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99 MODERNIZAR, MORALIZAR Y MOVILIZAR. EL DISCURSO DE MAURA EN EL TRÁNSITO FALLIDO DEL LIBERALISMO A LA DEMOCRACIA (1909-1923) Manuel Álvarez Tardío * Cuando sobrevino el llamado Desastre y España perdió las últimas posesiones de su otrora gran imperio de ultra- mar, el discurso de aquellos que venían denunciando el atraso del país empezó a ganar adeptos. No tenía por qué implicar una crítica explícita del sistema político, pero como pronto habría de comprobarse, las llamadas a la necesidad de modernizar la economía y la sociedad del país pasaban por una regeneración también política. Algo así pudo verse y escucharse en la celebrada reunión de las Cámaras de Comercio en Zaragoza en 1898, por * Profesor titular de Historia del Pensamiento Universidad Rey Juan Carlos.

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MODERNIZAR, MORALIZAR Y MOVILIZAR. EL DISCURSO DE MAURA EN EL TRÁNSITO

FALLIDO DEL LIBERALISMO A LADEMOCRACIA (1909-1923)

Manuel Álvarez Tardío*

Cuando sobrevino el llamado Desastre y España perdiólas últimas posesiones de su otrora gran imperio de ultra-mar, el discurso de aquellos que venían denunciando elatraso del país empezó a ganar adeptos. No tenía por quéimplicar una crítica explícita del sistema político, perocomo pronto habría de comprobarse, las llamadas a lanecesidad de modernizar la economía y la sociedad delpaís pasaban por una regeneración también política. Algoasí pudo verse y escucharse en la celebrada reunión delas Cámaras de Comercio en Zaragoza en 1898, por

* Profesor titular de Historia del Pensamiento Universidad Rey Juan Carlos.

mucho que su presidente,Basilio Paraíso, explicara alinaugurar el encuentro que nose iba a hablar de política por-que lo fundamental no eraeso, sino debatir propuestasde reforma económica sin divi-dir a los allí reunidos acercade cuestiones de partido1.

El discurso regeneracionista caló tan profundamenteque alteró incluso los presupuestos ideológicos sobre losque descansaba el debate entre los dos partidos turnan-tes, liberales y conservadores. A medio plazo el regenera-cionismo consiguió una victoria ciertamente significativa,la de la opinión; logró que una amplia representación delas clases ilustradas españolas interiorizara la idea de queEspaña se había descolgado de la modernidad europea yque era necesario emprender un camino nuevo en el que,decían, la política no se confundiera con la corrupción. Alargo plazo, sus efectos fueron incluso más demoledores,pues coadyuvó a una interpretación de la historia contem-poránea de España que incidía en el estereotipo de ladecadencia, en la imagen de una nación decrépita e inca-paz de salir de un atraso que no era analizado en térmi-nos de deficiencias estructurales –o no sólo– sino de polí-ticos corruptos y políticas inadecuadas.

1 Sobre esto último véase Romero Maura (1989: 29-30).

“La necesidad de modernizar la economía y lasociedad pasaba por una regeneracionpolítica”

Antonio Maura, en el aniversario del “Gobierno Largo”

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La España de entregue-rras, sin embargo, no era unpaís ajeno a su tiempo. Consus peculiaridades y sus pro-blemas, sin duda; pero tam-bién con numerosos puntosde encuentro con la tradiciónpolítica y la economía europeas. La vida política españolano escapó, de hecho, a las vicisitudes de la política de susvecinos después de la Primera Guerra Mundial. Aunquepueda parecer otra cosa por lo accidentada que fue la his-toria española desde 1923 en adelante, gran parte de lascuestiones políticas que se debatieron bajo el reinado deAlfonso XIII eran parte de las preocupaciones propias deuna época especialmente convulsa y compleja en elOccidente liberal. La democratización de los Parlamentosliberales, la transformación de los partidos de notables, elpapel del Estado en la economía, la movilización política delos ciudadanos, la reforma constitucional, el sistema impo-sitivo...; todas ellas fueron cuestiones tan presentes en lapolítica española de las dos primeras décadas de siglocomo en la de los países vecinos. Y el modo en que seabordaron no respondía sólo a problemas y enfoques pro-pios, sino a lo que por entonces era, de una u otra forma,habitual al norte de los Pirineos.

Ni la biografía política de Antonio Maura ni la crisis de laRestauración pueden ser analizadas desde una perspectivaque ignore la interrelación con lo de fuera. Y ese contextono consiste, precisamente, en la imagen que emerge de la

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“El regeneracionismocoadyuvó a la imagende una nacióndecrépita”

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contraposición de la Españacorrupta e incapaz denunciadapor el discurso regeneracionis-ta. Es un contexto caracteriza-do, especialmente a partir de1917, por la presencia de ten-siones muy fuertes propias node la falta de modernidad sinode las consecuencias de la

modernización, o simplemente de los diferentes ritmos yconsecuencias de la misma. Es un tiempo, si se quiere, detransición, y como tal, no siempre es fácil discernir entre lonuevo y lo viejo; las sociedades europeas estaban, en suinmensa mayoría, confundidas por la destrucción de viejastradiciones, por el impacto de nuevos discursos revoluciona-rios, por las tensiones provocadas por una acelerada urba-nización... Y qué decir, además, sobre el comportamientopolítico, sobre la participación en las elecciones o la apari-ción de una nueva política de partidos con vocación de catch-all parties... Más allá del empeño en un pesimismo aislacio-nista tan propio de algunos intelectuales españoles delnovecientos, lo cierto es que la España de la madurez polí-tica de Maura era, pese a lo excepcional de algunos hechos,parte de esa realidad europea en transición.

LA ERA DE LA INCERTIDUMBREPara una visión global de la historia europea, MichaelHoward ha señalado con acierto que el siglo XX “se iniciócon una paradójica combinación de esperanza y miedo”.La esperanza nacía de una visión optimista amparada por

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“La España de la madurez políticade Maura era parte de esarealidad europea en transición”

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las consecuencias positivas de un período amplio de cre-cimiento económico y el impacto sobre la medicina y lascomunicaciones de los avances tecnológicos. Se confiaba,por tanto, en la posibilidad de entrar en una nueva edaddorada que permitiría a la humanidad liberarse de todoslos sufrimientos. Sin embargo, la otra cara de la monedaera el miedo, un miedo nacido de la conciencia de una“aparente desintegración de los valores tradicionales y delas estructuras sociales, religiosas y laicas, que habíanmantenido unida a la sociedad”, todo eso ligado a la “pers-pectiva de que el mundo se enfrentaba, en consecuencia,a un futuro en el cual sólo sobrevivirían los más fuertes eimplacables”2.

Según se avanzara en el nuevo siglo, y sobre todo a raízde la Primera Guerra Mundial, esa mezcla no siempre bienadministrada de esperanza y miedo no hizo sino acentuar-se. O más bien, a partir de 1917, el optimismo perdió granparte de su razón de ser, al apreciarse las consecuenciasdemoledoras del avance tecnológico en la capacidad ani-quiladora del ser humano. Con la guerra y con el renaci-miento de la fe en la revolución, la Europa optimista y con-fiada del cambio de siglo, la Europa que se había embar-cado con entusiasmo en una nueva aventura imperial, con-vencida de su superioridad como civilización, fue sustitui-da por una Europa cada vez más desconfiada, irracional,corporativista y antiliberal. El terremoto de la guerra y los

2 En el prólogo a Howard y Roger (1999: 17).

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desaciertos considerables dela posguerra wilsoniana derri-baron multitud de certidum-bres y acabaron de la noche ala mañana con aquella “edadde oro de la seguridad” magis-tralmente descrita por StefanZweig en sus Memorias de uneuropeo3. El neomercantilismoy la falta de orden que denun-

ció Keynes fue una de las consecuencias más notables;pero en el terreno político también se vería muy pronto queel auge de la democracia tras los acuerdos de paz de 1919sólo habría de ser un espejismo.

Tras el sexenio 1914-1920, hubo cambios muy sustan-ciales en la percepción pública de los fundamentos de lossistemas políticos. Lo ocurrido durante la guerra demostróque los Estados podían actuar más de lo que habían hechohasta entonces, por lo que no cabía esperar que dejaran dehacerlo en tiempos de paz si las circunstancias lo exigían.Se produjo un cambio fundamental en la idea de legitimi-dad. Frente al discurso liberal que vinculaba la legitimidada la teoría contractual y, por tanto, al consentimiento de losgobernados sobre un poder limitado y fiscalizado por unaasamblea, emergió una idea de legitimidad vinculada a laacción de los poderes públicos, a su eficacia como instru-mentos de transformación de las relaciones sociales y la

“La Europaoptimista y confiadafue sustituida porotra desconfiada,irracional,corporativista yantiliberal”

3 Zweig (2001: 17).

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distribución de la riqueza. Enuna nueva era en la que la vio-lencia como instrumento deregeneración no era mal vista,y en la que se había populari-zado un enfoque darwinista dela política, la preocupación libe-ral por las normas, los límites y las libertades individuales,dio paso al entusiasmo por la capacidad taumatúrgica deun Estado fuerte. La consideración de que la política de par-tidos sólo conducía a la división y a la fragmentación de lanación, en beneficio de unas pocas facciones, y que portanto los Parlamentos no podían ser obstáculos del cam-bio, sólo era una consecuencia más de lo anterior.

Más Estado, menos pluralismo si eso significaba parti-dismo, más compensaciones por el sacrificio de la guerray una representación más acorde a la división “natural” dela sociedad entendida ésta como un gran organismo vivo.En esas coordenadas se entiende la ofensiva intelectual ypolítica a favor de la superación del parlamentarismo y elEstado liberales, en tanto que fórmulas de otro tiempo,vestigios de una era aristocrática que ya no podían ser deutilidad ante la gigantesca tarea de reordenación social yprestación de servicios que se esperaba de los Estadosde posguerra.

En realidad, ya desde finales del siglo XIX se había estre-chado el círculo contra el individualismo liberal como fun-damento de la organización política de las sociedades

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“El auge de la democracia trasla paz de 1919sólo habría de serun espejismo”

europeas, con un significativorevival de las fórmulas corpo-rativistas y el ascenso de lospartidos obreros. El mismoReino Unido de entreguerras,antaño representante cualifi-cado del librecambio, adopta-ría medidas proteccionistas alpoco de terminar la guerra. Entoda la Europa de principiosde siglo, y por tanto enEspaña, flotaba en el ambien-te una percepción de que el

liberalismo tenía defectos importantes, visto desde unaperspectiva plena o parcialmente organicista. Y que esoconduciría a una revisión de aquél hacia postulados comu-nitaristas, lo que implicaba una revisión de la representa-ción liberal en términos corporativos. Hubo a derecha eizquierda, con paradójicos espacios comunes, formulacio-nes que insistían en que el individualismo liberal habíaseparado Estado y sociedad al no establecer canales ade-cuados para que pudieran oírse las voces de los cuerposintermedios. Tocaba, por tanto, replantearse el papel delEstado y su organización.

Ni España disfrutó de un desarrollo económico comoel de la Alemania de preguerra, ni se vio inmersa en laguerra mundial, ni le afectaron directamente las conse-cuencias de la paz. Pero su vida política no fue ajena porcompleto a las tendencias que marcaba la posguerra

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“La preocupaciónliberal por lasnormas, los límites y las libertadesindividuales, dio paso al entusiasmopor la capacidadtaumatúrgica de un Estado fuerte”

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europea y, por tanto, tampocolas propuestas de reformaque se plantearon. Si no par-ticipó directamente de la gue-rra, sí se vio influida por lasmismas corrientes intelectua-les, las mismas inquietudespolíticas, los mismos miedosy esperanzas. ¿Acaso cabeentender el sexenio 1917-23en España sin una referenciaa la Europa de la democracia,la revolución, el fascismo y el nacionalismo?

Por otra parte, el impacto de los cambios en la men-talidad y política europeas llegaron en un momento en elque el reinado de Alfonso XIII entraba en una segundafase, caracterizada tanto por un aumento de las incerti-dumbres en torno al futuro del sistema como por una ace-leración de la modernización de la economía española,muy animada por los efectos positivos de la neutralidad.Junto a cambios notables en la estructura económica delpaís, o el impulso significativo de la alfabetización, entre1914 y 1923 se vivió un proceso similar al de otros paí-ses europeos, con un incremento espectacular de lamovilidad geográfica: la inmigración interna neta en losaños veinte fue de 1.168.925 personas. El impacto deese movimiento migratorio en la estructura social y lavida urbana no fue en absoluto menor. De ahí que Fusi yPalafox concluyan que, pese a la presencia de lastres

“El Reino Unidode entreguerrasadoptaría medidasproteccionistas. En Europa flotabauna percepción deque el liberalismotenía defectosimportantes”

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notables, “la transformaciónexperimentada desde 1876fue extraordinaria”4.

Estos mismos autoresseñalan, además, que fue esamodernización, y no su falta, loque provocó gran parte de losproblemas presentes en la cri-

sis política de los años veinte y treinta: “fue precisamentede la contradicción entre esa sociedad en transformación ylas limitaciones del régimen de 1876 de donde nacieron engran medida los problemas políticos de la España del sigloXX”5. Sin necesidad de asumir la tesis de que el cambiosocio-económico precipitó la quiebra del sistema constitu-cional de 1876, tesis en exceso simplista, lo cierto es quela España de entreguerras también tuvo que afrontar, comootros países europeos, los costes de una transición com-pleja; pero esos costes no deben medirse sólo en términosde modernización económica y urbanización, sino tambiény sobre todo en lo referido a la democratización de la vidapública y el aumento de la competencia por el voto. La bio-grafía política de Antonio Maura y el análisis de sus pro-puestas de reforma política no son comprensibles si no setiene en cuenta ese contexto de transición, sobre todo sino se valora adecuadamente esa incertidumbre y desorien-tación que caracterizan a toda época en la que el cuestio-

4 Fusi y Palafox (1997: 170).5 Ibid., p. 171.

“Entre 1914 y 1923 se vivió unincrementoespectacular de la movilidadgeográfica”

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namiento e inestabilidad delas instituciones no es capazde traducirse en una sólidarecomposición del sistema.Una modernización irregular yalgo abrupta pudo contribuir agenerar más tensiones socia-les y políticas, pero lo que esta-ba sobre la mesa desdecomienzos de siglo era un creciente cuestionamiento delmarco institucional vigente, todo eso dentro de un climaintelectual con muchas semejanzas al europeo. Maura fueuno de los grandes protagonistas, y cabe preguntarse hastaqué punto el fracaso de algunas de sus más ambiciosaspropuestas contribuyó a deslegitimar el sistema sin sercapaz de ofrecer una alternativa viable.

EL DISCURSO DE LA REGENERACIÓN Y LOS CONSERVADORESComo ha señalado Romero Maura, tanto por la derrota de1898 y los problemas financieros y económicos que sesucedieron, como por el clima de opinión que fue gestán-dose en esos años, el hecho de que los mismos líderespolíticos del sistema apelaran a la regeneración resultacomprensible. Esa actitud entraba dentro de la lógica bús-queda de soluciones para evitar que la monarquía queda-ra al margen de la opinión; se trataba, en definitiva, dehacer algo. Ya en 1897, el año del asesinato de Cánovas,su sucesor en el Partido Conservador, Francisco Silvela,había señalado que no era posible “en un régimen demo-

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“La España deentreguerrastambién tuvo queafrontar los costesde una transicióncompleja”

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crático” mantener “muchotiempo en paz el divorcio quecada día vemos más hondoentre los sentimientos del paísy la vida de los Gobiernos y delos Parlamentos”6.

Así pues, incluso los políti-cos conservadores acabaron

viéndose influidos por el discurso de la regeneración.Francisco Silvela fue el primero, como ha contado muy bienArranz Notario (2005) en una reciente y meditada biogra-fía política en la que se pone de manifiesto que una cosaera desear la reforma desde las instituciones y otra invo-car al cirujano de hierro costista7. Y Eduardo Dato, el mejordiscípulo de aquél, también fue regeneracionista a sumodo. “Al principiar el siglo, escribió Carr, la regeneraciónera un tema acerca del que todos escribían ensayos,desde el cardenal-arzobispo de Valladolid hasta BlascoIbáñez, el novelista republicano (...), desde los herederosde la tradición serena de Jovellanos hasta los charlatanes

6 Citado en Tusell y Avilés (1987: 20).7 En un epígrafe titulado significativamente “Gobernante realista antes que

regeneracionista”, Arranz Notario (2005: CL) concluye que si bien Silvelacreía “que el ansia de reformas en la opinión pública era sincera y debíaser satisfecha”, no lo concebía sino como una revolución “ya no desdearriba, sino desde lo alto”. Y mientras “regeneracionistas y republicanosescuchaban sin pestañear la invocación de Costa al Cirujano de Hierro,Silvela veía la apelación a la dictadura como una amenaza de catástrofetotal, que podría llegar si fracasaba su reformismo conservador”.

“Los políticosconservadoresacabaron viéndoseinfluidos por eldiscurso de laregeneración”

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políticos, desde los nacionalistas catalanes hasta lospatriotas castellanos”8. Si bien los movimientos regenera-cionistas no consiguieron una transformación radical delsistema, que demostró una considerable fortaleza tras elDesastre, lo cierto es que la política “se impregnó de rege-neracionismo”9. ¿Cómo afectó esa impregnación al con-servadurismo poscanovista? La respuesta, sin duda, tieneque ver con la cuestión sin duda fundamental para anali-zar el papel de Antonio Maura en la crisis de laRestauración; se trata, en verdad, de evaluar el impacto delos postulados regeneracionistas sobre el eje liberal-cons-titucional del discurso conservador.

Cabría distinguir, en ese sentido, dos etapas en las queMaura tuvo, ya con Silvela fallecido, un incuestionable pro-tagonismo en la reformulación de la estrategia conserva-dora. De un lado los años que ocupan el llamado GobiernoLargo, la crisis de 1909 y el trienio que va desde la salidade Maura del Gobierno hasta el asesinato de Canalejas en1912. Es el período en el que el turno se debilitó y lademostración de fuerza de los conservadores se tradujoen una alianza de los liberales por su izquierda con fuer-zas extrasistema. No se dio, en ningún caso, un paso claroy firme hacia un conservadurismo capaz de articular un par-tido moderno, con una burocracia estable y una ampliacapacidad para competir electoralmente; pero tanto por lapolítica de Maura como por la estrategia defensiva de

8 Carr (1990: 452).9 Fusi y Palafox (1997: 176).

Moret, el sistema se resintió.El edificio del turno se debilita-ba, con un primer golpe en1909 y otro casi definitivo en1913; a lo que se suma, en elfinal de ese periodo, la divisióncasi irreversible de los conser-vadores, una vez que Maurano cedió en el análisis quevenía sosteniendo desde1909 y el Rey, poco después

de la muerte de Canalejas, encargó la formación deGobierno a Eduardo Dato.

De otro lado, una segunda etapa que se inicia en los pri-meros años de la Gran Guerra, el trienio de 1914-17, cuan-do la incertidumbre empezó a dinamitar los pilares de la vidapolítica y el sistema pareció entrar en una situación de blo-queo. La ofensiva antiliberal se hizo presente, con más vocesdemandando la introducción de correctivos corporativos enel modelo liberal de representación; la injerencia de los mili-tares en política se hizo más patente; la política colonial enel norte de África produjo un gran desgaste en la relaciónentre el Parlamento, el Ejecutivo y la Corona; y aumentó lacapacidad de movilización obrera pero no en términos demejores resultados electorales sino de desestabilización porla vía revolucionaria o mediante el empuje de la violencia polí-tica… En ese contexto, el sistema político se enfrentaba adesafíos a los que casi nadie supo dar una respuesta preci-sa y oportuna: los Gobiernos trataban de seguir intervinien-

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“El sistema político seenfrentaba adesafíos a los quecasi nadie supo dar una respuestaprecisa y oportuna”

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do en las elecciones pero la competencia electoral aumen-taba y cada vez era más difícil prever los resultados –meca-nismo básico para que funcionara el turno tal como se habíaconfigurado en la primera etapa de la Restauración, dondelos comicios no servían para cambiar Gobiernos sino pararespaldar a los nuevos–; los dos partidos se fragmentaronsin que se aprecie una reconducción de aquellos hacia for-mas-partido modernas; la dirección de la política nacional nocondujo a una menor intervención de la Corona, pues elpapel del Rey, en ausencia de partidos modernos y compe-titivos, siguió siendo decisivo para que la alternancia se pro-dujera; los partidos extrasistema, por su parte, se revelaronincapaces de competir y su peso parlamentario no se corres-pondió nunca con su relevancia en el debate público, con loque tampoco surgió un estímulo externo que incentivara lareorganización de los partidos de notables que soportabanel sistema.

El partido liberal, que sufrió el terrible golpe del asesi-nato de Canalejas y vio como se acrecentaba la desuniónentre sus filas, no pudo o no quiso articular un partidomoderno sobre bases programáticas renovadas; nada leobligaba, por el momento, a sustituir los apoyos segurosdel entramado clientelar por el riesgo de la competenciaabierta en las urnas. Los conservadores, por su parte, tam-bién se dividieron, aunque la mayoría del grupo parlamen-tario mantuvo su fidelidad a Dato; los mauristas se orga-nizaron y crecieron, pero Maura no acabó de reconocerloscomo un hijo legítimo ni se dispuso a dar la batalla electo-ral sobre la base de un nuevo concepto de partido.

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DE ACUERDO: ¡REGENERAR! PERO ¿CÓMO Y PARA QUÉ?El 23 de marzo de 1914, el filósofo José Ortega y Gasset,pronunció su famosa conferencia bajo el título Vieja ynueva política. Tras declarar que la España “oficial” eraun “inmenso esqueleto evaporado, desvanecido”, afirmólo siguiente: “se trata de obrar enérgicamente sobre losúltimos restos de la vitalidad nacional”. Su Liga deEducación Política tenía, por tanto, un objetivo manifies-to: abrir un espacio social y político para una Españanueva, penetrar la política de una sociedad nueva, de ciu-dadanos conscientes de su compromiso con lo público.Había que hacer ciudadanos, y para ello era necesarionacionalizar la Monarquía, llenarla de una sustancianacional.

Es curioso, salvando todas las distancias, la proximi-dad entre esa llamada a la nacionalización de las institu-ciones principales de la Monarquía realizada por Ortegay la empresa que se propuso Antonio Maura, al que tam-bién preocupaba, antes que nada, la tarea de hacer ciu-dadanos.

Maura no discutía el legado de Cánovas y Sagasta: unmarco institucional estable cuyas bases eran sólidas ynecesarias, esto es, la centralidad de la Monarquía, elParlamento y las libertades constitucionales. Pero tenía,asimismo, un discurso a favor de la regeneración del sis-tema. Como han explicado Javier Tusell o Mª JesúsGonzález, Maura se distinguió en la vida política españo-

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la del primer cuarto del sigloXX no simplemente como unlíder con un programa de ges-tión para el partido conserva-dor, sino como el portavozprincipal de un proyecto deregeneración pilotado por losconservadores.

El análisis y las propuestasde Maura encajaban bien conuna opinión bastante difundidadesde finales de los noventa yluego debidamente alimentada por el regeneracionismo: lanecesidad de sustituir una clase y una práctica política porcompleto alejadas de la ciudadanía. Algunos, como Silvelaen 1897, ya habían postulado que fuera “el Poder Real” elque se “apreste a dominar en nombre del pueblo los feuda-lismos políticos y parlamentarios”. Él mismo insistiría enesos años en que el país estaba “deseoso y ansioso dereformas profundas” y que deseaba una “verdadera revolu-ción desde lo alto”, aunque siempre, como diría en mayo de1899 ante la minoría parlamentaria conservadora, que lamisma fuera entendida “sin asomo ni sombra alguna dereacción ni de retroceso”10.

10 Lo de 1897 en Romero Maura (1989: 24). Lo siguiente en el Discursopronunciado el 31 de mayo de 1899 en la Presidencia del Consejo deministros; en la antología de Arranz Notario (2005: 204).

“Maura nodiscutía el legadode Cánovas ySagasta, perotenía, asimismo,un discurso afavor de laregeneración delsistema”

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Maura, por su parte, se con-venció de que la política espa-ñola tenía un déficit inadmisi-ble de ciudadanos activos ycomprometidos. “En España,afirmó el 4 de febrero de 1904,sería utópico pensar (...) en la

existencia de instituciones políticas que no estriben en elsufragio popular y en los procedimientos electorales (...) Nohay otra cosa en España que el pueblo, y en el pueblo hayque fundar todo cuanto en España sirve para administrar ygobernar”11. Él, antes que muchos otros, se había explayadosobre el caciquismo y la necesidad de su descuaje. Su dis-curso regeneracionista fue, de hecho, de una dureza a vecesequiparable a la de la intelectualidad crítica, por no hablar delos ataques contra el sistema y el creciente antiliberalismoque caracterizó a sus seguidores, los mauristas, en la últimadécada de vigencia de la Constitución de 1876.

Maura creía firmemente que la supervivencia del régimendependía de la moralización de la política, al objeto de lograrque una nueva ciudadanía, más activa y dispuesta a partici-par, se reconociera en aquel en vez de renegar de él. LaConstitución de 1876 y “las leyes políticas subsiguientes”,dijo en un importante discurso en Valladolid en 1902, habí-an hecho posible “la paz entre la extrema derecha y la extre-ma izquierda; pero era menester empezar a vivirlas, y estre-nar los hábitos ciudadanos”12. Desde su punto de vista, la

11 En Tusell y Avilés (1986: 27).12 En Seco Serrano (2000: 284).

“Maura se convencióde que la políticaespañola tenía undéficit inadmisible deciudadanos activos”

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tarea de modernizar el sistemaera, en primer lugar, la de mora-lizarlo. Y para esa empresa lourgente era cambiar las normaselectorales y acercar la políticaa los ciudadanos (la descentra-lización administrativa). Ambospropósitos marcaron la agendade su Gobierno Largo entre1907 y 1909, con más éxito, sin duda, en lo relacionado conel sistema electoral, aunque luego la aplicación de la nuevanormativa se desvirtuara en la práctica.

En juego estaba algo verdaderamente esencial, esto es,el modo de transitar desde un sistema concebido para ase-gurar la alternancia pacífica y la estabilidad, en detrimen-to de la competencia, hacia otro donde primara esta últi-ma a la hora de convocar a los ciudadanos a las urnas ydecidir la formación del Gobierno. Y no sólo eso, la transi-ción habría de implicar también la adaptación de unParlamento concebido de acuerdo con el patrón clásico,esto es, diseñado para fiscalizar al Gobierno y dar voz a lanación, en una Cámara renovada y preparada para respon-der a las nuevas demandas sociales, es decir, una Cámaramejor dispuesta para el gobierno de la tecnocracia.

La tarea no era, por tanto, sencilla, y no sólo porquemuchos, a izquierda y derecha, no quisieran caminar en ladirección que llevaba del liberalismo a la democracia com-petitiva y constitucional, sino porque incluso deseando

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“Maura creíafirmemente que lasupervivencia delrégimen dependíade la moralizaciónde la política”

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recorrer ese camino, las interrogantes e incertidumbresque se abrían en el caso de un hipotético aumento de lacompetencia no eran plato de buen gusto para una clasepolítica acostumbrada a competir, pero en términos clien-telares, para conseguir el control del Parlamento.

NI DESDE LO ALTO NI DESDE LO BAJO. LA DEBILIDAD INTRÍNSECA DEL SISTEMAEl argumento al que se aferró Maura tras su salida delGobierno en el otoño de 1909 es de sobra conocido: pues-to que los liberales capitaneados por Moret se habían echa-do en brazos de la izquierda extrasistema con la formacióndel Bloque, el turno había quedado roto; al haber optadopor responder a la movilización conservadora mediante laalianza con la revolución, habían cruzado una línea quenunca debieron traspasar, poniendo, además, a la Coronaen una situación crítica, al chantajearla con la amenaza dela subversión para que cambiara de Gobierno. Los conser-vadores, dijo Maura en el verano de 1910, “no podíamosseguir diciendo que regía la Constitución del Estado, porqueno regía desde el momento en que se sumaba a la oposi-ción revolucionaria la oposición monárquica; porque el Reyquedaba sin oposición (…), y, por lo tanto, había cesado lanormalidad constitucional, y esa responsabilidad nosotrosno la quisimos aceptar”13.

Y fue todavía más contundente en 1913, cuando, ensede parlamentaria, tras el asesinato de Canalejas, certi-

13 Arranz Notario (1994: 35).

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ficó la defunción de la alternancia y se dirigió indirectamen-te al Rey en términos que sonaron a ultimátum. El régimen,dijo, estaba en una encrucijada que no podía ser resueltapor “el poder personal” (la Corona), en tanto que la acciónde ese poder serviría solamente para bloquear la emergen-cia de la “ciudadanía”, es decir, la participación14. Lo queechaba en cara a los liberales y lo que de ninguna mane-ra se mostraba dispuesto a olvidar o perdonar, era queaquellos no persiguieran sus ideas por la vía de las urnasy las instituciones democráticas, sino que trataran dehacer un juego sucio, que unía a izquierdas dinásticas yantidinásticas mediante el recurso clásico al anticlericalis-mo. No discutía, pues, la legitimidad de los propósitos oideales de la izquierda, ni el hecho de que no pudieran com-partirlos liberales y republicanos, sino la estrategia adop-tada en la defensa de aquéllos15.

A partir de 1914-1915 el sistema político que Maurapretendía regenerar mediante la construcción gradual deuna ciudadanía comprometida con la gestión de lo público

14 Fue entonces cuando Maura dijo aquello de que la política conservadoraera “democrática o no es conservadora”. Ibid., p 60.

15 Maura perdió su particular pulso con el Rey a finales de 1913, cuandoéste encargó a Dato que formara Gobierno y el partido conservador se-mantuvo en su mayoría con el nuevo presidente. Fue entonces cuando ainiciativa de Ossorio y otros conservadores cercanos a Maura, incluido suhijo Gabriel, se produjo la escisión de los mauristas. El 30 de noviembrede 1913, en Bilbao, Osorio pronunció el que puede considerarse comodiscurso fundacional del maurismo. El grupo se formalizó en enero de1914 en una asamblea nacional celebrada en Madrid. Tusell y Avilés(1986: 52).

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16 Sin embargo, la “quiebra del turno y la consolidación del pluripartidismoreforzaron el peso de las Cortes en el equilibrio de poderes: el equilibrio de las Cámaras requería la formación de Gobiernos de coalición nacidosde las negociaciones entre los grupos parlamentarios”. Martorell Linaresy Del Rey Reguillo (2006: 34).

y que confiara en las institucio-nes, entró en una situacióncada vez más angustiosa. Loselementos más destacablesde esa crisis no siempre fue-ron bien identificados por ellíder conservador a la hora deproponer soluciones.

Veamos algunos de los másrelevantes. Primero, el aumento de la competencia electo-ral en muchos distritos se tradujo en una menor capacidadde control de las elecciones por parte del Ejecutivo, y comoresultado de lo anterior, una Cámara menos previsible.Segundo, dado que los partidos del turno se fragmentarony las elecciones no pudieron seguir fabricándose como anta-ño, las mayorías que respaldaban a los Gobiernos se vol-vieron más inestables y las coaliciones se tornaron insegu-ras, no siendo extraño que un Gobierno conservador lofuera con apoyo de una facción liberal y viceversa16. Tercero,la fragmentación de los partidos, que no optaron por aban-donar la estructura propia de las agrupaciones parlamenta-rias de notables, así como la dificultad creciente para forjarmayorías sólidas, hicieron que la Corona, lejos de disminuirsu protagonismo en la lucha política, lo acrecentara –por

“El sistema políticoque Maurapretendía regenerara partir de 1914-1915 entróen una situaciónangustiosa”

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mucho que, como han señalado varios autores, incluso enperíodos de crisis como el que fue de 1919 a 1923, el Reyno pudiera encargar la formación de Gobiernos sin tener encuenta la composición de la Cámara–. Alfonso XIII pecó, sinduda, de una concepción de su papel que no se ajustababien a la tendencia que hubiera sido la lógica en el paso deun sistema constitucional liberal a otro de democracia par-lamentaria. Es significativo que desde muy joven conside-rara que tendría que cumplir con una misión histórica rege-neradora al margen de los políticos. Con todo, como seña-lara Carr, esa y otras faltas tuvieron efectos nefastos sobreel sistema porque éste estaba, a su vez, debilitado.

En cuarto lugar, la debilidad del liderazgo político y la faltade rumbo en uno y otro partido impidieron el fortalecimientode las instituciones ante las demandas corporativas de losmilitares y sus imposiciones en el terreno de la política exte-rior. Quinto, los grupos de la izquierda situada fuera del sis-tema, republicanos y socialistas, no consiguieron resultadospositivos más que en el terreno de la propaganda; su denun-cia del sistema era constante, pero no lograban movilizar yorganizar partidos modernos que les permitieran obtener unacantidad de escaños suficiente para amenazar la hegemoníade los notables. No creían, todo sea dicho, en una transicióngradual desde el liberalismo a la democracia representativa,bien porque eran marxistas a los que apenas había afectadoel revisionismo a lo Bernstein o los postulados del laborismode corte fabiano, o bien porque seguían empeñados en cam-biar el régimen mediante una combinación de huelga revolu-cionaria y pronunciamiento militar.

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Y sexto, por lo que se refiere al campo institucional, elParlamento no adoptó unas normas de funcionamientointerno que le permitieran responder con agilidad a las nue-vas demandas de reforma social y económica. Se logróavanzar con la reforma del reglamento del Congreso apro-bada en 1918 durante el Gobierno de concentración deMaura, pero manteniendo una tendencia ciertamente peli-grosa para la legitimidad del sistema: el Parlamento no seconfiguraba como una Cámara de partidos en la que prima-ra la disciplina de voto, lo que desincentivaba a losGobiernos, que se resistían a presentar proyectos ambicio-sos de reformas a sabiendas de las dificultades que podrí-an encontrarse en la tramitación de aquéllos. Como haescrito un autor, la “consecuencia más grave de la crisisabierta en el Parlamento español entre 1913 y 1917 fue elbloqueo del proceso legislativo”17.

De hecho, la crisis del Parlamento fue especialmentedura entre 1915 y 1917; es significativo que durante todala guerra europea, ante la imposibilidad de aprobar unnuevo presupuesto, el Estado tuviera que conformarse conla prórroga de las cuentas elaboradas en la primavera de1914, antes de que estallara el conflicto. Sin presupuesto,huelga decirlo, era imposible que se llevaran a cabo gran-des cambios en la Hacienda. Que ése fuera un problemahabitual en otros Parlamentos europeos de la época, comoel de la III República francesa, donde la fragmentación de laCámara y los intereses particularistas dificultaban mucho la

17 M. Martorell en Cabrera Calvo-Sotelo (1998: 249).

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aprobación de las cuentaspúblicas, no resta importanciaal impacto negativo que esotuvo sobre la legitimidad delsistema. Y llama la atenciónpoderosamente que la reformadel reglamento de la Cámarano fuera adoptada antes y nofuera complementada despuéspor medidas que incentivaranla organización de la Cámaraen términos de grupos parlamentarios y no de individuos18.

Todo lo anterior, además, dentro de un contexto europeocomplejo, en el que si bien sobrevivieron algunas de lasdemocracias más viejas, el viento no soplaba en una direc-ción favorable para las instituciones liberales, en especial elGobierno nacido del principio de representación individual.La década de los veinte no arrancó bien para todos aque-llos que creían posible una democratización pacífica de losregímenes parlamentarios; al resurgimiento de la fe en larevolución se sumó la alternativa fascista y corporativa quetanto éxito tuvo por toda Europa, por no mencionar el modo

18 En todo caso, merece la pena recordar que la reforma del reglamento de1918 intentó “poner coto a la incapacidad de la Cámara para sacar adelantelos proyectos por la prolongación interminable de los debates, la falta de lími-tes reglamentarios a la extensión y el número de las intervenciones”. ArranzNotario y Cabrera Calvo-Sotelo (1995: 80). La introducción de la llamada gui-llotina, junto con la nueva organización de la Cámara en comisiones perma-nentes, fueron las reformas más significativas de aquel nuevo reglamento.

“La década de losveinte no arrancóbien para aquellosque creían posibleuna democratizaciónpacífica de losregímenesparlamentarios”

en que la ingeniería social y laplanificación fueron ganandoadeptos en el debate políticooccidental de entreguerras,incluyendo los Estados Unidos.

El discurso político deAntonio Maura sólo es comprensible en ese contexto deincertidumbre creciente y falta de rumbo, que no de pulso,aunque no siempre lo tuviera presente. En esa segundaetapa de su vida política que arrancó, precisamente, entorno a los años de la Gran Guerra, Maura tomó nota de loscambios y acertó en parte en el diagnóstico, pero sus rece-tas, y sobre todo su liderazgo, se revelaron insuficientes.

LA CALIDAD DE LAS CONVICCIONES Y LOS ERRORESDEL DIAGNÓSTICOEn el haber de Maura hay que registrar su empeño en nopretender un cambio radical del sistema más que por unavía pragmática y basada en el acuerdo entre quienes soste-nían la legalidad constitucional vigente, discípulo en esto deCánovas y Silvela. Como ha señalado González Hernández,Maura asumió las críticas regeneracionistas, pero con unadiferencia notable con relación a los principales mentoresde aquél. El proyecto de Maura se inscribía dentro de un“gradualismo cauto, defensivo, pragmático y políticamentebasado en el consenso”19. La revolución que él pretendía noera en verdad tal, si por la misma se entiende un cambio

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“Maura tomó notade los cambios, pero sus recetas y su liderazgo fueroninsuficientes”

19 González Hernández (1997: 409).

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brusco y acompañado de vio-lencia, que permita alterar deforma radical las instituciones.La revolución desde arriba deMaura, heredera sin duda deldiscurso silvelista, estaba muylejos del arbitrismo de los rege-neracionistas y se basaba enuna combinación no siemprebien medida de leyes y ética.Maura no pensaba que Españanecesitara de cirujanos de hie-rros ni de tratamientos deshock, sino de “Gobiernos legí-timos y dispuestos a gober-nar”, Gobiernos que hicierancumplir la ley. Su revolución estaba, por tanto, concebidapara cambiar desde dentro el sistema y para, con una nuevacultura política, promover una sociedad distinta, más intere-sada y comprometida con las instituciones.

Sin embargo, no faltan aspectos relevantes que debie-ran ser recogidos en el debe del político mallorquín. En pri-mero lugar, sin duda, su falta de flexibilidad en la estrate-gia adoptada tras su salida del Gobierno Largo, que algotuvo que ver en su incapacidad para articular una mayoríaconservadora sólida en torno a su liderazgo. El problema,a partir de 1913, no fue sólo su relación y sus críticas haciael partido liberal o el Rey, sino sus propios compañeros degrupo, que le abandonaron para apoyar en masa a Dato.

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“La revolucióndesde arriba de Maura estabamuy lejos delarbitrismo de losregeneracionistas.Maura pensabaque Españanecesitabagobiernos quehicieran cumplir la ley”

Con todo, lo fundamentalen este otro lado de la balan-za se refiere a su diagnósticoy a su empeño en identificarun país deseoso de participarpero asqueado de la clasepolítica: ¿Existía esa Españainteresada en la moralizaciónde la vida política? ¿Había unaEspaña real ansiosa de parti-cipar y a la que no se le deja-

ra competir? ¿Por qué no aumentaba la competencia?,¿por qué los Gobiernos lo impedían?, ¿o por qué quienestenían que empezar a competir no sabían cómo o simple-mente no tenían voluntad de hacerlo?

Lo cierto es que en este terreno, capital para el pro-yecto de movilización conservadora de Maura, éste con-fundía deseos con realidad. Quizás fuera eso lo que leimpidió apreciar aquello que estuvo en la base de su fra-caso. Primero, pese a que en ciertos momentos parecióhacerse presente el desafío revolucionario, bien fuera porel aumento de las huelgas o por el debilitamiento delEstado de derecho que se produjo con el envite del terro-rismo anarquista, lo cierto es que no hubo incentivos sufi-cientes para la movilización de la opinión conservadoraen las urnas, respaldando de forma activa y medianteuna organización burocrática de partido, un proyecto deGobierno. Maura habría de enfrentarse, así, a una reali-dad que no se correspondía con su discurso; su empeño

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“Su empeño enconvertir a losconservadores en una masamovilizada ycompetitiva, no tendría suficiente eco”

Modernizar, moralizar y movilizar. El discurso de Maura en el tránsitofallido del liberalismo a la democracia•MANUEL ÁLVAREZ TARDÍO

en convertir a los conservado-res en una masa movilizada ycompetitiva, fuera de los cír-culos del clientelismo, no ten-dría suficiente eco. No sólose trata de que los dirigentesconservadores no tuvieran en frente un partido obrero orepublicano con fuerza parlamentaria y que supusiera,por tanto, una amenaza para la base de su poder, sinoque además, el conservadurismo social ya tenía otra víapor la que movilizarse y hacer campaña: la católica.

Los conservadores competían en el terreno de la fe, laeducación y las costumbres, manifestando su fuerza enmovilizaciones de respuesta al desafío laicista desde fina-les del siglo XIX. Y lo hacían, además, con tanto éxito queel anticlericalismo reactivo se había avivado considerable-mente, penetrando toda la nueva cultura republicana radi-cal y dejando huella incluso en el movimiento obrero –comopuso de manifiesto la Semana Trágica de 1909 enBarcelona–. Cabe preguntarse, por tanto: ¿por qué y paraqué iban los católicos a respaldar la aventura de un nuevoconservadurismo de masas si en las urnas no estaba, porel momento, en peligro lo que más podía preocuparles?

Por otro lado, los valores que conformaban la base dela cultura política de los católicos no eran, ni muchomenos, aquellos que a Maura más le agradaban. Él, pesea su condición de creyente sincero y practicante conven-cido, era un católico convencido de que se podía y se

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“Maura era uncatólico convencido de que se podíaser liberal”

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debía ser liberal. Su catolicis-mo no iba delante de susprincipios políticos sino quelos complementaba; lo cualsignificaba que a diferenciade una amplia representacióndel catolicismo español,Maura, tal y como explicó envarias ocasiones desde la tri-

buna parlamentaria, pensaba que la autonomía delEstado era absolutamente irrenunciable e innegociable.

Sin embargo, otra muy distinta era la opinión católicaagrupada en torno al maurismo, que poco a poco se volviómilitantemente antiliberal. Como señalara Romero Maura,los católicos españoles de la segunda década del novecien-tos estaban organizados por la Iglesia para defenderse dela ofensiva anticlerical, y eran católicos antes que conser-vadores. Así, era muy difícil lograr una movilización no con-fesional, por mucho que Maura los necesitara y estuvieradispuesto a defender sus intereses, aun cuando éstos cho-caban muchas veces con algunos de los postulados quepodían permitir a la Monarquía constitucional entrar por lasenda de la transición a la democracia competitiva. Susfases de retraimiento y el poco empeño que puso en dirigiry controlar personalmente el maurismo son, quizás, unbuen indicador de hasta qué punto se daba cuenta.

No muy lejos de lo anterior, por encima de aquello, seplanteaba además el problema de la coherencia entre el dis-

“Maura pensabaque la autonomíadel Estado era absolutamenteirrenunciable e innegociable”

Modernizar, moralizar y movilizar. El discurso de Maura en el tránsitofallido del liberalismo a la democracia•MANUEL ÁLVAREZ TARDÍO

curso y la estrategia. Carr haescrito, tanto de Silvela comode Maura, que “concebían laregeneración ante todo comola ‘dignificación de la política’,no como la modernización de lasociedad”20. Quizá no sea asídel todo, pues el segundo,pese a su empeño en esa laborde dignificación, también fue consciente de la importanciade las medidas concretas destinadas a promover la reformade la economía española.

Con todo, el interés de Maura por modificar la culturaelectoral de los españoles y la interacción entre ciudada-nos y administraciones, se produjo en unos términos queparecen dar la razón al argumento del historiador británi-co; al menos en un sentido: Maura presuponía una deman-da de base que no está del todo claro que existiera, o almenos que estuviera movilizada con ese propósito. En rea-lidad, pretendía hacer la revolución desde arriba, lo que sig-nifica, no que prescindiera de la tarea de modernizar lasociedad, sino que creía posible llevarla a cabo desde arri-ba, esto es, haciéndola nacer del cambio institucional, con-vertido así en prerrequisito necesario de la modernización.

Pero, ¿había entendido Maura realmente las pautas de lamodernización del comportamiento político y electoral? ¿O

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“Maura pretendía hacer la revolucióndesde arribahaciéndola nacerdel cambioinstitucional”

20 Carr (1990: 456).

estaba demasiado condiciona-do por la visión de un típicoheredero del liberalismo espa-ñol del XIX para el que cabía evi-tar que la modernidad se tradu-jese en inestabilidad institucio-nal mediante el control adminis-trativo del cambio? El tiempodemostraría el origen del error.

El aumento de la competencia electoral, requisito impres-cindible de la dignificación de las instituciones en términosdemocráticos, no podía lograrse desde arriba si no confluía,al menos, con una presión desde abajo que estuviera dis-puesta a aprovechar los cambios con lealtad, y por tanto con-vencida de la validez intrínseca de las convenciones libera-les en tanto que fundamento de la democratización. Por otrolado, Maura, en una posición comprensible desde la ópticade un personaje del cambio de siglo, que había alcanzadosu madurez política en el Parlamento de Cánovas, Sagastay Silvela, no parece que llegara a comprender que las pau-tas de comportamiento electoral guardaban una relaciónestrecha con el cambio en la forma de partido; es decir, quepara sustituir el sistema canovista de disolución formaciónde Gobierno eleccionespor otro de disolución elecciones

formación de Gobierno, era necesario que los partidos denotables, de base fundamentalmente parlamentaria, fuerandando paso a partidos con aparatos burocráticos establesy permanentes, estructuras territoriales amplias y con voca-ción de movilizar electorados, no sólo mediante redes clien-

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“El aumento de la competenciaelectoral no podíalograrse desde arriba si no confluíacon una presióndesde abajo”

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telares sino también conrecompensas puramente ideo-lógicas. Esto no era, desdeluego, un cambio que pudieralograrse de la noche a la maña-na. Nada indica, además, que,pese al aumento de la compe-tencia y las nuevas prácticasen la lucha por el voto, ningúnpartido se acercara en laEspaña previa a 1931 a esascondiciones. Todavía durantelos años de la República lospartidos republicanos siguieron actuando como partidos detransición entre una y otra forma. Y ni siquiera el PartidoSocialista o la CEDA serían de forma inequívoca partidosmodernos a la altura de 1933.

Puede colegirse, por tanto, una cierta contradicción enMaura entre el discurso moralizador y los presupuestos querequería la competencia democrática. Es paradójico, ade-más, que no viera incompatibilidad alguna entre formular unsincero afán regenerador de la política y plantear, una y otravez, en los últimos años de vigencia del orden constitucional,que él no tenía partido ni lo quería. De hecho, no se encon-tró a gusto ni quiso implicarse en la formación de un parti-do de nuevo cuño a partir de la movilización maurista, quizásporque su revolución desde arriba y la movilización desdeabajo eran incompatibles. Como él mismo advirtió a los mau-ristas en un discurso de septiembre de 1916 en Beranga:

“Era necesarioque los partidosde notables fuerandando paso apartidos conaparatosburocráticosestables ypermanentes”

“Nosotros no podemos haceruna campaña subversiva (...)porque (...) el bien público,cualquiera que fuera nuestropropósito, se frustraría con eldesorden y con la subversiónde las instituciones fundamen-tales; nosotros necesitamos yprocuramos que el bien vengadel Gobierno y por el Gobierno,

porque sólo así puede convertirse en obra provechosa elesfuerzo de la opinión”21. Se decía regenerador pero no pudoimpedir que en las elecciones presididas por su Gobierno enmayo de 1919, el Ejecutivo se empleara a fondo para mejo-rar los resultados de sus candidatos (con todo, esos comi-cios no le dieron la mayoría que necesitaba; los datistas noestaban con él).

De nuevo, en las elecciones de 1920, bajo un Gobiernopresidido por Dato, volverían a ponerse de manifiesto lascontradicciones entre un Maura que insistía en la necesidadde una gran política nacional a favor de la reforma, la auto-ridad y la opinión, pero que estaba paralizado en el terrenode la competencia, negándose una y otra vez a responder alos requerimientos de Goicoechea para que hiciera campa-ña. Algunos autores han señalado que en la etapa final seacentuaron algunos rasgos de su personalidad como su difí-cil carácter o su acentuado pesimismo, lo que dificultó aún

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21 En Tusell y Avilés (1986: 101).

“Todavía durante los años de laRepública lospartidos republicanossiguieron actuandocomo partidos de transición”

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más que modificara su predis-posición negativa a confiar ypromover una reunificación delcampo de las derechas, en lamedida en que considerabatanto el sistema como los par-tidos de turno corrompidos irre-mediablemente. De ser así, yteniendo en cuenta que nomostró demasiado interés por liderar y controlar el mauris-mo, es ciertamente difícil entender cómo iba a jugar un papelprotagonista en la modernización del comportamiento políti-co de los españoles y en la regeneración del sistema.

Finalmente, a partir de 1914, en la derecha españolaempezó a ganar posiciones un discurso que no podía gustaral Maura sinceramente liberal que había nacido y desa-rrolla-do su carrera política en un Parlamento de notables conce-bido antes que nada para ser garantía de la libertad de expre-sión y vehículo de la argumentación racional. Era un discur-so nuevo, aunque con apoyos intelectuales propios del tradi-cionalismo, un discurso que incidía en organizar a los con-servadores para responder con más Estado y otro tipo derepresentación a los desafíos de una modernidad que pare-cía amenazar con la disolución del orden social y las costum-bres. O se mostraba proclive a un nuevo enfoque social-cris-tiano que denunciaba con entusiasmo la explotación capita-lista y demandaba un Estado paternalista, en la línea deOsorio, o se hacía cada vez más corporativista y autoritario,criticando con tanto o más entusiasmo que los marxistas las

“Quizás surevolución desdearriba y lamovilización desdeabajo eranincompatibles”

instituciones del parlamentaris-mo liberal, en la línea deGoicoechea. Tras el derrumbedel Gobierno de concentraciónnacional presidido por Mauraen 1918, el órgano maurista LaAcción hablaba en estos térmi-nos del Parlamento: “asilo de lapolitiquería, refugio de caciquesy mangoneadores, tribuna de

charlatanes, tertulia de chismosos, trampolín de vividores,plataforma de mediocridades...”. Y añadía, algún tiempo des-pués, que pese a ser ellos “enemigos de toda violencia, nosparecerá justificada la que arrase ese último acto del repug-nante, indigno y apestoso politiqueo español”22.

Que Antonio Maura no compartía esa deriva parece evi-dente a tenor de sus pronunciamientos públicos posterio-res a 1917 y de su comportamiento como presidente delGobierno; aunque tampoco parece que hiciera demasiadopor reconducirla, en una mezcla de hastío y pesimismo.

22 Tusell y Avilés (1986: 157 y 158). No obstante, los autores citados pun-tualizan que el tono del principal órgano maurista no era compartido porlos directivos, más “mesurados” y partidarios de un Gobierno de concen-tración conservadora. En todo caso, parece que el final del Gobierno deconcentración nacional fue clave para el futuro de Maura y el maurismo:lo que había sido un movimiento no partidista de regeneración se convir-tió en un proyecto específicamente conservador como alternativa al sis-tema de la Restauración, que empezó a ser visto como inviable. Las posi-bles salidas y la configuración de ese proyecto dividió cada vez más a lospropios mauristas y alejó a Maura del movimiento.

“Maura se enfrentó a la ficción de lospartidos turnantessin sustituirla por un método deGobierno dirigido alcuerpo electoral”

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En definitiva, el principal pro-blema al que se enfrentó tantoMaura como todos aquellosque desde principios de siglocreyeron conveniente denun-ciar la falta de compromiso cívi-co en el sistema vigente, fue elque emergía de destruir la fic-ción de los partidos turnantessin sustituirla por un métodode Gobierno que se dirigierasinceramente al cuerpo electo-ral, es decir, que permitiera quelas elecciones decidieran la for-mación de Gobiernos y no al revés. Si a los liberales la com-petencia, salvo en alianza con la izquierda extrasistema, lesera incómoda y hasta cierto punto innecesaria; a los conser-vadores no podía atraerles si no nacía como respuesta a unriesgo cierto. Es más, a los conservadores que se conven-cieron de que ese riesgo existía no les dio por articular unpartido moderno para competir por el voto y hacer ciudada-nos al modo en que postulaba Maura, sino que se aferrarona un discurso católico antiliberal y corporativo, cada vez másajenos a un Parlamento que veían como una rémora y preo-cupados por la disolución del orden moral vigente.

Con todo, en honor a Maura cabe decir que hubo unagran diferencia entre él y Ortega: donde éste sólo vio fan-tasmas, el primero siguió viendo un sistema digno de reco-nocimiento, necesitado de reformas y sometido a fuertes

Modernizar, moralizar y movilizar. El discurso de Maura en el tránsitofallido del liberalismo a la democracia•MANUEL ÁLVAREZ TARDÍO

“Maura sabía que la demagogia noresolvería ningunode los problemasque afectaban a la políticaespañola, temía la democracia siésta llegaba desde abajo”

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tensiones, pero en el que él seguía encontrándose a gusto.Puede que fallara en el diagnóstico, o quizás confundierasu deseo de movilización con la realidad de una aperturamuy lenta y compleja a la competencia, pero sabía que lademagogia no resolvería ninguno de los problemas queafectaban a la política española, y por eso temía la demo-cracia si ésta llegaba desde abajo.

En la década que siguió al final de la guerra mundial, lapolítica española cambió sustancialmente; el problema noresidía sólo en conseguir apoyos suficientes para empren-der reformas, sino en realizar un diagnóstico adecuado. Entodo caso, no “todo era un panorama de fantasmas”, puesla incertidumbre creciente que afectaba al sistema no nacíade la esclerosis sino de un creciente dinamismo, caracteri-zado por una quiebra del clásico bipartidismo y por nuevaspautas de competencia electoral23. Maura acertó, cuantomenos, al no querer expresar públicamente su beneplácitoal golpe de Estado de Primo de Rivera, lo único que en ver-dad acabó con la Restauración. Si bien los mauristas habí-an dado ya el paso que les llevaba a señalar sin ambagesque “nadie de buena fe puede esperar del Parlamento lasolución de los problemas nacionales”; él nunca lo hizo yquizá por eso puede decirse que ni el regeneracionismo desu discurso ni cierto autoritarismo de su personalidad habí-an empañado su condición liberal-conservadora24.

23 Algo parecido señalan Fusi y Palafox (1997:184).24 El entrecomillado procede de un discurso de su hijo Gabriel Maura en un

gran mitin celebrado en el Teatro de la Comedia, en Madrid, a comienzosde 1923. En Tusell y Avilés (1986: 279).

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