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Introducción. El abogado se debe a sí mismo y a su misión de auxiliar de la justicia, una conducta integra y ajustada a los parámetros de la ética. Según la Real Academia Española, la ética es la “parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre” y, a su vez, moral, en la acepción que nos interesa, es definida de la siguiente manera: “Que no cae bajo la jurisdicción de los sentidos por ser de la apreciación del entendimiento o de la conciencia”. La profesión de abogar, siguiendo a Manuel Ossorio en su Diccionario Jurídico, “se inició, al parecer, con Antisoaes que, según se dice, fue el primer defensor que percibió honorarios por la prestación de sus servicios de abogado, norma que fue seguida por otros oradores. Sin embargo se afirma que fue Pericles en Grecia el primer abogado profesional”. A pesar de la existencia de abogados en Grecia, es recién con el Derecho Romano y la complejidad de sus normas, que se hizo imprescindible una profesión jurídica, encomendada a personas que fuesen al mismo tiempo “grandes orados y jurisconsultos”. La ética es un análisis de los valores. Todos necesitamos formas de diferenciar lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto; por lo que, sin una base ética que fundamente nuestro accionar y oriente nuestras conductas, solo podremos obtener logros parciales, que difícilmente perduren en el tiempo. De esto surge que la ética en el ejercicio de la profesión, es un elemento indispensable para conseguir la obtención del éxito. Teniendo en consideración lo mencionado y atendiendo a estas primeras definiciones, comenzaremos a desarrollar los deberes que corresponden observar a aquellos que tienen como profesión hablar en favor de alguien o de defenderlo en juicio: los abogados. 1

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Introducción.

El abogado se debe a sí mismo y a su misión de auxiliar de la justicia, una conducta integra y ajustada a los parámetros de la ética. Según la Real Academia Española, la ética es la “parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre” y, a su vez, moral, en la acepción que nos interesa, es definida de la siguiente manera: “Que no cae bajo la jurisdicción de los sentidos por ser de la apreciación del entendimiento o de la conciencia”.

La profesión de abogar, siguiendo a Manuel Ossorio en su Diccionario Jurídico, “se inició, al parecer, con Antisoaes que, según se dice, fue el primer defensor que percibió honorarios por la prestación de sus servicios de abogado, norma que fue seguida por otros oradores. Sin embargo se afirma que fue Pericles en Grecia el primer abogado profesional”. A pesar de la existencia de abogados en Grecia, es recién con el Derecho Romano y la complejidad de sus normas, que se hizo imprescindible una profesión jurídica, encomendada a personas que fuesen al mismo tiempo “grandes orados y jurisconsultos”.

La ética es un análisis de los valores. Todos necesitamos formas de diferenciar lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto; por lo que, sin una base ética que fundamente nuestro accionar y oriente nuestras conductas, solo podremos obtener logros parciales, que difícilmente perduren en el tiempo.

De esto surge que la ética en el ejercicio de la profesión, es un elemento indispensable para conseguir la obtención del éxito.

Teniendo en consideración lo mencionado y atendiendo a estas primeras definiciones, comenzaremos a desarrollar los deberes que corresponden observar a aquellos que tienen como profesión hablar en favor de alguien o de defenderlo en juicio: los abogados.

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La gestión del abogado y la diligencia.

El art. 25 del Código de Ética de la Provincia de Entre Ríos, que crea una regla general del cual derivan los demás deberes: diligencia, estilo y puntualidad. Este artículo establece: “ A) el abogado cualquiera sea el carácter en que actúe, debe realizar plenamente la gestión y defensa de los intereses de su cliente. El cliente tiene derecho a los beneficios de todos los recursos o defensas autorizadas por la ley, pero debe tener presente que la misión del abogado debe ser cumplida en el marco legal y bajo los dictados de su conciencia. B) Debe ajustarse a las prescripciones de la ley, cuando actúe en calidad de apoderado”.

A partir de la lectura de este deber, nos surge el interrogante: ¿Cuál es la forma en que debe actuar el abogado para que su gestión sea plena? En principio, cumplimentando con el deber de diligencia y cada uno de los deberes que de este surgen.

El deber deontológico del abogado, denominado de diligencia debe ser valorado conforme con la naturaleza de la actividad que va a realizar. Se trata de un concepto ambivalente, que puede comprenderse en dos sentidos:

1) característica del cumplimiento de una obligación contractual que tiene por objeto el ejercicio de la profesión,

2) característica de los actos, actuaciones y deberes del comportamiento del abogado en el ejercicio de la profesión.

Podemos definirlo como el conveniente cuidado en la atención y manejo de los asuntos que se le confían. El artículo 5 del Código de Ética de nuestra provincia señala “el abogado debe consagrarse enteramente a los intereses de su cliente, poniendo en la defensa de los derechos del mismo, su celo, saber, habilidad, siempre con sujeción estricta a las normas jurídicas de ética profesional”.

Los Códigos de Ética de las demás provincias, regulan con similitud el deber de diligencia e inclusive, lo encontramos regulado en códigos de otros países. A modo de ejemplo, podemos citar el Código de Ética de Venezuela que en su artículo 35 establece: “Una vez que el abogado acepte el patrocinio de un asunto deberá atenderlo con diligencia hasta su conclusión” y el Código Deontológico de los Abogados de la Unión Europea que en su artículo 3.1.2 señala: “El abogado asesorará y defenderá a su cliente rápidamente, concienzudamente y con la debida diligencia”.

Dentro de este deber debemos tener en cuenta la dirección a donde se encamina la voluntad del abogado, la cual no va enfocada solamente en la prestación contractual, sino que también esa voluntad debe ser ejecutada de la mejor manera posible.

Es decir, quien es abogado debe poner todo de sí para satisfacer los intereses de su cliente pero siempre dentro de los márgenes de la licitud, como lo establece el art 25 del Código de Ética al establecer “la misión del abogado debe ser cumplida en el marco legal (…)”.“El abogado como auxiliar de la Justicia debe tener la convicción de asistir a su cliente, lo que no significa ser su cómplice, lo cual le impone la lealtad en la lucha y utilización de medios procesales lícitos. El abogado puede estar defendiendo un caso en el que el cliente no tenga razón. Puede haber tomado el caso por motivos atendibles: la amistad, la afinidad ideológica y política, pero lo que nunca puede hacer es olvidar que solamente es su abogado nunca su socio ni menos aún ni su cómplice. Tampoco lo puede hacer aun cuando crea que la causa que defiende es justa”.1

1 Agatelio, Osvaldo. La ética del abogado, segunda edición, pág. 203, Editorial Abeledo Perrot.

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Consecuentemente, este deber no se refiere sino a que el actuar del abogado constituye una cualidad subjetiva de este último y por eso, lo que se persigue es que el abogado no sea solo ente dotado de capacidad técnica suficiente, sino que además se honesto, correcto, leal y reservado de los intereses de sus clientes.

La actitud contraria a la diligencia es la negligencia. Un acto negligente no solo se origina por una deficiente preparación, sino también por un descuido, desatención o ausencia de preocupación respecto del acto o asunto que le fue confiado al abogado. Ejemplo de esto, lo podemos observar en aquellos casos en que el abogado deja de interponer algún recurso dentro del término que la ley concede, precluyendo su derecho de hacerlo; cuando no incorpora documentos que se le solicitan, no presenta pruebas o no concurre a las audiencias, entre otros.

“El proceso debido tiene un ritmo y es necesario que su conclusión resulte oportuna, ya que toda conducta que altera ese ritmo, prolonga el proceso más de lo razonable atentando contra la seguridad jurídica que genera la sentencia judicial, al definir equitativamente los derechos y obligaciones de las partes; y además, provoca una justicia tardía que por ser tal, puede llegar a ser injusta”.2

Debemos hacer mención a un aspecto interesante como es la naturaleza jurídica de este deber. Ello nos lleva a comparar la relación jurídica que surge de un contrato civil, con la relación abogado cliente de la cual también surgen derechos y deberes.

Ambas relaciones tienen similitudes debido a que surgen de acuerdo de voluntades de los sujetos, pero también hay diferencias, ya que si bien de las dos relaciones surgen derechos y deberes, el incumplimiento de los deberes en el caso del contrato civil solo produce responsabilidad civil y el interés privado es el único vulnerado; mientras que en la relación cliente abogado, de la cual nos interesa principalmente el deber de diligencia, dado el incumplimiento de dicho deber no sólo acarrea la responsabilidad del resarcimiento por los daños que pueda sufrir el cliente, sino que además acarrea una sanción disciplinaria independiente de la responsabilidad de resarcimiento de daños.

Debido a esto, el deber de diligencia no solo tutela el interés privado, sino también un interés público, razón por la cual el abogado es pasible de sanciones disciplinarias.

El deber en desarrollo, tiene dos formas de alcance:

1) Personal: la relación entre el abogado y el cliente debe ser de confianza, ya que el este le ha encomendado una tarea en virtud de sus condiciones profesionales.Si bien los abogados deben realizar personalmente la prestación debida, esto no obsta que haya otras personas que lo auxilien, como los abogados noveles, pero en este supuesto, el deber del abogado se extiende al de supervisar el trabajo que realizan sus dependientes, ya que en caso de negligencia de ello, el abogado no podrá excusarse por la mala gestión sino que será responsable por el accionar de sus auxiliares.

2) Temporal: el deber de diligencia subsiste desde que comienza hasta que termina la relación. Consiste en llevar el caso con el mayor desempeño posible, y una vez que esté

2 Vigo, Rodolfo Luis, Ética del abogado. Conducta procesal indebida, segunda edición, pág. 20, Editorial Abeledo Perrot.

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terminado, debe cuidar que posteriormente a su fin no se produzcan daños que puedan dar lugar a causa de omisiones que se realizaron en el tiempo en que estaba vigente la relación.

Para comprender el alcance temporal, acudimos a dos fallos jurisprudenciales en donde se señaló: “el incumplimiento disciplinariamente relevante se consuma cuando el autor se sustrae de prestar su asistencia personal al estudio fijado y de información al cliente, dado que el profesional que comprometió sus servicios sobre la base de la confianza que su cliente depositó en él, para luego abandonar sus obligaciones, no empleó la mayor diligencia en la gestión encomendada de acuerdo al artículo 25 inciso 8 de la Ley 4976 por lo que ha faltado al deber de emplear al servicio de su cliente todo su saber, celo y dedicación; si el abogado decide no continuar con el asunto, puede no hacerlo pero en ese caso es su obligación prevenir al cliente con el tiempo útil para permitir su reemplazo por otro profesional (…) (Garignani, Alberto P/Sumario Disciplinario)”. En el caso Barraza, Alejandro P/ Sumario Disciplinario, el tribunal complementa y reafirma lo señalado en el caso anterior, agregando que considera que el abogado puede decidir espontáneamente no continuar con el asunto encomendado, habiendo causales que le permitan tomar esa decisión, pero de ser así es su obligación prevenir al cliente con tiempo suficiente para permitirle su reemplazo por otro profesional, poniendo a su disposición la documentación recibida y, en todo esto, atender en su estudio debidamente comunicado cualquier cambio.

Estilo jurídico y puntualidad.

“Tanto el estilo como la puntualidad hacen a la buena diligencia del abogado”3. Este debe poner en practica la puntualidad en la atención al público, en su estudio y al concurrir a la audiencias, ya que “una tardanza injustificada puede hacer fracasar definitivamente una audiencia de conciliación y con ella un juicio”4. No solamente los abogados deben poner en practica la puntualidad, sino también los jueces porque “sin probidad no puede haber justicia, pero probidad también significa puntualidad”5.

Sin embargo, para un buen desempeño como abogado, no basta con que sea diligente y puntual, sino que además debe adoptar un estilo jurídico apropiado.

El estilo jurídico es “un medio eficaz de comunicación de las partes con el juez y de las partes entre sí. Es el instrumento ponderable que a diario usa el abogado para reclamar justicia su herramienta más preciada de trabajo”6, y consta de cuatro características:

Veracidad: “el abogado se debe a verdad antes que a nada”. “Mentir en el debate forense es poco útil, porque frente a nosotros esta nuestro adversario para reestablecer la verdad y desenmascararnos”.7

Claridad: “el arte del abogado consiste en plantear las cosas con tal sencillez que el juez se sienta atraído a leer aun sin ganas”8.

Brevedad: “no debe haber en nuestros escritos otros conceptos sino lo necesario y hemos de buscar palabras más concretas y diáfanas”9. “Se impone al abogado ser preciso y directo en

3 Boneccasse, Julián. Ética de la abogacía y de la procuración, pág. 221.4 Boneccasse, Julián. Ética de la abogacía y de la procuración, pág. 224.5 Boneccasse, Julián. Ética de la abogacía y de la procuración, pág. 264.6Boneccasse, Julián. Ética de la abogacía y de la procuración, pág. 224.7Ángel Ossorio y Gallardo. El alma de la toga, tercera edición, pág. 80. México. Editorial Porrúa.8Ángel Ossorio y Gallardo. El alma de la toga, tercera edición, pág. 82. México. Editorial Porrúa.9Ángel Ossorio y Gallardo. El alma de la toga, tercera edición, pág. 82. México. Editorial Porrúa.

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cuanto se expida evitando extenderse en demasía en los discursos orales y escritos o cuando deba plantear incidentes en las audiencias”10. “Escritos muy extensos podrán corresponder a los deseos del cliente pero en la comunicación con los jueces triunfa el aforismo”11. “Lo bueno y breve dos veces bueno”12. Brevedad y claridad son las condiciones que aprecia el juez en el discurso del abogado; la brevedad de las defensas escritas y orales es el medio más seguro para seguir ganando los pleitos, ya que el juez presta atención con la cabeza despejada a las pocas cosas que lee o escucha.

Amenidad: “unida a la claridad y a la brevedad debe ir la amenidad”13, “la gracia es un don del cielo que viene bien en todas las ocasiones de la vida y el usarla no solo es licito sino conveniente”.14

Conclusión.

10Boneccasse, Julián. Ética de la abogacía y de la procuración,pág. 225.11Boneccasse, Julián. Ética de la abogacía y de la procuración,pág. 225.12Boneccasse, Julián. Ética de la abogacía y de la procuración,pág. 225.13Ángel Ossorio y Gallardo. El alma de la toga, tercera edición, pág. 83. México. Editorial Porrúa.14Ángel Ossorio y Gallardo. El alma de la toga, tercera edición, pág. 84. México. Editorial Porrúa.

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Actualmente, nos encontramos en una sociedad incrédula respecto a la ética, y por sobre todo, una sociedad en la cual la profesión de abogado se encuentra desacreditada, ya sea en virtud de las disfuncionalidades de la administración de la justicia o por la falta de actitudes éticas por parte de los abogados.

Debemos recuperar el prestigio de esta digna profesión ejerciéndola éticamente, pero sin entender a la ética como un conjunto de normas a las cual debemos adaptarnos sino como un proceso de búsqueda de actitudes que traerán mayor beneficio a todos.

La ética debe ser el instrumento más importante para mejorar la sociedad en su conjunto, desde todos los sectores y, particularmente, desde el ejercicio de la abogacía, debemos adoptar las medidas necesarias para contribuir al mejoramiento de toda la sociedad.

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Bibliografía.

1) Agatelio, Osvaldo. La ética del abogado, segunda edición, Editorial Abeledo Perrot.2) Vigo, Rodolfo Luis, Ética del abogado. Conducta procesal indebida, segunda edición,

Editorial Abeledo Perrot.3) Boneccasse, Julián. Ética de la abogacía y de la procuración.4) Ángel Ossorio y Gallardo. El alma de la toga, tercera edición. México. Editorial Porrúa.5) Ossorio, Manuel. Diccionario de ciencias jurídicas, políticas y sociales. 31 edición, Editorial

Heliasta.

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