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El arte difícil, exquisito e inútil de vestir pulgas Los centros provincianos y las provincias cosmopolitas. Fabricio González Soriano “Centro-periferia” es una metáfora poderosa. Por ejemplo, el médico inglés William Harvey publicó en 1628 una obra portentosa que demostraba de manera límpida la circulación de la sangre a través de un sistema vascular periférico impulsado y organizado por un centro cardiaco; fue la primera vez que se habló de la “circulación sanguínea”. Al dedicar su obra al rey Carlos I de Inglaterra como era usual en la época, le dice al soberano: “El monarca, de modo análogo [al corazón de los animales], es base de su reino; Sol de su microcosmos y corazón de su república…”. El sistema solar como decía Harvey tiene un astro que hace orbitar a su derredor a los planetas; existen centros políticos, el centro del poder, las ciudades centrales y los elementos periféricos bien cimentados en la ontología del mundo occidental. En un tono más geopolítico, los países colonialistas han elaborado múltiples imaginerías y reales sistemas políticos, jurídicos y administrativos para actuar como centros articuladores y organizadores de sus colonias periféricas. Esta noción poderosa de los núcleos organizadores permea aun en la cabeza de la gente de las regiones que fueron colonias y ya no lo son y se manifiesta de miles de maneras (por ejemplo, el adoctrinamiento sistemático, dominical irredento en muchos casos, en la fe católica; a lejos vista una ideología impuesta por europeos en las regiones antiguamente mesoamericanas con su propia cosmovisión religiosa), sin embargo desde hace décadas han surgido voces disonantes con ese viejo esquema núcleo- periferia. Hay una idea simple que juzga impertinente o chato ese esquema; a saber, la 1

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Los centros provincianos y las provincias cosmopolitas.

Fabricio González Soriano

“Centro-periferia” es una metáfora poderosa. Por ejemplo, el médico inglés William Harvey publicó en 1628 una obra portentosa que demostraba de manera límpida la circulación de la sangre a través de un sistema vascular periférico impulsado y organizado por un centro cardiaco; fue la primera vez que se habló de la “circulación sanguínea”. Al dedicar su obra al rey Carlos I de Inglaterra como era usual en la época, le dice al soberano: “El monarca, de modo análogo [al corazón de los animales], es base de su reino; Sol de su microcosmos y corazón de su república…”. El sistema solar como decía Harvey tiene un astro que hace orbitar a su derredor a los planetas; existen centros políticos, el centro del poder, las ciudades centrales y los elementos periféricos bien cimentados en la ontología del mundo occidental.

En un tono más geopolítico, los países colonialistas han elaborado múltiples imaginerías y reales sistemas políticos, jurídicos y administrativos para actuar como centros articuladores y organizadores de sus colonias periféricas. Esta noción poderosa de los núcleos organizadores permea aun en la cabeza de la gente de las regiones que fueron colonias y ya no lo son y se manifiesta de

miles de maneras (por ejemplo, el adoctrinamiento sistemático, dominical irredento en muchos casos, en la fe católica; a lejos vista una ideología impuesta por europeos en las regiones antiguamente mesoamericanas con su propia cosmovisión religiosa), sin embargo desde hace décadas han surgido voces disonantes con ese viejo esquema núcleo-periferia. Hay una idea simple que juzga impertinente o chato ese esquema; a saber, la relación entre dichos núcleos centrales y la periferia es dialéctica, de tal manera que no existe en realidad un centro de poder activo que determina a una periferia pasiva, sino que hay una mutua dependencia entre estos sitios al grado que los rasgos de ambos están determinados mutuamente. Esto significa muchas cosas, entre ellas que las directrices ideológicas, culturales, económicas, administrativas no fluyen unidireccionalmente del centro de poder a la periferia, sino que se configuran sistemáticamente por la relación entre ambas regiones.

Hablemos de nuestra realidad y de ese adjetivo de “provinciano” que se nos impone a quienes vivimos en regiones distintas de los centros urbanos y más desarrollados del país, como

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la Ciudad de México, solo por mencionar al ombligo del país. Retomando ese esquema de centro-periferia hay un rasgo notable histórico en el discurso de los “centros” según la mirada de algunos autores latinoamericanos críticos: su “provincianismo”. Parece irónico, pero una de las características de dichos núcleos “desarrollados”, “cosmopolitas” y “diversos” es la de pretenderse el referente nacional y la égida de la opinión nacional por pretender que ahí se conoce, se sabe, se piensa y se resuelve todo lo que pasa en sus pretendidas periferias (v. g. La Ciudad de México y la “provincia”). Tal soberbia discursiva lo que impone a muchos de quienes la detentan es la pretensión falsa de un conocimiento absoluto, hegemónico, vasto y completo de la pobre realidad de la periferia, cuando en realidad tal conocimiento es chato y limitado; es el provincianismo ignaro de la metrópolis que juzga a la provincia pretendidamente indocta.

Hace días al respecto, alguien me tomaba por ingenuo cuando yo relataba que algunos inmigrantes centroamericanos se habían subido al metro de la Ciudad de México con actitud agresiva a intimidar a los pasajeros para obtener algunas monedas: “te estaban intimidando provinciano” me respondió mi interlocutor y palabras sobraron; en realidad la intimidación no operó sobre mi

sino sobre los pasajeros que yo identificaba como regulares usuarios del metro y más aún me llamó la atención ese tono de pretendida superioridad del que comentaba para lidiar con algo que para él era conocido y me aleccionaba desde ese tono superior que le permite ser habitante de una gran metrópoli; suponía que yo estaba temeroso pues jamás había visto a esa diversa manifestación humana de maras salvatruchas despojando de monedas a los ciudadanos del mundo, del Distrito Federal de México. Y justo cuando pretendía una respuesta recordé cómo desde hace varios años veo en el México “provinciano” cosas que no aparecen en los medios que se consumen en el Distrito Federal y por eso no existen para el defeño promedio: maras y centroamericanos viajando en el techo de los vagones, cruzando los potreros, riachuelos, selvas y llanuras; mujeres y hombres jóvenes huyendo de la pobreza, con rostros de sed, hambre y desesperación pidiendo dinero en los cruceros, mujeres jóvenes cargando infantes en medio de tórridas temperaturas, hombres con las piernas cercenadas por el tren porque cayeron por dormirse en el viaje. Y los inmigrantes son un ejemplo dentro del amén de decapitados, bloqueos, luchas campesinas, políticos gatopardos, miseria, ciudades pequeñas azotadas por la pobreza, mil cosas que no se exhiben en los canales televisivos y radiofónicos más

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populares y que se consumen masivamente en las metrópolis y la “provincia” del país.

Por así decirlo el centro del país vive en una fantasía mediática, quizás su estatus de núcleo coordinador se mantiene gracias a ese discurso que cree que entiende todo y hace circular alrededor suyo todo. Nada más lejano a la realidad. Ese centro coordinador y sus habitantes no entienden la complejidad de lo que subestiman por ser provinciano y en ese intento se convierten en una provincia cosmopolita, que juzga los

movimientos sociales y la realidad nacional con un desdén clasemediero y soberbio que tira a la pira todo lo extraño y alecciona sobre el correcto proceder bien visto y de buen gusto. Dentro de este núcleo se cree entender todo y no se entiende nada, es el centro poderoso que habla de sí y para sí, afuera, todo se desmorona lejos de las cámaras, los discursos y las escaletas de la prensa escrita. Somos los “provincianos” un fantasma para este corazón, ombligo del mundo.

Ciudad de México, febrero de 2014.

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