Molla, Espiritualidad en La Accion Social

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Espiritualidad en la acción social M iles de religiosos y religio- sas en todo el mundo y, por supuesto, también en Espa- ña, están entregando día a día su vida en el servicio a los más po- bres. Un servicio hecho en el nom- bre y al modo del Señor Jesús. Un servicio que es especialmente di- fícil y necesario en las circunstan- cias económicas y sociales por las que estamos atravesando 1 . A todas ellas y ellos van dedicadas, con ad- miración y gratitud, estas reflexio- nes sobre la espiritualidad en la acción social, reflexiones que pre- tenden ser “ayuda” para su tarea cotidiana y para la vivencia interior de esa tarea. 1 FOLLETO CON ÉL / ENERO 2013 “Vio una gran multitud y se conmovió” (Mc 6,34) [DARíO MOLLá LLáCER, S.J.]

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Articulo de Teología

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  • Espiritualidad en la accin social

    Miles de religiosos y religio-sas en todo el mundo y, por supuesto, tambin en Espa-a, estn entregando da a da su vida en el servicio a los ms po-bres. Un servicio hecho en el nom-bre y al modo del Seor Jess. Un servicio que es especialmente di-fcil y necesario en las circunstan-

    cias econmicas y sociales por las que estamos atravesando1. A todas ellas y ellos van dedicadas, con ad-miracin y gratitud, estas reflexio-nes sobre la espiritualidad en la accin social, reflexiones que pre-tenden ser ayuda para su tarea cotidiana y para la vivencia interior de esa tarea.

    1FOLLETO CON L / ENERO 2013

    Vio una gran multitud y se conmovi (Mc 6,34)

    [daro moll llcer, s.j.]

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    un modo de acercamiento tal que hace bien al golpeado, al margina-do y excluido, al que ha sido pues-to en el lmite.

    En el contacto personal y com-prometido con quienes sufren en carne propia y con dolor la injus-ticia de la sociedad, cuando dicho acercamiento es autntico y sin-cero, tambin nosotros mismos somos golpeados y cuestionados. Golpeados en nuestra sensibilidad,

    cuestionados en nuestros modos de entender la vida y de afrontar-la. Y puestos en crisis tambin en nuestras convicciones y creencias ms hondas e ntimas. Esos gol-pes, ms all del inevitable dolor que siempre generan al ser pade-cidos, pueden tener efectos dispa-res segn cmo los elaboremos. Nos pueden destruir, porque son golpes duros, o nos pueden ha-cer ms fuertes, ms humanos, ms autnticos en nuestra vida

    A modo de presentAcin: pArA qu unA espirituAlidAd de lA Accin sociAl?

    Para qu sirve abordar el tema de la espiritualidad en la accin so-cial? Qu es lo que esta reflexin puede aportar a personas y vidas ya muy implicadas y entregadas en lo cotidiano? Evidentemente, no se trata de aportar una motivacin, pues la realidad muestra que esa motivacin ya est dada y adems es operante, hasta el herosmo en muchos casos. Otra cosa es que es-tas reflexiones puedan reforzarla o fortalecerla, algo que nunca viene de ms, y menos an en estos mo-mentos tan complicados.Creo que reflexionar sobre la es-

    piritualidad de la accin social y for-talecer el talante espiritual de nues-tro servicio y apostolado social nos puede ayudar en tres dimensiones, complementarias e interactivas, que son muy importantes en l:

    Hacernos presentes en la accin social nos pone en contacto da a da con personas y situaciones muy vulnerables, que han sido puestas y viven al lmite de sus posibilidades humanas. Y cuan-do nos acercamos a esas perso-nas es muy importante acertar en nuestras actitudes y modos de si-tuarnos ante ellas y con ellas, pa-ra que nuestra cercana sea, en verdad, sanante y humanizado-ra, no sea que, por falta de deli-cadeza o por ignorancia, les cau-semos an ms dao o ms dolor. Cuanto ms vulnerable, dbil y pobre es una persona, tanto ma-yor debe ser nuestra delicadeza con ella, nuestro respeto, el cui-dado con el que nos acercamos. La espiritualidad en la accin social pretende darnos algunas claves de

    espiritualidad en la accin social

    La espiritualidad en la accin social pretende darnos algunas claves de un modo de acercamien-to tal que hace bien al golpeado, al marginado y excluido, al que ha sido puesto en el lmite

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    y en nuestra fe. Nos pueden des-trozar o nos pueden transformar. La espiritualidad en la accin social pretende ayudarnos a vivir nuestra accin social de tal modo que haga de nuestra experiencia en ella una experiencia de crecimiento en hu-manidad y de maduracin de nues-tra entrega y de nuestra fe.

    Tuve hambre y me distis de co-mer () lo que hayis hecho a es-tos mis hermanos menores me lo hicisteis a mi (Mt 25,35.40). Ms all de ser un decisivo criterio de discernimiento y de juicio, estas palabras de Jess son tambin una promesa de encuentro con l. En el servicio al que tiene ham-bre y sed, al desnudo, al foras-tero, al encarcelado, nos es dada

    la promesa de encontrarnos con Jess cara a cara2. El encuentro con Dios es siempre gracia, nun-ca automatismo. Pero para reci-bir la gracia hay que disponerse.

    Dios pone al alcance de quien se acerca a sus hijos ms dbiles la gracia de encontrarse con l. Pe-ro, para experimentar esa gracia, se nos pide que nos acerquemos a ellos de una determinada manera, con unas determinadas actitudes. Nuestra accin social est llama-da a ser experiencia de Dios, ex-periencia mstica y de comunin con l y con nuestros hermanos: lo ser, efectivamente, si nuestro acercamiento es el de los limpios de corazn (Mt 5,8). La espiritua-lidad en la accin social pretende ayudarnos a actuar y mantenernos en nuestro servicio a los pobres en esa limpieza de corazn y de accin, que es, siempre, como nuestra pro-pia libertad, una limpieza amenaza-da. As nuestra accin social podr ser lugar de encuentro con Dios.

    Planteadas las maneras en que la espiritualidad en la accin social puede ayudarnos en el da a da de la misma, su finalidad, me dispon-go a subrayar algunos aspectos que me parecen ms importantes y/o urgentes de esa espiritualidad. No pretendo hacer una descripcin ex-haustiva de las posibles caracters-ticas de la misma; quien desee una

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    lo el comienzo, pero poco a poco va hacindose raz en el amor a Cristo pobre. Un amor que se alimenta en la contemplacin pausada y cons-tante de su amor por los pobres y de su forma de acercarse a ellos, en la convivencia con l que, sien-do rico, por nosotros se hizo pobre (2Cor 8,9), en la experiencia perso-nal de encuentro con l en la ora-cin y en la vida toda.

    En ese amor a Cristo pobre se des-encadena un proceso que tiene ma-nifestaciones y consecuencias muy importantes: Crecer en el amor a Cristo pobre nos va a llevar a amar cada da ms hondamente a los pobres, que son sus amigos, sus prefe-ridos, su gente Y a amarlos con la misma delicadeza, con la mis-ma libertad y con la misma en-trega que Jess los am. Pasan a ser nuestros amigos, nuestra gente. No son simplemente be-neficiarios o usuarios u ob-jetos de nuestra caridad, como tantas veces sucede. Y estable-cemos con ellos una relacin de autntica amistad. Hasta el punto que hablamos de dos amores in-separables: el amor a Jesucristo y el amor a sus amigos los pobres.

    nuestros bienhechores, nues-tros amigos e incluso miembros de nuestras familias3.

    Por eso nuestro apostolado social necesita un cimiento bien slido. Y ese no es otro que el amor perso-nal a Cristo pobre.

    Las races son algo que va cre-ciendo y fortificndose poco a po-co (cf. Mt 13 4-8). Es tarea de toda la vida el que nuestra raz, nuestro amor a Cristo pobre vaya profundi-zndose. Es normal que al comienzo nuestra accin social responda ms a impulsos: generosos, pero impul-sos; o que quiz sea simplemente un conjunto de experiencias pun-tuales; o incluso que sea algo ms ambiental que interno a la perso-na; o que resulte ser una bsqueda personal presentada como afn de servicio. No pasa nada si eso es s-

    explicacin o un listado ms com-pletos puede consultar la bibliografa que aparece al final2. Yo voy a hacer una seleccin de rasgos. Una selec-cin absolutamente intencionada y guiada por un doble criterio: crite-rio de importancia en s mismo y/o criterio de urgencia en este momen-to concreto que estamos viviendo.

    1. ArrAigAdos/As en el Amor A cristo pobre

    Una buena casa necesita bue-nos cimientos, esos cimientos s-lidos de los que habla el evangelio y que hacen que ni lluvia ni vientos amenacen su solidez (cf. Mt 7,25). Esos cimientos slidos son tanto ms necesarios cuando la casa es-t construida en un lugar abierto a los vientos y las tormentas. Nues-tro apostolado social no ser nun-ca fcil, no se puede pretender que lo sea cuando vamos a compartir la suerte de aquellos y aquellas que ms golpeados son por la vida, que ms injustamente tratados son. Las dificultades vendrn de fuera y bro-tarn tambin en nuestro interior; algunas nacern fuera de nuestra casa y otras se presentarn desde dentro de nuestras propias institu-ciones y/o comunidades. Me permito citar unas claras y lcidas palabras del P. Peter-Hans Kolvenbach, an-terior Superior General de la Com-paa de Jess:

    Si deseamos trabajar por la justicia de una forma seria y hasta las ltimas consecuen-cias, la cruz aparecer de forma inmediata en el horizonte. () Veremos levantarse contra no-sotros a aquellos que en la so-ciedad industrial de hoy practi-can la injusticia, o aquellos que por otra parte son considera-dos como excelentes cristianos y que quiz hayan podido ser

    espiritualidad en la accin social

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    En esa dinmica y relacin de amistad con los pobres, situados ya en el plano de la convivencia, el dilogo y el intercambio huma-no con ellos, vamos hacindonos progresivamente conscientes de sus valores, que tantas veces son ocultados por sus carencias, y que no descubriremos si no entramos en dilogo con ellos, como le su-cedi a Jess con aquella mujer cananea (cf. Mt 15,21-28). La dig-nidad de los pobres ser entonces para nosotros, no solo un principio terico o ideolgico, sino una ex-periencia personal. Y ese conven-cimiento ntimo de la dignidad de los pobres, de todos ellos, ms all de su aspecto o de sus carencias, es bsico para que nuestra accin

    social sea, de verdad, evanglica y fuerte en una sociedad que cons-tantemente se la est negando de palabra y/o de hecho.

    Por sintetizarlo de algn modo: se va produciendo en nosotros una profunda transformacin personal. Los pobres no son ya para nosotros una actividad ms en nuestra vida, o un espacio de nuestro tiempo, o un compartimento de nuestro cora-zn. Van entrando en el centro de la vida y del corazn y afectando a nuestra manera de ser y de vivir, a nuestra manera de pensar y de ac-tuar, a nuestro modo de ser perso-nas y de ser cristianos, a nuestras valoraciones y juicios, a nuestros intereses y proyectos. Y para siem-

    pre: hagamos el trabajo que haga-mos y vivamos donde nos toque vivir. Nuestros mismos votos religiosos se cargan de un sentido nuevo y se integran entre ellos desde el amor a Cristo pobre y a sus amigos los po-bres, nuestros superiores.

    2. ViViendo con AgrAdecimiento el don de lA VocAcin A lA Accin sociAl

    Es muy importante que vivamos nuestra llamada al servicio de los pobres y la posibilidad de llevarlo a cabo como un don, como un regalo que nos es hecho, con un profundo sentido de agradecimiento. Porque

    Los pobres no son ya para nosotros una actividad ms en nuestra vida, o un espa-cio de nuestro tiempo, o un compartimento de nuestro corazn. Van entrando en el centro de la vida y del corazn y afectando a nuestra manera de ser y de vivir, a nuestra manera de pensar y de actuar, a nuestro modo de ser personas y de ser cristianos, a nuestras valoraciones y juicios, a nuestros intereses y proyectos.

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    repercusiones muy negativas en aquellas personas a las que deci-mos que queremos ayudar.Desde ese modo inadecuado de

    situarnos nos creemos con dere-cho a exigir a los otros que compen-sen nuestro compromiso (parece mentira que me hagan esto a m, con lo que yo he hecho por ellos!), nos sentimos facultados para todo tipo de reproches o descalificacio-nes, entramos en una dinmica de pedir compensaciones afectivas y efectivas, nos reservamos el derecho a abandonar o desertar en funcin de nuestros cansancios o convenien-cias (hasta aqu hemos llegado, y nadie me puede pedir ms!), etc.Sucede, en definitiva, que lo que

    acaba pesando en nuestras decisio-nes y acciones somos nosotros mis-mos y no lo que ha de ser primero, que es la pobreza, el sufrimiento, la dignidad quebrada de las personas a las que queremos ayudar.Nuestra llamada interior al tra-

    bajo con los pobres y las vctimas de la sociedad es un don que, si lo

    el agradecimiento es la fuente de donde brotan, con espontaneidad y abundancia, cosas tan importantes en el trato con las personas como la generosidad, la alegra, la estima del otro, la gratuidad, la incondicio-nalidad, la perseveranciaEs un peligro vivirnos o situarnos

    en la accin social como hroes, como personas que hemos accedi-do a ella porque tenemos ms m-rito o sensibilidad que los dems; situarnos o vivirnos como los me-jores, los ejemplares en una so-ciedad mediocre e insolidaria. Si me permits expresarlo en forma algo caricaturesca, es peligroso formu-larnos a nosotros mismos cosas co-mo qu buenos y qu estupendos somos nosotros que nos dedicamos a los pobres!, qu contentos de-ben estar ellos de que alguien tan valioso como yo trabaje a favor su-yo!. Obviamente pocos son tan ne-cios de llegar a expresar estas for-mulaciones tal cual, pero s que, con ms frecuencia de la deseable, se perciben discursos internos de es-te tenor. Discursos que se perciben en el exterior por las consecuencias de los mismos.El problema de este tipo de acti-

    tudes no es slo, ni principalmen-te, un problema de orgullo o engrei-miento personal (que tambin), sino, sobre todo, el que a medio y largo plazo ese modo de situarse tiene

    espiritualidad en la accin social

    Aqu encontramos muchos rostros que han salvado su bon-dad y su ternura de los golpes recibidos. La capacidad festiva sorprende en vidas enteras asaltadas. El humor rompe en muchas ocasiones las situaciones extremas. Los golpes de la codi-cia o de la naturaleza arrasan con todo en unos minutos, pero desde las races brota la resistencia y la ca-pacidad de recomen-zar de nuevo.

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    hemos recibido y sabemos acoger-lo, cuidarlo, hacerlo crecer, se con-vierte en uno de los mayores dones que se nos pueden dar en la vida. Y si algo debemos sentir en el caso de haberlo recibido, no es otra cosa que ser unos privilegiados. Abrumados por el misterio de haber recibido y seguir recibiendo cada da algo tan valioso sin que hayamos hecho na-da por nuestra parte para recibirlo.El descubrimiento y la vivencia de

    la vocacin a la accin social como un don es, por supuesto, tarea de toda la vida, y tiene que ver tam-bin con la madurez personal y es-piritual. Es normal que al principio los sentimientos no confesados ni explicitados de herosmo, de com-paracin con otros, de gustarnos a nosotros mismos estn ms pre-sentes y activos, sobre todo si en-tramos jvenes en el mundo de la accin social o si lo hacemos desde contextos en que este compromi-so es llamativo o excepcional. Con el tiempo vamos madurando y en-trando ms en la lgica del don que

    en la del herosmo personal Pero hay que examinar si vamos efecti-vamente avanzando en ese camino. Porque, incluso maduros, nos sor-prendemos de vez en cuando con rebrotes de actitudes que creamos superadas.Tambin nos ayuda a crecer en

    el sentido del don de nuestra voca-cin social la constatacin de to-do aquello que vamos recibiendo y descubriendo en la cercana de los pobres. Una constatacin que para

    ser experiencia, y no meramente un tpico ideolgico o un sonsonete voluntarista, requiere su tiempo. Se valora, en verdad, ms all del da a da y ms lejos que la inmediatez Entonces s nos damos cuenta y po-demos contar con verdad y desde el corazn cosas como stas:

    En la cultura popular encon-tramos una solidaridad que en-frenta las emergencias de cada jornada y que permite sobrevi-vir. Nadie sabe cmo circula la ayuda discreta que respeta la dignidad herida del que no con-sigue para la comida o la me-dicina. Aqu encontramos mu-chos rostros que han salvado su bondad y su ternura de los golpes recibidos. La capacidad festiva sorprende en vidas en-teras asaltadas. El humor rom-pe en muchas ocasiones las si-tuaciones extremas. Los golpes de la codicia o de la naturaleza arrasan con todo en unos minu-tos, pero desde las races bro-ta la resistencia y la capacidad de recomenzar de nuevo. Por la maana un cicln arrasa un cultivo. Por la tarde se puede empezar a preparar la siem-bra de nuevo4.

    Pero aquello que confiere a nues-tra vocacin social un alcance y una profundidad determinantes, aque-llo que la fortalece y la hace sli-damente estable, es cuando ella misma se convierte en experiencia mstica. Obviamente, no utilizo la palabra mstica en un sentido bur-do y deforme que sera hacer equi-valente a lo que nos transportara a otro mundo; la utilizo en su sentido ms hondo y verdadero, el que hace referencia a la unin. A la unin y comunin entre personas que, a partir de la convivencia mutua, van acercando sensibilidades, deseos, corazones.

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    Ya no estamos en la lgica del cumplimiento ms o menos heroi-co, ni tan siquiera solo en la lgica ms pura y limpia del don: hemos ido ms all. La experiencia mstica en la accin social se da cuando la entrada de los pobres en nuestra vi-da es tan interior que nos desposee y nos libera a nosotros mismos de nosotros mismos, y ya no miramos por nuestros ojos, ni valoramos con nuestra lgica, ni amamos solo des-de los afectos de nuestro corazn.El don se ha hecho carne de nues-

    tra carne y sangre de nuestra san-gre; parafraseando a San Pablo, no soy yo quien vive, es l, el pobre y humilde, y sus amigos los pobres quienes viven en m. El don se va convirtiendo en Eucarista.

    3. con un tAlAnte contemplAtiVo

    El talante contemplativo es im-portante en cualquier forma de vida cristiana, pero es ms importante an, si cabe, cuando nuestra voca-cin cristiana se realiza en el da a da de la accin social. Por qu? En ella nos encontramos con personas muy frgiles, muy golpeadas, muy vulnerables Ello como decamos al comienzo de esta reflexin- nos obliga a una especial delicadeza y atencin para poder ayudar a estas personas; para acertar, en la me-dida de nuestras posibilidades, en ofrecerles aquello que realmen-te estn necesitando y que est en nuestras manos. Para que efecti-vamente nuestra accin sea servi-cio, porque es respuesta a sus ne-cesidades.Ese talante contemplativo se con-

    creta en una mirada que es capaz de atravesar las apariencias y que huye de la superficialidad de las primeras impresiones y de los juicios preci-pitados; en una capacidad de escu-char que no escucha slo palabras,

    la verdad de nuestro servicio. C-mo responder o ayudar al otro en su necesidad, si no dedicamos tiempo y no ponemos atencin en captar-la? Servir no es demostrar nuestras habilidades ni llevar adelante nues-tros planes preconcebidos: todo eso no es servicio, por muy satisfechos que nos deje, si no responde verda-deramente a la necesidad del otro.El talante contemplativo har que

    nuestra sensibilidad se vea afecta-da y que nuestro amor a los po-bres sea, de verdad, amor. Qu quiero decir con eso? Algo muy sen-cillo y muy obvio: el amor es sen-timiento, afecto, pasin, movimiento del corazn, preferencia, cuida-do Si no nos dejamos afectar, el amor a los pobres acaba sien-do frmula, retrica, tpico Y slo es eso, y nada ms que eso, cuando el dolor de los pobres no nos due-le, ni su indignacin nos indigna, ni sus carencias nos desposeen o nos hacen vulnerables.Dejarse afectar es permitir que

    el mundo de nuestros afectos (nues-tro mundo ms nuestro, ms nti-

    espiritualidad en la accin social

    sino que es capaz de escuchar los gestos, las expresiones del rostro, los silencios, y as captar tambin lo que las palabras no aciertan a ex-presar o lo que las palabras escon-den; en un poner todos los senti-dos en captar la realidad de la otra persona y de las circunstancias pa-sadas o presentes que es ineludi-ble tener en cuenta para acompa-arla y ayudarla.El talante contemplativo lo ad-

    quirimos mediante el silencio, la contemplacin y la convivencia. El silencio en el cual, al acallarnos a nosotros mismos, nos hacemos ca-paces de dar entrada y acoger la realidad del otro; la contemplacin como ejercicio paciente y constan-te de mirar hacia fuera con aquella atencin amorosa que deca San Juan de la Cruz, atentos al gesto y al detalle en el que descubrimos lo autntico de las personas; la con-vivencia que es compartir vida, las experiencias ms sencillas y coti-dianas de la vida para poder, en al-gn momento, entender y compar-tir aquellas otras experiencias que son determinantes en la vida de las personas.Solo la profundidad y la calidad

    de nuestra contemplacin aseguran

    Dejarse afectar es, en suma, dejar que el pobre entre en nuestra vida

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    mo, ms personal) sea trastocado, transformado, herido por los pobres y sus sufrimientos. El evangelio de Jess habla reiteradas veces del conmoverse las entraas de Je-ss al ver el sufrimiento de los ms pequeos y pobres de su pueblo. S; dejarse afectar son entraas que se conmueven, revolucin interior y, por qu no decirlo?, dolor de est-mago Cuando eso sucede es que nuestra accin social es amor; si no, es burocracia o beneficencia o paternalismo.

    no podemos orar del modo que or-bamos, y que cosas que nos parecan muy claras se nos oscurecen, y que nos sentimos distantes de amigos que formaban parte de nuestro mun-do y de los que cada vez, con dolor, nos sentimos ms lejanos, y tantas cosas ms que cambian Yo creo que. Incluso, miramos a Dios de otra manera y lo importante es enton-ces y, pese a todo, seguir mirndole.Benedicto XVI lo formula con mu-

    cha hondura:

    Deberamos permanecer con esta pregunta ante su rostro, en dilogo orante: Hasta cundo, Seor, vas a estar sin hacer jus-ticia, t que eres santo y veraz? (cf. Ap 6,10). () los cristianos () aunque estn inmersos co-mo los dems hombres en las dramticas y complejas vicisi-tudes de la historia, permane-cen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aun-que su silencio siga siendo in-comprensible para nosotros5.

    Pienso que este dejarse afec-tar, importante siempre, es espe-cialmente necesario en estos tiem-pos difciles que nos est tocando vivir. Porque slo en la medida en que nos sintamos afectados, per-maneceremos. Permanecer en las circunstancias presentes tiene unas exigencias, unos costos aadidos, que slo consentiremos en aceptar si nos sentimos afectados por el sufrimiento de los pobres.Vivimos momentos en los que se

    nos predica, y se nos impone, una lgica (que tiene su lgica, cla-ro, que tiene sus argumentos y ra-zones) que deja a los pobres en su sufrimiento o lo aumenta. Dejarse afectar es experimentar el recha-zo interior a esa lgica y pregun-tarse y buscar y estudiar y propo-ner una lgica que no genere tanto sufrimientoDejarse afectar es, en suma, de-

    jar que el pobre entre en nuestra vida Y cuando el pobre entra en nuestra vida es para revolverla De repente nos encontramos con que ya

    El talante contemplativo se concreta en una mirada que es capaz de atravesar las apariencias y que huye de la superficialidad de las primeras impresiones y de los juicios precipitados

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    y ayuda a evitar los peligros de au-toengao en sus variadas formas.En el contexto en el que estamos

    desarrollando estas reflexiones nos vamos a referir bsicamente al nivel personal del discernimiento. Pero sin olvidar, por su importancia, un discernimiento institucional sobre la accin social de nuestros institu-tos en unos momentos en que tan amenazadas estn, incluso en su misma supervivencia, sus iniciati-vas sociales. Otra cosa es sealar lo que son los matices y procedimien-tos propios de un discernimiento institucional con respecto al per-sonal, tema muy importante y deli-cado pero que excede al objeto de esta reflexin.Sealamos a continuacin algu-

    nas de las preguntas o de los con-

    Cules son los elementos que integran ese discernimiento? Los sintetizaba muy concisa y exacta-mente el documento La Iglesia y los pobres, documento que publi-c la Comisin Episcopal de Pasto-ral Social en 1994, y que ha sido re-cientemente objeto de estudio por la revista de Critas Espaola Corin-tios XIII: () dilogo, anlisis deta-llado de la realidad y oracin al Es-pritu Santo, que debe ser el gua de nuestra actividad cristiana (n 61).La oracin hace el discernimiento

    propiamente tal y no una simple de-liberacin; el anlisis de la realidad es condicin indispensable, pues lo que el discernimiento busca es inci-dir lo ms evanglicamente posible en una realidad concreta; el dilogo es una necesaria mediacin eclesial

    4. en constAnte discernimiento

    El discernimiento es una necesi-dad permanente en una espiritua-lidad cristiana madura. Pues el dis-cernimiento no es otra cosa que el amor vivido en madurez y en liber-tad. El discernimiento busca con-cretar el amor en las circunstancias personales, sociales, eclesiales en que la persona vive. El amor, pa-ra ser real, necesita ser concre-tado: un amor que no se concre-ta acaba siendo palabra vaca, se evapora. Como ya dijo San Igna-cio, el amor autntico ha de ser una discreta caritas, una caridad que pa-sa por el discernimiento.Benedicto XVI lo ha expresado de

    modo precioso en su encclica La Caridad en la Verdad:

    () La caridad no excluye el sa-ber, ms bien lo exige, lo pro-mueve y lo anima desde den-tro. El saber nunca es slo obra de la inteligencia. Ciertamente, puede reducirse a clculo y ex-perimentacin, pero si quiere ser sabidura capaz de orientar al hombre a la luz de los prime-ros principios y de su fin ltimo, ha de ser sazonado con la sal de la caridad. Sin el saber, el ha-cer es ciego, y el saber es est-ril sin el amor. () No existe la inteligencia y despus el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor6.

    Ese discernimiento necesario en todos los mbitos de la vida cris-tiana lo es tambin, por supuesto, en la accin social. Y lo es ms an en este tiempo de crisis, desorien-tacin y desolacin en sus variadas formas. Por eso, una espiritualidad en la accin social debe prestar es-pecial atencin al discernimiento.

    espiritualidad en la accin social

    El discernimiento busca incidir lo ms evanglica-mente posible en una realidad concreta; el dilogo es una necesaria mediacin eclesial y ayuda a evitar los peligros de autoengao en sus variadas formas

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    tenidos que puede tener el discer-nimiento propio de la accin social:

    el anlisis o diagnstico sobre qu es aquello que est realmente su-cediendo en relacin a la situacin y los sufrimientos de los pobres, las causas de todo ello y la exis-tencia o no de posibles alternati-vas No cabe duda que en este momento proliferan anlisis par-ciales e interesados que ocultan o enmascaran las verdaderas cau-sas de la situacin de crisis o que la presentan como una situacin ineludible o inevitable;

    el discernimiento sobre qu es lo que podemos y debemos hacer en una situacin en la que, cla-ramente, las necesidades des-borden nuestras posibilidades. La tensin entre necesidades y posi-bilidades es una tensin de siem-pre. Ya en el evangelio tenemos una clara muestra de esta situa-cin en el episodio de la multipli-cacin de los panes: Doscientos denarios de pan no bastaran pa-

    ra que a cada uno le tocase un pe-dazo (Jn 6,7). Se nos pide gene-rosidad para poner en juego todo aquello que tenemos, pero tam-bin lucidez para ver dnde lo po-nemos; cuando menos podemos llegar a todo, ms necesario es acertar con aquello en lo que va-mos a actuar;

    el discernimiento sobre el mo-do de hacer las cosas. Los modos son muy importantes para quie-nes queremos hacer accin so-cial desde el evangelio de Jess.

    Hay que cuidar un modo evang-lico del acercamiento al dbil y de encuentro con l: un modo de hacer que sea respetuoso de su dignidad y promueva su autono-ma humana7; un modo evangli-co que es muy cuidadoso en evitar dependencias efectivas y afecti-vas y en afirmar la gratuidad. Es-tos tiempos difciles que vivimos nos pueden tentar de actuaciones precipitadas, que no respeten ade-cuadamente la singularidad de ca-da persona; y tambin en quienes se acercan a nosotros les pueden tentar de dinmicas de dependen-cia y /o pasividad;

    va muy ligado este discernimiento al examen de nuestra rectitud de intencin en el acercamiento a los pobres, una rectitud de intencin que no est asegurada, sin ms, por el mero hecho de dedicarnos a la accin social. Como bien sa-bemos por experiencia, dentro de personas e instituciones que tra-bajan en la accin social tambin existen bsquedas muy interesa-das, manipulaciones e incluso gen-te que hace su negocio (econ-mico o de otro tipo) a costa de los pobres. Aunque no lleguemos a esos extremos, siempre hemos de estar vigilantes sobre si aquello que nos mueve sigue siendo la pu-

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    espiritualidad en la accin social

    ra intencin del divino servicio o sobre si no hay faltas de libertad o miedos que perturban nuestro pensar y nuestro obrar;

    ser necesario discernir tambin, de modo particular mientras dura esta situacin de crisis y dificul-tad, qu medios hemos de poner en juego, qu recursos es ms o menos lcito buscar y obtener y con qu procedimientos (porque no todo vale) y con qu compa-eros (personales e instituciona-les) queremos colaborar y pagan-do qu precios;

    sin duda ninguna, en nuestra ac-cin social se nos van a plantear conflictos: de intereses, de valo-res, entre personas, entre per-sonas e instituciones; y tambin tensiones entre apuestas y pro-nunciamientos personales e ins-titucionales, entre modos a veces muy diversos de ver las cosas en-tre compaeros/as o entre noso-tros y las instituciones a las que pertenecemos.

    Es amplio el abanico de cuestio-nes y, por tanto, permanente la ne-cesidad de situarnos en clave y ta-lante de discernimiento. Porque las soluciones ni vienen siempre dadas

    glica. La esperanza no es inge-nuidad ni ignorancia, no enterarse de la realidad ni asumirla, sino que carga con ella, asume el presente y espera desde el dolor del presen-te. La esperanza no son falsas y su-perficiales palabras de consuelo de quien no se vincula al sufrimiento del pobre; muy al contrario, eso no es esperanza sino cinismo; no hay esperanza si esas palabras bonitas o consoladoras van desprovistas de responsabilidad y compromiso. Esperanza no es un mero y vacuo optimismo, o un simple clculo de posibilidades positivo.Y cuando cimentamos nuestra es-

    peranza en nuestros xitos (reales o aparentes, presentes o futuros), en nuestros buenos resultados, en las alabanzas ajenas construimos una falsa esperanza sobre un fun-damento de arena que no resistir las primeras contrariedades, o las circunstancias adversas, ni los fra-casos (tambin reales o aparentes) o las crticas, a las que tan sensi-bles somos cuando vivimos centra-dos en nosotros mismos9.En este tiempo difcil (ha habido

    alguna vez un tiempo fcil para los pobres y para quienes se compro-meten a acompaarlos y ayudarlos, a compartir vida con ellos?) tenemos la oportunidad de recuperar lo ms

    de antemano ni son siempre fci-les. Pero el buen discernimiento nos proporciona la confianza y la paz de sabernos guiados, en medio de nuestra perplejidad, desconcier-to u oscuridad, por el Espritu que condujo a Jess a travs de un de-sierto que no es slo un lugar fsi-co, sino un lugar vital8.

    4. unA esperAnzA recuperAdA

    Los tiempos difciles son tiempos para la esperanza. Para la autnti-ca y evanglica esperanza. El do-cumento ya citado de La iglesia y los pobres dedica sus ltimos n-meros (146-154) a hablar de la es-peranza, siempre necesaria cuando se trabaja por la justicia del Reino y se quiere apostar por los pobres con la entrega de la propia vida. Y lo hace en trminos muy hermosos y con una gran abundancia de mati-ces: esperanza y confianza en Dios, esperanza y humildad, esperanza y paciencia, esperanza y perseveran-cia Vale la pena su lectura.Pero, adems, creo que las dif-

    ciles circunstancias que estamos atravesando son una oportunidad de purificar nuestra esperanza y acercarla ms a su verdad evan-

  • 13FOLLETO CON L / ENERO 2013

    autntico de la esperanza del evan-gelio, de toda la Historia de la Sal-vacin. Me atrevo a sugerir alguna de sus formas:

    a. La esperanza como grito orante. El grito que pone el sufrimiento en las manos de Dios. Me parece que esa es la oracin de muchos sal-mos o la de Jess en Getseman. Espera quien en medio del sufri-miento mira al O/otro, quien com-parte su dolor con alguien. Des-esperar es encerrarse uno mismo en su propio sufrimiento, deses-perar es ahogar y ahogarse en el propio grito. Quiero que Dios me oiga porque espero; muchas ve-ces no s bien qu espero, pero espero! En el fondo de ese grito orante, aunque la forma parezca desesperanzada, no hay deses-peracin, sino confianza. Cuando alguien se atreve a gritarme su dolor en el t a t del encuentro interpersonal es porque espera algo de m, aunque sea, simple-mente, que soporte su grito, que no me haga el sordo. Lo mismo sucede con Dios. El problema no

    es nunca que la oracin sea dolo-rida, interpelante, incluso aparen-temente irrespetuosa, acusadora u ofensiva: el problema es que no haya oracin, que deje de creer en ella, que deje de orar.

    b. La esperanza es, tambin, la ca-pacidad de sostener nuestras preguntas en la oracin y en la vi-da, y es tambin la capacidad de orar y de vivir con preguntas. Nos cuesta mucho sostener pregun-tas, soportarlas, convivir con ellas. Somos adictos a las respuestas e inquietos ante las preguntas. Nos han educado mal en este sentido: nos han hecho creer y vivir que la religin o la relacin con Dios es slo una suma de certezas, sin

    mezcla de pregunta alguna. Exi-gimos a Dios respuestas a todo y para todo, y lo ms pronto posi-ble, y cuando Dios no nos las da (que es bastantes ms veces de las que nos gustara), tendemos a inventarnos nosotros las respues-tas10. Que suelen ser rpidas, su-perficiales y falsas, porque nor-malmente, cuanto ms rpida es la respuesta a una pregunta vital honda, ms superficial suele ser dicha respuesta. Cmo nos cues-ta convivir con preguntas para las que no encontramos respuesta y aceptar que vamos a vivir un tiem-po, ms o menos largo y, a veces, a morir sin haber encontrado la respuesta a muchas de nuestras preguntas! El ignorante, el au-tnticamente ignorante, es el que cree que hay respuesta para todo.

    c. Finalmente, es importante re-cuperar el ms autntico sentido teologal de la esperanza. Espe-ranza no slo porque Dios ven-dr, sino porque Dios est vi-niendo ya. Dios est viniendo en estos tiempos difciles y oscuros de muchas maneras. Dios est vi-niendo en muchos gestos, en mu-chas personas que son samarita-nas del dolor de nuestro tiempo calladamente, discretamente Dios est viniendo ya en la capa-cidad de alegra y de resistencia y de solidaridad de tantos y tantas pobres que vencen da a da su po-breza con dignidad. Dios est vi-niendo ya cuando en el encuentro con los pobres somos despose-dos de nosotros mismos y somos contrastados con nuestra verdad y aprendemos el autntico valor y significado de tantas cosas que confundamos con sucedneos: alegra por triunfo, dignidad por posicin social, gratitud por buena educacin, paciencia por aguan-tar el chaparrn, fortaleza por

    La esperanza no es ingenuidad ni ignorancia, no enterarse de la realidad ni asumirla, sino que carga con ella, asume el presente y espera desde el dolor del presente.

  • 14 FOLLETO CON L / ENERO 2013

    no est condicionada por la respues-ta que recibimos, sino por la nece-sidad que detectamos.Ms all de ese sentido primero de

    no cobrar ni afectiva ni efectivamen-te, la gratuidad contiene perfiles de mayor finura. Consiste tambin en no buscar beneficios ni rendimien-tos personales de mi accin social en forma de prestigio, de imagen, de mritos que me adjudico; de no tratar nunca a las personas como mi propiedad: mis pobres, mi gente, mi grupo, adjudicndome exclusivas que nadie me ha dado y que incluso pueden llegar a impedir o boicotear otras acciones distintas y quin sabe si ms beneficiosas- a la ma Se trata de no cambiar nun-ca dignidad por ayuda. La meta de una accin social limpia es ayudar sin menoscabar, sino ms bien po-tenciando la dignidad de aquel que recibe ayuda; nada de lo que da-mos tiene valor, sino que ms bien

    nes de esa gratuidad que dignifica y que da a la accin social su autnti-ca categora de humanidad.En un primer sentido, el primero

    que pensamos al hablar de gratui-dad, est el no cobrar, en compen-sacin de nuestra ayuda, de aquel a quien ayudamos. Otra cosa es co-brar de nuestro trabajo de aquellos que nos contratan. Obviamente, y en accin social, no pensamos en co-brar nuestra ayuda en dinero, sino de otras formas menos materiales, pero no menos onerosas de grati-ficacin y que tienen que ver, bsi-camente, con compensaciones de tipo afectivo. Se trata de no cobrar ni cuando las cosas salen bien (en forma de dependencias, fidelidades, adhesiones, silencios), ni tampoco cuando las cosas salen mal (en es-te caso en forma de reproches, mi-nusvaloraciones, descalificaciones, rencores o resentimientos). Gra-tuidad significa que nuestra accin

    capacidad de golpear, caridad por beneficencia, Dios por posesin

    Recuperar el sentido teologal de la esperanza nos permite, ade-ms, vivir la esperanza de modo ac-tivo. Porque si Dios est viniendo ya y ese es el fundamento de nues-tra esperanza-, de lo que se trata es de buscarlo: de buscarlo activa-mente en medio de las dificultades y la complejidad de nuestro mundo. Porque estar, est. Eso s, a su mo-do. Al modo de Dios que Jess reve-la en el evangelio: discreto sencillo, humilde, necesitado de aceptacin y reconocimiento.Son muchos los nombres de

    Dios No solo respuesta, sino pre-gunta; no solo quietud, sino acicate; no solo claridad, sino bsqueda; no solo meta, sino camino La asctica de la autntica esperanza, la actitud y el esfuerzo que nos pide, la espe-ranza activa es, pues, el buscar y hallar a Dios en todas las cosas, y en todos los lugares y en todos los tiempos. Tambin en estos.

    5. en grAtuidAd

    Tu fe te ha salvado, vete en paz: esta frase que Jess utiliza reite-radamente despus de muchas de sus acciones y signos sanantes y li-beradores, es una perfecta sntesis de la gratuidad que es el signo ma-yor, la caracterstica ms sealada de una accin social hecha al modo del evangelio. Las dos afirmaciones que componen esta frase apuntan dos rasgos bsicos de esta gratui-dad: con respecto al propio Jess, la no exigencia de ningn tipo de con-dicin o compensacin por su ayuda; con respecto a la persona sanada, la potenciacin y puesta de relieve de sus posibilidades ms hondas, la afirmacin, en suma, de su dignidad.Es importante que profundicemos

    tambin nosotros en las dimensio-

    espiritualidad en la accin social

    Recuperar el sentido teologal de la esperanza nos permite vivir la esperanza de modo activo. Porque si Dios est viniendo ya de lo que se trata es de buscar-lo en medio de las dificultades y la complejidad de nuestro mundo. Porque estar, est. Eso s, a su modo.

  • es perverso y daino si lo damos a cambio de quitar dignidad.Gratuidad es tambin, adems de

    tratar con la mayor dignidad posi-ble, hacer un esfuerzo por subra-yar todo lo que de bueno y positivo tienen las personas, por poco apa-rente que sea, y tratar siempre de partir de ello en nuestra accin. Gra-tuidad es subrayar posibilidades y abrir horizontes y favorecer en las personas, por indigentes que sean, todo lo que potencia su autonoma progresiva; gratuidad es dar pro-tagonismo efectivo y aminorar al mximo las dependencias.Gratuidad tiene que ver con liber-

    tad: la libertad que nosotros tene-mos con respecto a nosotros mis-mos y la libertad que somos capaces de generar en quien se acerca a no-sotros.

    6. A modo de eplogo y confesin

    La cercana a los pobres afecta a nuestra experiencia personal de Dios. La interroga e interpela, la pu-rifica y la sanea, la hace otra, se-guramente mucho ms austera en palabras y formulaciones, menos fcil en sus afirmaciones, pero qui-z ms honda, ms autntica, ms radical Creo que por ah va el famoso los pobres nos evangelizan: por me-dio de ellos nos lle-ga una buena no-

    ticia de Dios y sobre Dios que nos transformaEn ese espritu de agradecimien-

    to a Dios, a tantos/as que en sus carencias me han entregado el te-soro de Dios, y tambin de testimo-nio personal (y, por ello, limitado), comparto alguna de esas conviccio-nes ntimas sobre Dios en forma de itinerario, un itinerario por supuesto- inacabado.En un primer momento, la expe-

    riencia ms honda es la experien-cia de la necesidad de Dios, de un Dios que escuche el clamor del po-bre, que atienda a su dolor, que ha-ga justicia ante tanta injusticia, que d la vida (la Vida de verdad y con mayscula) a tantos y tantas cuya vida ha sido destrozadaEn ese momento resuenan con

    especial intensidad muchos de los salmos o de los textos de los pro-fetas La impotencia, la dolorosa impotencia, ante tanto sufrimiento e injusticia, ante tanta criatura mal-tratada, nos lleva a desear un Dios omnipotente: un deseo que es le-gtimo cuando es una forma de ca-

    rio por quienes sufren y no un ca-pricho egosta de nios que nunca tienen bastante o que nunca estn contentos con lo que tienen Hay un modo legtimo de rezar Omnipo-tente Dios: el que expresa un de-seo de justicia y de vida para quie-nes no la tienen.Despus, con el tiempo y con paz,

    se va descubriendo algo del autn-tico ser de Dios, revelado en Jess y desconcertante para nosotros: es el tiempo de la purificacin y de la llamada no a la accin, sino al com-promiso de vida. He hablado antes del Dios de las preguntas, ms que del Dios de las respuestas; pero, adems:

    somos invitados a tomarnos en se-rio la encarnacin como modo de presencia de Dios en el mun-do Y la encarnacin de Dios en Jess es encarnacin en debilidad y pobreza Naci pobre y asumi la condicin humana como pobre; muri en cruz, muerte de escla-vo y fuera de la ciudad E incluso su resurreccin fue una resurrec-cin en debilidad: el Resucita-do no se impone: est nece-sitado de reconocimiento y aceptacin Dnde bus-

    camos a Dios?... Y va-mos comprendiendo

    (o, mejor dicho, tragndonos) que la reden-cin de Dios se somete a la historia hu-mana y no es-capa de ella;

  • 16 FOLLETO CON L / ENERO 2013

    vamos captando aquello que tan bellamente expres Etty Hille-sum: que no es que Dios tenga que ayudarnos a nosotros, sino que nosotros tenemos que ayu-dar a Dios11. Ayudar a Dios a que se apodere de nosotros, a que se encarne en nosotros, y as ayudar a Dios a hacer su obra en el mun-do Es curioso: frente a la prepo-tencia humana de prescindir de Dios para sentirse alguien, la hu-mildad de Dios de querer necesitar del hombre para llevar adelante su obra Ese ayudar a Dios da pleno sentido a nuestra existen-cia humana, y es en ese ayudar a Dios como experimentamos que Dios nos ayuda a nosotros

    No slo Dios es amor, sino que no es ms que amor Qu fcil nos resulta aceptar lo primero y qu difcil nos resulta aceptar lo segundo!... Y aceptar que, como el amor humano, el amor de Dios puede fracasar, ser incompren-dido, rechazado, ignorado Antes que nada, por nosotros y en no-sotros mismos Creo que hay un misterio an mayor que el mismo amor de Dios: el modo cmo Dios ama a cada persona humana

    espiritualidad en la accin social

    NOTA

    S

    Hay, con todo, algo que no se des-cubre ni se conoce como tal, pero que se intuye y se acepta con res-peto y agradecimiento: que hay algo de Dios, mucho de Dios, que slo los verdaderamente pobres conocen y a ellos les es comunicado y que yo no voy a percibir nunca, porque les es-t reservado a ellos Una vivencia de Dios inaccesible para m en sus contenidos y en sus formas, pero de la que yo soy enriquecido cuando con limpieza me acerco a ellos y que se transmite sin palabras ni fr-mulas, sino en la proximidad unas veces sufriente, otras misteriosa-mente gozosa Es por poner slo un ejemplo- la que transmiten los ojos grandes de los nios de frica cuando te dejas mirar por ellos

    BiBliOgrAfA

    Altaba, Vicente: Diez claves de espiritualidad en la accin caritativa y social (pliego): Vida Nueva n 281 (3.8.2012).Benedicto XVI, Caritas in veritate (29.6.2009).Benedicto XVI, Deus caritas est (25.12.2005).Catal, Toni, Salgamos a buscarlo fuera de la ciudad, PPC, Madrid 2010.Comisin Episcopal de Pastoral Social, La Iglesia y los pobres (21.2.1994).Aa.Vv., La Iglesia y los pobres (1994). Relectura y vigencia del documento hoy: Corintios XIII n 143 (2012).Moll, Daro, Espiritualidad en la accin social, Mensajero, Bilbao 2011.

    1. As lo recordaba el P. Elas Royn, S.J. en su discurso inaugural de la XIX Asamblea General de la CONFER, el 13 de noviembre de 2012: Nuestra vocacin nos llama a ser testigos de la misericordia y el amor a Dios en el mundo. () Nuestra solidaridad ser siempre una solidaridad evanglica que, como tal, integra una cercana compasiva hasta sufrir con los que sufren, y el compartir lo que se tiene con los que menos o nada poseen.

    2. Ver, por ejemplo, el artculo de Vicente Altaba en Vida Nueva citado en la bibliografa final.

    3. P.-H. KoLVENbACH, El P.

    Arrupe, profeta de la renovacin conciliar. Conferencia pronunciada en Bilbao, 13 de noviembre de 2007.

    4. b. GoNzLEz buELtA, Formar segn San Ignacio en la escuela del pobre: Aa.Vv., Tradicin ignaciana y solidaridad con los pobres, Mensajero Sal Terrae, Bilbao Santander 1984, pp. 148-149.

    5. bENEDiCto XVi, Deus caritas est, 38.

    6. bENEDiCto XVi, Caritas in veritate, 30.

    7. El telogo J. Moltmann lo expres de modo conciso y general cuando dijo aquello

    de que no hay un para autnticamente evanglico si no lleva al con

    8. Me viene a la memoria aquella ya vieja pero excelente pelcula Lawrence de Arabia y lo bien que refleja lo que son las largas travesas de un desierto, sea en grupo o, ms an, si se atraviesa en solitario

    9. Benedicto XVI nos recuerda en su encclica Deus caritas est, 39: La esperanza se relaciona prcticamente con la virtud de la paciencia, que no desfallece ni siquiera ante el fracaso aparente, y con la humildad, que reconoce el misterio de Dios y se fa de

    l incluso en la oscuridad.

    10. Confieso que, en su sencillez y verdad, me impresion la pregunta de uno de los nios protagonistas de la pelcula El rbol de la vida en una situacin de sufrimiento y perplejidad: Por qu me pides que yo sea bueno, si T no lo eres?. Es, a la vez, pregunta y grito orante de los que hablbamos en el apartado anterior. Obviamente sta es una pregunta sin respuesta inmediata

    11. Ver el cap. 6 del libro de P. Lebeau, Etty Hillesum. Un itinerario espiritual. msterdam 1941 Auschwitz 1943, Sal Terrae, Santander 2002.

    La que transmiten los ojos grandes de los nios de frica cuando te dejas mirar por ellos