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HAMLET MONOLOGO. HAMLET Ser o no ser, ese es el problema: ¿qué es más noble para el espiritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna o tomar las armas contra un piélago de calamidades y haciendoles frente acabar con ellas? Morir: dormir, no más. Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne, esa sería una conclusión muy deseable. ¡Morir, dormir! ¡Dormir, tal vez soñar! ¡Sí, ese es el obstáculo; porque es forzoso que  pensar en los sueños que pueden sobrevenir, en el sueño eterno de la muerte, libres del agobio de la vida! Esta es una reflexión frena el juicio y da una larga vida a esta triste existencia. Porque, ¿quién soportaría los ultrajes e injurias de este mundo, los abusos del tirano, la afrenta del soberbio, las  penas del amor menospreciado, la tardanza de la justicia, la arrogancia del poder, las vejaciones que el pac iente mér ito recibe del hombre indigno, cua ndo uno mis mo cua ndo uno mismo pod ría  procurar su reposo con un simple puñ al? ¿Quién querrí a lle var tan dur as cargas, gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida afanosa, si no es por el temor al más allá, ese viaje a la región de la muerte, de cuyas inexploradas fronteras ningún viajero vuelve, temor que confunde nuestra voluntad y nos hace soportar esos males que nos afligen, antes que lanzarnos hacia otros que ignoramos? Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices de la resolución se desvanecen bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayor peso e importanci a, por tal motivo, se desvían de su curso y dejan de ser acción… Silencio: la hermo sa Ofelia. Ninfa, en tus plegarias acuérdate de mis pecados. MONOLOGO. CLAUDIO.  ¡Dios! ¡Mi delito es atroz! Su corrupto hedor sube hasta el cielo, llevando consigo la más terrible y antigua de las maldiciones: la del fratricidio. No puedo orar, aunque la inclinacin sea en mí tan fuerte como la voluntad. Pero mi propósito cede ante la fuerza del crimen y como un hombre al que lo llaman dos obligaciones, quedo perplejo sin saber por donde empezar primero, y no cumplo nin gun a... Per o, aun que esta mal dit a man o se hub ier a teñido con san gre frat erna, ¿no hab ría suficiente lluvia en el clemente Cielo para lavarla hasta dejarla limpia como la misma nieve? ¿Para qué sirve la misericordia, si no es para afrontar el rostro de mi crimen y de mi pecado? ¿Qué hay en la oración sino esa doble virtud, capaz de protejernos para no caer, o de perdonarnos cuando hemos caído? Sí, alzaré mis ojos al cielo; mi crimen ya se ha consumado, y así mi culpa quedará borrada. Pero, ¿qué tipo de oración debo de usar? “Perdóname señor, por el horrendo asesinato que cometí”... ¡Dios! Eso no es posible; ya que sigo en posesión de todo aquello por lo cual cometí mi execrable crimen: el objeto de mi ambición, la corona, y mi esposa, la reina... ¿Puede alguien lograr el per n cua ndo todavía ret iene los frutos del delito? En este mundo adu lte ro, sucede con frecuencia que la mano del delincuente, sobornando con el oro, desvía la justicia y corrompe con dádivas la integridad de las leyes; pero en el cielo no sucede de esta forma, allí no hay engaños, allí comparecen las acciones humanas tal y como ellas son, y nos vemos obligados a reconocer todos nuestros pecados, sin excusas, cara a cara con ellos... ¿Qué debo hacer?... ¿Qué recurso me queda? Pr obemos lo que puede hacer el ar rep enti mi ento... Pero, ¿s erá po si bl e con quien no puede arrepen tirse? ¡Oh! ¡Mise rable situació n la mía! ¡Oh! ¡Corazón y conci encia ennegreci da como las sombras de muerte! ¡Mi alma está aprisionada! Cuanto más se esfuerza para ser libre, más queda oprimida, ¡Dios mio, socorredme! Prueba tu poder en mí. Dóblense mis rodillas tenaces, y tu corazón mío, ablanda tus fibras de acero como los nervios de un recién nacido. Todo, todo puede enmendarse  . (Se arrodilla y reza. Gran pausa. Se Levanta) . Mis palabras van al cielo, pero mis  pensamientos están en la tierra; palabras sin pensamientos no llegan al cielo. SIMPLEMENTE EL FIN DEL MUNDO. ANTONIO: Dices que no te queremos, te oigo decir eso, siempre te oí decir eso, no recuerdo, algún momento de mi vida, haberte oírte decir otra cosa, en algún momento, aun en mis recuerdos más remotos, no tengo el rastro de haberte oído decir otra cosa; que no te queremos, que no te quisimos, que nunca nadie te quiso, y que por eso sufres, eras un niño, te lo oigo decir, y pienso, no 1

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HAMLET

MONOLOGO. HAMLET

Ser o no ser, ese es el problema: ¿qué es más noble para el espiritu: sufrir los golpes y dardos de la

insultante Fortuna o tomar las armas contra un piélago de calamidades y haciendoles frente acabar 

con ellas? Morir: dormir, no más. Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y los

mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne, esa sería una conclusión muydeseable. ¡Morir, dormir! ¡Dormir, tal vez soñar! ¡Sí, ese es el obstáculo; porque es forzoso que

 pensar en los sueños que pueden sobrevenir, en el sueño eterno de la muerte, libres del agobio de la

vida! Esta es una reflexión frena el juicio y da una larga vida a esta triste existencia. Porque, ¿quién

soportaría los ultrajes e injurias de este mundo, los abusos del tirano, la afrenta del soberbio, las

 penas del amor menospreciado, la tardanza de la justicia, la arrogancia del poder, las vejaciones que

el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo cuando uno mismo podría

 procurar su reposo con un simple puñal? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gimiendo y

sudando bajo el peso de esta vida afanosa, si no es por el temor al más allá, ese viaje a la región de

la muerte, de cuyas inexploradas fronteras ningún viajero vuelve, temor que confunde nuestra

voluntad y nos hace soportar esos males que nos afligen, antes que lanzarnos hacia otros que

ignoramos? Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices dela resolución se desvanecen bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayor peso

e importancia, por tal motivo, se desvían de su curso y dejan de ser acción… Silencio: la hermosa

Ofelia. Ninfa, en tus plegarias acuérdate de mis pecados.

MONOLOGO. CLAUDIO. 

¡Dios! ¡Mi delito es atroz! Su corrupto hedor sube hasta el cielo, llevando consigo la más terrible y

antigua de las maldiciones: la del fratricidio. No puedo orar, aunque la inclinacin sea en mí tan

fuerte como la voluntad. Pero mi propósito cede ante la fuerza del crimen y como un hombre al que

lo llaman dos obligaciones, quedo perplejo sin saber por donde empezar primero, y no cumplo

ninguna... Pero, aunque esta maldita mano se hubiera teñido con sangre fraterna, ¿no habría

suficiente lluvia en el clemente Cielo para lavarla hasta dejarla limpia como la misma nieve? ¿Para

qué sirve la misericordia, si no es para afrontar el rostro de mi crimen y de mi pecado? ¿Qué hay en

la oración sino esa doble virtud, capaz de protejernos para no caer, o de perdonarnos cuando hemos

caído? Sí, alzaré mis ojos al cielo; mi crimen ya se ha consumado, y así mi culpa quedará borrada.

Pero, ¿qué tipo de oración debo de usar? “Perdóname señor, por el horrendo asesinato que

cometí”... ¡Dios! Eso no es posible; ya que sigo en posesión de todo aquello por lo cual cometí mi

execrable crimen: el objeto de mi ambición, la corona, y mi esposa, la reina... ¿Puede alguien lograr 

el perdón cuando todavía retiene los frutos del delito? En este mundo adultero, sucede con

frecuencia que la mano del delincuente, sobornando con el oro, desvía la justicia y corrompe con

dádivas la integridad de las leyes; pero en el cielo no sucede de esta forma, allí no hay engaños, allí

comparecen las acciones humanas tal y como ellas son, y nos vemos obligados a reconocer todos

nuestros pecados, sin excusas, cara a cara con ellos... ¿Qué debo hacer?... ¿Qué recurso me queda?Probemos lo que puede hacer el arrepentimiento... Pero, ¿será posible con quien no puede

arrepentirse? ¡Oh! ¡Miserable situación la mía! ¡Oh! ¡Corazón y conciencia ennegrecida como las

sombras de muerte! ¡Mi alma está aprisionada! Cuanto más se esfuerza para ser libre, más queda

oprimida, ¡Dios mio, socorredme! Prueba tu poder en mí. Dóblense mis rodillas tenaces, y tu

corazón mío, ablanda tus fibras de acero como los nervios de un recién nacido. Todo, todo puede

enmendarse  . (Se arrodilla y reza. Gran pausa. Se Levanta) . Mis palabras van al cielo, pero mis

 pensamientos están en la tierra; palabras sin pensamientos no llegan al cielo.

SIMPLEMENTE EL FIN DEL MUNDO.

ANTONIO: Dices que no te queremos, te oigo decir eso, siempre te oí decir eso, no recuerdo,

algún momento de mi vida, haberte oírte decir otra cosa, en algún momento, aun en mis recuerdos

más remotos, no tengo el rastro de haberte oído decir otra cosa; que no te queremos, que no tequisimos, que nunca nadie te quiso, y que por eso sufres, eras un niño, te lo oigo decir, y pienso, no

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sé por qué, sin que tenga explicación, sin comprender realmente, pienso, (y por lo tanto no tengo

 puebas), lo que quiero decir y no podrías negarlo si quisieras recordar conmigo, lo que quiero

decirte, es que no te faltaba nada, no padecías nada de lo que se llama una desgracia. Incluso la

injusticia de la fealdad y todas las humillaciones que ella conlleva, nunca las conociste y siempre

fuiste protegido. Pienso, pensaba, que quizás, sin que yo entendiera, (como algo que me

sobrepasaba), tal vez tu tenías razón, y que, en efecto, los demás, nuestros padres, yo, el resto delmundo, no éramos buenos contigo, éramos malos. Tu me persuadías, yo estaba convencido que te

faltaba amor. Yo te creía y me daba tristeza por ti, y ese miedo que sentía, (se trata, por cierto, del

miedo), ese miedo que tenía de que nunca nadie te quisiera, ese miedo, a su vez, me hacía sentir 

desgraciado, como creen los hermanos menores que deben serlo por imitación y preocupación,

desgraciado a mi vez, pero también culpable, culpable de no ser lo suficientemente desgraciado, de

serlo solo forzándome, culpable de no creer en todo eso… en silencio.

A veces, ellos y yo, y ellos dos, nuestro padres, hablaban de eso delante de mío, como se osa evocar 

un secreto del cual yo también debía sentirme responsable. Pensábamos, y mucha gente, hoy pienso

eso, mucha gente, hombres y mujeres, esos con los que debes vivir desde que nos abandonaste,

mucha gente debe pensarlo también por cierto, pensábamos que tenías razón, que si lo repetías tan

seguido, si lo gritabas tanto como se gritan los insultos debía ser cierto, pensábamos que, en efecto,no te queríamos lo suficiente, o por lo menos, que no sabíamos decírtelo, (y no decírtelo, es lo

mismo, no decirte que no te queríamos, debe ser como no quererte lo suficiente).

 No nos lo decíamos tan fácilmente, aquí nada se dice fácilmente… No, no nos lo confesábamos,

 pero en ciertas palabras, ciertos gestos, muy discretos, poco notorios, en ciertas deferencias (otra

expresión que te hará sonreír, pero no me importa caer en el ridículo, no puedes imaginarlo) en

ciertas deferencias hacia ti, nos dábamos la orden, (es un modo de decir), de cuidar cada vez más y

mejor de ti, de atrevernos unos y otros a probarte que te queríamos más de lo que nunca podrías

llegar a darte cuenta.

Yo cedía, debía ceder, siempre tuve que ceder. Hoy, no es nada, no era nada, son cosas ínfimas,

  pero yo tampoco puedo, (eso sería divertido), pretender una infelicidad a la que no pueda

sobreponerme. Pero sobre todo conservo el la memoria esto: yo cedía, te dejaba terreno, debía

mostrarme, (y me lo repetían siempre), debía mostrarme “razonable”. Debía hacer menos ruido,

dejarte el lugar, no contrariarte, y gozar del espectáculo tranquilizador de que habías sobrevivido un

 poquito más.

 Nos vigilábamos, nos vigilábamos, nos hacíamos responsables de esa supuesta infelicidad. Porque

toda tu infelicidad no fue más que una supuesta infelicidad, y lo sabes tanto como yo, y ellas

también lo saben, y hoy todos ven ese teje-maneje con claridad (con los que vives, los hombres, las

mujeres, no me vas a hacer creer lo contrario, han debido descubrir el engaño, de eso estoy seguro),

tu autoproclamada infelicidad no es más que una manera que tienes, que siempre tuviste y que

siempre tendrás, (y aunque quisieras, no sabrías deshacerte de ella), es tu papel, el que tienes y

siempre has tenido de hacer trampa, de protegerte y de huir. Nunca nada llega a conmoverte, tenían que pasar los años tal vez para que yo lo supiera, pero nunca

nada llega a conmoverte, nada te duele, y si te doliera, no lo dirías, yo también aprendí eso. Toda tu

infelicidad no es más que una manera de responder, tu manera de responder, de estar ahí delante de

los demás y no dejarlos entrar. Es tu manera, tu aspecto, la infelicidad en el rostro, como otros

tienen un aire de cretinos satisfechos, tu elegiste esa, y te sirvió y la conservaste. Y nosotros

también nos hicimos mucho daño. No teníamos nada que reprocharse, y no podían ser otros los que

te hacían daño y todos nos hacíamos responsables, yo, ellos, y poco a poco, era mi culpa, no podía

ser sino mi culpa. Me debían querer demasiado ya que no te querían lo suficiente y quisieron

quitarme lo que no me daban, y no me dieron nada más, y yo estaba ahí, cubierto de bondad sin que

nunca me interesara quejarme, sonreír, jugar, estar satisfecho, colmado, eso, la palabra justa,

colmado, mientras que tu, siempre, inexplicablemente, sudabas infelicidad, de la cual nada ni nadie,a pesar de todos los esfuerzos, podía distraerte o salvarte.

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Y cuando te fuiste, cuando nos dejaste, cuando nos abandonaste, ya no sé que palabra tajante nos

lanzaste, de nuevo debía ser el responsable y quedarme callado… ser silencioso y admitir la

fatalidad, y también sentir pena por ti, preocuparme por ti a distancia y nunca más osar decir una

 palabra que pudiera ir en contra tuya, ni siquiera pensar una palabra en contra tuya… quedarme ahí,

como un bobo, esperándote. Yo soy la persona más feliz de la tierra, y nunca me ocurre nada, y si

me llegar a pasar algo, no puedo quejarme, ya que “de costumbre”, nunca me pasa nada. Y no essólo por esta vez, esta minúscula vez, que voy a aprovecharme cobardemente. Y las minúsculas

veces, fueron muchas, esas veces en las que hubiera querido quedarme acostarme en el piso y no

moverme más, o cuando hubiera querido quedarme a oscuras sin responder nunca más; esas

minúsculas veces, las he acumulado y tengo centenares de ellas en la cabeza, y siempre, al fin de

cuentas, no era nada, ¿qué era? No podía manifestarlas, no sabía decirlas y ya no puedo reclamar 

nada, es como si nunca nada me hubiera ocurrido. Y es verdad, nunca nada me ocurrido y no puedo

 pretender nada.

Estás ahí, delante de mí… sabía que estarías así, acusándome en silencio, parado delante de mí, para

acusarme en silencio… lo siento por ti, siento piedad por ti, es una palabra vieja, pero siento piedad

 por ti, y miedo también, preocupación, y a pesar de toda esta rabia, espero que no te pase nada

malo, y ya me reprocho (todavía no te has ido) el mal que te hago hoy.Estás ahí, me agobias… casi no lo puedo decir, me agobias, nos agobias… te veo y tengo más

miedo por ti que cuando eras un niño, y me digo que no puedo reprocharle nada mi propia

existencia, que es apacible y tranquiila y que soy un imbécil que ya se reprocha el haber estado

apunto de lamentarse, mientras que tu, silencioso, ¡ah! tan silencioso, lleno de bondad, esperas

encogido en tu infinito dolor interior del cual no sabría ni siquiera imaginar el comienzo del

 principio. Yo no soy nada, no tengo derecho, y cuando nos abandones de nuevo, cuando me de

dejes, seré menos aún, y me reprocharé las frases que dije, y buscaré y encontraré otras más exactas,

y seré menos aún, sintiendo simplemente el resentimiento, el resentimiento contra mí mismo. ¡Luis!

Terminé. No voy a decir nada más. Sólo los imbéciles o los que se estan riendo podrían haberse

reído.

The Hollow Men (Los Hombres Huecos) , (1925) por Thomas Stearns Eliot. 

(Mistah Kurtz está muerto. Un penique para el viejo.)I

Somos los hombres huecos, Somos los hombres rellenos de aserrín.

Apoyados unos contra otros, con las cabezas llenas de paja. ¡Lástima!

 Nuestras voces resecas, al susurramos al oído,

Son calladas y sin sentido, como viento al mover hierba seca,

Como patas de ratas sobre trozos de cristal en nuestro sótano seco.

Forma sin forma, sombra sin color, fuerza paralizada, gesto sin movimiento;

II

Aquellos que han cruzado con los ojos fijos, al otro reino de la muerte Nos recuerdan (si es que nos recuerdan) No como almas perdidas y violentas,

Sino, tan sólo, como los hombres huecos, hombres rellenos de aserrín.

Ojos que no me atrevo a mirar en sueños

En el reino del sueño de la muerte Esos ojos no aparecen: Allí, los ojos son rayos de luz sobre una

columna rota. Allí, hay un árbol que se agita Y las voces son el canto del viento Más distantes y

más solemnes Que una estrella que se apaga. No me dejen adentrarme más en el sueño de reino de

la muerte. Permítanme también que use disfraces convenientes: Piel de rata, plumaje de cuervo,

maderos en cruz esparcidos por el campo, Comportarme como lo hace el viento -no más allá- No

ese encuentro final en el reino crepuscular.

III

Esta es la tierra muerta, la tierra de cactus. Aquí se erigen imágenes de piedra, aquí reciben lasúplica de la mano de un hombre muerto Bajo el parpadeo de una estrella agonizante. Así es, en

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otro reino de la muerte, Despertar solo a la hora en que temblamos de ternura. Labios que quisieran

 besar, Forman oraciones a la piedra rota.

IV

Los ojos no están aquí, No hay ojos aquí, En este valle de estrellas moribundas, En este valle hueco,

Esta quijada rota de nuestros reinos perdidos. En este el último de los lugares de encuentro. Nos

agrupamos a tientas, evitando hablar congregados en esta playa del tumefacto río, Ciegos, a no ser que los ojos reaparezcan Como la estrella perpetua, la rosa multifoliada del reino crepuscular de la

muerte.

La esperanza solamente de los hombres vacíos.

V

Y damos vueltas al nopal, al nopal, al nopal

Y damos vueltas al nopal, a las cinco de la mañana.

Entre la idea Y la realidad,

Entre el movimiento Y el acto, Cae la sombra.

Porque tuyo es el Reino.Entre la concepción Y la creación,

Entre la emoción Y la respuesta, Cae la sombra.   La vida es muy larga.Entre el deseo Y el espasmo,

Entre la potencia Y la existencia,

Entre la esencia Y el descenso, cae la sombra.

   Porque tuyo es el Reino.Porque tuyo es

La vida es

Porque tuyo es el

Así es como se acaba el mundo

Así es como se acaba el mundo

Así es como se acaba el mundo

 No con una explosión (un golpe seco), sino un gemido.

RICARDO III.

MONOLOGO 1 RICARDO.

Codicio la corona y maldigo los obstáculos que me mantienen alejado de ella. Entre los deseos de

mi alma y yo, están, además de los títulos del lascivo Eduardo (que sería preciso enterrar), Clarence,

Enrique, su joven hijo Eduardo, y toda la descendencia imprevista que vendrá a ocupar su sitio,

antes de que pueda ocuparlo yo. Fría perspectiva para mis proyectos. Se que no hay reino para

Ricardo. Qué otros placeres puede ofrecerme el mundo, si el amor me repudió en el seno de mi

madre, y para mantenerme alejado de su dulce imperio, sobornó a la naturaleza frágil, para queacortara mi brazo como una rama seca y levantara en mi espalda esta montaña envidiosa, donde se

sienta la deformidad a burlarse de mi cuerpo. Haré mi paraiso del sueño de la corona y hasta que no

la ciña, haré de la tierra un infierno. Puedo sonreir y asesinar mientras sonrío; puedo gritar “bravo”

a aquello que desgarra mi corazón; mojar mis mejillas con lágrimas hipócritas y moldearme una

cara según las circunstancias. Ahogaré más marinos que las sirenas, fulminaré con la mirada más

que el basilisco, representaré al orador tan bien como Néstor, engañaré más sutilmente que Ulises, y

como Sinón, tomaré Troya por segunda vez. Añadiré más colores al camaleón, competiré en

metamorfosis con Proteo, y al sanguinario Maquiavelo le daré clases. ¿Puedo hacer todo esto y no

voy a poder conseguir la corona? Por muy lejos que esté, la alcanzaré.

MONOLOGO 2 RICARDO.¿Está vacante el trono? ¿No tiene dueño la corona? ¿Está muerto el rey? ¿Qué heredero de York 

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queda vivo aparte de mí? Fuera todos de mi presencia, solo saben lanzar cantos de muerte. Aquí

dormiremos esta noche, ¿pero dónde mañana? No importa. ¿Quién a contado el número de

traidores? Nuestro ejercito es tres veces mayor, además, el nombre del rey es una fuerza de la que

carecen nuestros adversarios. Mañana será un día de prueba. ¿Qué hora es? Son las nueve. No

quiero cenar esta noche. Necesito escoltas de confianza. Stanley debe acudir mañana con sus tropas

antes de salir el sol. No me fío de él. Recúerdale que tengo preso a su hijo, y sino quiere que caigaal abismo de la eterna noche, que esté cumplido con sus hombres. No tengo ya la vivacidad de

espíritu ni la alegría de alma que tuve en otro tiempo. (Entran los espectros, música) ¡Rápido, otro

caballo, un vendaje, mis heridas! ¡Ten piedad! ¡Calla! ¡Calma, solo fue un sueño! ¡Conciencia

cobarde como me afliges! Las luces arden con llama azul; es la hora de la medianoche mortal. Un

sudor frío cubre mi carne temblorosa. Tengo miedo de mí mismo. Aquí no hay nadie. Ricardo ama

a Ricardo. Eso es, yo soy yo. Hay un asesino aquí. No. Si. Yo. ¡Huye entonces! ¡Cómo, de mí

mismo! Me amo, pero más bien debería odiarme por los infames hechos cometidos por mí mismo.

¡Soy un villano! ¡No, eso no es verdad! ¡Loco, habla bien de ti mismo! Mi conciencia tiene mil

lenguas distintas y cada lengua cuenta su historia particular, y cada historia me condena como un

miserable. ¡Perjurio, perjurio en el grado más alto. El asesinato, el horrendo asesinato hasta el más

feroz extremo. Todos los crímenes, todos los pecados en sus grados infinitos acuden a acusarmegritando: “CULPABLE, CULPABLE”. No hay ninguna criatura que me ame, ni un alma, si yo

muero ningún alma tendrá piedad de mí. ¿Por qué habría de tenerla, si yo mismo no encuentro

ninguna piedad para mí mismo? Soñé que las almas de los que maté, llegaban a mi tienda y cada

uno gritaba: “VENGANZA”. ¡Tengo miedo, tengo miedo! Las almas de esta noche han aterrado

más el alma de Ricardo, que diez mil soldados de carne y hueso, armados hasta los dientes y

conducidos por el imbecil de Richmond… Todavía falta mucho para el día. No nos dejemos

 pertubar por sueños pueriles. La conciencia es sólo una palabra que usan los cobardes, inventada

 para asustar a los fuertes. Ataquemos y luchemos todos unidos. Si no vamos al cielo, iremos todos

unidos el infierno. Un millar de corazones laten en mi pecho… ¡Miserable, aposté mi vida a un

 juego de dados y afronté al azar de la tirada… ¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!

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