Morin y la muerte

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UNIVERSIDAD de la REPÚBLICA Facultad de Psicología Ciclo de Formación Integral. Módulo Articulación de Saberes. Seminario: Actualidad del duelo. Docente: Pilar Bacci. Morín y la muerte. 4 Junio, 2014. Cunha, Diego. C.I. 3.024.116-7 de Fuentes, Leticia. C.I. 4.124.403-3

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Trabajo sobre el pensamiento de Morin en referencia a la muerte

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UNIVERSIDAD de la REPÚBLICA

Facultad de Psicología

Ciclo de Formación Integral.

Módulo Articulación de Saberes.

Seminario: Actualidad del duelo.

Docente: Pilar Bacci.

Morín y la muerte.

4 Junio, 2014.

Cunha, Diego. C.I. 3.024.116-7

de Fuentes, Leticia. C.I. 4.124.403-3

Díaz, Gonzalo Javier. C.I. 2.848.979-5

Mirza, Andrés. C.I. 2.804.843-4

Saurina, Gustavo. C.I 3.657.836-0

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PRESENTANDO AL AUTOR

Edgar Morín nace en París el 8 de julio de 1921, en una familia de origen judío sefaradí. Su

padre, Vidal Nahum, había nacido en Salónica, Grecia y posteriormente se naturalizó ciudadano

francés. Morín estudia Licenciatura en Historia y Derecho, estudios que se ven interrumpidos por

la 2ª Guerra Mundial en 1942, cuando se une a la Resistencia para enfrentar a la invasión nazi de

Francia.

Todas estas experiencias influencian fuertemente el pensamiento de Morín, dando así

impulso a un interés sobre el tema de la muerte desde una perspectiva múltiple, que va desde lo

biológico a lo mitológico. Es considerado una de las figuras más prestigiosas del pensamiento

contemporáneo.

El punto fundamental de su pensamiento es la complejidad, fruto de una larga búsqueda

por el mundo de la ciencia, la filosofía, la antropología y la sociología. Sus ideas centrales sobre

su reflexión del mundo, de la humanidad giran sobre la idea de que se puede buscar un orden

económico mundial que no esté peleado con la idea de solidaridad terrestre.

Para Morín es necesario reformar el saber, hacerlo interdisciplinario y transdisciplinario,

reformando el pensamiento a través de la educación de los educadores. La vida intelectual de

Morín se ha ido reorganizando en lo que él llama reorganizaciones genéticas, que son tres.

En una primera concepción del mundo (etapa de la adolescencia y juventud), es lector de

Hegel, de donde extrae la idea de que es insuficiente asumir los conocimientos en forma

desunida, o sea, las verdades no existen aisladas unas de otras sino articuladas. Al leer a Marx,

surge la idea de que no se puede abarcar una ciencia de la naturaleza sin una ciencia del hombre.

En una segunda reorganización genética, somete a crítica el pensamiento de Hegel y

Marx, en 1947, ya no habla de dialéctica, las contradicciones existen pero no se superan unas a

las otras sino que se mantienen, es dialógica. Es importante para él el desarrollo de un

pensamiento interrogativo, con una ética centrada en una resistencia a las barbaries de la época.

Con el cine aprende que la condición humana también es imaginaria y no realidad pura sólo, el ser

humano además de técnica y razón es también imaginación y afectividad.

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Ya en los años 60, su pensamiento se va orientando al pensamiento complejo. La tercera

reorganización genética, encara el desarrollo del pensamiento complejo, o sea, la reforma de sus

esquemas mentales. Con 50 años empieza su reaprendizaje estudiando biología, cibernética,

teoría de sistemas, de la información, física cuántica, termodinámica.

Así sostiene que no hay orden soberano en el universo, el caos, el desorden y el azar

obligan a negociar con la incertidumbre (esa es la premisa de su libro “El método”). Dice que la

Antropología debe ser antropo-bi-cosmología.

CLAVES PARA PENSAR A MORÍN

Su pensamiento está ligado a experiencias dolorosas.

Desilusión por la tiranía en que cayó el pensamiento marxista (estalinista).

Un obsesivo miedo al error.

Para Morín la realidad no es simple, son muchos elementos pero no están aislados sino

interconectados.

El pensamiento simple tiene la disyunción, la reducción, la abstracción, la causalidad.

El pensamiento complejo es dialógico (los contrarios coexisten sin dejar de ser antagónicos), la

recursividad (el efecto se vuelve causa, el individuo hace cultura y la cultura hace a los individuos);

se da el principio hologramático (ve las partes en el todo y el todo en las partes) y está atravesado

por el concepto de paradigma y sujeto (que es toda cosa viviente, con capacidad de procesar

información).

Algo interesante a destacar de Edgar Morin es que se reconoce escribiendo desde su

propia vida, intimidad inseparable de su vida intelectual. “No escribo desde una torre que me

sustrae a la vida sino en el interior de un torbellino que me implica en mi vida y en la vida (Morin,

La Méthode, 1980)”. (Morin, 1995, p.9) (YO SACARÍA LA PRIMER CITA QUE ES DEL TEXTO)

Sin embargo Morin (1995) afirma que no ha querido decirlo todo de su vida ni tampoco ha

querido desvelar lo más íntimo de sí mismo, ni entregar sus “zonas oscuras”. (Barbera, 2006,

p.209). Referente a este hecho se cuestiona como Morin en su libro “El año cero en Alemania”

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cuenta la experiencia de la Segunda Guerra Mundial como si se hubiese tratado de un hecho

social, histórico, que apenas le rozó en su intimidad.

Más a la luz aparece la historia de su madre y su incidencia en los escritos de Morin

referentes a la muerte. La madre de Morin, Luna Beressi, sufría de una seria lesión en el corazón

que le prohibía tener hijos (hecho nunca revelado a su padre); debido a ello, el embarazo

evolucionó en condiciones dramáticas y, consecuentemente, el parto fue riesgoso, tanto para la

madre como para el hijo. Cuenta Morin (1995) que nació muerto en un parto de nalgas,

estrangulado por el cordón umbilical y que le debieron dar media hora de colgado de los pies para

que reaccione. Y expresa “fui rechazado antes de ser amado, asesinado antes de ser adorado”

(p.51).

Presentamos dos frases contundentes, que nos introducen con juegos de palabras, en la

reflexiones de Morin sobre la muerte y lo dialógico vida-muerte:

Debía morir para que ella viviera, ella debía morir para que yo viviese. Mi madre,

debía vivir de mi muerte y morir de mi vida, como yo debía vivir de su muerte y

morir de su vida y ambos el uno y la otra nos salvamos de milagro”. (Morin, 1995,

FALTA PÁGINA). “Viví la contradicción entre un sentimiento de inocencia y un

sentimiento de profunda culpabilidad, me sentía culpable de haber matado a mi

madre con las penas que le había dado (Morin, 1995, FALTA PÁGINA).

Coexisten en Morin, y según sus palabras, la irreductibilidad de la contradicción y el

sentido de la complentariedad de los contrarios. “Es una singularidad que he vivido, sufrido

primero, asumido más tarde, integrado por fin” (Morin, 1995, p.50).

Por otra parte, Morin (1995), citando a Sean Kelly se une a la idea de que cuando nacemos

se nos inicia en el mundo del sí-separado, una iniciación, que, aunque ocasionada por nuestro

nacimiento, es la experiencia de la muerte en la conciencia original de la unidad orgásmica

indiferenciada con la madre. Morin plantea que él ha vivido entonces, más radicalmente que otros

la experiencia dialéctica de la muerte-nacimiento, y la revivió a sus diez años cuando muere su

madre, por la fatal separación con la irrupción de la muerte en su consciencia. (página?)

Morin (1995) afirma:

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Pero lo que aprendí, no de mi familia sino en mi familia, fue lo más importante de

todo: aprendí, a la edad de 9 años, lo que es la muerte. La muerte había herido a mi

madre en un vagón de ferrocarril de cercanías y me lo ocultaron diciéndome que se

había ido a Vittel a hacer una cura… Detecté la muerte dos días después, el 28 de

junio de 1931, en un par de zapatos negros coronados por unos pantalones negros

y una chaqueta negra, coronado a su vez por el rostro de mi padre… Me invadió un

Hiroshima interior. La muerte se instaló inmediatamente en mi ser como dolor,

horror y secreto. (p.13)

Morin (1995), cuenta como su madre siempre escuchaba y cantaba, y le gustaba mucho en

especial una canción española llamada “El relicario” y como tras la muerta de la misma, él ponía y

pone sin cesar el mismo disco. Y expresa que no comprendía las palabras de amor y muerte pero

en “El relicario” sentía el infinito amor y la irremediable muerte y afirma sigue sintiéndolo.

(página?)

COMPLEJIDAD

El planteo del paradigma de la complejidad que hace Edgar Morín abarca distintos

aspectos, algunos de los cuales es necesario tomar en cuenta al momento de analizar el enfoque

del autor en referencia a la muerte, ya que este es el marco epistemológico desde el cual aborda

la temática.

En primer lugar está su concepción del universo (Morín, 1994) “Esta es la primera

complejidad; nada está realmente aislado en el Universo y todo está en relación” (p. 422) De allí

también surge que:

Cada individuo en una sociedad es una parte de un todo, que es la sociedad, pero

ésta interviene, desde el nacimiento del individuo, con su lenguaje, sus normas, sus

prohibiciones, su cultura, su saber; otra vez, el todo está en la parte. (p. 423)

Por otra parte Morín señala que todos tenemos una serie de “ideas generales” sobre la

vida, la existencia y otras cuestiones, que normalmente no son cuestionadas y que orientan y

condicionan la mirada que tenemos sobre la realidad. “… reina en nosotros un paradigma

profundo, oculto, que gobierna nuestras ideas sin que nos demos cuenta. Creemos ver la realidad;

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en realidad vemos lo que el paradigma nos pide ver y ocultamos lo que el paradigma nos impone

no ver.” (p. 425)

Para Morín, en el universo, orden y desorden están en relación permanente, “… el

desorden no solo existe sino que de hecho desempeña un papel productor en el Universo” (P.

426) Este aspecto en particular, que se contrapone a posturas más deterministas, guarda relación

a nuestro entender con la mirada que tiene el autor sobre la muerte, ya que la “aniquilación del yo”

choca en cierta forma con las visiones que otorgan un sentido y un orden anterior y posterior a

cada existencia individual. Dicho de otra forma, la postura de Morin implica la aceptación de que

no encontraremos en la vida de un individuo en particular un sentido anterior o posterior a su vida

terrenal. Justamente, la negación de este “sin sentido” que implica la aniquilación del “yo” al llegar

la muerte es el motor de la cultura y la imaginación en el ser humano. “Hegel decía que el

verdadero pensamiento es el pensamiento que enfrenta la muerte, que mira de frente la muerte.

El verdadero pensamiento es el que mira de frente, enfrenta el desorden y la incertidumbre.” (p.

427)

El desarrollo de la complejidad que hace el autor abarca muchos aspectos que no

abordaremos en el presente trabajo porque exceden su alcance y objetivo, sin embargo hay otros

puntos que entendemos guardan relación con la mirada del autor sobre la muerte. Uno de ellos es

su concepción sobre la acción y la voluntad individual, “la acción escapa a la voluntad del actor

político para entrar en el juego de las inter-retroacciones, retroacciones recíprocas de conjunto de

la sociedad.” (p. 438) Es decir que nuestras acciones escapan a nuestra voluntad, y es que ya de

hecho nuestra voluntad ya está pautada y orientada por el marco social en el que nacemos y

crecemos.

Por último, hay algunas reflexiones del autor sobre su desarrollo de la complejidad que nos

parecen importantes. En particular en referencia al alcance de su pensamiento y la incertidumbre:

…el pensamiento complejo no es el pensamiento omnisciente. (…) El pensamiento

complejo no es el pensamiento completo; por el contrario, sabe de antemano que

siempre hay incertidumbre”, por otra parte señala que “Debemos aprender a vivir

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con la incertidumbre y no, como nos lo han querido enseñar desde hace milenios, a

hacer cualquier cosa para evitar la incertidumbre.” (p. 440)

MORIN Y LA MUERTE

Esta conciencia de la incertidumbre, de la percepción de no saberlo todo y de no querer

saberlo todo en que Morín insiste para hablar de complejidad, es la misma incertidumbre a la que

el autor nos convoca al pensar en la muerte, en la concepción individual, narcisista y concreta de

cada uno frente al fin de su existencia.

Conciencia traumática dice el autor, conciencia del fin de todo lo conocido, conciencia, tal

vez intuición, del fin de la existencia conocida, es decir incertidumbre. Incertidumbre-conciencia

producida por nuestra capacidad de pensar, de proyectar, de adelantarnos a los hechos, al hecho

concreto de la muerte como único final posible y que nos define como especie, según el propio

Morín (1999): “Es en la muerte en donde se encuentra la mayor ruptura entre la mente humana y

el mundo biológico. Es en la muerte en donde se encuentran, chocan, se unen, la mente, la

consciencia, la racionalidad, el mito” (p. 51)

Para Morin (1974), la muerte es la que introduce una ruptura entre el hombre y el animal,

más preponderante aún que la utilización de herramientas, y del lenguaje- “Existe otro

acontecimiento (además del comienzo de la utilización de utensilios) que inaugura al hombre

como ser diferente a cualquier otro de la naturaleza; la inquietud por la muerte y las ceremonias

que la acompañan.” (p.21) Plantea que ello es parte de una “especie rebelión contra la muerte.”

(p.22)

La muerte “hace al hombre común en destino y naturaleza a los seres vivos”, pero más

específicamente, lo hace un ser “planetario y universal” (Barbera, 2006, 212), complejizando y

sobrepasando la definición biologicista de hombre como “animal mortal”, o de una más humanista

como “homo sapiens consciente de su mortalidad”.

Las realidades antropológicas de la muerte de Morin (1974) se mueven entre los polos

configurados por el horror a la muerte por un lado y el riesgo a morir por el otro, “… la conciencia

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humana de la muerte” no es más que una parte, uno de los dos polos de las realidades

antropológicas de la muerte (…) junto al horror a la muerte, se encuentra su contrario, el riesgo de

muerte.” (p. 37). Más adelante agrega, “… el riesgo a morir implica siempre una participación del

individuo, en la cual éste puede dominar su horror a la muerte (…) horror a la muerte, riesgo de

muerte, son los dos polos de nuestra antropología de la muerte” (p.78).

Tanto el niño, como el primitivo, e incluso el esclavo, (…) piensan en la muerte y

sienten horror (…) Este horror engloba realidades heterogéneas en apariencia: el

dolor de los funerales, el terror a la descomposición del cadáver, la obsesión por la

muerte. Pero el dolor, terror, obsesión tienen un denominador común: la pérdida de

la individualidad (…) El dolor provocado por una muerte no existe más que cuando

la individualidad del muerto estaba presente y reconocida: cuanto más próximo,

íntimo, familiar, amado o respetado, es decir “único” era el muerto, más violento es

el dolor; sin embargo, poca o ninguna perturbación se produce con ocasión de la

muerte del ser anónimo, que no era “irremplazable”. (…) allí donde el muerto no

está individualizado, no hay más que indiferencia y simple malestar. El horror deja

de existir ante la carroña animal, o la del enemigo, del traidor (…) el horror no lo

produce la carroña, sino la carroña del semejante. (Morin, 1974, p. 30-31)

Al respecto Morín (1999) sintetiza diciendo:

El horror a la muerte es, pues, la emoción, el sentimiento o la conciencia de la

pérdida de la propia individualidad. Emoción, sacudida de dolor, de terror, o de

horror. Sentimiento por una ruptura, un mal, un desastre, es decir, sentimiento

traumático. Conciencia, en fin, de un vacío de una nada, que aparece allí donde

antes había estado la plenitud individual, es decir, conciencia traumática. (p. 31)

Esta percepción del fin, la conciencia de muerte y aniquilación, es experimentada a través

no de la muerte propia, si no de la muerte ajena, del hecho real de la desaparición del otro, lo que

genera al menos dos circunstancias: por un lado la conciencia de finitud y por otro la ilusión de la

permanencia del otro-muerto en el recuerdo, en el afecto, en las historias, en el mundo del mito.

Morir es inaceptable, morir y no dejar rastro, no ser recordado, lo es aún más, entonces, el mundo

del recuerdo, el deseo de la trascendencia empieza a operar, y el ser humano, utilizando a la

muerte y a la imaginación como motor y combustible crea y pone en funcionamiento el mundo

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mitológico y religioso al servicio de la única posibilidad que permite escapar a la muerte, que es la

inmortalidad.

El riesgo de muerte conforma para Morin,

…la paradoja suprema del hombre ante la muerte, puesto que contradice total y

radicalmente el horror a aquella. Y no obstante, en igual medida que este horror, el

riesgo de muerte es una constante fundamental (…) y recubre todos los sectores de

la actividad humana. (Morin, 1974, p.72-74)

La vida se pone en peligro por múltiples motivos, pero en el que el principal denominador

sigue siendo la autoafirmación yoica, y es en la capacidad humana de participación en donde se la

puede encontrar operando.

El hombre “arriesga la vida por no renegar de las propias ideas, y por no renegar de

sí mismo. (…) Estos valores fundamentados por el individuo y que le fundamentan,

son reconocidos como superiores a la vida: dominan el tiempo y el mundo, son

inmortales. Por ellos, el individuo descuida o desprecia a la muerte (…) El individuo

se afirma y afirmándose, se sobrepasa, se olvida, da su vida por “su” verdad, “su”

justicia, “su” honor, “sus” derechos, “su” libertad (…) Aparte de arriesgarse a morir

por la inmortalidad, la vida se pone en peligro, por orgullo, por prestigio, por una

alegría, una voluptuosidad que bien valga correr el riesgo de morir. (…) El riesgo

mortal implica siempre una presencia y una riqueza participadora (…) El riesgo de

muerte se extiende en efecto desde las participaciones lúdicas (la aventura por la

aventura, el riesgo por el riesgo, etc.) hasta las participaciones morales (la verdad,

el honor, etc.) pasando por toda la gama de las participaciones sociales (la patria, la

revolución, etc.). En el ejercicio de estas participaciones el individuo se afirma, pero

afirma igualmente que estas participaciones valen el sacrificio eventual de su

individualidad. (Morin, 1974, 74-76)

Al entregarse a ellas, el individuo se olvida de sí mismo y de su muerte.

De este choque, y producto de esta ruptura, dice el autor que es hija, no la imaginación

que nos es inherente, más si el crecimiento y desarrollo de la capacidad imaginativa del ser

humano, el que, frente a la inaceptable realidad por parte del aparato psíquico de la finitud,

comienza a crear, en base a la información disponible en el mundo real y usando la incertidumbre

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con respecto a la muerte como una fisura que posibilita el escape a la misma, un mundo, otro, un

continuo, una ilusión de vida, o de otra vida después de la muerte.

Morín (1999) plantea algunos caminos a través de los cuales la inmortalidad se tramita y

genera el mito y las religiones:

Es la conciencia realista de la muerte lo que suscita el mito: provoca semejante

horror que se niega, se desvía, y se supera en mitos en los que el individuo bien

sea sobrevive en espectro o doble, bien sea renace como humano o animal. (p. 52).

Opciones todas, que de algún modo nos sitúan y crean el mundo de las religiones, el

mundo de los otros mundos, imaginados, ilusorios todos, y fantaseados todos en base al único

registro posible de usar como referencia que es el de lo conocido en esta existencia.

Creemos que no resulta pertinente a este trabajo desarrollar un análisis crítico del mundo

de las religiones, sin embargo, y atentos al llamado que Morín nos hace de pensar en la clave de

la complejidad, es que, la lectura de sus textos nos pone alerta de su incidencia, de su peso real

en el devenir de la humanidad.

A modo de destaque las palabras de Morín (2003) al respecto, las que de forma concreta y

precisa, ofrecen una base sólida desde la que reflexionar acerca del peso de la conciencia de

muerte y su relación con el mundo de lo mítico y religioso en la vida:

Los dioses, los mitos, las ideas se auto-trascienden a partir de la formidable

energía psíquica que sacan de nuestros deseos y nuestros temores. Entonces

pueden disponer de nuestras vidas o incitarnos al asesinato. No son sólo los

humanos quienes se hacen la guerra por la mediación de dioses y religiones, son

también dioses y religiones los que se hacen la guerra por mediación de los

humanos. (p. 50)

REFLEXIÓN GRUPAL

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En primer lugar queremos señalar por qué elegimos hacer este trabajo sobre Morin. Entendemos

que su conceptualización y mirada sobre la estructuración que se da en la vida del hombre

(individual y colectivamente) a partir de la conciencia de su propia mortalidad es fundamental para

pensarnos y pensar a los otros.

Sí conocíamos al autor en referencia al pensamiento complejo, pero no teníamos noción del

desarrollo y abordaje que hace sobre el tema de la muerte.

La interrelación entre la muerte y su impacto en el desarrollo de la imaginación, de los mitos, de

las religiones y de la cultura toda, nos resultó muy interesante y estimulante para la reflexión y el

análisis, no solo de nuestra realidad presente, sino también de nuestro devenir a lo largo de la

historia (nuevamente aquí tanto de la historia individual como colectiva).

Hay un aspecto que nos ha llevado a debatir entre nosotros y es el pasaje que hace entre su

concepto de muerte como incertidumbre y por otra parte de muerte como aniquilación. Pensamos

aquí que se superponen (y hasta contraponen) dos posturas no necesariamente conciliables, ya

que la incertidumbre no es igual a afirmar que la muerte conlleva a la aniquilación del yo, esta

sería una afirmación (o una respuesta) a la pregunta que justamente el autor plantea como

enigmática. Al situarse desde un paradigma existencialista, pareciera caer él mismo en algunas de

las críticas que realiza desde el pensamiento complejo, en cuanto a la incidencia de nuestras

creencias (paradigmas) en la construcción, mirada y análisis que hacemos de la realidad.

BIBLIOGRAFÍA

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