Monarquía, imperio y pueblos en la España Moderna

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Historia moderna

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MONAR EN

PABLO FERN.~NDEZ ALBALADEJO

Coordinador

.QU~A, IMPERIO Y PUEBLOS LA ESPARA MODERNA

Actas de la IV Reunión Científica de la Asociación Española

de Historia Moderna

Alicante, 27-30 de mayo de 1996

CAJA DE AHORROS DEL MEDITERRÁNEO UNIVERSIDAD DE ALICANTE

A. E. H. M. 1997

O Caja de Ahorros del Mediterráneo Publicaciones de la Universidad de Alicante A. E. H. M.

ISBN Obra Completa: 84-7908-370-0 Tomo 1: 84-7908-371-9 Depósito Legal: A-1679-1997

Fotocomposición: B ~ s ~ a g m a f i c Aries, 7 . 0 511 47 58 - 51 1 47 94 Fax 511 50 13

Imprime: INGRA Impresores. Avda. del Zodíaco, 15. 0 528 25 44

Encuadernaciones Alicante. Políg. Ind. Pla de la Vallonga, C 4, nave 11

La presencia ausente: el virrey desde la perspectiva de las élites locales (Audiencia de Quito, 1670-1747)

El virrey -institución político-administrativa creada para la Corona de Aragón y aplicada, posteriormente, para el caso indiano- era el alter-ego del monarca. En la ausencia de aquel -si- tuación creada por la complejidad de la estructura de la monarquía hispana- debía actuar en su lu- gar, tanto ceremonial y simbólicamente, como en la ejecución de diferentes tareas. Mientras en la Península se esperaban las visitas esporádicas del rey y su familia y se contentaba con la proxi- midad geográfica a ellos y a la Corte, en Indias esto era imposible. Desde la perspectiva america- na, el rey era realmente ausente y profundamente Lejano (1).

Según intentaré demostrar a continuación, la presencia del virrey sufría la misma suerte. En la Audiencia de Quito, al menos, la élite local se mostraba poco preocupada por la existencia del virrey y poco interesada en sus actividades. Mientras que el virreinato como espacio de intercam- bio y de relaciones privadas de distinta naturaleza podía, en ocasiones, cobrar vida, su significado como territorio bajo la protección de una persona determinada, en representación del rey, impor- taba apenas. A los miembros de la élite local de su periferia -según se desprende del caso quite- no- bastaba con la seguridad de que el virrey existía, sin tener que saber nada más.

l.-Vid., especialmente, HERZOC, Tamar, Ln ahiiii~isfiacióii corno iiii ferióinciio social: L*< jiisticici peiinl (le In ciii<lcd de Qirito (1650-17501, Madrid, 1995.

2. FUENTES A fin de demostrar y explicar lo aniba indicado, he estudiado las declaraciones obtenidas de

testigos quiteños en las residencias de cuatro virreyes: Melchor de Liiian y Cisneros (1678-1681) (21, Melchor de Navarra y Rocafull, Duque de la Plata (1681-1689) (3), Jorge Villalonga (1719-1723) (4) y Sebastián de Eslava (1740-1749) (5). Se trata de dos virreyes del P e d y dos de Nueva Granada, hecho que responde a los cainbios adininistrativos experimentados por la Audiencia de Quito, que hasta 1718 y entre 1721 y 1739, pertenecía al psimer virreinato y entre 1718 y 1722 y, nuevamente a partir de 1739, al segundo.

Las declaraciones que analicé provenían de todo el territorio de la Audiencia. Aparecían en cuaderiios separados, cada uno dedicado a los testigos de una sola ciudad, villa, corregiiniento o asiento. En algunos casos, los textos procedentes de los distintos núcleos admiiiistrativos de la pro- vincia se agrupaban en un solo legajo, lo que ocurrió, por ejemplo, en la residencia del Duque de la Plata. En otras ocasiones, los cuadernos de Quito se esparcían por toda la documentación de la residencia, sin que existiera una relación aparente entre unos y otros, dando la impresióii de que la relación de las distintas poblaciones con el virrey era (o debía ser) directa y que na pasaba, nece- sariamente, por la estructura (previa?) de la Audiencia (6).

Los testigos llamados a declarar en residencias en general y en residencias de ministros rea- les en particular, solían ser ~niembros principales de la sociedad local. Eran funcionarios regios y municipales, clérigos, vecinos o mercaderes. Su opinión reflejaba la visión de la élite local, en sus vasiantes y contradicciones y su testimonio, por lo tanto, describía la percepción que éste grupo social tenía del virrey y de sus actuaciones. Sus declaracioiies eran, a veces, bastante rutiiiarias por ser construidas a base de un interrogatorio preparado de ante mano y aplicado a todos ellos. Sin embargo, esta característica -que podía poner en tela de juicio la obtención de información histó- rica a partir de testimonios conseguidos de ésta manera- no influía en el caso que tne interesaba. Desde mi punto de vista, el uso de la mencionada fuente tenía una meta relativamente limitada, la de averiguar si el virrey era una persona conocida por las élites quiteñas, si conocían sus activida- des, si se vieron afectadas por ellas y si las juzgaban relevantes a su existencia diaria. Para este fin, me importaba, ante todo, la capacidad de los testigos de responder a las preguntas que formaban al interrogatorio, es decis, la disponibilidad o no a dar un relato coherente y detallado y la decla- ración que no tenían ninguna inforinación sobre lo que eran preguntados y que no podíali, por lo tanto, responder al interrogatorio.

2.-Los cuadernos que incluyen las declaraciones provenientes del territorio de la Audiencia de Quito se hallan en: Archivo General de Indias (en adelante AGI), Escribanía de Cámara (en adelante E. C.), legdjo 5418, pp. 38-70, y legajo541C - piera4, pp. 205-252,314-347 y 387-415, y pieza5, pp. 1-26,27-47 y 143-171, Se triitade los testigos entrevistados en Guayaquil, Loja, lbarra, Cuenca, Latacunga, Riobamba y Otavalo.

3.-Los cuadernos de Quito se hallan en AGI, E.C. , legajo 4548 -pieza 7 (numeración confusa). Incluycn las declara- ciones que procedían de Guayaquil, Cuenca, Loja, Riobamba, Cliimbo, Latacunga, Otavalo, Ibarra, Jaén de Rracamoros y Quito.

4.-Los cuadernos deQuito se hallan en AGI, E.C., legajo 7998 -pieza 80, legajo 801A- piezas 122 y 123, y legajo SOlC - pieza 152. Incluyen testimonios de Guayaquil, Popayán, [barra y Quito.

5.-Las declaraciones de Quito se hallan en AGI, E.C., legajo 80SB - pieza 30, legajo 809A - pieza 31, leg?jo 8098 .pie- zas 60 a 67, e incluyen testigos procedentes de Quito, PopayAn, Guayaquil, Cuenca, Loja y Zamora, Riobambii, Ibarra, Cliimbo, Otavalo y Latacunga.

su pertenencia a la Audiencia del Qiiito

Las conclusiones se dividirán en dos apartados que incluirán el conocimiento de la persona del virrey y la familiarización con la labor llevada a cabo por él. Por último, se hará una compa- ración entre la época en la que Quito pertenecía al virreinato del Perú y la posterios, en la que for- maba parte de Nueva Granada.

3. LA PERSONA DEL VIRREY El derecho procesal castellaiio, operante en América, exigía a los testigos describir la natu-

raleza de sus relaciones con el sujeto bajo investigación antes de comenzar a declarar judicial- mente. Debían aclarar si le conocían y en qué inaiiera y profundidad, si conocían a los miembros

monios, clasificados de forma diferente según procedíande amigos, enemigos, o personas que pre- tendían o en efecto eran «neutrales».

Esta parte del proceso -llamada «las generales de la le)%-, permitía, por lo tanto, reconstmir el grado de relación y amistad que difereiites personas residentes o avecindadas en la provincia de Quito pretendían mantener con el virrey y he de confesar que uso el verbo «pretender» a propósi- to. La publicidad de las residencias, sil carácter no solamente jurídico y adininistrativo sino inclu- so teatral y simbólico, se prestaban a que cualquier persona-para sentirse importante y distingui- da- alegara un vínculo con el virrey aun cuando este no existía o tenía poca consisteiicia.

En efecto, del análisis de las declaraciones de los testigos resultó que algiinos de ellos afir- maban conocer al virrey y a varios de sus criados. Distinguí&, para estefin, entre ~conocirniento de vista» (el mero hecho de haberlos visto con ojos propios) y «de coiiiunicncióiz>~ (haber hablado con ellos, incluso en una sola ocasión), así como entre éstos y un contacto más sustancial que su- 1

pondría una verdadera relación personal con el virrey y su gente («conociiiiieizto de trato»). l 1

La ocasión más frecuente de conocer al virrey pareció ser el paso de aquél por los distintos lugares de la provincia, camino a tomar posesión de su plaza o de una plaza anterior. Melchor de Liñan y Cisneros, por ejemplo, pasó por Quito e Ibarra cuando viajó a Charcas al ser noinbrado arzobispo de ella y por Guayaquil cuando fue promovido a la diócesis de Lima (7). Jorge de Villalonga, futuro virrey de Nueva Granada, paró en Guayaquil, Quito, Ibarra y Popayán en su ca- mino a Santa Fe (Bogotá) (8).

Los testigos que afirmaron haber conocido al virrey en estas ocasiones calificaron su grado de relación recurriendo al término <conociiiiiento (le vista» y, solo en raras ocasiones, al de *co- nociriiiento de coiizuniccicióiz». Explicaron que la convivencia con el virrey duró pocos días y que desde entonces no lo volvieron a ver nunca más. Ninguno de ellos pretendió haber establecido ni una relación personal («de tinto»), ni una amistad duradera con el mandatario. A pesar de la poca subsistencia del «conociiniento» alegado, el viaje del virrey por el distrito del virreinato cobra im- portancia al considerar que era el mejor inecanismo -en el sentido del más eficaz- para presentas al nuevo ministro a sus subordinados. La cantidad de personas que podían verle y, por lo tanto, alegar *conocerle» era grande, lo que explica, por ejemplo, el hecho de que los virreyes nvicije- ros» (Liñan y Villalonga) eran tnejor aconocidos» que el Duque de la Plata y Eslava, que no pa- saron por la provincia de Quito camino a su plaza.

7.-Vid., por ejcmplo, las declaraciones del capitán Sebastian de Villacís, de Toinis Fernández Velézqiiez (AGI, E.C., 541C-pieza 4, pp. 225-226 y 320-3211, y del ciipitán Lorenzo de Sotoinayor, alguacil mayor de Guayaquil (AGI, E. C . , 5418, p. 50).

Los viajes -ante todo una simple necesidad para poder llegar al nuevo destino y plaza- te- 4. LA LABOR LLEVADA A CABO POR EL VIRREY nían, por lo tanto, una importancia adicional. Proporcionaba a los funcionarios una oportunidad para enterarse de la calidad y naturaleza del territorio que iban a administrar, a la vez que servían

Como cabía esperar, el desconocimiento de la persona del virrey conllevaba la poca infor.

de instrumento por el que la élite periférica podía «conocer» (usando los términos de la época) a mación sobre la labor llevada a cabo por el mismo. En la mayoría de los casos, los testigos se ato.

los mandatarios regios asentados en capitales lejanas, pero con jurisdicción sobre ellas y su terri- gieron a una fórmula Poco comprometida según la cual no)jemn decir a nzicchas pernonasa o «de torio. Además, los viajes sirvieron para convertir la presencia casi mítica del rey y de su alter-ego, noticia sabían» que el mandatario actuó bien, derechamente y en provecho común (14). L~ el virrey, en algo más cercana y real. Desde esta perspectiva, parecían tener la misma función que ma Postura fue adoptada incluso por algunas de las personas que declararon conocer al ministro, las peregrinaciones y los paseos regios. Eran espectáculos públicos y ceremoniales mediante los fortuitamente en América o anteriormente en la península. cuales se festejaba la presencia de lo habitualmente ausente y se permitía sentir -aunque si fuera Preguntados por las acciones concretas del virrey, los declarantes solo dar, el por un instante solo- su materialidad. Con los viajes del virrey se configuraba simbólicamente el

! mejor de los casos, uno o dos ejemplos de su trabajo, siempre relacionados con ellos mismos y con

territorio perteneciente al virreinato y se daba una cierta unidad y trayectoria común a un espacio 1 su ejercicio propio como funcionarios locales. De esta manera, por ejemplo, e] alférez ~~~~~l~ que, a menudo, era totalmente fraccionado e hipotético (9).

i

Básalo de Quiroga, alcalde ordinario de Cuenca, confesó no saber nada de las comisiones que L~ segunda ocasión más frecuente de coincidir con el virrey era en la capital virreinal. Se tra- despachó el virrey ni de agravios que pudo haber ocasionado y se tnostró convencido que tainpo-

taba de una suerte corrida por pocos, posiblemente por la escasa movilidad geográfica Y 10s cm- co hubo comisiones ni agravios en otras ciudades, villas y lugares de 10s reinos del perú, L~ úni. tos involucrados. LOS que disfrutaban de ella eran, ante todo, los comerciantes que Por razones de ca información concreta que poseía tenía que ver con una orden enviada al corregidor local arde. su -siguiendo las rutas y calendarios mercantiles y los intereses particulares- Y no a raíz nándolo enumerar a los indios de lajurisdicción, en cuya ejecución 61 mismo torno parte (15). D~ de consideraciones o ambiciones administrativas, acabaron yendo a Lima, Cartagena 0 Santa Fe. forma silnilar, el comisario de caballería José de Sotomayor y Torres contó que cuando era alcalde su econocimiento» del virrey se limitaba, por lo general, a una relación *de vista». ordinario de Riobamba informó al virrey de una causa penal por falsificación de moneda y

sólo muy pocas personas conocieron al virrey en otras circunstancias que no fuesen S11 via- de este inst~cciones (bastante banales) de seguir en el proceso y castigar a los culpables (16). je por la provincia de Quito o su desplazamiento de ellas a la capital virreinal. Se trataba, por ejem- ambos casos, se trataba de declaraciones de funcionarios elegidos por un mandato de un año de plo, del genera[ J O S ~ Saavedra Bustamante, caballero de Santiago y antiguo corregidor de duración, en el cual, al parecer, no tuvieron más que un solo contacto con el virrey. quien coincidió con Melchor de Liñán en Madrid (10) y del general Fernando Ponte de León, co- rregidor de Guayqauil, quien se vio con el virrey Duque de la Plata en la corte (11), igual que su Otros testigos supieron de las actuaciones del virrey por coincidir con é l en la misma ciudad.

el general Juan Bautista de Bardají y Azcán, antiguo corregidor de Laja, quien, d e - Los comerciantes que visitaban Lima contaron, por ejemplo, lo que vieron en ella (17). Lo misino más, viajó con el mismo rumbo a América (12). En todos estos casos, se trataba de funcionarios ocurrió con los que estuvieron en Cartagena durante el período nuevo-granadino (18). Tanto unos

reales que, condición de tales, o de pretendientes a plazas, se relacionaron entre sí en Madrid 0 como otros, pretendían que la presencia del virrey fuese evidente en la capital del virreinato y afir- durante el viaje transatlántico. La condición de paisano, cuando existía, facilitaba el trato entre maban, al coritrario, su ausencia y el desconocimiento de sus obras en la provincia, lugar donde unos y otros (13). ellos residían habitualmente. Su visión del virrey le convertía en un funcionario con importancia

EI estudio de las declaraciones de los testigos quiteños, sin embargo, demostró, ante todo, local y con competencias y preocupaciones lugareñas, casi municipales, e ignoraba su supuesto pa- que la abrumante mayoría de ellos no conocía al virrey, ni siquiera «de vista». Aunque sabían pel como el alter-ego del rey, responsable en un territorio de gran extensión que incluía al núcleo «conzllnalnrente» quien era, no tenían más noticias de él que las que se divulgaban Por la vozco- que les servía a ellos mismos de domicilio. Es decir, al virrey se le notaba en donde residía y se le mún, ~~~d~ su perspectiva, la de un miembro de la élite local que no estaba involucrado directa ignoraba en las demás partes. Este hecho se tomó por tan natural que el inaestro de campo y personalmente en el comercio a larga distancia, ni gozaba de un nombramiento regio conse- Cristóbal Mosquera y Figueroa, regidor perpetuo de Popayán y alférez real explicó que «no cono- guido en la metrópoli, ni vivía en una población visitada, por casualidad, por el mandatario du- ce [las actividades del virrey] en atención que el no salió de Popa)~á~z a Cai.tagena donde es no-

s,, viaje al nuevo destino, el virrey era una persona totalmente desconocida y, al parecer, in- torio estuvo usando ejerciendo wcs cargos...>, (19).

cluso irrelevante. 14.-Vid, por ejemplo, la declaración de Juan Álvarez de Avilés, teniente corregidor de Guayaquil en la residencia del "i-

9,-Los ,,iajes, sin embarga, sus inconvenientes. EI sargento mayor Claudio Garcia de IaTorre (su declaración, 01'. rrey Liñán (AGI, E.C., 541B, pp. 48-49) y la del maestro de campo Francisca Campurano de Herrera en la residen-

especialmenle en 44.46) se qiiejó, por ejemplo, de los ecircidísiriios g<rstos e iiicornodirlndes* que causó 1. tia del Duque de la Plata (AGI. E.C, 5458, pieza7, pp. 17-21).

entrada ceremonial del virrey villalonga en ~ " i t o , la que dejó, según él mismo, las arcas municipsles tan vaci- 15.-AGI, E.C., 5458-pieza 7, pp. 15-17. as, que no podían slifragar ni las obras públicas más imprescindibles Y urgentes. 16.-Su declaración en AGI, E.C., 545B-pieza 7, pp. 15-17.

1 0 . 4 ~ declaración en AGI, E.C.. 541C, PP. 217-219. 17.-Vid, por ejemplo, las declaraciones del maestro de campo Antonio Sáncliez de Orellana. op. cit., del capitán Pedro de

11.-AGI, E.C., 545B-pieza7, pp. 64-68. Angula Sotomayor y del sargento mayor Miguel de Horna y Rubalcava (AGI, E. C., 545B-pieza7, SI). 44-47 y 12-15).

I~.-AGI,E.C., 545B-pieza7, pp. 2-5. 18.-Vid, por ejemplo, las declaraciones de Martin de Lara. o,,. cit., y de Pedro San Miguel (AGI, E.C., 8088-pieza 30, L3,-Esto era el caso de luan ~ ~ ~ t i ~ t ~ de ~ ~ ~ d ~ j í y AzcOn, arriba mencionado, así como del general José Saavedra

Bustamante (iliidein, 1 ) ~ 5-8). 19.-AGI, E.C., 809A-pieza 31, pp. 13-15.

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Lo inismo pasó con los que conocieron al virrey mientras se hallaba en su ciudad camino a nocid0 en ella al virrey. Especialmente relacionados con Lima y con el virrey eran los testigos ]la- su nuevo destino. El alférez Manuel Rius de Serpa, por ejemplo, confesó abiertamente que toda la mados a declarar en Quito capital -donde la mitad de los encuestados, la mayoría de ellos comer. información que proporcionaba en su testimonio se basaba en la experiencia que tuvo durante los ciantes, respondían a esta calificación- en Loja (23) y en Riobamba (24). AI contrario, durante la cuatro días (!) en los que el virrey se hallaba en Ibarra (20). Es decir, si se coincidía con el virrey Pertenencia al virreinato de Nueva-Granada (1718-1721 y nuevamente desde 1739) y la transfor. en una misma ciudad, se sabía de la actividad que llevaba en ella y solo en ella, y si no: se igno- mación de Santa Fe y, en ocasiones, de Cartagena, en lugar de residencia del virrey, la cantidad de raba del todo su contribución a la administración tanto local como global. quiteños que podían alegar 10 mismo era mucho más reducida y además, se centraba11 en solo cua-

Este hecho se repetía, incluso, en cuanto se buscaba perjudicar al virrey. Hubo una sola oca- tro poblaciones y no se hallaban en todo el territorio (25). LA mejor comparación a este respecto

sión en la que se contra las actuaciones del ministro, y en ella -aunque se trataba de una de- es la que se puede hacer entre los casos de los virreyes Duque de la Plata y Eslava, ya que ningu. nuncia de carácter personal y contra una decisión particular que involucró al denunciante- se in- no de 10s dos pasó por el territorio de Quito camino a tomar posesión de su plaza, Por 10 tanto, y tentó argumentar que el ejercicio del mandatario era del todo fracasado y nocivo (21). A pesar de salvo excepciones, todos los que decían conocerlos y tener información de stts obras lo adjudica- la intención generalizante, toda la información proporcionada se relacionaba a hechos ocurridos ron al hecho de baberlos visto en la capital virreinal. Mientras muchos «conocieron» al primero, dentro de la provincia de Quito y especialmente en la capital donde residía el interesado y duran- pocos alegaron haber visto o hablado con el segundo.

te la época en la que el virrey se hallaba en ella. La mirada localista, por lo tanto, persistía. Pero la diferencia entre la relación con uno y otro virrey (o mejor dicho, virreinato) no era Dentro de este tnarco, no es de sorprender que apenas hubo testigos que hablaban de la po- solo numérica. Debido en gran medida a la lógica de las rutas comerciales -fijada con anteriori-

sibilidad de pedir audiencia al virrey o de solicitar su apoyo en cualquier otra forma. En general, dad al cambio político-administrativo-, con la pertenencia de Quito a Nueva Granada eran ahora

eran pocos los que haber experimentado un contacto futicional con este tninistro, al mar- los negociantes de Quito capital y de Popayán y no los de Loja y Riobamba los que mayor con- gen de coincidir en ceremonias o de verle pasar en la calle. Al final del día, los que parecían tener tacto tenían con la sede virreinal y con su representante (26). Se podría decir que la provincia de mayor contacto con la administración virreinal eran, por una parte, los comerciantes que viajaban Quito se dividía, en cierto modo, en (al tnenos) dos espacios: centro-sur (Quito, Riobamba, Loja), por el territorio e hicieron de la capital su segunda casa y los funcionarios locales que, como he altamente relacionado con Lima y centro-norte (Quito-Popayán), corresponsal de Santa Fe y

intentado demostrar, recibieron del virrey, tnuy raramente, despachos y provisiones reales. El desconocimietito y la escasez de contacto y de infortnación no prodticían, sin embargo, En las residencias de los virreyes de Nueva Granada, al contrario de lo ocurrido con los del

una sensación de abandono. Bastaba con el recibo de uno o dos despachos por año para asegiirar- Perú, los encuestados demostraban tnayor conciencia de la existencia de una estmctura intermedia se de la existencia del virrey y alabar su trabajo y las «niiichns providencias» que libró (22). Eti (quiteña) entre el virreinato y los diferentes núcleos poblacionales. Hubo, por ejemplo, declara- realidad, bastaba iiicluso con menos, col1 una «voz cantúrt~ que prometía su existencia y que afir- ciones de testigos que, aunque generales y sin proporcionar muchos detalles, se referían a la ac-

maba su buena labor. ción del virrey en todo el territorio de la audiencia («provincin») y no sOlo en el lugar donde ellos residían. La insistencia en la provincia pudo, sin embargo, ser conyuntural. Tanto Villalonga co-

S. QUITO ENTRE EL PERÚ Y NUEVA GRANADA mo Eslava (los dos virreyes tiuevo-granadinos estudiados) eran responsables de la erección de iin

El traspaso del territorio de la audiencia de Quito del virreinato peruano al nuevo granadino nuevo virreinato (primera y segunda erección) y su mando, en consecttencia, significó un cambio produjo ciertos cambios en la relación mantenida entre las élites locales y el virrey, al menos des- para los quiteños cuyo territorio se destnembró del Perú y se afiadió a Nueva Granada. Se trataba de el punto de vista de éstas. Aunque se trata, a menudo, de sutilezas y peqiteñas difereticias, Su de una medida administrativa que afectaba a toda la provincia por igual y que destacó, por lo tan-

parece indicar un hecho importante, el que Quito se sintió tnás unida al Perú que a Nueva to, sus aspectos unitarios y su suerte común.

Granada y que hubo variaciones locales a este respecto. Las resideiicias de los virreyes de Nueva Granada ponen de manifiesto, además, un nuevo

~~~~~t~ la época peruana, en todas las poblaciones quiteñas, con excepción de Ibarra Y Jaén fenómeno por el que algunos miembros de la élite local se percibían a sí mismos cotno habitantes

de B ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ , hubo siempre al menos una persona que alegaba haber viajado a Lima Y haber co- 23.-El capitán Sebastián de Villacís. quien tuvo la oportunidad de conocer a Liñan en Quito, le volvió a frecuentar en

20,-v;d. su declaración, o,,, ~ i t , Elcapitán Juan de Suecia declaró de forma similar: vi</ AGI, E. C. , 80IA-11ieza 122, Lima ciiando fue a ella con mercancías (i,id siil~ra nota 7). V i d , igualmcnte, el ciiso de mitco de Górnez Patamiña,

pp. 34-37. del capitán Agustín de la Barrera y de Cristóbal de Angulo Montesinos (ihídei~i, pp. 226-289).

21.-wd. la declaración del sargento mayor Clandio Garch de IaTorre, 011. cit. 24.-Vid, por ejemplo, las declaraciones del sargento inayor Miguel de Horna y Rubalcava, comisario dc caballería José de Sotomayor y Torres y del ayudante Diego Isidro Barreto (AGI, E.C., 545B-pieza 7, pp. 12-32).

2 2 . - ~ ~ ~ ~ era l a allrcciación del gobernador y cabildo de Popayán en la residencia del virrey Eslava. El gobernador decla- ró liaber recibido de[ virrey 15 órdenes entre Mayo de 1740 y Julio de 1747, es decir, una media más o menos dc dos 25.-Se trataba de Popayán, Quito, Latacunga y Riobamba.

despacllos por E[ recibió tres órdenes pare toda la época de mando, es decir, una media de menos de (1" 26.-Vid, por ejemplo, la declaración de Martín de Lara, teniente chanciller (AGI, E.C., 808B-pieza 30, pp. 33-35). Se tra- desllaclio cada dos años. vir/. AGI, E.C., 809A. pp. 87-95. Según parece. el camlio dc mayor actividad (le 10s vine- taba de una lógica comerciiil y no necesariamente geagráficii-espacial. En la residencia del virrey Eslava, los testigos

yes se centraba los asuntos de la caja rcal. Según el testimonio del contador del tribunal de cuentas de Pol1nydn, de lbarra-ciudad que se hallabasobre el camino real que unía Quito con Popayán (y Cartagema)- alegaban, por ejem- el virrey villalonga libró durante su (mando -que duró solo 4 años- 25 órdenes a este efecto (AGI, E.C.. 8olC. PP. plo, no conocer al virrey por rrio Iioliei. ido n In corre de Sr~rito Fe rii (1 Ic,~lriz(i <le Cni.rrgeiio». Soiprendentemente,

58-60), rrecuencia podía deberse al Iheclio de quc se trataba de quien tenia que establecer un virreinato Y, 1101 lo explicaron que su villa estaba ~11110~lelilndflu y lejana de aquellos centros (AGI, E.C., 809B-pieza 64, por ejemplo las tanto, estaba especialmente encargado de ordenar y reformar la administración local. declaraciones del capitán Antonio López Hurtado y de Juan Francisco Muñoz de Hero).

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de una zonaperiférica, lejana y desconectada del centro de mando. «Lo que puede decir es ylre por lo que toca u esla ciudad [Guayaquil] ... no ha oido que hiciese inj~isticia alguna y por lo que to- ca de s~ obrar en Santa Fe no puede dar razón por la ~nucha distancia que ha)) de esta ciudad n diclzo iriizoi> (27) o la versión de Pedro de Ziimarraga, arcediano, provisor y vicario general del obispado de Quito quien declaró que debido al hecho de que el virrey habitaba Santa Fe, sus ac- ciones se conocían en Quito y su provincia solo mediante las providencias que daba para este ám- bito local (28). La alienación hacia los virreyes de Santa Fe llegó a tal punto que en la residencia del virrey Eslava tanto en Otavalo como en Chimbo se prescindió de la obligación de escuchar a testigos y se limitó a redactar una carta colectiva, en nombre de todos los vecinos, en la que se ha- cía constar que los que la firmaban no tenían nada que pedir contra el virrey (29).

6. CONCLUSIÓN La mayoría de los miembros de la élite de la provincia de Quito entre 1670 y 1750 no cono-

cían al virrey ni a sus actividades. Como ocurría con Dios o con el rey (sin pretender compararlos entre sí), confiaban en que el virrey existía (((por noficicr saben que diclzo es virreyrc) y presumían que cumplía bien con su deber (*han oido», «por noticia saben que ejerce bien )i dereclianzente su oficio»). A este respecto, no hacía falta obtener verdadera información ni pedir explicaciones. Bastaba con ostetitar una fe, basada sobre la adhesión a las reglas del sistema. La lejanía del mi- nistro, tan social como geográfica, no se entendía, por lo tanto, por ausencia, o mejor dicho, la aii- sencia no se interpuso en el camino de la presencia presumida.

27 -Declaracibn del capitán Luis Fernández Rondón, op a l , p 40

28 -AGI, E C , BOLA-pieza 123, pp 49-51

29 -AGI, E C ,809B-piezas 65 y 66