Modernismo GAUDI

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ANTONI GAUDI Introducción: Gaudí es uno de los genios del arte del siglo XX. Su hacer se funde con su manera de entender la arquitectura como un arte integrador, simbólico y total dentro de un mundo natural. Su obra conforma una comunicación entre los diferentes estilos artísticos que reinterpreta en su primera época. Sus formas crean un sentimiento, y es lo que pretenden: funcionan casi literariamente; pueden ser leídas como una poesía de lectura ascendente y descendente; pero que se puede leer también de izquierda a derecha y en profundidad. Gaudí encuentra su esencia en cada una de las formas que hacen el todo: no parece haber nada casual ni aleatorio en su obra; nada al azar, sino que conforma una unidad como su modelo: la naturaleza. Sus obras pueden ser comunidades que se ven afectadas si falta alguna de sus formas o de sus habitantes. La obra de Gaudí es donde se funde lo nuevo y lo antiguo; lo original y lo tradicional; lo bello y lo útil; lo evidente y lo arcano; lo personal y lo colectivo; lo catalán y lo universal. Por difícil que sea de entender, la arquitectura gaudiana es una de las más volumétricas y tridimensionales de la historia. Porque su arquitectura no está plagada de la geometría euclidiana, sino que, por el contrario, la geometría que emplea es reglada, como lo son la mayoría de las formas que se desarrollan en la naturaleza: espirales, conos, parábolas, etcétera. Gaudí concebía también la arquitectura como suma de estructura y función, pero asimismo pensaba que podía transmitir otras variables. Por ello sus edificios resultan una gran escultura de símbolos en cuya decoración tienen cabida otras artes. En el origen de ello está, acaso, la conciencia de un hijo de calderero que luchaba con el bronce y el fuego para lograr la tridimensionalidad. Gaudí

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Caracteristicas de la arquitectura Gaudiana, diseños de mobiliarios, obras.

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ANTONI GAUDI

Introducción:

Gaudí es uno de los genios del arte del siglo XX. Su hacer se funde con su manera de entender la arquitectura como un arte integrador, simbólico y total dentro de un mundo natural.

Su obra conforma una comunicación entre los diferentes estilos artísticos que reinterpreta en su primera época.

Sus formas crean un sentimiento, y es lo que pretenden: funcionan casi literariamente; pueden ser leídas como una poesía de lectura ascendente y descendente; pero que se puede leer también de izquierda a derecha y en profundidad. Gaudí encuentra su esencia en cada una de las formas que hacen el todo: no parece haber nada casual ni aleatorio en su obra; nada al azar, sino que conforma una unidad como su modelo: la naturaleza. Sus obras pueden ser comunidades que se ven afectadas si falta alguna de sus formas o de sus habitantes. La obra de Gaudí es donde se funde lo nuevo y lo antiguo; lo original y lo tradicional; lo bello y lo útil; lo evidente y lo arcano; lo personal y lo colectivo; lo catalán y lo universal.

Por difícil que sea de entender, la arquitectura gaudiana es una de las más volumétricas y tridimensionales de la historia. Porque su arquitectura no está plagada de la geometría euclidiana, sino que, por el contrario, la geometría que emplea es reglada, como lo son la mayoría de las formas que se desarrollan en la naturaleza: espirales, conos, parábolas, etcétera.

Gaudí concebía también la arquitectura como suma de estructura y función, pero asimismo pensaba que podía transmitir otras variables. Por ello sus edificios resultan una gran escultura de símbolos en cuya decoración tienen cabida otras artes. En el origen de ello está, acaso, la conciencia de un hijo de calderero que luchaba con el bronce y el fuego para lograr la tridimensionalidad. Gaudí lucha contra la gravedad, contra el espacio y los aprovecha al mismo tiempo para recrear magnos trabajos, al servicio de su religiosidad y de una especie de adoración a la perfecta obra de la naturaleza. Por eso, cuando hace el Parque Güell conserva casi toda su flora; no quiere molestar ni alterar el ritmo de la naturaleza, sino servirse de ella para crear algo reinterpretado y así honrarla. Por eso proyecta cuevas, crea corredores que parecen naturales y se sirve del sol para que su obra refleje y destaque. O proyecta una casa, La Pedrera, como una gran montaña. O hace un osario en la Casa Batlló. Y, a medida que su obra culmina, se vuelve más animista, como si lo único que necesitara el hombre fuese a Dios y a otro Creador: la naturaleza.

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Parque Güell - escalinata

Bibliografía:

Nació el 25 de junio de 1852, una pequeña población cercana a Reus. Pero a pesar de eso, no está claro si nació en Riudoms o en Reus, dado que el propio Gaudí, a lo largo de su vida a veces declaró que nació en un sitio y a veces en el otro.

Gaudí fue un niño débil al nacer, por lo que al día siguiente fue bautizado. Pero siempre se jactaba, aparte de su origen mediterráneo, de que él había luchado por sobrevivir.

De sus padres heredó una estimable tradición artesanal. Su padre fue el calderero de Riudoms, y su abuelo materno lo fue en Reus. Padeció fiebres

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reumáticas. Gaudí se volvió un gran observador de la vida y de la naturaleza, que le provocaron una curiosidad básica hacia todo cuanto lo rodeaba.

Gaudí no fue un alumno brillante; pero sí, desde siempre, tremendamente imaginativo. Es destacable que, junto a sus dos amigos, ideara e intentara promover con tan solo quince años un plan de rehabilitación para el Monasterio de Poblet que había de impresionar por su modernidad y por lo que hoy llamaríamos el desarrollo sostenible del monumento e inmediaciones.

En otoño de 1868 Gaudí se traslada a Barcelona junto a su familia. Su padre vendió las tierras que poseían en Reus para poder pagar la manutención de la familia y los estudios de sus hijos.

En este año, Gaudí se matricula en el instituto por libre, a la espera de poder acceder a la universidad, a la Facultad de Ciencias, donde estudiaría durante cinco años asignaturas de ciencias (como álgebra, mecánica, geometría o química, entre otras). Finalmente, el 24 de octubre de 1874, tras haber aprobado los exámenes del curso preparatorio, Gaudí se matriculó en la Escuela de Arquitectura. Ahí tuvo la oportunidad de estudiar y de consultar los fondos de la biblioteca, donde aprendió y vio la obra de Viollet-le-Duc, de Ruskin y de Haeckel. También pudo estudiar la arquitectura clásica, la arquitectura árabe, egipcia, maya, india, persa, china, japonesa, romana, gótica, barroca.

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En 1879 muere la última hermana que le quedaba viva: Rosa. Deja una niña pequeña a cargo de Gaudí y de su padre. Y también es un año importante para Gaudí a otro nivel: conoce a Eusebio Güell, su mecenas. Hasta entonces, Gaudí había completado cuatro proyectos: un puesto de flores para Enrique Girossi, un expositor de guantes para la Exposición de París de 1878 —por encargo de los fabricantes Comella—, una serie de dibujos de farolas en hierro forjado —hoy visibles en la Plaza Real— y su propio escritorio. En este año, Gaudí se suma a la Associació Catalanista d´Excursions Científiques, que, aparte de su actividad excursionista, constituía un foro de debate sobre la Barcelona de aquellos años, sus obras y su cultura nacionalista.

En 1883 fue designado arquitecto de la obra de la Sagrada Familia. En 1885 comienza los planos del Palacio Güell, en la parte sur de las Ramblas. Mientras, el 19 de marzo de 1885 se celebraba la primera misa en la cripta de la Sagrada Familia.

En 1894 Gaudí cae enfermo por un duro ayuno cuaresmal. En 1903 comienza a trabajar en la Catedral de Mallorca. En este mismo año se inician las obras de uno de sus edificios más conocidos: la Casa Batlló. Sólo dos años más tarde emprende la construcción de La Pedrera, en 1906. Es en este año cuando muere su padre. Una vez muerto Güell, en 1918, sus obras, tanto en la Colonia Güell como en el Parque Güell, se vieron interrumpidas. Desde entonces sólo le queda terminar uno de sus proyectos: la Sagrada Familia. Se dedicó a él en cuerpo y alma. Ocho años después, el 10 de junio de 1926, el genial arquitecto moría tras ser arrollado por un tranvía. A su entierro asistieron todas las fuerzas vivas de la ciudad.

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Naturaleza y geometría:

Uno de los puntales más importantes sobre los que se basa el arte de Gaudí es su inspiración directa en la naturaleza, el empleo de sus formas y estructuras. La naturaleza y sus formas encierran una capacidad de generación geométrica y unas posibilidades plásticas excepcionales, y Gaudí es el primero en descubrirlas y plasmarlas.

La geometría es la esencia de la arquitectura. Gaudí trabajó con la geometría de las superficies regladas, inducido por el análisis que desde la infancia había hecho de formas naturales, y por el dominio que tenía de la geometría del espacio, que le llevaba a experimentar con las tres dimensiones. La geometría de Gaudí está destinada a facilitar los procesos constructivos, a sacar el máximo provecho de las fórmulas tradicionales y a asegurar la estabilidad de los edificios, y nace de los descubrimientos personales que hizo después de una búsqueda continuada.

La naturaleza proporciona a Gaudí el modelo a partir del cual diseña las estructuras y las originales formas que caracterizan su obra. Las hipérbolas, las parábolas, las espirales, las elipses o las catenarias que se encuentran en las formas de las ramas y de las hojas de los árboles, en los caparazones y las extremidades de los animales son observadas por el arquitecto y evocadas en sus arcos, en sus columnas, en sus fachadas.

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Así, invierte las bóvedas tradicionales para crear las bóvedas colgadas de la Iglesia de la Colonia Güell; elabora con hilos, cadenas y saquitos, maquetas suspendidas que traspone mediante espejos o fotografías para determinar la construcción de los arcos paraboloides del Colegio Teresiano; confecciona columnas de doble giro a partir de la intersección de columnas salomónicas de orientación contraria en La Sagrada Familia...

La originalidad de Gaudí estriba, pues, en que en pocas ocasiones un arquitecto ha vuelto la vista para mirar cómo construía la naturaleza. De la geometría euclidiana, la más empleada en la arquitectura, caracterizada por módulos cuadrados, circulares y, en ocasiones, triangulares, reflejo del estudio y de la matemática, Gaudí deriva su mirada hacia la forma de construir del mundo natural, mucho más sólida tectónicamente y dotada de más ritmo y variedad. 

La fuente de su hacer:

Las obras iniciales de Gaudí se apoyaban en una hibridación y reinterpretación de los estilos históricos: sobre todo los medievales —gótico y mudéjar—,

asociados con el pasado nacional, muy de moda en la época y constituían lo habitual dentro del eclecticismo reinante.

La arquitectura medieval se convierte en un modelo constructivo sobre el que reflexionar, porque tras el Concilio Vaticano I —1869-1870— se entiende como parte importante del mundo cristiano: por su simbolismo y porque la sociedad está haciendo frente a nuevos conceptos y ateizándose ante nuevos planteamientos filosóficos y de análisis de la situación del hombre en el mundo, como los de Marx, Engels, Nietzsche o Freud.

El neogótico, el neomudéjar y otras relecturas arquitectónicas historicistas serán el blasón de una época que pronto va a descubrir nuevos materiales y que, fruto del nacionalismo emergente, enlazará lo antiguo con lo nuevo buscando una afirmación del pueblo catalán en su historia y, en el caso de España, retomando el concepto de la gran España del medievo.

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También es tiempo de positivismo, de observación y de análisis: algo que se suma a la pulsión romántica que coexiste con los nuevos valores de la industria y de la tecnología. En arquitectura preocupan más las técnicas y las formas constructivas —lo funcional— que la estética, que tomará protagonismo con la llegada del nuevo siglo.

En Europa se asiste a una revolución científica y se desarrollan nuevas vías para la compresión del universo y sus formas. Un claro ejemplo es Haeckel, que publicó libros sobre la morfología de las especies y luchó por una interpretación biológica del universo. A esto se sumaban las obras teóricas de Viollet-le-Duc, el gran arquitecto francés encargado de restaurar numerosas obras, entre ellas la Catedral de Notre Dame de París. El gótico, con Viollet-le-Duc, adquiriría otra dimensión. No sólo lo restauró, sino que lo reinterpretó.

Gaudí era conocedor tanto de la arquitectura e ideas que corrían por Europa como de las españolas; de la vanguardia del momento y del pasado. Se interesó por la estética y por la filosofía. Gracias a todo ello, elaboró un estilo personal que evolucionó desde unas primeras obras neomudéjares, neogóticas, en las que ya apuntan sus rasgos característicos, hacia un naturalismo: una abstracción formal basada en la observación y en el estudio.

El devenir de los tiempos históricos y el auge de la gran burguesía catalana, que se sirvió del modernismo para dar una imagen de riqueza, se vino al traste con la Semana trágica de Barcelona y, en el contexto europeo, el desastre de la primera guerra mundial cuestionó los cimientos de una civilización que, basada supuestamente en el progreso, no parecía, a la luz de los horrores de la guerra, respetar lo humano.

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Gaudí y la armonía:

La admiración que causa la contemplación de la obra de Gaudí es un hecho contrastado. Pero, más allá de una mirada superficial, el conocimiento del fondo de sus obras constituye un verdadero reto intelectual.

Gaudí no concibe una obra exclusivamente desde planteamientos estéticos, pese a la deuda de la arquitectura con las artes decorativas que se hace evidente en los edificios modernistas; el arquitecto catalán se sirve de la plástica, de los materiales, de las formas, para crear conjuntos integrados: pequeños mundos simbólicos de ideas que resumen la belleza como parte de la misión del hombre como creador en el mundo.

El modernismo

El modernismo es un movimiento artístico que se desarrolló en Europa durante el final del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX.

El modernismo abarcó casi todas las artes, pintura, escultura, artes gráficas, pero en el que más desarrollo alcanzó fue en la arquitectura y en las artes decorativas; en arquitectura, son frecuentes los exteriores en piedra, cerámica, hierros forjados, interiores profusamente decorados, paredes y superficies

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curvas. Los maestros del modernismo buscaban la belleza en cada obra de arte y analizaban creativamente los nuevos materiales fabriles y las posibilidades que les ofrecía la industria.

El modernismo fue el estilo de una burguesía que amaba lo visual, lo ostentoso, lo bello, lo palpitante, lo vital. Pero como movimiento artístico significó algo más: fue como el broche de oro del fin de siglo, el punto de convergencia entre todas las corrientes inmediatamente anteriores y el trampolín desde donde se apuntaron buena parte de los manifiestos del arte contemporáneo. Más en concreto, la abstracción que se conseguía a través de la estilización de las formas. Y, aunque el movimiento haya sido considerado decorativo y superficial, bien es cierto que no anduvo lejos de intentar transmitir una sensación: la de ver la obra de arte como algo interno, subjetivo, como la decadencia y la soledad o la alegría y el vitalismo. Era una proyección más del simbolismo: su fase más exuberante y refinada.

El modernismo en Barcelona:

A mediados del siglo XIX la ciudad de Barcelona estaba superpoblada y constreñida en su crecimiento por sus murallas. En 1854 fueron demolidas y se sacó a concurso un plan de ensanche. Cinco años más tarde se aprobó, desde el Gobierno Central, el plan Cerdá, que preveía amplias manzanas, en forma de retícula, con jardines abiertos y amplios bulevares.

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Es en esta época cuando Cataluña y su capital, Barcelona, empiezan su espectacular despegue económico. El vigor industrial había tenido en este territorio mucha más fuerza que en el resto de España, con lo que apareció una clase fuerte, una burguesía muy acomodada, que sería la promotora —la mecenas— de las obras de arquitectos como Gaudí. Los protectores de Gaudí —la familia López, Eusebi Güell, Batlló o Milá— fueron blasón de la burguesía conservadora desde 1880.

El estilo ecléctico e historicista en Barcelona fue sirviéndose de forma natural de los nuevos materiales y de una imagen para la nueva burguesía catalana, refinada y caprichosa y con dinero suficiente como para permitirse encargar obras a su altura. El estilo modernista iba a ser su imagen porque representaba el lujo, el refinamiento; pero también la movilidad, la organización, el cambio, el ritmo: algo análogo al comportamiento mercantilista de la clase. Y a ello se sumaba la construcción de una Cataluña fuerte: de una nación modélica y diferente al resto de España, pero que había de buscar sus señas de identidad en su mismo pasado histórico.

El modernismo no afectó a las estructuras y buscó en las artes industriales una nueva vía. De ahí la función ornamental del hierro, del vidrio, del color, de la cerámica, que se convierten en protagonistas del espacio.

A finales del siglo XIX Cataluña estaba en plena expansión económica, en plena industrialización y con un crecimiento demográfico imparable. Los catalanes volvían la mirada al pasado. Y volvían los indianos de las colonias con dinero suficiente para invertir y crear.

Gaudí y la historia:

La historia fue un elemento esencial en la concepción y desarrollo de muchas de las obras de Gaudí. Ya desde su juventud es perceptible su interés por el pasado, plasmado en su propósito de restaurar un monasterio de suma importancia para la historia de Cataluña como el de Poblet.

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Es en esta época cuando comienza a producirse una revisión de la historia de Cataluña y se sientan las bases del futuro nacionalismo, de la historiografía catalana y del prestigio de su lengua, que pugna por destacarse frente a la ya ancestral influencia de Aragón y Castilla. La historia, naturalmente, era uno de los cimientos de esa nueva Cataluña, industrial, gloriosa y orgullosa tanto de su pasado como de su presente.

Este movimiento centrífugo, que acompañó a muchas de las corrientes ideológicas de la Europa de aquel tiempo, no era ajeno a Gaudí, ni a su actividad como creador; la arquitectura de la generación inmediatamente anterior era calificada de historicista, pues empleaba estructuras neomedievales o neorrenacentistas siempre con la vista puesta sobre el pasado esplendor. Quizá, entre otros, el ejemplo más obvio de la influencia de estas concepciones en Gaudí sea la edificación de la torre Bellesguard en un lugar sobre el que el rey de Aragón Martín el Humano había hecho construir una casa en 1408: el conocimiento de estos antecedentes y una concepción historicista que consideraba la herencia cultural como un continuo en el tiempo, sirvió para la creación de un monumento de claras reminiscencias góticas en las formas externas y la luminosidad del interior.

Gaudí y la luz 

En cualquier concepción arquitectónica el papel de la luz es esencial. En Gaudí los valores plásticos de la luz se identifican con el paisaje y el color del Mediterráneo:

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«La luz que alcanza la máxima armonía es la inclinada a 45º, la cual no incide sobre los cuerpos ni perpendicularmente ni horizontalmente; esta luz, que es la luz media, da la más perfecta visión de los cuerpos y la más matizada valoración. Esta luz es la mediterránea; los pueblos mediterráneos son verdaderos depositarios de la plasticidad […]. La arquitectura es, pues, mediterránea, porque es armonía de la luz; y esta no existe ni en los pueblos del norte, que tienen la luz triste, horizontal, ni en los cálidos, donde es vertical».

Pero en otro plano más abstracto estos valores plásticos se combinan con los éticos y con los religiosos: la luz es, también, expresión de Dios; la imagen terrena de la divinidad, que ilumina y descubre la verdad de lo natural y sobre la que el creador humano tiene que leer para continuar la obra divina: «La vista es el sentido de la luz, del espacio de la plasticidad; la visión es la inmensidad, ve lo que está y lo que no está». El Templo Expiatorio barcelonés, magnum opus de Gaudí que acoge, refinados, todos los matices y basamentos de su obra, es reflejo de estos aspectos estéticos y teológicos.

Gaudí y la naturaleza

La imitación primigenia de la naturaleza es motivo recurrente en la obra de Gaudí. Estructuras, colores, ritmos... Para el arquitecto «el gran libro siempre

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abierto y que hay que hacer el esfuerzo de leer es el de la Naturaleza; los otros libros han sido extraídos de éste y además contienen las equivocaciones y las interpretaciones de los hombres».

Las alegorías de los vegetales, de los animales, del movimiento, incluso de los fenómenos climáticos, están presentes en todas sus obras maduras. Cuando Gaudí se plantea hacer un parque como el Parque Güell no se plantea dominar la naturaleza, sino por el contrario, cómo emularla y presentar todos sus caprichos. El viento, el agua y su fluir, el mar, acompañan a monumentos como La Pedrera, que parece un gran bloque de piedra modelado por las fuerzas de la naturaleza. Gaudí se fija en cómo la naturaleza vence a la gravedad y en qué formas son las más resistentes; cuál es la forma de una cueva, de una montaña, de las orillas de un lago, de los nidos de las termitas, de los hormigueros, de las guaridas que crean los animales que, como el hombre, viven en sociedades... Su percepción de estos detalles y su filosofía natural son excepcionales y se puede decir que casi únicas en la historia de la arquitectura.

Pero es esa vuelta a lo primitivo lo que más sorprende, puesto que, en una aparente subversión de las figuras geométricas (variantes de líneas y círculos) que han sido la base permanente de la arquitectura, no hay más que un paradójico retorno a la sencillez. Otro ilustre catalán, Eugenio d’Ors, lo expresaría de modo admirable: «Todo lo que no es tradición, es plagio». Gaudí fue, sin duda, el mejor plagiario de lo que él interpretó como la obra divina.

Formas y detalles:

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Las obras de Gaudí apenas conocen la línea recta; podría decirse que todas las formas están integradas entre sí, creando un continuo ondulante sin rupturas, como en la naturaleza en la que todo se presenta entretejido. Tanto en los exteriores como en la decoración interior, la plástica natural, la simplicidad y la funcionalidad orgánicas son las propiedades que caracterizan hasta los más pequeños detalles de los diseños de Gaudí.

Gaudí concibe sus obras de una forma integrada, de una forma total, tanto en su vertiente arquitectónica y geométrica como en sus aspectos representativos y simbólicos. La decoración es estructura dentro de su mundo visual, y la estructura necesita de los detalles y de los adornos, para ser arte, completo y acabado.

Por ello, el color y la forma, minuciosamente estudiados, perfectamente matizados, son utilizados por Gaudí en cada uno de los elementos —estructurales y decorativos— de sus obras plasmadas en las más diversas texturas y en los más distintos materiales.

Diseños Gaudinianos:

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La obra de Gaudí, como el movimiento modernista en el que se inscribe de forma original, se sitúa en el centro de las relaciones entre arte y técnica, artesanado e industria, ornamento y estructura, creación individualizada y serie, racionalidad constructiva y voluntad expresiva, estilos y nuevos lenguajes, urbanismo y domesticidad, etc., elementos que, en su conjunto, configuran las bases del diseño moderno.

Gaudí es más emblema que modelo en la historia del Diseño: su carácter individualista, su exuberancia plástica y su místico simbolismo no son rasgos que hayan favorecido que el diseño contemporáneo lo acepte como referente. Sin embargo, los diseños de Gaudí resultan, todavía hoy, de una extrema originalidad.

Maestro del racionalismo constructivo y del funcionalismo, Gaudí fue un arquitecto que se preocupaba de todas y cada una de las partes de sus proyectos, de todos y cada uno de sus detalles. Puso el mismo empeño en el diseño de las fachadas de sus edificios que en el de las salas que estos contenían; dedicaba el mismo tiempo al diseño de los pomos de las puertas de las habitaciones que al de las verjas de forja que circundaban las fincas.

A finales del siglo XIX, empezó a extenderse desde Inglaterra el concepto de la casa como obra artística, por lo que muchos arquitectos se dedicaron entonces a diseñar los elementos interiores, entre los que el mobiliario ocupaba un lugar relevante, de las casas que proyectaban. Gaudí no fue ajeno a esta tendencia:

Su dominio de los oficios del mundo de la construcción —de la albañilería a la forja, pasando por la ebanistería— facilita su conocimiento y su manejo de los materiales, de las formas y de los colores, que plasma en la perfecta ergonomía y sorprendente precisión de muebles, suelos y revestimientos, y que se justifican en relación al conjunto donde se incluyen, con el que armonizan a la perfección.

Gaudí consideraba los muebles como elementos estructurales introducidos en el interior de la casa y en contacto íntimo con sus ocupantes. En palabras de David Ferrer: «Esta preocupación estructural es propia de un arquitecto, y además, en su caso, de un arquitecto fascinado por las novedosas teorías de Viollet-le-Duc. Según ellas, la estructura es la base de toda arquitectura y ha de ser pensada exclusivamente atendiendo a la función que debe desempeñar. De igual manera, en el diseño de muebles son también esenciales las razones

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sobre el uso a que van destinados, así como las propiedades intrínsecas del material empleado para su construcción. La ornamentación, una de las obsesiones más arraigadas de la época, sólo puede aceptarse si forma parte intrínseca del elemento diseñado. Estos conceptos, que en el siglo XX formarían parte del credo funcionalista, integran la base teórica de los muebles gaudinianos y constituyen su más importante característica».

En su armonía, belleza, funcionalidad y comodidad radica, pues, el éxito de los muebles gaudinianos; éxito que se prueba con las numerosas reediciones que se han realizado de obras suyas como la silla y el espejo de la Casa Calvet; la silla y el banco de la Casa Batlló o los herrajes de la Casa Calvet, de la Casa Batlló y de la Casa Milá.