Módulo II - La iniciación al silencio y a la oración en los niños

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La iniciación al silencio y a la oración en los niños Módulo II

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La iniciación al silencio y a la oración en los niños

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OBJETIVOS

I. II.

CONTENIDO

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CARACTERÍSTICAS DE LA RELIGIOSIDAD DE LOS NIÑOS

“Dios es vida”  

“La gracia de Dios es fuente de agua Viva”. (Jn. 4, 10)

       

Características de la religiosidad en los niños  La religión no es sólo para dar en tal lugar, a tal hora o para tal día.  “Su religión debe brotar espontáneamente de su vida de todos los días: de sus juegos, de sus admiraciones, de sus hallazgos, de sus preguntas, de los impulsos de su corazón, de sus buenos deseos, de los sucesos gratos de su vida familiar y escolar. Cuando el niño ante un acontecimiento se alegre o ante una situación particular experimente alegría, allí hemos de aprovechar para insinuar la presencia de “Aquel” a quien su corazón tiende a saberlo. De esta manera Dios, llegará a ser el término natural y habitual de sus deseos, de sus alegrías, de su vida entera.”  La religiosidad infantil es fruto del ambiente familiar en donde el niño vive. Se nota principalmente en la imitación de las actitudes religiosas de las personas queridas que lo rodean. Los niños aceptan como argumento de autoridad los modelos familiares y asimilan, por “ósmosis” el contenido esencial y las actitudes religiosas fundamentales:  

Oración  Confianza  Sentido cristiano de la vida y de los acontecimientos 

 

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         Las grandes fiestas religiosas son ocasiones excepcionales para orientar, de forma concreta – en clase y en el hogar – el espíritu y el corazón del niño hacia Dios y hacia el mundo sobrenatural. Porque en ellas se encuentran asociadas: acción, narración e imagen. Su influjo puede alcanzar toda la vida del niño y transfigurarlo. El clima festivo de alegría y oración, que en ellas reina acompañado de palabras, cantos; preparadas con cuidado y respeto lo orientará a encontrarse con Dios, en forma personal y comunitaria.  Para descubrir a Dios y el mundo religioso, el niño tiene necesidad de oír hablar y hablar de él, a su vez, de todo ello. Solo así, puede crecer la semilla depositada en su corazón por el bautismo. No desperdiciemos ninguna oportunidad para manifestar nuestra fe y dejemos que él también hable y pregunte libremente para evacuar sus dudas. Será interesante presentarle también narraciones religiosas dándole respuestas y explicaciones que lo llevarán a familiarizarse, poco a poco, con el mundo de las realidades espirituales y a manejar el vocabulario de la vida religiosa.  Esta imitación no es sólo un puro mecanismo sino que admite siempre un rasgo de espontaneidad, sinceridad e iniciativa personal.  La experiencia religiosa infantil es auténtica, frecuentemente en medio de la admiración y de la alegría, alcanza características personales. Por eso, el momento de entrada en el Jardín de Infantes puede considerarse un momento crucial en el proceso evolutivo del niño.  La religiosidad infantil es simbólica, contemplativa, concreta, sensorial. Los niños no son capaces de formular conceptos de manera lógica y coherente. Su pensamiento está siempre íntimamente ligado a la acción, es experimental y cargado de emotividad.  POR ELLO, POR EJEMPLO: SI UN DOMINGO ACERCA AL ALTAR LAS OFRENDAS DE LA MANO DE SUS PADRES VIVIRÁ DE OTRA MANERA EL IR CON ELLOS A LA CASA DEL SEÑOR. ALLÍ, HIZO ALGO, EN FORMA PERSONAL PERO ACOMPAÑADO DE SUS SERES QUERIDOS QUE LE INSPIRAN CONFIANZA Y SEGURIDAD.            

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         El niño se forma de una idea de las personas y de las realidades religiosas conforme a los modelos que lo rodean. La imagen del padre influye en la imagen de Dios, un padre muy autoritario, severo, justiciero, le convertirá una imagen angustiosa de él, y de Dios. El afecto de la madre también influye en las relaciones con Dios. Ella educará el sentido de Dios no tanto por razonamiento como por afectividad. Es la primera mediadora, sin cuya intervención se hace difícil la relación con Dios.  

“Mujer ahí tienes a tu hijo”                                                (Jn. 19, 26) 

  Pensemos en Jesús:  

“Y el niño crecía, se desarrollaba y se hacía cada día más sabio. Y la gracia de Dios estaba en él”

(Lc. 2, 40)  

                        

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LA RELACIÓN DE LOS NIÑOS CON DIOS   El niño crecerá en la fe con tres certezas adquiridas y vividas desde pequeño: la grandeza de Dios, el amor de Dios y la necesidad de absoluto ser humano. Esta toma de conciencia, paulatina y progresiva, de su relación con Dios se va internalizando en la medida en que el niño va viviendo experiencias profundas de encuentro con su Padre Dios.  La religiosidad del niño deberá ir respondiendo a estos tres aspectos fundamentales relacionados con la idea de Dios que el niño se va formando y que son necesidades vitales a su alma de bautizado y de su psicología.          

1. La grandeza de Dios. DIOS ES SU CREADOR  El primer rasgo que debe descubrir y vivenciar el niño a través de la oración es LA GRANDEZA DE DIOS. Dios se le revela grande, todopoderoso, creador de todo lo existente, fuente de toda energía, fuerte (triunfa siempre), omnipotente (está en todas partes). Dios es Señor del cosmos, de la historia, el único y distinto (Santo), el trascendente. Dios es lo más grande de todo y lo llama personalmente a hacerse pequeño, a agradecerle filialmente su creación, a adorarlo.   

2. El amor de Dios. DIOS ES SU PADRE  La grandeza de Dios está indisolublemente unida a LA BONDAD DE DIOS. Bondad y grandeza, amor y omnipotencia, no son términos contrapuestos sino ideas que se refuerzan y complementan. La necesidad de amor del niño tendrá que verse colmada por un Dios que lo quiere, lo ama, lo cuida, lo hace vivir, lo protege y compaña siempre. Hablaremos así de un Dios que es Amor, un Dios cercano y providente, bueno, que nos quiere a todos y a cada uno de nosotros. Nos invita a darle gracias a tener confianza y a dialogar permanentemente con Él. Por ello, habrá que descubrir y asociar con Dios todo lo que para el niño sea fuente de alegría, belleza, luz y gozo.  

 

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3. La necesidad de lo absoluto. DIOS ES SU DIOS  La necesidad de admirarse y de lo absoluto arrancan de su afán de grandeza, de su necesidad sobrenatural de Dios, de su deseo de trascendencia. Dios aparecerá entonces como la completud de la creatura, como un ser que responde a las necesidades más últimas de su naturaleza y de su vida de Gracia.  De este modo Dios no será algo impersonal o abstracto. DIOS SERÁ SU DIOS, que lo creó, lo eligió y lo ama personalmente.  El niño admirará y contemplará a su Creador, a su amigo, a su todo; con su vida le rendirá homenaje de amor y respeto. La oración no será otra cosa que el diálogo amoroso entre Dios y el hombre, entre dos personas que se aman.   

Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón no descansará hasta hallarse en ti.  

San Agustín.

La toma de conciencia de la relación con su Dios marca la necesidad de oración. Si no despertamos en los niños el deseo de orar, nuestra catequesis pierde sentido.  Si la catequesis no arriba a una auténtica oración, no hay auténtica catequesis. Insisto, la catequesis no debe hablar tanto “de” Dios sino hablar “con” Dios.                

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LAS DIFERENTES FORMAS DE ORACIÓN

Todo cristiano, o mejor toda persona sinceramente desea comunicarse con su Señor, va experimentando diferentes formas de oración a lo largo de su vida. Podríamos resumirlas o agruparlas en torno a tres elementos:  

Los momentos reservados a la oración personal  una actitud de fe que informa e inspira sus actos diarios   la celebración comunitaria de esa fe  

 El chico tendrá que ir experimentando desde pequeño las diferentes formas de oración que han surgido en la historia del Pueblo de Dios.  Para cada momento el niño conocerá y vivirá una forma de oración. Así, conocerá la alabanza por todo lo bello y hermoso que Dios nos dio; la oración de súplica; la de acción de gracias; la oración a través del canto, del gesto, del dibujo; las oraciones de carácter repetitivo, los textos breves de la Palabra de Dios, la oración personal, etc.   

ADORACIÓN  Dios es todo. Todo es de Dios y todo es para Dios. La actitud interior de la adoración es un “desaparecer” delante de Dios, de su trascendencia. Es reconocer que Él es todo y nosotros nada. Tiene uno necesidad de expresarse con la postración del cuerpo. “¡Entren, inclinémonos para adorarlo! ¿Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!” (Sal 95, 6‐7) Con Cristo, el Adorador perfecto, podemos llegar a ser nosotros adoradores proclamando: “Sólo Tú eres Dios”, o con los serafines: “Santo, Santo, Santo es el Señor” (IS. 6, 3) Jesucristo acepta la adoración (Mt. 2, 2. 8‐11; 28, 9. 17), no los apóstoles.  

¿Cultivas esta actitud que es sólo para Dios y por la que miles de cristianos dieron su vida por negarse a adorar a personas o ídolos? ¿Lo adoras en la Eucaristía y los sagrarios, en la exposición eucarística?      

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ALABANZA  Es fijar la mirada en Dios, en sus perfecciones, descubriendo maravillas siempre nuevas: su justicia, su salvación, su verdad, su belleza, su amor y su fidelidad, su fortaleza…y alabarlo, olvidándose de uno mismo. Con Jesús, el nuevo David, hacer propio los motivos de alabanza que inspiraban al salmista (Sal. 18, 30, 35, 109…) Es el gozo de María que en el Magnificat contempla que Dios ha obrado en su creatura (Lc. 1, 46‐55). Es la oración con que la Iglesia comienza cada día alabando a Dios (Laúdes). Es el cántico de los bienaventurados (Ap. 5, 13): “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor y gloria…”.      ¿Alabas a Dios ante el esplendor de la creación, ante sus obras a favor de su pueblo, ante sus perfecciones…? ¿Lo haces en nombre de todos?  

ACCIÓN DE GRACIAS  Surge mirando los beneficios ya concedidos por Dios, sea a través de los dones de la naturaleza, como de la gracia. Es la actitud del Hijo para con su Padre en el seno de la Trinidad: el Padre que se da, se le entrega por entero. “Padre, te doy gracias…” (Jn. 11, 41). Cristo la siembra en nosotros en la Eucaristía. Es la hora privilegiada para dejarnos tomar por entero por la acción de gracias de Cristo y unir a los suyos en nuestros motivos personales de dar gracias al Padre. “Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes” (1 Tes. 5, 18). “¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable!” (2 Cor. 9, 15).  ¿Te acuerdas de agradecer? ¿O bien pienso que para Dios y para los demás existe el deber dar y para mí el derecho de recibir? ¿Dar gracias cada mañana al despertar y cada noche al acostarte?  

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PETICIÓN  No es una actitud inferior. Es la primera que surge porque somos indigentes y puesto que Dios es nuestro Padre, tenemos la audacia de acercarnos a Él con confianza filial para exponerle nuestras necesidades. En los Salmos se pide con toda el alma: (Sal. 25, 26, 28, 57, 70, 88…) Jesús nos exhorta a pedir: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá” (Mt. 7, 7). En el Padre nuestro se nos enseña a hacerlo con siete peticiones. Tanto más audazmente cuanto que pedimos en su Nombre (Jn. 14, 13; 15, 16; Ef. 5, 20) y porque Cristo mismo ora por nosotros (Jn. 14, 16). Oremos al Padre con la misma actitud filial de Jesús, participando de su Espíritu (Gál. 4, 6).   

¿Le das a Dios la alegría de dar, de “sentirse” Padre, al hacerte mendigo a sus pies? ¿Qué le pedirías ahora por tu familia, por vos, por los demás…?   

  

PETICIÓN DE PERDÓN  Tomo conciencia de no haber respondido al Amor con amor, de no haber hecho la voluntad de Dios y lo confieso en la oración: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!...” (Lc. 18, 13). Ciertamente Cristo no conoció esta actitud, ya que no tuvo pecado. Sin embrago, “Él llevó sobre la cruz nuestros pecados cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos la pecado, vivamos para la justicia.” (1Ped. 2, 24). Obrando así, nos “dejó un ejemplo a fin de que” sigamos “sus huellas” (1Ped. 2, 21). Nuestro arrepentimiento será auténtico cuando nos haga preferir la voluntad de Dios a la nuestra, a ejemplo de Cristo.    

¿Te reconoces pecador? ¿Le pides perdón a Dios con frecuencia? ¿Comienzas tu oración personal pidiendo perdón como se hace en la celebración eucarística?    

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INTERCESIÓN  Es la oración del que busca “no solamente su propio interés, sino también el de los demás” (Fil. 2, 4). Abraham inaugura el largo linaje de intercesores (Gén. 18), Moisés, Jueces, Reyes, Profetas…Todas las figuras del gran y único Intercesor, Jesucristo (Rom. 8, 34; 1 Tim. 2, 5‐8) quien se ha solidarizado con nosotros, intercedió e intercede en el cielo para que nos abramos a la salvación que Él nos ha obtenido (Heb. 7, 25; 1Jn. 2, 1). Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de oración, lo atestiguan las cartas de San Pablo.    ¿Velas por la inmensa muchedumbre de hombres que Dios pone en tu camino (el enfermo, el que no tiene trabajo, el que tiene problemas familiares…)? ¿Ruegas por los que te hacen el mal, como Jesús?      

REPARACIÓN  La oración de muchos se ha vuelto egoísta. Más allá de la propia vida no se ve nada: nada tiene tanta importancia. La oración de reparación consiste en ofrecer los propios sacrificios, los propios sufrimientos por los pecados ajenos. Me pongo junto a Jesús para sentir con él, y lo que él siente por los pecadores, lo quiero compartir. Es vivencia del amor de identificación. Todo lo que se hace unido a Cristo, es agradable a Dios (1Ped. 2, 5; Rom. 12, 1‐2). Es acercarse a la cruz, a la mujer de los dolores del Apocalipsis (12, 2): en esta cumbre, se es expresión mariana. En y por Cristo (Heb. 10, 10) se es “a la vez salvado y salvador”.    ¿Te interpela el amor de Cristo no correspondido? ¿No te sientes llamado a unir tus dolores a su corazón, ofreciéndote como víctima por la salvación de la humanidad?   

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ABANDONO  Es una oración pacificadora. No hay anestesia que suavice tanto las penas de la vida como un “yo me abandono en Ti”. Jesús nos enseñó esta actitud de entrega en al Padrenuestro: “Hágase tu voluntad”, y el mismo expresó: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc. 23, 46). Te puedes servir del Salmo 23(22): “El Señor es mi pastor nada me puede faltar”. Es la oración de Santa Teresa de Ávila: “Nada te turbe, nada te espante… quien a Dios tiene nada le falta…” o la de Carlos de Foucault: “Padre, en tus manos me pongo. Haz de mí lo que quieras”.    Cuando te topas con grandes o pequeñas contrariedades: ¿Depositas en las manos del Padre que no nos defrauda, todo aquellos que te disgusta: tus padres, tu físico, la enfermedad, la vejez, tu historia herida, los “fracasos”, las impotencias…?                          

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UN LUGAR PARA LA ORACIÓN   EL “Rincón de Oración” o “Rincón de Jesús”       En muchas parroquias y escuelas que entremos, sobre todo en las salas de los Jardines de Infantes, casi siempre encontraremos la disposición de diferentes lugares “especiales”, “talleres”, “sectores” o, simplemente, “rincones”: el de los bloques, el rincón de la cocina, el de la carpintería, el rincón de las muñecas, la sala de música, el salón parroquial, etc.  Por medios de los rincones o sectores especialmente destinados para un uso determinado, el niño logra ordenar su cuerpo y su mente. Los hábitos y costumbres de cada rincón o sector ayudan a descubrir que existe un orden, un hábito, una conducta determinada de acuerdo al lugar o momento en que uno se encuentra. Los rincones ayudan a afianzar la ubicación espacio‐temporal.  Así como hay un rincón para el trabajo, para el juego, para el descanso, etc.; es importante que exista un lugar específico para la oración. ¿Acaso las iglesias no son, en nuestras grandes ciudades, un “pequeño rincón” de calma y tranquilidad, donde poder rezar?  La cuestión es ir encontrando el lugar y el momento adecuados para que los niños puedan sentirse más motivados para rezar y entrar en contacto con Dios.   1. EL RINCÓN DE ORACIÓN  Claro está que el lugar por excelencia para la oración es la capilla o iglesia. La mayoría de los templos están construidos con el fin de acercar la gente a Dios. El ambiente de silencio y recogimiento, la luz tenue, las imágenes religiosas; sobre todo si se está en presencia de Jesús Sacramentado, en el sagrario, lleva al creyente a sumergirse en una atmósfera de oración y de contemplación.  Aunque también es cierto que muchas veces la capilla o iglesia, por su lejanía o su incesante uno, no es el lugar adecuado para iniciar a los chicos en la oración. Al menos que se cuente con una capilla pequeña y disponible para tal fin.    

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         En mi experiencia, lo ideal sería contar con una sala  especialmente dedicada a tal fin, muy próxima a la sala de catequesis. Este debería ser un lugar privilegiado de la escuela o parroquia. Esta sala tiene que ser cálida, con poca visión hacia el exterior (se pueden disimular los vidrios con vitraux de celofán), con una alfombra para que los chicos puedan sentarse en el piso. En el mejor lugar de la sala, colocar una imagen de Jesús, una mesita con un mantel blanco, una Biblia, un Cirio Pascual y unas flores. Es decir, una especie de salón‐catequístico‐capilla donde con sólo entrar se sienta un clima diferente.  sé que la idea de contar con un salón exclusivo para la catequesis es muy pretenciosa y que no siempre es posible disponer del mismo. Por ello es que surge como alternativa el “rincón de oración” dentro de la misma sala. Por otra parte, el rincón en cada salón permite el trabajo simultáneo de varios catequistas y , el hecho de no tener que movilizarse a cada momento. Asimismo, sería bueno que cada familia pudiera disponer de un lugarcito o rincón destinado a la oración de su hogar, como antaño lo hacían nuestros mayores.  2. CARACTERÍSTICAS DEL RINCÓN DE ORACIÓN  Debemos respetar ciertas condiciones para que el rincón de oración o rincón de Jesús vaya “entrando” progresivamente en la vida de los chicos y se vaya transformando en algo sagrado, es decir, en algo separado especialmente para Dios, por su uso. Para armar el rincón de Jesús habrá que tener presentes las siguientes consideraciones:  

a) El lugar  

de honor: diferente, limpio, siempre en orden.  de poco tránsito y fácil acceso.  distinto: no utilizarlo para otra cosa. Siempre alegre y luminoso. 

 b) Las imágenes 

 La experiencia me indica que es muy importante la elección de las imágenes a colocar. Tiene que ser alguna imagen de Jesús (ya que Él es el centro de la catequesis). En algún momento, la podrá acompañar una imagen de la Virgen María o algún santo (cuando hablo de imagen estoy hablando indistintamente de una lámina, estatua o escultura).  Lo importante es que la imagen elegida sea del agrado de los chicos y apropiada para la catequesis. Es decir: imágenes naturales, sobrias, sencillas y simples; en las cuales se privilegie más el gesto y la expresión de los rostros que la imagen en sí misma.     

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La iniciación al silencio y a la oración en los niños

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         Preferentemente que sean imágenes de un solo color, sin demasiados elementos fantasiosos o que no correspondan exactamente a las narraciones evangélicas. Evitemos todos esos elementos accesorios que tienden a distraer o asustar a los chicos; por ejemplo: imágenes del Niño Jesús con el pecho abierto y el Sagrado Corazón a la vista lleno de espadas; imágenes con espinas y sangre; representaciones de la Virgen rodeada de ángeles o dominando demonios, etc.  Una cosa que debemos dejar bien clara es que las imágenes son representaciones hechas por los hombres y que Dios es mucho más que las mismas. Incluso conviene explicar a los niños cómo están hechas las imágenes y que no sucede nada en el caso de que se rompan, salvo la pérdida material.  A los chicos les tiene que quedar claro que los cristianos no adoramos ninguna imagen. Las representaciones de Dios tienen que servirnos para acercarnos más a Él. Siempre será mejor colocar una imagen de Jesús Resucitado que una crucificado. Puede ser la imagen del Buen Pastor. Busquemos que la expresión del rostro sea dulce y varonil, a la vez. 

 c) Elementos 

 Los elementos que integrarán el rincón de Jesús serán seleccionados con cuidado y siempre buscaremos la sobriedad, el buen gusto y la renovación constante de los elementos perecederos. Bien pueden ser los siguientes:  

Una mesita o repisa. Con un mantel blanco, que se encuentre a la altura normal para los niños parados. Es preferible correr el riesgo de la cercanía (aproximadamente 1m. de altura). 

Una Biblia.  Una imagen de Jesús.  Un florerito, con flores que traerán los niños.  Una vela pequeña.  Una alfombra y algunos almohadones. 

 d) Su uso 

 Al principio del año se rezará con los niños simplemente recogiéndose en el mismo lugar donde están. Después de haberlos iniciado en el silencio y la oración, es conveniente introducir y armar el rincón de oración.  Los chicos colaborarán en el armado y elección de los elementos. Los papas podrán participar en la celebración de inauguración del mismo.  

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         Demás está decirles que lo que va a diferenciar al rincón de oración va a ser su uso. Si ustedes, maestras‐catequistas, padres, no están convencidos de su utilidad y no lo usan para rezar, los chicos lo utilizarán mucho menos.  De  él extraeremos la Biblia para leer la Palabra en los encuentros catequísticos. Lo podemos utilizar para hacer la oración de cada día; para rezar juntos o en grupitos, cuando sea necesario; para ofrecer trabajitos, regalos, etc.  Los chicos podrán ir a rezar libremente al rincón ya sea al llegar o al salir; antes, durante o después de los recreos, sin pedir permiso; durante las actividades, pero pidiendo permiso…  Cuando los chicos estén libremente en el rincón no hay que controlar la oración que ellos realicen. Si quieren arrodillarse, hacer gestos, besar la Biblia, cantar u otro gesto, que se sientan en libertad de expresarse y  orar como el Espíritu les indique. Lo que importa es que se familiaricen con las cosas de Dios.  

Por supuesto que el mero hecho de tener un rincón para orar, no significa que los chicos recen más. La oración es un don de Dios y tiene que transformarse en una actitud de vida. El rincón de oración puede ser un elemento más que nos ayude a iniciarnos en este largo y hermosos camino.  

                 

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                         ACTIVIDAD FINAL DEL MÓDULO