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Carrera de Sociología Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires Teoría sociológica : GEORG SIMMEL, LA COSIFICACION DE LAS SOCIEDADES MODERNAS. Profesor titular a cargo Vernik Esteban Segundo cuatrimestre 2008 Trabajo monográfico: “Desde las dicotomías hacia la cosificación. Una

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Carrera de Sociología

Facultad de Ciencias Sociales

Universidad de Buenos Aires

Teoría sociológica : GEORG SIMMEL, LA COSIFICACION DE LAS SOCIEDADES

MODERNAS.

Profesor titular a cargo

Vernik Esteban

Segundo cuatrimestre 2008

Trabajo monográfico: “Desde las dicotomías hacia la

cosificación. Una mirada hacia el mundo moderno desde

Georg Simmel”

Alumna

Catleen Mac Donnell, D.N.I: 31.148.629

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La siguiente monografía se orientará a dar cuenta del problema de la cosificación en la teoría

sociológica de Georg Simmel. Siendo este un eje central en su desarrollo teórico, un problema

nodal que lo lleva a reflexionar y a hacer teoría, podría caerse en un plano muy abarcativo y

vago en el ejercicio de intentar dar cuenta del mismo. Es por eso que lo que este trabajo se

propone, consiste en recortar esta categoría (pensada como su motor para la creación teórica),

poniéndola en relación con algunas de las múltiples dicotomías que Simmel propone para

identificarla y entender el ecléctico y voraginoso mundo que lo vio crear. A partir de esto

surgirán necesariamente algunas derivaciones analíticas acerca de la noción de tiempo del autor

en relación con otras cosmovisiones temporales, así como también ciertas reflexiones en torno a

la cuestión del dinero, la moda y las ciudades como escenario principal para el desenvolvimiento

de la misma.

Para concluir se presentarán algunas reflexiones, a modo de cierre, que harán hincapié en la

asombrosa capacidad analítica de Simmel en cuanto a las problemáticas de los individuos en las

sociedades modernas, hecho que ha logrado que sus teorías sean pasibles de ser empleadas para

pensar muchas de las cuestiones de las sociedades posmodernas, en las que nos desenvolvemos

actualmente.

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El amanecer del mundo moderno, Simmel empieza a pensar la cosificación

Simmel inicia su escrito “Las Grandes urbes y la vida del espíritu”, presentando a la vida

moderna como un espacio del que manan problemas, un momento de enfrentamiento del

individuo contra la prepotencia de la sociedad.

Los espacios en los que Simmel está pensando, desde los cuales surgen las más interesantes

observaciones de la vida cotidiana de los individuos, son las nuevas y crecientes ciudades

modernas, capitales de la economía monetaria y sedes por excelencia del dominio del

entendimiento.

Estos espacios urbanos originarios, constituyeron la fuente que hizo posibles las primeras

reflexiones de este autor acerca de lo que sucedía a partir del estallido de la modernidad, en la

vida de los individuos, en el espíritu de los sujetos cuyas interrelaciones formas los hilos

sociales que serán la materia sobre la que descansará su mirada microscópica de lo social.

La sociología de Simmel es una “sociología de la vida”, en todo sentido. Esto implica pensar

su forma de ver el mundo social como algo en curso, en constante construcción, como parte de

la corriente vital, que los sujetos construyen a la vez que destruyen y también cambian a lo largo

de su vida. Todo lo que en el mundo se hiciera estático, caería fuera de la corriente de la vida.

Toda acción que los individuos realizan está sujeta a esta misma corriente, por lo que sus

producciones culturales, por ser fruto del desarrollo del espíritu subjetivo deberían volver a la

vida, para enriquecerla. Las formas de la cultura deberían expresar el desarrollo del espíritu

subjetivo.

Este pequeño recorrido general nos sirve para introducirnos al análisis de la primer dicotomía

o polaridad que se procederá a desarrollar. La misma es de gran importancia para la mirada del

mundo desde la perspectiva Simmeliana, ya que conforma el eje para entender la “Tragedia de

la cultura moderna”, un problema central en la teoría del autor.

Primera dicotomía: Espíritu objetivo-Espíritu subjetivo o Fundamentos para explicar la

Tragedia en la cultura moderna

Si bien las reflexiones de Simmel acerca de la vida moderna datan de tiempos muy lejanos a

los nuestros, no puede dejar de advertirse la asombrosa actualidad y capacidad explicativa de las

problemáticas que-aunque distantes temporalmente-se acercan mucho en lo que a cuestiones

culturales respecta. Es por esta razón, que a través de una mirada hacia el mundo en el que

vivimos podemos comprender perfectamente la preocupación del autor por el desarrollo y

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florecimiento de lo que da en llamar cultura subjetiva. Nuestras producciones culturales son las

formas en las que se manifiesta el espíritu subjetivo en el fluir de la corriente vital. Al observar

el desarrollo de las mismas en el mundo moderno y posmoderno, es fácil advertir cómo el

individuo tiene cada vez menores posibilidades de cuestionarse acerca de los objetos que lo

rodean y de su funcionamiento. La racionalidad y el cálculo han dado por formar un escenario

donde lo objetivo prima por sobre lo subjetivo.

El conflicto entre el espíritu objetivo, (impersonal y general) y el espíritu subjetivo

(específico y propio de la vida), se observa con mayor presición en el contexto de las grandes

ciudades, que constituyen la consagración de los procesos de industrialización y los ideales de

progreso de la modernidad. El proceso de objetivación descrito por Simmel ocurre dentro de

este contexto específico, pero da cuenta de un fenómeno más amplio, que está en el centro de la

condición moderna, representando el choque entre el mundo interno del individuo y el mundo

externo.

Vemos como Simmel se interesa fundamentalmente en cómo afectan a los individuos los

procesos de cambio vividos en su época, es decir, de cómo repercute el conflicto de la cultura en

los propios individuos que la construyen.

Simmel se expresa de la siguiente manera: “nuestra vida espiritual, interna y comunicativa

está llena de construcciones simbólicas (...) en las que hay almacenada una espiritualidad

enorme, de la cual el espíritu individual no hace sino aprovechar una mínima parte” (Simmel

1977:564). Así, a través de una producción constante de nuevas formas culturales se va

manifestando la vida, pero ésta “no se puede expresar a no ser en formas que son y significan

algo por sí, independientemente de ella”, de tal modo se forja la contradicción “auténtica y

continua”de la “tragedia de la cultura”moderna (Simmel 1986a:133-134). He aquí el conflicto

propio de la cultura moderna.

Frente a esta relación dicotómica que reúne dos formas del espíritu se yergue uno de los

problemas más interesantes en el desarrollo teórico del autor, el de la cosificación.

La vida se manifiesta en formas que la contienen, formas culturales que la expresan pero no

la agotan. Como se dijo anteriormente, la vida es más que vida, es una corriente vital, que en

tanto tal necesita que las formas vuelvan a la vertiente para hacer posible el desarrollo del

espíritu subjetivo, de la cultura como un árbol que florece. Lo que sucede en la sociedad

moderna y se observa con mayor intensidad en la vida urbana es justamente lo contrario. Las

formas culturales se cosifican, se cristalizan y se vuelven imposibles de regresar a la vida. Se

produce entonces una primacía de espíritu objetivo por sobre el subjetivo, ayudado por la

creciente extensión del uso del entendimiento, que presta un terreno fértil para que la balanza se

incline hacia el lado de la cosificación.

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Así las formas culturales no brotan del espíritu humano y vuelven al mismo en una suerte de

corriente, sino que se objetivizan y el individuo se torna incapaz de volver a apropiarse de las

mismas.

Lo que se produce en consecuencia es un escenario protagonizado por la prevalencia de la

cultura objetiva, característica de las sociedades modernas, Simmel lo explica en términos de

una “hipertrofia de la cultura objetiva, frente a la atrofia de la cultura subjetiva”.

Para profundizar esta problemática de las sociedades modernas, es bueno introducirnos en

otra de las polaridades que propone Simmel. La misma nos servirá como idea o fundamento

filosófico para comprender algunas nociones de la temporalidad en su teoría y dar cuenta,

fundamentalmente, de su particular noción de la aventura.

De las nociones de vivencia y de aventura y su relación con la idea de tiempo

En esta instancia de análisis, es menester hacer referencia a la idea de tiempo en la que está

pensando Simmel.

A lo largo de la historia, el tiempo ha sido pensado de diversas formas y de acuerdo a

cosmovisiones muy variadas. Aristóteles presentaba al tiempo como una medida del

movimiento, es decir, como un atributo derivado de la naturaleza de los cuerpos. Enmanuel

Kant, sin embrago, consideraba que, al igual que el espacio, el tiempo constituía una suerte de

molde previo con el cual la conciencia pone orden a las impresiones inquietas y caóticas. Gastón

Bachelard, en el siglo veinte, entendía que la duración es apenas un fenómeno de perspectiva,

una costumbre mental, un artilugio de la imaginación, pues sólo tiene realidad el instante. San

Agustín (cuya visión es la que se encuentra en relación con la teoría social simmeliana), acuña

una captación que está fuertemente impregnada por la interioridad subjetiva (distentio animi).

Esta forma de entender el tiempo es específicamente la que corresponde usar de base para

comprender la particular forma de entender la vida del espíritu en Simmel.

El tiempo es entendido en términos de “distensión del alma”, de un presente que se ensancha.

Esta forma da lugar a pensar en una temporalidad subjetiva, oponiéndola a la noción de tiempo

objetivo, mesurable, en el cual cada instante es igual al siguiente. De esta manera, deja la

objetividad de lado y comienza a jugar nuevamente con las ideas del espíritu subjetivo en

relación al factor temporal.

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Ahora bien, conociendo que Simmel es un teórico que está pensando fundamentalmente en la

modernidad y en las consecuencias de la vida urbana en el espíritu subjetivo, me dispondré a

presentar qué sucede con el tiempo a partir del surgimiento de las ciudades.

El ordenamiento racional del tiempo y el espacio en las ciudades, en tanto manera de hacer

uniforme la experiencia urbana, junto con la fuerte necesidad de diferenciación individual que

surge en ellas, produce un cambio substancial en la vida psíquica y social de los individuos.

Paralelamente induce a la cada vez más difícil tarea, de hallar el sentido en la experiencia

subjetiva.

Para Simmel la posibilidad de tener una experiencia con sentido se llama aventura, y consiste

justamente en un hecho extraordinario que se sale de la lógica igualizadora del entendimiento,

que escapa a la vida neurastémica y la consecuente actitud indolente del típico urbanita. Es la

posibilidad de crear una “isla de sentido”, una experiencia en el centro de la vivencia misma,

que tiene principio y tiene fin. En este nuevo juego de polaridades, Simmel está buscando la

forma de dar una solución al problema del sentido y de la significación en el mundo moderno.

Está en búsqueda de poner al sujeto en la posibilidad de encontrarse frente a un mundo no

cosificado; intenta darle la vía para escapar de la enajenación, y permitirse pensar en la

posibilidad de los sujetos de comprender y apropiarse de su propia experiencia.

La aventura pone al individuo frente a la vida, no lo opone formando una contradicción, sino

que lo enfrenta en términos de una dicotomía, que, análoga a la experiencia del artista o el

filósofo, lo une con la totalidad de la misma, le permite crear sentido.

Simmel es maravilloso para presentar metáforas y alegorías que relacionan los hechos más

simples de la cotidianeidad, con los problemas filosóficos más complejos puestos al análisis de

lo social. En este pasaje de su escrito La Aventura, compara la idea de aventura con la del amor,

indicando que la relación amorosa, como la aventura, contiene en sí la clara conjunción de dos

elementos: “La fuerza conquistadora y la aceptación imposible de imponer, el logro debido a

las facultades propias y la dependencia de la suerte, que permite que un elemento imprevisible y

exterior a nosotros nos agracie.” (Simmel 1988:19)

Sobre la diferencia entre forma y contenido, el orígen de la Sociología de la Vida o

Lebenssoziologie

A partir de una epistemología kantiana, Simmel presenta una nueva forma de organizar

metodológicamente a la sociología, en términos de una diferenciación dicotómica. En principio,

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es bueno destacar que su forma de pensar en esta ciencia social parte de una manera particular

de mirar el mundo, un método científico nuevo, a partir del cual se intentan comprender las

vetas del entramado de relaciones que forman la sociedad.

Simmel sostiene, a modo de definir su metodología, que en lo que respecta a lo social es

menester distinguir entre las categorías de forma y contenido. El contenido está integrado por

impulsos, deseos y fines, y su estudio compete a la psicología. Por el contrario, la forma es el

modo de interacción o acción recíproca bajo el cual se manifiestan los contenidos sociales. Estas

formas son independientes de los contenidos concretos y variables y tienen un cierto valor

apriorístico, por cuanto existen y se repiten en circunstancias históricas muy diversas,

trascendiéndolas. Las formas de socialización, tanto en sus formulaciones puras como en sus

concreciones empíricas, son, para Simmel, el objeto propio y particular de la sociología, que se

organiza así, como ciencia formal.

Esta sociología sui generis, presenta nuevos espacios en los que se manifiesta lo social,

relacionados con la interacción de los individuos, con su hacer y recrear la sociedad a partir de

la acción recíproca, en una suerte de escenario de la vida cotidiana. En esta lógica, Simmel se

aleja de los temas tradicionalmente tratados por los sociólogos anteriores e inaugura la

Lebenssoziologie o sociología de la vida, a partir del tratamiento de nuevas cuestiones, entre las

que se destacan.: la influencia del número en la vida social, la ordenación espacial de la

sociedad, el cruce de los círculos sociales, las formas positivas de la lucha y el conflicto, entre

otras. A su vez esto le permite jugar ilustrativamente con una serie de figuras alegóricas para

pensar algunas interacciones representativas. Así encontramos figuras tales como el pobre, el

extranjero, el regalo, el secreto, la relación epistolar, ensayos como Puente y Puerta, Rosas, La

coquetería, etc.

El acento estará puesto por Simmel, una vez más, en la dinámica de la vida social,

rechazando la idea de lo estático y proponiendo lo social como un plexo de círculos concéntricos

que se relacionan constantemente, dando lugar a distintas e interesantes formas de acción

recíproca.

A partir del análisis de las dos dicotomías anteriores, contamos con una noción tanto cultural

como metodológica del pensamiento de Simmel, por lo cual nos es posible adentrarnos en

algunas de las problemáticas específicas de las sociedades modernas que el autor analiza. En

primera instancia indagaremos en tres cuestiones fundamentales del surgimiento de la

modernidad y la vida en los grandes conglomerados urbanos: El problema del dinero, la

enajenación que este produce y la lógica del cálculo como su fiel aliada.

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El dinero, la enajenación y la lógica del cálculo

Dentro del desarrollo del pensamiento de Simmel, se encuentra la empresa de expandir los

efectos del análisis sobre la alienación, que Marx había elaborado centrado en el orden de lo

económico, hacia el resto de las esferas de la vida de los individuos. Intentaba Simmel, de esta

forma, demostrar cómo el capitalismo producía lo que definió en términos de enajenación,

apoyada en la creciente lógica del cálculo, sustento para el crecimiento de este sistema. Simmel

estaba pensando más allá de lo estrictamente económico, proponiendo una idea de expansión de

las consecuencias de esta nueva forma de vida a las esferas más esenciales de la ética, la

estética, la experiencia erótica y hasta la religiosa. Lo que esta lógica trae como consecuencia es,

en palabras de E. Vernik: “una autoenajenación de tipo existencial”.

El dinero es el medio por el cual todo se iguala, todo es reducido de su forma subjetiva de

valor a la pregunta objetiva de ¿Cuánto cuesta? Es por excelencia el medio para alcanzar fines

en el emergente capitalismo y Simmel observa esta tendencia a través de una óptica por demás

interesante. Lo que el advierte es una suerte de “inversión entre medios y fines”, que subvierte la

lógica normal, llevando a que los primeros pasan a ser fines y al mismo tiempo se conviertan en

medios de otros fines, que continuamente pasan a ser medios, en una especie de cadena infinita

en la que el medio termina por convertirse en fin, o aún peor, eliminando la posibilidad de

pensar en un fin alguno. Así se entiende como el dinero, que originalmente se concibió como un

medio para acceder a fines e indispensable en el mundo del consumo moderno, debido a la

codicia característica de la racionalidad del cálculo que lo acompaña, termina presentándose

como un fin en sí mismo.

De esta actitud brota la insensibilidad ante la diferencia de las cosas. El individuo urbanita

percibe el mundo bajo un tono gris e indiferenciado, Simmel lo define como actitud blasee.

Ningún objeto merece preferencia sobre otro, el mundo se decolora ante la mirada del urbanita.

Esta forma de percibir el mundo es el fiel reflejo de una economía monetaria completamente

internalizada. Al ser equivalente general de todos los casos en la misma forma, el dinero se

convierte en el nivelador más atróz. Poniendo en acción toda su capacidad de indiferenciar los

objetos y hasta los sujetos, se convierte así, en el común desarrollador de todos los valores y

vacía, enormemente, la subjetividad de los individuos y la posibilidad de dar sentido a su

experiencia.

Desde esta reflexión acerca del dinero y de las consecuencias cosificantes del mismo,

partimos al análisis de otra de las cuestiones esenciales en Simmel, más relacionada a la noción

del tiempo en las ciudades y con algunos elementos alegóricos muy propios de su forma de

conocer.

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La metáfora del reloj y la idea de indolencia

Las grandes urbes, como Simmel las llama, desde un principio estuvieron en estrecha

relación con la racionalidad, con el carácter intelectualista típico de la gran ciudad. El autor

postula a la urbe, como se ha referido anteriormente, como sede excelsa de la economía

monetaria, que tendrá en común con el entendimiento, la pura objetividad.

Algunos fenómenos particulares, acompañan y optimizan este carácter intelectualista al que

se refiere Simmel, entre los que describe, se destacan los siguientes: la indiferencia de los

individuos frente al entorno, la calculabilidad que los impregna, la puntualidad a la que se han

ido sometiendo progresivamente, la exactitud de la que son ala vez constructores y víctimas, el

tiempo interrumpido y la idea de indolencia como actitud que afecta profundamente al urbanita

en su subjetividad.

El objeto material en el que se sintetizan muchas de estas conductas es el reloj de bolsillo.

Simmel ha hecho un análisis acerca de la temporalidad de las ciudades destacando la

prevalencia y la extensión del uso de este tipo de relojes. La necesidad de vivir todos en el

mismo tiempo, de contabilizarlo y llevarlo siempre en nuestras manos, increpa a Simmel, lo

pone frente a su visión subjetiva del tiempo como parte de la corriente vital y se le presenta

como un argumento más para pensar la cosificación de las sociedades modernas.

La ciudad, al ser el cultivo de formas de la artificialidad, es el mundo en el cual el tiempo se

corresponde con la lógica igualizadora del dinero y hace que los fenómenos se objetivizen e

igualen también, logrando cierta previsibilidad en el acontecer diario. Es el sitio de la

certidumbre, de aquello que deja poco espacio a la espontaneidad y a las relaciones que de ella

surgen. Frente a esto se produce en el sujeto una actitud de indolencia, frente a la vorágine de

estímulos que ofrece el escenario urbano, el sujeto responde con una actitud reservada y de

alguna forma insensible al entorno. Junto con esto, aparece la ya citada necesidad social de

hacer uniforme la vida en la ciudad, atada a los imprevistos que la urbe misma propicia. En este

proceso de desarrollo, a principios de siglo XX terminó, por fin, por universalizarse el uso del

reloj. Desde entonces, las personas ya no solo podían sino que debían ineluctablemente ser

puntuales.

A este respecto, resulta interesante relacionar las reflexiones de Simmel con otras que-aunque

muy distantes en el tiempo-, se hallan por demás cercanas en su esencia. Estas son las que

desarrolla Julio Cortázar en su ensayo “Instrucciones para dar cuerda al reloj”. Cortázar dice lo

siguiente: “Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido,

una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy

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felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te

regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te

regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y

precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su

correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de

darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te

regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por

la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se

te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor

que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan

un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.” (Cortázar:1990-63)

Esta forma de pensar en el reloj, de entender alegóricamente el mero objeto, va más allá. Está

estrechamente en consonancia con la forma de objetivación a través de la que Simmel analiza el

tiempo y en consecuencia, con las formas de la nueva vida del espíritu del sujeto en la ciudad.

En este breve pero rico fragmento, conviven las ideas del tiempo, de la sujeción a la objetividad

del mismo con nociones de la moda, del vertiginoso cambio de estilos, de la diferenciación y la

comparación a la que nos vemos sometidos a través del acto del consumo. Particularmente este

es el siguiente tema que nos convoca, lo presento en relación a la dicotomía diferenciación-

igualación de la que Simmel se sirve para explicarlo en profundidad.

La moda y el escenario urbano en juego con la polaridad diferenciación-igualación

Simmel define a la moda como la:

“…imitación de un modelo dado que proporciona así satisfacción a la necesidad de apoyo

social; conduce al individuo al mismo camino por el que todos transitan y facilita una pauta

general que hace de la conducta de cada uno un mero ejemplo de ella. Pero no menos

satisfacción da a la necesidad de distinguirse, a la tendencia a la diferenciación, a contrastar y

destacarse”. (Simmel, 1988: 28)

La doble función de unir y diferenciar constituye la esencia básica de la moda, que es, a la

vez un producto tanto de necesidades sociales como de necesidades psicológicas de los

individuos.

Las formas sociales, el vestido, los juicios estéticos, en fin, el estilo en que se expresan los

individuos en el mundo moderno esta sometido a una constante mutación debido al fenómeno de

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la moda. Esta no sólo afecta a los estratos superiores del mundo social, sino que los inferiores, la

toman para sí en una suerte de apropiación de la misma, traspasando las fronteras establecidas y

rompiendo la homogeneidad de la pertenencia a los estratos superiores. Progresivamente y en

consecuencia estos abandonan la moda en cuestión y acceden a una nueva para volver a

diferenciarse de las masas, en una suerte de espiral análogo a la ya nombrada cadena de medios

y fines.

La necesidad de cohesión, por una parte, y la necesidad de diferenciación, por otra, son

tendencias sociales que deben aliarse para lograr la formación de la moda; si ello no ocurre así,

la moda no llega a consolidarse y no podrá expandirse en el escenario urbano. Resulta

fundamental destacar, respecto de este fenómeno, que es siempre sólo una parte del grupo la que

la ejerce, mientras que el resto se limita a estar “en el camino” hacia ella. La moda no es

solamente aquello se persiste en el tiempo y llega a percibirse como normal, por el contrario, la

misma constituye un fenómeno que desaparece con tanta rapidez como alguna vez apareció. He

aquí una de las razones esenciales por las que su dominio es tan intenso, las convicciones

permanentes y aparentemente incuestionables de la moda pierden cada vez más fuerza frente a

los elementos fugaces y cambiantes que imperan y van allanando nuevos terrenos.

El individuo tiene en relación a la moda sentimientos tanto de aprobación como de envidia

(cabe destacar que Simmel hace especial hincapié a los sentimientos de celos y de envidia en sus

cavilaciones, los considera de extrema importancia para conocer las vetas de la subjetividad de

los individuos y sus ideas de posesión de los objetos del mundo); por lo tanto lo que le produce

el “estar a la moda” es una sensación y signo de distinción y aprobación que le otorga a la vez,

el apoyo del conjunto social de urbanitas. Se envidia aquello con lo que se está en contacto,

sobre todo si esto es cercano, pero no ocurre lo mismo con aquello cuya posesión nos es

indiferente. La moda extiende un velo conciliador a través de la envidia, debido a que no está

vedada totalmente para nadie, en tanto exista la posibilidad (por más remota que esta sea) de que

la suerte beneficie en algún momento a quienes por lo pronto, han quedado limitados al puro

envidiar. Podría pensarse esta relación a partir de la figura de la coquetería que presenta Simmel,

como algo que se quiere alcanzar, pero que no se presenta como algo fácil de concretar, como ya

dado.

La moda es, también, una de las formas con que el hombre intenta revalorizar su libertad

intima, ya que tiende a abandonar la “esclavitud de lo colectivo”. Existe la moda de grupo así

como la moda individual. El sentido de ésta es el de obtener distinción. Pero, curiosamente, es la

misma tendencia que actúa en la moda social, y lo mismo sucede con la necesidad de imitar

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como homogeneidad de lo colectivo a partir de lo individual, pero esta necesidad se habrá de

satisfacer interiormente con la concentración de la conciencia individual en la dicotomía de

forma y contenido: la homogeneidad que el individuo busca para el grupo por la imitación se

puede observar sobre todo en grupos pequeños, donde la moda representa un estadio intermedio

entre lo individual y lo social.

La rapidez con que transcurre la vida en las grandes ciudades construye un escenario perfecto

para el desarrollo de la moda, ya que la fugacidad y el cambio de las sensaciones, las relaciones,

la nivelación y la simultánea exaltación de la individualidad se produce en la concentración de

las personas en un espacio reducido, lo que decanta en la ya referida, reserva y distanciamiento.

Los rápidos movimientos económicos de la gran ciudad, cuando inciden en la movilidad social y

benefician a quienes se encuentran en los estratos bajos de la escala social, permitiéndoles imitar

más rápidamente a quienes disfrutan de una posición elevada, forman el terreno propicio para el

crecimiento del fenómeno. La adopción de la moda por parte de las clases inferiores se da

inmediatamente después de que aquélla es abandonada por las clases superiores. Esto ayuda a

que estar a la moda ya no sea tan costoso y, al mismo tiempo, no sea tan extravagante, como en

otros tiempos precedentes.

Cuanto más pronto cambia una moda, más accesibles pasan a ser los objetos que

configuraban la misma, y cuanto más baratos son éstos, tanto más incitan a los consumidores a

cambiarlos y a los productores a producir otras novedades.

Una vez más vemos como los efectos de la enajenación del dinero y la aceleración de la vida

en las ciudades-escenarios preferenciales para el despliegue del fenómeno de la moda-se

trasladan a las esferas más diversas de la vida de los individuos impidiendo una reapropiación

del sentido subjetivo de la vida.

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Conclusión y reflexiones finales

A lo largo del recorrido que vinimos llevando a cabo, hemos podido más que comprobar la

sorprendente actualidad de las reflexiones teóricas de Simmel.

Las dicotomías o polaridades que emplea para analizar el mundo moderno, funcionan como

elementos metodológicos que aclaran las complejas cuestiones a las que se orienta su teoría. El

hecho de haber construido una sociología de la vida, además de haber contribuido a la

formación de numerosas escuelas de pensamiento posteriores, le da un tinte dinámico a su teoría

que induce a pensar el mundo social como algo en constante movimiento. En este sentido es en

el que las polaridades, fuera de configurar contradicciones, contribuyen a construir esta forma

móvil de ver los procesos por los que el espíritu humano atraviesa a lo largo de su vida. Este

dinamismo que le es propio, conjuntamente con la mirada microscópica de las formas de

interacción, es lo que hace a la sociología de Simmel tan atinada para pensarnos, hoy en día,

dentro de nuestras sociedades postindustriales, azotadas por la vorágine cada vez más intensa

del cambio.

La manera en la que entiende el problema de la tragedia en la cultura, se extiende como una

nube a todas las demás formas que analiza. Es el fantasma de lo estático, de lo cristalizado, lo

que es imposible de ser reapropiado por el espíritu, lo que inunda al mundo moderno de aires de

cosificación. Este es el problema fundamental y el nodo de reflexión en Simmel. Tal vez esto

sea algo intrínseco a la condición humana, ya que como vimos, casi todas las formas de la

cultura terminan por cosificarse. No obstante, es necesario advertir la existencia de una luz en el

fondo del túnel, tenue, pero que al menos se presenta ante los sujetos, como la posibilidad de

tener una experiencia con sentido. La aventura es aquello a lo que el espíritu subjetivo aspira. Es

la instancia en la cual la unión con la totalidad se concreta, donde muere el mundo de lo

fragmentado. Esto no quiere decir que la modernidad caerá automáticamente con el fin del

mundo de la fragmentación, sino que, a través de esta experiencia, sita en el centro de la

vivencia, se alcanza la posibilidad de formar parte de la cultura subjetiva.

Simmel trata a partir de esto, de presentar la idea de la posibilidad de la experiencia con

sentido dentro de la sociedad moderna en la que él vivió y pensó.

Fundamentalmente, sus polaridades y su idea de movimiento nos han servido en este

recorrido teórico para entender las cuestiones esenciales de su pensamiento más filosófico y su

aplicación a los problemas que lo increparon con mayor ímpetu.

En su escrito “Rosas, una hipótesis social”, indica lo siguiente:

“…el alma no puede sentir nada que no sea la diferencia entre su movimiento y estimulación

presentes y los anteriores; éstos resuenan en ella de manera enigmática y conforman el trasfondo

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a partir del cual el instante presente obtiene y mide su contenido y su significación. Por eso la

vida, cualquiera sea la altura o la profundidad con que transcurre, nos parece tan vacía e

indiferente cuando le faltan las diferencias interiores, al punto de que tenemos que la

bienaventuranza ininterrumpida del Paraíso sea un aburrimiento igualmente ininterrumpido”

(Simmel: 2002-78)

No falta nada más para cerrar una idea del mundo social como sede dinámica de las

diferencias y polaridades, así como de la modernidad pensada en términos de estandarte del

cambio, el movimiento y el constante devenir de nuevas y distintas formas de acción recíproca.

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BIBLIOGRAFÍA:

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