Momentos gallegos

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Recuerdos de un viaje a Galicia en agosto de 2013

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CA

SA

DO

Libros

Galicia Caníbal Momentos gallegos

Carlos Casado Valera

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Para Pepe y Sixto; Para Sixto y Pepe

Y, sin duda para Emma e Inés, para Inés y Emma

1 de julio de 1971 Oigo un continuo sonido a mi espalda y un persistente movimiento que me acuna, abro los ojos, lentamente, y me despierto en el seiscientos de mis

padres que nos transportaba hacia las ansiadas vacaciones de verano.

- ¿Qué hora es? Pregunté. - Hombre, ¿ya te has despertado? Contestó mi madre.

- ¿Por dónde vamos? Volví a preguntar - Llevamos dos horas y hemos recorrido 122 km, vamos fenomenal.

Contestó mi padre

- ¿Queda mucho? - Bueno, ya lo creo, no te preocupes. ¿sigue durmiendo tu hermano?

- Si. - Habrá que ir pensando en parar un rato para que descanse el chofer y el

motor ¿no? Dijo mi madre.

- Si, voy a ir buscando un sitio para parar, con sombra, y descansamos un poquito.

Yo miraba el paisaje a través de mi ventanilla, campos amarillos con rollos de paja, terreno plano, rectas interminables por las que avanzaba

trabajosamente nuestro Seat Seiscientos D, verde claro matrícula de Madrid M-720343, algún árbol solitario, pueblos con nombres de personas, Pedro

Muñoz. Comenzaban nuestras vacaciones de verano, un mes fuera de nuestra ciudad, del calor que agobiaba a mi madre, en busca del mar, del fresco, de la buena comida, de dormir tapadito. Todos estos eran los

argumentos que esgrimían mis progenitores cuando les preguntaba que por qué íbamos donde íbamos.

Ahora con el paso del tiempo y los innumerables avances en las infraestructuras y los vehículos, el viaje es un paseo; antes no, antes era un

viaje que requería toda una programación de al menos dos o tres días en los que recuerdo a mi padre revisando el coche, pensando que iba a llevar y

dónde, colocando la baca y un sinfín de tareas que ahora con el paso de los años se me antojan excesivas.

Gracias a una foto y a mi memoria recuerdo que en la baca viajaban dos maletas, la sombrilla, una cesta de mimbre y dos sillas para la playa, todo

bien tapado con una funda diseñada al efecto y atada con dos pulpos. Dentro, entre mi hermano y yo viajaba una cesta con las provisiones, detrás del asiento trasero, un par de bolsas y en el exiguo maletero delantero del

coche, la nevera.

Al igual que pude al final recordar lo que aconteció muchos años después en una tarde en el Recuerdo, ahora me acuerdo que viajábamos en pijama y

en la primera parada nos cambiábamos.

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Luego parábamos a almorzar, a comer con siesta incluida y antes de que se

nos echara la noche encima, en esa época del año más allá de las nueve de la noche, a dormir, en Verín o antes.

Nuestro destino era El Grove, O Grove, en la provincia de Pontevedra en las denominadas Rías Bajas, Rías Baixas.

Recuerdo perfectamente aquellos viajes, aquellos, ya lejanos, meses de

julio en Galicia. Recuerdo la casa en la que nos alojábamos, en una calle sin asfaltar en el centro del pueblo. Recuerdo las tardes a la hora de la siesta en las que las hijas de nuestros caseros nos dejaban a mi hermano y a mí

compartir con ellas, en la buhardilla de la casa, sus discos, sus ídolos – Camilo Sesto, Juan Pardo- nos enseñaron un peculiar idioma en el que

añadían una sílaba con la misma vocal pero con la letra pe a las sílabas de la palabra correspondiente, tupu eperespe tonpotopo, todo un universo para dos niños de ocho y siete años. Recuerdo la lonja, el puerto, los barcos

llegar cargados de sardinas. Recuerdo ese mar que aparecía y desaparecía dejando a las barcas varadas en la arena. Recuerdo la sesión infantil del

cine los domingos a las cuatro de la tarde. Las cenas en un restaurante enfrente de la Isla de La Toja, Casa Pepe. El puesto de periódicos en los que

además podíamos cambiar tebeos. Recuerdo la playa, o las playas ya que en ocasiones cambiábamos y en lugar de ir a la más cercana de San Vicente do Mar, íbamos a La Lanzada, por sus chiringuitos, donde por poco dinero, -

están regaladas-, recuerdo que decía mi padre nos tomábamos unas sardinas asadas con cachelos encima de una rebanada de pan y mi padre

bebía vino blanco en una extraña taza de loza. Recuerdo a mi hermano y a mí ir por las rocas con nuestras redes, nuestras camisetas y nuestras gorras de soldados confederadas buscando bígaros y quisquillas. Recuerdo las

excursiones que todas las tardes hacíamos por los pueblos de los alrededores, Cambados, Portonovo, Combarro, el Monasterio de Poyo.

Recuerdo que a los dos de la tarde dejábamos la playa para ir a comer. Pero, sobre todo, recuerdo la temperatura del agua del mar. Esa temperatura que ha generado en mí un trauma de infancia del que no he

terminado de recuperarme. Recuerdo como me las ingeniaba para meterme en el agua con una colchoneta con sumo cuidado para no mojarme, porque

era obligatorio bañarse, ya que según mis malvados padres era bueno para la circulación y para todo.

¿A santo de qué viene todo este recorrido nostálgico?

Pues viene a algo que se está convirtiendo en una práctica habitual del grupo de amigos de Lourdes, la persona con la comparto vida, casa, coche, hijo, alegrías, mascota doméstica, Cuc, que fueron compañeros de clase

durante cinco maravillosos años en el grupo “A” de E2 en ICADE. Dos de estos compañeros y amigos, Pepe y Sixto, Sixto y Pepe organizaron unos

fastos con motivo de la celebración de su quincuagésimo aniversario. Y, como en otras ocasiones, la llamada surtió efecto y abandonamos

nuestros cuarteles de verano en las cuatro esquinas del solar patrio, desde Estepona, Gandía, Zarzalejo, San Sebastián, Alcossebre en pleno

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ferragosto1, para estar y compartir ese momento con ellos. Y aquí viene una

palabra clave en esta crónica, “momento”, que estará llena de ellos. Momentos esperados e inesperados, algunos familiares, todos ellos

divertidos y como siempre y para no romper ni quebrar tradiciones y costumbres, subjetivos de este relator que escribe y suscribe.

Momento Concello do Nigrán Hace tiempo que en las costas de casi todo el mundo algunas mujeres

desnudan sus cuerpos al sol2 aunque parece ser que en las costas del Concello de Nigrán, donde se ubica Panxón no es una costumbre muy arraigada. Se rumorea que este verano el patronato de turismo de este

Concello ubica estratégicamente durante la temporada estival a señoras y señoritas que prescinden de la parte de arriba de sus trajes de baño,

provocando esguinces cervicales y estrabismo en un 50 por ciento de la población y comentarios ácidos en el otro 50 por ciento.

Momento Fiestaaaaaa3 Aunque los festejos habían comenzado extraoficialmente con una magnífica

comida en Casa Eladio en la que se produjo la reunión de todo nuestro grupo, no fue sino a las nueve de la tarde cuando estábamos citados en el

Pazo de Cea. Algunos de nosotros ya estuvimos dándole la vuelta a nuestro modelito

nocturno: ¿llevaríamos chaqueta? ¿calcetines? Al final todos optamos por un atuendo clásico aunque con toques de cierta informalidad veraniega.

La celebración y la organización fueron impecables y desde el punto de vista de este relator tuvo todo lo que debe de tener un festejo de estas

características, es decir: un sitio apropiado en este caso un marco incomparable; buena y abundante comida, espectaculares las mini

hamburguesas trasnochadoras y baile, mucho baile, que es lo que a mí me gusta.

Introduzco aquí una reflexión que no es mía pero que me ha gustado y que explica mi comportamiento en las pistas de baile.

Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor

después...Después de terminar la carrera, después de conseguir trabajo, después de casarnos, después de tener un hijo, y entonces después de

tener otro.

Luego nos sentimos frustrados porque nuestros hijos no son lo

suficientemente grandes, y pensamos que seremos más felices cuando crezcan y dejen de ser niños, después nos desesperamos porque son

adolescentes, difíciles de tratar. Pensamos: seremos más felices cuando salgan de esa etapa.

Luego decidimos que nuestra vida será completa cuando a nuestro esposo o esposa le vaya mejor, cuando tengamos un mejor coche, cuando nos podamos ir de vacaciones mucho tiempo, cuando consigamos el ascenso,

1 En Italia semana que contiene el 15 de agosto, donde todo suele pararse.

2 He pedido los derechos a autor a Radio Futura

3 Léase como lo dice Pocholo

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cuando nos retiremos. La verdad es que NO HAY MEJOR MOMENTO PARA

SER FELIZ QUE AHORA MISMO.

Si no es ahora, ¿cuándo? La vida siempre estará llena de 'luegos'. Es mejor

admitirlo y decidir ser felices ahora de todas formas...No hay un luego, ni un camino para la felicidad, la felicidad es el camino y es AHORA

Así que deja de esperar hasta que termines la Universidad, hasta que te

enamores, hasta que encuentres trabajo, hasta que te cases, hasta que tengas hijos, hasta que se vayan de casa, hasta que te divorcies, hasta que pierdas esos diez kilos, hasta el viernes por la noche o hasta el domingo por

la mañana; hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno, o hasta que te mueras, para decidir que no hay mejor momento que justamente

éste para ser feliz .La felicidad es un trayecto, no un destino.

Trabaja como si no necesitaras dinero, ama como si nunca te hubieran

herido y baila como si nadie te estuviera mirando.

Ahora lo entendéis ¿verdad? Pues bien, la felicidad es eso estar con la gente que quieres y que te quiere y estar tan feliz como para bailar de esa

manera. Cuando salimos nos apropiamos de algún perfume de más que la gentileza

del Conde-Duque de Loewe había puesto a nuestra disposición y que olían a Galicia.

Momento Explanada/Rotonda/Descampado

15/08/13 19:52:46: José Bandeira: Visita Bodega. El plan es salir a

las 13 horas desde la explanada de la entrada de la autopista desde

Nigrán hacia Vigo. Se tarda más menos 45 minutos, visita a la Bodega

y luego comida, por la tarde tiempo libre. La dirección de la bodega

es Barrio Muguiña. Arentei Salvaterra de Miño.

La mayoría de los lectores de este relato forman parte de un grupo de

mensajería instantánea que nos da mucho juego, y por tanto recibimos este mensaje convocándonos para una nueva actividad.

Ahora escribiendo estas líneas, el mensaje es bastante claro, sin embargo, desde las once de la mañana del día dieciséis de agosto hasta la una del

mediodía, la explanada se convirtió en descampado y luego en rotonda, que no eran una, sino dos, y de pronto hicimos tarde, dimos varias vueltas a las

dos rotondas cual toreros tras excelsa faena y decidimos tras haber constatado nuestra puntualidad que esperábamos en una de las rotondas la aparición del resto de la caravana de coches que intuíamos debería dirigirse

a la nueva actividad.

Los siete que, cual peonza giramos y giramos en las paralelas rotondas, viajábamos en un mismo vehículo y habíamos, previamente, desayunado juntos en el hotel en el que nos alojábamos, disfrutando durante la colación

de una variada tertulia que discurrió entre las alabanzas a la fiesta del día anterior pasando por la incertidumbre del día que nos esperaba y salpicada

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de ácidos comentarios sobre diferentes aspectos de alguno de los invitados

o impunes cotilleos impropios de gente de nuestra cultura y posición.

Al final la explanada existía, las rotondas nos liaron y el descampado que alguien comentó solo introdujo ruido y desorientación. Éste que escribe no dejó de reírse y las agujetas, que empezaban a aflorar como consecuencia

de mi incontinencia danzarina, se verían acompañadas al siguiente día por otras en el estómago motivadas por las risas de ese dieciséis de agosto de

2013. Durante el viaje a la bodega trasmutamos de colaboradores de programa de

tele basura a intelectuales de La 2, convirtiendo el vehículo en una interesante tertulia literaria. Somos así.

Momento Pulpo De todos es conocida la tradición vitivinícola de la familia Bandeira, cuyo

oporto obtuvo merecida fama y reconocimiento. Pues bien, los sucesores de don Antonio Bandeira han continuado la saga aunque con una mutación de

oporto por albariño.

Por gentileza de los hermanos Bandeira, Fernando y José María (nuestro Pepe), pudimos visitar la bodega La Val en Salvaterra de Miño y aprender como es el proceso desde que la uva está en su parra, hasta que nos

bebemos el producto de su jugo.

Hicimos gasto, nos compramos unas botellitas, y pasamos a degustar a continuación los diferentes productos de la bodega acompañados de fabulosos productos “Galicia Calidade”. Esos mejillones en vinagreta, esa

empanada, aunque sobre todo y desde el subjetivo punto de vista de este relator, el MEJOR PULPO QUE HE COMIDO EN CINUENTA AÑOS. Perfecto de

sal, tierno, con el correcto punto de aceite y el exacto toque de pimentón. Una delicia para el paladar, un gozo absoluto, un manjar de dioses. Además, si lo acompañas con trago de albariño La Val, ese momento fue

sublime.

Momento Casa Bande Después de la visita a la bodega nuestros anfitriones nos propusieron un paseo por la playa, por lo que cambiamos nuestros atuendos y nos vestimos

para tal ocasión.

Decía un autor, probablemente Lord Byron, que la elegancia consistía en elegir la ropa adecuada para cada ocasión, vestirse con esmero y después olvidarse de lo que llevas puesto.

Así que nos vestimos con nuestros trajes de baño, no nos pusimos un

bañador que como todo el mundo sabe es un señor que te baña, y nos dimos el paseíto por la larga playa de Panxón. Me enteré durante ese paseo que la playa tiene dos nombres, a saber: se denomina Playa América el

espacio comprendido entre el Monte Lourido hasta la desembocadura del río Muiños y desde este punto hasta el Puerto de Panxón viene en denominarse

playa de San Juan.

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Una vez finalizado el recorrido por los 2.700 metros de la playa, o de las

playas, surgió la consabida pregunta

- ¿y ahora qué hacemos? - Habrá que cenar algo, aunque hayamos terminado de comer tarde. (yo

todavía saboreaba el pulpo con recuerdos de La Val). Dijo alguien.

- Podríamos ir a casa y picar algo allí, propuso una de nuestras anfitrionas.

A mí la idea me gustaba aunque nos surgía la duda si volver al hotel a cambiarnos de ropa; ya sabéis, la ropa adecuada para cada momento. No

era cuestión de estar cenando en casa ajena en traje de baño. Por lo menos a algunos nos resultaba contrario a nuestros principios este excesivo

relajo indumentario. ¿Verdad Jesús? El caso es que allí fuimos en traje de baño, invadimos la morada de

nuestros anfitriones y las chicas prepararon improvisadamente algo para cenar. Había sido un día largo. Recuérdese que habíamos trasnochado y

aunque nos habíamos levantado tarde, el día había estado lleno de actividades.

Estaba siendo un día intenso y esa intensidad empezaba a reflejarse en los rostros de algunas. Es decir algunas tenían cara de estar “muertas en la

bañera”.

Había que animar esto, no podíamos quedarnos dormidos en salón ajeno y menos en traje de baño, que como bien me apuntaba Jesús en algún momento.

- No me siento cómodo.

Unas copas nos vendrían bien para rematar el día, pero había que fregar, ya que el ajuar doméstico no contemplaba tal invasión. Allá que no fuimos,

primero Jesús y a continuación éste que escribe con la sana intención de ayudar a nuestros anfitriones. Pero nos encontramos un aquelarre en el

fregadero, lo normal tras haber limpiado un poco los platos previamente a su introducción en el lavavajillas; el caso es que limpiamos los vasos y copas y he de decir que nunca me lo había pasado tan bien ejerciendo de

las que tienen que servir.

Fregando el de Tejadilla Secando el de Escarrilla

Limpiaron para la pandilla Casi toda la vajilla

Sixto comenzó la elaboración de sus combinados con la receta de Carlos Carpio, nada de gin tonics menestra, solamente corteza de limón, hielo,

ginebra y tónica. He de reconocer que ya había probado esta receta en Sallent de Gállego, la Semana Santa pasada, tras un fastuoso cocido

gallego que preparó, en un alarde de improvisación, como consecuencia de un frustrado día de esquí.

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Una vez con las copas en nuestro poder y con las manos aún oliendo a detergente, algunos bañeras empezaban a oler, es decir los rostros cada

vez más cansados, las bocas que se abren, los párpados que se cierran y es cuando un artículo, sin duda adquirido en algún lugar de medio o lejano oriente hizo acto de presencia en la reunión. Un cubo que puesto sobre una

superficie plana ejercía las veces de altavoz.

Degustábamos nuestras bebidas cuando no recuerdo bien como, surgió el tema de los perfumes y Sixto, tras una rápida investigación de mercado, comentó que uno de los de su compañía olía a Toledo.

Textualmente dijo: Huele a Toledo.

Todas mis alarmas se dispararon ante esa afirmación: No es que yo sea especialista en perfumes, ni mucho menos, pero que una fragancia huela a

una ciudad me superó mentalmente.

Puedo entender que huelan a cuero, bergamota o cítricos. Puedo incluso asumir que inicialmente una fragancia arranque con una nota dominante de

granos de tonka tibios y con efectos turbios cruzados que lo acercan por momentos a resinas, con un punto licoroso que va en aumento y evoluciona hasta quedar en paralelo a la tonka. Que poco a poco vaya oliendo a canela

y nuez moscada, profundizando al mismo tiempo la nota de tonka que mantiene su efecto tibio pero ahora en un formato más seco que recuerda a

resinas con apariciones de madera de sándalo, mostrando un mayor dulzor en el tono de tonka que escapa hacia el lado de los frutales maduros absorbiendo parte de la canela y proporcionando reflejos de bergamota

complementados con cáscaras de naranja.

En ocasiones puedo admitir que un perfume recuerde una rosa oscura de los años ochenta combinada con una naranja amarga y madura complementada por canela suave, y toques dulces de pachulí confitado.

He oído en ocasiones que una fragancia huela a vetas de fruta madura, que

con pachulí, genere una sensación de mentolado de bosques hasta casi recrear la familia aromática verde, evolucionando hacia una sensación de agua fresca incluyendo puntos de enebro con flecos de lavanda.

Pero, ¿Qué huela a Toledo? ¿A qué hule una ciudad? ¿A que huelen las

nubes? Se decía en un anuncio de un producto de higiene femenina. Me superó, lo reconozco. Escribiendo este relato he aprendido que

efectivamente hay ciudades que huelen a galleta como Aguilar de Campoo, o a muerte como Durango en México, o a comida como Nueva York, o a

azahar como Sevilla. Seguro que algunas huelen a mar o a montaña o incluso a sábanas limpias, café o a alcantarilla. Lo asumo pero que algo huela a una cuidad, no soy capaz de apreciarlo e interiorizarlo.

Si pudiera hablar con Jean-Baptiste Grenouille, el asesino protagonista del

libro de Patrick Süskind, el perfume, seguro que me lo explicaba.

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Huele a Toledo, retumba en mi memoria esa rotunda afirmación. Había

estado en Toledo el seis de julio y no recuerdo especialmente ningún olor. Eso sí, debería volver e intentar descubrir a que huele la imperial ciudad.

Quizás deberíamos ir todos a oler Toledo. Ahí lo dejo. Todo esto entre risas y más risas, entre sorbo y sorbo, en traje de baño, en

salón ajeno y de madrugada.

No quiero acabar este Momento sin relatar un aspecto que merece la pena ser recordado. Esa tarde noche en Casa Bande hubo un “momento arggh”. ¿Qué es un momento arggh? Os preguntareis algunos.

Un arrgh es una expresión que acompaña las fotos de una revista llamada Cuore cuando a juicio de la redacción algo desentona notablemente en la

vestimenta, es una guarrería de alguno de los famosillos que aparecen fotografiados o un defecto físico imperdonable en una celebridad.

Los chicos Bandeira tenían prevista para esa noche una barbacoa en una recóndita cala a la luz de la luna. Las chicas Olmos también asistirían, así

como, de forma algo ilegal, el joven Casado. Pues bien, en el momento de partir una de las chicas Olmos había introducido en su vestimenta un

complemento que, a mi juicio, provocaba en mi uno de los antes citados arggh.

Entiendo perfectamente el programa de optimización que nuestra querida amiga utilizó mientras decidía que se ponía.

Seguro que transcurrió desde el consabido “no tengo nada que ponerme” seguido por “ande yo caliente ríase la gente” que triunfó frente al “el

glamour duele” que combinado con un “antes muerta que sencilla” y un “yo tengo mi propio estilo” finalizó con un “para lo que hay fuera” no es

imprescindible un “voy monísima de la muerte” El análisis de todas estas variables arrojó como resultado un atuendo en el

que claramente triunfó la comodidad frente a otros factores. Querida Mónica, tus calcetines marrones que me impactaron notablemente, aunque

estoy seguro que nadie se fijó en ellos. Momento FA

Hace tiempo había un anuncio que exaltaba los limones salvajes del Caribe y en el que aparecía una esplendorosa mujer con un bikini blanco saltando

grácilmente por una paradisiaca playa, desierta de aguas turquesas y exuberante vegetación.

Estoy seguro que aparecen en vuestra memoria estas imágenes. Pues bien, el producto anunciado era un desodorante que contenía las maravillosas

propiedades de los limones salvajes del Caribe. Si, exacto, su nombre es FA.

¿A qué viene todo esto?

FA también puede ser una nota musical o las iniciales del nombre y primer apellido de un conocido deportista español llamado Fernando Alonso.

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Volviendo de Casa Bande el viernes por la noche en el coche de P.P. (no

confundir con Pepe) hubo un instante que yo vine en denominar “momento FA” o “momento modo vieja”. El modo vieja es la postura que adoptan las

personas mayores, que yo conozco, cuando viajan agarradas al asidero que todo vehículo tiene situado entre el techo y la puerta, concebido para amortiguar los desplazamientos que pueden producirse con motivo de la

conducción, la sinuosidad de la carretera o el estado de la misma.

Mi amigo P.P. (no confundir con Pepe) realizó un adelantamiento digno del campeón español arrancando las pegatinas del Renault de los López que provocó en mi un envejecimiento momentáneo y que obligo a agarrarme

cual viejo al anteriormente mencionado y descrito asidero.

¿A qué vino todo esto? A mi juicio se produjeron una confluencia de distintos factores:

a) P.P. (no confundir con Pepe) se sintió olvidado por la conductora del Renault

b) Demostración de potencia de su coche c) Vuelta a sus orígenes zarzalejeños/zarzalejenses

El caso es que sin ser un adelantamiento peligroso (no lo fue en absoluto) y una aproximación al Renault un tanto poligonera, la transmutación

producida en P.P. (no confundir con Pepe) provocó en los ocupantes del vehículo una cascada de risas flojas, miradas cómplices, comentarios

diciendo que estábamos haciendo cosas que no habían hecho en toda la vida y mi ya descrito abrazo al asidero. El rugido del motor en el momento del adelantamiento mezclado con las risas de los ocupantes del asiento

trasero y el consabido Peeeeeeeeedroo (no confundir con el grito de Pe) pronunciado por la esposa de P.P. (no confundir con Pepe) acrecentaron las

agujetas de mi abdomen como consecuencia de la continua risa en Casa Bande.

Ignoro los comentarios de los ocupantes del vehículo sobrepasado, el caso es que cuando llegamos a nuestro destino y en prevención a los ignotos

comentarios, yo, cuando baje del coche de P.P. (no confundir con Pepe) me arrodille en wojtyliano gesto y besé el suelo.

Para mi sorpresa, no ocurrió lo que yo intuía y entramos todos armoniosamente en el hotel, eso sí, sin parar de reír.

Momento GPS El sábado al mediodía llegó uno de los acontecimientos por mí más

esperados de esos días llenos de actos y celebraciones. Una singladura en barco de vela por la ría de Vigo.

Yo soy de tierra adentro y por las investigaciones de mis ancestros que en su día realicé, no he encontrado gente de mar. Sin embargo, las lecturas

juveniles de Emilio Salgari, en las que yo me identificaba con Yañez el portugués, o incluso con el corsario Verde que vengó la muerte de sus

hermanos a manos del infame gobernador de Maracaibo. Además de las posteriores aventuras marítimas de Stevenson, Conrad, Melville, O’Brian o

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mi querido Pérez-Reverte, han permitido que sepa identificar el significado

de palabras como mayor, génova, mesana, cangreja, foque, driza, orzar, sotavento, mesa de mapas o tambucho y por supuesto, tenía claro que en

un barco no hay cuerdas. Además, y gracias a una regla que me enseño la de Zubieta sé que estribor se corresponde con el lado derecho del barco.

Siempre me he imaginado viajando a la isla de los piratas a bordo de La Hispaniola, o arponeando ballenas desde una lancha del Pequod o

combatiendo penol a penol en la Surprise o conquistando el Everest del mar, esto es, doblando a vela el Cabo de Hornos y ganándome, por tanto, el derecho de colocarme un anillo en la oreja. El olor a mar y pólvora, a

noches de guardia bajo las estrellas, rumor de velas henchidas por el viento allá donde empieza la verdadera libertad del hombre a cincuenta o más

millas de la costa más cercana. Todo esto pensaba yo, sin duda excesivamente incluido por esas lecturas,

cuando me dirigía en una lancha neumática hacia el Paneb.

Una vez a bordo, todo mi conocimiento teórico en vocabulario marinero desapareció como por arte de magia cuando el armador, patrón, anfitrión y

amigo Pepe (no confundir con P.P) subió a bordo de su barco y empezó a dar órdenes a su hijo Íñigo que presto y raudo las iba interpretando y llevando a cabo. Suelta la mayor, desatasca el carro, caza no sé que,

muerde ese cabo. En ese instante yo me dirigí humildemente al Almirante Bandeira y le pregunté:

- ¿Dónde me pongo que no moleste? - Ahí estás bien, contestó sin dejar de mirar al horizonte y supervisar las

tareas que su hijo realizaba.

El Paneb comenzó a navegar lentamente empujado por el viento que inflaba su dos velas y dejando cada vez más lejos la costa.

Yo, sin moverme de mi sitio, disfrutaba de la travesía con el barco rompiendo elegantemente la superficie del mar. Miraba a un lado y a otro, a

estribor y babor se dice, y comprendí perfectamente el amor de Pepe por el mar, la navegación y la absoluta sensación de libertad que produce el desplazarse movido solamente por la fuerza del viento y la pericia del

navegante.

-Íñigo, ¿cómo ves esas nubes? -Yo creo que vamos a entrar en la niebla, contestó -Saca el GPS y prepárate para virar.

-Vale Pepe

Yo, miré a P.P. (no confundir con Pepe) y la mirada que éste me devolvió indicaba que estaba pensando más en su estomago, y no por hambre, que en la hipotética niebla.

El resto de los tripulantes, cinco adolescentes, intentaban realizar alguna

tarea que el patrón les encomendaba, sin demasiado éxito y reflejaban en sus caras la misma emoción que estoy seguro que reflejaba la mía.

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- ¿Has conectado el GPS? - No va todavía.

La niebla se aproximaba, es increíble como en unos pocos minutos, la situación había cambiado tanto. Deberíamos estar a unos 1.000 metros de

la orilla, menos de una milla en términos náuticos, y por unos breves instantes, todo cambió, nos adentrábamos en un denso banco de niebla y la

percepción del espacio era extrañamente inquietante. -¿Ya va? Pregunto el armador, patrón.

- Si, Pepe, ya funciona. - Fenomenal, prepárate que viramos dijo el Almirante.

- Muy bien - Un, dos tres, ya.

El barco gira, se endereza y se vuelve a escorar.

- Suelta la escota de babor - Caza la escota de estribor Alberto.

- Con fuerza, tira, usa la manivela - Íñigo, libera el faldón del génova

Todas estas órdenes daba Pepe (no confundir con P.P. que a todo esto permanecía cual esfinge fuera de la bañera intentando llenar su pulmones

de brisa marina). Yo permanecía en mi sitio, atento a todas estas maniobras y órdenes.

De repente, la niebla se fue disipando y volvimos a ver el perfil de la costa

poniendo rumbo a Monteferro para fondear y comer. Los chicos inflaron una pequeña lancha y decidieron llegarse hasta la costa,

hacia una calita cercana, mientras yo les miraba con envidia ya que imaginaba la sensación que se debe de tener cuando se pisa por primera

vez una isla después de una larga singladura. Podía haberme aventurado con ellos, pero mi temor a la temperatura del agua me lo impidió.

Me supo a poco.

Anecdóticamente, Íñigo no se refería a su padre con el esperado papá, sino como Pepe (no confundir con P.P.)

Momento Comida y bebida

Con el paso de los años, las conversaciones van cambiando, ya no nos interesa lo que antaño, algunos de nuestros sueños se han ido cumpliendo, nuestras inquietudes sosegando, nuestros temores desapareciendo. Sin

embargo hay dos temas de conversación recientemente incorporados a mi particular ideario. La comida y el tiempo atmosférico.

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Pensadlo, cuando volvemos de algún sitio valoramos que nos hiciera bueno

y que hubiéramos comido bien.

Para finalizar una última reflexión que me permito introducir como colofón a este relato. Hace unos días oí en la radio diferentes definiciones de la

amistad y hubo tres que me recordaron a los que compartisteis conmigo estos momentos. La primera venía en decir que a los verdaderos amigos se les critica a la cara y se les defiende en su ausencia; la segunda definición

giraba en torno a la idea que con los verdaderos amigos te sigues partiendo de risa con cincuenta años de la misma forma que lo hacías treinta años sin

ningún tipo de vergüenza y por último y la que más me gustó la que decía que los verdaderos amigos son aquellos que te gustarían que adoptaran a tu hijo, si desafortunadamente a ti te pasara algo y de los que no dudarías

adoptar a los suyos si, por desgracia, fueran ellos los que nos dejaran.

Este relato se escribió en varios momentos en Alcossebre, el Hospital

Universitario Ramón y Cajal y Pozuelo de Alarcón entre el veinte de agosto

y el nueve de septiembre de 2013.