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Modernidad, torbellino, amor y destrucción. En relación a "Jules et Jim" de François Truffaut Simón Brainsky L. *, Bogotá, COLOMBIA Resumen El ser humano guarda una relación profunda con las pulsiones, que tal y como las describiera Freud, abarcan vicisitudes y vínculos de su teatro interno y del mundo que lo rodea y que a su vez construye. El objetivo del presente trabajo es hacer algunas consideraciones sobre el principio del placer - realidad y su interjuego con la compulsión a la repetición y la pulsión de muerte. Estos destinos pulsionales se entrecruzan, colisionan y actúan en conjunto, en una eterna danza de polaridades dialécticas. Se hacen algunas anotaciones sobre el impacto psicogenético que la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, tuvo sobre la modernidad, sobre las personas y su visión del mundo y el destino de la gran ilusión, en relación con un progreso continuo y racional del ser humano y de su entorno. Se hacen consideraciones sobre el conflicto estético como lo plantea Donald Meltzer. Finalmente se hacen consideraciones psicoanalíticas sobre la película "Jules et Jim " de François Truffaut, la cual ejemplifica bellamente la amistad, el amor y la visión del mundo de los protagonistas, que plasma una manera específica de concebir la cultura en la Belle Epoque. Summary Human beings have a deep relationship with pulsions, which, as described by Freud, embrace vicissitudes and links of man's internal theater and of the world that surrounds persons and which at their turn they construct. The objectives of this paper are to make some considerations about the pleasure-reality principie and its interplay with the compulsion to repetition and thanatos. These instinctual destinies interweave, clash and act together. Considerations are made on the psychogenetic impact which First World War, the Great War, had on modernity, on people and the vision of the world they had, as well as on the fate of humanity's great illusion concerning a rational, continuous progress of human beings and their word. Some reflections are made on the aesthetic conflict as stated by Donald Meltzer. * Membro Efetivo da Sociedad Colombiana de Psicoanálisis. Revista Latino-Americana de Psicanálise- FEPAL, v. 4, n. 1, setembro 2000 95

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Modernidad, torbellino, amor y destrucción. En relación a "Jules et Jim" de François Truffaut

Simón Brainsky L. *, Bogotá, COLOMBIA

Resumen El ser humano guarda una relación profunda con las pulsiones, que tal y como las describiera Freud, abarcan vicisitudes y vínculos de su teatro interno y del mundo que lo rodea y que a su vez construye. El objetivo del presente trabajo es hacer algunas consideraciones sobre el principio del placer - realidad y su interjuego con la compulsión a la repetición y la pulsión de muerte. Estos destinos pulsionales se entrecruzan, colisionan y actúan en conjunto, en una eterna danza de polaridades dialécticas. Se hacen algunas anotaciones sobre el impacto psicogenético que la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, tuvo sobre la modernidad, sobre las personas y su visión del mundo y el destino de la gran ilusión, en relación con un progreso continuo y racional del ser humano y de su entorno. Se hacen consideraciones sobre el conflicto estético como lo plantea Donald Meltzer. Finalmente se hacen consideraciones psicoanalíticas sobre la película "Jules et Jim " de François Truffaut, la cual ejemplifica bellamente la amistad, el amor y la visión del mundo de los protagonistas, que plasma una manera específica de concebir la cultura en la Belle Epoque.

Summary Human beings have a deep relationship with pulsions, which, as described by Freud, embrace vicissitudes and links of man's internal theater and of the world that surrounds persons and which at their turn they construct. The objectives of this paper are to make some considerations about the pleasure-reality principie and its interplay with the compulsion to repetition and thanatos. These instinctual destinies interweave, clash and act together. Considerations are made on the psychogenetic impact which First World War, the Great War, had on modernity, on people and the vision of the world they had, as well as on the fate of humanity's great illusion concerning a rational, continuous progress of human beings and their word. Some reflections are made on the aesthetic conflict as stated by Donald Meltzer.

* Membro Efetivo da Sociedad Colombiana de Psicoanálisis.

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Finally, some psychoanalytic thought are discussed about Francois Trufffaut's movie "Jules et Jim". This film beautifully exemplifies friendship, love and the vision of the world of the heroes, which condenses a specific way of understanding culture during the Belle Époque.

Caray, eran todos tan simpáticos...! Georges Simenon Maigret Viaja

Hay una sonrisa de amor y Hay una sonrisa traicionera y Hay una sonrisa de sonrisas En la que estas dos sonrisas se unen William Blake

El ser humano tiene una relación profunda con las pulsiones que describiera Freud y que abarcan vicisitudes y vínculos de su teatro interno y del mundo que lo rodea y que a su vez y con dolor y alegría construye. En el presente trabajo me propongo hacer algunas consideraciones sobre el principio del placer-realidad y su complementación e interjuego con la compulsión a la repetición y la pulsión de muerte. Hago algunas anotaciones sobre el impacto psico-genético que la primera guerra mundial, la Gran Guerra, tuvo sobre las personas y su visión del mundo y comento, desde el psicoanálisis, la película Jules et Jim de François Truffaut.

Freud planteó lo que denominó el principio del placer que gobierna, entre otras cosas, la vida de los niños, la infancia de los pueblos y el amor adolescente. Su base es la movilidad continua y la necesidad de la descarga perentoria y con frecuencia, ciega. A medida en que los bebés se crían, los adolescentes sientan cabeza, y, teóricamente al menos, la humanidad, comienza a crecer y a madurar, el principio del placer va complementándose con el principio de realidad, que ya tiene que ver con los procesos lógicos secundarios, que abre el paso hacia lo racional, hacia la acción reflexiva y a las posibilidades de simbolizar y tomar en cuenta existencia y la independencia del Otro. Esto supone una renuncia a la descarga inmediata, a la que con frecuencia el yo organiza y complementa y una capacidad para tolerar, sin expulsarlo inmediatamente, el dolor psíquico.

El principio de realidad implica una cierta fijación de la llamada "energía psíquica", (afectos y pasiones) abriéndose el paso entonces la creación del pensa-

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miento, la de los conceptos y la de la palabra. El principio del placer complementado por el de realidad, se incorpora a la nunca acabada tarea de la construcción del ser humano, apuntalada por la simbolización y la sublimación (Brainsky, 1998).

Sucede, empero, que proveniente del interior de todos nosotros y proyectada con la virulencia felina de un predador - niño, surge también una tercera gran fuerza pasional: la compulsión a la repetición, que depende de la pulsión de muerte, que nos lleva a destruirnos, a repetir ciegamente lo ya llevado a cabo, y nos empuja hacia lo estático, hacia el no cambio, y al no reconocimiento del Otro. A la par, claro está, hay una pulsión que nos guía y empuja hacia delante, hacia la contradicción y la búsqueda de la síntesis y de la complejidad. La vida es el resultado del interjuego entre las pulsiones de vida y muerte.

Así las cosas, se postula la existencia de dos grandes grupos de fuerzas en el ser humano y en el camino que recorre la humanidad misma: el principio del placer complementado por el principio de realidad, al servicio del eros y, en segundo término la compulsión-repetición, motor de lo destructivo, de la tendencia al estasis y de la muerte misma. (Freud, 1920) Por supuesto, las pulsiones de vida y muerte colisionan, luchan, se complementan y se encuentran, en una eterna danza de los contrarios, cuyo resultado depende de los predominios relativos de los principios en juego. Si la compulsión - repetición, aliada al tánatos, está subordinada al principio del placer complementado por el de realidad al servicio del eros, la vida, la civilización y la sublimación continuarán a veces con enormes dificultades, su marcha hacia adelante, en una secuencia que jamás es lineal. Si, por el contrario, la pulsión de muerte y la compulsión - repetición subyugan el cuadro vital, el resultado es, como lo sabemos dolorosamente, de un efecto individual y colectivo más bien letal. Esto último es, perennemente, el caso de la guerra. No siempre queda muy claro cómo se dan y cómo juegan las combinaciones así definidas, en el caso de los enredos amorosos.

Donald Meltzer (1988), psicoanalista contemporáneo, que trabaja en la Gran Bretaña, postula lo que llama el "conflicto estético", que considera central en las vicisitudes de la relación bebé-madre-mundo, y en la captación de la belleza. El niño, confrontado con la belleza de la madre (y por extensión, el adulto frente a la del mundo), se ve abocado a una experiencia emocional intensa de la que emerge la pasión por lo hermoso. Pero el significado del comportamiento de su madre, de la aparición y desaparición del pecho, de la luz de sus ojos o de una cara por la cual pasan las emociones como "sombras de nubes sobre un paisaje" le son desconocidos. Ha llegado a un país extraño, cuyo idioma no conoce y cuyas claves y comunicaciones no verbales, le son desconocidas. La madre, afirma Meltzer, le es enigmática. Lleva su sonrisa de Gioconda, y las tonalidades de la música de su voz son fluctuantes. Eventualmente todos estamos confrontados

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a partir de la infancia y a lo largo de la vida, a la misma problemática. El conflicto estético, en términos del impacto exterior de la madre "bella", captable por los sentidos, puede determinar fragilidad y corremos el riesgo de destruir esa delicada belleza si pretendemos capturar su sentido más profundo. Nos es menester, por tanto, intentar construir el interior misterioso de la madre-mujer, y con ello, el enigma de la vida, a través de la imaginación creativa y sus vicisitudes

II

Parecería importante recordar que el ser humano existe siempre e inevita-blemente en el contexto de tres dimensiones inextricablemente imbricadas entre sí. Se trata de estructuras funcionales globales, configuradas por a - la biología del ser humano; b - la relación que se plantea con las personas (objetos) que existen por fuera y por dentro de él y c - los vínculos que establece con la sociedad que construye y que, a su vez, lo moldea (Brainsky, 1997).

En el año de 1912, en el que se comienza a dar la acción de la película Jules et Jim, aún se vive en el período conocido como la Belle Epoque, que transcurre entre la finalización de la guerra franco-prusiana (1870) y el comienzo de la primera guerra mundial. La denominación Belle Epoque no quiere decir, por supuesto, que no hubiera guerras, masacres, injusticia o esclavitud. Como lo señala Bárbara Tuchman (1962), se trata de una edad de oro tan sólo para una clase privilegiada. No es una época en la que reine exclusivamente la confianza, la inocencia, la estabilidad, la seguridad o la paz, ni mucho menos. Estos factores, empero, están presentes en el imaginario de las gentes. Las personas, en ese momento histórico, confían más en los valores del iluminismo y tienen más fe en el desarrollo de la humanidad por la vía de la ciencia y la razón, lo que no quiere decir que no estén presentes el miedo, la injusticia, la protesta, la violencia y el odio. Sin embargo, no se había producido aún el Gran Oscurecimiento de 1914/ 19 y la civilización occidental conservaba aún gran parte de sus ilusiones y de su esperanza en las potencialidades del progreso intelectual y científico del hombre.

La primera guerra mundial llamada por las gentes La Gran Guerra, puesto que no se había producido la segunda, supone una era de conflagración y de derrumbamiento masivos. Como lo señala Eric Hobsbawm (1994) la Gran Guerra fue el comienzo de la era más sanguinaria de la historia hasta ese momento. Se calcula que las muertes violentas entre 1914 y 1990 ascienden a 187 millones de seres humanos. Los sacrificios ilimitados que los gobiernos impusieron a sus propias tropas sientan el sangriento precedente de causar más muertes entre el enemigo, sin importar el precio. Se borra la distinción entre combatientes y no

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combatientes y la población entera se convierte en protagonista. La escala del derrumbamiento social y político y las revoluciones y contrarrevoluciones sociales carecen de precedente alguno.

En la película de François Truffaut, Jules, Jim y Catherine habitan un espacio y un tiempo ubicados entre el final de la Belle Epoque y el comienzo de la destrucción de la civilización occidental y de sus ilusiones.

III - "Ella, Jules y Jim" de F. Truffaut

Jules y Jim, protagonistas de la película de Truffaut, representan un mundo lleno de ilusiones, susceptible de ser explorado hasta sus límites por las posibilidades eróticas de la vida, siempre y cuando se halle presente la mujer, peligroso catalizador de la existencia y causa de todo.

La película, basada en una novela de Henri-Pierre Roché, comienza con una puesta en escena en la que aparecen los personajes, en tanto que en el fondo suena uno de los temas musicales bandera, que a su vez captura el espíritu de los tiempos: se trata de variaciones sobre "Le Tourbillon", El Torbellino, canción escrita por Bassiak. Se oye también una polca tocada en una pianola y la suave y hermosa música de Georges Delerue, a veces alegre pero con más frecuencia nostálgica y melancólica.

Mientras suena la música del carrillón se nos muestran cortes rápidos en los que se nos presentan los personajes y algunas de sus situaciones. Se escucha la voz de Jeanne Moreau, que declama sobre pantalla en negro " Tu me dijiste: te amo. Te dije: espera. Yo iba a decir: tómame. Tu me dijiste: vete" Eventualmente la voz del narrador en off, nos cuenta la historia de dos amigos: Jules, interpretado por Oscar Werner, es alemán y Jim, (Henri Serré), francés. Cada vez se conocen y se estiman más. Jules no conoce mujeres francesas y los intentos iniciales de Jim para presentárselas no son demasiado exitosos, con lo cual, y sin vergüenza, Jules acude a las profesionales. Se comunican a través de la poesía, la pintura y la música. El dinero no les importa. Conocen a Thérése, mariposa anarquista, quien, entre otras cosas escribe mensajes contra el establecimiento y quien ama a Jules una noche, lo abandona sin mayores contemplaciones y celebra sus propias gracias fumando al revés representando una locomotora, la que más o menos plasma el ritmo en el que se mueven todos.

Jim conoce a Gilberte, bella y serena, que será el contrapunto de la mujer que está por irrumpir en sus vidas. Ella lo ama sin reservas y le proporciona una sensualidad estable, un polo a tierra y un orden, a partir de ese momento de su vida. Sin embargo Jim no está listo aún para un compromiso definitivo con Gilberte. Algo lo inquieta; algo le falta, como si necesitara un amor más perturba-

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dor, que le proporcionara un sentido más fuerte de aventura a una existencia, en balance, plácida.

Por su lado Jules quiere a Lucie en Austria, y volverá a ella en seis meses, pero, por otra parte, ama también a Helga y a Brigitte y también tal vez a Ulrike. Hace un dibujo de una de ellas en la mesa del café donde se encuentran y Jim, entusiasta e impetuoso, quiere comprar la mesa de inmediato puesto que valora todo lo de su amigo y desea conservar los momentos de su fraternidad para guardarlo él y para que no se pierda para la historia del arte.

Los dos camaradas visitan a Albert, otro personaje multifacético, que conoce a todo el mundo; es amigo de Jules, músico, oportunista, pintor y escultor. Miran con él diapositivas incas y romanescas, con gusto y emoción. Después de una estatua decadente y en proceso de putrefacción, aparece otra que representa una mujer que los fascina y estremece. La sienten como si se tratara de la Madre Tierra. Sus ojos y sus labios son extremadamente bellos y provocadores. Jim pide verla de nuevo. La sonrisa de la estatua es enigmática y embrujadora. Saben que tienen que encontrarla a cualquier precio. Emprenden un viaje a una isla del Adriático en su busca. Los dos compañeros usan vestidos iguales y en muchos sentidos tienen identidades parecidas pero singularmente definidas. Se quedan una hora mirándola deslumbrados y cada cual la ve como el otro, pero también a partir del sí mismo (self) individual. Es como si fuera el arquetipo de la mujer que todo hombre quiere y necesita, como si fuera la alegoría de lo que Jung llama el ánima: la representación femenina inconsciente del hombre dentro de sí mismo y la mujer que busca en el afuera. Su sonrisa recuerda el poema de William Blake:

"There is a smile of love and there is a smile of deceit and there is a smile of smiles in which these two smiles meet."

Los amigos vuelven a París. Juegan y boxean en su gimnasio habitual. Jim comienza a escribir un libro autobiográfico en el que describe su amistad con Jules, a través de dos personajes a quienes llama Jacques y Julián. La narración es más bien ingenua. Jim le lee a Jules apartes en los que cuenta que los que los dos amigos eran inseparables, al punto que la gente los creía homosexuales pero no les importaba. Aquí surge el componente homoerótico que necesariamente tiene que haber en una amistad. La diferencia con la homosexualidad se relaciona con que en la amistad profunda, como en el caso de Jim y Jules, se conserva claramente la identidad de género. Eran como el Quijote y Sancho. Cada uno admira la obra del otro y la complementa. Jules quiere traducir de inmediato el libro al alemán, al igual que Jim quería comprar la mesa adornada por el dibujo de su

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amigo. Se reconocen empáticamente y en cada uno se refleja la grandeza narcisística del otro y su aceptación. Se deslumbran mutuamente. Es una amistad sin condiciones y casi sin reservas.

Llegan a París tres amigas de Jules, una francesa, una alemana y una holandesa. Jules las celebra con una comida. Sucede que Catherine, la francesa, es la representación viviente de la estatua. Todo comienza como en un sueño. En el fondo suena la música misteriosa de Georges Delerue. Llevan a cabo una ceremonia de brindis en la que establecen contacto, tocándose los pies bajo la mesa. Jules toca el de Catherine quien lo retira, sin demasiada convicción y después de que ha pasado un rato. Empieza el juego. Jules está englobado por el amor a todo y a todos. Sin embargo ya casi comienza a convertirse en vasallo eterno de Catherine De los tres es, posiblemente, el que más tiene capacidad de amar establemente y ésto, que lo hace frágil y vulnerable, lo convierte a su vez, en el más fuerte.

Jules y Catherine comienzan a vivir juntos. Los amigos se encuentran ahora solamente en el gimnasio. Eventualmente Jules, que necesita compartir su felicidad con su amigo, le habla a ella de él y ella quiere conocerlo más. Jules sólo que sabe que su relación con Catherine es algo completamente diferente de lo que ha vivido hasta ahora y le advierte dulcemente a Jim que a ella no la podrán compartir como ha sucedido con tantas otras: "Pas celle la"; "ésta no Jim". Esta es quien dará sentido a mi vida.

Catherine, pionera en todo y heraldo de todo, está profundamente convencida de que ella, como mujer, tiene derechos absolutamente iguales a los que se adjudican los hombres. Y tal cual otro más. Esta actitud militante que traduce el comienzo del movimiento de liberación de la mujer, que en otros espacios se plasma en la lucha por los derechos políticos, se refleja en los disfraces de hombre con los que asume la igualdad. Catherine es una "sufragette", una sufragista emocional y su batalla se libra en el campo de los sentimientos. Se disfraza de muchacho, se pinta un bigote, y al compás de una música juguetona, logra engañar a los peatones con quienes se cruzan en su paseo en lo que concierne a su condición femenina..

Catherine propone disputar una carrera en un puente. Los dos hombres aceptan alborozados. Ella hace trampa: sale antes de la señal de partida. La cámara se centra en su respiración agitada. Su metabolismo afectivo y existencial es siempre un poco más rápido que el de los demás seres humanos. En este juego vital, ella muestra que no acepta otras reglas que las suyas propias. Lo que le importa es obtener lo que desea, meterse en el mundo de los hombres y ganarles en su propio juego. En el transfondo está, por supuesto, su profunda vulnerabilidad emocional. Ordena y organiza imperiosamente las actividades del pequeño grupo: Al día siguiente, decreta, se irán al mar.

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Jules le cuenta a su amigo que su amante es hija de un aristócrata francés y de una madre inglesa. Enseña inglés con particular interés en la obra de Shakespeare y además es campeona de natación. Catherine abarca siempre más de un mundo. Suena el clarinete, expresando todavía una visión lúdica de la existencia.

El narrador omnisciente, presente en toda la película, que lee fragmentos de la novela de Henri-Pierre Roché, nos cuenta que Jim consideraba sin vacilaciones, que ella pertenecía a Jules. La sonrisa de Catherine, sin embargo, expresa claramente que ella no pertenece a nadie. Nadie es su dueño.

Desde la aparición de la estatua hasta la descripción de Catherine mucho gira alrededor de su misteriosa sonrisa. En la sonrisa y en los ojos de Jeanne Moreau se detecta mucho de algo parecido a lo que estereotipadamente se llama "el eterno femenino" que el niño intenta captar por primera vez en el resplandor existente en la organización gestáltica ojos-sonrisa de la madre y sin que y como señala Meltzer, jamás poder capturarla del todo. Catherine - es también un poco madre, a la vez presente e inasible y plasma para Jules y Jim, el misterio primigenio de la existencia misma. De aquello que surge de la esencia de la mujer.

En preparación para el paseo, Jim le lleva la bicicleta y la ayuda a empacar. Entretanto ella quema papeles donde ha escrito mentiras que se le podrían ocurrir o de las cuales podría ser víctima y por supuesto, produce un pequeño incendio. Siempre produce irremediablemente pequeños o grandes incendios sin que le importe mucho el riesgo de quemarse ella misma. Permanece tranquila frente a las llamas en tanto que él las apaga y limpia las cenizas. Se escucha en la música el tema propio de Catherine, romántico, nostálgico y más bien triste. Catherine planea llevar al paseo un frasco de vitriolo destinado a "ojos mentirosos". Jim la ayuda a cerrar los botones de la espalda de su vestido; observa por primera vez su nuca y en medio de la inocencia se empieza a presagiar un romance entre los dos.

La escena se centra en el tren en el que viajan. Buscan y encuentran una casa grande. El narrador nos la describe. No tiene muebles y es muy espaciosa. Inferimos que la villa representa simbólicamente la vida concebida como una gran casa blanca, dotada de grandes espacios y que se puede habitar todavía con los propios sueños e ilusiones, aún no construidos del todo, y por tanto lejos de la posibilidad de ser implacablemente destruidos.

Los tres cómplices caminan rumbo a la playa y la recorren. La música de Delerue expresa ahora la alegría de la fiesta y, suavemente, la inminencia de los negros nubarrones que se avecinan en el horizonte de ellos y en el del mundo entero.

Buscan y recogen objetos en apariencia inútiles, tales como trozos de llantas, hojas, cigarrillos, un trozo de porcelana vieja. En realidad, están poblando el

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escenario de su propio teatro. Las cosas representan aspectos de sí mismos, que comienzan a guardar como recuerdos de una despedida que inconscientemente ya anticipan. Jules y Jim, como se ha dicho, visten siempre de manera muy parecida; son hermanos en un contexto de fraternidad europea universal, sienten de modo muy semejante, pero cada cual tiene su identidad definida. Nunca podrían ser intercambiables. Catherine busca en ellos, a pesar de las apariencias, satisfacer necesidades proyectadas muy específicas.

Jules le pregunta a su camarada si debe casarse con ella. Este le responde que no está seguro de que ella esté hecha para la estabilidad. Jules va siempre más allá de su propia necesidad porque capta más la diferencia y tiene más consideración por el otro; es más integrado y por tanto puede entregarse más que los otros dos.

Los hombres tienen que alzarla y llevarla cuando se cansa en sus paseos. Lo hacen gustosos. Como siempre, admiten que haga trampa, que imponga y rompa las reglas del juego porque, al menos físicamente, es aparentemente más frágil. La fortaleza de ellos dos proviene de tres fuentes: la de cada uno como persona, la que viene su amistad, y la que nace de su relación con Catherine. Ella es el aglutinante que completa la síntesis del yo de los dos.

Catherine habla seriamente sobre un libro que plantea que el cielo es una esfera vacía que contiene una burbuja contra la cual todos van a estrellarse. Ellos no le prestan demasiada atención, embebidos como están en un juego rudo de camaradería y ella, que se sabe el centro de todo, pero que necesita las evidencias, se ofende.

Jules le propone matrimonio, más bien a sabiendas de la situación en la que se está metiendo. Espera su respuesta al día siguiente y le promete que, en caso de no obtenerla, repetirá su oferta en cada cumpleaños. Catherine duda. Le dice que él ha conocido pocas mujeres en tanto que ella ha confrontado y manejado muchos hombres.

La cámara se desplaza al interior de la villa. Los dos hombres juegan dominó ligados por su muy fuerte relación masculina. En ocasiones Jules y Jim creen que se pueden dar el lujo de ignorarla. Ella jamás se puede dar el lujo de ser ignorada. Quien lo haga, lo hará a su propio riesgo. Les cuenta que soñó que se encontraba con Napoleón en un ascensor y que cuando aprendió el Padre Nuestro pensaba que era su propio padre, a quien veía pintar en el cielo un mundo construido para ella. Ellos no se ríen, concentrados en su actividad. Catherine insiste: ¿Quién le rasca la espalda? Jules le contesta con frivolidad que Dios rasca a quien se rasca. Ella le propina una sonora cachetada, bromeando tan sólo a medias. El se desconcierta inicialmente y luego decide reír, negando la amenaza real que conlleva su bofetón. Ella se une a la risa. Ellos le han enseñado a reír. Sucede empero, que la muchacha no tiene el sentido del humor de sus admira-

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dores. Todo lo que tenga que ver con ella es serio siempre. A diferencia de ellos, Catherine nunca se puede reír de sí misma.

En la cara de los tres comienza a esbozarse el límite entre la comedia y lo trágico, como si no se supiera bien hacia dónde se inclinan los acontecimientos. Jules y la mujer son cada vez más pareja, sin que Jim se sienta excluido. Llueve, por lo que Catherine decide que al día siguiente volverán a París.

La cámara rápida y una música más movida, marcan el retorno a la ciudad y el paso del tiempo. Jim ha vendido su libro y trae regalos: un rascador de espalda para Catherine, un cuadro de Picasso y sombreros para todos. Además, tiquetes para el teatro. Jules pone el reloj de arena que mide su tiempo, para saber cuándo hay que alistarse para salir. El narrador omnisciente nos cuenta en off que Jim veía a sus amigos con frecuencia y que en este momento no hay envidia ni celos que opaquen la felicidad de los tres. Van al teatro; a ella le gusta la obra, porque la protagonista, con quien se identifica, quiere ser libre a toda costa. A ellos no les entusiasma. Jules se embarca con seriedad teutónica, en un discurso altisonante, más bien misógino. Cita a Baudelaire y sentencia que la mujer debe ser siempre e irremediablemente fiel en tanto que el hombre gozaría de mayores libertades. Jim se inquieta; no necesariamente comparte sus tesis. Catherine le dice entonces que proteste. Un poco casualmente y sin mucha fuerza, él dice: "protesto", frente a lo cual Catherine, como siempre, va mucho más allá y se lanza al río Sena.

La mujer, y en esto reside gran parte de su fuerza, siempre, está dispuesta a ir más lejos.

La protesta en el río, crea una nueva situación distintiva. En Jules aumenta el temor reverencial que siente frente a Catherine, en tanto que Jim la respeta más ahora, por la fuerza con la que defiende sus propias convicciones.

Catherine concerta con Jim una cita en el café donde se reúnen habitual-mente, a una hora determinada. Por primera vez desde que se conocen, Jim la piensa profundamente, como si la descubriera nuevamente y medita con seriedad sobre el enigma femenino que la envuelve y que transmite. Jim la espera en tanto que reflexiona sobre ella. Casi una hora más tarde se va. Ella llega, elegante y segura: estaba en la peluquería. Se desilusiona. Por lo que parecería ser casualidad o azar, y que en realidad es una mezcla de ambas cosas, no se encuentran. Pero detrás de lo que el destino no quiso, siempre hay características que nos pierden o nos rescatan: el desencuentro entre Jim y Catherine tiene que ver con la "nonchalance" femenina de Catherine y con una cierta impaciencia y exasperación premonitoria por parte de Jim.

En el interior del café donde están citados Jim y Catherine, Truffaut crea un ambiente especial en la que el director destaca como pequeñas joyas, escenas en las que cuenta rasgos dicientes de los personajes periféricos y de los centrales,

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utilizando las conversaciones que hay a su alrededor. Con esto contribuye a plasmar la atmósfera de la cual surgen sus héroes protagonistas. Así, nos muestra un hombre que orgullosamente comunica al mundo circundante que carece de sentido del humor. Sabe que existe puesto que lo ve en su esposa y en los amigos de ella. Otro de estos personajes es Thérése, la muchacha locomotora que fumaba hacia fuera, y un borracho más bien simpático. Los carteles y afiches del café son de Toulouse Lautrec, y Picasso. El ambiente es alegre, optimista y vital.

Jim dormita y fantasea, probablemente con Catherine. Suena el teléfono: es Jules. El y Catherine se marchan a Austria a casarse. La cámara nos muestra dos dimensiones simultáneas, que dividen la pantalla, en tanto que transcurre el diálogo telefónico. Sin embargo, y como siempre, el espacio que van a construir Jules y Catherine no deja por fuera al amigo, quien, a su vez, se entusiasma genuinamente con la noticia y comparte la alegría de Jules y la de su prometida. "Bravo!" les dice Jim. Hablan de la cita fallida y Jules observa, con cierta suave ironía que el tiempo de ella es optimista.

Aparecen paralelamente planos alternados de los dos apartamentos. Uno se queda pensando si la cita, de haberse llevado a cabo, hubiera cambiado en algo, el equilibrio, el juego de fuerzas. Catherine pasa al teléfono y le dice que está muy contenta porque Jules le va a enseñar boxeo francés. Jim contesta, bromeando sin agresividad, que se trata de un boxeo francés con algo de acento austríaco. Jules, indignado jura en un francés más alemanizado que de costumbre, que carece completamente de acento. Su pronunciación, afirma, es excelente y para aclarar que jamás será extranjero en Francia, recita las palabras de la Marsellesa marcando el ritmo con sus brazos. Declama el himno, cada vez más fuerte y con acento más marcado. Su canto se va desvaneciendo a medida que emergen los noticieros documentales de la movilización general de 1914 e irrumpe la Gran Guerra, comienzo del fin de la civilización europea y de sus felices espejismos. Lo individual se va diluyendo en la tragedia colectiva que empieza para siempre.

Cada uno es enrolado en su bando. Cuando se ven en el documental de guerra soldados alemanes matando y/o apresando poilus franceses, o a la inversa, uno piensa inevitablemente, que podrían ser Jules y Jim asesinándose. Tal preocupación será explicitada dolorosamente en la película por ambos protagonistas. La inquietud, basada en realidades externas, tiene sus fundamentos en la ambivalencia presente en toda relación humana. Las pequeñas rivalidades que se pueden presentar entre dos hombres amigos, particularmente si aman a la misma mujer, se agigantan como fantasmas que emergen del inconsciente. De allí que los temores de Jim y Jules, que se quieren como hermanos, correspondan también al horror frente a la posible realización de deseos prohibidos, reprimidos e inconscientes. La guerra, además de cualquier otra cosa que sea, es tam-

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bien la emergencia y la actuación de pulsiones y fantasías de lo destructivo y tanático dentro de cada uno de nosotros.

Poco a poco, en las trincheras se instala vina rutina y una semblanza de vida normal y algo parecido a una cotidianidad de lo espantoso. El ser humano, dice Dostoiesvsky, en "La casa de los Muertos", se caracteriza sobre todo, por su capacidad de acostumbrarse a cualquier cosa, por dramática que sea. De lo colectivo, de las trincheras, va surgiendo lo individual. El documental nos muestra distracciones en el frente: una obra de teatro/por ejemplo, o un zuavo bailando una danza que resulta siendo grotesca. Jim consigue finalmente un permiso para ir a París y pasa un tiempo con Gilberte, su amante. Le comenta su temor de matar a Jules y, por otra parte, manifiesta sus planes de casarse con Gilberte. Jim sí concibe un futuro sin Catherine

Aparecen otros planos de guerra y de nuevo emerge, del otro lado, Jules escribiéndole a Catherine en alemán y contándole cuánto la echa de menos, sobre todo cuánto anhela su cuerpo. Ahora no piensa en su alma, puesto que ya no cree en el espíritu. Va a ser trasladado al frente ruso. Será duro, pero está contento y siente alivio por alejarse de Jim, pues también él teme matarlo.

Continúa la guerra, y vemos la tierra violada y asolada. Hay un asalto francés, ya menos pleno de "élan vital" y probablemente destinado al fracaso sangriento, como tantos otros, vemos y escuchamos ataques con morteros, granadas y cañones que arrasan el paisaje.

Se acaba la guerra y nuestros dos héroes sobreviven. La tierra fértil, húmeda que había dado origen a los personajes y a sus hermosas emociones y aspiraciones, es ahora un erial. La serpiente ha ingresado en el paraíso. De ahora en adelante nada será igual. La inocencia se ha perdido y una vez perdida nunca es recuperable, a pesar de que se intente reinvestirla con energía psíquica.1

La voz del narrador, en off, nos explícita que el país de Jules perdió la guerra en tanto que el de Jim la ganó. La verdadera derrota es que se ha estropeado algo de su decencia básica. La verdadera victoria es que ambos están vivos. Re-establecen su comunicación a través de un país neutral. Ahora Jules y Catherine tienen una hijita, Sabine y viven en un pequeño chalet cerca del Rin. Jim irá a visitarlos.

1. Desde el punto de vista de la metapsicología psicoanalítica, la inocencia o cualquier otro objeto o función se puede perder a nivel del sistema preconsciente-consciente.en cuyo caso se los puede recuperar parcialmente como sucede en las neurosis. Se pueden perder el objeto y la función en el plano topográfico imaginario de la representación inconsciente: lo que Freud llamó "la cosa" (Freud, 1915) que se acerca a la esencia verdadera del ser y de la representación inconsciente del Otro dentro de uno como pasa en el psicótico. Eventualmente el psicótico intenta recuperar el objeto perdido (en este caso la inocencia que supone un mínimo de fe en los demás), pero fracasa. Crea entonces a cambio de lo ¡do, producciones más regresivas y cargadas de odio. En la guerra se pierde algo medular que tiene que ver con lo civilizado y con el respeto por el prójimo. Después de la Primera Guerra Mundial en Europa, esta pérdida produjo como resultado regresivo, entre otros varios, la barbarie nazi. Es inevitable pensar que entre nosotros, Colombia 1999, una vez perdida por la guerra la representación inconsciente del respeto por la vida humana, el rescatarlo será una labor dura, difícil y que exigirá el trabajo de reconstrucción y de reparación de generaciones.

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Catherine y su hija esperan a Jim en la estación de ferrocarril del pueblo. Catherine le dice que Jules lo espera, pero Jim siente que tan sólo ahora ha llegado a la cita que tenía con ella en el café de París, cinco años atrás. La música de Georges Delerue, se torna suave y a medida en que se va dando la acción, recapitula la dulzura de las vacaciones, el tono siniestro de la tormenta y el romanticismo amenazado que va emergiendo.

Jules y Jim se encuentran en el chalet y se precipitan sin pudores, uno en brazos del otro, en un abrazo silencioso. Jules dice "Usted no ha cambiado Jim" y Jim replica "Usted no ha cambiado Jules". Catherine, por su parte, aferrada a la noción de que su mundo es inmutable, afirma que en realidad nadie ha cambiado, pero de hecho todos se han transformado debido al odio desatado que ahora anida en sus corazones y que intentan neutralizar con su inmensa reserva erótica.

Reanudan una existencia conjunta, cotidiana y aparentemente doméstica; parecería que constituyen una familia extensa, una gestalt y Truffaut enfoca su cámara sobre cada uno de ellos y luego en el conjunto. No hay posibilidades de comprenderlos sino en función del todo y al todo sólo se lo puede entender en función de cada uno de ellos y de su vínculo. Como lo señala Abello (1998), en un hermoso poema, forman una unidad que la figura singular no puede separar.

Los dos amigos toman cerveza juntos y comparten el silencio. Jules se dedica ahora, sobre la base de su profundo amor a todo lo vivo, a estudiar las plantas y los insectos, y por tanto, siempre consecuente, ha dejado de fumar. Ambos destacan la hora: la una y veinte. Siempre, comenta Catherine, a la cadencia de los veinte minutos antes o después de la hora, pasa un ángel. El ángel bien puede corresponder al destino incierto que les espera. "Así pues, crápula, dice Jules, ha ganado la guerra?" Jim le responde que hubiera preferido ganar la familia y la estabilidad. Cada cual es un poco el otro. La familia de Jules es, inevitablemente también la de Jim. El equilibrio aparente de Jules, su hija y su inmersión en el mundo de los insectos, le proporcionan un plan vital. Su amigo busca el suyo con cierta certidumbre tranquila: planea hacerse diplomático, tal vez y escribir. Para Catherine es distinto: hace todo lo que hay que hacer, pero no encuentra su camino; no se ha descubierto. Quizá la condición femenina de Catherine sea un no descubrirse bien sino a través de la mirada de los hombres que la aman y para quienes ella misma es luz, guía y musa. A su vez, la intensidad del amor de ellos la han condenado, quizá, a no poderse descubrir ella misma.

La guerra ha dejado a los hombres fatigados y agobiados, pero ciertamente saben ya que hay un límite a las cosas: el ser humano no progresará linealmente y para siempre gracias a la ciencia y a la razón. Por mucho que se quieran, su amistad no conllevará la paz y la fraternidad por los siglos de los siglos amén. No todo es factible. La vida comienza y termina y es menester vivirla con una cierta distancia irónica.

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Catherine no entiende ni acepta este tipo de constricciones. Lo quiere todo. Es apenas lo que le es debido. Tiene por su parte, otro tipo de sabiduría. Sabe que todo es esencialmente pasajero y que es imprescindible atraparlo, disfrutarlo y padecerlo mientras dure. Quiere un hijo de Jim para afianzar su unión, pero parece no registrar que Sabine, hija de Jules, no ha estabilizado realmente su relación con su marido.

Catherine le enseña la casa a Jim. Ella y Jules no comparten la misma habi-tación. Tienen espacios separados, con lo cual la mujer ratifica su propia inde-pendencia y deja entrever su desasosiego. En lo exterior, todo parece proseguir en paz y como antes. Juegan juntos, miman a Sabine, quien se ha vuelto muy cómplice de Jim, se ríen, son la felicidad misma, en fin. En el transfondo, empero, el paisaje ensombrecido y la música interpretada por cuerdas y clarinete, anuncian, una vez más, como heraldos negros, que algo triste, quizás trágico, se cierne sobre ellos.

El narrador omnisciente nos cuenta, en off, acompañado por la cámara, nos muestra cómo los dos amigos juegan dominó como de costumbre y hablan de nuevo sobre sus experiencias de la guerra. Reencuentran su intimidad. Mientras tanto Catherine cose y se ocupa de Sabine. Desde la mesa donde juegan, surge una panorámica que muestra a Catherine como si los dos hombres la miraran tal y como hubieran deseado verla. Un poco doméstica, un tanto más tranquila, mucho más aferrada a su vida con Jules y Sabine.

Suena suavemente la música, mientras ella se retira y en el cuarto de Jules, que es un poco su propia guarida, Jim afirma que el matrimonio y la maternidad hacen a Catherine un poco menos formidable. Jules lo pone en guardia. Cuando todo está bien, algo carcome a Catherine y surge siempre lo inesperado; lo que derrumba las cosas. La culpa, que rara vez siente conscientemente, la destruye hacia el adentro, como consecuencia de la compulsión a la repetición tanática que proyecta en sus hombres. De la misma manera su enorme capacidad de goce erótico la rescata, los rescata a ellos y dota de un significado emocional más profundo a sus vidas y aún a su amistad misma. Ella siempre puede traicionar un poco, puesto que siempre ha pedido de antemano, perdón al buen Dios. En esto reside su mecanismo de anulación: a veces peca y expía y otras, expía con anticipación, para permitirse pecar.

Jules previene a Jim: nos va a dejar, sin que se sepa bien si este "nos" se refiere a Jules y Sabine o a Jules y Jim, o a todos juntos. Pero esta es Catherine, la mujer de la estatua, la madre tierra de la cual emana un brillo que ilumina la vida misma. Está allí siempre, pero nunca está del todo, y si por algún motivo siente que se la toma da por sentado o si no encuentra en los ojos de los hombres su reflejo narcisístico grandioso, se marcha al interior de sí misma y funciona en los términos propios del proceso primario inconsciente, es decir, se mueve por des-

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plazamientos y energía psíquica no ligada En ella siempre hay un componente de fuga y búsqueda que se opone a la estabilidad burguesa, a estar atada, a lo que siente como domesticación. Toma amantes cada vez que se siente herida (y se siente herida con frecuencia) a manera de venganza y como una especie de bofetón en el rostro de la autocomplacencia virtuosa de los hombres.

Reaparece Albert, el cantante y poeta que había descubierto la estatua y quien se las dio a conocer a los amigos. Con su aparición hay un cambio de plano a exteriores y la luz que juega con el chalet en medio de la noche parece reflejar sentimientos y pensamientos más oscuros, relacionados con el abandono.

Albert ha sido herido en la guerra y su reencuentro con Catherine parecería casi casual. Quiere casarse con ella y llevarse a Sabine. Aparece como una especie de cómplice de Catherine y como un antagonista. Jules y Jim no corresponden al esquema héroe-antagonista, puesto que se complementan todo el tiempo, sin odiarse y casi sin chocar. Catherine es más bien la antagonista de ambos y en ella se condensa la atracción de los opuestos. Ella sabe que es la poseedora del sentido de la vida y que al retirarse, al irse, se lleva la esperanza misma: el sentido emocional de las cosas. De allí que además del miedo primario al abandono, el terror de Jules y la aprensión de Jim tienen que ver con que de desparecer Catherine, perderían la dirección existencial que su universo conserva aún, a pesar de la guerra. Truffaut plasma esta introspección al mirarlos desde afuera en su intento de entender y explicar la condición humana a través del lenguaje del cine, pero sin alejarse excesivamente de los rasgos, fortalezas y debilidades de las personas que tan brillantemente captura.

Albert ha compuesto una canción especial para Catherine y la acompaña con la guitarra mientras ella canta. La canción se llama "El Torbellino" y se vuelve el canto estandarte de lo que es y representa Catherine. El protagonista de la canción es un hombre que canta sobre una mujer adornada con anillos y brazaletes, dotada de una voz seductora que desde el comienzo lo confundió, de ojos de ópalo, en su rostro pálido de mujer fatal, que efectivamente le fue fatal. La vida los une y los separa una y otra vez. Ella siempre reaparece y en medio del remolino intoxica y arrastra al hombre con la promesa, no demasiado firme, de esta vez sí compartir su vida. Siempre está segura porque sabe que nadie más puede dar lo que ella proporciona.

La voz en off nos cuenta que a pesar de su tristeza por Jules y de su solidaridad con él, Jim no puede juzgar a Catherine. No ignora que saltaría sobre los hombres, como se precipitó al río Sena cuando algo le pareció injusto.

Aparece el interior de la cabaña y Jim y Catherine tienen finalmente un encuentro claramente amoroso. El narrador omnisciente nos cuenta que no se hablaron. No necesitaban las palabras. Se descubren lentamente y cuando hacen el amor, cuando los cuerpos se hacen uno, Catherine experimente plenamente

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júbilo y curiosidad. Jim está encadenado. Las otras mujeres ya no existen para él. Entre tanto, en la terraza del chalet y en la mañana Jules y Sabine, en una especie de pareja contrapuesta desayunan y juegan dominó. Catherine informa a Jules que le ha pedido a Jim que venga a vivir con ellos en la casa. Jules, por supuesto, accede. Mucha agua ha pasado bajo los puentes desde que Jules advirtiera a Jim: "pas avec celle lá Jim...". Ahora sabe que la única esperanza de conservar de alguna forma a Catherine pasa a través de Jim, pero más aún comienza a temer por la vida misma de ella. Si muriera el universo perdería su significado.

En una pequeña escena muy cargada simbólicamente, Catherine despide a Matilde su empleada. "Lo haré sola". Intentará manejar su mundo con Jim, por una parte y Jules y Sabine, por la otra. Catherine se da cuenta de que el arreglo mismo puede convertirse en una farsa, pero no encuentra otra manera de hacerlo. Mientras le muestra su cuarto, Jim que va atrás le dice una vez más., que ama su nuca, que se convierte para él en una especie de fetiche. Hay, sin embargo, una explicación. Es la única parte de ella que puede mirar sin ser visto. Puede observarla sin ser desarmado por la mirada implacable de Catherine (ce curieux sourire qui m' ávait tant plu) Es un poco, temporalmente, dueño de ella.

En tanto comienza una especie de vida conyugal con Jim, éste le pregunta sobre el destino inmediato de Jules. Catherine responde lo que ella desearía que sucediera y lo que, en ocasiones y hasta cierto punto logra como realización de deseos, por su peculiar y fuerte manera de ser, de acuerdo con el principio del placer. Para ella desear es lograr. Nos ama a los dos, dice, no se sorprenderá, sufrirá menos así y nosotros lo amaremos y respetaremos.

Las escenas siguientes parecerían plasmar esta realización de deseos: están sentados en la terraza de chalet, todos se aman, todos se respetan, todos son una familia, Sabine es hija de todos, y todos disfrutan sus monerías. En el pueblo, al fondo del valle, los llaman "los tres locos", pero los quieren bien.

Catherine se mueve en la escalera que representa simbólicamente el devenir de su propia vida. Ama a Jim, quien parece proporcionarle un sentido nuevo de la vida, pero no ha dejado de querer a Jules, cuya presencia sólida y constante necesita. Para Catherine el amor no dura sino un momento, pero para ella ese momento vuelve una y otra vez en una especie de eterno retorno.

La vida de nuestros héroes se convierte en una continua vacación; en una especie de eterna adolescencia que marca la película y a Truffaut mismo. Tanto la obra como su autor son adolescentes: en la adolescencia no importa mucho el pasado y el futuro casi ni se contempla, excepto como una especie de feliz extensión de lo que está sucediendo en el ahora. Cualquier reflexión demasiado profunda conllevaría ideas intrusas que traen consigo la tristeza, la depresión y el abandono.

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Por otra parte dice el narrador, (que corresponde a Truffaut y a Henri Pierre Roché), que la felicidad se cuenta mal y se usa sin percatarse de ella. En Truffaut, y en particular en "Jules et Jim" o en "Disparen sobre el pianista" esto se refleja en su modalidad de trabajo que constituye, siempre, una especie de comedia melancólica. La felicidad se experimenta pero se sabe que no durará y que tiene un fondo triste abriéndose paso a medida que la felicidad se desvanece y se transforma en un recuerdo dulce de aquello que pudo haber sido.

De nuevo cambia el orden y el posicionamiento relativo de los jugadores en relación con el juego mismo, puesto que éste como tal, no se modifica. Ahora es Jim quien se balancea en una mecedora, en tanto que Catherine seduce de nuevo y sin demasiadas dificultades, a Jules. Lo quiere y necesita de nuevo ahora. Y ahora para ella es siempre, hasta que cese de serlo. Sin embargo los celos de Jim a pesar de que sabe que no tiene derecho a sentirlos, son diferentes a la aceptación incondicional de Jules y Catherine lo percibe.

Pasean por los valles y las montañas en completa armonía. La música se alterna entre la poesía de las vacaciones y el tema de la Tormenta, interpretado por el clarinete. Juegan como niños, como hermanos. Lanzan piedrecillas al lago, aprenden a hacerlas saltar en el agua y parecería que el cielo se acerca al valle. Viene, sin embargo al caso la frase de Durell en Justine, "Me siento como si estuviera acostado entre el cielo y la tierra, mirando por el ojo de una aguja".

Jim debe viajar a París. Lo hace sin alegría. Catherine y él temen que se rompa el delicado tejido urdido en el transcurso de las vacaciones. Hablan de casarse y de tener hijos. Jim le pide a Jules que cuide de Catherine. La escena se desplaza a París donde Jim y Gilberte su novia-amante conversan en un café mientras suena un fox trot en una pianola. Jim le cuenta a la muchacha que se casará con Catherine, que Jules está de acuerdo en concederle el divorcio y en ayudarle a conseguir un trabajo en Alemania. Gilberte se levanta y se va. Molesto, Jim intenta seguirla pero se topa con otro de los antiguos juguetes de su propio París adolescente: Thérése, antigua anarquista, cortesana ocasional, cuyo truco más llamativo es fumar al revés. Ella le cuenta las aventuras de sus quince días de vacaciones, en una especie de tiovivo que ha perdido el control. Tenía un novio a quien traicionó para comprarle una pipa, fue raptada por un enamorado, se escapó. Se marchó con otro y trabajó sin mayores problemas en una casa de lenocinio en Cairo, fue perseguida por la policía; la salvó un inglés. Volvió a su pueblo. Se casó, se divorció; volvió a casarse. Finalmente encontró al hombre que jamás puede traicionar porque no le deja ni el tiempo ni la fuerza. Ahora escribe sus memorias que son ampliamente publicadas y "respetadas". Se encuentran con viejos amigos, que por supuesto, le preguntan por Jules, sin que Thérése se inmute en lo más mínimo o interrumpa su relato. Thérese es una especie de caricatura de todos ellos y del París inocente y corrupto a la vez, que vivían

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sin que fuera canallesco. Ahora Thérese se ha vuelto respetable. Otro amigo más le muestra su amiga bella y totalmente vacía. Nunca habla; es un bello objeto. Es el sexo puro. No despierta en Jim el menor interés.

Jim, acostado con Gilberte, trata de explicarle a su amante, la esencia de Catherine. Ella tiene que hacerlo todo; jamás quiere hacer daño y si se equivoca Io asume: es su camino a la sabiduría. Gilberte, no particularmente impresiona-da, le dice, con cierto sarcasmo, que esto puede tomar un tiempo muy largo. Acepta sus celos y le ruega que no se vaya ese día. Jim cede. No puede dejar a Gilberte, así como Catherine no puede abandonar a Jules. Se restablece una especie de equilibrio.

Catherine se desespera y duda a veces del amor de Jim. Este tiene que efectuar demasiadas despedidas y llevar a cabo demasiados protocolos, antes de precipitarse del todo en sus brazos.

Jim vuelve y Jules Io espera. Un poco molesto le cuenta que Catherine no está contenta con sus cartas y sus adioses. No resiste las ausencias. El viaje de Jim ha sido largo y Catherine, frente a la duda, siempre va más allá: se ha marchado, sin explicación alguna. Estalla frente a la frustración y frente a la duda, impulsada por Io que Jules considera su inocencia. Un poco molesto Jim le dice que habla de ella como si fuera una reina y Jules le responde que por supuesto Io es. No es especialmente bella, ni inteligente, ni sincera. Pero es una verdadera mujer, la que todos amamos y deseamos, puesto que nos concede el regalo de su presencia; requiere la atención más absoluta, la debida a una reina. Jim está parcialmente de acuerdo pero tiene sus reservas y por sobre todo teme que el daño que la relación con Catherine pueda causar, estropee irremediablemente la amistad de ellos dos. A veces siente celos de Jules y rabia porque este no los experimenta. Jim decide marcharse, pero, por la ventana aparece el rostro enigmático de Catherine precedido de su misteriosa sonrisa, a la manera del gato de Cheshire. Vuelve. Siempre vuelve.

No hace el amor con Jim, pero le recuerda que a cada pequeño asunto del hombre, ella responde con un pequeño asunto propio; que a cada pequeño adiós necesario para entrar al mundo de ella, ella contrapone pequeños adioses propi-os. De quedar embarazada ahora, no sabría si el niño es de Jim. Reclama para la mujer una libertad simétrica absoluta. Es la única manera de recomenzar, de reiniciar en ceros. Esperarán entonces ligados por su propia castidad, el momento preciso en que puedan concebir un hijo de los dos. Sin dudas. Sin reservas; sin trampa alguna. El ginecólogo les recomienda mucha paciencia pero la paciencia no es ciertamente una virtud de Catherine. En el fondo, sabe que nunca tendrá' un hijo de Jim. La cámara se aleja del chalet en un traveling inverso que muestra como se aleja para siempre la felicidad con la que sonaban.

A la larga, Catherine abandona a Jim y todas las pequeñas diferencias entre

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ellos se agigantan como pesadillas proyectadas al futuro. Deciden separarse por tres meses pero saben que será definitivo. Jim sufre ahora y Catherine encuentra este sufrimiento razonable. A ella ya le llegará su turno después. Vuelve al cuarto de Jules y le explica que puesto que no está segura de que Jim la ama, tiene que vengarse. Teme el desprecio de Jules, pero se da cuenta una vez más de que el amor de Jules es incondicional, suceda Io que suceda, haga Io que haga. Frente a esto la muchacha le jura con convicción momentánea que serán felices, que qui- ere quedarse con él y con Sabine, y aún con los pequeños hijos que tendrá Sabi- ne. Jules es dichoso de todas maneras, por el solo hecho de la existencia de ella que padece y goza plenamente. Esto nunca cambiará. Paradójicamente, es el más libre de los tres y tiene además a su hija. A la mañana siguiente Jim parte. Catherine Io acompaña hasta la estación. La niebla Io envuelve todo. Los horarios de los trenes han sido modificados por el otoño, la estación de las hojas muertas. Entran al cuarto de un hotel. Catherine odia los cuartos de hotel; ella no es especialmente moral, pero detesta lo clandestino. Frente a un espejo Catherine se quita el maquillaje mientras Jim la observa. Ella se quita la máscara; cambia de persona, en el sentido del teatro. Como Nora Elmer, en "Casa de Muñecas" de Ibsen, se quita el disfraz. En este cuarto de hotel, triste y frio, se aman una vez más, como poniendo un punto final; como enterrando su amor en un acto frio, tajante y definitivo. La despedida misma es seca y los sentimientos se reprimen. Parecería que todo se acaba.

Jim está enfermo en Paris, acompañado de Gilberte, quien le entrega una carta de Catherine en que le cuenta que quizás está encinta y le pide que vaya. Pero Jim se niega; no cree que su última relación patética haya logrado Io que no pudo su más fiero amor.

Jules y Catherine, a su vez, dudan que la enfermedad de Jim sea verdadera. Jules le escribe una carta diciéndole que los ojos de Catherine están cansados y que espera una carta de Jim, que escriba con letra grande para que ella pueda leer. La visión de Catherine, siempre precisa en Io que concierne a los sentimientos de sus hombres, se empieza a hacer borrosa. Entre tanto, Jim le pide a Gilberte, que sale a la calle, que le envíe una carta. Simultáneamente, ella le entrega una de Catherine en la que ella le cuenta en tono jubiloso que está embarazada, que está segura que el hijo es de él y le suplica que le crea y que le responda. Jim, empero, no alcanza a detener a Gilberte y la carta que ha enviado expresa todas sus dudas, sus vacilaciones y su propia fatiga con todo el asunto. Al recibirla, Catherine también se declara hastiada. Sucede Io que siempre ha sucedido desde la cita en el café, anos atrás: en los momentos claves hay un desencuentro.

Jim recibe otra carta de Jules en la que le cuenta que Catherine perdió el niño y que ahora ella solo desea el silencio y la distancia entre ellos. Jules reflexi-

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ona y dice lo que podría ser la frase más característica de la película: "jugamos con las leyes de la vida y perdimos".

Un día Jules trae una invitación de Catherine para dar un paseo en auto; por cortesía, ha invitado también a Gilberte quien, por supuesto, no va. La excursión en Catherine representa siempre el viaje; la expedición; la búsqueda de praderas más verdes; el intento, a veces desesperado, de provocar un cambio a toda costa. Los amigos la encuentran de excelente humor y tratan de evitar hacer nada que la moleste. Para Jules ella debe manejarse siempre como entre algodones, lo que a la larga les resulta fatigante, a pesar de su amor incondicional. Catherine saluda a Jim con alegría cordial y un poco impersonal, como si fuera un conocido a quien aprecia. La heroína, de muy buen talante, arma su pequeño hatillo de vagabundo y termina visitando a Albert y anunciando a los dos amigos que pasará la noche con él. La historia se repite pero, al menos para Jim, es evidente su componente teatral. La filosofía de Catherine de que al menos uno de los dos miembros de la pareja debe ser fiel siempre (y por supuesto no se refiere a sí misma), lo cansa cada vez más. Se aleja del automóvil en el que venían y un poco de todo el enredo y le cuenta a Jules que se casa con Gilberte. Su compañero considera esto razonable. Cuando algo se acaba, acepta con tristeza, se acaba. Las cosas, sin embargo, no son tan fáciles con Catherine En la noche maneja su auto en la plazoleta donde viven Jim y Gilberte. Jim observa el carro y la voz del narrador nos cuenta que lo veía "como un caballo sin caballero","como un navío fantasma".

Catherine llama a Jim por teléfono en las primeras horas de la madrugada. Su vida es un desierto ...se siente morir... debe ir a verla inmediatamente. El va pero condensa lo que siente en un discurso: ahora sí todo está en palabras. Todo se puede decir. El dolor de lo vivo-presente se convierte para Jim en el discurso melancólico y nostálgico de aquello que ya no es más. Destaca las bellas cualidades de carácter de Catherine, y lo impecable de sus amables intenciones, siempre tan honestas. Ella quería reinventar el amor sin hipocresías ni resignaciones falsas. Ahora no hay nada más: "les jeux sont faits". Al comienzo Catherine llora y se pregunta qué va a ser de ella, y los hijos de los dos: hubieran sido tan bellos! Rápidamente se enfurece y amenaza al hombre con un revolver, pero éste fría y calmadamente se lo quita y se marcha con la sana intención de no volver jamás.

Al cabo de un tiempo los tres, inevitablemente, se encuentran en el cine. Pasa un noticiero en el que se proyecta, la quema de libros que gozosamente llevan a cabo los estudiantes nazis en el año del Señor 1933. Truffaut nos advierte sobre las sombras que se ciernen nuevamente, sobre Europa aún más amenazantes y definitivas que las anteriores. Probablemente no va a haber mucho campo para nuevos experimentos, ampliaciones y profundizaciones sobre el amor.

Jim está feliz, tanto por encontrarse nuevamente con Jules, como al perca-

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Modernidad, torbellino, amor y destrucción. En relación a "Jules et Jim" de François Truffaut

tarse de que Catherine ya no lo impacta como antes. Jim no se da cuenta de que en el universo de ella, si él no la ama más, no tiene derecho a vivir. Mientras Jules y Jim comentan la quema de libros, que marca el final de todos los ideales en los que creyeron, Catherine comunica a Jim que tiene algo para decirle y le pide que la acompañe al auto para hacerlo. Le dice a Jules que los mire con atención. En el carro le sonríe con dulzura a Jim, tal y como si le sonriera a la muerte misma, con la que ha jugado siempre y continúa sonriendo en tanto conduce hasta precipitar el vehículo, a ella misma y a Jim, al agua. Ahora acaba todo de una buena vez.

Jules acompaña a los encargados del cementerio a la cremación de los cuerpos de su amigo y de su amada. Está muy triste, pero por primera vez en mucho tiempo, tal vez desde el primer día en que conoció a Catherine no siente el terror al abandono o al engaño. Jules se aleja lentamente a medida en que va apareciendo la palabra FIN.

Los protagonistas han jugado con la vida y han perdido. Han buscado una alternativa a la pareja y han fracasado. Han creído profundamente en la fraternidad y han encontrado la guerra. Han venerado la poesía y han hallado también la destrucción. Han buscado el amor para descubrir que éste se pierde siempre al encontrarlo. Su fracaso, empero, es más que honorable puesto que construyen un camino y tanto ellos como Truffaut nos enriquecen infinitamente, más allá de la equivocación, al permitirnos compartir su búsqueda.

Bibliografía

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Revista Latino-Americana de Psicanálise- FEPAL, v. 4, n. 1, setembro 2000 115