOS EN LA ANTIGUA PROVINCIA DEL SOCORRO Grupo de investigación Jóvenes del Socorro hacemos historia de la mano por Colombia Colegio Universitario del Socorro-Santander Grado 9 Historia Hoy-Ondas 2010 Responde a la pregunta 186: “Hace 200 años en la Nueva Granada, ¿cuáles eran los trajes que lucían los habitantes del Virreinato, teniendo en cuenta las diferentes clases sociales?” (Edison Fabián Moreno Muñoz, Grado 6, Ventaquemada, Boyacá).

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MODA, ATUENDOS Y ACCESORIOS DE LAS MUJERES HACE DOSCIENTOS AÑOS EN LA ANTIGUA PROVINCIA DEL SOCORRO

Grupo de investigación Jóvenes del Socorro hacemos historia de la mano por Colombia

Colegio Universitario del Socorro-Santander Grado 9

Historia Hoy-Ondas 2010

Responde a la pregunta 186: “Hace 200 años en la Nueva Granada, ¿cuáles eran los trajes que lucían los habitantes del Virreinato, teniendo en cuenta las diferentes clases sociales?”

(Edison Fabián Moreno Muñoz, Grado 6, Ventaquemada, Boyacá).

INTRODUCCIÓN Este trabajo es el resultado de un proceso de investigación histórica que los estudiantes del grado noveno del Colegio Universitario del Socorro han venido realizando desde el 2009, con la asesoría del “programa Historia Hoy- Ondas”. El grupo Jóvenes del Socorro hacemos historia de la mano por Colombia, está interesado en la vida cotidiana de la época de la Independencia. Por esta razón, ahondó en el tema de la moda femenina del momento, porque las tendencias de siglos atrás se vuelven a imponer en la sociedad. Este trabajo se justifica por la importancia de conocer las costumbres cotidianas del pasado de nuestras gentes, y más de un pueblo aguerrido, valiente e incansable luchador como el nuestro. El estudio de lo tradicional y sus costumbres nos llevó a preguntarnos sobre qué vestidos, accesorios y atuendos usaban las mujeres del la provincia del Socorro hace doscientos años. Esta investigación sobre la vestimenta, accesorios y atuendos que usaban las mujeres hace doscientos años da un poco de luz sobre la vida cotidiana y aporta a la historia la manera como el vestido varía con el tiempo. En nuestra sociedad tenemos muchos íconos sobre la forma de vestir. Por esto, al preguntarnos por la moda, podemos decir que es una imposición caprichosa para lucir atuendos de acuerdo a la época, adoptada por generaciones que marcan algún período o lugar determinado. El fin del vestido, a través del tiempo, ha sido primero dar cobijo y abrigo y más tarde realzar la belleza y la prestancia de la persona. También refleja la idiosincrasia y de la cultura de los pueblos (Deas, 1990), y no sólo ha contribuido a caracterizar la apariencia física, sino también a perfilar la manera de ser, de vivir y de sentir. El vestido es la repuesta a las necesidades humanas de proteger el cuerpo del ambiente exterior; es parte integral de nuestra imagen y por lo tanto está condicionado a múltiples factores como el clima, los materiales disponibles, las exigencias sociales, la necesidad de cambio y el deseo de agradar al sexo propio y al opuesto. El vestido también puede mostrar la importancia del portador y la función social que desempeña; también indica capacidad económica, diferencia de sexos, edad, etc. Además, puede indicar una situación particular, como en el caso de trajes para ocasiones especiales como matrimonios, bautizos, lutos, etc. Refleja los gustos, preferencias e ideales. Sin lugar a dudas, la moda refleja costumbres, clases sociales y oficios; es decir, hace parte de la cultura de un pueblo o de una región y modifica la conducta de una persona. Nuestro objetivo es, pues, dar a conocer la indumentaria, atuendos y accesorios en las mujeres de las distintas castas a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, especialmente en la antigua provincia del Socorro. Aunque la historia del traje ha estado relegada a un plano secundario y hasta épocas recientes no ha tenido importancia histórica, se puede conocer por los archivos notariales de testamentos; por aportes que han dado algunos viajeros que se dedicaron a recorrer el territorio de la Nueva Granada; por medio

de obras de escritores costumbristas; y a través de otros personajes que dejaron testimonios variados sobre algunas costumbres en el vestido. Gracias a los historiadores que escribieron sobre las distintas épocas de la historia colombiana y americana, a fotos, dibujos, pinturas y accesorios, y a la tradición oral mediante la cual nuestros abuelos y abuelas nos narran las historias contadas por sus ancestros, podemos saber a grandes rasgos cómo vestían los pobladores de nuestra región en tiempos neogranadinos, especialmente las mujeres que son el motivo de nuestra investigación. Así, el presente ensayo comprende cuatro secciones: las dos primeras analizan el tipo de vestuario de acuerdo a las castas: las mujeres españolas y criollas, por una parte, y aspectos generales de la indumentaria de las mujeres de las otras castas, especialmente las mestizas, por otra. La tercera y cuarta sección describen los atuendos y accesorios más significativos de la época. VESTUARIO Y MODA DE MUJERES CRIOLLAS Y ESPAÑOLAS EN AMÉRICA

FIGURA 1: “Notables de la Capital, Socorro”, Ca. 1850.

Fuente: Fernández (1986d). A partir de 1789 con la Revolución Francesa se inició un cambio en los atuendos europeos, que posteriormente fueron difundidos en las colonias americanas. Para 1821 se incrementaron las importaciones en la Nueva Granada de telas y otros accesorios provenientes de las islas británicas: a través de los comerciantes de ultramar llegaban a los puertos de la Costa Caribe y al centro del país. Las mercancías arribaban a la provincia del Socorro por el río Magdalena y eran distribuidas por los comerciantes locales. El gusto por el buen vestir hizo que los sastres se perfeccionaran y adquirieran habilidades, no solamente en el coser, sino también desarrollando prácticas en el corte y en los cambios

de la moda (Martínez, 1991). Complementaron este arte con una gran variedad de accesorios traídos de Europa para la confección de los trajes como agujas, hilos, botones, encajes, randas, telas de todos los estilos y texturas. A medida que se afinaban las costumbres, los comerciantes instalaban tiendas o almacenes en las diferentes poblaciones, facilitando el uso de estos artefactos de la moda y complaciendo el gusto refinado de la población, especialmente el de la mujer criolla. La variada gama de productos importados comprendía no sólo la ropa ya elaborada, sino también las telas finas y los adornos que acompañaban la vestimenta, tal como se puede constatar en los testamentos dejados por comerciantes dueños de almacenes del Socorro. Por ejemplo, don Eusebio José de Villarreal declaraba en su testamento tener por bienes suyos en su almacén:

Item dos cajas chicas, un pabellón, quatro colchones, las fresadas y sobrecamas al igual de las camas; Item cuatro bolantes, dos corpiños uno nuevo y otro viejo […]; Item dos ruanas de lana la una y otra de macana; Item ciento quarenta y uno pañuelos magras; Item ciento setenta y cinco de idem rabo pallo; Item ciento cincuenta y nueve idem carmines; Item ochenta y nueve idem blancos; Item veinte y una bretañas; Item cinco piezas de estopilla; Item tres irlandas; Item libretes de listados. Item ciete libretes de sarasa; Item ciete panches y diez y ciete varas sarasa azul; Item veinte y tres baras sarasa blanca; Item dies y seis baras de sarasa nacar; Item sinquenta y una y media baras de blanquí de barias pintas; Item quatro piezas ciete baras de listados nácares y azules; Item una pieza de maon; Item dos retazos de puntiba el uno de veinte varas y el otro de veinte y nueve1.

Las españolas residentes en América siguieron la usanza de la vestimenta europea, utilizando trajes largos confeccionados con ricas telas como sarazas finas, velos, linos, sedas, congolas, randas, arandelas o adornados con encajes; además, se ataviaban con finas joyas que lucían en las diferentes ocasiones, y se adornaban con mantillas de las mejores telas traídas de España o de Francia. Su atuendo dependía de la ocasión, la edad y el lugar.

Esta gran variedad de vestidos y telas importadas eran las preferidas de las damas socorranas para lucir en las actividades cotidianas y durante sus paseos por las calles de la plaza principal. Así, los atuendos que usaban estas mujeres se constituyeron en la identidad y el sentimiento de pertenencia de las gentes de esta región.

1 Archivo Notarial Casa de la Cultura Horacio Rodríguez Plata [ANCCHRP]. (Protocolo 1812-1813, IItem 2, ff. 65r- 71r).

FIGURA 2: “Habitantes de la capital, Pamplona”, Ca. 1850.

Fuente: Fernández (1986c).

A partir de las acuarelas de la Comisión Corográfica, realizadas a mediados del siglo XIX, nos podemos hacer una idea de los vestidos utilizados dos décadas antes, durante la Independencia. En la antigua provincia del Socorro, al igual que en otras regiones del país, el traje demostraba el estatus social al que pertenecían. Las mujeres de la élite usaban blusas blancas de seda, de lienzos de lino o muselina, decoradas con encajes, bordados y adornados con blondas e hilos de oro. Vestían sayas que eran faldas anchas y largas que les tapaban los tobillos elaboradas en lujosísimas ricas y variadas telas como el tafetán, tela de seda muy tupida, el terciopelo en diferentes tonalidades como el azul, amarillo, colorado o verde. Otras de paño de seda, de bayeta de castilla de todos los colores, o de zaraza, tela de algodón estampada de hermosos dibujos y colores. Debajo de la falda se ponían varias enaguas de lienzo blanco con volados y gatatumbas en la parte inferior con encajes y arandelas que al levantar la saya dejaban ver los decorados de las enaguas. Para salir a la calle las señoras usaban enagua de alepín tela negra de lana y mantilla de paño. FIGURA 3: “Notables de la provincia de Vélez”, Ca. 1850.

Fuente: Fernández (1986e).

La manera de lucir los trajes variaba según la edad y la ocasión. Las jóvenes usaban vestidos largos ceñidos a la cintura, terminados en una falda ancha con apariencia de rotonda que cubrían parte del zapato. en tonos claros como el blanco, rosado, perlado o el nácar, confeccionados en telas finas como zarazas, sedas, linos y muselinas bordadas, que resaltaban el porte, la elegancia y los buenos modales características de la mujer santandereana. FIGURA 4: “Salida de la iglesia”, Ca. 1860.

Fuente: Torres (1860, p. 32). Para asistir a fiestas o actos públicos como bailes o reuniones usaban las mejores galas. Solían usar modelos franceses adornados de piedras; se peinaban de la mejor manera y complementaban sus trajes con amplias mantillas de colores vistosos para cubrirse la cabeza y los hombros. Para actos más solemnes como asistir a la iglesia o la Semana Santa se usaban colores oscuros y largas mantillas negras que cubrían casi toda la espalda, el pecho y los brazos. Para ir al mercado se usaban trajes más sencillos. Encima de la mantilla llevaban un sombrero. Dentro de la casa las mujeres usaban vestimenta más cómoda, se dedicaban a ordenar los quehaceres del hogar o a enseñar a las niñas a bordar o a aprender la doctrina cristiana. Eustaquio Palacios muestra cómo vestían las mujeres criollas de la época para asistir a las actividades religiosas un jueves Santo:

Las grandes Señoras vestían sayas lujosísimas de diferentes ricas telas; unas de terciopelo azul, amarillo, colorado o verde, con adornos de oro o plata; otras de brocado, que era una tela de seda con grandes flores de oro bordadas; otras de tisú, tela tejida con hilos de plata u oro, con flores que pasan del haz al envés; otras de glasé, tela también de seda, de diferentes colores, tejida con plata u oro, muy lustrosa y relumbrante (1886, p. 62).

El estilo y la confección de la vestimenta de las mujeres se evidencian en los testamentos que reposan en los protocolos de los archivos notariales ubicados en la Casa de la Cultura Horacio Rodríguez Plata. A través de ellos se conoce el tipo de vestimenta, telas, colores y adornos que comúnmente usaban las mujeres de la élite de esta provincia. Los atuendos eran dados como dote o como herencia y pasaban de generación en generación hasta la tercera. Luego de consultar varios testamentos, encontramos el de doña María Luz Roldán, vecina del Socorro, quien presenta su declaración inventariada y avaluada en bienes personales:

Item tres pares de naguas de bayeta de cardilla nuevas, dos mantillas de idem y una de paño, una saya de raso, otra de tafetán, ambas de camisón la una con sus vueltas de terciopelo y otra con flecos. Item un cobijon marcado, unas fundas de tafetán, un camisón de tafetán nacar, dos naguas de pretineta la una de color nacar y la otra de muselina bordada, quatro camisones de rengal dos de muselina bordada, otra de sasara morada otra de percala nacar y surtía de terciopelo otro de zasara nacar […] sinco pares de medias de cantillo caladas, un pañuelo de seda, dos de rengue, dos pañuelos asules de ilo colorado. Siete pares de naguas blancas de lienso nuevas con gatatumbas encajes y arandelas, tres pares de liencillos idem otro de encaje, y dos pares de Bretaña. Item dos planchas de prensar ropa, Item una amaca de manta, Item una camisa de Bretaña, muselina y rengue más dos de idem2.

En su testamento, doña Juana Josefa de la Fuente, declara poseer como bienes suyos, entre otros, los siguientes:

Item dos sayas una de paño de seda y otra de tafetán, una mantilla de paño, y otra de bayeta, dos naguas de sarasa y otras de bayeta de Castilla husada; Item la ropa blanca de su uso, sinco camisas viejas y quatro naguas interior, sinco paños de manos de lienzo, un paño de muselina, seis pañuelos dos blancos y los demás de color3. […] Saya de chamelote, mantellina de bayeta de sien; saya de camellón, mantellina de cien hilos naguas de granilla con punta de planta nuebas, naguas de saraza biejas, otras de bayeta. Seis camisas de lienzo delgadito nuebas y cinco de lo mismo biejas; seis pares de naguas de hilo delgadito nuebas con dibujos de seda, dos camisas de bretaña la una nueba y la otra bieja; dos paños de manos y dos servilletas nuebas de hilo delgadito; […] dos pañuelos de seda; otro carmín; dos pares de medias de seda; un torno

2 ANCCHRP (Protocolo 1812-1813, IItem 2, ff. 62r-65r). “Testamento de doña María Luz Roldán”. 3 ANCCHRP (Protocolo. 1817-1820. F. 37 r). “Testamento de doña Juana Josefa de la Fuente”.

Por ejemplo, don Leonardo José de Acevedo a través de su testamento declaraba poseer entre sus objetos personales:

Item dos capotes de paño azul, el uno de primera y el otro de terciopelo negro; Item dos camisas de Bretaña y cuatro gorros; Item siete chalecos, dos de raso, y los otros cinco de diferentes colores; Item tres sayas, dos mantellinas, dos camisas de manga, y quatro pares de medias, un par negros, dos pares blancas de seda y uno de hilo; Item quatro sombreros de Castilla, dos negros de segunda y los otros dos blancos de la misma calidad; Item tres pares de ovillos y charloteros; Item unas arrobas de algodón que serán como cien arrobas o más o menos y treinta hormas sin porrones4.

Como lo demuestran los documentos citados, los objetos personales de una mujer también estaban conformados por gran variedad de atuendos de vestuario. Charles Stuart Cochrane ofrece un interesante relato de la sociedad neogranadina en el período de la independencia. En sus viajes por Colombia 1823 y 1824 narra la forma como vestía la mujer de esa época: “Cada mujer, sea rica o pobre, si sale de su casa lleva puesta una mantilla negra o de color azul claro a la manera española. La cabeza está envuelta en un paño azul y en ocasiones no deja ver más que los ojos” (1994, p. 170). Por lo general, en estos documentos se mencionan todo tipo de vestuario como camisas, blusas, pantalones, faldas, camisetas, pañuelos, calcetines y las diferentes clases de tejidos y telas como el paño de seda, el tafetán, bayeta de castilla, zaraza y lienzos, todas ellas muy usadas para los atuendos que lucían las señoras, señoritas y niñas en los diferentes eventos a finales de la Colonia y durante la Independencia en la provincia del Socorro. No todas las mujeres se ocupaban de los quehaceres del hogar. Algunas de ellas, debido a su piedad y religiosidad, se convirtieron en monjas de conventos o en beatas. Las primeras vestían los hábitos según su congregación, mientras que las beatas convivían con sus familias. La mayoría de ellas vivía en la pobreza. Vestían un traje parecido a un hábito, conocido con el nombre de vestido monjil, que consistía en un vestido de paño de color café ajustado a la cintura por una larga correa de cuero negro, cuyo extremo colgaba hasta el borde de la falda; una mantilla grande de paño negro o blanco que les cubría la cabeza y parte de la cara, dejando al descubierto únicamente la nariz y los ojos, y encima un sombrero negro (Martínez, 1995).

4 ANCCHRP (Protocolo. 1812-1813, f. 24-28). “Testamento de don Leonardo José de Acevedo”.

MUJERES POPULARES La provincia del Socorro gozó de privilegio durante la época colonial y aún después de la Independencia. Se destacó porque su población se dedicó a la producción de tejidos, hilados de algodón y telas burdas, que fueron la base para la confección de la vestimenta de las castas mestizas, no sólo de la región, sino también de buena parte de la Nueva Granada. FIGURA 5: “Arriero y tejedor de Vélez” Ca. 1850.

Fuente: Fernández (1986a). Las damas populares tenían una indumentaria más sencilla que la de las damas de la alta aristocracia. Generalmente usaron trajes de dos piezas, aunque para ciertas ocasiones llevaban camisones de mangas hasta los codos, terminadas en golas y encajes de vivos colores y bien decorados y emperifollados, confeccionados en lino, muselina o lanilla, y en particular las jóvenes los lucían coquetonamente cuando asistían a las fiestas. En el cuello no podía faltar la cinta de terciopelo con un medallón o Cristo, haciendo juego con los aretes. Las sayas de bayeta, lienzo de lino o algodón, las usaban largas hasta el tobillo, en la cintura, sostenidas por un cordel que daba la apariencia de encauchado. Eran bien holgadas, de tal manera que formaban pliegues, y usualmente de color negro o un color bien oscuro; debajo de éstas se ponían varias enaguas blancas de lienzo rematadas con encajes y arandelas, que hacían dar más volumen al atuendo. Entretanto, las mujeres más pobres vestían faldas de franela ordinaria y blusas de tela de algodón. Los domingos o los días de fiesta se usaba el conocido traje dominguero. Los cabellos en trenzas los adornaban con algunas diademas de carey, cintas de colores o flores naturales, que acompañaban con algunos atuendos también elaborados artesanalmente como la ruana, el sombrero y las alpargatas.

El costumbrista Eugenio Díaz Castro muestra en cierta forma algunas maneras de vestir de la mujer pueblerina en estas regiones del país:

Manuela se fijó en el traje de Matea, la cual tenía enaguas de crespón blanco como del mismo color, camisa bordada de seda negra, y un pañuelo de punto sobre los hombros […] y en la mano cargaba un pañuelo rico de batista. Muchas de las que se hallaban en lo grupos del pueblo estaban vestidas de la misma manera, siendo las peonas la mayor parte de ellas (1976, p. 261).

Palacios, en la novela El alférez real destaca la indumentaria para la mujer menos acomodada en un día de celebración religiosa:

Las menos acomodadas vestían telas de lana, entre las cuales figuraba en primer término el paño fino, de San Fernando; el burato de seda, de áspero tejido; la granilla, llamada así por su color encendido; las bayetas de castilla, de todo color; la zaraza, tela de algodón finísima, traída de la China de hermosos dibujos y colores vivos, que valía a un patacón la vara y que duraba largos años. Por último la bayeta de la tierra para las gentes muy pobres y para las criadas (1886, p. 62).

Las labriegas normalmente usaban bayeta frisa azul y sombrero de trenza de palma, pero había algunas de mantilla de castilla y sombreros finos de los que usaban los estancieros del Magdalena (Díaz, 1976, p. 149). Refiriéndose a la moda de la mujer popular y campesina en1830, José Manuel Groot escribió:

[…] el lujo de las mujeres del pueblo era en esos tiempos, enaguas de bayetas rosadas con cintas celeste; mantellina de paño azul y sombrero de castor negro de copa redonda y a la extendida; otras usaban cubanos con cintas de raso, mantillas y enaguas de paño azul. No había mujer de artesano que no tuviera gruesas sortijas, zarcillos y gargantillas de oro o de plata con relicario de Santa Bárbara en oro (citado en Martínez, 1995).

La mayoría calzaba alpargatas blancas de fique o lona con plantillas de suela o material, atadas con unos cordeles tejidos de vistosos colores o simples cordones llamados galones. Algunas campesinas, las domesticas y las pobres, permanecían descalzas. El vestido es característico de la casta y, posteriormente, de la clase social a la que pertenece la mujer. Puede indicar lo que vive en el momento, como en el caso de trajes para ocasiones especiales como ceremonias religiosas o fiestas.

ATUENDOS FIGURA 6: “Traje de viaje” Ca. s.f.

Fuente: Mark (1986). Otra prenda importante de la indumentaria de los habitantes de esta región fue la ruana, usada por hombres y mujeres, especialmente campesinos, labriegos y pueblerinos, para cubrirse de las inclemencias del clima, para esconder debajo de ella algunos vestidos haraposos o sucios, o para cargar en el canto de la ruana algunos objetos o elementos cuando no tenían vasija alguna. Nació como una mezcla entre la manta indígena y la capa del español. Estaba conformada por dos telas unidas ente sí, dejando en el centro una abertura que permitía el paso de la cabeza; se posa sobre los hombros cubriendo el pecho y la espalda. Los colores generalmente son los de la lana natural (De la Fuente, 1983, p. 257), tejidas por mujeres en telares rudimentarios. Con la llegada de las ovejas a América se desarrolló aún más el tejido y esta indumentaria se convirtió en abrigo indispensable y en el más económico. En Santander, tierra de tejedores, la ruana tuvo gran importancia y fue pieza esencial que evolucionó con distintos gustos. En esta época se usaron las ruanas malagueñas rayadas en vivos colores y forradas con bayetillas de colores chillones. Más tarde, las de bayetón, azules o negras, muy lanudas, con el revés rojo, largas y luego más cortas, y luego en paño casi negro. Las ruanas fueron prendas imprescindibles del atuendo santandereano (Martínez, 1995, p. 75). En su recorrido por las diversas regiones del país, Manuel Ancizar (1853) narra en la Peregrinación de Alpha la forma como los campesinos labriegos utilizaban la ruana para defenderse del frío y para colocar sobre la mula de montar. La describe como una prenda corta que llega a la cintura y que puede ser negra, blanca o parda de lana. Juan de la Fuente narra en sus escritos que el Libertador usó la ruana para cubrirse del frío en sus travesías de los llanos orientales a Boyacá, mientras atravesaba el páramo de Pisba,

llevaba un ejército de “ruanudos”. En una ocasión en el Socorro, al extenderla en el suelo, decía emocionado y alegre el libertador: “‘Qué bella esta ruana símbolo de libertad sin fronteras’ […] —Y mirando picarescamente a una socorrana linda, expresó jubiloso ‘Y digna de usted, señora’” (1983, p. 269). El sombrero, otro elemento importante que acompañó la vestimenta de esta población, es una prenda con copa y ala que cubre la cabeza: la usaron hombres y mujeres especialmente de las clases menos acomodadas como defensa contra el frío o el sol, y también como adorno. En algunos casos puede indicar diferencias sociales. FIGURA 7: “Estanciero de las cercanías de Vélez” Ca. 1850.

Fuente: Fernández (1986b). Existen varios tipos de sombrero, entre los cuales se encuentra el clásico sombrero de iraca, de lana o de jipa, el famoso sombrero cinta negra y el sombrero de fieltro en colores negro, verde, azul, gris, café, el de jipijapa y el de clineja con caña brava. Se fabricaban de distintas formas; alones de copa alta para niños, pavas para mujer. Las materias primas más usadas para la confección de los sombreros fueron la paja, el paño, el terciopelo, el raso y el fieltro; a veces se hicieron muy sencillos, pero, por lo general, se adornaron con plumas y cintas de vistosos colores.

FIGURA 8: “Tejedoras y mercaderes de sombreros nacuma” Ca. 1850.

Fuente: Fernández (1986f). Así lo narra Eustaquio Palacios:

Los sombreros de hombres y mujeres eran de copa alta y ala corta, los que llamamos de pelo, de diferentes colores, pero principalmente negros y blancos; éstos eran los de primera. Había otros de segunda, hechos de una paja muy suave, amarilla, que traían de Cuba y eran fabricados en la ciudad, y tenían la misma forma que los de primera. Es de advertir que los sombreros de los hombres no se diferenciaban en nada de los de las mujeres; y así, la mujer salía a veces a la calle con el sombrero del marido o el marido con el de la mujer. Ninguna mujer salía a la calle ni iba a misa sin sombrero, excepto las criadas (1886, p. 62).

Enriqueta Montoya, por su parte, dice: “[…] los sobreros, negros y uno cubano muy fino para guarecerse del sol” (1972, pp. 16-17). En la Peregrinación de Alpha, Manuel Ancízar (1853) narra que los sombreros de jipijapa fueron ensañados a tejer a las mujeres de esta región por un pastuso, Juan Solano, por petición del cura de Girón Felipe Salgar. La materia prima era la palma de iraca o nacuma, que abundaba en esta región en forma silvestre, técnica que se extendió por varias localidades de la región.

También se fabricaron sombreros de crizneja, cuya materia prima es la hoja de caña brava. Como lo dice Martínez Villalba, la clineja la elaboraban las mujeres de todas las edades, y los niños las pintaban con anilinas de colores negro, rojo y amarillo. Luego las vendían en el mercado por brazadas a los fabricantes de sombreros. Las ganancias generalmente eran reservadas para comprar los trajes que lucirían en Semana Santa, Navidad o Año Nuevo (1968, pp. 238 y 240).

ACCESORIOS La mujer acomodada de esta provincia complementaba su indumentaria con lujosos y costosos accesorios. En la cabeza se hacían trenzas, moñas que adornaban con cintas de colores, alfileres de oro, peinetas trabajadas a mano hechas de carey o de plata, o el elegante peinetón, llamado así por ser de mayor tamaño. FIGURA 9: Peineta.

Fuente: Anónimo. (s.f.). FIGURA 10: Peinetón

Fuente: Anónimo (1825). Las diademas de cacho o con brillantes, perlas o incrustaciones de oro, fueron otro elemento decorativo que llevaron las damas a la hora de lucir sus galas. Las joyas fueron un accesorio muy importante que adornaban a la mujer de todas las edades a la hora de vestir. Usaron zarcillos u orejeras de oro, esmeraldas, perlas o amatista.

Colgaban a sus cuellos gargantillas de perlas, muchas veces con el símbolo de la Cruz, cadenas de oro momposino trabajado en filigrana, rosarios con cuentas de oro. Ostentaban en los dedos algunas sortijas con esmeraldas, oro u otro metal precioso. Testimonio de ello son los inventarios de dotes y testamentos realizados por las familias más acomodadas de esta provincia. Se evidencia en éstos la existencia de un considerable número de joyas de diferentes calidades y calibres, destinados a ornar el cuerpo de la mujer. Así lo destaca en su testamento notarial María Luz Roldán vecina del Socorro:

Item un rosario de oro de cuentas lisas de siete casas de rezar el páter noster, con cruz y extremos enchapados de oro; un rosario de siete casas de granater finos, cruz y extremo de los mismo; dos sentillos el uno con treinta y siete cuentas gruesas labradas de tres hebras con ciento sesenta y un pares de cuentas de oro menuditas y dos gravados en los extremos; uno está con sus rayos; una cruz de esmeraldas y perlas gruesas y otras chicas; un par de varillas de oro con ocho esmeraldas guarnecidas de perlas; un par de orejeras y perlas y oro; un anillo de oro con amatista; siete surtijas de oro sola filigrana, tres tumbagas y un anillo y ; quatro pares de botones de oro los dos de filigrana5.

Enriqueta Montoya de Umaña hace una descripción de las joyas que había heredado Policarpa Salavarrieta de su madre Mariana Ríos:

Estos zurcillos de oro son cinco pares, ¿ve Ud.? Estos son de amatista, estos tienen esmeraldas, y aquellos son de filigrana de oro. Además tenemos esta cadena de oro momposino con su corazón de lo mismo. Y vea Ud. Las “surtijas “de esmeraldas, nosotras no las llevamos aquí por temor a perderlas […]. Pero lo que las jóvenes amaban eran las gargantillas de perlas y las de azabaches engarzadas en cuentas de oro que había usado su madre, lo mismo que los rosarios (1972, pp. 16-17).

Para esta época, las mujeres se preocuparon por mantener una refinada elegancia y al mismo tiempo competían por su arreglo y distinción: cada una quería lograr la mejor apariencia para llamar la atención dentro de la sociedad a la cual pertenecía, y que cada vez se volvía más exigente en la combinación de sus atuendos y accesorios.

5 ANCCHRP (Protocolos 1817-1820, f. 744R). “Testamento de doña María Luz Roldán vecina del Socorro”.

CONCLUSIONES

El traje femenino ha surgido como resultado de factores sociales, religiosos, económicos y estéticos. Su historia ha sido a la vez reflejo de la historia de la mujer, de su quehacer cotidiano y de su profunda identificación con las labores textiles en nuestro medio. Terminada la investigación se puede concluir que las costumbres de la época en que España gobernaba la Nueva Granada no fueron modificadas notoriamente con el proceso de independencia. Sin embargo, la influencia de otros países europeos y la llegada del romanticismo generó algunas modificaciones: en los peinados y vestidos, lo que permitió por ejemplo que las mujeres se subieran un poco la falda, dejando a la vista los zapatos y parte de las medias (Martínez, 1995). Igualmente, propició una tendencia por las telas trasparentes como el organdí y la muselina en tonos pastel. Así, se puede establecer que las costumbres en el virreinato de la Nueva Granada fueron modificadas parcialmente y en algunos aspectos, pues los habitantes de nuestro pueblo acuñaron su forma de vestir de acuerdo a las modas traídas por los foráneos europeos. En la actualidad existe una forma distinta de vestir. La moda ha evolucionado y en esto han jugado un papel fundamental los oficios: las “naguas” largas fueron un obstáculo para el trabajo de las mujeres. Hoy en día la moda es unisex y es dada a través de figurines, pasarelas o simplemente imitación extranjera; es pasajera y a veces se trata de retomar modas de décadas atrás. Los atuendos y accesorios han cambiado: la ruana y las mantillas ya no se usan en este medio, debido a la modificación de las costumbres y a los cambios climáticos; las cotizas también han disminuido su uso drásticamente; el calzado cambió considerablemente, pues existe en la actualidad una gran variedad y estilos de diferentes materiales.

BIBLIOGRAFÍA

Archivos

Archivo Notarial Casa de la Cultura Horacio Rodríguez Plata. [ANCCHRP]. (Protocolo 1812-1813). (Protocolos 1817-1820).

Fuentes audiovisuales

Anónimo. (s.f.) “Peineta”. Socorro: Casa de la Cultura del Socorro (propiedad del doctor Horacio Rodríguez Plata).

Anónimo. (1825). “Peinetón”. Bogotá: Museo de la Independencia Casa del Florero (No de

registro 3201). Fotografía: Germán Antonio Prieto Muñoz. En: Colección Bicentenario (Tomo Castas, Mujeres y Sociedad en la Independencia, p 106). Bogotá: Ministerio de Educación Nacional.

Fernández, Carmelo. (ca.1850) “Arriero y tejedora de Vélez”, Ca. 1850. [Acuarela].

Bogotá: Biblioteca Nacional. En: Acuarelas de la Comisión Corográfica, 1850- 1859 (1986). Bogotá: Litografía Arco, 1986.

Fernández, Carmelo. (ca.1850) “Estanciero de las cercanías de Vélez”, Ca. 1850.

[Acuarela] Bogotá: Biblioteca Nacional. En: Acuarelas de la Comisión Corográfica, 1850- 1859 (1986). Bogotá: Litografía Arco.

Fernández, Carmelo. (ca.1850). “Habitantes de la capital, Pamplona”, Ca. 1850. [Acuarela].

Bogotá: Biblioteca Nacional. En: Acuarelas de la Comisión Corográfica, 1850- 1859 (1986). Bogotá: Litografía Arco, 1986.

Fernández, Carmelo. (ca.1850). “Notables de la Capital, Socorro”, Ca. 1850. [Acuarela].

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